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OBRAS DE ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

COSMOS ENSAYO DE UNA

DESCRIPCION FISICA DEL MUNDO


i'Oi;

A L E J A N D R O DE H U M B O L D T .
VERTIDO AL CASTELLANO

1 > ()R

B E R N A R D O G IN E R
Y

JOSE DE FUENTES.

« N a tu n u vero re ru m v is
atque m aje stas in ó m n ib u s m o m e n tis
íidc caret, s i q u is modo p a rte s e ju s ac
non to ta m c o m p le ta t a n im o .»
P l i m o I , V I I , e. 1.

TOMO III.

MADRID
I M P R E N T A D E G A S P A R Y R O IG , E D IT O R E S .
CALLE DEL PRÍNCIPE, NÜM. 4.
Se In cumplido con las condiciones que marca la ley para los derecho* de propiedad.
P RI ME RA PARTE.

TOMO III.
INTRODUCCION

A LA PARTE URANO LOGIC A

CON U N A OJEADA RETROSPECTIVA

Á LOS TOMOS PRECEDENTES.

Sigo el objeto que me lie propuesto, y al cual no he


desesperado de llegar, en la medida de mis fuerzas y se­
gún el estado actual de la ciencia. Conforme al plan que
me lie trazado, los dos tomos del Cosmos publicados hasta
hoy consideran la Naturaleza bajo un doble punto de vista:
reproduciéndola primeramente en su aspecto esteriory pu­
ramente objetivo, v despues pintando su imágen refleja­
da en el interior del hombre por medio de los sentidos.
De este modo he buscado la huella de la influencia que
ha ejercido en las ideas y sentimientos de los diferentes

Bajo la forma científica de un cuadro general de la


Naturaleza, he descrito el mundo esterior en sus dos gran­
des esferas, la esfera celeste y la terrestre. En este cua­
dro se presentan á nuestra vista en primer término las
estrellas que brillan entre las nebulosas, en las mas apar­
tadas regiones del espacio; pasando de esta región, y á tra­
vés de nuestro sistema planetario, á la capa vegetal que cu­
bre el esferoide terrestre y á los organismos infinitamente
pequeños que á menudo flotan por los aires, escapando á
la simple vista. Preciso era evitar cuidadosamente la acu­
mulación de hechos particulares si habia de aparecer sen -
siblela existencia de ese lazo común en que todo el Univer­
so se confunde, y el gobierno de las leyes eternas de la
Naturaleza; si habia de comprenderse, en cuanto sea po­
sible hasta nuestros dias, esa conexion generadora que
liga grupos enteros de fenómenos.. Semejante reserva se
hacia principalmente necesaria en la esfera terrestre del
Cosmos, donde al lado de la acción dinámica de las fuerzas
motrices, se manifiesta de una manera enérgica la influen­
cia que produce la diversidad específica de las sustancias.
En la esfera sideral ó uranológica, los problemas para todo
lo que está al alcance de la observación tienen una senci­
llez admirable, y en razón á las masas enormes y á las
fuerzas de atracción de la materia, se prestan á cálculos
rigorosos, fundados en la teoría del movimiento. Conside­
rando, como creo que podemos hacerlo, á los asteróides
ó piedras meteóricas como partes de nuestro sistema plane­
tario, esos cuerpos son los únicos que al caer á la Tierra
nos ponen en contacto con sustancias evidentemente hete­
rogéneas que circulan en el espacio (1). Indico aquí las
causas en cu ja virtud el método matemático ha sido apli­
cado hasta hoy con menos generalidad y menor éxito á
los fenómenos terrestres que á los movimientos de los
cuerpos celestes, regidos únicamente en sus perturbacio­
nes recíprocas y sus vueltas periódicas, por la fuerza fun­
damental de la materia homogénea; por lo menos, hasta
donde pueden estenderse nuestras percepciones.
Al trazar el cuadro de la Tierra, he dirigido todos mis
esfuerzos á disponer los fenómenos según un orden que
permitiese suponer el lazo generador que entre sí los une.
He descrito la configuración del cuerpo terrestre, repre­
sentándole con su densidad media, con las variaciones de
su temperatura creciente en razón de la profundidad, con
sus corrientes electro-magnéticas y los fenómenos de la
luz polar. Es el principio de la actividad volcánica, la re­
acción del interior contra el esterior de la Tierra; causa á
que deben referirse las ondas de quebrantamiento que se
propagan por círculos mas ó menos estensos, y los efectos
de los quebrantamientos mismos, que no siempre son .pu­
ramente dinámicos, como las erupciones de gas, de cieno
y de agua caliente. La manifestación mas genuina de las
fuerzas interiores de la Tierra es el levantamiento de las
montañas ignivomas. He representado los volcanes centra­
les y las cadenas de volcanes, no solo como elementos de
destrucción, sino que también como agentes productores
que continúan formando rocas de erupción á nuestra vis­
ta, y en épocas fijas las mas veces. Opuestamente á las
rocas de erupción he señalado las rocas de sedimento, pre­
cipitándose aun hoy del seno de los medios líquidos en
los cuales flotaban, ó suspendidas ó disueltas, sus últimas
partículas.
Esta comparación de las partes de la Tierra que se ha­
llan en vias de desarrollo y cuya figura aun no está deli­
neada, con aquellas otras que solidificadas desde ¡largo
tiempo constituyen las diferentes capas de la corteza terres­
tre, nos lleva á determinar con exactitud la série sucesiva
de las formaciones que contienen en un orden cronológico
las familias estinguidas de animales y de plantas, y per­
miten reconocer distintamente la Fauna y la Flora del an­
tiguo mundo. El nacimiento, la trasformacion y el levan­
tamiento de las capas en las diversas épocas geológicas,
son las condiciones de que dependen todos los accidentes
de la superficie terrestre: Ja distribución del elemento lí­
quido j del elemento sólido, como la repartición y arti­
culación de las masas continentales en estension y en altu­
ra. A su vez estas relaciones determinan la temperatura
de las corrientes marinas, el estado metereológico del Océa­
no gaseoso que envuelve la Tierra y la distribución geo­
gráfica de los diferentes organismos.
Yo creo que basta recordar el lazo que une los fenóme­
nos terrestres entre sí, y que he procurado esclarecer en la
primera parte del Cosmos} para probar que es imposible
reunir los resultados de la observación, tan vastos y tan
complejos aparentemente, sin profundizar la conexion que
liga á las causas con los efectos. Por otra parte, la signifi­
cación de la Naturaleza se debilita considerablemente cuan­
do por una escesiva acumulación de hechos aislados se roba
á las descripciones, por medio de las cuales se la quiere
reproducir, todo su calor vivificante.
Si no me fuera dado aspirar sériamente, por cuidado
que en ello pusiese, á no omitir ninguna particularidad en
el cuadro de los fenómenos esteriores, no me seria mas fácil
pintar todos los pormenores del reflejo de la Naturaleza en
el espíritu humano; porque aquí deben estar loslímites mas
estrictamente circunscritos. El inmenso imperio del mundo
intelectual, fecundado tantos siglos há por las fuerzas acti­
vas del pensamiento, nos muestra, en las diversas razas de
hombres, y en los diferentes grados de la civilización, dis­
posiciones de ánimo j a alegres, j a sombrías (2), un vivo
amor de lo bello ó una grosera insensibilidad. El alma del
hombre se eleva en un principio al sentimiento de la Divi­
nidad por el espectáculo de las fuerzas naturales j por
ciertos objetos del mundo esterior. Solo mas tarde se levan­
ta el hombre á inspiraciones religiosas mas puras j mas es­
pirituales (3). El reflejo del mundo esterior en el hombre,
jas impresiones de la Naturaleza que le rodea, j las dispo­
siciones físicas influjen por mas de un concepto en la for-
macion misteriosa de las lenguas (4). Trabaja el hombre
en su interior la materia que le suministran los sentidos, y
los resultados de esta operacion interna son tan del domi­
nio del Cosmos, como los fenómenos sobre los cuales se rea­
liza.
Como el impulso dado á la imaginación creadora, no
permite que la imágen reflejada de la Naturaleza se con­
serve pura y fiel, existe al lado del mundo real ó esterior,
un mundo ideal ó interior, lleno de mitos fantásticos y al­
guna vez simbólicos, y de formas animales, cuyas par­
tes heterogéneas están tomadas del mundo actual ó de
los restos de las generaciones estinguidas (5). Formas ma­
ravillosas de árboles y de flores, crecen también sobre el
suelo de la mitología, como el fresno gigantesco de los can­
tos del Edda, el árbol del mundo llamado Igdrasil, cuyas
ramas se elevan aun mas que el cielo, cuando una de sus
tres raíces se hunde hasta las fuentes retumbantes del
mundo subterráneo (6). Por esto la región nebulosa déla
.mitología física está poblada, según la diferencia de las ra­
zas y los climas, de formas graciosas ú horribles que de
allí pasan al dominio de las ideas sábias, y durante el es­
pacio de muchos siglos se trasmiten de generación en ge­
neración.
Si el trabajo que he dado al público, no corresponde al
título cuyo imprudente atrevimiento he advertido yo mis­
mo en varias ocasiones, esta censura de insuficencia ha de
recaer principalmente en la parte que trata de la vida in­
telectual, y del reflejo de la Naturaleza en el sentimiento
del hombre. En ella especialmente me he limitado á los
objetos que mas relación tenían con los estudios que han
ocupado mi vida; he buscado la espresion del sentimiento
de la Naturaleza entre los pueblos de la antigüedad clásica,
y entre las naciones modernas, recogiendo los fragmentos
de poesía descriptiva que ostentan el colorido del carácter
nacional de cada una de esas razas, y de la idea que se for­
maban de la creación , ^considerada como obra de un poder
único; he descrito el gracioso encanto de la -pintura de
paisaje, y trazado, por último, la historia de la contempla­
ción del Mundo; es decir, la historia de los descubrimien­
tos que, sucediéndose por espacio-de veinte siglos, han per­
mitido al observador abarcar el conjunto del Universo, y
recogerla unidad que domina á todos los fenómenos.
Admitiendo que pueda tenerse la pretensión de mos­
trarse completo en algo, tratándole del primer ensayo de
una obra tan vasta como la presente, que se propone, sin
perder nada de su carácter científico , representar la iniá-
gen viviente déla Naturaleza, debe procurarse que el ma­
yor interés de la obra estribe en las ideas que de su lectu­
ra se despierten, mas que en los resultados que de ella
puedan obtenerse. Un libro de la Naturaleza, verdadera­
mente digno de este nombre, no es dado concebirlo sino
cuando las ciencias, condenadas desde el principio á que­
dar siempre incompletas, se hayan engrandecido y eleva­
do por lo menos á fuerza de perseverancia, y cuando las
dos esferas en que se descompone el Cosmos, el mundo es-
terior que los sentidos aperciben, y el mundo interior re­
flejado en el pensamiento del hombre, hayan ganado en
luminosa claridad.
Creo haber indicado suficientemente las razones que
necesariamente debían determinarme á no dar mas esten-
sion al Cuadro general de la Naturaleza, reservándome
para el tercero y último tomo completar lo que falte y pre­
sentar reunidos los resultados de la observación en que se
funda el estado actual de las opiniones científicas; resulta­
dos que aparecerán en el mismo orden que ya he seguido
en la descripción de la Naturaleza, conforme en un todo á
los principios de antemano establecidos. Antes, sin embar­
go, de que pasemos á hechos particulares y especiales,
séame permitido añadir aun algunas consideraciones gene­
rales que prestarán nueva luz al objeto de este libro. El
inesperado favor con que ha acogido mi empresa un públi­
co considerable, tanto en mi pátria como en el estranjero,
me obliga doblemente á esplicarme una vez mas, y de una
manera mas precisa, acerca del pensamiento fundamental
de esta obra, y sobre las exigencias que no he intentado
satisfacer porque no podia pretenderlo, según lo que per­
sonalmente pienso de nuestros conocimientos esperimenta-
les. A estas consideraciones justificativas vendrán á unirse,
como por sí mismos, los recuerdos históricos de los prime­
ros esfuerzos hechos en la investigación de la idea del
Mundo; es decir, el principio único á que deben referirse
todos los fenómenos, cuando se pretende descubrir su ar­
monía generatriz.
El principio fundamental de mi libro (7), tal como lo
he desarrollado hace mas de veinte años en lecciones espli-
cadas en francés y en aleman, en París y en Berlín, es la
tendencia constante de recomponer con los fenómenos el
conjunto de la Naturaleza; de mostrar en los grupos ais­
lados de estos fenómenos las condiciones que les son comu­
nes; es decir, las grandes leyes porque se regula el Mun­
do, y hacer ver, por último, cómo del conocimiento de estas
leyes se llega al lazo de causalidad que las une entre sí.
Para lograr desenvolver el plan del Mundo y el orden de
la Naturaleza, es necesario comenzar por la generalización
de los hechos .particulares, por investigar las condiciones
en que se reproducen uniformemente los cambios físicos.
De este modo llegamos á una contemplación reflexiva de
los materiales suministrados por el empirismo, y no á
«miras puramente especulativas, ni áun desarrollo abstrac­
to del pensamiento, ni á una unidad absoluta independien­
te de la esperiencia.» Digámoslo una vez mas; aun estamos
muy lejos de la época en que podamos lisonjearnos de que
todas las percepciones sensibles compongan nna idea única
que abrace el conjunto de la Naturaleza. El verdadero ca­
mino se habia va trazado,* un sio-lo
O antes de Francisco Ba-
con, y señalado en pocas palabras por Leonardo de Vinci:
«cominciare dell{ esperienza et per mezzo di questa sco-
prirne la ragione (8).» Existen, á la verdad, grupos nu­
merosos de fenómenos, cujas lejes empíricas debemos
contentarnos con descubrir; pero el objeto mas elevado, y
que se ha alcanzado las menos veces, es la investigación
de las causas que ligan entre sí á todos los fenómenos (9).
No se llega á una completa evidencia sino cuando es posi­
ble aplicar á las lejes generales el rigor del razonamiento
matemático. Unicamente para ciertas partes de la ciencia
puede decirse con verdad que la descripción del Mundo es
la esphcacion del Mundo; porque generalmente hablando,
estos dos términos no pueden aun considerarse como idén­
ticos. Lo grande, lo imponente en el trabajo intelectual
cu jo s límites indicamos aquí, es la conciencia del esfuerzo
que se hace hácia el infinito j para abrazar la inmensa é
inagotable plenitud de la creación, es decir, de cuanto
existe j se desarrolla.
Semejantes esfuerzos intentados en el trascurso de to­
dos los sig'los, han debido producir con frecuencia j de di­
versas maneras, la ilusión de que se habia logrado el objeto
y hallado el principio según el cual pueden esplicarse to­
dos los fenómenos sensibles que se suceden en el mundo
material. Despues del largo período en que, según el pri­
mer modo de intuición del espíritu helénico, las fuerzas
naturales que fijan, cambian y destruyen la forma de las
cosas, se veneraban como potencias espirituales veladas
bajo formas humanas (10) , se desarrolló en las fantasías
fisiológicas de la escuela jónica el gérmen de una contem­
plación científica de la Naturaleza. Esta escuela se separó
en dos distintas direcciones. Guiados los naturalistas unas
veces por consideraciones mecánicas, las otras por consi dera­
ciones dinámicas, para esplicar la existencia de las cosas y
la sucesión de los fenómenos, recurrian á la hipótesis de
los principios coucretos j materiales á que se llamaba ele­
mentos de la Naturaleza, ó á la rarefacción j condensación
de las sustancias elementales (11). La hipótesis de cuatro
ó cinco elementos específicamente distintos, que quizá ten­
ga su origen en la India, ha seguido unida á todos los
sistemas de filosofía natural, desde el poema didáctico de
Empedocles, y acredita la necesidad que en todo tiempo ha
esperimentado el hombre de mirar á.la generalización y
simplificación de las ideas, j a se trate de la acción de las
fuerzas, 6 solamente de la naturaleza de las sustancias.
Posteriormente , cuando la fisiología jónica hubo toma­
do un nuevo desarrollo, Anaxágoras de Clazomeno se elevó
de la hipótesis de las fuerzas puramente motrices, á la
idea de un espíritu distinto de toda especie de materia,
aunque íntimamente unido á todas las moléculas homogé­
neas. La inteligencia reguladora (ro¿;) gobierna el incesan­
te desarrollo del Universo, j es la causa primera de todo
movimiento, j por lo tanto el principio de todos los fenó­
menos físicos. Anaxágoras esplica el movimiento aparente
de la esfera celeste que se dirige de Este á Oeste, por la
hipótesis de un movimiento de revolución general cu ja
interrupción, como se ha visto mas arriba, produce la caí­
da de piedras meteóricas (12). Esta hipótesis es el punto
de partida de la teoría de los torbellinos, que despues de
mas de dos mil años, ha ocupado lugar tan importante en­
tre los sistemas del Mundo, con ócasion de los trabajos de
Descartes, H ujghens j Hooke. El espíritu ordenador que
según Anaxágoras gobierna el Universo, ¿era la Divinidad
misma, ó solamente una concepción panteística, un prin­
cipio espiritual que animaba á toda la Naturaleza? Cuestión
es esta agena á la presente obra (13).
El símbolo matemático de los Pitagóricos, por mas que
abarque igualmente al Universo entero, forma un contraste
sorprendente con las dos ramas de la escuela jónica. Sus
miradas no se estienden mas allá de los fenómenos percep­
tibles á los sentidos , y quedan invariablemente fijas en la
ley que regula las cinco formas fundamentales, en las ideas
de número, de medida, de armonía y de contraste. Las
cosas, según ellos, se reflejan en los números que son como
su imitación La propiedad que tienen los números
de aumentar y repetirse sin límite, es el carácter de la
eternidad y de la naturaleza infinita. Las cosas , en tanto
que existen, pueden considerarse como relaciones numéri­
cas; sus cambios y transformaciones, no son masque nue­
vas combinaciones de los números. La física de Platón
contiene también ensayos en la idea de referir todas las
sustancias que existen en el Universo, y los desarrollos
porque pasan á formas corporales, y estas mismas formas,
á la mas sencilla de las figuras planas, al triángulo (14).
En cuanto á saber cuáles son los últimos principios, como
si dijéramos, los elementos de los elementos, manifiesta
Platón con un sentimiento de modesta desconfianza, qué
cosa es esta solo conocida de Dios y de sus elegidos. Esta
aplicación de las matemáticas á los fenómenos físicos, la
formación de la escuela atomística, ó la filosofía de la me­
dida y de la armonía, han influido por mucho tiempo en
el desarrollo de las ciencias , y llevado á espíritus aventu­
reros por caminos apartados que debe trazar la historia de
la contemplación del Mundo. Hay en las simples relacio­
nes del tiempo y del espacio que los sonidos , los números
y las líneas revelan , un encanto atractivo que ha celebra­
do toda la antigüedad (15).
En todos los escritos de Aristóteles resalta en su pu­
reza y elevación la idea del orden y del gobierno del
Universo. Sus Auscultationes phjsicm representan los fe-
nó.menos de la Naturaleza como efectos de fuerzas vitales,
emanando de una potencia universal. El Cielo y la Natu­
raleza (16), dice, designando bajo este nombre la esfera
terrestre de los fenómenos, depende del motor inmóvil
del mundo. El ordenador, ó en otros términos, el último
principio de los fenómenos sensibles, debe ser considerado
como distinto de toda clase de materia y fuerza de los sen­
tidos (17). La unidad que domina todos los fenómenos por
medio de los que se manifiestan las fuerzas de la materia,
está elevada en Aristóteles á la altura de un principio
esencial,y */v esas mismas manifestaciones referidas siempre
i
á movimientos. Así, el tratado de Anima contiene y a el
gérmen de la teoría de las ondulaciones luminosas (18). La
sensación de la vista está producida por un quebranta­
miento, una vibración del medio colocado entre el ojo y el
objeto, y no por emanaciones que se escaparían á uno ú á
otro. Aristóteles compara el oido con la vista, porque el
sonido es también un efecto de las vibraciones del aire.
Aristóteles, recomendando la aplicación racional en
la investigación de lo general en el detalle de las parti­
cularidades percibidas por los sentidos, abraza siempre
el conjunto de la Naturaleza, y la conexion íntima no solo
de las fuerzas, sino que también de las formas orgánicas.
En el libro que escribió sobre los órganos de los animales
(de Partibus Animal i um) espresa de una manera clara su
creencia respecto de la gradación por la cual se elevan los
séres sucesivamente desde las formas inferiores á las mas
altas formas. La Naturaleza sigue su desarrollo progresivo
y no interrumpido, desde los objetos inanimados ó elemen- v
tales basta las formas animales, pasando por las plantas y
«deteniéndose primero sobre lo que no es todavía un ani­
mal propiamente dicho, pero que está tan próximo de serlo
que la diferencia es muy pequeña (19).» En esta gradación
de las formas las modificaciones intermedias son insensi-
bles (20). El gran problema del Cosmos es para el Estagi-
rita la unidad de la Naturaleza: «En la Naturaleza, dice
con singular vivacidad de espresion, nada hay aislado y
sin trabazón como en una mala tragedia (21).»
Todas las obras físicas de Aristóteles, tan exacto obser­
vador como pensador profundo, ponen de manifiesto clara­
mente la tendencia filosófica á hacer depender de un prin­
cipio único todos los fenómenos del Universo. Pero el estado
imperfecto de la ciencia, la ignorancia de aquella época
respecto del método esperimental, que consiste en suscitar
los fenómenos en condiciones determinadas , no permitía
abarcar el lazo de causalidad que une esos fenómenos, aun
dividiéndolos en grupos poco numerosos. Limitábase todo
á las oposiciones renovadas incesantemente del frió y del
calor, de la sequía y humedad, de la rarefacción y de la
densidad primitivas, y á las alteraciones producidas en el
mundo material por una especie de antagonismo interior
(avvnvepíaraaii) que trae á la memoria las hipótesis modernas
délas polaridades opuestas y el contraste del 4- y del — (22).
Las soluciones propuestas por Aristóteles tienen el defecto
de alterar los hechos, y en la esplicacion de los fenómenos
de óptica ó de meteorología el estilo, por otra parte, tan
enérgico y tan conciso del Estagirita, parece como que
g-usta de estenderse y tomar-algo de la difusión helénica.
Como el espíritu de Aristóteles se dirigía casi esclusiva-
mente hácia la idea del movimiento y se preocupaba poco
de la diversidad de las sustancias, resulta de aquí que su
idea fundamental de referir todos los fenómenos terrestres
al impulso dado por el movimiento del Cielo, es decir, por
la revolución de la esfera celeste, se reproduce sin cesar,
hallándola por do quiera, y es en el autor objeto de pre­
dilección , por mas que en ninguna parte se presente con
una precisión y rigor absolutos (23).
Por el impulso cuya idea trato de dar, no debe en­
tenderse mas que la comunicación del movimiento, consi­
derado como el principio de todos los fenómenos terrestres.
Las miras panteísticas se han abandonado del todo. La Di­
vinidad es la mas alta unidad ordenatriz: «se manifiesta en
todos los círculos del Universo, dá su destino á todos los
séres distintos de la Naturaleza, y lo combina todo en vir­
tud de su potencia absoluta (24).» Las ideas de objeto y de
apropiación se aplican, no á los fenómenos subordinados de
la naturaleza inorgánica ó elemental, sino principalmente á
los organismos que ocupan un lugar mas elevado en el rei -
no animal ó vegetal (25). Es de notar que en esas teorías la
Divinidad se sirve de una cantidad de espíritus siderales
que retienen los planetas en sus eternas órbitas, como si
conocieran la distribución de las masas y las perturbacio­
nes (26). Los astros son en el mundo material la imágen de
la Divinidad. A pesar del título que lleva, no he citado el
tratado de Mundo, falsamente atribuido á Aristóteles, y
producto ciertamente de la escuela estoica. El autor, en
descripciones, en donde se nota frecuentemente color y ani­
mación algo ficticios, pone á la vez de manifiesto el Cielo
y la Tierra, las corrientes del mar y del Océano atmosféri­
co; pero en ninguna parte se ve la tendencia á buscar en
las propiedades de la materia principios generales á los
cuales puedan ser referidos todos los fenómenos del Uni­
verso.
Me he detenido mucho en la época de la antigüedad,
principio de los mas brillantes conocimientos acerca de la
Naturaleza, con el fin de oponer esos primeros ensayos de
generalización á las tentativas de los tiempos modernos.
En ese movimiento de las inteligencias aplicadas á ensan­
char la contemplación del Mundo, se distinguen entre to­
dos, como ha podido verse en el tomo precedente del Cos­
mos (27), el siglo XíII y los principios del XIV. Sin em­
bargo, el Ojws majus de Rogerio Bacon, el Espejo de Ja
— IG —

Naturaleza de Vicente de Beauvais, el Líber cosmofjraphi-


cus de Alberto Magno j el Imago mundi del cardenal Pedro
de A illj, son obras cu jo contenido no corresponde á su tí­
tulo, cualquiera que b aja sido por otra parte la influencia
que ejercieran en los contemporáneos. Entre los adversa­
rios de la física peripatética en Italia, Telesio, de Cosenza,
está indicado como el fundador de un sistema científico mas
racional. Para él la materia es pasiva, j todos los fenóme­
nos son efecto de dos principios inmateriales ó de dos fuer­
zas, el frió j el calor. Toda la vida orgánica, las plantas
«animadas,» cooio también los animales mismos, son pro­
ducto de esas dos fuerzas eternamente opuestas, una de las
cuales, el calor, pertenece á la esfera celeste, j la otra, ei
frió, entra en la esfera terrestre.
Arrastrado por una fantasía mas desordenada aun, pero
dotado de un espíritu profundo de investigación, Giordano
Bruno, de Ñola, ha intentado reunir el conjunto del Uni­
verso en tres obras diferentes (28): en el tratado de Ja
Causa, Principio et Uno; en sus Coniemplationi área
¡o Infinito, Universo e Mundi innumerabili, j en el de M í­
nimo et Máximo. La filosofía de la Naturaleza de Telesio,
contemporáneo de Copérnico, permite ver cuando menos el
esfuerzo intentado para referir las transformaciones de la
materia á dos de sus fuerzas fundamentales que se han su­
puesto en verdad obrando esteriormente, pero que juegan,
sin embargo, un papel análogo al de la atracción j repul­
sión , en la teoría dinámica de Boscowich j de Kant. Las
miras de Giordano Bruno acerca del Mundo son puramen­
te metafísicas: lejos de buscar en la materia misma las cau­
sas de los feuómenos sensibles, toca á la idea de un espacio
infinito, lleno de mundos que brillan con su luz propia;
habla de las almas que animan esos mundos j de las rela­
ciones de la inteligencia suprema de Dios con el Universo.
Aunque menos versado en los conocimientos matemáticos,
Giordano Bruno fué hasta el día de su martirio admirador
entusiasta de Copérnico, de Tieho j de Keplero (29). Con­
temporáneo de Galileo, no llegó á ver la invención del te­
lescopio por Hans Lippershej j Zacarías Jansen, ni por
consiguiente el descubrimiento «del pequeño Mundo de
Júpiter,» de las fases de Venus y de las nebulosas. Lleno de
generosa confianzapara lo que llámaba lume interno, ragio-
nc na tur ale, altezza delV inielletto, se dejó llevar de felices
adivinaciones acerca de los movimientos de las estrellas
■fijas, sobre la naturaleza planetaria de los cometas y sobre
la forma imperfectamente esférica del globo terrestre (30).
La antigüedad griega está llena también de esos presenti­
mientos uranológicos, que el tiempo despues ha realizado.
Siguiendo la marcha de las ideas nacidas de las rela­
ciones de las diferentes partes del Universo, hállase que
Keplero fué el que se aproximó mas á una teoría matemá­
tica de la gravitación, y esto, 78 años antes de aparecer
la inmortal obra de Newton, de los Principia fltiloso'phue
naturalis. Si un filósofo ecléctico, Simplicio, espresó de
una manera general el pensamiento de que el equilibrio
de los cuerpos celestes depende de que la fuerza centrí­
fuga domina la pesantez, es decir, la fuerza que soli­
citan á esos cuerpos hácia las regiones inferiores; si Juan
Philopon , discípulo de Ammonio Herméas , atribuía el
movimiento de esos cuerpos á un impulso primitivo y á un
esfuerzo constante para caer; si, por último, y como ha­
bíamos j a notado, es preciso ver solo en las memorables pa­
labras de Copérnico «Gravitatem non aliud essequom appe-
tentiam quamdam naturalem partibus inditam á divina
providentia opificis universorum, ut in unitatem integrita-
temque suam sese conferant, in formam globi coluntes» la
idea general de la gravitación, tal como se ejerce por el
Sol, centro del mundo planetario, sóbrela Tierra j sobre la
Luna; sin embargo, hasta la introducción al tratado de
toíig m 2
Stella Mariis de Keplero no se encuentra por primera vez
una apreciación numérica de la gravitación recíproca de la
Tierra j de la Luna, según la relación de sus masas (31).
Keplero cita el flujo j reflujo como una prueba de que la
fuerza de atracción de la Luna (virtus tractoria) llega basta
la Tierra; cree también que esta fuerza semejante á la ac­
ción del imán sobre el hierro, robaria á la Tierra toda el
agua que la cubre, si esta agua por otra parte no estuvie­
se solicitada por la Tierra (32). Por desgracia diez años
mas tarde, en 1619, este gran hombre quizá por deferen­
cia hacia Galileo que referia las mareas á la rotacion de la
Tierra, abandonó la esplicacion verdadera para representar
la Tierra en su Harmonice Mundi, como un monstruo que
cuando se duerme ó se despierta, en momento's regulados
por la marcha del Sol, produce por su respiración semejan­
te á la d e una ballena la hinchazón ó descenso del Océano.
Según el sentido matemático, acreditado de manera bri­
llante en una de las obras de Keplero, como reconoció
Laplace, nunca se sentirá bastante que el hombre á quien
se debe el descubrimiento de las tres grandes le je s que
presiden á todos los movimientos planetarios, no persevera­
se en la senda á que le habían conducido sus miras sobre
la atracción de los cuerpos celestes (33).
Mas versado que Keplero en el estudio de las ciencias
naturales, j fundador de muchas partes de la física mate'
mática, Descartes, tomó á su cuidado, la reunión en una
obra que llamaba Tratado del Mundo óSumrua Philosopkim,
del mundo entero délos fenómenos, la esfera celeste j todo lo
que sabia de la naturaleza viviente ó de la naturaleza ina­
nimada. La organización de los animales, particularmente
la del hombre, con la cual se había familiarizado durante
once años por varios estudios anatómicos, debia completar
aquella obra (34). En las cartas que escribió Descartes al Pa­
dre Mersenne, sequejafrecuentemente de la lentitud con que
-adelantaba su trabajo y de la dificultad de unir entre sí
tantos y tan distintos materiales. El Cosmos, que Descartes
llamaba siempre su Mundo, debia imprimirse resuelta­
mente á fines del año 1633; pero la noticia de la sentencia
de Galileo esparcida por Gassendi y Bouillaud á los cuatro
meses de haberla decretado la Inquisición romana, acabó
con todo y privó á la posteridad de esta vasta obra com­
puesta con tantos cuidados y tanto trabajo. Descartes re­
nunció á la publicación de su Cosmos temeroso de compro­
meter la tranquilidad de que gozaba en su retiro de De-
venter, y también por no mostrarse irrespetuoso con la
autoridad de la Santa Sede , sosteniendo nuevamente el
movimiento planetario del globo terrestre (35). Algunas
partes de su Cosmos fueron impresas bajo el singular títu ­
lo de E l Mundo ó Tratado de la luz (36), en 1674, catorce
años despues por consiguiente, de la muerte de Descartes;
sin embargo, los tres capítulos que se refieren á la luz cons­
tituyen apenas una cuarta parte de la obra. Otros frag­
mentos que contenían consideraciones acerca del movi­
miento de los planetas y sus distancias relativamente al
Sol, sobre el magnetismo terrestre, las mareas, temblores
d.e tierra, y los volcanes, se han trasportado á la tercera v
cuarta parte de la célebre obra titulada: Principios de la
filosofía.
El Cosmotheoros de Huyghens,. publicado despues de
su muerte, á pesar de su título significativo, apenas me­
rece ocupar un sitio en esta enumeración de los ensayos
cosmológicos. No es sino el conjunto de los delirios y va­
gas hipótesis de un gran hombre, respecto del reino vege­
tal y del reino animal de los astros mas apartados, particu­
larmente acerca de las alteraciones que ha debido sufrir la
forma humana en esos cuerpos celestes; créese estar leyen­
do el fSomtiium astronomicmi de Keplero, ó el viaje estático
de Kircher. Como Huyghens, igualmente que los astróno-
mos de nuestros tiempos, negó ya á la Luna el aire y el
agua, resulta que los habitantes de la Luna le embarazan
aun mas que los de los mas apartados planetas «rodeados
de nubes y de vapores» (37).
Estábale reservado al inmortal autor de los Philosophice
naturalis principia mathematica, abarcar toda la parte ce­
leste del Cosmos, esplicando la conexion de los fenómenos,
por medio de un principio motor que lo domina todo.
Newton es el primero que ha utilizado la astronomía para
la solucion de un gran problema de mecánica, elevándola
á la altura de una ciencia matemática. La cantidad de
materia contenida en cada cuerpo celeste dá la medida de
su fuerza de atracción, fuerza qne obra en razón inversa
del cuadrado de las distancias, y determina la magnitud
de las acciones perturbadoras que ejercen unos sobre otros,
no solo los planetas sino que también todas las estrellas
que llenan los espacios celestes. La teoría de la gravitación
tan admirable por su sencillez y generalidad, no está li­
mitada tampoco á la esfera uranológica; reina también en
los fenómenos terrestres, y en su dominio ha abierto cami­
nos que por lo menos en parte no habian sido esplorados
todavía. Dá la clave de los movimientos periódicos que se
verifican en el Océano y en la atmósfera (38), y conduce
á la solucion de los problemas de la capilaridad, de la en-
dósmosis, y de un gran número de fenómenos químicos,
orgánicos ó electro-magnéticos. Newton llegó hasta distin­
guir la atracción de las masas, tal como se manifiesta en
los movimientos de todos los cuerpos celestes y en el fenó­
meno de las mareas, de la atracción molecular que se ejer­
ce á distancias infinitamente pequeñas, y al contacto in­
mediato (39). •
Así que, en todos los ensayos intentados para referir los
fenómenos variables del mundo sensible á un principio úci -
co y fundamental, aparece siempre la teoría de la gravi-
tacion como el principio mas comprensivo y mas provecho­
so para la esplicacion del Mundo. Indudablemente, á pesar
de los brillantes progresos realizados recientemente en la
estoquiometria, es decir, en el cálculo aplicado á los ele­
mentos químicos y á los volúmenes de los gases que se
combinan, no han podido someterse todavía todas las teo­
rías físicas de la materia á demostraciones matemáticas.
Hánse descubierto leyes esperimentales, y merced al nuevo
vuelo que ba tomado la filosofía atomística ó corpuscu­
lar, se ban hecho susceptibles de calcularse matemática­
mente gran número de fenómenos. Pero tal es la heteroge­
neidad sin fin de la materia, tales los diferentes estados de
agregación, según los cuales se combinan los átomos, que
todavía no ha sido posible encontrar el medio de esplicar
esas leyes empíricas por la teoría de la atracción molecular
con el grado de certeza que da á las tres grandes leyes es­
perimentales de Keplero, la teoría de la gravitación.
Newton no consideraba todavía la gravitación, según
hizo Kant despues, como una propiedad esencial de la ma­
teria (40) , por más que habia ya reconocido que todos los
movimientos de los cuerpos celestes son efecto de una sola y
única fuerza; según él derivábase de otra fuerza mas alta
que desconocía entonces, ó era producida por «la acción del
éter que llena el espacio, y que mas raro en los intervalos
de las moléculas, crece en densidad en el esterior.» Esta
iiltima consideración está desarrollada detalladamente en
una carta á Roberto Boyle , fechada en 28 de Febrero
de 1678, que termina con estas palabras: «Busco en el éter
la causa de la gravitación (41).» Begun una carta á Ha-
lley, 8 años despues abandonó completamente Newton la
hipótesis de un éter, mas raro ó mas denso, según la natu ­
raleza de los espacios que ocupa (42). Es particularmente
digno de notarse que 9 años antes de su muerte, en 1717,
creyó necesario declarar en términos precisos, en la corta
introducción colocada á la cabeza de la segunda edición de
su Optica, que no consideraba en manera alguna la gravi­
tación como una propiedad esencial de los cuerpos; essen-
tial property o f bodies (43); mientras que desde el año 1600,
Gilbert proclamaba solemnemente el magnetismo como fuer­
za inherente á toda materia. Tales eran las dudas del mis­
mo Newton, el mas profundo de los pensadores, pero á la
vez el mas dócil observador á las lecciones de la esperiencia.
sobre la «última causa mecánica de todo movimiento.»
Fundar una ciencia general de la Naturaleza, en que
formasen un conjunto orgánico todos los elementos, des­
de las lejes de la pesantez basta la fuerza creadora que
preside á los fenómenos de la vida, es ciertamente un pro­
blema brillante j digno de ocupar el entendimiento hu­
mano. Pero el estado de imperfección en que se hallan to­
davía tantas ramas de las ciencias naturales , opone á este
projecto dificultades invencibles. La imposibilidad de com­
pletar nunca la esperiencia , j de limitar la esfera de la ob­
servación, hacen que el problema que consiste en esplicar
todos los cambios de la materia por las lejes de la materia
misma, sea un problema indeterminado. La percepción está
lejos de poder agotar el campo de los fenómenos percepti­
bles. Si limitándonos á los progresos realizados en nuestros
dias, comparárnoslos conocimientos incompletos de Gilbert,
de Roberto Bojle , j de Hales con los que poseemos en la
actualidad; si pensamos al mismo tiempo en la rapidez con
que aumenta la impulsión de diez en diez años, quizás po­
dremos abarcar los cambios periódicos é indefinidos que
permanecen aun h o j en el horizonte de las ciencias natu­
rales. Hánse descubierto nuevas sustancias j nuevas fuer­
zas. Si un gran número de fenómenos, tales como los de-
la luz, el calor, j el electro-magnetismo, han sido re­
feridos á la le j de las ondulaciones, j se prestan b o j al
rigor de las fórmulas matemáticas, otros son quizás inso-
lubles. A este número pertenecen, la diversidad química
de las sustancias, la ley según la cual varían de un plane­
ta á otro, el volúmen, la densidad, la posicion de los gran­
des ejes, la excentricidad de sus órbitas, el número y las
distancias de sus satélites, la forma de los continentes, y la
situación de las mas altas cordilleras de montañas. Esas re­
laciones que ya hemos citado frecuentemente, no pueden
ser consideradas hasta aquí mas que como hechos, pues co­
nocemos únicamente su existencia. Sin embargo, no es una
razón, el que las causas y la relación de esos fenómenos se
ignoren todavía, para que no puedan verse en ellos mas que
accidentes fortuitos. Son el resultado de sucesos realizados
en los espacios celestes desde la formación de nuestro siste­
ma planetario, de fenómenos geológicos que han precedido
ó acompañado al levantamiento de las capas terrestres, de
que se han formado los continentes y las cordilleras de
montañas. No van tan allá nuestros conocimientos en los
primeros tiempos de 3a historia del Mundo, para que poda­
mos referir el estado actual de las cosas, al pasado y al por­
venir (44).
Aunque el lazo de causalidad que une á todos los fenó­
menos no esté conocido todavía suficientemente, el estudio
del Cosmos no puede considerarse como una rama aparte
en el dominio de las ciencias naturales. Mas bien lo abraza
por completo, los fenómenos del cielo, como los de la tier­
ra; pero los abraza bajo un cierto’punto de vista que es aquel
desde donde se puede recomponer mejor el Mundo (45). Así
como para fijar los hechos verificados en la esfera moral y
política, el historiador colocado bajo el punto de vista de la
humanidad, no puede discernir directamente el plan sobre
el cual está regulado el gobierno del Mundo , y se ve redu­
cido á sospechar las ideas por medio de las que se manifies­
ta este plan; así también el observador de la Naturaleza,
considerando las relaciones que unen las diferentes partes
del Universo, se deja llevar al convencimiento de que el nú­
mero de las fuerzas á las cuales deben los objetos movi­
miento, forma ó existencia, está lejos de ser agotado pol­
las que han revelado la contemplación inmediata y el aná­
lisis de los. fenómenos (46).
PRIMERA PARTE.

CONSIDERACION GENERAL
Y

D ISTRIBU CIO N DE LAS MATERIAS.

RESULTADOS DE LA O B S E R V A C IO N .

Tomamos nuevamente nuestro punto de partida en las


profundidades del espacio, en donde se presentan á la vista
del observador armado del telescopio, conjuntos esporádi­
cos de estrellas como pálidas nebulosidades. Be allá bajare­
mos sucesivamente á las estrellas dobles teñidas con fre­
cuencia de dos colores, j girando alrededor de su centro
común de gravedad; despues á los estratos estelares de
que parece estar rodeado nuestro mundo de planetas; des­
cribiremos á seguida ese sistema planetario, j de este modo
llegaremos al planeta mismo que nos sirve de vivienda, al
esferóide terrestre envuelto por el Océano líquido j el Océa­
no gaseoso. -
He demostrado j a en el principio del Cuadro general
de la Naturaleza (47), que este orden de ideas es el único
que puede convenir al carácter propio de una obra que
tiene por asunto el Cosmos. Con efecto, aquí no se trata de
ceñirse á las condiciones lógicas del análisis; el análisis
empezaría por el estudio de los fenómenos orgánicos, en
medio de los cuales vivimos; se elevaría progresivamente
á los movimientos reales de los cuerpos celestes, pasando
por el estudio previo de los movimientos aparentes. Preci­
samente lo contrario de lo que hacemos.
El reino uranológico opuesto al reino telúrico se divide
en dos ramas: una es la astroguosia ó astronomía sideral;
la otra comprende el sistema solar ó planetario. Es inútil
detenerse á señalar aquí, una vez mas, cuán incompletas
y poco satisfactorias son estas divisiones ó esta nomencla­
tura. En las ciencias naturales se han introducido nombres
mucho antes de haber apreciado suficientemente el verda­
dero carácter de sus diversos objetos, y haberlos limitado
de una manera rigorosa (48). Pero no está aquí el pun­
to capital; lo está en el encadenamiento de las ideas y en
el órden según el cual deben ser tratados los diferentes
asuntos. Los cambios en las denominaciones generales, los
nuevos sentidos dados á palabras de frecuente uso, tienen
el inconveniente de desnaturalizar y hasta pueden también
inducir á error.

ASTRO NO M IA S ID E R A L .

Nada hay en el Universo inmóvil; aun las estrellas fijas


se mueven. Halley, el primero, lo ha demostrado respecto de
Sirio, Arturo, Aldébaran; y en nuestros dias han surgido
de todas partespruebas incontestables (49). Desde las obser­
vaciones de Arístilo y de Hiparco, es decir, desde hace 21
siglos, la brillante estrella del Vaquero, Arturo, ha anda­
do sensiblemente en el cielo, con relación á las estrellas
próximas; la desviación es igual á 1 * /2 vez el diámetro
aparente de la Luna. Si la antigüedad nos hubiera legado
observaciones análogas para ^ de Casiopea, y la 61 del
Cisne, podríase hoy, según Encke, probar que esas estre-
lias lian recorrido sóbrela bóveda celeste, y en el mismo
espacio de tiempo, la primera, un arco igual á 3 i/ 2 veces
el diámetro del disco lunar, y la segunda un arco igual
á 6 1/ 2 veces este diámetro. Dejándonos guiar de la ana­
logía puede creerse fundadamente que por todas partes se
verifican movimientos de traslación y aun de revolución.
El nombre de estrellas fijas conduce como se vé á apre­
ciaciones erróneas, ya se le restituya el sentido que primi­
tivamente tenia entre los Griegos, el de astros clavados á
un cielo de cristal, ya se le dé el actual sentido, de origen
mas especialmente romano, el de astros en calma que con­
servan por lo menos su inmovilidad relativa. La primera
de esas dos ideas debia llevar necesariamente á la se­
gunda.
O Toda la antigüedad
O griega
O O ba clasificado los astros:'
en astros errantes y en astros inmóviles (aarpa «Amb/ww ó
■xXavr¡-rá} y Útc?m v e i $ á ffzép sí O á-jvÁ,ars¡ a c v p a j . E sta nOC lO U data de

Anaximenes, filósofo de la escuela jónica, ó del pitagórico


Alcméon (50). Ademas de la denominación generalmente
empleada para las estrellas fijas que Macrobio ba traducido
al latin, en el Sornnhm Scipionis, con el término de sphcera
aplanes (51), hállase con frecuencia en Aristóteles (52),
que parece haber tenido el deseo de introducir un nuevo
término técnico, el nombre de astros fijos (értehptva a*rpa). De
allí salieron sucesivamente las espresiones de Cicerón: si­
tiera infixa cáelo; las de Plinio, stellas quas¡mtamns affixas¿
y aun en Manilio, el término definitivo astra fixa¡ equiva­
lente fiel de lo que entendemos por las Jijas (53). Esta idea
de astros jijados llevó á la idea correlativa de inmovilidad,
de reposo en una misma posicion determinada; así es que
todas las traducciones latinas de la Edad media alteraron
poco á poco la significación original de la palabra infixum
ó afjixum sidus, dejando subsistir únicamente la idea de
inmovilidad. Esta tendencia se dibuja ya en el pasaje si­
guiente, donde Séneca (N at. Quast., 1. VII, c. 24) trata,..
no sin alguna afectación de lenguaje, de la posibilidad de
descubrir un nuevo planeta: «Credis autemin boc máximo
et pulcherrimo corpore inter innumerabiles stellas quse
noctem vario decore distinguunt, quse aera minime va-
cuum et inertem esse patiuntur, quinqué solas esse, qui-
bus exercere se liceat: ceteras stare, fixum et inmobilem
populum?» Ese pueblo tranquilo é inmóvil no se baila en
ninguna parte.
A fin de distribuir cómodamente por grupos los princi­
pales resultados de la observación, y las conclusiones ó
congeturas á que conducen, distinguiré sucesivamente en
la esfera sideral, los puntos siguientes:
I. Espacios celestes; congeturas sobre la materia,que
parece llenar estos espacios.
II. Vision natural y telescópica; centelleo de las estre­
llas; velocidad déla luz; investigaciones fotométricas sobre
la intensidad de la luz emitida por las estrellas.
III. Número, distribución y color de las estrellas; cons­
telaciones; Via láctea en la cual se encuentran muy pocas
nebulosas.
IV. Estrellas nuevas: estrellas que han desaparecido:
estrellas cuyo brillo varia de una manera periódica.
V. Movimientos propios de las estrellas; existencia pro­
blemática de los astros oscuros; paralaje y medida de la
distancia de algunas estrellas.
VI. Estrellas dobles y tiempo de su revolución alrede­
dor de su centro común de gravedad.
VII. Nebulosas mezcladas á veces como en las nubes
de Magallanes, con un gran número de constelaciones;
manchas negras (sacos de carbón) que se ven en algunas
regiones de la bóveda celeste.
E S P A C IO S CELESTES.

C O NJET URAS ACE R C A DE LA M ATERIA QUE PARECE LLENAR

ESOS E S P A C IO S .

Cuando se empieza la descripción física del Universo


por la materia, inaccesible á los sentidos, que parece llenar
los espacios celestes comprendidos entre los astros mas le­
janos, entra el deseo de asimilar este principio á los oríge-
. nes míticos de la historia del Mundo. En la série indefinida
de los tiempos, como en los espacios ilimitados, aparece to­
do envuelto en sombras, como un falso crepúsculo; y la
imaginación se siente entonces animada para deducir por
sí misma los contornos, y precisar las formas indetermina­
das y variables (54). Tan franca declaraeion bastará indu­
dablemente para ponerme á cubierto de toda censura, por
mezclar aqui los resultados de inducciones incompletas con
teorías elevadas á una verdadera certeza matemática por la
observación y las medidas directas. Ciertamente que es
preciso relegar las fantasías á lo que podría llamarse la no­
vela de la Astronomía física; pero también es necesario dis­
tinguir entre esas fantasías y las cuestiones intimamente
unidas al estado actual y á las esperanzas científicas. Los
astrónomos mas eminentes de nuestra época han estimado
dignas de un detenido exámen estas cuestiones, j los es­
píritus acostumbrados á los trabajos intelectuales siempre
se detendrán con gusto en ellas.
La gravitación ó la pesantez universal, la luz j las irra­
diaciones del calor (55) nos ponen en relación, según todas
las probabilidades, no solamente con nuestro Sol, sino que
también con los demás soles estraños que brillan en el fir­
mamento. Por otra parte, la armonía entre el cálculo j la
observación ha confirmado un descubrimiento capital, el
de la resistencia sensible que un fluido, de que el Universo
viene á estar lleno , opone á la marcha del cometa perió­
dico de 3 años j 3/ 4 de año. De esta manera, partiendo de
algunos puntos reconocidos, fundándose para lo demás en
la analogía razonada, puede esperarse lleguen á estrecharse
las distancias entre la certeza matemática y las simples
conjeturas que van siempre á perderse en los límites estre­
ñios y nebulosos de todo dominio científico.
Puesto que el espacio es indefinido, haj a dicho lo que
quiera Aristóteles (56), únicamente es posible la medida
de las partes aisladas; ahora bien; los resultados de esas
medidas han confundido toda nuestra fuerza de compren­
sión. Muchos espíritus esperimentan una alegría infantil
pensando en esos grandes números, j aun creen que las
imágenes de la grandeza física, escitando el asombro j casi
la estupefacción, pueden aumentar la impresión producida
en nuestras almas por el poder j la dignidad de los estu­
dios astronómicos. La distancia del Sol á la 61 del Cisne,
es de 657,000 rádios de la órbita terrestre; la luz que llega
á la Tierra del Sol en 8 ' 17", 78, emplea mas de 10 años
en recorrer este espacio. Según una ingeniosa discusión
de ciertas evaluaciones fotométricas (57), Juan Herschell
ha pensado que algunas estrellas de la Via láctea, visibles
únicamente con su telescopio de 6 metros, están situadas á
una distancia tal que si esas estrellas fuesen astros nueva­
mente formados, hubieran sido necesarios 2,000 años para
que llegase hasta nosotros su primer rajo de luz. Es im­
posible adquirir la intuición completa de semejantes rela­
ciones numéricas; malógranse todas las tentativas, j a por
magnitud de la unidad á que se refieren esas distancias,
j a por la del mismo número que espresa la repetición de
esas unidades. Bessel decia con razón (58): «El espacio re­
corrido por la luz durante un solo año, escede el alcance
de nuestras facultades intuitivas lo mismo que el espacio
recorrido durante 10 años.» Serian vanos los esfuerzos
que se intentaran para hacer sensible toda magnitud nota­
blemente superior á aquellas con que tenemos ocasion de
familiarizarnos en la Tierra. La fuerza de los números con*
funde, por otra parte, nuestra comprensión en los menores
organismos de la vida animal, como en la Via láctea, for­
mada de esos soles que llamamos estrellas fijas. Con efecto,
es enorme la cantidad de Politalamios que puede contener,
según Ehrenberg, una capa delgada de creta. En una sola
pulgada cúbica de un trípoli que forma, en Bilin, una ca­
pa de 13 metros de espesor, se han contado hasta ahora
4!,000 millones de Galionelas ( Qalionella distans)-. el mis­
mo volúmen del trípoli contiene mas de 1 billón 750,000
millones de individuos de la especie llamada Galionella
ferruginea (59). Esos números llevan al espíritu al proble­
ma del Arenario de Arquimedes (^au/ur^); al número de
granos de arena que serian necesarios para llenar el Uni­
verso. La impresión producida por esas cifras, símbolo de
la inmensidad en el espacio ó en el tiempo, recuerda al
hombre su pequeñez, su debilidad .física, su efímera exis­
tencia; pero bien pronto se reanima confiado j segu ­
ro por la conciencia de lo que ha hecho j a para revelar
la armonía del Mundo j las lejes generales de la Na-
raleza.
Si la propagación sucesiva de la luz, si el modo partí-
cular de debilitamiento al cual parece sometida su intensi­
dad, si el medio resistente de que tenemos conocimiento por
las revoluciones cada vez mas rápidas del cometa de Encke
y por la dispersión de las colas gigantescas de numerosos
cometas, indican bastante que los espacios celestes no están
vacíos, sino llenos de una materia cualquiera, prudente es,
sin embargo, precisar el sentido de ciertas palabras y bus­
car su origen, antes de emplear las denominaciones un pe­
co vagas necesariamente que sirven para designar esta
materia. Entre los términos de materia cósmica (no la ma­
teria brillante de las nebulosas), medio sideral ó planetario,
éter universal, empleados hoy, el último, que se remonta á
los tiempos mas atrasados, originario de las comarcas me­
ridionales y occidentales del Asia, ha cambiado frecuente­
mente de significación en el trascurso de los siglos. Entre
ios filósofos indios el éter {dka sa) formaba parte del reino
de los cinco (jiantschatá) ; era uno de los cinco elementos,
un fluido de una tenuidad incomparable, penetrando el
mundo entero, fuente de la vida universal, y conductor
del sonido (61). Según Bopp, «la acepción etimológica de
dka sa es luminoso, brillante^ esta palabra está pues en una
tan íntima relación con el éter de los griegos, como lo está
la luz con el fuego.»
El éter de la escuela jónica, de Anaxágoras y de Em-
pédocles ( aidr¡p ) , era diferente por completo del aire, pro­
piamente dicho (cuy>), sustancia menos delicada, cargada
de pesados vapores, que rodea la Tierra, y llega, quizás,
hasta la Luna. Era «de naturaleza ígnea, un verdadero
aire de fuego, radiante de luz (62), dotado de una estre­
mada tenuidad y de una actividad eterna». Esta definición
corresponde á la verdadera etimología (aitoiv , quemar) que
mas tarde alteraron Platón y Aristóteles de un modo bien
estraño, cuando quisieron, llevados de su afición por las
concepciones mecánicas y jugando con las palabras ( aa 0£<«7),
encontrar en ellas el sentido de rotacion perpétua y de mo­
vimiento circular (63). Los antiguos no se habian podido
inspirar para la concepción del éter en una analogía cual­
quiera con el aire de las montañas, mas puro y menos car­
gado de vapores que el aire de las regiones inferiores; no
habian pensado tampoco en la rarefacción progresiva de las
capas atmosféricas, y como por otra parte sus elementos es­
presaban los diferentes estados físicos de la materia, sin te­
ner relación alguna con la naturaleza química de los cuer­
pos (cuerpos no descomponibles), es preciso buscar el ori­
gen de sus ideas acerca del éter, en la oposicion normal y
primitiva de lo pesado con lo lijero, de lo lajo con lo alto,
de la tierra con el fuego. Entre estos dos términos estremos
babia otros dos estados elementales; el agua, mas próxima
á la tierra pesada; el aire, mas semejante al fuego lije­
ro (64).
El éter de Empédocles, considerado como un medio,
ocupando materialmente el Universo, solo por su estremada
tenuidad, tiene analogía con el éter cuyas vibraciones
trasversales esplican tan perfectamente en las concepcio­
nes puramente matemáticas de la física moderna, la propa­
gación y las propiedades de la luz, tales como la doble
refracción, la polarización, las interferencias. Pero la filoso­
fía de Aristóteles anadia á esta simple nocion, que la ma­
teria etérea penetraba todos los organismos vivientes de la
tierra, así las plantas como los animales; que en ella residía
ei principio del calor vital y aun el gérmen de una esencia
espiritual que, distinta del cuerpo, dotaba á los hombres,
de espontaneidad (65). Estas concepciones hacían descen­
der el éter desde las regiones del Cielo álas de la Tierra; lo>
presentaban como una sustancia estremadamente sutil, pe­
netrando sin cesar en la atmósfera y cuerpos sólidos; aná­
logo en todo, en una palabra,al éter de Huygens, de Hoo-
ke y de los físicos modernos, al éter que propaga la luz
T í'110 I II . Ti
por sus ondulaciones. Pero lo que establece desde luego una
diferencia entre las dos hipótesis del éter jónico j del éter
moderno, es que los filósofos griegos, escepto Aristóteles,
que no participaba del todo de esta opinion, atribuían al
éter la facultad de brillar por sí mismo. El éter ígneo de
Empédocles recibe espresamente el nombre de luminoso
( {.LO.lí<pOLVOOT>); durante ciertos fenómenos los habitantes de la
Tierra veíanle brillar, como el fuego, á través delashendi-
puras ( xá-e^aza ) del firmamento (66).
En la época en que se siguen en todas direcciones las
relaciones de la luz con el calor, la electricidad y el mag­
netismo, hay una tendencia natural hácia la esplicacion de
los fenómenos térmicos y electro-magnéticos por vibracio­
nes análogas á esas ondas trasversales del éter universal
á las que j a se refieren todos los fenómenos de la luz.
Bajo este respecto puede decirse, que se reservan al por­
venir grandes descubrimientos. La luz j el calor radiante,
que le es inseparable, constitu je n para los cuerpos celestes
que no tienen brillo propio, la base principal de toda vida
orgánica (67). Y aun lejos de la superficie, allí donde el ca­
lor penetra en el interior de la corteza terrestre, engendra
corrientes electro-magnéticas, las cuales á su vez, provo­
can acciones químicas de descomposición j recomposicion,
dirigen las lentas formaciones del reino mineral, obran so­
bre las perturbaciones de la atmósfera j ejercen su influen­
cia hasta en las funciones vitales de todos los séres organi­
zados. Si la electricidad en movimiento da origen á las
fuerzas magnéticas; si es preciso creer con Guillermo Hers-
chell (68), que el Sol mismo se halla «en el estado de au­
rora boreal perpétua,» jo diré á mi vez, casi en el estado
de perpétua tormenta electro-magnética, ¿sería aventurado
pensar también que la luz, propagándose eñ el espacio por
las ondulaciones del éter, debe ir acompañada de fenóme­
nos electro-magnéticos?
Nada, en verdad, ha revelado hasta aquí en los cam­
bios periódicos de la inclinación, de la declinación y de la
intensidad, que el magnetismo terrestre esté colocado bajo
la influencia de las distintas posiciones del Sol ó de la
Luna (0). La polaridad magnética de la Tierra no ofrece
anomalía alguna relativa á una causa semejante y capaz,
por ejemplo, de afectar de una manera sensible la precesión
de los equinoccios (69). Un solo fenómeno de este orden
puede citarse : el movimiento de oscilación ó de rotacion
tan notable, que el conoluminoso del cometa de Halley pre­
sentó en 1835. Bessell, por lo menos, despues de haber ob­
servado esas apariencias desde el 12 al 22 de octubre «se
convenció de la existencia de una fuerza polar absoluta­
mente distinta de toda gravitación, porque la materia que
formaba la cola del cometa esperimentaba, por parte del
Sol, una acción repulsiva (70)».
Los efectos del calor radiante en los espacios celestes
parecerán menos problemáticos que la influencia atribuida
aquí al electro-magnetismo. La temperatura de esos espa­
cios es, según Fourier y Poisson, resultado de las irradia­
ciones del Sol y de todos los astros; irradiaciones disminui­
das por la absorcion que esperimenta el calor ál atravesar el
espacio «lleno de éter (71).» El calor de origen estelar ha­
bía sido indicado ya bajo muchas formas por los antiguos
griegos y romanos (72); no porque siguieran la opinion
dominante en virtud de la cual, los astros ocupaban la re­
gión ígnea del éter, si no porque atribuían á los astros mis­
mos una naturaleza ígnea (73). Aristarco de Samos habia
enseñado ya que las estrellas y eLSol eran de una sola y
misma naturaleza.
El interés que habían dado ios trabajos de los dos gran-

(a) V é a n s e las Observaciones com plem entarias , pág-. 3G4 de la p r im e ra


p a r te del tomo III.
des geómetras franceses, cu jo s nombres acabo de citar, al
problema de determinar de un modo aproximado la tempe­
ratura de los espacios celestes, ha llegado á ser mucho mas
vivo en los últimos tiempos, cuando se ha comprendido toda
la importancia del papel que la irradiación de la superficie
terrestre hacia el Cielo, representa en los conjuntos de los
fenómenos térmicos, y aun puede decirse que en las con­
diciones de habitabilidad de nuestro planeta. Según la Teo­
ría analítica del calor de Fourier, la temperatura de los es­
pacios planetarios ó celestes debe ser inferior en poco á la
temperatura media de los polos. Quizás esta, por debajo del
mayor frió que se haya observado en las comarcas polares;
en su consecuencia, Fourier la evalúa en — 50° ó — 60°.
El polo glacial, es decir, el punto en que se producen
las mas bajas temperaturas, no coincide mas con el polo
de rotacion, que el ecuador termal, línea formada por los
puntos mas cálidos de todos los meridianos, con el ecuador
geográfico. La temperatura del polo norte, por ejemplo,
deducida por extrapolación de la marcha de las temperatu­
ras medias en las localidades próximas á él, es de — 25° se­
gún Arago, mientras que el capitan Back midió en Enero
de 1834 un mínimum de temperatura de — 56°, 6, en el
fuerte Rebanee , á los 62° 46' de latitud (74). La tempera­
tura mas baja de cuantas se han medido en la Tierra es po­
sitivamente la observada por Neveroffen Iakoutsk el 21 de
Enero de 1838, á los 62° 2' de latitud. Sus instrumentos
habian sido comparados á los de Middendorf cu jos trabajos
son todos tan exactos. Neveroff halló — 60°.
Una de las numerosas causas de la incertidumbre que
afecta la evaluación numérica de la temperatura del espa­
cio, proviene de que no ha sido posible llevar á esta opera­
ción los datos relativos á los polos de frió de los dos hemis­
ferios ; y esto porque la meteorología del polo austral es aun
muv poco conocida para permitirnos deducir de ella la
temperatura media del año hácia ese polo. En cuanto á la
opinion emitida por Poisson según la cual las distintas re­
giones del espacio tienen temperaturas m u j diferentes, de
suerte que el globo terrestre, arrastrado por el movimiento
de traslación general del sistema solar , recorre sucesiva­
mente regiones cálidas j regiones frias, j recibe así su
calor interno del exterior (75), no puede tener para mí mas
que un grado de verosimilitud m u j pequeño.
Respecto á saber si la temperatura del espacio , ó el cli­
ma de ciertas regiones celestes, puede esperimentar, an­
dando los siglos, variaciones considerables, cuestión es que
depende principalmente de la solucion de aquel otro pro­
blema propuesto por Guillermo Herschell: ¿están sometidas
las nebulosas á trasformaciones progresivas? La materia
cósmica que las forma, ¿se condensa alrededor de uno ó de
mucbos núcleos, obedeciendo á las le je s de la atracción?
Semejante condensación déla materia nebulosa, deberia dar
lugar, con efecto, á una producción de calor, como el paso
de los cuerposdel estadofluido ó líquido al estado sólido (76).
Pero si es un hecho, como se cree h o j j como lo prueban .
las importantes observaciones de Rosse j de Bond, que to­
das las nebulosas, comprendiendo aquellas c u ja resolución
no ha podido aun efectuar la potencia de los mas grandes
telescopios, son constelaciones escesivamente apretadas, es­
ta creencia hácia una producción de calor perpétuamente
creciente debe quebrantarse un poco. No perdamos de vis­
ta, sin embargo, otras consideraciones menos desfavorables
á esta tesis. Pequeños astros sólidos, c u ja aglomeración
produce en nuestros anteojos el efecto de un continuo res­
plandor, podrian esperimentar variaciones de densidad á
medida que fueran agrupándose en cantidades de masa ma-
jo r. Ademas, numerosos hechos comprobados en nuestro
propio sistema solar, esplican fácilmente la formación de los
planetas j su calor interno por el tránsito del estado ga-
seoso al estado sólido, y por la condensación progresiva de
la materia aglomerada en esferoides.
A primera vista estrañará oir hablar de la influencia re­
lativamente beneficiosa que la espantosa temperatura del es­
pacio, inferior al punto de congelación del mercurio, ejerce
de una manera indirecta, es cierto, sobre los climas habi­
tables de la tierra y sobre la vida de los animales ó de las
plantas. Para comprender lo exacto de esta espresion, bas­
ta, sin embargo, reflexionar sobre los efectos de la irradia­
ción. La superficie de la Tierra calentada por el Sol y aun
la atmósfera hasta sus capas superiores, irradian libremente
hácia el cielo. La pérdida de calor que resulta depende, casi
esclusivamente de la diferencia de temperatura entre los
espacios celestes y las últimas capas de aire. ¡Qué enorme
pérdida de calor no esperimentariamos, por este camino,
si la temperatura del espacio, en vez de ser de — 60°, es­
tuviese reducida á — 800°, por ejemplo, ó á 1,000 veces
menos aun (77)!
Quedan por desarrollar dos consideraciones relativas á
la existencia de un fluido que pudiera llenar el Universo. La
primera y mas infundada descansa en la trasparencia im­
perfecta del espacio. La otra, indicada por las revoluciones
regularmente acortadas del cometa de Encke , se apoya en
observaciones inmediatas y está sujeta á los números. En
Brema, Olbers, y Luis de Cheseaux, en Ginebra, ochenta
años antes, según Struve fijaron ese dilema (78). Puesto que
es imposible imaginar, á causa del espacio infinito, un solo
punto de la bóveda celeste que no deba presentarnos una
estrella, es decir, un sol, preciso es admitir esta alternati­
va: ó la bóveda entera del cielo debéria parecemos tan bri­
llante como el S o l, si la luz llega sin debilitarse á nosotros,
ó puesto que el Cielo está muy lejos de presentar este bri­
llo , es preciso atribuir al espacio el poder de debilitar la
luz en mayor razón que el cuadrado de la distancia. Ahora
bien: como la primera alternativa no se ha realizado, como
no vemos brillar al Cielo con el resplandor uniforme que
sirve de argumento á Halle j para apoj a r otra hipótesis (79),
es necesario admitir desde luego, con Cheseaux, Olbers v
Struve que el espacio carece de trasparencia absoluta. Las
medidas estelares de Guillermo Herschell (80), j otras in­
geniosas investigaciones del mismo observador sobre la fuer­
za de penetración de sus grandes telescopios, parecen demos­
trar que si la luz de Sirio se debilitase en su carrera, solo
en ysoo, por la interposición de un medio cualquiera, esta
simple hipótesis de un fluido ó de un éter capaz de absor­
ber en un grado tan pequeño los rajos luminosos, seria bas­
tante para esplicar todas las apariencias actuales. Entre las
dudas que el célebre autor de las Outlines o f Astronomy ha
opuesto á las ideas de Olbers j de S truve, una de las mas
importantes descansa en que su telescopio de 6 metros
le permite ver en la m ajor parte de la Via láctea, las es­
trellas mas pequeñas projectadas sobre un fondo negro (81).
• He dejado dicho que la marcha del cometa de Encke
j los resultados á que condujo este estudio á mi sábio ami­
go, podían probar de una manera mas directa j mas cierta
la existencia de un fluido resistente (82). Peró es necesario
representarse ese medio como de naturaleza distinta á la
del éter, que forma parte de toda materia. Con efecto, este
medio no resiste mas porque no podría penetrar en todo.
Para esplicar la disminución del tiempo.periódico j del eje
m ajor de la elipse descrita por este cometa, seria preciso
una acción, una fuerza tangencial; ahora bien: la hipótesis
de un fluido resistente es precisamente la en que esta fuerza
se presenta de la m anera mas natural (83). El efecto mas
sensible se esperimenta 25 dias antes j 25 dias despues del
paso de este cometa por su perielio. H a j, pues, algo de
variable en esta resistencia, j esta variabilidad se esplica
tam bién, puesto que las capas estremadamente raras del
medio resistente, deben gravitar hácia el Sol j llegar á ser
cada vez mas densas en la proximidad de este astro. Olbers
iba mas lejos (84): pensaba que el fluido no podía perma­
necer en reposo,* que debía girar alrededor del Sol con un
movimiento directo, j que la resistencia opuesta por ese
fluido á los movimientos del cometa directo de Encke debía
ser m u j diferente del efecto producido sobre los de un co­
meta retrógrado como el de H allej. Pero cuando se trata
de cometas de largo período, el cálculo de las perturba­
ciones complica los resultados. Por otra parte, las diferen­
cias de masa j de magnitud de los cometas impiden dis­
tinguir la parte que pertenece á cada influencia.
Tal vez la materia nebulosa que forma el anillo de la
luz zodiacal, no es, según dice Juan Herschell, sino la
parte mas densa de ese medio cuya resistencia se hace sen­
tir en la marcha de los cometas (85). Aun cuando estuviera
probado que las nebulosas se reducen todas á simples cons­
telaciones visibles imperfectamente, no dejaría por eso de
constar como un hecho, que un número inmenso de come­
tas abandonan continuamente materia á los espacios celes­
tes por la disipación de sus enormes colas c u ja longitud
ha podido llegar j esceder á 10.000.000 de miriámetros.
Arago, fundado en ingeniosas consideraciones ópticas, ha
demostrado (86) cómo las estrellas variables que arrojan
la luz blanca sin visos de coloracion sensible en sus dife­
rentes fases, podrían suministrar un medio de determinar
el límite superior de la densidad probable del éter, admi­
tiendo, sin embargo, que ese éter posejera un poder re-
fringente capaz de asimilarse al de los gases terrestres.
Esta teoría de un medio etéreo llenando el Universo,
está en íntima relación con otra cuestión iniciada por Wo-
llaston acerca del límite de la atmósfera (87), límite c u ja
altura no debe en caso alguno esceder del punto en que la
electricidad específica del aire equilibra á la pesantez. F a-
raday ha hecho ingeniosas investigaciones acerca del límite
de la atmósfera del mercurio, determinada por la altura
á que los vapores mercuriales dejan de adherirse á una
hoja de oro y precipitarse en ella. Esos trabajos han dado
mas importancia á la hipótesis según la cual el límite es­
tremo de la atmósfera estaría perfectamente determinado y
«semejante á la superficie del mar.» Cualquiera que sea
este límite estremo ¿pueden penetrar en la atmósfera sus­
tancias análogas á los gases, y de origen cósmico, mezclarse
á ella é influir en los fenómenos meteorológicos? Newton
trató esta cuestión, y se inclinaba afirmativamente respecto
de ella (88).
Si pueden considerarse las estrellas errantes y las pie­
dras meteóricas como verdaderos asteroides planetarios,
puede admitirse también que durante las apariciones de no­
viembre (89), en 1799, 1833 y 1834, cuando millares de
estrellas errantes acompañadas de auroras boreales tacho­
naban el firmamento, la atmósfera debió recibir de los es­
pacios algo estraño que pudo prepararla al desarrollo de los
fenómenos electro-magnéticos.
VISIO N N A T U R A L Y T E L E S C O P I C A . — C EN TELLEO D E LAS E S T R E L L A S . —

V E L O C ID A D D E LA L U Z .— RESULTADOS DE LA S IWEDIDAS F O T O -

M ETR IC A S

El descubrimiento del telescopio realizado hace dos si­


glos j medio, dió á la vista, órgano de la contemplación
del Universo, una fuerza enorme para penetrar en el es­
pacio, estudiar la forma de los astros, j llevar la investiga­
ción hasta las propiedades físicas de los planetas y de sus
satélites. El primer anteojo fue construido en 1608, siete
años despues déla muerte del gran observador Ticho. Nu­
merosas conquistas debidas á este invento, precedieron á la
aplicación que se hizo de él á los instrumentos de medida.
Habíanse j a descubierto sucesivamente los satélites de Jú ­
piter, las manchas del Sol, las fases de Venus, la entonces
llamada triplicidad de Saturno, las constelaciones telescó­
picas j la nebulosa de Andrómeda (90), cuando al astró­
nomo francés Morin, j a célebre por sus trabajos sobre los
problemas de las longitudes , ocurriósele la idea de fijar un
anteojo á la alidada de un instrumento destinado á medir
ángulos, tratando de ver en pleno dia á Arturo (91). El
rigor que se ha sabido dar despues á las divisiones de los
círculos, tuvo por resultado aumentar la precisión délas
observaciones; pero esta ventaja se hubiera perdido, si por
medio de la unión de los instrumentos ópticos con los apa­
ratos astronómicos, no se hubiera dado el mismo grado de
perfección á la exactitud de la mirada y á la de la medida
de los ángulos. Seis años despues, en 1640, el joven y
hábil Gascoigne completó este descubrimiento y le diótodo
su valor colocando en el foco del anteojo un retículo forma­
do de hilos separados (9*2).
Así, la aplicación del telescopio al arte de ver y de
medir, no va mas allá de los últimos 240 años de la histo­
ria de las ciencias astronómicas. Escluyendo la época cal­
dea, la de los Egipcios y la de los Chinos, quedan todavía
mas de diez y nueve siglos, contados desde Arístiles y Ti-
mocaris hasta el descubrimiento de Galileo, durante los
cuales la posicion y el curso de los astros fueron observados
constantemente á simple vista. Cuando se consideran las
numerosas trasformaciones porque debió pasar el progreso
de las ideas durante este largo período entre los pueblos
que habitaron las-riberas del mar Mediterráneo, admira
todo lo que vieron Hiparco y Tolomeo sobre la precesión
de los equinoccios, los movimientos complicados de los
planetas, las dos principales desigualdades de la Luna y
los lugares de las estrellas; todo lo descubierto por Copér­
nico referente al sistema del Mundo; todo lo que empezó á
hacer Ticho para restaurar la astronomía práctica y llegar á
la perfección de sus métodos; sorprende, repito, que tantos
trabajos y progresos hayan precedido al descubrimiento de
la visión telescópica. Largos tubos , empleados quizás por
los antiguos, y de los que se sirvieron los árabes para di­
rigir visuales á través de los dióptricos ó las aberturas de
sus alidadas, pudieron en verdad mejorar hasta cierto
# punto las observaciones. Abul Hassan habla en términos
precisos de tubos á cuya estremidad fijábanse los dilatado-
res oculares y objetivos, y esta disposición estaba también
en uso en Meragha, donde se habia fundado un observa-
torio por Hulagu. ¿De qué manera favorecían estos tubos
el descubrimiento de las estrellas en el crepúsculo y su
mas pronta y fácil distinción? Una observación de Arago lo
esplica. Esos tubos suprimen una gran parte de la luz difu­
sa que proviene de las capas atmosféricas colocadas entre el
ojo y el astro observado; protejen la vista aun durante la
nocbe contra la impresión lateral que producen las partícu­
las de aire débilmente iluminadas por el conjunto de los as­
tros del firmamento. La intensidad de la imágen luminosa
y las dimensiones aparentes de las estrellas se ensanchan
también entonces de una manera sensible. En un pasaje
muy corregido y controvertido en donde Estrabon habla
de la visión á través de los tubos, se trata de «la figura
amplificada de los astros.» Es evidente que no tiene razón
de ser la alusión que se ha creído iba envuelta en estas pa­
labras respecto de los efectos de los instrumentos refrac­
tores (94).
Cualquiera que sea el origen de la luz, ya produ­
cida directamente por el Sol, ya reflejada por los planetas,
bien emane de las estrellas ó de la madera podrida, bien de
la actividad vital de las luciérnagas, siempre obedece de la
misma manera á las leyes de la refracción (95). Pero si se
someten al análisis prismático luces de diversos orígenes y
que provengan del Sol ó de las estrellas, por ejemplo, pre­
sentan diferencias en la posicion de las rayas oscuras que
descubrió Wollaston en el espectro solar en 1808, y cuya
posicion fue determinada por Frauenhofer con tanta exac­
titud doce años despues. Frauenhofer habia contado 600
de esas rayas oscuras que son propiamente hablando lagu­
nas, interrupciones, y partes deficientes en el espectro. Su
número se eleva á mas de 2,000 en las bellas investigá- ^
ciones que hizo David Brewster en 1833 por medio del
óxido de ázoe. Habíase observado la falta de ciertas rayas
en el espectro solar en determinadas épocas del año; pero
Brewster lia demostrado que este fenómeno depende de la
altura del Sol, j puede esplicarse por la absorcion variable
que la atmósfera ejerce sobre los rajos luminosos.
Como era de esperar se lian reconocido todas las parti­
cularidades del espectro solar en los espectros formados con
la luz de igual origen que la Luna, Venus, Marte, ó las
nubes reflejan hácia nosotros. Por el contrario las rajas del
espectro de Sirio difieren de las del Sol j de las demás es­
trellas. Castor presenta rajas distintas á las de Polux j
Procion. Estas diferencias indicadas j a por Frauenhofer,
fueron confirmadas por Amici, á quien se debe también la
ingeniosa observación de que las rajas negras del espectro
difieren aun entre las estrellas c u ja luz es b o j de un blan­
co poco dudoso. Abrese aquí, pues, un ancho campo á las
investigaciones del porvenir (96), puesto que queda todavía
por distinguir en los hechos adquiridos la parte que puede
pertenecer á las acciones estrañas, á la acción absorbente
de la atmosfera, por ejemplo.
Otro fenómeno en el que las propiedades esenciales de
la luz ejercen una influencia considerable, h a j que citar
aqui. La luz de los cuerpos sólidos hechos luminosos por el
calor, j la de la chispa eléctrica presentan grandes dife­
rencias en el número j la posicion de las rajas de Frauen-
hofer. Estas diferencias son aun majores, según las notables
investigaciones que Wheatstone ha llevado á cabo, por me­
dio de su espejo giratorio, acerca de la velocidad de la luz
producida por la electricidad del frotamiento; esta veloci­
dad estaria en tal caso con la de la luz solar en la relación
de 3 á 2, puesto que.se ha evaluado en 46,000 miriáme-
tros por segundo.
Malus llegó al descubrimiento de la polarización en el
año 1808 (97), pensando sobre un fenómeno que acciden­
talmente le habian presentado los rajos del Sol poniente
reflejados por las ventanas del palacio de Luxemburgo.
Este descubrimiente dio enseguida nueva vida á todas las
partes de la óptica. En él está el gérmende esas profundas
investigaciones sóbrela doble refracción, la polarización or­
dinaria (la de Huygens) y la polarización cromática cuyos
fecundos resultados proporcionaron al observador el medio
de distinguir la luz directa de la luz reflejada (98), pene­
trar el secreto de la constitución del Sol y de sus capas
luminosas (99), medir las gradaciones mas pequeñas de la
presión y de la propiedad higrométrica delascapas de aire,
distinguir los escollos en el fondo del mar por medio de
una plancha sencilla de turmalina (100), y aun el poder
juzgar anticipadamente á imitación de Newton la compo-
sicion química de ciertas sustancias según sus propiedades
ópticas (1). Basta citar los nombres de Airy, Arago, Biot,
Brewster, Cauchy, Faraday, Fresnel, Juan Herschell,
Lloyd, Malus, Neumann,- Plateau, Seebeck, para recordar
al lector una série de brillantes descubrimientos y las fe­
lices aplicaciones de que fueron causa. La senda además
estaba abierta, y quizás no sea esto bastante decir, por los
trabajos de un hombre de génio, de Thomas Young. Elpola-
riscopo de Arago y la observación de las frangas de difrac­
ción coloreadas que resultan de la interferencia, han llega­
do á ser un medio usual de investigación (2). En esta nueva
y fecunda via ha hecho la meteorología tantos progresos por
lo menos como la parte física de la astronomía.
Cualesquiera que sean las diferencias que presente la
fuerza de la vista entre los hombres, hay en esto, sin em­
bargo, cierto medio de aptitud orgánica, medio que ha per­
manecido sensiblemente el mismo en la raza humana desde
los antiguos tiempos de Grecia y de Roma. Las estrellas
de las Pléyadas atestiguan esta invariabilidad demostrando
que las estrellas estimadas de 7.a magnitud por los astró­
nomos escapaban hace miles de años como hoy á las mira­
das de alcance ordinario. El grupo de las Pléyadas com­
prende: una estrella de 3.a magnitud, Alción; dos de 4.a,
Electro y Atlas; tres de 5.a, Mérope, Masia y Taigetes;
dos de 6 .a á 7,a magnitud, Pleiona y Celeno; una de 7.a á
8 .a magnitud, Asterope, y un gran numero de estrellas te­
lescópicas muy pequeñas. Me sirvo aquí de las denomina­
ciones actuales porque entre los antiguos no se aplicaban
todos los nombres igualmente á las mismas estrellas. Solo
se distinguen fácilmente las seis primeras estrellas de
3.a, 4.a y 5.a magnitud (3): Qme septem dici, sex autem
esse solent, dice Ovidio (Fast. IV, 170). Suponíase que
Mérope, una de lashijas de Atlas, única que se desposó con
un mortal, se habia ocultado avergonzada, ó mejor dicho
habia desaparecido por completo. Probablemente era la es­
trella de 6 .a á 7.a magnitud, llamada hoy Celeno; porque
Hiparco hace observar en su Comentario sobre Arato, que
en las noches serenas y sin luna se distinguían efectiva­
mente siete estrellas. Luego entonces veíase á Celeno. En
cuanto á la otra estrella de igual magnitud, Pleiona, está
muy cerca de Atlas que es de 4 .a magnitud.
La pequeña estrella Alcor, colocada según Triesnecker.
á una distancia de Mizar de 11' 48", en la cola de la Osa
Mayor, es de 5.a magnitud según Argelander; pero aparece
como eclipsada por el brillo de Mizar.. Los Arabes la habian
denominado Saidak, es decir, la prueba, porque «servíanse
de ella para probar el alcance déla vista;» según espresion
de Karwini, astrónomo persa (4). Bajo los trópicos percibía
yo á simple vista todas las tardes á Alcor, á pesar de la pe­
queña altura de la Osa Mayor, pero hallábame entonces en
la costa no lluviosa de Cumana ó sobre las mesetas de las
Cordilleras, á 4,000 metros sobre el nivel del mar. Rara vez
he visto esta estrella en Europa ó en las estepas del norte
del Asia donde es tan seco el aire?>y todavía no estoy se­
guro de reconocerla. Según una observación exactísima
de Msedler. el límite de distancia á partir del cual no pue­
den ser distinguidas una de otra dos estrellas á simple vis­
ta, depende de su brillo relativo. Por ejemplo, la vista se­
para sin esfuerzo las dos estrellas de 3.a yde 4 .a magnitud,
designadas bajo el nombre de «, del Capricornio: su mútua
distancia es de 6 minutos y medio. Cuando el aire es muy
p uro, Galle cree distinguir todavía á simple vista la 2 y
la 5.a de la L ira , cuya distancia es de 3 minutos y me­
dio; y esto porque esas estrellas son ambas de 4 .a magni-
nitud. Por el contrario, si los satélites de Júpiter son imper­
ceptibles á simple vista es necesario buscar la razón de ello
principalmente en la superioridad debrillo del planeta. Debo
añadirá pesar de las afirmaciones en contrario, que esos sa­
télites nopueden asimilarse todos por el brillo á estrellas de 5.a
magnitud. Nuevas comparaciones hechas por mi amigo el
doctor Galle con estrellas cercanas, han probado que el ter­
cer satélite, es decir el mas brillante, es todo lo mas de
5.a á 6.a magnitud, y que los otros cuya luz es variable,
oscilan entre el 6 .° y 7.° orden de brillo. Pueden, sin em­
bargo, citarse ejemplos de personas que han visto sin anteojo
los satélites de Júpiter; pero esas personas estaban dotadas
de una vista estraordinaria, y les era dado distinguir á sim­
ple vista la’s estrellas inferiores á la 6.a magnitud. La dis­
tancia angular del satélite mas brillante (el tercero) al cen­
tro del planeta es de 4' 42"; ladel cuarto esde 8' 16".Esos
satélites tienen frecuentemente mas brillo que el planeta,
en igualdad de superficie (5); algunas veces, por el contra­
rio, parecen, según observaciones mas recientes, como
manchas grises sobre el disco de Júpiter.
La longitud de los rayos que parecen emanar de los
planetas ó de las estrellas, puede evaluarse en 5 ó 6 m inu­
tos cuando se los mira á simple vista. Las colas ó rayos di­
vergentes que sirvieron en todo tiempo, y especialmente
entre los Egipcios, para simbolizar los astros, no son mas,
según Hassenfratz, que los cáusticos del cristalino, forma­
dos por los rajos refractados. «La imágen de una estrella
que se distingue á simple vista, está aumentada por esos
rajos parásitos; ocupa en la retina un lugar m ajor que el
simple punto en donde deberia concentrarse su luz j por
ello se debilita la impresión nerviosa. Un grupo de estre­
llas m u j aproximadas, cujas componentes son individual­
mente inferiores ála 7.a magnitud, puede, por el contrario
divisarse á simple vista, porque las imágenes dilatadas de
esos numerosos puntos estelares, echándose unas sobre las
otras, hieren con mas fuerza los diferentes puntos de la re­
tina (6).»
Desgraciadamente los anteojos j los telescopios dan
también á las estrellas un diámetro ficticio, aunque en me­
nor grado. Las bellas investigaciones de Guillermo Herschell
han acreditado que esos diámetros falsos disminujen cuan-
.do se hace m ajor el aumento (7); por ejemplo, el diámetro
aparente de Vega de laLira estaba reducido á 0" 36, cuan­
do el célebre observador daba á su telescopio el aumento
.enorme de 6,500 veces. Si se trata, no de estrellas j d e te ­
lescopios, sino de objetos terrestres percibidos á simple vis­
ta, la intensidad de la luz emitida no es el único elemento
que precisa tener en cuenta para apreciar el grado de
visibilidad; otras condiciones intervienen, tales como la
magnitud del ángulo visual j la forma misma del objeto.
Adams ha observado también con mucha exactitud que
una vara larga j estrecha se distingue á mucha mas dis­
tancia que un cuadrado de igual anchura; de igual manera
un rasgo se ve desde mas lejos que un simple punto, todas
cosas iguales, por otra parte. Arago se ocupó mucho tiempo
en el Observatorio de París de buscar hasta qué punto in -
flujen la forma j los contornos de los objetos en su vi­
sibilidad, j para este fin media los pequeños ángulos vi­
suales subtendidos por varas de para-rajos m u j apartados.
Pero cuando se ha querido determinar el ángulo límite mas
to m o m í
allá del cual cesa la percepción, es decir, el menor de todos
los ángulos bajo el que puede llegar á distinguirse un ob­
jeto terrestre, no se ba podido obtener un resultado defini­
tivo con las medidas. Roberto Hooke evaluaba ese ángulo
límite en un minuto entero. Tobías M ajer señalaba 34"
para el caso de una mancha negra sobre papel blanco.
Leeuwenhoek afirmaba que un hilo de araña era perceptible
aun para una vista mu j ordinaria bajo un ángulo de 4" 7.
Obsérvase que el límite ha ido siempre bajando. En unasé-
rie de investigaciones instituidas recientemente por Hueck,
para estudiarlos movimientos del cristalino, se han podido
distinguir rasgos blancos sobre un fondo negro cuando el
ángulo visual quedaba reducido á 1" 2; un hilo de araña
ha llegado á verse bajo un ángulo de 0" 6 , v u n hilo m e­
tálico y brillante bajo un ángulo de 0" 2 escasamente. El
problema no es susceptible de una solucion numérica uni­
formemente aplicable á todos los casos; todo depende de la
forma y de la iluminación de los objetos, del efecto del con­
traste producido por el fondo sobre que se destacan, y aun
de la naturaleza de las capas de aire, de su calma ó de su
agitación.
Citaré respecto de este asunto la viva impresión que
me produjo un fenómeno de este género en Quito, frente
del Pichincha. Hallábame en una deliciosa casa de recreo
del marqués de Selvaalegre, en Chile, desde la que se
veian desarrollarse las crestas estendidas del volcan á una
distancia horizontal de 28,000 metros, medida trigonomé­
tricamente. A favor de los anteojos de nuestros instrumen­
tos, intentamos ver á mi compañero de viaje Bonpland, que
habia emprendido entonces solo una espedicion hácia el
volcan. Los Indios colocados cerca de mí lo reconocieron
antes que nosotros; señalaron un punto blanco en movi­
miento á lo largo de los negruzcos basaltos que formaban las
laderas de la montaña. Pero pronto pude á mi vez distin­
guir á simple vistan-aquella forma blanca y movible, y con­
migo el hijo del marqués de Selvaalegre, Cárlos Montufar,
que debia morir mas tarde víctima de la guerra civil. Bon-
pland llevaba con efecto una capa blanca de algodon muy
usada en el país (el poncho). Como á cada instante flotaba
la capa, creo que su longitud tomada por las espaldas po­
día variar entre 1 metro y 1 metro, 6; y como por otra
parte mis medidas habían determinado perfectamente la
distancia, puede calcularse fácilmente el ángulo visual:
así es que distinguía con claridad el objeto móvil á simple
vista bajo un ángulo de 1 " á 12". Es sabido, además, por
las esperiencias repetidas de Hueck, que los objetos blan­
cos sobre un fondo negro se ven á mayor distancia que los
objetos negros sobre fondo blanco. Durante la observación
que acabo de referir, el cielo estaba sereno, y los rayos de
luz que partían de la región ocupada por Bonpland á 4,682
metros sobre el nivel del mar, atravesaban capas de aire
poco densas, para llegar á la estación de Chillo, cuya altu­
ra era de 2,614 metros. La distancia real de las dos es­
taciones era de 27,805 metros próximamente. Las indi­
caciones del termómetro y del barómetro diferian mucho
de una estación á otra; abajo la observación exacta daba
564mui, 4 ]! y 7 . en ]0 alto hubiéramos encontrado
probablemente 437mm, 6 y 8o. El heliótropo de Gauss, del
cual sacaron tanto partido los Alemanes en sus medidas
geodésicas, nos proporciona un último ejemplo de visibili­
dad á gran distancia. La luz del Sol, dirigida heliotrópica-
mente desde los vértices del Brocken sobre los de Hohenha-
gen, se apercibió á simple vista en esta última estación á
pesar de la distancia de 69,000 metros. En otros casos me­
nos estremados se han distinguido con frecuencia ese gé­
nero de señales sin necesidad de anteojos, cuando el ángulo
subtendido por el espejo del heliótropo (81 milímetros de
latitud) estaba reducido á 0" 43.
Entre las numerosas causas de origen O
meteorológico,
O /
mal esplicadas todavía por lo general, que modifican pro­
fundamente la visibilidad de los objetos lejanos, es necesa­
rio distinguir la absorcion que se verifica en el trayecto del
rayo luminoso al pasar por las capas atmosféricas mas ó
menos densas, mas ó menos cargadas de humedad, y sobre
todo la iluminación del campo de visión por la luz difusa
que las partículas del aire reflejan hácia el órgano de la
vista. Los trabajos antiguos, pero siempre exactos de Bou-
guer, acreditan que es necesario para la visibilidad*una
diferencia de brillo de Veo- mismo modo solo vemos
por visión negativa, según su espresion, los vértices oscuros
de las montañas que se destacan como masas sombrías so­
bre la bóveda del cielo. Si llegamos á distinguirlos es en
virtud únicamente de la diferencia de espesor de las capas
de aire que llegan hasta el objeto y hasta el límite estremo
del horizonte visible. Por el contrario,? distinguimos
O á lo
lejos por medio de la visiónpositiva>objetos brillantes, como
cimas cubiertas de nieve, rocas calcáreas blancas ó conos
volcánicos formados de piedra pómez. No deja de ofrecer
interés para el arte náutico la fijación de la distancia á la
cual pueden reconocerse en el mar, las cimas de ciertas
montañas elevadísimas, puesto que por ella podría deter­
minarse la posicion del navio cuando no fueran bastantes
las observaciones astronómicas. Al tratar de la visibilidad
del pico de Tenerife, me he ocupado muy detenidamente
de esta cuestión (8).
Uno de los objetos de mis investigaciones desde mi in­
fancia ha sido la averiguación de si las estrellas pueden
distinguirse á simple vista en pleno dia, ya sea en los po­
zos de mina muy profundos, ya en los vértices de monta­
ñas muy elevadas. Sabia que Aristóteles habia dicho que
las estrellas se ven alguna vez en pleno dia cuando se las
busca desde el fondo de los algibes ó de las cavernas como
á través de un tubo (9). Plinio ba recordado también este
dicho, y cita en su apoyo las estrellas que se han recono­
cido distintamente durante los eclipses de Sol. En la época
en que me dedicaba á trabajos metalúrgicos he pasado du­
rante años enteros una gran parte del dia en las galerías y
en los pozos mineros, desde donde intentaba, pero en vano,
distinguir alguna estrella en el zénit. No logré mas en
Méjico, en el Perú y en la Siberia. Ni un solo hombre en­
contré en las minas de esos países que hubiera oido hablar
de estrellas visibles en pleno dia; y sin embargo, se com­
prende que en las latitudes tan diferentes, por las que he
podido descender bajo tierra, en uno y otro hemisferio,
no han faltado ni circunstancias favorables ni estrellas en
el Zénit. Esos hechos negativos hacen aun mas estraño
en mi concepto el testimonio, m uy digno de crédito por
otra parte, del célebre óptico que en su juventud habia
visto una estrella en pleno dia por el tubo de una chime­
nea (10). Cuando los fenómenos exigen para su manifesta­
ción el concurso fortuito de circunstancias escepcional-
mente favorables, es preciso no anticiparse á negar su
realidad por la única razón de su rareza.
Este principio puede ser aplicado, en mi juicio, á otro
hecho referido por Saussure, cuyas aserciones tienen siem­
pre tanto fundamento. Es este la posibilidad de ver las es­
trellas en pleno dia desde lo alto de una montaña muy
elevada, como el Mont-Blanc por ejemplo, á la altura
de 3.888 metros. «Algunos de los guias me han asegurado,
dice el célebre investigador de los Alpes, haber visto estre­
llas en pleno dia: yo no pensaba en ello puesto que no ha­
bia sido testigo de ese fenómeno: pero la aserción unifor­
me de Jos guias no me dejó duda alguna acerca de su rea­
lidad (1). Es preciso, por otra parte, estar enteramente
á la sombra y tener también sobre la cabeza una masa os­
cura de un considerable espesor, sin cuyas condiciones el
aire demasiado iluminado hace desaparecer la débil clari­
dad de las estrellas.» Las condiciones de visibilidad serian
así casi idénticas á las que reunían naturalmente los algi-
bes de los antiguos ó la chimenea anteriormente citada.
Nada he podido encontrar análogo á esta aserción memora­
ble (fechada en la mañana del 2 de Agosto de 1787) en los
demas Viajes á través de los Alpes suizos. Los hermanos
Hermann y Adolfo Schlagintweit, buenos observadores y
ambos muy instruidos, recorrieron hace poco tiempo los Al­
pes orientales hasta el vértice del Gran-Campanario (3.967
metros), sin haber podido nunca distinguir las estrellas en
pleno dia, ni encontrar señal de un hecho semejante en las
relaciones de los pastores ó de los cazadores de gamuzas.
Yo mismo he pasado muchos años en las cordilleras de
Méjico, de Quito y del Perú; he subido con Bonpland mas
de una vez á alturas superiores á 3.500 y 5.000 metros en
el cielo mas bello del mundo, y nunca he podido ver una
estrella en pleno dia como le sucedió despues y en iguales
circunstancias á mi amigo Boussingault. Sin embargo, era
tan oscuro el azul del cielo y tan profundo que mi cianó-
metro de Paul, de Ginebra, el mismo en que Sausure leia
39° en el Mont-Blanc, me indicaba entre los trópicos 46°
para la región zenital del cielo, á una altura compren­
dida entre 5.200 y 5.800 metros (12). Por el contrario,
bajo el cielo magnífico y puro como el éter de Cumana, en
las llanuras del litoral, me ha acontecido mas de una vez
despues de haber observado eclipses de los satélites de Jú ­
piter, volver á encontrar á simple vista el planeta, y per­
cibirlo de la manera mas distinta, cuando el disco del Sol
habia subido ya á 18 ó 20° sobre el horizonte.
Ocasión es ya de indicar aquí otro fenómeno óptico,
del cual solo un ejemplo encuentro en mis numerosas as­
censiones á las montañas. Era el 22 de Junio de 1799, so­
bre la vertiente del pico de Tenerife, en Malpais; momen­
tos antes de la salida del Sol, me hallaba á una altura
de 3,475 metros próximamente, sobre el nivel del mar;
percibí á simple vista las estrellas bajas agitadas aparen­
temente por un movimiento m u j estraño (¿). Parecia como
que subían al principio puntos brillantes que se movian
en seguida lateralmente y volvían á su primitivo lugar.
Este fenómeno duró solamente 7 ú 8 minutos, y cesó mu­
cho tiempo antes de salir el Sol por el horizonte del mar.
Veíase perfectamente con un anteojo, y examinado del todo
no pude dudar que fuesen las estrellas las que se movian
así (13). ¿Estas apariencias son producto de la refracción
lateral, sobre la que tanto se ha discutido? ¿Hay en ellas al­
guna analogía con las deformidades ondulantes que el bor­
de vertical del Sol presenta con tanta frecuencia en su
salida, por pequeñas que sean por otra parte esas deformi­
dades, cuando se trate de medirlas? Cualquiera que sea la
proximidad del horizonte , no puede mas que aumentar
esos movimientos laterales á causa de la tan conocida ilu­
sión óptica. El mismo fenómeno, cosa singular, fue obser­
vado medio siglo despues, precisamente en el mismo sitio
y antes de salir el Sol, por un observador muy instruido y
muy atento, el príncipe Adalberto de Prusia, que lo exa­
minó á simple vista y por medio de anteojo respectivamen­
te. He hallado su observación en su diario manuscrito y
la habia consignado durante el viaje mismo; el príncipe
ignoró hasta la vuelta de su espedicion al rio de las Ama­
zonas, que yo habia sido testigo de las mismas aparien­
cias (14). Jamás he hallado la menor señal de refracción
lateral, ni sobre las vertientes de la cadena de los x\ndes,
ni aun en las abrasadoras llanuras de la América del Sud
(los Llanos), donde las capas de aire desigualmente calien-

(6) Y . Observaciones Complementarias , pág\ 3Gi de la p rim e ra parte


del t. III.
— bG -
tes se mezclan de tan diferentes maneras y producen con
frecuencia el fenómeno del espegismo. El pico de Tenerife
está mas cerca de nosotros; visítanle con frecuencia viaje­
ros provistos de instrumentos de medida, y puede esperar­
se, pues, que no llegue á ser olvidado el curioso fenómeno
de que he hablado en las investigaciones científicas.
Ya he dicho que es muy digno de notar que los fun­
damentos de la Astronomía propiamente dicha, la del mun­
do planetario, hayanprecedido á la época memorable (1608
v 1610) del descubrimiento de la visión telescópica y su
aplicación al estudio del cielo. Jorge Purbach, Regiomon-
tano (Juan Müller) y Bernardo Walther, de Nuremberg,
aumentaron á fuerza de trabajos y cuidados el tesoro de la
ciencia, herencia de los Griegos y de los Arabes. Poco
tiempo despues apareció el sistema de Copérnico, desarro­
llo de ideas atrevidas y grandiosas. Llegaron luego las
observaciones tan exactas deTicho, y las audaces combina­
ciones de Keplero, ayudadas por la fuerza del cálculo mas
pertinaz que se habia conocido. Dos grandes hombres, Ke­
plero y Galileo, personifican esa fase decisiva de la historia
en que la ciencia de las medidas abandona la observación
antigua ya perfeccionada , pero hecha siempre á simple
vista, para recurrir á la observación telescópica. Galileo
tenia por entonces 44 años y Keplero 37; Ticho, el ma­
yor astrónomo observador de esa gran época, hacia sie­
te años que habia muerto. He recordado en el tomo pre­
cedente, que las tres leyes de Keplero, sus títulos irrecu­
sables hoy á la inmortalidad, no valieron á su autor un
solo elogio de sus contemporáneos, incluso el mismo Gali­
leo. Encontradas de una manera puramente empírica,
pero mas fecundas para el conjunto de la ciencia que el
descubrimiento de nuevos astros, esas tres leyes pertene­
cen de hecho á la época de la visión natural , es de­
cir, á la época ticoniana; tienen su origen en las propias
observaciones de Ticho-Braké> por mas que no llegase á
terminar hasta 1609 la impresión de la Astronomía noza
seu Phjsica ccelesiis de motibus stelle Martis, y que la ter­
cera ley en virtud de la cual los cuadrados de los tiempos
de la revolución de los planetas son proporcionales á los
cubos de los ejes mayores de sus órbitas, no llegara á es­
ponerse en el Harmonice Mundi hasta 1619. El principio
del siglo XVII en que se verificó el tránsito de la visión
natural á la telescópica, ha sido mas importante para la As­
tronomía y el conocimiento del Cielo que el año 1492 para
el del globo terrestre. Adelanto por el cual se engrandeció
hasta el infinito la esfera de nuestras investigaciones v el
O %j

alcance del golpe de vista que nos es dable arrojar sobre la


creación; por el cual se han promovido incesantemente pro­
blemas, cuya difícil solucion dió por resultado un desarrollo
sin igual en las ciencias matemáticas. Robustecer uno de
los órganos de nuestros sentidos equivale muchas veces á
robustecerla inteligencia, á estender el círculo de las ideas,
y á ennoblecer á la humanidad. En menos de dos siglos y
medio hemos debido solo al telescopio el descubrimiento de 13
nuevos planetas y de 4 sistemas de satélites (4 lunas para
Júpiter, 8 para Saturno, 4 y quizás 6 para Urano , y 1
para Neptuno), el descubrimiento de las manchas y fácu­
las del Sol, y el de las fases de Venus. Ha podido estu­
diarse la forma y medir la altura de las montañas lunares,
ver y esplicar las manchas invernales de los polos de Mar­
te, las bandas de Júpiter y de Saturno, así como también
el anillo que rodea á este último planeta. Los cometas inte­
riores ó planetarios de corto período-han sido descubiertos
sucesivamente , y un número inmenso de otros fenómenos
ocultos á simple vista. No es esto todo, sin embargo; si
nuestro sistema solar ha recibido en 240 años tal incremen­
to, despues de haber permanecido durante tantos siglos
restringido aparentemente á 6 planetas y á una sola luna,
el cielo sideral lia ganado mas a u n , y los descubrimientos
que en él se han hecho esceden á cuanto podia esperarse.
Las nebulosas y las estrellas dobles han sido contadas y
clasificadas por millares. Los movimientos propios de to­
das las estrellas nos han llevado al conocimiento del de
nuestro propio Sol. Los movimientos relativos de las estre­
llas dobles que circulan alrededor de su centro de grave­
dad común, han demostrado que las leyes de la gravita­
ción se cumplen también en esas apartadas regiones del
Universo, lo mismo que en el espacio mas reducido donde
se mueven nuestros planetas. Desde que Morin y Gascoig-
ne adaptaron los lentes á los instrumentos de medida, el
arte de fijar en el Cielo las posiciones aparentes de los as­
tros ha llegado á un grado de precisión estraordinario.
Merced á este artificio ha sido posible medir, hasta una pe­
queña fracción cerca del segundo de arco, la elipse de aber­
ración de las fijas, su paralaje, la distancia mútua de las
estrellas componentes dé cada sistema binario. De este modo
se ha elevado progresivamente la Astronomía, dé la concep­
ción de sistema solar á la de un verdadero sistema del
Universo.
Sabido es que Galileo descubrió las lunas de Júpiter
con un aumento de 7 veces, y que nunca pudo pasar del
de treinta y dos veces. Ciento setenta años mas tarde Gui­
llermo Herschell en sus investigaciones aumentaba en 6500
veces los diámetros aparentes de Arturo y de Vega de la
Lira. A contar de la mitad del siglo X V II, todos los esfuer­
zos se dirigieron hácia la construcción de largos anteojos.
Cierto es que Huyghens descubrió en 1655 con un an­
teojo de solo 4 metros, el primer satélite de Saturno (Ti­
tán, sesto en el orden de las distancias al centro del plane­
ta) ; pero mas adelante los anteojos que dirigía hácia el Cie­
lo tenían 40 metros. Constantino Huyghens-, hermano del
célebre astrónomo, construyó tres objetivos de 41, 55 y 68
metros de longitud focal , los cuales se encuentran aun en,
la Sociedad real de Londres. Sin embargo, j como dice
H ujghens terminantemente, habíase limitado á ensayar
sus objetivos sobre cuerpos terrestres (15). Auzout construía
j a en 1663 anteojos gigantescos sin tubos, en los que por
consiguiente el ocular no estaba ligado al objetivo por in­
termedio alguno sólido j fijo. Bajo ese sistema hizo un ob­
jetivo de 97 metros de foco capaz de producir un aumento
de 600 veces (16). Objetivos de este género cortados por
Borelli, Campani, Hartsoeker, j fijos en palos, fueron los
que sirvieron de gran utilidad para la ciencia usados por
Domingo Cassini; pues con ellos llegó á descubrir uno des­
pues de otro el octavo, quinto, cuarto j tercer satélite de
Saturno. Los objetivos de Hartsoeker tenían 81 metros de
distancia focal. Durante mi estancia en el Observatorio de
París, tuve ocasion frecuente de usar los de Campani gran­
demente reputados bajo el reinado de Luis XIV; j cuando
pensaba en la pequeñez de los satélites de Saturno, j en la
dificultad de manejar grandes aparatos compuestos de pa­
los j cuerdas (17), no podia menos de admirar en todo su
valor la habilidad j la decidida perseverancia de los obser­
vadores de aquella época.
Las ventajas que se atribuían entonces á las dimensio­
nes gigantescas llevaron á los grandes espíritus á la concep­
ción de esperanzas desmesuradas, de las que tantos ejem­
plos ofrece la historia de las ciencias. Así Hooke propuso la
construcción de un anteojo de 10,000 pies (mas de 3 kiló­
metros) con el fin de ver los animales en la Luna; Auzont
mismo no pudo menos de combatir esta idea (18). No se tar­
dó mucho, en comprender cuan incómodos eran esos instru­
mentos en la práctica, cuando su longitud focal pasaba de
30 metros; también Newton hizo grandes esfuerzos según
Mersenio j Gregor j , de Aberdeen, para popularizar en In­
glaterra los telescopios mucho mas cortos, que obran por
reflexión. Bradley y Pound compararon cuidadosamente
los efectos de un telescopio con espejo, de Hadley, cuya
distancia focal no escedia de l m, 6, con los del refractor de
cuarentay un metros construido por Constantino Huyghens,
del cual se ha hecho ya mención: la ventaja fué para el
primer instrumento. Entonces se estendieron por todas par­
tes los costosos telescopios de Short, reinando sin rival has­
ta la época (1759) en que Juan Dollond tuvó la suerte de
descubrir la solucion práctica del problema del acromatis­
mo, propuesto por Leonardo E ulery Klingenstierna, dando
con esto una gran superioridad á los anteojos. Digamos
aquí que los derehos de prioridad incontestables del mis­
terioso Chester More Hall, del condado de Essex (1729), no
fueron conocidos del público hasta que Dollond obtuvo un
privilegio por sus anteojos acromáticos (19).
No duró mucho sin embargo esta victoria de los refrac­
tores. Apenas habían trascurrido diez y ocho ó veinte años
desde que Dollond enseñara el modo de realizar el acroma­
tismo por la combinación de lentes formadas de crowns
y de flint-glas, y ya se modificaban las ideas bajo la justa
impresión de asombro que produjeron en Inglaterra y en el
continente los inmortales trabajos del aleman Guillermo
Herschell. Habia este construido un gran número de t e ­
lescopios de 7 pies ingleses (2 metros) y de 20 pies (6 me­
tros) de longitud focal, cuyo aumento podia elevarse á 2200
y aun á 6000 veces; y hasta construyó uno de 40 pies
(12m, 2). Con este último telescopio descubrió los dos saté­
lites interiores de Saturno, empezando por el segundo lla­
mado despues Encelada y á poco Mimas, el mas próximo
al anillo. El descubrimiento de Urano hecho en 1781, se
debe al telescopio de 7 pies, Los satélites tan débiles de
este planeta fueron vistos en 1787 á favor del telescopio de
20 pies dispuesto para la vista de frente (front-vicw) (20).
La perfección superior que supo dar este grande hombre á
— O l­
ios espejos de sus telescopios, la ingeniosa disposición mer­
ced á la cual no son reflejados los rajos luminosos mas que
una vez, j sobre todo, una série no interrumpida de cua­
renta años de vigilias j de trabajos, han llevado la luz á
todas las ramas de la Astronomía física en el Mundo de los
planetas, lo mismo que en el de las nebulosas j de las es­
trellas dobles.
El largo imperio de los anteojos reflectores debia tener
su término. Desde los cinco primeros años dél siglo XIX se
estableció entre los constructores de anteojos acromáticos
una rivalidad beneficiosa en cuanto al progreso j la per­
fección. Creáronse entonces esas grandes máquinas paralác­
ticas, en las que los anteojos mas grandes están movidos por
relojes con la regularidad de los movimientos celestes. Era
preciso un flint perfectamente homogéneo j sin estrías para
los objetivos de estraordinaria magnitud que se llegó á exi­
gir á los constructores. Este flint fué fabricado con éxito en
Alemania en el establecimiento de Utzschneider j de
Frauenhofer á los cuales sucedieronMerz jM ahler. En Sui­
za j en Francia los talleres de Guinand j Bontems sumi­
nistraron esta preciosa materia á los trabajos de Lereboursj
Cauchoix. Basta ahora echar una rápida ojeada' sobre la his­
toria de estos progresos j citar como ejemplos los grandes
refractores construidos bajo la dirección de Frauenhofer para
los observatorios de Lorpat j de Berlín, cujos refractores
tienen cada uno 24 centímetros de abertura j 4m, 4 de dis­
tancia focal; los refractores construidos por Merz j Mahler,
para Poulkova en Rusia, j para Cambridge en los Estados-
Unidos (21), que tienen uno j otro 38 centímetros de aber­
tura j 6ra, 8 de foco; j por último, el eliómetro del obser­
vatorio de Koenigsberg, cu jo objetivo tiene 16 centímetros
de abertura. Este último instrumento que ha inmortali­
zado los trabajos de Bessel, ha sido durante mucho tiempo
el m ajór de su clase. Réstanos por citar los anteojos dia-
liticos, tan cortos j sin embargo tan poderosos en claridad,
construidos primeramente por Plossel en Viena, y cujas
ventajas babian sido reconocidas casi al mismo tiempo por
Rogers en Inglaterra, j que son dignos seguramente de
que se trate de construirlos en grandes dimensiones.
En esta misma época cujos trabajos indico aquí, por la
gran influencia que ejercieron bajo el punto de vista cós­
mico, los progresos de la Mecánica sucedieron de m u j cer­
ca á los de la Optica j de la fabricación de relojes. Perfec­
cionáronse sucesivamente los instrumentos de medida, so­
bre todo los micrómetros, los círculos meridianos j los sec­
tores zenitales. Recordaré aquí entre otros mucbos nombres
distinguidos en esta senda los de Ramsden, Trougbon,
Fortin, Reickenbach, Gambej, Ertel, Steinhel, Repsold,
Pistor, d’Oertling'para los instrumentos de medida. Para
los cronómetros j péndulos astronómicos citaré á Mudge,
Arnold, E m erj, Earnshaw, Bréguet, Jürgensen, Kessels,
Winnerl, Tiede. Pero donde se manifiesta especialmente la
rivalidad de perfección entre los instrumentos ópticos j los
aparatos de medida es en los bellos trabajos de Guillermo
j de Juan Herschell, de South, de Struve, de Bessel j de
Dawes, sobre las distancias j los movimientos periódicos de
las estrellas dobles. Sin ese progreso hubiera sido imposi­
ble con toda seguridad, la ejecución de inmensos trabajos
como los de Struve, por ejemplo, que midió un gran nú­
mero de veces mas de 100 sistemas binarios, en que la dis­
tancia de las estrellas componentes es menos de 1", j otros
336 sistemas comprendidos entre 1" j 2" (22).
De pocos años acá, dos hombres ágenos á toda activi­
dad industrial, por su posicion social, pero animados de
un noble amor por la ciencia, el conde de Rosse en Parsons-
town (19 kilómetros al Oeste de Dublin), j Lassell en Star-
field, cerca de Liverpool, hicieron construir bajo su inme­
diata dirección j con arreglo á sus ideas dos telescopios re­
flectores que despertaron entre los astrónomos la mas viva
atención (23). El de Lassell tiene solo 61 centímetros de
abertura j 6 metros de distancia focal; á él se debe el des­
cubrimiento de un satélite de Neptuno , y de un octavo sa­
télite de Saturno; y además, la nueva aparición de dos
satélites de Urano. El nuevo telescopio de Rosse es gi­
gantesco ; tiene 6 pies ingleses ( l m, 83) de abertura y 50
pies (15m) de longitud. Está colocado en el meridiano, en­
tre dos muros de 14 á 16 metros de altura, los cuales dejan
al tubo un espacio libre á cada lado del meridiano próxima­
mente de 3 metros y medio. Mucbas nebulosas que no ha­
bia podido resolver todavía instrumento alguno , han sido
descompuestas en estrellas por ese magnífico telescopio.
Merced á la enorme cantidad de luz que concentra el espe­
jo, por primera vez hánse podido determinar las formas y
contornos verdaderos de otras nebulosas que de este modo
han sido completamente estudiadas.
Como j a hemos dicho el primero que aplicó los anteo­
jos á los instrumentos de medida no fué Picard, ni Auzout,
sino el astrónomo Morin. En 1638, Morin concibió la idea
de sacar partido de su invento para observar las estrellas en
pleno dia, j espone su idea en los siguientes términos (24):
«Para determinar las posiciones absolutas de las estrellas en
una época en que no existian aun los anteojos (en 1582, 28
años antes del invento), Ticho se valió de Venus que com­
paraba á las estrellas durante la noche j al Sol durante el
dia. No fué, sin embargo, el deseo de evitar este rodeo, lo
que sugirió á Morin un descubrimiento que podría servir
de mucho para la determinación de las longitudes en el
mar; llegó á él por un camino mas sencillo, pensando que
si antes de levantarse el Sol se dirigiera un anteojo no sola­
mente á Venus sino también á Arturo ó á cualquier otra
bella estrella, se podría continuar siguiendo este astro so­
bre la bóveda celeste despues de la salida del Sol. Nadie an­
tes que él había visto las estrellas á la faz del Sol. Mas tarde
fueron colocados grandes anteojos meridianos según las
ideas de Roemer. A partir de este momento (1691), m ulti­
plicáronse las observaciones hechas en pleno dia, j adqui­
rieron una gran importancia; aun h o j tienen un valor real
para la medida de las estrellas dobles. Struve midió en
Dorpat los mas difíciles pares con un simple aumento de
320 veces, cuando la luz crepuscular era todavía m u j
fuerte á media noche para poder leer con facilidad (25). La
estrella polar va acompañada á 16" de distancia de una
estrella de 9.a magnitud; Struve j Wrangel vieron esta
pequeña estrella en pleno dia, merced al anteojo de Dorpat
(26); Encke j Argelander tuvieron por Su parte el mismo
resultado.
Háse discutido mucho acerca de las causas de la fuerza
que dan á la vista ios telescopios aun en pleno dia, cuando
la luz difusa, resultado de múltiples reflexiones, debería
oponerle tantos obstáculos. (27). Este problema de óptica
escitaba en el mas alto grado el interés de Bessel, cu ja
prematura pérdida lloran aun las ciencias. En su corres­
pondencia conmigo me hablaba con frecuencia de él, pero
acabó por confesar que no habia podido encontrar solucion
satisfactoria. Cuento con que mis lectores sabrán agrade­
cerme la inserción en las notas de este libro, de las ideas
de Arago respecto de este asunto (28). Están tomadas de
una coleccion de manuscritos de los cuales pude disponer
durante mis frecuentes viajes á París. Según la ingeniosa
esplicacion de mi amigo, si los fuertes aumentos favorecen
la visión de las estrellas en pleno dia, se debe á que el an­
teojo concentra hácia la vista é introduce en la pupila del
ojo una cantidad m ajor de rajos luminosos sin agrandar
notablemente la imagen de la estrella; mientras que el
mismo aparato óptico obra de un modo completamente dis­
tinto sobre el fondo del cielo donde la estrella se projecta.
Con efecto, la luz de la parte de la atmósfera c u ja imágen
indefinida ocupa el campo dé la visión, emana de partículas
dé aire iluminadas, separadas unas de otras á causa del
aumento; el campo debe, pues, aparecer tanto menos ilu­
minado, cuanto mas fuerte sea dicho aumento. Luego no
se apercibe la estrella'sino en virtud de una diferencia de
intensidad entre la luz de su imágen j la del campo mis­
mo sobre el que esta imágen llega á dibujarse. En los dis­
cos planetarios sucede lo contrario precisamente; pues pier­
den ¡de su brillo por el aumento de los anteojos, exactamente
en la misma relación que el aérea comprendida en el campo
de la visión. Es preciso notar aquí únicamente que la am­
plificación de la imágen se estiende á la velocidad de su
movimiento aparente. Este efecto que tiene lugar para los
planetas como para las estrellas, puede contribuir á Ja vi­
sibilidad en pleno dia, á menos que el telescopio no siga el
movimiento diurno, como sucede en las máquinas paralác­
ticas movidas por relojes. En virtud del cambio continuo
de la imágen, la sensación se produce sucesivamente en
puntos diferentes de la retina, j sabe, dice en otra par­
te Arago, que objetos muy pequeños pueden llegar á ser
perceptibles cuando se les imprime movimiento.
Bajo el cielo tan puro de las regiones tropicales, logré
con mucha frecuencia ver el pálido j débil disco de Júpi­
ter, con un anteojo de Dollond de una fuerza de aumento
de 95 veces, cuando j a el Sol habia llegado á 15 ó 18°
de altura. Mas de una vez manifestó su sorpresa el doctor
Galle al observar la estremada debilidad de Júpiter j de
Saturno vistos en pleno dia por medio "del gran refractor de
Berlin ; esta debilidad forma un sorprendente contraste con
el intenso brillo de Venus j de Mercurio. Sin embargo, lle­
gáronse á observar en pleno dia los eclipses de Júpiter por.
la Luna, j se citan lasobservaciones de Flaugergues en 1792
j la de Struve en 1820. Argelander vió perfectamente en
TOMO III. >'<
Bonn, un cuarto deshora despues de la salida del Sol, tres
satélites de Júpiter, con un anteojo de 1 m, 6 de Frauen-
hofer, mas no pudo en modo alguno distinguir el cuarto;
Sclimidt, su compañero, observó á una hora del dia mas
avanzada la emersión de los satélites, incluso el cuarto, en
el borde oscuro de la Luna, valiéndose de un eliómetro
de 2 m, 5 de foco. Importaria mucho á la Optica j á la Me­
teorología determinar los límites de la visibilidad telescó­
pica de las pequeñas estrellas durante el dia, bajo climas di­
ferentes y á diferentes alturas sobre el nivel del mar.
El centelleo de las estrellas es uno de los fenómenos
mas notables, y también de los mas controvertidos en la
categoría donde colocamos los principales hechos de la vi­
sión natural y telescópica. Es preciso distinguir en él,
según las investigaciones de A rago, dos puntos esencia­
les (29): 1.° los cambios bruscos de brillo, es decir, el hecho
de la estincion súbita seguida de la reaparición; 2 .° las va­
riaciones de color. Esas dos especies de cambios son mas
reales de lo que á simple vista parecen, porque cuando por
la impresión luminosa producida se rompen los puntos de
la retina una vez, la sensación no se borra tan pronto, sino
que persiste durante cierto tiempo. Resulta de aquí que la
tenuidad pasajera de la estrella, sus rápidos cambios de
color, en una palabra, las diferentes fases del centelleo,
no se sienten integralmente, ó cuando menos, no se per­
ciben tan distintamente como en realidad se producen.
Para comprender mejor las fases del centelleo por medio
de un anteojo, es necesario imprimir al instrumento un movi­
miento derotacion, pues entonces la imágen de la estrella di­
buja un círculo luminoso coloreado con interrupciones aquí
y allá. Represéntese la atmósfera como formada de capas
superpuestas en las que la densidad, humedad y tempera­
tura varíen continuamente , y se llegará al conocimiento,
por la teoría de las interferencias, de todos los detalles de
esas apariencias en donde los fenómenos de coloracion,
de súbita estincion j de brillante reaparición, se suce­
den con tanta vivacidad. Esta teoría se funda en un he­
cho general} á saber : que dos rajos ó dos sistemas de
ondas procedentes de un mismo origen, es decir, de un
mismo centro de quebrantamiento, pueden destruirse ó su­
marse mútuamente si los caminos recorridos son desigua­
les. Cuando uno de esos sistemas de ondas difiere del otro
en un número impar de semi-ondulaciones, las acciones
producidas por cada uno de ellos sobre un mismo átomo de
éter son iguales j de sentido contrario; las velocidades que
se les han impreso se destrujen, el átomo queda en reposo,
j Th a j neutralización de luz ó producción de oscuridad. En
el caso de que se trata, las variaciones de la refrangibilidad
de las capas de aire sucesivas producen con frecuencia mas
efecto, para determinar los fenómenos de centelleo, que la
diferencia de caminos recorridos por los diferentes rajos
emanados de una misma estrella (30).
El centelleo presenta por otra parte grandes diferencias
de intensidad de una á otra estrella. Esas diferencias de­
penden no solo de la altura ó del brillo de las estrellas, sino
que también á lo que parece de la naturaleza misma de su
luz. Vega, por ejemplo, centellea menos que Procion j
Arturo. Si los planetas no centellean debe atribuirse á la
magnitud sensible de su disco aparente, j á la compensa­
ción producida por la mezcla de los rajos coloreados emiti­
dos de cada punto de ese disco. Puédese, con efecto, con­
siderar ese disco como la agregación de cierto número de
estrellas donde la luz de algunos rajos destruida por la in­
terferencia de ciertos otros, está compensada por la de los
puntos próximos, y donde las imágenes de colores distintos
afectan el blanco al superponerse. Nótanse apenas raras
señales de centelleo en Júpiter j en Saturno. Este fenó­
meno es mas sensible para Mercurio j Venus, cu jo d iá­
metro aparente puede reducirse á 4", 4 j 9", 5. Lo mismo
sucede para Marte, porque su diámetro aparente se reduce
casi á 3", 3 hácia la época de la conjunción. En las noches
puras j frias de los climas templados, el centelleo contri-
buje á la magnificencia del estrellado cielo. Como aumen­
ta por instantes la luz de las numerosas estrellas de sesta
á séptima magnitud, que no se distinguen fácilmente sino
con anteojos, las vemos aparecer por momentos, j a en una
parte, j a en otra, j de este modo somos inducidos á exa­
gerar el número de estrellas. De a q u í, la especie de sor­
presa con que se acogen en general las enumeraciones,
exactas sin embargo, en las cuales apenas si se cuentan
algunos millares de estrellas perceptibles á simple vista.
Los antiguos distinguían j a los planetas por su débil
centelleo. En cuanto á la causa de la diferencia que existe
bajo este punto de vista entre las estrellas j los planetas,
tenia Aristóteles una teoría singular (31) que esplicaba por
un sistema de emisión de los rajos visuales que iban á to­
car á lo lejos á los objetos con mas ó menos fuerza. «Los
astros fijos, decia, centellean j los planetas no, porque los
planetas están próximos y la vista los alcanza fácilmente,
mientras que los astros móviles s¿ tov; están m u j
distantes; á causa de esta gran distancia la vista se ve obli­
gada á hacer un gran esfuerzo, j su rajo visual llega á ser
vacilante.»
Entre 1572 j 1604, en la época de Galileo, época de
grandes acontecimientos astronómicos, aparecieron tres
nuevas estrellas en el cielo (32). Escedieron en brillo á las
estrellas de primera m agnitud, j una de ellas brilló has­
ta veintiún años en la constelación del Cisne. Su centelleo
fué el rasgo característico que mas llamó la atención de
Keplero, que en él veia una prueba de que esos nuevos as­
tros no podian ser de naturaleza planetaria. Pero la Optica
era por entonces mu j imperfecta para que este gran genio,
al cual tanto le debe, pudiera esplicar ese fenómeno de otra
manera que por la interposición de los vapores en movi­
miento (33). También los chinos han esplicado el fuerte
centelleo de las nuevas estrellas, del cual se hace mención
en la gran coleccion de Ma-tuan-lin.
La falta de centelleo en las regiones tropicales, por lo
menos á 12 ó 15° sobre el horizonte, consiste en una mez­
cla mas igual, mas homogénea, del vapor de agua con la
atmósfera, queda á la bóveda celeste un carácter particular
de calma j de dulzura. He hecho resaltar este hecho en mis
descripciones sobre la naturaleza de los trópicos. Era m uy
notable, por otra parte, para haber pasado desapercibida á
observadores tales como La Condamine, Bouguer j Garcin,
j a en las llanuras del Perú, j a en Arabia, en las Indias,
j en Bender-Abassi, en las costas del golfo Pérsico (34),
Este notable aspecto del cielo estrellado en las noches
tan puras j tan tranquilas de los trópicos, tenia para mí un
atractivo singular; por lo que me he esforzado siempre en
estudiar sus causas físicas, anotando en mi diario la altura
á que las estrellas dejaban de centellear j la higrometrici-
dad correspondiente de la atmósfera. Cumana j la parte pe­
ruana del litoral del Océano Pacífico en que nunca llueve,
se prestaban á este género de investigaciones, en tanto que
la época de la niebla, conocida bajo el nombre de garúa, no
habia llegado.Portérminomedio, según mis observaciones,
las estrellas mas brillantes dejan de centellear hácia los 10
ó 12° de altura. Mas elevadas sobre el horizonte emiten solo
una dulce luz planetaria. Para comprender bien este efecto,
es preferible seguir la misma estrella desde su orto hasta
su ocaso á través de todas sus variaciones de altura; deter­
minando estas alturas por medidas directas, ó por el cálculo
conociendo la hora j la latitud. En ciertas noches aisladas,
tan tranquilas j tan puras como las otras, he visto la re­
gión en que centellean las estrellas esceder notablemente
del límite medio y estenderse hasta 20 y aun 25° de altura;
pero nunca he podido establecer relaciones entre estas ano­
malías y el estado termométrico ó higrométrico de las capas
inferiores de la atmósfera, únicas accesibles á nuestros ins­
trumentos. Algunas vecestambieny durante muchas noches
sucesivas en que el higrómetro marcaba al principio 85°,
el centelleo empezaba por ser muy sensible para estrellas
situadas á 60 y 70° de altura; despues cesaba completa­
mente en las regiones elevadas hasta un límite de 25° so­
bre el horizonte, y sin embargo, la sola modificación apre-
ciable que sobrevino en la atmósfera fué un aumento de
humedad; el higrómetro de cabello de Sausure habia su­
bido de 8o á 93°. No es, pues, la cantidad de vapores di­
sueltos en la atmósfera, es su desigual reparto en Jas capas
superpuestas, son las corrientes de aire caliente y de aire
frió que reinan en las altas regiones, sin dejarse sentir en
las bajas, lo que modifica el juego complicado de las inter­
ferencias y del cual nace el fenómeno en cuestión. He visto
también ciertas nubes que teñian el Cielo de un color rojizo
poco tiempo antes de la sacudida de los temblores de tierra,
aumentar de una manera notable el centelleo délas estrellas
elevadas. Estas observaciones se refieren todas á una zona
tropical, que se estiende á 10 ó 12° de un lado y otro del
ecuador, y en la estación sin lluvia y sin nubes en que el
Cielo tiene una pureza tan perfecta en estas regiones. Cuan­
do llega la estación de las lluvias, al paso del Sol por el zé-
nit del lugar, causas poderosas, obrando de un modo muy
general y casi á la manera de perturbaciones violentas,
modifican los fenómenos ópticos de que acabo de hablar.
Los alíseos del nord-este caen de repente; la corriente re­
gular de las altas regiones que va del ecuador al polo, y la
corriente inferior que viene del polo al ecuador, se inter­
rumpen y dan lugar porque cesan á una formación conti­
nua de nubes. Lluvias torrenciales y tormentas se suceden
entonces periódicamente cada dia á una hora determinada.
Todos esos fenómenos de la estación de las lluvias vienen
precedidos con algunos dias de anticipación del centelleo
de las estrellas elevadas, allí donde ordinariamente es mu y
raro este fenómeno. Este indicio va acompañado de relám­
pagos que brillan en el horizonte, sin que se divisen nu ­
bes en el cielo, ó cuando mas aparezcan algunas en
forma de largas y estrechas columnas , ascendentes en
sentido vertical. En mis escritos he tratado de pintar m u­
chas veces esos signos precursores que dan al cielo de los
trópicos una fisonomía tan característica (35).
La velocidad de la luz, ó cuando menos la idea de que
la luz debe emplear un cierto tiempo en propagarse , está
indicada por vez primera en el libro segundo del JVovum
orrjanum. Despues de haber insistido sobre la inmensidad
de los espacios celestes que atraviesa la luz para llegar
hasta nosotros, Bacon de Verulamio suscita* el problema
de si existen en realidad todas las estrellas que vemos
brillar al mismo tiempo (36). Causa verdadero asombro
encontrar semejante nocion en una obra muy inferior á los
conocimientos de su época en Astronomía y*en Física. La
velocidad de la luz reflejada por el Sol fué 'medida por
Eoemer hácia 1675. Rcerner llegó á su descubrimiento com­
parando las épocas de los eclipses de los satélites de Júpi­
ter. La velocidad de la luz directa de las estrellas fué me­
dida en 1727 por Bradley, que dió al mismo tiempo la
razón de la aberración y la prueba material del movimien­
to de traslación de la Tierra, es decir, del verdadero sistema
de Copérnico. En los últimos tiempos Arago ha propuesto
establecer una tercera clase de medida acerca de los cam­
bios de brillo de una estrella variable, tal como Algol en
la constelación de Perseo (37). A estos métodos puramente
astronómicos es preciso añadir una medida terrestre, ejecu­
tada recientemente con éxito cerca de París por Fizeau.
Este ingenioso procedimiento trae á la memoria una anti­
gua tentativa de Galileo, que procuró en vano determinar
la velocidad de la luz por la combinación de señales dadas
por medio de dos linternas separadas.
Discutiendo las primeras observaciones de Roemer so­
bre los satélites de Júpiter, Horrebow j Dubamel bailaron
que el tiempo que la luz emplea en recorrer la distancia
media del Sol á la Tierra es 14m 7 S. Cassini lo eleva
á 14m 10s, y Newton lo valúa en 7 m 30s, cálculo m u j
aproximado á la verdad (38). Delambre solo utilizó en los
sujos las observaciones del primer satélite , j encon­
tró 8 m 13s, 2 (39). Encke ba hecho observar con razón lo
importante que seria emprender con el mismo objeto una
nueva série de observaciones sobre los eclipses de los saté­
lites de Júpiter, h o j que la perfección de los anteojos hace
concebir la esperanza de obtener por este medio resultados
m u j satisfactorios.
Las observaciones originales que B radlej institujera
para determinar la constante de la aberración, indicadas
también por Rigaud en Oxford, fueron sometidas á un
nuevo cálculo por el doctor Busch de Koanigsberg, j ha
deducido de ellas 20",2116 como valor de esta constan­
te (40). Por consiguiente, la luz emplearia 8 111 12% 14 en
llegar del Sol á la Tierra, j su velocidad seria de 31,161
miriámetros por segundo. Pero según una nueva série de
observaciones emprendidas por Struve con el gran instru­
mento de los pasajes, en el primer vertical de Poullcova,
j continuadas durante diez j ocho meses, el primero de
esos números debe haber sufrido un aumento considera­
ble (41). Este gran trabajo ha dado 20"4451 para la cons­
tante de la aberración, de donde se deducen 8 in 17s, 78
para el tiempo empleado por la luz en recorrer la distancia
del Sol á la Tierra, j 41,549 millas geográficas (30,831
miriámetros) por segundo para su velocidad. Esas dos úl­
timas cifras se han deducido de la constante de Struve,
adoptando el paralaje del Sol dado por Encke en 1835, j
las dimensiones del esferoide terrestre calculadas por Bessel
(.Efemérides de Berlín para 1852, Encke). El error proba­
ble de este valor de la velocidad apenas si llega á rniriá-
metro y medio. Ha y una diferencia de V no entre Ia cons­
tante de Struve y la de Delambre (8 m 13s, 2) adoptada por
Bessel en las Tabula Regio montana, y de la que se vale
también en las Efemérides de Berlín. En último término,
no me parece que la discusión acerca de este punto debe
considerarse como agotada. Habíase sospechado há j a mu­
chos años una diferencia de velocidad de 1/ i 3i próxima­
mente, entre la luz de la estrella polar j la de una pequeña
estrella que la acompaña, pero esta opinion se ha conside­
rado como estremadamente dudosa. Un físico distinguido
por su sabiduría j por la gran delicadeza de sus investi­
gaciones esperimentales, Fizeau, verificó una medida de
la velocidad de la luz sobre una base terrestre de 8,633
metros únicamente, desde Suresne al cerrillo de Montmar-
tre. Tal es en efecto la distancia á que habia establecido un
espejo para enviar de nuevo á su panto de partida, merced
á ingeniosos aparatos, los rajos emitidos por un punto lu­
minoso en una de las estaciones. Esta luz se producía por
una especie de lámpara de oxígeno j de hidrógeno. Una
rueda de 720 dientes que daba un número bastante peque­
ño de vueltas por segundo (12 vueltas 6/ l0) interceptaba
el rajo á su regreso, ó le daba paso, según la velocidad de
la rueda; evaluábase esta velocidad por medio de un conta­
dor. Se ha creído poder deducir decesos esperimentos que
la luz artificial de que se servia el autor recorría 17,266
metros, es decir, el doble de la distancia de las dos estacio­
nes, en Yisooo de segundo, lo que da 31,079 miriámetros
por segundo (42). La determinación anterior que se apro­
xima mas á este resultado, es la que Delambre ha deducido
de ]os eclipses de uno de los satélites de Júpiter (31,094
miriámetros).
Observaciones directas j consideraciones ingeniosas
acerca de la ausencia de toda coloracion durante los cam­
bios de brillo de las estrellas variables, llevaron á Arago á
deducir que si los rajos diversamente coloreados ejecutan,
según la teoría de las ondulaciones, vibraciones trasversa­
les m u j diferentes en velocidad j amplitud, se propagan,
sin embargo, con velocidades iguales en los espacios celes­
tes. Así, la velocidad de propagación de los rajos colo­
reados en el interior de diferentes cuerpos es independiente
de la refracción que esperimentan en él (43). Las observa­
ciones de Arago ban demostrado, en efecto, que la refracción
de la luz estelar, en un mismo prisma, no está afectada por
las combinaciones variadas de esta velocidad, con la velo­
cidad propia de la Tierra. Todas las medidas dieron constan­
temente por resultado, el de que la luz délas estrellas bácia
las cuales se dirige la Tierra, j la de las estrellas de las
que la Tierra se aleja, se refractan exactamente en la mis­
ma cantidad. Hablando en la hipótesis de la emisión, el cé­
lebre observador decia que los cuerpos emiten rajos de to­
das las velocidades, j que los únicos rajos de velocidad
determinada producen en la vista la sensación de la
luz (44).
Interesa mucho comparar la velocidad de los rajos
emitidos por el Sol, las estrellas ó los cuerpos terrestres,
rajos desviados también por el ángulo refringente de un
prisma cualquiera, con la de la luz que engendra la elec­
tricidad por' el frote. Las admirables investigaciones de
Wheatstone llevarían á atribuir á esta luz una velocidad
m ajor, en la relación de 3 á 2 por lo menos. Si se mira
solo, respecto de este punto, á la mas débil evaluación sumi­
nistrada por el aparato óptico de espejo giratorio de Wheats­
tone, la luz eléctrica recorrería aun 288,000 millas inglesas
por segundo, es decir, mas de 46,300 miriámetros, con­
tando el statut-mile (69,12 por grado) para 1.609 me­
tros (45). Admitamos con Struve que la velocidad de la
luz estelar es de 30,831 miriámetrosy esta velocidad seria
aventajada en 15,500 miriámetros por la de la luz eléc­
trica.
Semejante resultado contradice en apariencia una opi-
nion j a citada de G. Herschell, según la cual, la luz del
Sol y de las estrellas provendría quizás de acciones electro­
magnéticas , y seria, por lo tanto , asimilable á una per-
pétua aurora boreal. Digo en apariencia, porque esos fenó­
menos electro-magnéticos podrian ser, sin duda alguna, de
naturaleza m uy compleja y muy variada en los diferentes
cuerpos celestes, y la luz producida poseer velocidades
muy diferentes. Es preciso decirlo, por otra parte, los re- '
sultados de Wkeatstone ofrecen aun una incertidumbre
que da motivo para esas congeturas. Su mismo autor los
considera «como muy poco fundados , y como teniendo
gran necesidad de una nueva confirmación» para poder ser
comparados útilmente con los de la aberración ó de los
eclipses de los satélites de Júpiter.
Las investigaciones hecbas recientemente en los Esta­
dos-Unidos por W alker, acerca de la velocidad de la elec­
tricidad, han escitado poderosamente la atención de los físi­
cos. Tratábase de determinar, por medio del telégrafo
eléctrico, las diferencias de longitud entre Washington,
Filadelfia, Nueva-York y Cambridge. A este efecto púsose
en comunicación el reló astronómico del observatorio de
Filadelfia, con un aparato deMorse, en el que las oscilacio­
nes del péndulo marcaban una série de puntos equidistan­
tes en una cinta de papel indefinida. El telégrafo eléctrico
trasmitía casi instantáneamente cada indicación del reló á
las demas estaciones y puntuaba en él también el tiempo
de Filadelfia, sobre otras cintas de papel que en un moví-
miento regular desarrollaba continuamente. En esta com­
binación podían intercalarse las señales que se quisieran,
entre las del péndulo. Bastaba al observador apretar el dedo
sobre un boton para marcar el instante del paso de una es­
trella por el meridiano de su estension. Según Steinhel,
«este método americano posee una ventaja esencial, la de
liacer la determinación del tiempo independiente de la re­
lación de dos de nuestros sentidos, el oido y la vista, por­
que mientras que el péndulo inscribe por sí mismo su mar­
cha sin que el observador tenga necesidad de preocuparse
de ella, este comprende y señala el paso de la estrella (con
la precisión de '/-o de segundo, según AValker).» Por úl­
timo, comparando los resultados obtenidos en Filadelfia y
en Cambridge , por ejemplo, se encuentra una diferencia
constante, y esta diferencia se debe al tiempo empleado por
la corriente eléctrica para recorrer dos veces el conductor
cerrado que une las dos estaciones.
Esas medidas hechas sobre hilos conductores de 1050
millas inglesas (1689 kilómetros), suministraron 18 ecua­
ciones de condicion entre las incógnitas del problema, y
de ellas se dedujeron 18,700 millas (30,094 kilómetros)
para la velocidad de propagación de la corriente hidro-
galvánica (46), es decir, una velocidad quince veces menor
que la de la electricidad en los esperimentos de Wheatsto-
ne. Como esas notables investigaciones fueron instituidas
con un solo hilo, si la mitad del conductor se reemplaza,
como se ha dicho, por la Tierra, podría creerse que la Na­
turaleza y dimensiones del medio recorrido influyen á la
vez sobre la velocidad con que se propaga la electrici­
dad (47). En el circuito voltáico, se calientan los conduc­
tores, tanto mas, cuanto menor es su conductibilidad, y es
sabido por los últimos trabajos de Riess, que las tensiones
eléctricas presentan fenómenos variados y complejos (48).
Las miras que se tienen en la actualidad acerca de lo que
se llama ordinariamente «cerrar el circuito por la Tierra,»
se oponen á toda idea de propagación lineal de molécula á
molécula entre las estremidades de los hilos conductores;
lo que se miraba antes como una corriente realmente forma­
da á través del suelo, se ba sustituido b o j por la hipótesis
de una restitución continua de la tensión eléctrica.
Aunque la velocidad de la luz parece ser la misma pa­
ra todas las estrellas, por lo menos en el límite de precisión
con el cual han podido dar las observaciones modernas la
constante de la aberración, se ha tratado de examinar, no
obstante, si no podrían existir cuerpos celestes c u ja luz no
llegase nunca hasta nosotros retenida por la atracción de una
masaenorme j obligada á volver de nuevo hácia el cuerpo de
donde hubiese sido lanzada. La teoría de la emisión ha dado
una forma científica á ese producto dé la imaginación (49).
Hablo aquí de él, sin embargo, porque tendré en adelante
ocasion de volver á una hipótesis análoga, al tratar de los
movimientos propios de Sirio j de Procion cujas anoma­
lías se han atribuido á la acción de ciertos cuerpos oscuros.
Entra en el plan de esta obra señalar todo lo que ha con­
tribuido en nuestros dias á dar un cierto impulso á la cien­
cia, pues solamente en este sentido podrá preséntar este li­
bro un cuadro fiel del carácter de la época en que ha apa­
recido.
Mas de dos mil años hace que empezaron las investiga­
ciones folomélricas sobre la luz de los astros que la tienen
propia en el Universo, para llegar á determinar ó esti­
mar por lo menos sus intensidades relativas. Y es que la
descripción del cielo estrellado no.se reduce solo á fijar
con estremada precisión las mutuas distancias de los as­
tros ó á coordinar sus posiciones con relación á los gran­
des círculos de la esfera celeste; comprende también el
conocimiento j la medida de su brillo individual. Ese úl­
timo carácter es también el que ha preocupado desde un
principio á los hombres. Mucho tiempo antes de pensar en
agrupar las estrellas en constelaciones, dieron á las mas
brillantes nombres propios. Yo mismo he podido compro­
bar esta tendencia primitiva entre las tribus salvajes que
habitan los frondosos bosques del alto Orinoco y del Ataba-
po. Montes de impenetrable maleza me obligaban de ordi­
nario á observar las mas altas estrellas para determinar la
latitud y cuando consultaba á los naturales del país y prin­
cipalmente á los ancianos, sobre las hermosas estrellas Ca-
nopea, Achernar, los piés del Centauro ó la a de la Cruz
del Sud, me decían enseguida los nombres consagrados en­
tre ellos. Si el catálogo de, constelaciones conocido bajo el
nombre de Gatasterismos de Eratóstenes gozaba la antigüe­
dad que le atribuyeron por tanto tiempo los que fijaban su
época entre Autolico y Timocharis, ciento cincuenta años
antes que Hiparco, una particularidad de este católogo nos
permitiría asignar un límite para el tiempo en que las es­
trellas no estaban todavía colocadas entre los Griegos por
órden de magnitud ó de brillo. Cuando se trata, con efec­
to, de enumerar las estrellas que constituyen cada conste­
lación, los Cátesterismos citan con mucha frecuencia el
nombre de las estrellas mas brillantes ó mas grandes, y el
de las estrellas oscuras menos fáciles de reconocer (50):
nunca comparan entre sí las estrellas pertenecientes á g ru ­
pos distintos. Pero Bernhardy, Baehr y Letronne colocan
los Catasterismos mas de dos siglos despues del catálogo de
Hiparco. Este no es mas, por otra parte, que una compila­
ción sin mérito, un simple estracto del Poeticum astronomi-
cnm atribuido á Julio Hyginus, ó también del poema de Era­
tóstenes el antiguo, titulado E^íc. Sucede todo lo contrario
con el catálogo de Hiparco que poseemos bajo la forma que
se le ha dado en el Almagestas. Este catálogo contiene la
primera determinación de los órdenes de magnitud ó de
brillo de 1022 estrellas: es decir, de la quinta parte próxi-
mámente cíe las estrellas perceptibles á simple vista sobre el
cielo entero, desde la 1.a hasta la 6 .amagnitud. Unicamen­
te ignoramos si esas magnitudes han sido determinadas por
el mismo Hiparco, ó si han sido tomadas de las observacio­
nes de Timocharis y de Aristilo, de las que Hiparco ha
usado con tanta frecuencia.
Esta obra constituye la base de todos los trabajos pos­
teriores de los Arabes y délos astrónomos de la edad media.
Hállase también en ella el origen de una costumbre que se
ha prolongado hasta el siglo XIX, la de limitar á 15 el
número de las estrellas de 1.a magnitud. Moedler cuen­
ta 18; Rümker que ha sometido el cielo austral á una cui­
dadosa revisión cuenta 20. El número antiguo está funda­
do únicamente en la clasificación que se encuentra en el
Almagestas al fin del catálogo estelar del libro 8 .° Ptolo-
meo aplicaba el epíteto de oscuras á las estrella inferiores á
la 6 .a magnitud. Cosa singular, cita solo 49 estrellas de
í).a magnitud escogidas de una manera casi uniforme en
los dos hemisferios ; ahora bien, como su catálogo com­
prende casi la quinta parte de las estrellas perceptibles á
simple vista, hubiera debido dar, observada la proporcion
mas rigorosa, 640 estrellas de esta m agnitud, según la
enumeración que de ellas ha hecho Argelander. En cuanto
á las nebulosas (vefeXtmfois) de Tolomeo y de los Catasteris-
mos del pseudo-Eratóstenes, son para la mayor parte pe­
queños grupos de estrellas que .se distinguen fácilmente
bajo el puro cielo de las regiones meridionales (51); esto
es por lo menos lo que me induce á pensar la indicación
relativa á una nebulosa situada áda derecha de Perseo.
Galileo mismo que ignoraba, como los astrónomos griegosy
árabes, la existencia de la nebulosa de Andrómeda aunque
esta nebulosa se distinga á simple vista, ha dicho en su
Nuncms siclerens que las stellce nebulosa son simples gru­
pos de estrellas, los cuales «sicut aerolse sparsim per sethera
fulgent» (52). Aunque la espresion de magnitudes de dife­
rentes órdenes (™v t^i?) L aja sido restringida en
su origen al sentido de gradación de brillo ó de intensidad
luminosa, dió lugar, sin embargo, desde el siglo IX, á hi­
pótesis sobre los diámetros que debían tener las estrellas de
brillo diferente (53); como si este brillo no dependiese á la
vez de la distancia, del volúmen, de la m asa, j ante to­
do de las propiedades físicas, especiales, de la materia de
que está formada la superficie de los astros.
La ciencia adelantó un paso hácia el siglo XV, en la
época de la dominación de los Mogoles, cuando la astro­
nomía florecía en Samarcanda bajo Ulugh-Beg. Cada
orden de magnitud de la antigua clasificación de Hipar-
co j de Tolomeo, fue subdividido; distinguiéronse así las
estrellas pequeñas, medias j grandes, casi como Struve
j Argelander dividieron despues en diez los mismos in­
tervalos (54). Las Tablas de Ulugh-Beg atribujen ése
progreso de fotometría á Abderrahman Sufi , al cual se
debe una obra sobre «el conocimiento de las fijas,» así
como la primera noticia de una de las Nubes de Maga­
llanes, bajo el nombre de Buey Manco. Desde la introduc­
ción universal de los anteojos en el dominio de la Astrono­
mía , la evaluación de las magnitudes ha debido ir mucho
mas allá del 6 .° órden. Las investigaciones fotométricas
tenían por poderoso estímulo el fenómeno de las estrellas
nuevas que aparecieron súbitamente en el Cisne j en el
Serpentario, j de las cuales la primera ha brillado 21 años.
Preciso fué, con efecto, para determinarlas fases del creci­
miento j disminución de su lu z, comparar continuamente
esas estrellas nuevas con otras estrellas conocidas. Enton­
ces las nebulosas de Tolomeo pudieron ser clasificadas en
la escala númerica de las magnitudes, como inferiores á
la 6 .a, j poco á poco llegaron los astrónomos á prolon­
gar esta escala mas allá de la 16.a m agnitud, con el
fin de representar gradaciones sucesivas que son todavía
apreciables, según Juan Herschell, para los astrónomos
provistos de poderosos instrumentos (55). Sin embargo, po­
demos decir que en este límite estremo la evaluación llega
á ser muy incierta; Struve asigna alguna vez el 12.° ó 13.°
lugar á estrellas que J . Herscbell coloca en el 18.° ó 20.°
órden de magnitud.
No entra en mi plan discutir aquí los medios m uy va­
rios que se han imaginado durante siglo y medio, desde
Auzout y Huyghens'hasta Bouguer y Lambert, desde
G. Herschell, Rumfordy Wollaston hasta Steinhel y J . Hers­
chell, para medir la intensidad de la luz. Bastante hare­
mos con señalar rápidamente esos diferentes métodos. Re­
currióse á la comparación de las sombras de las luces
artificiales, haciendo variar el número y la distancia de
esas luces. Mas tarde empleáronse diafragmas, planos de
cristal de espesor y de colores variables; despues estrellas
artificiales formadas por reflexión sobre esferas de cristal.
Tratóse de aproximar dos telescopios lo bastante para que la
vista pudiera pasar del uno al otro, durante el corto inter­
valo de un segundo. Se compusieron aparatos en los cua­
les podían verse simultáneamente por reflexión las dos
estrellas que se trataba de comparar, teniendo cuidado de
rectificar el anteojo de tal suerte que una misma estrella
diese en él dos imágenes de igual intensidad (56). Cons­
truyéronse otros aparatos en los que un objetivo provisto
de un espejo podía ser transformado mas ó menos por dia­
fragmas giratorios cuya rotacion estaba medida sobre un
círculo dividido. Hánse formado imágenes esteliformes de
intensidad variable, concentrando los rayos de la Luna ó
de Júpiter, merced al astrómetro, instrumento compuesto
de un prisma reflector y de una lente (57). Por último se
ha recurrido á objetivos divididos cuyas dos mitades reci­
bían por prismas la luz de las estrellas. El éxito no respon-
TOMO I I I . G
dio á tantos esfuerzos; ei distinguido astrónomo que mas
se lia ocupado de investigaciones de este género, y cuya
juiciosa actividad lia podido ejercerse en los dos hemisfe­
rios, Juan Herschell mismo, confiesa que despues de tan­
tos trabajos queda como desiderátum de la Astronomía un
método práctico y exacto para las medidas fotométricas.
En su concepto, la medida de la intensidad de la luz está
todavía en la infancia; y sin embargo, la atención de los
astrónomos se fija mas que nunca hácia este lado, estimu­
lada como está por el problema de lás estrellas cambiantes,
y por un fenómen-o celeste que se ha presentado en nues­
tros dias; cual es el aumento estraordinario de brillo que
recibió en 1837 una estrella déla Nave Argos.
Es esencial distinguir cuidadosamente dos géneros bien
distintos de clasificación, respecto de las magnitudes estela­
res. Redúcese el uno á cierta distribución de estrellas colo­
cadas según su brillo decreciente: el Manual científico para
los Navegantes de Juan Herschell, sirva de ejemplo. El
otro está fundado en la evaluación numérica de las rela­
ciones de magnitudes , ó también sobre números que es­
presan el brillo absoluto, la cantidad de luz emitida (58).
De esos dos últimos modos, el primero que limita sus pre­
tensiones á reproducir en números evaluaciones hechas á
simple vista, merece probablemente la preferencia cuando
sus evaluaciones han sido instituidas con un cuidado con­
veniente (59). En el estado de imperfección en que se en­
cuentra la fotometría, no trata todavía, en efecto, mas que
de obtener un primer grado de aproximación. Pero es pre­
ciso reconocer, que en la evaluación hecha á simple vista es
donde mas se manifiesta la influencia de la individualidad
propia de cada observador. A esta primera dificultad es pre­
ciso añadir las que nacen de la pureza tan variable de la
atmósfera, y de la desigual altura de los astros, mu y apar­
tados unos de otros, entre los que no es posible la compara-
cion sino con el auxilio de numerosos intermedios; debe
llevarse cuenta sobre todo de los errores que puede ocasio­
nar la diferencia de colores. Estando la luz igualmente te­
ñida j con el mismo grado de blancura, encuéntranse nue­
vos obstáculos en la vivacidad de su brillo. Por ejemplo,
es mas difícil comparar Sirio j Canopea, ^ del Centauro y
Acbernar, Deneb y Vega, que estrellas mucbo mas débi­
les. como las de 6 .a ó 7 .a magnitud. La dificultad se hace
m ajor todavía para las estrellas m u j brillantes, cuando se
trata de comparar estrellas amarillas, como Procion, la Ca­
bra ó Ata'ir, con estrellas rojas , como Aldébaran, Arturo
j Beteigueuze (60).
Juan Herscbell ha intentado, á imitación deWollaston,
determinar la relación que existe entre la intensidad de
luz de una estrella j la del Sol. Ha tomado ála Luna por
punto de comparación intermedio, j ha relacionado su bri­
llo con el de la estrella doble « del Centauro, una de las mas
brillantes (la 3.a) de todo el Cielo. De esta manera llegó á
realizarse por segunda vez el deseo que Juan Michell for­
muló en 1787 (61). Por el término medio de 11 medidas,
instituidas á favor de un aparato prismático, Juan Hers-
chelí halló que la Luna llena es 27,408 veces mas brillante
que « del Centauro. Ahora bien: según Wollaston, el Sol
es 801,072 veces mas brillante que la Luna llena (62). Así,
la luz que nos envia el Sol, está con la que recibimos
de a del Centauro en la relación de 22,000 millones á 1. Te­
niendo en cuenta la distancia, según el paralaje adoptado
para esta estrella, resulta de los datos precedentes que el
brillo absoluto de la « del Centauro es doble que el del Sol
(en la relación de 23 á 10). Wollaston ha encontrado que
la luz de Sirio es para nosotros 20,000 millones de veces
mas débil que la del S o l; su brillo real, absoluto, seria,
pues, 63 veces m ajor que el del Sol, si como se cree el
paralaje de Sirio debe reducirse á 0" 230 (63). De esta
manera hemos llegado á colocar nuestro Sol entre las estre­
llas de un mediano brillo intrínseco. Juan Herschell esti­
ma que el brillo aparente de Sirio es casi igual al de 200
estrellas de 6 .a magnitud.
Puesto que en último resultado parece verosímil, por
analogía cuando menos, que todos los astros son. variables,
no solo bajo la relación de la posicion que ocupan en el es­
pacio absoluto, sino también bajo la de su brillo intrínseco,
cualquiera que sea por otra parte la duración todavía des­
conocida de los períodos de esas variaciones; puesto que to­
da vida orgánica está además subordinada á la intensidad
de la luz y del calor de nuestro Sol; deben mirarse los
progresos de la fotometría como uno de los objetos mas
sérios y mas importantes que pueda proponerse la cien­
cia. Compréndese cuánto interés concederán las razas fu­
turas á las determinaciones numéricas que, acerca del
estado actual del firmamento, pueden únicamente legar­
les nuevos perfeccionamientos de la fotometría. Así se ha­
llará, por ejemplo, la esplicacion de numerosos fenómenos
que están en íntima relación con la historia termológica de
nuestra atmósfera y con la antigua distribución geográfica
de las especies animales y vegetales. Consideraciones de
igual naturaleza se habían presentado.ya hace mas de me­
dio siglo al talento de G. Herschell, ese gran investigador
que, anticipándose al descubrimiento délas relaciones ínti­
mas del magnetismo con la electricidad, se atrevia á asimi­
lar la luz perpétuamente engendrada en la envoltura ga­
seosa del Sol, con la de las auroras boreales de nuestro g’lo-
bo terrestre (64).
Arago ha reconocido en el estado recíprocamente com­
plementario de los anillos coloreados, vistos por trasmisión
y por reflexión, el medio que deja entrever la mayor espe­
ranza de llegar á la medida directa de la cantidad de luz.
He citado en una nota mia(65) con los mismos términos de
mi amigo la indicación de su método fotométrico, y la del
principio óptico sobre el cual ba fundado su cianómetro.
En razón de esas variaciones cósmicas de la luz estelar,
nuestros mapas celestes y catálogos en donde se bailan cui­
dadosamente indicadas las diferentes magnitudes de las es­
trellas, no podrian constituir un cuadro homogéneo del es­
tado del cielo. En realidad es preciso distinguir, en las di­
ferentes partes de ese cuadro, las que corresponden á épocas
m uy diferentes. Háse creído largo tiempo que el orden de
las letras empleadas para designar las estrellas, en el si­
glo X V II, podría proporcionar indicios seguros de esas va­
riaciones de magnitud y de brillo. Pero discutiendo bajo
este punto de vista la Uranometría de Bayer, Argelander
ha demostrado que no era posible juzgar del brillo relativo
de las'estrellas en la época de Bayer, según el lugar que
ocupan sus letras en el alfabeto; porque el astrónomo de
Augsburgo se dejó guiar en la elección de estas letras por
la forma y dirección de las constelaciones, mas bien que
por el brillo de las estrellas mismas (66).
SERIE F0T0METRICA DE LAS ESTRELLAS.

In te r c a lo a q u í un cu a d ro sacado de la reciente obra de J u a n H ersch e ll,


Outlines o f A stronom y, p á g i n a s 64o y GiG, Mi sabio a m ig o el doctor Galle,
se h a en c a r g a d o de su a rre g lo y de r e d a c ta r su esplicacion. V éa se u n es­
t r a d o d é l a c a r ta q u e m e escribió refiriéndo se á este a s u n t o , en M arzo
de 1 8 5 0 :
«Los n ú m e ro s d é l a escala folom ctrica c o n ten id a en los Outlines o f A s-
tronomy h a n sido fo rm ados p or los de la escala vulgar , a ñ a d ie n d o u n ifo r­
m e m e n te 0,41 á estos últimos. L as m a g n itu d e s in d ic ad a s por los n ú m e ro s
de es ta s e g u n d a escala p r o v ie n e n de ob se rv a cio n e s d irec tas E l a u t o r h a
in stitu id o series de co m p arac io n es (sequences) entre las d iferentes estre­
llas , y com b in ad o sus resu ltad o s con las magnitudes e m p lea d as o r d in a r ia ­
m e n te p or los astró n o m o s. ( Viaje al Cabo, pág. 304-352); bajo esta ú lti m a
r e la c ió n le h a servido de base el ca tá lo g o de la S o cie d ad astro n ó m ica de
L o n d re s, p a r a el a ñ o de 1827 (pág. 30o). Las m e d id as fo to m é trica s, p r o ­
p ia m e n te d ichas, h e c h a s sobre m u c h a s estre lla s por m edio del astróm etro ,
no s ir v ie ro n d ir e c ta m e n te p a r a c o n s tru ir esta t a b l a , sino ú n ic a m e n te
p a r a v e r h a s ta q u é p u n to p uede r e p r e s e n ta r la ca n tid a d de le y r e a lm e n ­
te e m itid a p o r c a d a e s tr e lla , la esc a la o r d in a r ia de las m a g n itu d e s
(la 1 . a , l a 2 . a , la 3 . a ... m a g n itu d ) . P r o c e d ie n d o así h a lle g a d o el a u to r al
r e su lta d o n o ta b le de q u e la série de n u e s tra s m a g n itu d e s h a b itu a le s
(1 .a , 2 . a , 3 .a ...), co rresp o n d e casi á las q u e lom aria u n a m is m a estrella
de 1 .a m a g n i t u d , tr a s p o r ta d a su c e s iv a m e n te á las distancias 1, 2, 3 ... y
se sabe q u e en este caso, la in te n sid a d d é l a le y estaría r e p re se n ta d a por
la sé rie 1, y 4 , 1 0, 1 J6. .. ( Viaje ai Cabo , p á g . 3 7 1 , 372 ; Outlines, p á g i ­
n a s 321, 522). Sin e m b a r g o , si se q u ie re p erfec cio n a r esta n o ta b le co n ­
c o rd a n c ia de las dos s é r i e s , es preciso a u m e n ta r n u e s tra s e v a lu a c io ­
nes h a b itu a le s , de 1¡c¡ m a g n itu d p ró x im a m e n te , ó con m a s e x a c titu d
de 0,41. En este sistem a, u n a estrella e s tim a d a a c tu a lm e n te como de 2 .a
m a g n i t u d resulta de la m a g n itu d 2 ,4 1 ; o tr a de 2 ,5 m a g n itu d llega á ser
de 2 ,9 1 , etc... E sta es la eicaia fotom étrica q u e J u a n H erschell pro p o n e
q u e se s u s t itu y a á la escala a c tu a l de las m a g n itu d e s ( Viaje al Cabo,
p á g i n a 372; Outlines, pág. 522), y se g u ra m e n te q u e m erece ser bien a c ó - '
g id a esta proposicion. Con efe c to , de u n a p a r te , la diferencia en tre las
dos escalas es a p e n as sensible ( w o u l d h a r d l y be felt, V iaje al C abo, p á g i­
n a 3 ¿ 2 ) ; d e o tr a , la tabla de las Outlines (pág. Gí5 y siguien tes) p u e d e
y a s e rv ir de base h a s ta la 4 ,a m a g n i t u d , de m a n e r a q u e es dable aplicar
desde h o y com p letam e n te á las estrellas la r e g la q u e h a s ta a q u í se h a
se g u id o in stin tiv a m e n te , y q u e consiste en q u e las in te n sid a d es q u e se
refieren á la 1.a , 2 .a , 3.a , 4 . a ... m a g n i t u d son p ro p o rc io n ales á los n ú m e ­
ros 1, 1 4, 1 '9 , 1. in. etc. J u a n H e rsc h e ll h a e legido la a del C entauro com o
es tre lla n o r m a l de p r im e r a m a g n itu d p a r a la esc a la fo to m é tric a , y como
u n ida d p a r a la c a n tid a d de luz. (Q u ilin es, p á g . i>23; V iaje al Cabo , p á g i ­
na 372). S e g ú n esto, si se elev a al c u a d ra d o el n ú m e ro q u e r e p r e s e n ta la
m a g n i t u d fo tom étrica de u n a es tre lla , se o btie ne la in v e r s a de la rela ción
d é l a c a n tid a d de luz co m p a ra d a con la de a del C e n ta u ro , Por ejemplo: *
de Orion q u e tiene 3 de m a g n itu d f o to m é tr i c a , em ite 9 v ec es m e n o s
luz q u e a del C e n ta u ro ; y al m ism o tiem po, ese n ú m e r o 3 indica q u e * do
Orion debe estar 3 veces m as a p a r t a d a d e n o so tro s q u e «, del Centauro,
si esas dos estre lla s son astros de ig u a l m a g n i t u d lineal y de ig u a l b r i ­
llo. Si se h u b ie se elegido o tra estrella , Sirio po r ejemplo , q u e es 4 veces
mas b r illa n te , como u n id a d de esta escala c u y o s n ú m e ro s in dican á la
p a r el brillo y la distan c ia, la r e g u la r i d a d de q u e a c a b a de h ab la rse no
so p r e s e n ta r ía con la m ism a sencillez. P o r o tr a p a r t e , l a a del C e n ta u ro
se d is tin g u e po r dos p a r ti c u la r i d a d e s : su d is t a n c ia es co n o c id a con u n
cierto g ra d o de p r o b a b i l i d a d , y esta d ista n c ia es la m e n o r de toda s la s
m e d id a s h a s ta aq u í.
«El a u t o r de la s Outlines e n s eñ a en esta obra , p á g . 'i'2 \ , q u e l a esca la
fo to m é tric a , a r r e g la d a se g ú n los c u a d r a d o s 1, y .j, !/ g 1/ i e - ** es p r e fe rib le
á tod a o tra serie, tal como las p r o g re s io n e s g e o m é tr ic a s 1 , l/ 2 ' / 4
ó 1, i/ 3 , 1/ 9 V 27--« D u ra n te v u e s tro v ia je a A m é r ic a , ad o p tasteis u n a p r o ­
gre sió n a r itm é tic a p a r a c o o r d in a r la s o bse rva cione s q u e hicisteis bajo el
e c u a d o r ; pero v u e s tra s s é r i e s , com o las p re c e d e n te s , no se a d a p t a n ta n
b ie n á la escala o r d in a r ia de las m a g n itu d e s estelares ( v u l g a r scale) como
la p ro g re s ió n de los c u a d r a d o s a d o p ta d a por H erschell ( H u m b o ld t, Colec­
ción de observaciones astron., t. \, p. L X X í, y A stron . 1N¡achrichten , n ú m e ­
ro 3"4), E n la ta b la s ig u ie n te las í 00 estre lla s de las Outlines están colo­
ca d as se g ún el o rden de las m a g n itu d e s ú n ic a m e n te , y no se gún sus d e ­
clin acio nes boreales ó a u stra le s.» .
CATALOGO

d e 100 estre lla s, desde la l . a h a s t a la 3 .a m a g n i t u d , co lo c a d a s, se g ú n las


d ete rm in a c io n e s de J u a n H e r s c h e l l , e n el ó rd e n de sus m a g n itu d e s es­
tim a d a s fotomélricamente, y en el de sus m a g n itu d e s ord in a ria s , s e g ú n
los datos m as exactos.

E S T R E L L A S DE P R I M E R A MAGNITUD.

NOMBRES C3 NOMBRES C3
£> ¿2 o .£
® é E-
E -o DE LAS ESTRELLAS. 2 5
DE LAS E STR E LLAS. 2 2 ^3 22 s
O ^ S 2 O °
^ O S O s s

S irio. 0,08 0,49 & Orion. 1,0 : 1 ,4 :


r¡ A r g o s (v ar.) 5? 5) a E rid an . 1,09 1 ,50
Canopo. 0,59 0,70 A ld é b a r a n . 1 ,1 : 1 ,5 :
o- C e nta uro. 0,o9 1,00 /S C e n ta u ro . i,n 1,58
A rturo. 0,77 1,18 a Cruz. 1,2 1,0
R ig e l. 0,82 1,23 A n ta rc s. M 1,6
L a C abra. 1,0 : 1,4: a. A g u ila . 1,28 1,69
«> L ira. 1 ,0 : 1,4 : L a E sp ig a . 1,38 1,79
P ro c io n . 1 ,0 : 1.4 :
1
j
:

fotométrica.
fotométrica.
NOMBRES NOMBRES

ordinaria.

a g n itu d
ordinaria.
agn itu d

a g n itu d
agnitud
UE L A S ESTRELLAS. DE L A S ESTRELLAS.

M
M

M
F o m a lh a u t. \ ,:u 1,95 «• T riá n g u lo au s tra l. 2,23 2,6 4
P Cruz. 1,57 1,98 e S a g ita rio . 2 ,2 6 2 ,6 7 |

P o lu x . 1 ,6 : 2,0 : p T a u ro . 2,28 2,69


Piégulo. 1,6 : 2 ,0 : La P o la r . 2,2 8 2,69
«. Grulla. 1,66 2 ,07 6 E sco rp io » . 2 ,2 9 2,70
7 Cruz. 1,73 2,14 H id ra . 2,30 2,71*
« Orion. 1,84 2,25 8 Perro. 2,32 2,73¡
« P e r ro . 1,86 2,27 P a v o real. 2,33 2,74
¿ E sco rp io n . 1,87 2,2 8 7 L eo . 2,34 2, i o |
Cisne. 1,90 2 ,3 1 p Grulla. 2 ,3 6 2,77 ’
Castor. 1,94 2,35 a A ries. 2,40 2,81
« Osa ( v a r .) . 1,95 2,36 a S a g ita r io . 2,41 2,82i
« Osa ( v a r .) . 1 ,9G 2,37 S A rg o s . 2,42 2 ,8 3
í Orion. 2,01 2 ,4 2 K Osa. 2,43 2,S4
A rg o s . 2,03 2,44 P A n d ró m e d a . 2,45 2,86
j a Perseo. 2,07 2,48 8 B a lle n a . ■ 2,46 2,87
y A rg o s . 2,08 2,49 a A rg o s. 2,46 2,87
j £ A rg o s. 2.18 2,59 P Cochero. 2,48 2,89
8 >7 Osa (v a r .) . •2,18 2,59 7 A ndróm eda. 2,50 2,91
o '

2,18 2,59
O

-1
C3

folomctrica.
NOMBRES NOMBRES.

ordinaria.
M a g n it u d
ag n itu d
H ¿ 0 -"S
DE LAS ESTRELLAS. DE L A S ESTRELLAS.
1 ^1 ñ
O s
•*5__ O s js

M
1
y Casiopea. 2,32 2,93 ¿5 A cu a rio . | 2 ,8 3 , 3,26
a. A n d r ó m e d a . 2,3 i 2,93 5' E scorpion. 2,86 1 3.27
5 l
9 C e n ta u ro . 2,34 2,93 £ Cisne. i 2,88 1 3,29
, ^ Casiopea. 2,37 2,98 r¡ OfillCO. 2.89 3,30
| P P e r ro . 1 2,38 2 ,99 y C ue rvo. 2,90 3,31
i * Orion. 2,39 3,00 .* Cefea. | 2,90 3,31
1 , c
i y G ém inis. 3,00
2 ,39 a C e n ta u ro . : 2.91 3,32
i 3 Orion.
2,61 3,02 «, Serpiente. ! 2,92 3,33
A lg o l ( v a r .) .
2,02 3,03 S L eo. 2 ,9í 3,3o
s Pegaso.
2,62 3,03 x A rg o s . 2,9í 3,33
y D ra g ó n .
2,62 3,03 £ C uervo. 2,9 3 1 3,36
/3 Leo.
2,63 3,04 ¿3 E sco rp io n . ■2,96 3,37
i <*• Oíiuco.
c'í' ez
O o

2,03 C C e n ta u ro . 2.96 3,37


■rr1

3 Casiopea. I
2,63 £ O ñuco. 2,97 3,38
y Cisne.
2,63 3,04 « A c u a rio . 2,97 | 3,38
n Pegaso.
2,63 3.06 •x A rg o s. 2,98 3,39
£ Pegaso.
2,68 3.06 7 A g u ila . 2.98 , 3,39
7 C e nta u ro .
2,6S 3.09 S Casiopea. 2,99 3.40
C orona. 1 1
2,69 3,10 S C e n ta u ro . 2.99 3,40
y Osa.
2,-1 3,12 a Liebre. 3 . 0 0 , 3,41
* E scorpion.
2,71 3,12 S Oñuco. 3,00 I 3,41
£ A rg o s .
2,72 3,13 % S a g ita r io . 3,01 1 3,42
3 Osa.
2,77 3,18 n B o y e ro . 3,01 3,42
«■ F é n ix .
2.78 3,19 n D ragón. 3,02 : 3.43
i A rg o s .
2,80 3,21 ir Oñuco. 3.05 i 3,56
€ B o y e ro .
2,80 3,21 6 D ra gó n. 3,06 • 3,47
a Lobo.
2,82 3,23 £ Libra. 3,07 3,Í8
í C entauro. 2,S2 3,23 7 V ir g o . 3 , OS 3,49
I 17 P e r ro . 2,83 5,26 , r A rg o s . 3,08 , 3,49
fotométrica.
folométrica.
N OM BRES N O M B IiE S
Q ~

M a g n it u d
ordinaria.
ag n itu d
ag n itu d

E S
DE LAS E ST R E LL A S. DE LAS ESTRELLAS. ^O s
M
H__ £
M

S Avies. 3,09 3,:;o ¿3 C aprico rnio . 3,32 3,73

y Pegaso. 3,11 3,32 P A rg o s . 3,32 3,73

5 S ag ita rio . 3,11 3,32 A g u ila . 3,32 3, i3


& L ibra. 3,12 3,33 § Cisne, 3,33 3,74

S a g ita r io . 3,13 3,34 y P e r se o . 3,34 3,73

<S Lobo. • 3 , 14 j 3,35 a Osa. 3,33 3,76

s V ir g o ? 3,14 3,33 £ T r i á n g u lo b o rea l. 3,33 3,76

a P alom a. 3.1o 3,36 7T E sco rp io u . 3,33 3,76

0 Cochero , 3,17 3,58 § L ie bre . 3,33 3,76

/S H ércu les. 3,1S 3,39 y L obo. 3,36 3,77

t C en ta u ro . 3,20 3,61 S P e r se o . 3.36 3,77

5 C apricornio. 3,20 3,61 ^ Osa. 3,36 3,77

3 C ue rvo. 3.22 3,63 s Cochero ( v a r .) . 3,37 3,78


a P e r ro s de caza. 3,22 3,63 v E sc o rp io n . 3,37 3,78

<3 Ofiuco. 3,23 3,64 i Orion. 3,37 3,78

S Cisne. 3,24 3,6.) 7 Lince. 3,39 3,S0

£ P erseo. 3,26 3,67 K D ra g ó n . 3,40 3.81

r¡ T au ro . 3,26 3,67 A lta r . 3,40 3,81

/3 E r i d a n . 3,26 3,67 t S a g ita r io . 3,40 3,81

0 A rgos. 3,26- 3,67 •x H ércules. 3,41 3,82

3 H id ra 3,27 3,68 8 P e r r o peque ño? 3,41 3,82

C P erseo, 3,27 3,63 2, T a u r o . 3,i2 3,83

% H é rc u le s. 3,28 3,69 1 i> D ra g ó n . 3,42 3,83


£ C u e rv o . 3,28 3,69 G éjninis. 3,42 3,83

i C ochero. 3,29 3,70 y B o y e ro . 3,43 3,81

y Usa m e n o r . 3,30 3,71 £ G ém inis. 3,43 3,8 ¿


n P eg as o . 3,31 3,72 a Mosca. 3,43 3,84

P A lta r. 3,31 3,72 a H id ra ? 3,44 3,83

a Tacan. 3,32 3,73 t E scorpion. í 3,44 ¡ 3,85


NOMBRES es NOMBRES _
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DE LAS E S T R E L L A S . £ fe £ -'3
1 I DE LAS ESTRELLAS. z
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§ H é rc u le s. 3,44 3,85 r¡ C oehero. 3.46 3.S7

S Géminis. 3.44 3,85 ¡ 7 L ira. 3,47 3,S8

([ Orion. 3,45 3,86 , r¡ G ém in is. 3,48 3.89

P Cefeo. 3,45 3,86 ¡ y Cefeo. 3,48 3,89

0 Osa. 3,45 3,86 j x Osa. 3,49 3,90

£ H id ra . 3,45 3,86 j £ Casiopea. 3,49 3,90

i 7 H id ra . 3,46 3,87 ¡ 6 A g u ila . 3,50 3,91

P T riá n g u lo a ustra l 3,46 3,87. i o- E scorpion. 3,50 3.91

t Osa. 3,46 3,87 | t A rgos. 3,50 3.91

«No deja de te n e r in te rés el s ig u ien te cua d rito : los n ú m e ro s d e s ig n a n


las cantidades de lu z de 17 estrellas de p r im e ra m a g n i t u d , tales como r e ­
s u l t a n de las m a g n itu d e s fotom étricas.

S ir i o ............................................................................. 4 . 1 G'>
k A r g o s . ..................................................................... —
C a n o p o ........................................................................ 2,041
o- C e n ta u ro .................................................................... 1,000
A r t u r o ......................................... : ........................... 0,71$
R i g e l ............................................................................ 0,061
La C a b ra .................................................................... 0,510
o. L i r a ............................................................................... 0,510
P r o c i o n ....................................................................... 0,o 10
«■ O rio n ............................................................................ 0,489
o. E r i d a n ........................................................................ 0,414
. A l d é b a r a n .................................................................. 0,4
P C e n ta u ro ..................................................................... 0.401
« C ru z ............................................................................. 0,391
A n t a r é s ....................................................................... 0,391
o. A g u i l a ........................................................................ 0,350
L a E s p ig a .................................................................. 0,312
« V é a n s e , a d e m á s , las can tid a d es de luz de las estrellas qu G sor»
e x a c t a m e n te de 1.a, de 2 .a, de 3 . a m a g n itu d , etc. :

Magnitud Cantidad
según la escala ordinaria. de luz.

1,00 0,300
2,00 0,172
3,00 « 0,086
i, 00 0,031
:>.oo 0,031
0,00 0,024

« P a ra todas se h a tomado p o r u n id a d la c a n tid a d de lu z de la del


C en tau ro .» .
NÚMERO, D I S T RI B UCI O N Y COLORES D E LAS E S T R E L L A S . — GRUPOS

E S T E L A R E S . -----VI A LACTEA S E M B R A D A DE R A R A S NEB ULOS AS .

En la primera parte de estos fragmentos de astrognosia,


lie recordado la siguiente concepción original de Olbers (67).
Si la bóveda del Cielo estuviera enteramente tachonada de
puntos estelares que correspondiesen á innumerables capas
de estrellas, colocadas unas detrás de las otras en todas las
direcciones posibles; si, además, atravesara la luz el espacio
sin esperimentar en él estincion, entonces el fondo del Cielo
presentaría un brillo uniforme insoportable, y no podría dis­
tinguirse
o
ninguna
O
constelación: el Sol únicamente se reco-
'

noceria por sus manchas, y la Luna por un disco oscuro.


Esta singular hipótesis traslada mí espíritu hácia un fir­
mamento diametralmente opuesto, en cuanto á la aparien­
cia, idéntico en el fondo, por el obstáculo que presentaría
al desarrollo de la ciencia, si la Naturaleza no lo hubiese
circunscrito á las llanuras del Perú. Allí, entre las costas
del mar del Sud v ía cadena délos Andes, una niebla espesa
cubre el firmamento durante meses enteros. Esta estación
es conocida con el nombre de el tiempo de la garúa. En ella
es imposible distinguir un solo planeta, una sola de esas
bellas estrellas del hemisferio austral, Canopo, la Cruz del
Sud, ó los piés del Centauro. Algunas veces apenas si se
divisa el lugar que ocupa la Luna. Durante el dia, cuan­
do por casualidad ocurre que se perciben los contornos
del Sol, aparece su disco sin rajos como si se viera á tra­
vés de un cristal negro; su color es amarillo rojizo, algu­
nas veces blanco, j rara vez de un azul verdoso. El nave­
gante, arrastrado á esos parajes por la corriente fría que
reina en las costas del Perú, no puede reconocer la orilla:
sin medios para determinar su latitud, pasa frecuentemente
de largo el puerto ai cual se proponía arribar. Felizmente
la configuración local de las curvas magnéticas le ofrece un
último recurso; la aguja de inclinación, como j a be ense­
ñado en otra parte, parece guiarle cuando carece de la in­
dicación de los astros (68).
Bouguer j Jorge Juan su colaborador, deploraron mu­
cho antes que jo «el cielo tan poco astronómico del Perú.»
Pero una consideración todavía mas grave vá unida á este
fenómeno, cuales la de la existencia de una capa atmosférica
impermeable á la luz, incapaz de retener la electricidad,
donde jamás se forma la tormenta j desde dpnde se levan­
tan kácia regiones mas puras las altas mesetas de las cor­
dilleras con sus vértices cubiertos de perpétuas nieves. Se­
gún las ideas que la Geología moderna tiene del estado de
la atmósfera en los tiempos primitivos, es de presumir que
el aire, entonces mas opaco j mezclado de vapores espesos,
debia ser poco á propósito para trasmitir los rajos lumi­
nosos. Si se reflexiona, pues, en las acciones complejas que
ta n determinado en el mundo primitivo, la separación de
los elementos sólidos, líquidos j gaseosos, j que ban cons­
tituido finalmente la corteza terrestre, con sus envueltas
actuales, será imposible sustraerse á la idea de que la hu­
manidad ha corrido el peligro de vivir en una atmósfera
opaca, ciertamente favorable á muchas especies vegetales,
pero que hubiera ocultado á nuestras miradas las maravi-
lias del firmamento. La estructura de los Cielos habría es­
capado al espíritu analítico; fuera de la Tierra no existiría
para nosotros en la creación quizás mas que el Sol y la
Luna; el espacio parecería hecho únicamente para esos tres
cuerpos. Privado de sus nociones mas elevadas acerca del
Cosmos, el hombre no hubiera tenido esas aspiraciones que
le incitan desde muchos sig-los
& á la investigación
O de la
verdad, y que plantean incesantemente nuevos problemas,
cuyas dificultades han tenido tanta influencia en el ade­
lanto de las ciencias matemáticas. Debe, pues, considerarse
un momento esta funesta posibilidad antes de enumerar
aquí las conquistas del entendimiento humano; conquistas
que el mas pequeño obstáculo hubiera ahogado en su gér-
men.
Cuando se trata del número de los astros que llenan los
espacios celestes, deben distinguirse las tres cuestiones si­
guientes: ¿Cuántas estrellas pueden percibirse á simple vis­
ta? ¿Cuántas contienen nuestros catálogos, es decir, cuál es
elnúmero de aquellas cuya posicion se conoce exactamente?
¿Cuántas estrellas hay comprendidas en los diferentes ór­
denes de brillo desde la 1.a hasta la 9.a y 10.a magnitud?
En la actualidad puede contestarse á estas tres cuestiones
cuando menos de una manera aproximada. La ciencia tiene
para ello materiales suficientes. Lo contrario sucede con
esas investigaciones puramente de conjetura que han que­
rido fundarse sobre medidas estelares de ciertas partes ais­
ladas de la Via láctea áfin de llegar á resolver teóricamente'
la siguiente cuestión: ¿Cuántas estrellas se pueden discer­
nir en la bóveda entera del Cielo, por medio del telescopio
de 20 pies de Herschell? Problema que debe comprender
los astros cuya luz emplea, según se dice, 2,000 años en
llegar hasta nosotros (69).
Los resultados numéricos que respecto de este asunto
doy á conocer, son debidos en gran parte á las investiga-
ciones de mi respetable amigo Argelander, director del Ob­
servatorio de Bonn, autor de la Revisión del cielo loveal, á
quien babia rogado que se sometieran á nuevo exámen los
datos actuales de nuestros catálogos. Para la última clase
de magnitud hay alguna incertidumbre que proviene de
las divergencias de la apreciación individual; esas diferen­
cias se hacen mas sensibles en los límites de la perceptibi­
lidad á simple vista, cuando es necesario separar las estre­
llas de 6 .a á 7.a magnitud de las estrellas de la 6 .a Arge­
lander ha encontrado como término medio, en multitud de
combinaciones, que el número de las estrellas perceptibles
á simple vista en todo el cielo es de 5,000 á 5,800, y que
las estrellas comprendidas en cada clase, forman próxima­
mente la série de los números siguientes, llegando hasta
la 9.a magnitud (70).
1 .a m a g n i t u d 20 estrellas.
2.a Go —
?,.a — J 90 —
4 .a .— m —

5 .a — 1100 —

6.a — 3200 —
7 .a — 13000 —
8 .a — 40000 —

9.a — \ 12000 —

El número de las estrellas que se puede claramente


distinguir á simple vista , en un lugar dado, parece es­
tim adam ente pequeño á la primera ojeada: cuéntanse
4,146 en la parte de Cielo visible en el horizonte de Paris,
y 4,638 en Alejandría (71). Siendo el radio médio del dis­
co de la Luna de 15' 33", 5, son necesarias 195,291 áreas
iguales al disco de este astro para c-ubrir la superficie en­
tera del Cielo. Admitiendo, pues, que las 200,000 es­
trellas (en cifra redonda) comprendidas entre la 1 .a y la
9.a magnitud, están repartidas de un modo uniforme, no
habria mas que una estrella para cada una de esas áreas
iguales al disco entero de la Luna; y como este astro em-
T0310 III 7
plea 44,n 30s para describir en el Cielo una área igual
á la de su propio disco no seria fácil hallar mas de una
estrella, por término medio, en ese mismo espacio de tiem­
po. Si se quisiese, pues, estender hasta las estrellas de 9.a
magnitud el anuncio calculado de las ocultaciones de estre­
llas por la Luna, se encontraría que un fenómeno de ese gé­
nero debe reproducirse, por término medio, á cada interva­
lo de 44m 30s. Despues de esto se comprende bien el hecho
de que la Luna oculte tan pocas estrellas perceptibles á
simple vista, en su marcha á través de las constelaciones.
La comparación entre las enumeraciones antiguas j las
modernas no está desprovista de interés. Ahora bien: Pli-
nio, que conocía indudablemente el catálogo de Hiparco y
le llamaba audaz empresa, diciendo que «Hiparco habia
querido legar el Cielo á la posteridad,» ¡Plinio contaba
solo 1,600 estrellas visibles en el hermoso cielo de Ita­
lia (72)! En su enumeración colocaba, sin embargo, en
gran número las estrellas de 5.a magnitud. Medio siglo
despues, el catálogo de Tolomeo indica solamente 1,025
estrellas hasta la 6 .a magnitud.
Desde que la clasificación de las estrellas no se limita
ú las diferentes partes que ocupan en sus constelaciones
respectivas, sino que se estiende también á su posicion rela­
tivamente al ecuador ó á la eclíptica, los progresos de esta
rama de la ciencia se vienen regulando constantemente por
los de los instrumentos de medida. De la época de Arístilo
y de Timocharis (283 años antes de J. C.), no ha llegado
hasta nosotros catálogo alguno. S as observaciones estaban
hechas toscamente (wáw ¿w ^Ss), según un fragmento de
Hiparco sobre la longitud del año, citado en el libro 7.° del
Almagestas (cap. III, p. 15, edic. H alm a); sin embargo,
parece cierto que han determinado las declinaciones de un
número considerable de estrellas, cerca de 150 años antes
de la época del catálogo estelar de Hiparco. Sabido es
cómo la aparición de una nueva estrella incitó á Hiparco
á hacer una revisión completa de las dem ás; pero ca­
recemos en este asunto de otro testimonio que el de Pli-
nio, testimonio acusado mas de una vez de no ser sino
el eco de un rumor inventado intemporáneamente (73).
Tolomeo no habla nada de él. De todos modos, resulta que
el gran catálogo de Ticho tiene precisamente este origen.
Ticho, como Hiparco, se determinó á formar su catálogo
por la aparición súbita de una estrella brillante en Casio-
pea, hácia el mes de Noviembre de 1572. Juan Herschell
cree que una nueva estrella vista en Escorpion 134 años
antes de nuestra era, podría ser muy bien la de que ha­
blaba Plinio (74). Según los anales chinos, apareció en el
mes de julio, bajo el reinado de Vu-Ti, de la dinastía de
los H an, seis años antes de la época á la cual refieren la
confección del catálogo de Hiparco, las investigaciones de
Ideler. Eduardo Biot, cuya prematura pérdida lamentan
todavía las ciencias, fue el que descubrió la mención de
este curioso fenómeno en la célebre coleccion de Ma-tua-
lin, en donde están referidas todas las apariciones de co­
metas y de estrellas singulares que tuvieron lugar entre
el año 613 antes de J. C., y* el año 1222 de la era cris­
tiana.
El poema didáctico de Arato, á quien debemos el único
escrito de Hiparco que ha llegado hasta nosotros, pertene­
ce á los tiempos de Eratóstenes, Timocharis y Arístilo(75).
La parte astronómica de este poema que contiene también
una parte meteorológica, está fundada en la esfera de E u-
doxio de Cnide. Aun cuando el catálogo de Hiparco formó
según Ideler parte y muy esencial de la obra citada por
Suidas sobre la Distribución de las estrellas y de los astros.
no nos es conocido (76). Este cuadro contenia las posicio­
nes de 1,080 estrellas en el año 128 antes de nuestra era.
Las posiciones dadas por Hiparco en su comentario acerca
de Arato, fueron determinadas indudablemente con ayuda
del astrágalo ecuatorial, no con el astrolabio, porque todas
ellas están referidas al Ecuador según la declinación y as­
censión recta. Por el contrario, el catálogo de Tolomeo, en
el cual se encuentran 1,025 posiciones de estrellas y 5
stelloe nebulosos, está referido á la eclíptica (77), y contiene
solo las latitudes y longitudes [Almaf]estas, ed. Halma,
t. II, p. 83). Créese que sea esta una simple reproducción
del catálogo deHiparco trasformada por el cálculo. Véase
cómo están repartidas esas estrellas entre las diferentes
clases de magnitudes:
1.a m a g n itu d l'J estrellas.
-
)a ___
í 'j —
3 .a — 208 —
i.a — 574 —
0.a — 217 —
6 .a — 19 —

Parecía que debieran encontrarse números mucho mas


pequeños para la 5.a y 6 .a clase; pero en cambio la riqueza
de la 3.a y 4.a es notable. Toda otra comparación mas de­
tallada entre ese antiguo catálogo y los catálogos modernos
seria, por otra parte, necesariamente ilusoria á causa de la
vaguedad que es inherente por lo general á la evaluación
de las magnitudes.
Hemos visto que el catálogo estelar, llamado de Tolo-
meo, contiene únicamente la cuarta parte de las estrellas
perceptibles á simple vista en el horizonte de Rodas ó de
Alejandría; es preciso añadir que, á consecuencia de las re­
ducciones fundadas en un falso valor de la precesión, las
posiciones de estrellas que en él se encuentran parece como
que fueron observadas, no en la época de Hiparco, sino há­
cia el año 63 de nuestra era. En los diez y seis siglos si­
guientes, no‘encontramos mas que tres catálogos comple­
tos y fundados en observaciones originales: el de Ulugh
Beg en 1437; el deTichoen 1600, y e ld e Hevelio en 1660.
En medio de los estragos de la guerra y de los mas bárba­
ros trastornos, apenas si pudieron aprovechar las ciencias
los raros intervalos de calma entre el siglo IX y la mitad
del siglo XV; pero fueron estas épocas de esplendor para
la astronomía de observación, que fué brillantemente culti­
vada por los Arabes, los Persas, los Mogoles, desde Al-Ma-
mun, hijo de Harum Al Raschid, hasta el hijo del Schah
Rokh, el Mohammed Taraghi Ulugh Beg. Las tablas as­
tronómicas de Ebn Junis, compuestas en 1007, y denomi­
nadas tablas hakemíticas en honor del califa fatimita Aziz
Ben Hakem Biamrilla , así como las tablas ilkanianas (78)
de Nazir Eddin Tusi, fundador del gran observatorio de Me-
ragha, que datan de 1259, demuestran bastantemente qué
progresos habia hecho el conocimiento de los movimientos
planetarios, y á qué perfección habían llegado los instrumen­
tos de medida y los métodos de Tolomeo. Ya también se em­
pleaban las oscilaciones del péndulo para las medidas del
tiempo, á la vez que los clepsidros (79). Es preciso reconocer
á los Arabes el gran mérito de haber enseñado el modo como
pueden perfeccionarse las tablas astronómicas, comparán­
dolas asiduamente con las observaciones. E l catálogo de
Ulugh B eg , escrito primitivamente en persa, está basa­
do en las observaciones originales del gimnasio de Samar­
canda, escepto algunas estrellas australes invisibles bajo
la latitud de 39° 52' (?) y tomadas de Tolomeo (80). Ade­
más contiene solo 1019 posiciones de estrellas reducidas en
el año 1437. Un comentario subsiguiente abraza 300 es­
trellas de m as, cujas posiciones fueron determinadas
en 1533 por Abu-Bekri-Altizini. Llegamos así, por medio
de los Arabes, los Persas y los Mogoles, á la gran época
de Copérnico y casi á la de Tico.
Desde principios del siglo XVI, los progresos de la na­
vegación entre los trópicos y bajo las altas latitudes austra­
les, contribuyeron poderosamente á la estension incesante
de nuestros conocimientos sobre el cielo estrellado, m u­
cho menos, sin embargo, de lo que influyó un siglo mas
tarde la invención de los anteojos. Esas dos conquistas da­
ban paso á nuevas regiones, á espacios anteriormente des­
conocidos en el Cielo. Ya he dicho en otra parte, lo que
respecto al cielo austral debemos á los primeros navegantes,
á Américo Vespucio, y despues á Pigaffetta, compañero de
Magallanes y de Elcano. Vicente Yañez Pinzón y Acosta
fueron los primeros en darnos á conocer esas manchas ne­
gras del cielo austral, denominadas Sacos de Carbón) An-
ghiera y Andrea Corsali describieron las Nubes de Maga­
llanes (81). Aun entonces, la astronomía descriptiva pre­
cedió á la astronomía métrica. Exageráronse también los
hechos. El ingenioso Cardan afirmaba que en las regiones
celestes próximas al polo austral, tan pobre de estrellas
como es sabido, Américo Vespucio habia contado á simple
vista 10,000 (82). A la descripción siguió inmediatamente
la medición. Federico Houtman, y Pedro Teodoro Van
Emden ó Dirk Keyser, según opinion de Olbers, que creia
que ambos nombres pertenecían á una misma persona, mi­
dieron en Java y en Sumatra las distancias angulares de
las estrellas. Merced á estas observaciones, las estrellas
australes pudieron inscribirse en los mapas celestes de
Bartsch, de Hondio y de Bayer; Képlero añadió las posi­
ciones al catálogo de Ticho en las Tablas Rudoltinas.
Apenas trascurrido medio siglo desde el viaje de Ma­
gallanes alrededor del mundo, empieza Ticho sus trabajos
acerca del cielo estrellado; trabajos admirables cuya exac­
titud escede á todo cuanto la astronomía práctica habia
producido hasta entonces, aun sin esceptuar las observacio­
nes en Cassel del landgrave Guillermo IV. Sin embargo, el
catálogo de Ticho calculado y editado por Képlero, no com­
prende aun mas que 1,000 estrellas, cuya cuarta parte se
compone álo sumo de estrellas de 6 .a magnitud. Este catá­
logo j el de Hevelio, que se ha empleado mucho menos y
que contiene 1.564 posiciones, para el año 1.660, son los
últimos productos de la observación á simple vista, cu jo
imperio se prolongó por la obstinación de Hevelio, que re­
chazó constantemente la aplicación de los anteojos á los ins­
trumentos de medida. Esta aplicación permite, en fin, es­
tender mas allá de la 6 .a magnitud la determinación de los
lugares de las estrellas. Desde este momento puede decirse
que los astrónomos entraron en posesion del universo side­
ral. Pero si el estudio de las estrellas telescópicas, la deter­
minación de su número y de sus posiciones han ensanchado
el campo de nuestras ideas acerca del Universo, no es esta
la única ventaja que ha proporcionado. Este estudio ha
ejercido, y esto es de m u j superior importancia, una in ­
fluencia esencial en el conocimiento de nuestro propio
mundo, por medio del descubrimiento de los planetas nue­
vos, j dando á los calculadores los medios de determinar
con mas prontitud sus órbitas. Cuando Guillermo Herschell
concibió la feliz idea de sondear las profundidades del es­
pacio j de contar con sus marcos á diferentes distancias de
la Via láctea (83), las estrellas que atravesaban el campo de
sus grandes telescopios, llegó á ser posible el conocimiento
de la le j según la cual se acumulan las estrellas en las di­
ferentes regiones. E s ta le j engendró á su vez las concep­
ciones grandiosas por medio de las cuales se representalaVia
láctea con sus divisiones múltiples, como la perspectiva de
una série de inmensos anillos estelares concéntricos, j con­
teniendo millones de estrellas. Porotraparte, el estudio mi­
nucioso de las estrellas mas pequeñas j de sus posiciones
relativas ha ajudado de una manera singular al descubri­
miento de los planetas que viajan en medio de ellas como
las aguas de un rio entre dos orillas inmóviles. Vese, efec­
tivamente, con cuánta facilidad ha podido encontrar Galle
á Neptuno, por la primera indicación de Le Verrier, j cómo
han sido descubiertos pequeños planetas, gracias al cono­
cimiento profundo del Cielo, hasta en sus menores detalles.
Mas por lo que signe va á comprenderse mejor toda la im­
portancia que pueden ofrecer catálogos tan completos como
es posible. En el momento en que un nuevo planeta ha
anarecido en el Cielo, se han esforzado también los astróno_
mos en descubrirlo segunda vez, por decirlo así, buscándolo
en los antiguos catálogos. Si en alguna ocasion ha sido to­
mado este astro por una estrella ordinaria, si ha sido obser­
vado é inscrito bajo este nombre en un catálogo, siempre
seria este documento retrospectivo mas útil para determinar
una órbita c u ja forma se dibuja lentamente, que lo podrían
ser muchos años de observaciones posteriores. Por esto el nú­
mero 964 del catálogo de Tobías M ajer jugó un gran pa­
pel en la teoría de Urano, y el núm. 26.266, de Lalande,
en el de Neptuno (84). Antes que se hubiera llegado á re­
conocer planeta alguno en el sitio que ocupaba Urano, ha­
bia sido este observado 21 veces; siete por Flamsteed, una
por Tobías M ajer, una por Eradle j , 12 por Le Monnier. La
esperanza de ver aumentar todavía el número de los astros
de nuestro mundo planetario, no descansa únicamente en la
fuerza actual de nuestros anteojos; es preciso quizás contar
aun mas con la estension de nuestros catálogos y el cui­
dado de los observadores. Cuando se descubrió á Hebe, este
planeta era de 8 .a á 9.a magnitud (julio de 1847); cuando
se le volvió á ver en Majo de 1849_, j a no era sino de 11.a
magnitud.
El primer catálogo que apareció desde la época en que
Morin j Gascoigne enseñaron á unir los anteojos á los
instrumentos de medida, es el catálogo de las estrellas
australes, c u ja posicion habia determinado H allej, duran­
te su corta permanencia en Santa Elena, en 1677 j 1678.
Es mu j estraño que este catálogo no contenga estrellas in­
feriores á la 6 .a magnitud (85). Flamsteed habia empren­
dido mucho tiempo antes la construcción de su gran Atlas
celeste; pero el trabajo de este célebre astrónomo no apare­
ció hasta 1712. Vinieron despues los trabajos de Bradley,
que llevaron al descubrimiento de la aberración y de la
nutación, y su bella série de observaciones hechas desde
1750 á 1762, cuyo gran valor dió á conocer Bessel en 1818
con su Fundamenta Astronomía (86). Por último, apare­
cieron los catálogos de Lacaille y de Tobías Mayer, los de
Gagnoli, de Piazzi, de Zach, dé Pond, de Taylor y de
Groombridge, los de Argelander, Airy, BrisbaneyRümker.
Escojamos, entretantos trabajos notables, los catálogos
que se recomiendan por su gran estension y que compren­
den una buena parte de las estrellas de 7.a á 10.a magni­
tud. En primer término hallamos la Historia celeste fr a n ­
cesa de JerónimodeLalande, álacual se ha tributado tardía,
pero brillante justicia. Este catálogo está basado en las ob­
servaciones hechas desde 1780 á 1800 por el francés La-
lande y Burckhardt. Calculado y reducido cuidadosamente
por orden de la Asociación Británica para el progreso de
las ciencias, y bajo la dirección de Francisco Baily, contie­
ne 47,390 estrellas; muchas son de 9.a magnitud; algunas
todavía mas pequeñas. H arding, al cual se debe el des­
cubrimiento de Juno, ha consignado en su Atlas de 27 ma­
pas, mas de 50,000 posiciones de estrellas sacadas de la
vasta coleccion francesa. Las zonas de Bessel, que contienen
75,000 observaciones, desde el paralelo celeste de — 15°
hasta el de -i- 45°, han exigido ocho años de trabajo. Em­
pezada en 1825 esta gran obra, se terminó en 1833. Ar-
gelander continuó estas zonas desde 1841 á 1843 hasta el
paralelo de 80°, y fijó con una exactitud admirable los lu ­
gares de 22,000 estrellas (87). Por último, las zonas de
Bessel fueron reducidas y calculadas en gran parte por los
cuidados de la Academia de San Petersburgo. Weisse, di­
rector del observatorio de Cracovia, encargado de ese tra­
bajo, calculó para 1825 las posiciones de 31,895 estrellas,
de las cuales solo 19,738 son de 9.a magnitud (88).
Réstame mencionar los Mapas de la Academia de B er­
lín. Para bablar dignamente de esta obra inmensa, creo lo
mas á propósito tomar el siguiente pasaje pronunciado por
Encke en elogio de Bessel (89): «Es sabido que Harding ba
tomado de la Historia celeste de Lalande los elementos de
su Atlas, en donde tan admirablemente representado está
el cielo estrellado. Así también B esseldespues de haber
terminado en 1824 la primera parte de sus zonas, se pro­
puso basar mapas celestes aun mas detallados sobre estas
nuevas observaciones. Según el plan de Bessel, no se tra­
taba únicamente de dibujar los lugares observados, sino
también de hacer esos mapas mas completos, para que al
compararlos despues con el Cielo fuese posible reconocer
inmediatamente los planetas mas pequeños j distinguirlos
en medio de las estrellas fijas, sin tener necesidad de espe­
rar un cambio de posicion siempre largo j difícil de com­
probar. El projecto de Bessel no está aun ejecutado en toda
su estension, j j a sin embargo los mapas de la Academia
de Berlin han realizado de la manera mas brillante las es­
peranzas del iniciador de esta empresa. Con efecto, estos
mapas son los que han procurado, ó cuando menos faci­
litado, el reciente descubrimiento de siete nuevos plane­
tas (1850).» De 24 mapas que deben representar una zona
comprendida entre los paralelos de 15° , de cada lado del
ecuador, la Academia de Berlin ha publicado j a 16, en los
cuales háse limitado á indicar, en cuanto posible ha sido,
todas las estrellas comprendidas en los 9 primeros órdenes
de m agnitud, j también una parte de las estrellas de la
décima.
Lugar es este de recordar las tentativas que se han
hecho para estimar el número de las estrellas visibles en
todo el Cielo, merced á los poderosos instrumentos ópticos
de que dispone hoy la Astronomía. Struve admite que el
célebre telescopio de 20 pies, empleado por G. Herschell
en sus marcos (gauges, sweeps) con un aumento de 180
veces, permite ver 5.800,000 estrellas en las dos zonas que
se estienden á 30° al Norte j al Sud del ecuador, y
20.374,000 en el cielo entero. Con un instrumento mas
poderoso todavía, el telescopio de 40 piés, elevó Guillermo
Herschell á 18.000,000 el número de estrellas contenidas
solo en la Via láctea (90).
Limitémonos aquí á las enumeraciones fundadas en las
observaciones efectivas y en los catálogos actuales, tanto
para las estrellas perceptibles á simple vista, cuanto para
las estrellas telescópicas, y veamos ahora de qué modo se
han disminuido ó agrupado esos astros en la bóveda ce­
leste. Hemos dicho j a que las estrellas pueden servir de
señales en la inmensidad del espacio; á pesar de los peque­
ños movimientos aparentes ó reales de que están animadas,
la Astronomía refiere á esos puntos fijos todo lo que se mue­
ve mas rápidamente en el Cielo; los cometas, por ejemplo, ó
los planetas de nuestro sistema. Al primer golpe de vista
que se dirige al firmamento, las estrellas son las que se
apoderan en primer término de nuestro interés, por su m ul­
tiplicidad j la preponderancia de sus masas, j son también
lafuente de los sentimientos de admiración ó de asombro que
el aspecto del Cielo produce en nosotros. Pero los movimien­
tos de los astros errantes responden mejor á la naturaleza
escrutadora de la razón, porque allí está el origen j el ob­
jeto de esos difíciles problemas, c u ja solucion escita ince­
santemente el vuelo de la ciencia.
En medio de esta multitud de astros grandes j peque­
ños de que está sembrada como por casualidad la bóveda
celeste, se detiene la mirada espontáneamente sobre grupos
de estrellas brillantes, asociadas en apariencia por una pro­
ximidad asombrosa, ó también sobre estrellas notables por
su resplandor y cierto aislamiento en la región que ocupan.
Esos grupos naturales bacen presentir de un modo oscuro un
lazo, una dependencia cualquiera entre las partes y el todo,
y han sido observados en todas las épocas, aun por las razas
de hombres mas incultos. Las investigaciones hechas en es­
tos últimos tiempos sobre las lenguas de muchas tribus lla­
madas salvajes, asilo acreditan; encuéntranse asimismo casi
siempre de una raza á otra grupos idénticos bajo nombres
diferentes, y esos nombres debidos ordinariamente al reino
orgánico dan una vida fantástica ü la soledad y al silencio
de los cielos. Así se distinguieron bien pronto las 7 estre­
llas de las Pléyades ó la Pollera , las 7 del Gran Carro,
las del Cinto de Orion (bastón de Jacob), de Casiopea, del
Cisne, de Escorpion, de la Cruz del Sud, tan notable por
su cambio de dirección al salir y al ponerse, de la Corona
austral, de los Piés de Centauro, que forman una especie
de constelación, de Géminis en el hemisferio austral, etc.
En cuanto al Pequeño Carro, es una constelación menos
antigua que debe solo su origen á una asombrosa repetición
de la forma del Gran Carro.
Donde quiera que las estepas, estensas praderas ó de­
siertos de arena presentan un largo horizonte, la salida y
puesta de las constelaciones, variando sin cesar con las esta­
ciones, los trabajos de la agricultura, y las ocupaciones de
los pueblos pastores, han sido desde las primitivas edades,
objeto de un detenido estudio y de una asociación de ideas
simbólicas. Así es como la astronomía contemplativa, y no
la que tiene por objeto las medidas y los cálculos, ha em­
pezado á desarrollarse. Además del movimiento diurno, como
á todos los cuerpos celestes, se reconoció bien pronto al Sol
otro movimiento mucho menos rápido, que se verifica en
una dirección opuesta. Las estrellas que se ven por la tar­
de en el Occidente se aproximan al Sol y acaban por per­
derse en sus rajos durante el crepúsculo, mientras qne las
estrellas que brillan en el Cielo antes de la aurora se sepa­
ran del Sol y se le adelantan mas j mas. El variado espec­
táculo del Cielo ofrece sin cesar á nuestros ojos nuevas cons­
telaciones. Pero con un poco de atención ba sido fácil reco­
nocer que las estrellas matutinas eran las mismas estrellas
que se habian visto desaparecer antes por el Oeste, j que
las constelaciones próximas en un principio al Sol se vol­
vían á encontrar seis meses despues en el lado opuesto,
ocultándose á la salida del Sol j apareciendo cuando su
ocaso. De Hesiodo á Eudosio, de Eudosio á Arato, la lite­
ratura de los Griegos está llena de alusiones respecto de esos
fenómenos anuales de la salida j puesta eliaca de las es­
trellas. En la observación exacta de esos fenómenos es don­
de se fundaron los primeros elementos del arte de medir el
tiempo: elementos que j a espresaba fríamente por núme­
ros la ciencia en sus albores, mientras que la imaginación
oscura ó brillante de los pueblos entregaba los espacios ce­
lestes á los caprichos de la Mitología.
Los Griegos enriquecieron poco á poco su esfera primi­
tiva con nuevas constelaciones, mucho antes de pensar en
coordinarlas de alguna manera con la eclíptica. Adopto
también aquí, como en la Historia del Estudio del Mundo
físico , las opiniones de mi célebre j malogrado amigo Le-
tronne (91). Homero j Esiodo conocían j a ciertas cons­
telaciones j daban nombre á ciertas estrellas. Homero
cita la Osa m ajor, llamada entonces Carro celeste, j que
«no se baña en las aguas del Océano;» habla del Vaquero
j del Perro de Orion. Hesiodo trata de Sirio j Arturo.
Homero j Hesiodo conocían las Pléjades, las H jadas j la
constelación de Orion (92). Si’el primero dice, en dos oca­
siones, que la Osa sola no se hunde jamás en el mar, de­
dúcese únicamente de esto que no se habian formado aun
en aquella época las constelaciones del Dragón, Cefea j de
la Osa Menor, que j a no se ocultan. Lo que se ignoraba
entonces eran los asterismos : no las estrellas que los com­
ponen. Un largo pasaje de Strabon, mal interpretado ge­
neralmente (Strabon, lib. I, p. 3; ed. Casaubon), estable­
ce completamente la tesis capital de que aquí se trata, á
saber: la introducción sucesiva de las constelaciones en la
esfera griega. «Torpemente se acusa á Homero de ignoran­
cia, dice Strabon, porque no babló mas que de una de las
dos Osas celestes. Probablemente la segunda constelación
no estaba formada aun en su época. Los primeros que la
formaron fueron los Fenicios, y se sirvieron de ella para
la navegación,* entre los Griegos se conoció despues.» To­
dos los comentadores de Homero, Hyginio y Diógenes de
Laértes, atribuyen á Tbales la introducción de esta conste­
lación. El Pseudo-Eratóstenes llama á la Osa menor
para indicar que servia de guia á los Fenicios. Un siglo
despues, hácia la 71a Olimpiada, Cleostrato, de Tenedos
enriqueció la esfera de Sagitario, To|ór>??, y de Aries, Kpik>
A partir de esta época, es decir, de la tiranía de los Pi-
sistrátidas, hace datar Letronne la introducción del Zodia­
co en la antigua esfera de los Griegos. Eudemo, de Rhodas,
uno de los mas distinguidos discípulos del E stagirita, y
autor de una Historia de la Astronomía, atribuye la intro­
ducción de la zona zodiacal (r¡ zo v axov Sió.t>'craiq Ó ^urtSiog’ xixXogj
á (Enopides de Chio , contemporáneo de Anaxágoras (93J.
La idea de referir los lugares de los planetas y de las es­
trellas á la órbita solar y la división de la eclíptica en doce
partes iguales (dodecatemorias), pertenece á la antigüedad
caldea, de donde vino directamente á los Griegos, sin pa­
sar como se ha creidopor el valle del Nilo. La fecha de esta
trasmisión no se remonta tampoco mas allá del principio
del siglo Y ó VI antes de nuestra Era (94). Los Griegos se
limitaron á subdividir, en su esfera primitiva, las constela­
ciones que mas se aproximaban á la eclíptica y que podían
servir de constelaciones zodiacales. La prueba de esto es
muy sencilla: si los Griegos hubiesen tomado de un pueblo
estranjero un zodiaco completo, en lugar de limitarse á la
idea de dividir la eclíptica en dodecatemorias, no se conta­
rían entre ellas once constelaciones únicamente en el Zo­
diaco , habiendo sido dividida una de ellas en dos, Escor­
pion, para completar el número necesario. Sus divisiones
zodiacales habrían sido mas regulares; no hubieran abra­
zado espacios de 35 á 48 grados, como Tauro, Leo, Pis­
cis y Virgo, mientras que Cáncer, Aries y Capricornio
comprenden de 19 á 23 solamente. Sus constelaciones no
se hubieran dispuesto de una manera irregular al Norte y
al Sud de la eclíptica, ya ocupando en su círculo grandes
espacios, ya apiñadas por el contrario, y colocadas una so­
bre otra, como Tauro y Aries, Acuario y Capricornio.
Pruebas evidentes de que los Griegos hicieron los signos
del Zodiaco con sus antiguas constelaciones.
Según Letronne, el signo de Libra fue introducido en
tiempo de Hiparco, y quizá por Hiparco mismo. Ni Eudoxio,
ni Arquímedes, ni Autolyco hablan de él. Hiparco mismo no
lo menciona tampoco en lo que de él nos queda, escepcion
hecha de un pasaje que indudablemente ha sido falsificado
por un copista (95). En los escritos de Gemino y de Varron,
medio siglo apenas antes de nuestra era , se trata por pri­
mera vez de este nuevo signo; y como la pasión por la As-
trología invadió el mundo romano, entre el reinado de
Augusto y el de Antonino, sucedió también que las cons­
telaciones «colocadas en el camino celeste del Sol,» ad­
quirieron una importancia desmesurada, quimérica. A la
primera mitad de este período de la dominación romana,
pertenecen las representaciones zodiacales de los templos
de Dendera y de Esneo, las de los propilones de Panópolis
y de las envolturas de muchas momias. Hay que añadir,
que estas verdades para en adelante adquiridas, habían sido
sostenidas va por Visconti j Testa, aun antes de que se
hubieran recogido las pruebas decisivas , ‘en un tiempo en
que se daba campo á las mas singulares teorías sobre la sig­
nificación simbólica délas representaciones zodiacales j s o ­
bre sus pretendidas relaciones con la precesión de los equi­
noccios. En cuanto á la gran antigüedad que A. W . de
Sclilegel atribuía á los zodiacos indios, fundándose en algu­
nos pasajes de las lejes de Manú , de Ram ajana, de Val-
miki ó del diccionario de Amarasinha, á pesar de las inge­
niosas investigaciones de Adolfo Holtzmann, ha sido pues­
ta en duda (96).
Esas constelaciones formadas al acaso, durante el tras­
curso de los siglos, sin objeto determinado, la magnitud
incómoda, la indeterminación de sus contornos, las desig­
naciones complicadas de las estrellas componentes para las
cuales ha sido preciso alguna vez agotar alfabetos enteros,
dígalo la déla Nave Argos, el poco gusto conque se ha in­
troducido en el cielo austral la frianomenclatura délos ins­
trumentos usados en las ciencias, tales como el Péndulo,
ó el Hornillo de Química, al lado de las alegorías mitológi­
cas, todos estos defectos acumulados, han sugerido j a mu­
chas veces planes de reforma para las divisiones estelares
j el projecto de desterrar en ellos toda configuración. Es
preciso confesarlo: la tentativa ha debido parecer menos
atrevida para el hemisferio austral que para el nuestro;
porque en el primero, Escorpion, Sagitario, Centauro, la
Nave j el Eridan, son las únicas constelaciones á las cua­
les la poesía ha dado el derecho de ser mencionadas (97).
Las palabras de bóveda estrellada (’orlis inerrans de
Apulejo) ó de estrellas fijas (astra fixa de Manilio) son es­
presiones tan impropias que recuerdan , según hemos di­
cho (98), dos ideas diferentes que se han reunido , ó
mejor aun, confundido. Cuando Aristóteles usa la espre-
sion de ¡rSeSws « (astros fijos) para designar las estre-
lias; cuando Tolomeo las denomina (adherentes),
bien evidente es que esas denominaciones se refieren á la
esfera cristalina de Anaximenes. El movimiento diurno
que arrastra á todos esos astros del Este al Oeste, sin cambiar
sus distancias m útuas, debió llevar desde luego á ideas ó
á hipótesis del género déla que sigue: «Las estrellas (¿wAa»5
aozpa) pertenecen á las regiones superiores; están allí fijas
j como clavadas sobre una esfera de cristal; los planetas
[aavpa ^Xay¿,ií£va ó ) que tienen otro movimiento en
sentido inverso, corresponden á otras regiones inferiores j
mas próximas á nosotros (99).» Si desde los primeros tiem­
pos de la era de los Césares, se encuentra en Manilio el
término de Stella üxa en vez de injixa ó afjixa, es de creer
que j a se habia tenido en cuenta desde un principio en la
escuela' romana el sentido primitivo de que acabamos de
hablar; pero que andando los tiempos la palabra jixus que
entraña el sentido de immotus y de immobilis ha llegado á
confundirse en la creencia popular, ó mas bien en el lengua­
je mismo, prevaleciendo la idea de inmovilidad; de tal suerte
que las estrellas han llegado á ser fijas (stellae fixre), inde­
pendientemente de la esfera á la cual se lascreia, adheridas
en otro tiempo. Véase cómo pudo Séneca decir del mundo
de las estrellas jixum et immobüem populum.
Si guiados por Stobeo j el compilador de las «Opiniones
de los Filósofos,» seguimos la huella de la idea de una esfera
de cristal, hasta la época antigua de Anaximenes, la encon­
tramos aunmas claramente formulada por Empédocles. Este
filósofo considera la esfera de los fijos, como una masa sólida
formada de una parte del éter convertido en cristal por el
elemento ígneo (100). A su modo de ver, la Luna es una
materia que la fuerza del fuego ha coagulado en forma de
granizo j que recibe su luz del Sol. En la física de los
antiguos, j según su manera de comprender el paso del es­
tado fluido al sólido, las concepciones precedentes no esta-
TO.'ÍO III. ■ 8
ban en la necesaria relación con las ideas de enfriamiento y
de congelación; pero la afinidad de la palabra x/>iW«;uo; con
xpvos y xpvoraívo . y una aproximación natural con la mate­
ria que sirve vulgarmente de tipo para la trasparencia,
Kan dado cuerpo á ideasen un principio menos precisas(l):
ha llegado á verse en la bóveda celeste una esfera de cris­
tal ó de vidrio ; y Lactancio ha podido decir: Coslum ae-
remglaciatum esse, y en otra parte: Vitreum conlim. In ­
dudablemente Empédocles no pensó en el cristal, invención
fenicia, sino en el aire que el éter ígneo habria transfor­
mado en un cuerpo sólido eminentemente trasparente.
Por lo demás se comprende bien que siempre que se tra­
taba de este cristal (xpwraMos), la idea dominante era la de
trasparencia; separábase de ella la del frió para no pensar
mas que en un cuerpo que habia llegado al estado sólido
permaneciendo trasparente. El poeta empleaba la palabra
cristal; pero el prosista decia solamente xpvavahXouHi, seme­
jante al cristal, dígalo sinó el pasaje de Aquiles Tacio, co­
mentarista de Arato á que me he referido en la penúltima
nota, Así también la palabra ná70i (de ^yvoQai, solidificarse)
quiere decir pedazo de cristal , pero es preciso limitarse
aquí al sentido relativo á la solidificación.
Los Padres de la Iglesia fueron los que trasmitieron
á la edad media la idea de una bóveda de cristal. Habíanla
tomado al pié de la letra y volviendo de nuevo á encarecer
la idea primitiva, imaginaban un cielo de cristal formado
de ocho á diez capas superpuestas casi como las telas de la
cebolla. Esta singular concepción se habia también perpe­
tuado en ciertos conventos de la Europa meridional, si he
comprendido bien la idea que tenia un venerable príncipe
de la Iglesia, con motivo del famoso aereolito de Aigle, el
•cual le preocupaba grandemente. Esta pretendida piedra
meteórica cubierta de una costra vitrificada no era la piedra
misma, decia con gran sorpresa mia, sino un simple frag-
mentó del cielo de cristal que habia debido romper en su
caida. Keplero, se vanagloriaba dos siglos j medio antes,
de haber roto las 77 esferas homocéntricas del célebre Gi-
rolamio Fracastor j todos los epiciclos de los antiguos, de­
mostrando que los cometas cortan y atraviesan en todos
sentidos las órbitas planetarias (2). En cuanto á averiguar
si los grandes entendimientos, tales como Eudoxio, Me-
nechmo, Aristóteles y Apolonio de Perga, creyeron en la
realidad de esas esferas encajadas una en otra y conducien­
do á los planetas, ó si esta concepción no era para ellos
mas que una combinación ficticia propia para simplificar
los cálculos y guiar al espíritu á través de los difíciles de­
talles del problema de los planetas, punto es este que he
tratado en otra parte y c u ja importancia es imposible des­
conocer, cuando se quieren buscar en la historia de la As­
tronomía las fases sucesivas del desarrollo del entendimien­
to humano (3).
Dejemos j a la antigua pero artificial división de las
astrellas en constelaciones zodiacales, j l a esfera sólida á la
cual se las creia fijas. Pero antes de pasar al estudio de los
grupos naturales que forman realmente, j á las lejes de
su distribución en el espacio, detengámonos un momento
en algunos fenómenos particulares, tales como los rajos
parásitos, los diámetros imaginarios j los colores variados
de las estrellas. Ya he mencionado, á propósito de las lu­
nas de Júpiter (4), los rajos que á simple vista parecen
salir de las estrellas brillantes, especies de cola cu jo n ú ­
mero, posicion j longitud varían, por lo demás, para cada
observador. La visión indistinta se debe á muchas cau­
sas de naturaleza orgánica; depende de la aberración de
esfericidad del ojo, de la difracción que se produce en los
bordes de la pupila ó de las pestañas, j del modo irregular
con que lairritabilidad de la retina propaga alrededor de cada
punto, la impresión recibida directamente (5). Yo veo muy
regularmente ocho rajos, inclinados uno sobre otro 45°, al­
rededor de las estrellas de 1.a, 2.a j 3.a magnitud. Según
la teoría de Assenfratz, esas colas son las cáusticas del cris­
talino formadas por la mútua intersección de los rajos re­
fractados; siguen, pues, los movimientos de la cabeza j se
inclinan con ella á la derecha ó á la izquierda (6). Algunos
astrónomos amigos mios ven sobre las estrellas tres ó cua­
tro rajos jningunodebajode ellas. Siempre he creído mu j
notable el caso de que los antiguos Egipcios b ajan dado
constantemente á las estrellas cinco rajos dispuestos con 72°
grados de intérvalo; según Horapolo, la imágen de una es­
trella significa el número 5 en el lenguaje geroglifico (7).
Las colas de las estrellas desaparecen cuando se las
mira á través de un pequeñísimo agujero hecho en una carta
con una aguja; jo he hecho con frecuencia esta prueba en
Sirio j Canopo. Lo mismo sucede cuando se emplean an­
teojos provistos de aumentos considerables; entonces las es­
trellas aparecen como puntos brillantes en estremo, ó me­
jor aun, como discos escesivamente pequeños. Estos deta­
lles no dejan de ser interesantes; los efectos de que se trata
contribujen á la magnificencia de la bóveda estrellada.
Quizás la visión indistinta favorezca este efecto; porque el
débil centelleo j la ausencia completa de esos rajos este­
lares bajo el cielo de los trópicos, parece como que aumen^
tan la calma de la noche j despueblan en algún modo la
bóveda celeste. Con respecto á este asunto, Arago desde
largo tiempo ha presentado el problema siguiente: ¿Por
qué no pueden verse á su salida las estrellas de primera
magnitud, á pesar de su luz brillante, mientras que se ve
el primer borde de la Luna desde que aparece en el ho­
rizonte (8)?
Los instrumentos ópticos mas perfectos, provistos de los
aumentos mas fuertes, dan á las estrellas diámetros ficti­
cios (spurious disks), que llegan á ser tanto mas peque­
ños, según observación de Juan Herscbell, cuanto m ajor
es la abertura del anteojo (9). Las ocultaciones de las es­
trellas por la Luna están exentas de esta causa de error,
porque la inmersión j la emersión se verifican instantánea­
mente ; es imposible asignar alguna fracción de segundo
á la duración de ese fenómeno. Si la estrella ocultada ba
parecido alguna vez usurpar el disco de la Luna , he­
cho es este de difracción ó de inflexión de los rajos de
la luz, del cual nada podría deducirse respecto á los diá­
metros reales de las estrellas. Hemos tenido ocasion en otra
parte de recordar que Guillermo Herschell encontraba
para la Vega de Lira un diámetro de 0",36, empleando
un aumento de 6,500. Otra vez, visto Arturo á través de
una niebla espesa, aparecía reducido su disco á 0",2. Los
rajos parásitos son los que hacían atribuir diámetros tan
considerables á las estrellas antes del invento de los an­
teojos: Ticho j Iveplero asignaban, por ejemplo, áSirio un
diámetro de 4' j de 2',20" (10). Los anillos alternativa­
mente luminosos j oscuros que rodean los falsos discos es­
telares, cuando se emplean aumentos de 200 j 300 veces,
j que llegan á ser visibles cuando se cubre el objetivo con
diafragmas de diferentes formas, son fenómenos de inter­
ferencia j de difracción; punto que se estableció por los
trabajos de Arago j de A irj. Cuando las estrellas son es-
tremadamente pequeñas desaparecen esos anillos; sus im á­
genes se reducen á simples puntos luminosos, de los cua­
les se puede sacar partido para esperimentar la perfección
j la fuerza óptica de los grandes anteojos ó de los teles­
copios reflectores. Tales son las componentes de una es­
trella dos veces doble, <de la Lira, ó la 5.a y la 6 .a estre­
lla descubiertas por Struve en 1826, j por Juan Herschell
en 1832, en el trapecio de la gran nebulosa de Orion, tra ­
pecio que constituje la estrella múltiple e de Orion (11).
Desde hace mucho tiempo se ha notado que las estre-
lias j aun los planetas presentan diferencias de coloracion
bastante marcadas; pero este órden de hechos no llegó á
toda su estension é importancia, sino á partir déla época
en que pudo ser estudiado, con el auxilio de telescopios,
sobre todo desde que se ha dedicado á las estrellas dobles
una atención tan viva j sostenida. No se trata aquí de los
cambios de color j a descritos mas arriba, á cujo centelleo
acompaña aun en las estrellas, el blanco mas puro. Y me­
nos todavía de la coloracion pasajera en rojo que sufre la
luz estelar en el horizonte á consecuencia de las propieda­
des especiales del medio atmosférico. Hablo únicamente del
color propio esencial de la luz estelar, color que varía de
una á otra estrella, en virtud de las lejes particulares al
desenvolvimiento de la luz en cada cuerpo, j según la na­
turaleza de la superficie de donde emana. Los astrónomos
griegos no conocían mas que estrellas blancas j rojas; b o j
la visión telescópica ha permitido encontrar en los espacios
celestes, como en las corolas de las fanerógamas ó los óxidos
metálicos, casi todas las gradaciones que el espectro presen­
ta entre los límites estremos de la refrangibilidad, desde los
rajos rojos hasta los rajos violados. Tolomeo cita en su
catálogo 6 estrellas color de fuego ¿««'ppoi ( 12), á saber:
Arturo, Aldebaran, Polux, Antárés, « de Orion (hombro
derecho), j Sirio. Cleómedes compara también el color rojo
de Antarés con el de Marte (13), al cual se daba j a el epí­
teto de Ttvppb;: j a el de ™vpoeiS^;.
De las (5 estrellas que acabamos de citar, 5 tienen h o j
todavía una luz roja, ó cuando menos rojiza. Colócase tam­
bién á Polux entre el número de las estrellas rojizas, pero
Castor es verde pálido (14). Sirio ofrece, pues, el único
ejemplo de un cambio de color comprobado históricamente;
porque la luz de Sirio es b o j de una blancura perfecta.
Solo una gran revolución, j a en la superficie, j a en la
fotosfera de esta estrella, de este sol apartado, según la an-
. tigua espresion de Aristarco de Samos, La podido producir
ese cambio de color, interrumpiendo la acción de las cau­
sas á que se debia el predominio de los rajos rojos. Este
mismo predominio puede atribuirse á que los rajos com­
plementarios de los rojos estaban absorbidos por la fotosfe­
ra misma de la estrella ó por nubes cósmicas que se trans­
portarían en tal caso lentamente de un punto á otro del espa­
cio (15). Como los rápidos progresos de la óptica moderna
dan un vivo interés á esta cuestión, seria de desear que la
época de este gran acontecimiento, señalado por la desapa­
rición del color rojo de Sirio, pudiera determinarse entre
ciertos límites. En los tiempos de Ticho j a estaba Sirio per­
fectamente blanco; porque cuando se vió con sorpresa la
nueva estrella que apareció en 1572 en la constelación de
Casiopea con una luz de blancura sorprendente, pasar
al rojo en el mes de marzo de 1573, j en enero de 1574
volver á ser blanca, se la comparaba durante el segundo
período con Marte j Aldeharan, pero nunca con Sirio.
Quizás Sedillot ú otros sabios filólogos, versados en la astro­
nomía de los Arabes j de los Persas, lograrían descubrir
algún testimonio antiguo acerca del color de Sirio, si qui­
sieran dirigir sus investigaciones hácia la época compren­
dida entre El-Batani (Albategnius) ó El-Fergani (Alfraga-
nus) j Abdurrahman-Sufi ó Ebn-Junis, es decir, de 880
á 1007. Podrían prolongar sus investigaciones hasta los
tiempos de Nassir-Eddin j de Ulugh-Beg. Mohammed
Ebn-Kethir El-Fergani, que observaba en R akka, á ori­
llas del Eufrates, hácia mediados del siglo X , indica como
rojas á Aldeharan j la Cabrilla, cu jo color es b o j ama­
rillo, ó todo lo mas amarillo rojizo (16); pero no se ocupa
para nada de Sirio. En todo caso, si Sirio habia j a perdido
su color rojo antes de esta época, seria singular que E l-
Fergani, que sigue á Tolomeo en todo, hubiese des­
cuidado indicar el cambio de color de una estrella tan
célebre. Las pruebas negativas son en verdad rara vez su­
ficientes; por otra parte, Beteigeuze (a de Orion), que es
b o j tan roja como en tiempo de Tolomeo, ba sido olvidada
en el mismo pasaje del libro de El-Fergani (c).
. Háse convenido en dar el primer lugar entre las estre­
llas brillantes á Sirio, bajo el punto de vista histórico, á
causa del papel capital que ha desempeñado largo tiempo
en la cronología, j de su íntima relación con los primeros
desarrollos de la civilización á orillas del Nilo. Según las
recientes investigaciones de Lepsio (17), el período sotia-
co j los movimientos heliacos de Sothis (Sirio), acerca de
los cuales ha publicado Biot una escelente disertación,
han arreglado completamente la institución del calendario
egipcio, á partir de una época que se puede hacer subir
hasta cerca de 33 siglos antes de nuestra era; «época en la
cual el nacimiento heliaco de Sirio coincidía con el solsticio
de verano, j en la que, por consiguiente, el desbordamiento
del Nilo empezaba con el primero del mes de Pachón (mes
de la inundación).,» He reunido en una nota investigacio­
nes m u j recientes j todavía inéditas acerca de Sothis ó
Sirio; que descansan en las relaciones etimológicas del copto,
del zend, del sánscrito j del griego; pero se encaminan
tínicamente á las personas que gustan de los orígenes de la
Astronomía, j que en las afinidades de las lenguas encuen­
tran preciosos vestigios de los conocimientos de la anti­
güedad (18).
Cuéntanse b o j como estrellas blancas, ademas de Sirio,
á Vega,áDeneb, Eégulo, jlaE sp ig ad e Virgo. Entre las pe­
queñas estrellas dobles, Struve ha hallado 300 pares cu jas
dos componentes son blancas (19). El color amarillo ó pa­
jizo se nota en Procion, Atair, la Polar j sobre todo en la p

(f) V é a n se las Observaciones com plem entarias, de la p r im e r a p a r le del


ionio III.
de la Osa menor. Hemos dicho j a que Beteigeuze, A rtu­
ro, Aldebaran, Antarés j Polux son rojas ó rojizas. Rumker
ha encontrado á la 7 de la Cruz de un color rojo subido j^ j
mi amigo el capitan Berard, escelente observador, escribía
en 1847 desde Madagascar, que veiapasar el color de a déla
Cruz también al rojo hacia muchos años. Una estrella déla
nave. * de Argos, que han hecho célebre las observaciones
de Juan Herschell, varia no solamente de brillo, sino que
también de color; mas adelante hablaremos de ella de una
manera detallada. En 1843, M ackaj hallaba en Calcuta
que esta estrella tenia precisamente el color de Arturo, es
decir, que era de un amarillo rojizo (20). Luego, las cartas
del teniente Gilliss, escritas en Santiago de Chile en 1850,
nos prueban que su color ha llegado á ser todavía mas su­
bido que. el de Marte. A continuación del Viaje al Calo,
ha dado Juan Herschell un pequeño catálogo de 76 estre­
llas comprendidas entre la 7.a j la 9.a magnitud: todas
ellas son de un rojo de rubí (ru b j coloured), j algunas
parecen como pequeñas gotas de sangre. Mas allá de la 9.a
ó 10.a magnitud llega á ser realmente imposible, dice Stru­
ve, distinguir los colores de las estrellas. L am ajor parte de
la descripciones de estrellas variables les asignan un color
rojo ó cuando menos rojizo (21). Mira de la Ballena, la pri­
mera estrella cambiante que se ha descubierto (22), es de un
tinte rojizo m u j pronunciado. Pero la coloracion en rojo no
está necesariamente ligada al fenómeno de la variabilidad
de lu z , porque sin hablar de un gran número de estrellas
rojas que no son variables, pueden citarse muchas variables
que son enteramente blancas; por ejemplo: Algol, en la ca­
beza de Medusa, p de la Lira « del Cochero... En cuanto á
las estrellas azules, c u ja existencia ha sido marcada por vez
primera por Mariotte en su Tratado de los colores (23),
pueden citarse muchos tipos notables: v de la Lira es azu­
lada; Dunlop ha descubierto en el hemisferio austral un
pequeño grupo de 3' i/ 2 de diámetro, en el cual todas las
estrellas son azules. Existen muchos sistemas binarios
donde la estrella principal es blanca y la compañera azul;
en otros, las dos estrellas son azules á la vez (24), como
por ejemplo s de la Serpiente, la 59 de Andrómeda...
Lacaille babia bailado cerca de * de la Cruz del Sud,
un grupo de estrellas al cual daban el aspecto de una ne­
bulosa sus débiles instrumentos. Con poderosos telescopios
bánse encontrado mas de cien estrellas diversamente colo­
readas, rojas, verdes,'azules y de azul verdoso. Esas estre­
llas están tan ju n tas, que podrían llamarse un cofrecillo de
piedras preciosas polícromas (like a superb piece of fancy
jewellery) (25).
Los antiguos ban creído reconocer una notable simetría
en las posiciones relativas de ciertas estrellas de 1.a mag­
nitud. Distinguieron sobre todo cuatro estrellas diametral­
mente opuestas en la esfera, Aldebaran y Antarés, Rég-ulo
y Fomalbaut, á las cuales habíase dado el nombre de estre­
llas reales. Un escritor de la época de Constantino, Julio
Firmio Materno (26), suministró detalles curiosos acerca
de esta disposición regular de que he hablado en otra par­
te (27). Las diferencias de ascensión recta de las estrellas
reales (stellce regales) son de 1111 57m y 12h 4 9 m. La im­
portancia que se les atribuía venia sin duda alguna de las
• tradiciones del Oriente que penetraron bajo los Césares en
el mundo Romano, donde inspiraron un gusto tan vivo por
la Astrología. Hállanse hasta en el libro de Job, señales de
la costumbre antigua de designar las cuatro regiones del
Cielo por cuatro constelaciones opuestas; un pasaje oscuro
del capítulo 9.° (versículo 9) opone «á las habitaciones del
Oriente» la Pierna, es decir, la constelación boreal de la
Osa m ajor; la misma Pierna de Toro, que tanto se ha
señalado en el Zodiaco de Dendera y en los papiros mor­
tuorios de los Egipcios (28).
Un sig'lo antes déla invención del telescopio, j a comen­
zaba á llamar la atención de los sábios el cielo austral, una
de cujas partes, la m ajor j mas bella , que empezaba á
los 53° de declinación, babia permanecido como velada por
j la antigüedad j aun basta fines de la Edad media. En
tiempo de Tolomeo veíanse sobre el horizonte de Alejandría:
I el Altar, los Pies del Centauro, la Cruz del Sud, cómpren­
ladida entonces en el Centauro j llamada también mas tarde
Ccesaris TAromes en honor de A ugusto, como afirma Pli-
nio (29), j por último, Canopo, en la Nave, llamada Ptolo-
\rnmn (30)por el escoliador de Germánico. Hállase también
en el catálogo de Almagestas una estrella de 1 .a magnitud,
Achernar (en árabe, Achir-el-nahr), la última del rioEridan,
aunque esta estrella se encuentre situada á 9o bajo el hori­
zonte de Alejandría. Tolomeo debe, pues, el conocimiento
de esta estrella, á las relaciones de los navegantes que fre­
cuentaban la parte austral del mar Rojo ó el mar de la
Arabia, entre Ocelis j Muciris, una de las escalas del Ma­
labar (31). Los progresos crecientes del arte náutico, permi­
tieron á los modernos llevar sus investigaciones mas allá
del Ecuador, siguiendo las costas occidentales del Africa.
En 1484 Diego Cam, acompañado de Martin Behem;
en 1487, Bartolomé Diaz; j en 1497, Vasco de Gama, lie»
garon al paralelo de 35° latitud Sud, en sus espediciones
hácia las Indias orientales. Pero los primeros estudios que
se hicieron sobre el cielo austral, las Nubes de Magallanes
j los Sacos de Carbón, pertenecen á la época de Vicente
Yañez Pinzón, Américo Vespucio j Andrea Corsali, entre
1500 j 1515, entonces pudo conocer Europa «las mara­
villas de un Cielo que no se vé nunca en el Mediterrá­
neo.» Las medidas estelares propiamente dichas, empeza­
ron mucho despues, hácia fines del siglo XVI j principios
del XVII (32).
Si b o j es posible reconocer ciertas lejes en la distri-
bucion de las estrellas y en sus diferentes grados de con­
densación, se debe á una feliz inspiración de G. Herscbell.
En 1785 Herscbell aplicó al estudio del Cielo su método
de los marcos (en inglés, process of gauging tbe heavens,
star-gauges), del cual se ba hablado en esta obra. mas de
una vez. Este método laborioso consistía en dirigir sucesi­
vamente hácia diferentes regiones del Cielo un telescopio
de 20 piés (6 metros), y en contar minuciosamente las es­
trellas que quedaban comprendidas en su campo. El diá­
metro del campo visual subtendia un ángulo de 15', de
modo que el telescopio abarcaba cada vez 1/ 833,ooo única­
mente de la superficie del Cielo; así que esos marcos hu­
bieran exigido ochenta y tres años de continuos trabajos,
según observación de S truve, si hubiera sido preciso hacer­
los estensivos á toda la esfera (33). En las investigacio­
nes de ese género donde se trata de estudiar el modo de
distribución de las estrellas, es necesario tener en cuenta
órdenes de magnitud fotométrica á los cuales pertenecen
esas estrellas. Si nos limitamos a las estrellas brillantes de
los tres ó cuatro órdenes primeros, hállase en general que
están repartidas con bastante uniformidad (34). Sin em­
bargo, parecen mas condensadas localmente en el hemisfe­
rio austral desde * de Orion hasta a de la Cruz. Allí, for­
man una zona resplandeciente que sigue la dirección de
un gran círculo de la esfera. Los viajeros están poco con­
formes en los juicios que hacen acerca de la belleza re­
lativa del cielo austral y del cielo boreal; sus divergen­
cias dependen lo mas frecuentemente, según mi juicio, de
que muchos observadores han visitado las regiones del
Sud durante una estación donde las mas bellas conste­
laciones pasan por el punto mas alto del horizonte de
dia. Resulta de las medidas ejecutadas por los dos Hers­
chell en la bóveda entera del Cielo, que las estrellas com­
prendidas entre las magnitudes 5 .a y 10.a, ó también en
la 15a, estrellas en su m ajor parte telescópicas, parecen
tanto mas condensadas, cuanto mas próximas están de la
Via láctea (ó 7a\a%í*q x¿*a.oS). Habría, pues, sobre la esfera en
tal caso un ecuador de riqueza estelar j polos de pobreza
estelar, si se nos permite la frase. Coincidiendo el primero
con la dirección general de la Via láctea, la intensidad de
la luz estelar llega á su mínimum bácia los polos del circula
galáctico; crece rápidamente á partir de esos polos, j en
todos sentidos, á medida que la misma distancia polar ga­
láctica va aumentándose.
Struve ba sometido á una profunda discusión los ma­
teriales suministrados por los marcos conocidos en la ac­
tualidad. Halla por resultado definitivo de su trabajo, que
b a j por término medio en la Via láctea 30 veces mas es­
trellas (con mas exactitud, 29, 4 veces), qué en las regio­
nes de los polos galácticos. Para distancias en el polo Nor­
te de la Via láctea espresadas por 0o, 30°, 60°, 75° j 90°,
la riqueza en estrellas está representada por 4, 15; 6, 52,*
17, 68; 30, 30; 122, 00. Esos números indican también
cuántas estrellas baria ver en esas diferentes regiones un
telescopio de 20 pies, cujo campo tuviese 15' de diáme­
tro. Por ambos lados de la Via láctea la distribución de las
estrellas parece'seguir casi las mismas lejes; sin embargo,
la riqueza estelar absoluta es un poco m ajor del lado del
Sud (35); bajo este respecto el cielo austral tiene aun mas
en la región opuesta.
Habia jo rogado al capitan de ingenieros Scbwinck
que examinase cómo las 12,148 estrellas (de la 1.a á la 7.a
magnitud) cujas posiciones ba fijado en su Mappa cmles-
tis, se distribu je n entre las diferentes boras de ascensión
recta; véanselos resultados que se me comunicaron:
De 3h 20m á 9h 20"' de ascensión rec ta, n ú m e ro de estrellas 3147
í)h 20- á 15'*20'" — _ __ _ 2 6 2 7
13h 20'“ á 21h20'“ — — — — 3323
2L1’ 20 “ á 8h20"' — — — — 2831
Esos cuatro grupos concuerdan con los resultados toda­
vía mas exactos de los Estudios estelares de Struve. Según
éste, los máximos caen, paralas estrellas de 1.a y de 9.a
magnitud , á 6h 40my 18h 40m ; los mínimos á l h 30m y
13h 30m de ascensión recta (36).
Si se quiere tener idea de la estructura del Univer­
so , y de la posicion ó del espesor de las capas estelares,
es esencial distinguir entre los innumerables astros que bri­
llan en el firmamento, las estrellas diseminadas esporádi­
camente , de las que forman grupos independientes donde
su condensación sigue leyes particulares. Esos grupos son
constelaciones} que contienen con frecuencia millares de
estrellas telescópicas ligadas entre sí por una dependencia
evidente , y aparecen á simple vista bajo forma de ne­
bulosas redondeadas, de un resplandor y de aspecto come­
tario. Tales son las estrellas nebulosas de Eratostenes (37)
«/v de Tolomeo,7 las nebulosas délas tablas Alfonsinas de 1252,?
y las que, según Galileo, «sicut areolre sparsim per sethe-
ra subfulgent.»
Esos grupos de estrellas á su vez, pueden estar aisla­
dos en el Cielo, ó reunidos y como enclavados en ciertas re­
giones, tales como la Via láctea ó las nubes de Magalla­
nes. La región mas rica en grupos globulares (globular
chsters), pertenece á la Via láctea, de la cual forma la par­
te mas importante. Encuéntrase en el cielo austral (38),
entre la Corona austral, el Sagitario, la cola de Escorpion
y el Altar, es decir, entre 16h 45m y 19h de ascensión
recta. Pero los grupos que se bailan en el interior ó en la
proximidad de la Via láctea, no son todos redondos ó esfé­
ricos, sino que se bailan muchos cuyos contornos son irre­
gulares, y entonces contienen menos estrellas, y su con­
densación central está menos acentuada. En un gran
número de grupos globulares, las estrellas son todas de
igual magnitud; en otros, son m uy desiguales. Alguna
Tez ha v en el centro una bella estreja roja (39), como en el
grupo situado á 2h 10m de ascensión recta, y 56° 21' de de­
clinación boreal. ¿Cómo pueden sostenerse esos sistemas
aislados? ¿Cómo los soles que hormiguean en el interior de
esos mundos pueden realizar sus revoluciones libremente y
sin choques? Este es ciertamente uno de los mas difíciles
problemas que puede abordar la dinámica. Apenas si se dis­
tinguen las nebulosas de los grupos estelares, puesto que se
las considera como formadas de estrellas, aunque de estre­
llas mas pequeñas ó mucho mas apartadas de nosotros. Sin
embargo, las nebulosas parecen seguir en su distribución
leyes particulares. El conocimiento de esas leje s dará por
resultado modificar profundamente nuestras ideas acerca de
lo que se llama con tanto atrevimiento la estructura del
Universo. Citemos únicamente aquí un hecho m uy nota­
ble: á paridad de aumento y de abertura del telescopio, las
nebulosas redondas son resolubles con mas facilidad en es­
trellas que las nebulosas ovales (40).
Señalaremos á continuación algunos de esos grupos es­
telares que forman sistemas aislados, verdaderas islas en el
Océano de los mundos.

l a s Pleyaclas , c o n o c id a s desde l a m a s r e m o ta a n t ig ü e d a d y de los


pueb lo s m as atra sad o s . E r a esta l a constelació n de los n a v e g a n te s :
P leia s, «-aro rol ivyel'v, com o dice el a n tig u o es coliado r de A ra to . E s ta e ti­
m o lo g í a es m as e x a c ta q u e la d é l o s es critores m a s m o d e rn o s q u e la d e ­
d u c e n de?r/Uo;, p lu r a lid a d . E n el M e d ite r r á n e o , la n a v e g a c ió n d u r a b a
d e s d e m a y o h a s ta prim e ros de n o v ie m b re ; es d e c i r , desde el n a c im ie n to
h e lia c o h a s t a la p u e s ta h e lia c a de las P le y a d a s .
E l Pesebre, en Cáncer: N u b é c u la q u a m Prsesapia v o c a n t in te r Asellos,
com o decia P lin io , u n vtféhiov de E ra tó ste n e s .
E l gru p o q u e se e n c u e n tra en el p u ñ o d é l a espad a de P erseo : los as­
tró n o m o s g rie g o s lo m e n c io n a n co n m u c h a f re c u e n c ia .
La Cabellera de Berenice , p e rc ep tib le á sim ple v is ta , ig u a lm e n te q u e los
tres g ru p o s q u e a n te c e d e n .
U n g ru p o situ ad o cerca d e A r t u r o (n .° 1,663) , á las 13h 34m 12 de
ascensión rec ia, y 29° \ í ¡ de d eclin a ció n : co n tie n e m a s de m il p e q u e ­
ñ a s estrellas de 1 0.a á 1 2 .a m a g n itu d .
Grupo colocado en tre r¡ y £ de H é r c u l e s , perceptible á sim ple v ista
d u r a n te las n o ch e s se re n a s ; u n m agnífico objeto visto con a y u d a de u n
telescopio p o d ero so ( n .° 1,968); está fra n je a d o por los b o rd e s de p r o lo n ­
g ac io n e s b a s ta n te s i n g u l a r e s , A R . 16h 35m 37s d e c lin a c ió n 3o ' í i 1; des­
crito p o r p rim e ra v e z e n 1714, p or I la l le y .
Grupo situad o cerca de a del C entauro ,descrito p o r H a ll e y des­
de 1 6 7 7 : aparece á sim ple v ista com o u n a m a n c h a r e d o n d a de aspecto
c o m e t a r i o , casi ta n b rilla n te como u n a estre lla de 4 . a á 5 .a m a g n i t u d .
P o r m edio de p o d ero so s telescopios se le descom pone en p e q u e ñ a s estre­
lla s de 1 3 . a á 15.a m a g n i t u d , c o n d e n s a d a s m u y fu e rte m e n te h ácia el ce n ­
tro ; A R . 131i 16m 38s , d eclin ación 45° 3 5 es el n ú m e ro 3,504 del ca­
tálogo de las n e b u lo s a s del cielo a u s tra l de J u a n H e r s c h e ll; tie n e 1 5 / de
d iá m etro . ( V iaje alCabo, pág. 21 y 105; O utlines o f A s tr ., p. 595).
G rupo v ec ino de x de la Cruz del S u d ( n .° 3,435) , com puesto de e s ­
trellas m u ltic o lo re s de 12.a á 16.a m a g n i t u d . E sas estrellas están d istri­
b u id a s en u n á r e a de */48 de g ra d o c u a d r a d o . E s u n a n e b u lo s a de Lacai-
31er y h a sido ta n c o m p le ta m e n te resuelta por J u a n H e r s c h e l l , q u e no d e ­
j a b a se ñ ale s de n e b u lo sid a d . La estre lla c e n tr a l es a b s o lu ta m e n te ro ja.
( Viaje al Cabo, p á g . 17 y 102, lá m . I , fig. 2).
E l g r u p o 47 d el T u c á n , de B o d e , n.° 2 ,322 del C atálogo de J u a n
H erschell, u n o de los objetos m as m a ra v illo s o s del cielo au s tra l. Cuando
y o lle g u é p o r p r im e ra v ez al P e r ú y v i este g ru p o m a s ele v a d o sobre el
h o r iz o n t e , lo tom é en u n p rin cipio p o r un co m eta . T ie ne 15 6 2 0 ; de
d iá m e tro , y a u n c u a n d o está s itu a d o cerca de la n u be p e q u e ñ a de M a g a ­
lla n e s , de p e rc e p tib ilid a d á sim ple v ista , está fav o rec id o s in g u l a r m e n t e
p o r su situ a c ió n en u n espacio e n t e r a m e n te sin estrellas. Es en su in te ­
r io r de n n color de rosa pálid a, ro d e a d o de u n ribete blanco concéntrico
y fo rm a d o de estre lla s iguales de 1 4 .a á 1 6 .a m a g n i t u d . P re s e n ta , p o r
o tra p a r te , todo s los signos característicos de la form a g lo b u la r ó es­
férica (41).
La N ebulosa (le A ndróm eda, cerca de v de esta co n stelación . L a r e so lu ­
ción en estrellas de ésta cé le b re n e b u lo sa es u n o de los d e s cu b rim ie n to s
m a s n o ta b le s q u e se h a n h e c h o en n u e s tr a época en la a s tro n o m ía side­
ral. E ste d es cu b rim ie n to se debe á J o r g e B o n d (4 2 ), a g r e g a d o al Obser­
v a t o r i o de C a m b rid g e en los E s ta d o s - U n id o s , y fué h e c h o en m a rz o
de 1 8 4 8 ; a c r e d ita to d a la f u e r z a óptica del an te o jo de este e s tab leci­
m ie n to (su obje tiv o es de 38 ce n tím e tro s de d i á m e t r o ) , p o r q u e u n esce
le n te telescopio c u y o espejo no te n ia m e n o s de 49 centím etros de d iá ­
m e tr o , «no d a b a á conoc er u n a sola es tre lla en esta nebulosa» (43), y e
an teojo de C am b rid g e d eja v e r m as de 1,500. Quizás la constelación de
A n d ró m e d a fué conocida desde fines del siglo X , como u n a n e b u lo sa de
f o rm a o v a l ; es cierto c u a n d o m en os q u e S im ó n M ario ó jtfayer, de Gunt_
z e n h a u s e n , al cual se debe la o b se rv a ció n de los cam bios de color q u e
a c o m p a ñ a n al centelleo (íl) , h a s e ñ a la d o esta co n s te la c ió n el l o de Di­
ciem bre d e 1612, como u n n u ev o astro s i n g u l a r falto de estre lla s y des­
conocido de T icho , d a n d o ta m b ié n su p r im e ra descripción d e t a ll a d a .
C in cue n ta a ñ o s d e s p u e s, B o u illa u d , a u t o r de la Astronom ía P h ilo láica , se
ocupó del m ism o a s u n to . Lo q u e p re sta á este g ru p o , c u y a l o n g it u d es
de 2o V a y -su la titu d de m as de I o , su c a r á c te r e n t e r a m e n te p a r ti c u la r ,
son dos b a n d a s n e g r a s m u y e s tre c h a s q u e a tr a v ie s a n como g r ie ta s la
f ig u ra e n te r a p a ra le la m e n te á su eje m a y o r . E s ta con fig u rac ió n o b s e r v a ­
da p or B o n d , r e c u e r d a la h e n d i d u r a lo n g i t u d i n a l q u e a t r a v ie s a ig u a l­
m e n te u n a n e b u lo sa no r e s u e lta del hem isferio a u s tr a l, el n ú m e ro 3 ,501,
c u y a descripción y d ibujo h a d a d o H ersch e ll e n su V iaje al C abo, p á g i ­
nas 20 y 105, lá m in a 1Y, fig. 2.

De intento omito la gran nebulosa de Orion en esa elec­


ción de notables constelaciones, á pesar de los importantes
descubrimientos que Rosse ba becbo sobre la misma con
su telescopio gigante , porque be creído mas conveniente
llevar al capítulo de las nebulosas, la descripción de las re­
sueltas actualmente en la constelación de Orion.
La m ajor acumulación de constelaciones, no de nebu­
losas, se encuentra en la Via láctea (45), ( Galaxias, el Rio
celeste de los Arabes) (46), que forma casi un gran círculo
de la esfera inclinada bácia el ecuador bajo un ángulo de
63°. El polo norte de la Via láctea se encuentra á 12h
47m de ascensión recta j 27° de declinación boreal, j su
polo sud á 0h 47m de ascensión recta j 27° de declina­
ción austral. Se vé que el polo boreal de la Via láctea está
situado cerca de la cabellera de Berenice j que su polo
austral cae entre el Fénix j la Ballena. Si es natural refe­
rir los lugares de los planetas á la eclíptica, es decir, al
gran círculo de la esfera que el Sol describe en su carrera
anual, no lo es menoá referir el conjunto de las configura­
ciones estelares al gran círculo de la Via láctea; sobre todo,
cuando se trata de buscar el modo según el cual se agru­
pan j se acumulan las estrellas en las diferentes regiones
tom o ni. y
de la bóveda celeste. En ese sentido, la Via láctea represen­
ta el mismo papel en el universo sideral que la eclíptica en
nuestro mundo planetario. Corta al ecuador en dos puntos;
el primero está situado entre Procion j Sirio» á 6h 54111
de ascensión recta; el segundo punto se halla hácia la ma­
no izquierda de Antinoo á 19h 15ra de ascensión recta
(en 1800). La Via láctea divide, pues, la esfera celeste en
dos partes algo desiguales, cujas superficies están en
la razón de 8 á 9. El punto equinoccial de la primavera se
encuentra en la menor. La latitud de la jVia láctea es
m u j variable (47). La parte mas estrecha j también la
mas brillante,'tiene solamente 3 ó 4o de latitud j se encuen­
tra entre la proa de la Nave j la Cruz. Por otros lados di­
cha latitud toca en los 16° j aun en los 22°, por ejemplo, en­
tre el Serpentario j Antinoo: cierto es que esta parte está
dividida en dos ramas (48). G. Herschell ha notado que en
muchos sitios la Via láctea aumenta su latitud en 6o ó 7°,
según sus marcos, mas de lo que á simple vista parece
cuando se la juzga únicamente por el efecto de su res­
plandor estelar (49).
La blancura lactescente de esta zona se ha atribuido
largo tiempo á la presencia de una nebulosidad general no
resoluble. H ujghens llegó á esta idea j a en 1656, estu­
diando la Via láctea con un anteojo de 7ra, 5. Pero solo
mas tarde, empleando toda la fuerza óptica de los majores
telescopios, ha podido demostrarse que este resplandor ge­
neral no debia ser atribuido á la presencia de algunas ra­
ías nebulosas, sino mas bien á estratos de estrellas acumu­
ladas en la misma región; Esta es la justificación de las
ideas que Demócrito j Manilio se habian formado .en otro
tiempo acerca de «la Via seguida por Faetón.» Allí donde
la Via láctea ha sido descompuesta en estrellas, háselas
'visto «projectarse sobre un fondo negro enteramente des­
prendido de toda nebulosidad». Debemos añadir, que el
resplandor general de la Via láctea es por todas partes el
mismo (50).
Un carácter general j mu j notable de a Via láctea es
el de que los grupos globulares y las nebulosas ovaladas, de
forma regular, están esparcidas de trecho en trecho (51);
mientras que se las encuentra en gran número á grandes
distancias de la Via láctea y también en las nubes de Ma­
gallanes. En esas nubes las estrellas aisladas, los grupos
globulares, en todos los estados posibles de condensación
interior, y las manchas nebulosas ovales ó irregulares, es­
tán abundantemente mezcladas entre sí. Sin embargo, una
parte de la Via láctea se esceptúa de esta regla, puesto que
se hallan grupos numerosos de forma esférica en la región
comprendida entre 16114 5 m, y 18h 44m de ascensión recta;
es decir, entre el Altar, la Corona austral, la cabeza y el
cuerpo de Sagitario, y la cola de Escorpion. Vése también
entre « y o del Escorpion una de estas nebulosas anulares
tan raras en el cielo austral (52). En el campo de visión de
los grandes telescopios (y bueno es recordar aquí que los
telescopios de Herschell de 20 y de 40 piés penetraban en
el espacio hasta 900 y 2,800 veces la distancia de Sirio á
la Tierra), se presentaba tan variada la Via láctea, en cuanto
á su constitución sideral, como poco regular es á simple vista
en sus límites mal acusados. Si algunas regiones’ ostentan
grandes espacios donde la luz está repartida de una mane­
ra uniforme, h a j en seguida otras donde los espacios bri­
llantes del resplandor mas intenso alternan con espacios
pobres en estrellas, y dibujan en el Cielo enrejados ilumi­
nados de un modo irregular (53). Hállanse también en el
interior de la Via láctea espacios oscuros en donde es impo­
sible descubrir una sola estrella; ni siquiera de 18.a <5
20.a magnitud. A la vista de esas regiones absolutamen­
te vacías no podría .menos de convenirse en que el rajo
visual ha penetrado realmente en el espacio atravesando el
espesor entero de la capa estelar que nos rodea. Las mis­
mas irregularidades se manifiestan en los marcos: cuando
estos presentan por término medio 40 ó 50 estrellas en la
estension de un campo de visión de 15' de diámetro, los
marcos siguientes comprenden de ordinario diez veces
mas. En ocasiones brillan en medio del polvo estelar mas fino
estrellas de un resplandor superior, j faltan en su totali­
dad los órdenes de magnitud intermedia. Es preciso, sin
embargo, notar aquí que las estrellas llamadas de órden
inferior no son necesariamente las mas apartadas; sino que
es posible que tengan un volumen mas pequeño ó que la
luz se desenvuelva en ellas con menor intensidad.
Para conocer bien el contraste que presentan las dife­
rentes partes de la Via láctea, en cuanto al brillo y á la acu­
mulación de estrellas, es necesario comparar regiones m u j
apartadas unas de otras. El máximum de riqueza j de bri­
llo estelar se baila entre la proa de la Nave j el Sagitario;
ó hablando con mas exactitud, entre el Altar, la cola de
Escorpion, la mano j el arco del Sagitario j el pié dere­
cho del Serpentario. «Ninguna región del Cielo presenta
tanto brillo j variedad, por la riqueza j el número de ob­
jetos que allí se encuentran reunidos (54).» La región de
nuestro cielo boreal que mas se le aproxima está situada
en el Aguila j en el Cisne, hácia el punto de división de
la via láctea. El mínimum de brillo se encuentra en los
alrededores de la Licornia j de Perseo, j el mínimum de
latitud bajo el pié de la Cruz.
Una circunstancia digna de notarse aumenta to'davía
la magnificencia de la Via láctea, en el hemisferio austral;
j es la de estar cortada bajo un ángulo de 20° próxima­
mente, entre los paralelos de 59° j de 60°, por la zona es­
telar donde se encuentran las estrellas mas brillantes, é in­
dudablemente también las mas próximas á nosotros; zona á
la cual pertenecen Orion, el Gran Perro, Escorpion, el
Centauro j la Cruz. Un arco de círculo máximo al pasau
por £ de Orion j el pié de la Cruz, dibuja bastante bien la
dirección de esta zona notable, c u ja intersección con la Via
láctea cae entre « de la Cruz j »? de x\rgos, tan célebre por
su variabilidad. El efecto verdaderamente pintoresco de la
Via láctea se aumenta todavía mas por las diferentes rami­
ficaciones que presenta en los 3/ 5 de su trajecto. La bi­
furcación principal tiene lugar cerca de « del Centauro,
según Herscbell (55), j no cerca de £ del Centauro, como
indican nuestros mapas celestes, ni cerca del Altar como
quiere Tolomeo (56). Las dos grandes ramas se reúnen en
la constelación del Cisne.
Para abarcar en su conjunto el curso entero de la Via
láctea j sus ramificaciones, pasaremos rápida revista á
sus diferentes partes, siguiendo el órden de las ascensio­
nes rectas. Pasa por y y £ de Casiopea, dirige al Sud, há-
cia £ de Perseo, un brazo que se pierde cerca de las P lé ja -
das j de las H jadas; atraviesa débil todavía j poco brillan­
te, las Cabrillas (H®di) en la mano del Cochero, los piés de
Géminis, los cuernos de Tauro, corta la eclíptica en el
punto solsticial de estío, cubre la maza de Orion j atra­
viesa el ecuador bácia el cuello de Licornia á las 6 h 54m de
ascensión recta (en 1800). A partir de ese punto su brillo
aumenta notablemente. Detrás de la Nave emite una rama
bácia el Sud basta la 7 de Argos, donde esta rama desapa­
rece bruscamente. La principal continua basta los 33°
de declinación austral; allí se abre en forma de abanico
bácia los 20° de estension, despues vuelve á interrumpirse
j deja un largo espacio vacío, siguiendo la línea que
une 7 y i de Argos. En seguida vuelve á recobrar la mis­
ma estension, pero estrechándose bácia las patas traseras
del Centauro. En la Cruz del Sud, donde llega á su míni­
mum de estension, tiene solo de 3 á 4o. Un poco mas allá
se estiende de nuevo j se trasforma en una masa mas bri-
liante, en donde están comprendidas la /s de Centauro, a y
¿s de la Cruz, como también el espacio oscuro en forma
de pera, que toma el nombre de Saco de Garlón, y del cual
hablaré muy pronto en el capítulo VII. En dirección á
esta región notable, un poco mas abajo del Saco de Carbón,
es donde la Via láctea se aproxima mas al polo austral.
Como ya be dicbo antes, divídese cerca de la a del
Centauro, y su bifurcación se sostiene, según las antiguas
descripciones, basta la constelación del Cisne. Partiendo de
la a del Centauro, se ve desde luego dirigirse bácia el Nor­
te una estrecha rama que se pierde hácia el Lobo. Despues
se manifiesta una división en el Compás cerca de 7 de la
Regla. La rama septentrional presenta formas irregulares
hasta los pies del Serpentario; allí se desvanece por com­
pleto. La rama meridional llega á ser entonces la rama
principal, atraviesa el Altar y la cola de Escorpion, diri­
giéndose hácia el Arco de Sagitario, y corta la eclíptica á
los 276° de longitud. Reconócesela mas lejos corriendo á
través del Aguila, la Flecha y el Zorro hasta el Cisne, pero
bajo una forma accidentada é interrumpida á trechos. En
este sitio comienza una región en estremo irregular; vése
en ella y entre a y 7 del Cisne, un largo sitio oscuro que
Juan Herschell compara al Saco de Carbón de la Cruz del
Sud (57), y que forma una especie de centro de donde di­
vergen tres corrientes parciales. Es fácil de seguir la mas
brillante si se pasa mas allá de la ¿s del Cisne y 5 del
A guila; pero no llega á reunirse con la rama de que se ha
hecho mención antes, la cual se estiende hasta el pie de
Ofiuco. Una parte mas considerable de la Via láctea sale
ademas de la cabeza de Cefea, es decir, de cerca de Casio-
pea, punto de partida de toda esta descripción, y se diri­
ge hácia la Osa menor ó el polo Norte.
Los progresos estraordinarios que en el estudio de la Via
láctea se deben al empleo de los grandes telescopios, han
hecho que al conocimiento puramente descriptivo ú óptico
de esta parte del Cielo, sigan cálculos mas ó menos afortu­
nados acerca de su constitución física. Tomas Wright (58),
Kant, Lambert y G. Herschell mismo, no veian en esta
inmensa acumulación de estrellas mas que la simple pers­
pectiva de un estrato estelar aplanado y mas ó menos regu­
lar, en el fondo del cual estaría en este caso colocado nues­
tro sistema solar. En cuanto á la hipótesis opuesta, la de
la igual magnitud de las estrellas y de su uniforme distri­
bución en el espacio, todo concurre hoy á destruirla. Sin
embargo, G. Herschell en sus últimos trabajos ha conclui­
do por modificar su primera idea; en vez de una inmensa
capa de estrellas, este hábil y atrevido escrutador de los
Cielos ha preferido admitir en definitiva la hipótesis de un
vasto anillo estelar, que habia sin embargo combatido en su
bella Memoria de 1784 (59). Las últimas observaciones pa­
recen decidirse en favor de un sistema de anillos concéntri­
cos de espesores muy desiguales, y cuyas diferentes capas
mas ó menos luminosas para nosotros estarian en tal caso
colocadas á diversas profundidades en el espacio. Pero el
brillo relativo de esas pequeñas estrellas comprendidas en­
tre la 10.a y la 16.a magnitud, no bastaría aquí para dar­
nos la medida de su distancia; es imposible, pues, deducir
nada satisfactorio en cuanto á la evaluación numérica del
radio de las esferas á que esas estrellas pertenecen (60).
En muchas regiones de la Via láctea la fuerza de pe­
netración de nuestros instrumentos ópticos basta para re­
solver las nubes estelares en toda su estension, y hacer ver
los puntos luminosos sobre el fondo vacío y negro de los
espacios infinitos. Puede decirse entonces que la vida pene­
tra libremente en el espacio. «It leads u s ,» dice Juan
Herschell, «irresistibly to the conclusión that in these re-
gions we see fa irh j through the starry stratum (61).» En
ciertas regiones, la Via láctea se abre paso por sus hiatos ó
sus aberturas: en otras, lia permanecido impenetrable (fa-
tbomles insondable), aun para el célebre telescopio de 40
pies (6*2).
La teoría actual del sistema de los anillos galácticos, y
la determinación de lo que atrevidamente se llama «el lu ­
gar del Sol en este sistema,» se deben en gran parte á los
recientes trabajos de Juan Herscbell en el bemisferio aus­
tral. Para obtener estos resultados, c u ja verosimilitud é
interés sobre todo no se pueden desconocer, ba estudiado la
distribución de la luz estelar en las diferentes regiones de
la Vía láctea, y los órdenes de magnitud de las estrellas
que se acumulan mas y mas á partir de los polos galácti­
cos , acumulación que ba sido comprobada en un espacio
de 30° por ambos lados de la Via láctea para las estrellas
inferiores á la 11.a magnitud (63), y por consiguiente para
los 16/ i 7 ^e totalidad de las estrellas. El sitio que se ba
asignado de esta manera al Sol es escéntrico; colócasele so­
bre la línea de intersección de una de las capas secunda­
rias con el plano del anillo principal ( 6 4 ) en una de las
regiones mas vacías, mas cerca de la Cruz del Sud que de
la región donde se encuentra el nudo opuesto de la Via
láctea (65). «La profundidad á que se ba colocado nuestro
sistema solar en la capa de estrellas que forma la Via lác­
tea , debe, pues / ser igual á la distancia de las estrellas de
9.a á 10.a m agnitud, y de ningún modo á la de las estre­
llas de 11.a magnitud, contándose esta profundidad á par­
tir de la superficie meridional del estrato estelar (66).»
Pero allí donde las medidas directas llegan á ser imposi­
bles por la naturaleza misma del problema, el entendi­
miento humano, aun presintiendo la verdad no llega sin
embargo á recoger mas que un incierto resplandor.
ESTRELLAS NUEVAS.— ESTRELLAS CAMBIANTES EX PERIODOS YA D E­
TERMINADOS.— ASTROS CUYO BRILLO SUFRE VARIACIONES PERO
CUYA PERIODICIDAD NO HA SIDO RECONOCIDA AUN.

Estrellas nuevas.—La aparición de una nueva estrella


La escitado siempre el asombro, sobre todo cuando el fenó­
meno ba sido repentino, y cuando la estrella era de primera
magnitud y de fuerte centelleo. Es, en efecto, este fenóme­
no lo que justamente podria llamarse un acontecimiento
en el Universo. Lo que basta entonces Labia permanecido
oculto á nuestras miradas, se Lace visible y revela de re­
pente su existencia. La sorpresa, por otra parte, es tan­
to mas viva, cuanto que semejantes acontecimientos se
presentan rara vez en la Naturaleza. Desde el siglo XVI
al XIX, los habitantes del hemisferio boreal han apercibido
á simple vista 42 cometas, es decir, 14 cometas por térmi­
no medio cada siglo; mientras que solo han presenciado
8 apariciones de estrellas nuevas en el mismo espacio de
tiempo. Su rareza es mucho mas palpable si se cuentan
períodos mas largos. Desde la época importante de la his­
toria de la Astronomía, en que las tablas Alfonsinas fueron
terminadas, hasta la de Gr. Herschell, de 1252 á 1800, hán-
se contado próximamente 63 cometas no telescópicos y so­
lamente 9 estrellas nuevas. En este período, pues, en que
la civilización europea permite una atención científi­
ca suficientemente sostenida, la relación de las estre­
llas nuevas con los cometas visibles es la de 1 á 7. Hare­
mos ver bien pronto, que si se distinguen con cuidado en el
catálogo cbino de Ma-tuan-lin, las estrellas nuevas de los
cometas desprovistos de cola, j si se remonta, con a ju d a
de esta preciosa coleccion basta el año 150 antes de nues­
tra era, apenas se bailan en 2,000 años, 20 á 22 aparicio­
nes de estrellas c u ja realidad pueda garantirse.
Antes de pasar á las consideraciones generales, con­
viene que nos detengamos un momento en un caso parti­
cular, estudiando en los escritos de un testigo presencial, la
viva impresión que puede causar el inesperado aspecto de
un fenómeno de este género. «Cuando abandone la Alema­
nia para volver de nuevo á las islas danesas, dice Ticho-
Brabe, me detuve (ut aulicaB vitse fastidium lenirem) en el
antiguo convento admirablemente situado de Herritz waldt,
perteneciente á mi tio Stenon Bille, j allí adquirí la cos­
tumbre de permanecer en mi laboratorio químico basta el
caer de la nocbe. Una tarde que consideraba, como de or­
dinario, la bóveda celeste cu jo aspecto me es tan familiar,
vi con asombro indecible cerca del zénit, en Casiopea, una
radiante estrella de magnitud estraordinaria. Para con­
vencerme de que no era ilusión de mis sentidos j para
recoger el testimonio de otras personas, bice salir álos obre­
ros ocupados en mi laboratorio j les pregunté, como á to­
dos los transeúntes, si veian como jo la estrella que acaba­
ba de aparecer de repente. Supe despues que en Alemania
los cocheros j otras gentes del pueblo babian advertido á
los astrónomos de una gran aparición en el Cielo, lo que ba
suministrado la ocasion de renovar las burlas acostumbra­
das contra los hombres de ciencia (como para los cometas
c u ja venida no habia sido predicha).
«La estrella nueva, continúa Ticho, estaba desprovista.
de cola, no la rodeaba nebulosidad alguna; parecíase en
todo á las demás estrellas, j únicamente centelleaba aun
mas que las de primera magnitud. Su brillo escedia al de
Sirio, la Lira y Júpiter. Solo podia compararse al de Ve­
nus, cuando mas cerca está de la Tierra (entonces un cuarto
de su superficie está únicamente iluminado para nosotros.)
Las personas dotadas de buena vista podian distinguir esta
estrella durante el dia, aun al medio dia, cuando el Cielo
estaba sereno. Durante la nocbe y cerrado el Cielo, ocultas
todas las demás estrellas, la nueva era visible muchas ve­
ces á través de nubes m u j densas (nubes non admodum
densas). Las distancias de esta estrella á otras de Casio-
pea, que he medido al año siguiente con especial cui­
dado, me han convencido de su completa inmovilidad. A
partir del mes de Diciembre de 1572 empezó á disminuir
su brillo; entonces era igual á Júpiter. En enero de 1573
llegó á ser menos brillante que Júpiter. Los resultados de
mis comparaciones fotométricas son los siguientes: en Fe­
brero j Marzo, igualdad con las estrellas de primer órden
(stellarum affixarum primi honoris; Ticho no ha querido
emplear jamás la espresion deManilio, stellae fixse); en Abril
j Majo, brillo de las estrellas de 2.a magnitud; en Julio y
Agosto de 3.a; en Octubre j Noviembre de 4.a Hácia el mes
de Noviembre, la estrella nueva no escedia á la 11.a estre­
lla en lo bajo del dosel del trono de Casiopea. El paso de la
5.a á la 6 .a magnitud tuvo lugar desde Diciembre de 1573
á Febrero de 1574. El mes siguiente, la estrella nueva
desapareció sin dejar rastro perceptible á simple vista, des­
pues de haber brillado 17 meses.» El telescopio fué inven­
tado 37 años despues.
Así, la estrella perdió su brillo de una manera sucesi­
va j perfectamente regular, sin presentar períodos de re­
crudescencia, como ha sucedido en nuestros dias con la n de
Argos, estrella que no puede llamarse nueva seguramente.
El color cambiaba al mismo tiempo que el brillo, lo que dio
lugar pasado algún tiempo, á una multitud de congeturas
equivocadas acerca de la velocidad de propagación de los
diferentes rajos colorados. En los primeros tiempos de su
aparición, cuando igualaba en brillo á Vénus j á Júpiter,
permaneció durante dos meses blanca; pasó enseguida á
amarilla j despues á roja. Durante el invierno de 1573,
Ticho la compara á Marte; luego la halla casi semejante á la
espalda derecha de Orion (Beteigeuze). Sobre todo encon­
traba en ella cierta analogía con el color rojo de Aldébaran.
En la primavera de 1573, principalmente hácia el mes de
Majo, reapareció el color blanquecino: «albedinem quam-
dam sublividam induebat, qualis Saturni stelke subesse vi-
detur». En Enero de 1574, continuó así de 5.a magnitud j
blanca, pero de una blancura menos pura, j centelleaba
con una vivacidad estraordinaria dada su magnitud; por
último, conservó las mismas apariencias hasta su total des­
aparición ocurrida en Marzo de 1574.
Esos detalles circunstanciados (67) ponen de manifies­
to la influencia que un fenómeno semejante debia ejercer
en los espíritus de una época tan brillante para la Astrono­
mía, j la importancia que se otorgaba j a á las problemas
á que daba lugar. Como á pesar de la escasez de estrellas
nuevas, se reprodujeron fenómenos de ese género 3 ve­
ces en 32 anos, á los ojos de los 'astrónomos europeos, esos
acontecimientos estraordinarios j reiterados escitaron en
sumo grado el interés universal. Reconocióse mas j mas
la importancia de los catálogos estelares, únicos que pue­
den dar el medio de examinar la novedad de la estrella.
Discutióse su periodicidad posible (68), es decir su reapari­
ción despues de muchos siglos. Ticho adelantó de un modo
atrevido una teoría acerca de la manera como se forman las
estrellas á espensas de la materia cósmica, j su teoría es
análoga á la de G. Herschell. Cree que esta materia celeste
está desde su principio en el estado de nebulosidad, j que
llega á ser luminosa por su condensación; j por último
que se aglomera formando estrellas: «Coeli materiam te-
nuissimam, ubique nostro visui et Planetarum circuitibus
perviam, in unum globum condensatum, stellam effiuge-
re». Esta materia cósmica esteudida universalmente babria
adquirido j a en este caso, cierto grado de condensación en
la Via láctea donde brilla con un dulce resplandor plateado.
Esta es la causa por la que la estrella nueva se bailaba, co­
mo las que aparecieron en 945 j 1264, al borde mismo de
la Via láctea «quo factum est quod nova stella in ipso Ga­
laxia margine constiterit»; j aun se reconoce el sitio (hia­
to) que la materia de la Via láctea ha dejado vacío al con­
densarse (69). Esos cálculos recuerdan teorías que se des­
envolvieron á principios del siglo XIX; la trausformacion
de la materia nebulosa en grupos estelares; la fuerza de
concentración que condensa poco á poco esta materia, dan­
do vida á una estrella central, j todas esas hipótesis acerca
de la marcha que sigue la materia nebulosa para formar
globos sólidos. Esas ideas han reinado solo un instante:
b o j son desechadas como dudosas. Tal es la suerte de las
hipótesis en la eterna fluctuación de las opiniones j de los
sistemas.
Reúno aquí todas las apariciones de estrellas nuevas-
temporales sobre c u ja certeza puede tenerse seguridad has­
ta cierto punto.

(a) 134 an tes de J .-C . en el E scorpion.


(b) 123 despues de J.-C . en Üíluco.
(c) 173 en el Centau ro .
(d) 309 ?
(e) 386 en S a g ita r io .
( f) 389 en el A g u ila .
(y) 393 en el E scorp ion.
(h) 827 ? en el E scorpion.
(i) 94o e n tre Cefea y Casiopea.
(h) 1012 e n A ries.
(I) 1203 en E sco rp io n .
(m) 1230 en Ofiuco.
(n) 1264 en tre Cefea y C a sio p e a .
(o) 1572 en Casiopea.
(p) 1578.
(q) 15S4 en el E sco rp io n .
(r) 1600 en el Cisne.
(s) 1604 en Ofiuco.
(t) 1609.
(u) 4 670 en el Zorro.
(v) 1848 en Ofmco.

ACLAEACIOKES.

(a) P r i m e r a ap a rició n , e n tre /S y p del E scorpion, en J u lio del año 134


a n te s de J .-C .; estracto de la Coleccion c h i n a de M a - t u a n - l i n , tr a d u c id a
y a r r e g la d a p o r el sábio lin g ü is ta E d u a r d o B iot (Conocimiento de los tiem­
p os, a ñ o 1846, p. 6 í) . Hallase en este cá ta lo g o l a descripción de las e s­
tr e lla s estraordinarias de un aspecto e s tra ñ o , lla m a das p or los Chinos estre­
llas huéspedes (Ke-sing, es tra n je ro s de u n a fisonom ía pa rtic u la r). E sta s
e stre lla s se d is tin g u e n p o r los o b se rv a d o re s m i s m o s , de los com etas p r o ­
v isto s de c o l a ; pero las estrellas n u e v a s in m óv iles están m e zcladas con
u n cierto n ú m e ro de co m eta s sin cola y erráticos. No o b sta n te , p u e d e e n ­
c o n t ra rs e u n criterio im p o rta n te , si no infalible, p a ra d istin g u irlo s, en la
in d ic a c ió n de u n m o v im ie n to (K e-sing, de 1092, 1181 y 1453) ó en la
a u s e n c ia de toda ind icación de ese g é n e r o , como en la fó rm u la: «el K e -
s in g se h a disuelto» y h a desap a re cid o . P u e d e te n erse prese nte ta m b ié n
q u e la ca bez a de los com etas, con ó sin c o l a , b rilla siem p re con u n a luz
d ébil y d ulce y no ce nte lle a ja m á s ; m ie n tr a s q u e el brillo de las estrellas
e s tr a o r d in a r ia s se ñ ala d as p o r los Chinos se co m p a ra al de Y é n u s , lo que
no p o d ria c o n v e n ir en g e n e r a l á los c o m e t a s , y m e nos a u n á los com etas
s in cola. L a estre lla q u e apareció en el a ñ o 134 an tes de J.-C. bajo la a n t i ­
g u a d in a stía de los H a n , p o d ia s e r , s e g ú n J u a n H e r s c h e ll, la estre lla
n u e v a de q u e h a b l a P lin io , la que in d u jo in d u d a b le m e n te á H iparco á c o ­
m e n z a r su c a tá lo g o . E l dicho de P lin io h a sido to m a do como f á b u la poi’
D ela m b re (U ist. de la A s tr . a n t., t. I , p . 290, é H ist. de la A str . m od., t. I,
p. 186). P e r o como T o lom eo afirm a e sp re sam en te ((A lm ag. Y II, 2, p. 13,
ed. H a lm a ) q u e el ca tá lo g o de H iparco c o rre sp o n d e al añ o 128 antes de
n u e s tr a e r a , y com o H iparc o hac ia sus o bse rva cio ne s en R o d a s y q u iz ás
ta m b ié n e n A lejan d ría p o r los a ñ o s 162 y 127 an te s de J .- C ., como y a
h e dicho en otro sitio, no p u e d e oponerse n a d a á la aserción de P lin io ó
á la con jetu ra de H erschell. P u e d e m u y b ie n creerse, con efecto, q u e el
g r a n a s tró n o m o de Nicea h a o bservad o la r g o tiem po antes de la época en
q u e se d e te rm in ó á c o n s tru ir u n catálogo de estrellas. L a espresion de
P lin io í.suo revo gen ita» se refiere e v i d e n te m e n te á la v i d a en te ra de H i ­
p arc o . Cuando la estrella de lo 7 2 ap a reció (la de T ic h o ), disputóse la r g o
tie m p o a c erca de si la estre lla de H iparco e r a ta m b ié n u n a estrella n u e v a
ó u n com eta sin cola. T icho era d é l a p r im e ra opinion (P rogym n., p. 319-
32o). L as palabras «ejusque motu a d d u b ita tio n c m a d duc tus» p o d r ía n h a ­
cer p e n s a r q u e se tr a t a b a de un c o m e ta d éb il ó sin cola: pero el le n g u a je
a lg o falso de P lin io d á m o tiv o á to d a a m b ig ü e d a d en la espresion.
(b j A p a ric ió n se ñ a la d a p o r los C hinos, en D iciem b re d el a ñ o 123 d e s­
p u és de n u e s tra era, e n tre a de H ércu les y « de O íiu c o ; coleccion de
M a -tu a n - lin se g ú n E d. Biot. ( P a re ce q u e debió h a b e r to d a v ía o t r a a p a ­
rición de u n a estre lla n u e v a bajo A d r i a n o , h á c ia el a ñ o 130).
fe) E strella s in g u l a r y m u y g r a n d e , to m a d a de M a -tu a n -lin , así como
las tres siguien te s. A parec ió el 10 de D iciem b re de 173, en tre a y £ del
C e n ta u ro , y desapareció ocho m eses despues, lu e g o de h a b e r e n s eñ a d o
los cinco colores uno en pos del otro. E d u a r d o B iot dice sucesivamente en su
tra d u c c ió n : p o d r ía d ed u c irse de esta espresion q u e esta estre lla h a p r e ­
se n ta d o en diferen tes épocas u n a serie de colores a n á lo g o s á los de la
es tre lla de T i c h o ; pero J u a n H ersche ll cree q u e se t r a t a so la m e n te de un
ce nte lle o co lorado ( O utlines , p. 563): ig u a l in te r p re ta c ió n á la q u e A ra g o
h a dado á u n a espresion casi id é n tic a de K ep lero respecto á la estrella
n u e v a de 1604 en el S e rp e n ta rio . ( A ra g o , A str. p o p ., t. I, p. 426).
(d) Brilló desde el mes de M arzo h a s ta el de A go sto del a ñ o 309.
(e) E n tr e l y j> del S a g ita rio . El catá lo g o chino in d ic a ta m b ié n a q u í
a p r e s a m e n t e el l u g a r « d onde p e r m a n e c ía la estre lla desde el mes de
A b r i l h a s ta el de Julio de 386.» E sta ba, pues, in m ó v il.
(f) E str e lla n u e v a cerca de « del A g u i l a ; se g ú n la relación de Cuspi-
n ia n o , testigo o cular, b rilla b a con el re sp la n d o r de Y é n u s , en tiem po del
e m p e r a d o r H o norio; desap areció tres se m a n a s despues sin d ejar señal
a l g u n a (70).
(g) M arzo 393: tam bién en el E sco rp io n , pero esta vez en la cola: to ­
m a d a del ca tá lo g o de M a -tu a n -lin . .
(h) El año 827 dudoso : es m a s se g u ro decir en la p r im e ra m ita d d el
siglo IX. Con efecto, h á c ia esta é p o c a , y b ajo el rein a d o del califa A l-
M a m u n , dos céleb res astró n o m o s árabes, H a ly y Giafar B e n -M o h a m m e d
A lb u m a z a r, o b s e rv a ro n en B a b ilo n ia u n a estre lla n u e v a « c u y a lu z .i g u a ­
la b a á la de la L u n a en su p r im e r c u a d ran te !» E ste acon te cim ien to tu v o
l u g a r ta m b ié n en el E s c o r p i o n : la estrella se d esv an e ció despues de un
in te r v a lo de cu a tro meses.
(i) L a a p a ric ió n de esta estre lla en 9 4 o , bajo el em p e ra d o r Otón el
G ra n d e , así com o la del añ o 1264, se f u n d a n ú n ic a m e n te en el testim onio
del astró n o m o boh em io C ipriano L e o v ilio , q u e a s e g u r a h a b e r to m a d o
sus a p u n te s de ú n a C ró nic a m a n u s c r ita . Este astró n o m o hizo n o ta r al
p ropio tiem po q u e las dos a p a ric io n e s de 945 y de 1264 tu v ie r o n l u g a r
e n tre Cefea y Casiopea m u y cerca de la V ia láctea, p r e c isa m e n te en el si­
tio d o n d e la e s tre lla de T icho apareció en 1572. E n los Progymnasmata
(p. 331 y 709), Ticho es d é l a m is m a o p in io n de Cipriano L eo vitio en c o n ­
t r a de P o n ta n o y Carnerario q u e le a t r i b u ía n el h a b e r co n fu n d id o com etas
de la rg a s colas con estrellas n u e v a s .
(k) S e g ú n el testim o n io de H e p id a n n o , m o n je de S ain t Gall, m u e rto
en 1088, y c u y o s a n a le s se e s tie n d e n de 709 á 1044, apareció h a c ia fines
d e M a y o de 1012 u n a estre lla n u e v a de u n a m a g n itu d e s tra o rd in a ria y
de u n brillo s o r p re n d e n te (oculos v e rb e ra n s ), en A ries, en el p u n to m a s
m e rid io n a l del Cielo, y perm a n ec ió allí visible d u r a n te tres meses. F u é
en su a p a ric ió n u n a s veces m a y o r, otras m e n o r, lle g a n d o á d es ap a re cer
a l g ú n m o m e n to . «N ova stella a p p a r u it insolitse m a g n itu d in i s . a s p e c tu f u l -
g u r a n s , et oculus v e r b e r a n s n o n sine te rro rc . Quse m ir u m in m o d u m ali-
q u a n d o co n tra c tio r, a liq u a n d o diffusior, etiam e x t in g u e b a tu r in te r d u m .
"Visa est a u te m p e r tres mensos in intim is finibus A u s t r i , u ltr a o m n ia
s ig n a quce v i d e n tu r in coelo.» H epidanni A nuales breves en D u c h e s n e , H is­
to r ia Francorum Scriptores, t. III, 1651, p. 477; (Y . ta m b ié n S c h n u r re r,
C hron ik der Senchen, 1 . a p a r te , p. 201). El m a n u s c r ito consultado por D u­
ch e sn e y p o r G old ast coloca esta ap arició n en 1012; pero se g ú n rec iente s
críticas h i s t ó r i c a s , es n ecesario preferir las indicacio nes de otro m a n u s ­
crito cjue está en d esacu erdo fre c u e n te con el p rim e ro y q u e retrasa, p o r
ejem plo, to d a s las fechas en seis añ o s. Coloca la a p a ric ió n de la estrella
n u e v a en el año 1006 (Y . Annales Sangallenses majores en P e r tz , Monumcnta
Germanice h istórica , Scriptorum , t. I, 1S26, p. 81). N u ev a s in v e stig a c io n e s
p o n e n en d u d a q u e h a y a escrito n u n c a H e p id a n n o . E l sin g u la r fen ó m e n o
de la variabilidad h a sido llam ado p o r C h ladni la combustión y la destruc­
ción de u n a estrella. I lin d cree q u e la estre lla de H ep id a n n o es idé n tic a á
o tr a estre lla n u e v a de M a -tu a n - lin , q u e debió ser v ista en C hina en el
m es de F e b r e r o de 1011, e n tre o y de S a g ita rio (Notices o f the R . A s tr .
So c., t. Y III, 1848, p. loG). Pero ento n ce s seria preciso q u e M a -tu a n -lin
se h u b i e r a e q u iv o c a d o á la vez en el añ o y en la constelación d o n d e
h iz o su aparició n la es trella.
(I) A fines de Julio de 1203, en la cola de E scorpion. «E strella n u e v a
de color azulad o sin n e b u lo s id a d lu m in o s a y se m ejan te á S a tu r n o ,» se­
g ú n los catálogo s c h in os. ( E d u a rd o B io t, en el Conocimiento de los tiem­
p os, 1846, p. 68.) %
( m) U n a o b se rva ción c h in a to m a d a de M a - t u a n - l i n , c u y o catálogo
a stro n ó m ico q u e co ntiene la s posiciones b a s ta n te ex actas de los com etas
y d é l a s e s tre lla s , se r e m o n ta a 613 a ñ o s an tes de J . C. , es decir, á la
ép oca de T h a le s y de la espedicion de Coleo de S ainos. L a n u e v a estre-
lia apareció h a c ia m e d ia d o s de Diciembre de 1 2 3 0 , e n tre Ofiuco y la
Serp ien te. Se desvaneció á fines de M arzo de 1231.
( « ) Estrella de q u e h a b la el a s tró n o m o de B o h e m i a , C y p ria n o L e o -
v itio (véa se mas a r r ib a ( i ) la estrella del a ñ o 915). E n la m ism a é p o c a
( Ju lio de 1264), apareció un g r a n com eta c u y a cola a b a r c a b a la m ita d d el
Cielo, y que no p udo por c o n s ig u ie n te Ser co nfu n d id o con la estrella n u e ­
v a q u e se p re se n tó en tre Cefea y Casiopea.
(o) L a estrella de T icho de 11 de N o viem bre de 1 5 72, en el tro n o de
C a siop e a; Ase. rec. = 3o 26' Decli; = 63° 3 ; ( p a r a 1800).
(p ) E n F ebrero de 1578 se g ú n M a -tu a n -lin . La co nstelación no se
h a ind ic ad o . Es necesario q u e el brillo de esta estre lla h a y a sido m u y
e s tra o r d in a r io pues el ca tá lo g o ch in o , a ñ a d e : « ¡una estrella g r a n d e como
el S o lN
( q ) El 1.° de Ju lio de 15S4 , cerca de w de E sco rp io n : o b s e rv a c ió n
c h in a .
( r ) L a estrella 3 4 d e l Cisne se g ú n B a y e r . G uillerm o J a n s o n , g e ó g r a fo
n o ta b le q u e hizo alg ú n tiempo sus o bse rva cione s bajo la direc ció n d e
T ic h o , es el p rim e ro q u e fijó su ate n c ió n sobre esta n u e v a estre lla , s it u a d a
•en el p ech o d el Cisne a l principio del cuello; esto es a l m e n o s lo q u e
p r u e b a u n a inscripción de su globo celeste. I v e p le ro , falto de in s t r u m e n ­
tos desde la m u e rte de T ic ho, é im pedido adem as p o r sus v i a j e s , no e m ­
pezó á o b s e rv a rla h a s ta dos años d e s p u e s , ni tu v o n otic ia de su e x i s te n ­
cia h a s ta esta é p o c a ; circ u n sta n c ia s in g u la r , p o r q u e la estre lla era de 3 .a
m a g n i t u d . «Cum m e n se Maio a n n i 1602, d ic e , pritnum litteris m o n e re r
de n ovo C y g n i p h ee n o m e n o ...» (K eplero , de Stella nova tertii honoris in
Cygno, 1606, a d ic ió n á la obra de Stella N ova in Serpent . , p. 1 5 2 , 154,
164 y 167). E n n in g u n a p a rte del tratad o de K eplero se h a l la q u e la es­
trella n u e v a del Cisne h a y a em p ezado p o r ser de 1.a m a g n i t u d , p o r m a s
q u e así se te n g a dicho con fre cu e n cia en recientes escritos. K eplero l a
lla m a parva Cygni stella, y la clasifica sie m pre en la 3 .a m a g n itu d . Coló­
c a la á los 300° 4 6 1 de A se. rec ., y a - 36o 5 2/ de Decl.; lo q u e da p a r a 1800:
302° 3 6 1 y -4- 3 7 ° 2 7 / . La estrella d is m in u y ó de brillo especialm ente á par­
tir de 1619, y acabó p o r d esap a re cer en 1621. D o m ingo Cassini la v o l­
v ió á v e r en 1 6 5 5; llegó á la 3 . a m a g n itu d y d esapareció de n u e v o .
(Y. Jacobo Cassini, Elem . de A s ir ., p. 69). H ev e lio la observó o tr a vez e n
N o v ie m b re de 1665 ; era ento n ce s m u y p e q u e ñ a ; a u m e n tó d es p u es, pero
s in lle g a r en esta ocasion á la 3 .a m a g n itu d . E n tr é 1677 y 1682 descendió
á la 6.a m a g n i t u d , y h a p e r m a n ec id o en el Cielo en este u rden de brillo.
J u a n H ersche ll la cita en la lis ta de las estre lla s ca m b ia n te s , pero no así
A r g e la n d e r .
( s ) Despues d é l a estre lla q u e se vió en 1572 en Casiopea, la m a s cé­
le b re es la q u e apareció e n 1604 en el S e r p e n ta r i o , á los 259° 42 ^ d e
A se. rec. , y 21° 1 5 ' de Declin, a u s tra l (para 1800). A u n a com o ú o tr a
TOMO III 10
se u n e u n g r a n nom bre. La estrella n u e v a del pié dere ch o del S e r­
p e n t a r io no fue descubierta en v e r d a d p o r K eplero m is m o , sino por su
discípulo J u a n B r u u o w s k i, de B o h e m ia , el 10 de Octubre ele 1604. «Esce-
dia á las estrellas de 1.a m a g n i t u d , y ta m b ié n á Jú p ite r y S a tu r n o ; p e r o
é r a m e n o s b rilla n te que V e n u s.» H erlicio p r e te n d e h a b e rla o bservad o
desde el 27 de S etie m b re. Su brillo era m e n o r q u e el de la estrella de T icho
en 1372; tampoco era tan visible en pleno dia como a q u e l l a ; pero su
centelleo e r a m u c h o m as viv o , y p or esto especialm en te escitaba la a d ­
m ira ció n de los o b se rv a d o re s. Como el centelleo v a u n id o siem pre al
fenóm eno de la dispersión de los colores , no sorprende que se h a y a h a ­
blado tanto de su luz c o lo re ad a y de sus c o n tin u as v aria cio n e s. A rago
(A stronom ía popular, t. í, p. i 14), ha h e c h o o b se rv a r que la estrella de
K eplero no h a p rese n tad o en m odo a i g u n o com o la de T icho v aria cio n e s
p e rm a n e n te s de c o lo r, p a s a n d o s u c e siv a m e n te y p o r un tiempo con sid e­
rable del blanco al a m a r illo , del am arillo al rojo y del rojo al blanco.
K eplero dice m u y claram e nte q u e esta estrella pare cia b la n ca c u a n d o se
. e l e v a b a sobre los v ap o re s del h o r iz o n te . Si h a b l a de los colores del Iris
lo h a c e ú n ic a m e n te p a ra p in ta r m e jor el fenómeno de su centelleo colo­
re a d o . «E xem plo a d a m a n tis m u lla n g u li, qui Solis radios in te r co n v e rte n -
d u m ad sp e c ta n tiu m oculos v a ria b ili fulgore r e v i b r a r e t , colores Iridis
(stella n o v a in O phiucho) succesive v i b r a t u continuo r e c ip ro c ab a t.» (De
X ova Stella S crp cn t., p. 3 y 123). A principios del m e s de E n ero de 1603,,
l a estre lla era mas b rilla n te q u e A n ta ré s, pero u n poco m enos q u e A rtu ­
ro. A fines de Marzo del m ism o año se h ac e de 3 . a m a g n itu d . L a p r o x i­
m id a d al Sol in te r ru m p ió las o b se rva cione s d u r a n te c u a tr o meses. D e s ­
apareció sin d ejar se ñ a l en tre F eb rero y Marzo de 1606. Ciertas o b se r­
v a c io n e s b a s ta n te ine x ac tas de Escipion C laram onti y del g eó g ra fo B lae u
( B la e w ) acerca de los ca m b io s de posicion de la estre lla n u e v a , apenas,
si m erecen m e n c ió n , como c o n s ig n a y a J. Cassini en sus Elem . de
A str o n ., p. 63; p or o tr a p a r te , estab a n en c o n tra d icc ión con el trabajo de
K ep le ro , m u c h o m a s se g u ro . El catálogo chin o de M a -tu a n - lin co n tie n e
u n a ap arición q u e por la fecha y posicion p re s e n ta a lg u n a a n a lo g ía con
la de la estrella n u e v a del S erp en ta rio . E l 30 de S etiem b re de 1604 se
v ió en C hina cerca de tu de Escorpion u n a estrella de color n a r a n ja d o
<i(¿del g ro so r de u n a bola?)». Brilló al Sud-oeste hasta el mes de N oviem ­
b r e del mismo a ñ o . y entonces llegó á h ac erse invisible. R eapareció
en 14 de E n ero de 1603, al S ud-este; pero llegó á oscurecerse m u c h o en
M a rz o de 1606. (Conocimiento de los tiempos p ara 1864, p. 59). El lu g a r
d esig n ad o aq u í p a ra w de Escorpion p u ed e ser confundido f ác ilm e n te
con el pié del S erp en ta rio ; pero las espresiones Sud-oeste y S u d -e s te , la
r e a p a r ic i ó n , y sobre todo la circ u n sta n c ia de q u e no esta indicada n i n ­
g u n a d esaparición final, d a n l u g a r á ciertas ¿l|U1a s sobre la id e n tid a d de
los dos astros.
( t ) U n a n u e v a estrella de M a-tuan-lin: m a g n i t u d considerable: v ista
al Snd-Oeste. No h a y mas indicios. *>
( u ) E stre lla n u e v a descu b ie rta el 20 de J u n io de 1670 p o r el c a r tu jo
A n th e lm o , en la cabeza del Zorro, m u y cerca de @ del Cisne. Ase. r e c . =
2 9 í ° 2 7 '; Declin. = -i- 2G° 47 A En un principio era de 3 . a m a g a i t u d ú n i­
ca m e n te; lu e g o bajó h a s ta la 5 . a hác ia el 10 de A g o sto . D esapareció al fin
de 3 m eses p a r a ap a re c e r de n u ev o el 17 de M arzo de 1671 con el b rillo
de u n a estrella de 4 . a m a g n itu d . D o m in g o Cassini la observó a s id u a m e n ­
te en A bril de 1671, y la e n c o n tra b a de luz m u y v a r ia b le . C reyóse q u e
so p rese n taría con el m ism o brillo al cabo de u n p e río d o de 10 m eses; p e r o
no fue así. B uscó sela in f ru c tu o sa m e n te en F e b re ro de 1672. H asta el 29
de .Marzo del m ism o añ o no apareció de n u e v o , p e ro com o de 6 .a m a g ­
n itu d ; desde esa época no se la h a v u e lto á ver. (Jacobo Cassini, Elem en­
tos de A stro n o m ía , p. 69-71). E sta a p a r ic ió n in d u jo á D o m ingo Cassini á
rebuscar las estrellas q u e no h a b í a n to d a v ía sido v is ta s (¡por él!). Cree
h a b e r e n c o n tr a d o 14 de 4 .a, o .a y 6.a m a g n itu d (S en Casiopea, 2 en el
E rid a n y 4 ce rca del polo b o re a l). Como no te n e m o s dato a lg u n o acerca
de esas estrellas, así como tam po co de la s q u e o c u p a r o n á M araldi d es­
de 1694 á 1709, debe co nsiderárse las com o m as q u e d u d o s a s , y nos es
im posible por lo ta n to m e n c io n a rla s. (Ja c o b o Cassini, Elementos d A stro ­
nomía , p. 73-77); D ela m b re, H ist. de la A str. m od ., t. II, p. 780).
( v ) Desde la ap arició n de la estrella n u e v a del Zorro, se p a s a r o n 178
a ñ o s sin q u e se p resentase fen ó m e n o a lg u n o se m e ja n te ; sin e m b a r g o , el
Cielo h a b ia sido esplorado c u id a d o sa m e n te d u r a n te este i n t e r v a l o , m e r ­
ced al co n tin u o em pleo de los an te o jo s y á la co n stru c ció n de c a tá lo g o s
estelares c a d a v e z m a s exactos. P o r últim o , en 2S de A bril de 1848, des­
cubrió H ind u n a estrella n u e v a en el o b se rv a to rio p a rtic u la r de B ish o p
( S o u th V illa , P iege nt‘s P a r k ) . S u es tre lla era de o . a m a g n i t u d , de colo-
rojizo y situ a d a en el S e r p e n ta rio , á 16h o0m *>9s de Ase. r e c t,; y !2°r
3 9 / 1 6 / ; de D eclin, a u s tra l (para 1848). N u n c a p a r a n i n g u n a o tra es­
trella n u e v a se co m p ro b a ro n con ta n to cu id ad o y e x a c titu d la n o v e d a d
de la ap a rició n ó la in v a r i a b ili d a d de posicion. H o y es (18o0) de 11a
m a g n i t u d escasam en te, y se gún las a s id u a s obse rv a cio n e s de L ic h te n -
hergef, es p ro bable q u e desapa re zca to ta lm e n te d e n tro de m u y p oco.
(N otices o f the A str . S o c., t. VIH , p. 146 y 15o-i'i8y.

Este cuadro de las estrellas nuevas que han aparecido


y desaparecido durante 2,000 años, es quizás algo mas
completo que los cuadros del mismo género publicados
hasta el dia. De él se desprenden las observaciones siguien­
tes. Tres clases de fenómenos deben distinguirse: las estre-
Has que aparecen súbitamente j desaparecen despues de
un tiempo mas ó menos largo; aquellas cu jo brillo está
sometido á variaciones periódicas determinadas desde lue­
go, j l a s que como r¡ de Argos aumentan de brillo, j pre­
sentan en seguida variaciones c u ja luz desconocemos. La
estrella nueva del año 1,600 (en el Cisne), que desapa­
reció del todo, pero únicamente sin duda á simple vista,
reapareciendo en seguida j quedando definitivamente como
estrella de 6 .a magnitud, demuestra perfectamente la afi­
nidad de los fenómenos de las dos primeras clases. Creíase
j a en tiempo de Ticbo que la estrella nueva de 1572 (en
Casiopea) podria ser la misma que las de 945 j de 1264.
Como los intervalos un poco inciertos quizás son de 319 j
de 308 años, Goodricke supone un período de tres siglos;
Keill j Pigott le redujeron á la mitad j formaron un pe­
ríodo de 150 años. Pero Arago ba demostrado que la estre­
lla de 1572 no podia ser colocada con certeza en el número
de las estrellas periódicamente variables (71). Nada basta
aquí autoriza á considerar todas las estrellas nuevas como
simples estrellas variables de largo período, que nos h u ­
bieran sido desconocidas por la longitud misma de éste.
S i, por ejemplo, la luz propia de todos los soles del firma­
mento resulta del juego de las acciones electro-magnéticas
en sus fotósferas, no es necesario recurrir á una condensa­
ción local j temporal del éter, ni á la interposición momen­
tánea de las pretendidas nubes cósmicas, para esplicar las
variaciones de esta luz, que esas variaciones sean por otra
parte regulares ó no, que se reproduzcan en épocas deter­
minadas ó que tengan lugar mas de una vez. Los fenóme­
nos de luz que nacen de las acciones eléctricas en la super­
ficie de nuestro propio globo, los relámpagos por ejemplo,
<5 las auroras boreales, ¿no enseñan en medio de numerosas
irregularidades aparentes una cierta periodicidad depen­
diente de las estaciones, ó también de las horas del dia?
Otro tanto puede decirse de las pequeñas nubes que se for­
man con frecuencia muchos dias seguidos en un cielo se­
reno y siempre en los mismos sitios; prueba de esto las ano­
malías persistentes que se hallan en seguida en las obser­
vaciones astronómicas hechas en semejantes circunstancias.
Una de las particularidades mas interesantes á mi modo
de ver en esos fenómenos, es que casi todas las estrellas
nuevas aparecen con el mayor brillo, esceden desde luego
á las estrellas de primera magnitud por la vivacidad de la
luz y por la de centelleo; en una palabra, no se observa á
simple vista llegar por grados al máximum de brillantez.
Keplero daba tanta importancia á esta especie de crite­
rio (72), que hacia de él argumento contra las aserciones
de Policiano. Pretendía este último haber descubierto la
estrella nueva del Serpentario (en 1604) mucho tiempo
antes que Brunowski, y Keplero rebatía su reclamación
en los siguientes términos: «Apparuit nova stella parva, et
postea de die in diem crescendo apparuit lumine non multo
inferior Venere, superior Jove.» Esceptúanse solo de la re­
gla tres estrellas, que han presentado un aumento de luz
progresivo; son estas: la estrella de 3.a magnitud de 1600
(en el Cisne), la de 1670 (en el Zorro), y la estrella nueva
de Hind, en el Serpentario (en 1848).
Es muy de sentir que estos fenómenos hayan llegado á
ser tan raros desde hace 178 años. Con efecto, solamente
dos veces se han presentado durante este largo intervalo, á
diferencia de la sucesión con que se habían concentrado, por
decirlo así, en los siglos precedentes: 4 en 24 anos, hácia
fines del siglo iv; 3 en 61 años, en el xm, y 6 en 37 años,
hácia la época de Ticho y de Keplero, á fines del siglo xvi y
principios del xvn. Entiéndase bien que cuento aquí las
estrellas estraordiñarías observadas por los chinos, porque
al decir de los jueces competentes, la mayor parte de esas
observaciones es digna de confianza. Verdad es que las
estrellas vistas en Europa no lian sido siempre consignadas
en la coleccion de Ma-tuan-lin; la de Ticho (1572) no está;
y quizá tampoco la de Keplero (1604) podría identifi­
carse con ninguna de las estrellas observadas en la China.
No acierto á comprender la razón de esas discordancias; y
es muy difícil también hacerse cargo de ellas, como espli­
car el por qué el gran fenómeno luminoso observado en
Cbina en el mes de febrero de 1570, no ba sido visto ni
mencionado por los Europeos. En todos los casos no es la
diferencia de las longitudes de^os dos países (114°) lo que
podría esplicar esas contradicciones. Pero las personas
acostumbradas á este género de investigaciones saben que
la carencia de toda mención histórica respecto de los acon­
tecimientos políticos ó celestes, no prueba nada en contra
de su existencia. Compárense, por otra parte, entre sí los
tres catálogos comprendidos en la coleccion de Ma-tuan-lin,
y se encontrarán en uno de ellos apariciones de cometas,
por ejemplo los de 1385 y 1495, que no están trasladadas
á los otros ó á uno de los otros.
Antiguos y modernos, Ticho y Keplero, como Juan
Herschell é Hind, han hecho notar que la mayor parte de
las estrellas nuevas aparecieron en el interior ó en los lados
de la Via láctea. Los 4/ ;; de esas estrellas observadas en Euro­
pa ó en China están en ese caso. ¿Es la Via láctea una senci­
lla agregación de estrellas telescópicas, cuya reunión en es­
tratos anulares le da la apariencia de una luz dulce y ne­
bulosa? Entonces la idea de Ticho es falsa en un todo; no es
posible representar las estrellas nuevas como simples for­
maciones llevadas á efecto ante nuestra vista á espensas de
la materia cósmica. Indudablemente la gravitación general
se ejerce tambion en esas capas estelares, en ese grupo de
estrellas mas ó menos condensadas, ó puede también figu­
rarse un movimiento de rotacion alrededor de un centro
común; pero no se podria ir mas lejos sin caer en el domi­
nio de la indeterminación y de los mitos astro^nósicos.
O En-
tre las 21 estrellas nuevas citadas en la lista precedente,
5 pertenecen á Escorpion (134, 393, 827, 1,203, 1,584);
3 á Casiopea j á Cefea (945, 1,264, 1,572); 4 al Serpen­
tario (123, 1,230, 1,604, 1,848). La de 1,012, la estrella
del monje de Saint-Gall, apareció en una región m u j apar­
tada de la Via láctea, en Aries. Keplero ha citado también
como una segunda escepcion de la regla general la estrella
de la Ballena, que pasaba entonces por nueva, porque Fa-
bricio, despues de haberla descubierto en 1,596, la habia
visto desaparecer en el mes de octubre del mismo año (Ke­
plero, de Stella ñora tSerp;., p. 112). Sucede generalmente
que la frecuencia de esas apariciones en las mismas conste­
laciones, es decir, en ciertas direcciones determinadas por
las estrellas de Escorpion por ejemplo, ó las de Casiopea,
induce á creer que la producción de esos fenómenos está
favorecida por causas esencialmente locales.
La duración mas corta de la incandescendencia de las
estrellas nuevas se presentó en las apariciones de los años
389, 827 j 1012. La primera brilló 3 semanas, la segun­
da 1 mes, j la tercera se estinguió despues de 3 meses. Por
■el contrario, la estrella de Ticho duró 17 meses; la de Ke­
plero (en 1600, en el Cisne) fué visible durante 21 años
«nteros. Reapareció en 1615 de 3.a magnitud, como la pri­
mera vez, pero para fijarse siempre en la 6 .a magnitud. Sin
embargo, Argelander no ha creido conveniente colocarlas
en la clase de las estrellas periódicamente variables.
Estrellas que han desaparecido.—El estudio j la enu­
meración exacta de esas estrellas, son de importancia para
la investigación,de los pequeños planetas que existen pro­
bablemente en tan gran número en ciertas regiones de
nuestro sistema planetario; pero á pesar de la exactitud con
que se han registrado las posiciones de una multitud de
■estrellas telescópicas en los catálogos j mapas modernos,
es casi siempre difícil comprobar de un modo irrecusable
que falta del Cielo una estrella desde una época determina­
da. Los mejores catálogos están plagados con frecuencia de
faltas que provienen de la observación, de los cálculos de
reducción j sobre todo de la impresión (73). Por otra par­
te, el becbo de que un astro desaparece del sitio en donde
se le vio por primera vez, puede obedecer también lo mis­
mo á un movimiento propio que á una debilitación real de
su luz. Aquellas cosas que no vemos no es que necesaria­
mente desaparecen. La idea de una destrucción, de una
combustión real en las estrellas, hechas invisibles, perte­
nece á la época de Ticho. Plinio mismo fija esta cuestión en
un bello pasaje sobre Hiparco: «stelhe an obirent nasceren-
turve.» El juego eterno de las creaciones y de las destruc­
ciones aparentes no conduce á un aniquilamiento de la ma­
teria; es solo una pura transición hácia nuevas formas de­
terminadas por la acción de fuerzas nuevas. Astros que han
llegado á oscurecerse pueden llegar de repente á ser otra vez
luminosos, por el juego renovado de las mismas acciones
que habian desarrollado en ellos primitivamente la luz.
Estrellas periódicamente variables. — Puesto que todo
está en movimiento en la bóveda celeste; puesto que toda
cambia en el tiempo y en el espacio, la analogía nos lleva
á admitir que si las estrellas consideradas en su conjunto
poseen movimientos reales y de ninguna manera simples
movimientos aparentes, del mismo modo sus superficies ó
sus fotosferas pueden ser la base de variaciones reales de
luz. Para el m ajor número de estrellas, esas variaciones
se reproducen periódicamente, pero en períodos escesiva-
mente largos, indeterminados aun j quizá para siempre.
Para el mas pequeño número, se producen esas variaciones
no periódicas durante un tiempo mas ó menos corto, como
por una súbita revolución. No v oj á ocuparme aquí de es­
ta última clase de fenómenos, del que nos ha dado recien­
temente un ejemplo notable la estrella de la Nave; quiero
hablar solo de las estrellas erráticas, cu vos períodos han sido
reconocidos j medidos ja . Era esencial ante todo distinguir
cuidadosamente tres grandes fenómenos de la naturaleza
sideral, c u ja conexion no ha podido todavía ser conocida,
á saber: la periodicidad comprobada de ciertas estrellas va­
riables; la aparición de las estrellas nuevas; los cambios
repentinos del brillo que presentan otras estrellas conocidas
desde largo tiempo por haber conservado hasta entonces el
mismo brillo uniforme. Esta es únicamente, según he di­
cho, la primera clase de variaciones, de las que tenemos
que ocuparnos aquí. MiraCeti, estrella situada en el cuello
de la Ballena, es la que ha ofrecido el primer ejemplo de
esto exactamente observado (1638). Un pastor protestante
de la Frisa oriental, David Fabricio, padre del astrónomo, al
que se debe el descubrimiento de las manchas del Sol, ha­
bia j a notado esta estrella en 1596; el 13 de agosto le pare­
ció que era de 3.a magnitud, j l a vió desaparecer en el mes
de octubre del mismo año. Pero Juan Phocjlides Holwar-
da, profesor de Franeker, fué el que descubrió 42 años des­
pues las alternativas de brillo j de estincion, en una pala­
bra, la variabilidad de esta estrella. Este descubrimiento
fué seguido en el mismo siglo del de otras dos variables:
<3de Perseo (1669), descrita por Montanari, j %del Cisne
(1687), porKirch.
Las irregularidades singulares que no se tardó en notar
en los períodos, j el número creciente de las estrellas va­
riables, dieron un gran interés á este estudio desdi} princi­
pios del siglo XIX. Considerando la dificultad del asunto;
animado además de presentar en esta parte de mi obra los
elementos numéricos de la variabilidad con toda la exacti­
tud que requiere el estado actual de la ciencia, me he de­
terminado á invocar la amistosa aju d a del astrónomo que
mas ha tratado esta cuestión, j cu jo s brillantes trabajos
Kan impulsado tanto el progreso en el estudio de las estre­
llas periódicamente variables. Los problemas j las dudas á
que b ajan podido dar lugar mis trabajos ban sido someti­
das con confianza á mi escelente amigo Argelander, direc­
tor del observatorio de Bonn; á sus comunicaciones, com­
pletamente inéditas todavía, debo todo lo que sigue.
Las estrellas variables son rojas en su majoría ó rojizas,
pero no lo son todas. Por ejemplo, &de Perseo (Algol en la
cabeza de Medusa), /s de la Lira y £ del Cochero, son estre­
llas blancas; r¡ del Aguila es un poco amarilla; Cde Géminis
lo es también, pero menos. Háse afirmado otras veces sin
pruebas reales que ciertas estrellas variables, particularmen­
te Mira de Ballena, son mas rojas cuando su brillo va de­
creciendo, que en el sentido inverso. En la estrella doble ^
de Hércules, la componente principal, roja según G. Hers
chell, amarilla según Struve, es una estrella variable: tie­
ne por compañera una estrella de un azul subido que se ba
creido igualmente variable, porque las evaluaciones de su
magnitud presentaban notables divergencias (de la 5.a á
la 7.a magnitud); pero esta opinion es m u j problemática.
Struve mismo dice únicamente: Suspicor minorem esse va-
riabilem (74). La variabilidad no está unida en manera al­
guna al tinte rojo. H a j muchas estrellas rojizas, j también
fuertemente rojas, como Arturo y Aldebaran, en las que
no se ha podido descubrir el menor cambio de brillo. To­
davía es m u j dudoso el que se deba colocar entre las va­
riables una estrella de Cefea, á la cual G. Herschell daba
en 1782 el nombre de estrella de granate, por su color
rojo, en estremo vivo. Es el número 7,582 del Catálogo de
la Asociación Británica.
Es difícil asignar exactamente el número de las estre­
llas periódicas, porque los períodos actualmente determina­
dos no merecen todos igual confianza. Por ejemplo, las dos
variables de Pegaso, a de la Hidra, < del Cochero, a de
Casoipea no ofrecen la misma certeza que Mira de la Balle­
na, Algol y § de Cefea. Si se trata, pues, de formar un cua­
dro de las estrellas periódicas, lo primero que se debe hacer
es fijar el grado de exactitud que se cree necesario. Arge-
lander hace subir solamente á 24 el número de los períodos
actualmente conocidos, con una precisión satisfactoria (75).
Tal es también el número de estrellas inscritas en la lista
que se verá mas adelante.
Así como el fenómeno de la variabilidad se encuentra
á la vez en las estrellas rojas y en las blancas, así también
parece afectar indistintamente diferentes órdenes de mag­
nitud. Por ejemplo a de Orion es de 1.a magnitud; Mira
de la Ballena es de 2.a, como a de la Hidra, « de Casiopea
y del Pegaso; p de Perseo es de 2.a á 3.a magnitud; »? del
Aguila y e de la Lira de 3.a á 4.a Hay también variables
en las estrellas comprendidas entre la 6 .a y 9.a magnitud
y aun son allí mucho mas numerosas, como las variables
de la Corona, de Virgo, Cáncer y Acuario. La estre­
lla % del Cisne presenta además grandes oscilaciones de
Torillo en su máximum.
Que los períodos de las estrellas variables sean muy ir­
regulares
O
cosa es aue
x
habíase reconocido hace mucho tiem-
po: pero que esas mismas irregularidades estén sometidas á
ciertas leyes fijas, esto es lo que estableció Argelander de
la manera mas irrecusable, y se propone probarlo en una
detallada Memoria que'prepara en estos momentos. Para %
del Cisne, admite hoy dos perturbaciones en el período:
una de 100 y la otra de 8 1/ 2 períodos elementales; es­
tas dos perturbaciones le parecen mas probables que una
sola de 108 períodos. ¿A qué causa deben atribuirse esas
perturbaciones? ¿Es preciso buscarla en la atmósfera pro­
pia de las estrellas mismas, ó en la revolución de un satélite
circulando alrededor de z de Cisne como alrededor de un
Sol y obrando, por atracción sobre su fotosfera? Cuestio­
nes son estas á las cuales no es posible responder todavía.
La estrella que presenta las mayores irregularidades
en sus cambios de brillo es seguramente la variable del
Escudo deSobieski, porque esta estrella desciende á veces
de la 5.4.a magnitud á la 9.a Según Pigott desapareció
también completamente bácia Lfines del siglo último. En
otras épocas sus oscilaciones quedaron limitadas entre la
(5.5.a y la 6 .a magnitud. El máximum de brillo de v del
Cisne varia entre la 6.7.a y la 4.a magnitud; el de Mira,
entre la 4 .a y la 2.1 .a magnitud.
La variable s de Cefea presenta en sus períodos una sor­
prendente regularidad, y escede bajo este respecto á todas
las demás estrellas cambiantes, como lo prueban las obser­
vaciones de 87 mínima que tuvieron lugar el 10 de Octu­
bre de 1840 y el 8 de Enero de 1848. Para £ del Cochero
un infatigable observador, Heis, en Aquisgran, halla que
las variaciones del máximum de brillo están comprendidas
entre la 3.4.a magnitud y la 4.2.a
Mira, ú o de la Ballena presenta grandes diferencias
en las épocas del movimiento de brillo. El 6 de Noviembre
de 1779, por ejemplo, Mira era inferior apenas á Aldeba-
ran; y mas de una vez ha escedido de la 2.a magnitud. Pero
en otras épocas no ha llegado á tener el brillo de s de la
Ballena (4.a mag.). Su magnitud media es igual á la de
7 de la Ballena (3.a mag.). Si se designa por 0 el brillo
de las últimas estrellas perceptibles á simple vista, y el de
Aldebaran por 50, puede decirse que Mira, oscila hácia su
máximum entre 20 y 47. Su brillo probable puede estar
representado por 30; pero generalmente es inferior á este
límite. Las últimas separaciones son por lo demás las mas
sorprendentes. Hasta el presente no se han podido referir
las oscilaciones de Mira á ningún período bien claro, solo
puede sospecharse con razón un período de 40 años y un
segundo período de 160 años.
De una á otra estrellabas duraciones de los cambios de
brillo varían mucho; los estremos están en la relación de
1 á 250. El período mas corto es sin duda alguna el de p
de Perseo, c u ja duración es de 68¿horas 49 minutos; á no
ser que se confirme un período mas corto (menos de 2 dias)
atribuido á la Polar. Despues de p de Perseo, vienen s de
Cefeo (5d 8h 49in), t¡ del Aguila (7d 4h 14m), j \ de Gé­
minis (10d 3h 35m). Los periodos mas largos son los de 30
de la Hidra de Hevelio (495d), de x del Cisne (406d), de
la variable de Acuario (388 d), deS de la Serpiente (367 d)
j en fin, de Mira, ú o de la Ballena (3 3 2 d). Para muchas
variables está perfectamente establecido que el brillo au­
menta con mas rapidez que decrece; fenómeno del cual
presenta el mas notable ejemplo s de Cefea. Para otras es­
trellas, por ejemplo p de la Lira, esas dos fases son de igual
duración. Esas relaciones presentan en sí mismas algunas
veces anomalías en la misma estrella, pero en épocas dis­
tintas á la de sus variaciones. En general Mira aumenta,
como s de Cefea con mas rapidez que decrece; pero tam ­
bién se ha observado la inversa en la misma estrella.
En cuanto á los períodos de periodos pueden citarse Al­
gol, Mira, p de la Lira j probablemente x ¿el Cisne que
presentan muchos de aquellos con gran claridad. H o j no
cabe duda alguna acerca del decrecimiento progresivo de
los períodos de Algol. Goodricke no se habia apercibido de
ello; pero no podia escapar á Argelander que habia recopi­
lado en 1842 mas de 100 buenas observaciones cu jo s estre­
mos abrazaban 58 años, es decir, 7,600 períodos (Schuma-
cher’s Astron. Nachr., n .os 472 j 624). El descenso de la
duración es cada vez mas sensible en la actualidad (76). En
cuanto al período de los máximos de brillo de Mira, Arge­
lander ha discutido todas las observaciones, j comprende
el máximum observado en 1596 por Fabricio, j ha deduci­
do una fórmula por la cual todos los máximos están repre­
sentados con un error probable de 7 dias (en un largo pe­
ríodo de 33l d 8 h). Este error probable seria de 15 dias si
se adoptase un período constante (77).
El doble máximum j el doble mínimum que tienen lu­
gar en cada período de p de la Lira (cerca de 13d), babian
sido j a señalados por Goodricke, á quien debemos el descu­
brimiento de esta estrella variable. Observaciones recientes
han hecho desaparecer todas las dudas respecto de este
asunto (78). Es m u j notable el hecho de que la estrella en
sus dos máxima tiene igual brillo, mientras que hácia el
mínimum principal es de una magnitud mitad mas pe­
queña que en el segundo mínimo. Desde el descubri­
miento de la variabilidad de p de la Lira, el período en el
neríodo, ha llegado á ser probablemente cada vez m ajor.
En un principio eran mas rápidos los cambios; despues
fueron disminu jendo mas j mas hasta la época compren­
dida entre 1840 j 1844; entonces cesó el crecimiento de
la duración que llegó á ser sensiblemente constante. H o j
empieza con seguridad á decrecer. La variable s de Cefea
presenta alguna analogía con el doble máximum de la § de
la Lira; porque el decrecimiento del brillo no sigue una
marcha uniforme. Despues de una velocidad estremada se
detiene un momento ó adquiere una velocidad mucho me­
nor hasta un cierto instante á partir del cual el decreci­
miento recobra su marcha con rapidez. Para ciertas estre­
llas, los fenómenos se presentan, con efecto, como si alguna
causa impidiese á la luz elevarse con libertad á un segun­
do máximum de intensidad. En la %del Cisne h a j proba­
blemente dos períodos de variabilidad: uno largo formado
de 100 períodos secundarios, jo tro de 8 1/ 2 períodos.
Es difícil de decir, aun de un modo general, si las es­
trellas variables en cortos períodos presentan mas regulari­
dad que las estrellas de variaciones lentas. Las desviaciones
relativas á un período constante no pueden ser presentadas
razonablemente en números absolutos: es necesario eva­
luarlas en partes del período mismo. Empecemos por las
estrellas de períodos largos, tales como la x dei Cisne, Mi­
ra de la Ballena v 30 de la Hidra. Para la y del Cisne el
tj 'V

período mas probable es de 406,0634 dias, siguiendo la


hipótesis de una variación uniforme; las separaciones serán
entonces de 39,4 dias. Descartando los errores de las obser­
vaciones, las separaciones serán entonces de *29. ó 30 dias?
es decir ' / n del período entero. Con respecto á la Mira de
la Ballena (79), un período constante de 331,340 dias, dá
separaciones de 55d,5 aun dejando á un lado la observa­
ción de David Fabricio. Si se redujeran estas separaciones
á ¡40 dias, á fin de tener en cuenta los errores inevitables
de la observación, estos ascenderían entonces á 1/ s del pe­
ríodo, es decir al doble, en proporcion, de las separaciones
relativas á la %del Cisne. En fin, con respecto á la 30 de
la Hidra, cu jo período es de 495 dias, las separaciones son
aun mas considerables; llegan casi al 3/« . Solo desde 1840
ban sido observadas las estrellas variables de períodos muy
cortos de una manera continua y con toda la exactitud
necesaria. El problema de que nos ocupamos es mas difícil
cuando se trata de esta clase de estrellas en que sin em­
bargo las separaciones parecen ser realmente menos consi­
derables. Con respecto á la -r¡ del Aguila, cuyo período es
de 7 dias y 4 horas, son solo de 1/ í6 ó de 1/ 17 del período
entero; en la ¿3 de la Lira (período = 12 dias 2.1 horas),
descienden á * /27 y á 1/ 30- Pero estas investigaciones están
aun espuestas á muchos errores. Hánse observado de 1,700
á 1,800 períodos de ¡s de la Lira, 279 de Mira, 145 solo de
la ¿ del Cisne.
Pudiérase preguntar ahora si las estrellas que han pro­
cedido largo tiempo por períodos regulares en sus variacio­
nes pueden dejar de ser variables: la respuesta parece que
debe ser negativa. Así como existen estrellas, cuyas varia­
ciones son j a débiles, j a mas marcadas, por ejemplo, la
variable del Escudo de Sobieski, del mismo modo parece
que existen estrellas cujas variaciones son por momentos
tan débiles, que se escapan á nuestros limitados medios
de investigación. Puéde contarse entre estas últimas, la
variable de la Corona boreal (número 5,236 del Catálogo
de la Asociación B r i t á n i c a que descubrió Pigott j obser­
vó algún tiempo. Durante el invierno de 1795 á 1796 esta
estrella babia quedado completamente invisible; mas tarde
reapareció; sus variaciones fueron entonces observadas por
Koch. En 1817 Harding j Westpbal la encontraron una
luz casi constante; en 1824 Olbers pudo observar de nue­
vo sus cambios de brillo. Las variaciones ban cesado v «y

esta última fase ba sido estudiada con cuidado por Arge­


lander , desde el mes de agosto de 1843 basta Setiembre
de 1845. A fines de Setiembre la estrella volvió á empe­
zar á disminuir. En Octubre j a no era visible en un in­
vestigador de cometas; reapareció en Febrero de 1846 j
alcanzó su magnitud ordinaria (6 .a magnitud) hácia pri­
meros de Junio. Desde esta época ba conservado el mismo
brillo, becba escepcion de pequeñas oscilaciones de que no
existe gran certeza. La variable de Acuario pertenece á
esta clase misteriosa de estrellas variables; quizá suceda lo
mismo con la estrella de Janson j de Keplero (en el Cisne,
en 1600), de que j a bemos hablado al tratar de las estre­
llas nuevas.
POR F. R. ARGELANDER.

1 B R IL L O NOMBRE
c¿
NOMBRES DURACION —— ^
o . DEL AUTOR
i DE DEL w 'z. . ¡
^ FECHA
I s a *
1^ - i
LAS ES TR EL LA S. PERÍODO.
25 DEL DESCUBRIMIENTO. |
------ -1
días lis. ni. magnitud. naag.
1 331 20 — 4 á 2.1 0 H ohvarda 1 G39
' o /S P e r s e o ............... 2 20 49 2.3 4 M o n ta n a ri 16G9
X C isne.................. 406 1 30 6.7 á 4 0 God. Kircli 1667
3

4 30 Hidra (H é v .).. 49 o -------- 5 á 4 0 M a ra ld i 1701

'i Leo R. 420 M. 312 18 — o 0 K o ch 1782

i r? A g u i l a ............... 7 4 14 3.4 o.4 E. P i g o t t 17S4


1 7 /S L ir a .................... 12 21 4o 3.4 4 .5 G o o d rick e 17S4
i
8 5 Cefea.................. 5 8 49 4 .3 o.4 G o odricke 17S4
9 « H é r c u l e s ........... 66 8 — 3 3. í G. Herschell 179o
1

10 Corona R ........ 323 ---------- 6 0 E. P i g o tt 170o I


11 E scu d o R ........ 71 17 — 6.5. á o.4 9 á G E. P ig o t t 179^ |
i 12 V ir g o R ........... l í o 21 — 7 á 6.7 0 H a r d in g 1809 j
13 A cu a rio R ...... 388 13 — 9 á 6.7 0 H arding 1810;
14 Serp iente R . . . . 359 -------- 6.7 0 H a r d in g 1826
lo S erp ien te S .. .. 367 ü — 8 á 7.8 • 0 H a r d in g 1828
10 C angrejo R ...... 380 -------- 7 0 Scw herd 1829
1 17 a C a sio pe a........... 79 3 — 2 3.2 Birt 183 í
1S o. O rio n ................. 190 0 — 1 1.2 J. Herschell 1836
19 « H i d r a ................. 5 o -------- 2 2.3 J. H erschell 1837
20 e C o c h e ro ............ V 3.4 4.o H eis 184G
21 C G ém inis............ 10 3 3o 4.3 o.4 S c h m id t 1817
22 /S P e g a s o .............. 40 23 — 2 2.3 S c h m id t 184S
23 P eg as o R ........ 3 o O -------- 8 0 H in d 1848
24 Cangrejo S ...... 1 7.8 0 H ind 1S48

TOMO III. J1
NOTAS A C E R C A DEL CUADRO P R E C E D E N T E ,

E l 0 colocado en la c o lu m n a d el m ín im u m significa que la estre lla es


^ n esta época in f e r io r á la 1 0 .a m a g n itu d . P a r a espresar de u n a m a n e r a
m a s có m o d a y á la vez m a s sencilla las p e q u e ñ a s estrellas v a r ia b le s q u e
n o h a n rec ibido a u n n o m b r e ni signo , me v a l g o de le tr a s sacadas d el
¿gran alfa b eto , a g o ta d a s com o están en su m a y o r p a rte las letras g r ie g a s
y las m inúscula s la tina s p o r B a y e r .
A d e m a s de las v a r ia b le s in sc ritas en el c u a d r o , h a y to d a v ía casi o tras
ta n ta s c u y a v a r ia b ilid a d se p r e su m e , p o rq u e d iv e rso s o b se rv a d o re s
les h a n asig n ad o m a g n itu d e s diferen tes. P e r o com o esas estim a cio ­
nes p u r a m e n te ocasionales no p u e d e n afe cta r u n a g r a n e x a c titu d , y como
los a s tró n o m o s tie n e n c a d a u n o su m a n e r a de a p re cia r las m a g n itu d e s ,
h e creido m as s e g u ro no te n e r en c u e n ta esta clase de estrellas , h a s t a
ta n to q u e un m ism o o b se rv a d o r no h a y a c o m p ro b a d o las v a r ia c io n e s p o r
u n estudio directo y en d istintas épocas. T o d as las estrellas del cu a d ro
e s tá n en este últim o caso ; la e x iste n c ia de sus v a r ia c io n e s periódicas es
cie r ta , au n c u a n d o no h a y a podido ser d e te rm in a d o el p eríodo. Los p e río ­
d o s indicados en el c u a d ro desca nsan casi todos en in v e stig a cio n e s, á las
q u e h e sometido el c o n ju n to d é l a s a n tig u a s o b s e rv a c io n e s y las to d a v ía
in é d ita s q u e h e h ec h o d u r a n te los ú ltim o s diez años. Las escepciones se
in d ic a r á n en las n ota s sig u ien te s , en las cuales c a d a e s tre lla está consi­
d e r a d a a isla d a m e n te .
L a s posiciones d a d a s en esas notas están espre sada s en ascensiones
re c ta s y e n d ec lin a cion es p a r a 1850. L a espresion f re c u e n te m e n te e m ­
p le a d a de grado espresa la s d iferen cias de brillo to d a v ía sensibles , c o n
■alguna certeza, y a á sim ple v ista, y a p o r m edio de u n anteojo de F r a u e n ­
h o f e r , c u y a lo n g it u d focal es de 65 c e n tím e tr o s , c u a n d o se t r a t a de es­
trellas im perceptibles á sim p le v is ta . P a r a las estrellas q u e esceden de
l a 6 .a m a g n itu d , un grado form a p r ó x im a m e n te u n décim o de la d ife re n ­
c i a de brillo en tre dos órdenes de m a g n itu d consecu tivos ; pero p a ra la s
•estrellas m a s débiles, los in te rv alo s de las m a g n itu d e s o rd in aria s so n
s e n s ib le m e n te m a s p eq u e ñ a s .
(1) o de la B a lle n a , A R . 32° 5 7 ' Decl. — 3o 4 0 ^; lla m a d a también.
jNIira á causa de las s in g u la r e s v aria cio n e s de su lu z , p rim e ra s q u e h a n
sid o n o ta d as. L a p e rio d ic id a d de esta estre lla h a sido rec o n o cid a d u r a n ­
te l a se g u n d a m ita d del siglo X V I I ; B o u llia u d e l e v a b a á 333 dias la d u ­
r a c ió n de su perio d o . Hállase al m ism o tiempo q u e esta d u ra c ió n es y a
m a s la rg a , y a m a s c o r t a , y q u e la estrella no tiene siem pre el m ism o
b r illo en el m o m e n to de su m á x im u m de in te n s id a d . Estas obse rv a cio n e s
lian sido confirm adas c o m pletam e nte p or las h e c h a s despues de esta épo -
<ca, pero no se h a podido d ecidir si la estrella lle g a á ser p erfectam ente
im perceptible en su m á x im u m de brillo. H ásela visto a l g u n a vez d esce n ­
d e r á la 11a , ó 12a m a g n itu d ; otras ta m b ié n no h a sido posible v e r l a
con anteojos de lm á lm 3. Lo cierto es q u e p e r m a n ec e m u c h o tie m ­
po inferior á la 10a m a g n itu d . N ad a se h a o b se rva do fuera de este
lím ite; c u a n d o m a s , todo lo q u e se h a hec h o h a sido esperar á q u e la
estrella llegase á h ac erse p erceptib le á sim ple vista ( 6 .a m a g n itu d ) , p a r a
e m p ez ar de n u e v o las observacion es. A p a r tir de la 6.a m a g n itu d su luz
a u m e n ta rá p id a m e n te al p r i n c i p i o ; en se g u id a con m as le n titu d , y
despu es de u n a m a n era apenas sensible. Decrece en s e g u id a le n ta m e n te
a l principio; despues con rapidez. P o r té rm in o m e d io el brillo a u m e n ta
á partir de la 6.a m a g n itu d d u r a n te 50 dias; d i s m in u y e h a s ta la 6.a m a g ­
n itu d d u ra n te 69 d i a s ; lo q u e d a 4 meses p ró x im a m e n te p a ra la d u r a ­
ció n total de la perceptibilidad á sim ple v ista. P e r o esta d u ra c ió n es so­
la m en te inedia; la durac ió n efe ctiva h a sido a l g u n a vez de 5 m e s e s ; e n
otras épocas no h a escedido de 3 meses. Así ta m b ié n las d u ra c io n e s d e l
-crecimiento y d é l a d ism inució n del brillo p r e se n ta n g r a n d e s oscilaciones,
y la p rim era h a sido a lg u n a vez mas la r g a que la otra. Esto tu v o l u g a r
e n 18-40, en que la estre lla empleó 62 dias en lle g a r á su m á x im u m de
b r illo , y 49 dias en v o lv e r á d esce n d er al p u n to de im pe rceptibilidad á.
sim ple vista. El período a sce n d en te m a s corto h a sido de 30 dias, en 1679;
el m as la rg o , de 67 dias, en 1709. El período d es ce n d en te m a s la r g o tu v o
l u g a r en 1839, y duró 91 d i a s ; el m as corto en 1 6 6 0 , c u y a d u ra c ió n
fue de 52. A l g u n a v ez la estrella en el espacio de u n m e s no c a m b ia
•apenas, h á c ia la época de su m a y o r b r illo ; otras veces un in te r v a lo d e
pocos dias basta p a r a h acer sensibles sus v a r ia c io n e s. E n 1678 y en 1847
se notó u n m o m e n to de p a r a d a en m edio del p e río d o d e s c e n d e n te , ó
c u a n d o m e n o s u n tiem po d u r a n te el cual la luz d ism in u y ó de u n a m a n e ­
r a apenas perceptible.
Y a h e m o s dicho q u e el brillo no es siem pre ig u a l en la época d e l
m á x i m u m . D esig n an d o por 0 el brillo de las m as débiles estre lla s percep-
íibles to d a v ía á sim ple v ista, y por 50 el de A ld e b a r a n (1.a m a g .) , puede
d ec irse q u e M ira oscila en tre 20 y 47 h ácia su m á x im u m , es decir, e n tre
la 4.a y la 1 — 2 .a m a g n i t u d ; su brillo m edio está represe ntado por 28,
es decir, ig u a l al de la estrella y dé la B a lle n a . No parece m e n o s ir r e g u ­
lar la d u ra c ió n del p eríod o. Es por té rm in o m edio de 331 dias 20 h o r a s ,
pero sus oscilaciones llegan á u n mes com pleto , p o rq u e el período m a s
co rto co m p re n d id o entre dos m áxim os co n sec u tiv o s h a sido de 306 dias,
y el m a s la rg o de 367 dias. E sas ir re g u la rid a d e s lle g a n á ser mas so r­
p rende ntes to d a v ía, cuan do se co m p aran las épocas de los m áxim os obser­
v ad o s con las épocas ca lculad as en la hipótesis de un período i n v a r i a ­
ble. Las d iferencias entre el cálculo y la o b se rv a c ió n lle g an ento n ce s
á 50 d ia s , y au n esas separaciones c o n s e r v a n casi la m ism a m a g n itu d y

\
el mismo sentido d u ra n te m u c h o s añ o s seg uidos. Esto p r u e b a e v id e n te ­
m e n te qu e existe u n a p erturbación de la rg o período en los cam bios de
luz de esta e s tre lla ; so la m e n te uri cálculo mas exacto e n s e ñ a que u n a
p e r tu r b a c ió n ú nica 110 b a s ta , y q u e es preciso a d m itir m u c h a s p r o d u c i­
d a s sin d u d a p o r la m ism a ca u sa . Una de esas p e rtu rb a c io n e s se r e p r o ­
d u ce en cada inte rv alo de l i períod os e l e m e n t a l e s ; la d u rac ió n de la 2 .a
c o m p re n d e 88 de esos períodos; la de la 3 .a , 176, y la de la 4 .a, 261. E l
co n ju n to de estas desig u ald ad es perió d icas r e p re se n ta la fó rm u la de se­
no s referida en la n o ta 78, fó rm u la con la cual están de acuerdo las o b ­
s e r v a c io n e s de los m á x im o s , p o r m a s q u e deje to d a v ía subsistir s e p a r a ­
ciones q u e no pueden d a r á con ocer los errores de o b se rv a ció n .
(2) /S de P erseo , A g ol; A R . 44° 3 6 ' , Declin. -+- 40° 2 2 '. G em iniano
M o n ta n a r i fue el p rim e ro que notó en 1667 la v a r ia b ilid a d de esta e s tr e ­
l l a , de la cual se h a o cu p a d o ta m b ié n M a ra ld i; pero el conocim ien to de
la p erio d icid a d de sus va ria c io n e s se d e b e á G oodricke , q u e la rec o no­
ció en 1782. L a razón de esto consiste i n d u d a b le m e n te en q u e esta es­
tr e l la no cam bia de brillo poco á p o c o , como la m a y o r p a r te de la s
v a r ia b le s , sino q u e p erm a n e c e c o n s ta n te m e n te de 2— •3.a m a g n i t u d ,
d u r a n te 2 dias 13 h o r a s , m ie n tras q u e em plea ú n ic a m e n te 7 ú S h o r a s
p a r a decrecer y b a j a r á la 4 .a m a g n itu d . Los c a m b io s de brillo no son
d e l todo r e g u la re s ; son m as rápidos en la época del m ín im u m ; p u e d e d e ­
te rm in a rse ta m b ié n el in sta n te con 10 ó 15 m in u to s de an te rio rid a d . Es
asi m ism o m u y d ig n o de o b se rv a rse el q u e esta estrella despues de
h a b e r em pezado a crecer en luz d u r a n te u n a h o r a p r ó x i m a m e n t e , se d e ­
tie ne y c o n s é r v a l a m is m a c la rid a d d u r a n te la h o r a s ig u ie n te , á p a r tir de
la cua l v u e lv e á to m a r su m o v im ie n to a s c e n d e n te de u n a m a n e r a n o ta ­
ble. H asta a q u í h a b ía s e considerado la d u ra c ió n del período como ab s o ­
lu ta m e n te co nstante, y W u r m r e p r e s e n ta b a las o bservaciones p or un p e ­
río d o de 2 d ia s , 21 h o r a s , 48 m in u to s , 58 se g u n d o s y m edio. Pero
cálculos mas exactos, fu ndad os en un in te r v a lo de tiem po dos veces m a ­
y o r del ’quer h a b ia podido se rv ir s e W u r m , h a n dem o strad o q u e el período
se a b re v ia c a d a v e z mas. E n 1784 era de 2 dias , 20 h o r a s , 48 m in u ­
to s, 59 s e g u n d o s, 4, y en J842 de 2 dias, 20 h o ras, 48 m in u to s, 55 se­
g u n d o s , 2 solam en te. Resulta t a m b ié n con v e ro sim ilitu d de las m a s re c ie n ­
tes o b servaciones, q u e la dism in u ció n del período es m as r á p id a h o y q u e
e n otro tiem po, de su e rte q u e será preciso mas ta rd e ó m as te m p r a n o u n a
f ó rm u la de senos p a ra r e p r e s e n ta r esas p e r tu r b a c io n e s del período p r in ­
cipal. P o r lo d em as, la dism inución a c tu a l del período se esplicaria, su_
p o n ie n d o q u e A lgol se a p ro x im a á no so tro s en raz ó n de 371 m iriám etro s
p o r a ñ o , ó lo q u e es lo m ism o, q u e se se p a ra de noso tros con u n a v elo ­
c i d a d decreciente, en la m ism a razón. E n uno ú otro caso la luz lle g a ría
á n o sotros c a d a año un poco an tes q u e en la hipótesis de u n a posicion
c o n s ta n te , y este a d e la n to , de cerca de 12 m ilésim as de s e g u irlo , b a s ta r ía
p a r a h a c e r prese nte la d ism in u c ió n o b se rv a d a. Si tal es la esplica-
cion v e r d a d e r a , l le g a r á d ser necesaria con el tie m p o u n a f ó rm u la de
senos. *
(3) x Cisne, A R . 29G° 12 Declin. -+- 32° 32 E sta estrella p r e s e n '
ta c a s i las m is m a s irre g u la rid a d e s q u e Mira; las sep arac io n es de los m á x i­
m os que se h a n o b se rv a d o en ella, c o m p a r a d a s con las q u e resu ltan d el
cálculo h ec h o en la hipótesis de u n período u n ifo rm e , lle g a n á 40 dia s,
pero se re d u c e n c o n s id e ra b le m e n te c u a n d o se in tro d u c e u n a p e r t u r b a ­
ción de 8 J/ 2 períodos elem e n ta les y o tra de 100 p e río d o s . E n su m á x i ­
m u m la estrella a d q u ie r e el brillo de las estrellas débiles de 5 .a m a g n i ­
tu d , es decir, u n grado m a s q u e la 17a del Cisne. L as oscilaciones del
m á x im u m de brillo son tam bién m u y n ota bles, pues v a r ía n desde 13 g r a d o s
m enos á 10 g r a d o s mas del brillo m edio. C u a n d o la estrella ten ia su b r i­
llo m á x im o mas d é b il, e r a to ta lm e n te im p e rcep tib le á sim ple vista; e n
1847 , por el c o n tra rio , se la p u do v e r sin an teo jo por espacio de 97 d ia s
e ntero s. La d u ra c ió n m edia de su v isib ilid a d es de d ia s , de los cuales
20 p erte n ec en , por té rm ino m edio, á la fase a s c e n d e n te , y 32 a la fase d e s­
c e n d e n te .
(4) 30 de la H idra de H eve lio, A R . 200° 2 3 ' , Dccl. — 22° 3 0 ' E sta es­
tre lla no es v isib le mas q u e po r a lg ú n tiem p o en c a d a a ñ o , á ca usa d e
s u posicion estre m a d a m e n te a ustra l ; todo lo que pu ed e decirse es q u e
su período y su brillo m á x im o prese n tan g r a n d e s i r r e g u la r id a d e s .
(o) R, de Leo , ó 420 de M a y o r ; A R . 144° o i ', Decl. 12 ’ 7 ' . Con­
fúndese g e n e r a lm e n te con las estrellas p róxim a s (18 y 19 de L e o ) ; h a
sido ta m b ié n m u y poco o b se rv a d a . Lo h a sido sin e m b a r g o b a s tan te p a r a
e n s e ñ a r q u e su período no es m u y r e g u la r. Su brillo m á x im o parece v a ­
r ia r tam bién a l g u n o s grados.
(8) r¡ del A g u ila ó y, de A n lin o o ; A R . 296° 12 ' Decl. - f - 0o 3 7 ' El
perío d o b a s ta n te c o n s ta n te de esta estre lla es de 7 dias 4 h o ra s 13 m in u ­
tos o3 s e g u n d o s. S in e m b a r g o , las ob se rv a cio n e s d escubren p e q u e ñ a s
oscilaciones de 20 se g u n d o s , q u e se m anifiestan al fin de un tiempo m u y
la rg o . Sus va ria c io n e s de brillo son m u y r e g u l a r e s ; las se p arac io n es n o
esceden de los lím ites q u e p u e d e n a trib u irs e á los errores de o b s e r ­
v a c ió n . E n su m ín im u m es in fe rio r en u n g ra d o á la t del A g u ila .
S u brillo a u m e n ta al princip io le n ta m e n te , despues con r a p id e z , en se­
g u id a con mas l e n t i t u d , y 2 dias 9 h o r a s despues del in s ta n te del m ín i­
m u m , a d q u ie re su brillo m a y o r . E ntonc es se acerca á 3o sobre /S y 2o bajo
la S del A g u ila . A partir del m á x im u m la luz no decrece con ta n ta r e g u ­
la rid a d , p o rq u e cerca del moVnento en el cual a d q u i e r e el brillo de /S (1 d ia
10 h o r a s despues del m á x im u m ), varía con m a s le n titu d q u e en las h o ­
r a s precedentes ó siguientes.
(7) /? de la L ira, A R . 281° 8 ', Decl. -4- 33° l l 7. E s ta estrella es nota_
. ble por sus dos m á xim os y sus dos m ínim os. Despues de h a b e r sido infe_
TÍor en u n tercio de g rad o á la í de la L ira , en la época de brillo mas d é ­
b i l , em plea 3d y 5h en lle g a r á su p rim e r m á x im o y entonces es 3 4 dej
g r a d o mas débil que y de la L ira. 3 dias y 3 h o r a s despues toca en
s u se g u n d o m ín im o que escede en o° á 5 de la L ira. Despues de un n u e v o
i n te r v a lo de 3d y 2h , alca n za en su se g u n d o m á x im o el mismo brillo q u e
e n el p rim e ro ; y p o r últim o la r d a 3d y 12h en lle g a r á su brillo m a s d é ­
bil. La sum a de esas fases c o m p re n d e , p u e s , 12d 21h 46m 40s. P ero esta
d u r a c ió n del p e ríod o solo p u e d e co n tarse p a r a los años de 1840-1844;
e n 1784 era 2 h o ra s y iJ 2 m a s corto, e n 1817 y 181S u n a h o r a y h o y
parece q u e e s p erim e n ta de n u ev o u n a dism in u ció n . No p u ede , pues, d u ­
d a r s e de q u e la f ó rm u la de su perío do d eb a ser tam bién u n a fu n c ió n
de seno.
(8) 8 de Cefea, A R . 33o° o i 1, Decl. -+- o7° 3 9 '. De to d a s las es tre­
lla s con ocidas es la m as r e g u la r , bajo todos respectos. U n período de-
5d 8h 47m 39s, o rep rese n ta todas las o b se rv a c io n e s desde 1784 h a s ta
este instante; con la precisión de las o b se rv a cio n e s m ism as; las p e q u e ñ a s
d iferenc ia s q u e se p rese n tan en la m a r c h a de las v a ria c io n e s de lu z
p u e d e n ser a trib u id a s á los erro res o rd in ario s de la observación. E n su
m ín im u m l a estrella es supe rior en 3/4 de grado á la e de Cefea; ig u a la
en su m á x im u m á la estrella i de la m ism a constelación. P a r a pasar del
m í n i m u m al m á x im u m em plea Id 15h , y mas del doble d e este tiem po, es
dec ir, 3<t 18h p a ra v o lv e r al m ín im u m . P e ro en esta ú lti m a fase p e r m a ­
n e c e 8h casi sin v a r i a r ; d u r a n te un dia entero sus cam bios son m u y poco'
n o ta b les.
(9) <»• de H ércules, A R. 2o6° o7', Decl. - h l l ° 3 4 1. E strella doble m u y
r o ja , c u y a s varia cio n e s son m u y ir re g u la re s en c u a n to al período y en
cu a n to al brillo. Su luz q u e d a con fre cue ncia in v a riab le meses e n te r o s .
E n otras épocas su m á x im u m escede á su m ín im u m en o g r a d o s ; su pe­
río d o es ta m bié n m u y incierto. G. H erschell la atrib u ía u n a duració n de
03 d i a s ; y o la ele v a b a á 9o dias h a s ta que la discusión de mis p ro p ias
o b s e r v a c io n e s , c o n t in u a d a s d u r a n te 7 a ñ o s , m e llevó al período con­
sig n a d o en el cuadro precedente. Heis cree p o d er r ep rese n tar las obser­
vac io n e s por u n período de 1S4,9 dias com prend iendo dos m á x im os y
dos m ínim os.
(10) R de la Corona, A R . 233° 3 6 Decl . -+- 28° 3 7'. E sta estrella
no es v a r ia b le m as q u e de u n a m a n e r a tem poral. El período h a sido c a l- ’
cu lado por I ío c h se g ú n sus propias ob se rv a cio n e s, q u e desgraciadam ente,
se h a n perdid o.
(11) R. del E scudo de S obieski, A R . 279° o 2 y, Decl.— o° o l 7. Las os­
cilaciones de b r illo d e e sta estrella están lim ita d a s con frecuencia á un pe­
q u e ñ o n ú m e ro de grad o s; pero tam bién en otras ocasiones desciende de l a
o . a á la 9.a m a g n itu d . T o d a v ía h a sido m u y poco o b se rv a d a h as ta aqu{
p a r a q u e p u e d a decidirse si esas a lte r n a tiv a s siguen ó no una m a rc h a r e g u - '
la r . Así ta m b ié n la durac ió n del período p rese n ta nota b les fluctuaciones.
(12) R de Y i r g o , A R . 187° 4 3 ', Decl. - J -7 0 49^ El período y el b rilla
m á x im o son m u y c o n s ta n te s ; h a y , sin e m b a r g o , s e p arac io n es m u y c o n ­
siderables en m i opinion p a r a q u e p u e d a n ser a trib u id a s á los e rro re s
de o b s e rv a c ió n ú n ic a m e n te .
(13) R de A cu a rio , AR. 354° 1 1', Decl. — 16° 6 '
(líj R de la S erp ien te, A R . 235° 5 7 ', Decl. - f - 15° 3 6 '
(lü) S de la Serp iente, A R . 228° 4 0 ', Decl. - f - 14° 5 2 '
(16) R del C a n g r e jo , A R . 122° 6 ' , Decl. - h 12° 9 /
N ad a mas h a y q u e decir ac e rc a de estas c u a tro e s tre lla s , q u e lo q u e
espresa el cuadro.
(17) a de C a s io p e a , A R . 8o 0 ' , Decl. -1- 55° 4 3 '. E strella de o bse r­
v ac ió n m u y difícil: la d iferenc ia e n tre el m á x im u m y el m ín i m u m es
solo de u n p e q u e ñ o n ú m e ro de g ra d o s; p o r o tra p a r t e , e s ta d iferencia es
tan v a ria b le com o la durac ió n del p erío d o . Esas dificu ltades esplican la
p o c a c o n c o rd an cia de los resu ltad o s obtenid os. E l periodo in d ic a d o en el
c u a d r o r e p r e se n ta de u n a m a n e r a satisfactoria la s o b se rv a c io n e s de 1782
á 1849; en mi juicio creo q u e es el m a s v erosím il.
(18) a de Orion, A R . 86° 4 6', Decl. - f - 7o 2 2 '. E stre lla c u y a v a r i a ­
ción de brillo es de 4 g ra d o s del m ín im u m al m á x im u m . A u m e n t a de
brillo d u r a n te 91 Va d ia s ; decrece d u r a n te 104 7o > de l ° s cuales p e r m a ­
nece oO sin v a r ia r (desde el dia 20 al 70). A l g u n a v e z son m a s déb iles
y a p e n a s sensibles sus v aria cion e s. E s m u y roja.
(19) « de la H id ra , A R . 140° 3 ' , Decl. — 8o 1 '. Es la mas difícil de
o b s e r v a r y su período es to d a v ía incierto del to do. J u a n H ersch e l lo es­
tima de 29 á 30 dias.
(20) £ del Cochero, A R . 72° 48/, Decl. - f - i3° 3 6 '. 'Los cam bios de
brillo de esta estrella son m u y v a r ia b le s ó bien h a y m u c h o s m á x im o s y
m ín im o s d u r a n te u n período de a l g u n o s años. Es necesario q u e tr a n s c u r ­
r a n todav ía m u c h o s an tes de p o d e r reso lv e r la c ue stión.
(21) £ de G ém inis, A R . 103° 48', Decl. -+- 20° 4 7 '. E sta estre lla se
h a m an ifestado h a s ta a q u í m u y r e g u la r en sus cam bios de brillo. E n su
m ín i m u m es m e d ia e n tre » y » de G é m in is ; en su m á x im u m no lle g a a
a d q u irir el brillo de La fase as c e n d e n te d u r a 4d 21h y la fase d es ce n ­
den te od G.li
(22) ¿S de P e g a s o , A R . 344° 7 ' , D e c l : - f - 27° 1 6 '. El período está
b a s tan te bien d e te r m in a d o ; pero n a d a p u e d e decirse to d a v ía acerca de k\
m a r c h a de sus variaciones de brillo.
(23) R de P e g a s o , A R . 344° 4 7 ', Decl. h - 9o 4 3'.
(24) s de C a n g re jo , A R . 128° ü0 ' , Decl. -+• 19° 3 4 ' .
N ad a h a y a u n q u e decir a c erca de estas dos ú ltim a s estrellas,
lionn, Agosto ISoO. ,
, F r . A r g e l a s d e r .
Variaciones cuyos 'periodospermanecen aun desconocidos.

Cuando se trata de someter al análisis científico hechos
importantes por el papel que representan en el Cosmos, y
estos hechos pertenecen además al reino telúrico ó á la es­
fera sideral, es de rigor una condicion, la de no intentar
relacionar prematuramente entre sí fenómenos cujas cau­
sas inmediatas no están perfectamente determinadas. Tam­
bién nos detenemos á establecer una línea divisoria entre
las estrellas nuevas que han desaparecido por completo (la
de 1572 en Casiopea) j las estrellas nuevas que han per­
manecido en el Cielo (en el Cisne en 1600). Así mismo dis-
tinguiremoslas estrellas variables de períodos determinados
(Mira, Algol), de aquellas cu jo brillo cambia, sin que b a ja
podido descubrirse la le j de sus variaciones (>? de Argos).
No es inverosímil, pero tampoco es absolutamente necesario,
que esas cuatro clases de fenómenos (80) tengan igual ori­
gen; quizá dependen de la naturaleza de las superficies, ó
de las fotosferas de esos soles apartados.
Para describir las estrellas nuevas hemos empezado por
el fenómeno de este orden mas sorprendente, la repentina
aparición de la estrella de Ticho; por iguales razones pre­
sentaremos aquí como tipo de las variaciones no periódicas
de la luz estelar, la de una estrella notable, n de Argos, cu­
ja s fases duran aun. Está situada esta estrella en la grande
j brillante constelación de la Nave, «la alegría del cielo aus­
tral.» Desde 1677, Halle j , á su regreso de la isla de Santa
Elena, manifestaba numerosas dudas acerca de la constan­
cia de brillo de las estrellas de la Nave Ar^'os;
O ' tenia mu «v
/
presentes sobre todo las que existen sobre el broquel de
la proa j sobre el combés (¿amSio*n y x ar^ r^a), cujas mag­
nitudes indicó Tolomeo (81). Pero la poca seguridad de las
denominaciones antiguas, las numerosas variantes de los
manuscritos del Almagestas, j sobre todo, la dificultad de
obtener evaluaciones exactas acerca del brillo de las estre­
llas, no permitieron á H allej transformar sus sospechas en
realidades. En 1677, H allej colocaba á r¡ de Argos entre •
las estrellas de 4.a magnitud; en 1751, Lacaillela considera
j a de 2.a magnitud. Mas tarde recobró su débil brillo pri­
mitivo, puesto que Burchell la vióde 4 .a magnitud, durante
su permanencia en el Sud del Africa (desde 1811 á 1815).
Desde 1822 hasta 1826, fue de 2 .a magnitud para Fallows
j Brisbane; Burchell, que se encontraba en 1827 en San
Pablo, en el Brasil, la halló de 1.a magnitud j casi igual á
« de la Cruz. Un año despues volvió nuevamente á la 2.
m agnitud. A esta clase pertenecía cuando Burchell la ob­
servó en Gojaz, el 29 deFebrero de 1828; j bajoesta mag­
nitud la inscribieron Johnson j Tajlor en los catálogos
de 1829 á 1833; j cuando Juan Herschell hizo sus obser­
vaciones en el cabo de Buena Esperanza , la colocó constan-
temente’desde 1834 á 1837, entre la 2.a j la 1.a magnitud.
Pero el 16 de Diciembre de 1837, mientras que este
astrónomo ilustre se aprestaba á medir la intensidad de la
luz emitida por la innumerable cantidad de pequeñas es­
trellas de la 11.a á la 16.a magnitud que forman alrededor
de r¡ de Argos una mag’nífica nebulosa, fué sorprendido por
un fenómeno estraño; v¡ de Argos observada por él antes
con mucha frecuencia, habia aumentado de brillo con tanta
rapidez que llegaba á ser igual á la a del Centauro; esce­
diendo también á todas las demas estrellas de 1.a magni­
tud, escepto á Canopea j á Sirio. Esta vez llegó ásu máxi­
mum hácia el 2 de Enero de 1838. Debilitóse bien pronto;
y llegó á ser inferior á Arturo, permaneciendo todavía há­
cia mediados de Abril de 1838 mas brillante que iVldeba-
ran. Continuó decreciendo hasta Marzo de 1843, sin llegar,
sin embargo, á la 1.a magnitud; despues aumentó de nuevo>
especialmente en Abril de 1843, j con una rapidez tal,
que según las observaciones de Mackay en Calcutta y las:
de Maclear en el Cabo, >? de Argos escedia á Canopea y
llegó casi á igualarse con Sirio (82). La estrella ba con­
servado su brillo estraordinario basta el principio del año
precedente. Un observador distinguido, el teniente Gilliss, .
jefe de la espedícion astronómica que los Estados-Unidos
enviaron á Chile, escribía desde Santiago en Febrero
de 1850: «Hoy v de Argos, con su color de un rojo pajizo,
mas oscuro que el de Marte, se aproxima estraordinariamente
á Canopea por su resplandor; es mas brillante que la sumade
la luz de las dos componentes de a del Centauro (83).» Des­
de la aparición de 1604 en el Serpentario, no se ha produci­
do fenómeno estelar alguno con tanta intensidad: ninguno
tampoco ha presentado tan larga duración, porque la de
este fué de 7 años. En los 173 (1677-1850) en que he­
mos tenido noticias mas ó menos continuadas acerca
del brillo de la bella estrella de la Nave, sus variaciones de
luz han ofrecido 8 ó 9 alternativas de disminución ó de re­
crudescencia. Por una feliz casualidad que sirvió á los as­
trónomos de nuevo motivo para no dejar de perseverar en
investigaciones tan delicadas, la aparición de esos brillan­
tes fenómenos coincidió con la época de la célebre espedi-
cion de Juan Herschell al Cabo de Buena Esperanza.
Hánse notado variaciones análogas, cuya periodicidad
ignoramos igualmente, en otras estrellas aisladas y en las
parejas estelares observadas por Struve (Btellarum compos.
Mensura microm., págs. lxxi-lxxiii). Los ejemplos que
aquí citamos están fundados en las evaluaciones fotométri-
cas que ha hecho el mismo astrónomo en épocas diferentes^
y no en el órden de las letras de la Uranometría de Bayer.
En un pequeño tratado de fíele Uranometría B ay ena­
na (1842 p. 15), ha probado Argelander, sin refutación,
que Bayer no se limitó solamente á designar las mas be­
llas estrellas por las primeras letras del alfabeto, sino que
se dejó guiar habitualmente por la posicion de las mismas,,
asignándolas las letras sucesivas del alfabeto, siguiendo la
figura de la constelación desde la cabeza á lospiés. Sin em­
bargo, á la distribución de las letras en la Uranometría de
Bayer se ba debido durante mucho tiempo la creencia de
que habia tenido lugar un cambio de brillo en muchas be­
llas estrellas, tales como a del Aguila, Castor y Alfard, ó a
de la Hidra.
Struve, en 1838, y Juan Herschell, vieron aumentar de
brillo ála Cabra. El último encuentra en la actualidad á la
Cabra un poco mas brillante que á Vega, á diferencia de
otras veces que la encontraba mas débil (84). Galle y Heis
han comparado recientemente esas dos estrellas y partici­
pan de esta opinion. Heis halla á Vega- mas débil en
5 ó 6 grados, que es mas de una semi-magnitud de di­
ferencia.
Las variaciones de luz de las estrellas que forman la
Osa mayor y la Osa menor, son dignas de una atención
particular. «La estrella n de la Osa mayor, dice Juan
Herschell, es ciertamente hoy la mas brillante de las 7 be­
llas estrellas de esta constelación, mientras que en 1837 8
ocupaba el primer lugar.» Esta observación me decidió á
consultar á Heis, á su vez observador cuidadoso y entu­
siasta de las variaciones de la luz estelar. «Según el térmi­
no medio de todas las investigaciones que he hecho en
Aquisgran, desde 1842 hasta 1850, escribe Heis, encuen­
tro la série siguiente: 1.° £ de la Osa mayor, ó Alioth; 2.° a
ó Dubhé; 3.° n ó Benetnasch ; 4.° %ó Mizar; 5.° § ; 6 .° 7;
7.° §. Lastres estrellas £, a J son casi tan iguales, que la
menor alteración en la atmósfera podria dificultar el cono­
cimiento del orden de las magnitudes; | es desde luego
inferior á las tres precedentes. Las estrellas ¿ y 7, ambas
notablemente mas débiles que 5, son casi idénticas entre sí;
y por último, s, que los mapas antiguos ig'ualan á ¿gy 7,
es inferior en mas de una magnitud á esas estrellas. La es­
trella s es positivamente variable. Aunque s sea ordina­
riamente mas brillante que a , la be visto, sin embargo,
5 veces en 3 años, decididamente mas débil que a. Consi­
dero también la p de la Osa M ajor como variable, sin que
pueda asignar su período. Juan Herschell encontraba la p
de la Osa menor mucho mas brillante que la Polar, en 1840
j 1841; en 1846 observó todo lo contrario. Cree que exis­
te variabilidad para p (85). Desde 1843, he hallado or­
dinariamente la Polar inferior á la p de la Osa menor; pero
desde Octubre de 1843 hasta Julio de 1849, la Polar ha
sido, según mis observaciones, 1,4 veces mas brillante
que p . He tenido, por otra parte, frecuentes ocasiones de
asegurarme de. que el color rojizo de esta última no es siem­
pre constante; tiende alguna vez mas ó menos hácia el ama­
rillo; otras es de un rojo vivo (86).» Este laborioso es­
tudio del brillo relativo de los astros está condenado á per­
manecer algo dudoso, mientras que la estimación pura j
sencilla, verificada á simple vista, no b aja dejado el puesto
á los procedimientos de medida fundados en los recientes
progresos de la Optica (87). La posibilidad de llegar á se­
mejante resultado no debería ser puesta en duda por los as­
trónomos j los físicos. .
Debe existir probablemente una gran analogía, en
cuanto al modo de generación de la luz, entre todos los
astros que brillan con su propio resplandor, j por consi­
guiente , entre el cuerpo central de nuestro sistema plane­
tario j los soles etraüos, es decir, las estrellas. Esta ana­
logía hace presentir desde largo tiempo que h a j también
relación entre las variaciones periódicas ó no periódicas,
de la luz estelar ó solar j l a historia meteorológica de nues­
tro planeta (88). Comjfréndese toda la importancia de esos
fenómenos, cuando se considera que las variaciones de la
cantidad de calor que nuestro planeta recibe del Sol, en la
sucesión de los siglos, han debido regular el desarrollo de
la vida orgánica y su distribución según los diferentes
grados de latitud. La estrella variable del cuello de la Ba­
llena (Mira Ceti), varía desde la 2.a á la 11.a magnitud, y
hasta llega á desaparecer; de la Nave Argos oscila entre
la 4 .a y la 1.a magnitud, y adquiere también el brillo de
Canopea y casi el de Sirio. Si nuestro Sol ha esperimen-
tado variaciones semejantes, ó solamente una pequeña par­
te de los cambios de intensidad cuyo cuadro acabamos de
dar (¿por qué habia de ser diferente de los demas soles?) al­
ternativas análogas de enervamiento ó de recrudescencia
en la emisión de la luz y del calor, pueden haber tenido las
mas graves y formidables consecuencias para nuestro pla­
neta, que servirían sobradamente para esplicarlas antig'uas
revoluciones del globo y los mas grandes fenómenos geoló­
gicos. G. Herschell y Laplace son los que han tratado pri­
meramente esta cuestión. Si espongo aquí tales considera­
ciones, no es porque pretenda encontrar en ellas la solucion
completa del problema de las variaciones de calor en la su­
perficie del globo. No : la elevada temperatura primitiva de*
nuestro planeta ha resultado de su misma formacion, y de la
condensación progresiva de su materia; las capas profundas
han irradiado su calor á través de las hendiduras del suelo
y las grietas que han quedado abiertas; el juego de las cor­
rientes eléctricas, la desigual distribución de los mares y
de los continentes pueden haber hecho, en los tiempos p ri­
mitivos, independiente totalmente de la latitud la distribu­
ción del calor, es decir, independiente de la posicion relati ­
va de un cuerpo central. Las consideraciones cósmicas no
deben mirarse solo bajo un aspecto; es preciso no restrin­
girlas á puras especulaciones astrognósticas.
MOVIMIENTOS PROPIOS DE LAS ESTRELLAS.— EXISTENCIA PROBLE­
MATICA DE ASTROS OSCUROS.— PARALAJES. — DISTANCIAS DE AL­
GUNAS ESTRELLAS.— DUDAS ACERCA DE LA EXISTENCIA DE UN
CUERPO CENTRAL EN EL UNIVERSO ESTELAR.

No es solamente el color ó el brillo lo que varia en las


estrellas; apesar de su antigua denominación de Jijas, cam­
b ia n te posicion en el espacio absoluto, y cada estrella está
aisladamente animada de un perpétuo movimiento de pro­
gresión. ¿Dónde bailar, en el Universo, un punto absolu­
tamente fijo? y si nos elevamos á la concepción de un sis­
tema general ¿cómo separar las condiciones de estabilidad
en medio de la infinita variedad de movimientos y de velo­
cidades? De todas las estrellas brillantes que ban observado
los antiguos, ninguna ocupa boy el mismo sitio en el fir­
mamento. He dicho en otra parte que Arturo, ^ de Ca­
siopea y la 61.a del Cisne, se habían apartado de su
primitivo lugar desde hace 20 siglos, en cantidades an­
gularmente equivalentes á 2 * /2 , 3 1/ 2 y 6 veces el
diámetro del disco de la Luna. Otra estrella cuyo bri­
llo toca casi el límite estremo de la perceptibilidad á
simple vista, la 1,830, del catálogo de Groombridge (6 .-
7 .a ó 7.a m ag.), se dirige, con mucha mas velocidad,
recta hácia el conjunto de estrellas de 5.a y de 6 .a mag­
nitud que constituye la Cabellera de Berenice. Si esta
estrella conserva durante 71 siglos la velocidad j la di­
rección actual de su movimiento, se separará de la Osa
m ajor, describirá un arco casi igual á 27 veces el diáme­
tro de la Luna, j se projectará precisamente en medio del
conjunto tan disgregado de la Cabellera. En el mismo es­
pacio de tiempo babrán cambiado en mas de dos grados,
20 estrellas (89) . Abora bien: como los movimientos pro­
pios, j a conocidos j medidos, varian en 0", 05 á 7", 7,
es decir en la relación de 1 á 154, es evidente que las dis­
tancias mutuas de las estrellas deben alterarse con el tiem­
po, j que la figura actual de las constelaciones no puede sub~
sistir siempre. La Cruz del Sud, por ejemplo, no conservará
perpétuamente su forma característica, porque sus cuatro es­
trellas marchan en sentido diferente j con velocidades des­
iguales. No podría calcularse b o j, cuantos miles de años
deben trascurrir basta su completa dislocación- pero ¿qué im­
porta? ni para el espacio ni para el tiempo existen términos
absolutos de magnitud ó de pequeñez.
Si se quieren abarcar de un modo general los cambios
que se verifican en el Cielo j que deben imprimir en el
transcurso de los siglos otra fisonomía al aspecto del firma­
mento , entonces es preciso proceder por enumeración v
distinguir, entre las causas que presiden á esas variaciones:
1,° la precesión de los equinoccios, cu jo efecto es hacer
ascender nuevas estrellas hácia el horizonte j hacer otras
invisibles por mucho tiempo; 2.° el cambio de brillo, perió­
dico ó no periódico, de un gran niimerode estrellas; 3.° la
aparición súbita de estrellas nuezas de las cuales la m ajor
parte han permanecido en el Cielo; 4.° la revolución de las
estrellas binarias alrededor de su centro de gravedad co­
mún. En medio de esas estrellas tenidas como fijas , que
cambian á la vez de brillo, de color j de posicion, pode­
mos seguir los movimientos m u j diferentemente rápidos de
los 20 planetas principales de nuestro mundo solar j de
sus 20 satélites (40 son los astros secundarios de nuestro
sistema en la actualidad; en la época deCopérnicoy Ticho,
el restaurador de la astronomía práctica, no se conocían
mas que 7). Podríanse colocar todavía entre los cuerpos
planetarios cerca de 200 cometas calculados, de los cua­
les 5 son de corto período. Estos deben ser llamados come­
tas interiores, puesto que sus trayectorias están compren­
didas en las órbitas de los planetas. Cuando esos astros lle­
gan á ser perceptibles á simple vista, durante el tiempo casi
siempre reducido de sus apariciones, contribuyen como los
planetas propiamente dichos, y como las estrellas nuevas
que aparecen súbitamente con un vivo brillo, á aumentar
el atractivo del cuadro ya tan esplendente, tan pintoresco,
de la bóveda celeste.
El estudio de los movimientos propios de las estrellas
va unido de una manera íntima en la historia de las cien­
cias astronómicas , á los progresos de los instrumentos
y de los métodos de observación. Por otra parte, este
estudio no podia intentarse con fruto, sino á partir de
la época en que se aplicaron los anteojos á los instrumentos
destinados á medir los ángulos; paso decisivo qiie era pre­
ciso franquear, antes de poder sustituir la precisión de
un segundo ó aun de una fracción de segundo de arco, á
la precisión de un minuto, que á costa de grandes esfuerzos,
supo dar á sus observaciones antes que nadie, Ticho. Sin
este inmenso progreso, no tendríamos hoy mas que un me­
dio de resolver la cuestión de los movimientos propios; el
de comparar entre sí observaciones separadas por una lar­
ga série de siglos. Tal fué, con efecto, la marcha seguida
por Halley en 1717. Relacionó las posiciones modernas con
las posiciones del catálogo de Hiparco, y en las diferencias
que encontró de esta manera, fundó la creencia que le lle­
vó á atribuir movimientos propios á tres estrellas principa­
les, Sirio, Arturo y Aldeharan. El intervalo de tiempo
TOMO III. i ‘2
comprendido entre esas observaciones fué de 1844 años
(90). Pero mas adelante, la precisión de los trabajos de Roe-
mer j la alta idea que se tenia del valor de las ascensio­
nes rectas conservadas en el Triduum del astrónomo danés
determinaron sucesivamente á Tobías M a je re n 1756, á
M askeljne en 1770 j á Piazzi en 1800, á darse por sa­
tisfechos con el pequeño intervalo comprendido entre su
época y la de Roemer, y á comparar las observaciones
de este, con las su ja s (91). Asi es como el fenómeno de
los movimientos propios de las estrellas ha podido ser reco­
nocido en su generalidad, desde la mitad del último siglo.
Pero las primeras determinaciones numéricamente exac­
tas datan solamente de 1783, j son debidas á G. Hers-
cbell, que tomó por base las observaciones de Flamsteed
(92), j principalmente á los admirables trabajos de Bes-
sel j de Argelander , que compararon sus mismos ca­
tálogos con las posiciones observadas por Bradlej, há­
cia 1755.
Este descubrimiento de los movimientos propios de las
estrellas es de la m ajor importancia para la astronomía fí­
sica, j ha hecho conocer el movimiento que arrastra á
nuestro sistema solar á través de los espacios celestes, j la
dirección también en que se verifica esta traslación. Nun­
ca hubiéramos sabido nada de semejante fenómeno , si
el movimiento progresivo de las estrellas hubiera escapado
á nuestras medidas en virtud de su misma pequeñez. Hay
m a s: los inauditos esfuerzos que se han intentado para
determinar ese movimiento, en dirección j en mag*nitud,
para medir el 'paralaje de las estrellas ó sus distancias, die­
ron como consecuencia inmediata la de elevar el arte de ob­
servar al m ajor grado de perfección, sosteniéndose en él, es­
pecialmente desde 1830, j a por los progresos incesantemen­
te estimulados de los aparatos micrométricos, j a por el em­
pleo cada vez mas intelijente de los grandes círculos me­
ridianos, de los grandes lieliómetros y de los grandes an­
teojos montados paralácticamente.
Hemos visto al comienzo de este capítulo, que los movi­
mientos propios de las estrellas varían, de una á otra, des­
de l/ 2Qde segundo liasta cerca de 8". Pero no son las es­
trellas que brillan mas las que tienen los movimientos mas
fuertes; sino las de 5.a, 6.a y aun 7.a magnitud (93). Las
mas notables bajo esta relación son las siguientes: Arturo,
1.a mag., movimiento propio = 2", 25; a del Centáuro, 1.a
mag., 3", 58 (94); ^ de Casiopea, 6.a mag., 3", 74; la es­
trella doble § delEridan, 5-4.a mag., 4 ", 08; la estrella do­
ble 61 del Cisne, 5-6.a mag., 5", 123 (su movimiento fué
reconocido por Bessel en 1812, por las observaciones de Brad-
ley comparadas con las de Piazzi; una estrella colocada sobre
el límite que separa los Perros de Caza de la Osa Mayor
95), y que lleva el número 1830 en el Catálogo de las es­
trellas circumpolares de Groombridge, 7 .a mag., 6",974,
según Argelander; e del Indiano 7"74, según D‘Arrest
(96); 2151 de la Popa de la Nave, 6.a mag., 7",871. Opon­
gamos á esos resultados escepcionales un dato mas general:
tomando el término medio aritmético de los movimientos
propios estelares, para todas las regiones del Cielo donde
estos movimientos están perfectamente comprobados, Moed-
ler halló solo 0",102 (97).
En virtud de sus investigaciones acerca de «la varia­
bilidad de los movimientos propios de Sirio y de Procion,»
Bessel, el astrónomo mas grande de nuestra época, llegó en
1844 á consecuencias bien notables. Tenia la convicción,
poco tiempo antes de la dolorosa enfermedad que causó su
muerte, de «que las estrellas cuyos movimientos propios
presentan variaciones sensibles, pertenecen á sistemas que
ocupan espacios bastante pequeños con relación á las enor­
mes distancias mútuas de las estrellas.» La creencia de
Bessel en la existencia de pares estelares en los que uno de
los astros componentes carece de luz era tan firme, como lo
probaria en caso de necesidad, la larga correspondencia que
sostuvo conmigo, que bastó para despertar la atención uni­
versal, independientemente del interés que vá unido natu­
ralmente á toda concepción capaz de ensanchar el círculo
de nuestros conocimientos respecto del universo sideral.
«El cuerpo atractivo, dice el célebre observador, debe estar
ó m u j cerca de la estrella cuyo movimiento propio presen­
ta variaciones sensibles, ó muy cerca de nuestro propio Sol.
Ahora bien: como la presencia de un cuerpo atractivo, do­
tado de una masa considerable y colocado á muy corta dis­
tancia del Sol, no está en manera alguna acusada por los
movimientos de nuestro sistema planetario, llegamos á la
otra alternativa; es preciso admitir que el cuerpo atrac­
tivo está situado m uy cerca de la estrella misma. Esta es.
la única esplicacion aceptable de las variaciones que el movi­
miento propio de Sirio ha esperimentado en el trascurso de
un siglo (98).» Bessel me escribía en julio de 1844: « ...In ­
sisto en la creencia de que Sirio y Procion son verdade­
ras estrellas dobles, compuestas de una estrella visible y de
una invisible.» Y como yo habia manifestado, en son de
broma, algunos escrúpulos con respecto al mundo fantástico
que se iba á poblar de astros oscuros, añadía: «No hay ra­
zón alguna para considerar la facultad de emitir la luz co­
mo una propiedad esencial de los cuerpos. De que sean vi­
sibles innumerables estrellas, no resulta evidentemente
prueba ninguna contra la existencia de estrellas invisibles,
también innumerables. La dificultad principal, la de es~
plicar físicamente la variabilidad de un movimiento propio,
será vencida de una manera satisfactoria, suponiendo que
existen astros oscuros. La siguiente hipótesis, no tiene ob­
jeción posible: las variaciones de velocidad no pueden re­
sultar mas que déla acción de ciertas fuerzas, y estas fuer­
zas deben obrar según las leyes de Newton.»
Un ano despues de la muerte de Bessell, Fuss acometió
la empresa, invitado por Struve, de buscar por su parte la
causa de las anomalías presentadas por Sirio j Procion.
Con este fin llevó á efecto nuevas observaciones en P ul-
kova, con el anteojo meridiano de Ertel, y comparó los re­
sultados así obtenidos con antiguas observaciones conve­
nientemente reducidas. La conclusión de Struve y de Fuss
es contraria al pensamiento de Bessell (99). Pero un gran
trabajo que acaba determinar Peters en Koenigsberg, y aná­
logas investigaciones emprendidas por Scbubert, calcula­
dor del Nautical Almanach de los Estados-Unidos, han dado
alguna razón á esta hipótesis.
La creencia en las estrellas que carecen de luz se babia
estendido j a en la antigüedad griega, j especialmente en
los primeros tiempos del cristianismo. Admitíase «que en
medio de las estrellas brillantes, cu jo s vapores alimentan la
combustión, se mueven también otros cuerpos de naturaleza
terrestre, que permanecen invisibles para nosotros (100).»
Mas adelante se rebusteció esta conjetura con la estincion
completa de las estrellas nuevas, sobre todo de las que Ti-
cko j Keplero observaron tan cuidadosamente en Casiopea
y en el Serpentario. Como se creiadesde esta época, que la
primera estrella babia aparecido j a dos veces con un inter­
valo de 300 años, no podia imaginarse un aniquilamiento
real, una completa destrucción. El inmortal autor de la
Mecánica celeste aceptaba también la existencia de masas no
luminosas en el Universo, j fundaba su conjetura en las
apariciones de 1572 j de 160-1. «Esos astros que ban llegado
áser invisibles, despues de baber eseedido en brillo al mis­
mo Júpiter, no ban cambiado de lugar durante su aparición
(solo ban dejado de emitir luz). Existen, pues, en el espa­
cio celeste cuerpos opacos tan considerables j quizás en tan
gran número como las estrellas (1).» Miedler dice también
on sus Investigaciones sobre el sistema sideral(2): «Un cuer­
po oscuro podría ser cuerpo central; podría estar rodeado
de cuerpos oscuros, así como el Sol está rodeado única é
inmediatamente de planetas que carecen de luz propia. Los
movimientos de Sirio j Procion, señalados por Bessel, con­
ducen además necesariamente (?) á admitir casos en los que
ciertos astros brillantes serian simples satélites, subordina'
dos á masas oscuras.» Algunos partidarios de la teoría de
la emisión suponen que tales masas pueden irradiar la luz
permaneciendo completamente invisibles para nosotros;
basta que sus dimensiones <5 sus masas sean tales, que los
átomos de luz que emiten estén retenidos ó dirigidos bácia
el centro por la fuerza de atracción de la masa, y esto á
partir de un cierto límite que no podrían esceder las molé­
culas luminosas (3). Si existen, como puede creerse, cuer­
pos oscuros ó invisibles en el Universo, cuerpos donde la luz
no se desarrolla nunca, en todo caso no podrian encontrarse
cerca de nuestro sistema de planetas y cometas, á menos
que su masa no fuese estremadamente débil, sin que su pre­
sencia se hubiera j a conocido por perturbaciones sensi­
bles.
La investigación de los movimientos estelares, j a sean
reales ó aparentes j producidos por el simple desarrollo del
observador; la medida de la distancia de las estrellas por la
de sus paralajes; la determinación del sentido j de la velo­
cidad del movimiento de traslación de nuestro sistema pla­
netario, son tres problemas m u j importantes, intimamente
unidos por su naturaleza misma j por los medios que han
podido emplearse para su solucion mas ó menos completa.
Ningún progreso en los métodos, ningún perfeccionamiento
en los aparatos de medida ha sido realizado con objeto de
abordar uno de esos difíciles problemas, que no ha j a produ­
cido en seguida inestimables resultados para la solucion de
los otros dos. Empezaré con preferencia á toda otra cuestión
por la de los paralajes ó distancias de ciertas estrellas ele­
gidas, con el fin de completar la esposicion de las nociones
.adquiridas sobre las estrellas consideradas aisladamente.
Galileo proponía desde principios del siglo XVII, «me­
dir las distancias, m uy desiguales sin duda, que separan á
las estrellas de nuestro sistema solar.» Presintió igualmen­
te con admirable sagacidad que se bailaría el medio, mejor
de determinar el paralaje, no en la medida de las distan­
cias angulares al polo ó al zenit, sino «en la compara­
ción cuidadosa de las posiciones respectivas de dos es­
trellas m uy próximas.» Esta era, en términos generales, la
indicación formal de los métodos micrométricos que fueron
aplicados mas tarde por G. Herscbell en 1781, despues por
Struve y por Bessel. «Perché io non credo, dice Galileo (4),
en su Giornata tevza, che tutte le stelle siano sparse in una
sferica superficie eguahnente distante da un centro; ma stimo
che le loro lontananze da noi siano talmente varié, que al-
cune ve ne possano esser 2 e 3 volte piú remóte di alcune
altre; talché quando si trovasse col Telescopio qualche pie-
ciolissima steüa vicinissima ad alcuna deJJe maggiori, e che
peró quella fusse sXiisúm&^potrebbe accadere, cheoualche sen-
sibil mutazione succedesse tra di ¡oro.» El sistema de Copér-
nico presentaba con efecto este problema; adoptándolo, era
absolutamente necesario buscar en los cambios de posicion
de las estrellas la demostración del movimiento anual de la
Tierra alrededor del Sol. Así también, cuando Keplero hubo
demostrado, por las observaciones de Ticho, que las posi­
ciones aparentes de las estrellas no manifestaban señal al­
guna sensible de cambio paraláctico, por lo menos dentro
de la precisión de un minuto de arco (tal era el grado de
exactitud que el mismo Ticho atribuía á sus medidas de
distancia), los copernicanos debieron deducir que el diáme­
tro de la órbita terrestre, á pesar de sus 306 millones de ki­
lómetros, es una base geométrica mucho mas pequeña con
relación á la enorme distancia de las estrellas fijas.
La esperanza de llegar á determinar esas distancias de­
bía, pues, únicamente descansar en el futuro progreso de
los aparatos ópticos y de los instrumentos de medida, es de­
cir, en la posibilidad de evaluar con precisión ángulos muy
pequeños. Así que en tanto que no pudo obtenerse esta
precisión mas que para un minuto próximamente, la falta
de paralaje sensible probaba únicamente que la distancia de
las estrellas fijas escede de 3,438 radios de la órbita terres­
tre, es decir, 3,438 veces la distancia de la Tierra al Sol (5).
A medida que ba ido aumentando la exactitud de las ob­
servaciones, ba ido creciendo también este límite en la mis­
ma relación. Las observaciones de Bradley, exactas en 1"
próximamente, colocaban las estrellas mas próximas á
206,265 veces la distancia de la Tierra al Sol. Desde la bri­
llante época en que Frauenbofer construyó sus admirables
instrumentos, la precisión de las medidas ba llegado á 0",1;
el radio de la órbita terrestre no es insuficiente ya mas
, que para estrellas cuya distancia escediera de 2.062,648
veces la longitud de esta base geométrica.
El ingenioso aparato zenital construido en 1669 por Ro­
berto Hooke, contemporáneo de Newton, no bastó para el
objeto propuesto. Picard, Horrebow (el calculador délas
únicas observaciones de Roemer que se han salvado), y
Flamsteed creían haber encontrado paralajes de muchos
segundos, porque confundían ciertos cambios aparentes de
las estrellas con el efecto paraláctico del movimiento anual.
Juan Michell, por el contrario (Pililos. Trans., 1767, t. lvii,
p. 234-264), atribuía á las estrellas mas próximas un pa­
ralaje por lo menos de 0",02, «imposible de reconocer á
menos de emplear un aumento de 12,000 veces.» La opi-
nion muy generalizada de que la superioridad de brillo de
una estrella es un seguro indicio de su aproximación, empe­
ñó á Calandrelli y al célebre Piazzi (1805) en una série de
investigaciones poco felices acerca de los paralajes de Vega,
de Aldebaran, de Sirio j de Procion. Otro tanto es preciso
decir de las investigaciones de Brinkley (1815): Poud pri­
mero y Airy despues las han combatido victoriosamente.
Las primeras nociones satisfactorias acerca de los paralajes
se han obtenido por el camino de las medidas micrométri-
cas; pero no empezaron á producirse hasta 1832.
En una importante memoria acerca de la distancia de
las estrellas (6), Peters evalúa en 33 el número de Jos para­
lajes j a determinados. Citaremos únicamente 9; son los que
mas confianza merecen, aunque no todos la misma. Segui­
remos, no obstante, el orden cronológico.
La estrella que ha llegado á ser tan célebre, merced á
los trabajos de Bessel, la 61.adel Cisne, debeocupar aquí el
primer lugar. Desde 1812 el astrónomo de Kosnigsberg ha­
bia descubierto el movimiento propio considerable de esta
estrella doble, cujas componentes son inferiores á la (5.a
magnitud; pero hasta 1838 no determinó el paralaje mer­
ced á su eliómetro. Mis amigos Arago j Mathieu habían
observado la distancia zenital de la 61.a del Cisne, desde el
mes de Agosto de 1812 hasta el mes de Noviembre del año
siguiente, con el fin de medir su paralaje absoluto. Dedu­
jeron de sus observaciones la consecuencia m u j exacta de
que el paralaje de esta estrella es inferior á la mitad de un
segundo (7).
En 1815 j en 1816, Bessel no habia podido obtener aun
resultado alguno admisible (son sus propias palabras) (8);
pero las observaciones hechas con el gran eliómetro de
Frahuenhofer desde el mes de Agosto de 1837 hasta Octu­
bre de 1838, le dieron por último un paralaje de 0^,3,483,
es decir, una distancia igual á 592,200 veces la de la Tier­
ra al Sol. La luz emplea 9 años j * /4 en recorrer este es­
pacio. Las observaciones hechas en 1842 por Peters han
confirmado este resultado, puesto que dan 0",3,490. El
mismo astrónomo ha modificado despues el resultado de
Bessel, introduciendo en él una pequeña corrección relativa
á las variaciones de tem peratura; de este modo ha halla­
do 0",3,744 (9).
El paralaje de la estrella doble mas hermosa del cielo
austral, ® del Centauro, fué determinado en 1832 por las
observaciones de Henderson en el cabo de Buena Esperanza,
y por lasdeMaclear en 1839. El resultado es 0/',9,128 (10).
Es, pues, la estrella mas cercana á nosotros entre aquellas
c u ja distancia se ha medido, y está tres veces mas apro­
ximada que la 61 .a del Cisne.
Struve se ocupó durante mucho tiempo del paralaje
de a de la Lira. Sus primeras observaciones datan de 1836,
v daban un resultado comprendido entre 0",07 y 0",18
(11), Mas adelante obtuvo, como valor definitivo, el núm.
0",2,613, que corresponde á 771,400 radios de la órbita
terrestre, distancia recorrida en 12 años por la luz (12).
Peters ha hallado solamente 0",103. Así la estrella mas bri­
llante del cielo boreal estaría mas apartada que una peque­
ña estrella de 6.a magnitud, la 61.a del Cisne, que se dis­
tingue apenasen la bóveda celeste.
El paralaje de la estrella polar ha sido deducido por Pe­
ters, de observaciones continuadas durante 20 años en Dor-
pat, desde 1818 á 1838. Peters ha encontrado 0",106, re­
sultado tanto mas satisfactorio, cuanto que las observaciones
de que procede asignan al propio tiempo á la constante de
la aberración un valor 20",455, casi idéntico al de Stru­
ve (13).
La estrella 1830 del Catálogo de Groombridge, en la
cual ha reconocido Argelander el movimiento propio mas
fuerte de todo el cielo boreal, tiene por paralaje 0",226,
según una série de 48 distancias zenitales m uy exactas que
observó Peters en Pulkova en 1842 y 1843. Faye asignó
á esta estrella un paralaje 5 veces mayor (1",08), superior
por consiguiente al de del Centauro. Con el fin de despe­
jar las dudas que aun podía haber acerca de la distancia de
la 1830 de Groombridge, Otto Struve trató de determinar
su paralaje por medio del gran ecuatorial de Pulkova. Sus
investigaciones dieron un resultado inesperado: llegó por
la discusión de una de las séries mas bellas de observacio­
nes que pueden imaginarse, á afirmar que el paralaje de esta
estrella debia ser inferior á un décimo de segundo. Bessel
habia decidido en 1842, aplicar á esta estrella el método y
el instrumento que tan buen resultado habia dado para la
61.a del Cisne. Las observaciones hechas por Schlüter, y
calculadas por Wichmann, en Kcenígsberg, dieron un para­
laje intermedio entre las de Peters y de O. Struve. Las tres
medidas concuerdan, pues, en establecer que el paralaje de
la 1830 de Groombridge no podría esceder de una muy pe­
queña fracción de segundo de arco (14).

j
r ROBA B L E .

w
NOMBRES
ERROR

<
ESTRELLAS. < DE LOS

OBSERVADORES. j

j
a del C e n ta u ro . < 0 ” ,913 0 ,',070 H en d e rso n yM aclcar.
61 del Cisne. 0 ,3744 0 ,020 Bessel.
Sirio. 0 ,230 ?? H en d e rso n .
1830 G ro o m b rid g e . 0 ,226 0 ,141 P e te rs .
0 ,1825 0 , 01Si> S c h lü te r y W i c h m a n n .
0 ,034 0 ,029 Otto S tr u v e .
r de la Osa M a y o r. *0 ,133 0 ,106 P e te rs . 1
A rtu ro . 0 ,127 0 ,073 P e te rs . \

» de la Lira. 0 ,207 0 ,038 - S tr u v e y P eters.


La P o lar. 0 ,106 0 ,012 P e te rs .
L a Cabra. 0 ,046 0 ,200 P e te r s .

En general, los resultados obtenidos hasta aquí no esta­


blecen en modo alguno que las estrellas mas brillantes sean
también las mas próximas. Si el paralaje de « del Centauro
es el mayor de todos, se observa al mismo tiempo que los
de « de la Lira, de Arturo, y de la Cabra especialmente,-
son muy inferiores al paralaje de una estrella de 6.a mag­
nitud, la 61adel Cisne. Lo mismo sucede con los movimien­
tos propios. Despues de la 2151a de la Popa y £ del Indiano,
las estrellas dotadas de movimiento mas rápido son la 61a del
Cisne (5", 123 por año), y el núm. 1830 de Groombridge.
llamada también en Francia estrella de Argelander (6",974
por año). Esas estrellas están 3 ó 4 veces mas apartadas
que » del Centauro, cuyo movimiento propio no escede de
3'',58. El volumen, la masa, el brillo, el movimiento pro­
pio y la distancia, tienen sin duda entre sí relaciones m uy
complejas (15); y sí puede presumirse que las estrellas mas
brillantes son también en tésis general las mas próximas á
nosotros, de la misma manera pueden existir estrellas muy
apartadas, cuya fotósfera ó superficie sea capaz de emi­
tir una luz muy viva. Las estrellas clasificadas en el primer
órden de magnitud, efecto de su brillo, podrían, pues, es­
tar colocadas á mayor distancia que las estrellas de 4 .a y
aun de 6.a magnitud. Si abandonamos la inmensa capa es­
telar de la cual forma parte nuestro sistema, para descender
grado por grado basta nuestro mundo planetario, ó aun mas
abajo, basta los mundos inferiores de Saturno y de Júpiter,
vemos constantemente un cuerpo central rodeado de masas
subordinadas, cuya magnitud y brillo parece que apenas
dependen de las distancias. Nada podrid dar tanto atractivo
al estudio todavía tan atrasado de las distancias estelares,
como la íntima relación que tiene necesariamente el cono­
cimiento de los paralajes con el de la estructura general del
Universo.
El genio bumano ba sabido sacar partido para este género
de investigaciones, de la propagación sucesiva de la luz, en­
contrando en ella un nuevo manantial, en un todo diferente
de los medios de que j a he hablado. Esta ingeniosa concep­
ción merece seguramente un lugar aquí. S av arj, que tan
'pronto ha sido arrebatado á las ciencias, ha demostrado
cómo ciertos efectos de la aberración, particulares de las es­
trellas dobles, podrían servirpara determinar sus paralajes.
Si el plano de la órbita descrita por el satélite alrededor de
la estrella central no es perpendicular al rajo visual diri­
gido de la Tierra á la estrella; si dicho plano está colocado
casi en la dirección del rajo visual, el satélite afectará
describir una órbita casi rectilínea. Ahora bien: su órbita
real puede entonces ser descompuesta idealmente en dos
partes, en el sentido del rajo visual: una donde el satélite
se aproxima constantemente á la Tierra; la otra donde se
separa constantemente de ella. En el primer caso el espa­
cio que la luz debe recorrer para llegar hasta nosotros va
disminujendo: este espacio va creciendo en el segundo caso.
Kesultade aquíque el satélite empleará tiempos diferentes,
no en realidad, sino en apariencia, en describir esas dos
mitades de su órbita que supondré circular para m ajor
sencillez. Si pues la magnitud de esta órbita es tal, que la
luz necesite de muchos dias ó de muchas semanas para
atravesarla, la semi-diferencia de las duraciones aparentes
de las dos semi-revoluciones dará la medida del tiempo que
la luz emplea en recorrer la estension de la órbita en el sen­
tido de nuestro rajo visual; mientras que la suma de esas
duraciones aparentes indicará la duración real de la revolu­
ción entera. Ahora bien: la velocidad absoluta de la luz
nos es conocida; recorre 2,663 millones de miriámeíros
en 24 horas. Síguese de aquí que una de las dimensiones
absolutas de la órbita puede ser calculada en miriámetros,
según que la simple determinación micrométrica del á n ­
gulo bajo el que ve esta línea el observador, da inmedia­
tamente el paralaje ó la distancia de la estrella princi­
pal (16).
Así como la determinación de los paralajes nos muestra
las distancias mutuas de las estrellas y su verdadero lugar
en el Universo; así el estudio de los movimientos propios, en
magnitud y en dirección, puede llevarnos á la solucion de
dos nuevos problemas, á saber: el movimiento de traslación
del sistema solar en el espacio (17), y la posicion del centro
de gravedad de todo el universo sideral. En semejante m a­
teria podemos decir que toda nocion irreductible á simples
i'elaciones de números, es por esto mismo poco propia para
manifestar con la claridad necesaria la conexion de las cau­
sas y de los efectos. Be les dos problemas enunciados, el
primero es, por consiguiente, el único que no ofrece carác­
ter álo-uno
O de indeterminación absoluta. Pueden citarse
como testimonio de ello las escelentes investigaciones de
Argelander. En cuanto al segundo problema, relativo á la
estructura misma del Universo, no puede llegar la inteli­
gencia humana á la concepción precisa y clara del juego
de las fuerzas innumerables que debería comprender. La
solucion evidente, indispensable á toda demostración real­
mente científica (18), falta por otra parte, según confiesa el
mismo Msedler, que tantos y tan ingeniosos esfuerzos ha
hecho para obtenerla.
Cuando se ha llevado cuenta exacta de los efectos debi­
dos á la precesión de los equinoccios, á la nutación del eje
terrestre, á la aberración de la luz y á los cambios paralác­
ticos engendrados por el movimiento anual de la Tierra al­
rededor del Sol, los movimientos aparentes de las estrellas
contienen todavía, además de los cambios que en realidad
les pertenecen, un rasgo cualquiera del movimiento de
traslación general del sistema solar. Bradlejr ha entrevisto
primero que nadie, en su bella Memoria acerca de la nuta­
ción (1748), el movimiento propio del Sol, y hasta ha in­
dicado la mejor marcha que debe seguirse para compro­
bar esta hipótesis (19). «Si se reconoce, dice Bradley, que
nuestro sistema planetario cambia de lugar en el espacio ab ­
soluto, deberá poderse observar en el trascurso de los tiem­
pos, una variación aparente en las distancias angulares de
las estrellas; y como las estrellas cercanas estarán mas afec­
tadas de esta variación que las estrellas apartadas, resulta
de aquí que las posiciones de esas dos clases de estrellas pa­
recerá como que cambian unas relativamente á las otras,
aun cuando realmente hayan permanecido inmóviles. Si?
por el contrario, nuestro Sol está en reposo y las estrellas
son las que se mueven, entonces cambiaran aun sus posi­
ciones aparentes; esas variaciones serán tanto mas sensibles,
cuanto mas próximas á la Tierra estén las estrellas, y colo­
cadas en el sentido mas favorable con relación á nosotros.
Los cambios de posicion de las estrellas pueden, por otra
parte, depender de tan gran número de causas, que será
necesario quizás esperar bastantes siglos antes de poder re­
conocer sus leyes.»
Tobías Mayer, Lamberty Lalande, despues de Bradley,
han discutido en sus escritos, ya la posibilidad, ya la ve­
rosimilitud del movimiento de traslación del sistema solar.
G. Herschell es quien primero ha intentado en sus Memo­
rias de 1783, 1805 y 1806, establecer esta conjetura sobre
hechos observados. Encontró (y se ha confirmado despues
por un gran número de trabajos mas exactos) que nuestro
sistema solar se dirige hácia un punto situado en la cons­
telación de Hércules, á los 260°, 44' de ascensión recta y
26°, 16' de declinación boreal (para 1800). Comparando
las posiciones que un gran número de estrellas han ocupa­
do en el Cielo en épocas distintas, Argelander ha hallado,
para la posicion de este punto:
en 1800, AR. 2 5 7 ° ;. 54', 1. D e c l . - f - 28°, Í 9 1, 2,
y p a r a 1850, »» 238°, 23', 0. 4-28°, G;

Otto Struve ha deducido de 392 estrellas:

*
en 1800, AR. 261°, 26», 9. Decl. + 37°, 3 5 ', 5.
y p a r a 1830, » 261°, 5 2 ', 6 - f 37°, 3 3 ', 0 .

Según Gauss (20), el punto buscado está en un cuadri­


látero cuyos vértices tienen como posiciones:
AR. 258°, 40* Decl. -f. 30°, 40'

Quedaba todavía por examinar lo que darían las es­


trellas del bemisferio austral, invisibles en nuestros cli­
mas. Galloway se ocupó de esos cálculos con un celo ver­
daderamente particular (21); comparó observaciones muy
recientes hechas por Johnson en Santa Elena, y por Hen-
derson en el cabo de Buena Esperanza (1830), con las an­
tiguas determinaciones de Lacaille y de Bradley (1750 y
1757). El resultado ha sido:
p a r a 1790, AR. 260°, 0' Decl. - f 34°, 2 '
a d e m á s p a r a 1800. » 260°. 5 ' -j- 34°, 2 2'
y p a r a 1850, 260°, 33' - f 34°, 23'

La conformidad de este resultado con el que habian da­


do ya las estrellas boreales es en estremo satisfactorio.
Determinada asi, con un cierto grado de aproximación,
la dirección del movimiento progresivo de nuestro sistema
solar, surge naturalmente una cuestión, á saber: ¿es el Uni­
verso sideral una simple y casual agregación de sistemas par­
ciales, independientes entre sí, ó es un sistema mas vasto, en
el cual girarían todos los astros alrededor del centro de gra­
vedad general? Puede también preguntarse si el centro del
Universo cae en el vacío, ó si debe estar materialmente re­
presentado por un cuerpo central de una masa preponde­
rante. Aquí entramos en el dominio de las puras conjetu­
ras; y si es cierto que puede dárselas apariencias científicas,
la insuficiencia radical de los datos suministrados por la
observación ó por la analogía no permitirá nunca elevar
esas hipótesis al grado de fuerza y de claridad que se en­
cuentra en otras ramas de la ciencia. Querer tratar á fon­
do semejante problema, pretender aplicar aquí los re­
sortes del análisis matemático, es olvidar que descono­
cemos los movimientos propios de un número infinito de pe­
queñas estrellas (de la 10.a á la 14.a magnitud), y que
estas estrellas precisamente son las que constituyen la par­
te mas considerable de los anillos ó de las capas estelares
de la Via láctea. El estudio de nuestro propio mundo
planetario, donde se llega sucesivamente de los pe­
queños sistemas parciales de Júpiter, Saturno,, y de Ura­
no á la concepción del sistema solar que los comprende
á todos, ha podido ofrecer para el estudio del Universo la
tentación de una fácil analogía. De aquí la idea de un
mundo estelar donde numerosos grupos parciales situados
unos con respecto de los otros á inmensos intervalos, estu­
viesen coordinados mútuamente por un lazo de orden su­
perior, tal como la atracción preponderante de un gran
cuerpo central, especie de Sol del Universo (22). Pero los
hechos adquiridos contradicen esas conjeturas fundadas
únicamente en la vaga analogía que tienden á estable­
cer entre el universo sideral y nuestro sistema solar. En
las estrellas múltiples, por ejemplo, astros luminosos por
sí mismos, soles en una palabra ¿ no giran alrededor
de un centro de gravedad colocado á gran distancia de
ellos en el espacia? Y aun en nuestro propio mundo ¿es el
centro del Sol, el verdadero centro de los movimientos pla­
netarios? No; el centro de los movimientos es el centro de
gravedad general de todas las masas que componen el sis­
tema. Unas veces el centro de gravedad cae, en virtud de
las posiciones respectivas de los planetas preponderantes
(Júpiter y Saturno) en el interior del Sol; y otras, y este
es el caso mas frecuente, cae fuera del Sol (23). En las es­
T OMO I I I . ir.
trellas dobles el centro de gravedad está colocado en el va­
cío. En nuestro sistema solar este punto se baila ya en el
vacío, j a en un espacio ocupado por la materia. Podríase
también imaginar para referir á la analogía las estrellas
binarias ó múltiples, que existe en el centro de sus movi­
mientos un cuerpo oscuro ó iluminado débilmente por una
luz estraña; pero esto seria entrar demasiado pronto en el
dominio de los mitos j de las hipótesis gratuitas.
Véase sin embargo una consideración mas digna de
atención. Silos movimientos propios de las estrellas diver­
samente apartadas j del Sol mismo, se verificasen en in­
mensos círculos concéntricos, el centro de esos movimientos
deberia hallarse á 90° del punto hácia el cual se dirige
nuestro sistema solar (24). En este orden de ideas, es im­
portante estudiar de qué manera se reparten en el Cielo los
movimientos propios, lentos ó rápidos de las estrellas. A r­
gelander ha examinado, con su reserva j sagacidad habi­
tuales, hasta qué grado de verosimilitud podia buscarse el
centro general de las gravitaciones de nuestro estrato este­
lar en la constelación de Perseo (2o). Moedler se inclina
hácia el grupo de las Pléjades. Vá mas lejos: j siempre
rechazando la idea de un cuerpo central dotado de una
masa preponderante, coloca el centro de gravedad general
en Alción (, de Tauro), la mas bella de'las Pléjades (26).
No v o j á discutir aquí semejante opinion, ni á examinar si
tiene fundamento, ó es solo verosímil (27). Puede recha­
zarse, pero cuando menos se concederá-al activo director
del Observatorio de Dorpart que no serán inútiles sus in ­
vestigaciones para algunas partes de la astronomía física.
Sobre todo tendrá el mérito de haber reducido j discutido,
no sin trabajo, las posiciones j los movimientos propios de
mas de 800 estrellas.
ESTRELLAS DOBLES Y M ULTIPLES.— SU NUMERO Y DISTANCIAS MU­
TUAS.— DURACIONES DE LA REVOLUCION DE DOS SOLES ALRE­
DEDOR DE SU CENTRO DE GRAVEDAD COMUN.

Puesto que el sistema general del Universo ha sido mas


bien supuesto que entrevisto, dejemos ja la s consideraciones
de conjunto, para descender álos sistemas parciales. Aquí,
encontramos un suelo mas firme, fenómenos mas accesibles
al observador. Las estrellas dobles, ó mas generalmente aun,
las estrellas múltiples, son sistemas compuestos de un núme­
ro m u j pequeño de astros luminosos por sí mismos, verda­
deros soles unidos por el lazo de una recíproca gravitación,
j q.ue ejecutan sus movimientos en forma de curvas cerra­
das. Antes de que la observación hubiese revelado su exis­
tencia, no se conocian semejantes movimientos mas que en
nuestro sistema solar, donde los planetas verifican también
sus revoluciones en trajectorias limitadas (28). Pero esta
analogía, puramente aparente, ha conducido durante mu­
cho tiempo á ideas falsas. Aplicábase elnombre.de estrella
doble á todo par de estrellas, c u ja aproximación no permi­
tía la separación á simple vista (Castor, <* de la Lira £ de
Orion, « del Centáuro); cuando hubiera sido preciso distin­
guir dos clases m u j diversas de pares estelares; los que
aparecen como tales, á causa de la situación particular del
observador aunque las estrellas, en apariencia reunidas,
pertenezcan en realidad á regiones ó á capas en todo dife­
rentes; j los que están formados de estrellas realmente pró­
ximas, de estrellas colocadas por ello bajo la influencia de
su gravitación recíproca. Estos últimos son verdaderos sis­
temas parciales. Dichas dos clases se denominan estrellas do­
bles ópticas y estrellas dobles f ísicas. Cuando la distancia es
grande y el movimiento m u j lento, las segundas pueden ser
confundidas fácilmente con los pares puramente ópticos.
Alcor, pequeña estrella de la cual ban hablado con frecuen­
cia los astrónomos árabes, porque es perceptible á simple
vista-, cuando el aire es puro j la vista m u j penetrante
constituje con £ de la cola de la Osa Major un par óptico,
en toda la estension de la palabra, quiero decir, un par de
estrellas físicamente independientes. He hecho ver también
en otra parte cuántos obstáculos puede proporcionar una
gran proximidad aparente ó real, á la separación óptica de
las estrellas que forman par, sobre todo si una de las dos
posee un brillo preponderante. Las colas estelares j otras
ilusiones de origen orgánico que producen la visión indis­
tinta, han sido también discutidas en su lugar (29).
Sin haber hecho jamás de las estrellas dobles objeto es­
pecial de investigaciones telescópicas, Galileo, cu jo s an­
teojos eran por otra parte demasiado débiles para un asunto
de esta especie, habia notado sin embargo la existencia de
los pares ópticos. En un pasaje célebre de su Criornata
terza, indica á los astrónomos el partido que podrian sacar
de esas estrellas, para determinar su paralaje (quando si
trovasse nel telescopio qualche picciolissima stella, vicinis-
sima ad alcuna delle maggiori) (30). Hácia la mitad del
siglo pasado apenas si se contaban 20 estrellas dobles, es-
clujendo aquellas c u ja distancia escede de 32". H o j, se
conocen 6.000 en ambos hemisferios, gracias á los inmen­
sos trabajos de Guillermo j Juan Herschell j de Struve..
Entre los pares mas antiguos conocidos, pueden citarse:
■S de la Osa mayor, señalada en 1700 por Godofredo Kirch;
« del Centauro, en 1709, por el padre Feuillée; k de Virgo,
en 1718; « de Géminis, en 1719; la 61 del Cisne, en 1753;
(estas tres últimas fueron observadas por Eradle j que de­
terminó también sus ángulos de posicion j sus distancias);
p de Ofiuco; C de Cáncer... (31) Su número fué au­
mentando poco á poco, desde Flamsteed que usaba j a un
micrómetro, basta Tobías M ajer, cujo catálogo apareció
en 1756. Dos profundos pensadores, Lambert {Fotometría,
1760; Cartas cosmológicas sobre la estructura del Uni­
verso, 1761) j Juan Mickell (1767) no observaron por sí
mismos las estrellas dobles; pero publicaron las primeras
nociones exactas acerca de las relaciones de atracción mú-
tua que deben existir entre las componentes de esos siste­
mas parciales. Lambert pensaba con Keplero, que los soles
lejanos deben estar rodeados, como nuestro propio Sol. de un
cortejo de astros oscuros semejantes á nuestros planetas j
á nuestros cometas. En cuanto á las estrellas m u j próximas
unas de otras creia, pareciendo que se inclinaba siempre á
la hipótesis de un cuerpo central oscuro, que esas estrellas
debian girar alrededor de su centro común de gravedad,
j verificar su revolución en un espacio de tiempo m u j li­
mitado (32). MicbelL, que ignoraba completamente las ideas
emitidas por Kant j por Lambert, siguió otro camino.
Aplicó el cálculo de las probabilidades al estudio de los
grupos estelares j sobre todo á las estrellas múltiples, bi­
narias ó cuaternarias (33). Demostró que kabia 500.000
probabilidades contra una, deque la reunión délas 6 es­
trellas principales de las Pléjades no fuese efecto del
acaso, j que alguna causa babia debido determinar su
aproximación. Tan persuadido estaba de la existencia de
estrellas que giraban unas al rededor de Jas otras, que
propuso el estudio de esos sistemas parciales como un
medio de resolver ciertos problemas astronómicos (34).
Cristian M ajer, astrónomo de Manheim, tiene el gran
mérito de haber observado sériamente las estrellas dobles
antes que nadie (en 1778). La denominación poco conve­
niente de satélites, j sobre todo la aplicación que crejó
deber hacer de ella á las estrellas que referia á Arturo,
aun cuando le estuviesen separadas en 2o 30' j 2o 55', le es­
pusieron á las burlas de sus contemporáneos j á la crítica-
escesivamente amarga del célebre geómetra Nicolás Fuss.
¿Era verosímil, con efecto, que pudiesen sernos visi­
bles, cuerpos planetarios que recibían su luz de orígenes
tan apartados? Desechárouse, pues, las ideas sistemáticas
de M ajer, j hasta se desecharon también sus observacio­
nes por creer que habia derecho para hacerlo. No obstante,
él decia, son sus palabras, en su respuesta á las críticas del
padre Maximiliano Hell, director del observatorio imperial
de Viena: «O las pequeñas estrellas colocadas tan cerca de
las grandes, carecen de luz propia j están débilmente ilu­
minadas como planetas; ó la estrella central j su satélite
son dos soles brillantes por su luz propia que giran uno al­
rededor del otro.» Lo que-haj de capital en los trabajos de
Cristian M ajer, fué reconocido mucho tiempo despues de
su muerte por Struve j por Msedler, que hicieron valer sus
derechos al reconocimiento de los astrónomos. En sus dos
tratados: Defensa de las nuevas observaciones sobre los saté­
lites de Estrellas (en aleman. 1778) j Dissert. De novis in
ccelo sidero Phmnomenis (I7 7 9 \ se encuentra la descripción
de 80 estrellas dobles observadas por él; entre esos pares, 67
están á una distancia menor de 32". La m ajor parte ha­
bían sido descubiertas por C. M ajer, con el escelente an­
teojo de 2m, 6 de longitud focal de que estaba provisto el
círculo mural de Manheim. «H oj cuéntanse todavía al­
gunas entre los objetos mas difíciles, que solamente pueden
distinguirse con poderosos instrumentos: tales son p j la 71
de Hércules, la 5.a de la Lira y & de Piscis.» Verdade­
ramente Mayer observaba solo, ayudado de los instru­
mentos meridianos (como se hizo también mucho tiempo
despues de él), las diferencias de ascensión recta ó de
declinación ; pero cuando quiso comparar sus resultados
con las observaciones antiguas para evidenciar los cambios
de posicion, no supo siempre separar bien lo que era
solo consecuencia de ciertos movimientos propios (35).
Estos pequeños pero memorables ensayos, fueron segui­
dos de los gigantescos trabajos de G. Herschell durante un
largo período de mas de ‘25 años. Aunque su primer catá­
logo de estrellas dobles sea posterior en cuatro años al tra-
tratado que C. Mayer habia publicado respecto del mismo
asunto, no es menos cierto que sus observaciones se remon­
tan al año 1779 y aun al 1776, si se tienen en cuenta sus
investigaciones sobre el trapecio de la gran nebulosa de
Orion. Casi todo lo que hoy sabemos acerca de las estrellas
dobles tiene su origen en los trabajos de G. Herschell. No
solamente publicó catálogos en 1782, 1783 y 1804 que
contienen 846 pares estelares, casi todos descubiertos y
medidos por él (36), sino que también, y esto importa mu­
cho mas que lo crecido del número, Herschell ocupó su gé-
nio observador y su sagacidad en todo lo que se relaciona
con las órbitas, duración presumible de las revoluciones,
brillo de la lu z , contraste de los colores y clasificación de
los diversos pares según las distancias mútuas de las estre­
llas componentes. Dotado de la imaginación mas viva y á
pesar de esto procediendo siempre con un estremado cui­
dado, solo en 1794 se atrevió Herschell á esponer sus ideas
acerca de la naturaleza de las relaciones que pueden exis­
tir entre la estrella principal y la compañera, y establecer
en fin una distinción profunda entre las estrellas dobles fí­
sicas y las estrellas dobles ópticas. Nueve años despues de­
terminó la conexion general de esos fenómenos, en el vo-
lúmen 93 de las Pliilosophical Transactions. La ciencia po­
seía j a para en adelante una teoría completa de esos sistemas
parciales, donde vemos soles girando al rededor de su cen­
tro común de gravedad. Súpose entonces que la fuerza de
atracción que gobierna nuestro sistema, que se estiende
desde el Sol á Neptuno j basta 28 veces mas lejos, puesto
que la atracción solar obra aun á-131.000 millones de kiló­
metros, sobre el gran cometa de 1860, le retiene en su ór­
bita j les obliga á volver de nuevo, súpose que esta fuerza
reina también en los otros mundos j gobierna los sistemas
estelares mas apartados. Pero aun cuando G. Herscbell
reconociera con una claridad perfecta, la conexion gene­
ral de esos fenómenos, preciso es, repito, confesar que las
observaciones eran aun bien incompletas á principios
del siglo XIX. Los ángulos de posicion que babian sido
medidos por é l, unidos á los que podían deducirse de las
observaciones mas antiguas, no comprendían un intervalo
bastante para permitir calcular con certeza la duración de
las revoluciones j los demas elementos de las órbitas este­
lares. Tales cálculos debian inducir á errores; el mismo
Juan Herscbell recuerda los períodos de 334 años que se
asignaban entonces á Cástor, en vez de 520 años (37); de
708 años á la v de Virgo, en vez de 169, j el de 1200
años que se atribuía á * de Leo (la 1424 del gran catá­
logo de Struve, magnífica estrella doble cujos colores son
el amarillo de oro j el-verde rojizo).
Despues de G. Herscbell, G. Struve, de 1813 á 1842,
j Juan Herscbell, de 1819 á 1838, dieron, con respecto á
esta rama de la Astronomía, pruebas de una actividad no
menos admirable j la enriquecieron con instrumentos mas
perfectos, sobre todo para los aparatos micrométricos.
En 1820 publicó Struve en Dorpat su primer Catálogo, que
contenia 796 estrellas dobles. Un segundo Catálogo apare­
ció en 1824, que comprendía 3112 estrellas dobles, todas
superiores á la 9.a magnitud y á menos de 3 2 'r.de dis­
tancia. Los :i/ 6 de esta coleccion se componían de estrellas
dobles basta entonces desconocidas; Struve las babia des­
cubierto, merced al gran anteojo de Frauenhofer, some­
tiendo mas de 120.000 estrellas á una minuciosa revisión.
El tercer Catálogo de Struve es de 1837, y constituye la
obra capital titulada: Stellcm m compositarmn Mensurce
micrometricce (38)\ Este libro contiene solamente 2.787
estrellas dobles, teniendo presente que ciertos objetos ob­
servados de una manera incompleta han sido cuidadosa­
mente escluidos de él.
Este número ya tan considerable ha sido aun aumen­
tado, gracias á trabajos que formarán época en la historia
astronómica del hemisferio austral. Durante una estancia
de cuatro años en el cabo de Buena-Esperanza, enFeldhau-
sen, J. Herschell ha observado mas de 2.100 estrellas do­
bles, de las cuales solo algunas* eran ya conocidas (39).
Todas esas observaciones africanas han sid*o hechas con el
telescopio de 20 pies (6 metros) calculadas y reducidas
para 1830, y coordinadas de modo que fueran la conti­
nuación de seis catálogos anteriores que ya habia publi­
cado Juan Herschell en la 6.a y 9.a parte de la rica colec­
cion de las Memoirs o f the R . Astronomical Society (40).
Los seis catálogos europeos contenían ya 3.346 estrellas
dobles, de las que 380 han sido observadas en comandita
por Juan Herschell y South, en 1825.
La série histórica de esos trabajos demuestra cómo ha
adelantado progresivamente la ciencia en el espacio de
medio siglo, para elevarse al conocimiento profundo de ios
sistemas estelares parciales y sobre todo de los sistemas bi­
narios. Hoy es posible, con alguna certeza, fijar en 6.000
el número de las estrellas dobles, teniendo en cuenta las
que han sido descubiertas por Bessel con su magnífico elió-
metro de Frauenhofer; por Argelander, en Abo, de 1827
á 1835 (41); por Encke y Galle, en Berlin, de 1836 á 1839;
por Preuss y Otto Struve, en Pulkova (despues de el gran
catálogo de 1837); por Moedler en Dorpat, yporM itchell
en Cincinnati, donde empleó nn anteojo de Munich de
5 m, 5 de longitud. Entre esos 6.000 pares cuyas estrellas
componentes parecen tan próximas, aun para el ojo provisto
de los mas poderosos telescopios, ¿cuántas estrellas dobles
hay puramente ópticas, y cuantos pares en donde las dos
estrellas sometidas á las leyes de una atracción mútua,
circulen en curvas cerradas y constituyan un sistema ver­
dadero?
Esta es seguramente una cuestión capital pero difícil
de resolver hoy. De hecho, el número de los pares en don­
de puede probarse que el satélite se mueve alrededor de
la estrella central vá siempre aumentado. Movimientos
de una estremada lentitud, una posicion desfavorable de-
la órbita pueden hacer que se desconazca largo tiempo el
carácter de un par estelar, y colocarlo equivocadamente en­
tre las estrellas ópticamente dobles. Sin embargo, la com­
probación de los movimientos relativos no es el único cri­
terio. Si las dos estrellas de un mismo par están animadas
del propio movimiento de traslación, si marchan juntas en
el espacio absoluto, como Júpiter, Saturno, Urano y Nep-
tuno arrastran tras sí sus cortejos de satélites y son á su vez
arrastradas con todo el sistema solar en una misma direc­
ción, entonces se puede afirmar algo acerca déla naturaleza
de ese p a r; sus estrellas componentes están físicamente
relacionadas, y pertenecen á un mismo sistema. Los tra­
bajos de Bessel y de Argelander acerca de los movimien­
tos propios de las estrellas han llevado también á reconocer
un cierto número de verdaderos sistemas estelares. Debe­
mos á Moedler la siguiente observación: Hasta 1836 no se
conocían, ds 2,640 estrellas dobles inscritas en los catálogos,
mas que 58 pares en que se hubiesen comprobado cam­
bios de posicion relativa; y 105 en que la existencia de
tales cambios podia aparecer mas ó menos verosímil. Hoy
la relación numérica de las estrellas físicamente dobles de
las que lo son ópticamente, se ba modificado mucho. Se­
gún un cuadro publicado en 1849, en6,000 pares se han
encontrado 650 cuyas componentes han cambiado ostensi­
blemente de posicion relativa (42). Antiguamente se cono­
cía solo un par físico entre 16 estrellas dobles; hoy su re­
lación es de 1 á 9.
En cuanto á la distribución de las estrellas dobles, va
en el espacio absoluto, ya también, mas simplemente, en la
bóveda aparente, de los cielos, háse adelantado poco, y es
difícil fijarla en número exacto. Sábese, por ejemplo, en
qué región se encuentra la mayor parte de las estrellas do­
bles; esta es la de las constelaciones de Andrómeda, del
Vaquero, de la Osa Mayor, del Lince y de Orion, para el
hemisferio boreal. Para el cielo austral, Juan Herschell ha
observado «que en la parte extra-tropical de este hemisfe­
rio, el número de las estrellas múltiples es mucho menor
que en la parte correspondiente de la zona opuesta.» A pe­
sar de lo que este resultado puede tener de inesperado, no
por esto deja de ser digno de una gran confianza, porque
las bellas regiones del cielo austral han sido esploradas ba­
jo las mas favorables condiciones atmosféricas, y por uno
de los mas hábiles observadores, por medio de un poderoso
telescopio de 6 metros de longitud focal que separaba pa­
res de estrellas de 8.a magnitud, aun cuando las distancias
no escedieran de 3/ 4 de segundo (43).
Uno de los caracteres mas notables de las estrellas do­
bles, es el contraste de color que presentan en multitud de
casos. Struve ha examinado en su gran obra de 1837 (44)
los colores de 600 estrellas dobles, escogidas entre las mas
brillantes; hé aquí los resultados de su discusión : En 375
pares estelares, las dos estrellas tienen igual color, en el
el mismo grado de intensidad. En 101 pares, las estrellas
son también del propio color pero se nota cierta diferencia
en'cuanto á la intensidad de sus coloraciones respectivas.
Struve ba encontrado 120, es decir, 1/.ii del número total,
en donde los colores difieren completamente. Los pares en
que la estrella principal y su compañera tienen el mismo
color son pues 4 veces mas numerosas. Las estrellas blan­
cas forman cerca de la mitad de esos 600 pares. Entre las
estrellas dobles de dos colores, encuéntrase con frecuencia
la mezcla del amarillo «vy del azul,' como en la t de Can-
cer ó el naranjado y el verde, como en la estrella triple
7 de Andrómeda (45).
Arago hizo observar en 1825, que las estrellas dobles bi­
colores presentan frecuentemente dos colores complemen­
tarios, es decir dos colores cuya reunión da el biancQ (46).
Sábese en Optica, que un objeto débilmente iluminado pare­
cerá verde, por un efecto de contraste, si se le coloca al lado
de algún otro objeto de un rojo brillante; parecerá azul, si
el objeto próximo tiene un fuerte color amarillo. Pero al
notar festo Arago ba recordado prudentemente que si el
tinte verde ó azul de la compañera podia esplicarse por un
efecto de contraste, cuando la estrella central es también
roja ó amarilla, seria preciso no obstante cuidarse de ge­
neralizar este modo de esplicacion basta el punto de negar
por ejemplo la existencia de estrellas realmente verdes ó
azules (47). Cita, con efecto, mucbos pares en los cuales
una estrella brillante y blanca, tiene por compañera una
pequeña estrella azul (1,527 de Leo, 1,768 de los Perros
de Caza); cita también 5 de la Serpiente cuyas componentes
son ambas azules (48), y propone, en fin, comprobar si las
tintas complementarias son realmente un efecto de contras­
te, cubriendo la estrella principal con un Kilo ó un diafrag­
ma cuando la distancia de las dos estrellas 'lo permite. Or­
dinariamente, es azul únicamente la pequeña estrella; sin
embargo, sucede lo contrario en la 23 de Orion (696 del
catálogo de Struve, p. LXXX), c u ja estrella principal es
azulada, mientras que la compañera es perfectamente
blanca. Si los soles de que se componen esos sistemas múl­
tiples, están rodeados de planetas invisibles para nosotros?
esos planetas deben tener sus dias blancos, azules, rojos v
Tercies (49).
Conviene, por mas de un motivo, no generalizar escesi-
vamente en semejantes materias. Hemos visto (50) que to­
das las estrellas coloradas no son necesariamente estrellas
variables; así también las estrellas dobles de uno ó de m u­
chos colores no son siempre estrellas físicamente dobles. De
la frecuente reproducción á nuestra vista de ciertas coinci­
dencias , no debe deducirse siempre que esas coinciden­
cias son hechos necesarios, sobre todo cuando se trata de
estrellas periódicamente variables ó de estrellas que giran en
los sistemas parciales alrededor de un centro de gravedad
común. Observando cuidadosamente los colores de las
estrellas dobles hasta la 9.a magnitud, es decir, hasta el lí­
mite donde la coloracion cesa de ser perceptible, se han en­
contrado todas lás gTadaciones del espectro solar; pero esos
matices no se reparten indistintamente entre lás dos com­
ponentes. Cuando la estrella principal no es blanca, su co­
lor se aproxima, en general, ála estremidad roja del espec­
tro, es decir, la de los rajos menos refrangibles; mientras ’
que el color del satélite se inclina hácia el violado'j corres­
ponde asi á los rajos mas refrangibles. Las estrellas rojiza^
son doblemente numerosas que las estrellas azules ó azula­
das; las blancas son 2 veces mas -numerosas que las es­
trellas mas ó menos rojas. Es también digno de observarse
que generalmente á una gran diferencia de coloracion vá
unida una gran desigualdad de brillo. Dos pares cu'ja viva
luz permite su observación en pleno dia, ¿ del Vaquero
j y de Leo, se componen, la una, de dos estrellas blancas
de 3.a v 4 .a magnitud, la otra, de una estrella principal de
2.a magnitud y de un satélite de 3, 5 magnitud. La 7 de
Leo es la mas hermosa de las estrellas dobles del cielo bo­
real, como la a del Centauro (51) y a de la Cruz son las
mas bellas del hemisferio austral. En cuanto á la S del Va­
quero, presenta con a del Centáuro y y de Virgo una par­
ticularidad bastante rara, á saber, la reunión de dos gran­
des estrellas de un brillo poco diferente.
Respecto del problema de la variabilidad de brillo, con­
siderada con relación á las estrellas dobles, existen aun
bastantes dudas y contradicciones, especialmente cuando se
trata de la compañera. He dicho va (52) que la estrella
principal de «. de Hércules ofrece m u j poca regularidad en
sus variaciones. Struve ha observado cambios de brillo en
las dos estrellas de y de Virgo que son casi del mismo color
amarillento y de igual brillo (3.a mag.), y en la n.° 2,718
de su gran Catálogo. Quizá procedan esas variaciones del mo­
vimiento de rotacionde esos soles alrededor desús ejes (53).
Despues de los cambios de brillo, hablemos algo de los
cambios de color. Hánse supuesto alteraciones de ese géne­
ro en y de Leo y y del Delfín; pero el problema perma­
nece aun indeciso. No se ha conseguido comprobar que
hayan tomado color estrellas blancas, ni que estrellas
dotadas de color llegaran á ser blancas, como parece haber
sucedido á una estrella aislada, Sirio (54). Si se trata
de simples variaciones de matices, en la discusión deben
tenerse en cuenta mnuerosas causas de error, entre
las cuales y en primer lugar, hay que poner la indivi­
dualidad org’ánica de cada observador, y aun las pro­
piedades ópticas de cada instrumento. Sábese por ejem­
plo, que los espejos de los telescopios tienen por objeto
teñir nías ó menos de rojo todos los rayos luminosos que
reflejan.
Entre las estrellas múltiples, se encuentran estrellas
triples como \ de Libra, <; de Cáncer, la 12a del Lince, y la
11a del Unicornio; estrellas cuádruples, como losn.os 102y
2,681 del catálogo de Struve, « de Andrómeda y « de la
Lira; y por último, una estrella séxtuple, e de Orion, que
forma el célebre trapecio de la gran nebulosa de Orion.
Esta estrella séxtuple, constituye muy probablemente un
verdadero sistema; porque las 5 pequeñas estrellas de 6.a,3
de 7.a, de 8.a, de l l . a;3 y de 12.a magnitud divi­
den el movimiento propio de la estrella principal (4.a,7
mag.) Sin embargo, no se ba notado en ella todavía el
menor cambio relativo (55). En las estrellas triples I de
Libra y ¿ de Cáncer por el contrario, los movimientos de
revolución de todos los satélites se ban comprobado perfec­
tamente. La última se compone de 3 estrellas de 3.a mag­
nitud, de un brillo poco diferente, y el satélite mas próxi­
mo de la estrella central parece tener un movimiento diez
veces mas rápido que el mas apartado.
El número de las estrellas dobles, cuyas órbitas ban
podido calcularse, asciende boy á 4; bay todavía 10, ó 12,
cuyos elementos serán probablemente conocidos muy lue­
go, con un grado de aproximación suficiente (56). Entre
esas estrellas, K de Hércules ba verificado ya ostensiblemen­
te dos revoluciones enteras, y ba proporcionado por dos
veces, en 1802 y 1831, el curioso espectáculo de una es­
trella oculta por otra estrella (57).
Los primeros cálculos relativos á la determinación de
los elementos de la órbita de una estrella doble, se deben en
primer lugar á Savary, quien eligió %de la Osa Mayor co­
mo objeto de sus investigaciones. A este siguieron los mé­
todos y los cálculos de Encke y de Juan Herschell; mas
adelante, los trabajos de Bessel, de Struve, de Moedler, de
Hind, de Smith, del capitan Jacob y de Ivon Villarceau.
Los métodos de Savary y de Encke, exigen 4 observaciones
completas, correspondientes á épocas suficientemente apar­
tarlas entre sí. Los de Juan Herschell, j de Ivon Vi-
llarceau, están destinados á utilizar inmediatamente el con­
junto de las observaciones. Las duraciones mas cortas de
las revoluciones en las estrellas dobles, cuentan 38, 61, 66,
j 77 años; son pues intermedias entre la de Saturno j la
de Urano. La revolución mas larga, entre aquellas cu ja
duración ha podido ser determinada con a]guna apariencia
de éxito, mide 500 años, es decir triple del tiempo de la
revolución del Neptuno de Le Terrier. La escentricidad de
Jas elipses estelares es m u j considerable, á juzgar por los
hechos conocidos en la actualidad. Por ejemplo, las de las
elipses de* ? de Virgo (0,87) j de « del Centáuro (0,95 ó
0,72) forman órbitas verdaderamente cometarias; j aun
el cometa interior de -F aje, c u ja órbita, á decir ver­
dad, se aparta m u j poco de la forma circular, tiene una
escentricidad (0,55) mas pequeña que aquellas dos estrellas
dobles. Las órbitas de las demás estrellas son comparativa­
mente poco escéntricas.
Si en un par estelar se considera á una de las dos estre­
llas, la mas brillante, por ejemplo, como en reposo, j se.la-
toma por centro del movimiento de la seg*unda estrella,
puede deducirse de las observaciones j de los cálculos ac­
tuales, que la curva descrita por la compañera alrededor de
la estrella central, es una elipse , en la cual el radio vector
describe áreas iguales en tiempos iguales. De esta manera,
multiplicando las medidas de ángulo, de posicion j de
distancia, se ha podido afirmar que los soles de esos
diversos sistemas obedecen á las mismas lejes de gravi­
tación que los planetas de nuestro propio mundo. Ha sido
necesario medio siglo de esfuerzos para asentar por fin
ese gran resultado sobre bases sólidas; pero también se con­
tará este medio siglo como una gran época en la historia de
las ciencias que se elevan hasta el punto de vista cósmico.
Astros llamados, siguiendo una antigua costumbre, fijos
por mas que ni sea\\ Jijos ni inmóviles tampoco en la bóve­
da celeste, se han ocultado mútuamente á nuestra vista.
El conocimiento de esos sistemas parciales en donde se ve­
rifican los movimientos independientemente de toda agena
influencia, abre al pensamiento un campo tanto mas esten­
so, cuanto que esos sistemas aparecen j a á su vez como sim­
ples detalles en el vasto conjunto de los movimientos que
animan los espacios celestes.

TOMO ¡If 1-í


O
NOMBRES SEMI- O DURACION NOMBRES
o
Y MAGNITUDES eje £ -de la de los
mayor. 1=2 revolución. calculadores.
DE LAS ESTR E LLA S. O
C
C/3
ú

años
3.';,837 0,416 í 58,262 S avary 1830
% Osa m a y o r 3 ,278 0,3777 60,720 J. H ersch ell (1849)
4 . a y 5 .a m a g . 2 ,295 0,4037 61,300 Rkcdler 1847
2 ,439 0,4315 61,576 Y. Y illa r c c a u 1848

4",3 2 8 0,4300 73,862 Encke 1832


p. de Ofiuco
4 ,966 0,4445 92,338 Y. Y illa r c c a u 1849
4 . a y 6.a m a g .
4 ,8 0,4781 92 Mredler 18-19

<? de H ercules 1',',208 0,4320 30,22 Msedlcr 1847


3 . a y 6.a ,o m a g . l ,254 0 ,4 íS 2 30,357 Y. V illa r c e a u 1SÍ7

O '/,902 0,2891 42,50 Míedler 1817


r¡ C orona
1 ,012 0,4744 42,501 Y. V illa r c e a u 1847
5 . a , 5 y 6 .a m a g .
l ,111 0,4695 60,257 Id. 2 .a solucion.

8 //,0 8 6 0.7582 252,66 J. H erschell (1849)


Castor
5 ,692 0,2191 519,77 Meedler 1847
2 . a , 7 y 3.a ,7 m a g .
6 ,300 0,2405 632,27 H in d 1S49

3.7,580 0,8795 152,12 J. H erschell (1849)j


3 ,863 0,SS0G 109,44 Mícdler 1847
y de V irg o
3 ,Í46 0,8699 153,787 Y. V illa rc e a u 1848
3 .a m a g .
V — 0,0016 /• — 0,081 f / > - í y < 4-1 |
+ v : g + 0 , 0 4 2 6 g “*-69, í g # > - - 0 . 4 2 y <-4- 0,15
1
£, de Cáncer 0 7 ,9 3 4 0,3662 58,59 Y. V illa r c e a u 1849
S . a y G.a m a g . 0 ,892 0,H 3S 53,27 Mcedlcr (1849J

a- del C e n ta u ro 15,",300 0,9500 77,00 Capit. Jaco b 18Í8


1 .a y 2 .a m a g . 12 ,128 0,7187 78,486 Y. V illa rc e a u 1S4.S|
O B SE RV A C IO N E S ACERC A DEL CUADRO PRE C E D E N T E .

Las órbitas de las 4 p rim e ra s estrellas dobles p a re cen p erfectam ente


d e t e r m in a d a s b o y . No su c ed e lo m ism o con las de las 4 ú lti m a s : p a r a
e s tas, las observaciones ac tua les no s u m in istra n ba s ta n te s datos r e a lm e n t e
d istin to s p a r a que p u e d a n ded u c irse de ellos los 7 elem entos de la órbita.
E r a im posib le dejar sin m ención en este c u a d r o , los cálculos de S av a-
r y y de E n c k e a c erca í de la Osa M a y o r y p de Oíiuco. Esos cálculos
tienen con efecto u n v alo r histó ric o , p o r q u e son las p rim e ra s aplica cio ­
n es de los m é to d o s de cálculo q u e p ro p u siero n los dos e m in en tes a s t r ó ­
n o m o s. P ero como en 1830 y en 1832, los dato s de la o b se rv a c ió n eran
to d a v í a insuficientes, no d eb e n e s t r a g a r l a s d isc o rd a n c ia s q u e no p u e d e n
m e n o s de n o ta rse e n tre los elem ento s d e E n c k e ó de S a v a r y y los d e .
J . H e rsc h e ll, de Msedler ó de Y v o n V illa rc e a u . L as d e te rm in a c io n e s re­
cientes re la tiv a s á las 4 p r im e ra s estrellas, c o n c u e r d a n m u c h o m e jo r, y to ­
do h ace es p e ra r qu e los elem e n to s co n s ig n a d o s en ese cu a d ro no h a b r á n
d e sufrir en a d e la n te g r a n d e s m odificaciones.
Sin e m b a r g o , y¡ de la C o ro n a p re s e n ta u n a a n o m a lí a s in g u la r. T o d o s
los a s tró n o m o s q u e se h a n ocu pado de e s ta estrella h a s ta 1S47, l a a s ig ­
n a n u n a r e v o lu c ió n de 43 añ o s. V illa r c e a u e n c o n tró en 1847, q u e el p ro ­
b le m a era susceptible de recibir dos soluciones e n te r a m e n te d istin ta s,
u n a de las cu ales te rm in a á los 43 añ os y la o tra á los 66, de re v o lu c ió n .
E n la época en q u e fu eron h e c h o s esos cálculos, no ex istia m otivo a l g u ­
no d e t e r m in a n te p a r a a d o p ta r u n a de esas órbitas con p r e fe re n c ia á la
o tr a ; pero las recientes o bse rva cio ne s de 0 . S tr u v e parecen decidir en
f a v o r de la s e g u n d a so lu c io n , la de .66 añ o s , ig n o r a d a de los ca lc u lad o res
p re c e d e n te s .
Como los n ú m e ro s d el c u a d ro no d a r í a n u n a idea co m p leta de esas
dos solu c io n e s, p r e s e n t a aqui p a r a c a d a u n a d e ellas, los 7 e le m e n to
f u n d a m e n ta l e s de la órbita:
2.a so! ucion
1.a solucion. mas probable.
T ie m p o de la r e v o l u c i ó n ............................. 4 2 aKos .501 60 y * ,257
S e m i-e je m a y o r ................................................. 1" ,012 1 " ,111
E s c e n tr ic i d a d ...................................................... 0 " ,4741 O1' ,4695
In c lin a c ió n ............................................................ 6 5 ° 3 9 ',2 58° 3 ',3
L o n g itu d del n u d o ............................................ 10 ° 2 6 7,0 4° 20',7
L o n g itu d del p e r ih e lio .................................... 2 3 7 ° 3 0 ',l 19S°57V>
T iem po del tránsito al perihelio v e rd a - ¡ 1803,660 1780,121
ro. ) !848; 1G7 1846,381
L a ca usa de esta a n o m a lía s in g u la r es po r sí sola d ig n a de interés.
E n las m e didas de las estrellas dobles se to m a p or c e n tro á la m a s h e r ­
m o s a de las dos de u n m ism o p a r ; se l a c o n s id e ra com o re­
la t i v a m e n t e fija , y se refieren á ella las posiciones o c u p a d a s p o r la se­
g u n d a estrella e s tim a d a desde enton ces com o satélite. Esto supu esto ,
c u a n d o las dos estrellas son casi ig u a le s y del m ism o color, y a d e m á s
la s ob se rv a cio n e s están s e p arad a s p o r u n g r a n n ú m e ro de añ o s, como
sucedió e n la época de los g r a n d e s tr a b a jo s de H e rsc h e ll, se corre peligro
de e q u iv o c a rse de estrella, y de to m a r p o r fija la q u e se co n sid erab a como
m ó v il en un principio. P o r lo r e g u la r l a c o nfusion no p o d ia d u r a r m u ­
cho; p o r otra parte no tie n e m as i n c o n v e n ie n te q u e el d e c a m b ia r en 180°,
lo s án g u lo s observado s, erro r m u y fácil de r e p a ra r. P e r o p a r a v de la Co­
r o n a u n concurso fortuito de circ un sta n cia s d e ja subsistir e n te r a m e n te
u n a a m b ig ü e d a d de ese g é n e r o , en l a in te r p íe ta c io n de los á n g u lo s de
p o sic ion m edidos p or G uillerm o H erschell. A p esar de la discu sión m a s
m in u c io s a de to d a s las c irc u n sta n cia s p ropias p a r a g u i a r la elección del
ca lc ulad or, V illa r c e a u no h a podid o m a s q u e in d ic a r p ro b abilidad e s en
f a v o r de la ó r b ita de G6 años, y h a debid o p r e se n ta r la doble solu cion á
q u e le co n ducían los datos actu ales, fijando a n te to d o p a r a 1353, la é p o ­
ca en q u e será im posible d u d a r en tre las dos órbitas. A cabo de decir q u e
la s ú lti m a s o bservaciones de P u l k o v a dec id e n y a en f a v o r de la órbita
de 66 a ñ o s ( 08). •
L a s d iscordancias d é l o s elem ento s q u e h a n sido a s ig n ad o s á las 4 u l­
tim as estrellas, p or diferentes calcu ladores, d e m u e s tra n b a s ta n te la in s u ­
ficiencia de los d atos actuales de la observación. V illa rc e a u m is m o , se
v i ó o bligad o á d e ja r subsistir dos in d e te r m in a d a s , g y f . en la espresion
de los elem entos de T de V ir g o , u n a en l a £ de Cáncer, y dos en las
de ¿ del C entauro (el cuadro solo co ntiene las in d e te r m in a d a s de la p r i­
m e ra ). L a in c e r tid u m b r e a q u í es de n a t u r a le z a d istin ta que p a ra >? de la
C orona. No se t r a t a y a de o p ta r e n tre dos ó rb ita s diferentes q u e únic as
p u e d e n á satisfacer á las o b se rv a cio n e s, sino de escog'er en tre u n n ú ­
m e ro infinito de órbitas, c o m p re n d id as e n tre lím ites dados. A sí q u e ú n i ­
ca m e n te se sa b e p ara T de V ir g o q u e l a d u rac ió n de la rev o lu c ió n esta
c o m p re n d id a en tre 12o y 164 a ñ o s, se g ú n la s in d e te rm in a d a s del cuadro,
ó con m a s e x a ctitu d , e n tre 128 y 166 a ñ o s , siendo casi ig u a lm e n te a d ­
misibles todos los v alo re s in te rm edios.
Los elem entos de T de V ir g o , de de Cáncer, y de a del C e nta uro,
calculados p o r Y. V illarceau, no se h a n p u b lic ad o to d a v ía en p a r te a l g u ­
n a ; d eb o su conocim iento á la deferencia de este escelcnle a s tró n o m o .
LAS NEBULOSAS.— NEBULOSAS REDUCTIBLES Y NEBULOSAS IRREDUC­
TIBLES.— NUBES DE MAGALLANES. — MANCHAS NEGRAS Ó SACOS
DE CARBON.

Ademas de los mundos visibles que llenan los espacios


celestes entre los cuerpos brillantes de luz estelar, j en­
tiendo por esto, los cuerpos que tienen luz .propia y los que
reciben su luz del Sol, lós que están aislados j los que, apa­
reados diferentemente, giran alrededor de un centro de gra­
vedad común; entre esos cuerpos, digo, existen masas que
arrojan un resplandor pálido j dulce, semejante áuna nebu­
losidad. (59). Algunas bacen el efecto de pequeñas nubes
luminosas de contornos redondeados y cortados; otras, sin
forma precisa, se estienden por vastos espacios. Todas, vis­
tas á través del telescopio, parecen en un principio comple­
tamente diferentes de los cuerpos celestes de que hemos
tratado en los cuatro capítulos precedentes. De la misma
manera que hemos llegado á deducir del movimiento ob­
servado, pero no esplicado aun, de las estrellas visibles, la
existencia de las estrellas invisibles (00), asi también las es-
periencias recientes, que han comprobado la posibilidad de
reducir un número considerable de nebulosas, han llevado
á negar la existencia de las nebulosas, y de un modo mas
absoluto, de toda la materia cósmica estendida en el mundo.
Por otra parte, que esas nebulosas de contornos determina­
dos sean una materia difusa j luminosa por sí misma, ó*
que sean conjuntos esféricos de estrellas apretadas, no por
eso dejan de tener una gran importancia para el conoci­
miento de la estructura del mundo, en lo que concierne á
los espacios celestes.
El número de las nebulosas cu jo lugar ba sido fijado
en ascensión recta j en declinación, escede j a de 3,600.
Algunas de las que no ostentan forma determinada tienen
una estension igual á ocbo veces el diámetro de la Luna.
Según una evaluación de Gr. Herscbell, que data del
año 1811, las nebulosas cubren por lo menos í/ .2~o de todo
el firmamento visible.
La mirada que las contempla por medio del telescopio
penetra en regiones desde donde los rajos luminosos, se­
gún cálculos que no carecen de verosimilitud, tardan mi­
llones de años en llegar basta nosotros, j atraviesa interva­
los de los que apenas se puede formar idea, tomando por
unidad las distancias que nos suministra la capa de estre­
llas mas próxima del sistema solar, es decir, las distancias
que nos separan de Sirio ó de las estrellas dobles del Cisne
j del Centauro. Si las nebulosas son grupos de estrellas de
forma elíptica ó globular, su conglomeración recuerda los
efectos misteriosos de las fuerzas de la gravitación; si son
masas de vapor con uno ó mucbos núcleos, los diferentes
grados de su condensación probarían que la materia cósmica
puede, por una concentración sucesiva, llegar á formar es­
trellas. La Astronomía, bablo de la que es objeto de con­
templación mas bien que de cálculo, no procura otro es­
pectáculo tan á propósito para apoderarse de la imagina­
ción ; j no solo porque puedan ser tomadas las nebulosas
como símbolo de lo infinito, sino porque la investigación
de los diferentes estados por los cuales ban pasado esos
cuerpos celestes j el lazo que es permitido suponer entre
sus trasformaciones sucesivas, puede darnos la esperanza
de separar, á través de los fenómenos, la ley de su desar­
rollo (61).
La historia de las nociones que poseemos actualmente
acerca de las nebulosas nos advierte que sobre este punto,
como en general en todo lo que pertenece á la historia de
las ciencias naturales, las mismas opiniones contrarias que
cuentan hoy numerosos partidarios, han sido sostenidas
hace muchos años, aunque con razones menos concluyen­
tes. Desde que el telescopio ha llegado á ser de uso gene­
ral, vemos á Galileo, Domingo Cassini, y á otro observa­
dor penetrante, JuanMichell, considerar todas las nebulosas
como grupos de estrellas apartadas en el espacio, mientras
que Halley, Derham, Lacaille, Kant y Lambert afirmaban
que carecían de estrellas. Keplero era celoso partidario
de la teoría según la cual las estrellas están formadas de
una nebulosidad cósmica, es decir de un vapor celeste que
se aglomera y toma cuerpo. Esta era también la opinion de
Ticho Brahe, antes de la invención del telescopio. Keplero
pensaba, valiéndome de sus propias frases: «Coeli materiam
tenuissimam in unum globum condensatam stellam effin-
gere;» entendía por esta materia ténue, el vapor que en la
Via láctea brilla con un resplandor semejante á la dulce luz
de las estrellas. Fundábase su opinion no en la condensación
que se observa en las nebulosas de forma redondeada, puesto
que no conocía esas nebulosas, sino en las estrellas que se
encienden reoentinamente
x
en los bordes de la Via láctea.
Propiamente hablando, con G. Herschell empieza la
historia de las nebulosas, como también la de las estrellas do­
bles, si es cierto que se debe considerar el número de los
objetos descubiertos, la exactitud y la solidez de las obser­
vaciones telescópicas, y la generalidad de las miras á las
cuales ban servido de punto de partida. Hasta él, y tenien­
do en cuenta los laudables esfuerzos de Messier, solo se eo~
nocían en los dos hemisferios 120 nebulosas irreductibles;
y en 1786, el gran astrónomo de Slough publicaba un pri­
mer catálogo que contenia 1,000. Ya he recordado antes,
de una manera circunstanciada, que las masas designadas
bajo el nombre de estrellas nebulosas (ve^oaSeis) por Hiparco
yporGémino, en los Cataterismos del Pseudo-Eratóstenes y
en el Almagesias de Tolomeo, son grupos de estrellas que
ofrecen á simple vista el aspecto de una materia vapo­
rosa. (62) Esta denomiuación traducida en latin por la pa­
labra Nebulosa, llegó á la mitad del siglo XIII en las Tablas
Alfonsinas, gracias verdaderamente á la influencia prepon­
derante del astrónomo judio Isaac Aben-Sid-Hassan, presi­
dente de la rica sinagoga de Toledo. Sin embargo, en Ye-
necia fué donde se imprimieron las Tablas Alfonsinas,
en 1483.
Esos singulares agregados de verdaderas nebulosas,
reunidas en cantidad innumerable y mezcladas con enjam­
bres de estrellas, están mencionados por primera vez por el
astrónomo árabe de mediados del siglo X , Abdurrahman-
Sufi, oriundo del Irak persa. El Buey blanco, que vio
brillar con un resplandor pálido y blanquecino m uy por
debajo de Canopea, era sin duda la mayor de las dos Nubes
de Magallanes que, con una estension aparente casi igual
á 21 veces el diámetro de la Luna, cubre en realidad en el
Cielo un espacio de 42 grados cuadrados, y que los viajeros
europeos no empezaron á señalar hasta la primera parte
del siglo XVI, aun cuando ya, 200 años antes, se hubieran
adelantado los Normandos por las costas occidentales de
Africa hasta Sierra-Leona, á los 8o 1/ 2 de latitud septentrio­
nal (63). Parece que una masa nebulosa de tan grande
estension y claramente perceptible á simple vista debió
llamar mucho antes la atención (64).
La primera nebulosa aislada que fué señalada, merced
al telescopio , como completamente desprovista de estre-
lias, v en la cual reconocióse un objeto de naturaleza par­
ticular, fué la nebulosa colocada cerca de t Andrómeda, j
perceptible también á simple vista. Simón Mario, cu jo
verdadero nombre era M ajer , de Guntzenbausen , en
Franconia, que despues de baber sido músico fué llevado en
•calidad de matemático á la córte de un margrave de Culm-
bacb, el mismo que vió, nueve dias antes que Galileo, los
satélites de Júpiter (65), tiene también el mérito de baber
sido el primero en describir, j con gran exactitud, una ne­
bulosa. En el prefacio de su Mundas Jovialis (66), cuenta
que el 15 de diciembre de 1612, reconoció una estrella fija
de aspecto tal, que nunca babia visto otra semejante. Es­
taba situada cerca de la 3.a estrella, es decir, cerca de la
estrella boreal del Cinturón de Andrómeda. Mirada á sim­
ple vista, tenia la apariencia de una nube, j por m e­
dio del telescopio, M ajer babia encontrado que ese fenó­
meno no tenia nada de estelar, lo que le distinguía de las
estrellas nebulosas, de Cáncer j de otros grupos nebulosos.
Todo lo que podía reconocerse en él, era una apariencia
blanquecina que, mas brillante en el centro, se debilitaba
bácia los bordes. Ocupaba esta masa 1/ í de grado j se­
mejaba en su conjunto á la luz de una bujía vista de le­
jos á través de una boja córnea «similis fere splendor appa-
ret, si á longinquo candela ardens per cornu pellucidum de
noctu cernatur.» Simón Mario, se pregunta si esta singu­
lar estrella ba nacido recientemente, j no se atreve á con­
testar categóricamente; pero se sorprende muebo de que
Ticbo que ba contado todas las estrellas del Cinturón de
Andrómeda, no b a ja becbo mención de esta. Asi, en el
Mundus Jovialis, publicado por vez primera en 1614, se
estableció, como j a be tenido ocasion de advertirlo en otra
parte (67), la diferencia entre las nebulosas irreductibles á
los telescopios de que se disponía en aquella época, j los
grupos estelares llamados por los Alemanes Slernhaufen,
por los Ingleses Clusters, á los cuales la aproximación de un
número infinito de pequeñas estrellas imperceptibles á sim­
ple vista dá una apariencia nebulosa. A pesar de la perfec­
ción considerable de los instrumentos de óptica, la nube de
Andrómeda ba sido considerada durante tres siglos j me­
dio por completamente vacía de estrellas, como en el tiem­
po en que fue descubierta. Hace solo tres años que del otro
lado del Océano Atlántico, en Cambridge, Jorge Bond re­
conoció 1,500 pequeñas estrellas «witbin tbe limits of the
nébula.» Aunque el núcleo de esta pretendida nebulosa no
ha j a podido ser reducido todavía, no he vacilado en colo­
carla entre los grupos estelares (68).
Solo á una casualidad sorprendente puede atribuirse el
hecho de que Galileo, que j a antes del año 1610, época en
que apareció el Sidereus Nuncins, se habia ocupado muchas
veces de la constelación de Orion, mas tarde en su Saggia-
lore, cuando desde mucho tiempo podia conocer por el Mun-
dus Jovialis el descubrimiento de una nebulosa sin estre­
llas en Andrómeda, no señala en todo el firmamento otras
nebulosidades que las que pueden resolverse en grupos es­
telares, merced á los pequeños instrumentos de que se va­
lia. Los objetos que llama «nebulose del Orione é del P re-
sepe» no son para él mas que aglomeraciones (coacervazioni)
de pequeñas estrellas en cantidad innumerable (69). Repre­
senta sucesivamente bajo los nombres inexactos de Nebulo­
sa Capitis, Cinguli et Ensis Orionis, grupos estelares en
los cuales se gloriaba de haber hallado, sobre un espacio
de 1 ó 2 grados, 400 estrellas, que hasta entonces no se
habían contado. En cuanto á las nebulosas irreductibles no
se ocupa de ellas en parte alguna. ¿Cómo pasó desaperci­
bida para él la gran nebulosa de la Espada de Orion, ó
si la ha observado, cómo no ha parado mientes en ella?-
Pero según toda probabilidad, aun cuando este eminente
observador no h a ja visto jc^más ni los contornos irregu­
lares de la nube de Orion, ni la forma redondeada de las
nebulosidades reputadas irreductibles , sus consideracio­
nes generales acerca de la naturaleza interior de las ne­
bulosas parecíanse mucho á aquellas hácia las cuales se
inclinan b o j la mayoría de los astrónomos (70). Asi como
Galileo, Hevelio que aunque se obstinó en determinar las
posiciones de las estrellas sin el auxilio del telescopio, fue
también un observador muy distinguido (71) , no hace
mención en sus escritos de la gran nube de Orion. Su ca­
tálogo no contiene apenas mas de 16 nebulosas cuya posi­
cion esté determinada.
En fin,.en 1656, Huyghens descubrió la nebulosa de la
Espada de Orion (72), que debia llegar á tener tan gran­
de, importancia por su estension, por su forma, por el n ú ­
mero y la celebridad de los astrónomos que la observaron
despues, y que suministró á Picard la ocasion de ocuparse
de ella activamente veinte años mas tarde. En 1677, Ed­
mundo Halley, durante su permanencia en Santa Elena, de­
terminó las primeras nebulosas que se han observado en las
regiones del hemisferio austral, invisibles en Europa. El
amor que Juan Domingo Cassini tenia á todas las partes
de la astronomía contemplativa, le decidió hácia fines del
siglo XVII á estudiar mas detenidamente las nubes de An­
drómeda y de Orion. Pensaba que desde las observaciones de
Huyghens, la última de esas nubes habia cambiado de for­
ma, y creia haber reconocido en la de Andrómeda, estrellas
imposibles de percibir con anteojos comunes. En cuanto al
cambio de forma, era indudablemente una ilusión; pero no
es posible, despues de las notables observaciones de Jorge
Bond, negar de una manera absoluta la existencia de estre­
llas en la nebulosa de Andrómeda. Cassini, guiado por con­
sideraciones teóricas, habría presentido ya ese resultado,
cuando al oponerse abiertamente á Halley y Derham, de­
claraba que todas las nebulosas son enjambres de estrellas
m u j apartadas (73). Convenía en que el resplandor dulce
j pálido que esparce la nube de Andrómeda, és análogo á
la luz zodiacal; pero pretendia que esta luz está formada
por un número infinito de pequeños cuerpos planeta­
rios, apretados entre si (7 4 ).- La estancia de Lacaille,
desde 1750 á 1752, en el hemisferio del Sud, en el cabo
de Buena-Esperanza, en la isla de Francia j en Borbon,
aumentó en tal proporcion el número de las nebulosas que,
según la observación de Struve, conociéronse mejor en
aquella época las nebulosas del cielo austral que las que son
visibles en Europa. Lacaille intentó también con éxito cla­
sificar las nebulosas según su forma aparente. Fué así mismo
el primero que trató de analizar la sustancia tan heterogé­
nea de las dos Nubes de Magallanes, (Nubécula majoi\ et
minor), pero sus esfuerzos en esto fueron menos felices. Si
de otras nebulosas aisladas que observó Lacaille en número
de 42, en el hemisferio austral, se restan 14 que fueron re­
conocidas también como verdaderos grupos estelares con
telescopios de un pequeño aumento, quedan 28 por resol­
ver, en tanto que Juan Herschell, provisto de instrumentos
mas poderosos j dando por otra parte á sus observaciones
mas esperiencia todavía j habilidad, llegó bajo la misma
zona j sin comprender en ella mas que los grupos de estre­
llas ó Glusters, á descubrir 1,500 nebulosas.
Despojados de conocimientos suficientes j de observa­
ciones personales, pero guiados por su imaginación casi por
iguales caminos, sin haberse puesto de acuerdo para ello.
Lambert, á partir del año 1749, j Kant, desde 1755, razo­
naron con maravillosa penetración acerca de las vias lácteas
distintas, sobre las nebulosas j los grupos estelares arrojados
como islas esporádicas en medio de los espacios celestes (75).
Ambos se inclinaban á la teoría de la materia difusa (nebu-
lar Hjpothesis), hácia la idea de un trabajo de producción in­
cesante en el mundo sideral, j la transformación de la ne­
bulosidad cósmica en estrellas. De 1760 á 1769, el ingenioso
Le Gentil, mucho tiempo antes de ponerse en camino, en
la esperanza, fallida desgraciadamente dos veces seguidas,
de observar los pasos de Venus por el Sol, dió un impulso
nuevo al estudio de las nebulosas, por sus observaciones
acerca de las constelaciones de Andrómeda, de Sagitario
j de Orion. Empleó un objetivo de Campani de 34 pies de
longitud focal; este instrumento es uno de los que existen
en el Observatorio de París. Completamente opuesto á las
ideas de Halley y de Lacaille, de Kant j de Lambert, el
ingenioso Juan Michell declaró, como Galileo y Domingo
Cassini, que todas las nebulosas son grupos estelares, agre­
gados de estrellas telescópicas m u j pequeñas ó m u j apar­
tadas, c u ja existencia no podrá menos de ser demostrada
un dia con instrumentos mas perfectos (76). El conocimien­
to de las nebulosas debe á los trabajos pertinaces de Messier
un aumento rápido, si se le compara á los lentos progresos
que hemos puesto de manifiesto hasta aquí. Su Catálogo,
que data de 1771, contenia 66 nebulosas nuevas, omitien­
do las que j a habían sido descubiertas por Lacaille j por
Mechain. Así, á fuerza de perseverancia, pudo en un ob­
servatorio montado con bastante pobreza, en el observatorio
de la Marina establecido en el hotel de C lu n j, duplicar el
número de las nebulosas conocidas hasta entonces en ambos
hemisferios (77).
Esos insignificantes principios fueron seguidos de la
época brillante señalada por los descubrimientos de Gui­
llermo Herschell j de su hijo. G. Herschell fué el primero
que emprendió en el año 1779 el trabajo de revisar metó­
dicamente, por medio de un reflector de 7 piés, todas las
partes del Cielo ricas en nebulosas. En 1787, su telescopio
gigantesco, de 40 piés de longitud, estaba concluido, j en
los tres Catálogos que publicó sucesivamente en 1786, 1789
j 1802, comprobó la posicion de 2,500 nebulosas reducti-
bles ó irreductibles (78). Hasta 1785, y casi basta 1791,
ese gran observador parecía dispuesto, como lo babian esta­
do Micbel y Cassini, y boy Rosse, á ver, en las nebulo­
sas que no pudo lograr resolver, grupos de estrellas muy
apartadas. Pero á fuerza de ocuparse de este asunto, llegó,
entre 1799 y 1802, á participar de las ideas de Halley y
de Lacaille, es decir, á la teoría de la materia difusa, y
admitió también, con Ticbo y Keplero, la hipótesis de
la formación de las estrellas por la condensación sucesiva
de la nebulosidad cósmica. Esas dos teorías no están, sin
embargo, necesariamente unidas (79). Las nebulosas y los
grupos de estrellas que habia observado G. Herschell,
han sido sometidas á un nuevo exámen por su hijo,
de 1825 á 1833. Juan ha enriquecido las antiguas tablas
con 500 objetos nuevos, y ha publicado en las P/tiloso-
jú ica l Transactions, para el año 1833 (p. 365-481), un
catálogo completo de nebulosas y de grupos estelares en
número de 2,307. Ese gran trabajo comprende todo lo que
habia podido ser descubierto en la Europa central; y du­
rante los cinco años que siguen inmediatamente de 1834
á 1838, vemos á Juan, en el cabo de Buena-Esperanza,
sondear con un reflector de 20 piés toda la parte del Cielo
que puede abarcar, y añadir al catálogo de su padre un
suplemento de 1,708 nebulosas (80). De las 629 nebulosas
y grupos estelares observados por Dunlop en Paramatta,
de 1825 á 1827, con un reflector de 9 piés, cuyo espejo
tenia 9 pulgadas de diámetro, un tercio solamente ha pa­
sado al trabajo de Juan Herschell (81).
Si quiere seguirse la historia de los descubrimientos de
que han sido objeto esos cuerpos misteriosos, puede decirse
que ha empezado una tercera época, con el admirable te­
lescopio. de 50 piés, construido bajo la dirección del conde
de Rosse en Parsonstown (82). Todas las hipótesis que en
el estado de incertidumbre en que flotaron largo tiempo las
opiniones, habían podido anticiparse á cada una de las fa­
ses por que pasara la ciencia, agitáronse de nuevo y
con gran actividad, á propósito de la lucha entre la teo­
ría de la materia difusa y la de la resolución. Según
todo lo que he podido recoger de relaciones proceden­
tes de astrónomos familiarizados desde mucho tiempo con
las nebulosas, es evidente que un gran número de ob­
jetos escogidos ul acaso y entre las varias clases del catá­
logo de 1833., casi todos han sido completamente resuel­
tos (83). El doctor Robinson, director del Observatorio de
Armagk, ha resuelto él solo mas de 40. Juan Herschell se
espresa en este asunto del mismo modo en el discurso pro­
nunciado en Cambridge, en 1845, en la apertura de la
B ñ tish Associaiion, y en sus Ouilines o fastronomy, publi­
cadas en 1839. «El reflector de j.ord Rosse, dice, ha redu­
cido un número considerable de nebulosas que habian de­
safiado hasta aquí la fuerza penetrante de instrumentos mas
pequeños: báse probado al menos que eran reductibles. Si
existen todavía nebulosas que b ajan resistido por completo
á este poderoso telescopio cuya abertura no es menor de 6
piés ingleses ( l m,83), puede sin embargo deducirse por
analogía que no hay en realidad diferencia alguna entre
las nebulosas y los grupos de estrellas (84).»
El constructor del poderoso aparato de Parsonstown,
lord Rosse, distinguiendo cuidadosamente el resultado de
observaciones positivas de lo que todavía no es mas que
un motivo de legítima esperanza, se espresa con gran
confianza acerca de la nebulosa de Orion, en una carta
dirigida al profesor Nichol, de Glasgow, con fecha 19 de
Marzo de 1846 (85), «Según las observaciones á que nos
hemos entregado acerca de esta célebre nebulosa, pue­
do afirmaros con toda seguridad que si queda todavía al­
guna duda respecto de la reductibilidad, esta duda será
bien ligera. No nos ha sido posible, á causa del estado de
la atmósfera, aplicar mas que la mitad del aumento que
posee el espejo, j sin embargo, bemos reconocido que toda
la parte de la nube próxima al trapecio, se compone de una
masa de estrellas. La otra parte de nube es igualmente rica
en estrellas, j presenta todos los caractéres de la reducti-
bilidad.» Mas tarde, sin embargo, en 1848, lord Rosse no
estaba todavía en aptitud de anunciar la resolución com­
pleta j efectiva de la nebulosa de Orion, j se limitaba
siempre á atestiguar la esperanza de un pronto éxito.
Si en la discusión que se ba empeñado m u j reciente­
mente con motivo de la no-existencia á través de los espa­
cios celestes de una materia nebulosa dotada de luz pro­
pia, quiere separarse lo que pertenece á la ciencia j lo
que no es aun mas que la consecuencia probable de una
inducción, puede adquirirse sin grandes esfuerzos la con­
vicción de que siempre creciendo la fuerza visual de los te­
lescopios, el número de las nebulosas irreductibles dismi-
n u je en una proporcion rápida, sin que llegue por esta
disminución á desaparecer por completo. A medida que
aumenta la fuerza de los telescopios, el último construido
resolvía lo que no babia podido resolverse con el prece­
dente. Pero al mismo tiempo, b a j que decirlo, al menos
basta cierto punto, á medida que los telescopios pene­
tran mas en el espacio, reemplazan las nebulosas que
tenían reducidas anteriormente por otras á las cuales no se
babia podido llegar basta entonces (86). Así, resolución de
las antiguas nebulosas j descubrimiento de nebulosas nue­
vas que exigen á su vez un nuevo aumento de potencia
óptica, es el círculo en que se suceden las cosas de una
manera indefinida. ¿Podía ser de otra manera? Creo que
en el caso contrario se necesitarían dos cosas: ó represen­
tar como limitado el mundo lleno por los cuerpos celestes,
ó considerar las islas que lo adornan, una de las cuales nos
sirve de mansión, como distantes entre si , de tal ma­
ñera, que ninguno de los telescopios por descubrir puedan
alcanzar la orilla opuesta, y que nuestras últimas nebulo­
sas se resuelvan en grupos de estrellas que, como las de la
Via láctea, se proyecten sobre un fondo negro separado de
toda nebulosidad (87j. ¿Puede creerse que sea esta la estruc­
tura del mundo? ¿Y puede tenerse la seguridad de que los
instrumentos de óptica lleguen nunca á adquirir fuerza
bastante para no dejar sin descubrir ninguna nebulosa en
la inmensidad del firmamento?
La hipótesis de un fluido dotado de luz propia que se
presenta bajo la forma de nebulosas redondas ú ovala­
das, de contornos claramente dibujados, no debe confundir­
se en modo alguno con la suposición no menos hipotética de
un éter que llenara todo el espacio y que sin ser propia­
mente luminoso propagara por sus ondulaciones la luz, el
calor radiante y el electro-magnetismo (88). Las corrientes
que parten del foco de los cometas y que forman las colas,
llenan con frecuencia espacios inmensos, cortando las órbi­
tas de los planetas que componen nuestro sistema solar, y
estienden á través de esas órbitas su materia desconocida;
pero esta materia, separada del niicleo que la produce, deja
de ser perceptible para nosotros. Ya Newton admitía que
vapores emanados del Sol, de las estrellas fijas y de la cola
de los cometas, podían mezclarse con la atmósfera terres­
tre (89). En el anillo plano y nebuloso, que se conoce con
el nombre de luz zodiacal, ningún telescopio ha podido des­
cubrir nada que se parezca á estrellas. No se ha resuelto cosa
alguna tampoco hasta el dia, acerca de si las partículas de
que este anillo se compone reflejan la luz del Sol, ó si tie­
nen luz propia, como sucede alguna vez en las nieblas ter­
restres (90). Domingo Cassini creia que la luz zodiacal es­
taba formada de un número infinito de pequeños cuerpos
planetarios (91). Constituye una especie de necesidad del
hombre la investigación en todas las materias fluidas de las
TCüO Til. i 5
partes moleculares distintas, como las pequeñas burbujas
vacías ó llenas de que parecen estar formadas las nubes (92).
Siguiendo la progresión decreciente que representa en
nuestro sistema solar la densidad de los planetas , desde
Mercurio basta Saturno y Neptuno, y qu e, si se toma en
ella por unidad la densidad de la Tierra, baja de 1,12
á 0,14, se llega á los cometas que dejan ver una estrella
de débil brillo á través de sus capas esteriores; y de
aquí también, por una pendiente insensible , á esas par­
tes distintas todavía y tan poco densas , sin embargo, que
casi es imposible determinar sus límites, cualesquiera que
sean sus dimensiones. Estas consideraciones sobre la apa­
riencia nebulosa de la luz zodiacal son precisamente las que
mucbo tiempo antes del descubrimiento de los pequeños
planetas telescópicos comprendidos entre Marte y Júpiter,
y antes también de las conjeturas acerca de los asteróides
meteóricos, babian inspirado á Cassini la idea de que exis'-
ten cuerpos celestes de todas las dimensiones y de todas las
densidades. Tocamos aquí sin querer, por decirlo así, al
antiguo debate promovido por la filosofía naturalista acerca
de la existencia de un fluido primitivo y de moléculas dis­
tintas. Problema es este que pertenece mas bien al domi­
nio de las ciencias matemáticas; apresurémonos, pues, á
volver de nuevo al lado puramente objetivo de los fenó­
menos.
De las 3.926 posiciones determinadas, las 2.451 que
están indicadas en los tres Catálogos publicados por Gr. Hers­
chell, desde 1786 á 1802, y en el gran cuadro que insertó
su hijo en las Philosopkical Transactions para el año 1833,
pertenecen á la parte del firmamento visible en Slough,
que para abreviar denominaremos hemisferio septentrional;
las otras, en número de 1.475, corresponden á la parte del
hemisferio meridional visible en el cabo de Buena-Espe-
ranza, y están consignadas en los Catálogos redactados en
Africa por Juan Herschell. En esos números, las nebulosas
y los conjuntos estelares están mezclados indistintamente.
Cualquiera que sea la analogía que exista entre esos obje­
tos, he creido sin embargo deber distinguirlos con el fin de
precisar mejor el estado de nuestros conocimientos actuales.
Hallo en el Catálogo del hemisferio boreal 2.299 nebulosas
y 152 conjuntos estelares; en el Catálogo del Cabo, 1.239
nebulosas y 236 conjuntos estelares (93). Así que, según
esos Catálogos, la suma délas nebulosas, no resueltas aúnen
estrellas, es de 3.538, número que puede elevarse á 4.000
si se cuentan de 300 á 400 nebulosas vistas por Gr. Hers­
chell y cuya posicion no se ha determinado nuevamen­
te (94), así'como también las que observó Dunlop en Su­
matra , con un reflector newtoniano de 9 pulgadas, que no
constan en el Catálogo de Juan Herschell, y que son en
número de 423 (95). Ultimamente, Bond y Moedler han
dado á conocer un resultado semejante. Puede decirse que
en el estado actual de la ciencia, el número de nebulosas
es al de las estrellas dobles como 2 es á 3, próximamente.
Pero conviene no olvidar que bajo la denominación de es­
trellas dobles, no están comprendidos los pares puramente
ópticos, y que hasta hoy, las estrellas dobles en las cuales
se ha observado un cambio de posicion relativa son al nú­
mero total como 1 es á 9, ó quizás todo lo mas como 1
es á 8 (96).
Los números indicados mas arriba, á saber: 2.299 ne­
bulosas y 152 conjuntos estelares en el Catálogo del Norte,
1.239 nebulosas y 236 conjuntos estelares en el Catálogo
del Sud, prueban que existe en el hemisferio austral un
número mayor de conjuntos estelares sobre un número me­
nor de nebulosas. Si se admite que presenten todas las ne­
bulosas naturaleza igualmente reductible, es decir, que no
sean otra cosa mas que conjuntos estelares muy apartados
en el espacio, ó grupos formados de cuerpos celestes muy
pequeños, menos amontonados j dotados de una luz pro­
pia, esta-oposicion aparente c u ja importancia debió señalar
.Juan Herscbell, tanto mas cuanto que se sirvió en los dos
bemisferios de reflectores igualmente poderosos, esta opo­
sicion prueba, en mi sentir, por lo menos nna diferencia
sorprendente en la naturaleza de las nebulosas j en su
distribución á través de los espacios celestes, es decir, en
las direcciones según las cuales, las nebulosas de los dos
bemisferios se manifiestan á los habitantes del globo (97).
Las primeras noticias exactas, j los primeros cálculos
generales sobre la distribución de las nebulosas j de los
conjuntos estelares en toda la estension de la bóveda celes­
te, se deben también á Juan Herschell. Con el fin de exa­
minar mejor su situación, su abundancia relativa en los
diferentes lugares, la probabilidad ó no probabilidad de su
sucesión en ciertos grupos ó según líneas determinadas,
inscribió entre 3 ó 4 mil objetos, en una especie de ca­
ñamazo gráfico, en redes cu jo s lados median 3o de de­
clinación j 15' de ascensión recta. La m ajor acumulación
de nebulosas, se encuentra en el hemisferio boreal. Están
#estendidas á través del grande j pequeño Leo; el cuerpo,
la cola j los piés de detrás de la Osa m a jo r; la nariz de la
Girafa; la cola del Dragón; los dos Perros de caza; la cabe­
llera de Berenice, cerca de la cual está situado el polo bo­
real de la Via láctea; el pié derecho del Vaquero, j sobre
todo, á través de la cabeza, las alas j las espaldas de Virgo. •
Esta zona, á la cual se ha llamado región nebulosa de
Virgo, contiene, como j a lo hemos observado, en un es­
pacio que representa la octava parte de la esfera celeste,
un tercio de la suma total de las nebulosas (98). Escede en
poco al Ecuador; se estiende únicamente á partir del ala
meridional de Virgo,_ hasta la estremidad de la Hidra j la
cabeza del Centauro, á cujos piés no llega, como tampoco
á la Cruz del Sud. El cielo boreal contiene también una agio-
meracion de nebulosas, que mas (5 menos considerable, se
estiende mas allá que la precedente en el bemisferio austral;
Juan Herschell le dio el nombre de región nebulosa de Pis­
cis, y forma una zona que partiendo de Andrómeda, la cual
ocupa casi enteramente, se dirige hácia el pecho y las alas
de Pegaso, hácia la banda que une ambos Piscis, hácia el
polo austral de la Via láctea, y Fomalhaut. Esas regiones
tan llenas, forman un contraste sorprendente con los espa­
cios completamente vacíos de nebulosas, y por decirlo así
desiertos, que comprenden: de una parte á Perseo, Aries,
Tauro, la cabeza y la parte inferior del cuerpo de Orion;
y de la otra, Hércules, el Aguila, y toda la constelación
de la Lira (99). Si guiándonos por el cuadro general de
las nebulosas y de los conjuntos estelares del hemisferio
meridional, es decir, de la parte del cielo visible en Slough,
que redactó Juan Herschell según las horas de ascensión
recta, dividimos el total en seis grupos de cuatro horas
cada uno, se obtiene el resultado siguiente:
Ascensión re d a Olí ú 4 h ............................ 311
4 d8 ................ 170
8 á1 2 ............................ r>0íi
12 á1 ( 5 ............................ 8Ü0
10 á 2 0 ............................... 121
20 á0 .............................. 231)

Si se quiere hacer una división mas exacta, fundada


en la declinación septentrional y meridional, hállase que
en las seis horas de ascensión recta, de 9h á 1511. el hemis­
ferio boreal contiene solo 1.111 nebulosas ó conjuntos de
estrellas, repartidas del modo siguiente (100):
De 9h á 1 0 li................................... 00
10 á1 1 .................................... 130
11 á1 2 .................................... 2o I
12 ¿ 1 3 .................................. 3 Oí)
13 á1 4 ..................................... 183
14 á1 5 ..................................... 130
Así el verdadero máximum para el hemisferio boreal,
está entre 12h j 13h, es decir, m u j cercano del polo
Norte de la Via láctea. Mas lejos, entre 15h j 16h, frente
á Hércules, el decrecimiento es tan brusco que de 130 se cae
inmediatamente á 40.
En el hemisferio austral, el número délas nebulosas es
menos considerable j la distribución mucho mas uniforme.
Espacios en los cuales no se descubre señal alguna de esos
fenómenos, alternan con frecuencia con nubes esporádicas.
Es preciso esceptuar una aglomeración local, mas apretada
aun que lo está en el cielo boreal la región nebulosa de
Virgo: me refiero á las nubes de Magallanes, de las cuales
lam ajor contiene por sí sola300 nebulosas. La región próxi­
ma á los polos está en los dos hemisferios vacía de nebulo­
sas, j hasta la distancia de 15°, el polo Sud está mas des­
provisto aun que el polo Norte, en la proporcion de 7 á 4.
Existe cerca del polo Norte actual una pequeñu nebulosa
que dista de él únicamente 5'. Una nebulosa semejante
inscrita en el Catálogo del Cabo, de Juan Herschell con el
número 3.176, j denominada por él con razón Nébula po-
larissima australis, (ase. recta 9h 21' 56", dist. al polo
Norte 179° 34' 14"), está aun á 25' del polo Sud. Esto so­
ledad del polo austral, la ausencia misma de una estrella
polar pero perceptible á simple vista, era j a para Américo
Vespucio j Vicente Yañez Pinzón objeto de amargas quejas,
cuando hácia fines del siglo XV penetraron mucho mas
allá del Ecuador hasta el promontorio de San Agustín, j
. Vespucio supuso falsamente que este bello pasaje del Dañ­
óte «lo mi volsí a man destra e posi mente...» j este otro
sobre las cuatro estrellas «Non viste mai fuor ch’alla pri­
ma gente,» se referían á las estrellas polares antárti­
cas (1).
Hemos considerado hasta aquí en las nebulosas, su nú­
mero j su distribución sobre lo que se llama el firmamento:
distribución puramente aparente que no debe confundirse
en modo alguno con su distribución real á través de los es­
pacios celestes. Terminado este exámen, pasemos á las dife­
rencias singulares que presentan sus formas individuales.
Unas veces esas formas son regulares, j en ese caso son
esféricas, elípticas en grados diferentes, anulares, planeta­
rias ó semejantes á la fotosfera que envuelve una estrella;
otras son irregulares y no menos difíciles de clasificar que
las de las nubes acuosas que vagan en nuestra atmósfera.
La forma normal de las nebulosas es la elíptica que puede
llamarse esferoidal (2). En igualdad de aumento, cuanto
mas se aproximan las nebulosas á la forma esférica, son
mas fácilmente resolubles en estrellas. Cuando por el con­
trario, están m u j comprimidas en un sentido j alargadas
por el otro, la resolución es mucbo mas difícil (3).
H a j frecuente ocasion de conocer que la forma redon­
da de las *nebulosas se cambia gradualmente en una
elipse prolongada (4). La condensación de la nebulosidad
lechosa se verifica siempre al rededor de un punto central,
también alguna vez h a j muchos centros ó núcleos. Las ne­
bulosas dobles existen solamente entre las nebulosas re­
dondas ú ovales. Como no puede distinguirse cambio al­
guno relativo de posicion entre los individuos que forman
esos pares, en atención á que ese cambio ó no existe ó es es-
traordinariamente lento, síguese de aquí que no h a j criterio
por medio del cual se pueda comprobar la realidad de esta
relación recíproca, como se distinguen las estrellas dobles
físicamente de las que lo son solo ópticamente. H a j repre­
sentaciones de estrellas dobles en las Pliilosophical Tran-
sactions para el año 1833 (fig. 68-71). Pueden consultarse
también las obras de Herschell que tratan de este asunto,
Outlines o f astronomy (§ 878), j Observations at the Gap&
o f Good Hope (§ 120).
Las nebulosas perforadas son una de las mas raras cu­
riosidades. Según lord Rosse cocócense en la actualidad 7
en el hemisferio boreal. La mas célebre de esas nebulosas
anulares, que lleva el número 57 en el Catálogo deMessier,
j el número 3,023 en el de Juan Herschell, está situada en­
tre 6 v 7 de la Lira, j fue descubierta en Tolosa por dcAr-
quier el año 1779, en el momento en que el cometa seña­
lado por Bode se aproximó á la región que ocupa. Tiene
próximamente la magnitud aparente del disco de Júpiter,
y forma una elipse cu jo s dos diámetros están en la relación
de 4 á 5. El interior del anillo, no es negro del todo, sino
débilmente iluminado. Ya Gr. Herschell habia distinguido
algunas estrellas en el anillo; lord Rosse j Bond lo resol­
vieron enteramente. (5). La parte vacía del anillo es, por
el contrario, de un negro m u j subido, en las bellas nebu­
losas perforadas del hemisferio austral que llevan los nú­
meros 3,680 j 3,686. Ademas, la última no presenta la for­
ma de una elipse sino la de un círculo perfecto.' (6). Todas
son probablemente conjuntos de estrellas en forma de ani­
llo. A medida que aumenta la fuerza de los instrumentos,
los contornos de las nebulosas elípticas, lo mismo que los de
las nebulosas anulares, parecen en general menos perfecta-
tamente determinados. En el telescopio gigantesco de lord
Rosse, el anillo de la nebulosa de la Lira presenta una elip­
se sencilla con apéndices nebulosos que semejan á hilos j
siguen direcciones m u j divergentes. Un hecho particular­
mente notable, es el de la transformación de una nebulosa
que, vista á través de los instrumentos mas débiles, era
simplemente elíptica, j que cambió merced al telescopio de
lord Rosse-, en una nebulosa en forma de cangrejo (Crab-
Nebula).
Las nebulosas planetarias, descubiertas por primera vez
por Herschell padre, j que deben estar colocadas entre los
mas maravillosos fenómenos celestes, son menos raras que
las nebulosas perforadas. Sin embargo , según Juan Hers-
chell, no existen mas de 25 de las cuales los 3/ 4 pertene­
cen al hemisferio austral. Ofrecen una semejanza sorpren­
dente con los discos de los planetas, j en su m ajor parte
son redondas ó un poco ovaladas. Unas veces los contornos
están determinados claramente , otras envueltos en una
niebla vaporosa. Los discos de muchas de ellas tieDen un
brillo dulce perfectamente uniforme; otras se hallan como
manchados ó jaspeados ligeramente (mottled or of á pecu­
liar texture; as if cardled); nunca se observa aumento al­
guno de intensidad hácia los centros. Lord Rosse ha com­
probado que cinco de esas nebulosas planetarias, son nebu­
losas perforadas con una ó dos estrellas en medio. La ma­
jo r nebulosa planetaria, descubierta por Mechain en 1781,
está colocada cercade 6 de la Osa m ajor. Su disco tiene un
diámetro de 2' 40'' (7). La nebulosa planetaria de la Cruz
del Sud, que lleva en el Viaje al calo de Juan Herschell, el
número 3,365, tiene el brillo de una estrella de 6 .a ó de 7.a
magnitud, aunque su diámetro cuenta apenas 11". Su luz
es de color de añil, color que se encuentra, aunque en me­
nor intensidad, en otros tres objetos de la misma forma (8).
Esta apariencia de algunas nebulosas planetarias, no prueba
que no'estén compuestas de pequeñas estrellas; porque no
solamente conocemos sistemas binarios c u ja estrella princi­
pal j la compañera son azules, sino que existen también
conjuntos estelares compuestos únicamente de estrellas
azules, ó en los cuales esas estrellas están mezcladas con es­
trellas rojas j amarillas (9).
El problema de si las nebulosas planetarias son es­
trellas nebulosas m u j apartadas, para las cuales la dife­
rencia de brillo entre la estrella central j la atmósfera que
la rodea, no podría ser percibida por los instrumentos de
que disponemos, ha sido resuelto j a en el primer tomo
de esta obra (10). Ojalá que pueda el telescopio gigan­
tesco de lord Rosse proporcionarnos los medios de profun-
dizar la naturaleza sorprendente de esas nebulosidades
planetarias. Si es de sujo difícil el formarse idea perfecta
de las condiciones dinámicas según las cuales, en un con­
junto de estrellas de forma esférica ó esferoidal, los soles
girando circularmente j apretados entre si de tal ma­
nera que los mas próximos al centro son también los
mas densos específicamente, pueden formar un sistema en
equilibrio (11), la dificultad aumenta todavía para esas ne­
bulosas planetarias de forma circular j perfectamente deli­
mitada, cujas partes todas ofrecen una claridad uniforme,
sin aumento alguno de intensidad bácia el centro. Tal es­
tado de cosas es menos factible de conciliar con la forma 2:1o-
bular, que supone la aglomeración de mucbos millares de
pequeñas estrellas, que con la hipótesis de una fotosfera ga­
seosa que se cree cubierta en nuestro Sol, por una capa de
vapor poco espesa, no transparente ó cuando menos débil­
mente iluminada. ¿Es imposible admitir que en las nebu­
losas planetarias la claridad no parezca estendida con tanta
uniformidad, solo porque la diferencia entre el centro j los
bordes se desvaneciese en razón del alejamiento?
Las estrellas nebulosas de G. Herschell (Nebulous
Stars) forman la cuarta j última clase de las nebulosas de
forma regular. Son estas verdaderas estrellas rodeadas de
una nebulosidad lechosa que seguramente se une al Sol
central j depende de él. Esta nebulosidad que según lord ’
Rosse j Stonej, presenta exactamente en ciertos casos la
apariencia de un anillo ¿tiene luz propia, j forma una fo­
tosfera como en nuestro Sol? ó lo que es menos verosímil,
¿recibe su luz del Sol central? Existen respecto de esto opi­
niones m u j diferentes. Derham j también hasta cierto
punto Lacaille, que descubrió muchas nebulosas en el Cabo
de Buena-Esperanza, creían que las estrellas están á una
gran distancia de las nebulosas, sobre las cuales se projec-
tan. Mairan parece que fué el primero en emitir la opinion
de que las estrellas nebulosas están rodeadas de una at­
mósfera brillante que propiamente les pertenece (12). Há-
llanse también mayores estrellas, por ejemplo estrellas
de 7.a magnitud, como el número 675 del Catálogo de 1,333,
cuya fotosfera tiene un diámetro de 2 á 3 minutos (13).
Las grandes masas nebulosas de forma irregular deben
colocarse desde luego aparte de las nebulosas descritas bas­
ta aquí, todas de figuras regulares ó cuando menos de con­
tornos mas ó menos claramente indicados. Esas masas pre­
sentan las mas variadas formas y las menos simétricas; sus
contornos están poco determinados y confusos. Son estos
fenómenos misteriosos, á los cuales puede llamarse sin
(jeneris y que ban dado sobre todos, vida á la hipótesis,
según la cual los espacios celestes están llenos de una
materia cósmica brillante por sí misma y semejante al subs-
tratum de la luz zodiacal. Esas nebulosas informes que
cubren en la bóveda del Cielo espacios de muchos gra­
dos cuadrados, presentan un contraste sorprendente con una
nebulosa de forma oval, la mas pequeña de todas las ne­
bulosas aisladas, que tiene el brillo de una estrella telescó­
pica de 14.a magnitud, y se halla entre las constelaciones
del Altar y del Pavo Real (14). No es posible encontrar dos
nebulosas irregulares que se parezcan (15). Sin embargo,
Juan Herschell, despues de observaciones de muchos años),
las reconocía un carácter común, el de estar todas situadas
sobre los bordes ó á muy poca distancia de la Via láctea, y
poder ser consideradas como emanaciones ó como fragmen­
tos separados de ella. Por el contrario, las pequeñas nebulo­
sas que tienen una forma regular y contornos ¡generalmente
limitados, están ó estendidas por toda la superficie del Cie­
lo, 6 reunidas á gran distancia de la Via láctea en regiones
particulares, como por ejemplo, en el hemisferio austral,
cerca de Virgo y de Piscis. Cierto es que no hay menos
de 15° de distancia entre la gran nebulosa irregular de la
Espada de Orion y los bordes visibles de la Via láctea; pero
quizá esta masa difusa pertenezca á la prolongacion de la
rama de la Via láctea que partiendo de «' y de e de Perseo,
va á perderse bácia Aldebarán y las Hyadas, y de la cual
ya se ba hablado antes. Las estrellas mas bellas de la cons­
telación de Orion, á las cuales debe su antigua celebridad,
forman parte de la zona que comprende las mas grandes
estrellas, y probablemente las mas próximas también de
nosotros, y cuya prolongacion puede indicar un arco del
círculo mayor pasado por de Orion y » de la Cruz en el
hemisferio austral (16). • ' .
La opinion muchomas antigua y muy esparcida, según
la cual una via láctea de nebulosas corta casi en ángulo recto
la Via láctea de las estrellas (17), no ha sido en manera al­
guna confirmada por observaciones nuevas y mas exactas
acerca de la distribución de las nebulosas regulares á través
del firmamento (18). Existen sin duda, como ya he se­
ñalado, aglomeraciones de nebulosas hácia el polo Norte
de la Via láctea; también se ve gran número de ellas
hácia el polo Sur, cerca de Piscis; pero numerosas interrup­
ciones no permiten decir que una zona de nebulosas for­
man un gran círculo de la esfera, reúne estos dos polos.
En 1784, G. Herschell habia espuesto dicha conjetura al
final de su primer Tratado sobre la Estructura del Cielo;
pero tuvo cuidado de presentarla como dudosa, y con la re­
serva que convenia á tan grande observador.
Entre las nebulosas irregulares, las unas, tales como las
de la Espada de Orion, de >? de Argos, del Sagitario y del
Cisne, son notables por sus estraordinarias dimensiones;
otras, las que, por ejemplo, tienen los números 27 y 51 en
el Catálogo de Messier, lo son por lo raro de su forma.
En lo que concierne á la gran nebulosa de la Espada de
Orion, ya he hecho observar que Galileo, que se ocupó
largo tiempo de las estrellas comprendidas entre el Ta-
lialí j la Espada, y que hasta levantó un mapa de
esta región, no la menciona (19). La nebulosa que él llama
Nebulosa Orionis, y que ba representado con la Nebulosa
Pnesepe, es, según su declaración espresa, un conjunto de
estrellitas amontonadas (stellarum constipatarum), situado
en la cabeza de Orion. En el dibujo que dió en su S i­
déreas nuncius (§ 20) y que abraza el espacio comprendido
entre el Tahalí y el principio del Hombro derecho ( a de
Orionj, reconocí, encima de la estrella i, la estrella múl­
tiple e. La fuerza amplificativa de los instrumentos emplea­
dos por Galileo variaba de 8 á 30 veces. Como la nebulosa
de la Espada de Orion no está aislada, y como vista á tra­
vés de los telescopios insuficientes ó de una atmósfera m u j
poco transparente, forma una especie de aureola alrededor
de la estrella 0, no es de estrañar que su figura j su exis­
tencia individual b ajan escapado al gran observador flo­
rentino, que, por lo demás, creia poco en las nebulosas (20).
En 1656, 24 años despues de la muerte de Galileo, fué
cuando H ujghens descubrió la nebulosa de Orion. Dió de
ella una imágen grosera en su Systema Saturnium, publi­
cado en 1659: «Cuando jo observaba, dice este gran hom­
bre, á través de un refractor de 23 pies de longitud focal,
las bandas variables de Júpiter, la mancha oscura que se
acerca al Ecuador de Marte, j algunos otros detalles poco
visibles, particulares á este planeta , noté en las estrellas
fijas un fenómeno que, á mi entender, nadie habia seña­
lado todavía, j no podia ser reconocido exactamente sino
con ausilio de los grandes telescopios tle que j o me sirvo.
Los astrónomos han contado en la Espada de Orion tres es­
trellas m u j cercanas entre sí. Cuando en 1656 observé
por casualidad aquella de entre estas estrellas que ocupa
el centro del grupo, en lugar de una descubrí 12
resultado que por lo demás no es raro obtener con
los telescopios. De estas estrellas habia tres que, como
3as primeras, casi se tocaban, y otras cuatro parecían bri­
llar á través de una nube, de tal modo que el espacio
que las rodeaba semejaba mucbo mas luminoso que el resto
del Cielo, que estaba sereno y enteramente negro. Hubié-
rase creído fácilmente que existía allí una grieta en el Cielo,
que abria sobre una región mas brillante. Despues, y
basta la fecha, he vuelto á ver el mismo fenómeno, sin
cambio alguno; de manera que este prodigio, cualquiera
que sea, parece estar fijado allí para siempre. Nunca ob­
servé nada parecido en las otras estrellas fijas.» De suerte,
que Huyghens no conocía tampoco la nebulosa de Andró­
meda, descubierta 54 años antes por Simón Mario, ó le babia
prestado poco interés. «Las pretendidas nebulosas, añade
aun Huyghens, y la misma Via láctea, no manifiestan nin­
guna señal de nebulosidad, y no son otra cosa que conjuntos
de estrellas amontonadas (21).» Esta primera descripción tan
viva, prueba la fuerza y lo reciente de la impresión que
babia recibido Huyghens. ¡Pero qué diferencia entre la
representación gráfica que dió de este fenómeno á mediados
del siglo XVII, ó las figuras ya un poco menos imperfectas,
cierto, de Picard, de Le Gentil y de Messier, y los admira­
bles dibujos publicados en 1837 por Juan Herschell, y en
1848 por G. Cranch Bond, director del Observatorio de
Cambridge, en los Estados-Unidos (22)!
Juan Herschell tuvo la preciosa ventaja de observar
despues del año 1834, provisto de un reflector de 20 pies,
la nebulosa de Orion, en el cabo de Buena-Esperanza, á
una altura de 60° (23), y pudo corregir todavía el dibujo
que habia hecho de 1824 á 1826 (24). Al mismo tiempo
determinó, cerca de e de Orion, la posicion de 150 estre­
llas comprendidas en su mayoría entre la 15.a y 18.a
mag'nitud. Forman el célebre trapecio que no está ro­
deado de ninguna nebulosidad’, 4 estrellas de 4 .a, 6.a,
7 .a y 8.a magnitud. La cuarta estrella la descubrió
en Bolonia Domingo Cassini, en 1666, según la creen­
cia general (25); la quinta {y') lo fué en 1826 por Struve;
la sesta (<*'), de 13.a magnitud, en 1832 por Juan Hers­
chell. El director del Observatorio del Collegio romano, de
Vico, ba declarado baber reconocido con ayuda de su gran
reflector de Cauchoix, otras 3 estrellas en el interior mis­
mo del trapecio, á principios de 1839. Estas estrellas no
han sido vistas ni por Herschell, hijo, ni por G. Bond. La
parte nebulosa mas cercana del trapecio que no ofrece por
sí misma casi ninguna señal de nebulosidad, la Regio Huy-
geniana, que forma la parte anterior de la cabeza, encima
de la boca, es tachonada, de testura granular, y ha sido
resuelta en conjuntos estelares por el telescopio de lord
Rosse, y también por el gran refractor de Cambridge, en
los Estados-Unidos (26). Entre los observadores modernos,
Lamont en M unich, Cooper y Lassell en Inglaterra, han
determinado también en esta nebulosa la posicion de mu­
chas estrellitas. Lamont ha empleado para este uso un po­
der aumentativo de 1,200 veces. G. Herschell creia haber
adquirido la certeza, comparando entre sí las observaciones
que hizo de 1783 ( á 1811, siempre con los mismos
instrumentos, de que el brillo y los contornos de la gran
nebulosa de Orion estaban sujetos á cambios (27). Bou-
lliaud y Le Gentil habian espresado la misma opinion res­
pecto á la nebulosa de Andrómeda. Los profundos esperi-
mentos de Juan Herschell han hecho estremadamente du­
dosos por lo menos estos cambios cósmicos, que se te­
nían por ciertos.
Oran nebulosa de n de Argos.—Está situada en esa re­
gión de la Via láctea, tan notable por su magnífico bri­
llo, que, partiendo de los piés del Centauro, atraviesa la
Cruz del Sud, y se estiende hasta el centro de la Nave. El
esplendor de esta región celeste es de tal manera estraordina-
rio, que el capitan Jacob , observador exacto, y naturaliza­
do con las comarcas tropicales de la India, liace la obser­
vación, perfectamente de acuerdo con los resultados á que
he llegado jo mismo despues de una esperiencia de cua­
tro años, de qne sin levantar la vista hácia el Cielo,
adviértese por un acrecentamiento súbito de la luz que
la Cruz se eleva en el horizonte, j con ella la zona que
le acompaña (28). La nebulosa en medio de la cual se
halla y¡ de Argos, que se ha hecho tan célebre por los cam­
bios de intensidad de su luz, cubre sobre la bóveda celeste
mas de 4/ 7 de un grado cuadrado (29). Dividida en varias
masas irregulares j despidiendo una luz desigual, la ne­
bulosa no presenta nunca esa apariencia tachonada j gra­
nular que pudiera hacerla creer reductible. Contiene un
espacio vacío de forma oval, sobre el cual está esparcida
una luz m u j débil. Juan Herschell, despues de dos meses
invertidos en mediciones, ha dado en su Viaje al Galo un
bello dibujo del fenómeno entero (30), j determinado en
la nebulosa de n de Argos hasta 1,216 posiciones de estre­
llas, comprendidas en su m ajoría entre la 14.a j la 16.
magnitud. Estas estrellas forman una série que, escedien­
do en mucho la nebulosidad, va á juntarse con la Via lác­
tea, en la cual se projectan j se destacan sobre el fondo
absolutamente negro del Cielo. No tienen, por consiguien­
te, ninguna relación con la nebulosa misma, j están indu­
dablemente m u j alejadas de ella. Toda la parte cercana de
la Via láctea es por otra parte tan rica, no en conjuntos es­
telares, sino en estrellas, que entre 9 h 50' j 11h 34'
de ascensión recta, se halló, sondando el Cielo con auxilio
del telescopio (Star-gauges), un término medio de 3,138
estrellas por cada grado cuadrado. Este número para 11h 34'
de ascensión recta, se eleva hasta 5,093. Suma que da, para
un solo grado, mas estrellas que las que se pueden perci­
bir á simple vista en el horizonte de París ó en el de Ale­
jandría (31).
Nebulosa del Sagitario.—Esta nebulosa, de una es-
tension considerable, parece formada de cuatro masas dis­
tintas (as. rect. 17i! 53', dist. al polo Norte 114° 21').
Una de esas masas se divide á su vez en tres partes. Todas
están interrumpidas por lugares desprovistos de nebulosi­
dad. El conjunto de la nebulosa babia j a sido visto, aun­
que de una manera imperfecta, por Messier (32).
Nebulosa del Cisne.—Se compone de muchas masas ir­
regulares, una de las cuales forma una banda m u j estre­
cha, que atraviesa la estrella doble >? del Cisne. Masón fué
el primero que reconoció la conexion que establece entre
esas masas desiguales su trama singular, bastante parecida
¡i la de las celdas (33).
Nebulosa del Zorro.—Messier la vió imperfectamente,
j la inclujó en su Catálogo con el núm. 27. Se descubrió
accidentalmente, mientras que se observaba el cometa de
Bode de 1779. La determinación exacta de la posicion (ase.
rect. 19° 52', dist. al polo Norte 67° 43'), j los primeros
dibujos que de ella se hicieron se deben á Juan Herschell.
Esta nebulosa, de forma regular, recibió en un principio
el nombre de Ditmb-bell por razón del aspecto que presen­
taba vista con un reflector de 18 pulgadas de abertura.
Llámanse Dum-bell, en Inglaterra, masas de hierro em­
plomadas j revestidas de cuero, que.se emplean para
dar mas fuerza j elasticidad á los músculos. Un reflec­
tor de 3 piés de lord Rosse ha destruido esta aparien­
cia (34). La nebulosa del Zorro ha sido resuelta por el mis­
mo instrumento en gran número dé estrellas ; pero esas
estrellas han permanecido siempre mezcladas de materia ne­
bulosa. Puede verse una reciente j muy curiosa reproduc­
ción de la nebulosa del Zorro en las Philosophical Tvan-
sactions para el año 1850 (lam. XXXVIII, fig. 17).
Nebulosa en espiral del Perro de caza septentrional.—
Esta nebulosa, señalada por Messier el 13 de Octubre de
T OMO I I I . f(>
1773, con motivo del cometa que habia descubierto, está
colocada en la oreja izquierda de Asterion, m u j cerca
de y, (Benetnasch) que forma parte de la cola de la Osa ma­
jo r. Lleva el núm. 51 de la lista de M essierjel núm. 1,662
en el gran Catálogo de las Philosojúical Transactions{1833,
p. 496, fig. 25). Es uno de los fenómenos mas notables que
presenta el firmamento, en razón á su configuración parti­
cular, j de la metamorfosis que la hace sufrir el telescopio
de 6 piés ingleses de lord Rosse. En el reflector de 18 pul­
gadas de Juan Herschell, esta nebulosa parecía de forma
esférica j rodeada á alguna distancia de un anillo aislado
á modo de nuestro conjunto lenticular de estrellas, j el
anillo formado por la Via láctea (35). El gran telescopio
de Parsonstown ha cambiado todo esto en una especie de
caracol, en una espiral brillante, de repliegues desiguales,
j cujas dos estremidades, es decir, el centro j la parte
esterior, están terminadas por fuertes nudos granulares j
redondeados. El doctor Nichol publicó un dibujo de esta
nebulosa 'que fué presentado por lord Rosse al Congreso
científico de Cambridge de 1845 (36); pero la pintura mas
exacta es la que dió Johnstone Stonej en las Philosojúical
Transactions para el año 1850 (1 .a parte, lam. XXXV,
fig. 1). El núm. 99 de Messier presenta también la imágen
de una espiral, con la única diferencia de que tiene un solo
nudo en el centro. La misma forma se encuentra también
en otras nebulosas del hemisferio boreal.
Réstame tratar mas detalladamente que lo he podido
hacer al trazar el Cuadro de la naturaleza (37), de un ob­
jeto único en el mundo de los fenómenos celestes, j que
aumenta el encanto pintoresco del hemisferio austral, á
la gracia del paisaje. Las dos nubes de Magallanes, que
probablemente recibieron primero de pilotos Portugueses,
luego de los Holandeses j Daneses, el nombre de N u­
bes del Cabo (38), cautivan la atención del viajero (ha-
blo por esperiencia), por su brillo, por el aislamiento que
las bace resaltar mas j por la órbita que describen sim ul­
táneamente alrededor del polo Sud, aunque á distancias
desiguales. Su nombre actual, que tien'e evidentemen­
te por origen el viaje de Magallanes, no es el primero con
que se las ba designado, según lo que resulta de la especial
mención j de la descripción que hizo de la traslación cir­
cular de esas nubes luminosas, el Florentino Andrea Cor-
sali, en su Viaje á Cochincbina, y el secretario de Fernan­
do de Aragón, Pedro Martin de Anghiera, en su libro de
Rebus oceanicis et Orbe novo (dec. I, lib. IX , p. 96) (39).
Esas dos indicaciones pertenecen al 1515, y diez años des­
pues, ya el compañero de Magallanes, Pigafetta, babia
de las nebiette en su Diario de viaje, en el momento en que
el navio Victoria salia del estrecho de Patagonia para en­
trar en el mar del Sud. El antiguo nombre de Nubes del
Cabo no puede proceder de la constelación del Monte de la
Tabla, que está cerca de esas nubes y mas próximo aun del
polo, puesto que la denominación de Monte déla Tabla fué ■
introducida por primera vez por Lacaille. Procedería mas
bien de la verdadera montaña de la Tabla y de la pequeña
nube que domina la cumbre, y fué mirada con espanto du­
rante mucho tiempo por los marineros como anuncio de
tempestad. Bien pronto veremos que las dos Nubes de Ma­
gallanes, observadas mucho tiempo en el hemisferio del
Sud antes de recibir un nombre, obtuvieron sucesivamente
varios, tomados délas viasque habia adoptado el comercio,
á medida que la navegación se estendió y que reinó una
actividad m ajor en estas vias. •
El movimiento de la navegación en el mar de la India,
que baña las costas occidentales del Africa, familiarizó m u j
pronto á los marinos con las constelaciones próximas al polo
Antartico, particularmente á partir del reino de los Lagidas,
j desde que se aprendió á regularse por los monzones.
Desde mediados del siglo X , encuéntrase entre los Ara­
bes, como be dicbo j a , un nombre que sirve para desig­
nar la m ajor de las nubes magallánicas, c u ja identidad
con el B uej Blanco (el-Bakar) del célebre derviche Abdur-
rabman Sufi, de R ai, ciudad del Irak persa, demostró
Ideler. En la introducción del libro titulado «Conoci­
miento del Cielo estrellado,» Abdurrahman se espresa en
estos términos: «A los piés de Subel, existe una mancha
blanca que no se distingue ni en el Irak, es decir, en la
-comarca de Bagdad, ni en Nedschs ^Nedjed), parte la
mas septentrional j montañosa de la Arabia,* pero que es
visible en el Tchama meridional, entre la Meca j la punta
del Yémen, á lo largo de las costas del mar Rojo v40 .» Es-
plícitamente se habla en ese pasaje del Suhel de Tolomeo,
es decir, de Canopea, aunque los astrónomos árabes llaman
igualmente Suhel á muchas grandes estrellas de la Nave
(el-Sefina). La posicion del B uej Blanco, relativamente á
Canopea, está indicada aquí con tanta exactitud como po­
dría serlo á simple vista, porque la ascensión de Canopea es
de 6 11 20', j la del estremo oriental de la gran nube maga-
llánicade 6h 0'. La visibilidad de la Nubécula major en las
latitudes septentrionales no ha podido ser modificada sen­
siblemente desde el siglo X , por la precesión de los equi-
nocios, puesto que en los nueve siglos que han seguido ha
adquirido el máximum de su distancia al polo Norte. Si se
admite la nueva determinación del lugar de la gran Nube
de Magallanes, de Juan Herschell, es necesario deducir de
ella que en tiempo de Abdurramam Sufi era visible en su to­
talidad hasta los’17° de latitud Norte; h o j loes hasta los 18°
próximamente. Las Nubes del Sud podían ser vistas, por
consiguiente, en toda la parte Sud-oeste de la Arabia j en
el Hadramaut, el país del incienso, así como en el Yémen,
donde florecía la civilización de Saba, j que recibió la an­
tigua inmigración de los Yoctanidas. La formación de mu­
chos establecimientos árabes en las costas orientales del
Africa, en las regiones intertropicales, al Norte j a l Sud del
Ecuador, debió servir también para estender nociones mas
exactas acerca de las constelaciones del cielo austral.
Los primeros pilotos civilizados que visitaron las costas
occidentales del Africa mas alia de la línea, fueron euro­
peos, particularmente Catalanes j Portugueses. Documen­
tos incontestables, tales como el planisferio de Marino Sa-
nuto Torsello (1306), la obra genovesa conocida con el
nombre de Portulano mediceo (1351), el Planisferio de la
Palatina (1417) j el Mappamondo de fra Mauro Camaldo-
iese (desde 1457 á 1459) prueban que 178 años antes del
pretendido descubrimiento del Cabo de las Tormentas, ó
Cabo de Buena Esperanza, becbo por Bartolomé Diaz en el
mes de Majo de 1487, era j a conocida la configuración
triangular de la estremidad meridional del continente afri­
cano (41). Si se piensa en la importancia nueva j siempre
creciente que tomó este camino comercial á consecuencia
de la espedicion de Gama j del fin común de todos los via­
jes realizados á lo largo de las costas del Africa, parece
natural que los pilotos bajan dado el nombre de Nubes del
Cabo á las dos nebulosidades que en cada viaje al Cabo,
los sorprendieron como notables fenómenos.
Los perseverantes esfuerzos intentados para salvar el
ecuador á lo largo de las costas orientales de la América, j
penetrar basta la punta meridional del continente, desde la
espedicion de Alonso de Ojeda j de Américo Vespucio en
1455, basta la de Magallanes j de Sebastian del Cano en
1521, j la de García de Loajsa j de. Francisco de Hoces
en 1525 (42), babian llamado constantemente la atención
de los navegantes bácia las constelaciones del Sud. Según
los diarios de viajes que b o j tenemos j que están confir­
mados por los testimonios bistóricos de Angbiera, asi acon­
teció realmente, sobre todo en el viaje de Américo Vespucio,
j de Vicente Yañez Pinzón, que produjo el descubrimiento
del cabo de San Agustín, á 8o 20' de latitud austral. Ves­
pucio se gloría de haber visto 3 Canopi, uno de ellos oscu­
ro, Canopo fosco, 2 Canopi risplendenti. El ingenioso au­
tor de las obras acerca de los nombres de las Estrellas j so­
bre la Cronología, Ideler, se esforzó en el esclarecimiento de
la confusa descripción hecha por Américo Vespucio en
su carta á Lorenzo Pierfrancesco de Medicis: resulta de
ella que Vespucio empleó la palabra Ganopus en un senti­
do tan indeterminado como el Suhel de los astrónomos ára­
bes. Ideler demuestra que el Canopo fosco nella via lattea,
no es otra cosa que la mancha negra ó el gran saco de Garlón
de la Cruz del Sud, j que la posicion asignada por Vespu"
ció á 3 estrellas resplandecientes, en las que se erejó reco­
nocer a,í j j de la pequeña H idra, hace m u j verosímil la
opinion de que el Canopo risplendente di notabile grandezza
es la Nubécula major, j el otro Canopo risplendente, la N u­
bécula minor(43). H a j motivo para admirarse de que Vespu-
ciono ha j a comparado esos nuevos fenómenos celestes á
nubes,como lo hicieron á primera vista todos los demás obser­
vadores. Podría presumirse que esta comparación debió ofre­
cerse irremisiblemente al espíritu. Pedro Mártir Anghiera,
que conocía personalmente á todos los grandes navegantes de
esta época, j cujas cartas están escritas bajo la impresión
m u j viva aun de sus narraciones, pinta de manera que no
deja lugar á duda el brillo dulce , pero desigual de las Nu-
beculse: « Assecuti sunt Portugalenses alteriuspoli gradum
quinquagesimum amplius, ubi punctum (Polum?) circu-
meuntes quasdam nubeciclasMcet intueri veluti in lactea via
sparsos fulgores per universi coeli globum intra ejus spatii
latitudinem (44).» El brillante renombre j la duración de la
circumnavegacion de Magallanes, que empezada en el mes
de agosto de 1519, no fué concluida hasta el mes de setiem­
bre de 1522, la larga estancia de un numeroso equipaje bajo
el.cielo austral, oscureció el recuerdo de todas las observacio­
nes anteriores, y el nombre de las Nubes de Magallanes se
estendió entre todas las naciones marítimas que pueblan
las costas del mar Mediterráneo.
He demostrado con un solo ejemplo, como el ensanche
del horizonte geográfico hácia las regiones del Sud, habia
abierto un nuevo campo á la astronomía de observación.
Cuatro objetos sobre todo, debieron escitar bajo este nuevo
cielo la curiosidad de los pilotos: la investigación de una
estrella polar austral; la forma de la Cruz del Sud, que ocu­
pa una posicion perpendicular cuando pasa por el meridia­
no del lugar donde está colocado el observador; los Sacos
de Carbón y las nubes luminosas que circulan alrededor del
polo. Leemos en el Arte de navegar de Pedro de Medina
(lib. V, cap. 11), que, publicado por primera vez el año
1845, fué traducido á muchas lenguas, que desde mediados
del siglo XVI, se usaban para la determinación de la lati­
tud, las alturas meridianas del Crucero. Despues de satis­
fecha la observación de esos fenómenos se creyó deber
apresurarse á medirlos. El primer cálculo acerca de la
posicion de las estrellas cercanas al polo antártico, fué hecho
por medio de las distancias angulares, tomadas á partir de
estrellas conocidas, cuyo sitio habia sido determinado por
Ticho, en las Tablas Rudolfinas. Pertenece este primer
trabajo, como ya he hecho notar (45), á Petrus Theodori
de Emden y al Holandés Federico Houtman, que navega­
ba por el mar déla India hácia el año de 1594. Los resulta­
dos de sus medidas hallaron l.ugar bien pronto en los catá­
logos de estrellas y en los globos celestes de Blaeuw
(1601), de Bayer (1603) y de Pablo Mérula (1605). Tales
son hasta Helley (1677) y hasta los grandes trabajos as­
tronómicos de losjesuitas Juan de Fontaney, Michaud y
Noel, los débiles principios que sirvieron de fundamen­
tos á la tipografía del cielo austral. Asi la historia de la
Astronomía y la historia de la Geografía, unidas entre sí
por estrechos lazos, nos traen á la memoria juntamente las
énocas memorables que, desde 250 años apenas, prepararon
el resultado de poder reproducir de una manera exacta y
completa la imágen cósmica del firmamento como también
los contornos de los continentes terrestres.
Las Nubes de Magallanes, de las cuales la mayor ocu­
pa 42 grados y la mas pequeña 10 grados cuadrados de la
bóveda celeste, producen á simple vista, y á su primer mo­
mento la misma impresión que producirían dos porciones
separadas y de igual magnitud de la Via láctea. En un ins­
tante de Luna despejada, la pequeña nube desaparece por
completo, la otra únicamente pierde parte aunque conside­
rable de su brillo. El dibujo que hizo de esas nubes Juan
Herschell es escelsnte y se conforma de un modo maravi­
lloso con los recuerdos mas vivos que conservo de mi estan­
cia en el Perú. A las laboriosas observaciones hechas en 1837
por este observador, en el Cabo de Buena Esperanza, debe
la Astronomía el primer análisis exacto de esa agregación
singular de los elementos mas diversos (46). Juan Hers­
chell ha reconocido allí gran número de estrellas aisladas,
en jambres de estrellas y grupos estelares de forma esfé­
rica, asi como también nebulosas regulares ó irregulares y
mas apretadas que lo están en la zona de Virgo y en la
cabellera de Berenice. La multiplicidad de esos elementos
no permite considerar las Nubéculas, según se ha hecho
con frecuencia, como nebulosas de una dimensión estraor-
dinaria, ni como partes separadas de la Via láctea. Los g ru ­
pos globulares y sobre todo las nebulosas ovales, están di­
seminadas con mucha claridad en la Via láctea, á escepcion
de una pequeña zona comprendida entre el Altar y la Cola
de Escorpion (47).
Las Nubes de Magallanes no están ligadas ni entre sí
ni con la Via láctea por ninguna nebulosidad perceptible.
Aparte de la proximidad del grupo estelar del Tucán (48),
la mas pequeña está colocada en una especie de desierto.
El espacio ocupado por la otra no se muestra tan completa­
mente desprovisto de estrellas. La estructura y la configu­
ración interior de la Nubécula major son complicadas de tal
manera, que se encuentran en ella, como en el número
2,878 del catálogo de Herscbell, masas que reproducen con
exactitu del estado de agregación y la forma de la nube en­
tera. La conjetura del sabio Horner respecto á que las nubes
de Magallanes babrian formado parte en otro tiempo, de la
Via láctea en donde le parece que aun puede reconocerse
todavía el lugar que ocupaban, es locura, como lo es otra
hipótesis según la cual esas nubes han cambiado de
posicion desde la época de Lacaille, y hecho un movi­
miento de avance. Habíase fijado desde luego su situación
de una manera inexacta á causa de la poca precisión de sus
contornos vistos á través de los telescopios de pequeña aber­
tura. Juan Herschell hace notar que sobre todos los globos
celestes y sobre todos los mapas siderales, la Nubécula mi-
nor no está en su lugar y que el error es próximamente de
una hora de ase. recta. Según él, la Nubécula minor se ha­
lla situada entre los meridianos de 0h 28' y l h 15', y entre
162° y 165 de distancia al polo Norte; la Nubécula major
entre 4h 40' y 6h 0' de ascensión recta, y entre 156° y 162°
de distancia al polo Norte. En la primera no ha determi­
nado en ascensión recta y en declinación menos de 919 ob­
jetos distintos, estrellas, nebulosas y conjuntos estelares;
y 244 en la segunda. Esos objetos deben estar distribuidos
como sigue: '
Nubec. maj. 582 estrellas, 291 nebulosas, 46 grupos estelares.
Nubee. m in. 200 — 37 — 7——

La inferioridad numérica de las nebulosas en la peque­


ña nube es sorprendente. Relativamente están con las ne­
bulosas de la gran nube en la relación de 1 á 8, mientras
que las estrellas aisladas se encuentran en la de 1 á 3. Esas
estrellas inscritas én los catálogos en número de cerca de 800;
son en su m ajor parte de 7.a j 8.a magnitud; algunas de
la 9.a j aun de la 10.a En medio de la gran nube existe una
nebulosa señalada j a por Lacaille (n.° 30 de la Dorada, Bo­
de; n.° 2,941 de Juan Herschell), j que no tiene igual en
toda la superficie del Cielo. Esta nebulosa ocupa apenas
Vsoo ^ area nu^e, J J u^n Herschell ha determi­
nado en este espacio la posicion de 105 estrellas de 14.a, de
15.a j de 16.a magnitud, projectada sobre un fondo nebu­
loso cujo brillo uniforme no se altera por nada, j que ha
resistido hasta aquí á los mas poderosos telescopios (49).
Cerca de las Nubes de Magallanes, pero á m ajor dis­
tancia del polo Sud, están situadas las manchas negras que
hácia fines del siglo XV j principios del XVI, llamaron
desde luego la atención de los pilotos portugueses j espa­
ñoles; probablemente comprendidas, como j a se ha -di­
cho, entre los tres Ganopi de que habla Vespucio en la
Relación de su tercer viaje. El primer indicio de estas man­
chas lo encuentro en la obra de Anghiera, de Relms océano
cis (Dec. 1, lib. 9, p. 20, b. ed. 1533): «Interrogati a me
nautse qui Vicentium Aguem Pinzonum fuerant comitati
(1449) an antarcticum viderint polum: stellam se nullam
huic arcticfe similem, qure discernicirca punctum (polum?)
possit, cognovisse inquiunt. Stellarum tamen aliam aiunt
se prospexisse faciem densamque quamdam ab horizonte
vaporosam caliginem, qure oculos fere obtenebraret.» La
palabra Stella está tomada aquí en el sentido general de
fenómeno celeste, j por otra parte, es posible que los mari­
neros interrogados por Anghiera no se espresaran bien cla­
ramente respecto de esta oscuridad (caligo) que parecía
herir de ceguedad. El Padre José Acosta de Medina del
Campo ha marcado en términos mas satisfactorios las man­
chas negras j la causa de tal fenómeno, en su Historia na~
tural de las Indias ^lib. 1, cap. 2.°), y 1as compara con rela­
ción á su forma y color, con la parte oscura del disco de la
Luna. «Del mismo modo, dice, que la Via láctea es mas
brillante porque está compuesta de una materia celeste mas
densa, de donde por esta razón irradia mas luz; así tam­
bién las manchas negras que no pueden verse en Europa
están desprovistas de luz, porque forman en el Cielo una
región vacía, es decir, compuesta de una materia muy su­
til y muy trasparente.» Un célebre astrónomo ha creído
reconocer en esta descripción las manchas solares (50); cosa
ciertamente que no es menos estraña, que ver en 1689, al
misionero Richaud tomar las manchas negras de Acosta por
las nubes luminosas de Magallanes (51).
Por otra parte, Richaud, como los primeros pilotos que
hicieron mención de esos objetos, habla de los Sacos de Gar­
lón (coal-bags) en plural. Cita dos; el mayor en la Cruz y
otro en Robur Caroli, que ciertos observadores han dividido
en dos manchas distintas.Feuillée, en los primeros años del
siglo XVIII, y Horner en 1804, en una carta dirigida
desde el Brasil á Olbers, representaron esas dos manchas
del Robur Caroli, como de una forma indecisa y de con­
tornos mal precisados. (52). Yo no pude durante mi estan­
cia en el Perú llegar á fijar mis dudas acerca de los Sa­
cos de carbón del Robur Caroli, y como me sentía incli­
nado á atribuir esa falta de éxito á la poca altura de la
constelación, quise ilustrarme respecto de este punto de
Juan Herschell y del director del observatorio de Hambur-
go, Rumker, que habian estado 4>ajo latitudes mucho mas
meridionales que yo. A pesar de sus esfuerzos no pudieron
determinar mejor la forma de los contornos ni la intensi­
dad luminosa de esas dos manchas. No lograron comparar
en este sentido los resultados obtenidos para los Sacos de
carbón de la Cruz. Juan Herschell cree que no pueden dis^
tinguirse muchos Sacos de carbón, á menos que se cousi-
deren como tales todas las manchas oscuras del Cielo que
no están delimitadas, como las que se encuentran entre
<* del Centauro de una parte, s y 7 del Triángulo de la
otra (53), entre n y o de Argos, y sobre todo en el hemis­
ferio boreal, en el sitio en donde la Via láctea deja un es­
pacio vacío entre «, « y 7 del Cisne (54).
La mancha negra de la Cruz del S u d , la mas sorpren­
dente y la primera que fué conocida, está colocada al Este
de la constelación, presenta la forma de una pera, y ocupa
8o en longitud y 5 en latitud. En ese vasto espacio se
halla una sola estrella perceptible á simple vista, de 6.a
á 7 .a magnitud, y unnúmero considerable de estrellas teles­
cópicas de 11.a, 12.a y 13.a magnitud. Un pequeño grupo
de 40 estrellas está situado próximamente en el centro (55).
Háse supuesto que la ausencia de las estrellas y el con­
traste formado por el brillo del Cielo en que se encuentran,
son las causas que hacen aparecer tan sombrío ese espacio:
esplicacion que ha prevalecido generalmente desde Lacai­
lle (56), y está confirmada especialmente por los afora­
mientos de estrellas (gauges and sweeps) que se han prac­
ticado al rededor de la región en donde la Via láctea pa­
rece cubierta de una nube negra. En el coal-bag, estas ope­
raciones, sin dar un vacío completo , {llank fields) , no
han dado mas de 7 á 9 estrellas telescópicas, mientras
que con anteojos se han descubierto en el mismo campo
120 estrellas y hasta 200 sobre los estremos. En tanto que
permanecí en el hemisferio austral, bajo la impresión de
esta bóveda celeste que tan poderosamente se habia apode­
rado de mí, el efecto del contraste no me pareció que daba
suficiente razón de ese fenómeno: indudablemente padecia
una equivocación. Las consideraciones de Guillermo Hers­
chell sobre los espacios completamente vacíos de estrellas
en Escorpion y en Ofiuco , llamados por él aberturas en
los cielos (openings in the Heavens), me indujeron á pen­
sar que en esas regiones las capas de estrellas superpuestas
pueden ser menos espesas ó interrumpidas del todo; que
las últimas escapan á nuestros instrumentos ópticos, y que
esas regiones vacías son verdaderos agujeros por los cuales
penetran nuestras miradas en los mas apartados espacios
del Universo. Ya en otra parte lie mencionado esas abertu­
ras (57), esas brechas de las capas siderales, y los efectos
de perspectiva que nos descubren han llegado á ser última­
mente objeto de serias consideraciones (58).
Las mas lejanas capas de astros, la distancia délas
nebulosas, todos los objetos que hemos reunido en este capí­
tulo, escitan la curiosidad del hombre y llenan su espíritu
de imágenes del tiempo y del espacio, que esceden á su
facultad de concebir. Por maravillosos que sean los perfec­
cionamientos logrados en los instrumentos de óptica, desde
hace 60 años próximamente, se han hecho al mismo tiempo
bastante familiares las dificultades que presenta su cons­
trucción para apreciar mas exactamente los progresos que
quedan por realizar, y no dejarse llevar de las esperanzas
fantásticas que tan sériamente preocuparon al ingenioso
Hooke (1663 á 1665) (59). Aquí, como siempre, la cir­
cunspección y la mesura conducen con mas seguridad al
objeto. Cada una de las generaciones humanas que se han
sucedido, tiene derecho para vanagloriarse de las grandes
y nobles conquistas á que ha llegado por la libre fuerza de
su inteligencia, y que atestiguan los progresos del arte. Sin
espresar en números exactos la fuerza con que penetran ya
los telescopios en el espacio; sin -conceder tampoco gran
confianza á esas cifras, la verdad es, que debemos á los ins­
trumentos de óptica el conocimiento de la velocidad de la
luz, y también sabemos por ellos que la que hiere nuestra
vista procedente de la superficie de los astros mas apartados,
es el mas antiguo testimonio sensible de la existencia de
la materia (60).
PARTE.
S IS T E M A S O L A R .

LOS PLANETAS Y SUS SATELITES, LOS COMETAS, LA LUZ


ZODIACAL Y LOS ASTEROIDES METEORICOS.

Abandonar, en la parte celeste de esta descripción del


Universo, el firmamento j las estrellas fijas, para volver á
bajar al sistema cujo centro es el Sol, es pasar de lo ge­
neral á lo particular, de un objeto inmenso á un objeto
relativamente pequeño. El dominio del Sol es el de una
sola estrella fija, entre los millones de estrellas fijas que
descubrimos por medio del telescopio en el firmamento: es
la estension limitada en la cual obedecen á la atracción di­
recta de un cuerpo central mundos m u j diferentes entre
sí; j j a sigan aislados su marcha solitaria, j a estén ro­
deados de cuerpos de la misma naturaleza, describen alre­
dedor de ese punto central órbitas de desigual magnitud.
Tratando de ordenar en la parte sideral de esta uranologia,
las principales clases de estrellas, tuve ocasion de señalar
entre las innumerables estrellas telescópicas, la clase de las
estrellas dobles, que forma por sí misma sistemas aislados,
binarios ó diferentemente compuestos; pero á pesar de la
analogía de las fuerzas que los dirigen, esos sistemas difie­
ren esencialmente de nuestro sistema solar. Yénse en ellos
estrellas dotadas de un brillo propio moverse alrededor de
un centro de gravedad común que no está ocupado por la
materia visible; en nuestro sistema, por el contrario, astros
oscuros circulan alrededor de un cuerpo luminoso ó para
hablar con mas exactitud, alrededor de un centro de gra-
TOMO II I . '17
vedad com.un colocado, j a en el interior, j a fuera del
cuerpo central. «La gran elipse que describe la Tierra al­
rededor del Sol, se refleja, por decirlo así, en otra pequeña
curva en un todo semejante, sobre la cual se mueve el cen­
tro del Sol, girando alrededor del centro de gravedad co­
mún del Sol j de la Tierra.» En cuanto á saber si los astros
planetarios, entre los cuales deben contarse los cometas in­
teriores j esteriores, son ó no capaces de producir en al­
gunas partes de su superficie, ademas de la luz que les en­
vía el cuerpo central, una luz que les sea propia, cuestión
es que no cabe todavía dentro de los límites de estas con­
sideraciones generales.
Hasta aquí no ba podido establecerse por pruebas di­
rectas la existencia de cuerpos planetarios oscuros, gravi­
tando alrededor de una estrella fija. La escasa intensidad
de la luz reflejada no nos permitiría distinguir tales plane­
tas, de los cuales, mucbo tiempo antes de Lambert, suponía
Keplero que debía ir acompañada cada estrella. Tomando
por distancia de la estrella mas próxima, a del Centauro,
226.000 rádios de la órbita terrestre, ó 7.523 veces la
distancia de Neptuno al Sol, un cometa de m u j grande
excursión, el de 1680, al cual se atribuje, según datos
m u j inciertos, en verdad, una revolución de 8.800 años,
apartado de nuestro Sol en 28 distancias de Neptuno, en su
afelio, la separación de la estrella « del Centauro será toda­
vía 270 veces mas grande que el rádio de nuestro sistema
solar, medido hasta el afelio de dicho cometa. Vemos la luz
reflejada de Neptuno á 30 rádios de la órbita terrestre. Aun
cuando en el porvenir, nuevos j mas poderosos telescopios
nos permitiesen reconocer otros tres planetas sucesivos,
basta la distancia de 100 rádios de la órbita terrestre,
tal distancia no llegaría á la 8.a parte de la que existe del
cometa á su afelio, al 1/ s 200 de aquella, á la cual necesi­
taríamos percibir la luz reflejada de un satélite girando
alrededor de « del Centauro (61). ¿Es, sin embargo, absolu­
tamente necesario admitir la existencia de satélites alrededor
de las estrellas fijas? Si atendemos los sistemas á inferio­
res que entran en nuestro gran sistema planetario, encon­
tramos al lado de las analogías que pueden ofrecer los pla­
netas rodeados de numerosos satélites, otros planetas como
Mercurio, Vénus, Marte que carecen de ellos. Haciendo,
pues, abstracción de lo que es simplemente posible, para li­
mitarnos á los beehos reales é indubitables, nos sentimos
vivamente penetrados de la idea de que el sistema solar,
sobre todo, con las complicaciones que los últimos tiempos
nos han revelado, ofrece la imágen mas rica de las relacio­
nes directas j de fácil conocimiento, que unen á gran nú -
mero de cuerpos celestes con uno solo de entre ellos.
Nuestro sistema planetario, en razón misma del espacio
tan limitado que ocupa, ofrece, para la seguridad y la evi­
dencia de los resultados que busca la astronomía matemá­
tica, ventajas incontestables sobre el conjunto del firmamen-
te. El estudio del mundo sideral, especialmente en lo que
concierne á los grupos estelares y las nebulosas,- como tam­
bién á la clasificación fotométrica de las estrellas, trabajo
por lo demas m u j poco seguro, pertenece en mucbo al do­
minio de la astronomía contemplativa. La parte mas exacta
j la mas brillante de la Astronomía, la que ba recibido en
nuestros dias m ajor incremento, es la que se refiere á la de­
terminación de las posiciones de las estrellas en ascensión
recta j en declinación. Trátese de estrellas aisladas ó dobles,
de grupos estelares ó de nebulosas, el movimiento propio de
las estrellas, los elementos de donde se deduce su para­
laje, la distribución de los mundos en el espacio, revelada
por los aforamientos telescópicos del Cielo, los períodos de
las estrellas de brillo cambiante ó la revolución lenta de las
estrellas dobles, son otros tantos objetos susceptibles de me­
dida con m ajor ó menor exactitud, aun cuando no dejen
de ofrecer dificultades estas operaciones. Otras h a j, al
contrario, que por su naturaleza escapan á toda especie de
cálculo; á este número pertenecen la posicion relativa j la
forma de las capas estelares ó de las nebulosas perforadas,
el orden general del Universo, j la acción violenta de las
fuerzas naturales en c u ja virtud aparecen ó desaparecen
las estrellas; fenómenos que nos afectan tanto mas profun­
damente, cuanto que tocan á las regiones vaporosas de la
imaginación j de la fantasía (62).
De intento nos abstenemos en las páginas siguientes, de
toda consideración respecto de las relaciones de nuestro sis­
tema solar con los sistemas de las otras estrellas fijas; j a no
volveremos sobre estas cuestiones de la subordinación j de
la dependencia de los sistemas, que se imponen á nuestra
inteligencia. No tenemos j a para qué preguntarnos si el
Sol, nuestro astro central no se halla también en el es­
tado de planeta en otro sistema mas vasto, j no quizás en
el estado de planeta principal, sino en el de satélite de un
planeta, como las lunas de Júpiter. Limitados á un domi­
nio mas íntimo, al dominio mismo del Sol, podemos felici­
tarnos de la ventaja de que casi todos los resultados de la
observación, escepto los que se refieren al aspecto de las
superficies, á la atmósfera gaseosa de los globos planetarios,
á la cola sencilla ó múltiple de los cometas, á la luz zodia­
cal ó á la aparición enigmática de las estrellas errantes,
pueden referirse á relaciones numéricas j se presentan como
consecuencias de hipótesis susceptibles de una demos­
tración rigorosa. Esta demostración no entra en el plan de
una descripción física del Universo: todo lo que aqui corres­
ponde, se reduce á recoger metódicamente los resulta­
dos numéricos; herencia que cada siglo trasmite aumen­
tada al siglo siguiente. Un cuadro que contenga la distan­
cia media que separa los planetas del Sol, la duración de su
revolución sideral, la escentricidad de su órbita, la inclina-
cion de esas órbitas sobre la eclíptica, el diámetro, la masa
ó la densidad, puede ofrecer b o j bajo un espacio bien pe­
queño el estado de las conquistas intelectuales que son
un título honroso de nuestra época. Trasladémonos por un
instante á la antigüedad: j representémonos al maestro de
Platón , el pitagórico Filolao, Aristarco de Samos ó bien
Hiparco, en posesion de esta hoja de cifras ó de una descrip­
ción gráfica de las órbitas de todos los planetas, tales
como se hallan en nuestras obras elementales: seria im­
posible comparar el asombro j la admiración de esos
hombres, héroes de los albores de la ciencia, si no es
con la sorpresa que esperimentarian Eratóstenes, Estra-
bon , Claudio Tolomeo, si se les presentara uno de nues­
tros mapa-mundi levantados sobre un mapa de algunas
pulgadas cuadradas, según las projecciones de Mer-
cator.
Los cometas obligados á volver sobre sí mismos por la
atracción central, describiendo una elipse cerrada, marcan
el límite del dominio solar. Pero como no puede asegurarse
que no se manifieste algún dia otro cometa cu jo eje m ajor
esceda en longitud á los de los cometas conocidos hasta b o j
dia j cujos elementos han sido calculados, las distancias
de los afelios de esos cometas nos dá un solo límite inferior
del espacio subordinado al Sol. Asi el dominio solar está
caracterizado por los efectos visibles j mensurables de las
fuerzas centrales que emanan del Sol, j por los cuerpos
planetarios que describen órbitas cerradas á su alrededor sin
poder romper los lazos que á él los unen. La atracción que
ejerce este astro sobre otras estrellas fijas ó soles en espacios
mas estensos mas allá de las órbitas de esos cuerpos celestes,
no debe entrar en el género de consideraciones de que aqui
nos ocupamos.
Según el estado de nuestros conocimientos, á fines de la
primera mitad del siglo XIX (1851), el sistema solar com­
prende los elementos siguientes, colocando los planetas se­
gún la distancia que los separa del cuerpo central.
l.° 2 2 planetas principales: M e rc u rio , V e n u s, L a
T i e r r a , M a r t e ; F lora, Victoria, Vesta, Iris. Métis,
H elé, Parténope, Egeria, Astrea, Irene, Juno, Geres,
/¿s, Higia ; J ú p ite r , S a tu r n o , U ra n o , N ep tu n o .
De esos 22 planetas, únicamente se conocían 6 el 17 de
marzo de 1781. Hemos distinguido por caractéres tipográ­
ficos diferentes, los 8 grandes planetas de los 14 pequeños,
llamados también alguna vez asteróides, cujas órbitas en­
trelazadas, están comprendidas entre Marte j Júpiter.
_ 2.° 21 satélites: 1 para la Tierra, 4 para Júpiter, 8 para
Saturno, 6 para Urano j 2 para Neptuno.
3.° 197 cometas, cu j a órbita está calculada. Entre esos
cometas, 6 son interiores, es decir, que su afelio está de la
parte de acá de la órbita planetaria mas alejada que es la
de Neptuno.
Probablemente el sistema solar contiene también la luz
zodiacal, que se estiende mucho mas allá de la órbita de Vé-
nus j llega quizás á la de Marte.
Numerosos observadores opinan que deben añadirse á
esta clasificación, los enjamlres de asteroides meteóricos que
cortan la órbita de la Tierra, sobre todo, en puntos determi­
nados.
Los acontecimientos últimos que merecen ser citados en
la historia de los descubrimientos planetarios son: el descu­
brimiento de Urano, primer planeta encontrado mas allá de
la elipse de Saturno, que fué señalado en Bath el 13 de mar­
zo de 1781 por Herschell; el de Ceres, primero de los peque­
ños planetas, observado por Piazzi en Palermo, el 1.° de ene­
ro de 1801; el conocimiento del primer cometa interior, por
Encke en Gotha el mes de agosto de 1819; j por últi­
mo, el anuncio de la existencia de N eptuno, demostrada
por medio del cálculo de las perturbaciones planetarias por
Le Verrier, en París en el mes de agosto de 1846, j com­
probada por Galle el 23 de setiembre de 1846 en Berlin.
Esos considerables descubrimientos no solo dieron por re­
sultado el de estender y enriquecer grandemente nuestro
sistema solar, sino que cada uno de ellos, fué el principio
de infinito número de nuevos descubrimientos: á ellos se
debe el conocimiento de otros 5 cometas interiores señala­
dos por Biela, F a je , de Vico, Brorsen j d’Arrest, desde
1826 á 1851; j el de 13 pequeños planetas, de los cuales
3 (Palas, Juno j Vesta) fueron encontrados desde 1801 á
1807, j los otros 9 observados sucesivamente, despues de
38 años de interrupción, por Encke, H ind, Grabam y de
Gasparis. A partir del descubrimiento de Astrea, debido á
las observaciones felices j á las hábiles combinaciones de
Encke, es decir, desde el 8 de diciembre de 1845 hasta la
mitad del año 1851, el mundo de los cometas ha sido objeto
de observaciones tan detenidas, que se ha llegado en los
últimos 11 años á calcular las órbitas de 33 nuevos come­
tas, que esto es próximamente, todo lo que habia podido
hacerse en 40 años, desde principios del siglo XIX.
EL SOL

CONSIDERADO COMO CUERPO CENTRAL.

La antorcha (Lucerna Mundi), como la llama Copérnico


(63), que reina en el centro del mundo, es el corazon del
Universo, según la espresion de Théon de Smirna, y todo lo
vivifica por sus latidos (64); es fuente de la luz y del calor
radiante, y con respecto á la Tierra, el principio de gran
número de fenómenos electro-magnéticos. A este centro de-
he, sobre todo, referirse la actividad vital de los seres orga­
nizados que pueblan nuestro planeta, y particularmente la
de los vegetales. Para dar una idea mas general de las accio­
nes esteriores por que se manifiesta el poder del Sol, pueden
reducirse á dos causas principales los cambios que produce
en la superficie ,del globo. De una parte , obra por la
atracción inherente á su masa, como en el flujo y reflujo del
Océano, fenómeno para el cual conviene, sin embargo, reser­
var el resultado parcial, debido á la fuerza atractiva de la
Luna; de la otra, por las ondulaciones ó vibraciones trans­
versales del éter, principios del calor y de la luz, que, entre
otros fenómenos, determinan, evaporizando las aguas en los
mares, lagos y rios, la mezcla fertilizadora de las capas lí­
quidas y gaseosas de que está envuelto nuestro planeta. En
la influencia del Sol lia de buscarse también el origen de las
corrientes aéreas producidas por diferencias de temperatu­
ra, j el de las corrientes pelágicas, debidas á la misma cau­
sa, j que no han cesado desde hace mucbos miles de años,
aunque' b o j en menor grado, de acumular ó de arrastrar
capas sedimentarias j cambiar asi la constitución superfi­
cial del suelo sumergido. El Sol dá vida además j sostiene
la actividad electro-magnética de la costra terrestre j la del
oxígeno contenido en el aire. Ya, en fin, se manifiesta tran­
quilamente j en silencio por afinidades químicas, j deter­
mina los diferentes fenómenos de la vida: entre los vejeta-
les en la endósmosis de las paredes celulares: en los anima­
les, en el tejido de las fibras musculares ó nerviosas: j a hace
estallar en la atmósfera, la tormenta, los huracanes j las
trombas de agua.
Hemos tratado de determinar aquí el cuadro de las in­
fluencias solares, á escepcion de las que obran sobre el eje
del globo ó sobre su órbita. Esponiendo el lazo que une en­
tre sí dos grandes fenómenos c u ja relación apenas se sospe­
charía á primera vista, nos hemos propuesto hacer resaltar
el hecho verdadero de que en un libro que se ocúpe del Cos­
mos, es perfectamente legítimo representar la naturaleza fí­
sica como un cuerpo animado, viviente en virtud de fuerzas
interiores que frecuentemente se equilibran. Sin embargo,
las ondas luminosas no obran solamente sobre el mundo de
los cuerpos, ni se limitan á descomponer j á recomponer
las sustancias: no tienen por único objeto el de sacar fuera
del seno de la tierra* los gérmenes delicados de las plantas,
desarrollar en las hojas la materia verde ó clorofila, teñir
las flores odoríferas, ó repetir mil j mil veces la imágen del
Sol al gracioso batir de lap olas, j sobre los lijeros tallos de
la pradera ligeramente encorvados por el soplo del viento:
la luz del Cielo, según los diferentes grados de su duración
j de su brillo, está también en relaciones misteriosas con
el interior del hombre, con la escitacion mas ó menos viva
de sus facultades, con la disposición alegre ó melancólica
de su espíritu. Asi lo espresa Plinio el Viejo en estas pa­
labras (lib. 11, cap. 6): «Coeli tristitiam discutit Sol, et
humani nubila animi serenat.»
En la descripción de los planetas, colocaré los datos nu­
méricos antes de los detalles que me sea posible procurar
sobre su constitución física, á escepcion de la Tierra, que
reservo para mas tarde. El orden adoptado para esos nú­
meros será casi el mismo que siguió Hanseu, en su escelente
Disertación sobre el sistema solar ( Uebersíckt des Sonnen-
systems), con cambios y adiciones sin embargo, puesto
que desde 1837, época en que escribía aquel autor, se han
descubierto once planetas y tres satélites (65).
La distancia media del centro del Sol á la Tierra es,
según la corrección adicional de Encke para el paralaje del
Sol, que puede verse en las Memorias de la Academia de
Berlin (1835, p. 309), de 20.682,000 millas geográficas,
de 15 al grado del Ecuador terrestre, valiendo cada una de
estas millas exactamente, según las investigaciones he­
chas por Bessel, sobre diez medidas de grado, 3807l ,23 ó
7420m,43 (Cosmos, t. i, p. 389, n. 30).
La luz, según las observaciones de Struve acerca de la
constante de la aberración, emplea para llegar del Sol á la
Tierra, suponiendo el planeta á una distancia media del
cuerpo central, es decir, para recorrer el semi-diámetro de
la órbita terrestre, 8/17",78 ( Cosmos, t. m , p. 72), de
donde se sigue que la posicion verdadera del Sol es de
20",445 antes de su posicion aparente.
El diámetro aparente del Sol, á una distancia media de
la Tierra, es de 32'1",8,- por consiguiente, no escede mas
que en 54",8 al de la Luna, vista igualmente á una distan­
cia media. En el perihelio, es decir, en el momento del in­
vierno en que la Tierra está mas cerca del Sol, el diáme­
tro aparente de este astro aumenta hasta 32'34",6j en el
afelio, en verano, cuando estamos, por el contrario, lo mas
lejos posible del Sol, ese diámetro es solo de 31/30", 1.
El verdadero diámetro del Sol es de 192.700 millas
geográficas, ó 146,600 miriámetros, es decir, que es mas
de 112 veces m ajor que el diámetro de la Tierra.
La masa del Sol, según los cálculos de Encke sobre la
fórmula que ha dado Sabino del péndulo, es igual á 359,551
veces la masa de la Tierra, ó á 355,499 veces las masas
reunidas de la Tierra j de la Luna (4.a Memoria acerca del
cometa de Pons, en la coleccion de las Memorias de la Aca­
demia de Berlín, 1842, p. 5). Resulta, de aqui que la den­
sidad delSol es próximamente í/ l>ó mas exactamente 0,252
de lade la Tierra.
El volumen del Sol es 600 veces m ajor, j su masa, se­
gún Galle, es 738 veces m ajor que el volumen j la masa
de todos los planetas reunidos. Para dar una imagen sensi­
ble de la magnitud del globo solar, háse notado que si se
representa ese globo hueco j la Tierra colocada en el cen­
tro, quedaría aun espacio para la órbita lunar, suponiendo
el radio de esta órbita prolongado mas de 40,000 millas
geográficas.
El Sol gira alrededor de su eje en 25 días y 1/o . El
ecuador está inclinado sobre la eclíptica 7o i/ 2. Según las
exactísimas observaciones de Laugier { Memorias de la Aca­
demia des Ciencias, t. xv, 1842, p. 941). la duración de
la rotacion es de 2od 8 h 91, y la inclinación del ecuador
de 7o 9'. ^
Las conjeturas á que ha llegado poco á poco la as­
tronomía moderna respecto á la constitución física de la su­
perficie del Sol, descansan sobre la observación atenta y
prolongada de las alteraciones que se verifican en su disco
luminoso. La manera como se siguen j ligan entre sí esas
modificaciones, tales como el nacimiento de las manchas,
el cambio relativo de los núcleos negros j del borde ceni­
ciento ó penumbra, ba dado origen á la opinion de que
el cuerpo del Sol mismo es casi enteramente oscuro,
pero rodeado á gran distancia de una atmósfera luminosa;
que corrientes ascendentes forman en esta atmósfera
aberturas de bordes dilatados, j que el centro negro de
las manchas no es otra cosa que una porcion del cuerpo
oscuro del Sol, visto á través de esas aberturas. Para
que esta hipótesis, que indicamos aquí ligeramente j de una
manera general, pueda dar razón de todas las particularida-
dades que se producen en la superficie del Sol, admítese
alrededor de ese globo oscuro la existencia de tres envuel­
tas diferentes : ante todo, una primera envuelta interior,
de materia vaporosa j semejante á nubes; despues una
envuelta luminosa ó fotosfera, cubierta á su vez , como
parece que sucedió en el eclipse total de 8 de Julio de 1842,
de otra atmósfera exterior, en la cual flotan nubes (66).
Sucede algunas veces que presentimientos favorables ó
entretenimientos de la imaginación contienen, mucho tiem­
po antes de toda observación real, el gérmen de opiniones
verdaderas. La antigüedad griega abunda mucho en seme­
jantes delirios, que han llegado á realizarse despues. Asi
también, en el siglo XV, encontramos j a claramente espre­
sado en los escritos del cardenal Nicolás de Cusa, en el li­
bro Ií del tratado de Docta Ijnorantia, la conjetura de que
el cuerpo del Sol es en sí mismo un núcleo térreo, rodeado
de una ligera envueltaformadapor una esfera luminosa; que
en el medio, es decir, probablemente entre el globo oscuro
j la atmósfera brillante, h a j un aire transparente mezclado
de nubes húmedas j semejantes á nuestra atmósfera. Ana­
dia que lapropiedad de irradiar la luz que reviste la Tierra
de vegetales, no pertenece al núcleo terreo del Sol, sino á
la esfera luminosa que le envuelve. Esta consideración que
no se ha fijado bastante hasta b o j en la historia de la Astro­
nomía, ofrece gran semejanza con las ideas que dominan
en la actualidad (67).
Como j a lie dicho al ocuparme de las fases principales
en que se divide la historia de la Contemplación del Mundo
(68), las manchas del Sol no fueron reconocidas nipor Ga-
lileo, ni por Scheiner, ni por Harriot, sino por JuanFabri-
cio, de la Frisia oriental, que fué quien primero las observó
é hizo imprimir su descripción. Juan Fabricio,lo mismo que
Galileo, sabia j a que esas manchas pertenecen al mismo glo­
bo solar: puede asegurarse esto lejendo la carta de Galileo al
príncipe Cesi, fechada en 25 de Majo de 1612. Sin embargo,
diez años despues, Juan Tarde, canónigo de Sarlat, j diez
años mas tarde aun, un jesuíta belga, pretendieron casi al
mismo tiempo que las manchas eran producidas por el paso
de pequeños planetas, llamados por el primero Sidera Bor-
lonia, j Sidera Austríaca por el segundo (69). Scheiner
fué quien empleó primero para observar el Sol, los cristales
preservativos verdes ó azules, propuestos 70 años antes en
el Astronomicum Coesareim :por Apiano, llamado también
Bienewitz, j de los que se servían los pilotos holandeses
hacia mucho tiempo ("70). La falta de uno de esos cristales
contribu jó en gran parte á que Galileo perdiera la vista.
A Domingo Cassini se debe el testimonio mas exacto
acerca de la necesidad de representarse el globo solar como
un cuerpo oscuro, rodeado de una fotosfera (70 bis). Esta
conclusión, apojada en observaciones positivas, data pró~
ximamente del año 1671; es decir, que es posterior en se­
senta años al descubrimiento de las manchas solares. Según
Domingo Cassini, la superficie visible del Sol es «un océa­
no de luz que envuelve el núcleo sólido j oscuro del Sol;
prodúcense en esta esfera luminosa grandes movimientos j
como ebulliciones, j de tiempo en tiempo, nos dejan ver los
vértices de las montañas de que está erizado el Sol; núcleos
negros que se distinguen en el centro de las manchas.»
Las penumbras cenicientas que festonan esos núcleos no
tienen todavía esplicacion.
Una observación ingeniosa llevada á efecto frecuente­
mente desde que el astrónomo de Glasgow, Alejandro Wil-
son, la bizo sobre una gran mancha solar el 22 de Noviembre
de 1769, le llevó á esplicar la naturaleza de las penumbras.
Wilson notó que á medida que una mancha se aproxima
al borde del Sol, la penumbra mas aproximada al centro
del astro disminuye mas y mas en magnitud relativamente
á la penumbra opuesta. De aquí dedujo Wilson con gran
juicio, en 1774, que el centro de la mancha, es decir, la
porcion de globo solar visible por el embudo abierto en
la envuelta luminosa, está situado en un plano mas lejano
que la penumbra, y que la penumbra está formada por los
taludes de la escavacion (70 ter). Esta esplicacion, sin em­
bargo , no satisfacía el problema de saber porque la
penumbra es mas brillante cerca del núcleo.
Un astrónomo de Berlin, Bode, que ignoraba la Memo­
ria de Wilson, en su libro sobre la naturaleza del Sol y so­
bre el origen de las manchas ( Gedanken ueler die N atur
der SoniiG wid die Entstelnmj ihrer Flechen) ha desarrolla­
do ideas m u j semejantes con la claridad que le hacia apto
para popularizar la ciencia. Además ha facilitado la espli­
cacion de las penumbras, admitiendo, casi como en la hi­
pótesis del cardenal Nicolás de Gusa, una capa nebulosa co­
locada entre la fotosfera y el globo oscuro del Sol. Esta
suposición de dos capas distintas da márgen á las siguien­
tes deducciones: Si una abertura se forma, lo que acon­
tece rara vez, en la fotosfera sola, sin prolongarse á
la capa de vapores colocada debajo é iluminada imper­
fectamente por la atmósfera luminosa, esta capa inte-
.rior envia al habitante de la Tierra un resplandor pálido,
y se ve una penumbra gris, una m ancha,-pero no
núcleo. Si, por el contrario, bajo la influencia de los fenó •
menos meteorológicos que se agitan violentamente en la
superficie del Sol, penetra la abertura á través de la en­
vuelta de luz j la envuelta de nubes, se destaca en medio
de la penumbra cenicienta un núcleo «que parece mas ó
menos sombrío, según que esta abertura corresponda, sobre
el globo solar, á tierras de roca ó arenosas, ó bien á ma­
res (71).» El espacio gris que rodea el núcleo es como en
la hipótesis precedente, una porcion de la superficie este-
rior de la región
O nebulosa:' kvJ como á causa de la forma di­
latada de la escavacion, la abertura es menor en esta capa
que en la fotósfera, la dirección de los ra vos que, partiendo
de los bordes de la abertura biere la vista del observador,
esplica la diferencia que Wilson notó primero en la an­
chura de la penumbra á los dos lados opuestos, diferencia
que aumenta á medida que se aleja la mancha del disco so­
lar. Cuando se estiende la penumbra sobre toda la mancha,
j hace desaparecer el núcleo, como observó Laugier m u­
chas veces, consiste esto en que no la fotósfera, sino la capa
inferior de nieblas se ha cerrado.
Una mancha perceptible á simple vista que apareció en
la superficie del Sol en 1779, reclamó felizmente para el
asunto que nos ocupa las facultades de observación y de in ­
vención que distinguían de igual manera á G. Herschell.
Poseemos los resultados del gran trabajo, á que se entregó
en la coleccion de las Philosojúical Transaciions (1795 y
1801); allí examinó en detalle los casos mas particulares, se­
gún una nomenclatura m u j exacta que estableció él mis­
mo. Como de costumbre, aquel grande hombre siguió su
propio camino; solo una vez habló de Alejandro Wilson. El
conjunto de sus miras es idéntico al de las de Bode; la consr
truccion, merced á la cual esplica el aspecto del núcleo j
de la penumbra (Philosophical Tmnsactions, 1801, p. 270
j 318, c. XVIII, fig. 2). está fundada sóbrela hipótesis
del rompimiento de las dos envueltas. Pero, entre la capa
de nieblas j el globo oscuro del Sol, coloca una atmósfera,
clara j transparente (p. 302), en la cual nubes oscuras, ó
no brillando cuando menos sino con luz reflejada, están sus­
pendidas á una altura de 50 ó 60 miriámetros. A decir
verdad, Herschell parece estar dispuesto á no considerar
tampoco la fotósfera sino como una capa de nubes lumino­
sas, independientes entre sí y ofreciendo superficies m u j
desiguales. Parécele que un fluido elástico de natu­
raleza desconocida se eleva de la corteza ó de la superficie
del globo oscuro, j produce en las regiones superiores, si
obra débilmente, un picado negro sobre un fondo luminoso;
si, por el contrario, se desencadena con violencia, anchas
aberturas que dejan ver núcleos rodeados de penumbras.
Rara vez redondeados j ofreciendo casi siempre líneas
quebradas j ángulos reentrantes, los núcleos oscuros están
frecuentemente rodeados de penumbras que repiten la mis­
ma figura sobre majores dimensiones. No se observa tran­
sición alguna de brillo entre el núcleo j la penumbra ó en­
tre la penumbra que alguna vez es filiforme, j l a fotósfera.
Capocci, lo mismo que otro observador m u j diligente, Pas-
torff, han dibujado con mucha exactitud las formas angulosas
de las manchas (Schumacher cs Astronomische Nachrich-
ten, n.° 115, p. 316: n.° 133, p. 291, j n.° 144, p. 471).
G. Herschell j Schwabe vieron los núcleos atravesados por
venas, brillantes, ó por especies de puentes luminosos (lumi-
nous bridges). Esos fenómenos de naturaleza nebulosa
provienen de la seg’unda capa, que dá nacimiento á las pe­
numbras. Según e-1astrónomo de Slough, esos aspectos sin­
gulares, debidos probablemente á corrientes ascendentes,
la formación tumultuosa de las manchas, fáculas, surcos, j
crestas, producidas por las ondas luminosas, indicarian un
desprendimiento enorme de luz; j por el contrario, «la au­
sencia de manchas j de los fenómenos que las acompañan,
baria suponer una disminución en la combustión, j por
consiguiente una influencia menos poderosa j menos salu­
dable sobre la temperatura de-nuestro planeta y el desar­
rollo de nuestra vegetación.» Esas hipótesis indujeron á
Herscbell á estudiar el precio del grano y la naturaleza de
las recolecciones, en los años en que se no.tó la ausencia de
manchas en el Sol: desde 1676 á 1684 (según los datos de
Flamsteed), de 1686 á 1688 (según los de Domingo Cassi-
ni), de 1695 á 1700 j de 1795 á 1800. Desgraciadamente
faltarán siempre elementos numéricos únicos que podrian
llevar á una solucion siquiera fuese dudosa de semejante
problema; no solamente, como observa el mismo Herschell
con su habitual prudencia, porque el curso de los cereales
en una parte de Europa no diera la medida de la vegeta­
ción sobre todo el continente, sino principalmente porque
aun cuando el descenso de la temperatura media se hiciera
sensible durante un año entero en toda Europa, no puede
en manera alguna deducirse de aquí que en el mismo espa­
cio de tiempo, el cuerpo terrestre ha recibido del Sol una
cantidad menor de calor. Resulta de las investigaciones
de Dove acerca de las variaciones no periódicas de la tem­
peratura, que existe siempre contraste entre las condiciones
climatológicas de regiones situadas casi bajo las mismas
latitudes, de los dos lados del Atlántico. Esta oposicion pare­
ce producirse regularmente entre nuestro continente y la
parte media de la América del Norte. Cuando sufrimos
nosotros un invierno rigoroso es allí m u j dulce j recípro­
camente. En razón de la influencia incontestable que la
cantidad media del calor estival ejerce sobre el ciclo de ve­
getación j por consiguiente sobre la abundancia de cereales,
esas compensaciones en la distribución del calor tienen las
mas fayorables consecuencias para los pueblos entre los
cuales establece el mar comunicaciones rápidas.
G. Herschell atribuía á la actividad del cuerpo cen­
tral, manifestada por los fenómenos de los cuales las man-
TOMO 111. 18
chas solares son consecuencia, un aumento de calor sobre
la tierra. Cerca de dos siglos y medio antes, Bautista Balia-
ni en una carta á Galileo, habia por el contrario conside­
rado las manchas como causas de enfriamiento (72). Esta
es también la conclusión á que parecía concurrir la ten­
tativa que hizo en Ginebra el sabio astrónomo Gautier, com­
parando cuatro períodos, notables por el gran número ó la
rareza de las manchas solares (de 1827 á 1848), con la tem­
peratura media de 33 estaciones europeas y de 27 estacio­
nes americanas bajo latitudes semejantes (72 bis). Esta
comparación hace surgir de nuevo por diferencias posi­
tivas ó negativas, los contrastes que presentan las esta­
ciones en los lados opuestos al Atlántico. En cuanto á la
influencia refrigerante de las manchas solares, los resul­
tados definitivos de aproximación intentados por Gautier,
darian escasamente 0o 42 centígr., fracción que por otra
parte, puede muy bien ser atribuida, en razón á su poca
importancia, á errores de observación ó á la dirección de
los vientos.
Queda por hablar de una tercera envuelta del Sol, de
que se ha hecho mención antes. Es la mas esterior de to­
das y recubre la fotósfera; es nebulosa é imperfectamente
transparente. Apercibiéronse apariencias estraordinarias,
de color rojo y semejando montañas ó llamas, durante el
eclipse total de 8 de julio de 1842, sino por vez primera,
cuando menos de una manera mucho mas clara; observa­
ción que fue hecha simultáneamente por muchos de los ob­
servadores mas esperimentados. Esto es lo que ha lleva­
do á reconocer la existencia de dicha tercera envuelta. Se­
gún una discusión muy profunda de todas las observacio­
nes, Arago ha enumerado, con rara sagacidad en una Me­
moria especial (73) los motivos que hacen necesaria esta
hipótesis. Ha hecho ver al mismo tiempo que desde 1706
hánse descrito ocho veces, en eclipses de Sol ó totales ó anu-
jares, eminencias marginales rojizas, semejantes á las de
1842 (74).
El 8 de julio de 1842, cuando el disco de la Luna, ma­
jo r en apariencia que el del Sol, lo hubo cubierto comple­
tamente, no solo se vió rodear á laLuna una luz blanquecina
en forma de aureola ó de corona luminosa (74 bis); viéron-
se además dos ó tres protuberancias que parecían arraiga­
das en los bordes, j que entre los astrónomos que las ob­
servaron, unos las comparaban á montañas rojizas j angu­
losas, otros á masas de hielos teñidos de rojo, j otros también
á lenguas de llamas inmóviles. A pesar de la gran diversi­
dad de anteojos que usaron Arago, Laugier j Mauvais, en
Perpignan; Petit, en Montpellier; j A irj, en las alturas de la
Superga, cerca de Turin; Schumacher, en Yiena, jm uchos
otros astrónomos, estaban conformes completamente respec­
to de los rasgos principales que presentaba el conjunto del
fenómeno. Las protuberancias no fueron visibles simultá­
neamente en todos los puntos; en algunos sitios se las pudo
observar aun á simple vista. El ángulo sub-tendido por su
altura fué estimado diferentemente. La apreciación mas
cierta parece ser la de Petit, director del Observatorio de
'Tolosa, j es de 1' 45"; lo que, en el caso de que dichas apa­
riencias fuesen realmente montañas, les daria una eleva­
ción de mas de7,000 miriámetros, casi siete veces el diámetro
de la Tierra que está contenido 112 veces en el del Sol. La
suma.de todos los fenómenos observados ha llevado á conje­
turar con muchos grados de verosimilitud que estas apa­
riencias rojas son ondulaciones de.laiercera atmósfera, ma­
sas nebulosas iluminadas j dotadas de color por la fotósfe­
ra (75). Al desarrollar Arago esta idea, espresa la conjeturade
que el azul oscuro del Cielo, que jo mismo he tenido oca-
sion de medir sobre los mas altos vértices de las Cordi­
lleras, con instrumentos b o j todavía m u j imperfectos, po­
dría suministrar un medio fácil de observar las nubes
en forma de montañas de la tercera envuelta solar. (76).
Lo que sorprende en primer lugar, cuando se trata de
determinar en qué zona del Sol se presentan habitual­
mente las manchas, es que son m u j raras hácia el ecuador
solar, entre los 3o de latitud boreal j 3o de latitud austral,
j que faltan completamente en las regiones polares. Solo
en dos épocas del año, el 8 de junio j el 9 de diciembre, las
manchas no describen curvas cóncavas ó convexas, sino que
trazan líneas rectas paralelas entre sí, j al ecuador. La zo­
na en donde las manchas son mas frecuentes está compren­
dida entre 11 j 15° de latitud Norte. En general puede
afirmarse que se encuentran en m ajor número en el he­
misferio septentrional, j , como dice Soemmering, que
se prolongan mas lejos apartándose del ecuador hácia el
Norte que hácia el Sud. ( Outlines, § 393, Viaje al Calo,
p. 433). Galileo habia j a indicado 29° como límite estre­
mo en ambos hemisferios. Juan Herschell llevó este límite
á 35°; esto mismo hizo Schwabe (Schumacher 's Astron.
Naclir., n.° 473). Laugier vió algunas manchas aisladas
bajo 41°. (Memorias, t. XV, p. 944), j Schwabe hasta
bajo 50° de latitud. Una mancha descrita por La Hire
bajo los 70° de latitud Norte, puede ser considerada como
uno de los casos mas estraordinarios.
La distribución de las manchas en el disco del Sol, tal
como acabamos de indicarla, su rareza bajo el ecuador j
en las regiones polares, su disposi'cion paralela al ecuador,
indujeron á Juan Herschell á suponer que los obstáculos
que la tercera envuelta esterior puede .en ciertos sitios opo­
ner á la emisión del calor, dan por resultado en la atmósfe­
ra del Sol, corrientes dirigidas del polo hácia el ecuador,
corrientes análogas á las que, causadas en la Tierra por la
velocidad de la rotacion, diferente bajo cada paralelo, pro­
ducen los vientos alíseos j las calmas que reinan especial­
mente en los puntos próximos al ecuador. Preséntanse al­
gunas manchas tan permanentes que se las vé reapare­
cer seis meses enteros, como sucedió con la gran mancha
de 1779. Schwabe encontró en 1840 un mismo grupo ocho
veces seguidas. Midiendo con exactitud un núcleo oscuro
representado en la obra de Herschell, de la cual he tomado
muchas cosas, el Viaje al Calo, se puede asegurar, que es
de tal magnitud que lanzado el globo terrestre á través
de la abertura de la fotósfera, todavía hubiera dejado á
uno j otro lado un espacio de mas de 170 miriámetros.
Soemmering hace notar que h a j en el Sol ciertos meridia­
nos en los cuales, durante largos años, no vió aparecer
mancha alguna (Thilo, de ¡Solis maculis a Scemmeringio ol-
servatis, 1828, p. 22). Los resultados tan distintos halla­
dos para la duración de la rotacion del Sol no deben ser
atribuidos solamente á la inexactitud de las observaciones:
«sas diferencias proceden de la propiedad que tienen cier­
tas manchas de cambiar de lugar sobre la superficie del
Sol. Laugier ha consagrado á este objeto investigaciones
especiales, j observado manchas que tomadas aisladamen­
te darían para la rotacion una duración unas veces de 24l1,
28, otras de 26d, 46. El único procedimiento propio para
dar á conocer la duración de la rotacion solar, es pues, to­
mar el término medio entre un gran número de manchas
que, por la permanencia de su forma j la distancia que
las separa de otras manchas visibles al mismo tiempo, son
una garantía contra las probabilidades de error.
Aunque se distingan con claridad á simple vista man­
chas sobre la superficie del Sol, con mas frecuencia de lo
que generalmente se cree, siempre que las observaciones
se dirijan en ese sentido, apenas si, desde principios del si­
glo IX á primeros del XVII, puede encontrarse la indica­
ción de dos ó tres fenómenos dignos de ser estimados como
verdaderos. Tales son, la pretendida estación que, según
los Anales de los re je s francos atribuidos en un principio á
un astrónomo benedictino, despues á Eginhard, bizo Mer­
curio durante ocbo dias sobre el disco del Sol, en 807; el
paso de Vénus por el Sol en 91 dias, bajo el reinado del ca­
lifa Al-Motassem en el año 840, j los signa in Solé obser­
vados en 1096, según el ¡Staindelii CJironicon.\& cita que
bacen algunos historiadores de los oscurecimientos ocur­
ridos en el Sol, ó hablando con mas exactitud, de una
disminución mas ó menos grande de la luz solar, me ha lle­
vado despues de un gran número de años á hacer investi­
gaciones especiales acerca de la naturaleza meteorológica
j quizá cósmica de esos fenómenos (77). Como las grandes
acumulaciones de manchas, sirva de ejemplo, la que ob­
servó Hevelio el 20 de julio de 1643 j que cubrió un
tercio del Sol, van siempre acompañadas de multitud de
fáculas, he llegado á atribuir á los núcleos oscuros esos
momentos de sombra durante los cuales son invisibles las
estrellas por algún tiempo, como en los eclipses totales.
Un cálculo de Dusejour indica que un eclipse total no
puede durar en un punto del ecuador terrestre mas de 7'
58", j en la latitud deParis mas de 6' 10 " . Los oscureci­
mientos referidos por los analistas tuvieron una duración
m ajor, j fundado en esta razón me atrevo á atribuirlos á
tres causas diferentes: 1.° á una perturbación en el desar­
rollo de la luz del Sol ó á una intensidad menor de la fo­
tósfera ; 2.° á obstáculos , tales como las capas de nubes
mas estensas j densas, opuestas á la iradiacion de la luz j
del calor, por la atmósfera exterior, imperfectamente tras­
parente, que envuelve la esfera luminosa; 3.° á mezclas
que oscurecen el aire que nos rodea, como las polvaredas,
generalmente de naturaleza orgánica, que transportan los
vientos alíseos, j las pretendidas lluvias de tinta, ó las llu­
vias de arena que según refiere Macgowan, cae en China
muchos dias. Las dos últimas esplicaciones no exigen dis­
minución alguna en la producción quizás electromagné­
tica de la luz, hipótesis según la cual la luz es una aurora
boreal perpétua (78); pero la tercera escluye la visibili­
dad de las estrellas en pleno dia, de la que tan frecuente­
mente se ha hablado al tratar de los oscurecimientos miste­
riosos descritos con gran escasez de detalles.
No solamente ha sido confirmada por el descubrimiento
de la polarización coloreada, de Arago, la hipótesis de una
tercera y última envuelta del Sol, sino que lo han sido
también todas,las conjeturas acerca de la constitución física
del cuerpo central de nuestro sistema planetario. Un rayo
de luz que partiendo de las mas lejanas regiones del Cielo,
hiere nuestra vista despues de haber recorrido un gran
número de millones de leguas, indica como por si mismo,
en el polaríscopo de Arago,-si es reflejado ó refractado,
si emana de un cuerpo sólido, líquido ó gaseoso. (Cosmos,
t. I, p. 34; t. II, p. 321). Es muy esencial distinguir la
luz natural que iradia directamente del Sol, délas estrellas
y de las llamas, que no se polariza sino á condicion de
ser reflejada por un plano de c-ristal, bajo un ángulo de
35° 25', y la luz polarizada que emana espontáneamente de
los cuerpos sólidos ó líquidos incandescentes. La luz polari­
zada viene casi con seguridad del interior de esos cuerpos.
Pasando de un medio mas denso á la capa de aire circun­
dante, se refracta en la superficie; una parte del rayo
vuelve hácia el interior y se convierte en luz polarizada
por reflexión, mientras que la otra ofrece los caractéres de
la luz polarizada por refracción. El polaríscopo cromá­
tico distingue una de otra esas tíos luces, según las situa­
ciones opuestas que ocupan las imágenes coloreadas com­
plementarias. Merced á esperimentos muy delicados que
se remontan á 1820, Arago ha demostrado que un cuerpo
sólido incandescente, por ejemplo, una bala de cañón en­
rojecida por el fuego, ó bien un metal fundido en estado
líquido y luminoso, no emite en una dirección perpendi­
cular á su superficie mas que la luz natural; pero que
los rajos que partiendo de los estremos forman para lle­
gar hasta nosotros un ángulo de emergencia m u j incli­
nado sobre la superficie, están polarizados. Si se quisiera
aplicar á llamas gaseosas ese mismo aparato que separa con
tanta limpieza las dos clases de luz, no se podrian descu­
brir señales de polarización, por pequeño que fuese el án­
gulo bajo el cual se emanasen los rajos. Aunque también
para los gases la luz toma vida en el interior del cuerpo
incandescente, en este caso, sin embargo, en razón á la dé­
bil densidad de los capas gaseosas, la longitud del camino
que los rajos tienen que atravesar, j la oblicuidad de su
dirección no parecen disminuir su intensidad ni su numero,
j la emergencia de esos ra jo s, j su tránsito á otro medio
no producen polarización. Ahora bien; el Sol no da señal
alguna de polarización, cuando se estudia en el polaríscopo
la luz que parte de sus bordes bajo ángulos estremada-
mente pequeños; resulta de esta importante comparación
que lo que brilla en el Sol no procede del cuerpo solar, ni
de una sustancia líquida, sino de una envuelta gaseosa j
dotada de luz propia. Estas observaciones pueden consi -
derarsec orno un análisis físico de la fotósfera.
El mismo instrumento óptico ha probado también que
la intensidad de la luz no es m ajor en el centro que en los
contornos del disco solar. Cuando dos imágenes comple­
mentarias del Sol, roja la una, la otra de un azul verdoso,
se projectan mutuamente de modo que el estremo de la
primera caiga sobre el centro de la segunda, la parte co­
mún llega á ser perfectamente blanca. Si la intensidad lu­
minosa del Sol fuese diferente en sus distintos puntos, por
ejemplo, m ajor en el centro que en la circunferencia, ob-
tendríase en el estremo del segmento común, reuniendo
parcialmente las dos imágenes coloreadas, de un lado el
rojo, del otro el azul; j esto consiste en que del lado de la
imágen roja los rajos azules no podrían neutralizar sino en
parte los rajos rojos que proceden del centro j que son
mas numerosos. Tengamos presente ahora sin embargo, que
en una atmósfera gaseosa los estreñios deben aparecer mas
luminosos que el centro, j que en un globo sólido los estre­
ñios j el centro deben tener la misma intensidad: síguese
de aquí que formando la fotósfera, según nosotros, el disco
aparente del Sol, debería parecer mas brillante en la circun­
ferencia que en el centro; resultado negado por el polarís-
copo que indica una intensidad de luz igual en el centro j
en los bordes. Si esta oposicion no se verifica, debe atri­
buirse á la envuelta de vapores que rodea á la fotósfera, j
debilita menos la luz del centro que la de los rajos que
partiendo de los bordes tienen que salvar á través de esas
nubes una distancia m ajor para llegar á la vista del ob­
servador (79). Célebres físicos j astrónomos, Bouguer j '
Laplace, A irj j Juan Herschell, se oponen á estas ideas de
Arago, j aprecian la intensidad de los bordes como infe­
rior á la del centro: j el últimamente citado de esos sábios
ilustres, hace presente que «según las lejes del equilibrio,
esta atmósfera esterior debería tener una forma esferoidal
mas aplanada que las envueltas que recubre, j que la den
sidad m ajor que por esta razón resultaría hácia el Ecuador,
debería determinar una diferencia en la intensidad de la
luz radiante (80).» Arago se ocupa actualmente en some­
ter su opinion á nuevos esperimentos j referir el resultado
de sus observaciones á relaciones numéricas precisas.
La comparación de la luz solar con las dos luces artifi­
ciales mas poderosas que han podido hasta ahora producirse
sobre la Tierra, dá, en el estado todavía tan imperfecto de la
fotometría, las relaciones siguientes: En los ingeniosos es­
perimentos dé Fizeau j de Foucault, la luz de Drummond,
producida por la llama del hidrógeno j del oxígeno diri­
gida sobre creta está relativamente con el disco solar, en la
razón de 1 á 146. En el esperimento deDavy, se ha recono­
cido que la corriente luminosa obtenida entre dos carbones
por la acción de una pila de Bunsen, está con el S ol, bajo
la influencia de 46 elementos, en la relación de 1 á 4,2;
y empleando en ello muy grandes elementos, como 1 á 2,5;
no es, pues, tres veces mas débil que la luz solar (81). Si
boy todavía causa asombro saber que el brillo deslumbra­
dor de la luz de Drummond, proyectada sobre el disco solar,
tiene el aspecto de una mancba negra, debe admirarse do­
blemente la sagacidad de Galileo que desde el año 1612,
por una série de deducciones acerca de la distancia á que
debe hallarse Vénus del Sol, para ser visible sin necesidad
de instrumentos, dedujo que el núcleo mas oscuro de las
manchas solares es mas brillante que la mas resplandeciente
porcion de la Luna llena (82).
G. Herschell, espresando por el número 1.000 la inten­
sidad general de la luz del S o l, estimaba por término
medio la de las penumbras de las manchas en 469, y en 7
la del núcleo oscuro. Según esos datos, bien hipotéti­
cos por cierto, si se estima con Bouguer que el Sol es
300.000 veces mas brillante que la Luna llena, esta ten­
dría 2.000 veces menos luz que el núcleo oscuro de las
manchas del Sol. Ciertos pasos de Mercurio han manifes­
tado de una manera notable la intensidad luminosa de esa
porcion central de las manchas, que no es otra cosa que
el cuerpo oscuro del Sol, iluminado por el reflejo de las pa­
redes abiertas de la fotósfera, y el de la atmósfera nebu­
losa que forma las penumbras, como también por la luz de
las capas de aire terrestres, interpuestas entre el Sol y el
observador. Comparados con el planeta cuyo hemisferio no
iluminado estaba entonces dirigido hácia la Tierra, los nú­
cleos oscuros de las manchas cercanas parecían de un gris
claro (83). El 5 de Mayo de 1832, cuando tuvo lugar el paso
de Mercurio, un observador escelenté, el consejero Schwabe»
de Dessau, examinó con gran atención la diferencia de os­
curidad entre los núcleos j el planeta. Desgraciadamente
perdí la ocasion de hacer por mí mismo la comparación
cuando el paso del 9 de Noviembre de 1802 que observé en
el Perú, aunque Mercurio casi tocase á muchos núcleos.
Preocupado grandemente en determinar la porcion del pla­
neta con relación á los hielos del telescopio, descuidé esta
comparación. El profesor H e n rj demostró en América el
año 1815 en Princeton, que las manchas del Sol emiten
mucho menos calor que las porciones del disco que no tienen
manchas.La imágen del Sol j la de una gran mancha fue­
ron projectadas sobre una pantalla, j medidas por el
termo-multiplicador las diferencias de temperatura (84).
Que los rajos caloríficos se distingan de los rajos lu ­
minosos por longitudes diferentes en las ondulaciones trans­
versales del éter, ó que ha j a identidad entre ellos, j que
los rajos caloríficos produzcan en nosotros la sensación de
la luz por una cierta velocidad de vibración, propia de las
altas temperaturas, resulta siempre que el Sol, fuente de
luz j calor puede dar vida j alimentar fuerzas, magnéticas
en nuestro planeta j sobre todo en la atmósfera que lo en­
vuelve. El conocimiento j a antiguo de fenómenos termo­
eléctricos en ciertos cristales, tales como la turm alina, la
boracita, el topacio, j por otra parte el gran descubrimiento
deCErsted (1820), según el cual, todo conductor atravesado
por la electricidad ejerce, mientras la duración de la cor­
riente, influencias determinadas sobre la aguja imantada,
hicieron perceptible la relación íntima que existe entre el
calor, la electricidad j el magnetismo. Fundándose en
esta especie de conexion, el ingeniero Ampere, que atri­
buía toda clase de magnetismo á corrientes eléctricas
obrando en un plano perpendicular al eje de la aguja iman­
tada, propuso la hipótesis de que la tensión magnética del
globo está producida por corrientes eléctricas, circulando
alrededor de nuestro planeta, de Este á Oeste, y que, por
consiguiente, las variaciones horarias de la declinación
magnética dependen del calor, fuente de las corrientes,
que á suvez varia según la posicion del Sol. Las inves­
tigaciones termo-magnéticas de Seebeck, de donde resulta
que las variaciones de temperatura en las soldaduras de un
circuito de bismuto y de cobre, ó de otros metales deseme­
jantes, determinan una desviación de la aguja imantada,
confirmaron las ideas de Ampére.
Un brillante descubrimiento de Faraday, sometido por
el autor á un nuevo exámen casi en el mismo momento en
que se imprimen estas hojas, presta una gran luz á esta
importante cuestión. Trabajos anteriores de ese gran físico
habian ya demostrado que todos los gases son diamagnéticos,
es decir, se colocan en dirección de Este á Oeste, como el
bismuto y el fósforo, con la circunstancia siempre de que
el oxígeno goza de esta propiedad en menos grado que to­
dos los demas gases. Sus últimas investigaciones, cuyo co­
mienzo data de 1847, prueban que el oxígeno solo entre
todos los gases, tiende como el hierro á una posicion Norte-
Sud, pero que por la dilatación y la elevación de tempera­
tura pierde esta fuerza paramagnética. Como la tendencia
diamagnética de los demas elementos de la atmósfera, el
ázoe y el ácido carbónico, no se modifica ni por el aumento
de volúmen ni por la elevación de temperatura, solo h ay
que considerar la envuelta de oxígeno que rodea elglobo
como una esfera de hierro batido inmensa, y esperi-
menta su influencia magnética. El hemisferio dirigido há­
cia el Sol, será, pues, menos paramagnético que el hemis­
ferio opuesto; y como los límites que separan las dos mita­
des cambian constantemente por la rotacion del globo y su
revolución alrededor del Sol, Faraday llegó á ver en esas
relaciones de temperatura la causa de una parte de las va­
riaciones del magnetismo terrestre en la superficie del glo­
bo. La asimilación, fundada en una série de'esperimentos,
de un gas único, el oxígeno, con el hierro, es uno de los
descubrimientos considerables de nuestra época, tanto mas
cuanto que probablemente el oxígeno equivale próxima­
mente á la mitad de todas las sustancias ponderables re­
partidas en las partes accesibles del globo (85). Así, sin
que sea necesario suponer polos magnéticos en el Sol, ni
fuerzas magnéticas particulares en los rajos que de él
emanan, el cuerpo central de nuestro sistema planetario
puede, en razón de su fuerza como fuente de calor, escitar
sobre el globo terrestre una actividad magnética.
Háse tratado de demostrar por medio de observaciones
meteorológicas que comprendiesen muchos años, aunque
limitadas á algunas estaciones, que una cara del Sol, por
ejemplo, la que estaba vuelta hácia la Tierra el 1.° de ene­
ro de 1846, tiene mas fuerza calórica que la cara opuesta
(86). Los resultados á que se ha llegado no dan mas cer­
tidumbre que las conclusiones, merced á las que se ha pre­
tendido deducir de las antiguas observaciones de Mas-
keljne en Greenwich, una disminución del diámetro solar.
La periodicidad de las manchas del Sol, reducida1por el
consejero Schwabe, de Dessau, á fórmulas numéricas, está
mejor fundada. Ningún otro astrónomo viviente ha podido
consagrar á este objeto atención tan perseverante. Durante
24 años consecutivos Schwabe ha pasado frecuentemente
mas de 300 dias por año, esplorando el disco del Sol. No
publicadas todavía, sus observaciones de 1844 á 1850, he
tenido que recurrir á su amistad, para conocerlas; además
Schwabe ha contestado á un cierto número de cuestiones
que jo le tenia planteadas. Termino el capítulo déla cons­
titución física del Sol por el estracto con que este gran
hombre ha tenido la bondad de enriquecer mi libro.
«Los números contenidos en la tabla siguiente no dejan
duda alguna, por lo menos para la época comprendida en­
tre 1826 y 1850,t. respecto á que las variaciones en el nú ­
mero de las manchas solares se reproducen por períodos de
10 años próximamente, de suerte que el máximum cae por
los años 1828, 1837, 1848, y el mínimum en 1833 y 1843.
No he tenido ocasion (es preciso no olvidar que es Schwa-
he quien habla) de recoger una série continuada de obser­
vaciones mas antiguas; sin embargo, noest oy distante de
admitir que la duración de este período puede esperimen-
tar variaciones (87).
G RUPOS D IA S NUMERO

AÑOS. de sin de los dias

MANCHAS. MANCHAS VISIBLES. DE OBSERVACION.

1820 118 22 277


1827 161 2 273
1828 223 0 282
1829 199 0 244
1830 190 1 217 ,
1831 149 3 239
1832 84 49 270
1833 33 139 267
183 4 31 120 273
1S33 173 18 244
1S3G 272 0 200
1837 333 0 168
1833 282 o 202
1839 102 0 . 203
1840 132 3 263
1841 102 13 283
1842 68 64 307
1843 34 149 312
1844 32 111 321
1813 114 29 332
184C 137 i 314
1847 237 i) 276 1
1848 330 0 278
1849 238 0 283' 1
1850 186 2 303 J
«He podido observar grandes manchas, perceptibles á.
simple vista, en casi todos los años en que no caia el míni­
mum; las principales aparecieron en 1828, 1829, 1831,
1836, 1837, 1838, 1839, 1847, 1848. Considero aquí co­
mo grandes manchas las que abrazan por lo menos 50":
únicamente en este límite empiezan á ser perceptibles para
una vista buena, sin el auxilio del telescopio.
«No cabe duda alguna de que existen estrechas relacio­
nes entre las manchas y la formación de las fáculas. Fre­
cuentemente he visto aparecer fáculas ó lúculas en el sitio
mismo donde ha desaparecido una mancha, como también
desarrollarse nuevas manchas en las fáculas. Cada mancha
está rodeada de nubes mas ó menos luminosas. No creo
que las manchas tengan influencia alguna sobre la tem­
peratura anual. Noto tres veces por dia la altura del ba­
rómetro y la del termómetro; los términos medios anua­
les que resultan de esas observaciones no dan lugar á su­
poner hasta el presente relación sensible entre el clima- y
el número de las manchas. Admitiendo que en ciertos
casos se hubiera presentado esta coincidencia, no tendría
importancia sino á condicion de reproducirse sobre otros
muchos puntos de la Tierra. Si realmente habia motivo
de atribuir á las manchas del Sol, la menor influencia
sobre el estado de nuestra atmósfera, seria preciso cuando
mas deducir de mis tablas que los años en que las manchas
abundan cuentan menos dias serenos que los años en que
son raras (Schumacher^ Astron. Naclir., n.° 638, p. 221.)
«Guillermo Herschell daba el nombre de fáculas á los
surcos luminosos que aparecen solo en los bordes del Sol, y
el de lúculas alas arrugas visibles únicamente hácia el cen­
tro (Astron. Nachr., n.° 350, p. 243). Tengo el convenci­
miento de que fáculas y lúculas provienen de las mismas
nubes luminosas amontonadas, que parecen mas brillantes
hácia los bordes del Sol y son por el contrario, hácia el cen-
tro, menos esplendentes que la superficie general. Prefiero,
pues, dar á todos los espacios, particularmente brillantes,
del disco solar, el nombre de nubes luminosas, dividiéndo­
las según su forma en nubes agrupadas ó cumuliformes, y
en nubes alargadas ó cirriformes. Esta materia luminosa
está irregularmente distribuida sobre el Sol, y da algunas
veces á su superficie un aspecto marmóreo. La misma apa­
riencia tienen frecuentemente sobre los bordes y en ocasio­
nes basta en los polos. Sin embargo, donde con mas in­
tensidad se presenta es siempre en las dos zonas de man­
chas, en las mismas épocas en que no existen las manchas;
entonces las dos zonas, mas brillantes, se asemejan de una
manera asombrosa á Jas bandas de Júpiter.
Los surcos oscuros que se encuentran entre las nubes
luminosas de forma prolongada, son los espacios mates que
pertenecen á la superficie general del Sol, cuyo aspecto
parece á la arena formada de granos iguales. Sobre esta su­
perficie granulosa se ven algunas veces fuertes puntos gri­
ses, no negros, que son poros, surcados también de pequeñas
arrugas oscuras estremadamente finas (Astron. N adir.,
n.° 473, p. 286). Cuando esos poros están agrupados por
masas forman espacios grises y nebulosos, y en particular
las penumbras de las manchas solares. En esas penumbras
vénse poros y puntos negros que generalmente parecen
irradiar del núcleo hasta los límites de la penumbra; esto
es lo que produce la semejanza sorprendente las mas de
las veces, que se observa entre la forma de las penumbras
y la de los núcleos.» >
La esplicacion é íntima relación de esos fenómenos tan
variables, no habrán adquirido para la observación de la na­
turaleza toda su importancia, hasta el momento en que bajo
los trópicos, en un Cielo puro y sin nubes, durante muchos
meses se haya podido, merced á un aparato fotográfico mo­
vido por un reloj , obtener una série no interrumpida de
TOMO III l ‘J
imágenes de manchas estelares (88). Los fenómenos meteo­
rológicos que se producen en las atmósferas de que está
envuelto el cuerpo oscuro del Sol, determinan las aparien­
cias llamadas por nosotros manchas ó fáculas. Probable­
mente allí, como en la meteorología terrestre, las pertur­
baciones son de naturaleza tan complicada y diferente, tan
general y tan local, á la vez, que solo podrán resolverse
una parte de los problemas acerca de los cuales todavía hay-
una gran oscuridad, por observaciones detenidas y com­
pletas.
LOS PLANETAS.

Es necesario que la descripción de cada cuerpo celeste


en particular, va j a precedida de algunas consideraciones
generales acerca de los cuerpos celestes. Esas consideracio­
nes, por otra parte, no abrazan mas que los 22 planetas
principales j las 21 lunas, planetas inferiores, ó satélites
descubiertos basta el dia. No se estienden á todos los cuer­
pos celestes planetarios, entre los cuales, los cometas por sí
solos presentarían j a un total diez veces mas considerable.
En general, el centelleo de los planetas es débil, porque no
bacen mas que reflejar la luz del Sol, j también á causa
de la magnitud aparente de su disco (véase Cosmos, t. III,
p. 68). En la luz cenicienta de la Luna, como en la luz
roja que presenta durante los eclipses j que parece mucbo
mas intensa bajo los trópicos, la luz del Sol ba esperimen-
tado para el observador colocado sobre la Tierra, un doble
cambio de dirección. Ya be tenido ocasion de notar que la
Tierra es susceptible de emitir una pequeña cantidad de
luz propia, facultad común, por otra parte, á varios plane­
tas, como lo prueban ciertos fenómenos notables, observados
•de tiempo en tiempo, sobre la parte de Vénus no iluminada
por el Sol (89).
Consideremos los planetas bajo la relación de su núme»
ro, del orden en el cual han sido descubiertos, de su volu­
men en sí mismo y relativamente á su distancia al Sol, de
su densidad, de su masa, de la duración de su rotacion, de
la inclinación de su eje, de su escentricidad y de sus dife­
rencias características, según están colocados mas allá ó mas
acá de la zona de ]os pequeños planetas. Para todos esos ob­
jetos, la naturaleza de esta obra nos obliga á fijar un cui­
dado particular en los resultados numéricos, y á elejir siem­
pre los que están considerados en el momento mismo de la
publicación de este tomo como procedentes de las investi­
gaciones mas recientes y que merecen mas confianza.

PLANETAS PRINCIPALES.

1.° Número de los planetas principales y época de su des_


cubrimiento.—Entre los siete cuerpos celestes que, en razón
de los cambios continuos ocurridos en sus distancias relati­
vas, han sido, desde la mas remota antigüedad, distingui­
dos de las estrellas centellantes que conservan siempre en el
firmamento su sitio y sus distancias (orbis inerrans), cinco
solamente: Mercurio, Vénus, Marte, Júpiter y Saturno,
ofrecen la apariencia de estrellas (quinqué stellse errantes).
El Sol y la Luna se colocaron siempre aparte, en razón de
la magnitud de su disco, y por consecuencia de la impor­
tancia que les- era atribuida en las concepciones mitológicas
(90). Así, según Diodoro de Sicilia (lib. II, cap. 30), los
Caldeos no conocían mas que cinco planetas; y Platón, en
el único pasaje del Timeo en que se habla de esos cuerpos
errantes, dice estas palabras: «Alrededor de la Tierra, que
descansa en el centro del Mundo, se mueven la Luna, el
Sol, y otros cinco astros á los que se dá el nombre de Pla­
netas; lo que en total compone siete movimientos circula­
res» (91). En la estructura del Cielo imaginado en otro
tiempo por Pitágoras y descrito por Filolao, entre las diez
esferas celestes que verifican su revolución alrededor del
fuego central ó foco del Mundo (*w«), inmediatamente des­
pues del Cielo de las estrellas fijas, están los cinco planetas
(92), seguidos del Sol, de la Luna, de la Tierra y del an­
típoda de la Tierra ( ¿»rí¿0®*). Tolomeo mismo no habla
nunca mas que de cinco planetas. Los siete planetas distri­
buidos por Julio Firmico, entre los genios (93), como se
puede ver en el zodiaco de Bianchini, que data seguramen­
te del siglo III de nuestra era (94), y en los monumentos
egipcios contemporáneos de los Césares, no pertenece á la
historia de la astronomía antigua, sino á sus épocas mas
recientes, en las Cuales se habían estendido por doquiera
los delirios astrológicos (95). No hay motivo para estrañar
que la Luna haya sido colocada entre los siete planetas,
pues los antiguos, á escepcion de algunas ideas nota­
bles de Anaxágoras sobre las fuerzas atractivas ( Cosmos,
t. II, p. 300), casi nunca aluden á la dependencia mas
directa de la Luna frente á la Tierra. En cambio, según
una hipótesis citada por Vitrubio (96) y Marciano Ca-
pella (97), aunque sin indicación de autor, Vénus y Mer­
curio, á los que llamamos planetas inferiores, son presenta­
dos como satélites del Sol, que gira alrededor de la Tierra.
Un sistema semejante no puede ser llamado egipcio, ni con­
fundirse con los epiciclos de Tolomeo, ni con las ideas de
Ticho acerca de la estructura del Mundo (98).
Las denominaciones bajo las cuales se designan entre
los pueblos antiguos los cinco planetas estelares son ó nom­
bres de divinidades ó epítetos distintivos, escogidos según
su aspecto. Es tanto mas difícil, sin otras fuentes que aque­
llas donde hasta hoy hemos podido beber, determinar lo
que en esas denominaciones pertenece originariamente á la
Caldea ó al Egipto, cuyos nombres primitivos usados por
otros pueblos, no nos han trasmitido los escritores griegos
con fidelidad, contentándose con traducirlos á su lengua ó
sirviéndose de equivalentes tomados al acaso, según sus
ideas, 6 miras particulares. En cuanto á resolver si los Cal­
deos fueron solo los afortunados discípulos de los Egipcios,
v determinar los descubrimientos en virtud de los cuales
se consideraron mas adelantados que ellos (99), puntos son
estos que pertenecen á los importantes, pero oscuros pro-
.blemas de la civilización naciente, al primer desarrollo
científico del pensamiento sobre las orillas del Nilo ó del
Eufrates. Conócense los nombres egipcios de los 36 génios;
pero en cuanto á los de los planetas, solo uno ó dos ban lle­
gado basta nosotros (100).
Sorprende verdaderamente que Platón j Aristóteles m>
designen nunca los planetas sino bajo nombres mitológicos,
que son también de los que se sirve Diodoro, mientras que
mas adelante, es decir, en el tratado del Mundo, falsamen­
te atribuido á Aristóteles, hállase una mezcla de las dos
denominaciones: <&a.w para Saturno, zz¿ie«>v para Mercu­
rio, nvpótis para Marte (1). Pasajes de Simplicio, en su co­
mentario sobre el libro IV del tratado del Cielo por Aristó­
teles, otros escritos de H jginio, de Diodoro, de Tbeon de
S m jrna, prueban, caso singular, que Saturno, el mas
apartado de los planetas conocidos en aquella época, babia
recibido el nombre de Sol. Su situación y la estension de su
órbita fueron indudablemente las que le valieron el ser eri­
gido en dominador de los demás planetas. Las denominacio­
nes descriptivas, aunque m u j antiguas, y en parte de ori­
gen caldeo, no llegaron á usarse frecuentemente entre los
escritores griegos y romanos basta el reinado de los Césares
y cuando la Astrologia empezó á ejercer su influencia. Los
signos de los planetas, si se exceptúa el disco del Sol y el
creciente de la Luna, grabados en los monumentos egipcios,
son de origen m u j reciente. Según las investigaciones de
Letronne, no pasan mas allá del siglo X (2). Tampoco se los
baila en las piedras revestidas de inscripciones gnósticas.
Los copistas los lian añadido mas tarde á los manuscritos
gnósticos, que tratan de alquimia, pero'es m u j raro que lia-
ja n lieclio esta adición en los manuscritos de los astróno­
mos griegos, de Tolomeo, de Theon ó de Cleómedes. Los
primeros signos planetarios que para Júpiter j Marte es­
taban formados de caractéres alfabéticos, como lo lia demos­
trado Saumaise con su ordinaria penetración, eran m u j
diferentes de los nuestros. Las figuras actuales se remontan
apenas mas allá del siglo XV. Una cita tomada por Olim-
piodoro á Proclo (ad Timmmi, p. 14, edic. de Basilea), j
un pasaje del escoliador de Pindaro (Isth n ica , carm. V,
v. 2), establecen de una manera incontestable que la cos­
tumbre de consagrar ciertos metales á los planetas formaba
j a parte del sistema de las representaciones simbólicas usa­
das en él siglo V entre los Neoplatónicos de Alejandría.
Puede leerse respecto de esto el comentario de Olimpiodoro
acerca de la Meteorología de Aristóteles (libro III, cap. 7,
t. ii, p. 163, en la edición de la Meteorología publicada por
Ideler. Pueden consultarse también dos pasajes del tomo i,
p. 199 j 251).
Si el número de los planetas conocidos de los antiguos
se limitó en un principio á cinco, j mas adelante á siete,
cuando se unieron los grandes discos del Sol j de la Luna,
presumióse desde entonces que fuera de esos planetas visi­
bles, babia otros menos luminosos que por esta razón no po­
dían ser apercibidos. Esta suposición la atribuje Simplicio
á Aristóteles. «Es probable, dice, que otros cuerpos oscuros,
moviéndose alrededor del centro común deben, así como la
Tierra, ocasionar eclipses de Luna.» Artemidoro de Efeso,
citado con frecuencia por Strabon como geógrafo, creia en
la existencia de una cantidad innumerable de esos cuerpos
oscuros girando alrededor del Sol. La antigua concepción
ideal de los Pitagóricos, los no entra en estas supo­
siciones. La Tierra j el compañero de la Tierra tienen un
movimiento paralelo y concéntrico. Esta ¿.vzi¿eav imaginado
para conservar á la Tierra su movimiento de rotacion sobre
sí misma, no es, á decir verdad, mas que la mitad de la
Tierra, el hemisferio opuesto al que habitamos (3).
Si del número total de los planetas y de los satélites
conocidos hoy, número seis veces igual al de los cuerpos
planetarios conocidos en la antigüedad, se ponen separada­
mente los 36 objetos descubiertos desde la invención del te­
lescopio, para colocarlos según el órden de su descubrimien­
to, hallase que el siglo XVII ha producido 9,* el siglo XVIII
9 también, y por sí sola la primera mitad del siglo XIX 18.

Tabla cronológica de los cuerpos planetarios descubiertos desde


la invención del telescopio, en 1608.

SIGLO X V II.

Cuatro satélites de Júpiter, descubiertos por Simón Mario, en Anspach,


el 29 de Diciembre de 1609; por Galileo, en P a d u a , el 7 de Enero
de 1610.
Triplicidad de Saturno , señalada por Galileo en Noviembre de,lG 10; las
dos asas reconocidas por Hevelio en 1656; descubrimiento definitivo
déla verdadera forma del A n illo , por H u y g h e n s , el 7 de Diciembre
de 1657.
6.° satélite de Saturno (Titán), H uygh en s, 25 de Marzo de 1655.
8.° satélite de Saturno (Japhet), Domingo Ca'ssini, Octubre de 1671.
5.° satélite de Saturno (Rhéa), Cassini, 23 de Diciembre de 1672.
3.° y 4.° satélite de Saturno (T élhys y Dioné), Cassini, fines de Marzo
de 1684.

SIGLO X V III.

U ra n o , G. Herschell, en Bath, 13 de Marzo de 1781.


2.° y 4.° satélite de Urano, G. Herschell, 11 de Enero de 1787.
4.° satélite de Saturno (Mimas), G. Herschell, 28 de Agosto de 1789.
2.° satélite de Saturno ( E n c e l a d a ) , G. H erschell, 17 de Setiem bre
de 1789.
l . cr satélite de Urano, G. Herschell, 18 de E n e ro de 1790.
5.° satélite de Urano, G. Herschell, 9 de Febrero de 1790.
6.° satélite de Urano, G. Herschell, 28 de Febrero de 1794.
3.° satélite de Urano, G. Herschell, 26 de Marzo de 1794.

SIGLO X IX .

C e re s* , Piazzi, en Palermo, 1.° de Enero de 1801.


P a la s* , Olbers, en Brema, 25 de Marzo de 1802.
J u n o * , H arding, en Lilienthal, 1.° de Setiembre de 1S04.

Y e s t a * , Olbers, en Brema, 21 de Marzo de 1807.


(Durante un intervalo de 38 años no se descubre planeta ni satélite
alguno.)
A s t r e a * , E n c k e , en Driesen, 8 de Diciembre de 184o.
N e p t u n o * , Gall, en Berlin, por las indicaciones de Le V errier, 23 de^ S e­
tiembre de 1846.
1.er satélite de Neptuno, G. Lassell, en Starfield, cerca de Liverpool,
Noviembre de 1846; Bond, en Cambridge (Estados-Unidos).
H eb e*, E n cke, en Driesen, 1 .° de Julio de 1847.
I r i s * , Ilind, Londres, 18 Octubre de 1847.
F l o r a 5", Hind, Londres, 18 de Octubre de 1847.
J M e t is * , Graliam, en Markre-Castle, 25 de Abril de 1848.
7.° satélite de Saturno (Hyperion), Bond, en Cambridge (Estados-Uni­
dos), desde el 16 al 19 de Setiembre de 1843; Lassell, en Liverpool,
desde el 19 al 20 de Setiembre de 1S48.
Higia*, de Gasparis, en Ñapóles, 14 de Abril de 1849. .
P a r t e n o p e ' , de Gasparis, en Ñapóles, 11 de Mayo de 1850.
2.° satélite de Neptuno, Lassell, en Liverpool, 14 de Agosto de 1850.
V i c t o r i a * , Hind, en Londres, 13 de Setiembre de 1850.
E g e r i a * , de Gasparis, en Nápoles. 2 de Noviembre de 1 850.
I r e n e * , Hind, en Londres, 19 de Mayo de 1851; de Gasparis, en Nápoles,
23 de Mayo de 1851.

En este cuadro se han distinguido los planetas princi­


pales de los satélites por letras mayúsculas (4). También
se han señalado con un asterisco los planetas comunmen­
te designados bajo el nombre de pequeños planetas, plane­
tas telescópicos ó asteróides, que forman un grupo particu­
lar j como una inmensa cadena de 25 millones de miriáme­
tros entre Marte y Júpiter. De estos planetas, cuatro, han
sido descubiertos en los siete primeros años de este siglo;
diez, en los seis años que acaban de pasar; becbo que debe
atribuirse menos á la perfección de los instrumentos que á
la habilidad de los observádores, y sobre todo, á la escelen-
cia de los mapas celestes, enriquecidos con las estrellas fijas
de 9.a y 10.a magnitud. Todos los cuerpos inmóviles cuyo
lugar está señalado, facilitan boy mucbo el conocimiento
de los cuerpos móviles. (Véase, p. 106.) También el nú­
mero de los planetas se ba duplicado desde que apare­
ció el primer tomo del Cosmos (5); con tal rapidez se
han sucedido los descubrimientos, y tanto se ba aumenta­
do y perfeccionado la topografía de nuestro sistema plañe-
tario.
2.° División de los planetas en dos grupos.—Si se consi­
dera la región de los pequeños planetas, situados entre las
órbitas de Marte y Júpiter, aunque mas aproximados en
general á la de Marte que á la de Júpiter, como un grupo
intermedio y una zona de separación, los planetas mas cer­
canos al Sol y que pueden llamarse interiores, es decir,
Mercurio, Venus, la Tierra y Marte, ofrecen entre sí rela­
ciones de semejanza que forman otros, tantos contrastes con
los planetas esteriores, ó situados mas allá de la zona de se­
paración: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. El grupo
intermedio de los pequeños planetas ocupa apenas la mitad
de la distancia entre la órbita de Marte y la de Júpiter. En
el espacio que separa esos dos planetas, la parte mas próxi­
ma á Marte es la que se ba encontrado mas llena basta boy.
Si, con efecto, se consideran los dos puntos estremos, Flora
é Higia, la distancia de Júpiter á Higia es mas que el tri­
ple de la que existe entre Marte y Flora. Este grupo inter­
medio se distingue claramente por la -escentricidad y la in­
clinación de sus órbitas, enlazadas entre sí, y por la
pequeñez de los cuerpos planetarios que le componen. La
inclinación de la órbita sobre el plano de la eclíptica es en
Juno de 13° 3'; en Hebé, de 14° 47'; en Egeria, de 16° 33';
se eleva en Palas hasta 34° 37', pero vuelve á bajar, en
Astrea á 5o 19', en Partenope, á 4o 37', y en Higia,
á 3o47'. Los planetas en que la inclinación sobre la eclíp­
tica es menor de 7o, son por órden de m agnitud, empezan­
do por los mayores, Flora, Metis, Iris, Astrea, Partenope é
Higia. No hay, sin embargo, ningún planeta de estos cuya
inclinación iguale en pequeñez á la de Venus, Saturno,
Marte, Neptuno, Júpiter y Urano. En algunos pequeños
planetas la escentricidad de la elipse escede á la de Mercu­
rio en 0,206, tales son: Juno (0,255)), Palas (0,239),
Iris (0,232) y Victoria (0,218). En otros, por el contrario,
la escentricidad es menor que la de Marte en 0,093, sin
que por esto su órbita llegue al círculo casi imperfecto de
Júpiter, Saturno y Urano: á este número pertenecen Ce-
res (0,076), Egeria (0,036) y Vesta (0,089). El diámetro
de los Planetas telescópicos está fuera de toda medida por
su pequeñez. Según las observaciones de Lamont, en Mu­
nich, y las que J o d ie r hizo con el refractor de Dorpat, es
verosímil que el mayor diámetro de entre ellos llegue esca­
samente á 107 miriámetros, esto es, 1/ l¡ del diámetro de
Mercurio y la mitad del de la Tierra.
Los cuatro planetas interiores, llamados así porque es­
tán situados mas cerca del Sol y antes de la zona de los
asteroides, son todos de media magnitud y relativamente
mas densos; su movimiento de rotacion es casi uniforme
y no dura menos de 24 horas; están menos aplanados, y
á escepcion de la Tierra, carecen de satélites. Por el con­
trario, los cuatro planetas esteriores, situados entre la
zona de los asteroides y las estremidades todavía desco­
nocidas del dominio solar, Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno, son mucho mayores y cinco veces menos densos;
su movimiento de rotacion es mucho mas rápido, su apla­
namiento mas sensible y tienen veinte satélites. Todos
los planetas interiores son mas pequeños que la Tierra:
*el diámetro de Marte es igual á í/ 2, el de Mercurio á á/ 5
del de la Tierra; mientras que en los planetas esteriores,*
la relación de sus diámetros con el de la Tierra se eleva
á 4,2 j á 11,2. La densidad de Venus y la de Marte
igualan á la de la Tierra, con menos de !/ 10 de diferencia;
la de Mercurio es algo m ajor. Por el contrario, la densidad
de los planetas esteriores no escede en 1/ 4 á la de la Tierra;
la de Saturno puede estar representada por * /,; la mitad
apenas de la densidad de los demás planetas esteriores y de
la del Sol. Además, los planetas esteriores presentan at­
mósferas que por el carácter particular de su condensación
aparecen como variables y producen también algunas ve­
ces bandas interrumpidas sobre la superficie de Saturno.
Por último, encuéntrase entre estos planetas el fenómeno,
único en todo el sistema solar, de un anillo sólido envol­
vente sin aderirse al mas considerable de entre ellos.
Aunque generalmente, en esta importante división de
los planetas esteriores y de los planetas interiores, la mag­
nitud absoluta, la densidad, el aplanamiento, la velocidad
de rotacion, la existencia y la no existencia de los satélites
parecen depender de su distancia al Sol, ó en otros térm i­
nos, del semi-eje m ajor de su órbita, no puede afirmarse
con seguridad esta dependencia para cada uno de los miem­
bros particulares que componen esos'grupos. No conocemos
basta aquí, como j a be indicado, ningún mecanismo inte­
rior , niguna le j natural, semejante, por ejemplo, á la
bella l e j en c u ja virtud los cuadrados de las revolucio­
nes están entre sí como los cubos de los grandes ejes, que
baga depender para toda la série de los planetas, su densi­
dad, volúmen, etc., de su distancia al Sol. Verdad es que
el planeta mas próximo del Sol, Mercurio, es al propio
tiempo el mas denso, puesto que lo es ocho veces sobre
todos los demás esteriores, Júpiter, Saturno, Urano j
Neptuno; pero Vénus, la Tierra j Marte por una parte,
j por otra Júpiter, Saturno j Urano, están m u j lejos de-
sucederse regularmente en el órden de su densidad. En
general también, las magnitudes absolutas crecen con las
distancias, como observaba j a Keplero (Harmonice mundi,
lib. V, cap. 4, p. 194; véase también el Cosmos, t.I , p. 362);
esto, sin embargo, deja de ser cierto, desde que se considera
cada planeta en particular. Marte es mas pequeño que la
Tierra, Urano mas pequeño que Saturno, Saturno mas pe­
queño que Júpiter, j Júpiter mismo va precedido de un
enjambre de planetas c u ja pequeñez permite apenas me­
dirlos. La duración de la rotacion crece igualmente, para el
m ajor número de planetas, en razón de su distancia al Sol;
sin embargo, ese movimiento es mas rápido en la Tierra
que en Marte, en Júpiter que en Saturno.
Basta, repito, considerar la constitución j las formas
de los cuerpos determinando su situación relativa en el es­
pacio, como becbos que tienen una existencia real, no como
consecuencias de razonamientos abstractos ó como una série
de efectos cujas causas fueran conocidas con anterioridad.
No ba llegado á descubrirse una le j general aplicable á los
espacios celestes, como tampoco se ba encontrado para de­
terminar en la Tierra la situación geográfica de los puntos
culminantes en las cadenas de montañas, ó los contornos de
cada continente. Son estos becbos del órden natural, pro­
ducidos por el conflicto de fuerzas tangenciales j atractivas,
que se ejercen bajo condiciones múltiples j desconocidas.
Entramos aquí, con una curiosidad mal satisfecha, en el
oscuro dominio de las cuestiones de formacion j de desar­
rollo. Trátase, tomando en su verdadero sentido estas pala­
bras mal aplicadas por lo regular, de acontecimientos cós­
micos verificados durante periodos de tiempo de medida
desconocida. ¿Han sido formados los planetas por anillos
errantes de materia vaporosa? en este caso, aglomerándose
la materia alrededor de ciertos puntos en donde la atrae-
cion fuera mas poderosa, debió atravesar una série indefi­
nida de estados diferentes, para llegar á formar órbitas sim­
ples y órbitas entrelazadas, á producir planetas tan diversos
por su volumen, su aplanamiento y su densidad, para dar á
los unos un gran número de satélites, en tanto que faltan á
los otros, y para unir también á esos satélites en un anillo
sólido. La forma actual de los objetos y la determinación
exacta de sus relaciones no han podido revelarnos basta aquí
los estados por que ban debido pasar, como tampoco las con­
diciones bajo las cuales ban tomado vida. No es razón'
esta para llamar casuales esas condiciones, palabra que los
hombres prodigan de m uy buen grado, respecto de todas
las cosas cuyo origen no pueden esplicarse todavía con cla­
ridad.
3.° Magnitudalsoluia y magnitud aparente; configura­
ción.—El diámetro del mayor de todos los planetas, de J ú ­
piter, escede 30 veces el de Mercurio, el mas pequeño de
aquellos cuyo disco puede determinarse con seguridad.
Es igual casi en 11 veces al diámetro de la Tierra; rela­
ción que es próximamente la que existe entre el Sol y Jú ­
piter, cuyos dos diámetros son entre sí como 10 es á 1.
Según un cálculo, cuya exactitud no puedo garantizar,
la diferencia de volúmen entre las piedras meteóricas que
ban querido tomarse como pequeños cuerpos planetarios, y
Vesta, cuyo diámetro, según las medidas de Msedler, es
de 49 miriámetros y tiene por consiguiente 59 menos que
el de Palas, según Lamont, no seria mas considerable que
la diferencia de volúmen que existe entre Vesta y el Sol.
Precisaría, para que esta relación fuese verdadera que cier­
tas piedras meteóricas tuvieran 517 pies de diámetro. Cierto
es, que se ban visto meteoros ígneos cuyo diámetro antes
de la esplosion no tenia menos de 2,600.
Si comparamos á la Tierra con los planetas esteriores,
Júpiter y Saturno, sorprende la dependencia que se mani-
fiesta entre el aplanamiento de los polos j la velocidad de
la rotacion. El movimiento de rotacion de la Tierra se veri­
fica en 23 56', el aplanamiento es de Vsoo* La rotacion de
Júpiter se verifica en 9h 55', el aplanamiento es de 1/ l7 se­
gún Arago, j de 1/ 15 según Juan Herschell. La rotacion
de Saturno se verifica en 10h 29', su aplanamiento es de 1/ 10.
Pero aunque Marte emplee 41 minutos mas que la Tierra
en girar sobre sí mismo, su aplanamiento, aun adoptando
un resultado mucho mas pequeño que aquel al cual llegó
O. Herschell, subsiste probablemente de m ajor considera­
ción. La razón de esta infracción de la le j en c u ja virtud la
configuración superficial‘de un esferoide elíptico depende
de la velocidad de la rotacion, ¿está en la diferencia de la
le j que, en los dos planetas arregla el órden de las densida­
des, jendo de la superficie al centro, ó en la circunstancia de
solidificarse la superficie líquida de algunos planetas antes
que b ajan podido tomar una forma en armonía con la velo­
cidad de su rotacion? Del aplanamiento de nuestro planeta
dependen, como lo demuestra la astronomía teórica, la re-
trogradacion de los puntos equinocciales, la nutación ó li­
bración del eje terrestre j el cambio de oblicuidad de la
eclíptica.
La magnitud absoluta, es decir, la magnitud verdadera
de los planetas, j su distancia á la Tierra, determinan su
diámetro aparente. El cuadro que sigue presenta á los pla­
netas colocados según su magnitud verdadera, empezando
por los mas pequeños.

1.° G rupo de p e q u e ñ o s p la n eía s de órbitas en tre la z a d a s,


de los cuales los m a y o re s p a r e c e n ser P ala s y
Y esta.
2.° M ercurio.
3.° M arte.
4.° V e n u s .
í>.° L a T ie rra.
6.° N eptu no.
7.° U ra n o .
8 .° S a tu r n o .
9.° Jú p ite r .

A una distancia media de la Tierra, Júpiter tiene un


diámetro ecuatorial aparente de 38/7,4; en las mismas cir­
cunstancias, el diámetro de Vénus, igual próximamente en
grosor al de la Tierra, es solo de 16",9; el de Marte es
de 5;/,8. Pero en la conjunción inferior, el diámetro apa­
rente de Venus aumenta hasta 62'', mientras que el de Jú ­
piter no pasa mas allá de 46/;. Es necesario recordar aquí
que el lugar de la órbita de Vénus en que mas brillante
parece este planeta, cae entre la conjunción inferior
y la mayor digresión. Por término medio Venus pa­
rece el mas esplendente, hasta el punto de proyectar sombra
en ausencia del Sol, cuando se halla á 40° al Este ó al Oeste
del cuerpo central. En esta posicion, su diámetro aparente
es solo de 40", y la mayor estension de la fase iluminada
es apenas de 10/7.
D I A M E T R O A P A R E N T E D E LOS S I E T E G R A N D E S P L A N E T A S .

M ercurio á d istanc ia m e d ia 6 " , 7 (oscila de 4 " , 4 á 12/ ')


V enus __ __ 1 6 " , 9 (oscila de 9 7 ,5 á 6 2 " )
M a rte — — 5 " ,8 (oscila de 3 ",3 d 2 3 ";
J ú p ite r — — 3 8 " , i (oscila de 30" á 46" >
S a tu rn o — — 17 " , l (oscila de 1 5 // á 20;/)
U ra n o — — 3 ",9
N eptu n o — — 2, " 7

VOL UMEN D E LOS P L A N E T A S C O M P A R A D O CON E L D E L A T I E R R A .

Mercurio como :1 16,7


V énus — l : 1,05
La Tierra — 1: 1
Marte — 1: 7,14
Júpiter — 1414 : 1
Saturno — 735 : 1
Urano — 82 : l
N eptuno — 108 : 1
El volúmen del Sol es al de la Tierra como 1.407,100: 1.
Todos los errores que pueden cometerse en la medida
de los diámetros se encuentran elevados al cubo en las cifras
que representan los volúmenes.
Los' planetas, cu jo movimiento comunica variedad j
vida al aspecto del cielo estrellado, obran al mismo tiempo
sobre nosotros por la magnitud de su disco j por su proxi­
midad, por el color de su luz, por el centelleo que, en cier­
tos casos, se observa en algunos de ellos, y por la ma­
nera particular con que reflejan la luz del Sol sus diferentes
superficies. Respecto de si la naturaleza y la intensidad de
esta luz pueden modificarse por el desprendimiento de una
pequeña cantidad de luz propia, nada puede decirse, pues
es un problema todavía por resolver.
4.° Orden de los planetas según la distancia que los se­
para del Sol.— Con el fin de poder abarcar en su conjunto
todo lo que en la actualidad se conoce de nuestro sistema
planetario, y representar las distancias medias que sepa­
ran á los diferentes planetas del Sol, be trazado el cuadro
siguiente en el cual, como es de rigor en Astronomía, be
tomado por unidad la distancia media de la Tierra al Sol,
que es de 15.347,000 miriámetros. Mas adelante, cuando
trate en detalle de cada uno de los planetas, añadiré sus
distancias en el afélio y en el perihelio, es decir, en los
dos momentos en que los planetas, describiendo la elipse
cujo foco ocupa el Sol, se encuentran sobre la línea de los
ápsides, en el punto mas lejano y en el punto mas próximo
del foco. Por distancia media, única de que actualmente nos
ocupamos, es preciso entender, el término, media entre la
m ajor j menor distancia, es decir, elsemi-eje m ajor déla
órbita planetaria. Los resultados numéricos, aquí, como en
lo que precede j en loque sigue, están tomados en su m ajor
parte del tratado publicado por Hansen, en el Anuario de
Scbumacber para 1837. Cuando se trata de resultadas sus-
TO.M O 1U . 20
ceptibles de variar con el tiempo, es preciso referirse, para
los grandes planetas, al año 1800, escepto para Neptuno,
en el cual es necesario volver al 1851. Yo mismo he apro­
vechado el Anuario astronómico de Berlin para 1853.
Debo los detalles concernientes á los pequeños planetas, á
la amistad del doctor Galle; todos son relativos á épocas
m u j recientes.

DI STANCI A DE LOS P L A N E T A S AL SOL. *

M e rc u rio ................................................. 0,38709


V e n u s ....................................................... 0,72333
L a T i e r r a .................................................. 1,00000
M a r te ........................................................ 1,32369

PE QU E ÑOS P L A N E T A S .

F l o r a ......................................................... *2,902
V i c t o r i a ................................................... 2,333
V e s t a ........................................................ 2,362
I r i s ............................................................. 2,383
M é tis......................................................... 2,386
H e b e ......................................................... 2,52o
P a r té r jo p e ............................................... 2,431
E g é r i a ...................................................... 2,376 *
A s t r e a ...................................................... 2,377
I r e n e ......................................................... 2,383
J u n o ......................................................... 2,669
C é re s ........................................................ 2,768
P a l a s ......................................................... 2,773
Hig-ia........................................................ 3,131
J ú p i t e r ..................................................... 3,20277
S a t u r n o ................................................... 9,33883
U ra n o ............................................... 19,18239
N e p t u n o .................................................. 30,03628

El solo hecho de la disminución rápida que, de Saturno


y de Júpiter á Marte j á Vénus, se hace sensible en la du­
ración de las revoluciones, dio margen á presumir desde
luego, cuando se adoptó la hipótesis de las esferas móviles á
que estaban fijos los planetas, que esas esferas debían bailarse
colocadas entre si á alguna distancia. Pero como no podia
encontrarse entre los Griegos ninguna señal de obser­
vaciones ni de medidas metódicas, antes de Aristarco de
Samos, j el establecimiento del museo de Alejandría,
siguese de aquí, que debió existir grande divergencia en
las hipótesis acerca del órden de los planetas, j sus distan­
cias relativas, j a que se calculasen esas distancias á partir
de la Tierra inmóvil en medio de los planetas, según la opi-
nion dominante, j a se tomase con los Pitagóricos por punto
fijo el Sol, foco del Mundo («'«/a). Habia especialmente
dudas acerca de la posicion relativa del Sol frente á frente
de los planetas inferiores j de la Luna (6). Los Pitagóricos,
para quienes los nombres eran la fuente de todo conoci­
miento j la esencia misma de las cosas, aplicaban la teoría
universal de las proporciones numéricas á la consideración
geométrica de los cinco cuerpos regulares cujas propieda­
des hacia tiempo se hallaban descubiertas, á los intervalos
musicales de los tonos que forman los acordes de donde nace
la armonía, j aun á la estructura del Universo. Pensaban
que los planetas ponen en movimiento, por sus vibraciones,
las ondulaciones sonoras, según las relaciones armoniosas
de los intervalos que los separan, j producen loque ellos
llamaban la música de las esferas. «Esta música, añadían,
llegaría al oído del hombre, si no le escapase en razón de
su misma perpetuidad, j por estar habituado á ella desde
la infancia (7).» La parte armoniosa "de la teoría pitagórica
de los números se unía así á la representación figurada del
Cosmos, como puede verse, lejendo la fiel esposicion que
de estas relaciones hace Platón en el Timéo; porque la Cos­
mología es, en concepto de Platón, la obra de los principios
opuestos de la Naturaleza, reconciliados por la armonía (8).
Platón, en un cuadro lleno de gracia, intenta hacer sensible
el armonioso concierto del Mundo, colocando sobre los cír­
culos planetarios otras tantas Sirenas que, acompañadas de
las tres Parcas, hijas de la Necesidad, sostienen el eterno
movimiento del huso celeste (9). Esta representación de las
Sirenas, cu jo lugar en el concierto divino toman algunas
veces las Musas, se vuelve á hallar en muchos monumentos
antiguos, particularmente en grabados de piedra. En la
antigüedad cristiana, como en la edad media, desde San
Basilio hasta Santo Tomás de Aquino j hasta Pedro d’A illj,
se alude con frecuencia á la armonía de las esferas, pero en
términos que señalan el disentimiento del escritor (10).
A fines del siglo XVI, las opiniones de Pitágoras j de
Platón, acerca de la estructura del Mundo se despertaron
en la viva imaginación de Keplero. Llamó como ellos en su
auxilio á la Geometría j la Música, ’j construjó el sistema
planetario, primero en su Mysterium cosmographicum, to­
mando por base los cinco cuerpos regulares que pueden cir­
cunscribirse á las esferas de los planetas, j luego en el Har­
monice mundiy según los intervalos de las notas musica­
les (11). Convencido de que las distancias relativas de los
planetas están sometidas á una le j, esperaba resolver el
problema por la combinación de sus primeras miras con las
que mas tarde habia adoptado. Es singular que Ticho, á
quien por otra parte se ve siempre tan firmemente aficiona­
do al principio déla observación real, espresara ja la opinion
antes de Keplero, contra la cual protestó Rothmann, de
que el aire del Cielo, lo que llamamos el medio resistente,
quebrantado por el movimiento de los cuerpos celestes,
produce sonidos armoniosos (12). Por lo demas, las analo­
gías entre las relaciones de los sonidos j las distancias de
los planetas, c u ja huella siguió Keplero durante tanto
tiempo j con tanta laboriosidad, no creo que nunca haja n
sido para este gran entendimiento, otra cosa que abstraccio­
nes. En verdad, alegrábase, para m ajor gloria del Crea­
dor, de haber descubierto en las relaciones del espacio, re­
daciones numéricas; j como dejándose llevar de un entusias­
mo poético, liace jugar á Vénus con la Tierra en major
(Dur) en el afelio, en menor (Mol) en el perihelio; j dice
que los tonos mas elevados de Júpiter j de Vénus, deben,
uniéndose, formar un acorde en menor. Pero estas espre­
siones , á pesar de su frecuente repetición, no deben to­
marse mas que en sentido figurado, j permiten decir á
Keplero espresamente: «Jam soni in coelo nulli existunt,
nec tam turbulentus est motus, ut ex attritu aura ccelestis
eliciatur stridor.» (Harmonice muncli, lib. V, cap. 4). En
ese pasaje como en los otros á que antes bemos aludido,
trátase realmente del aire sutil j sereno que llena el Mun­
do (aura coelestis).
La comparación de los intervalos que separan á los pla­
netas de los cuerpos regulares que deben llenar esos in ­
tervalos, babia animado á Keplero á bacer estensivas sus
hipótesis al cielo de las estrellas fijas (13). Cuando el des­
cubrimiento de Céres j de los demas planetas, represen­
táronse vivamente á la memoria las combinaciones pita­
góricas de Keplero. Recordóse especialmenta el pasaje casi
olvidado hasta entonces, en el cual anuncia como verosímil
la existencia de un planeta desconocido en el vasto espacio
•que separa á Marte de Júpiter: «Motus semper distantiam
suam sequi videtur; atque ubi magnus hiatus erat inter
orbes, erat et inter motus.» «He llegado á m ajor atrevi­
miento, dice Keplero en su Introducción al Mysterium cos-
■mograjphicmi, j coloco un nuevo planeta entre Júpiter ‘j
Marte, como coloco otro entre Vénus j Mercurio.» Esta
segunda suposición era menos feliz j pasó desapercibida
mucho tiempo (14). «Es verosímil, añade Keplero, que
ambos planetas h ajan escapado á la observación, efecto
de su estremada pequeñez (15).» Mas adelante, halló Ke­
plero que no habia necesidad de esos nuevos planetas para
componer el sistema solar según las propiedades de los cinc.o
poliedros regulares, y se limitó á exagerar las distancias
de los antiguos planetas: «Non reperies novos et incógnitos
Planetas, ut paulo antea interpositos, non ea mihi proba-
tur audacia; sed illos veteres parum admodum luxatos.»
(Mysterium cosmograjphicum, p. 10). Las tendencias espe­
culativas de Keplero tenían tanta analogía con las de Pitá-
goras, y todavía mas con las miras desarrolladas en el
Timéo de Platón, que á semejanza de este filósofo, que ba­
ilaba en las siete esferas planetarias las diferencias de los
colores, como también las de los sonidos ( Cratyle, p. 409),
Keplero bizo también esperiencias para reproducir sobre
una madera diversamente iluminada los colores de los pla­
netas (Astron. Opt., cap. 6, p. 26). Por lo demas, Newton,
ese gran espíritu siempre tan vigoroso en sus razonamien­
tos, no estaba muy lejos, como ya babia notado Prévost,
(,Memorias de la Academia de Berlín para 1802, p. 77 y 93),
de referir á la escala diatónica la dimensión de los siete
colores del espectro solar (16).
Estas hipótesis que pertenecen á partes aun desconoci­
das de nuestro sistema planetario, me traen á la memoria
la opinion de la antigüedad griega «de que existían mas de
cinco planetas; y que si no se babian observado sino cin­
co, mucbos otros babian permanecido invisibles á causa de
su situación y del poco brillo de su luz.» Esta conjetura se
atribuía especialmente á Artemidoro de Efeso (17). Otra
creencia que nació en la antigua Grecia, quizá basta en
, Egipto, es la de que todos los cuerpos celestes visibles ac­
tualmente no lo lian sido siempre. A esta leyenda física ó
mas bien histórica pertenece la forma particular bajo la cual
ciertas razas tenían la pretensión de elevarse á una remo­
ta antigüedad. Así los Pelagios, que habitaban la Arcadia
antes que los Helenos, se llamaban n^off^ot, porque se va­
nagloriaban de haber tomado posesion de su país antes que
la Luna escoltase á la Tierra. Ser anterior á los Helenos,
era sér anterior á la Luna. La aparición de un astro nuevo
se describía como un acontecimiento celeste , á la manera
que el diluvio de Deucalion era un acontecimiento terrestre.
Apuleyo estendia esta inundación basta las montañas de la
Getulia, en el Norte de Africa (Apología, t. II, p. 494.
Véase también el Cosmos, t. II, p. 413, nota 53). En
Apolonio de Rodas (libro IV, v. 264), que, siguiendo la
moda de los Alejandrinos, se -remontaba gustoso á las anti­
guas tradiciones, se habla del establecimiento de los Egip­
cios en el valle del Nilo: «Entonces, dice, todos las astros
no describían aun su órbita en el Cielo. Todavía no se habia
oído hablar de la raza sagrada de Danao (18).» Ese curioso
pasaje sirve para comprender mejor las pretensiones de los
Arcadios-Pelasgos.
Doy fin á estas consideraciones acerca del orden y las
distancias de los planetas, enunciando una ley que en ver­
dad no merece tal nombre, á la que Lalande y Delambre
llaman juego de cifras, y otros, espediente mnemónico.
Sea como quiera,- ha ocupado mucho á nuestro sábio astró­
nomo Bode, sobre todo en la época en que Piazzi descubrió
el pequeño planeta Ceres, descubrimiento al cual por otra
parte no llegó Piazzi en modo alguno por esta ley, sino que
mas bien fué producido por una falta tipográfica en el ca­
tálogo de Estrellas de Wollaston. Si se quisiera considerar
este descubrimiento, como la realización de una profecía,
no debería olvidarse que la predicción, como se ha hecho
notar ya, se remonta hasta Keplero, es decir, siglo y medio
antes de Ticio y de Bode. Aunque43ode en la segunda edi­
ción de la obra tan útil y tan popular titulada: Introducción
al conocimiento del cielo estrellado, ha declarado muy espre-
samente que tomaba la ley de las distancias de una traduc­
ción de la Contemplación de lawNaturaleza de Bonnet, pu­
blicada en Witemberg por el profesor Ticio, esta ley, sin
embargo, llévalas mas vecés su nombre y no el de Bonnet.
Hállase formulada en una nota puesta por Ticio al capítulo
de Bonnet acerca de la estructura del Mundo. Despues del
enunciado de dicha le j, se lee (19): «Si se supone dividida
en 100 partes la distancia del Sol á Saturno, 4 de esas par­
tes estarán contendidas entre Mercurio j el Sol, j la dis­
tancia de Vénus al Sol comprenderá 4-hS= 7; la de la Tier­
ra 4h-6=10; la de Marte 4 + 1 2 = 1 6 . Pero esta progresión
tan exacta queda interrumpida de Marte á Júpiter. Si á par­
tir de Marte se cuentan 4 + 2 4 = 2 8 de esas partes, no se en­
cuentra ni planeta principal, ni satélite. ¿Habría dejado el
Creador un espacio vacío? No queda duda de que este espa­
cio pertenece á los satélites de Marte que todavía no se han
descubierto, á menos que él mismo Júpiter no tenga un nú­
mero m ajor de satélites, no revelados hasta b o j por el teles­
copio. Franqueando este espacio desconocido, en cuanto á
los cuerpos que le llenan, se encuentra ¡progresión admi­
rable! que la distancia de Júpiter al Sol puede estar repre­
sentada por 4-1-48=52, j por último, la de Saturno por
4-1-96=100.» Así Ticio estaba dispuesto á llenar el espa­
cio que se estiende entre Marte j Júpiter, no con un solo
cuerpo celeste sino con muchos, como así es con efecto en
realidad; solo que suponía que esos cuerpos eran satélites
j no planetas.
El traductor j comentarista de Bonnet, no se ha cuida­
do de decir en parte alguna lo que le ha llevado á la cifra 4
para la órbita de Mercurio. Quizá ha elegido esta con el
fin de tener exactamente para Saturno, reputado por en­
tonces como el mas lejano de todos los planetas, j c u ja dis­
tancia es de 9,5, j por lo tanto m u j próxima á 10,0. el
número 100, combinando la cifra 4 con los números 96,
48, 24, etc., que forman una progresión regular. Mas ve­
rosímil es esto, que suponer que b a ja establecido la série
empezando por los planetas mas próximos. Ya en el si­
glo XVIII, no podia esperarse el conciliar con las distancias
conocidas una progresión semejante, tomando por punto
de partida no el Sol, sino Mercurio únicamente; las nocio­
nes eran j a demasiado precisas. Realmente las distancias
que separan á Júpiter, Saturno j Urano, están casi en des­
acuerdo con esta proporcion; pero el descubrimiento de
Neptuno, estremadamente cercano de Urano, la desmintió
de nuevo de un modo completo (20).
La l e j que lleva el nombre del vicario W urm, de Leon-
berg, j que se distingue alguna vez de la le j de Ticio
j de Bode, es una simple corrección de la distancia solar
de Mercurio j de la diferencia de las distancias de Mer­
curio j Venus. W urm , mas aproximado á la verdad en
esto, espresa la distancia solar de Mercurio por 387, la
de Venus por 680 j la de la Tierra por 1,000 (21). Con
motivo del descubrimiento de Palas, Gauss, en una carta
dirigida á Zacb en el mes de Octubre de 1802, bace justi­
cia á la pretendida le j de las distancias. Véase en qué tér­
minos se espresa: «A diferencia de todas las verdades ab­
solutas, únicas que merecen el nombre de le j, la le j de Ti­
cio se aplica á la m ajor parte de los planetas solo en un
concepto m u j superficial é indeterminado, j en manera
alguna á Mercurio, lo cual no se babia notado todavía. Es
claro que la série de los números 4, 4 + 3, 4 + 6, 4 + 12,
4 + 24, 4 + 48, 4 + 96, 4 + 192, que determinan las distan­
cias solares, no forman ni remotamente una progresión con­
tinua. Para que así fuera se necesitaría que el término que
precede á 4 + 3 no fuera 4, es decir, 4 + 0 , sino 4h-1 1/ z.
Por lo demás, no b a j inconveniente alguno en buscar en la
naturaleza esas relaciones de aproximación. En todos los
tiempos se ban entregado á estos juegos de la fantasía los
grandes hombres.»
5.° dfasa de los planetas.—Las masas de los planetas
ban sido determinadas por medio de sus satélites, cuando
los tienen, según sus relaciones recíprocas, ó según los
efectos sufridos ó producidos por los cometas de corto pe­
riodo. Así es como Encke determinó en 1841, dejándose
guiar por las perturbaciones esperimentadas por el cometa
que lleva su nombre, la masa, basta entonces desconocida,
de Mercurio. El mismo cometa bace esperar para mas ade­
lante correcciones en la masa de Venus. De igual ma­
nera las perturbaciones de Vesta se ban aprovechado
para Júpiter. El cuadro siguiente contiene las masas de los
planetas, según Encke, tomando por unidad la del Sol.
(Véase la 4.a Memoria de Pons sobre los cometas, en las
Memorias de la Academia de Ciencias de Berlin para el
año 1842, p. 5.)
Mercurio..................................................................
V e n u s ................................................... V401839
L a T i e r r a .....................................................................Vaso331
La T ie rra y la L u n a j u n t a s ................................
M a r t e ............................................................................ V sgsoo út
J ú p it e r con sus s a té l ite s ...................................... V i 047-S79 •
S a tu r n o ......................................................................... V s s o i -g

U r a n o ....................................................................................V s íg u :;
N eptuno. . . . . . . ......................................... J

La masa á que habia llegado Le Verrier para Neptuno>


antes de la comprobacion de su descubrimiento por Galle,
C/ i era todavía mas considerable, aunque notablemen­
te cerca de la verdad. Resulta de lo que precede, que los
planetas, á escepcion de los pequeños, deben estar coloca­
dos como sigue, según el orden de su masa, empezando por
el que tiene la masa menos considerable:
1.° M e rc u rio. 5.° U ra n o .
2.° M a rte . 0.° N eptuno.
3.° V e n u s . ' ” .° S a tu r n o .
4.° L a T ie rra. 8 .° Jú p ite r.

Así el órden de las masas, como tampoco él de los volú­


menes j de las densidades, tiene nada de común con el
órden de las distancias solares.
6.° Densidad de los planetas.—Combinando los resul­
tados indicados precedentemente para los volúmenes j las
masas, j tomando sucesivamente por unidad la densidad
de la Tierra y la del agua, se llega á las siguientes rela­
ciones numéricas:

DENSIDAD DE LOS PLANETAS DENSIDAD DE LOS PLANETAS

PLANETAS. comparada comparada


con la de la Tierra. con la del agua.
■ ■ ■■ ,. ------ .

Mercurio...................... 1,234 6.71


V e n u s .......................... 0,940
1,000 3,44
M arte............................ 0,9o8 ;»,2i
Jú p ite r.......................... 0,243 1,3.5
Saturno ....................... 0,140 0,76
U r a n o .......................... o ,n s 0.97
N e p tu n o ...................... 0,930 l,2o ,

Al comparar en el cuadro que precede, la densidad de


los diferentes planetas con la del agua, báse tomado por
base la densidad de la Tierra. Los esperimentos becbos por
Reich, en Freiberg, con la balanza de torsion, ban dado
5,4383. Cavendish, despues de esperiencias análogas, ba­
bia llegado, según los cálculos exactísimos de Francisco
R ailj, á 5,448. Como se ve, esos dos resultados difieren
m u j poco. El mismo B ailj por cuenta propia encontró
5,660. En el cuadro anterior se observa que, según las
determinaciones de Encke, Mercurio está, tocante á la den­
sidad, mu j próximo de los planetas de media magnitud.
Este cuadro de las densidades, recuerda la división de
los planetas en dos grupos separados por la zona de los pe­
queños planetas. Marte, Venus, la Tierra j aun Mercu­
rio, presentan pocas diferencias de densidad; así tam-
bien los planetas mas apartados del Sol, Júpiter, Neptuno,
Urano j Saturno, aunque de cuatro á siete veces menos
densos que el primer grupo, tienen bajo esta relación m u­
chas analogías entre sí. La densidad del S ol, tomando la
de la Tierra por unidad, es 0,252; está, por consiguiente,
con la del agua en la razón de 1,37 á 1, es decir, que es un
poco m ajor que la densidad de Júpiter j la de Neptuno.
El Sol j los planetas pueden, pues, colocarse como sigue
según el órden de su densidad (22):
1.° S a tu r n o . 5.° EL Sol.
2 .° U rano. 6.° V e n u s.
3.° N ep tu n o 7.° M arte.
4 .° Jú p iter. 8.° L a T ierra.
9.° M ercurio.

Adviértese que aun cuando generalmente los planetas


mas densos son los mas próximos al Sol, no puede decirse
con fundamento, considerándolos separadamente, que su
densidad está en razop. inversa de las distancias, como pa­
recía creer Newton (23).
7.° Duración de la revolución sideral de los planetas ¡j
de su rotacion.—Damos únicamente aquí las revoluciones
siderales, es decir, la duración verdadera de las revolucio­
nes, tomando por punto de partida las estrellas fijas ó cual­
quier otro punto determinado del Cielo. Durante el curso
de una revolución semejante, los planetas recorren alrede­
dor del Sol una órbita completa de 360°. Es preciso guar­
darse mucho de confundir las revoluciones siderales con las
revoluciones trópicas ó las revoluciones sinódicas. La du­
ración de la revolución trópica es el intervalo que el Sol
tarda en volver al equinoccio de la primavera: la duración
de la revolución sinódica es el intervalo que separa dos con­
junciones ó dos oposiciones consecutivas.
DURACION

PLANETAS. de la ROTACION.
REVOLUCION SIDERAL.

M e rc u rio ................. 87cl ,96928


...........................
V e n u s ...................... 224 ,70078
L a T i e r r a ................ 365 ,25637 0(1 231* 5(1' 4"
M a r t e ........................ 686 ,97964 1 0 37' 20”
J ú p i t e r ................. 4332 ,58480 0 9 55' 27"
S a t u r n o ................... 10759 ,21981 0 10 29' 17"
U r a n o ....................... 30686 ,82051
N e p tu n o .................. 60126 ,7

Pueden presentarse esos diferentes períodos bajo una


forma mas fácil de apreciar.
M ercurio 8"d 23h 15' 46 ”
V enus 224 16 49? 7”
L a T ie rr a 363 6 9' U l'2,7496

(De d onde se d e d u c e q u e la rev o lu c ió n trópica de la T ie rr a ó la duración,


del a ñ o solar es de 365d 2 4,22 2, es decir, 365d 5h 48' 4 7 , ” 8091. E n 100
añ o s las ir re g u la rid a d e s en la r e tr o g r a d a c io n de lo s eq uinoccios a b r e ­
v ia n el año so la r en 0 ” ,595.)

M arte I a 3 2 M 17h 30' 4 1 ”


J ú p it e r 11 314 20 2' 7"
S a tu r n o 29 166 23 10' 3 2 "
U ra n o 84 5 19 4 1 ' 3 6 "
N e p tu n o 164 22o 17

Los grandes planetas esteriores, que invierten m ajor


tiempo en bacer su revolución, son los que giran con mas
rapidez sobre sí mismos. Los pequeños planetas interiores,
mas próximos al Sol, son por el contrario, los que verifi­
can su rotacion mas lentamente. Los períodos de revolución
de los asteroides comprendidos entre Marte j Júpiter, pre­
sentan grandes diferencias de las cuales hablaremos cuan­
do tratemos brevemente de cada uno de ellos en particular;
basta aquí consignar que la revolución m ajor es la de Hi-
gia, j la mas corta la de Flora.
8.° Inclinación ele las órbitas planetarias y de los ejes de
rotacion.—Despues de las masas de los planetas, los ele­
mentos mas importantes de que dependen las pertur­
baciones, son, la inclinación j la escentricidad de sus ór­
bitas. La comparación de esos elementos en los tres grupos
sucesivos de Mercurio á Marte, de Flora á Higia, de Júpi­
ter á Neptuno, ofrece semejanzas j contrastes que llevan
á consideraciones interesantes acerca de la formación
de esos cuerpos celestes j los cambios que ban podido es­
perimentar, durante largos períodos de tiempo. Los plane­
tas que describen alrededor del Sol elipses tan diferentes,
están también situados en planos distintos. Con el fin de
bacer posible una comparación numérica, se los refiere á
todos á un plano fundamental fijo, ó se supone que se mue­
ven según una le j determinada. El plano mas apropósito
para este uso es ó la eclíptica, es decir, el plano en el cual
se mueve la Tierra, ó el ecuador del esferoide terrestre. En
el cuadro siguiente unimos á las inclinaciones de las órbi­
tas de los planetas sobre la eclíptica j sobre el ecuador ter­
restre, las inclinaciones de sus ejes de rotacion sobre el mis­
mo plano de sus órbitas, siempre que ban podido determi­
narse esas inclinaciones con alguna certeza.
*

INCLINACION INCLINACION
de las INCLINACION
del
URBITAS de
PLANETAS. de LAS ÓRBITAS DE LOS EJE DE LOS PLANETAS

LOS PLANETAS PLANETAS


sobre el
sobre la sobre el
ECLÍPTICA. ECUADOR TERRESTRE. PLANO DE SUS ÓRBITAS.

M ercu rio. . . 7o 0' o ",9 28°451 8-”

V énus. . . . 3 0 2 3 f 2 8 7,, ü 2 4 °3 3 , 2 l " . . . .


La T ierra. . . 0o 0' 0» 2 3 °2 7 '5 4 ",S G 6°32'

M a r te .............. i°51í 6 ",2 24°44* 2 1 " 61° 18'

Jú p ite r. . . . 1 °1 8 ';)1 ",6 23° 1 8 '2 8 » 86° 54'

S a tu r n o . . . 2 ° 2 9 ' 3 o ” ,9 ■22° 38*44»


U rano. . . . 0 ° 4 6 '2 8 ” ,0 2 3 ° 4 1 '2 4 » . . . .

N ep tu n o . . . 1°47 / 22°211 . . • .

Hemos despreciado los pequeños planetas, porque for­


man un grupo distinto del cual volveremos á ocuparnos
mas adelante. Si se esceptua el planeta mas cercano al Sol,
Mercurio, c u ja órbita está inclinada sobre la eclíptica en
una cantidad (7°0'5",9) m u j aproximada de la que mide
la inclinación del ecuador solar (7o307), se observa que
la inclinación de los otros siete planetas está compren­
dida entre 0o 5/ 4 j 3o 1/ l¿. Júpiter es el que se acerca mas
ála perpendicular, respecto de la inclinación del eje de ro­
tacion sobre el plano déla órbita. En Urano, por el contra­
rio, el eje de rotacion, á juzgar por la inclinación de las ór­
bitas de los satélites, coincide casi con el plano de la órbita.
Como de la inclinación del eje de la Tierra sobre el pía*
no de su órbita, es decir, de la oblicuidad de la eclíptica,
ó en otros términos aun, del ángulo que forma la órbita
aparente del Sol en el punto donde corta al ecuador, de­
penden la división j duración de las estaciones, las altu­
ras del Sol bajo diferentes latitudes j la longitud del dia,
este elemento es de gran importancia para determinar los
climas astronómicos , es decir, la temperatura de la Tier­
ra, en tanto que es producido por la altura meridiana del
Sol, y por la duración de su presencia sobre el horizonte.
Suponiendo considerable la oblicuidad de la eclíptica en el
caso, por ejemplo, en que el ecuador de la Tierra fuese
perpendicular al plano de su órbita, cada punto de la Tier­
ra, incluso los polos, tendría al Sol en el zénit una vez al
año, y no lo vería salir, durante un espacio de tiempo mas
ó menos largo. Bajo cada latitud, el contraste entre el in­
vierno y el verano llegaría al máximum para la tempera­
tura, como para la duración del dia. Los climas serian por
todas partes estremados, y no podrían templarse sino por
una complicación infinita de corrientes de aire que varia­
rían á cada instante. S i, por el contrario , suponemos
nula la oblicuidad de la eclíptica, es decir, si se representa
la eclíptica coincidiendo con el ecuador terrestre, cesarían
por doquiera las diferencias de estación, y la duración del
dia seria por todas partes la misma, porque el curso apa­
rente del Sol seguiría incesantemente al ecuador. Los ha­
bitantes de los polos verían siempre al Sol en el horizonte.
La temperatura media anual, sobre cada punto de la super­
ficie terrestre, seria la de cada uno de los dias del año, en
el mismo lugar (24). Este estado se ha comparado al de
una primavera eterna; la comparación no estaría justificada
mas que por la igualdad constante que se establecería entre
la duración de los dias y la de las noches. Privados sin
embargo del calor estival que fecundiza la vegetación,
gran número de las regiones de que se compone la zona
templada, gozarían con efecto, de ese clima invariable y
nada deseado de la primavera, que reina bajo el ecuador
en la cadena de los Andes, y por el cual he sufrido per­
sonalmente sobre las mesetas desiertas ó Paramos, situa'das
cerca de las nieves perpétuas, á 10,000 ó 12,000 piés
de altura (25). En esas regiones, la temperatura del aire
en que oscila el dia es de 4o 1/ 2 y 9* Eeaumur.
Los Griegos trataron mucho de la oblicuidad de la eclíp­
tica, la midieron de un modo imperfecto y se entregaron á
diferentes conjeturas sobre las variaciones á que podia es­
tar sujeta, y sobre los efectos que debían*resultar de la in­
clinación del eje terrestre para los climas y el desarrollo de
la naturaleza orgánica. Esas especulaciones fueron sobre
todo notables en Anaxágoras, de la escuela pitagórica, y en
CEnopide de Chio. Los pasajes que pueden ilustrarnos en
este asunto son insuficientes y muy poco decisivos, aun­
que permiten conocer que se hacia remontar el desarrollo
de la vida orgánica y la formacion de los animales, á la
época en que comenzó la inclinación del eje terrestre. Se­
gún un testimonio de Plutarco ( Opiniones de los Filóso­
fo s , lib .II, cap. 8), Anaxágoras creía que el Mundo, en
su constitución y cuando hizo salir de su seno los séres
animados, se inclinó por sí mismo hácia el Mediodía. Dió-
genes Laércio (lib. II, cap. 3, § 9), también hace hablar á
Anaxágoras en el mismo sentido. «Según este filósofo, dice,
los astros todos se movían en el principio, como si hubieran
estado fijos en una bóveda, de suerte que el polo parecía
hallarse siempre sobre una línea vertical; pero mas adelante
tomaron una posicion inclinada.» Representábase la incli­
nación de la eclíptica como un hecho realizado en un prin­
cipio en la historia del Mundo, y sin que para nada se tra­
tara de cambio progresivo ni subsiguiente.
Las dos situaciones estremas en las que Júpiter y Ura­
no se acercan mas, hacen pensar naturalmente en la in­
fluencia que un aumento ó una disminución en la oblicui­
dad de la eclíptica, podrían tener sobre las relaciones me­
teorológicas de nuestro planeta y sobre el desarrollo de la
vida orgánica, si esta diferencia no estuviera restringida á
estrechos límites. El conocimiento de esos límites, objeto de
toüs m. 21
los grandes trabajos de Leonardo Euler, de Lagrange j de
Laplace puede considerarse como una de las mas brillan­
tes conquistas de la astronomía teórica y que mejor indica
■el perfeccionamiento del alto análisis. Laplace afirma en su
E sjiosicioib del Sistema del Mundo (p. 303, edic. de 1824),
que la oblicuidad *de la eclíptica no oscila mas de I o 1/ 2 de
los dos lados de su posicion media. También la zona tropi­
cal ó el trópico de Cáncer, que es estremidad septentrio­
nal, puede aproximarse á las regiones que habitamos en
este límite de 3o(26). Sucede en esto, como si prescindiendo
de otras causas de perturbaciones meteorológicas, se transpor -
tase insensiblemente Berlin desde la línea isoterma que b o j
ocupa á la de Praga: la temperatura media anual subiría
apenas un grado centígrado (27). Biot cree también que
las variaciones en la oblicuidad de la eclíptica permanecen
encerradas en límites m u j estrechos, pero juzga mas pru­
dente no espresar esos límites en cifras. «La disminución
lenta j secular de la oblicuidad de la eclíptica, dice, pre­
senta estados alternativos que producen una oscilación eter­
na comprendida entre límites fijos. La teoría no ha podido
llegar todavía á determinar esos límites; pero según la
constitución del sistema planetario ha demostrado que exis­
ten j que están m u j poco estendidos. Asi, considerando
solo el efecto de las causas constantes que obran actual­
mente sobre el sistema del Mundo, puede afirmarse que el
plano de la eclíptica no ha coincidido jamás j no coincidirá
nunca con el plano del ecuador, fenómeno que si acontecie­
se, produciría la primavera eterna» ( Tratado de Astrono­
mía física , t. IV, p. 91, edic. de 1847).
Mientras que la nutación del eje terrestre, descubierta
por E radlej, depende solo de la influencia que ejercen el
Sol j la Luna sobre el aplanamiento polar de nuestro pla­
neta, las variaciones en la oblicuidad de la eclíptica, resul­
tan del cambio de lugar de todas las órbitas planetarias.
Actualmente las órbitas están distribuidas de tal manera,
que su acción combinada produce una disminución en la
oblicuidad. Esta disminución es b o j, según Bessel, de
0",457 por año. En algunos miles de años, la posicion de
las órbitas planetarias, con relación al plano de la órbita
terrestre, habrá variado de tal suerte, que la parte de la
precesión debida á los planetas, cambiará de sentido, j re­
sultará de aquí un crecimientp en la oblicuidad de la eclíp­
tica. La teoría enseña que esos períodos crecientes ó decre­
cientes son de duración m u j desigual. Las observaciones
astronómicas mas antiguas que han llegado hasta nosotros
con datos numéricos exactos, se remontan al año 1104 an­
tes de la era cristiana, j atestiguan la gran edad de la ci­
vilización china. Los monumentos literarios de esta nación
apenas son de un siglo mas acá; existe una cronología
regular que data, según Eduardo Biot, del 2700 antes de
Jesucristo (28). Bajo el reinado de Tscheu-Kung, her­
mano de W u-W ang, la sombra del Sol al medio dia
fué medida en los dos solsticios de invierno j de verano con
un gnomon de ocho pies. Estos esperimentos que tuvieron
lugar en Lo-jang (hoj Ho-nan-fu, de la provincia de Ho-
jian, al sud del rio Amarillo), á los 34°46' de latitud, die­
ron, para la oblicuidad de la eclíptica 23° 54', es decir, 27'
mas que lo que se halló en 1850 (29). Las observaciones
de P jtéas j de Eratóstenes, en Marsella j Alejandría, son
posteriores en seiscientos ó setecientos años. Tenemos los
resultados de cuatro esperimentos de este género anteriores
á la era cristiana, j los de otros siete hechos entre el naci­
miento de Jesucristo j las observaciones de Ulugh-Beg,
en el observatorio de Samarcanda. La teoría de Laplace es­
tá en perfecta consonancia con estos resultados, para un
espacio de tiempo de cerca de treinta siglos, salvo algu­
nas diferencias insignificantes, en mas, ó en menos, t l a j
tanto m ajor motivo para celebrar que la medida de longi­
tud de las sombras en tiempo de Tscheu-Kung b a ja llegado
basta nosotros, cuanto que se ignora por qué casualidad
el escrito que la contiene se salvó de la destrucción general
de los libros, mandada el año 246 antes de Jesucristo, por
el emperador Schi^-Hoang-Ti, de la dinastía de los Tsin.
Según las investigaciones de Lepsio, la IVa dinastía egip­
cia empieza con los constructores de pirámides, Cbufu,
Schafra j Menkera, veinte j tres siglos antes que las ob­
servaciones becbas en Lo-jang. Es de creer, según esto, si
se considera el alto grado de civilización que j a gozaba la
nación egipcia j la antigüedad de su calendario, que antes
de las medidas de Lo-jang, debieron ejecutarse otras seme­
jantes en el valle del Nilo. Los mismos Peruanos, aunque
menos al tanto 'que los Mejicanos j los M ujscas, que
habitan las montañas de la Nueva-Granada, de las rectifi­
caciones del calendario é intercalaciones, tenian algún
gnomon formado por un círculo trazado alrededor de una
aguja, sobre una superficie m u j compacta. Estos gnomon
estaban en medio del gran templo del Sol en Cuzco, j en
otros mucbos lugares. El de Quito, colocado casi cerca del
ecuador, era tenido en mas honor que los otros, j habia la
costumbre de coronarlo de flores en las fiestas de los equi­
noccios (30).
9.° Escentricidad de las órlitas planetarias.—La forma
de una elipse está determinada por la longitud del eje ma­
jo r j la distancia de los dos focos. Para las órbitas de los
planetas la distancia que se llama escentricidad, comparada
con el semi-eje m ajor de la órbita, varía desde 0,006, como
en la órbita de Vénus que se acerca mucho á la forma cir­
cular, hasta 0,205 en la órbita de Mercurio, j 0,255 en la
de Juno. Los planetas de órbita menos escéntrica son,
despues de Vénus j Neptuno, la Tierra, c u ja escentricidad
disminuje 0,00004299 en cien años, aumentando en la
misma proporcion el eje menor; despues, Urano, Júpiter,
Saturno, Ceres, Egeria, Vesta y Marte. Las órbitas mas
escéntricas son las de Juno (0,255), Palas (0,239), Iris
(0,232), Victoria (0,217), Mercurio (0,205) jH eb é(0 ,202).
H ay planetas cuya escentricidad va creciendo: á este nú­
mero pertenecen Mercurio, Marte y Júpiter. En otros por
el contrario decrece: tales son Vénus, la Tierra, Saturno
y Urano. El cuadro siguiente indica las escentricidades de
los planetas mayores según Hansen, para el año 1,800,
Mas adelante se bailarán las escentricidades de los peque­
ños planetas con los elementos restantes de sus órbitas.

.M ercurio............................................................... 0,‘
20oolG>5 •
V é n u s ..................................................................... 0,0065618
L a T i e r r a ............................................................... 0 , 0 i 67922
M a rte . ................................................................ {í.0932168
J ú p i t e r .................................................................... 0,0481621
S a t u r n o ................................................................. 0 ,0 ’J61o05
U r a n o ...................................................................... 0,0466108
N ep ir.n o ............................................. ... . . . . 0.00871956

El movimiento del eje mayor, que cambia el perihelio de


los planetas, se realiza progresivamente, de una manera in­
cesante y según dirección fija. Las líneas de los ápsides
así modificadas necesitarían mas de cien mil años para veri­
ficar su ciclo. Es muy esencial distinguir esa alteración de
las que esperimenta la forma elíptica de las órbitas. Se ba
tratado de saber si la importancia creciente de esos elemen­
tos podría, despues de un gran número de siglos, modificar
considerablemente la temperatura de la Tierra é influir so­
bre la suma total y la distribución del calor en las diferen­
tes partes del dia y del año; si esas causas astronómicas,
obrando regularmente según leyes eternas no facilitarían
la solucion del gran problema geológico, relativo á las plan­
tas y á los animales de los trópicos que se ban encontrado
enterrados en la zona glacial. Ciertos razonamientos mate­
máticos se ban tomado como alarmantes para los espíritus
tocante á la posicion de los ápsides j la forma de las órbitas,
según que esas órbitas se aproximan mas á la forma circu­
lar ó á la escentricidad de los cometas, tocante á la incli­
nación de los ejes, el cambio en la oblicuidad de la eclípti­
ca y la influencia que la precesión de los equinoccios puede
ejercer en la duración del año; pero esos mismos razona­
mientos sometidos á un análisis mas severo proporcionan
también para el porvenir del mundo, motivos de seguridad.
Los grandes ejes y las masas no cambian. La l e j de la
vuelta periódica, acusa el crecimiento indefinido de ciertas
perturbaciones. Las escentricidades; poco sensibles j a por
sí mismas, de dos de los planetas mas poderosos, de Júpiter
j Saturno, reciben, gracias á influencias recíprocas cu jos
efectos se compensan, aumentos j disminuciones alternati­
vas contenidas en límites reducidos j determinados.
A consecuencia del cambio que esperimenta la línea de
los ápsides, el punto de la órbita terrestre mas cercano al
Sol llega gradualmente á caer en estaciones opuestas (31).
Si en la actualidad, el astro pasa al perihelio en los primeros
dias de enero j al afelio seis meses mas tarde, en los pri­
meros dias de julio, el movimiento progresivo de la línea
de los ápsides ó gran eje de la órbita terrestre, puede hacer
que el máximun de la distancia caiga en invierno, el míni­
mum en verano, de tal manera que la distancia de la Tierra
al Sol sea en el mes de enero 520,000 miriámetros m ajor
que en el verano, es decir, Í/ SQde la distancia media. Al
primer golpe de vista podría creerse que el cambio del pe­
rihelio del invierno al verano debería producir grandes cam­
bios en los climas, j sin embargo, todo quedaría reducido
á que el Sol, en esta hipótesis, no prolongaría mas de siete
dias su presencia en el hemisferio septentrional, es decir,
que no emplearía sino una semana mas, en recorrer la-
mitad de su órbita desde el equinoccio de la primavera hasta
el del otoño, que en recorrer la otra mitad desde el equinoc-
ció de otoño hasta el de la primavera. La diferencia de tem­
peratura, entendiendo por esto los climas astronómicos, y
sin considerar la relación del elemento líquido al elemento
sólido sobre la superficie de la Tierra, la diferencia de tem­
peratura, repito, que podría temerse como consecuencia del
movimiento de la línea que une los ápsides, se halla neutrali­
zada casi enteramente por la circunstancia de que el punto
en que nuestro planeta está mas próximo del Sol, es siempre
aquel en que su corriente es mas rápida (32). El bello teo­
rema de Lambert, según el cual la cantidad de calor
que la Tierra recibe del Sol en cada parte del año, es pro­
porcional al ángulo descrito durante el mismo espacio de
tiempo por el radio vector del Sol, contiene hasta cierto
punto la solucion tranquilizadora de este problema (33).
Así el cambio de dirección en la línea de los ápsides no
ejercería mas que una débil influencia sobre la temperatura
de la Tierra; por otra parte, los límites de los cambios que
pueden realizarse con verosimilitud en la elipse de la órbita
terrestre, son m u j reducidos (34). Esta causa por sí sola,
según Arago j Poisson, no puede modificar los climas sino
de una manera m u j poco sensible j tan lenta, que los cam­
bios no podrán ser apreciados antes de largos periodos de
tiempo. Aunque no se ha j a llegado todavía á determinar
por el análisis exactamente estos límites, h a j cuando me­
nos la seguridad de que la escentricidad de la Tierra no
puede llegar jamás á la de Juno, Palas j Victoria.
. 10° Intensidad de la luz solar sobre los diferentes p la­
netas.— Tomando por unidad la intensidad de la luz solar
sobre nuestro planeta, se llega á los resultados siguientes;

M e r c u r i o . . ....................................................... G.G74
V e n u s ................................................................ J ,911
M a rte . . • ...................................................... 0,431
P a l a s .................................................................. 0,130
J ú p i t e r .............................................................. Ü.03G
S a t u r n o ............................................................ 0,011
U ra n o ................................................................ 0,003
N e p tu n o ............................................................ 0,001

La escentricidad considerable de los tres planetas que


siguen, influye sobre la intensidad de la luz en el perihelio
y en el afelio:
M ercurio en el perih elio 10,¿j8 en el afelio 4.59
M arte — 0.32 —■ 0,3G
Juno — 0,25 —• 0,09

En razón de la poca escentricidad de la Tierra, la inten­


sidad de la luz no varía para este planeta, del perihelio al
afelio, mas que de 1,034 á 0,967. Si la luz es 7 veces mas
intensa en la superficie de Mercurio que en la superficie de
la Tierra, debe serlo 0,68 veces menos en la superficie de
Urano. No hablamos aquí del calor porque este es un fenó­
meno complicado, que depende de la existencia ó de la no
existencia de las atmósferas, de su altura y de su composi-
cion especial. Eecordaré aquí solamente la conjetura de
Juan Herschell sobre la temperatura que debe reinar en la
superficie de la Luna; es posible, según él. que esceda en
mucho á la temperatura del agua en ebullición (35).

PLANETAS SECUNDARIOS Ó SATELITES.

Las consideraciones generales á que puede dar lugar la


comparación de los planetas secundarios han sido espuestas
bastante detalladamente en el cuadro de la Naturaleza que
ocupa el primer tomo del Cosmos. En la época en que apa­
reció no se conocían todavía mas que 11 principales y 18 se
cundarios. Entre los asteroides ó pequeños planetas telescópi­
cos habían sido señalados 4 únicamente: Céres, Palas, Juno y
Yesta. Hoy, en el mes de Agosto de 1851, conocemos 22
planetas principales y *21 satélites. Despues de una inter-
rupcion de 38 años en los descubrimientos de los planetas,
desde el año 1807 basta el mes de Diciembre de 1845, em­
pieza con la Astrea de Encke una série de felices observa­
ciones que revelan la existencia de 10 pequeños planetas
basta mediados del 1851. De este número, 2 fueron vistos
por primera vez en Driesen, por Encke (Astrea j He-
bé); 4 en Londres, por Hind (Iris, Flora, Victoria é Irene);
1 en Markree Castle, por Grabam (Metis), j 3 en Ñapóles,
por de'Gasparis (Higia, Parténope j Egeria). El mas le­
jano de todos los planetas, Neptuno, señalado por Le Ver-
rier en París y reconocido en Berlín por Galle, siguió á As­
trea con diez meses de intervalo. Desde este momento los
descubrimientos se multiplican con rapidez tal, que desde
algunos años, la topografía del sistema solar parece baber
envejecido tanto, como las estadísticas geográficas.
De los 21 satélites conocidos b o j, 1 pertenece á la Tier­
ra, 4 á Júpiter, 8 á Saturno, entre los cuales el última­
mente descubierto, Hiperion, es el 7.° en el órden de las
distancias; Urano tiene 6, de los cuales el 2.° j el 4.° están
determinados sobre todo con una gran certeza; Neptuno
tiene 2.
Los satélites al girar alrededor de los planetas princi­
pales, forman sistemas subordinados, en los que estos plane­
tas desempeñan el papel de cuerpo central, j constitujen
sistemas particulares de dimensiones muj* diferentes que
reproducen en pequeño la imágen del sistema solar. En el
estado actual de nuestros conocimientos, el dominio de Jú ­
piter tiene de diámetro 380,000 miriámetros; el de Saturno
tiene 780,000. Esas analogías entre los sistemas subordi­
nados j el sistema solar ban contribuido en tiempo de Gali­
leo, en que la espresion de Mundo de Júpiter (Mundus
Jovialis) se hizo de uso m u j frecuente, á estender de
una manera mas general j mas rápida la teoría de Co-
pérnico, recordando esas semejanzas de forma j de po-
sicion que la naturaleza orgánica se complace también
en repetir frecuentemente en los grados inferiores de la
creación.
La distribución de los satélites en el sistema solar es tan
desigual, que aunque, los planetas principales acompañados
de satélites estén con los que carecen de ellos en la relación
de 5 á 3, los primeros, á escepcion de la Tierra, forman to­
dos parte del grupo esterior situado mas allá de los asteroi­
des de órbitas entrelazadas. El único satélite que se encuen­
tra en el grupo interior, la Luna, ofrece la particularidad
de que su diámetro es de una magnitud escesiva relativa­
mente al de la Tierra. Esta relación es de Vsjs? mientras
que en el m ajor de'los satélites de Saturno, el 6.° por ór­
den de posicion, en Titán, el diámetro apenas es de 1/ lu-r,
de el del planeta principal, j que en el m ajor de los saté­
lites de Júpiter, que es el 3.° por órden de posicion, esta re­
lación es solo de 1/ 2jj>s- Esta magnitud enteramente rela­
tiva debe por lo demás distinguirse con cuidado de la mag­
nitud absoluta. El diámetro proporcionalmente tan largo
de la Luna, no tiene en definitiva mas que 454 millas geo­
gráficas, j cede por consiguiente en magnitud absoluta á
los diámetros de los cuatro satélites de Júpiter, que tienen
respectivamente 776, 664. 529 j 475. Falta m u j poco
para que el diámetro del 6.° satélite de Saturno no alcance
al diámetro de Marte, que tiene 892 millas geográficas (36).
Si los resultados suministrados por el telescopio dependie­
sen únicamente del diámetro del satélite j no estuviesen
subordinados á la proximidad del planeta principal, á la
distancia j á la constitución de la superficie que refleja la
lu z , podrian considerarse con razón los dos primeros
satélites de Saturno, Mimas j Encelado, asi como el 2.°
j el 4.° de los satélites de Urano, como los menores de
todos los planetas secundarios. Pero es mas seguro de­
signarlos solamente como los mas pequeños puntos lumi-
liosos.-Un hecho que parece adquirido para la ciencia es
el de que debe buscarse entre los pequeños planetas j no
entre los satélites, los menores de todos los cuerpos plane­
tarios (37).
No puede decirse con exactitud que la densidad de
los satélites sea siempre menor que la de los planetas
principales, como sucede para la Luna, c u ja densidad esa
la de la Tierra como 0,619 es á 1; lo mismo sucede para
el 4.° satélite de Júpiter. En el sistema de Júpiter el 3." sa­
télite que es el m ajor, tiene la misma densidad que el pla­
neta; el 2.° es mas denso. No es tampoco cierto que las masas
aumenten con las distancias. Si se supone que los planetas
fueron formados de anillos, moviéndose en círculo en el es­
pacio, es preciso que causas que permanecieron eterna­
mente en el misterio, ha ja n determinado alrededor de tal ó
cual núcleo aglomeraciones de magnitudes diferentes, j
diversamente condensadas.
Las órbitas de satélites pertenecientes al mismo grupo
tienen escentricidades m u j distintas. En el sistema de Jú ­
piter, los dos primeros satélites describen casi círculos per­
fectos, la escentricidad en los dos siguientes se eleva
á 0,0013 j 0,0072. En el sistema de Saturno, la órbita del
satélite mas aproximado, Mimas, es j a mucho mas escén-
trica que la de Encelado j la de Titán, tan claramente de­
terminada por Bessel, j que es á la vez el m ajor j mas anti­
guo de los satélites de Saturno. La escentricidad de
Titán no es en verdad mas que de 0^02922. Según estos
datos que merecen confianza, Mimas solo es mas escén-
trico que la Luna, c u ja escentricidad, igual á 0,05484,
tiene de particular que es la m ajor escentricidad conocida,,
relativamente á la del planeta principal alrededor del cual
verifica su revolución. Asi la escentricidad de Mimas, es íi
la de Saturno como 0,068 es á 0,056; la de la Luna es á la
de la Tierra, como 0,054 es á 0,016. Acerca de las distan-
cías de los satélites á los planetas puede verse el primer tomo
del Cosmos (p. 85). La distancia de Mimas á Saturno no
está j a evaluada h o j en 14,857 miriámetros, sino en
18,995. partiendo del centro del planeta, ó en 12,946, á
partir de la superficie, de donde resulta que la distancia de
este satélite al anillo de Saturno es de mas de 5,000 miriá­
metros, restando 3,409 miriámetros para el intervalo entre
el planeta j el anillo, j 4,486 para la estension misma de
dicho anillo (38). El sistema de Júpiter presenta también
con cierta armonía general, anomalías singulares en las ór­
bitas de sus satélites, que se mueven todos á una pequeña
distancia j en el plano del ecuador del planeta. Entre los
satélites de Saturno, 7 verifican su revolución á m u j corta
distancia del plano del anillo; el 8.° j último, Jafet, está
inclinado sobre este plano 12° 14'.
En estas consideraciones generales acerca de las órbitas
planetarias, hemos descendido del sistema solar, el mas es­
tenso de los sistemas conocidos, pero que ciertamente no es
aun la manifestación suprema de la atracción celeste, á los
sistemas parciales j subordinados de Júpiter, Saturno, Nep­
tuno j Urano (39). Sí, por una parte, existe en el pensa­
miento j en la imaginación del hombre una tendencia innata
ala generalización, un deseo insaciable de eng-randecer, aun
mas, el Mundo por sus presentimientos, j á buscar en el mo -
vimiento de traslación que tiene nuestro sistema solar, la
idea de una coordinacion mas vasta j elevada (40), háse
supuesto también, que los satélites de Júpiter podían ser
otros tantos centros alrededor de los cuales girasen cuerpos
celestes cu j a estremada pequeñez los hiciera invisibles. Se­
gún esta hipótesis, á cada uno de los miembros de que se
componen los sistemas parciales que tienen su asiento prin­
cipal en el grupo de los planetas esteriores seguirian otros
sistemas análogos j subordinados. El espíritu simétrico
del hombre se complace en la reproducción sucesiva de las
mismas formas, aun cuando se ve obligado para satisfacerse
á inventar analogías; pero un serio exámen no permite
confundir el mundo real con el mundo ideal, las hipótesis
simplemente probables con los resultados fundados sobre
observaciones ciertas.
NOCIONES PARTICULARES

SOBRE LOS PLANETAS Y LOS SATELITES.

Una descripción física del Universo tiene por objeto es­


pecial, como be dicho j a muchas veces, reunir los resulta­
dos numéricos mas importantes j mas seguros que han
podido obtenerse en el mundo sideral, como también en el
dominio terrestre, basta la mitad del siglo XIX. Las formas
j los movimientos de los cuerpos deben estar trazados en
ella bajo el -triple punto de vista de su creación, de su exis­
tencia j de su medida. Las bases sobre que descansan esos
resultados, las conjeturas cosmogónicas que, siguiendo los
progresos j las alternativas de nuestros conocimientos, se
han producido desde hace millones de años, en cuanto á la
formación j el desarrollo del mundo físico, no entran, á
decir verdad, en el círculo de esas investigaciones esperi-
mentales. Puede verse respecto de este asunto el tomo I del
Cosmos, p. 26-31 j 4 3 .

el sol.

En las páginas que preceden, he indicado las dimensio­


nes del Sol j espuesto las opiniones generalmente admiti­
das ho j acerca de la constitución física del cuerpo que for­
ma el centro de nuestro sistema.Bastará añadir, según las
observaciones mas recientes, algunas consideraciones su­
plementarias con respecto á las formas rojizas de que he­
mos hablado en otro lugar Los importantes fenómenos que
se ofrecieron en el Este de Europa, con ocasion del eclipse
total del 28 de Julio de 1851, han corroborado mas la opi­
nion espresada por Arago en 1846, de que las eminencias
rogizas semejantes á montañas ó á nubes que en los eclip­
ses se notan en los bordes del disco oscurecido del Sol,
pertenecen á la atmósfera gaseosa, es decir, á la mas este-
rior de las atmósferas de que está rodeado el cuerpo central
41). Esas eminencias se hallaban descubiertas gradual­
mente al Oeste por la retirada de la L u n a, y desapare­
cían del lado opuesto á medida que la Luna proseguía su
carrera hácia el Oriente., (Obras de Francisco Arago,
t. VII, p. 277; t. IV de las Noticias científicas.)
Esas proyecciones marginales tenían una intensidad de
luz tal, que se las pudo reconocer con el telescopio á través
de las ligeras nubes que las ocultaban, y distinguirlas tam­
bién á simple vista en el interior de la corona.
Alguna de esas eminencias, que tenían el color del rubí
ó de la flor del albérchigo, esperimentaron en sus contornos
una rápida y sensible alteración durante el tiempo del
eclipse total. Una de ellas parecía encorvada en su estre-
midad, v muchos observadores creían ver como una colum­
na de humo redondeada, hácia el vértice de la cual flotaba
una nube libremente suspendida (42). La altura de las
protuberancias fué evaluada en general en 1 ó 2 minutos;
y aun hay un punto sobre el cual parecen haber esce­
dido de este límite. Independientemente de esos haces lu­
minosos, en número de 3 á 5, se ven también bandas rojas
estrechas y dentadas con frecuencia^ que parecen adherirse
á los bordes de la Luna (43).
Ha podido verse de nuevo y muy distintamente, sobre­
todo á la entrada, la parte del borde de la Luna que no se
proyectaba sobre el disco del Sol (44).
A algunos minutos de los bordes del Sol, cerca de la ma­
yor de las eminencias rojas y encorvadas que acabamos de
indicar, se distinguía un grupo de* manchas solares. Cerca
del borde opuesto veíase igualmente otra mancha; la dis­
tancia que la separaba de él apenas permitia creer que la
materia roja y gaseosa de esas exhalaciones saliera de las
aberturas en forma de embudo que constituyen las man­
chas. Pero como con un fuerte aumento se ven distintamen­
te poros en toda la superficie del Sol, la conjetura mas pro­
bable es que esas emanaciones de gas y de vapores que,
elevándose del cuerpo solar, forman los embudos, se estien­
den á través de esas aberturas ó á través de los poros mas
pequeños, y ofrecen á nuestras miradas, en la tercera en­
vuelta solar, las columnas de vapor rojo y las nubes diversa­
mente configuradas, cuya descripción hemos hecho (45).

MERCURIO.

Si se tiene presente cuánto se ocuparon los Egipcios


de Mercurio, desde los mas remotos tiempos bajo el nombre
de Set ó de Horus (46), y los Indios con el de Budha (47);
cómo los Aseditas, acostumbrados á contemplar el cielo
trasparente de la Arabia occidental, hicieron de este planeta
objeto de su culto, con preferencia á todos (48); y cómo por
último Tolomeo pudo aprovechar en el libro IX de su libro
de Almagestas 14 observaciones de Mercurio, remontándose
hasta el año 261 antes de nuestra Era, y que proceden en
parte de los Caldeos (49), no pueden menos de sorprender
las quejas de Copérnico en su lecho de muerte y á los 70
años, porque no habia podido á pesar de su avanzada edad,
ver á Mercurio. Sin embargo, los Griegos, impresionados
por la intensidad tan viva algunas veces de su luz, ca­
racterizaban á este planeta por el epíteto de centellante
(ariAfar) (50). Como Vénus, Mercurio presenta fases, es de­
cir, que su parte iluminada esperimenta variaciones de
forma; apareciendo también algunas veces como estrella
m atutina, y otras como vespertina.
La distancia media de Mercurio al Sol es algo m ajor que
8 millones de millas geográficas de 15 al grado, próxima­
mente 6 millones de miriámetros; esto bace 0,3870938
de la distancia media de la Tierra al Sol. En razón
á la escentricidad considerable de su órbita, que es de
0,2056163, la distancia de Mercurio al Sol cuenta en el
perihelio solo 6 millones * /4 de millas geográficas, j
en el afelio 10 millones. Este planeta verifica su revo­
lución alrededor del Sol, en 87 de nuestros dias medios,
mas 23 boras, 15 minutos j 46 segundos. Observaciones
m u j poco seguras acerca de la forma del cuerno meridio­
nal de su creciente, j el descubrimiento de una banda
oscura absolutamente negra bácia el E ste, ban llevado á
Schroeter j Harding á fijar como duración de su rotacion
el espacio de 24 boras 5 minutos.
Según las determinaciones de Bessel, becbas con motivo
del paso de Mercurio el 5 de Majo de 1832, el verdadero
diámetro de este planeta es de 497 miriámetros, es decir,
0,391 del diámetro terrestre (51).
La masa de Mercurio babia sido evaluada por Lagran-
ge, según suposiciones m u j atrevidas acerca délas relacio­
nes recíprocas de las densidades j de las distancias. El
cometa de corto período de Encke suministró el primer
medio de corregir este cálculo. Según Encke, la masa de
Mercurio es x/ 4 Uli 7S1 de la masa del Sol, lo que da pró­
ximamente 1/ 13,7 de la masa terrestre. Laplace ba es­
timado, según Lagrange, la masa de Mercurio en * /2 02S
sio (52); pero no escede apenas en realidad de los 5/ l2 de
esa cifra. Esta corrección rebate la hipótesis del crecimien­
to rápido de las densidades, según que los planetas estén
mas ó menos cercanos al Sol. Si se admite con Hausen,
que el volúmen de Mercurio iguala á los c/ioo ^el
Tierra, resulta que la densidad de Mercurio es solo de 1,22.
«Por lo demas, dice Encke, esas determinaciones no deben
considerarse aun sino como un primer ensajo para llegar
á la verdad que no adquirió Laplace por completo.» Creíase,
no bace aun diez años, que la densidad de Mercurio era casi
triple de la de la T ierra: evaluándola entonces, tomando
por unidad la de la Tierra, en 2,56 ó 2,94.

VENUS.

La distancia media de Vénus al Sol es igual á 0,723 331 7


de la de la Tierra, es decir, igual á 15 millones de millas
geográficas ú 11 millones de miriámetros. La duración de
la revolución sideral de Vénus es de 224 dias, 16 horas, 49
minutos j 7 segundos. Ningún otro planeta principal está
tan cerca de la Tierra. Con efecto, se aproxima á una dis­
tancia de 3.900,000 miriámetros, pero se aleja también
hasta 26.000,000 de miriámetros. De aquí las variaciones
considerables de su diámetro aparente que solo se podría
determinar según la intensidad de la luz (53). La escentri­
cidad de la órbita de Vénus es únicamente de 0,006 861 82,
tomando como siempre el semi-eje m ajor por medida. El
diámetro de este planeta es de 1,694 millas geográficas ó
1,256 miriámetros, su masa de l/ i 018 39l de la del Sol, su
volúmen de 0,957, su densidad de 0,94 relativamente al
volúmen j á la densidad de la Tierra.
De los dos pasos de los planetas inferiores que fueron
anunciados por primera vez por Keplero en sus Tablas R u-
dolfinas, el de Vénus es de esencial importancia para la
teoría de todo el sistema planetario, en cuanto puede ser­
vir para determinar el paralaje del Sol, j por consecuen­
cia la distancia de la Tierra al cuerpo central. Según las
profundas observaciones á que se entregó Encke 'acerca
del paso de Vénus en 1769, j cu jo s resultados ha con­
signado en el Anuario de Berlin (Berliner JahrhucJi
para 1852, p. 323), el paralaje del Sol es de 8",571 16.
Desde el año 1847, el paralaje del Sol es objeto de un
nuevo trabajo, basado en la proposicion de un célebre ma­
temático, el profesor Gerling, de M arburg, j por órden
del gobierno de los Estados-Unidos. Trátase de determi­
nar este paralaje por medio de observaciones sobre Vénus
cerca de su estension oriental y occidental, midiendo mi-
crométricamente las diferencias en ascensión recta y en
declinación, bajo latitudes y longitudes m u j diferentes
de estrellas c u ja posicion esté perfectamente fijada. Esta
espedicion astronómica se ba dirigido bajo las órdenes de un
oficial m u j instruido, el teniente Gilliss, bácia Santiago
de Chile. Véanse á este respecto las Noticias astronómicas
de Schumacher (Astronomische Naclirichten, núm. 599,
p. 363 j núm. 613, p. 193).
Durante mucho tiempo se han abrigado dudas acerca
de la duración de la rotacion de Vénus. Domingo Cassini
en 1669, j Santiago Cassini en 1732, la evaluaron en 23h
20', mientras que Bianchini en Roma, adoptaba el largo
período de 24 dias * /3 (54). Vico, despues de una série de
observaciones mas exactas, hechas desde 1840 á 1842, de­
dujo de un gran número de manchas de Vénus la cifra de
23h 21' 21",93.
Esas manchas que cuando Vénus presenta la forma de
un creciente están cerca del límite de la sombra j de la
luz, son pequeñas, rara vez visibles j m u j cambiantes; de
donde los dos Herschell han deducido que pertenecen áuna
atmósfera de Vénus mas bien que á la superficie sólida del
planeta (55). La Hire, Schroeter jM sedler han aprovechado
las formas cambiantes de los cuernos del creciente, sobre
todo del cuerno meridional, para evaluar la altura de las
montañas, j m u j principalmente para determinar la du­
ración de la rotacion. No es necesario para esplicar esos
cambios, admitir como pretendió Schroeter en Lilienthal,
picos de montañas de 5 millas geográficas de altura, ó de
mas de 3 miriámetros: bastan elevaciones como las qua
ofrece nuestro planeta en los dos continentes (56). Según
lo poco que sabemos acerca de la superficie j constitución
física de los planetas mas próximos al Sol, Mercurio j Vé­
nus, el fenómeno de un resplandor ceniciento j de un des­
prendimiento de luz propia en estos planetas, fenómeno ob­
servado muchas veces en la párte oscura de Vénus por
Cristian M ajer, G. Herschell y Harding, permanece siem­
pre m u j enigmático (57). No es verosímil que á tan gran­
de distancia pueda la luz reflejada por la Tierra producir
un resplandor ceniciento sobre Vénus, como sobre la Luna.
Hasta aquí no se ha observado aplanamiento alguno en los
dos planetas inferiores, Mercurio j Vénus.

LA TIERRA.

La distancia media de la Tierra al Sol es 12,032 veces


m ajor que el gran diámetro de nuestro globo. Es, pues,
de 20.682,000 millas geográficas ó de 15.346,000 miriá­
metros á 66,000 miriámetros, es decir, á 1/ . 23o próxima­
mente.
La revolución sideral de la Tierra alrededor del Sol se
verifica en 365cl 6h 9' 10",7,496. La escentricidad de su
órbita-es de 0,01679226; su masa de i/ m ,33l; su densi­
dad con relación al agua de 5,44. Bessel, despues de sus
investigaciones sobre diez medidas de grado, evaluó el
aplanamiento de la Tierra en V 2995133 j diámetro ecuato­
rial es de 1718,9 millas geográficas ó 1,276 miriámetros,
el diámetro polar de 1713,1 millas geográficas, ó sean
1271,7 miriámetros ( Cosmos, t. I, p. 389, núm. 30). Ha­
cemos solo mención aquí de las evaluaciones numéricas
que se refieren á la forma j a l movimiento de la Tierra:
todo lo que corresponde á la constitución física de este pla­
neta está reservado parala última parte del Cosmos, consa­
grado enteramente al dominio terrestre.

LA LUNA.

Distancia media de la Luna á la Tierra : 51,800 millas


geográficas ó 38,400 miriámetros; revolución sideral: 27(l
7h 43' 11",5; escentricidad de la órbita lunar: 0,054 844 2;
diámetro de la Luna: 336 miriámetros, próximamente í/ í
del diámetro de la Tierra; volúmen: 1/ u del volúmen ter­
restre; masa de la Luna, según Lindenau: según
Peters y Scbidloffsky: l/ sl de la masa de la Tierra; densi­
dad: 0,619, próximamente 3/ s de la Tierra. La Luna no
tiene aplanamiento sensible; pero la teoría ba determinado
una prolongacion muy pequeña en la dirección de la Tier­
ra. La rotacion de 3a Luna sobre su eje tiene lugar exacta­
mente, y es probable que suceda así para todos los demas
satélites, en el mismo tiempo que emplea en verificar su
revolución alrededor de la Tierra. ■
La luz solar reflejada por la superficie de la Luna es
bajo todas “las latitudes inferior á la que envia una nube
blanca durante^el dia. Cuando para determinar longitudes
geográficas es preciso medir con frecuencia distancias de la
Luna al Sol, hay de ordinario dificultad en descubrir el dis­
co lunar rodeado de un conjunto de nubes mas brillantes.
Podiayo distinguir mas fácilmente la Luna sobre las órbitas
de doce á diez y seis mil piés de altura, desde donde no se
vé en el Cielo á través de la límpida atmósfera de las mon­
tañas, mas que ligeros cirros cuyas huellas ligeras envían
una luz muy débil; los rayos de la L una, atravesando ca­
pas de aire menos densas, pierden entonces una parte me­
nor de su intensidad. La relación entre el brillo del Sol
y el de la Luna llena exige nuevas evaluaciones; puesto
que la medida dada por Bouguer, y generalmente admi­
tida ( V ooojooo)) es^ en ^an Poca a r m o n í a con la de Wollas-
ton (Vsooíooo), (lue á decir verdad, es menos probable (58).
La luz amarilla de la Luna parece blanca de dia, porque
roba á las capas azules del aire que atraviesa el color com­
plementario del amarillo (59). Según las numerosas obser­
vaciones que ba becbo Arago con su polaríscopo, b a j en
la luz de la Luna luz polarizada, sobre todo en los cuantos
y en las manchas de color gris del disco lunar, por ejemplo,
en el gran círculo oscuro y alguna vez verdoso que lleva
el nombre de Mare Crisium. El tinte oscuro de la región
circundante añade un efecto de contraste que hace mas no­
table todavía el fenómeno. En cuanto á la montaña bri­
llante que ocupa el centro del grupo Aristarco y sobre la
cual se ha creido observar muchas veces signos de activi­
dad volcánica no ha producido mas luz polarizada que las
otras partes del disco lunar. En la Luna llena no se vé mez­
cla alguna de luz polarizada; pero durante el eclipse total
de 31 de Mayo de 1848, Arago encontró indicios ciertos de
polarización en el disco rogizo de la Luna. Puede verse
respecto de este fenómeno, del que nos ocuparemos mas
adelante, el tomo VII de las Oirás de Arago, p. 238 (t. IV
de las Noticias científicas).
La Luna emite calor: este descubrimiento que como
tantos otros halló mi ilustre amigo Melloni, debe estar
colocado entre los mas importantes y mas estraordinarios
de este siglo. Despues de bastantes ensayos infructuosos,
desde los de La Hire hasta los del ingenioso Forbes (60),
Melloni ha encontrado el medio, con un lente graduado de
tres pies de diámetro, destinado al Instituto meteorológico
del Vesubio, de observar de la manera mas clara las eleva­
ciones de temperatura subordinadas á las diferentes fases
de la Luna. Mossotti y Belli, profesores de las universida­
des de Pissa y de Pavia, fueron testigos de esas esperiencias
cu jo s resultados variaron según la edad j la altura de la
Luna. Pero en esta época, verano del año 1846, no se ha­
bía determinado todavía á qué fracción de un termómetro
centígrado corresponde el ascenso de temperatura observa­
do en la pila telescópica de Melloni (61).
La luz cenicienta que se vé en una parte del disco lu ­
nar, cuando pocos dias antes ó despues de su renovación
presenta solo un estrecho creciente iluminado por el Sol,
no es otra cosa que la luz terrestre que vá á tocar á la Luna,
es decir, «el reflejo de un reflejo.» Cuando menos ilumi­
nada nos parece la Luna, tanto mas iluminado está el glo­
bo por ella. Por otra parte, la luz que la Tierra envia á la
Luna es 13 veces j media mas estensa que la que recibe
de ella; j es tal, que despues de una segunda reflexión po~
demos todavía apreciarla. Esta luz cenicienta permite reco­
nocer por medio del telescopio las manchas principales j
los vértices de las montañas que brillan en los paisajes de
la Luna, como otros tantos puntos luminosos. También se
vé un resplandor gris cuando la Luna está fuera de la
sombra en mas de su mitad (62). Observados estos fenó­
menos en las regiones tropicales, sobre las altas mesetas de
Quito j de Méjico, producen una impresión particular.
Desde Lambert j Schroeter es general la opinion de que
las diferencias en la intensidad de la luz cenicienta depen­
den de la m ajor ó menor fuerza con que es reflejada la luz
solar que hiere la superficie de nuestro globo, según que
sea enviada por masas continentales cubiertas de arenas,
praderas, bosques tropicales j rocas áridas, ó bien por las
estensas llanuras del Océano. El 14 de Febrero de 1774,
Lambert observó con un anteojo llamado investigador, que
la luz cenicienta se convertía en un tinte de aceituna ti­
rando á amarillo. «La Luna, dice Lambert refiriéndose á
esta notable observación, estaba entonces verticalmente so­
bre el Océano Atlántico, j recibía sobre su hemisferio de
sombra la luz verde de la Tierra, reflejada bajo un cielo
sereno por las regiones frondosas de la América meridio­
nal (63).
El estado meteorológico de nuestra atmósfera modifica
la intensidad de la luz terrestre que realiza el doble tra­
yecto de la Tierra á la Luna, y de la Luna á nuestra vista.
También será posible desde hoy, como dice Arago (64), mer­
ced á los instrumentos disponibles para ello, leer en cierto
modo en la Luna el estado medio de transparencia de
nuestra atmósfera. Képlero, en la obra titulada: acl Vitellio-
siem Paralipomena, quibus Astronomía pars óptica traditnr
(1604. p. 254), atribuye las primeras nociones exactas
acerca de la naturaleza de la luz cenicienta á su venerado
maestro M?estlin, que presentó esta esplicacion en tésis sos­
tenidas públicamente en Tubinga, en 1596. Galileo habla­
ba en su ¡Sidereus Nuncius (p. 26), de esta reflexión de la
luz terrestre, como de un hecho descubierto por él mismo
hacia mucho tiempo; pero ya 100 años antes de Mfestlin y
Galileo, la esplicacion del reflejo visible de la luz terrestre
sobre la Lúa no habia pasado desapercibida al genio uni­
versal de Leonardo de Vinci, como lo acreditan sus manus­
critos largo tiempo olvidados (65).
Rara vez acontece que en los eclipses totales de Luna
desaparezca esta por completo. Según la observación mas
antigua de Képlero (66), sucedió así el 9 de diciembre de
1601, y en época ya mas próxima el 10 de junio de 1816,
en Londres. No pudo verse la Luna ni con telescopio. La
causa de este fenómeno singular debe depender del estado
imperfectamente conocido en que se encontraban, bajo la
relación de la diafanidad, algunas de las capas de nuestra
atmósfera. Hevelio dice espresamente que en el eclipse total
de 25 de abril de 1642, el cielo perfectamente puro estaba
cubierto de estrellas centelleantes, y sin embargo, aunque
empleó muy diversos aumentos, el disco lunar permaneció
invisible. En otros casos también m u j raros, ciertas partes
de la Luna son las únicas visibles, pero lo son débilmente.
Lo ordinario en un eclipse total es ver enrojecer la Luna,
pasando por todos los grados de intensidad j llegar basta
el rojo del fuego, cuando está apartada de la Tierra. Hace
medio siglo, el 29 de marzo de 1801, mientras que está­
bamos mojando en la isla de Baru, no lejos de Cartagena
de Indias, me sorprendió vivamente, al observar un eclipse,
ver como bajo el cielo de los trópicos, el disco de la Luna
parecía mas rojo que en mi patria (67). Es sabido que dicbo
fenómeno es un efecto de la refracción, por la inflexión de
los rajos solares á su paso por la atmósfera terrestre (68, j
su entrada en el cono de sombra, como dice perfectamente
Képlero en sus Paralipomena, acl Vitellionem (pars óptica,
p. 893). Por lo demás, el disco rojo ó ardiente no está nun­
ca coloreado por igual; algunos sitios permanecen oscuros
j pasan por tintas mas ó menos sombrías. Los Griegos ba­
bian formado una teoría m u j estraordinaria respecto de los
difereutes colores que debía presentar el disco lunar, según
la bora del dia en que se producia el eclipse (69)'.
La larga discusión sobre la existencia probable ó no
probable de una envuelta atmosférica en el globo lunar,
tuvo por resultado probar, por observaciones precisas, de
ocultaciones de estrellas, que no tienen refracción los ra­
jo s luminosos en los bordes de la Luna. Así están destrui­
das las hipótesis de Schroeter acerca de una atmósfera j
un crepúsculo lunares (70). «La comparación de los dos
valores del diámetro de la Luna, uno de los cuales se ob­
tiene directamente, dice Bessel, deduciéndose del tiempo
que dura la ocultación de una estrella, enseña que la luz es­
estelar cuando está rasante con el borde de la L una, no se
esvía sensiblemente del camino recto. Si tuviese lugar una
refracción, el segundo valor del diámetro seria menor que el
primero, j medidas reiteradas ban dado, por el contrario,
determinaciones tan concordantes que jamás ha sido posi­
ble encontrar en ellas una diferencia decisiva (71).» La in­
mersión de las estrellas, que se vé de una manera distinta,
sobre todo en el borde oscuro, se verifica instantáneamente
y sin disminución progresiva de brillo; lo mismo sucede
para la emersión ó reaparición.
Puesto que nuestro satélite está privado de envuelta
aeriforme, los astros, en la falta de toda luz difusa, se le­
vantan para é l, sobre un cielo casi negro aun durante el
dia (72). Allí, ninguna onda aérea puede trasmitir el rui­
do, el canto ni la palabra. Para nuestra imaginación, que
gusta de penetrar en las regiones inaccesibles, el astro de
las noches no es mas que un desierto mudo y silencioso.
El fenómeno de la detención ó adherencia, que algunas
veces presenta en el borde de la Luna la estrella inmergida,
no puede ser considerado apenas como un efecto de irradia­
ción, aunque en verdad, por razón de la diferencia de brillo
que distingue claramente por parte iluminada directamente
por el Sol y la luz cenicienta, la irradiación en un cre­
ciente estrecho haga aparecer la primera como encajada en
la segunda (73). Arago, en un eclipse total, vió distinta­
mente^ adherirse una estrella durante la conjunción, al disco
oscuro de la Luna. ¿Es preciso sobretodo atribuir esas apa­
riencias á algún efecto de sensación y á causas fisiológi­
cas (74), ó biená las aberraciones de refrangibilidad y de
esferoicidad del ojo (75)? Este punto ha sido objeto de dis­
cusión entre Arago y Plateau. Para los casos en que los ob­
servadores han afirmado haber visto reaparecer la estrella
despuesde su desaparición, y desaparecer luego de nuevo,
puede deducirse que la estrella habia encontrado acciden­
talmente un borde de la Luna erizado de montañas ó me­
llado por profundos precipicios. •
La intensidad muy desigual de la luz reflejada, en las
diferentes regiones del disco lunar, y sobre todo la poca
claridad del borde intérior, durante las fases, ban dado mo­
tivo desde los primeros tiempos á algunas conjeturas razo­
nables acerca de las asperezas que presenta la superficie de
nuestro satélite. En la pequeña pero curiosa obra de la Faz
que aparece en el disco de la Luna, dice Plutarco, «que las
manchas podrían hacer sospechar gargantas ó valles, j pi­
cos de montañas que arrojan grandes, sombras, como el
monte Athos, cu ja sombra llega hasta la isla de Lemnos
(76).» Las manchas cubren próximamente2/ - del disco
entero. Cuando el astro está colocado favorablemente, pue­
den distinguirse á simple vista en una atmósfera serena, las
crestas de las regiones montañosas de los Apeninos, el re­
cinto oscuro llamado Grimaldi, el estanque conocido con el
nombre de Mare Crisium, j por último el grupo de Ticho,
encajado entre un gran número de montañas j de cráteres
(77). Según una suposición que parece fundada, el aspec­
to de la cadena de los Apeninos séria especialmente lo que
conduciría á los Griegos á esplicar las manchas de la Luna
por montañas, j les haría pensar en el monte Athos, cu ja
sombra cubría la vaca de bronce de Lemnos, en' los solsti­
cios. Otra opinion, puramente imaginaria, acerca de las
manches de la Luna, era la de Agesianax, que combatía
Plutarco, j según la cual el disco de la Luna nos enviaba
por reflexión, como un espejo, la imágen de nuestros pro­
pios continentes j del Atlántico. Una creencia m u j seme­
jante parece haberse conservado aun en el estado de tradi­
ción popular, en algunas comarcas del Asia (78).
Empleando con cuidado grandes anteojos, se ha llega­
do insensiblemente á trazar una topografía de la Luna, fun­
dada en observaciones reales; jcom o, enoposicion, uno de
sus hemisferios completo se ofrece á nuestras miradas, co­
nocemos la dependencia general de las montañas de la Lu-
* na j su configuración superficial mucho mejor que la oro­
grafía del hemisferio terrestre que comprende el interior
del Africa j del Asia. Generalmente las partes mas oscuras
del disco lunar son las mas unidas y las mas bajas; las par­
tes brillantes son las regiones elevadas y montañosas. Pero
la antigua división que bacia Keplero en mares y conti­
nentes, se abandonó desde bace mucbo tiempo; y j a Heve-
lio , por mas que propagó el uso de términos análogos,
dudaba de su exactitud y tenia escrúpulos acerca de esta
oposicion de los dos elementos. Apójanse sobre todo los que
combaten la hipótesis de las llanuras líquidas, en la cir­
cunstancia comprobada por juiciosas observaciones y be-
cbas á grados de luz m u j diferentes, de que en los preten­
didos mares de la Luna no h a j espacios unidos, por peque­
ños que sean, presentan todos pues gran número de su­
perficies que se cruzan. Arago ha robustecido los moti­
vos sacados de las desigualdades de superficie, haciendo
notar que, apesar de sus asperezas, algunas(de esas llanu­
ras podrían formar todavía el lecho de mares poco profun­
dos, puesto que en nuestro globo el fondo accidentado j
cubierto de arrecifes del Océano, puede ser visto distinta­
mente á una gran altura, gracias á la superioridad de bri­
llo de la luz que se eleva de las profundidades sobre la que
refleja la superficie (t. IX, de las Obras de Arago, p. 76 á
80). En el Tratado de Astronomía j de Fotometría que
aparecerá m u j pronto, Arago se propone llegar por otras
razones tomadas de la Optica j que no son de este lugar, á
la ausencia probable del agua en nuestro satélite. Las ma-
jores de esas llanuras bajas se encuentran en las regiones
del Norte j del Este. La cuenca mal delimitada del Océa-
nus Procellarum es de todas probablemente la de m ajor
estension; no tiene menos de 50,000 miriámetros cuadra­
dos. Esta parte oscura de la Luna, situada en el hemisferio
oriental, que contiene montañas agrupadas en forma de is­
las, tales como los montes Rifeos, el monte Képlero, el '
monte Copérnico j los Karpatos, j á la cual se unen el
Mare Imbrium que cubre una superficie de 9,000 miriá­
metros cuadrados, el MareNubium, j también en una cier­
ta medida, el Mare Humorum, forma el contraste mas sor­
prendente con la región luminosa del Sud-Oeste, en la cual
están acumuladas las montañas (79). Al Nor-Oeste, se vén
dos cuencas mas aisladas y mas herméticamente cerradas;
el Mare Crisium que se estiende por un espacio de mas de
1,600 miriámetros cuadrados, y el Mare Tranquillitatis
c u ja superficie es de 3,100.
El color de esos pretendidos mares no es siempre gris.
El Mare Crisium es de un gris mezclado de verde oscuro.
El Mare Serenitatis j el Mare Humorum son igualmente
verdes. Por otra parte, cerca de los montes Hercinianos, el
recinto aislado designado con el nombre de Lichtenberg,
presenta un tinte rojizo. Lo mismo sucede con el Palus Som-
nii. Las llanuras circulares cu jo centro no está ocupado
por montañas, son en su m ajor parte de un gris subido ti­
rando á azul j que asemeja al brillo del acero. Las causas
de esos tonos diferentes sobre un suelo formado de rocas ó
cubierto de sustancias movibles, son completamente desco­
nocidas. Lo mismo que en el Norte de la cadena .de los Al­
pes, el ancho circo de Platón, llamado por Hevelio Lacus
niger major, j todavía mas Grimaldi, hácia el ecuador, j
Endjm ion, en la estremidad Nor-Oeste del disco, son los
tres sitios reputados como los mas oscuros de la Luna; por
el contrario, el punto mas resplandeciente es Aristar­
co , cu jos vértices lucen alguna vez, en la sombra, con
un brillo casi estelar. Todas esas gradaciones de sombra
j de luz afectan una placa barnizada de jodo, j merced
á fuertes aumentos, se fijan al dagarreotipo con una fide­
lidad maravillosa. Tengo en mi posesion una imágen
de la Luna, obtenida de esta manera por un artista distin­
guido, Whipple, de Boston ; j aunque solo tiene dos pul­
gadas de diámetro, reconócese en ella perfectamente lo que
ha dado en llamarse los mares, asi como la série de mon­
tañas.
La forma circular que llama la atención en alguno de
los mares, en particular en el Mare Crisium, el Mare Sere-
nitatis y el Mare Humorum, se vuelve á hallar con mucha
mas frecuencia todavía, y de una manera general en las
partes montañosas de la Luna, sobre todo entre los mismos
grupos de montañas que cubren el hemisferio meridional
del polo al ecuador, donde terminan en punta. Un gran nú­
mero de esas eminencias anulares, y de esas circunvala­
ciones, de las cuales las mayores tienen, según Lorhmann,
mas de 500 miriámetros cuadrados, forman cadenas conti­
nuas, paralelas al meridiano, entre 5o y 40° de latitud
austral (80). La región polar boreal no contiene proporcio­
nalmente mas que un pequeño número de ese círculo de
montañas: forman por el contrario un grupo no interrum­
pido sobre el estremo occidental del hemisferio del Norte
entre 20° y 50° de latitud. Sin embargo, el Mare Frigoris
está á algunos grados solamente del polo boreal, que no
ofreciendo como toda la región plana de Nor-Este, mas
que algunos cráteres aislados, Platón, Mairan, Aristarco,
Copérnico y Képlero, forman un contraste completo con el
polo austral, todo erizado de montañas. Alrededor del polo
austral brillan picos elevados, penetrados durante lunacio­
nes enteras, de una luz perpétua,- verdaderas islas de luz
que pueden reconocerse con anteojos de pequeño aumen­
to (81).
Como escepciones de este tipo, tan estendido sobre la
superficie de la Luna, de recintos circulares, existen
también verdaderas cadenas de montañas situadas casi en
medio del hemisferio septentrional: tales son los Apeninos,
el Cáucaso y los Alpes. Esas cadenas se dirigen del Sud al
Norte, formando un arco un poco inclinado hácia el Oeste,
y cubren cerca de 32° de latitud. En este espacio están
acumuladas las espaldas de montañas j picos, alguna
vez m u j agudos, á los cuales se mezclan todavía un pe­
queño número de círculos j depresiones en forma de crá­
teres (Conon, B radlej, Calippus), pero cu jo conjunto se
acerca mas á nuestras cadenas de montañas. Los Alpes lu­
nares que ceden en altura al Cáucaso j á los Apeninos,
entiéndase Cáucaso j Apeninos de la Luna, presentan un
valle transversal notablemente ancbo, que corta la cadena
en la dirección del Sud-Este á Nor-Oeste. Este valle está
adornado de vértices que esceden en altura al pico de Te­
nerife.
Si en la Luna j sobre la Tierra se comparan las alturas
de las montañas á los diámetros de esos dos cuerpos celes­
tes, se llega al resultado notable, que las montañas lu­
nares de las cuales, las mas grandes son inferiores solo en
600 toesas á las del globo terrestre, tienen 1/ 454 del diáme­
tro de la Luna, mientras que las de la Tierra, cuatro veces
majores no pasan de V n si de su diámetro (82). Entre las
1,095 latitudes medidas sobre la Luna, encuentro 39 supe­
riores á la del Mont Blancb, de 2,462 toesas, j 6 que tie­
nen mas de 3,000. Esas medidas se obtienen bien por los
rajos tangentes, determinando la distancia de los vértices
que parecen iluminados en la parte de sombra, en el límite
de sombra j de luz, bien según la longitud de las figuras
de las sombras projectadas. Galileo aplicaba j a el primero
de esos métodos, como se vé en su carta al Padre Grienber-
ger sobre la Montuositá della Luna.
Según Msedler, que ba medido cuidadosamente las
montañas de la Luna por las longitudes de las cumbres
projectadas , los puntos culminantes son por órden de
magnitud decreciente: en el estremo meridional m u j cer­
ca del polo, Doerfel j Leibnitz, á 3,800 toesas,* la montaña
circular de Newton, c u ja escavacion es tal que jamás está
iluminado el fondo ni por la Tierra ni por el Sol, á 3,727
toesas; Casatus en el Este de Newton, á 3,569 toesas; Ca-
lippus en la cadena del Cáucaso, á 3,190 toesas; los Ape­
ninos, de 2,800 á 3,000 toesas. Es preciso notar aquí que
en la carencia de una superficie general de nivel, como
la que nos suministra el mar, igualmente distante en todas
sus partes del centro del globo terrestre, las alturas ab­
solutas no son rigorosamente comparables entre sí, j que
los números anteriores indican solamente, á decir verdad,
las diferencias de elevación entre los vértices j las llanuras
ó las depresiones mas cercanas (83). Sorprende mucbo que
Galileo b a ja asignado también á esas alturas «incirca mi-
glia quattro,» es decir, cerca de una milla geográfica ó
3,800 toesas, lo que en el estado de sus conocimientos hip-
sométricos, las hacia tener como mas elevadas todas las mon­
tañas del globo terrestre.
La superficie de nuestro satélite presenta una aparien­
cia muj- singular j misteriosa, que proviene de un efecto
óptico de reflexión, j no de accidentes hipsométricos: es
esta la de las bandas luminosas que desaparecen bajo un dia
oblicuo, j que, al contrario de las manchas, se hacen mas
visibles cuando la Luna llen a, j parecen otros tantos
sistemas radiantes) Esas bandas no son contra-fuertes de
montañas; no arrojan sombra alguna j corren con igual
intensidad de luz sobre las llanuras j las eminencias hasta
alturas de 12,000 pies. El mas estenso de esos sistemas
radiantes parte del monte Ticho, sobre el cual pueden dis­
tinguirse mas de cien bandas luminosas, con una longitud
de muchas millas por lo general. Sistemas análogos rodean
los montes Aristarco, Képlero, Copérnico j los Karpatos,
j están casi todos ligados entre sí. Es difícil imaginar por
analogía ó por inducción, qué alteración particular del suelo
puede determinar la presencia de esas cintas luminosas,
radiando de ciertas montañas anulares.
El tipo redondeado de que hemos hablado muchas ve-
ces j que casi domina en todas partes del disco de la Lu­
na, j a en los valles, rodeados de circunvalaciones cu jo cen'
tro está ocupado frecuentemente por montañas, j a en las
grandes montañas circulares j en sus cráteres, de los que
se cuentan 22 en B ajer j 33 en Albategnius, debia desde
luego inducir á tan profundo pensador como Roberto Hoo-
ke, á buscarle su esplicacion en la reacción del interior
de la Luna contra su parte esterior. A tribujó, pues, este
fenómeno al efecto de los fuegos subterráneos j á la irrup­
ción de los vapores elásticos, ó también á una ebullición
que se desprendíéra de las burbujas que van á reventar en
la superficie. Esperiencías becbas con sedimentos calcáreos
en ebullición confirmaron sus ideas; j desde entonces com­
paró las circunvalaciones j sus montañas centrales con las
formas del Etna, del pico de Tenerife, del Hécla j de los
volcanes de Méjico, descritos por Gage (84).
Viendo Galileo uno de los valles circulares de la Luna,
sorprendido sin duda de sus dimensiones, se le representó,
según él mismo cuenta, como una vasta estension de tierra
encerrada entre montañas. He bailado un pasaje (85) en el
cual compara esos estanques circulares, al gran estanque
cerrado de la Bohemia. Muchos de los valles circulares de
la Luna no son, en efecto, m u j inferiores en.estension á di­
cha comarca; porque tienen un diámetro de 25 á 30 millas
geográficas (86). Por el contrario, las montañas anulares
propiamente dichas, no tienen mas de 2 ó 3 millas de diá­
metro. Conon en los Apeninos tiene 2; j un cráter que
pertenece á la región luminosa de Aristarco tiene solo 400 '
toesas de estension ; j es, la mitad del cráter ’de R ucu-
Pichincha, situado en las altas mesetas de Quito, j que jo
mismo he medido trigonométricamente.
Comparando, bajo la relación de su naturaleza j de sus
dimensiones, los fenómenos de la Luna j los fenómenos tan
conocidos de la Tierra, es necesario notar que la m ajor
TOMO III 2-)

»
parte de las circunvalaciones j de las montañas anulares
de la Luna deben estar consideradas como cráteres de le­
vantamiento de erupciones intermitentes, en el sentido en
que lo toma Leopoldo de Buch, pero infinitamente mas vas­
tos que los nuestros. Los cráteres de levantamiento de Koc-
ca Monfina, de Palma, de Tenerife j de Santorin, que lla­
mamos grandes relativamente á las dimensiones que nos
son familiares en Europa, desaparecen en presencia de Tolo-
meo, de Hiparco j de otros muchos cráteres de la Luna.
Palma tiene solo 3,800 toesas de diámetro: Santorin; según
la nueva medida del capitan Graves, tiene 5,200; Tenerife,
7,600 todo lo mas; es decir 1/ s ó 1/ 6 de los diámetros de
Tolomeo ó de Hiparco. A la distancia de la Luna, los pe­
queños cráteres dei pico de Tenerife y del Vesubio que tie­
nen 300 ó 400 pies de diámetro, serian visibles á
penas con el telescopio. La gran mavoría de los círculos de
la Luna no tienen montañas centrales, y allí donde se en­
cuentran, esas montañas se presentan, Hevelio y Macrovio
entre otras, bajo la forma de cúpula ó de meseta, no como
cono de erupción, provista de una abertura (87). De los
volcanes ígneos que se dice haber sido vistos el 4 de m ajo
de 1783 en el hemisferio oscuro de la Luna, j de los pun­
tos luminosos observados sobre el monte de Platón por
Bianchini, el 16 de agosto de 1725, j por Short, el 22 de
abril de 1751, solo hablamos aquí bajo el punto de vista
puramente histórico. Desde hace mucho tiempo se han
determinado, con efecto, las causas de esas ilusiones pro­
ducidas por reflejos mas vivos de la luz terrestre, que vie­
nen á herir la parte oscura de la Luna desde ciertos puntos
de nuestro globo (88).
Ya se ha hecho muchas veces la observación juiciosa
de que en razón á la falta de agua en la superficie de la
Luna, porque las especies de grietas sin profundidad j ge­
neralmente en línea recta, á las cuales se dá el nombre de
tajeas, no son en modo alguno ríos (89), puede considerarse
nuestro satélite próximamente tal como debió ser la Tierra
en su estado primitivo antes de estar cubierta de capas se­
dimentarias ricas en conchas, en cascajos j terrenos de
trasporte, debidos á la acción continua de las mareas ó de
las corrientes. Apenas puede admitirse que existan en la
Luna algunas capas ligeras de conglomerados j de detri­
tos formados por el frotamiento. En nuestras cordilleras,
levantadas sobre las hendiduras de que está surcado el globo,
empiezan á reconocerse aquí j allá grupos parciales de
eminencias que representan especies de estanques ovala­
dos. ¡Cuán diferente nos parecería la Tierra de sí misma,
si la viésemos despojada de las formaciones terciarias y se­
dimentarias, así como de los terrenos de trasporte!
Bajo todas las zonas y mas que todos los demás plane­
tas, la Luna anima y adorna el aspecto del firmamento por
la diversidad de sus fases y por su rápido paso á través de
las constelaciones. Su luz alegra el corazon del hombre y
hasta á los animales salvajes, sobre todo en los bosques pri­
mitivos de las regiones tropicales (90). La Luna, gracias á
la atracción que ejerce en común con el Sol, pone en movi­
miento el Océano, modifica el elemento líquido sobre la
Tierra, y por la hinchazón periódica de los mares y los efec­
tos destructivos de las mareas, cambia poco á poco los con­
tornos de las costas, favorece ó contraria el trabajo del hom­
bre, y suministra la major parte de los materiales de que
se forman los asperones j los conglomerados, cubiertos á su
vez por los fragmentos redondeados j sin cohesion de los
terrenos .de trasporte (91). Asi la Luna obra sin cesar co­
mo fuente de movimiento sobre las condiciones geológicas
de nuestro planeta.
La influencia incontestable de ese satélite sobre la pre­
sión atmosférica, sobre la formación de las nieblas j la dis­
persión de las nubes, será tratada en la cuarta j última
parte del Cosmos, consagrado por completo al dominio ter­
restre (92).
MARTE.

El diámetro de este planeta, á pesar de la distancia j a


considerable que lo separa del Sol, es solo 0,519 del diá­
metro de la Tierra, ó de 641 miriámetros. La escentricidad
de su órbita es de 0,093 2168; asi que, despues de Mercurio,
Marte es de todos los planetas antiguamente conocidos, el
que tiene m ajor escentricidad. Esta razón j también la
proximidad á la Tierra bacian á Marte particularmente pro*
pió para poner á Képlero en el camino de sus inmortales
le je s de los movimientos elípticos. La rotacion de Marte,
es según Msedler j Guillermo Beer, de 24h37'23// (93). Su
revolución sideral se verifica en l a321d17h30'41". La incli­
nación de su órbita sobre el ecuador terrestre es de 24°44'24";
su masa es de VsGSO^Tj su densidad, con relación á la de
la Tierra, de 0,958. Así como se ba sacado provecho de la
pequeña distancia á que se ha aproximado el cometa de
Encke á Mercurio, para conocer mejor la masa de este pla­
neta, así también llegará un dia en que la de Marte podrá
ser rectificada, por medio de perturbaciones que producirá
en los movimientos del cometa de Vico.
El aplanamiento de Marte, del que, cosa estraña, du­
daba con insistencia el astrónomo de Koeniofsbero*.
O O-*
fué re­
conocido por primera vez por G. Herschell en 1784; pero
reinó una larga incertidumbre en cuanto al valor numérico
de la depresión. Era esta, según Guillermo Herschell,
de l/ í6- Arago la midió con mas exactitud en dos veces
diferentes, con un anteojo prismático de Rochon; en la p ri­
mera esperiencia no encontró mas que la relación de 189 á
194, es decir, j mas recientemente en 1847, 1/ 32,
sin embargo estaba dispuesto á creer el aplanamiento de
Marte algo mas considerable (94).
Si la superficie de la Luna presenta con la Tierra
gran número de relaciones geológicas, Marte no ofrece con
nuestro planeta mas que analogías metereológicas. Inde­
pendientemente de las manchas oscuras, de las cuales unas
son negras, j otras, en mucho menor número, de un rojo
amarillo (95) y se destacan sobre las regiones verdosas á
que se ha dado el nombre de mares (96), se observa también
alternativamente sobre el disco de Marte, j a en los polos de
rotacion, j a en los polos de temperatura, dos manchas de un
blanco de nieve (97) que fueron comprobadas desde 1716?
por Felipe Maraldi; pero su relación con las variaciones del
clima no fué indicada hasta mas adelante por G. Herschell
en las Philosofioal Transactions para 1784. Esas manchas
blancas se agrandan ó disminujen alternativamente, según
que el polo que cubren se aproxima á la estación de invierno
ó verano. Arago ha medido con el anteojo de Rcchon la in­
tensidad de la luz reflejada por esas regiones niveas, j la ha
encontrado doble de la que envían todas las demás partes
del disco. En la obra intitulada Physikalischastronomische
Beitrege de Msedler j de Beer, hállanse escelentes dibujos
del hemisferio boreal j del hemisferio austral de Marte
(98), j este fenómeno singular, único en todo el sistema
planetario, está determinado por medio de indicaciones nu­
méricas hechas sobre todos los cambios de temperatura de-
j.

bidos á las diferentes estaciones, j sobre todos los grados


de fusión porque hace pasar el verano á las nieves polares.
Una serie de observaciones seguidas con cuidado durante
diez años, han demostrado también que las manchas oscu­
ras de Marte conservan exactamente su forma j su posicion
relativa. La aparición periódica de esos depósitos de nieve,
efecto meteorológico subordinado á los cambios de tempera­
tura, j algunos fenómenos ópticos que ofrecen las man­
chas oscuras, desde que por la rotacion del planeta han sido
trasportadas hácia las estremidades del disco, hacen mas
que probable la existencia de una atmósfera envolvente
del planeta de Marte.

LOS PEQUEÑOS PLA N ETA S.

Hemos presentado j a en las consideraciones acerca de


los cuerpos planetarios (99), los pequeños planetas llama­
dos también asteroides, planetas telescópicos ó ultra-zodia­
cales, como un grupo intermedio, que forma una zona de
separación entre los cuatro planetas interiores, Mercurio,
Vénus, la Tierra j Marte, j los cuatro planetas esteriores
Júpiter, Saturno, Urano j Neptuno. La considerable in­
clinación j la escentricidad escesiva de sus órbitas enlaza­
das, así como la pequeñez estraordinaria de los astros que
lo componen, dan á ese grupo el mas singular carácter. El
diámetro de Vesta mismo no parece llegar á * /4 del de
Mercurio. Cuando en 1845 se publicó el primer tomo del
Cosmos, no se conocían todavía mas que cuatro de esos pe­
queños planetas: Céres, Palas, Juno j Vesta, descubiertos
por Piazzi, Olbers j Harding, desde el 1.° de enero de
1801 al 29 de marzo de 1807; actualmente en el mes de
julio de 1851 , acrecentó su número basta 14; tercera,
parte de todos los cuerpos planetarios conocidos, inclusos
en él los satélites.
Si durante mucbo tiempo se dedicaron los astrónomos
á multiplicar los miembros de los sistemas subordinados,
es decir, de los satélites que gravitan alrededor de los pla­
netas, ó ban encaminado sus observaciones bácia los plane­
tas situados en las regiones mas apartadas del otro lado de
Saturno j de Urano, b o j desde el descubrimiento acciden­
tal de Céres por Piazzi, j el de Astrea debido á las inves-
tigacianes de Encke, aun puede decirse también, desde los
perfeccionamientos llevados á cabo en los mapas celestes
(100), particularmente en los de la Academia de Berlín
que contienen todas las estrellas de 9.a magnitud j parte
de las de 10.a, una zona mas próxima á nosotros nos ofre­
ce campo quizá inagotable para la actividad de los astró­
nomos. Mérito especial del Anuario Astronómico, publi­
cado por el director del observatorio de Berlin, Encke, j
por el doctor Wolfers, es el de’dar con los mas circunstancia­
dos detalles, las efemérides del grupo siempre creciente de
los pequeños planetas. Hasta abora el espacio mas apro­
ximado á la órbita de Marte parece el mas rico en asterói-
des; pero resulta j a de las medidas tomadas, que la latitud
de esta zona, «abrazando la diferencia de los rajos vectores
entre la distancia perihelia mas pequeña, que es la de Vic­
toria j la distancia afelia m ajor que es la de Higia, escede
á la distancia de Marte al Sol» (1).
Ya be dado antes á conocer la escentricidad de las ór­
bitas que alcanzan su máximum en Céres, Egeria j Vesta,
cu jo mínimum, por el contrario, corresponde á Juno, Pa­
las é Iris (2), asi como las inclinaciones sobre la eclíptica
que van decreciendo á partir de Palas (34° 37') j de Egeria
(16°33'), basta Higia (3o41'). Doj á continuación la tabla
general de los elementos concernientes á todos los pequeños
planetas, que debo á la atención de mi amigo el doctor
Galle.
Elem entos de los 1 4 pequeños planetas, en ¡os tiempos de su oposicion , / m c i t f d año 1 8 5 1 ( a ) .

VICTO­ PARTE­
FLORA. VESTA. IRIS. MÉT1S. I1GRE. ASTREA EGERIA IRENE. JUNO. CERES. PALAS. 1IIGIA.
RIA. NOPE.

185 “2 1850 1851 1851 1851 1851 1851 1851 1852 1851 1851 1851 1851 1851
E marzo octubre junio octubre febrero julio octubre abril marzo julio junio diciemb. noviemb. setiemb.
24 0 0 1 8 12 22,0 20,5 15,0 1,0 11,5 30,0 5,0 28,5
L 174° 15' 342° 18' 25G° 38' -18° 30' 12G° 28' 311° 30' 17° 51' 107° 37' 102° 20' 23 í° 15' 27G° 0' 105° 33' 72° 35' 351°45'
121 23

00
32 51 301 57 250 32 41 22 71 7 15 17 317 5 135 43 118 17 170 10 51 20 147 50

360
TV

SI 110 21 235 28 103 22 250 41 OS 20 138 31 124 50 111 28 43 18 81 51 -170 55 80 49 172 45 287 38

i 5 53 8 23 7 8 5 28 5 3G l i 47 4 37 5 10 IG 33 0 0 i3 3 10 37 31- 37 3 47

P 108fí",0i 004” ,51 077 ",90 9G3", 03 9G2", 58 030 "G5 92G", 22 857 ",5 0 854", 03 853", 77 813 ",88 770", 75 7G8",43 G34", 21
a 2,2018 2,3340 2,3G12 2,3855 2,3802 2,í2í0 2,4 i 83 2,5774 2,5S25 2,5810 2,GGS7 2,7073 2,7720 3,1514
e 0,15079 0,21702 0,08892 0,23230 .0,12220 0,201 Sf¡ 0,00780 0,18875 0,08027 0,10780 0,25580 0,07017 0,23050 0,10092

U 1193 d 1303 d 1325 d 134» d ’ 1340 d 1370 d 1300 d 1511 d 1510 d 1518 d 1502 d 1G81 d 1G87 d 20 í 3 d

E desígnala época (lela longitud media en el tiempo medio de l'orlin; L, la longitud media de la órbita ; n , la longitud del perilielio; £2, la longi­
tud del nudo ascendente; i, la inclinación sobre la eclíptica; el movimiento diurno medio; a, el semieje mayor; e, la escentricidad; U, la revolución
sideral espresada en dias. Las longitudes están referidas al equinoccio de la época indicada, ;'i la cabeza de cada columna.
(a) Despues que Humboldt redactó este cuadro, luciéronse nuevos descubrimientos, y se adoptó para el Cosmos otro hasta fines del año 1857.
Las relaciones complejas de las órbitas descritas por
esos asteróides j la enumeración de sus grupos apareados,
lian dado materia á investigaciones ingeniosas, primero á
Gould en 2848 (3), despues y m u j recientemente á d’Ar-
rést. «Un hecho, dice d’Arrest, parece confirmar sobre todo
la idea de una íntima relación que ligaría entre sí á todos los
pequeños planetas,- j es que si se consideran sus órbitas bajo
la forma material de aros, esos aros estarán enlazados de
tal manera, que por medio de uno cualquiera de ellos po­
drían levantarse todos los demás. Si el planeta Iris descu­
bierto por Hind en el mes de agosto de 1847, nos fuese to-
vía desconocido, como otros muchos cuerpos celestes que
quedan por descubrir indudablemente en esas regiones, el
grupo se compondría de dos partes separadas, circunstan­
cia tanto mas singular cuanto que la zona ocupada por esas
órbitas es estremadamente estensa (4).»
Puesto que nos hemos propuesto describir, aunque de
una manera m u j incompleta, cada uno de los miembros
que componen el sistema solar, no podemos abandonar ese
maravilloso enjambre de planetas, sin recordar las atrevi­
das ideas de un sabio j profundo astrónomo acerca del ori­
gen de esos asteróides j de sus órbitas enlazadas. El hecho
comprobado por los cálculos de Gauss, de que Céres á su
paso ascendente á través del plano en que se mueve Palas,
se acerca estraordinariamente á este planeta, indujo á 01-
bers á suponer «que los dos astros Céres j Palas podrían
ser m u j bien los fragmentos de un solo planeta destruido
por alguna fuerza natural, que habría llenado en otro tiem­
po la gran laguna de Marte á Júpiter, j que debe esperar­
se que se encontrarán en la misma región nuevos restos
análogos , describiendo también órbitas elípticas alrededor
del Sol (5). »
Es mas que dudoso el que se pueda calcular, aun apro­
ximadamente, la época de este acontecimiento cósmico que
debe remontarse al instante en que aparecieron los peque­
ños planetas; tan grande es la complicación causada por el
gran número de restos j a conocidos, por los movimien­
tos seculares de los ápsides j por la línea de los nudos (6).
Olbers indicaba la línea de los nudos de las órbitas descri­
tas por Céres j Palas como correspondiendo al ala septen­
trional de Virgo j á la Ballena. Ciertamente que fué en
la Ballena donde Harding descubrió por casualidad á Juno,
construjendo un catálogo de estrellas casi dos años despues
del descubrimiento de Palas; j Olbers mismo guiado por
su hipótesis , descubrió á Vesta despues de cinco años
de investigaciones, en el ala septentrional de Virgo. ¿Son
suficientes estos resultados para poner fuera de duda la
hipótesis de Olbers? No es este lugar á propósito para
resolver semejante cuestión. Las nebulosidades cometa-,
rias á través de las cuales se creia en otro tiempo ver los
pequeños planetas, han desaparecido bajo la investigación
de instrumentos mas perfectos. Olbers esplicaba también
los cambios considerables de brillo, á que según él estaban
sujetos los pequeños planetas, por la forma irregular que
naturalmente debían tener los fragmentos de un planeta
único, roto j reducido á pedazos (7).
JÚPITER.

La distancia media de Júpiter al Sol, puede espresarse,


tomando por unidad la distancia de la Tierra al Sol, por
5,202767. El diámetro medio de este planeta, el m ajor de
todos, es de 14,317 miriámetros, j está, por consiguiente
con el de la Tierra en la relación de 11,255 á 1; escediendo
en 1/,- próximamente al de Saturno. La revolución sideral
de Júpiter se verifica en l l a314d20h2 '7 ".
El aplanamiento de Júpiter es, según las medidas mi-
crométricas de Arago, publicadas en 1824 en la Esposicion
del ¡Sistema del Mundo (p. 38), como 167 es á 177, es de-
cir, que es de V n n ? resultado m u j parecido al que obtu­
vieron en 1829, Beer j Msedler, según los cuales el apla­
namiento de dicbo planeta está comprendido entre V i s j t J
V 2D6 (8)* Según Hansen j Juan Herscbell es de l/ 14. La
observación mas antigua de que fué objeto el aplanamiento
de Júpiter, la de Domingo Cassini, es como j a be dicbo,
anterior al año 1666. Este becbo tiene una importancia
histórica considerable, á causa de la influencia que tuvo,
según la observación del ingenioso David Brewster, el
aplanamiento reconocido por Cassini, sobre las ideas de
Newton, respecto de la figura del globo terráqueo. Los
Principia Philosophice natural-is confirman esta hipótesis;
pero podían existir' dudas sobre las fechas en que fueron
publicados respectivamente los Principia j las observa­
ciones de Cassini acerca del diámetro polar j el diámetro
ecuatorial de Júpiter (9).
Siendo la masa de Júpiter, despues de la del Sol, el ele­
mento mas importante de todo el sistema planetario, debe
considerarse como uno de los mas fecundos resultados de
la astronomía matemática la exacta evaluación que hizo
de ella Air j en 1834, según las elongaciones de los satéli­
tes especialmente del 4o j merced á las perturbaciones de
Juno j de Yesta (10). El valor de la masa de Júpiter ha
aumentado relativamente á las antiguas evaluaciones; el de
Mercurio por el contrario, se ha reducido. H o j la masa
de Júpiter, sumando con ella los cuatro satélites, está eva­
luada en ^/ t0i7^ 879j mientras que según Laplace era solo
/ 10 G 6 ? 09 ( 1 1 ) .

La rotacion de Júpiter se efectúa, según A irj, en


8h55'21",3, tiempo medio. Domingo Cassini fué quien la
determinó primero, en 1665, por medio de una mancha
que durante gran número de años j hasta 1691, se pre­
sentó siempre con el mismo color j los mismos contor­
nos (12); encontrando como resultado 9h55' á 9h56'. La
m ajor parte de las manchas del mismo género son mas os­
curas que la banda de Júpiter; pero no parecen pertenecer
á la superficie misma del planeta, puesto que frecuente­
mente algunas de ellas, particularmente las mas próximas á
los polos, tienen una velocidad angular distinta que las de
las regiones ecuatoriales. Según un observador m u j hábil,
Enrique Schwabe, de Dessau, las manchas oscuras j bien
circunscritas se han visto alternativamente, durante muchos
años, en una úotra de las dos zonas ó bandas parduzcas que
limitan el ecuador en el Norte j Mediodia, nunca en otra
parte. Resulta siempre de aquí que esas manchas no se for­
man constantemente en los mismos lugares. Alguna vez
(me refiero también á las observaciones hechas por Schwabe
en noviembre de 1834), las manchas de Júpiter observadas
por medio de un anteojo de Frauenhofer, con un aumento
de 280 veces, se asemejaban á pequeñas manchas del Sol
con su penumbra; pero su oscuridad era todavía inferior á
la de las sombras de los satélites. El núcleo no es probable­
mente otra cosa que una parte del cuerpo mismo del planeta,
de suerte que, cuando la abertura practicada en la atmósfera
permanece siempre sobre el mismo punto, el movimiento de
la mancha nos dá la verdadera rotacion de Júpiter. Sucede
también algunas veces que las manchas se ven como las
del Sol. Domingo Cassini reconoció este hecho desde el
año 1665.
En la región ecuatorial de Júpiter hállanse dos anchas
bandas ó cinturones de color gris ó amarillento, que son
mas pálidas hácia los bordes, van poco á poco debilitándose
j desaparecen por último completamente. Sus límites, m u j
desiguales, son cambiantes; las dos bandas están separadas
entre sí por una zona ecuatorial m u j brillante. La superficie
del planeta está cubierta también hácia los polos de gran nú­
mero de bandas estrechas, descoloridas é interrumpidas con
frecuencia, j á veces también ramificadas sutilmente, pero
siempre paralelas al ecuador. Estos diferentes aspectos se
esplican m u j fácilmente, si se admite la existencia de una
atmósfera turbada en parte por capas de nubes, c u ja zona
ecuatorial queda transparente j pura de todos los vapores,
gracias probablemente á la influencia de los vientos alíseos.
Abora bien: reflejando la superficie de las nubes una luz
mas intensa que la superficie del planeta, la parte del sue­
lo que distinguimos á través del aire diáfano, como j a ad­
mitía Guillermo Herscbell en una memoria añadida en
1793, al volúmen 83 de las Philosophical Tmnsactions,
debe parecemos mas oscura que las capas nebulosas de
donde iradia una gran cantidad de luz reflejada. Por esta
razón alternan entre sí bandas oscuras j bandas luminosas.
Las primeras parecen tanto menos oscuras cuanto mas cer­
ca de los bordes se las observa, porque entonces el rajo
visual dirigido oblicuamente sobre la superficie, no llega á
ella sino despues de baber atravesado una capa atmosférica
mas espesa j , por consiguiente, reflejando una cantidad
m ajor de luz (13).

SATÉLITES DE JÚPITEE.

Desde la época brillante de Galileo, babia tomado cuer­


po la razonable idea de que bajo muchas relaciones, j en
el tiempo j en el espacio, el sistema subordinado de J ú ­
piter presenta en pequeño, la imágen del vasto sistema
cu jo centro es el Sol. Esta idea propagada con gran rapi­
dez, j casi inmediatamente despues, la observación de las
fases de Vénus, en el mes de febrero de 1610, no contribu-
jeron poco al éxito general de la teoría de Copérnico. El
grupo de las 4 lunas de Júpiter es entre los sistemas este-
riores el único grupo del mismo género que no ha tomado
incremento desde la época en que fué descubierto por Si-
mon Mario, el 29 de diciembre de 1609, es decir, en el
espacio de cerca de dos siglos j medio (14).
La tabla siguiente, debida á Hansen, contiene los tiem­
pos de las revoluciones siderales realizadas por los satélites
de Júpiter, su distancia media al planeta, espresada en ra­
dios de este planeta, su diámetro y su masa evaluada en
fracciones de la masa de Júpiter:
1
SATÉLITES.

DURACION DISTANCIA DIAMETRO.


de una á en MASA.
REVOLUC. SIDER. JÚPITER. MIRIAM ETROS.

1 1 d. 18 h . 2 8 / 6,049 393 0,0000173281 j

2 3 13 14 9,623 353 0,0000232355

3 7 13 43 15.350 576 0,0000584972

4 16 16. 32 25,993 493 0,0000426591 ]


i

Si, por consiguiente, la fracción V io ítjs^ esPresa


masa de Júpiter y de sus satélites reunidos, la masa del
planeta sin los satélites, será de V m sx )39, es decir que
pierde por esta sustracción cerca de Veooo*
Ya antes se ban comparado los satélites de Júpiter
con los satélites de los otros sistemas, bajo la relación
de las m agnitudes, de las distancias y de las escen­
tricidades. La intensidad de brillo de los satélites de
Júpiter no varia proporcionalmente á su volúmen, puesto
que en general, el tercero y el primero, cu jos diámetros
son como 8 es á 5, parecen los mas brillantes, j el segundo,
el mas pequeño j el mas denso de todos, es ordinaria­
mente mas luminoso que el cuarto, designado de ordi­
nario como el menos resplandeciente. Hánse notado también
en el brillo luminoso de esos satélites, variaciones acci­
dentales atribuidas, j a á modificaciones de la superficie,
j a á oscurecimientos en la atmósfera que los envuelve
(15). Por lo demás, todos parecen reflejar una luz mas in­
tensa que el planeta mismo. Cuando la Tierra está entre
Júpiter j el Sol, j los satélites, moviéndose del Este al
Oeste, parecen entrar en el borde oriental del planeta, nos
ocultan poco á poco diferentes partes del disco planetario, j
se destacan como puntos luminosos sobre ese fondo mas os­
curo, pueden distinguirse á su paso, aun con medianos au­
mentos. Son cada vez mas difíciles de apercibir á medida
que se aproximan al centro del planeta. Pound, el amigo de
Newton j de B radlej, babia deducido de esta observación
j a antigua que el disco de Júpiter era menos brillante en
los bordes que en el centro. Según Arago, esta aserción,
renovada por Messier, está sujeta á objeciones que necesi­
tan esperiencias nuevas j mas delicadas. Júpiter fué visto
sin ninguno de sus satélites, por Molineux en el mes de
noviembre de 1681, por Gr. Herscbell el 23 de m ajo de
1802, j por Griesbacb el 27 de setiembre de 1843. Esta
invisibilidad de los satélites debe entenderse únicamente en
el sentido de que correspondían al disco de Júpiter, j no
está en contradicción con el teorema de donde se ba de­
ducido que los cuatro satélites no pueden ser eclipsados á
la vez. -

SATURNO.

La duración de la revolución sideral ó verdadera de


Saturno es de 29 años, 166 dias, 23 horas 16f 32''. Su
diámetro medio es de 11,507 miriámetros, es decir que
está con el de la Tierra en la relación de 9,022 á 1. La du­
ración de la rotacion, deducida de la observación de algmnas
manchas oscuras, que produce en la superficie el crecimien­
to de las bandas, es de 10h 29' 17' ’ (16). A esta veloci­
dad corresponde un aplanamiento considerable. G. Hers­
chell, evaluaba este aplanamiento en 1776, en Vio? 4*
Bessel, despues de mas de tres años de observaciones en
nada discrepaban ha encontrado para magnitud aparente
del diámetro polar, á distancia media, 15",381; para el
diámetro ecuatorial 177',053; queda asi para el aplana­
miento Vio j 2 (17) • El cuerpo del planeta presenta tam­
bién bandas aunque menos fáciles de distinguir que las de
Júpiter, si bien algo mas anchas. La mas constante de
todas es una fajaparduzca, situada en el ecuador, j seguida
de otras muchas cujas formas cambiantes indican un ori­
gen atmosférico. Guillermo Herschell no ha encontrado
siempre esas fajas paralelas al anillo que rodea al planeta, j
no se estienden tampoco hasta los polos. Es de notar que
las regiones polares están sometidas á cambios de brillo
que dependen de las estaciones que se suceden sobre el
planeta. En el invierno, el polo es siempre mas luminoso,
fenómeno que recuerda las variaciones alternativas produ­
cidas en las regiones nevadas de Marte, j que no habian
pasado desapercibidas á la sagacidad de G. Herschell. Bien
que deba atribuirse este crecimiento de intensidad á la for­
mación temporal de hielos j nieves, ó á la acumulación de
las nubes, siempre acredita efectos producidos sobre una
atmósfera por variaciones de temperatura (18).
Hemos dado j a como espresion de la masa de Saturno,
la fracción el volúmen de este planeta es relati­
vamente inmenso, puesto que su diámetro constituje los 4/[>
del diámetro de Júpiter, de donde se deduce que tiene una
densidad m u j pequeña, que debe decrecer todavía hácia la
superficie. Si la densidad fuera la misma por todas partes,
es decir, igual á 0,76 de la del agua, el aplanamiento seria
aun mas considerable.
El planeta está rodeado, en el plano de su ecuador, de
dos anillos por lo menos, ambos m u j delgados j suspen-
dos libremente, j tienen mas brillo que el planeta mismo;
siendo el anillo esterior el mas luminoso de los dos (19). La
división del anillo que H ujgens babia descubierto j seña­
lado como única en 1655 (20), fué bien observada desde
luego por Domingo Cassini en 1675, pero no descrita con
exactitud sino por G. Herscbell, de 1789 á 1792. Desde
las observaciones de Scbort, se ba probado mucbas veces
que el anillo esterior estaba dividido por líneas ligeras, pe­
ro estas líneas no ban sido nunca m u j constantes. Bien
recientemente, el 11 de noviembre de 1850, Bond, usando
en Cambridge, en los Estados-Unidos, del gran anteojo de
Merz, dotado de un objetivo de 14 pulgadas, descubrió en­
tre el anillo llamado interior j el planeta, un tercer anillo
mas oscuro; j casi simultáneamente, el 25 de noviembre
del mismo año, Maidstone señalaba el mismo becbo en In ­
glaterra. Este tercer anillo está separado del segundo por
una línea negra; ocupa un tercio del espacio que basta el
presente creíase libre entre el segundo anillo j el cuerpo
del planeta, j á través del cual pretenden los astrónomos
baber visto pequeñas estrellas.
Las dimensiones del anillo múltiple de Saturno ban
sido determinadas por Bessel j por Struve. Según Struve,
el diámetro esterior del anillo que envuelve á los otros
aparece, á distancia media del planeta, bajo un ángulo de
40",09, correspondiente á 38,300 millas geográficas, j el
diámetro interior, bajo un ángulo de 35",29, que equivale
á 33,700 millas; el diámetro esterior del segundo anillo es
de 34",47; el diámetro interior de 26,"67. El intervalo
que separa el segundo anillo de la superficie del planeta
seria, según Struve, de 4",34. La estension total de esos
TOMO III. *21
dos anillos reunidos es de 3,700 millas geográficas, la dis­
tancia del anillo á la superficie de- Saturno de cerca de
5,000. El vacío que separa el primer anillo del segundo y
que indica el trazo negro visto por Cassini, es solo de 390
millas. El espesor de esos anillos se cree que no pase de 20
millas; su masa es, según Bessel, V ns de la de Saturno.
Ofrecen algunas desigualdades de superficie j algunas
eminencias, por medio de las cuales se ha determinado, de
una manera aproximada, la duración de su rotacion, abso­
lutamente igual á la del planeta (21). Las irregularidades
de su forma se manifiestan con la desaparición del anillo,
una de cujas asas se hace por lo general invisible antes
que la otra.
Un fenómeno m u j notable es la posicion escéntrica de
Saturno, descubierta por Schwabe en Dessau, en setiem­
bre de 1827. El globo del planeta no es concéntrico con el
anillo, pero se inclina un poco hácia el Oeste. Esta obser­
vación ha sido comprobada en parte, por medio de medidas
micrométricas, por Harding, Struve (22), Juan Herschell
j South. Pequeñas diferencias en el valor de la escen-
tricidad, á continuación de una série de observaciones
hechas á la vez por Schwabe , Harding j Vico, dife­
rencias que parecen periódicas, tienen quizá por causa
una oscilación del centro de gravedad del anillo alrededor
del punto central de Saturno. Es un hecho curioso que,
desde fines del siglo XVII, un eclesiástico de Aviñon, lla­
mado Gallet, ha tratado en vano de fijar la atención de los
astrónomos acerca de la posicion escéntrica de este plane­
ta (23). Es difícil por la densidad de Saturno, igual apenas
á los 3/ 3 de la del agua, j que decrece también hácia la
superficie, representarse su estado molecular j su consti­
tución material, ó solamente decidir si el cuerpo del pla­
neta se halla en el estado fluido que es cuando las moléculas
están menos adheridas entre sí, ó en el estado sólido, como
permiten creerlo las analogías citadas con frecuencia de la
madera de pino, del corcho, de la piedra pómez, ó de un
líquido solidificado, el hielo. Horner, astrónomo agregado
á la espedicion de Krusenstern, opina que el anillo de Sa­
turno es un cinturón de nubes, y pretende que las mon­
tañas del planeta están formadas por masas de vapores y
nieblas vesiculares (24). La astronomía hipotética tiene
aquí campo libre, pero las especulaciones de astrónomos
americanos, Bond y Peirce , acerca de las condicio­
nes de estabilidad del anillo, tienen otro alcance (25).
Partiendo de la observación y del análisis matemático es
como los dos admiten á la vez la fluidez del anillo, asi co-.
mo las variaciones continuas en la forma y la divisibilidad
del anillo esterior. Si este conjunto se conserva tal como
es, esto depende, según Peirce, de la posicion de los saté­
lites: sin esta influencia conservadora el equilibrio no po­
dría subsistir, á pesar de las desigualdades del anillo.

SATÉLITES DE SATURNO.

Los cinco satélites mas antiguos de Saturno fueron des­


cubiertos entre los años 1655 y 1684, á saber: Titán, el
6.° en el órden de las distancias, por Huyghens; Jafet, el
mas esterior de todos, R eá, Tetys y Dioné , por Cassini.
A estos descubrimientos sucedió otro en 1789, debido á
G. Herschell, que reveló la existencia de los dos satélites
mas próximos al planeta Mimas, y Encelado; en fin, el
séptimo satélite, el penúltimo en el órden de las distan­
cias, Hiperion, fué descubierto casi simultáneamente por
Bond en Cambridge, en los Estados-Unidos, y por Lassell
en Liverpool, en setiembre de 1848. Hemos ya indi­
cado ( Cosmos, t. I, p. 84,) los volúmenes de esos satéli­
tes y sus distancias relativas al planeta principal. Uno aquí
el cuadro de sus revoluciones y de sus distancias medias
espresadas en fracciones del radio equatorial de Saturno,
según las observaciones becbas por Juan Herscbell en el
cabo de Buena-Esperanza, desde 1835 á 1837 (26):

SATELITES
• ORDEN • DURACION
en el orden DISTANCIA
de su descu­ de su
de sus distancias
MEDIA.
brimiento. R E V O L U C IO N .
AL PLANETA.

1 6 0 d 22 h 37; 22.',9 3,3607

2 E n c e la d o ............. 7 i 8 53 6 ,7 4,3125

3 T e t is ..................... 3 1 21 18 23 ,7 5,3396

4 D io n é ................... 4 2 17 11 8 ,9 6,8398

5 R h e á ..................... 3 4 12 23 10,8, 0,5528

6 T itá n ..................... 1 lo 22 41 23 ,2 22,1450

7 H y p e r i o n ............ 8 22 12 ? 2 8 ,0 0 0 0 ?

8 J a f e t ..................... 1 2 79 7 33 40 ,4 65,3390

Existe una relación singular entre las revoluciones de


los cuatro primeros satélites mas próximos á Saturno. La
duración de la revolución del tercer satélite (Tetis) es doble
de la del primero (Mimas); y la duración de la revolución
del cuarto (Dioné) es doble de la del segundo (Encelado).
Esos resultados están calculados casi á Vsoo ^ Pei’íodo
mas largo. Debo la noticia de esta aproximación curiosa á
nna carta que me escribió Juan Herscbell en el mes de no­
viembre de 1845. Las distancias respectivas de las cuatro
lunas de Júpiter presentan también una cierta regulari­
dad: formando con bastante exactitud la série 3, 6, 12. La
distancia de la segunda á la primera, evaluada en diáme-
tros de Júpiter es de 3, 6; la de la tercera á la segunda,
de 5, 7; la de la cuarta á la tercera de 11, 6. Fries j Cha-
llis fueron mas allá que Ticio, queriendo estender su l e j á
todos los sistemas de satélites, aun á los de Urano (27).

uraxo .

La gran conquista de Guillermo Herschell, el descu­


brimiento de Urano, no solamente ha aumentado el núme­
ro de los seis planetas principales conocidos desde miles de
años, j mas que doblado el diámetro del sistema solar, sino
que también 65 años mas tarde favoreció el descubrimiento
de Neptuno por las perturbaciones misteriosas á que Urano
estaba sometido. Ocupado el 13 de Marzo de 1781 en ob­
servar un pequeño grupo de estrellas situado en Géminis,
Herschell reconoció la naturaleza planetaria de Urano por
la pequeñez de su disco, que aumentaba bajo amplificacio­
nes de 460 j 932 veces, mucho mas que las estrellas pró­
ximas. Familiarizado con todos los fenómenos ópticos, el
gran astrónomo observó que bajo un fuerte aumento, la in ­
tensidad luminosa del nuevo astro disminuía de una ma­
nera sensible, mientras que permanecía la misma en las
estrellas fijas de igual brillo, es decir, comprendidas entre
la 6.a j 7.a magnitud.
Herschell, cuando anunció por primera vez la existen­
cia de Urano, le presentó como un cometa (28); j solo los
trabajos reunidos de Saron, de Lexell, de Laplace, j de
Mechain, facilitados por otra parte en gran modo por el
descubrimiento que hizo Bode en 1784, de observaciones
mas antiguas debidas á Tobías M ajer (1756) j á Flams-
teed (1690), fueron los que permitieron determinar con
una rapidez singular la órbita elíptica j todos los elemen­
tos planetarios de Urano. La distancia media de Urano al
•Sol, es, según Hansen, 19,18239, tomando por unidad la
distancia de la Tierra al Sol, ó 294,200,000 miriámetros;
la inclinación de su órbita sobre la eclíptica es de 0°46' 28 u
su revolución sideral se. verifica en 84a5d191141' 36"; su
diámetro aparente, á distancia media de la Tierra, es de
3",9. Su masa que babia sido evaluada, cuando empezaron
á observarse los satélites, en Vngis» no ^ e8‘a> seg un La-
mont, mas que á 1/ 24 603; de donde resulta que su densidad
está comprendida entre la de Júpiter j la de Saturno (29).
Herscbell, cuando empleaba aumentos de 800 á 2,400 ve­
ces, babia j a sospechado el aplanamiento de Urano. Según
las medidas de Maedler, este aplanamiento parece caer en­
tre Vio >7 y V 9) En un principio ere jó ver Hers­
cbell dos anillos alrededor del planeta, pero este eminente
observador, acostumbrado á someter todas sus hipótesis fu
un exámen rigoroso, reconoció que habia sido engañado
por un efecto óptico.

SATÉLITES DE URAXO.

«Urano, dice Herschell hijo, está rodeado de cuatro j


quizá cinco á seis satélites.» Esos satélites presentan una
singularidad de la que hasta ahora no se tenia ejemplo
en el sistema solar: la de que , mientras que todos los sa­
télites de la T ierra, de Júpiter j de Saturno, se mueven
conao los planetas, de Oeste á Este, j que salvo algunos
planetas telescópicos, las órbitas de todos esos cuerpos es-
tan poco inclinadas hácia la eclíptica, por el contrario,
los satélites de Urano se mueven de Este á Oeste j sus
órbitas, casi circulares, ‘forman con la eclíptica un án­
gulo de 78° 58', es decir que son casi perpendiculares á
ese plano. Para los satélites de Urano como para los de
Saturno, debe distinguirse bien el órden con el cual se su­
ceden, según que estén colocados con arreglo á su distan­
cia del planeta, ó según la fecha de su descubrimiento.
Todos los satélites de Urano han sido descubiertos por Gui­
llermo Herschell: el 2.° y el 4.° en 1787, el 1.° j el 5.°
en 1790, el 6.° y el 3.° en 1794 (¿). En los 56 años que
han pasado desde el descubrimiento del último satélite de
Urano, el 3.° en el órden de las distancias, [se ha dudado
con frecuencia y sin razón, de que tuviera este planeta en
realidad seis satélites distintos. Las observaciones de los
últimos veinte años han probado sucesivamente que los
descubrimientos del gran observador de Slough son tan
dignos de tenerse en consideración como los otros. Se han
revisado hasta hoy el 1.°, el 2.°, el 4.° y el 6.° satélite de
Urano. Quizá es preciso añadir también el 3.° conforme á
la observación de Lassel, del 6 de noviembre de 1848. Gra­
cias á la gran abertura de su reflector y á la abundancia
de luz que obtenía de esta manera Herschell padre, dotado
verdaderamente de una vista penetrante, juzgaba que un
aúmento de 157 veces bastaba con circunstancias atmosfé­
ricas favorables; su hijo cree necesario en general, para
llegar á ver discos tan pequeños que no son apenas sino
simples puntos luminosos, emplear un poder amplificador
de 300 veces. El 2.* y 4.° satélite son los primeros que se
revisaron, y los que fueron observados con mas frecuencia
y cuidadosamente por Juan Herschell, desde 1828 á 1834,
tanto en Europa como en el Cabo de Buena Esperanza; des­
pues han sido observados por Lamonten Munich, y por Las-
sel en Liverpool. Lassel, desde el 14 de setiembre al 9 de
noviembre de 1847 y Otto Struve desde el 8 de octubre al
10 de diciembre del mismo año, encontraron también el
primer satélite de Urano. El sexto y último fué hallado
por Lamont el 1.° de octubre de 1837. Parece que el 5.° no
ha sido revisado ni el 3.° lo haya sido de una manera bas­
tante satisfactoria (30). Esos detalles no dejan de ser im-

( 6 ) Y é a n s e las ob se rv a cio n e s c o m p lem en la rias de este tom o.


portantes por su naturaleza á propósito para hacer descon­
fiar de las pretendidas pruebas, á que se ha convenido en
llamar negativas.

neptuno.

El mérito de haber planteado j resuelto felizmente un


problema inverso de perturbaciones, que consiste en calcu­
lar, según las perturbaciones de un planeta, los elementos
del cuerpo perturbador desconocido, j por una inspira­
ción atrevida haber dado lugar á la primera observación
de Neptuno, hecha por Gallé el 21 de Setiembre de 1846,
ese mérito pertenece á las profundas combinaciones j al
trabajo perseverante de Le Verrier (31). Es, como dice
Encke, el mas brillante de los descubrimientos planetarios,
es la primera vez que investigaciones puramente teóricas
han permitido predecir la existencia y señalar con el dedo
el lugar de un astro nuevo. Es justo decir también que la
investigación de ese cuerpo celeste coronado de éxito tan
pronto, ha sido favorecido por la perfección de los mapas
celestes de Bremiker, que posee la Academia de Berlin (32).
Mientras que en los planetas esteriores la -distancia de
Saturno al Sol (9,53) es casi doble de la de Júpiter (5,20),
y la de Urano (19,18) mas del doble de la de Saturno, son
precisos 10 rajos de la órbita terrestre, es decir, 1/ s de la
distancia de Neptuno al Sol, (30,04) para que esta distan­
cia sea doble de la de Urano. Así el límite conocido del sis­
tema solar es de 460 millones de miriámetros del cuerpo
central; es decir, que por el descubrimiento de Neptuno el
límite impuesto á nuestros conocimientos respecto de los
cuerpos planetarios, ha sido retrasado en 165 millones de
miriámetros, mas de 10,8 veces la distancia de la Tierra al
Sol. Será, pues, siempre posible, á medida que se com­
prueben las perturbaciones esperimentadas por el último
de los planetas conocidos, descubrir sucesivamente otras
nuevas basta las que por su distancia escapan al poder de
nuestros telescopios (33).
Según las determinaciones mas recientes, la revolución
de Neptuno se efectúa en 60.126,7 dias, ó sea 164 años
226 dias, j su semi-eje m ajor es de 30,036,28. La escen-
tricidad de su órbita, la mas pequeña de todas despues de
la de Vénus es de 0,00871946,* su masa es de VumcS su
diámetro aparente, que según Encke j Galle es de 2",70,
se eleva, según Cballis, á 3'',07, lo que da una densidad
de 0,230 relativamente á la de la Tierra,* la densidad de
Neptuno escede, por consiguiente,* á la de Urano, que es
solo de 0,178 (34).
Poco tiempo despues del descubrimiento de Neptuno,
Lassell j Cballis ere jeron que este planeta estaba rodeado
de un anillo. Lassell babia empleado un aumento de 567
veces; j babia tratado de determinar la inclinación de este
anillo sobre la eclíptica, inclinación que se creia considera­
ble; pero investigaciones posteriores ban comprobado para
Neptuno como para Urano, que el anillo era puramente
imaginario.
No puedo en esta obra sino mencionar rápidamente los
trabajos de un geómetra m u j distinguido, de J.-C. Adams,
del colegio de San Juan en Cambridge, trabajos anteriores
indudablemente á los de Le Verrier, pero que ban quedado
inéditos, faltándoles la consagración del éxito público. Los
becbos históricos que se refieren á esta primera tentativa,
así como el feliz descubrimiento de Le'Verrier j de Galles
han sido detallados con imparcialidad j según las fuentes
mas seguras, en dos publicaciones, una del astrónomo real
A irj, la otra de Bernardo de Lindenau (35). Esos esfuerzos
intelectuales, dirigidos casi al mismo tiempo hácia igual
objeto, atestiguan una emulación gloriosa j ofrecen tanto
m ajor interés, cuanto que prueban por la elección de los
elementos que la astronomía ha tomado, el estado brillante-
de la ciencia, que es la aplicación mas elevada de las ma­
temáticas.

SATÉLITES DE NEPTUNO.

La existencia de un anillo alrededor de un planeta no se


ha presentado masque una vez todavía. Esta rareza parece
indicar que la formación de esas especies de cinturas flotan­
tes obedecen al concurso de condiciones determinadas v di­
» «/

fíciles de reunir. La presencia de satélites alrededor de los


planetas esteriores, de Júpiter, de Saturno, de Urano, es
por el contrario un hecho general sin escepcion. Lassell,
desde principios del mes de Agosto de 1847, reconoció
con certeza el primer satélite de Neptuno, en su gran re­
flector de 20 piés de foco j 24 pulgadas de abertura (36)
descubrimiento que ha sido confirmado por Otto Struve en
Poulkowa, desde el 11 de Setiembre al 20 de Diciembre
de 1847 (37), j por Bond, director del observatorio de
Cambridge, en los Estados-Unidos, el. 16 de Setiembre
de 1847 (38). Seg*un las observaciones de Otto Struve, la
revolución del satélite se verifica en 5d , 21', 7", la incli­
nación de su órbita sobre la eclíptica es de 34°, 7', su dis­
tancia al centro del planeta de 40.000 miriámetros, su
masa de V hjüog- Tres aíios después, el 14 de Agosto
de 1850, Lassell descubrió un segundo satélite de Nep­
tuno, por medio de un aumento de 628 veces (39); pero
este último descubrimiento no se ha confirmado todavía,
que jo sepa, por otros observadores.
LOS COMETAS.

Aunque sometidos á la influencia del cuerpo central,


los cometas, que Xenócrates y Theon de Alejandría llaman
nubes luminosas, y que, según las palabras de Apolonio
el Mindio, fiel en esto á una antigua tradición caldea, se
elevan periódicamente en los espacios celestes describiendo
una órbita inmensa y regular, forman en el sistema solar
un grupo de astros completamente independiente. Los come­
tas, con efecto, no se distinguen únicamente de los plane­
tas propiamente diebos, por su inmensa escentricidad, sino
que presentan cambios de forma, alteraciones en los con­
tornos que á veces se verifican en algunas boras, como
aconteció en 1744 con el cometa de Klinkenberg, tan bien
descrito por Heinsio, y en 1835, cuando la segunda apa­
rición del cometa de Halley. Antes que nuestro sistema so­
lar se hubiera enriquecido, gracias á los descubrimientos
de Encke, con cometas de corto penVdo ó cometas interiores,
es decir, envueltos en las órbitas planetarias, delirios en­
gendrados por la idea de las relaciones que se creia que
existian entre la distancia de los planetas al Sol, y su es­
centricidad, su volúmen y su ligereza específica babian
llevado á la opinion de que mas allá de Saturno debían
descubrirse planetas escéntricos de un volumen enorme,
«que formasen grados intermedios entre los planetas y los
cometas; y que aun quizás el último planeta que corta la
órbita de Saturno, que la precede inmediatamente, mere­
ciese el nombre de cometa (40).» Esta idea del encadena­
miento de las formas en la estructura del Universo, que
recuerda la doctrina, frecuentemente mal aplicada, de la
gradación de los séres en la naturaleza orgánica, era tam ­
bién la de Manuel Kant, uno de los mas grandes entendi­
mientos del siglo XVIII. Urano, y despues Neptuno, fue­
ron vistos por Guillermo Herscbell y por Galle, el primero
26 años, y el segundo 91 despues que el filósofo de Koenigs-
berg hubiese dedicado al gran Federico su Historia natural
del Cielo; pero esos dos planeta, tienen una escentricidad
menor que la de Saturno; hallándose esta representada
por 0,056, la de Neptuno no es mas que de 0,008, número
que difiere poco del que espresa la escentricidad de Vénus,
tan próxima al Sol (0,006). Urano y Neptuno carecen,
por otra parte, de las propiedades cometarias que se les su­
ponían.
En una época reciente, despues ,del año 1819, á los
descubrimientos de Encke han seguido sucesivamente los
de cinco cometas interiores. Parecen componer un grupo par­
ticular, en el cual la mayor parte de los semi-ejes mayores
se parecen á los de los pequeños planetas; así que se ha pre­
guntado si ese grupo de cometas interiores no compondría en
su origen un solo cuerpo celeste, como imaginara Olbers
respecto de los pequeños planetas; si este gran cometa no
puede haberse dividido en muchos por la acción de Marte,
como sucedió con el cometa interior de Biela, que en su
última aparición en 1846, se separó en dos á la vista del
observador, por decirlo así. Ciertas semejanzas entre los
elementos de los pequeños planetas y los de los cometas,
llevaron al profesor Stephen Alexander, del colegio de
New-Jersey, á investigar la posibilidad de un origen común
á dichos asteróides y á los cometas, ó cuando menos á al­
gunos de entre ellos (41). Según todas las últimas observa­
ciones, no hay razón para apoyarse en la analogía sacada
de las atmósferas nebulosas de las asteróides. Si, por otra,
parte, las órbitas de esos pequeños planetas están conteni­
das en planos diferentes, si la de Palas también ofrece el
ejemplo de una estremada inclinación, ninguna de ellas,
sin embargo, corta como los cometas, las órbitas de los otros
grandes planetas. Esta condicion esencial, cualquiera que
sea la hipótesis que se adopte, sobre la dirección y la velo­
cidad primitiva de esos cuerpos celestes, no permite apenas
atribuirles un origen común, independientemente de la
diferencia de constitución que disting*ue á los cometas inte­
riores y á los pequeños planetas, completamente faltos de
nebulosidad. También Laplace, en su teoría déla formación
de los planetas por anillos de materia vaporosa circulando
alredor del Sol, creyó deber separar completamente los co­
metas de los planetas: «En la hipótesis de las zonas de va­
pores, dice, y de un núcleo acrecentándose por la conden­
sación de la atmósfera que le rodea, los cometas son ágenos
al sistema planetario (42).» .
Al trazar el Cuadro de la Naturaleza en el primer tomo
del Cosmos (43), hemos hecho ya notar que los cometas
son los cuerpos que con la menor cantidad de masa, ocupan
mayor espacio en el dominio solar, y esceden en número á
todos los demás planetas. Con efecto, el cálculo de las pro­
babilidades, fundado en lo que hasta el dia se sabe de la
estension de sus órbitas, de sus distancias afelias ó perihe-
lias, y del tiempo durante el cual pueden esos astros per­
manecer invisibles, revela la existencia de muchos milla­
res de cometas. Es preciso sin embargo esceptuar de ésta
comparación los aereolitos ó asteroides meteóricos. cuya na­
turaleza ha permanecido hasta aquí envuelta en muchas ti­
nieblas. Entre los cometas deben distinguirse, aquellos
c u ja órbita se ba calculado, j aquellos para quienes no
existen mas que observaciones imperfectas, ó únicamente
indicaciones recogidas en las crónicas. Según la reciente
relación de Galle, el número exacto de los cometas deter­
minados, era en 1847, 178 ; uniendo á estos, aquellos
c u ja existencia ba sido indicada solamente, se eleva el
total lo menos á seis ó setecientos. Cuando el cometa
de 1682 volvió á aparecer en 1759, como babia anunciado
H aliej, se juzgó como m u j singular la aparición de tres
cometas en el mismo año. Pero b o j, tal es la actividad con
que es esplorada simultáneamente la bóveda celeste y so­
bre tan diversos puntos del globo terrestre, que en cada
uno de los años 1819, 1825 j 1840, se ban visto j cal­
culado cuatro; babiánse observado j a cinco en 1826, j
este número se elevó basta ocho , en 1846.
Los últimos tiempos ban sido mas ricos que el fin del
siglo precedente en cometas perceptibles á simple vista ; sin
embargo, los que tienen la cabeza j la cola brillantes son
siempre un fenómeno raro j notable. No carece tampoco
de interés el investigar cuantos cometas perceptible,.á sim­
ple vista se ban presentado en Europa durante los últimos
siglos (44). La época mas fecunda ba sido el siglo XVI,
que produjo 23. El siglo XVII cuenta 12, dos de los cua­
les únicamente pertenecian á los cincuenta primeros años.
En el siglo XVIII, no aparecieron mas que 8, mientras
que en la primera mitad del X IX , se cuentan j a 9, entre
los cuales, los mas bellos son los de 1807, 1811, 1819,
1835 j 1843. En los tiempos anteriores, trascurrían con
frecuencia intervalos de 40 á 50 años, sin que se presentara
ese espectáculo, una sola vez. Es posible por lo demás que
en los años que parecen pobres en cometas, b aja habido
muchos grandes cometas de larga escursion, cujo perihelio
está situado mas allá de las órbitas de Júpiter j de Saturno.
En cuanto á los cometas telescópicos, descúbrense por tér­
mino medio 2 ó 3 en cada año. En el de 1840, en tres me­
ses consecutivos, Galle señaló tres nuevos cometas; Messier
halló 12; desde 1764 á 1798, Pons descubrió 27, en el in­
tervalo de 1801 á 1807. Asi parece comprobarse la compa­
ración de Keplero: ut j) isces in Océano.
La enumeración exacta de los cometas observados en
C hina, que Eduardo Biot ha sacado de la Coleccion de
M a-tuan-lin, no tiene menor importancia. Esta lista es
anterior á la escuela Jónica de Tales, y al reinado de
Alyattes de Lydia. Dividida en dos secciones comprende
en la primera, la posicion de todos los cometas, desde el
año 613 antes de Jesucristo hasta el año 1222 de la era
cristiana, y , en la segunda, los cometas que aparecieron
desde 1222 hasta 1644, periodo ocupado por la dinastía de
los Ming. Eepito aquí como j a he hecho observar en el
primer tomo del Cosmos (ip. 362, nota 42), que, para los co­
metas comprendidos entre la mitad del siglo III y fines
del IV , los cálculos descansan únicamente en las noticias
de los Chinos, y que el cometa de 1456, una de las apari­
ciones del de Halle y, es el primero cuyos elementos fueron
determinados según las únicas observaciones ' europeas.
A esas observaciones, debidas á Eegiomontano siguieron
otras muy exactas que hizo Apiano en Ingolstad , en
el mes de agosto de 1531, cuando una délas reaparicio­
nes del cometa de^Halley. En el intervalo, en el mes de
mayo de 1500, se coloca un cometa de gran brillo, el
grande Asta, que el pueblo de Italia llamaba iSignor Astone,
y cuyo recuerdo va unido á viajes, de descubrimientos
en Africa y en el Brasil (45). Guiado por la semejanza de
los elementos, Laugier ha encontrado de nuevo en las indi­
caciones chinas una séptima aparición del cometa de Ha-
(l ue tuvo lugar en 1378 (46); asi como el tercer co­
meta de 1840, descubierto por Galle el 6 de marzo (47),
parecía idéntico al de 1097. Los Mejicanos tenían también
]a costumbre de referir en sus anales, los acontecimientos
considerables á los cometas j á otros fenómenos celestes
Cosa estraña, en el catálogo chino en que está referida al
mes de diciembre, es donde he podido reconocer el cometa
de 1490, c u ja indicación hé hallado en el manuscrito m e­
jicano de Le Tellier, j cu jo dibujo he unido á mis Monu­
mentos de lospueblos indígenas de América (48). Los Mejica­
nos habian registrado este cometa 28 años antes del primer
desembarco de Cortés en las costas de Veracruz (Chalchiuh-
cuecan).
He tratado detalladamente en el primer tomo del Cos­
mos (pág. 88 j 96) según la autoridad de Heinsio (1744),
de Bessel, de Struve j de G. Herschell, todo lo que cor­
responde á la forma de los cometas, á sus variaciones de
brillo, de color j de figura, á los efluvios de su cabeza que
se encorvan hácia atrás para formar la cola (49). El m agní­
fico, cometa de 1843 (50) que Bowring pudo ver, semejante
á una pequeña nube blanca en Chihuahua, desde las nueve
de la mañana hasta la postura del Sol, j que fue observado
en pleno medio dia en Parma, por Amici, á I o 23' al Este
del Sol (51), no es el único que se ha visto en esas cir­
cunstancias; todavía mas recientemente, el primer cometa
de 1847, descubierto por Hind cerca de la Cabra, fué
igualmente visible en Londres, cerca del Sol, en el mo­
mento mismo de su perihelio.
A fin de aclarar lo que hemos dicho antes de la observa­
ción hecha por los astrónomos chinos, con motivo del co­
meta que apareció en el mes de marzo de 837, bajo la di­
nastía Thang, inserto aquí la traducción de un pasaje to­
mado de Ma-tuan-lin, en el cual está espresada la le j que
regula la dirección de la cola de los cometas: «En general,
para un cometa colocado al Este del Sol, la cola, á partir
del núcleo, se dirige hácia el Este; si por el contrario, el
cometa aparece al Oeste del Sol, la cola se dirige hácia el
Oeste» (52). Fracastor y Apiano dicen con mas precisión y
exactitud: «Que una línea dirigida según el eje de la cola, y
prolongada mas állá de la cabeza va á pasar por el centro del
Sol.» Las palabras de Séneca: «Las colas de los cometas h u ­
yen delante de los rayos del Sol» (Cuestiones naturales,
lib. VII, cap. 20) son igualmente características. Entre los
planetas y los cometas conocidos actualmente, los tiempos de
las revoluciones siderales que dependen del semi-eje mayor,
ofrecen las siguientes relaciones: para los planetas, las re­
voluciones mas cortas están con las mas largas en la rela­
ción de 1 á 683 ; y entre los cometas, en la de 1 á 2670.
Hánse comparado, para establecer este cálculo, de una parte,
Mercurio que efectúa su revolución en 87 dias 97/ioo? con
Neptuno que verifica la suya en 60 126 dias 7/ 10, de otra,
el cometa de Encke cuyo periodo es de 3 años 3/ ioj con el
de 1680, observado por Godofredo Kireh en Coburgo, por
Halley y por Newton, y que no tarda menos de 8814 años
en describir su elipse. He indicado ya, según una escelen-
te Memoria de Encke (Cosmos, t. I, p. 99 y 100, y t. III,
página 329), la distancia entre la estrella fija mas próxima
á nosotros, a del Centauro, y el afelio del cometa de 1680.
He marcado la lentitud con que este cometa se mueve en
la porcion límite de su órbita, recorriendo apenas 3 metros
por segundo; he recordado la distancia igual apenas á 6
veces la distancia de la Luna, en la cual el cometa de Le-
xell se aproximó á la Tierra en 1770, y la distancia menos
considerable aun en que se encontraron relativamente al
Sol, el cometa de 1680 y sobre todo el de 1843. Según los
elementos del segundo cometa de 1819, cuyo enorme vo-
lúmen apareció súbitamente en Europa desprendiéndose de
los rayos del Sol, se dedujo que pasó el 26 de junio delan­
te del disco solar (53) ; desgraciadamente fué desaperci­
bido. Lo mismo debió suceder con el cometa de 1823, que,
además de la cola ordinaria opuesta al Sol, presentaba otra
.T O M O III. 25
dirigida liácia este astro. Si las colas de los dos cometas eran
largas, debieron mezclar á nuestra atmósfera algunas por­
ciones de su sustancia nebulosa, como ba tenido lugar cier­
tamente en mas de una vez. Háse preguntado también si las
singulares nieblas de 1783 y de 1831, que cubrian una
gran parte del continente europeo, no eran consecuencia
de un accidente semejante (54).
Mientras que, de un lado, se compara la cantidad de ca­
lor recibida por los cometas de 1680 y de 1843, en su peri-
belio, á la temperatura focal de un espejo ardiente de 32
pulgadas (5 5 ), un astrónomo eminente, al cual me liga
antigua amistad (56), Lindenau, pretende que, en razón á
su escesiva ligereza específica, todos los cometas sin núcleo
sólido no reciban calor alguno del Sol y se sostengan á la
temperatura de los espacios circundantes (57). Si se consi­
deran las numerosas y sorprendentes analogías de los fe­
nómenos que presentan, según Melloni y Forbes,las fuen­
tes oscuras ó brillantes del calor, parece difícil, teniendo en
cuenta el estado actual de nuestros conocimientos físicos y
el lazo que los une entre s í, no admitir la presencia en el
Sol de causas que produzcan simultáneamente, por las vi­
braciones del éter, es decir, por ondulaciones de longitu­
des diferentes, la irradiación de la luz y la del calórico. Du­
rante mucho tiempo se ha hablado en los escritos astronó­
micos de un pretendido eclipse de Luna por un cometa,
en 1454. El primer traductor del bizantino Jorge Phranza,
el jesuita Pontano, creyó encontrar esta indicación en un
manuscrito, en Munich. Este paso de un cometa por entre
la Luna y la Tierra es tan poco verídico como el del co­
meta de 1770 , del cual salia garante Lichtenberg. La pri­
mera publicación completa de la Crónica de Phranza tuvo
lugar en Viena en 1796: en ella se lee testualmente: Que
el año 6962 del mundo , durante un eclipse de Luna , apa­
reció y se aproximó al disco lu n a r, un cometa semejante
á una nube ligera, j que describía una órbita á modo de
los cuerpos celestes. La fecba indicada, que corresponde
al año 1450 de nuestra era, es inexacta, puesto que Phran-
za dice positivamente que el fenómeno es posterior á la
toma de Constantinopla, que tuvo lugar el 19 de Majo
de 1453; j con efecto, bubo un eclipse de Luna el 12 de
M ajo de 1454. Puede verse, respecto de esto, á Jacobs
en la Correspondencia mensual de Zacb , t. XXIII, 1811.
p. 196-222.
Le Verrier ba estudiado con detenimiento las relaciones
de distancia que pueden existir entre los satélites de Júpiter
j el cometa de Lexell, j las perturbaciones que este notable
cometa ba esperimentado por su influencia, sin obrar de
nuevo en la duración de su revolución. Cuando Messier lo
descubrió el 14 de Junio de 1770, lo tomó por una pe­
queña nebulosidad en el Sagitario; j ocbo dias despues, el
núcleo brillaba j a como una estrella de segunda magni­
tud. Antes que el cometa llegara al peribelio, no se veia
yestigio alguno de la cola; cuando babia pasado de este
punto, s e . le desarrollaba, j apenas si tenia un grado de
longitud. Lexell reconoció que este cometa describía una
órbita elíptica j efectuaba su revolución en 5 años :J8:5/iooo>
lo que fué confirmado por Burckardt, en una escelente
Memoria publicada en 1806. Según Clausen, el cometa
de Lexell se acercó á la Tierra el 1.° de julio de 1770, á una
distancia de 363 radios terrestres, es decir, de 231,000
miriámetros, ó 6 veces la distancia de la Tierra á la Luna.
La razón por que no se vió este cometa1ni antes, en el mes
de marzo de 1776, ni despues, en el mes de octubre de 1781,
fué establecida por medio del análisis, por Laplace, en el
tomo IV de la Mecánica celeste. Conforme á ‘las hipótesis de
Lexell, Laplace ba demostrado que ese becho era debido á
influencias perturbadoras que se ejercieron á la aproxima­
ción del cometa, en 1767 j en 1779, á las porciones del
espacio ocupadas por el sistema de Júpiter. Le Verrier lía-
hallado q u e , según una hipótesis acerca de la órbita del
cometa de Lexell, este cometa habia debido atravesar
en 1779 las órbitas de los satélites de Júpiter, j que, se­
gún otra hipótesis, debió permanecer apartado á gran dis­
tancia de la órbita del cuarto satélite (58).
Es estremadamente difícil determinar el estado mole­
cular de las diferentes partes de un cometa, de la cabeza ó
del núcleo, que tan rara vez tienen contornos fijos, como
tampoco de la cola. Esto depende de que el núcleo mismo
no ocasiona refracción alguna de los rajos luminosos, j d e
que, según el importante descubrimiento de Arago (Cosmos,
t. I, p. 94 j 364, nota 51), existe en la luz de los come­
tas una porcion de luz j a polarizada, es decir, de luz solar
reflejada. Aunque las menores estrellas permanecen visi­
bles sin disminución de brillo, á través de las emanaciones
brumosas que forman la cola de los cometas j casi á través
del centro del núcleo ó cuando menos muv cerca del cen-
«/

tro, como j a lo decia Séneca: (per cometem non aliter


quam per nubem ulteriora cernuntur. Qucest. N a t u r li­
bro VIL, cap. 18), sin embargo, Arago ha demostrado en
esperiencias que jo presencié , que esas envueltas ne­
bulosas, á pesar de su rareza, son susceptibles de reflejar
una luz estraña (59), de suerte que los cometas tienen solo
«una diafanidad imperfecta (60), puesto que la luz no los
atraviesa sin obstáculo.» La intensidad de brillo que pre­
sentan alguna vez nebulosidades tan ligeras, como la que
ofreció el cometa de 1843, ó el aspecto estelar del núcleo
escita el asombro porque induce á referirlo todo á la refle­
xión de los rajos solares. Pero ¿no es posible que ade­
mas de esta luz adquirida arrojen los cometas una luz
propia?
De la cola de los cometas, de muchos millones de le­
guas de longitud, j estendida en forma de abanico las mas
de las veces, se destacan, por la emanación ola evaporación,
partículas que se estienden en los espacios. Allí, forman
quizá ellas mismas ese medio resistente que contrae poco á
poco la órbita del cometa de Encke (61); quizá también se
mezclan á la materia cósmica que no se ba condensado en
cuerpos celestes, y no ba servido para formar la luz zodia­
cal. Partes materiales desaparecen casi á nuestros ojos, y
adivinamos apenas la parte del espacio donde se agregan
de nuevo. Aunque hoy parezca muy probable que la den­
sidad del fluido gaseoso esparcido á través de los espacios,
aumenta en la proximidad del Sol, no puede, sin embargo,
representarse ese fluido para esplicar el amenguamiento
que el núcleo de los cometas esperimenta, según Walz, cer­
ca del Sol, condensado como influyendo por la compre­
sión sobre una envuelta vesicular (62). ’Por lo general, los
contornos de los cometas son muy indecisos , y no puede
saberse positivamente donde acaba la nebulosidad que
refleja la luz. Mas notable y mas instructiva e s , en
cuanto á la constitución de ciertos cometas, v e r, en
algunas ocasiones, en la porcion anterior parabólica del
astro, una precisión de contornos que casi tiene igual
en los grupos de nubes de nuestra atmósfera. Esto es lo
que sucedió en el cometa de Halley, en el Cabo de
Buena-Esperanza, hácia fines del mes de enero de 1836.
Juan Herschell comparaba esta apariencia inusitada, que
atestiguaba la intensidad de la atracción mútua ejercida
por las moléculas, con el aspecto de un vaso de alabastro
vivamente iluminado en el interior (63).
Despues de la publicación del primer tomp del Cos­
mos, se ba producido en el mundo de los cometas, un acon­
tecimiento cuya posibilidad ni aun se sospechaba antes. El
cometa interior y de corto período de Biela, que verifica
su elipse en 6 años 1/ 2/ se ha dividido en dos cometas de
la misma forma, pero de magnitud diferente , y provistos
ambos de cabeza y cola. En todo el tiempo que ba podido
observárselos, apenas si se ban llegado á reunir, y siempre
ban caminado casi paralelamente. El 19 de Diciembre
de 1845, Hind babia observado ya en el cometa todavía
intacto, una especie de protuberancia bácia el Norte; pero
el 21, según la observación de Encke enB erlin, no se dis­
tinguía indicio alguno de separación. La división, ya efec­
tuada, fue reconocida por primera vez el *29 del mismo mes,
en la América septentrional, y en Europa bácia mitad y á
fines del mes de Enero de 1846. El nuevo astro, mas peque­
ño de los dos, precedía al mayor en la dirección Norte. La
distancia del uno al otro fue en un principio de 3'; mas
adelante,, el 20 de febrero, era de 6 ', según el interesante
dibujo de Otto de Struve (64). El brillo de cada uno de
ellos era cambiante; de suerte que el segundo astro, au­
mentando poco á poco en intensidad, sobrepujó algún
tiempo en luz al cometa principal. Las envueltas nebulosas
que rodeaban cada núcleo no tenían contorno alguno deter­
minado: laque envolvía el mayor cometa ofrecía un abul-
tamiento poco luminoso bácia el Sud-Sud-Oeste ; pero la
parte del Cielo-que los separaba fue vista como libre de toda
nebulosidad, en Pulkowa (65). Algunos dias despues, el
teniente Maury apercibió en W ashington, con un instru­
mento dióptrico de Munich de 9 pulgadas de diámetro,
rayos que el antiguo cometa enviaba al nuevo, de suerte
que durante alg'un tiempo existió entre ambos una espe­
cie de puente. El 24 de Marzo, disminuyendo de brillo
el pequeño cometa insensiblemente, no se reconocía ya
apenas. El mayor fue visto todavía el 16 ó el 20 de*Abril,
en que á su vez desapareció. He descrito el desarrollo de
ese fenómeno estraordinario con todos los detalles que he
podido comprobar (66). De sentir es que el hecho mismo
de la separación y el estado que le ha precedido haya pa­
sado desapercibido de los obserservadores. El cometa for­
mado á espensas del primero ¿ha llegado á ser invisible por
consecuencia del alejamiento ó de la debilidad de la luz,
ó se ha disuelto? ¿Reaparecerá acompañando al planeta
principal, y el cometa de Biela ofrecerá aun, en sus
vueltas sucesivas, semejantes anomalías?
El nacimiento de un nuevo cuerpo planetario por via
de disjunción da lugar á pensar si en la multitud de co­
metas que circulan alrededor del Sol, hay ó no muchos que
hayan sido engendrados de esta manera; si ese fenómeno no
se reproduce aun todos los dias; si , en fin, sea por la des­
igual velocidad de su revolución, sea porque no sienten
en el mismo grado la influencia de las perturbaciones, los
cometas asi descompuestos están ó no arrojados sobre órbitas
diferentes. Stephen Alexander, en una Memoria ya citada,
ha tratado de esplicar la generación de todos los cometas
interiores por una hipótesis semejante, pero sin pro­
ducir razones bastante concluyentes. Parece que tales
acontecimientos se han producido en la antigüedad; por
desgracia, no han sido descritos con bastantes detalles. Sé­
neca, refiriendo, despues de un testimonio que, según él,
no le merecía mucha confianza, que el cometa al cual se
atribuyó la destrucción de las ciudades de Hélice y de Bura,
se dividió en dos partes, añadió irónicamente. «¿Porqué no
ha visto nadie reunirse en uno solo dos cometas? (67).»
Los astrónomos chinos hablan de tres cometas pareados que
aparecieron en el año 896 y recorrieron su órbita en con­
serva (68).
En el gran número de cometas- cuyos elementos han
sido calculados hasta hoy, conocemos ocho cuya revolución
se efectúa en menos tiempo que la de Neptuno. Entre ellos,
seis son interiores, es decir, que su afelio está del lado de
acá de la órbita de este planeta; y son: los cometas de
Encke (afelio 4,09), de Vico (5,02), de Brorsen (5,64),
de Fuye (5,93), de Biela (6,19), y de Arrest (6,44). Estos
seis cometas interiores tienen todos su afelio comprendido
entre el de Higia (3,15), j un límite estremo situado mas
allá del afelio de Júpiter (5,20), á una vez y í/ i déla dis­
tancia de la Tierra al Sol. Los otros dos cometas que veri­
fican su revolución en menos tiempo que Neptuno, son el
cometa de 74 años de Olbers, y el cometa de 76 años de
Halle y. Hasta 1819, época en la cual Encke reconoció pri -
mero que nadie la existencia de un cometa interior, los
dos de Olbers y de Halle y quedaron entre todos los cometas
cu jo s elementos habíanse calculado, como los de mas pronto
regreso. El cometa de Olbers de 1815 j el de H allej al­
canzan, en su afelio, una distancia que escede solamente
en 4 radios de la órbita terrestre para el uno, j en 5 radios
j 2/ y para el otro, límite á partir del cual, despues del
descubrimiento de Neptuno, serian considerados como in­
teriores. Aunque este límite sea variable, j la denomina­
ción de cometa interior pueda recibir aplicaciones nuevas,
por el descubrimiento de planetas situados mas allá de
Neptuno, tiene, sin embargo, sobre la denominación de
astro de corto período, la ventaja de que depende por lo
menos de algo determinado durante cada fase de nuestros
conocimientos. Los períodos de los seis cometas interiores,
actualmente calculados con precisión, no varían, es cierto,
mas que de 3 años3/ l0 á 7 años 4/io5 Pero e16-° cometa
de 1846, descubierto en Nápoles por Peters el 26 de Junio,
cujo semi-eje m ajor es de 6,3*2, vuelve realmente despues
de un intervalo de 16 años (69), puede preverse que poco
á poco se encontrarán cometas intermedios, en cuanto á la
duración de las revoluciones, entre el de F aje j el de Ol­
bers. En el porvenir será, pues, m u j difícil determinar
una línea de demarcación entre los cometas de largo j de
corto período. Insertamos aquí el cuadro en que el doctor
Galle ha reunido los elementos de los seis cometas inte­
riores.
Elem entos de tus C cometas hderiores para los cuales están completos los cálculos.

NOMBRES DE LOS COMETAS. ENCKE. DE VICO. BRORSEN. IVARREST. RIELA. FAYE.

Paso al P crilielio en el tiempo 18 ÍS n o v . 26 18Í4 set. 2 1840 fcl). 2.') 1351 j a l . 8 1840 feb. 10 1843 oct. 17 !
2'1 55" 52’ J !'• 33» «7* gh g... l . i O1’ 57"'23“ 2 3 1*51'" 36' 3 h Í 2 ‘" IG1 1
medio de P a r í s .............................. i
L o n g itu d d c l p c r ih c l io ................ ... 156° 4 7 ' 8 ' 3 i 2o 3 0 ' 5 5 " 1 16°2S' i : j " 3 2 0 ° 5 9 '4 6 " 109° 2 7 2 0 /; 49° 3 í 7 1 9 /f

| L o n g itu d del n u d o asce n d en te . 33í 22 12 03 49 17 102 40 58 1Í8 27 20 2Í5 5í 39 209 29 19

In clin ació n sobre la eclíptica. . 13 8 3G 2 o í 50 30 55 53 13 5G 12 12 34 53 11 22 31

Sem i-eje m a y o r ................................ 2,21181 í 3,102800 3,146494 3,401810 3,5 2 í5 2 2 3,811790


0,33703 2 l,1 8 G í0 l 0,050103 1,173970 0,836448 1,092579

Distancia a f e lia .................................. 4,092595 T^OI 9198 5,042884 5,749717 0,192590 5,931001
0, S í 7828 0,017035 0,793388 0,060881 ,7570300 0,555902

R evolución en di a s ........................ 120Í 199G 2039 2353 2417 2718

R ev o lu ció n en a n o s ........................ 3,30 5,17 5,58 G ,U 6,62 7,4 í


i
A utores de los c á lc u lo s ................ Encke, B rünnow , BiTinnow, d 'A r r e s t , P ia n ta m o u Le Y e r rie r ,
A str. Nachr. M e m oria A sir. Nachr. A str . Nachr. A sir. N achr. A str. Nachr.
*
X X V II, c o ro n a d a . XXI X, X X X III, XXV, X X III,
p. 113. A m st. 1849. p. 377. p. 125. p. 117. p. 19G.
Resulta del cálculo que precede que apenas han tras­
currido 32 años entre el momento en que el cometa de
Encke fue reconocido como interior, y aquel en que
se descubrió el cometa igualmente interior de d ‘Ar-
rest (70). Yvon Villarceau ha dado también en las Noticias
astronómicas de Schumacher, los elementos elípticos del
cometa de d ‘Arrest. Juntamente con.Valz, ha presentada
algunas hipótesis acerca de la identidad de este cometa con
el de 1678 observado por La Hire y calculado por Douwes.
Otros dos cometas el 3.° de 1819, descubierto por Pons y
calculado por Encke, y el 4.° del mismo año, descubierto
por Blanpain é idéntico, según Clausen, con el primero
de 1743, parece que verifican también su revolución en
cinco ó seis años; pero esos dos astros no pueden citarse to­
davía al lado de aquellos cuyos elementos, gracias á obser­
vaciones repetidas y precisas, han sido calculados con mas
certeza y perfección.
La inclinación de las órbitas de los cometas interiores
sobre la eclíptica es por lo general pequeña, y compren­
* dida entre 3o y 13°; la del cometa de Brorsen es la única
considerable y no pasa de 31°. Todos los cometas interiores
descubiertos hasta b o j tienen, como todos los planetas y
ios satélites de nuestro sistema solar, un movimiento di­
recto de Oeste á Este. Juan Herschell ha llamado la aten­
ción sobre el fenómeno m u j particular de una marcha re­
trógrada- entre los cometas débilmente inclinados sobre la
eclíptica (71). Este movimiento inverso, que solo se en­
cuentra en una clase especial de cuerpos planetarios, es de
una gran importancia, por lo que puede esclarecer la opi-
nion dominante acerca del origen de los miembros de un
sistema, sobre la fuerza y sobre la dirección del primer
‘ impulso. Esto nos hace ver que el mundo de los cometas,
aunque las inmensas distancias que los separan no pueden
sustraerle á la influencia del cuerpo central, tiene, sin em­
bargo, su individualidad propia, j goza de una inde­
pendencia relativa. Esta consideración ba llevado á Ja
hipótesis de que los cometas son los mas antiguos de
todos los cuerpos planetarios, y que forman, por decirlo
así, el tipo original de la materia difusa que llena los es-
cios celestes (72). Pregúntase subsidiariamente si á pesar
del inmenso intervalo que separa aun á la estrella mas
próxima, cu jo paralaje conocemos, j el afelio del cometa
de 1G80, algunos de los astros cometarios que aparecen en
el firmamento no atravesarían nuestro sistema de una ma­
nera fugaz, viajando de sol en sol.
A continuación del grupo de los cometas coloco, como
íntimamente ligada al sistema solar, la luz zodiacal, j llego
en último término á esos enjambres de asteroidesmeteóricos
que caen de tiempo en tiempo sobre la superficie de nuestro
globo, j de c u ja existencia, como cuerpos celestes, dudan
algunos astrónomos. Siguiendo el ejemplo de Chladni,
d ‘Olbers, de Laplace, de Arago, de Juan Herscbell j de
Bessel, tengo positivamente á los aereolitos por cuerpos
estraños á la Tierra j de origen cósmico, asi es que bien
puedo, al final de un capítulo, consagrado á los astros, es­
presar la confianza que abrigo de que la opinion contraria
desaparecerá un dia, merced á observaciones mas precisas
sobre los aereolitos, -los bólidos j las estrellas errantes,
cómo ba desaparecido, desde hace mucho, la opinion uni­
versal que hasta el siglo XVI atribuía á los cometas nn
origen meteórico. Ya, sin embargo, eran estos astros para
la corporacion de sacerdotes Caldeos de Babilonia, para
una gran parte de la escuela pitagórica, j para Apolonio
el Mindio, cuerpos celestes que aparecían en épocas deter­
minadas, describiendo órbitas estraordinarias; por el con­
trario, la gran escuela antipitagórica de Aristóteles, j Epi-
genes, con quien en este punto esta conforme Séneca, no
* en los veían cometas sino fenómenos meteorológicos que no
llegaban ánuestra atmósfera (73). Felizmente esas fluc­
tuaciones délos espíritus entre hipótesis opuestas que traen
espacios infinitos á nuestra atmosfera terrestre deben con
el tiempo llegar á la verdadera interpretación de los fenó­
menos naturales,
En dos siglos j medio, y á grandes intervalos, háse
reconocido la existencia, el lugar y la configuración de mu­
chos mundos distintos, que se han añadido sucesivamente á
la riqueza de nuestro sistema solar. Primeramente fijóse
la atención en los sistemas subordinados, análogos al siste­
ma principal, en los cuales cuerpos celestes de menores
dimensiones circulan alrededor de cuerpos mas estensos.
Hánse observado en seguida los anillos escéntricos que ro­
dean un planeta esterior, de los menos densos entre to­
dos los planetas y el mas abundantemente provisto de sa­
télites; háse comprobado despues la existencia de la luz
zodiacal, resplandor dulce, aunque fácilmente perceptible
á simple vista, que se destaca en forma de pirámide y
ha sido referida á la causa material que verdaderamente la
produce. Mas adelante se han separado las órbitas entrela­
zadas de los pequeños planetas ó asteróides, encerradas en­
tre los límites de dos grandes planetas, y situadas fuera de
la zona zodiacal. Por último, se ha estudiado el maravilloso
grupo de los cometas interiores, cu jo afelio queda delante
del afelio de Saturno, de Urano ó de Neptuno. En una des­
cripción de los espacios celestes, es necesario hacer resaltar
"bien la diversidad de los mundos de que se compone el sis­
tema solar, diversidad que, por otra parte, no escluye en
modo alguno la comunidad de origen ni la dependencia
permanente de las fuerzas motrices.
Cualesquiera que sean las dudas quejsubsistan aun so­
bre la causa material de la luz zodiacal, parece, partiendo
del becbo matemáticamente demostrado, á saber, que la at­
mósfera solar no puede esceder de los 9/ 20 de la distancia
de Mercurio al Sol, parece, vuelvo á repetir, que en el es­
tado actual, y por desgracia muy incompleto de nuestros
conocimientos, la opinion mas satisfactoria debe ser la que
va autorizada con los nombres de Laplace, de Scbubert, de
Arago y de Biot, según la cual la luz zodiacal irradia de
un anillo nebuloso aplastado y que gira libremente en el
espacio comprendido entre las órbitas de Venus y de
Marte. El límite estremo de la atmósfera, respecto del Sol,
como para los planetas, centros de sistemas subordinados,
no puede estenderse mas allá del' punto donde la atracción
del cuerpo central está en exacto equilibrio con la fuerza
centrífuga. Las porciones de atmósfera que ban escedido de
este límite, ban debido escaparse por la tangente y dado
motivo, al aglomerarse, á planetas y satélites, ó si no se ban
condensado en globos esféricos, continúan su marcha bajo
la forma de anillos vaporosos ó sólidos. Según estas opinio­
nes, la luz zodiacal entra en la categoría de los cuerpos
planetarios y debe someterse á las leyes generales de su
formación,
Los progresos hechos en la senda de la observación por
esta parte abandonada de nuestros conocimientos astronó­
micos, se reducen á tan poco, que no puedo añadir apenas á
lo que llevo dicho, sirviéndome de mi propia esperiencia
y de la esperiencia de los demas, en el cuadro de la Natu­
raleza colocado al frente de esta obra. Veintidós años antes del
nacimiento de Domiugo Cassini, al cual pertenece la gloria de
haber descubierto el primero la luz zodiacal, según creen­
cia común, el capellan de Enrique Somerset, Childrey, en
su Britannia Bacónica, publicada en 1661, babia lla­
mado la atención de los astrónomos acerca de la luz zodia­
cal como un fenómeno no descrito todavía y del cual fué
testigo durante muchos años, en el mes de Febrero y
principios de Marzo. Debo también en justicia mencio-
/ nar una carta de Rothmann á Ticho, indicada por Ol­
bers, de donde resulta que hácia fines del siglo XVI,
tenia vista Ticho la luz zodiacal, y la tomaba por la apa­
rición anómala de una aurora boreal en la primavera. La
intensidad luminosa mucho mayor que ese fenómeno pre­
senta en España, en las costas de Valencia como en las
llanuras de Castilla la Nueva, me decidió á observarla con
asiduidad antes de abandonar á Europa. El brillo de esta
luz, que bien pudiera llamar iluminación, aumentaba aun
mas de una manera sorprendente, á medida que me apro­
ximaba al Ecuador, en el continente americano ó en el mar
del Sud. A través de la atmósfera siempre seca y traspa­
rente de Cumana, en las llanuras herbóreas ó Llanos de Ca­
racas , sobre las mesetas de Quito j en los lagos de Mé­
jico, particularmente á alturas de ocho á doce mil piés,
donde podia yo permanecer mucho mas tiempo, vi la luz
zodiacal esceder en brillo muchas veces á las mas hermosas
partes de la Via láctea, comprendidas entre la proa de la
Nave y el Sagitario, ó para citar regiones del Cielo visibles
en nuestro hemisferio, entre el Aguila y el Cisne.
Sin embargo, en general el brillo de la luz zodiacal no
aumenta en mi concepto sensiblemente con la altura del
lugar desde donde se observa; pero depende especialmente
de los cambios á que el fenómeuo mismo está sometido,
y de su mayor ó menor intensidad luminosa: esto es por lo
menos lo que me autorizan á creer las observaciones que
he hecho en el mar del Sud, en las cuales noté un re*
flejo semejante al que produce la postura del Sol. He
cuidado de decir especialmente, porque no niego de una
manera absoluta que el estado de las altas capas de la a t­
mósfera, su m ajor ó menor diafaneidad, b ajan podido
también ejercer alguna influencia, aun cuando en las ca­
pas inferiores no acusaran mis instrumentos variación hi-
grométrica alguna, ó los cambios indicados pareciese como
que debían producir otro efecto. En las regiones tropicales
es sobre todo donde los fenómenos meteorológicos manifies­
tan en sus variaciones, la m ajor uniformidad j regulari­
dad que puede esperarse de los momentos luminosos de la
luz zodiacal en la Naturaleza. La aparición es allí perpé-
tua, j comparando cuidadosamente las observaciones he­
chas á difentes alturas j en circunstancias locales diferen­
tes, puede esperarse que merced al cálculo de las probabili­
dades se distinga lo que pertenece á la naturaleza misma
de ese fenómeno luminoso, j lo que debe referise á in­
fluencias meteorológicas.
Háse repetido con frecuencia que en Europa, durante
muchos años consecutivos, no se tenia vista señal alguna
de luz zodiacal, ó que este fenómeno se habia limitado á
una m u j débil apariencia. ¿Observábase una disminución
proporcional al mismo tiempo bajo la zona equinoccial?
Para entregarse con éxito á investigación semejante, no
basta considerar únicamente la configuración de la región
luminosa, j a según medidas directas, j a arreglándose á
la distancia de los fenómenos á las estrellas conocidas;
sino que debe tenerse también en cuenta la intensidad de
la lu z , su uniformidad ó su intermitencia cuando palidece
j se reanima á veces alternativamente, j los resultados
del polaríscopo. Ya Arago, en 1836 (t. IX de las Oirás.
p. 39), ha marcado el siguiente resultado probable de las
observaciones comparadas de Domingo Cassini: «Que la
suposición de las intermitencias de la diafaneidad atmosfé­
rica no seria suficiente para esplicar las variaciones seña­
ladas por este astrónomo.»
Inmediatamente despues de las primeras observaciones
becbas en Paris por Domingo Cassini y por su amigo Fatio
de Duillier, los padres Noel, de Béze y Duhalde, franceses
que viajaban por las Indias, se dirigieron bácia el mismo
objeto; pero Relaciones aisladas, en las cuales se dan por
satisfechos sus autores con describir el placer que les ba
causado ese espectáculo nuevo, no pueden servir de funda­
mento á una discusión profunda de las causas que produ­
cen las variaciones de la luz zodiacal. Como lo ban acredi­
tado despues ios esfuerzos del laborioso Horner, no son las
escursiones rápidas, y lo que ba dado en llamarse viajes de
circunnavegación lo que puede llevar realmente á objeto
semejante. (Vease la Correspondencia mensual de Zach,
t. XV, p. 337-340.) Solo despues de una estancia de
mucbos años en alguna región tropical, ha sido posible
llegar á resolver el problema de las variaciones que esperi-
menta la configuración y la intensidad de la luz zodiacal.
Para el objeto que nos ocupa en este momento, y en gene­
ral para toda la Meteorología, es preciso dar treguas á nues­
tras esperanzas hasta el instante en que la cultura científica
se haya estendido definitivamente por la zona equinoccial
de la América española, por esas regiones donde entre 10,700
y 12,500 piés sobre el nivel del mar existen grandes
y populosas ciudades, como Cuzco, la Paz y Potosí. Los
resultados numéricos á que ha llegado Houzeau, resul­
tados que descansan, es cierto, en un .pequeño número de
observaciones, son para hacer creer que el eje mayor de la
luz zodiacal no coincide con el plano del ecuador solar, de
igual manera que la masa vaporosa del anillo, cuyo estado
molecular ignoramos, no atraviesa la órbita terrestre.
(Véanse las Noticias astronómicas de Schumacher, nú­
mero 492.)
TOMO I I I . 2(í
A partir del año de 1845 en que apareció en el primer
tomo del Cosmos un cuadro general de los fenómenos ce­
lestes, los resultados de la observación, en lo que concierne
á la caida de los aereolitos j las lluvias periódicas de es­
trellas errantes, designadas en aleman bajo el nombre es-
presivo en demasía de Sternschnuppen, despabilachiras ele
estrellas, se aumentaron y rectificaron considerablemente.
Muchos hechos se han sometido á una crítica mas dete­
nida y severa. Para hacer m ajor luz respecto de este fenó­
meno misterioso, báse creído deber estudiar la l e j de con­
vergencia, es decir, determinar los puntos de donde parten
las estrellas errantes', en las épocas en que reaparecen con
abundancia inusitada. Observaciones recientes, cujo s re­
sultados han adquirido alto grado de verosimilitud, au­
mentan también el número de esas épocas, entre las que
solo se habian señalado hasta aquí el mes de agosto j el
mes de noviembre. Los laudables esfuerzos de Brandes, de
Benzenberg, de Olbers j de Bessel, mas adelante los de
Efm an, Boguslawski, Quételet, Feldt, S aig ej, Eduardo
Heis j Julio Schmidt, introdujeron el uso de medidas
correspondientes mas exactas, j al mismo tiempo el senti­
miento mas general del rigor matemático ha prevenido el
peligro de acomodar observaciones dudosas á teoremas pre­
concebidos.
Los progresos en el estudio de los meteoros ígneos se­
rán tanto mas rápidos, cuanto mejor se los preserve de
toda determinación anticipada, cuanto mas cuidadosamen­
te se separen los becbos de las hipótesis, j cuando se sujete
á prueba cada fenómeno, sin rechazar por esto como falsas
ó dudosas, las cosas c u ja esplicacion no se conozca todavía.
Sobre todo, me parece m u j importante el no confundir con
las relaciones físicas las relaciones numéricas j geométri­
cas, mas fáciles de comprobar generalmente: tales son, la
altura, la velocidad, la unidad ó pluralidad de los puntos
de partida bien fijados, el número medio, en un tiempo
dado, meteoros aislados ó periódicos, j por último la mag­
nitud j la forma de las apariciones, según las estaciones ó
las horas de la noche en que se produzcan. Por otra parte,
con el tiempo, el estudio de esas dos clases de circunstan­
cias ó de relaciones físicas j geométricas debe necesaria­
mente conducir al mismo objeto; á consideraciones verda­
deras acerca de la generación j naturaleza de esos fenó­
menos.
Hé hecho j a ver en otra parte que no estamos en
comunicación con los espacios celestes j los cuerpos que
los ocupan solo por rajos luminosos j caloríficos, j por las
atracciones misteriosas que las masas lejanas ejercen en
razón de su masa sobre nuestro globo, sobre nuestros ma­
res, j sobre la Atmósfera que nos envuelve; los rajos lu ­
minosos que partiendo de las estrellas telescópicas mas pe­
queñas de que se compone una nebulosa reductible, vienen
á herir nuestra vista, son como lo prueba matemáticamente
la nocion exacta de la velocidad j de la aberración de la
materia, el testimonio mas antiguo de la existencia de la
luz (74). Una impresión luminosa salida de las profundi­
dades de la bóveda celeste, nos lleva de nuevo, por una
simple asociación de ideas á las profundidades del pasa­
do á muchos miles de siglos. .Las mismas impresiones,
producidas por las lluvias de estrellas errantes, por los bó-
lides de donde son arrojados los aereolitos, j por los demás
meteoros ígneos, son de una naturaleza m u j diferente. Si
es verdad que los aereolitos que caen sobre la superficie de
la Tierra no empiezan á inflamarse hasta que llegan á la at­
mósfera terrestre, no por ello dejan de ser para nosotros las
únicas ocasiones de un contacto material con cuerpos es-
traüos á nuestro planeta. Cáusanos asombro el poder tocar,
pesar, descomponer químicamente esas masas de tierra j
de metales que llegan á nosotros de los espacios celestes j
pertenecen á un mundo diferente del nuestro, j de encon­
trar minerales nativos que hacen m u j verosímil la suposi­
ción de Newton, de que las sustancias pertenecientes al
mismo grupo de cuerpos celestes, es decir, al mismo siste­
mo planetario son en gran' parte idénticas (75).
Debemos á la diligencia de los Chinos, que no han de­
jado pasar fenómeno alguno sin registrarlo, el conocimien­
to de los aereolitos mas antiguos c u ja fecha b aja sido de­
terminada con precisión. Sus antecedentes respecto de esto
se remontan hasta el año 644 antes de nuestra era, es de­
cir hasta el tiempo de Tirteo j de la segunda guerra de
Mesenia. La inmensa masa meteórica <jue cajó en Tracia,
cerca de iEgos-Potamos, en el sitio que habia de hacerse
célebre una tarde con la victoria de Lissandro, es posterior
en 176 años. Eduardo Biot ha hallado en la coleccion de
Ma-tuan-lin, que contiene pasajes tomados de la sección
astronómica de los anales mas antiguos del Imperio, 16 caí­
das de aereolitos en el intervalo comprendido entre media­
dos del siglo VII antes de J. C. j el año 333 de la era cris­
tiana, mientras que los escritores griegos j romanos no
citan en el mismo espacio de tiempo sino 4 fenómenos del
mismo género.
Es notable que la escuela jónica, en armonía con el
sentimiento de los modernos, b a ja admitido j a el origen
cósmico de las piedras meteóricas. La emocion que el im­
ponente fenómeno de iEgos-Potamos produjo en todas las
poblaciones helénicas, debió ejercer sobre la dirección j
desarrollo de la física jónica, una influencia decisiva, que
no ha sido bastante apreciada (76). Anaxágoras de Clazo-
meno podia tener 32 años cuando ocurrió este aconteci­
miento. Su opinion es que las estrellas son fragmentos de
rocas separadas de la Tierra por la fuerza del movimien­
to giratorio, j que el Cielo está -formado enteramente de
piedras. (Véase Plutarco, Opiniones de ¡osFilósofos, lib.III,
c. 13, j Platón, Leyes, lib.rXII, p. 967.) Esos cuerpos pé­
treos, se vuelven incandescentes por el éter ambiente que
es de naturaleza ígnea, j hacen irradiar la luz que les co­
munica este éter. Anaxágoras dice además, con relación á
Teofrasto, que debajo de la Luna, entre este cuerpo j la
Tierra, se mueven otros cuerpos oscuros capaces de produ­
cir eclipses de Luna. (Véase Stobee, Eglogas físicas, lib. I,
p. 560; Diógenes Laercio, lib. II, cap. 12: Orígenes, Philo-
soplmmena, c. 8.) Diógenes de Apolonia, que sin ser discí­
pulo de Anaximenes, pertenece probablemente á una época
intermedia entre Anaxágoras j Demócrito, espresa mas cla­
ramente aun su idea acerca de la estructura del Mundo, j
parece haber recibido una impresión mas viva del aconte-
miento natural que ocurrió en Tracia, en la Olimpiada
XXVIII (77). Según él, como he dicho en otra parte ( Cos­
mos, 1.1, p. 120), con las estrellas visibles se mueven tam­
bién masas de estrellas invisibles, á las cuales no ha sido
posible por consiguiente dar nombre alguno. Esas estrellas
caen también á veces sobre la Tierra j se apagan, como
aconteció con la estrella de piedra que cajó cerca de iEgos-
Potamos (Stobee, Eglogas jísicas, lib. I, p. 508) (78).
La opinion de algunos filósofos naturalistas acerca de
los meteoros ígneos, tales como las estrellas errantes j los
aereolitos, que Plutarco espone en detalle en la Vida de Li-
sandro (cap. 12), es exactamente la de Diógenes de Creta.
Dícese en ese pasaje «que las estrellas errantes no son par­
tes del fuego etéreo que emanan de él ó de él se separan,
apagándose inmediatamente despues de haberse inflamado,
al entrar en nuestra atmósfera; sino que sonmasbien cuerpos
celestes que sustraidos al movimiento de rotacion general,
se precipitan hácia la Tierra» (79). Desde Tales é Hipon
hasta Empédocles, no se encuentra entre los filósofos de la
escuela jónica la hipótesis de los cuerpos celestes oscuros,
ni nada que traiga á la memoria esas ideas cosmográficas
de sus antecesores (80). El efecto producido por el aereo-
lito de ^Egos-Potamos entraba por mucho en las especula­
ciones á que da lugar la caida de los cuerpos oscuros. Un
escritor posterior,, el Pseudo-Plutarco, se limita á decir
( Opiniones de los Filósofos, lib. II, c. 13) que Tales de
Mileto consideraba á todos los astros como cuerpos inflama­
dos, aunque terrestres (^¿s»¡ Xai s^vpa). La primera escuela
jónica se proponía descubrir el origen de las cosas, y este
origen lo esplicaba por la mezcla, por cambios graduales y
por la transformación de las sustancias; creia en la genera­
ción progresiva de los cuerqos por la condensación y la ra­
refacción. El movimiento de revolución de la esfera celeste,
que sostiene á la Tierra en el 'punto central, se menciona
j a por Empédocles como una fuerza cósmica influ jente en
realidad. En los primeros tanteos que preparan las teorías
físicas del éter, el aire ígneo j el fuego mismo representan
la fuerza espansiva del calor; de la misma manera se refie­
re á esta alta región del éter, la idea del movimiento gira­
torio que arrastraba todo tras de sí j arrancaba violenta­
mente las rocas del suelo de la Tierra. Por esto es por lo
que Aristóteles (.Meteorológicas>lib. I, p. 339, ed. Bekker)
llama al éter « el cuerpo animado de un movimiento eter­
no» como si dijéramos el substratum inmediato del movi­
miento, y en apoyo de esta definición, busca razones eti­
mológicas (81). Por el mismo motivo también, Plutarco di­
ce, en la Vida de Lisandro, que la cesación del movimiento
giratorio determina la caida de los cuerpos celestes, y en
otro pasaje que alude evidentemente á las opiniones de
Anaxágoras y de Diógenes de Apolonia (De la Faz que
aparece en el disco de la Luna, p. 923), afirma que la Lu­
na caeria á tierra como piedra lanzada por una honda, si
cesase su movimiento de rotacion (82). Esta comparación
da idea de la fuerza centrípeta, manifestándose poco á poco,
para contrabalancear la fuerza centrífuga, por medio de la
cual esplicaba Empédocles el movimiento aparente de la
esfera celeste. La fuerza centrípeta está indicada aun con
mayor claridad por el mas penetrante de todos los comenta­
ristas de Aristóteles, por Simplicio (p. 491, ed. Brandis).
Simplicio esplica el equilibrio de los cuerpos celestes por
la razón de que la fuerza del movimiento giratorio es en
ellos superior á la fuerza que los solicita á caer. Tales son
los primeros presentimientos que se tuvieron. respecto de
las fuerzas centrales. Un discípulo de Ammonio Hermeas,
el Alejandrino Juan Filopon, que vivia probablemente en
en el siglo VI, va mas allá; como si reconociese la inercia
de la materia, esplica por la revolución de los planetas una
impulsión primitiva que une ingeniosamente á la idea de
la caida de los cuerpos, á la tendencia que atrae hácia la
Tierra á todos los cuerpos pesados ó ligeros (de la Creación
del Mundo, lib. I, c. 12). He tratado de presentar como un
gran fenómeno natural, la caida de un aereolito en iEgos-
Potamos, y la esplicacion puramente cósmica por medio de
la cual se trató desde un principio de darlo á conocer, des­
arrolló poco á poco en la antigüedad griega los gérme­
nes que, fecundados por el trabajo de los siglos siguientes,
y reunidos entre sí por un lazo matemático, condujeron á
las lejes del movimiento circular, que descubrió formuló j
H ujgbens. .
Al ocuparnos de las relaciones geométricas que regulan la
caida de las estrellas errantes, entiéndase las estrellas
errantes periódicas, j no las que caen rara vez j aislada­
mente , conviene sobre todo examinar los resultados de las
observaciones recientes acerca de la iradiacion ó los puntos
de partida de los meteoros, j de su velocidad esencial­
mente planetaria. Este doble carácter, la iradiacion j la .
velocidad, acreditan, con alto grado de verosimilitud, *
que las estrellas errantes son cuerpos luminosos indepen­
dientes del movimiento de rotacion de la Tierra, que pro­
ceden de fuera j pasan de los espacios celestes á nuestra
atmósfera. Desde las observaciones becbas en la América del
Norte, acerca del período de Noviembre, en 1833, 1834 j
1837, babíase señalado como punto de partida la estre­
lla 7 de Leo. En 1839, se reconoció para el período de
Agosto, que el punto de partida era Algol en Perseo, ó un
punto intermedio entre Perseo j Tauro. Estos centros de
iradiacion venian á ser las constelaciones bácia las que se
dirigía la Tierra en la misma época (83). Saigej, que ba
sometido las observaciones de 1833 á un análisis m u j es­
crupuloso indica que la irradiación fija que parte de la
constelación de Leo, no ba sido comprobada en realidad mas
que á media nócbe, en lastres ó cuatro boras que preceden
á la aurora, j que de diez j ocbo observadores colocados
entre la ciudad de Méjico j el lago de los Hurones, diez so­
lamente ban reconocido el punto de partida general indica­
do por Dioniso Olmsted, profesor de matemáticas de New-
Haven, en el Estado de Massachussetts (84).
El escelente escrito publicado por Eduardo Heis, resú-
men m u j sucinto de observaciones bastante exactas, reali­
zadas durante diez años en A quisgran, sobre las estrellas
errantes periódicas, contiene respecto de la irradiación, re-
sultados tanto mas preciosos, cuanto que el observador los
ba discutido con un rigor matemático. Según él, el período
de Noviembre se distingue en que las trayectorias están
mucbo mas separadas que en el periodo de Agosto (85). En
cada uno de esos dos períodos, el observador ba fijado si­
multáneamente mucbos puntos de partida que no se baila­
ban situados en la misma constelación, como se ba estado
m u j cerca de creer desde 1833. Durante el período de
Agosto de los años 1839, 1841, 1842, 1843, 1844, 1847
y 1848, Heis, además del centro principal de Algol, en la
constelación de Perseo, ba encontrado otros dos en el Dragón
y en el polo Norte (86). «A fin, dice, de obtener resultados
exactos acerca de los puntos de donde irradian las trayec­
torias de las estrellas errantes, durante el período de No­
viembre, para los años 1839, 1841, 1846 y 1847, be trazado
sobre un globo celeste de 30 pulgadas las trayectorias
medias pertenecientes á cada uno de los cuatro puntos,
Perseo, Leo, Casiopea y la cabeza del Dragón, y be se­
ñalado cada vez la situación del punto de donde partian el
mayor número de trayectorias. De este exámen resulta, que
de 407 estrellas errantes, 171 provienen de un punto de
Perseo, próximo á la estrella »?, en la cabeza de Medusa,
que 83 partieron de Leo, 35 de la parte de Casiopea, cercana
á la estrella variable » , 40 de la cabeza del Dragón y 78
de puntos indeterminados. Así, el número de las estrellas
errantes que irradian de Perseo, era mas del doble del n ú ­
mero de las que tenían su punto de convergencia en la
constelación de Leo (87).»
Resulta de aqui, que en los dos períodos, la constelación
de Perseo ba representado gran papel. Un sagaz obser­
vador que consagró ocbo ó diez años al estudio de los
fenómenos meteorológicos, Julio Scbmitd, agregado al
observatorio de Bonn, se espresa en este asunto con gran
claridad, en una carta que me dirigió el mes de Julio
de 1851: «Si se prescinde de los grandes flujos de las es­
trellas errantes que se produjeron en el mes de Noviembre
de los años 1833 y 1834, así como algunas otras del mismo
género, en los cuales la constelación de Leo enviaba ver­
daderos enjambres de metéoros, estoy dispuesto á considerar
boy el punto de convergencia colocado en Perseo como el
que suministra, no solamente en el mes de Agosto, sino du­
rante todo el año, el mayor número de metéoros. Tomando
por base de nuestros cálculos los resultados de las 478 ob­
servaciones de Heis, bailo que este punto está situado á los
50° ,3 de ascensión recta y 51° 5, de declinación. Esto se
aplica á los años 1844-1846. En el mes de Noviembre
de 1849, desde el 7 al 14, be visto 200 estrellas errantes
próximamente mas que las que en igual época babia ob­
servado desde 1841. Entre esas estrellas, algunas sola­
mente procedían de Leo; el mayor número, en mucbo,
pertenecía á la constelación de Perseo. Resulta de aquí, en
mi sentir, que el brillante fenómeno que se produjo en el
mes de Noviembre de los años 1799 y 1811 no ba vuelto á
aparecer despues. Olbers sospechaba también que esas gran­
des apariciones no debían reproducirse hasta despues de
un período de 34 años. ( Cosmos 1.1, p. 113). Si se quieren
considerar las apariciones periódicas de esos metéoros y las
complicaciones de sus trayectorias, puede decirse que cier­
tos puntos de irradiación son siempre los mismos, pero que
existen también otros variables y esporádicos.»
En cuanto á saber si los diferentes puntos de partida
cambian con los años, lo que, admitiendo la hipótesis de
los anillos cerrados, supondría una variación de los anillos
en que se mueven los metéoros, cuestión es esta que las oV
servaciones hechas hasta el dia no permiten resolver aun con
certeza. Una hermosa série de observaciones hechas por
Houzeau, desde 1839 hasta 1842, parece refutar la hipótesis
de un cambio progresivo (88). Eduardo Heis observa con
gran exactitud, que j a en la antigüedad griega j latina9
habíase llamado la atención sobre la dirección uniforme que
parecían tomar en un tiempo dado las estrellas errantes
que tachonaban la bóveda celeste (89). Teníase entonces á
esta dirección como resultado de un viento que empezaba á
soplar en las altas regiones del aire, y los navegantes veian
en ella el anuncio de una corriente que desde esas regiones
iba á descender prontamente á las capas inferiores.
Así las estrellas prrantes periódicas se distinguen j a de
las estrellas esporádicas ó aisladas por el paralelismo habi­
tual de sus trajectorias, que parecen irradiar de un mismo
centro ó de muchos centros determinados. Pero todavía
existe otro criterio; j es, el del número de metéoros que en
uno j otro fenomeno brillan durante el mismo espacio de
tiempo. La distinción de las caidas de las estrellas errantes
ordinarias ó estraordinarias es un problema c u ja solucion ha
sido m u j debatida. Dos escelentes observadores, Olbers j
Quételet, han buscado el número medio de los metéoros que
en los dias ordinarios pueden ser vistos en una hora en el
círculo ocupado por una persona: Olbers cuenta 5 ó 6;
Quételet eleva este número á 8 (90). No puede escla­
recerse nada en una cuestión tan importante para el conoci­
miento de las lejes que regulan el movimiento j la direc­
ción de las estrellas errantes, sin dar lugar á la discusión
de multitud de consideraciones. Me he dirigido con­
fiadamente á un observador cujo nombre j a he citado,
Julio Schmidt, de Bonn, que m u j acostumbrado á la
exactitud astronómica, ha abrazado además con todo el ar­
dor que le es propio, el conjunto de los fenómenos meteóri-
cos, c u ja formación j la caida de los. aereolitos no es sino
una fase particular, la mas rara de todas, aunque no la
mas importante. D oj á continuación reunidos los princi­
pales resultados de las comunicaciones que debo á su aten­
ción (91).
«Despues de gran número de observaciones repeti­
das durante un espacio de tiempo que varía entre 3 y 8
años, el término medio délas estrellas errantes esporádicas
es de 4 á 5 por bora. Tal es el estado habitual, indepen­
dientemente de los fenómenos periódicos. Los términos me­
dios están distribuidos del modo siguiente para cada mes
en particular:
E n e r o , 3 , 4 ; F ebrero (?); M arzo, 4 , 9 ; A b ril, 2 , 4 ; M a y o , 3,9;
J u n io , 5 , 3 ; Ju lio , 4 , 5 ; A g o sto , 5,3 ; S etie m b re, 4,7 ; Octu­
b r e , ‘4 , 5 ; N ov iem b re , 5 , 3 ; D iciem b re, 4,0.

«En cuanto á las estrellas errantes periódicas, el tér­


mino medio es por lo menos de 13 á 15 por hora. Para el
período de Agosto ó la lluvia de San Lorenzo, remontándose
un poco mas arriba, y yendo de las estrellas esporádicas á
las periódicas, he hallado, merced á las observaciones lle­
vadas á efecto, como ya he dicho, en un intervalo de 3 á 8
años, que los números medios crecían progresivamente de
la manera que sigue:
Indicación de los Número de los meteoros Número de los años
dias. por hora. de observación.
6 de A g o s t o ....................................... 6 ................................ 1
7 — ................................. 11 ................................ 3
8 — ................................ 15 ................................ 4
9 — ................................ 29 ................................ S
10 — ................................ 31 ................................ 6
11 — ................................ 19 ................................ o
12 — ................................ 7 ...................................... 3

«El año 1851, considerado aisladamente, ha dado los


resultados siguientes, á pesar de la luz de la Luna.
7 ele A g o s t o .................................................. 3 m eteo ro s.
8 — .............................................. 8 —
9 — ............................................ 16 —
10 — .............................................. 18 —
11 — ............................................ 3 —
12 — ............................................................................................ 1 —
«Según Eduardo Heis, en el espacio de una hora se ob­
servaron el 10 de Agosto :
E n 1839.......................................................... 160 m eteo ro s.
E n 1 8 4 1 .......................................................... M —
E n 184S.......................................................... o0 —

«En el flujo meteórico del mes de Agosto de 1842, ca­


yeron en diez minutos, en el momento del máximum, 34
estrellas errantes. Todos estos números se aplican á los me­
téoros perceptibles en el campo visual de un solo observador.
Desde el año 1838, los fenómenos de Noviembre han sido
menos brillantes. Si embargo, el 12 de Noviembre de 1839,
Heis veia aun de 22 á 35 metéoros por hora, y el 13 de
Noviembre de 1846, el término medio estaba comprendido
entre 27 y 33. Así, la abundancia de los flujos periódicos
varía, según los años; pero siempre el número de los me­
téoros es mucho mas considerable en épocas determinadas
que durante las noches ordinarias, en las que solo pueden
versepor hora 4 ó 5 estrellas errantes. A partir del 14
de Enero,en el mes de Febrero y en el de Marzo, es
cuando son mas raros los metéoros (92).
»Aunque los períodos de Agosto y de Noviembre sean
con justa razón los mas célebres, hánse reconocido otros
muchos, en estos últimos tiempos, desde que se han ob­
servado con mas exactitud el número y la dirección de los
metéoros:
E n e r o .............— D esde el 1 al 3. Q uedan a l g u n a s eludas respecto del resu l­
tado de esta o b s e rv a ció n .
A b r i l ...........— El 18 6 el 20? A ra g o h a b i a y a sospechado este p eríodo.
H ubo ad e m a s g r a n d e s llu v ias de ae reolitos el 2o de
A b ril de 109o, el 22 de A b ril de 1S00 y el 20 de A b ril
de 1303. Véase el Cosmos, t. I, p. 3 7 5 , n o ta 74 y la As­
tronomía popular de A ra g o , t . l V , p. 289.
M a y o ............. — E l 26? •
J u l i o .......... — D esde el 26 h a s ta el 30, se g ú n la s observacion es de O uete-
let. El m á x im u m p r o p ia m e n te dicho tu v o lu g a r
d el 27 al 29. El m a lo g r a d o E d u a r d o B iot enc o n tró entre
las o bse rva cione s ch in as m a s a n tig u a s un m á x im u m g e ­
n e r a l, c o m p re n d id o e n t r e el 18 y el 27 de Julio.
A g o s t o . . r , . , — A n te s d$ Ja a p a ric ió n de S a n L o re nzo, p a r tic u la rm e n te
del 2 al 5. No se o b s e rv a o rd in a r ia m e n te del 26 de Julio
al 10 de A g o sto cre cim iento r e g u la r a lg u n o . La lluvia de
San L oren zo . E sta aparició n fué in d ic a d a p or p rim e ra vez
p or M u ssc h e n b ro e k , y lueg o por B ra n d e s. (Cosmos t. 1,
p. 111 y 374.) El m á x im u m o b se rv a d o despues de m u ­
chos añ o s, caia d e c id id a m e n te el 10 de A g o sto . S eg ú n
u n a a n t ig u a trad ició n c s te n d id a en T e s a lia , en las co­
m a rc as m o n ta ñ o s a s q u e r o d e a n el P e l i o n , el Cielo se
en tre a b re en la noche d el 6 de A g o sto , fiesta de la T r a n s ­
fig u ra ció n , y ap a rece n a n to rc h a s á tr a v é s de la a b e r tu ra .
( V é a s e H e r r i c k , en V A m erican Journal de S illim an ,
t. X X X V II, 1839, p. 337, y Quételet, en las Nuevas M e­
morias de la A cadem ia de Bruselas, t. X V , p. 9.)
O c tu b r e ...... — E l 19 y dias próxim os al 2o. E sta aparición h a sido descrita
po r Q u é te le t, p o r B o g u s l a w s k i , en la coleccion t i t u ­
la d a : Arbeiten der Schles. Gesellschaft fiir Vaterland. Cul-
tu r, 1843, p. 178, y por Heis, en el escrito antes citado,
p. 33, Heis h a re u n id o las o b se rv a cio n e s del 21 de Octu­
bre de 1766, del 18 de Octubre de 183S, del 17 de O ctubre
de 1841, del 24 de O ctubre de 184o, de 11 y 12 de Octu­
bre de 1847 y de 20 y 26 de O ctubre de 1848. V é a n s e
acerca de estas tres apa ricione s q u e se p r o d u je r o n en el
m es de Octubre en los a ñ o s 902, 1202 y 1396, el prim e r
to m o del Cosmos, p. 114 y 370, n o ta 66. Las n u m e ro sa s
esperiencias h e c h a s de 1838 á 1S48 h a n qu ita d o m u c h a
im p o rta n cia á la c o n je tu r a de B o g u s la w s k i, se g ú n la que
los e n jam b res de m e teoros o b se rv a d o s en C hina desde el
18 de Ju lio al 27, y la llu v ia de estrellas erran te s del 21 de
O ctubre de 1366 (estilo a n t ig u o ) no serian mas q u e los
fen ó m e n o s periódicos d e A g o sto y de N ov iem bre, a n t i ­
cipados en m u c h o s dias p or efecto de la precesión (93).
N o v ie m b re .— Del 12 al 14. E l fenóm e no se prod ujo ta m b ié n , a u n q u e
m u y r a r a vez, el 8 ó el 10. El rec u erd o de la m a y o r llu ­
v ia de estrellas erran te s que B o nplan d y y o obse rva m os
en C u m a n a , en la n o c h e del 11 al 12 de N o v iem b re
de 1799, h e c h o mas v iv o c u a n d o la aparición a n á lo g a
q u e tu v o l u g a r en 1833, én la n o ch e del 12 al 13, fué
un a de las razones q u e facilitaron la adm isión de la r e ­
p ro ducc ión p erió d ic a de esos fen ó m e n o s en ciertos dias
d e te rm in a d o s (94).
D iciem bre..— Del 9 a l 12. S in em b arg o , en 1798 se manifestó el fe n ó ­
m e n o , s e g ú n B r a n d e s , en l a n o c h e del 6 a l 7. E n 1 833’
H e r ric k lo vió ta m b ié n en N e w - H a v e n , en la n oche d e l 7
al 8. Heis lo o b se rv ó en 1847, el 8 y el 10.

«Esas lluvias periódicas de meteoros, entre las cuales


son las mas ciertas las cinco últimas, merecen fijar la
atención de los observadores. No solamente varían entre sí
las lluvias de los diferentes meses; la riqueza j el brillo de
los fenómenos cambia también según los años.
»E1 límite superior de las estrellas errantes no puede
fijarse con certeza, j Olbers tenia j a por m u j dudosas
todas las determinaciones de altura que escedian de 22 mi­
riámetros. El límite inferior, que se evaluaba antes en 3
miriámetros (91,060 piés), debe haberse reducido mucho.
( Cosmos, t. I, p. 108.) Sábese seguramente, por medidas
tomadas con cuidado, que caen estrellas errantes hasta en
los vértices del Chimbo razo j del Aconcagua, á 8,000 me­
tros sobre la superficie del mar. Por otra parte, Heis observa
que una estrella errante, vista simultáneamente en Berlin
j en Breslau, en la noche del 10 de Julio de 1837, estaba
según medidas exactas, á 46 miriámetros de altura, cuando
se inflamó, j á 31 cuando se apagó. Durante la noche se
estinguieron otras á una altura de 10 miriámetros. Resulta
de un trabajo hecho anteriormente por Brandes, en 1823,
que de 100 estrellas errantes medidas con cuidado en
dos estaciones diferentes, 4 solo estaban á 1 ó 2 miriáme­
tros de altura; 15 comprendidas entre 2 j 4; 22 entre 4
j 7; 35, cerca de un tercio por consiguiente, entre 7 j 11;
13 entre 11 j 15; 11 únicamente, es decir, próximamente
una décima parte, lo estaban á menos de 15 miriámetros;
pero también la altura de esos 11 meteoros variaba de 33 á
44 miriámetros. Resulta de 4,000 observaciones reunidas en
el espacio áe nueve años, para determinar el color de las
estrellas errantes, que de este número, los eran blan­
cas, 1/ 7 amarillas, 1/ 11 de un amarillo rojo, j V/37 sola­
mente eran verdes.»
Olbers bace notar que durante el flujo de los meteoros
que señaló la nocbe del 12 al 13 de Noviembre de 1838,
apareció en Brema una hermosa aurora boreal, que tiñó de
color purpurino una gran estension del Cielo. Nada alteró,
sin embargo, el color blanco de las estrellas errantes que
tachonaban dicha región, de donde se ha deducido que lo&
rajos de la aurora boreal estaban mucho mas separados de
la superficie de la Tierra que las estrellas errantes en el mo­
mento en que al caer se hacían invisibles. (Véanse las N o­
ticias astronómicas de Schumacher, núm. 372, p. 178.)
Según las observaciones hechas hasta el dia, la velocidad
de las estrellas errantes es de 3,3 á 7 miriámetros por se­
gundo, siendo la velocidad de traslación de la Tierra úni­
camente de 3 miriámétros ( Cosmos, t. I, p. 109 j 371,
nota 68). Las observaciones correspondientes hechas en 1849
por Julio Schmidt en Bonn, j por Heis en Aquisgran, no
dan en realidad mas que 26 kilómetros, como mínimum de
la velocidad de una estrella errante que, colocada vertical­
mente sobre Saint-Goar, á una altura de 9 miriámetros, se
dirigia hácia el Lachersee. Según otras comparaciones he­
chas por los mismos observadores j por Houzeau en Mons,
las estrellas errantes se mueven con una velocidad com­
prendida entre 8,5 y 17,5 miriámetros por segundo; es de­
cir, dos á cinco veces m ajor que la velocidad planetaria del
globo terrestre. Este resultado confirma de una manera bri­
llante el origen químico de esos fenómenos, j la fijeza de
uno ó muchos puntos de divergencia: en otros términos,
prueba que las estrellas errantes periódicas son indepen­
dientes de la rotacion de la Tierra, j que durante muchas
horas parten de una misma estrella, aun cuando esta estre-
lia no sea á la que se dirige la Tierra en aquel momento.
En general, los globos inflamados parece, por lo que se les
ba podido observar basta el dia, que se mueven mas lenta­
mente que las estrellas errantes. Si las piedras meteóricas
salen de esos globos, difícil es esplicar cómo entran tan po­
co en el suelo de la Tierra. Pesando 276 libras la masa
que cavó en Ensisbeim, en Alsacia, el 7 de Noviembre
de 1492, se bundió solamente 3 piés, j el aereolito de
Braunau, del 14 de Julio de 1847, no penetró tampoco mas.
Solo conozco dos piedras meteóricas que al caer sobre un
suelo poco resistente b ajan abierto la Tierra á profun­
didad mucbo mas considerable: la una á 6, la otra á 18
piés; j son el aereolito de Castrovillari, en los Abruzzos,
el 9 de Febrero de 1583, j el que fué precipitado en Hrads-
cbina, en el condado de Agram, el 26 de M ajo de 1751.
El problema de si las estrellas errantes dejan caer al­
guna materia, ba sido resuelto en los dos sentidos opuestos.
Los tecbos de paja del municipio de Belmont, en el departa­
mento del Ain, que fueron inflamados por un metéoro
durante la nocbe del 13 de Noviembre de 1835, j por lo
tanto, en la época de una aparición periódica de estre­
llas errantes, se incendiaron, á lo que parece, no por
la caida de una de dicbas estrellas sino por la esplosion
de un globo inflamado que, según la narración de Millet
de Aubenton, arrojó aereolitos cu ja existencia se ba con­
siderado , en verdad, como problemática. Un incendio
análogo, producido por un globo inflamado también , es­
talló el 22 de Marzo de 1846, á las 3 próximamente, en
el municipio de San Pablo, cerca de Bagnéres-de-Lucbon.
Por otra parte , la piedra que cajó en Angers el 9 de
Junio de 1822, se atribujó á una hermosa estrella errante
que se habia visto en Poitiers. Ese fenómeno, descrito con
m u j pocos detalles, merece la m ajor atención. La estrella
errante produjo el efecto de una candela romana en los
TOMO III. 27
fuegos artificiales; dejó un surco en línea recta, m u j estre­
cho arriba j m u j ancbo abajo , cu jo resplandor brillante
duró cerca de 10 ó 12 minutos. Un aerolito cajó también
con una detonación violenta á 28 leguas al Norte de Poitiers.
La materia toda contenida en las estrellas errantes ¿arde
siempre en las capas esteriores de la atmósfera, cu jo poder
reflectante prueba la luz crepuscular? Los variados colores
que hieren la vista durante el fenómeno de la combustión
dan á entender la variedad de la composicion química de
esos metéoros. Sus formas son también diferentes en es­
tremo. Las unas trazan solamente líneas fosforescentes tan
separadas j en tal número, que Forster, en el invierno de
1832 vió como un ligero resplandor estendido sobre la
bóveda celeste (95); otras mucbas se mueven como puntos
luminosos j no dejan surco alguno tras de sí. La combus­
tión se efectúa durante el tiempo mas ó menos rápido que
tardan en desaparecer las colas de las estrellas errantes,
ordinariamente de mucbas millas de estension; es unbecbo
tanto mas notable, cuanto que á veces la cola inflamada se
bifurca j recorre un pequeño espacio recto delante de ella.
El bólido, cu ja cola vieron brillar durante una hora, el al­
mirante Krusenstern j sus compañeros, en su viaje alrede­
dor del mundo, recuerda la larga iluminación de las nubes
de donde se desprendió el gran aereolito de iEgos-Potamos,
según la narración, un poco sospechosa en verdad, de Dai-
macho ( Cosmos, t. I, p. 367 j 378).
Existen estrellas errantes de magnitudes diferentes;
algunas tienen un diámetro igual al diámetro aparente de
Júpiter ó de Vénus. En la lluvia de estrellas errantes que
cajó en Tolosa el 10 de Abril de 1812, j cuando la apari­
ción de un globo inflamado en Utrecht, el 23 de Agosto del
mismo año, viéronse esos metéoros aparecer, brillar como
estrellas j alcanzar la magnitud aparente del disco lunar.
Durante las grandes lluvias de estrellas, tales como las de
1799 j 1833, muchos bólidos se mezclaron incontestable­
mente á millares de estrellas errantes; pero esto no demues­
tra en manera alguna la identidad de esas dos especies de
metéoros ; la afinidad no es en manera alguna la identidad.
Quedan por profundizar aun muchos puntos referentes á
las relaciones físicas de esos fenómenos, acerca de la parte
que las estrellas errantes pueden tomar en el desarrollo de
las auroras boreales, como ere jó reconocer el almirante
Wrangel, costeando las orillas del mar Glacial (96), j , por
último, respecto de los numerosos fenómenos luminosos
que preceden á la formacion de algunos bólidos, j que no
pueden negarse, porque hasta el dia no b ajan sido descri­
tos de una manera satisfactoria. La m ajor parte de los
bólidos no van acompañados de estrellas errantes, j nada
hace sospechar que reaparezcan periódicamente. Lo que
sabemos de los puntos determinados de donde irradian las
estrellas errantes, no puede tampoco aplicarse b o j sino
con gran circunspección á los bólidos.
Puede acontecer, aunque rara vez sucede, que caigan
piedras meteóricas estando el Cielo perfectamente sereno, y
con un estrépito espantoso, sin ser anunciadas por ninguna
nube meteórica j sin desprendimiento de luz, como ocurrió
el 16 de setiembre de 1843, en Klein-Wenden, cerca de
Mulhouse; ó bien, j esto j a es mas frecuente, que sean arro­
jadas del centro de una nube negra que se forma repentina­
mente, siempre sin luz j con acompañamiento de fenóme­
nos acústicos; ó por último, el caso mas-ordinario, que es el
de estar dichas piedras en comunicación con bólidos inflama­
dos. Esta comunicación está comprobada por ejemplos que
no pueden ponerse en duda, j de los cuales tenemos detalles
m u j completos. En Barbotan, en .el departamento de las Lan-
das, cajeron aereolitos el 24 de julio de 1790, de una pe­
queña nube blanca meteórica, al mismo tiempo que aparecía
un bólido rojo (97). Así sucedió también con las piedras que
cayeron en Benarés, en el -Indostan, el 13 de diciembre
de 1798, y en el Aguila, en el departamento del Orne, el
26 de abril de 1803. Ese último fenómeno, es de todos, el
que gracias á Biot se ba examinado y descrito mejor, y
el que acabó con el escepticismo endémico de las Acade­
mias, 23 siglos mas tarde de la caida de la gran piedra de
^Egos-Potamós, y 300 años despues de la muerte de un
religioso en Crema, causada por un aereolito (98). Cuando
el fenómeno de 1803, se vió en Alenzon, en Falaise y en
Caen, un gron bólido que se movia del Sud-Este al Nor­
Oeste, en Cielo sereno, y á la una próximamente de la
tarde. Algunos momentos despues, oyóse en el Aguila du­
rante cinco ó seis minutos cierta esplosion que partia de una
pequeña nube negra casi inmóvil, que fué seguida de tres
ó cuatro detonaciones, y de un ruido que hubiera podido
tomarse por descargas de fusilería, acompañadas de un
gran número de tambores.' Cada detonación descargaba á
la nube negra de los vapores que la formaban. No se notó
fenómeno alguno luminoso en aquel sitio. Mucbas piedras
meteóricas, de las cuales la mayor no pesaba mas de 17 li­
bras y media cayeron á la vez sobre una superficie elíptica,
cuyo eje mayor dirigido del Sud-Este al Nor-Oeste tenia
11 kilómetros de longitud. Esas piedras estaban candentes
sin bailarse inflamadas, arrojaban bumo, y ¡cosa singular!
se rompían con mas facilidad á los pocos dias de su caida,
que despues (99). He insistido á propósito sobre este fenó­
meno, con el fin de poder compararlo con otro del 13 de
setiembre de 1768. A las cuatro y media de la tarde pró­
ximamente, se vió en la aldea de Luce, situada á 2 leguas
de Cbartres, bácia el Oeste, una nube oscura en la cual se
oyó como un cañonazo, seguido de un silbido producido
por la caida de una piedra negra que describía una línea
curva. Esta piedra que penetró en tierra basta su mitad?
pesaba 7 libras y media, y quemaba de tal modo que no se
la podia tocar. Fué analizada de "una manera m u j incom­
pleta por Lavoisier, por Fougeroux j por Cadet. En toda
la duración del fenómeno no se notó desprendimiento al­
guno de luz.
Tan pronto como se empezó la observación de las llu­
vias periódicas de estrellas errantes, j á espiar su aparición
en las noches en que eran esperadas, se vió que el núme­
ro de los meteoros aumentaba á medida que adelantaba la
noche, j que caian en m ajor abundancia entre las 2 j
las 5 de la mañana. Ya cuando observamos el gran fenó­
meno de Cumana, en la noche del 11 al 12 de noviembre
de 1799, las horas en que Bonpland vió afluir m ajor n ú ­
mero de meteoros fueron las de las 2 V2j las 4. Un obser­
vador que ha prestado grandes servicios á esta parte de
la ciencia, Coulvier-Gravier, las presentó al Instituto de
Francia en 1845, una memoria importante sobre Ja Varia­
ción horaria de las Estrellas errantes. Es difícil de adivinar
qué influencia puede ejercer sobre esos fenómenos una hora
mas adelantada de la noche. Si estuviera establecido que
bajo los diferentes meridianos, las estrellas errantes em­
piezan sobre todo á ser visibles á una hora determinada,7
X

seria, necesario, sosteniendo ante todo el origen cósmico


de esos fenómenos, admitir conjetura , por otra parte
poco verosímil, de que ciertas horas de la noche, ó mas
•bien de la tíiañana, son poco favorables á la inflamación de
las estrellas errantes, j que las que caen antes de ese mo­
mento son por lo general invisibles. Pero para tener el
derecho de deducir conclusiones ciertas, es preciso conti­
nuar aun por espacio de mucho tiempo recogiendo obser­
vaciones.
Creo haber espuesto completamente, en el primer tomo
del Cosmos (p. 115-118), al referir el estado de la ciencia
en 1845, los caractéres principales de los diferentes bóli­
dos que caen délo alto de los aires, su composicion quími-
ca j su tejido granular, estudiado sobre todo por Gustavo
Rose. Los trabajos sucesivos de Howard, Klaprotb, The-
nard, Vauquelin, Proust, Berzelius, Stromejer, Laugier,
Dufresnoj, Gustavo j Enrique Rose, Boussingault, Ram-
melsberg y Sbepard, ban suministrado j a ricos materia­
les, aunque probablemente b ajan sido sustraídas á nuestra
viste}, en las profundidades de la tierra, las dos terceras par­
tes de las piedras meteóricas (100). Si es evidente que bajo
todas las zonas, en la Groenlandia, en Méjico j en la Amé­
rica del Sud, en Europa, en la Siberia j en el Indostan,
los aereolitos tienen todos cierta semejanza en los caracté-
res, vése mirándolos de cerca, que presentan también
diferencias m u j notables. Un gran número de piedras
meteóricas contiene 0,96 de bierro; apenas si se encuentra
0,02 en los aereolitos de Sienne. Casi todos tienen una su­
perficie delgada, negra, brillante j á veces venosa; esta
costra falta completamente á la piedra de Cbantonnaj.
La pesantez específica de ciertos aereolitos se eleva basta
4,28; j es de 1,94 en el aereolito carbonizado j compuesto
de pequeñas j desmenuzables láminas, que fué encontrado
en Alais. Algunos, como el de Juvenas, están formados de
un tejido semejante á la dolerita, en el cual se distingue
la olivina, la augita j la anortita, separadas j a en crista­
les; otros, tales como la masa descubierta en Siberia por
Pallas, no presentan mas que bierro mezclado con nikel, j
olivina; jo tro s, en fin, son por lo que délos elementos que
los componen puede apreciarse, combinaciones de horn-
blenda j de albita, como el de Cbáteau-Renard, ó de born-
blenda j de labrador como los de Biansko j Cbantonnaj.
Si se abarcan en su conjunto los trabajos de un químico
m u j distinguido, el profesor Rammelsberg, que última­
mente se ba entregado sin interrupción j con tanta suerte
como actividad al análisis de los aereolitos j á la investi­
gación de los cuerpos simples que los componen, se obtiene
este resultado: «que la distinción de las masas caídas de la
atmósfera en hierros meteóricos j en piedras meteóricas no
debe tomarse rigorosamente. Hállanse, aunque rara vez,
hierros meteóricos con una mezcla de silicato. También la
masa de hierro meteórico de Pallas que pesa 1,270 libras
rusas, según la nueva esperiencia de Hess, contiene granos
de d iv in a; j recíprocamente muchas piedras meteóricas
están mezcladas de hierro metálico.»
« 1.° Todas las masas de hierro meteórico, c u ja caida
ha podido observarse por testigos oculares, como en Hrads-
china, en el Condado de Agram, el 26 de m ajo de 1751,
j en Braunau, el 14 de julio de 1847, j las en ma­
jo r número que jacen desde hace mucho en la super­
ficie de la Tierra, poseen en general, próximamente las
mismas propiedades físicas j químicas. Casi todas ellas
contienen laminillas mas ó menos fuertes de sulfuro de
hierro, que sin embargo no parece ser la pirita de hierro ó
la pirita magnética, sino el protosulfuro de hierro (1). La
masa principal no es tampoco de hierro metálico puro; sino
que está mezclada con í/ i0 de nikel, por término medio,
poco mas ó menos, j este metal se vuelve á encontrar en
aquella de una manera tan constante que es escelente cri­
terio para reconocer el origen meteórico de la masa entera.
Esta es por otra parte una sencilla mezcla de dos metales iso-
mórficos; j no hajaquí.combinacion en proporciones deter­
minadas. Hállase también en menor cantidad, el cobalto, el
manganeso, el magnesium, el estaño, el cobre j el carbono.
Esta última sustancia está mezclada en parte á la masa por
una acción mecánica, como del grafito de difícil combustión,
combinada químicamente con el hierro en parte, en condi­
ciones de formar un conjunto análogo á una gran cantidad
de hierro en barras. Asi, toda masa de hierro meteórico con­
tiene una combinación particular de fósforo, de cobre j de
nikel, combinación que cuando se disuelve el hierro por la
acción del ácido hidroclórico, subsiste bajo la forma de cris­
tales formados de agujas y de láminas microscópicas, blan­
cas como la plata.
«2.° Acostúmbrase á dividir las piedras meteóricas
propiamente dicbas en dos clases, según su aspecto este­
rior. Las unas contienen en su masa, en apariencia homo­
génea, granos y paletas de bierro meteórico, solicitadas por
el imán, y que presentan absolutamente los mismos carac-
téres que los aereolitos de igual sustancia. A esta clase
pertenecen las piedras de Blansko, de Lissa, del Aguila,
de Ensisheim, de Chantonnay, de Klein-Wenden cerca de
N ordbausen, de Erxleben, de Cháteau-Renard y de
Utrecht. La segunda clase no tiene aleación alguna me­
tálica y se presenta mas bien bajo el aspecto de una mez­
cla cristalina de diferentes sustancias minerales: tales son
por ejemplo, las piedras de Juvenas, de Lantalar y de
Stannern.
«Despues de los primeros análisis químicos de las pie­
dras meteóricas, becbos por Howard, Klaprotb y Vauque-
lin, trascurrió mucho tiempo sin que se pensara en que esos
cuerpos podian estar formados de la reunión de combina­
ciones diferentes. Limitábase todo á buscar en general, los
elementos que los componían, á estraer, merced á un imán,
el hierro metálico que podian contener. Cuando Mohs lla­
mó la atención acerca de la analogía que presentaban al­
gunos aereolitos con ciertas piedras telúricas, Nordenskjold
trató de probar que el aereolito de Lantalar, en Finlandia,
estaba compuesto de olivina, de leucita y de hierro magné­
tico; pero á Gustavo Rose es á quien se debe la demostra­
ción, por sus bellas observaciones, de que la piedra de Juve­
nas está formada de pirita magnética, de augita y de un
feldéspato muy semejante al labrador. Guiado por esos re­
sultados y aplicando como Gustavo Rose el análisis químico,
Berzelius, en un trabajo mas estenso, insertado en los
Kongl. Vetenskaps Academiens Hcndlingar jo r 1834, buscó
la composicion mineral de las diferentes combinaciones que
presentan los aereolitos de Blansko, de Cbantonnaj j de
Alais. Despues, mucbos sabios ban seguido la senda feliz­
mente abierta por Berzelius.
«En la primera clase de las piedras meteóricas propia­
mente dichas, que es también la mas numerosa, en la que
contiene partes de hierro metálico, ese metal existe, j a en
láminas diseminadas aquí j allá, j a en masas mas consi­
derables que presentan á veces el aspecto de un esqueleto
de hierro, j forman una transición entre los aereolitos p u ­
ros de toda mczcla metálica j las masas de hierro meteórico,
en las cuales desaparecen los demás elementos, como sucede
en la masa de Pallas. Las piedras meteóricas de la segunda
clase son mas ricas en magnesia, á consecuencia de la pre­
sencia de olivina; cuando estas piedras se tratan por los
ácidos, el elemento que se descompone es la olivina. Como
la olivina ordinaria, la olivina meteórica es un silicato de
magnesia j de protoxido de hierro. La parte que resiste
á la acción de los ácidos es una mezcla de sustancias fel-
despáticas j augíticas c u ja naturaleza no se puede deter­
minar sino calculando los elementos que la componen j
que son: el labrador, la horblenda, la augita j el oligo-
clase.
«La segunda clase, mucho menor en numero, ha sido
también menos estudiada. Entrelos aereolitos que la com­
ponen, los unos contienen hierro magnético, olivina j al-
.gunas sustancias feldespáticas j augíticas; los otros están
formados únicamente de esos dos últimos minerales simples,
j el feldespato está representado por la anortita (2). El
cromato de hierro, producido por la combinación del protó-
xido de hierro j del ácido crómico, está en menor cantidad
en casi todas las piedras meteóricas. El ácido fosfórico j el
ácido titánico, que Rammenlsberg ha descubierto en la pie­
dra tan notable de Juvenas, pueden bacer sospechar la
presencia de la apatita y de la titanita.
«Los cuerpos simples cuya existencia en las piedras me­
teóricas se ba reconocido basta aquí, son los siguientes: el
oxígeno, el azufre, el fósforo, el carbono, la sílice, el alu­
minio, la magnesia, la cal, la potasa, la sosa, el hierro, el
nikel, el cobalto, el cromo, el manganeso, el cobre, el es*
taño y el titano,* suma total: 18 (3). Los elementos mas in­
mediatos son,—entre los metales, el hierro mezclado con
nikel, una mezcla de fósforo con hierro y nikel, sulfuro
de hierro y piritas magnéticas;—entre las sustancias oxi­
dadas: el hierro magnético y el cromato de hierro;—:entre
los silicatos: la olivina, la anortita, el labrador y la
augita.»
Faltaríame, para reunir aquí el mayor número posible de
hechos importantes, debidamente comprobados por observa­
ciones positivas, esponerlas diferentes analogías que ciertas
piedras meteóricas presentan, como rocas, con los antiguos
conglomerados, tales como las doleritas, las dioritas y las
melafiros, con los basaltos y con las lavas de origen mas
moderno. Esas analogías son tanto mas sorprendentes
cuanto que hasta aquí los .minerales telúricos no han ofre­
cido jamás esa alteración metálica de nickel y de hierro que
se encuentra constantemente en ciertos aereolitos. Pero el
distinguido químico á quien pertenecen las páginas tras­
critas, debidas á sus afectuosas correspondencias conmigo,
ha compuesto acerca de este asunto una Memoria especial,
cuyos resultados estarán mejor colocados en la parte geoló­
gica del Cosmos (4).
CONCLUSION.

Al terminar la parte uranológica de la Descripción fí­


sica del Mundo, j dirigir la última mirada á la obra que
be emprendido (no me atrevo á defcir que be llevado á cabo),
creo deber bacer presente que tan difícil trabajo no era
posible mas que bajo las condiciones determinadas en la
introducción del tercer tomo del Cosmos. Tratábase con
efecto, de trazar el cuadro de los espacios celestes j de los
cuerpos que los ocupan, j a que estos cuerpos b ajan llegado
á afectar la forma de esferoides, j a que b ajan permanecido
en el estado de materia difusa. Esta cualidad distingue á
esta obra esencialmente de los Tratados de Astronomía que
poseen b o j todas las literaturas, j c u ja materia es mas
variada. La Astronomía, el triunfo, como ciencia, de las
teorías matemáticas, está fundada sobre la sólida base de la
gravitación j en el perfeccionamiento del alto análisis;
trata de los movimientos reales ó aparentes, medidos en el
tiempo j e n el espacio; de la posicion de los cuerpos celestes
en los continuos cambios de sus relaciones respectivas; de la
movilidad de las formas, como en los cometas de cola; de las
variaciones de la luz que nace j se apaga en los lejanos
soles. La cantidad de materia esparcida por el Universo es
constantemente la misma; pero según los conocimientos
que b o j tenemos de las lejes físicas que reinan sobre la
esfera terrestre, vemos pasar la materia por combinaciones
que no pueden nombrarse ni definirse, j moverse sin satis­
facerse jamás, en el círculo perpetuo de sus trasformaciones.
Este incesante juego de las fuerzas de la materia, reconoce
por causa la heterogeneidad por lo menos aparente de sus
moléculas, que sosteniendo el movimiento en porciones del
espacio imposibles de medida por su estremada pequeñez,
complica al infinito todos los fenómenos terrestres.
Los problemas astronómicos son de naturaleza mas sen­
cilla. Libre basta ahora de esas complicaciones, la mecá­
nica celeste, aplicada á la consideración de que la cantidad
•de materia ponderable que entra en la masa de los cuerpos,
y las ondulaciones de donde nacen la luz y el calor,, es,
en razón misma de esta sencillez que todo lo refiere al movi­
miento, accesible en todas sus partes al cálculo matemático.
Esta ventaja da á los Tratados de Astronomía teórica un
gran encanto que solo á ellos corresponde. En ellos se ven
reflejados los resultados que la actividad intelectual de los
últimos siglos ha producido por el método analítico: de qué
manera han sido determinadas las formas de los cuerpos y
sus órbitas; cómo se conciban con los movimientos de los
planetas las pequeñas oscilaciones que no interrumpen
nunca su equilibrio; cómo la estructura interior del sistema
planetario y las perturbaciones que sufre, llegan á ser, con-
trarestándose mutuamente, una garantía de conservación y
de duración.
Ni la investigación de los métodos merced á los cuales
se ha abarcado el conjunto del Mundo, ni la complicación
de los fenómenos celestes, entran en el plan de esta obra.
El objeto de una Descripción física del Mundo es contar lo
que ocupa el espacio y lleva el movimiento de la vida or­
gánica á las dos esferas del Cielo y la Tierra; detenerse en
las leyes naturales cuyo secreto ha sido descubierto, y
presentarlas como hechos adquiridos, como las consecuen­
cias inmediatas de la inducción fundada en la esperiencia.
Si se quería retener una obra tal como el Cosmos en sus lí­
mites naturales, y no estenderla mas allá, no podía tra­
tarse de establecer un lazo teórico entre los fenómenos.
Decidido á no pasar de esos límites, he puesto todo mi
cuidado en la parte astronómica de este libro, presentando
al mismo tiempo bajo su verdadero aspecto los becbos par­
ticulares, colocándolos según el órden que conviene. Des­
pues de baber considerado los espacios celestes, su tem­
peratura y el medio resistente de que están llenos, be
descendido de nuevo á las leyes de la visión natural y
telescópicaf á los límites de la visibilidad, á la medida,
desgraciadamente incompleta, de la intensidad luminosa,
á los mucbos medios que suministra la óptica para discernir
la luz directa de la luz reflejada. Vienen despues: el Cielo
de las estrellas fijas; el número y distribución probable de
los Soles que brillan por sí mismos, siempre por lo menos
que se ba podido determinar su posicion; las estrellas va­
riables que reaparecen, según períodos cuya duración ba
sido calculada exactamente; el movimiento particular á las
estrellas fijas; la hipótesis de los cuerpos oscuros y su in­
fluencia sobre el movimiento de las estrellas dobles; por
último, las nebulosas que no ban podido ser reducidas por
el telescopio á enjambres de apretadas estrellas.
Pasar de la parte sideral de la uranologia Ó del cielo de
las estrellas fijas á nuestro sistema solar, es solo pasar de lo
general á lo particular. En la clase de las estrellas dobles,
cuerpos dotados de una luz propia se mueven alrede­
dor de un centro de gravedad común, en nuestro sistema
solar, compuesto de elementos muy heterogéneos, cuer­
pos oscuros gravitan alrededor de un cuerpo luminoso,
ó mas bien alrededor de un centro de gravedad común,
que está ya dentro, ya fuera del cuerpo central. Los dife­
rentes miembros de nuestro sistema son de naturaleza mas
diferente de lo que pudo creerse fundadamente durante
mucbos siglos. El dominio solar se compone de planetas
secundarios y de planetas principales, entre los cuales se
distingue un grupo por sus órbitas entrelazadas, de cometas
en número iudeterminado, de la luz zodiacal, y muy pro-
Dablemente tam bién de asteroides meteóricos que reapare­
cen periódicam ente.
Réstanos aun por enunciar testualmente, en razón de
las relaciones directas que tienen con el objeto de este libro,
las tres grandes leyes de los movimientos planetarios des­
cubiertas por Iílepero. Primera le y : las curvas descritas
por los planetas son elipses, uno de cuyos focos está ocu­
pado por el Sol.— Segunda ley : Cada cuerpo planetario se
mueve alrededor del Sol en una órbita plana, en que el
rádio vector describe áreas iguales en tiempos iguales.—
Tercera ley: Los cuadrados de los tiempos empleados por
los planetas en verificar su revolución alrededor del Sol,
están entre sí como los cubos de las distancias medias. La
segunda ley es llamada á veces prim era, porque fue la
primeramente descubierta (5). Las dos primeras leyes re­
cibirían su aplicación, aun cuando no existiese mas que un
solo planeta. La tercera y la mas importante, que se des­
cubrió diez y nueve años despues, supone necesariamente
el movimiento de dos cuerpos planetarios. El manuscrito
del Harmonice M undi, publicado en 1619, fue acabado en
'21 de Mayo de 1618.
Si las leyes de los movimientos planetarios fueron des­
cubiertas á principios del siglo XVII; si Newton reveló
primero que nadie la fuerza de que eran consecuencia inme­
diata las leyes de Klepero, á los fines del siglo XVIII perte­
nece el honor de haber demostrado la estabilidad del sistema
planetario, gracias á los nuevos recursos que suministraba
para la investigación de las verdades astronómicas, el per­
feccionamiento del cálculo infinitesimal. Los principales
elementos de esta estabilidad, son: la i'nvariabilidad del
eje mayor délas órbitas planetarias, demostrada por La-
place , por Lagrange y por Poisson; las lentas y periódicas
variaciones que esperimenta en estrechos límites la escen-
tricidad de dos planetas poderosos y muy apartados del
Sol, Júpiter y Saturno; la distribución de las masas re­
partidas de tal manera, que la masa de Júpiter no escede
en 1/ 1048 Ia ^el cuerpo central, al cual se subordinan
todas las dem ás; por último, ese órden en virtud del cual
todos los planetas conforme á su origen y al plan primor­
dial de la Creación, verifican en una dirección única su
doble movimiento de rotacion y de revolución, describen
órbitas cuya escentricidad poco considerable está sometida
á pequeños cambios, se mueven en planos próximamente
igualmente inclinados, y verifican su revolución en tiem­
pos que no tienen entre sí medida común. Esos motivos de
estabilidad, que son la salvaguardia de los planetas, de­
penden de una acción recíproca, que se efectúa en el in­
terior de un círculo circunscrito. Si esta condicion dejase
de cumplirse por la llegada de un cuerpo celeste procedente
de afuera y estraño á nuestro sistema, ya determinara un
choque, ya introdujera nuevas fuerzas atractivas, esta
interrupción podría ser fatal al conjunto de las cosas
que existen en la actualidad, hasta que al fin, despues
de un largo conflicto se restableciese un nuevo equili­
brio (6). Pero la llegada posible de un cometa , descri­
biendo á través de los espacios inmensos su órbita hiperbó­
lica no podria, aunque la escesiva velocidad suplía á la
insuficiencia de la masa, llevar la inquietud sino á una
imaginación rebelde á las consideraciones consoladoras del
cálculo de las probabilidades. Las nubes viajeras de los co­
metas de corto período no presentan mas peligros para el
porvenir de nuestro sistema solar que las grandes inclina­
ciones de las órbitas, descritas por los pequeños planetas
comprendidos entre Marte y Júpiter. Lo que no puede
fijarse como posible debe quedar fuera de una Descrip­
ción física del Mundo : no es permitido á la ciencia el
perderse en las regiones nebulosas d§ las fantasías cosmo­
lógicas.
NOTAS.

ÍO M O I I I ,
Hemos suprimido la cifra de las centenas en la indicación numérica de las notas; en
vez de lio , por ejemplo, hemos puesto sencillamente 15. Esta supresión no puede oca­
sionar confusion, toda vez que al número de l'amada está unido el de la página corres­
pondiente.
NOTAS.

<1) P á g . 4 . — Cosmos, t. I, p. 57-59 y 122.

(2) Pág-. 6.— Cosmos, t. 1. p. 5-6; t. II, p. 10-12.

(3) P á g . 6.— Cosmos, t. II, p. 2 o -30 y 42-56.

(4) P á g . 7.— Cosmos, t. I, p. 353-356; y t. II, p. 107-109.

(3) P á g . 7 .— M. v o n O lf c r s , Ueberreste vorw eltlicher Riesenthiere in B e-


ziehung a u f ostasiatische Sarjen , en las Memorias de ¡a A ca d . de B erlín , 1839,
p. 51. S obre la opin io n de E m p é d o cle s respecto de la d e sapa ric ión de las
a n t ig u a s form os a n im a le s, véa se H eg c l, Geschichte der Phtlosophie, t. II,
p. 234.

(6) P á g . 7.— Y . sobre el árbo l del m u n d o (Y g d ras il) y sobre el m a ­


n a n t ia l r e tu m b a n te de H v e r g e lm ir , Ja co b G riinm , deutsche M ythologie,
184-4, p. 530 y 736, y M a llc t, Monumentos de la M itol. y de Ja poesía de ios
Celtas, Í73 6, p. 110. •

(7) P á g . 9 . — Cosmos, t. I, p. 2S-30 y 32-61.

(5) P á g . 10.— Cosmos, t. II, p. 530, núm* 100.

. (9) P á g . 1 0 . — Al establecer de u n a m a n e r a g e n e r a l en las c o n s id e r a ­


ciones q u e sirv e n de in tro d u c c ió n al Cosmos, 1.1, p. 30, q u e el ultim o o b ­
jeto de las ciencias c s p erim e n talcs es d escu brir las le v e s de los f e n ó m e ­
nos, tal vez h u b i e r a debido lim ita rm e á decir, con el fin de e v i ta r falsas
inte rp re tac io n es, q u e así sucede e f e ctiv a m e n te en m u c h a s clases de fe­
n ó m e n o s. L a c la r id a d con q u e m e he espresado en el se g u n d o tom o
( p . 3 0 3 ) , sobre la relación q u e pu ed e establecerse e n tre el papel de
N e w to n y el de Ivéplero, pienso q u e p r u e b a s u ficien te m e n te q u e yo no c o n ­
fu n d o el d e s c u b r im ie n to de las le y e s n a t u r a le s con su in te r p re ta c ió n , es
decir, con la esplicacion de los f en ó m e n o s, y resp o n d ía p or a n ticip ad o á
las objeciones que h u b i e r a n podido h a c é r s e m e . Decia á prop ó sito de K é -
plero: «El rico cau d al de e x a c ta o b s e rv a c ió n su m in istrad o p o r T icho dió
el m e d io de descubrir las le y e s e tern as del m u n d o p la neta rio, q u e m a s
ta r d e esp a rc ie ro n sobre el no m bre de K eplero u n brillo im p e rece d ero , y
q u e , in te r p re ta d a s p o r N e w to n , y por él d e m o s tr a d a s te ó ric a m e n te y co­
m o un r e su lta d o ne c e s a rio , h a n sido tra s p o r ta d a s á la lu m i n o s a esfera del
p e n s a m ie n to y h a n fu n d ad o el c o n o c im ie n to r ac io n al de la N atu ra lez a.»
Y á prop ó sito de N e w to n : « T e r m in a m o s h a c ie n d o n o t a r cóm o el c o noc i­
m ie n to de la f o rm a d é l a T ie rr a h a salido, p o r v i a de d e d u c c ió n , de r a ­
z o n a m ie n to s teóricos. L le gó N e w to n á la esplicacion del sistem a del
m u iid o , p o r q u e tu v o la fo rtu n a de descu b rir la fu erza de q u e las le y e s de
K ep le ro no son sino co n secuencias in e v ita b les.» P u e d e consultarse sobre
el p a r ti c u la r , es decir, sobre la d iferencia q u e exisie en tre la i n v e s t i g a ­
ción de las le y es y la de la s causas, las escelentes o b se rv a cio n e s c o n t e ­
n id a s en el libro de J u a n H ersch e ll, Acldress fo r the fifteenth Meeting o f the
B rita n . Assoc. at Cambridge, 1845, p. XL1I, y Edinburgh R eview , t. 87,,
1848, p. 180-183.

(10) P a g . 1 0 .— E n el n o ta b le pasaje {M etaf., X II, 8, p. 1074, ed. B e k -


k e r ) en q u e A ristóteles m e n c io n a los resto s de la sa bid uría p r im it iv a q u e .
h a desapa re cid o de la T ierra, se h a b l a c lara y lib re m en te del culto de las
fuerzas n a tu ra le s y de d iv in id a d e s se m ejan te s á los h om bres: «Muchos
otros m itos, dice A ristó te les , se h a n a ñ a d id o , p a r a c o n v e n c e r á la m u l ­
titu d , p a r a se rv ir d e a p o y o á las le y e s, y en ate n c ió n á otros fines no-
m e n o s útiles.-»

(11) P a g . 11.— E sta d istinción im p o r ta n te de las dos direcciones se­


g u id a s p o r la filosofía d e la n a tu ra le z a ( rpó-moi) está c la ra m e n te indicada,
en la s P hisicie A uscultationes d e *A ristótele s ( I , 4, p. 187, e d . B e k k e r ) .
V . ta m b i é n B rand is, en el R heinisches Museum fü r P h ilo log ie, 3.er año,
p. 113.

(12) P a g . 11.— Cosmos, t. I, p. 119 y 378 n ú m . 87; t. II, p. 300 y 463,


n ú m . 27. U n n o ta b le p a s a je de Sim plicio, (p. 491) opone m u y c la r a m e n ­
te la fu erza c e n tr íp e d a á la fu erza c e n tr if u g a . Se h a c e allí m ención del.
e q u ilib rio de los cuerpos celestes, en ta n to q u e la fu e rz a c e ntrífug a con­
tra b a la n c e e la pesad ez q u e a tra e los cuerpos h a c ia la s reg io n e s in ferio­
res. H é a q u í la ra z ó n p or q u é en el t r a t a d o de P lu ta r c o , de Facie in orbe
Lvn'je, p. 923, se co m p a ra l a L u n a , su sp e n d id a en c im a de la T ie rra , con
u u a p ie dra en l a h o n d a . S obre el sentido prop io de la -Ktpix^pn^i de A na-
x á g o ra s, v éa se la coleccion de f ra g m e n to s de este filósofo, p u b lic ad a p o r
S c h a u b a c h , 1827, p. 107-109.

(13) Pág-. 1 1 .— S c h a u b a c h , ídem , p. 151-156 y 185-189. S o b re las p l a n ­


ta s c o n s id erad a s como a n im a d a s ta m b ié n p o r el espíritu ( vovg). V . A ris ­
tó te le s , de P la n tis, I, 1, p. 815, ed. B e k k e r .

(14) Pág-. 12.— S obre esta parte de la física m a te m á tic a de P la tó n ,


v éa se B o e c k h , de Platonico system. ccelestium globorum , 1810 y 1811;
H. M a rtin, Estudios sobre el Tim éo, t. II, p. 2 34-242, y B ra n d is, Geschichte
der Griechisch-Rcemischen Philoso¡)hie, 2 .a p a r te , sección I, 1844, p. 37o.

(lo ) P á g . 12.— Cosmos, t. II, p. 345. G ruppe, Ueber die Fragmente des
Archytas, 1840, p. 33.

(16) P á g . 1 3.— A ri s tó te le s , P o l i t . , Y I I , 4, p. 1326; Metafis. X II . 7,


p . 1072, y XII, 10; p. 1074, ed. B e k k e r . E l tr a t a d o del P s e u d o - A ris tó te -
les, de M undo, q u e Osann a t r i b u y e á Chrisipo ( Cosmos , t. II, p. 14), c o n ­
tie ne ta m b ié n , en el cap. 6, p. 397, un elo cu e n te p asaje respecto del o r­
d e n a d o r y del c o n s e r v a d o r del M undo.

(17) P á g . 1 3.— L as p r u e b a s en su a p o y o están rec opilad a s p or H. Rit-


le r, H istoria de la filosofía, trad . de Tissot, t. III, p. 155-160.

(18) P á g . 1 3.— A7. A ristó te les, de A n im a , II, 7, p . 419. En este pasaje,


l a a n a lo g ía de la v ista con el oido está es p lic ad a con m u c h a cla rid a d ;
pero A ristóteles h a m odificado d iv e rs a m e n te en otro s, su te o ría de la v i ­
sión. Léese en el tr a t a d o de Insom niis (c. 2, p. 459, ed. B e k k e r ) : (.Evi­
d e n t e m e n te la v ista no es solo p a s iv a , sino ta m b ié n a c tiv a : no se l i ­
m i t a á rec ib ir l a acción del aire, sino q u e rea ccio na sobre el medio
en el cual se o p é r a l a visión.» Cita A ristó te le s co m o p r u e b a , q u e , en d e ­
te r m in a d a s circ u n sta n cia s, un espejo de m e ta l m u y puro g u a r d a en su
superficie, c u a n d o u n a m u je r h a fijado en él su ojo, u n a h u e lla nebulosa-
difícil de b o r ra r. Y . M a rtin , Estudios sobre el Timéo de P la tó n , t. II,
,p. 159-163.

(19) P á g . 1 3 .—A ristó te les, de Partibus A n im a liu m , IY , 5 , p . 681; I, 12.


■ed. B e k k e r .

(20) P á g . 14.— A ristóteles, H istor. A n im a l., IX, 1, p. 5S8, ed. B e k k e r .


Si, en el reino an im al, faltan so b re la T ie rr a a l g u n o s r e p r e s e n ta n te s de
lo s cuatro elem entos, aq u e llo s, po r ejem plo, q u e c o r r e sp o n d e n al fuego
m a s puro, no es im posible que existan en la L u n a estos g r a d o s in te r m e ­
dios (Biese, die Philosophie des A ristóteles, t. Ií, p. 1S6.) Es b a s ta n te s in g u -
lar q u e b u sq u e A ristóte les en la L u n a los anillos de la c a d e n a qu e nos­
otros r e c o m p o n em o s p o r entero con las fo rm a s d es v an e cid a s de los a n i ­
m ales ó de las pla n tas.
\

(21) P á g . 14.— A ristó te le s , Metafis. , X I I I , 3 , p. 1 0 9 0 , I, 20, ed. '


B ckker.

(22) Pág". 14.— P a r tic u la r m e n te el ávziTrtpuxravig de A ristóteles ju e g a


un g r a n papel en to dos los f en ó m e n o ^ m eteo ro ló g ic o s. V. los T ra ta d o s
de Generatione et In te ritu , II, 3, p. 330, los Meteorologica, I, 12, y [11, 3,
p. 372. y los P rollem a ta , X I V , 3, V III, n ú m . 9, p. 888, y X IV , n ú m . 3,
p. 909, T ra ta d o s q u e , si no son de A ristó te le s , están com puestos al m e­
nos se g ú n los principio s aristotélicos. E n la a n t ig u a hipótesis de la p o la ­
rización ( * « 7 ’ á v T Í i t t p l o T a o i v ) , las condiciones a n á lo g a s se a tra e n , y la-
condiciones op u estas se re c h a z a n ( -f- y — ), V . Idcler, Meteorol. veter..
Grwcorum et Rom anorum , 1832, p. 10. Las condiciones op u estas 110 se n e u ­
tralizan al c o m b in a r s e , an te s bien, a u rh e n ta n la tensión. El frió (^v^póv)
p re d o m in a sobre el calor (dtpnóv). P a s a al co n tra rio d é l o q u e sucede «en
la f o rm a c io n del g r a n iz o , c u a n d o las n u bes se dejan caer so b re las capas
de aire m as ca lie nte s, y el calor del m e d io a m b ie n te ac elera el r e e n fr ia ­
m ie n to d é l a s partícu la s y a frias.» A ristó te les esplica p or su ayznrtplazuaig,
es decir, p o r u n a especie de pola rizac ió n del ca lor, lo q u e la física m o ­
d e r n a esplica po r la co n d u c tib ilid a d , la ir ra d ia c ió n , la conde nsa ción y
los ca m b io s p r o d u cid o s en la ca p ac ida d de los cuerpos p or el calor. V . las-
in g e n io sa s co n sideraciones de E r m a n , en las Memorias de la Academia de
B erlin , 181o, p. 128.

(23) P á g . 14.— «Al m o v im ie n to de la esfera celeste d eben referirse to­


das las m odificaciones de los cuerpos y todos los fenóm enos terrestres,»
A ristóteles, M eteorol., I, 2, p. 339, y de Generatione et In teritu, II, 10, p.
336, cd. B c k k e r .

(24) P á g . l o . — A ristóteles, de C a lo , I, 9, p. 279; II, 3, p. 2S6, y 13,


p. 292, cd. B e k k e r . Biese, t. I, p. 352-357.

(2o) P á g . l o . — A ristóteles, Physicce Auscultaciones, 1L 8, p. 199; de A n i­


ma, III, 12, p. 434; de A n im a liu m Generatione, V, 1, p. 178, ed. B e k k e r .

(26) P á g . 15.— V . A ristóte les, M eteorol., XII, 8, p. 1074, pasaje del


cu a l existe u n a n otable esplicacion en el co m en ta rio de A lejan d ro de
A frodisia. Los astros no son cuerpos in a n im a d o s, antes bien d eb e con­
siderárseles com o á seres que obran y v iv e n ; como la p arte d iv in a de los
fen ó m e n o s, z u d n ó z tp a . z ü » y a ie p a v (A ristóteles, de Cáelo, I, p. 278; II, 1,
p, 284, y 12, p. 202). E n el T r a ta d o de M undo, falsa m e n te a trib u id o á
A ris tó te le s , y q u e resp ira con fre cu e n cia u n sentido r e lig io s o , en
p a r tic u la r c u a n d o el a u t o r describe la o m n ip o te n c ia de Dios q u e c o n s e r ­
v a al M un do (c. 6, p. 400) se lla m a div in o al alto éter. Lo q u e K lep e ro ,
gu ia d o p o r su rica im a g in a c ió n , lla m a , en su M ysterium cosmographicum
fe. 20, p. 71), espíritus m otores (anim :e m o tric es), no es o tra cosa q u e l a
f u e r z a (v irtu s) c u y o p rincip al asiento está en el Sol (a n im a m u n d i) ; f u e r ­
za q u e v a r ia con la distancia, s ig u ie n d o las m ism as le y es q u e la in te n s i­
dad de la lu z , y q u e retiene á los p la n e ta s e n su órbita elíptica. V . Apelt>
Epocheu der Geschichteder Menschheit, 1.1, p. 274.

(27) P a g . 15.— Cosmos, t. II, p. 239-249.

(28) P a g . 1G.— Y . un ingenioso y sabio a n á lisis de los escritos del fi­


lósofo de Ñ o la, en el libro de C ristian B a r th o lm é s s , Jordano B ru n o, t. II,
i S 17, p. 129, 149 y 201.

(29) P á g . 1 7 .—F u é q u em ad o en R o m a á v i r t u d de esta sentencia: u t


q u a m ele m e n tiss im e et citra s a n g u in is eFfussionem p u n ir e tu r. B ru n o h a ­
bía estado en c e rra d o por espacio de seis a ñ o s en los P lo m o s de Y e n e c ia ,
y d u r a n te otros dos en los calabozos de la in q uisición en R o m a. C u a n d o
se le a n u n c ió la se n ten c ia de m u e rte , a q u e l h o m b r e , á qu ie n n a d a p u d o
do b le g ar, p r o n u n c ió estas bellas y a n im o sa s p a l a b r a s : M ajori forsitan
cum tim ore s e n te n tia m in m e fertis q u a m ego accipiam . Despues q u e
h u y ó de Ita lia , en lüSO, se dedicó al pro fe so ra d o en G én o v a , en L i o n , e n
T olosa , en P a r ís , en O xford, en M a rb u r g , en W i t t e n b e r g , q u e él lla m a i a
A te n a s de A le m a n ia , en P r a g a , en H elm ste d , d o n d e c o n c lu y ó la e d u c a ­
ción científica del d u q u e Ju lio de B r u n s w ic k - W o lf e n b ü ttc l, y , en fin,
en l ' J 9 2 c n P a d u a . ( B arth o lm éss , t. 1, p. 167-17S).

(30) P á g . 17.— B a rth o lm é ss, l. II, p. 219, 232 y 370. B r u n o r e u n ió


c u i d a d o s a m e n te las d ive rsa s o b se rv a cio n e s á las cu a le s dio lu g a r el g r a n
suceso celeste de la ap a rició n de u n a n u e v a estre lla , en 1572, en Casio­
pea. E n n u e s tro s dias se h a e x a m in a d o fre c u e n te m e n te el lazo q u e u n e la
filosofía n a t u r a l de B r u n o á la de dos de sus c o m p atrio ta s, B e rn a r d in o
Telesio y T o m á s C a m p a n ella , así como á la de un ca rd e n a l platónico, Ni­
colás K rebs, de Cusa.

(31) P á g . 18.— «Si dúo lapides in a liq u o loco M u nd i co llo ca re n tu r


prop inqui in v ic e m , e x tra o rb e m v irlu tis te rtii c o g n a ti corporis; illi lapi­
des a d s im ililu d in em d u o r u m M a g n e tic o ru m c o r p o r u m c o i r e n tlo c o in te r­
m edio, q u ilib e t accedens ad a lte r u m tanto in te r v a llo , q u a n t a est nlterius
moles in com p aratio n e. Si L u n a et T e r r a n o n r e ti n e r e n tu r vi anim ali (!)
a u t alia a liq u a sequipolleníe, quaelibel in su o circ u itu , T erra a d s c e n d e r e t
a d L u n a m q u in q u a g e s i m a q u a r t a p a r te in te r v a lli, L u n a desee n d eret ad
T e r r a m q u in q u a g i n t a tribus circ ite r p a r ti b a s in te rv a lli; ibi ju n g e r e n t u r ,
posito ta m e n q a o d sa b sta n tia u tr iu s q u e sit u n iu s et e ju sd em d e n s ita tis.»
(K lép e ro , Astronom ía nova, seu Physica coelestis de M otibus Stellas M ariis,
1609, In lro d . fol. 5). R especto de las ideas q u e se p rofesaban m u c h o a n ­
tes de la g r a v it a c i ó n , V . Cosmos, t. II, p. 463 n ú m . 26 y 27.

(32) P á g . 18.— «Si té rr a cessaret a t l r a h e r e a d se a q u a s s u a s , aquíe


marinee o m n e s e l e v a r e n tu r et in corpus Lunce in flu e re n t. Orbis v ir tu te
traclorise, quse est in L u n a , p r o r r ig il u r u s q u e ad térras, e l p r o l e c t a t aqua s
q u a e u n q u e in v e rtic e m oei ineidit sa b Z onam to r rid a m , q u ipp c in occur-
su m su u m q u a c u n q u e in v e r tic e m loci in e id it, in se nsibilite r in m a rib u s
in c lu sis, sensibiliter ibi u b i sunt la tissim i alvei Oceani p r o p in q u i, a q u is-
q u e spaciosa rec ip ro c aíio n is lib e rtas.» (K lépero, idem ). «U ndas á L u n a
t r a h i u t ferru m a M a g n e t e ...... » ( K lép e ro , Harmonices M undi libri q u i n ­
q u é , 1619, 1. IY, c. 7, p. 162 ). E ste libro q u e en c ie rra tan tas cosas a d ­
m ir a b le s y , en tre otras, el fu n d a m e n to de l a te rc era le y de K ép le ro , en
v i r t u d de la cual los c u a d r a d o s de los p la n eta s son e n tre sí como los
c ub os de la s distanc ias m e d ia s , está desfigurado p o r las mas e s íra ñ a s
fa n ta sía s sobre la r e sp ira c ió n , el a lim e n to y el calor de la T ierra, consi­
d e r a d a como u n a n im a l v iv o , sobre el a lm a de este a n im a l, su m em oria
(m e m o ria animse terree), y h a s ta sobre su im ag in a ció n c re a d o r a (anim
ie llu ris im a g in a tio ) . E ste g r a n h o m b re creía tan firm em ente en estos s u e ­
ñ os, q u e d ie ron m otiv o á u n a séria discusión de p rio rid a d con R oberto
F lu d d , de O xford, el a u t o r mítico del Macrocosmos, q u e p are ce no h a b e r
sido e s tr a ñ o á la in v e n c ió n del te rm ó m e tr o (Harm onice M un di, p. 252).
— E n los escritos de K éple ro está f r e c u e n te m e n te c o n f u n d id a la atra cc ió n
de las m a s a s con la atra cc ión m ag n ética : «Corpus Solis esse m a g n e tic u m .
Y ir tu te m quse p la n eta s m o v e t residere in corpore S olis» ( Stella M ariis,
3 . a p a r te , c. 32 y 3 4 ); da á ca d a p la n e ta un eje m a g n é tic o , q ue está
s ie m p re in v a ria b le m e n te d irigido h á c ia la m is m a r e g ió n d el Ciclo (Apell,
John, Keppler's astronom. W eltansicht, 1849, p. 73.)

(33) P á g . 18.— Cosmos, t. II, p. 315 y 473, n ú m . 55.

(34) P á g . 18.— Baillet, la Vida de Descartes, 1691, '1.a p a r te , p. 197, y


Obras de Desearles, p u b lic a d a s p or Y ícto r Cousin, t. 1 , 1824, p. 101.

(35) P á g . 19 — V é a n se las cartas de Descartes al P . M ersen ne, fechas


19 N o v iem b re 1633 y 5 E n ero 1634, en la V id a de Descartes p or Baillet,
1.a parte , p. 244-247.
(36) P á g . 19.— La tra d u c c ió n la tin a se titula: M undus sive dissertaíio de
L u m in e u t et de aliis Sensuum Objectis p rim a riis. Y . R. D escartes , Opuscula
posthum a physica et mathcm atica , A m s t . , 1704.

(37) P á g . 20 — L u n a m aq u is carero et a e r e : m a r i u m sim ilitu d in e m iu


lu n a n u lla m reperio. N a m reg io n e s p la n a s quse m o n to sis m u lto obscurio-
res s u n t, q u a s q u e v u lg o pro m a rib u s h a b e r i video et o c e a n o r u m n o m in i-
b u s i n sig n iri, in his i p s i s , lo n g io r e telescopio inspectis , civ ita tcs ex ig u a s
in e s s e com perio r o t u n d a s , u m b ris in lu s c a d e n t ib u s ; q u o d m a ris superfi­
cie! co n v e n ire n e q u i t : tu m ipsi c a m p i illi la tio res n o n p ro rsu s sequabi-
le m superficiem p r e f e r u n t , c u m d ilig e n tiu s eos in tu e m u r . Q uodcirca m a-
ria esse no n p o ssu n t, sed m a te r ia c o n s ta re d e b e n t m in u s c a n d ic a n te q u a m
•quse est p a rtib u s a s p e r i o r i b u s , in q u ib u s r u rs u s qusedam v ir id io r i lu m i-
n a eseteras p r a c e llu n t .» ( H u g e n i i , Cosm otheoros, ed. alt. 1 6 9 9 , 1. II,
p. 11 i). H u y g h e n s su p o n e , no ob sta n te , q u e tienen l u g a r en J ú p it e r n u ­
m e ro sa s te m p es tad e s, y q u e llu e v e allí en a b u n d a n c i a . « Y e n to r u m flatus
ex illa n u b iu m J o v ia liu m m u ta b ili facie c o g n o s c itu r (1. I , p. 69).» Las
f an ta sía s de H u y g h e n s acerca de los h a b i ta n t e s de los p la n e ta s lejan o s,
fanta sía s in d ig n a s de ta n g r a n g e ó m e tr a , h a n sido d e s g ra c ia d a m e n te
re p ro d u c id a s p o r E m tn a n u e l Ivant en u n a o b r a , por lo dem as escclente:
Allgem eine N aturgeschichte und T heorie des Ilim m els, 1 7 o l, p. i 73-192.

(33) P á g . 2 0 . —L aplace, de las Oscilaciones de la A tm ó sfera , del Flujo


so la r y l u n a r , en la Mecánica celeste, 1. 1Y, y en la E sposicion del Sistema
-del M undo, i 821, p. 291-296.

(39) P á g . 2 0 . —A ljicere j a m licet de spiritu q u o d e m sublilissim o cor-


p o r a crassa p e r v a d e n te et in iisdem la te n te , cu ju s vi et ac tio n ib u s p a r t i ­
cular co rpo ru m a d m inim asdistantias se m u tu o a ttr a h u n tc t contiguse facUe
cohsereni. (N e w to n , P rin cip ia P hitos. n a lu r ., ed. L e S e u c r y Ja c q u ie r,
1760, S chol. g e n . , t. 111, p. 676). V . ta m b ié n al m ism o a u t o r , O plicks ,
1718, P ro p. 31, p. 30ü y 333, 367 y 3 7 2 ; L aplace, Sistema del M undo,
p. 384; Cosmos, t. I, p. 47.

(40) P á g . 2 1 .— H a c te n u s phaenom ena ccelorum et m a ris n ostri per


v im g r a v it a tis e x p o s u i , sed ca u sa m g r a v ita tis n o n d u m a s s ig n a v i. O ritu r
‘iitiquc hsec vis a c a u sa a tiq u a , quaj p e n e tr a t a d u s q u e c e n tra solis et pla-
n e t a r u m , sine v ir tu tis d k n in u tio n e ; quaeque a g it n o n pro q u a n t ita te su-
p e r ñ c i e r u m p a r ti c u la r u m , in q u a s a g it (u t so le n t causae mechaniese), sed
p ro q u a n tita te materia; solidse.— R a tio n e m h a r u m g r a v it a tis p r o p r ie ta tu m
e x phaenomenis n o n d u m potu i d ed u c ere et h y p o th c s e s non fingo. S atis
•est q u o d g r a v i t a s r e v e r a e x ista t et a g a t s e c u n d u m le g es a no bis e x p ó s i­
t a s . ( N e w t o n , P rin cip ia P hitos. m tu r ., p. 676 — To tell u s th a t e v e r y
specíes o f t h i n g s i s e n d o w 'd w i t h an oecult spccifick q u a l i t y h y whicht
it acts a n d produces m a n ifest effeets, is to tell us n o th in g : b u t to d e r iv e
tw o or th ree g e n e ra l principies, of m o tio n from p h s e n o m e n a , and. after-
w a r d s t to tell us h o w the p roperlie s a n d ac tio u s of all corporeal things-
fo llo w from th o sc m a n ifest p r in c ip ie s , w o u ld be a v e r y g r e a t step in
P h ilo s o p h y , th o u g h th e causes of those principies w e r e not y e t d isc o v e-
red: a n d the re fore I scruple n ot to propose th e principies of m otio n a n d
le a v e th e ir causes to be found out. (N e w to n , O p tick s, p. 377. — A n te s
(Prop. 31, p. 3 3 1 ) , y a h a b ia dicho: Bodies act one upon a n o t h e r b y t h e
attra c tio n of g r a v i t y , m a g n c tis m a p d electricity , a n d it is n o t im p ro b a ­
ble th a t th e re m a y be m o re a t tr a c t iv e p o w e r s th a n these. I Io w these
attractio n s m a y be p e r f o rm e r d I do n o t h e r e consid er. W h a t I cali a tlra c -
l i o n , m a y de p erfo rm ed b y im pulse or by h u m e o th e r m c a n s u n k -
n o w n to me. 1 use th a t w o r d h ere to s ig n ify o n ly in g e n e r a l a n y forcé
b y w h i c h b odie s tend to w a r d s o ne a n o t h e r , w h a ts o e v e r b y the c a u se .

(41) P á g . 21. — «I suppose the r a r c r sether w i t h i n b odies an d th e d e n -


ser w i t h o u t thern,» d*ce N e w to n (Opera, I V , ed. S am ue l H o r s l e y , 1782,
p. 386). A propósito de la difracción de s c u b ie rta p o r G r i m a l d i , se lee al
fin de u n a ca rta de N e w to n á R obe rto B o y l e , fec h ad a el mes de f e b re ro
de 1678 (p. 394); I s h a ll set d o w n on e co n jcc tu re m o r e w h i c h carne into
m y m in d: it is a b o u t th e ca use of g r a v i t y . . . C a rtas escritas en Olden-
b u r g , e n d ic iem b re de 167o, p r u e b a n q u e en esta época no babia v u e lto
to d a v ía N ew to n á la hipótesis del é t e r ; creia entonces q u e la im p u l­
sión de la luz m a te r ia l h a c ia v i b r a r al éter, y q u e las vib rac io n es de este
eter, b a s ta n te p arecido á un finido n e r v i o s o , no p o d ia n p o r sí m is m a s
p ro d u c ir la luz. V . con tal m o tiv o los d j b a t c s de N e w to n con H o o k e ,
H o rs ley , t. I V , p. 37G-380.

(42) P á g . 21.— B r e w s t e r , L i f e o f S i r Isaac New ton, p. 303-303.

(43) P á g . 2 2 .— E s ta d ec la ra c ió n , de q u e no to m a b a la g ra v ita c ió n ,
fo r an essential property o f b o d ies , d ec la ra c ió n h e c h a p o r N e w to n en su
Second A dvertissem en t, no está de a c u erd o con la existencia de las f u e r ­
zas atra c tiv a s y r ep u lsiv as q u e él a t r i b u y e á to d a s las m o lé c u la s , á fin
de esplicar, conform e á la teoría de la em isió n , los fenóm enos de la r e ­
fracción y de la reflexión de los r a y o s lu m in o so s (N e w to n , Opticks,
1. II, P ro p . 8, p. 241; B r e w s t e r , L i f e o f S i r Isaac N ew ton, y . 301). S e g ú n
K a n t (Metaphysische Anfangsgründc der N aturw issenschaft, 1800, p. 28), no
se p o d r ía co m p re n d e r la ex isten cia de la m a te r ia sin sus fuerzas a t r a c ti­
v as y repulsivas. S e g ú n é l , todos los fen ó m e n o s físicos están prod u cid o s
p o r el conflicto de estas dos fuerzas f u n d a m e n ta le s , tal como lo h a b ia
y a d icho G o o dw in K n ig h t ( P ililo s . T ra n sa d ., 174S, p. 2 6 í). Los sistemas
a t o m ís t ic o s , d ia m e tra lm e n te opuestos á las teorías d in á m ic a s de Kant,.
a t r i b u y e n la fuerza a tra c tiv a á las m oléculas sólidas c indivisibles de la s
cu ales están com puestos todos los c u e r p o s , y la fu erza repulsiva á la s
atm ó sferas de calórico q u e r o d e a n estas m olé culas. E n esta hipótesis, se ­
g ú n la cual se c o n s id era el calórico como u n a m a te r ia en estado de es-
pan sio n c o n t i n u a , adm ítense dos m a t e r i a s , es decir, dos sustan cias ele­
m e n ta le s , como en el mito de los dos éteres (N e w to n , O pticks, P ro p . 2S,
p. 339). P e ro ento n ce s q u e d a por saber lo que produce la espansion de la
mism a m a te ria del calórico. Si se q u i e r e , sie m p re d e n tro de las h ip ó te ­
sis atom ísticas , c o m p a ra r la d en sid ad de las m o lé c u la s con la de lo s
c u e r p o s , q u e ellas com po nen , ob tiéuese p or resu ltado q u e los in t e r v a l o s
de las m oléculas so n m u c h o m a y o re s q u e sus d iá m etro s.

(44) P a g . 2 3 .— Cosmos, 1 . 1, p. 82-86.

(4o) P á g . 23.— Cosmos, t. I, p. 38 y 39-46.

(46) P á g . 2 4 .— G uillerm o de H u m b o ld t, Gesammelte Werhe, t. í , p. 23*

(47) P á g . 25.— 'Cosmos, t. I, p. 63.

(48 ) P á g . 2 6 .— Cosmos, 1.1, p. 41.

(49) P á g . 26. — H a lle y , en las P hilos. T ransad. , for 1717 , t. XXX*


p. 736.

(oO) P á g . 2 7 . — P s e u d o - P l u ta r c o , de P la d tis P h ilo so p h ., II , 15-16; Sto-


bee, Eglog. fis., p . 582; P la tó n , T im éo , p. 40.

(51) P á g . 2 7 .— M acrobio, Som nium S d p io n is ,] , 9-10. Cicerón, de N a tu ­


ra Deorum , 111, 21, em p lea la espresion de Slellce in e rra n te s.

(52) P á g . 2 7 .— El p as aje decisivo p a r a la espresion té cnica de ¿vBeoefxiva.


atrapa está en A ristó te les , de Casio, II, 8, p. 289, [lín. 34 , p. 290, lín. 19,
ed. B e k k e r . Estas d esig n ac io n es diferen tes''h a b ia ri y a atra íd o mi a t e n ­
ción cu a n d o m is in v e stig a c io n e s sobre la óptica d e T o lo m e o . El profe­
sor Franz, de c u y a eru dición filológica g u sto a m e n u d o a p r o v e c h a r m e ,
h ac e n o ta r q u e Tolom eo dice t a m b i é n , h a b la n d o de las e s tre lla s , (Syn-
ta x. íVII, 1): Gxr-jütp TcpoanefvxÓTís, como si estuviesen adheridas. E n c u a n ­
to á la espresion de aaal’pm. a-xXai'r¡g ( orbis inerrans), T olom eo h ace la si­
g u ie n te crítica: «en tan to que las estrellas conserven in v a ria b le m e n te sus
distancias m u tu a s , á b u en título p o dem o s lla m a rla s anXaveíe;; pero si se
t r a t a de la esfera e n te ra en la cu a l están f i j a s , la desig n ac ió n d e
‘¿ t vÁ,avr^ es im prop ia , p u es q u e esta esfera posee un m o v im ie n to p a r ti­
cu lar. » •

(33) Pág-. 27.— Cicerón, de N a t. D eo r., I, 13; P lin io , II, 6 y 2 4 ; M ani-


lio, II, 33.

(34) P á g . 2 9.— Cosmos, t . I , p. 74. Y . tam bién las escelentes conside­


rac io n e s de E n c k e , Ueber díe A nordn ung des Sternsystems, 1844, p. 7,

(53) P ág-. 3 0 . — Cosmos, t. I, p. 141.

(56) Pág'. 3 0 . — A ristóteles, de Ccelo , I, 7 , p . 276, ed. B e k k e r :

(37) Pág-, 3 0 . —J u a n H erschell, Outlines o f A stronom y, 1S49, § 803,


p . 541.

(38) P á g . 3 1 .— Bessel, e n el S h u m a c h e r ‘s Jahrbuch für 1839, p. 30.

(39) P á g . 31.— Ehrenberg- en las Memorias de la Academ ia de B erlin ,


1S3S-, p. 39, y en las In fusionsthieren , p. 170.

(60) Pág-. 3 2 .— Y a A ristóteles p r u e b a , c o n tra Leucipo y D em ócrito,


•que no p u e d e existir en el m u n d o espacio in o c u p a d o p o r la m a te ria , va­
cio , en u n a p a l a b r a ( P h y s . A u s c u lt., I V , 6-10, p. 213-217, B e k k e r ) .

(Gl) Pág'. 3 2 .— A k á ‘ sa e s , seg-un el diccionario sánscrito de W ilso n :


t h e su b tle a n d íelherial fluid, supposed to ñ ll a n d p e r v a d e th e U n iv e r s e ,
a n d to be th e pecu liar vehicle o f l i f e a n d s o u n d . L a p a la b r a áliá‘ sa ( b r i­
llante., lu m in o so ), tiene p o r raiz liá 's, b r i l l a r , u n id a a la preposición ü.
E l reino de los cinco elem e ntos se lla m a pantschatá ó p a n tscha tra , y la
m u e r t e se h a lla d e s ig n a d a p or esta sin g u la r perífrasis prápla-pantschatra,
h a b i e n d o obtenido el reino de los cinco, es decir , q u e se h a disuelto en
lo s cinco elem entos. L a espresion se e n c u e n tra en el testo de la Am arako-
cha, diccionario de A m a r a s in h a .» (Bopp).— Se tr a t a de los cinco ele m e n ­
to s en el escelen le tratad o de C olebro oke so b re la filosofía sánkhya [T ra n ­
sa d . o f the A siat. S o c., t. I, L ó n d ., 1827, p. 31). S tra b o n h a b la ta m b ié n ,
c o n referen c ia á M e g astenes ( X V , § 3 9 , p. 713, ed. C a s a u b o n ) , del
q u in to elem e nto de los Indios , el cual lo h a fo rm a d o t o d o , pero del q u e
n o dice el no m b re.

(62) P á g . 32. — E m pedocles, v. 216, lla m a al éter 71rap f a v ó a v , radioso,


•es dec ir, lum inoso por sí m ism o.

(63) P á g . 33.— P la tó n , Cratylo, 410, B , en d o n d e se e n c u e n tra la pala-


braaeiGííp. A ristóteles (de Ccelo, I , .3, p. 270, B e k k e r ) , d ic e , en c o n t ra ri o
de la opitlion de A n a x á g o ra s : a ’idspa. ■Kpoowióuacra.v rov av rjrarw t 'okov a-rno rov
Q ñv a s i to v a iS io v %póvov d ¿ ¡ iiv o t zr¡r s iu o vv fi'ia v a v z a . A* r u i a y ó p a ^ Se \ a v a x é X pr¡-
r a i t ú o r ó fx a r i r o v r ü o v xaA¿>; o v o a n í,ti yñ-p a id é p a , c lv v l 7rvp6$. Se lia llatl aUU
m as detalles e n A ristóteles, I, 3, p. «339, lín. 21-34, B e k k : «Lo q u e se
l la m a éter tiene u n a significación p rim itiv a que»parece co n fu n d e A u a x á -
g o ra s con el f u e g o , p o r q u e la r e g ió n su p e rio r está lle n a de f u e g o , y
A n a x á g o r a s h a b l a de esta re g ió n como si la tom ase p o r la del éter lu m i­
noso; ti e n e r a z o n en esto, p o r q u e los a n tig u o s h a n c o n s id e ra d o al cuerpo
q u e se m u e v e con u n m o v im ie n to e t e r n o . com o p artícipe de la n a t u r a l e ­
za d iv in a , y p o r esta r a z ó n ellos le h a n llam ado é t e r , á fin de in d ic a r
q u e esta su stan cia no tie n e a n á lo g a en tre n o s o tr o s . En c u a n to á a q u e llo s
q u e co n sid eran de fuego al espacio c irc u n d a d o , así com o á los cuerpos
q u e en él se m u e v e n , y q u e p ie n sa n q u e el resto del espacio c o m p re n d i­
do e n tre los astro s y la T ie rr a está lleno de aire , no t a r d a r á n en a b a i>
d o n a r idea ta n pu eril , si q u ie re n d a rse c u e n ta e x a c t a de las in v e s ti­
g a c io n e s m a s rec ien te s de los m a te m á tic o s » La m is m a e t im o lo g í a , q u e
r e m o n ta á la ide a de la d iv in i d a d la de la ro tac io n p e r p e tu a , h a sido r e ­
p r o d u c id a por el aristotélico ó el estoico , a u t o r del libro de M undo (c.-2,
p. 392, B e k k ) . H é a q u í, con tal m o tiv o , u n a o b se rv a ció n m u y e x a c ta d el
profesor F ra n z r «El ju e g o de p a la b r a s f u n d a d o en la s e m e ja n z a de 6elor,
d iv in o, con el 6¿ov del oZfia. ád ekov , cuerpo arrastrado p or un movimiento-
perpetuo, y del cual se t r a t a en las M eteorológica. es una indicación b ie n
a s o m b ro s a d é l a p r e p o n d e ra n c ia q u e la im a g in a c ió n e jercía en tre los a n ­
tig u o s ; es u n a p r u e b a m a s de su poca a p titu d p a r a d isc e rn ir con c l a r id a d
las v e r d a d e r a s e tim o lo g í a s .’-— El p ro fe so r B u s c h m a n n señala u n a p a l a ­
b ra sa n scrita , áschtra, q u e significa éter ó atm ó sfera , y c u y a se m e ja n z a
con la p a la b r a g r ie g a áídyp es m u y g r a n d e ; V a n K e n n e d y h a b ia y a c o m ­
p a ra d o estas dos p a la b ra s (Researches into the Origin and A ffin ity o f th e p r in -
cipa l Languages o f A sia and E urop e, 182S, p. 279). A u n se p u e d e citar, p a r a
la m ism a p a la b r a , la raiz as, asch, á la cu a l a s ig n a b a n los In dios el sentido
de brillar ó de alumbrar.

(64) P á g . 33.— A ristó te le s , de Ccelo, I V , 1 y 3-4, p. 30S y 311-312,


B e k k . Si el E s ta g ir ita r e h ú s a al éter el n o m b r e de q u in to e le m e n to , lo
c u a l n i e g a n , es c i e r t o , H. R itte r (H istoire de la P h ilo so p h ie , t. III, p. 216)
y H. M artin (Estudios sobre el Timéeo de P latón , t. II, p. 150). su ún ic a ra z ó n
co nsiste en decir q u e el éter, to m a d o p o r u n estad o de la a t m ó s f e r a , está
falto de te r m in o co rresp o n d ien te (B iese, P hilosophie des A ristóteles, t. II,
p . 66). Los p ita g ó r ic o s c o n s id e ra b a n al éter como u n q u in to e le m e n to , y
lo r e p r e s e n ta b a n en su sistem a g e o m é tric o p or el q u in to cuerpo reg u la r*
el d o d e c a e d ro , com puesto de 12 p e n tá g o n o s. (H. M a rtin, idem , t. II „
p. 245-250).
(65) P ág -. 33.— Y . las p r u e b a s r e u n id a s por Biese, t. II, p. 93.

(66) Pág-. 3 4 .— Cosmos, t. 1, p. 138.

(67) Pág-. 3 4.— Y . el bello pasaje acerca de la influencia ele los rayos
s o la re s en J. H ersche ll, Outlines o f A stro n ., p. 237: <«By th e vivifying-
•action of the s u u ’s ra y s veg-etables are enabled to d r a w su p p o rl from in-
org-anic m a tle r and becom e, ¡n Iheir tu r n , th e su p p o rt of an itnals a n d of
m a n , a n d Ibe sources of those greot deposits o f dynamical efficiency which
are laid up for human use in our coal strata. B y th c m th e w a te r s of the sea
íire m a d e to circuíate in v a p o u r throug-h th e a ir, a n d irrig-ate the land,
producing- s p r i n t s a n d riv ers. B y th e m are p ro d u c e d all dislurbances of
th e cliemical e q u iiib r iu m of the e'Iements of n a tu re , w h i c h , b y a series
of com positions a n d decom positions, g-ive rise to n e w pro d u ets, a n d o r r
f í n a t e a tr a n sfe r of m a te r ia ls ...»

(68) Pág1. 3 4.— Philos. T ransad, for. 1795, t. L X X X V , p. 318; Ju a n


Ilersc h ell, Outlines o f A str o n ., p. 238; Cosmos, t. I, p. 170 y i 0 2 , n ú m . 63.

(69) Pág-. 35.— Bessel, en el S c h u m a c h e r ’s A stron . N achr. t. XIII, 1836,


n ú m . 300, p. 201.

(70) Pág-. 3 5 .— Bessel, idem , p. 186-192 y 229.

(71) Pág-. 3 5 .— F o u rie r, Teoría analítica del calor, 1822, p. ix , (Anales


de Quím ica y de F ís ic a , t. I I I , 1816 , p. 350 ; t. IY , 1817 , p. 128 ; t. VI,
1817, p. 259; t. XIII, 1820, p. 4 18).— Poisson h a in te n ta d o e v a lu a r n u ­
m é r i c a m e n te la p é rd id a q u e sufre el calor estelar en el espacio al a t r a ­
v e s a r el éter. (Teoría matemática del calor. § 196, p. 436; § 2 0 0 , p. 447,
y § 228, p. 521).

(72) P á g . 3 5 . — A ce rc a del calor em itid o p or las e stre lla s, V . A ris tó ­


teles, M eteor., I, 3, p. 340, lin . 58; y a c erca de la a l tu r a de las ca pas a t ­
m osféricas q u e poseen el m á x im o de calor, S énec a, N a tu r. Qucest., II, 10;
« S uperio ra en im aeris c a lo rem v ic in o r u m sid e ru m se n tiu n t...»

(73) Pág-. 35.— P se u d o - P lu ta r c o , De p la citis P h ilo so p h ., II, 13.

(74) Pág-, 36.— Arag-o, sobre la te m p e r a tu ra del po]o y de los espacios


■celestes en el A n u a rio de la O f. de las Longit. p a r a 1825, p. lS 9, y p a ra
1S34, p. 192; A stron . pop., t. II, p. 479; Saig-ey. F ísica del Globo, 1832,
p. 60-78. F u n d á n d o s e en discusiones r e la tiv a s á la refra cc ión, Svanberg-
e n c u e n t r a para la te m p e r a tu ra del espacio— 50°,3 (Berzélius Jahresbericht
•für 1830, p. 51); A ra g o , seg-un o b se rv a cio n e s hechas cerca de los polos,—•
36 °,7 ; P é c le t, — 60°; S a ig e y , a p o y á n d o s e cu el decrecim iento .del calor
en la a t m o s f e r a , d e d u c e de 367 o b se rv a cio n e s h e c h a s p o r m í sobre la
c a d e n a de los Andes y de M éjico,— 65°; el m ism o , con a r r e g lo á o b se r­
v a c io n e s te rm o m é tr ie a s h e c h a s sobre el M onte-B lanco y en la ascensión
a e re o s tá tic a de G ay -L u ssac , — 77°; J u a n H ersch e ll (E d in bu rg R ev isto ,
t. 87, 1 8 Í8, p. 2 2 3 ) , — 132° F ., es d e c ir,— 91° cent. P oisson a d m ite q u e
la te m p e r a tu ra del espacio debe so b r e p u ja r á l a de las capas estreñías de
la atm ósfera (§ 227, p. 520); eso su p u e sto , como la te m p e r a tu ra m e d ia
de la s islas M elville, á l o s 74° 47’ d e la titu d , es d e— i 8o,7, Poisson a s ig n a
a l espacio u n a t e m p e r a t u r a d e — 13° s o la m e n te , m ie n tra s q u e P o u ille t le
da —142°, con a r r e g lo á in v e stig a c io n e s ac tin o m é tr ic a s (Memorias de la
A cadem ia de Ciencias , t. VII, 1838, p. 25-65). E sta s en o rm e s d is c o rd a n ­
cias son de tal clase, q u e h a c e n n a c e r d u d a s sobre la eficacia de los m e ­
dios á los cuales se h a r e c u rr id o h a s ta el p rese n te.

(75) P á g . 3 7 . — P o is s o n , Teoría matem. del Calor, p. 427 y 43S. S egún


é l, la solidificación de la s capas te rre s tre s h a em p e z a d o p or el ce n tro , y
fué a v a n z a n d o poco á poco h a s ta la superficie. V . ta m b ié n Cos-mos, t . I ,
p. 160.

(76) P á g . 3 7 . — Cosmos , t. I, p. 70 y 129.

(77) P á g . 3 8 . — « W e re no a tm o s p h e re , a th e rm o m e te r , fre ely exposed


( a t sunset) to th e h e a tin g influencc of th e e a r t h ’s r a d ia tio n , a n d th e coo-
lin g p o w e r of its o w n into spacc, w o u l d indícate a m é d iu m te in p e ra tu re
b e t w c e n th a t of th e celestial spaces ( — 132° F a h r . = — 91° cen t.) a n d
th a t of tlic e a r l h ’s surface b c lo w it (82° F. = 27°,7 ce n t, al th e equator^
— 3 o,5 F. = : — 19°,5 cent, in th e P o la r Sea). U n d c r th e c q u a to r , th e n ,
it w o u ld s t a n d , on th e a v e r a g e , a l — 25° F. = — 31°,9 c e n t., a n d in
th e P o la r S ea a t — 68° F. = — 5 5 ° ,5 cent. T h e p rese ncc of th e a t m o s ­
p h e r e tends lo p r e v e n t th e th e r m o m e te r so ex p o sed fro m a lta i n in g
th e se e x tre m e lo w te m p e r a t u r e s : firsl, b y i m p a r lin g h ca t b y c o n d u c -
tio n ; se c o n d ly b y im p e d in g ra d ia tio n o u lw a r d s .» J u a n H erschell, e n la
Edinburg R eview , t. 87, 1348, p. 223. — «Si no existiese el c a lo r de ios
espacios p la n e ta rio s, e s p e rim e n la r ia n u e s tra a tm ó s f e r a u n e n friam ien to
del cual no se pued e fijar el lím ite. P r o b a b le m e n te seria im posible la
v id a de las p la n ta s y de los a n im a le s en la superficie del g lo b o , ó r e le ­
g a d a q u e d a r ia á u n a estre c h a zona de esta superficie.» S a ig e y F ísica del
Globo, p. 77.

(78) P á g . 3S.— Tratado del Cometa de 1 7 4 3 , con una A dición sobre la


fuerza de la L u z y su propagación en el éter, y sobre la distancia de las estre­
llas fijas, p o r L o y s de C h é sca u x (1714). A c e rc a de la tran sp a ren cia de los
espacios, Y . Olbers en el B o d e ’s Jahrbuch fi'ir 182G, p. 110-121 ; S t r u v e ’-
Estudios de Astronom ía estelar, 1847, p. 83-9.3 y n o ta 9 5 ; J u a n H e r s c h e ll,
Outlines o f A stro n ., § 798, y Cosmos, t. I, p. 137-138.

(79) Pág-. 3 9 .— H a lle y , on th e ¡nfínity of th e S p h e re of fix’d Stars,.


en las P h ilo s. T ra n sa d ., t. X X X I, for t h e y e a r 1720, p. 22-26.

(80) P ág 1. 3 9 . — Cosmos, t. I, p. 76.

(S I) Pág-, 39.— «Tliroug-hout b y f a r the la r g e r p o rlio n of th e e x t e n t


of the M ilk y W a y in b o th h e m is p h e re s , th e general blackness of the.
g-round of th e h e a v e n s , on w ic h its stars are p r o j e c t e d , e tc ... In th o se
reg-ions w h e r e th a t zone is c lea rly reso lv e d into stars w e ll se p aro ted a n d
seen p ro jec ted on a black g r o u n d , a n d w h e r e w e lo o k out b e y o n d th e m
in to sp a ce ...» (Ju a n H ersch e ll, O utlines, p. 537 y 539.)

(82) P á g 1. 3 9 . — Cosmos, t. I, p. 73, 74 y 365, n ú m . 53; L aplace , E n ­


sayo filosófico sobre las Probabilidades, 1825, p. 133; Arag-o, A stronom ía p o­
p u la r, t. II, p. 287-298; J u a n H e r s c h e ll, Outlines o f A stron ., § 577.

(S3) Pág-, 39.— El m o v im ie n to oscilatorio de los eflu v io s lu m in o so s


q u e p arecen h a b e r salido de la cabeza de ciertos com eta s , del de 1744,
p o r ejemplo , y del de H a l l e y , en 1835, efluvios q u e h a n sido o b se rv a ­
dos del 12 al 22 de Octubre de 1835, p o r Bessel (Astron. N achr. n ú m e ro s
300-302, p. 185-232). «puede influir, en alg-unos casos p a r t i c u l a r e s , s o ­
b re los m o v im ie n to s de rotac ion y de tra sla c ió n de ciertos com etas. A u n
h a c e n pre su m ir estos efluvios (p. 201 y 229) q u e se p r o d u c e entonces u n a
fu e rz a p o la r diferente de la fu e rz a de atra cc ió n o r d in a r ia d el Sol.» P ero
la d ism in u c ió n del p e ríodo de 3 l/ 2 a ñ o s del co m eta de E n c k e sig-ue u n a
m a r c h a sobrado r e g u la r , d esd e h a c e 63 a ñ o s , p a r a q u e p u e d a ser a t r i­
b u id a al efecto a c u m u la d o de u n a se rie de efluvios, c u y a em isión no p o ­
d r ía ser sino a c cid en ta l. Y . acerca de esta discusión im p o rta n te bajo el
p u n to de v ista cósmico, Bessel, en las A stron . N achr. de S c h u m a c h e r,
n ú m . 289, p. 6 , y n ú m . 310 , p. 345-3 50, y el tr a ta d o de E n c k e , sobre
la h ipó te sis de u n m e d io resisten te, idem , n ú m . 305, p. 265-274.

(84) Pág-. 50.— O lbers, en la A stron . N a ch r., n ú m . 2 6 S ,p . 58.

(85) Pág-. 4 0 .— Outlines o f A str o n ., § 556 y 597.

(86) Pág-. 40.— .-«Asimilando la m a te r ia m u y escasa q u e llena los es­


pacios ce le ste s , en c u a n to á sus p ro p ied a d es refrin g -e n tes, á los g-ases
te rres tre s, la d en s id ad de esta m a te r ia no po d ria p a s a r de cierto lím ite,
c u y o v alo r p u e d e n a s ig n a r las o b se rv a cio n e s sobre las estrellas c a m ­
b ian tes, p o r ejemplo, las de A lg o l ó de de P e rse o .» ( A r a g o , en el
A n u a rio p a r a 1842, p. 336, A stron . p o p u l. t. I, p. 40S.)
(87) P á g . 4 0.— W o l l a s t o n , en la s P h ilo s. T ransad, for. 1822, p. 89;
J u a n H ersch e ll, O utlincs, § 34 y 3G.

(88) P á g . U . — N e w to n , P r in c.m a th em ., t. 111,17 G 0 ,p . G71: «V apores,


q ui ex solé et stellis fixes el candis cometarum o r iu n tu r , inciderc possunt,
in atm ospliaíras p la n e ta r u m .. .»

(S9) P á g . 4 1.— Cosmos, t. I, p. 111 y 122.

(90) P á g . 42.— Cosmos, t. II, p. 307-320, y 472 n .° 48.

(91) P á g . 4 2.— D e la m b re , I lis t. de la A stron. m od ., t. I I, p. 2 oü, 269


y 272. M orin m ism o dice en su Scientia lon g itiu lin u m , p u b lic a d a en 1634:
líApplicatio tubi optici ad a i h id a d a m pro stellis fixes p ro m p te et ac cu rate
m e n su ra n d is a m e e x c o g ita ta est.» P ic a rd a u n no se s e r v ia de a n te o jo ,
en JG57 , p a r a su cuarto de c í r c u l o ; y H e v é l i o , cu a n d o H a lle y lo v isitó ,
on 1679, p a r a j u z g a r de l a e x a c titu d de sus m e d id a s de a ltu r a , o b s e r v a b a
con a y u d a de dio p tro s ó de pín o le s perfeccionado s ( B a ily , Catal. o f Stars ,
p. 38).

(92) P á g . 4 3 .—£1 in f o rtu n a d o G a s c o i g n e , c u y o m é rito h a q u e d a d o


l a rg o tiem po d esconocido, p ereció, á la e d a d de v e in titr é s años a p e n a s ,
en l a b a t a ll a de M a rslo n M oor, q u e C rom w ell libró á la s tro p a s reales.
V . D erh am , en las P h ilo s. T ransad., t. X X X , for. 1717-1719, p. 603-610*
A él p ertenece u n a in v e n c ió n q u e se h a a trib u id o la rg o tiempo á P ic a rd
y á A u z o u t, y q u e h a d ado u n p o deroso im pulso á la as tro n o m ía de o b ­
s e rv a c ió n , es decir, á la a s tro n o m ía c u y o fin p r in c ip a l es d e t e r m in a r la s
posiciones de los astros.

(93) P á g . 43.— Cosmos, t. II, p. 172.

(94) P á g . 44.— El p as aje e n q u e S tr a b o n ( lib . I II , p. 1 3 8 , C a sa u b )


p re te n d e co m b a tir la op in io n de P o sid o n io ^ está concebido a s í , se g ú n
los m a nuscritos: «La im á g e n del Sol pare ce a g r a n d a d a , so b re el m a r , lo
m ism o á su sa lid a q u e 'á su p u e s ta , p o r q u e los v a p o r e s su b e n en m a y o r
ca n tid a d del e le m e n to h ú m e d o , p u es el ojo q u e m i r a á tr a v é s de lo s v a ­
pores recibe, como cuando m ira á través de u n tubo, r a y o s ro to s q u e f o r m a n
u n a i m á g e n de fo rm a m a s g r a n d e ; y lo m is m o sucede c u a n d o se,
a p e r c i b e , á tr a v é s de u n a n u b e seca y d e lg a d a el Sol ó la L u n a á sil
pu esta; en este ú ltim o caso, el a stro parece tam bién rojizo.» Se h a creid o,
TOMO iii 29
to d a v í a m u y r e c ie n te m e n te , q u e este p asaje h a b i a sido a lte ra d o ( K r a -
m e r . e n su edició n de S t r a b o n , 1 8 4 4 , t. I , p. 2 1 1 ) , y q u e en l u g a r de
SS aiXñv, e ra preciso le er SS v á lo v , d través de los globos de v id rio ( S c h -
n e i d e r , Eglog. f í s .., t. I I , p. 273). E l p o d e r am plificador d e l glo bo de v i ­
drio lle no de a g u a (S é n e c a , N a tu r. Qoest. , 1 , 6 ) e r a tan b ie n conocido de
los a n tig u o s com o los efectos de los v id r io s ó de los cristales a r d i e n t e s
(A ristófanes, Nubes, v . 765) y d é l a e s m e r a ld a de N e ró n ( P lin io , X X X V I I ,
5); p ero estos g lobos no p o d ía n s e r v ir p a r a n a d a á los in stru m e n to s a s tro ­
nóm ic o s (V . Cosmos, i. II, p. 434, n ú m . 44). L as a ltu r a s del Sol, m e d id as
á t r a v é s de n u bes lig e ra s ó poco e s p e s a s , ó á tr a v é s de los v a p o r e s
v olc ánic os, no p r e s e n ta n n i n g u n a señal de a n o m a lía s en la refracción o r ­
d i n a r i a de los r a y o s de la luz ( H u m b o l d t , Coleccion de Observ. a stron ., I. I ,
p. 123). E l c oron e l B a e y r h a d escubie rto q u e capas de n i e b l a , ó v a p o r e s
in te r p u e s to s á p ro p ó sito , no p r o d u c e n n i n g u n a desv iac ió n a n g u l a r e n la
lu z de la s señales e l io tr ó p ic a s , lo q u e confirm a por lo d em ás los r e s u lt a ­
d o s d e A ra g o . P é te r s h a c o m p a r a d o , en P u l k o v a , a l tu r a d e estrellas
o b s e rv a d a s , y a en u n cielo s e re n o , y a en u n cielo cubierto de lig e r a s n u ­
b e s , y no h a e n c o n tr a d o diferen c ia q u e lle g as e á O.1.',017 . (Incestigaciones
sobre el Paralaje de las estrellas, 1848, p. 80 y 140-143; S tr u v e , Estudios estela
res, p. 9 8 ) .— A ce rc a de los tu b o s e m p le a d o s p o r los A rabes en sus i n s t r u ­
m e n to s a s tro n ó m ico s , V. J o u r d a in , Sobre el observatorio de Meragah, p. 27, y
A . S éd ilio t, M em oria sobre los instrum entos astronómicos d élo s A rabes, 1841,
p. 19S. T ie n e n ta m b ié n los a s tró n o m o s á r a b e s el m érito d e h a b e r sido los
p r im e ro s en em p lea r g r a n d e s g n o m o n e s p ro v isto s de a b e r tu ra s circ u lare s •
E n el s e x ta n te colosal de A b u M o h a m m e d a l - C h o k a n d i , el arco e s ta b a
d iv id id o de o en o m in u to s , y recibía por u n a a b e r tu r a circ u lar la im á g e n
d e l Sol. «Al m edio dia , los r a y o s del Sol p a s a b a n p or u n a a b e r t u r a p r a c -
íic a d a en la b ó v e d a del O bservato rio q u e c u b r ía al i n s t r u m e n to , s e g u ía n
al tubo y fo rm a b a n , sobre la c o n c a v i d a d d e l s e x ta n t e , u n a i m á g e n c i r c u ­
la r, c u y o centro d a b a s o b r e el arco g r a d u a d o el c o m p lem en to de la a l tu ­
r a del Sol. E ste in s t r u m e n to no difiere de n u e s tro m u r a l sino en q u e
es tá g u a rn e c id o de u n sim ple tu b o en l u g a r de u n a n te o jo .» (S édiliot,
p. 37, 202 y 205.) L os d io ptros ( d ila ta d o re s) ó p ín u la s a tra v e s a d o s por
u n a a b e r t u r a h a n sido em p lea d o s p o r los G rieg os y los A ra b es p a r a d e ­
te r m in a r el d iá m e tro d a la L u n a : el a g u j e r o re d o n d o d é l a p ín u la o b je tiv a
m ó v il e ra m a s g r a n d e q u e el a g u j e r o de la p ín u la o c u la r fija, y se h ac ia
m o v e r la p r im e ra a c e r c á n d o la ó s e p a r á n d o la de la s e g u n d a , h a s ta q u e el
disco de la L u n a , v isto á tr a v é s de la p ín u la o c u la r, p are cía lle n a r e n t e ­
r a m e n te la a b e r tu r a re d o n d a de l a p ín u la o b je tiv a . (D elam bre, H ist. d éla
A str o n . de la Edad media, p . 201, y S éd ilio t, p. 198). E sta s p ín u la s , con sus
a b e r tu r a s circulares ó h e n d id a s , p a re c e n h a b e r sido in tro d u c id a s p o r H i­
p a rc o ; A rq u ím e d e s se s e rv ia de dos p e q u e ñ o s cilindros fijados so bre la
m is m a a lid a d a . (B ailly, H ist. de laAstran m od,, 2 . a edición, 1785, t. I,
p. 480). V . ta m b ié n : Téon de A leja n d ría , B asle. , 1538, p. 237 y 262 ; los
H ypotyp). de Proclo D iácono, ed. H alm a, 1820, p 107 y 110, y T o lo m e o ,
Alm agestas, ed . H a lm a , t. I, P a r . , 1813, p. L Y II.

(9o) Pág-. 4 í . — S e g ú n A r a g o . Y . M o ig n o , Repertorio de Optica moder­


n a , 1847, p. 153.

(96) P á g . 45.— Y . acerca de las r a y a s n e g r a s del espectro solar en la


im á g e n d a g u é r r e a , las Memorias de las sesiones de la Academia de Ciencias,
t. X I V , 1842, p. 902-704, y t. X V I , 1843, p. 402-407.

(97) P á g . 4 5 .— Cosmos, t. II, p. 321.

(98) P á g . 4G.— E n c u a n to á la im p o rta n te cuestión de d is t in g u ir e n tre


la luz p ropia y la luz reflejada, p u é d e n s e cita r, com o ejem plo, las i n v e s ­
tig a c io n e s de A r a g o sobre la lu z de los com etas. E m p le a n d o un a p a r a to
f u n d a d o sobre la p o la rizac ió n crom ática q u e h a b i a d e s c u b ie rto e n 1811,
A r a g o h a h a lla d o q u e la lu z del com eta de H a l l e y (1835) d a b a l u g a r á
dos i m á g e n e s te ñ id a s de dos colores c o m p le m e n ta rio s, ta le s com o el rojo
y el v e r d e , lo q u e p r u e b a q u e esta lu z c o n t e n ia lu z solar re fle ja d a . Yo
m is m o h e asistido á in v e stig a cio n e s m a s a n t i g u a s , h e c h a s p a r a c o m p a ­
r a r , con a y u d a del p o la riscopo, la s p r o p ie d a d e s de la lu z de la Cabra con
la s de la lu z de u n c o m eta q u e se h a b i a d esp re n d id o de rep e n te de los
r a y o s del Sol, á principios de j u li o de 1819. ( A r a g o , A stron . p o p u l., t. I I,
p. 4 2 1 ; Cosmos, t. I , p. 9 í y 3 6 í , n .° 51; B e s s e l, en él S h u m a c h e r ’s
Jahrbuch fiir 1837, p. 169). •

(99) P á g . 4 6 .— Carta de A ra g o á A lejan d ro de H u m b o ld t, 1840, p . 37:


«Con a y u d a de u n polariscopo, de m i in v e n c ió n , rec o n o cí (antes de 1820)
q u e la luz de todos los cuerpos te rres tre s i n c a n d e s c e n te s , sólidos ó lí q u i ­
dos, es luz n a tu ra l, en ta nto q u e e m a n a del c ue rpo b ajo in c id en c ia s p e r ­
p e n d ic u la re s. P o r el c o n t r a r i o , la luz q u e sale de la superficie in c a n d e s ­
c e n te bajo u n á n g u lo a g u d o , ofrece se ñ ale s m anifiestas de p o la riz a c ió n .
Tío m e p a r o aq u í á r e c o rd a rte cóm o y o d ed u je d e este h e c h o la c o n s e ­
cu e n c ia curiosa de qu e la luz no se e n g e n d r a s o la m e n te en la superficie
d e los cuerpos; q u e u u a p a r te nace en su sustancia m ism a, a u n c u a n d o esta
s u s ta n c ia fuese"platino. Necesito solo dec irte q u e re pitiend o la m is m a sé -
r ie d e p r u e b a s y con los m ism os in s tru m e n to s sobre la luz q u e la n z a u n a
su sta n c ia gaseosa in fla m a d a , no se le h a lla , cualquiera que sea la in clin a ción ,
n in g u n o de los c a ra c te re s de la lu z polarizada; q u e la luz de los gases,
to m a d a á su s a lid a de la superficie infla m ada , es lu z n a t u r a l, lo q u e no
im p id e q u e se polarice en s e g u id a p o r co m pleto , si se la so m e te á refle­
x io n e s ó á refracciones co n v e n ie n te s. De aq u í u n m é to d o m u y se n c illo
p a r a d escubrir á 40 m illo nes de le g u a s de d istancia la n a t u r a le z a del Sol'.
Si la lu z q u e p ro v ie n e del borde de este astro, la luz em a n a d a de la m a te r ia
solar bajo un ángulo agudo, y q u e nos lle g a sin h a b e r esperim e n tad o en su
m archa reflexiones ó refraccio nes se nsible s, ofrece señales de p o la r i z a ­
ció n, el Sol es 1111 cuerpo sólido ó líq u id o. Si no se h a lla , p o r el co n tra rio ,
indicio a lg u n o de p ola rizac ió n en la luz del b o r d e , la parte incandescente
d el Sol es gaseosa. P o r este e n c a d e n a m ie n to m etód ico de o b se rv a cio n e s
p u e d e lle g arse á nociones ex a c ta s sobre l a constitu c ió n física del Sol.»»
A ce rc a de las e n v u e lta s del S o l , Y . A r a g o , A stron. popul. , t. II, p. 101­
104. Pteproduzco a q u í , bajo su f o rm a o r i g i n a l , todas las ac la ra cio n e s
detallad a s q u e to m o de ciertos im p re so s ó m an u scrito s de A ra g o so b r e
d iv e rso s p u n to s de óptica. C o n serv an d o las p ro p ia s p a la b ra s de mi a m i­
go , con objeto de e v ita r las e q u iv o c a c io n e s ó las alterac io n e s á las c u a ­
les la in c e rtitu m b re de la t e r m in o lo g ía científica p u d ie ra n d a r m o tiv o en
la s n u m e ro sa s trad u c cio n e s q u e se h a n hec h o de es ta obra.

(100) P á g . 4 0 . —A cerca del efecto de u n a lá m in a de tu r m a lin a , c o r ta d a


p a r a le la m e n te á las aristas del p r is m a , sirv ie n d o , c u a n d o está c o n v e n ie n ­
t e m e n te situ ad a , p a r a e lim in a r en su to ta lid a d los r a y o s reflejados p or la
superficie d el m a r y m ezclados con luz q u e p r o v ie n e del escollo, Y . A ra -
g ó, Instrucciones de Ja B o n ita , Obras Com pletas , t. IX.

(1) P á g . 4G.— De la p o sib ilida d de d e te r m in a r los poderes refrin g e n te s


de los cuerpos, se g ú n su com posicion q u ím ica (in v estig ac io n e s a p lica d as
á las rela cio ne s del oxígeno y del ázoe en el aire atm osférico, con la pro-
p o rcio n del h id r ó g e n o en el a m o n ia c o y en el a g u a , co n el ácido carbó­
nico, el alcoliool y el d ia m an te) en B iot y A r a g o , Memoria sobre las afini­
dades de los cuerpos con respecto á la lu z , m a rz o 1806; Memorias matemáticas
y físicas del In stitu to, t. V I I , p. 327-346; H u m b o ld t, Memoria sobre las Re-
fraccionei astronómicas en la zona tórrida, en la Coleccion de Observaciones as­
tronómicas, t. f, p. 115 y 122.

(2) P á g . 46.— Esperiencias de A ra g o sobre el p o d e r refra ctivo de


los cuerpos diáfanos (del aire seco y del aire h ú m e d o ) p o r el d es p la z a ­
m ie n to de las f r a n ja s , en M o i g n o , R epertorio de Optica m oderna . 1847,
p. 159-162.

(3) P á g . 47.— P a r a e c h a r p or tie rra l a a serción d e A ra to , de q u e se ven


solam ente 6 estrellas en las P lé y a d a s , H iparco dice (ad A ra ti Phwnom. I,
p á g . 190 in Uranologio P etavii): «Una estrella se h a escapado á A r a to ,
p o r q u e si se m ira a te n ta m e n te á las P l é y a d a s , en u n a noche p u ra y sin
luna, se v e n en ellas 7 estrellas. S e g ú n esto , p arece e s tra ñ o que A talo,
en su descripción de las P lé y a d a s , h a y a dejado p a s a r esta eq uivocación
-¿le A r a t o , com o si el dicho de esto últim o e s tu v ie ra conform e con la r e a ­
lid a d .» [En los Catasterismos (atribuidos á E ra to ste n e s (XXIII) se lla m a á
JUerope la invisible icavafavfc . En cuanto á la rela ció n p re su m id a e n tre el
n o m b re de la estrella velada ( u n a h ija de A tla s) y los m ito s geográficos
q u e se h a lla n en la Merópides de Teopom pes,, ó con el gran continente Sa-
turnin'o de P lu ta rc o y la A t l á n tic a , V . H u m b o ld l, Exám en critico de la
H istoria de la G eogra fía , t. I, p. 160, 6 Ideler, Untersuchungen iiber den Ur-
sprung und die Bedeutung der Sternnamen, 1809 p. l í o . E n cu a n to a l a s p o ­
siciones a s tr o n ó m ic a s , V . Moedler, Untersuch. über die Fixsternsystem e,
2.a p a r t e , 185.8, p. 30 y '160, y B a ily en las Mem. o f the A stron . S o c.,
t. XIII, p. 33.

(4) P á g \ 47.— Idele r, Sternnamen, p. 19 y 2o.— «O bsérvase, dice A r a ­


g o , q u e u n a luz fuerte h a c e desap a re cer u n a luz débil colocada en su
p r o x im id a d . ¿Cuál p u ed e ser la causa? E s posible fisio ló g ica m en te q u e el
.sacudim iento c o m u n ica d o á l a re tin a p o r la lu z fuerte se e s tie n d a m a s
allá de los p u n to s q u e la luz fuerte h a h e r i d o , y q u e este s a c u d im ie n to
se c u n d a rio a b s o rb a y n e u tra lic e de a l g u n a m a n e r a el sacu d im ien to q u e
p r o v ie n e de la s e g u n d a y débil luz. P e r o sin e n t r a r en estas causas fisio­
lógicas, existe u n a causa d ire c ta q u e se p uede in d ic ar p a r a la d e s a p a ri­
ción de la luz d é b il; y es q u e los r a y o s qu e p r o v ie n e n de la g r a n d e no
h a n fo rm a d o s o la m e n te u n a im á gen lim p ia sobre la r e t i n a , sino que se
h a n d isp e rsad o ta m b ié n sobre to d a s las partes de este ó rg a n o , á causa de
las im perfecciones de tr a sp a re n c ia de la c ó r n e a .— Los r a y o s del cuerpo
br illa n te a , al a t r a v e s a r la c ó r n e a , o bran com o al a t r a v e s a r u n cuerpo
li g e r a m e n te d eslustrado. Lina p a r le de estos r a y o s con r e g u l a r i d a d r e ­
fractados, f o rm a n la im á g en m ism a de a; la o tra p a rte dispersada ilu m in a
la to ta lid a d de la r e tin a . E nto nc es es c u a n d o se p r o y e c ta sobre este fondo
lu m in o so la im á g e n del objeto ce rcano b. E sta ú ltim a im á g e n debe, p u es,
ó d esap a re cer ó deb ilita rse. P o r el dia, dos ca u sa s c o n t r i b u y e n al d e b ilita ­
m ie n to de las estrellas. U n a de estas cau sas es l a im á g e n perceptible de
de esta p a rte de la atm ó sfera co m p re n d id a en la dirección de la estre lla
(de la parte aé re a c o lo ca d a e n tre el ojo y la estrella) y sobre la cual viene
á p in ta rse la im ágen de la estre lla ; la o tra causa es la luz difusa q u e p r o ­
v ie n e de la dispersión q u e los defectos d é l a có rn e a im p r im e n á l o s ra y o s
q u e e m a n a n de todos los p u n to s de la a tm ó sfe ra visib le. P o r la noche, la s
capas atm o sférica s in te rp u e sta s e n tre el ojo y la e s tre lla h á c ia l a cual
se dirige la v ista, no o b ra n ; c a d a estre lla del firm a m e n to fo rm a u n a im á ­
g e n mas lim pia, pero u n a p arte de su luz s e .h a lla dispersa á ca u sa de la
.falta de d ia fa n e id a d de la có rne a. El m ism o r a z o n a m ie n to se aplica á u n a
s e g u n d a , te rc e r a ... m ilé s im a estrella. La re tin a se h a lla , p u e s , ilu m in a d a
en totalid ad p o r u n a luz d if u s a , p ro p o rc io n a l al n ú m e ro de e s ta estre lla
.y á su brillo. Concíbese por esto q u e la su m a de luz difusa, debilite ó
h a g a desap a re cer e n te r a m e n te la im a g e n de la estrella h á c ia la cual se
d ir ig e la v ista .» ( A r a g o , M anuscrito de 1 8 Í 7 ; A stron. p o p u l., t. I , p. 192­
196).

( 5 ) . P á g . 4 8 .— A r a g o , en el A n u a rio p a r a 1S42, p. 28 í , y en las


M em orias, t. X V , 1812, p. 750. ( S c h u m a c h e r 's A stron . N achr. , ir. 702).
« R e la tiv a m e n te á v u e s tra s c o n je tu ra s sobre la v isibilid ad de los satélites
de J ú p it e r , me escribe el doctor G a lle , m e h e ocupado en d e te r m in a r su
m a g n itu d p o r v i a de ev a lu a c ió n . H e d e s c u b i e r t o , c o n t r a lo q u e e s p e r a ­
ba , q u e estos .satélites no son de 5 .a m a g n itu d , sino de 6.a ó de 7.a á l o
m as. S o la m e n te el te rc er s a té lite , que es el m as b r illa n te , p a r e c ia i g u a ­
lar en es p len d o r á u n a estre lla c e rc a n a de 6 .a m a g n i t u d , que p o d ia
a u n d es cu b rir á sim ple vista á a lg u n a d ista n c ia de J ú p ite r . T e n ie n d o
en c u e n ta el efecto pro d u cid o por la v iv a lu z de J ú p i t e r , estimo q u e este
sa télite p are cería ta l vez de 5.a ó de 6.a m a g n itu d si estu v ie se aislado. E l
c uarto sa télite se e n c o n tr a b a en su m a y o r e lo n g ac ió n ; no o b s t a n t e , y o
no le co nsid ero su p e rio r á la 7 .a m a g n itu d . L os r a y o s de J ú p ite r no h u ­
b ie r a n im pedido á este sa té lite ser v i s i b l e , si h u b ie se escedido de esta
m a g n itu d . C o m parando A l d e b a r a n con la estre lla p ró x im a 6 de T a u r o ,
en do n d e se d istin g u e n c la r a m e n te dos estrellas s e p a ra d a s p or u n i n te r ­
valo de o ' y 2> h e a d q u irid o la ce rtez a de q u e p a r a n n a vista o r d in a r ia
los r a y o s de J ú p ite r se e s tie n d e n á a ' ó 6 ' p o r lo m enos.» E stas e v a lu a ­
ciones c o n v ie n e n con la s de A r a g o ; este cree asim ism o q u e los falsos-
r a y o s p u e d e n te n e r u n a estension doble p a r a a lg u n a s p erso n a s. Se sabe
a d e m a s q u e las d istan c ias m e d ia s de los cuatro satélites al centro de J ú ­
pite r s o n l ' o l / / , 2 1 5 7 / 7 , 4 1 42 u y 8 ' 1 6 /; . «Si supon em os q u e l a
im á g e n de J ú p ite r , p a r a ciertas v istas escepcionales , se d es p lie g a sola­
m e n te por r a y o s d e un o ó d e dos m in u to s de a m p litu d , no p are cerá i m ­
po sible q u e se a n de tiem po en tiempo percibidos los s a t é l i t e s , sin te n e r
n e c e s id a d de re c u rr ir al artificio de la am plificación. P a r a co m p ro b a r
esta c o n je tu r a , h e h e c h o con stru ir u n p eq u e ñ o an teo jo en el cual el ob­
j e t i v o y el o cular tie n e n poco m a s ó m enos el m ism o foco, y q u e , p o r lo
ta n to , no a u m e n ta . Este a nteojo no d e s tr u y e e n te ra m e n te los r a y o s di­
v e r g e n t e s , sino q u e red u c e co n s id e ra b le m e n te su lo n g itu d . E sto h a bas­
ta d o p a r a qu e u n s a télite , c o n v e n ie n te m e n te se parad o del p l a n e t a , 'l l e g a ­
se á ser v isible. El h e c h o h a sido com p ro b a d o p o r todos los jó v e n e s a s tró ­
n o m o s del O bservatorio.» (A ra g o en las Memorias, t. X V , 1 8 i2 , p. 7 'i l ) . —
P u é d e s e citar, com o un n o ta b le ejemplo del g r a d o de p en e tra c ió n q u e a l­
c a n z a la v ista de ciertos in d iv id u o s , y de la g r a n d e se n sib ilid ad de la r e ­
tin a , el caso de u n m a e stro sastre, lla m a d o Schcen , q u e m u rió en Bres-
la u en 1837, y acerca del cual el sábio y h á b il d irec tor del O b serv ato rio
de esta c i u d a d , B o g u s l a w s k i , me h a d ad o in te re sa n te s no ticias. «Se
^ a a d q u i ri d o l a certeza v a r ia s v e c e s , despues de 1820. p o r p r u e b a s
formales, q u e Schoen d istin g u ía los satélites d e J ú p i t e r , cu a n d o la n o c h e
estaba se re n a y sin lu n a . In d ic a b a e x a c ta m e n te l a posicion de e l l o s , y
pod ia hac erlo asim ism o d e v a r io s satélites á la v e z . C uando se le decia
q u e los falsos r a y o s de los a s tro s im p e d ía n á la s dem as p ersonas h a c e r
otro ta n to , Schcen m a n if e s ta b a su as o m b ro respecto de estos falsos r a y o s
tan fastidiosos p a r a los dem as. S e g ú n los v iv o s d eb a te s q u e se suscita­
b a n e n tre él y las perso n a s p rese n tes á estos e s p e r i m e n t o s , acerca d e la
dificultad de p e rc ib ir los s a t é l i t e s á sim ple v i s t a , fué preciso c o n v e n ir en
q u e , p a r a S c h o e e n , las estrellas y los p la n e ta s e s ta b a n desprovisto s de
r a y o s p ará sito s , y p a re c ía n com o sim ples p u n to s b rilla n tes . El te rc er
s a té l ite era el q u e él d is t in g u ía m ejor; ta m b ié n v e ia m u y b ie n el p r im e ­
ro h á c i a sus m a y o r e s d i s g r e s i o n e s , p ero no v ió j a m á s el s e g u n d o ni el
cuarto solo. C uando el estado d el cielo no e ra e n t e r a m e n te fa v o r a b le , lo s
sa télites le p a r e c ía n sim ples lín e as lu m in o sa s. J a m á s e n estos e s p e rim e n ­
tos le acaeció c o n fu n d ir á los sa télites con p e q u e ñ a s estrellas , sin d u d a
á causa d el centelleo de estas y de su luz m e n o s so se g a d a . A lg u n o s a ñ o s
a n tes de su m u e r t e , Schoen se m e q u e j a b a de la d e b ilid a d de su v is ta ;
sus ojos no p o d ía n y a d is tin g u ir l a s lu n a s de J ú p it e r ; asim ism o, cuand o
el aire esta'ba p u ro , no le pa re c ía n y a a isla d a m e n te m a s q u e com o d é b i­
les rasgo s de luz.» Los resu ltad o s de estas in d a g a c io n e s c o n c u e r d a n m u y
b ie n con lo q u e se sabe desde h ac e la rg o tiempo ac erca del brillo r e la ti­
v o de los sa télites de J ú p ite r; p o r q u e p a r a in d iv id u o s d o ta d o s de ó r g a n o s
ta n p erfectos y ta n s e n s ib le s , es p r o b a b le q u e el brillo y la n a tu ra le z a de
la luz tie n e n m a s efecto q u e la d istan c ia de los satélites al p la n e ta .
Schoen no v ió ja m á s el se g u n d o ni el cu a rto sa télite. El s e g u n d o es el
m a s p e q u e ñ o de todos; el c u a rto es , en v e r d a d , el m a s lejano y a u n el
m a s b r illa n te despues del tercero ; pero su color se oscurece p e rió d ic a ­
m ente , y es casi siem pre el m a s d éb il de los c u a tr o satélites. E n c u a n to
al tercero y al p r im e r o , q u e Schoen p e r c ib ía m a s fácil y f r e c u e n te m e n te
á simple v ista, el u n o (el tercero) es el m a s g r a n d e , el q u e de o rd in a rio
brilla m a s, y su luz es de un am arillo m u y d e t e r m in a d o ; el o tro (el p r i ­
m e ro ] d escuella a l g u n a s veces p o r el brillo de su v i v a lu z a m a r illa so b re
el tercer s a té l ite , por m a s q u e sea m u c h o m as p e q u e ñ o . (Mcedler,
A str o n ., 184G, p. 231-234 y 439). E n cu a n to á la cuestión de sa b er cóm o
p u n to s b rilla n te s tan le janos p u ed e n ser vistos bajo form a de r a y a s lu m i­
n o s a s , con sú lte se á S tu r m y A ir y en las Jtfemorias, t. X X , p. 764-7G6.

(6) P á g . 4 9 .— «La im á g e n dilatada d e u n a estrella de 7.a m a g n i t u d no


escita suficientem ente la r e ti n a , n i h ace n a c e r en ella u n a sensación a p re -
ciable de luz. Si la im á g en no estuviese dilatada (por r a y o s d iv e rg e n te s ), la
sensación te n d ría m as f u e r z a , y se v e r ía la estrella. La p r im e ra clase de
estrellas im perceptibles á sim ple v i s t a , no se ria y a entonces la s é tim a ;
p a r a h a l l a r l a , seria preciso tal vez d esce n d er entonces h a s t a la 12.a
C onsiderem os un g ru p o d e estrellas de 7 .a m a g n itu d , de tal m a n era ce r­
ca nas la s u n a s de las o t r a s , q u e los in te r v a lo s esca pan nec e s a ria m e n te á
la v is ta . S i la visión tuviese lim p ie z a , si la im á g e n de cada estrella fuese
m u y p e q u e ñ a y b ie n t e r m i n a d a , el o b s e rv a d o r p e rc ib iría u n campo de
l u z , e n el cual c a d a p u n to te n d ría el brillo concentrado de u n a estrella
de 7 .a m a g n itu d . El brillo concentrado de u n a estre lla de 7.a m a g n itu d ,
b a s ta p a r a l a p ercep ción á sim ple v ista. E l g r u p o se ria , pues, perceptible
á sim ple v ista. D ila tem o s a h o r a s ó b r e l a r e t i n a - l a im á g en de cada estre­
ll a del g ru p o ; ree m p lac em o s c a d a p u n to de la a n t i g u a im á g e n g en e ra l
p o r u n p e q u e ñ o c í r c u l o : estos círculos se e c h a r á n los u n o s so bre los
o t r o s , y los d iv e rso s p u n to s de la r e ti n a se h a lla r á n ilu m in a d o s p o r la
lu z q u e v ie n e sim u ltá n e a m e n te de v a r ia s estrellas. A poco q u e se r e ­
flexione so b re ello, se t e n d r á la e v id e n c ia de q u e , escepto sobre los bordes
de la im á g e n g e n e r a l, el a r e a lu m in o s a así esclarecida tie n e p r e c is a m e n ­
te , á c a u sa de la superposición de los c i r c u i o s , la m is m a intensidad q u e
en el caso en el cu a l cada es tre lla no ilu m in a m as que u n solo p u n to en
el fondo el ojo; pero si ca d a u n o de estos p u n to s recib e u n a luz igua l en
in te n s id a d á la luz c o n c e n tra d a de u n a estrella de 7.a m a g n i t u d , es claro
q u e la d ila ta ción de la s im á g e n e s in d iv id u a le s de las estrellas’c o n tig u a s ,
no debe im p e dir la visibilidad del c o n ju n to . Los instru m e n to s telescópicos
tie n e n , a u n q u e en u n g r a d o m u c h o m e n o r . el defecto de d a r ta m b ié n á
las estrellas u n diámetro sensible y fa cticio. Con estos in stru m e n to s, com o
a sim ple v ista , se deb e n , pues , p e rc ibir g r u p o s com puestos de estrellas
in feriores en intensidad á las q u e los m ism os an teo jo s ó telescopios h a ­
r ía n p erc ib ir a isla d a m e n te .» A r a g o . en el A n u a rio del B u r . de las Longi­
tudes p a r a el a ñ o de 1842, p. 2 8 i; A stron . P o p u l ., t. I, p. 186-192.

(7) P á g . 4 9 .— G uillerm o H ersch e ll en las P h ilo s. T ra n sa c. , for. 1803,


t. 93, p. 225, y f o r l 8 0 5 , t . 9 o , p. 184. V . ta m b ié n A r a g o en el A n ua rio
p a r a 1842, p. 360-374; A stron . P o p u l., I. 1, p. 364-371.

(8) P á g . 5 2 .— H u m b o ld t, R cla cio n h ist. del V ia je a la s Regiones equinoc.,


t. I, p. 92-97: y B o u g u e r, Tratado de O p tic a , p. 360 y 36o. V . ta m b ié n al
cap. B e e c h e y en el Manual o f scientific E n q uiry for the use o f the R . JSavy,
1S49. p. 71.

(9) P á g . 5 3 .— El pasaje de*A ristóteles citad o p o r B u f ó n , se h a l la en


u n lib ro en d o n d e ap e n as se h u b ie r a ido á b uscar; el libro de General.
A n im a l-, Y , I, p. 780, B e k k e r . H é a q u í su tr a d u c c ió n e x a c t a : « V er b ie n
es, por u n a p arte , v e r de lejos , y p o r o tra , es d is t in g u ir c laram e n te las
diferencias de los objetos percibidos. Estas dos facultades no se h a l l a n
siem pre re u n id a s en el mismo in d ividuo. P o r q u e el que p o ne su m a n o
por enc im a de los ojos ó m ira á través de un tubo, no está ni m a s ni m e ­
nos po r esto en estado de d is tin g u ir la s diferencias de colores , y no obs.
ta n t e , p o d rá v e r objetos situ ad o s á m u c h a s m a y o re s distancias. De a q u í
p r o v ie n e ta m b ié n q u e las personas colocadas en cavernas y cisternas vean alg u­
nas veces estrellas .» Qpvynava , y sobre todo <ppéava, son cisternas s u b te r r á ­
n e a s ó especies de silos n a tu ra le s es e a v a d o s p o r m a n a n tia le s. P u es bien:
e n Grecia, se g ú n el testim o n io o c u la r del profesor F r a n z , estas c a v id a ­
d es c o m u n ic a n con el aire y la lu z p o r u n pozo v e r t i c a l , y este pozo
se e n s a n c h a p o r d eb a jo com o el g o lle te de u n a botella. P lin io dice (1. II,
c. 14): « A ltitu d o cogit m inores v id e ri stellas; a fñ x a s ccelo Solis fu lg o r
i n t e r d i u n o n ee rn i, q u u m íeque ac n o e tu l u c e a n t : id q u e m a n if e s tu m fiat
defeetu Solis et p m a lt i s puteis.» Cleomedes (Cycl. T h e o r . , p . S3, B a k e ) , no
h a b l a de las estrellas vistas en pleno dia ; pero s u p o n e « q ue el S o l , v isto
desde el fondo de p ro fu n d a s c i s te r n a s , p a r e c e a u m e n t a d o á causa de la
o scuridad y de la h u m e d a d del aire.»

(10) P á g . 5 3 .— « W e h a v e o u rselv e s h e a r d it sta te d b y a e e le b ra ted


optieian, th a t th e ca rliest circ u m sta n c e w h i c h d r e w his a tte n tio n to as-
t r o n o m y , w a s th e r e g u la r a p p e aran e e , at a e e rta in h o u r , for se v eral
successive d a y s , of a co n sid erab le star, th r o u g h t h e s h a f t o f a c h i m n e y .»
J u a n H erschell, Outlines o f A s t r o n . , § 61. Los fu m ista s á q u ie n e s h e in ­
te r r o g a d o con este m o t i v o , h a n estado casi todos de ac u erd o en d e c ir
q u e no h a b í a n visto estrellas en pleno d i a , pero q u e d u r a n te la n o c h e
v e i a n la b ó v e d a d el cielo e n t e r a m e n te c e r c a n a , y q u e la s estrellas les
p a r e c ía n como a g r a n d a d a s . Me ab sten g o de to d a apre cia ción respecto á
la conexion de estas dos ilusiones. •

(11) P á g . 5 3 .— S a u ssu re , Viaje d io s A lp es, Tseufchátel, 1779, 4.°, t . I V ,


§ 2007, p - 199.

(12) P á g . 5 4 .— H u m b o l d t , Ensayo sobre la geografía de las Plantas,


p. 103, y V iaje a la s regiones equinocc., t. I, p. 143 y 248.

(13) P á g . 5 5.— H u m b o ld t en la Monatliclier Correspondenz z u r E rd -u n d


Ilim m els-Kunde, del b a ró n de Zach, t. 1, 18U0, p. 396 ; y e n el V iaje á las
regiones equinocc., t. I, p. 125: «Creía uno v e r p e q u e ñ o s co he te s lanzado s
a l a i r e ; P u n to s lu m i n o s o s , ele v a d o s 7 u 8 g r a d o s , p a re e ia n m o v e rs e
p rim e ro en se ntid o v ertical; despues se c o n v e r tia su m o v im ie n to en u n a
v e r d a d e r a oscilación h o r iz o n ta l. Estos p u n to s lu m in o s o s era n im á g en e s
d e varia s estrellas a g r a n d a d a s (en ap a rien c ia) por los v a p o r e s , y que
v o lv ía n al mismo p u n to del cu a l h a b i a n p a rtid o .»

(14) P á g . 5 5 .— El p rín cipe A d a lb e rto de P r u s i a , A us meinem Tagebu-


che, 1847, p. 213. El fenóm eno de q u e a q u í se t r a t a , ¿se re la c io n a r á con
la s oscilaciones de la P o la r , de 1 0 ^ á 12 , l de a m p litu d , que Carlini h a
« o ta d o v a ria s veces cuan do o b se rv a b a los pasos de la P o la r e o n a y u d a
d e l an teo jo m e rid ia n o de g r a n a u m e n to del observatorio de Milán?
Y . Z ach, Correspondencia astronóm. y geogr., t. I I , 1 8 1 9 , p. 84. Brandes-
a t r i b u y e esta aparien c ia á u n efecto de espejismo (G ehler's um gearb.phys-
Wcerterbuch, t. IV , p. 549). U n escelente o b s e r v a d o r , el corone l B a e y e r , .
h a visto ta m b ié n la luz e liotró pica p r e s e n ta r oscilaciones horizontales*

(15) P á g . 5 9.— En estos ú ltim os tiem pos, U y te n b r o c k h a d a d o d c o n o ­


cer los e m in e n te s servicios de C o n s tan tin o H u y g h e n s y sus co ndiciones
com o con stru c to r de in stru m e n to s ó ptic os, en su Oratio de fratribus
Christiano atque Constantino H u g e n io , artis dioptricce cu lto r ib u s , 183S.
V . ta m b ié n el sabio d ire c to r del o b se rv a to rio de L e y d e , el p ro fe so r
K aiser, en los S c h u m a c h e r ’s A stro n . N achr. , n ú m . 592 , p. 24G.

(1G) P á g . 59.— A ra g o en l a A stron . p o p u l., t. I , p. 181.

(17) P á g . 5 9 .— «H em os colocado estos g r a n d e s c r ista le s, dice D o m in ­


g o Cassini, u n a s veces so b re u n g r a n m á stil , otras sobre la torre de ma­
dera traída de Marly; los h e m o s pu esto . p o r fin , en u n tu b o m o n ta d o so­
b r e u n susten tá cu lo en fo rm a de escalera de tres c a r a s , lo q u e h a tenido
el éxito (en el d es cu b rim ie n to de los satélices da S a tu r n o ) q u e de ellos
h a b ía m o s e s p e r a d o .» ( D e la m b r e , H ist. d é l a Astronom . m oderna, t. II,
p. 785). L a l a r g u r a escesiva de estos in s tru m e n to s de óptica r e c u e rd a lo s
in stru m e n to s d é l o s A ra bes, los c u a r to s de círculo de 58 m etros de ra d io ;
el arco divid id o recib ía la im á g e n del S o i , c u y a lu z p e n e tr a b a por u n
a g u je rito r e d o n d o , á la m a n e r a de los g n o m o n e s. U n c u a rto de círculo
de este g é n e r o se h a b i a le v a n ta d o en S a m a r c a n d a ; e r a p ro b a b le m e n te
u n a im itación am p lifica d a del s e x ta n t e de 18.5 m e tro s de a ltu r a d e Al-
C h o k a n d i. Y . S éd illo t, Prolegómenos de las Tablas de Olugh Beigh , 1S47,
p. l v i i y c xxix.

(18) P á g . 59.— D ela m b re, H ist. d éla A stron . m od., t. II, p. 594. U n c a ­
p u c h i n o , S c h y r le v a n R h e ita , escrito r místico , pero m u y versado en las
m a te r ia s de óptica, h a b i a y a h a b la d o , en su Oculus Enoch et E lio e (X n t\ e v ^ .f
1645), de la p ró x im a posibilidad de co n stru ir anteojos q u e pro d u jese n un
a u m e n to de 4,000 v e c e s ; q u e r ía se rv irse de ellos p a r a e je c u ta r m a p as
m u y exactos d é l a L u n a . Y . ta m b ié n Cosmos, t. II, p. 572 n ú m . 48.

(19) P á g . 60.— Edinb. Encyclopcedia, t. X X , p. 479.

(20) P á g . 60.— S tru v e , Estudios de astron. estelar, 1847, no ta 59, p. 24


P o r m a s q u e y o h a y a a d o p ta d o en todas partes las m e d id a s fran cesas,
h e co n serv ad o e n el te x to las desig n ac io n es de 40 , 20 y 7 pies in g le s e s
p a r a las lo n g itu d e s de los telescopios de H erschell. No so la m e n te estas d e ­
signaciones son m a s c ó m o d a s , sino q u e h a n recibido t a m b i é n u n a espe­
cie de co n s a g ra c ió n h is tó ric a p or los g ra n d e s tr a b a jo s dei p a d re y del
h ijo en I n g la t e r r a , y en F e ld h a u s e n , en el cabo de B u e n a E s p e r a n z a .

(21) P a g . 61.— S c h u m a e h e r ‘s A slro n . N a ck r., n ú m s . 371 y 611. Cau-


ch o ix y L ereb o u rs h a n con stru id o ta m b ié n o bjetivos d e m a s de 34 c e n ­
tím etro s de d iá m e tro y de 7,7 m e tro s de foco.

(22) P á g . 62.— S t r u v e , Stellarum du plicium et m uU ip licium Mensura ?


micrometricce, p . 2-41.

(23) P á g . 6 3 .— A ir y h a des.crito y c o m p arad o r e c ie n te m e n te los p ro c e ­


dim ien to s q u e se h a n seg u id o en la co n stru c ció n de estos dos te les co ­
p i o s ; las p ro p o rc io n es de la l i g a , la fusión del m e t a l , los apa ratos de
p u lim en to y los a p a ra to s p a ra la in stala ció n de los espejos. V . A bst. o f
the Astron. S o c., t. IX, n ú m o ( m a r c h 1849). Léese en él lo s ig u ien te so­
bre los efectos del espejo de 6 piés de d iá m e tro ( 1 ,8 3 m . ) de Rose
(p. 120): «T he A s tr o n o m e r r o y a l (M. A ir y ) a l lu d e d to th e im p re ssio n
m a d e b y the e n o r m o u s lig h t of th e telescope; p a r t l y b y t h e m o d iñ c a tio n s
pro d u ce d in th e ap p e a ra n c e s of nebulse a l r e a d y ñ g u r e d , p a r t l y b y t h e
g r e a t n u m b e r of stars seen e v e n at a d is t a n c e f r o m th e M il k y W a y , a n d
p a r tl y from th e p r o d ig io u s b r illia n c y of Saturn. T h e a c c o u n t g iv e n b y
a n o t h e r a s tro n o m e r of th e a p p e aran c e o í Júp iter w a s , t h a t it rese m ble d a
c o a c h - l a m p i n t h e te lesco p e; a n d th is w e ll expresses th e b la z e of lig h t
w h i c h is seen in th e i n s t r u m e n t.» Y . ta m b ié n J u a n H e r s c h e ll, Outlines
o f A stron ., § 870: « T h e s u b li m ity of th e spectacle a ffo rd e d b y the m a g n i-
ñ c e n t reflecting telescope c o n s tru c te d b y lord Rosse of some of th e la r g e r
g lo b u la r clusters of nebulte is declared b y a l l , w h o h a ve w itn e s s e d it, to
be such as no w o r d s can express. T his te lescope has reso lv e d or r e n d e -
r e d re so lv a b le m u lt itu d e s of nebulse w h i c h h a d resisted all inferior
p o w e rs.»

(24) P á g . 63.— D elam bre , H ist. de la A str . m o d ., t. II. p. 2oü.

(2i>) P á g . 64. — S tr u v e , Mens. m icrom ., p. x l iv .

(26) P á g . 6 4 .— S c h u m a c h e r ‘s Jahrbuch für 1839, p . 100.

(27) P á g 6 í . — «La lu z atmosférica difusa no p u e d e esplicarse por el


reflejo de los r a y o s solares sobre la superficie de separació n de las ca­
p a s de diferentes densidades de las cuales se su pone está co m p u esta la
atm ó sfera. E n efecto : su p o n g a m o s colocado el Soi en el h o r iz o n t e ; las
superficies de separación en la d irección del cénit se ria n h o rizontales;
p o r co nsecuencia lo seria ta m b ié n la reflexión , y 110 v e r ia m o s n i n g u n a
lu z en el cénit. En el supuesto de la s c a p a s , n in g ú n r a y o n o s lle g a r ía
p o r efecto de u n a p r im e ra reflexión. U n ic a m e n te las reflexiones m ú l t i ­
ples p o d ria n obrar. A s í , p u e s , p a r a esplicar la lu z d ifu s a , es preciso
f ig u ra rse la a tm ó sfe ra com puesta de m o lé cu las (esféricas por ejemplo),
de la s cuales cada u n a d a u n a im á g e n del Sol a p r o x im a d a m e n te , como
las bolas de cristal que colocam os en los j a r d i n e s . E l aire pu ro es azu l,
p o r q u e se g ú n N e w t o n . las m o lécu las del a ire tie n e n el espesor q u e co n ­
v ie n e á la reflexión de los r a y o s azules. E s , p u e s , n a t u r a l q u e las p e ­
q u e ñ a s im á g e n e s del Sol q u e por to d a s p a rte s reflejan las m olé cu las esfé­
r ica s del aire, y que son la luz d if u s a , te n g a n u n tin te a z u l; pero este
a z u l no es azul puro, es un b la n co en el cua l p r e d o m in a lo azul. Cuando
el cielo no está e n te r a m e n te puro y el aire está m ezclado de v a p o r e s v i '
sibles, la luz difusa recibe m u c h o b la n co . Como la lu n a es a m a r illa , el
a z u l del aire es d u r a n t e la n o ch e u n poco v e r d o s o , es d e c ir , m ezclado
d e azul y de a m a rillo .» ( A r a g o , m anuscrito de 1347).

(28J P á g . 64.— Be uno de los efectos de los anteojos sobre la visibilidad de


las estrellas. (C arta de A r a g o á de H u m b o ld t, en Dic. de 1847).

« E l ojo no está d o ta d o m a s q u e de u n a s e n sib ilid a d circ u n scrita , li­


m it a d a . Cuando la lu z q u e h ie re la r e t i n a no tie n e b astan te in te n sid a d ,
no siente n a d a el ojo. S u c e d e q u e por u n a falta de in te n sid a d m u c h a s
e s tre lla s, a u n en las n o ch e s m a s p r o fu n d a s , escapan á n u e s tra s o b se rv a ­
ciones. Los an te o jo s tie n e n p o r efecto, en cuanto á las estrellas, a u m e n ta r
la in te n s id a d de la im á g e n . E l h a z cilindrico de r a y o s p ara lelo s que v ie ­
n e de u n a e s tre lla , y q u e se a p o y a so b re la superficie d el le n te objeti"
v o te n ie n d o es ta superficie p o r base, se h a l la estre cha do c o nsiderable­
m e n te á la salida p o r el le n te o c u la r . E l d iá m etro del p r im e r cilindro es
a l d iá m e tro del se g u n d o , com o la d istan c ia focal del o b je tivo es á la
d ista n c ia focal del o c u la r , ó bien, com o el diá m etro del objetivo es al
d iá m e t r o de la p a r te de ocu lar q u e ocupa el h a z e m erg en te . Las in te n si­
d ad e s de lu z en los dos cilindros en cuestión (en los dos cilindros inci­
d e n t e y e m e rg e n te ) d eb e n ser entre sí com o las estensiones superficiales
d e las bases. A si la luz e m e r g e n te se rá m a s co n d e n sa d a, m a s intensa
q u e la lu z n a t u r a l q u e cae sobre el objetivo, en la relación de la superfi­
cie de este o b je tivo á la superficie circular de la base del h a z em ergente.
E l h a z e m e rg e n te , cu a n d o el anteojo a u m e n ta , siendo m a s estrecho que
el h a z cilindrico q ue cae so b re el o b je tivo, es e v id e n te q u e la pupila,
c u a lq u ie ra q u e sea su a b e r tu r a , rec o g e rá mas r a y o s p o r el in te rm edia rio
del an te o jo q u e sin éste. E l an teo jo a u m e n ta r á , p u e s , sie m p re la i n te n ­
sidad de l a lu z de las estrellas.
»E1 caso m a s f a v o r a b le , en c u a n to a l efecto de los a n t e o jo s , es e v i ­
d e n te m e n te a q u e l en el cual el ojo recibe la to ta lid a d del h a z e m e r g e n t e ,
el caso en el c u a l este haz tiene m enos d iá m e t ro q u e la p upila . E n to n c e s
to d a la luz q u e el objetivo a b r a z a , c o n c u r r e , por m e d ia c ió n del te le s c o ­
pio , a la f o rm a c io n de la im á g e n . A sim ple v i s t a , p o r el c o n t r a r i o , t a n
solo se a p r o v e c h a u n a p a r te de esta luz: es la p e q u e ñ a p o rc io n q u e la su ­
perficie de la p u p ila rec orta en el h a z inc idente n a t u r a l. L a in te n s id a d
de la im á g e n telescópica de u n a e s tre lla es , p u e s , á la in te n s id a d de la
im á g e n á la sim ple v ista, com o la superficie del o b je tiv o es á l a de l a
pu p ila .
»Lo q u e p recede es re la tiv o á la visib ilid a d de u n solo p u n to , de u n a
sola estrella. V e n g a m o s á la o b s e rv a c ió n de un o bjeto q u e te n g a d im e n ­
siones a n g u la r e s s e n s i b l e s , á la o b se rv a ció n de u n planeta. E n los c a so s
m as f a v o r a b le s , es d e c ir , cu a n d o la p u p ila recibe la to ta lid a d del p in c e l
e m e rg e n te , la in te n s id a d de la im á g e n d e 'e a d a p u n to del p la n e ta se c a l­
c u l a r á por la p ro p o rc io n q u e a c ab a m o s de d a r. La c a n tid a d to ta l de la
luz q u e c o n c u rre á fo rm a r el co nju n to de la im á g e n á sim ple v is ta , se rá ,
p u es, ta m b ié n á la c a n tid a d to ta l de la lu z q u e f o rm a la im á g e n del p l a ­
n e ta con a y u d a d e u n a n te o jo , com o la superficie de la p u p ila es a la del
o bjetivo. Las in te n sid a d e s c o m p a r a tiv a s , n o y a de p u n to s aislados, sino
de las dos im á g e n e s de u n p la n e ta q u e se fo rm a n so b re la r e tin a á sim ple
v i s t a , y p o r el in te r m e d ia r io de u n an te o jo deben e v i d e n te m e n te dism i­
n u ir p ro p o rc io n a lm e n te á la s estensiones superficiales de estas dos im á ­
g en e s. L as d im e n sio n e s lineales de la s dos im á g en e s son en tre sí como
el d iá m etro del objetivo es al d iá m etro del h a z e m e r g e n te . El n ú m e ro
de veces q u e la superficie de la im á g e n a m p lia d a so b rep u je á la superfi­
cie de la im á g e n á sim ple v i s t a , se o b te n d rá , p u e s , d iv id ie n d o el c u a d r a ­
do del d iá m e tro del ob je tiv o p o r el c u a d r a d o del d iá m e tro del h a z e m er­
g e n te , ó bie n l a superficie del o b je tivo p o r la de l a base circ u la r d el h az
e m e r g e n te .
«H em os y a obtenido la relación de las c a n tid a d e s totales de luz q u e
e n g e n d r a n las dos im á g en e s de u n p l a n e t a , d iv id ie n d o la superficie del
objetivo p o r la superficie de la p u p ila . Este n ú m e ro es m e n o r q u e el
cociente, al cual se lle g a d iv id ie n d o la superficie d el o b je tiv o por la s u ­
perficie del h a z e m e r g e n te . R e su lta de e s to , en cu a n to á los p la n e ta s ,
q u e u n an teojo h ac e g a n a r m en os en in te n sid a d de l u z , q u e lo q u e h a c e
p e rd e r a g r a n d a n d o la superficie de las im á g e n e s sobre l a r e t i n a ; l a in ­
te n sid a d de estas im á g e n e s d ebe, pues, ir c o n t in u a m e n te debilitánd ose á
m e d id a que el p o d e r am plificativ o del a n te o jo ó del telescopio acrece.
»La atm ó sfera p u e d e ser c o n s id e ra d a com o u n p la n e ta de d im e n sio ­
nes indefinidas. La parte de ella q u e se v e r á nn u n an te o jo sufrirá, p ues,
t a m b ié n la l e y de deb ilita m ie n to que ac aba m os de indic ar. La relación
e n tre la in te n sid a d de la luz de u n p la n e ta y el campo de luz atm o sférica
á tr a v é s de la cual se la v e r á , será el mismo á sim ple v is t a y en los a n ­
teojos de todo s los a u m e n to s , de todas las dim ensiones. Los anteo jos,
ba jo la relación de la i n t e n s i d a d , no f a v o rec en , p u e s , la visib ilid a d de
los p la n e ta s .
«No sucede lo m ism o con las estrellas. L a in te n sid a d de la im á g e n de
u n a estrella es m a s fuerte con u n anteojo q u e á sim ple vista: p or el c o n ­
tr a r io , el campo de la v i s i ó n , u n if o rm e m e n te alu m b ra d o en los dos ca­
sos p o r la lu z atm o sférica es m a s claro á sim ple v ista q u e con el anteojo.
H a y , p u e s , dos r a z o n e s , sin salir d e las co n sideracio nes de in te n sid a d ,
p a r a q u e en u n a nteojo la im á g e n de la estre lla p re d o m in e sobre la de la
atm ósfera y n o ta b le m e n te m a s q u e á sim ple vista.
»Este p re d o m in io debe ir g r a d u a lm e n t e a u m e n ta n d o con el e n g ru e sa-
rniento. E n efecto, h e c h a abstra cc ió n de cierto a u m e n to de d iá m etro de
l a e s t r e l l a , consecuen cia de d iversos efectos de difracción ó de interferen­
cias, ab stra cc ión h e c h a ta m b ié n de u n a reflexión m a s fu erte q u e sufre la
lu z sobre las superficies m a s o blic u as de lo s oculares de focos m as cortos,
l a in te n sid a d de la luz de la estrella es c o n s ta n te , en ta n to q u e la a b e r ­
t u r a del o b je tiv o no ca m bie . Como se h a v isto , la c la r id a d del cam po
del an teojo, por el co n tra rio , d ism in u y e sin cesar á medido que acrece el
p o d e r am plificativo. A s í , p u e s , q u e d a n d o ig u a le s to d a s las dem ás c ir­
c u n s ta n c ia s , u n a estre lla será ta n to m a s v i s i b l e , y su p re d o m in io sobre
la lu z del c a m p o del telescopio será ta n to m a s lim ita d a m ie n tras se h a g a
uso de u n a u m e n to m a s fu e rte .» (A rag o , A stron. p o p u l., t. I, p. 186-18S,
y p. 197-198).— E stracto ta m b ié n lo q u e s ig u e del A n u a rio del B u r . de
las Long. para 1846 (Datos científicos por A ra g o ), p. 381: «La esperiencia
h a en s e ñ a d o q u e p a ra el c o m ú n de los h o m b r e s , dos espacios a lu m b ra d o s
y co n tig u o s no se d istin g u e n el u n o del otro , á m en os q u e sus in te n s i­
d ad e s co m p a ra tiv a s no p re se n te n , e n el m ín i m u m , u n a d iferencia de 4/ 60.
C u a n d o u n a nteojo está v u e lto h á c ia el f i r m a m e n t o , su cam po p are ce
i lu m in a d o u n ifo rm e m e n te : es p o r q u e entonces existe, en u n p la n o q u e
p a s a por el foco y p e rp e n d ic u la r al eje d el o b j e t i v o , u n a im á g e n indefi­
n i d a de la r e g ió n a tm o sférica h á c ia la c u a l está d irig id o el an teo jo . S u ­
p o n g a m o s que u n a s t r o , es d e c i r , un objeto situ ad o b a s ta n t e m as allá
de la a t m ó s f e r a , se h a l la en l a dirección del a n t e o jo : su im á gen no será
v isib le m ie n tr a s q u e no a u m e n te 1/ 60, p o r lo m e n o s , la in te n sid a d de
l a p a rte de la im á g e n focal in de finid a de la atm ó sfera, sobre la cual
i r á á colocarse su p r o p ia im á g e n lim ita d a . Sin e s t o , el cam po v is u a l
c o n tin u a r á p arecien do p o r to d a s parte s de la m is m a intensidad.»’

(29) P á g . 66.— P o r p r im e ra vez h a pu b lic ad o A ra g o su te o ría del


centelleo en u n apéndice al 4.° lib ro de m i V iaje á las Regiones equinoccia-
íes, t. I, p. 623. Me considero feliz con p o d e r e n r iq u e c e r el capitulo r e ­
la tiv o á l a v isió n n a t u r a l y te lescópica con las a c la ra cio n e s siguiente s,
la s cuales rep ro d u z c o tc stu a lm e n te .

De las causas del centelleo de las estrellas.

«Lo q u e es m as de n o ta r en el fenóm eno del centelleo, es el cambio


de color. E s te cam b io es m u c h o m a s fre c u e n te de lo q u e i n d í c a l a o b se r­
v a c ió n o r d in a r ia . E n efecto, a g ita n d o el a nteojo, se trasfo rm a la im á g e n
e n u n a lín e a ó u n c í r c u l o , y to d o s los p u n to s de esta lín e a ó de este
círc u lo ap a rece n de d iferen tes colores. C u ando se deja el a n teojo in m ó ­
v i l , se v e la r e s u lta n te de la superposición de to d a s estas im á g e n e s. Los
r a y o s q u e se r e ú n e n en el foco de u n le n te , v ib r a n de ac u e rd o ó en d e s­
a c u e r d o , se a u m e n ta n ó se d e s tr u y e n , se g ú n q u e las capas p o r ellos
a t r a v e s a d a s tie n e n ta l ó cu a l r e f rin g e n c ia . E l co n ju n to de los r a y o s r o ­
j o s p u e d e d e s tru irse solo, si los d é l a d ere ch a y de l a i z q u i e r d a , y los de
a r r i b a y d e ab a jo h a n a tra v e s a d o m e d io , i g u a l m e n t e refrin g e n te s. H e ­
m o s d icho s o lo , p o r q u e l a d ife r e n c ia de r e f rin g e n c ia q u e c o rre sp o n d e á
l a d e s tru c c ió n del r a y o ro jo , n o es l a m ism a q u e a c a rre a la destru c ció n
d e l r a y o v e r d e , y r e c íp ro c a m e n te . A h o r a b ie n : si los r a y o s rojos so n
d e s tru id o s, lo q u e q u e d a se rá el b la n co m e n os el rojo, es decir, el v e r ­
de. Si, p o r el c o n tra rio , el v e r d e es d e s tru id o p o r interferencia , la i m á ­
g e n será del blanco m e n o s el v e r d e , es decir, del rojo. P a r a esplicar p o r
q u é los p la n e ta s de g r a n d iá m e tro no ce n te lle an ó c e n te lle a n m u y poco,
es preciso a c o r d a r s e de q u e el disco p u ed e ser co n sid erad o com o u n a
a g r e g a c i ó n de estrellas ó de p u n tito s q u e ce n te lle an a i s l a d a m e n t e ; pero
la s im á g en e s de diferentes colores q u e d a r ia c a d a u n o de estos p u n to s,
to m a d o a i s l a d a m e n t e , o b r a n d o las u n a s so b re la s o t r a s , f o rm a ría n el
b la n c o . C u a n d o se coloca d i a f r a g m a ó u n ta p ó n a t r a v e s a d o p o r u n a g u ­
je ro sobre el objetivo de u n an te o jo , las estrellas a d q u i e r e n u n disco
r o d e a d o de u n a série de a nillos lu m in o so s. Si se h u n d e el o cu lar, el disco
d e l a es tre lla a u m e n t a en d iá m e t r o y. se p ro d u c e e n su cen tro u n a g u ­
je r o oscuro; si se h u n d e m as, u n p u n to lu m in o so s u s t itu y e a l p u n to n e ­
g r o . Un n u e v o h u n d im i e n to da lu g a r á u n centro n e g r o , etc. T o m e m o s
el a n te o jo c u a n d o el ce n tro de la im á g e n es n e g r o , y dirijá m o sle á u n a
e s tre lla q u e n o cente lle a: -el ce n tro q u e d a r á n e g r o , com o lo e s ta b a an tes.
Si se d ir ig e el a nteojo, p o r el c o n tra rio , á u n a estre lla q u e c e n t e l l e a , se
v e r á el centro de la im á g e n lu m in o s o y oscuro p or in te r m ite n c ia . E n la
po sic io n e n l a cu a l el ce n tro d e l a im á g e n e s tá o cu p a d o p o r un p u n to l u ­
m in o s o , se v e r á á este p u n to d esap a re cer y re n a c e r s u c e s iv a m e n te . E s t a
d esa p a ric ió n ó r e a p a ric ió n d el p u n to c e n tra l es la p r u e b a d irecta de la
interferencia v a r ia b le de los r a y o s . P a r a concebir b ie n la a u sen c ia de luz
en el centro d e estas im á g e n e s d i l a t a d a s , es preciso te n er e n c u e n ta q u e
los r a y o s refra cta d o s con re g u la rid a d por el objetivo no se re ú n e n y no
p u e d e n , por c o n s ec u en cia, interferir m a s que en el f o co : p o r ta n to ,
la s im á g e n e s d ila ta d a s q u e estos r a y o s p u e d e n p ro d u c ir, q u e d a r ia u
siem pre lle n as (sin a g u je ro ). Si en d e te r m in a d a posicion d el ocular se
p r e s e n ta u n a g u je r o en el centro de la im á g e n , es p o rq u e los ra y o s r e ­
f r a c ta d o s con r e g u la r i d a d interfieren con los r a y o s difractados sobre los
b o rd es del d ia f r a g m a circ u lar. El fenóm eno no es c o n s t a n t e , p o rq u e los
r a y o s q u e interfieren en un m o m e n to d ad o , no interfieren u n m o m e n to
d e s p u e s , c u a n d o h a n a tra v e s a d o capas atm osféricas c u yo p o der r e f rin -
g e n te h a v a r ia d o . H állase en esta es p e rie n c ia la p ru e b a m anifiesta del
p ap el q u e j u e g a en el fen ó m e n o del centelleo la d esigual r e f ra n g ib ilid a d
de las capas atm osférica s a tra v e sa d a s p o r los r a y o s cuyo h a z es m u y e s­
tr e c h o .
«R e su lta de estas consideraciones que la esplicacion de los centelleos
no pu ed e referirse m a s q u e á los fen ó m e n o s .de las interferencias lu m in o ­
sas. Los ra y o s de las estrellas, d esques de h a b e r a tra v esa d o u n a a tm ó s f e ­
ra en d o n d e existen capas d e s ig u a lm e n te calientes, d es ig u alm en te d e n ­
sas, d e s ig u alm en te h ú m e d a s , v a n á reu n irse en el foco de un len te p a ra
f o r m a r allí im á g e n e s de i n te n s id a d y de colores p e r p e tu a m e n te m u d a ­
bles, es decir, im á g e n e s tales com o las p re s e n ta el centelleo. E xiste ta m ­
b ié n centelleo f u e r a del foco de los a n teo jo s . Las esplicaciones pro p u esta s
p or Galileo, Scalíg ero, K eple ro , D escartes, H o o k e , H u y g h e n s , N e w t o n y
J u a n M ichel, q u e y o he e x a m in a d o en u n a m e m o ria p r e s e n ta d a al Ins­
tit u to en 1S40 (Memorias , t. X , p. 83), son in a d m isib les. T o m á s Y o u n g , á
q u i e n debem os las p r im e ra s le y es de las inte rfe re n cia s, h a creído in e s-
plicable el fenóm e no del centelleo. L a falsedad de la a n t ig u a explicación
p o r v apores q u e re v o lo te a n y se m u d a n , e s tá y a p r o b a d a por la c irc u n s­
ta n c ia de q u e vem os el centelleo de los ojos, lo q u e s u p o n d r ia u n a m u ­
ta c ió n de u n m in u to . L as o n d u la cio n e s de los b o rd es del Sol son de 4 "
á o 1' y tal vez piezas q u e fallan, lu e g o ta m b ié n efecto de la in te rfe re ncia
de los r a y o s .» (E xtracto de los manuscritos de Arago, lo 47.)

(30) P á g . G7.— A ra g o , en el A n u a rio p a r a 1831, p. 168.

(31) P á g . 6 8 .— A ristóteles, de Ccelo, lí, 8, p. 290. B e k k e r .

(32) P á g . 68.— Cosmos, t. II, p. 314. -

(33) P á g . 6 9.— Causee scintillationis, en K eplero, de Stella nova in pede


Serpentarii, 1606, c. 18, p. 92-87.

(34) P á g . 6 9 . — C arta de G arcin, d octor en M edicina, á de R é au m u r,


en la H ist. de la Academ ia real de Ciencias, año 1743, p. 28-32.
(35) P á g . 71.— Ilu m b o ld t, Viaje á las Regiones equinocc., t. 1, p. o l í y
'5 12; t. II, p. 202-208, y Cuadros de la naturaleza , 3 . a edición, 1851, t. I,
p. 2o y 217 de la trad. francesa. «En A r a b ia , dice G arcin, lo m ism o q u e
en B e n d e r - A b a s s i, p u e rto fam oso d e l golfo P é rsic o , el aire está p e rfe c ta ­
m e n te se re n o casi todo el a ñ o . P a sa la p r im a v e r a , el v e r a n o y el otoño
sin que allí se v e a el m e n o r rocío. E n estas m ism as es taciones, todo el
m u n d o d u e r m e al aire so bre lo alto de las casas. C u a n d o se está a c o s ta ­
do de tal su e rte , no es posible ap re cia r el placer q u e se tiene en c o n t e m ­
p la r la b e lle z a del ciclo, el brillo de las estrellas. E s u n a luz p u r a , firm e
y r e sp la n d e c ie n te , sin cen telleo . T an solo á m e d ia d o s del in v ie r n o , a u n ­
q u e m u y débil, se apercibe allí el centelleo.» G arcin, en la H ist. de la Aca­
demia de Ciencias, 1743, p. 30.

(36) Pág-. 71 — A propósito de las ilu siones q u e p r o v ie n e n de la p r o ­


p a g a c ió n s u c e siv a del so n ido y de l a luz, dice B a co n : « A tq u e h o c c u m
sim ilibus nob is q u a n d o q u e d u b ita tio n e m p e p e rit p l a ñ e m o n stro sa m ; vi-
delicet, u tr u m cceli serení et stellati facies ad idem tem pus c e r n a tu r ,
q u a n d o v e re existit, a n p o tiu s a liq u a n to post; et u t r u m n o n sit (q u ate -
n us a d v isu m coelestium) non m in u s te m p u s v e r u m et te m p u s v is u m ,
q u a m locus v e r u s et locus v isu s , qui n o ta tu r ab a s tro n o m is in para llax i-
b u s. A d eo in e re d ib ile nob is v id e b a tu r , species siv e ra d io s c o rp o ru m coe­
le s tiu m , p e r ta m im m e n s a spa tia m illia riu m , s ú b ito deferri posse a d
visum ; se d p o tiu s d e b e r é eas in te m p ore a liq u o n o ta bili d elab i. Y e r n m
illa dub ita tio (q u o a d m a ju s a liq u o d i n t e r v a llu m tem p oris in te r te m p u s
v e r u m et v isu m ) p o ste a p la ñ e e v a n u it, r e p u ta n tib u s n o b is ...» The W orks
o f Francis Bacon, t. I, L o n d . 1740 ( N ovum O rganun ) , p. 371. V u e lv e e n ­
s e g u id a sobre sí m ism o, com o todos los a n t ig u o s , y r e c h a z a la s v e r ­
d ades tan claras q u e a c a b a apenas d e e s p o n e r.— V . S o m erv ílle , the
Connexion o f the Physical Sciences, p. 36, y Cosmos, t. I, p. 1 ÍO.

(37) P á g . 71.— V é a se la exposición del m é to d o de A ra g o en el A nua­


r io d e lB u r . de las Longitudes p a r a 1 8 4 2 ,
p. 337-343. «La o b s e r v a c ió n
a te n ta de las fases de A lgol en seis m eses de i n te r v a lo s e r v ir á p a r a d e ­
t e r m in a r d ir e c ta m e n te la v e lo cid a d de la lu z de es ta estre lla . Cerca d e l
m á x im u m y del m ín i m u m , el cam bio de in te n s id a d se ob ra le n ta m e n te ;
es, por el co n tra rio , rápido en ciertas épocas in te r m e d ia s e n tre las q u e
correspo nden á los dos estados estreñios, c u a n d o A lg ol, bien d is m in u ­
y e n d o , bien a u m e n ta n d o en brillo, pasa p o r la te rc e r a m a g n itu d .»

(38) P ág . 72.— N e w to n , O pticks , 2 .a edició n, (L ond. 1718), p. 325:


« L ig h t m o v e s from the S u n to us 7 or 8 m in u tes of tim e.» N e w to n com ­
p a r a la v elo cid a d de la luz á la del sonido (370 m etros por se g u n d o ).
Como ad m ite , se g ú n las o b se rv a cio n e s de los eclipses de los sa télites de
tom o ni. ."O
J ú p ite r (la m u e rte de este g r a n h o m b r e precedió unos 6 meses al descubri­
m ie n to de la a b e r ra c ió n po r B ra d le y ) que la luz v iene del Sol a la T ierra’
e n 7' 3 0 " , rec o rrien d o asi u n espacio q u e e v a lú a en 70 m illones de millas
in g le sa s, dedúcese de aq u í q u e la velo cid a d de la luz seria de 155,555
s /9 de m illas inglesas por se g u n d o . L a r e d u c c ió n de estas m illas á millas
g eo grá fic as de l o al g r a d o del E c u a d o r p r e s e n ta a l g u n a in c e rtid u m b re ,
s e g ú n que se a d m ita ta l ó cual e v a lu a c ió n de las d im e nsione s del globo
te rr e s tre . La m illa in g le sa v a le 5,280 pies ing le se s o l , 6 0 9 m f 31,449. Si
s e a d m ite n los resu ltad o s de Bessel p a r a el elipsoide te rrestre ( Éfém ér . de
B e rlín p a ra 1S52) se h a lla con los datos de N e w to n , u n a v e lo cid a d de
3 3 ,7 9 6 m illas g eo grá fic as, ó de 25,034 m iriá m etro s. P e ro N ew to n supo ­
n ía el p ara laje del Sol de 1 2 " . Calculand o con el v e r d a d e r o p a ra la je de­
te r m in a d o por E n k e , s e g ú n los pasos de V é n u s , á saber, 8 " , 57,11G, la
d is ta n c ia r ec o rrid a r e s u lta m a y o r de lo q u e N e w to n h a b ia supuesto, y
s e h a l la n 47,232 m illas g eo gráficas ó 35,048 m iriám etros: es decir u n a v e ­
lo c id a d m u y fuerte, m ie n tr a s q u e e r a m u y débil h a c e un m o m e n to . U n
h e c h o m u y n o ta b le, q u e p or lo d em ás se h a esca pado á D elam bre ( H is í .
de la A stronom ía moderna, t. II, p. 653), es q u e los 7' 3 0 " a s ig n a d o s p or
N e w to n al tiem po q u e la luz ta r d a en lle g a r del Sol á la T ierra, se a c e r ­
c a n m u c h o á la v e rd a d ; el e r r o r es so la m e n te de 4 7 ';, m ie n tra s q u e los
d e m á s a s tró n o m o s a d o p ta b a n e v a lu a c io n e s co m p letam e n te ex a g e ra d a s.
D espues del d e s c u b rim ie n to de Roemcr, en 1675, h a s ta el principio del
siglo XV11I, estas ev a lu a c io n e s h a n oscilado en tre l i r a y 14m 10 s . Sin
d u d a la de N e w to n e s ta b a b a s a d a sobre o bse rv a cio n e s inglesas m a s r e ­
cien te s del p r im e r sa télite. L a p r im e ra m e m o r ia en la cua l Roemer, d is­
c ípulo de P ic a r d , h a co n s ig n ad o su d es c u b rim ie n to , d ata del 22 N ov iem b re
1675. H ab ia descu b ie rto , por 40 in m e rsio n es y em ersiones de los satéli­
tes de J ú p it e r , «un r e ta rd o de luz de 22 m in u to s p ara el in te rv a lo q u e es
d o b le del q u e existe desde a q u í al Sol» (Memorias de la A c a d ., 1666-1699,
t. X , 1730, p. 400). Cassini no n e g ó el h ec h o del reta rdo; pero puso en
d u d a el v a l o r in d ic a d o , por la ra z ó n , c o m p le ta m e n te e r r ó n e a por lo de­
m á s, de q u e c a d a satélite d a un re su lta d o diferente. Diez y siete año*
desp u es q u e Roemer salió de P a rís, D u -H a m el, secretario de la A c a d e ­
m ia , a d m itia de 10 á 11 m in u to s refiriéndose en todo á Roemer (Regia*
Scienliarum Á ca dem ix H istoria, 1698, p. 145); pero sabem os, por P ed ro
H o r r e b o w ( Basis Astronomía} sive triduu m Ram erianum , 1735, p. 122-129],
q u e Roemer q u e r ia p u b lic ar en 1701, seis a ñ o s a n tes de su m u e rte , u n a
ob ra sobre la velo cid a d de la luz, y q u e sostenía f in n e m e n to su prim er
n ú m e ro de l i r a . Lo m is m o sucede con H u y g h e n s ( Tract de Lum ine, c. J,
p. 7). Cassini procede de o tra m a n e r a : h a l la 7m 5 s p a r a el p rim e r s a té ­
lite, 14ra 12 s p ara el s e g u n d o , y a d m ite , en sus tablas, 1 ira IQ s pro p e­
ragrando diam etri semissi. El erro r ib a pues a u m e n ta n d o ( V . H o rreb o w ,
T riduum , p. 129; Cassini, Hipótesis y Saielites de Júpiter en las Mem. de la
A c a d ., 1666-1699, t. Y II, p. 435 y 47o; D elam bre, Ilist, de la Astron .
m od., t. II, p. 751 y 782; Da H a m e l, F ísica , p. 435.

(39) Pág-. 7 2 . — D elam b re, H ist. de la A stron . mod. t. 1!, p. 053.

(40) Pág-. 7 2.— R edu clion o fB r a d lc ifs observations at Kew and W ansled,
1836, p. 22; S c h u m a c h e r ‘s A stron . N a chr, t. X III, 1836, n .° 309; M is-
cellaneous Works and Correspondence o f the R e v . James Bradleij b y prof. R i-
g’au d , Oxford, 1832. P a r a las teorías de la a b e rra ció n basadas sobre la
hipótesis de las ondulaciones del éter, V . D oppler, en los A bhandl. der
líónigl. bohmischen Gesellschaft der W issenschaften, 5 . a serie, t. III, p. 74 5 ­
765. H é a q u í u n h ec h o capital para la histo ria de los g r a n d e s d e s c u b r i­
m ie n to s astronó m icos. Mas de medio siglo an tes d e q u e B r a n d l e y h u b i e ­
se descub ierto la esplicacion y la l e y de la a b e rra ció n de las fijas, P ie a rd
h a b ia o b se rv a d o m u y p ro b a b le m e n te desde 1G67, q u e las declin a cio n es
de la P o la r p r e s e n ta b a n u n a v aria ció n perió d ica de cerca de 2 0 ” , *de la
cual no p o d ia n d a r cu e n ta el p a ra la je ni la refracción, y q u e p a re c ia
sufrir cam bios m u y re g u la re s de u n a estación á o tra» . D elam bre, (H isf.
de la A stron . m od., t. II, p. 616). P ic a rd es taba p u es en el cam ino q u e
d eb ia co n d u c ir al d escubrim ie nto de la velo cid a d de la lu z d irec ta, a u n
a n te s de q u e su discípulo Roemer h ubie se dado á c o n o c e r l a velocidad de
Ja luz reflejada.

(41) P á g . 72.— S c h u m a c h e r 's Astron. N a ch r., t. X X I, 1844, n . ° 4 8 4 ;


S tr u v e , Estudios de A stron . estelar, p. 103 y 107. ( Y . ta m b ié n Cosmos, 1.1,
p. 139). En el A n u a rio p a r a 1842, p. 287, la v elo cid a d de la lu z está e v a ­
lu a d a en 30,800 m iriá m etro s (77,000 le g u a s de 4,000 m e tros por s e g u n ­
do). E sta ev a lu a ció n es la q u e se acerca mas á la de S tru v e . L a v e lo c id a d
d e te r m in a d a en el o b se rv a to rio de P u l k o v a es, en efecto, de 30,831 m i ­
riám etros. Eu cu a n to á la diferencia, su p u e sta p o r u n m o m e n to , en tre la
v e lo c id a d de la luz de la P o la r y de su c o m p a ñ e ra , y á las d u d a s q u e
S tr u v e m ism o h a m anifestado con njotivo de sus p rim e ra s c o n c lu sio n es,
Y . Msedler, Astronom ía, 1849, p. 393. G uillermo R ic h a rd s o n ha dado u n a
e v a lu a ció n m a y o r p ara el tiem po q u e la luz em plea en lle g a r del Sol á
la T ierra; da 8 ‘ 1 9 " , 28, de do n d e resulta u n a velocidad de 30,737 m i ­
riám etro s p o r s e g u n d o . ( Mem. o f the Astron. Socicty, t. 1Y, 1 .a p a r le ,
p. 68).

(42) P á g . 7 3.— F ize au h a espresado su re su lta d o en le g u as de 25 al


g r a d o del m e ridiano , es decir, de 4 ,4 4 4 m , 44; .la v elocida d se ria de
70,948 de estas le g u a s (Memorias, t. X X IX , p. 92). En' M oigno, R ép ert.
de Optica moderna, 3 .a p a rte , p. 1162, el r e su lta d o indicado es de 70,843
le g u a s de 25 al g r a d o ; es el q u e nías se acerca al de B r a n d le y se g ú n las
red u c c io n e s de B u s ch .

* (43) P a g . 74.'— « S e g ú n la te o ría m a te m á tic a en el sistem a de las on­


das, los r a y o s de diferen tes colores, los ra y o s c u y a s ond u la cio n e s son
d es ig u ales, deben no o b sta n te p ro p a g a rse en el E te r con l a m ism a v e lo ­
cidad. No existe d ife re n c ia á éste respecto e n tre la p ro p a g a c ió n de las
o n d a s so n o ra s, las cuales se p ro p a g a n e n el aire con la m ism a ra p id e z .
E s ta ig u a ld a d de p ro p a g a c ió n de las o nd as sonoras está b ie n establecida
e s p e rim e n ta lm e n te p o r la sim ilitu d de efecto q u e p ro d u c e u n a m ú sic a
o id a á g r a n distancia del sitio en q u e se toca. L a princip al dificultad, la
ú n ic a dificultad q u e se h a opuesto al sistem a de las ondas, consiste.,
p u e s , en esplicar cóm o la v e lo c id a d de p ro p a g a c ió n de los r a y o s de d i­
ferentes colores en cuerpos diferentes p o d ia ser d esem ejante y se rv ir p a ­
r a d a r c u e n ta de la d e s ig u a ld a d de refra cc ió n de estos ra y o s ó de la dis­
p ersió n . Se h a d e m o s tr a d o r ec ien te m e n te q u e esta dificultad no es i n s u ­
pera b le; q u e se p u ed e con stitu ir el E te r en los cuerp os d e s ig u a lm e n te
d en s o s, de m a n e r a q u e los r a y o s de o n d u la c io n e s d es em e jan tes se p ro ­
p a g u e n en él con v elo cid a d es d esig uales: qu ed a por d e te r m in a r si la s
c onc epc io ne s de los g e ó m e tr a s respecto de este asu n to están conform es
con la n a t u r a le z a de las cosas. H é aq u í las am p litu d e s de las o n d u la c io ­
n es ded ucidas e x p e r im e n ía lm e n te de u n a série de h e c h o s rela tiv o s a la s
interferencias:
V i o l a d o ....................... Omni,000423
A m a r il lo ...................... Omm ,000551
R o j o .............................. Omni,000020
La velocid ad de tr a sm isió n de los r a y o s de d iferentes colores en los es­
pac ios celestes es la m ism a en el sistem a de las o n d a s , y p or com pleto
in d e p en d ie n te de la estension ó de la v elo cid a d de las o ndulaciones.»
A r a g o , Manuscrito de 1849. V . ta m b ié n la A stron . p o p u l., 1.1, p. 405-408.—
Las lo n g itu d e s de on das del E te r y sil v e l o c id a d de v ib ra c ió n d e te rm in a n
los caracteres de los r a y o s lum ino sos. P a r a los ra y o s mas refra n g ib le s
(el vio la d o ), el n ú m e ro de o n d u la c io n e s es de 662 b illo n es por s e g u n d o .
Los r a y o s rojos ejec u tan v ib ra c io n e s mas le n ta s y de u n a a m plitud m a ­
y o r ; el n ú m e ro de las v ib r a c io n e s es de 4o 1 billones p or se g undo.

(44) P á g . 7 4.— He p r o b a d o , h a c e y a m u c h o s añ o s, p or obse rva cio ne s


directas, q u e los r a y o s de las estrellas h á c ia las cuales c a m in a l a T ie rra ,
y los r a y o s de la s estrellas de las cuales la T ie rra se aleja , se refra cta n
e x a c ta m e n te en ig u a l ca n tid a d . Tal re su lta d o no p u e d e conciliarse con la
teoría de la em isión , sino con la a y u d a de u n a adición im p o rta n te á esta
te o ría : es preciso a d m itir q u e los cuerpos lu m inosos e m ite n r a y o s de to­
d as velocidades, y q u e solo los r a y o s de u n a velo cid a d d e t e r m in a d a s o n
v is ib le s , q u e solo ellos p ro d u c e n en el ojo la sensación de lu z. E n la te o ­
ría de la em isió n , el rojo, el a m a r illo , el v e r d e , el a z u l, el v io la d o so la ­
res, están a c o m p a ñ a d o s resp e c tiv a m e n te de r a y o s p a r e c id o s , pero o sc u ­
ros por falta ó p or esceso de v e lo c id a d . A m a y o r v e lo c id a d c o r re sp o n d e
m e n o r re fra c c ió n , com o m enos v elo cid a d a c a r r e a u n a refra cc ión m a y o r .
De su e rte q u e cad a r a y o rojo visible está a c o m p a ñ a d o de r a y o s oscuros
de la m ism a n a t u ra le z a , q u e se r efra cta n los u n o s m as y los oíros m e n o s
q u e él: así de este m odo existen rayos en las estrías negras de la parte roja
d e l espectro; lo mismo debe ad m itirse en las estrías situ ad a s en las p a r ­
tes am arilla s, v erde s, azules y v io la d a s .» A r a g o , Memorias de la Academia
de C iencias, t. X V I , 1843 , p. 404. V . tam bién t. VIH , 1839 , p. 3 2 6 , y
P oisson, Tratado de m ecánica, 2 . a ed. 1833, t. 1, § 168. S e g ú n las m ira s
p ro p ias á la te o ría de las o n d u la c io n e s, lo s astro s em ite n r a y o s de luz en
los cuales las v e lo cid a d es de oscilaciones tr a s v e r s a le s p r e s e n ta n u n a v a ­
rie d a d infinita.

(45) P a g . 75.— W h e a l s t o n e en las P ililo s. T ran sa d, o f the Royal Society


.for 1834, p. 589 y 591. S e g ú n las in v e stig a c io n e s descritas en esta m e ­
m o ria (p. 591), p are ce q u e el ojo es c a p a z de ap re cia r im p resio nes l u m i ­
n o sa s « c u y a d u r a c ió n no esceda de u n m illo n é s im o de s e g u n d o .» A ce rc a
de la h ipótesis, m e n c io n a d a en el testo, s e g ú n la cual la luz p o la r t e n d r í a
a n a lo g ía con la luz del Sol, V . J u a n H erschell, R esults o f A stron . Observ-
at the Cape o f Good E o p e , 1847 , p. 351. A ra g o h a h ec h o m e n c ió n en las
Memorias, t. V il, 1838. p. 95G, de un a p a r a to r o ta to rio de W h e a t s t o n e ,
perfeccionado p o r B r é g u e t, q u e se p ro p o n ía e m p le a r p a r a d ecidir en tre la
te o ría de em isió n y de las o n d u la c io n e s, p a r ti e n d o del h e c h o de q u e en
la p rim e ra h ipóte sis l a luz debe c a m in a r m a s l e n ta m e n te en el a ire q u e
en el a g u a , m ie n tra s q u e en la s e g u n d a debe su c e d e r lo c o n tra rio (Memo­
rias p a r a 1850, t. X X X , p. 489-495 y 55G).

(4£) P á g . 7 6 .— S te in lie il, en las Astron. N a ch r ., n u m . 679 (1849),


•p. 97-100; W a l k e r , en los Proceedings o f the A m erica n P h ilosopkical So­
c iety , t. V , p. 128. (V. las proposicio nes m a s a n t i g u a s de P o u ille t en las
Memorias, t. X IX , p. 1386.) In v e stig a c io n e s in g e n io sa s y a u n mas m o d e r ­
n as de M itcliell, d irec tor del O b servatorio de C in cin n a ti (G ould’s A str .
jo u rn a l, déc. 1849, p. 3: On th e v elocity of the eleclr. w a v e ) , y de Fi-
zeau y G ounelle, en P arís, en ab ril de 18507 se a le ja n á la vez de los r e ­
sultados de W h e a t s t o n e y de los de W a l k e r . L as e s p eran z as m e n c io n a ­
das en las M em orias, t. X X X , p. 4 3 9 , r e v e la n d iferencias s o rp re n d e n te s
e n tre los con d u c to res de distinta n a t u r a l e z a , ta les como el h ie rro y el
cobre.

(47) P á g . 7 6 .— V . P o o g g c n d o r f f , en sus A nnaJen , t. LXXI1I, 1848,


p. 337, y P o u ille t, Memorias, t. X X X , p. 501.
(43) Pág-. 7 6 .— Riess, en los Poggend. A n n ., t. 78, p. 337.— A cerca J e l
p a p e l de co n d u c to r re u s a d o á la parte d el globo terrestre in te rp u esta ,
Y . las im p o r ta n te s in v e stig a c io n e s de G uillem in Sobre la corriente en una
■pila aislada y sin com unicación entre los p o lo s, en las M em orias, t. X X IX ,
p . o21. «C uando se reem plaza u n hilo por la tie rra en los telégrafos eléc­
tricos, la tie r ra sirv e m as q u e de m edio de u n ió n , de rec eptá culo com ún
en tre las dos es tre m id a d es del h ilo .»

(49) Pág-. 77.— Mcedler, A stron , p. 380. L a p la c e , según M o i g n o , R e­


p ertorio de Optica m oderna, 1 8 4 7 , t. I, p. 72: «S eg ú n la teoría de ia e m i­
sió n, créese p o d e r d e m o stra r q ue si el d iá m e tro de u n a estre lla fija fue
se 2o0 veces m a y o r q u e el del S o l, y q u e d a n d o igu a l su d e n s i d a d , la
atra cc ió n ejercida en su superficie d e s tru iría la c a n tid a d de m o v im ie n ­
to de la m o lé c u la lu m in o sa e m i t i d a , de su e rte q u e se ria invisible á
g r a n d e s distancias.» P e ro si se a t r i b u y e , con G u il'crm o H e r s c h e ll, un
d iá m e tro a p a r e n te de 0 " , l á A r t u r o , re su lta de ello que el d iá m etro real
de esta estre lla es 11 veces so la m e n te m a y o r q u e el del Sol ( Cosmos, t. 1,
p. 123 y 332 n .° 99). S e ria preciso, por lo dem ás, q u e l a v elocida d de la
lu z v a r ia s e con l a m a g n itu d de los astros q u e l a em ite n , lo cu a l no está
confirm ado en m odo a lg u n o p o r la obse rv a ció n . A ra g o dice e n l a s Memo­
ria?, t. V III, p. 326: «Los esperim ento s so b re la ig u a l d esviac ión p r is m á ­
tic a de las estrellas, h á c ia las cuales c a m in a la T ie rra ó de las cuales se
a le ja , d a cu e n ta de la d e s ig u a ld a d de v elo c id a d a p a r e n te de los r a y o s d e
to d a s las estrellas.»

(50) P á g . 7 3 . — E r a tó s te n e s , Catasteriam i , ed. S c h a u b a c h , 179'J , y


Eratosthénica, ed. God. B e r n h a r d y , 1822, p. 110-116. E n esta descripción
d istín g u e n s e las estrellas en ¿au-arpeí (peyá?^) y en a¡ia.vpoí (c. 2, 11, 41.)
Tal- es ta m b ié n la d ivisión a d o p ta d a p o r T o lom eo . En c n a n to á las es­
trellas q u e él lla m a áiiopfoTot, son a q u e lla s q u e no perte nec en á n i n g u n a
co n s telació n .

(51) P á g . 79.— T o lo m e o , Ahnageüas, ed. H a lm a , t. 11, p. 40. Léese


ta m b ié n en los Catasterismi de E r a t ó s t h e n e s , c. 22, p. 18: r¡ S¿ xe$aXr¡ xal r¡
oípxY¡ avoLtczog opávai , Sia Se vefeXáSovi o v a r pofr¡; Soxel n a i v opáOat Igualm ente-

en G em ino. P h ien ., ed. H ildc r, 1590, p. 46.

(02) P á g . 8 0.— Cosmos , t. II, p. 319 y í 7 í , n ú m . 63.

(03) P á g . 30.— M uh a m cd is A lf ra g a n i, Chronologica et A slro n . Elementa r


lo 9 0 , cap. x x iv , p. 118.

( o í ) P ág . 8 0.— Hállase en ciertos m a n u scrito s del A lm a g e sta s la indi­


cación de estos órd enes de m a g n itu d e s in te r m e d ia r ia s , p o rq u e v a ria s
d esig n ac io n es de m a g n i t u d , están a c o m p a ñ a d a s de las p a la b r a s y
¡láaa av (Coil. P a r is . , m ím . 2389). T ic ho espresab a estas m a g n itu d e s
in te rm e d ia ria s por p u n to s.

(5¡i) P ág . S I . — J u a n H erschell, Outlines o f A str o n ., p. '¡20-.'i27.

(<>G) P á g . S i . —Se trata del se x ta n te de espejos em p le a d o p a r a d e te r­


m in a r el brillo rela tiv o de las e s tre lla s; y o m e h e se rv id o de él, bajo los
trópicos, m u c h o m a s f re c u e n te m e n te q u e de los d ia fr a g m a s , q u e no obs­
ta n te me h a b ía n sido r e c o m en d a d o s p o r B o r d a . E m p ecé e s t e ‘t rab a jo bajo
el bello cielo de C u m a n a , y lo c o n tin u é m a s ta r d e , en el hem isferio a u s ­
tral h a s ta 1803. Pero enton ces no eran y a tan f a v o r a b le s las c i r c u n s ta n ­
cias, p o r mas que y o es tu v ie se colocado sob re las m e setas de los A n d e s
y en las costas del m a r del S u r, cerca de G u a y a q u il. E n la esc a la a r b i­
t r a r i a q u e y o m e h a b i a c o n s tru id o , te n ia r e p r e s e n ta d o p o r 100 á S irio,
la mas b r illa n te de todas las estrellas; las de p r i m e r a m a g n i t u d v a r ia b a n
de 100 á 80; las de s e g u n d a , de SO á G0; las de t e r c e r a , de 60 á i o; las
de c u a r ta , de 4 o á 3 0 ; y p o r ú ltim o , las es tre lla s de q u i n t a m a g n i t u d se
h a lla b a n c o m p re n d id a s e n tre los n ú m e ro s 30 y 20 de m i escala. R e v is é
p rin c ip a lm e n te las constelaciones de la N av e y de la G r u l la , en d on d e
creia p o der h a l la r cam bios s o b re v e n id o s despues d e la época de L a C a ille .
C o m b inando con c u id a d o m is d iv e rs a s e v a lu a c io n e s , y m u ltip lic an d o lo s
té rm in o s de c o m p a ra c ió n , m e p are ció q u e el brillo de Sirio s o b rep u ja b a
al de C anopea, en la m is m a relación q u e el brillo de a del C e n ta u ro so­
b re p u ja al de A e h c r n a r . L a escala a r b it r a r ia d e q u e me he se rv id o se
opone á q u e p u e d a n co m p ararse in m e d ia ta m e n te mis r esu ltad o s con lo s
qu e J u a n H ersche ll tiene pub licad os desde 1S38. V . mi Colcccion de Observ.
A str o n ., t. I, p. l x x i , y m i Relac. hist. del V iaje á las Regiones equinoce.,
t. I, p. 518 y 621. V. ta m b ié n la Carta de Hum boldt á Schum acher, en fe­
brero de 1839, en la s A stron . N a d ir ., n ú m . 374. Díeese en esta ca rta:
« A ra go , q u e posee m edios fo to m é trico s e n t e r a m e n te d iferen tes de los q u e
h as ta aq u í se h a n p u blic ado, me tra n q u iliz ó respecto de la p a r te de lo s
errores q u e p o d ia n p r o v e n ir del cambio de in c lin a ció n de u n espejo a z o ­
g a d o en la ca ra in te r io r. C e nsura por lo d e m á s el principio de mi m é t o ­
do, y lo m ir a com o poco susceptible de pe rfe c c io n a m ie n to , no solo á c a u ­
sa de ia diferencia de los á n g u lo s e n tre la estrella v is ta d ir e c ta m e n te y
la que está a t r a í d a p or reflexión, sino sobre todo p o r q u e el re su lta d o de
la m e d id a de in te n sid a d d ep e nde de la p a r te del ojo q u e se e n c u e n tra en
f re n te del o cular. H a y en ello e rro r c u a n d o la p u p ila no está m u y e x a c ­
ta m e n te á la a ltu ra del lím ite in ferior de la p a r te no a z o g a d a del espejo
p e q u e ñ o . ’» ■

(,r>7) P á g . S I . — Y . S tein h e il, Elemente der HelUglicits-Mcsurgen am Ster-


nenhim m el , M un ich, 183G ( S c h u m a c h e r ’s A stron . N a ch r., n ú m . 609), y
J . H e r s c h e l l , Results o f astronom ical Observatiom made during the years
1S34-1S38, A t the Cape o f Good H ope, L o n d ., 1847, p. 353-357. E n 184G,
S cid el h a d e te r m in a d o , co n el fotóm etro de S lcin h e il, la c a n tid a d de luz
de v a r ia s estrellas de p r im e r a m a g n itu d q u e se e le v a n á u n a a l tu r a sufi­
ciente en n u e s tro s climas, to m a n d o á V ega por u n id a d , y h a lla los resul­
tad os siguientes:
S i r i o ......................................................................... 5,13
R i g e l ....................................................................... 1,30
V e g a .................' ...................................... 1,00
A r t u r o ............................................................0 ,81
L a C a b r a ................................................. 0,83
P r o e i o n ...................................................................0,71
L a E s p i g a .............................................................. 0,49
A t a i r ................................ ... ...................... ' 0 , 4 0
A l d e b a r a n ................................................ o,3ü
D e n e b ...................................................................... 0,3o
R é g u lo . . . ♦ . ................................................... 0,34
P o l l u x ....................................................... 0,30
E l brillo de R ig el parece ir cu a u m en to y B eteig en se falta en el cuadro,
p o r q u e es variab le; su v a r ia b ilid a d se h a m anifestado prin cip alm en te e n - •
tre los añ o s 183G y 1839 (O utlines, p. 543).

(58) P a g . S2.— V . acerca de las bases nu m é ricas de los resu ltad o s fo-
t o m é tr ic o s , 4 tab las de J u a n H erschell q u e se h a l l a n en las Observa-
tions at the C a p e, p. 341 , 3G7-371 y 4 4 0 , y eñ las Outlines o f A stron.,
p. 522-525 y G45-646. P u éd es e co n s u lta r p a r a u n a simple série de e s tre­
llas clasificadas en el ó rd en de sus brillos r e la tiv o s, pero sin indicaciones
n u m é ricas , el Manual o f scient. Enquiry prepared for the use o f the R . N avy,
J 849, p. 12.

(59) P á g . 8 2 .— A r g e l a n d e r , Durchmusterung des nOrdl. IUmmcls zw is-


c h e n 45° u n d 80° Decl., 1846, _p. x x i v - x x v i ; J u a n H e r s c h e ll, Observa-
tions at the Cape, p. 327, 340 y 365.

(60) P á g . 8 3.— J . H ersch ell, idem, p. 304, y Outlines, p. 522.

(61) P á g . 83.— P h ilos. T ransad ., t. LY íf, for the y e a r 1767, p. 234.

(62) P á g . S3.— W o lla s to n , en las Philos. T ra nsa d., for 1829, p. 27;
H erschell, Outlines, p. 553. La co m p arac ió n h ech a-p o r W o l la s to n , entre
la lu z del Sol y la de la L u n a , d ata do 1799 ; está b a s a d a sobre las som­
b ras p ro y e c ta d a s por la luz de las bujías, m ien tras q u e en las i n v e s t i g a -
ciones de 1826 y 1827, sobre el Sol y S irio, se h a re c urrido á im á g en e s
f o rm a d a s p o r reflexión sobre u n a bola de cristal. L as p rim e ra s c o m p a ra ­
cion es fo tom é trica s en tre el Sol y la L u n a difieren m u c h o de los re su lta ­
d o s q u e te n g o a q u í citados. F u n d á n d o s e en cálculos teóricos, Michell y
E u le r h a b i a n h a lla d o 450,000 y 374,000. S e g ú n las m e did as o pera­
das con las so m b ra s de la lla m a de las b u j í a s , B o u g u e r descubrió ta n
solo 300,000. L am bert afirm a q u e Y é n u s , en su brillo m á x i m o , es
to d a v ía 3,000 veces m a s débil q u e la L u n a lle na. S eg ú n S tein h e il, nece­
sita ría estar el Sol 3.286,500 veces m as lejano de lo que está r e a lm e n t e ,
p a r a q u e su brillo apareciese reducido p a r a n o sotros al de A rt u ro (S truve,
Stcllarum compositarum M ensura microsmeticce, p. CLXII1); y el brillo a p a ­
re n te de A rtu ro , al decir de J u a n H ersch e ll, es ta n solo la m ita d del de
Canopea (H e rsche ll, Observ. at the Cape, p. 34). T o d a s estas relaciones
fo to m é tric a s, y sobre todo la im p o rta n te c o m p arac ió n de la luz del S ol
con la luz ce nic ienta la L u n a , ta n v a ria b le se g ú n las posiciones de n u e s ­
tro sa télite con r e la c ió n , al cuerpo i l u m i n a n t e , la T ie rr a , m e re c é n b ie n
ser objeto de in ve stiga cion e s definitivas y m a s p ro fu n d a s. ,

(G3) P á g . 8 3 . — Outlines o f A stron ., p. o o 3 ; Astron'. Observ. at the Cape;


p. 363. ■

(64) P á g . 8 í . — G. H e r s c h e ll, on the N ature o f the Sun and F ix ed Stars,


en las P h ilo s. T ransad, for 179o, p. 62, y on the Changes that happen to the
F ix ed Stars, en Jas P h ilo s. T ransad, for 1796, p. 186. Y . ta m b ié n J u a n
H erschell, Observ. at the Cape, p. 350-352.

(65) P á g . 8 í . — E stracto de u n a ca rta de A r a g o á H u m b o ld t ( m a y o


LS50). .

l . ° Medidas fotom étricas.

«No existe fotóm etro propiam ente dich o, esto e s , u n in stru m e n to


q u e re p re se n te la in te n sid a d de u n a luz aislada; el fo tóm etro de Leslie,
co n a y u d a del cua l tu v o la*audacia de q u e r e r c o m p a ra r la luz de la L u n a
á la luz del Sol, por acciones caloríficas, es co m p letam e n te defectuoso. He
esp erim e n tad o , en efecto, q u e este p re te n d id o fotóm etro sube, c u a n d o se
le espone á la luz del S o l, q u e baja la acc-ion de la luz del fu ego o r d i­
nario , y q u e q u ed a com p letam e n te es tacionario cuando recibe la luz de
una lá m p a r a de A r g a n d . T odo lo q u e se h a p od ido c o n s e g u ir h a s ta a q u í,
h a sido c o m p a r a r entre sí dos luces en p re se n c ia u n a de o tra, y ni a u n esta
co m p arac ió n está tam poco al ab rig o de to d a objecíor., sino cu a n d o se r e d u ­
cen estas dos luces á la ig u a ld a d p o r un d ebilita m ie n to g r a d u a l de la luz
m as fuerte. Como criterio de esta ig u a ld a d es com o y o lie em pleado los
-anillos co lo reado s. Si se co’ocan uno so b re otro dos lentes de largo foco,
se form a n a lre d e d o r de su p u n to de contacto anillos coloreados tanto por
v i a de reflexión como p or v ía de trasm isión. Los anillos reflejados son
c o m plem en ta rios en color de los anillos tra sm itidos; estas dos series de
anillos se n e u tra liz a n m u tu a m e n te cuand o la s d o s l u c e s q u e la form an y
que llegan s im u ltá n e a m e n te sobre los dos le ntes son igua les entre sí.
•»En el caso co n tra rio , se v e n señales ó de anillos reflejados 6 d e a n i ­
llos trasm itid o s, se g ú n q u e la luz q u e fo rm a los prim e ros es m as fuerte
ó m a s débil que la luz á que se deb e n los s e g u n d o s. T a n solo en este
sentido e s c o m o los a nillos colore ado s re p r e s e n ta n un papel en las m e d i­
das de la luz á que me h e dedicado.»

2 .° Cianóm elro.

«Mi C ianóm etro es una esten sion de mi P olariscopo. Este últim o i n s ­


tru m e n to , como tú sabes, se co m pone de un tu b o ce rra do en u n a de sus
es tre m id a d es p or u n a placa de cristal de ro c a p e r p e n d ic u la r al eje, de ¿>
m ilím etros de espesor, y de un prism a d o ta d o de d oble refracció n , colo ­
cado en el sitio del ojo. E n tre los varia d o s colores q u e da este ap a ra to
cu a n d o luz p o la rizad a lo a t r a v i e s a , y se h a c e g ir a r al prism a so b r e
sí m ism o , se e n c u en tra , p o r u n a feliz co incide ncia, el m atiz del az u l ce­
leste. E ste color a z u l m u y d e b ilita d o , es decir, m u y m e zclado con b l a n ­
co, c u a n d o la luz es casi n e u tra , a u m e n ta en in te n s id a d p r o g r e s iv a m e n te ,
á m e d id a qu e los ra y o s q u e p e n e tr a n en el in s tru m e n to co ntiene n u n a
m a y o r p ro porc io n de r a y o s polarizados.
«S u p o n g a m o s, pues, que el P o larisc o p o está d ir ig id o á u n a h o ja de
papel b la n c o ; q u e en tre esta h o ja y la lá m in a de cristal de roca se e n ­
cu e n tra u n a pila de placas de cristal susceptibles de c a m b ia r de in c lin a ­
ción, lo cual h a r á á la luz q u e ilu m in a el p apel m as ó m e n o s po la riz a d a ,
el color a z u l s u m in istrad o por el in s tru m e n to va en a u m e n to con la in ­
c linación de la pila, y h a y q u e d etenerse c u a n d o este color parece el m is­
mo q u e el de la r e g ió n de la atm ósfera c u y o tinte c ian om e trico se q u i e ­
re d e te r m in a r, y q u e se m ir a in m e d ia ta m e n te á sim ple v ista al la d o del
in stru m e n to . La m edid a de este m atiz se obtiene por la in c linación de la
pila. Si esta ú ltim a parte del in s tru m e n to se com pone del mismo n ú m e ro
de p lacas y de la m ism a clase de cristal, las o b se rv a c io n e s h ec h as en d i­
ferentes lu g a re s serán perfec tam en te c o m p a ra b le s en tre sí.»

(GG) P á g . So.— A rg e la n d e r , de Fide Uranometriw Bayeri, p. 14-23. «In


e a d e m classe littera prio r m a jo rem s p le n d o re m nullo m odo indicat.»
(§ 9). Las d es ig n ac io n es de B a y e r no p r u e b a n , pues, qu e Castor h a y a sido
en 1003 m as brillan te q u e P o lu x .

(G7) P á g . 94.— Cosmos, t. III, p. 3S.


(08) Pág-. 9'i.— Cosmos, t. I, p. iG l y 395, n ú m . 44.

(69) Pág-. 96. — On the spacc-pcnetrating- p o w e r oí telescopes, en Ju a n


H ersch e ll, Outlines o f A stron ., § 803.

(70). P á g . 97.— No p o d r ía c o n d e n sa r en u n a sola no ta to d a s las r a z o ­


nes en q u e están fu n d a d a s las m ira s de A r g e la n d e r . Me b a s ta r á d a r a q u í
u n estracto de su co rre sp o n d e n c ia con m ig o ,
«Hace a l g u n o s a ñ o s (en 1843), h a b ía is in v ita d o al ca p ita n S c h w in c k
á d e te r m in a r, con a rr e g lo á su Mappa ccelestis, el n ú m e ro de to d a s las es­
trellas q u e la b ó v e d a celeste nos p rese n ta, desde la 1.a á la 7.a m a g n i t u d
in clusive. En el espacio c o m p re n d id o e n t r e — 30° y el polo N o r t e , él h a
hallad o 12.148 estrellas; p or c o n sigu ie nte, si su p o n e m o s q u e la a c u m u la ­
ción sea ig u a l en el resto d e l4Cielo, es decir, d esde— 30° h as ta el polo S u r,
se c o n t a r á n 16.200 estre lla s de estas d iv e rsa s m a g n itu d e s en todo el fir­
m a m e n to . E sta e v a lu a c ió n me pare ce m u y cerca de la v e r d a d . Sábese
qu e lim itánd ose á c o n s id e r a r las estrellas en m a sa , c a d a ó rd en de m a g ­
nitu d con tien e tres veces m a s estrellas q u e el ó rd e n p re c e d e n te ( S t r u v e ,
Catalogus Stellarum d u p liciu m , p. x x x iv ; A r g e la n d e r , Bonner Zonen,
p. x x v i) . Eso su p u e sto , y o h e d e te rm in a d o en mi Uranométria, 1.441 e s­
trellas de 6 .a m a g n itu d a l N orte del E c u a d o r : dedúc ese de a q u í q u e
h a b r ja u n a s 3.000 d e ellas en todo el Cielo. P e r o la s estrellas de 6 - 7 .a
m a g n itu d no se h a l l a n a q u í co m p re n d id a s , y , n o o b sta n te , cuando no se
qu ie re lle v a r c u e n ta m as que de ó rdene s enteros, seria preciso a ñ a d ir las
estrellas de 6-7.a m a g n itu d á la de 6 .a Y o creo q u e se p u e d e h a c e r sub ir
su n ú m e ro á 1.000, y q u e es preciso c o n ta r desde en to n ce s 4.000 e s tre ­
llas de 6.a m a g n itu d . L a r e g la a n t e r io r d a r a , pues, 12.000 estrellas del
órden s i g u i e n t e , es decir, de 7 .a m a g n itu d , y IS 000 estre lla s desde l a /
1.a á la 7 .a m a g n itu d in c lu siv e s. Y o m e acerco to d a v ía m a s al n ú m e r o
dado p or S c h w in c k em p lea n d o o tras c o nsiderac ione s sobre el n ú m e ro de
estrellas de 7 .a m o g n it u d q u e h e r e g istra d o en m is zonas. He o b se rv a d o
2 . 2 TjL de ella s ; pero es preciso te n e r e n c u e n ta , bien e n te n d id o , a q u e ­
llas que h a n sido o b se rv a d a s m as de u n a v ez y las q u e se m e h a n
escapado p ro b a b le m e n te (p. x x v i). P ro c ed ie n d o a s í , deduzco que d eben
existir 2.340 estrellas de 7.a m a g n itu d desde el 45° h a s t a el 80° de d e ­
clinación b o r e a l , y cerca de 17.000 en to do el C ielo.— En la Descripción
del Observatorio de P u lkov a , p. 268, S tru v e h ace s u b i r á 13.400 el n ú m e ro
de estrellas de los siete p rim e ro s órden es q u e se h a lla n com p re n d id as en ­
tre el— 15°-4-90°, es decir, en la r e g ió n r e v is a d a p or é l ; de aq u í r e s u lta ­
ría un n ú m e ro de 21.300 p a r a todo el Cielo. E n el prefacio del Catal. e
zonis Regiomontanis ded , p. x x x n , S tru v e h a l l a d e — Í 5 0 á - f - 15°, e m ­
p le a n d o el cálculo de las p r o b a b ilid a d e s, 3.903 p ara el n ú m e ro de estre­
llas de 1.a á 7 .a m a g n itu d , y , por co n sig u ie n te, 15.050 p a r a todo el Cielo.
"Este últim o n ú m e ro es m u y p e que ñ o, p o r q u e Bessel a tr i b u ía á las h e r ­
m o sas estrellas m a g n itu d e s mas débiles que y o ; la diferencia es como de
m e d ia m a g n i t u d . No se tr a t a a q u í m as q u e de o b te n er u n a e va lua ció n
■media, y á mi ju ic io , se p u e d e a d o p ta r el n ú m e ro de 18.000 p a r a las e s ­
tre lla s de 1 .a á 7.a m a g n itu d . E n el pasaje de Quilines o f Astronom y q ue me
citáis, J u a n H erschell no h a b l a m as q u e de la s estrellas y a ca talog adas:
T h e w h o l e n u n m b e r of stars a lrc a d y re g is te r e d d o w n to the se v e n th m a g -
n itu d e , -inclusive, a m o u tin g to from 12.000 to 15.000. E n c u a n to a las
-estrellas m a s d ébiles de 8 .a y de 9.a m a g n i t u d , S tr u v e ha con tad o en
la zona de — 15° á -+- 15°: 10.557 estre lla s de 8 .a m a g n i t u d , y 37.739
d e 9.a; p o r consecu encia, h a b r á en todo el Cielo 40.800 estrellas de 8 .a
y 145 800 estrellas de 9.a m a g n itu d . S e g ú n esto, h alla ría m o s, de l a 1 .a á
la 9 a m a g n i t u d i n c l u s i v e s , 15.100 -+- 40.800 -+- 145.800 = 201.700 es­
trellas. S tru v e h a lle g ad o á estas e v a lu a c io n e s , com parando con cu idado
z o n a s 6 p a r te de zonas q u e resp onden á r e g io n e s an á lo g a s en el Cielo,
y to m a n d o siem pre p o r g u ia u n a sa n a te o ría de las p ro b abilidade s. Se
t r a t a b a , con efecto, en estas in v e stig a c io n e s de d e d u c ir el n ú m e ro de es­
trellas q u e ex isten re a lm e n te en el Cielo, te n ie n d o en cu e n ta las es­
trellas q u e h an sido varia s veces o b se rv a d as y rep ro d u c id a s e n d iferentes
z o n a s , y la s q u e no h a n sido en él d e t e r m in a d a s m a s q u e u n a ' ”sola,
v ez . Sus cálculos m e re c e n se g u ra m e n te g r a n co nfianza, p o r q u e están '
basados sobre n ú m e ro s considerables. — El co n ju n to de las zona s de
B essel, co m p re n d id a s en tre — 15° y 45°, contien e unas 6 1.000, d e d i r
c i d a s l a s estrellas o b se rv a d a s v a r ia s veces y la s estrellas de 19-0a m a g n i ­
tu d . De a q u í se p u ed e d ed u c ir 101.500 estrellas p r ó x im a m e n te p a r a e$ta
p a r te del Cielo, si se tiene en c u e n ta el n ú m e r o p ro b ab le de las q u e h a n
e s ca p ad o á la o b se rv a c ió n . Mis zo na s se estienden de -4- 45° á -4- 80°;
•ellas c o m p re n d e n p r ó x im a m e n te 22.000 estrellas (Durchm usterung des
nordl H im m els , p. x x v ) ; es preciso r e b a ja r de estas u n a 3.000 de
9 -10.a m a g n i t u d : q u e d a n 19.000. A h o r a b i e n ; mis zonas son u n poco
m a s rica s q u e las de B e sse l: yo creo, p u e s , no deber su p o n e r mas de
38.500 estrellas re a lm e n te ex iste n tes e n tre los lím ites de 4 - 4 5 ° y de 80°.
T e n d r e m o s así 130.0Ü0 estrellas h a s ta la 9 .a m a g n itu d en tre — 15°
y 80° E sta ú ltim a zona f o rm a la s 0,62181 del Cielo e n tero , ten drem os
pues, g u a r d a la pro p o rc io n , 20.900 estrellas en todo el firm am ento.
•Es poco m as ó m enos el n ú m e ro de S tru v e ; el n u e s tro es a u n sensible­
m e n te m as fuerte en r e a lid a d , p o rq u e S tr u v e h a co n tado la estrella
de 9 - l 0 a m a g n i t u d con la s estrellas de 9 .a m a g n i t u d . — Los n ú m e ro s q u e
m e p a re cen adm isibles p a r a los diferentes órd en e s de m a g n itu d e s , desde
la 1.a á la 9 .a in c lu s iv e s , seria p u e s : 20, 65, 190, 425, 1.100, 3.200,
13.000, 40.000, 142.000, q u e fo rm a n u n a su m a de 200.000: tal es el n ú ­
m ero de estrellas c o m p re n d id as en tre la 1.a y la 9 .a m a g n i t u d . — Me o b ­
je tá i s q u e L a la n d e (H ist. celeste, p. iv) hace subir á 6.000 el n ú m e ro de
estrellas perceptibles á sim ple v ista o bservadas p o r él. Respecto a esto,
y o h a g o n o ta r q u e h a y e n tre ese n ú m e ro m u c h a s estrellas o b se rv a d a s
m as de dos v e c e s ; e s e lu y é n d o la s q u e d a n 3.800 estrellas p a ra la r e g ió n
e s tu d ia d a por L alan d e y c o m p re n d id a en tre — 26° 30' y -{- 90°. Consti­
tu y e n d o esta r e g ió n los 0,72310 de todo el Cielo, h á lla s e p o r u n a senci­
lla p roporcion q u e debe h a b e r en él ¿i.255 estrellas p ercep tibles á sim ple
v is ta en su m a . U n a revisión de la Uranografia]de B o d e (17 240 estrellas),
co m p u esta, com o se sabe de m a teria les m u y poco h o m o g é n e o s , no da
m a s de 5.600 estrellas de 1 .a á 6.a m a g n itu d c u a n d o se elim in a de ellas
de 6-7.a q u e se h a n eleva do i n d u d a b le m e n te a la 6.a m a g n itu d . P o r ú lti­
m o, cálculos s e m ejan te s verificados en las estre lla s de 1.a á 6.a m a g n i ­
tud, o b se rv a d a s por L a Caille en tre el polo S u d y el trópico de C a p rico r­
nio, dan p o r resu ltad o dos lím ites, 3.960 y 5.900, e n tre los cuales debe
hallarse c o m p re n d id o el n ú m e r o de estrellas visib les en todo el Cielo.
Todos estos r e su lta d o s están, pues, referid os á los n ú m e ro s m e d io s de q u e
os h a b i a d a d o cue nta . E sta ré is co n v e n c id o de la d ili g e n c ia con q u e h e
pro c u ra d o c u m p lir vuestro s deseos s u je ta n d o estos n ú m e ro s á u n a p r o ­
f u n d a in v e stig a c ió n . S é a m e p e rm itid o a ñ a d ir q u e el profesor Heis en
A q u i s g r a n se d e d ic a h a c e m u c h o s a ñ o s á la re v isió n cu id a d o sa de m i
Uranometria. P o r las p a rte s y a concluidas de este t r a b a jo , y las ad iciones
considerab les q u e u n h á b i l o b s e rv a d o r h a h e c h o á esta o b r a , e n c u e n tro
2.S36 estrellas de 1.a á 6.a m a g n itu d inc lu sive , p a r a el hem isferio b o re a l.
S u p o n g a m o s que las estrellas están r e p a rtid a s i g u a lm e n te en los dos h e ­
m isferios: ex istiría n to d a v ía 5.672 estre lla s perceptibles á sim ple v ista ,
c u a n d o fuera esta p r iv ile g ia d a .» ( E s t r a d o de los M anuscritos de A r g e ­
la n d e r , M arzo de 1S50).

(71) P a g . 97.— S c h u b e r t c u e n ta 7.000 estrellas h a s ta la 6 .a m a g n itu d


(casi el n ú m e ro q u e h e dado en el p r im e r tom o del Cosmos, p. 135) y mas
de 5.000 co rresp o n d ien te s a l a p a r te del Cielo visible e n el h o r iz o n te de
P a r is . C u e n ta 70.000 estrellas h a s ta la 8 .a m a g n itu d p a r a todo el Cielo
(A stronom ía, 3 .a p a rte , p. 54). E sos n ú m e ro s son m u y ex a g e ra d o s . A r g e ­
la n d e r h a lla solo 58.000 estrellas desde la 1.a á la 8 . a m a g n itu d .

(72) P á g . 93.— P a tr o e i n a tu r v astitas coeli, in m e n s a discreta a l titu d i n e


in dúo a tq u e se p tu a g in ta sig n a . Hsec su n t r e ru m et a n i m a n t iu m effigies»
in quas dig e ssere ecelum periti. In his q u id e m m ille sexcentas a d n o ta -
v e re stellas, in sig n es vide lic et cffectu v is u v e ... (P lin io II, 41).— H ipp ar-
c h u s n u n q u a m satis i a u d a t u s , u t quo nenio m a g is a p p r o b a v e r it c o g n a -
tionem cum liom ine s id e ru m a n im a s q u e n o stras p a rte m esse eocli, n o v a m
slellam et a lia m in sevo sno g e n ita m d e p re h e n d it, e ju s q u e m o tu , q u a die
fulsit, ad d u b ita tio n e m est a d d u c tu s , a n n e h o c ssepius ü e r e t m o v e r e n tu r -
q u e et ete q u a s p u ta m u s affixas; ite m q u e ausus rem <!tiam Deo im pro-
b am , a d n u m e r a r e posteris slellas ac sidera ad nometi e x p u n g e r c , o rga-
nis ex c o g ita tis, per qu£e sin g u la r u m loca atejue m a g n itu d in e s sig n a re t,
u t facilo discerní posset ex eo, n o n m odo a n obirent n a s c e r e n l u r v e , sed
an o m n in o a liq u a tr a n sire n t m o v e r e n l u r v e , ite m an crescerent m inne-
r e n tu r q u e , ccelo in liereditate cunclis relicto, si q u isq u a m qui cretionem
c a m capereí i n v e n ta s esset (Plinio, H, 26).

(73) Pag-. 9¡).— D ela m b re, H ist. de la A stron . ant . , t. I , p. 2 9 0 , ó. H ist.


de la Astron. m o d ., t. II, p. 18G.

(71) Pag-. 99.— O utlines, § 8 3 1 ; E d u a r d o B iot sobre las estrellas es-


tra o rd in a ria s o b se rv a d as en C h i n a , en el Conocimiento del os Tiem pos,
p a r a 1S46. •

(75) Pág-. 9 9 . —A ra lo tu v o la d ic h a s in g u la r de ser a lab a d o casi al


m ism o tiem po p or Ovidio (A m o r., 1, lo) y p o r el apóstol San Pablo , en
A ten a s,, en u n a Epístola c o n tra los epicúreos y los estoicos ( A d . A¡>ost.,
cap. 17, v. 28). S a n P ablo no cita el n o m b re de A r a l o : pero rec u e rd a
sin g é n e r o de d uda un verso de dicho poeta (P hcen , v. 5 ) , acerca del ín ­
tim o lazo cjue u n e a los m ortales con la d iv in id a d .

(7G) P á g . 99.— !deler, Untersuch, ilber den Ursprung der Sternnamcn,


p. x x x x x x v . B a ily e x a m in a ta m b ié n á q u é a ñ o s de n u estra era se refie­
ren las o bservaciones de A r i s t i l o , com o los ca tálog os de H iparco (128 y
no 140 an te s de J.-C .) y de Tolom eo (138 despues de J.-C . Mem. o f the
A stro n . S o c t. XIII, 1843, p. 12 y lo .

(77) P a g . 100.— Y . D ela m b re, H ist. de la Astron. a n t., t. I, p. 1S-1;


t. II, p. 2G0. Es poco verosím il q u e H iparco q u e se ñ ala siem pre las es­
trellas p o r sus ascen siones r e c ta s y sus declinaciones, u s á r a 'c o m o T o lo -
m e o de las lo n g itu d e s y la titu d e s en su ca tá lo g o . E sta opinion se refuta
en el A Imagestas (1. V il, c. 4), en el cu a l las co o rd e n a d a s eclípticas están
s e ñ a la d a s com o u n a n o v e d a d q u e facilita la inte lig e n cia del m o v im ie n to
de las estrellas alre d e d o r del polo de la eclíptica. El catálogo de estrellas
con las longitudes á la v ista, q u e P e d ro Y ictorio enc o n tró en un m a n u s ­
crito de la biblioteca de los Médicis y q u e publicó en F lorencia en 156 v .
con la vida de A ra to , se a t r ib u y ó c ie r ta m e n te á H iparco, p o r Y ictorio
m is m o , pero sin pruebas en q u e fu n d arse. E ste cuadro p arece ser u n a
sim ple copia del c a tá logo de T olom eo, h e c h a sobre un a n tig u o m a n u s ­
crito del A lm a g estas, en el cual q u e d a n de lado todas las latitudes. Como
Tolom eo po seía solo una e v a lu a ció n im perfecta de la p recesión de los
e q u in o c c io s (la su p o n ia dem asiado le nta: p r ó x im a m e n te 28 100 , Alm ag.
V II, c. 2, p. 13, ed. H alm a), resulta q u e su catálogo en lu g a r de cor­
resp o n d e r com o T olom eo q u e ría al principio del reinado de A n to n in o ,
perte n ec e en re a lid a d á u n a época m as a d e la n ta d a , á saber al añ o 63 des ■
pues de J . C. (Ideler, Untersuchungcn u e le r die Sternnamen, p. xx x iv ).
V. ta m b ié n las consideracio nes y las ta b la s a u x ilia re s que E n c k e lia p u ­
b l ic a d o 'en las A stron . N achr. de S c h u m a c h e r , n .° G08, p. 113-120, p a r a
fac ilita r el cálculo de la referencia de las posiciones m o d e rn a s de las es­
trellas a la época d e H iparco. Por lo d em ás, el tiem po p a r a el q u e , el c a ­
tálogo de T olom eo re p re se n ta el estado del Cielo, sin conciencia del a u ­
to r, coincide m u y p r o b a b le m e n te con a q u e lla á q u e p u e d e n referirse los
C a la sterism o s del P seu d o -E ra tó ste n e s. E n o tra p a r te h e h ec h o n o ta r que
los Catasterism os son posteriores á H igin io , c o n te m p o rá n e o de A u g u sto .
P arece como q u e h a n sido to m a d o s de este últim o, y q u e no tie n en r e la ­
ción a l g u n a con el p o e m a de Ilerm es del v e r d a d e r o E ra tó s te n e s ( Eralos-
Ihénica, com pos. God. B e r n h a r d y , 1822, i 1 i, 116 y 129). P o r lo dem ás
esos Catasterism os co n tie n e n a p e n a s 700 estrellas, re p a rtid a s en tre las
diferentes constelaciones.

(75) P á g . 101.— Cosmos, t. II, p. 221 y Í23, n . ° 10 y 11. La Biblioteca


de París c o n tien e un m an u scrito de las Tablas Illihaninas, escrito de p uño
y le tr a del hijo de N asir-E ddin. Su n o m b re v ie n e del título de Ilkhan lle­
v a d o por los príncipes tá rta ro s q u e r e in a ro n en P crsia. R e in a u d , Introd.
de la Gcogr. de A bulfeda, 1S4S, p. c xx xix .

(79) P á g . 101.— Sedillot hijo,- Prologómenos de las Tablas astron. de


Ulugh-Beg , 1847, p. c x x x i v , n o ta 2: D ela m b re, H ist.mde la A stron . de la
Edad M edia, p. 8.

(80) P á g . J 0 1 .— E n m is in v e stig a cio n e s a c erca del v a l o r rela tiv o de


las posiciones geográficas en el A sia central (A sia central , t. III, p. 581-
i>96) ,he d ado las la titu d e s de S a m a rc a n d a y de B o k k a r a , se g ú n los m a­
nuscritos árabes y persas de la B ib lio te c a de P aris. Creo h a b e r probado
qu e la p rim e ra escede de 39° 5 2 1, m ie n tra s q u e los m ejores m a n u sc rito s
de U lu g h -B e g d a n 39° 3 7 1;*el Kiíab-al-atual de A lfares y el Kanun de Al-
b iru n i a s ig n a n ta m b ié n 40° p a r a la la titud de S a m a r c a n d a . Debo h a c e r
n o ta r a q u í de n u e v o cu án im p o rta n te se ria p a r a la g e o g ra fía y p a ra la
h isto ria de la A s tr o n o m ía , d e te r m in a r por últim o la lo n g itu d y la la titu d
de S a m a r c a n d a por repetidas o b se rva cione s d ig n a s de confianza. Conoce­
m os la la titu d de B o k h a r a p o r las o b se rv a cio n e s de Burnes; y es de 39°,
4 3 ‘ 4 l M. Los errores de los dos bellos m a n u sc rito s árabes y persas de la
B ib lio te c a de P a r ís (n .° 164 y n .° 2,460) son pues ú n ic am e n te de 7 á 8';
m ie n tr a s q u e el M a y o r R e n n ell, ta n feliz o r d in a r ia m e n te en sus com bi-
ciones . se equivocó en 1 9 ; en la la titu d de B o k h a r a ( H u m b o ld t,
A sia central , t. III, p. 592, y Sédillot en los Proleg. de Ulugh-Beg p.
c x x m -c x x v ).

(81) Pág-. 102.— Cosmos, t. II, p. 2 8 3 - 2 S 5 , y H u m b o ld t, Exúm cn crit.


d e la h is t. de la G eogr., t. IV, p 321-336; t. V , p. 226-238.

(82) Pág-. 102.— C a rpa ni, Paralipóm enon, 1. VIH, c. 10. (Opp., t. IX,
ed. Lug-d., 1663, p. 508).

(83) Pág-. 103.— Cosmos, t. I, p. 75.

(84) Pág-, 105.— B a ily , Catal. o f those Stars in the H istoire celeste deJero-
me de Lalande, for w hich tables o f reduction to the epoch 1800 have been p u -
blished b y p ro f. Schumacher, 1847, p. 1195. R especto de los p ro g re so s q u e
d e b e la A s tr o n o m ía á la perfección de los calálog-os de estrellas, v é a n se
la s co n sid eraciones de J u a n H erschell en el Catai. o f the B ritish Associa-
tion, 1845, p. 4, § 10. V . ta m b ié n sobre las estrellas perdidas, S c h u m a ­
cher, A stron. N a ch r., n .° 624, y B o d e , Jahrbuch fiir 1S17, p. 249.

(85) Pág-. 105.— Memoirs o f the Royal A stron . S o c., t. XIII, 1843, p. 33
y 168.

(S6) Pág-. 105*— Bessel, Fundamenta Astronomías pro a n n o 1755, d e d u c ­


ía ex o b s e rv a tio n ib u s viri in com p aribilis J a m e s B rad ley in Specula a s ­
tr o n ó m ic a G renovicensi, 1818. V. tam bién Bessel, Tabulce Regiomontancü,
reductionum observationum, astronomicarum, ab anno 1750 usque ad annum
1850 com putake, 1830.

(87) Pág-. 105,— R e ú n o aqui en u n a sola n o ta las indic ac io n e s r e la ti­


v a s á la riq u e z a de los catálag-os estelares. A l n o m b r e del o b s e rv a d o r
a c o m p a ñ a el n ú m e ro de las posiciones de estrellas d e te r m in a d a s por él.
L a Caille, 9,766 estrellas au stra le s, h a s ta la 7 .a m a g n itu d in c lu siv e , r e ­
ducid as á 1,750 p o r H en d e rso n . E sc g r a n trabajo fué lle vado á efecto p o r
L a Caille en m enos de diez m eses, de 1751 á 1752, por m edio de un a n ­
teojo q u e te nia solo u n a u m e n to de 8 v e c e í . Tobias M a y e r. 998 es tre­
llas, p a r a 1,756; F la m s te e d , 2,866 a u m e n ta d a s en 564 por los cu idados
de B a ily (Mem. o f the A stron . S o c., t. I V , p. 129-164). B r a d le y , 3 ,222
red u c id a s á 1,735 por Bessel. P o n d . , 1 ,1 1 2 . P ia z z i, 7,646 en 1,8 00.
T o m á s B risb a n e y R ü m k e r , 7,385 estrellas au s tra le s o b se rv a d as en la
N u e v a -H o la n d a en los años 1822-1828. A i r y , 2,156 estrellas reducidas
á 1,855. R u m k e r , 12,000 en H a m b u r g o . A r g e la n d e r (catál. d e A bo),
560. T a y l o r , 11,015 en M adrás. E l B ritish A ssociation Catalogue o f Stars,
1855, calculado bajo la dirección de B a ily , contien e 8,377 estrellas desdo
la 1.a h a s ta la 7.- 8 .a m a g n itu d . P o see m o s a d e m á s p ara el cielo a u s tra l,
os ricos c a tá lo g o s de H c n d c rs o n , de F a llo w s , de M aclear, en el Cabo,
y de Jo h n s o n , S an ta E le na.

(88) Pág-, 1 0 6 . — W e isse , Positiones medico slellarum [icrarum in Zonis


Begiom ontanis a Besselio in t e r — 15° et -+- 15° decl. observatorum ad a n n u m
1^25 reductíe (1S4G), con un i m p o r ta n te prefacio de S tru v e .

(89) P á g . 10G.— E n c k e . Gedachtnissrede a u f Bessel, p. lo .

(90) P á g . 107.— V . S tr u v e , E slu dios de A stron. estelar, 1817, p. GG y 7 2 ;


Cosmos, t. I, p. 13o; Mccdler, A s tr o n ., 4 . a e d ., p. 417.

(01) P á g . i0 9 . — Cosmos, t. II, p. 196 y 507, n .° 11.

(92) P á g . 109. — Ideler, Untersuch. iiber die Sternnamen, p. XI, 47, 139,
1 5 1 y 24‘3: L e tio n n e , Sobre el origen del Zodiaco griego, 1840, p. 2'}.

(9o) P á g . 110.— L etro n n e , ídem , p. 25, y C a rte r o n , A n á lisis de las In~


instigaciones de Letronne sobre las representaciones zodiacales, 1853, p. 119.
«Es m u y du d o so q u e E u d o x io (01. 103) h a y a em pleado ja m á s la p a l a ­
bra ZaSiaxó;. E n c u é n tr a s e p or p r im e ra vez en E uclides y en el-C om entario
de Hiparco so b re A ra to (01. 1G0). E l n o m b r e de eclíptica, ¿xU itutlkó?, es
ta m b ié n m u y m o d e r n o » . (V. M artin , en su C o m en ta rio acerca de Teon
de E sm irn a . Liber de A stronom ía, 1849, p. 50 y G0).

(94) P á g . 110.— L e t r o n n e , Orig. del Z o d ., p. 25 y A nálisis crit. de las


Repres. z o d ., 184G , p. 15. Ideler y Lcpsio tie n e n tam bién p or se g u ro
«que el zodiaco caldeo co n sus divisiones y su n o m b r e , fué in tr o d u c id o
en G recia desde el siglo Y1I an tes de n u e s t r a era; p e ro q u e la s c o n s te la ­
ciones zodiacales p ro p ia m e n te d ic h as tu v ie r o n acceso m a s ta rd e y suce­
s iv a m e n te en su l i t e r a tu r a a s tr o n ó m ic a » . (Lepsio, Chronologie der JEgip-
ter, 1849, p . G5 y 124). Ideler se in c lin a á creer q u e los O rientales lenian
nom bres, pero no co nstelaciones en las d o d c c a te m ó r ia s . Lcpsio e n c u e n ­
tr a n a t u r a l «que los Griegos, en u n a época en q u e la m a y o r p a r te de su
esfera e s ta b a vacía, a d o p tase n las co n s telaciones caldeas c u y o s n o m b re s
lle v a n las 12 divisiones del Zodiaco. ¿ P e r o , no p o d r ía p r e g u n ta r s e se g ú n
esta h ipó tesis p o r q u é los G rieg os no tu v i e r o n desde un principio m a s
q u e 11 sig n o s y cómo se esplica q u e no to m a r a n la s 12 constelaciones
caldcas á la vez? Si desde u n p rincipio h u b ie r a n te n id o los 12 signos, fu e ­
r a inú til re sta r un o p a r a r esta b le ce rlo á s e g u id a p as ad o a ' g u n tie m p o .

(95) P á g . 111.— A cerca de u n p a s a je in te r c a la d o p o r u n copista en el


testo de H iparc o, v é a se L e tro n n e , Orig. del Z o d ., 18-50, p. 20. D esde
1812, época en q u e tenia la persu a sió n de que los Griegos h a b i a n debido-
TOMO III. 3 1
conocer m u y de a n tig u o el sig n o de L ib ra , he recog ido y discutido cui-
d á d o s a m e n te todos los pasajes de los escritores de la a n tig ü e d a d g r ie g a
ó r o m a n a , en los cuales la Constelación de L ibra se rep rese n ta como un
sig n o del zodiaco. H a b ia m a rc a d o , en este tr a b a jo , el p asaje de Hiparco
(Comment . in A ratum , 1.111, c. 2), en el cu a l se cita el S*¡piov (del C entauro
a! pié de delante ). T am poco h a b i a o lv id a d o el n o ta b le p asaje del A lm a-
gestris, 1. IX, c. 7 (H a lm a , t. II, p. 170), en el cual t r a s l a d a Tolom eo u n a
o b se rv a c ió n q u e s e g u ra m e n te no se hizo e n B a b ilo n ia , sino por astrólog os
caldeos dispersos p o r Siria ó A le ja n d ría : p a r a d e s ig n a r la L ib ra em plea
las p a la b r a s ^á?.Saíovs en oposicion á las g a r r a s del E scorpion ( Vista
de las Cordilleras ¡j Monumentos de los pueblos indígenas de la A m érica , t. 11,
p . oSOj. B u ttm a n n p r e t e n d í a , c o n tra to d a v e ro sim ilitu d , q u e las
d e s ig n a b a n o r ig in a r ia m e n te los dos p la tillo s.d e Libra y q u e h a b ía n sido
c o n s id e r a d a s mas a d e la n te e r r ó n e a m e n t e com o fo rm a n d o las g a r r a s del
E sc o rp io n (Y. Ideler, Untersuch. über die astron. Beobaeht der A lte n , p. 374
y über die Stcrnnamen, p. 174-177; C a rte r o n , Investigaciones de Letronnc,
p . 113). Sea de esto lo q u e q u ie ra , sábese c u a n ta a n a lo g ía p re se n ta n
cierto s n o m b re s de las 27 casillas d e la L u n a , con los n o m b res de las
12 casillas del Sol en el Zodíaco. E n c o n tré con sorpresa el s igno de L ib ra
e n tre las N a k s c h a t r a s ó casillas de la L u n a de los Indios, c u y a g r a n a n -
tig ü e d a d a d no pu d ría c o m p ro b a rse. ( Vistas de las Cordilleras, t. II, p. 0-12.)

(96) P a g . 112.— Y ea se A . W . de S ch le g e l, über Sternbikler des Ticr-


hreises im alten ln d ie n , en la Z citsch rift fü r die Runde des Morgenlandes, t. I,
3.er libro, 1837, y Commenlatio de Zodiaci anti quítate et origine, 1S39; y
A dolfo H o ltz m a n , über den griechischen Ursprung des indischen Thierhreises,
1841, p. 9, 16 y 23. Leese en esta u ltim a obra: «Los p a s a je se s tra c ta d o s del
A m a r a k o s c h a y del R a m a y a n a no d a n l u g a r a n in g ú n g é n e r o de d u d a :
h a b l a n del Zodiaco m ism o en té rm in o s m u y claros. P e ro si es cierto
q u e las obras á que p erte n ec en esos p asaje s fueron co m puestas antes de
q u e los ind io s p u d ie ra n te n e r co noc im iento del zodiaco de los Griegos,
q u e d a to d a v ía p o r e x a m in a r , si esos p asajes te n d r í a n ó nó adiciones
posteriores.?’

(97) P á g . 1 1 2 .— Y é a se B u t tm a n n , en el B erliner astron. Jahrbuch für


1822, p. 93; Olbers, s ó b r e l a s co n s telaciones m a s recientes en el S ch u -
macher*s Jahrbuch fü r 1S40, p. 238-251, y J u a n H erschell, Revisión and
Re-arrangement o f the Conslellations, w i t h special reference to th o se of
th e S o u th e r n H em isp h ere, en las Memoirs o f the A stron . S o c., t. XII, p. 201-
"225 (con un cuadro m u y exacto de las estrellas australes colocadas por
<jrden de m a g n i t u d desde la I a h a s ta la 4 . a) A propósito de la discusión
q u e Lalande sostuvo dec idida m e nte con B ode en defensa de sus conste­
la cio n e s del Gato dom éstico y del Custos se getu m (Meseguero) , Olbers
%
hace n o ta r q u e « para colocar en el Cielo á los Honores de Federico (gonsle-
íacion im a g in a d a p o r Bode), ha tenido A n d r ó m e d a que r e tira r su brazo
d e l sitio q u e ocupaba h a c ia 3,000 años.»

(9S) P á g . 112.— Cosmos, t. Ilf, p. 27.

(99) P á g . 113.— S e g ú n ü e m ó c r ito y su discípulo M etrodoro; v éa se


S to b e e , Egloga física , p. 582.

(100) P á g . 113.— P lu ta r c o , de P la cit: P h il., II, 11; Diog. L a é rte s, V III,


7 7 ; A q u ile s Tacio ad A r a t . , c. o: E ¡x-tc. xpvaval'AñSn t o v t o v (zov óvparov)
síffa ix , ¿x cov /xaj-£TÓ?on? a v k l i r r a : ta m b ié n se e n c u e n t r a so la m e n te el
epíteto de cristaloide en Diog. L aé rtes, VIH, 77 y cu G aleno, H ist. fil. 12
(S turz, Em pedocles A g rig en t., t. I, p. 321). Léese en L ac tanc io, de opifteio
De i, c. 17: « A n , si mihi q u is p i a m d ix e rit aeneum esse ccelum an v ilre u m ,
-aut, u t E m pe docle s ait a é r e m glaciatum , s ta tim n e a s se n tia r, quia ccelum
ex q u a m a te r ia sil, ig n o r e m 'N E n cuanto á ese ccelum vilreum no h a n d e ­
j a d o los G riegos testim onio a lg u n o m a s a n t ig u o que ese pasaje. Solo un
a s tro , el Sol, h a sido lla m a d o por Filolao , cuerpo vitreo q u e recibe v
refleja h á c ia nosotros los r a y o s del fuego ce n tral. La opinion de E m p e ­
docles referid a-en el testo, sobre la L u n a redonda en form a de g ra n iz o , y
reflejando la luz del Sol, h a sido m e n c io n a d a por P lutarco (de facie in
orbe Lunce, cap. 5). Y . E usebio, Prcep. E vangel., 1, p. 2 í D. Si en H om ero
y en P in d a r o llam ase al Cielo ¿á/Uíoí y o-iS^o?, tales espresiones no t i e ­
n en m a s v a l o r q u e el de las de corazon de bronce ó voz de bronce, c
indican ú n ic a m e n te lo sólido, lo d u r a b le , lo im pe rece dero (Vcelcker,
iiber llom erische Geographie, 1830, p. 5). La p a la b r a x/JiWaUo; em p lea d a
p a r a d e s ig n a r el cristal de ro c a tra sp a re n te com o el h ie lo, hállase no so­
la m e n t e en P lin io , sino antes de él en Dionisio el P c r ie g e to , 781, en
E lia n o y en S tra b o n , X Y , p. 717, Casaub. Es im posible q u e los a n tig u o s
a d q u i r i e r a n la idea de asim ilar su cielo de cristal, á u n a b ó v ed a de hielo
{aér g la cia tus de L actancio), en el con o c im ien to del decrecim iento de la
t e m p e r a t u r a de Jas capas atm osféricas. A p esar de las escursiones á los
países m o n ta ñ o s o s , y el aspecto de las cimas c u b iertas de n ie v es eterna*,
r ep rese n táb a n se s ó b r e l a atm ósfera p ro p ia m e n te d ic h a , la región del éter
íg n e o y de las estrellas á las que a t r i b u ía n ta m b ié n u n ' c a l o r propio
( A ristóteles, M eteorol., I, 3; de Ccelo, U, 7, p. 289).— Despues de h a b e r
h a b la d o (de Ccelo, 11, p. 290) de los sonidos celestes «que no o y e n los h o m ­
b res, se gún los p ita g ó ric o s, p o rq u e son c o n tin u ad o s , y p o rq u e los sonidos
p a r a poder ser apreciados deben ser in te rru m p id o s por silencios» , A ris­
tóteles sostiene u n a tésis opu esta pero ta m b ié n m u y s in g u la r. A d m ite
que las esferas celestes calie n ta n , p o r sus m o v im ie n to s , el aire colocado
debajo, sin calentarse ellas m ism as. De esta m a n e r a no h a b r ía p ro d u c-
cion de sonidos, sino p ro d u cc ió n de calor. «El m o v im ie n to de la esfera
de los fijos es el m a s rápido (A ristó teles, de Ccelo, II, 10, p. 291): m ie n ­
tras q u e esta esfera se m u e v e c irc u la r m e n te con los cuerpos q u e le están,
a d h e r id o s, los espacios colocados in m e d ia ta m e n te d eb a jo, se calie n ta n
e s tra o r d in a r ia m e n te , á causa de los m o v im ie n to s d e las esferas, y el ca­
lor asi e n g e n d r a d o se p r o p a g a h ácia ab a jo h a s ta la T ie rr a » ( M eteorol. , I,
3 , p. 340). S iem pre me h a sorp rendido el c u id a d o q u e el E s ta g ir ita
pone én e v i ta r la p a l a b r a cielo de cristal: su espresion de ¿iStSepéta uorpa,.
astros fijos, se refiere á la concepción de u n a esfera sólida, pero sin espe­
cificar n a d a acerca de la especie de m a teria de que está fo rm a d a. Cicerón
mism o no dice m as ac erca de este pu n to ; ú n ic a m e n te su c o m e n ta d o r
M acrobio (in Cicer. Somnium S cip ion is, I, c. 20, p. 99, ed. B ip .) a v e n tu r a
a l g u n a s ideas m a s a tr e v id a s acerca del dec recim ie n to de la te m p e r a t u r a
con la a ltu r a . S eg ú n él, las zonas es tre m a s del Cielo gozan de u n frió
etern o . «Ita en im n o n solum te rram sed ipsum q u o q u e coelum, q u o d v ere
m u n d u s v o c a tu r , te m p e r a r i a solé c e rtissim u m est, u t extre m ita te s ejus,
<|iiEe a v ia solis lo n g issim e r ec esse ru n t, o m n i c a r e a n t beneficio caloris et
u n a frig oris p e r p e tu ita te to rp esc an t.» E sas e stre m id a d es cceli, en do n d e
el obispo de H ip p o n a (San A g u stín , ed. A n t v . , 1700, I, p. 102, y III, p. 99)
colocaba u n a r e g ió n de a g u a h e la d a c e r c a n a á S a tu r n o , el p la n e ta m a s
e le v a d o y p o r lo ta n to el mas frió, son sie m p re co n s id e ra d a s como for­
m a nd o p a r te de la atm ó sfera: p o r q u e solo fu era de esos lím ites estrem os
es a d o n d e se e n c u e n tra el éter ígneo (M acrobio, I, c. 19, p. 93). P o r u n a
s in g u l a r id a d , de la q u e no es fácil darse cue nta , este éter ígneo no impide-
q ue r ein e el frió e t e r n a m e n te en la r e g ió n v ec in a . «Stella;, supra coelum
locatse,' in ipso purissím o cethere su n t. in q u o o m n e , q u id q u id est, lu x
n atu ra lis et su a est (la r e g ió n de ios astros que tie n e n luz propia), qute
to ta cuni ig n e suo ita spluerse solis in c u m b it, u t coeli zonse, quse pro cu l
a solé s u n t, p erp e tu o frig o re oppressse sint.» He creido d eb e r d e s a rro lla r
a q u í de u n a m a n e ra detallada la co n e x io n de las ideas físicas y m e te o r o ­
lógicas de los G riegos y de los R o m an o s, p o r q u e á escepcion de los t r a ­
bajos de U k e rt, de E n riq u e M artin, y los escelentes fra g m en to s sobre la
Meteorología Veterum de J. Ideler, ap e n as si se h a b ia indic ad o h a s ta aquí,
este a s u n to .

(I) P á g . l l í . — Que.el fuego te n g a la fuerza de d e t e r m i n a r l a solidifi­


cación (A ristóteles, Probl. X IV , II), q u e la con ge la ció n m ism a p u e d a ser
d e t e r m in a d a p or el calor, opiniones son estas p r o fu n d a m e n te a r r a i g a d a s
en la física de los a n tig u o s. D escansan, en ú lti m o análisis, en u n a brilla n te
teoría de los c o n tra rio s ( A n t ip e r is t a s is ) , en u n oscuro prese n tim ien to de
la p o la rid a d , m anifestada en estad o s ó cua lida des opuestas de u n a m is m a
m a teria . V . Cosmos, t. III, p. l í . E l g ra n iz o se f o rm a con ta n t a m a y o r
a b u n d a n c i a , c ua nto mas. calientes son las capas de aire (A ristóteles,.
Meleor. 1, 12). D u ra n te la pesca de in v ie r n o en las costas del P o n to -
E u x in o se em pleaba el a g u a caliente p a r a q u e a u m e n ta r a el h ie lo a lre d e ­
d o r de los tubos p la n tad o s en el fondo del m a r. ( A leja n d ro de A frodisia,
fol. 8G, y P lu ta r c o , de prim o fr íg id o , c. 12).

(2) P á g . l i o . —K eplero dice te r m i n a n t e m e n t e (Stella M ariis, fol. 9): S o ­


lidos orbes rejeci: y (Stella N o v a , 1006, cap. 2, p. 8): P la n e ta in puro
í e t h e r e ; p e r in d e a tq u e a v e s in aere cursos suos conficiunt (Y . tam bién
p. 122). P e r o h a b ia em pezado p o r a d m itir u n a esfera sólida y fo rm a d a
de hielo: Orbis ex a q u a faetus g elu c o n c reta p r o p tu solis a b r a n tia m ( K e -
ple ro E p it. Astron. Copern., t. 2, p. 51). Y ein te siglos an tes de K e p le r o 4
sostenía y a E m p é docle s q u e las estrellas estab a n fijas á u n cielo de cris:
ta l, pero q u e «los p la n e ta s e s ta b a n libres é in d e p en d ie n te s» (lov^ S¿
6ñai). Y . P lu ta r c o , de P la c. P h ilo s, II, 13: E m p e d . 1. p . 3 3 5 , e d . S tn rz -
E usebio, P n c p . evanej., X V , 30, col. 1GS8, p. 330. Es difícil co m p re n d e r
com o P ta to n (pero no A ristó te le s ) p u e d e a t r i b u i r un m o v im ie n to de rota­
ción á las estrellas, su p o n ie n d o q u e estén fijadas á un orb e sólido (Tim eo,
p. 40, B).

(3) P á g . 1 l o . — Cosmos, t. II, p. 305 y 4G8, n ú m . 3S.

(í) P á g . l i o . — Cosmos, t. III, p. 48.

(o) P á g . l i o . — «Las causas princip ales d é l a v ista in d is tin ta son: a b e r ­


rac ió n de csferoicidad del ojo, d ifracción en los estreñ ios de la p upila,
■comunicación de ir rita b ilid a d en p u n to s p r ó x i m o s de la r e tin a . La vista
co n fu sa es a q u e lla en la cual el foco no cae p re c isa m e n te sobre la retin a,
s in o d e la n te ó detrá s de la r e ti n a . Las colas de las estrellas son el efecto
de la visión in d is tin ta , en ta n to q u e d e p e n d e de la c o n s titu c ió n del
cristalino. S eg ú n una m e m o r ia m u y a n t ig u a de H ass en fra tz (180!)), <das
colas que en n ú m e ro de 4 ú 8 ofrecen las estrellas ó una b u g i a vista
á 2;i m e tro s de d i s t a n c i a , son los cáusticos del cristalin o form ados pol­
l a in te rsec ció n de los ra y o s r efra cta d o s.» Esos cáusticos se m u e v e n á m e ­
did a q u e in c lin a m o s la cabeza. L a p ro p ie d a d del an teojo de te rm in a r la
im á g e n h ace que co n c e n tre en u n p e q u e ñ o espacio la luz q u e sin esto
o c u p a r ía un espacio m a y o r . Esto es' v e r d a d p a ra las estrellas fijas y
p a r a los discos de los p la n e ta s. L a luz de las estrellas q u e no tie n en discos
rea les c o n s erv a la m ism a in te n s id a d , c u a lq u ie ra q u e se a el au m e n to . E l
fondo del aire del cua l se destac a la estre lla en el an teo jo se h ac e mas n e ­
g r o por el a u m e n to q u e d ila ta las m o lé c u la s del aire q u e a b r a z a el ca m p o
del a n te o jo . Los p la n e ta s de discos v e r d a d e r o s lle g an tam bién á p a l i d e ­
cer por este efecto de dila ta ció n . Cuando la p in tu r a focal es clara, cu a n d o
los r a y o s q u e p a rte n de un punto del objeto se c o n c e n tra n en un solo punto
en la im a g e n , el o cular d a resu ltad o s satisfactorios. Si por el c o n tra rio ,
los ra y o s q u e e m a n a n de u n p u n to no se r e ú n e n en el foco en u n solo
p u n to , si fo rm a n 'e n él un pequeño circu lo , las im ágenes de los dos p untos
co n tig u o s del objeto caen n e c es ariam en te la u n a sobre la otra: sus r a y o s
S3 c o n fu n d e n . E l lente ocular no po d ría h ac er d esapa re cer esta confusion.
E l oficio q u e d esem p e ñ a esclu siv am e n te es el de a u m e n ta r: a u m e n ta t o d a
lo q u e pertenece á la im á g en , los defectos com o lo d em as. Careciendo las
estrellas de d iá m etro s a n g u la r e s sensibles, los q u e co n s e rv a n siem pre
d ep e n d e n en su m a y o r p a r te de la falta d e perfecció n de los in stru m e n to s
(de la c u r v a tu r a m enos r e g u la r d a d a á las dos ca ra s del le n te objetivo)
y de a lg u n o s defectos y a b e rra c io n e s de n u e s tr a v ista. C uanto mas pe­
q u e ñ a p a re c e u n a estre lla , siendo en un todo ig u a l respecto al diám etro
del objetivo, al au m e n to em picado y al brillo de la estrella observada»
ta n ta m a y o r perfección tiene el lente. A h o r a bien , el m edio m e jo r de
j u z g a r si las estrellas son m u y p e q u e ñ a s , si h a y p u n to s re p re se n ta d o s en
cd foco por sim ples p u n to s , es e v id e n te m e n te el de d ir ig ir u n a visual á
estrellas esce siv am en te a p r o x im a d a s e n tre sí, y v e r si en las estrellas d o ­
bles conocidas se co nfunden las i m á g e n e s , si caen u n a so b re o t r a , ó
ta m b ié n si se las d istin g u e con c larid ad se p a ra d a s.» ( A r a g o , M anuscritos
de -1834 y de 1847).

(6) P á g . 116.— H a ss c n fra tz , Sobre los rayos divergentes de las estrellas en


D ela m é th eric , D iario de F ísica , t. L X ÍX , 1809, p. 324.

(7) P á g . 116.— Horapollirris Niloi H ierog ly p h ica , ed. Conr. L cc m ans,


1835, c. 13, p. 20. El sábio editor r e c u e r d a (p. 194) co m b atien d o la opi­
nio n de S o m m a r d (Descripc. del E g ipto, t. V II, p. 423) q u e to d a v ía no se
h a e n c o n trad o la estrella como sím bolo del n ú m . 5 ni en los m o n u m e n to s
ni en los papiros.

(8) P a g . 116.— C uando y o n a v e g a b a por el m a r d el S u d a b o rdo de


nav io s esp añole s, descubrí en tre los m a rin e r o s la creencia de q u e p a r a
d e te r m in a r el tiem po de la L u n a an te s del p rim e r c u a d r a n te , b a s ta b a m i­
ra r la á tra v é s de un tejido de s e d a , y c o n ta r la s im á g e n e s múltiples que
se d istin g u en así. E ste seria a llá un fenóm eno de difracción reticular.

(9) P á g . 117.— Outlines, § 816. A r a g o h a h e c h o crecer el falso disco


de A ld é b a r a n desde 4 ‘‘ h a s ta 1 5 " r e d u c ien d o cada vez m as la a b e r tu r a
del objetiv o.

(10) P a g . 1 1 7 .—D elam bre, H ist. de la astron. m od., t. I , p. 193. A ra g o ,


A stron . p o p u l., t. I. p. 366.

(11) P á g . 117.— ¿M inute a n d v e r y cióse co m p an io n s the severest te s ts


Avich can be, applicd to a telescope.» O u tlin es , § 837. Y . tam bién Juan.
H erschell, Viaje al cabo, p. 29, y A ra g o en l a A stron . p o p u l., t. I,
p. 184-187. H e a q u í los satélites q u e p u e d e n se rv ir de ejem plo p ara lo 5;
in stru m e n to s ópticos de a u m e n to s considerables: el 1.° y el 4.° satélite de
U ra n o , v u elto s á v e r en 1817, por Lassell y Otto S tru v e : el L.°, 2.° y 7.°
sa télite de S a tu r n o (Mimas, E nce lad o é H iperion d escubie rto por B o n d ) ;
el satélite de N ep tuno d escubierto p o r Lasell. L a i d e a de p e n e tr a r en las
p r o fu n d id a d e s d el Ciclo, indujo á Bacon en un p asaje en q u e d irig e á
Galileo elo cu e n tes alab a n za s, a t r i b u y é n d o le la inv e n ció n de los an teo jo s,
á tom ar como térm ino de com paración los barcos q u e lle v a n d los n a v e ­
g a n te s á un Océano desconocido, «ut p r o p io ra ex ercere possint cu m
coelestibus c o m m e r c ia ;» Works o f Francis B acon. 1710, t. I, Xovum Orga.-
non, p. 301.

(12) P á g . 1LS.— «La espresion V7COXI de la cual u sa T olom eo en su.


c a tá lo g o , y la aplica u n if o rm e m e n te á las seis estrellas q u e cita por su
color, ind ica u n p e q u e ñ o g r a d o de coloracion in te r m e d ia en tre el a m a ­
rillo y el rojo de fuego. Significa ex a c ta m e n te u n m atiz débil del rojo de
fuego. E n cu a n to á l a s dem as estrellas, T olom eo les a trib u y e de u n m odo
g e n e r a l el epíteto de |a»0óí, rubio a rd ie n te . (A lm ag ., Y II I , 3, ed. I la l m a ,
t. 11, p. 91). S e g ú n Galiano (Meth. m ed., 12) xipp¿; significa color rojo de
fuego pálid o , con te n d en c ias al a m a r illo . A u lu-G e lle co m p ara esta pala-
lira con m elin u s, c u y o sentido e s , se g ú n S e r v io , idéntico al de gilvus y
d e fu lv u s. S é n e c a cita á S irio (X a tu r . Qu(est., I, 1) com o mas rojo que
M arte; esta estrella es por o tr a p a r te del nú m e ro de las que el Al m ag es­
tas lla m a vTcóxippoi. No cabe d u d a a l g u n a de q u e e s ta ú ltim a p a la b r a in ­
dica el p r e d o m in io , ó cu a n d o m en os u n a c ierta p r o p o rc io n de r a y o s rojos
en la luz de esta estrella. H áse d ic h o q u e Cicerón h a b ia tr a d u c id o po r
ru tilu s el ad jetiv o •xoul^o? q u e A r a to aplicó á S irio, (v. 32 7 ); pero esta
aserción es e rr ó n e a . Cicerón dice, v. 318:

N a m q u c pedes s u b te r rutilo cum l u m i n e claret


F e rd iv u s ille Canis ste lla ru m luc e r e fu ig e n s ;

pero ru tilo cum lum ine no es tam poco la tr a d u c c ió n de la p a la b r a tcoixLIqz;


es s e n cillam e n te u n a adición del tra d u c to r.» ( E s t r a d o de las cartas del
profesor F r a n z .) «Si su s titu y e n d o r u tilu s, dice A r a g o , al té rm in o g r ie g o
de A ra to , el o r a d o r r o m a n o r e n u n c ia de intento á la fidelidad, es preciso
suponer q u e el mismo' h a b ia reconocido las p r o p ie d a d e s ru tila n te s de la
lu z de S irio.» (A nu ario p a r a 1 8 12, p. 3 o l . )

(13) P á g . 118. — Cleomedcs, Cycl. Theor., 1. II, p. 59.


(14) Pág-. U S . — Msedler, A stron ., 1 8 íí), p. 391.

(15) P á g . 1 1 9 .—H erschell en el Edinb. R cvicw , t. 87, 184S, p. 189, y


en la s A stron . N achr. de S c h u m a c h e r, 1839, n ú m . 372: «11 scem s m u e h
m o r e lik e l y th n l in S irius a r e d colour sh o u ld be the effect of a m é d iu m
in te r fe re d , tlian th a t in te sort spacc of 2.000 y ca rs so vast a b o d y sh ould
lla ve a c t u a l l y u n d e r g o n c such a m a te r ia l c h a n g o in its p h y sic a l c o n s ti-
tu tio n . It m a y be snpposcd th e cxislence of som e sort of cosmical d o u d i-
ness, subject to in te r n a l m o v e m e n l s , d e p e n d in g on causes of w h i c h w e
a r e ig n o r a n t .» ( A r a g o , en el A nuario p a ra 1812, p. 350-353).

(16) P á g . 119.—E n los Muhameclis A lfrag an i dironologica d astronómica


dem enta, ed. J a c o b u s C h rislm a n n u s, 1590, c. 2 2 , p. 97, se e n c u e n tra :
« S tella ruffa in T au ro A ld e b a r a n ; stella ruffa in Gém inis quse a p p c lla tu r
H acok , h o c est C a pra .» A h o r a b i e n , A lh a jo c, A iju k son las d esignac iones
h a b i tu a l e s de la C a b ra , en las trad u c c io n e s á r a b e s del A lm a g e sta s y ta m ­
b ié n en las trad u c cio n e s latinas h e c h a s sobre testos árabes. A r g c la n d e r
o b s e rv a con ra z ó n , respecto de esto, q u e T olom eo en u n a o b ra as tro ló ­
g ic a (Terpápipkos avtTaliq) c u y a a u te n tic id a d establecen el estilo y t e s ­
tim o n io s m as a n t ig u o s , h a c o m p a ra d o las estrellas con los p la n eta s r e la ti­
v a m e n te á la coloracio n, y de esta m a n e r a a p r o x im a la C abra A u r ig a
.stella á la M artis stella, qute u rit sicul c o n g r u it ig n e o ip s i u s ’colori. Tolo-
m eo, Q uadripart. construct. lib ri IV , B asil, J551, p. 383. T a m b ié n Ric-
cioli coloca la C abra en tre las estrellas rojas, al lado de A n ta r é s , A lde­
b a r a n y de A r t u r o . (Almagestum novum , ed. 1050, t. I, parte 1, 1. 0, c. 2,
p. 394.)

(17) P á g . 120.— ATéase Chronologic des JEgypler p or Ricardo Lepsio,


t. I, 1859, p. 190-195 y 213. El c a le n d ario egipcio, con la sum a de sus
d isposiciones, se estableció 3285 años an tes de n u e s tra era , es decir, siglo
y m edio antes p r ó x im a m e n te de la erección de la g r a n p irá m id e de
C h e o p s - C h u f u , y 940 a n t es de la fe c h a a s ig n a d a de o rd in a rio al d i ­
lu v io (Cosmos JTTHfíTpT 381). S ábese por las m e d idas del c o ron e l W y s e ,
q u e la g a le r ía s u b te r r á n e a m u y e s tre c h a que d a e n tra d a al interior de la
p irám id e está in c lin a d a casi en 20° 15' e x a c to s , y q u e la dirección de
esta g a le ría corresponde ta m b ié n á l a a ltu r a q u e « del D ragó n, estrella
p ola r eñ tiem po de Cheops, te n ia ento n ce s en Gizch c u a n d o su c u lm in a ­
ción inferior. P e ro los cálculos r e la tiv o s á esta circ u n sta n cia su p o n e n
p a r a la época de la co nstrucción de la p irám id e, el a ñ o 3970 a n te s de J.-C.
(Q uilines o f A str o n ., § 319), y no 3430 com o h e m o s a d m itido en el Cos­
mos, s e g ú n Lepsio. Por lo d e m á s , esta d iferenc ia de 5 Í0 añ os se opone
í a n t o m e n o s á q u e « del D ragón h a y a podido ser to m a d a como estrella
po la r, c ua nto q u e su distancia al polo en el añ o 3970 110 era a u n m as q u e
de 3o 44'.

(IS) P á g . 120.— E s t r a d o lo q u e sigu e de la c o rre sp o n d e n c ia am istosa


d el profesor Lepsio (Febrero de 18o0). «El n o m b r e egipcio de Sirio es
S o th is; de esta m a n e r a se le d e s ig n a como astro fem enin o. De aq u í v iene
e l g r i e g o vj , idéntico con la diosa Sote ( frec u en te m e n te SU en la
len srua g e r o g líñ e a ) , y con Ipsis-Sothis, en el tem p lo de R a m sé s el G rande
e n T eb a s (Lepsio Chronol. der J lg y p ter, t. I, p. 119 y 130). L a significa­
ción de la raíz se v u e lv e á e n c o n tr a r en la le n g u a copla que p re se n ta u n a
n u m e ro s a fam ilia de p alab ras del mismo o rig e n , c u y o s diferentes m ie m ­
bros ofrecen en v e r d a d m u c h a s d iv e rg e n c ia s, p u dié ndo selo s r e u n ir y o r­
d e n a r como sigue. P o r u n a triple d e riv a c ió n d el sentido p rim itiv o de
proyectar, projicere ( s a g itta m , te lu m ) se e n c u e n tra : 1.° se m b ra r, sem i­
nare: lueg o e x te n d e re , es te n d e r, estirar, te n d er u n a cuerd a; p or últim o ,
y es lo q u e im p o rta m as a q u í, irradiar la lu z y brilla r como la s e s tre ­
llas y el fu eg o . P u e d e n hac erse e n tra r en la m is m a série de ideas, los
n o m b r e s de las d iv in i d a d e s : Saíís (que a r r o j a ra y o s) Sothis, (q u e irra d ia )
y Seth (q u e q u e m a ) . P u e d e deducirse toda vía de los geroglíficos sit ó seli,
la flecha y ta m b ié n el r a y o ; seta, h i l a r ; setu, sim ientes esparcidas. Shotis
ind ic a p rin c ip a lm c n lc el astro radioso q u e a r r e g la las estaciones y los
perío d o s de tiem po. El p eq u e ñ o tr iá n g u lo , siem pre p in ta d o de am arillo,
q u e es u n signo sim bólico de S o th is , t o m a u n a significación notable
cu a n d o se h a l l a rep ro d u cid o m u c h a s voces en un cierto o rden (sobre tres
lín e as q u e e m e r g e n de la p a r te in ferior del disco solar).; es entonces la
rep rese n tac ió n del Sol radiante. Seth es el Dios del fu eg o , el d estru c to r.
C o n tra sta con Satis, diosa h e m b ra , sím bolo del Nilo fe c u n d a n te , q u e i m ­
p r e g n a de u n a h u m e d a d cálida las sim ientes. Satis es la Diosa de las Ca­
t a r a ta s , p o r q u e c u a n d o a p a re c e S othis en el ciclo, h á c ia el solsticio de
v e r a n o , em piezan á h in c h a r s e las a g u a s del Nilo. Y e tt iu s Y a le n s da á la
m ism a es tre lla el no m b re de 2 rt0 en lu g a r de S o th is; lo cierto es q u e no
h a y p o sib ilid a d de identificar como p r e te n d e Idele r (Handbuch der C h ro­
n o l., t. I, p. 12(>), Tliot con S e th ó S o t h i s : no , h a y a n a lo g ía a lg u n a
e n tre esos n o m b re s, ni por el fondo ni p or la form a. (Lepsio, t. I, p. 13(5).
D espues de estos o ríg ene s egipcios h e a q u f l a s etim o lo g ías ded u c id a s del
g r ie g o , del zend y del sánscrito «Ss/f», el S ol, dice el profesor F ra n z , es n n
r a d ic a l m u y a n tig u o q u e no difiere m as q u e p o r la p r o n u n c ia c ió n de &>,
sipos, el calor, el estío , en el cual se p ro d u jo u n a alterac ió n , como en el
p a s a j e de n lpo; á nipos ó répag. P a r a d e m o s tr a r la e x a c titu d de la relación
q u e a c a b a de indicarse en tre los r ad ic ale s atlp y 2>ép, Sipos, podem os citar
no so la m e n te el epíteto de Síptt'razog en A r a to , v . 149 (Ideler, Sternnamen ,
p. 2 í l ) , sino q u e tam bién el empleo de d eriv a cio n e s posteriores al radical
<Téí’p, á saber, la s form as aeipói, aslptot;, anpivóq^ cálido, abrasador. Es con
efecto m u y significativo q u e atipirá [¿idn a se h a y a usado ta m b ié n como
Sfpim ifíá n a , ligeras v e s tid u ra s del estío. P e ro la fo rm a atipioq debia r e ­
s u lt a r d o m in a n te ; y h a f o rm a d o el a d je tiv o aplicado á todos los astros á
los cuales se a tr i b u ía influencia sobre el ca lor estiv a l. P o r esta raz ó n el
p oeta A rq u ilo co lla m a al Sol oeípLog áarr¡p, é Ibico d es ig n a á los a s tro s
por la d en o m in a c ió n g e n e r a l da o ti pía., los brillantes. Es im p o s ib le , p o r
ejem plo, d u d a r q u e se tr a ta del S ol en este v erso de A r q u ilo c o : noXXovz
UtV uvzoV otipioq xazatarñ ¿Ivg ¿XX^nvov, Scgllll Hésiqu'lO y SllidaS, el
té rm ino 2 a > o ; d e s ig n a á la vez al Sol y á Sirio. No sucede lo m ism o
s e g ú n T zetzés y P ro c lo , en un pasaje de Hesiodo (Opera et D ies , v . 417)
en el cual está d esig n ad o el Sol pero no la estre lla del P e r r o ; y o
participo en u n todo d é l a opinion q u e em ite respecto de este asu n to et
ed ito r de Teon de E sm irn a , H. M artin. D el a d jetiv o q u e está es­
ta b lec id o com o u n a especie de epitliethon perpetuum p a r a la estrella del
P e r ro , v ie n e el v e r b o aapidv q u e p u e d e traducirse p o r centellear. A ra to ,
v. 331, dice de S irio : ¿£e» aeipiái, centellea vivamente. La p a la b r a ’S eirfv.
Sirena, tiene u n a e tim olog ía m u y d if e r e n t e ; y con razón h a b i a p e n s a d o
q u e n o tiene m as a n a lo g ía q u e u n a s e m e j a n z a de su y o casu al con el
nom bre de la estrella del P erro . El e r r o r está de p a r te de los q u e q u ie re n
se g ú n Teon de E s m ir n a ( Líber de A stron om ía , 1840, p. 202), h a c e r d e r iv a r
2 a pY¡v de aeipiá^eiv] esta ú ltim a p a la b ra no s e r i a p or lo d em as sino u n a
form a in v e ro sím il del verbo otipidv. M ientras q u e aúpio ? espresa el ca lo r
y la luz en m o v im ie n to , la p a l a b r a 2 apr¡v se d e r iv a de u n a raiz q u e so
refiere á los sonidos c o n tin u o s al m u r m u llo , p r o d u c id o por ciertos fen ó ­
m e n o s n atu ra les . Creo, en efecto, q u e 2 upr¡v se u n e á tl’pttv ( P l a t ó n ,
Cratyl. 398 D. t by^pu,<nv Xíyuv fa z i) c u y a a s p ira c ió n , fu erte en un p r in ­
cipio, debió ser r e e m p la z a d a por el silbido de la 2 . ( E s t r a d o de las car­
tas del profesor F ra n z , E n ero 1850).
«El g rieg o 2 a > , el Sol, se deduce fá c ilm e n te , se gú n Bopp, de la p a ­
la b ra sa n scrita svar, q u e en v e r d a d no d es ig n a el S o l , sino m a s bien el
Cielo, en raz ó n á su brillo. La desig n ac ió n o r d in a r ia del Sol en sánscrito
es síirya, form a c o n tra id a del inusitado svárya. El raxl¡cal svar significa
on g e n e r a l b rilla r , ilu m in a r. El n o m b re ze n d del Sol es hvare, con u n a h
en l u g a r de la s. En cu a n to á las fo rm a s g rie g a s 3/p, Sépcs y pro­
ceden del sánscrito gharma, (nom . gharmas), calor.»
El sábio e ditor del R igveda, Max Miiller, h ace o b se rv a r q u e «el n o m ­
bre a s tronóm ico de la estre lla del P erro en tre los Indios es Lubdhaka. el
cazador. A h o ra bien, la p roxim ida d de Orion h ace p e n s a r en q u e p a r a los
pueblos arios, esas dos con stelacio nes d e b ia n te n er o r ig in a ria m e n te u n a
relación m ú t u a . ” P or lo d e m a s , Müller hace d e r iv a r «'Ziípios de la p a l a ­
b ra sira de los V e d a s (de d o n d e el a d je tiv o sairya) y de la raiz s r i . ir,
m a r c h a r : de esta suerte el Sol y Sirio h án s e llam ad o p rim itiv a m e n te
estre lla s e rra n te s.» (V. ta m b ié n P o tt, Etym ologische Forschungen, 183 3 r
p. 130).

(19) P á g . 120.— S t r u v e , Stellarum compositarum Mensures m icrom etricw,


837, p. l x x i v y l x x x i i i .

(20) P á g . 121. — Ju a n H e r s c h e ll, V iaje al Cabo, p. 34.

(21) P á g . 121.— xYhedler, A stro n o m ía , p. 43G.

(22) P á g . 121.— Cosmos, t. 11, p. 3 l 9 y Í 7 Í n ú m . (¡3.

(23) P á g . 121.— A ra g o , A stron. p o p u l., t. I, p. 460.

(24) P á g . 122.— S tru v e , Stellar com p., p. lxxx ii .

(25) P á g . 122.— J u a n H e r s c h e ll, Viaje 'al Cabo, p. 17 y 102 (Ncbuliv


and Clusters, n ú m . 3.43o).

(26) P á g . 122.— H u m b o ld t, Vista de las Cordilleras y Monumentos de Ios-


pueblos indígenas de la A m érica, t. II, p. 55.

(27) P á g . 122.— J u lii F irm ici M a tern i, A slr o n ., libri VIII, Basil. 1551,
lib. V I, cap. 1.°, p. 150. *

(28) P á g . 1 2 2 .— Lepsio, Chron. der M gypter, t. I, p. 143. «El testo


h eb re o cita: A sch , el g ig a n te (Orion?), la c o n s telació n de n u m e ro sa s es­
trellas (las P lé y a d a s ? ) y las C ám aras del Sud. Los S ep ta n tes trad u c en :
ó tuoi Ü v I l A f i á í a x a i [ ^ a n s p o v xou A p t t o v p o v xa¡. r a y a l a í ó r o u .

(29) P á g . 123. — Ideler, Sternnamen, p. 295.

(30) P á g . 1 2 3 .— M arciano Capella cam bia P to lo m e o n en Ptolomíeus;


esos dos n o m b re s h a b ía n sido im a g in a d o s p o r 'lo s a d u la d o r e s de la córte
de E g ipto. A m éric o V espucio cre ia h a b e r visto tres C a n o p e a s , u n a d é ­
las cuales e s ta b a e n te r a m e n te oscura (fosco); C a n o p u s in g e n s et n ig e r,
dice la tr a d u c c ió n la tin a . T ra tá base sin d u d a de u n o de los sacos de C ar­
bón ( H u m b o ld t, Exam en crit. d é la Geogr , t. V , p. *227-229). En la o b r a
c itada a n te r io r m e n te , E lem . Chronol. et A stron . de E l-F e rg a n i (p. 100),
se lee q u e los p e r e g rin o s cristianos a c o s tu m b r a b a n á d ar al Sohel de lo&
A ra b e s (C ano pus) el n o m b re de estrella de Santa Catalina, p o rq u e se r e ­
g o cijab a n de v erla y de g u ia rse por ella p a r a ir de Gaza al m o n te S m aí.
S e g ú n l a e p o p e y a m as r e m o ta de la a n t ig ü e d a d in d ia , el Ramayana, las es­
trellas p r ó x im a s al polo au stra l son de creació n m as reciente q u e las-
estrellas del Norte. Un magnífico episodio de ese po em a a n tig u o da de-
•esto u n a razón bien e s tra ñ a . C u a n d o los I n d io s b ra h a m m d n ic o s p e n d r a r o n
-en la p en ín su la del Gang-es, a b a n d o n a n d o la s r e g io n e s situ a d a s á los 30°
de la titu d N o rte , p a r a in v a d ir , d irig ié n d o s e h a c ía el S u d - E s t e ,l a s r e g io ­
nes tro p ic ale s c u y a c o n q u is ta lle v a r o n d ca b o , v ie ro n elevarse en el h o ­
r iz o n t e n u e v o s astros d m e d id a q u e a v a n z a b a n h a c ia la isla de C e y la n.
De estos astro s h ic ie r o n se g ú n sus co stu m b res a n t i g u a s , constelaciones
n u e v a s ; pero m a s a d e la n te l a trad ició n tran sfo rm ó a tre v id a m e n te esas
c o n s telacio n es en u n a creación nueva de V i s v a m i t r a , « que quiso esco­
c e r en su o b ra al esp len d o r del cielo boreal.» (A. G. de S ch le g el
en la Z e itsch rif fü r die Runde des Morgenlandes, t. I, p. 240). E v id e n te ­
m e n te ese viejo m ito h a sido in sp ira d o p o r la so rpresa q u e los p ueblos
d e b ie r o n esp erim e n tar en sus e m ig r a c i o n e s , v ie n d o reg'iones celestes
c o m p le ta m e n te n u e v a s p a ra ellos. P e r o el aspecto de los cielos no v a r ía
ú n ic a m e n te p a r a ios via jero s, de los cuales decia u n célebre p oeta espa­
ñ o l, G arcilaso de la Y e g a : m u d a n de país y d e estrellas. Si las trad icio n e s
locales de ciertos pueblos fijos al suelo p o d ia n re m o n ta r s e m u y alto, n a ­
die d u d a que d e ja ra n de c o n s e r v a r a l g u n o s rasg o s. de varia cio n e s de
otro g é n e r o . L as estrellas se a c e rc a n d n o sotro s y se a leja n en se g u id a en
'v irtu d de la p rec esió n : las constelaciones d es ap a re cen poco d p oco, m ic n -
ir a s q u e v ie n d o eleva rse le n ta m e n te sobre el h o r iz o n te estrellas b r illa n te s
a n te s invisib le s, tales como las de los pies del C e n ta u ro , de la Cruz del
S u d , de el E ri d a n ó de la N ave. He rec o rd a d o en o tra parte que ‘SOCO
a ñ o s a n tes de n u e s tra era , la Cruz del S u d brillaba sobre el h o riz o n te de
B e rlín y se e lev a b a ento n ce s d 7o de a l ta r a . Esos 29 siglos no nos lle v a»
d u n a época h is tó ric a m e n te a tr a s a d a , p o r q u e las g r a n d e s p irá m id e s exis-
i i a n y a cinco siglos an tes. (Cosmos, t. 1, p . 1 3 i ; t. II, p. 287). P e r o ja m á s
C anopea fué v isible en B erlin, p o r q u e su distan c ia al polo de la eclíptica
no escede de 14°; b a s ta r ía u n g r a d o m a s p a ra q u e esta estrella h u b ie ra
p o d id o lle g a r d n u e s tro h o r iz o n te .

• ( 3 l) P á g . 123.— Cosmos, t. 11, p. 1G6.

(32)P á g . 123.— Olbers en el Jahrbuch fúr 1840 de S c h u m a c h e r, p. 2 í 9 ,


y Cosmos, t. III, p. 102.

(33) P á g . 125.— S tru v e , Estudios de A stron . estelar, nota 74, p. 31.

(34) P ág. 125.— Outlines o f A str o n ., § 7 8 5 .

(3o) P á g . 125.— Outlines o f A s t r o n § 71)5 y 700; S t r u v e , Estudios de


A stro n . estelar, p . -66-73 y n o ta 75.

(36) P á g . 1 2 6 . - S tru v e , p. 5Í). S c h w in c k e n c u en tra en sus mnpas:


de 0o á 90° de A R . 2858 estrellas,
de 90 á 180 3011 —
de 180 á 270 2688 —
de 270 d 360 3591 —
La su m a es de 12.1 ÍS estrellas h a s t a la 7.a m a g n itu d .

(37) P a g . 126. — V éa se acerca de E l Circulo nebuloso, q ue se e n c u e n t r a


en el p u ñ o de la espada de P erseo , E r a t ó s t c n e s , Catasler, c. 22, p. 51,.
ed. S h a u b a c h .

(38) P a g . 1 26.— Ju a n H ersche ll, V iaje al Cabo, § 105, p. 156.

(39) P á g . 127.— O utlines, § 8 6 1 - 8 6 9 ,p. 591-596; Mcedler, A stron . p. 161.

(40) P á g . 127.— Viaje al Cabo § 29, p. 19.

(41) P á g . 12 7 .— uA s tu p e n d o u s o b j e c t , a m ost m a g n iíic e n t globular


eluster, dice J u a n H erschell, completely insulalecl, u p o n a g r o u n d of th e
s k y perfectly black t h r o u g h o u t th e w h o le b r c a d th of th e sw ee p .» V iaje al
Cabo, p. 18 y 51, L ám . III, iig. 1.a ; O utlines, § 895, p. 615.
• •

(42) P á g . 128.— B ond. en las Memoirs o f the A m erican Academy o f Arts


and Sciencies, n e w series, t. III, p. 75.

( í 3) P á g . 125.— O utlines , § 8 7 í, p. 601.

(44) P á g . 128.— D e la m b r e , H ist. de la A stron moderna., t. I, p. 697.

(45) P á g . 129.— La p r i m e r a descrip ció n com pleta de la V i a láctea en


los dos h e m isferios, se debe á J u a n H e rsc h e ll. V é a n s e los §§ 316-335 de
la obra q u e h e m o s lla m a d o sie m pre V iaje al Cabo, y c u y o v e r d a d e r o t í ­
tulo es: Results o f A stronom ical Observations m a d e d u r i n g th e y e a r s 1834-.
183S, a t the Cape o f Good H ope. V é a se ta m b ié n la o b ra m a s m o d e r n a de.
J. H erschell, Outlines o f Aslronom ij, § 787-799. H u b ie r a pod id o sa ca r p a r ­
tido de las obse rv a cio n e s q u e h e h e c h o d u r a n te m i la r g a e s ta n c ia en el
hem isferio a u s tra l, ac erca del brillo tan d e s ig u a l de las diferen tes r e g io ­
nes de la V ia láctea, etc.; pero no te nia á mi dispo sición m a s q u e i n s t r u ­
m en tos de u n a d e b ilid a d óptica e s tre m a d a en c o m p a r a c ió n d e los de J u a n
H e r s c h e l ; ad e m á s, p a r a e v ita r la m ezcla de lo cierto y lo dudoso , h e
d e te rm in a d o referirm e esclu siv am e n te á los tra b a jo s de este a s tró n o m o
em in en te. V . adem ás S tru v e , Estudios de A stron . estelar, p. 35-39. Msed-
ler, A str o n ., 1319; § 213; Cosmos, t. I, p. 135.

(46) P á g . 129 —C o m p a r a n d o la V i a láctea á u n rio celeste, los A r a ­


bes llegaron á dar á una parte de la constelación del S a gitario, cuyo arco
se encuentra en una región brillante de esta zona, el nombre de el anim al
que va al abrevadero, y este animal era precisamente el Avestruz, que es-
perim enta m uy poco la sensación de la sed. (Ideler, Untersuch. über den
Ursprung. und die Bedeutung der Sternnam en , p. 78 , 183 y 187 ; Niebnhr.
Beschreibung von A rabicn, p. 112.

(47) Pág. 130.— Outlines, p. o29; Schubcrt, A stron ., 3.a parte, p. 71.

(4S) Pág. 130.— Struve, Estudios de A stron . estelar, p. 4 l.

(49) P ág. 130.— Cosmos, t. I, p. 13o.

(00) P á g . 131.— «Stars slanding on a clcar black grou nd (V iaje ai


Cabo, p. 391). This rcm arkabíe belt (the m ilk y w a y , w e h e n examined
th ro u g h pow crful telescopes) is found (wonderful to relate!) to consist
entirely o f stars scattered by m iilion s, like glit cring d ust, on the black
ground of the general heavens.» (Outlines, p. 182, 537 y o39).

(51) Pág. 131. — «Globular clusters, cxcept in one región of small extent
(bctw een 16h 4om I9n in RPt ), and nebulce o f regular ellip tic forms are
comparatively rare in the Milky W a y , and are found congregaíed in the
greatest abundance in a part of the heavens the most remóte possiblc
from that circle.» ( O utlines , p. 614). H uyghens hab ia notado desde l6o(>
cuan pobre en nebulosas era la Via láctea. En el mismo pasaje donde se
.señala y describe la g ran nebulosa de Orion, que descubrió en dicho año
.por medio de un anteojo de 9 metros, dice Y iam lactcam perspieillis ins-
pectam nullas habere nébulas; añade que la Y ia láctea es como todas
las nebulosas, un gran grupo de estrellas. Este pasaje se encuentra en
Hugenii Opera varia, 1724, p. o93.

(02) P ág. 131. — Viaje al Cabo, § 10o, 107 y 328. Acerca del anillo
nebuloso n.° 3686, véase p. 114.

(03) Pág. 1 31 .— «Iulervals absolutely dark and eompletehj void o f any


star of the smalJest telescopic magnitudc.» (O utlines, p. 536.)

(01) P ág . 132— «No región of the heavens in fuller of objccls, beau-


tiful and rcmarkabíe in thcmsclvcs, and rendered still mor so by their
mode of association and by the peculiar features assumed by the Milky
W a y , w hich are w ithout a parallel in a n y other part of its course.»
• (V ia je al Cabo, p. 386). Esas espresiones tan vivas de J u a n Herschell,
■responden perfectamente á la impresión que yo mismo he esperimenta-
do. El capí tan Jacob (Bom bay Engineers) pinta con una verdad
sorprendente el brillo de la V ia láctea en la proximidad de la Cruz
del Sud: «Such is the general blace of star light near the Cross
tfrom that parí of the skp, that a person is immediately made
fiware of its h a v in g risen above horizon, th o ug h he should not be at
th e time looking at the heaveus, by th e increase of general illuminatiou
of the atm ospherc, ressembling the effect of the y o u n g 11100 11 . Véase
Piazzi Srnyth, on the Orbil o f a. Cent, en las T ra n sad, o f the Roy al Soc. o f
E dinburg, t. X V I, p. 41o.

(oo) Pág. 13o.— Outlines, § 7SÍ) y 791; Viaje al Cabo. §. 325.

(56) Pág. 133.— Alm ageslas, 1. VIII, c. 2 (t. 11, p. 84 y 00, cd. Halma).
La descripción de Tolomeo es escelenle en algunos períodos; y sobre to ­
do , m u y superior á la de Aristóteles, M eiercol., 1. I, p. 29 y 34, cd. de
ideler.

(57) Pág. 13 í . — Outlines, p. 531. Hay también una m ancha oscura


entre a y y de Casiopea. La oscuridad de ese espacio debe atribuirse á
un efecto del contraste producido por el resplandor de las regiones cir­
cundantes. Cf. S truv e Estudios estelares, n. 58.

(58) P á g. 135.— M organ h a dado en el P h ilo s. M agazinc, sér. III,


n.° 32, p. 241, un e s tr a d o de la obra extremadam ente rara de Tomás
W rig h t, de Dtirham, Teory o f the Universe, London, 1750. Tomás W rig h t,
cuyo libro h a a d q u irid o tanto interés para los astrónomos á consecuencia
de las ingeniosas especulociones de Kant y de Guillermo Herschell sobre
la forma de nuestra nebulosa, no observaba sino con un telescopio de 32
centímetros de foco.

(59) Pág. 135.— Pfaff, en las sammtl. Schriften de G. Herschell, l. I


(1826), p. 78-81; Struve, E studios esleí., p. 35-Í4.

(60) Pag. 135.— Eucke, en las A stron. N achr. de Schumacher, n.° 622
(1847), p. 341-346. .

(61) Pág. 135.— O utlines, p. 536.. En la página siguiente se encuentra


respecto del mismo asunto: «In such cases it is equally imposible not lo
perceive th at w e are loo king through a sheel of stars of no greal thick-
ness compared w ilh the dislance w hich separates them from u s.”

(62) Pág. 136.— Struve, Estudios estcl., p. 63. A lguna vez los mayores
telescopios encuentran en la Via láctea sitios en que la existencia de la
capa estelar, no está anunciada por innumerables puntos luminosos, sino
por una nebulosidad vaga, de apariencia mosqueada ó picada (by an
uniform dotting ot stippling of the field of vicw). Yéase~en el Viaje al
Cabo, p. 390, el párrafo « on some indications of very remóte telesco-
pic branches of the M ilky y W a y , or of an independen t s id ¿re al S y s­
tems, beorign a resemblance to such branches.»

(63) Pág-. 136.— V iaje al Cabo , § 31 í.

(64) Pág-. 136. — Guillermo Herschell en las P h ilo s. T ra nsad . For 1785*
p. "21: Joan Ilerschcll, V ia je al Cabo. § 293. Y. también Struve, Descrip.
del Observatorio de P ulliova, 1845, p. ‘2 67-271.

(65) P á g \ 136.— «1 th in k , dit sir John Herschell, it is impossible to


v ie w this splendid zone from « C en lauri to the Cross w ith o u t an impres-
sion am ounting almost to conviction, that the m ilky w a y is not a mere-
stratum , but annular; or at least that our system is placed w ithiu one o f
the poorcr or almost vacant parts of its general mass, and that eccentri-
cálly, so as to be much nearer to the región about the Cross than lo that
diam etrically opposite to it.» (Mary Somerville, on the connexion o f the-
p lv jsica l Sciences, 1846, p. 419.) •

(66) P ág . 136.— Viaje ai Cabo, §3 15 .

(67) P ág. 140.— De admiranda Nova Stella, anuo 1572 exorta, in Tyclio-
nis Brahe A stron om ía instauratce Progymnasmata, 1603, p. 298-304 y 57S.
He seguido fielmente en el testo la n arración del mismo Ticho. No he
debido haccr mención del aserto poco importante en sí, aun cuando se
le encuentra en muchas obras astronómicas, de que Ticho tenia noticias
de la aparición d é la nueva estrella por m ultitud de gentes del pais.

(68) Pág. 140.— En una discusión con Ticho, Cardan se remonta hasta
la estrella de los Magos, p ara identificarla con la de 1572. Fundándose en
cálculos relativos á las conjunciones de S aturno y de Júpiter, y según
conjeturas análogas á las que Ivéplero h a b ia emitido, acerca de la es­
estrella nueva que apareció en 160í , en el Serpentario, Ideler cree que
la estrella de los Sábios de Oriente, no era u n a estre lla aislada, sino un
simple aspecto, una conjunción de dos planetas brillantes, próximos e n ­
tre sí en una distancia menor que el diámetro de la Luna. La frecuente
eonfusion de las dos palabras á e rñ p y a-ozpov, presta algún apoyo á esta
interpretación. Y . Tychonis, Progymnasmata, p. 324-330; Ideler, fía n d
buch der mathematischen und technischen Chronologie, t. II, p. 399-107.

(69) Pág. 151 . — P rogijm n ., p. 324-330. T ic h o ,p a ra apoyar su teoría de


las estrellas nuevas formadas á espensasde la nebulosidad cósmica de la Via
láctea, invoca los notables pasajes en que Aristóteles espone sus ideas
sobre las relaciones de la Yia láctea con las colas de los cometas (nebu­
losidades emitidas por los cuerpos cometarios), "V. Cosmos, t. I , p. 88 y
363, n.° 48.
(70) Pág-. 1 Í3.— Otros datos colocan la aparición en 388 ó 398: véase
Santiago Cassini, Elementos de Astronom ía, 1740 (Estrellas nuevas), p. 59.

(71) Pág. H S . —A rago, A n u a rio [tara 1842, p. 332.

(72) P á g . 1Í9.— Képlero, de Stella nova in pede Serp ., p. 3.

(73) Pág. 132.—Véase acerca de las que no han desaparecido, A rg e­


lander en las .Asfrow. X achr. de Schum acher, n.° G2í, p. 371. Para tomar
también un ejemplo de la an tigüedad, basta recordar la negligencia con
que escribió A rato su poema astronómico: sus olvidos han dado lu g a r á
pregu ntar si V ega de la Lira seria estrella n uev a, ó estrella variable de
largo período. Arato dice, con efecto, que la constelación de la Lira no
contiene mas que pequeñas estrellas. Es m u y estraño, sin em b argo , que
Hiparco no h a y a señalado este error en su Comentario, m ientras que no
se olvida de combatir otro error respecto del brillo relativo á las estre­
llas de Casiopea y del Serpentario. Pero estas son omisiones casuales que
nada prueban; porque no habiendo atribuido Arato al Cisne estrellas sino
«de un brillo medio.» Hiparco consigna espresamentc este error (1. H ) ,
y añade que la brillante del Cisne (Deneb) es inferior apenas á la de la Lira
(Vega). Tolomeo coloca á esta entre las estrellas de 1.a m agnitud. En los
Catasterismos de Eratóslencs, se llama á V ega, favxbv nal Xa.[i,npóv. ¿Es
posible decidir por el único testimonio de un poeta que no observaba las
estrellas, y que se esponia por lo tanto á error, que Vega de la Lira (la
F id icu la de Plinio, XVIII, 25) no era una estrella de 1.a magnitud en la
•■poca de Arato, y que no ha alcanzado su estado actual, sino en el tiem ­
po que media desde Arato á Hiparco, es decir de 272 á 127 antes de
nuestra era?

(74) Pág. 15í.— V. iMicdlcr, A str o n ., p. 43S, nota 12; Struve, Stel-
larum composit. M ensune m icrom ., p. 97 y 98, estrella 2140. «Creo, dice
A rgelander, que es en estremo difícil estimar ex actam ente el brillo de
estrellas tan diferentes como las dos componentes de a de Hércules.
Mis observaciones están en completa contradicción con la hipótesis de la
variabilidad del satélite. Con efecto, a de Hércules nunca me h a parecido
sencilla en las numerosas observaciones que he hecho de dia en los cír­
culos meridianos de Abo, de Hclsingfors y de Bonn; a h ora bien; esto no
hubiera podido suceder si la compañera hubiese sido de 7.a magnitud en
su mínimum de esplendor. Persisto en creerla invariable y en colocarla
en la 3.a ó 3-6.a m agnitud.»

(75) Pág. 155.—La tabla de Mredlcr (A stron,, p. 435), contiene 18 cs-


T0M O II I . 52
irellas con elementos numéricos m u y diferentes. Ju a n Herschell cueula
mas de 45 estrellas variables, comprendiendo entre estas las que están
indicadas en el testo ( Outlines , § 819-826).

(76) Pag. 157. — «Tom ando, dice Argelander, para época inicial la
del mínimum de brillo de Algol en 1800, enero 1, á lSh lm de tiempo
medio de París, obtengo las duraciones siguientes del período para:
— 1987 . . . 2<1 20h 48m 59s, 41G . . . ± 0 s,3 l6
— 1406 58 ,737 ± 0 ,094
— 825 5 8 ,3 9 3 ±0,175
-H 751 5 8 ,4 5 4 ±0,039
-+- 2328 58 ,193 ± 0 ,096
- | - 3885 57 ,971 ± 0,045
--t- 5441 5 5 ,1 8 2 ±0,348
La significación de los números de este cuadro es la que sigue: Si se
tom a la época del m ínimum en 1.° de enero de 1800 para cero , la del
mínim um precedente será — 1; la del mínimum siguiente s e r a - } - 1,
e tc ... Entonces la duración del período entre los mínimos designados
por — 1987 y — 1986 será exactamente de2d 201i 48m59s ,4 1 6 :la d u r a -
cion entre -f- 5441 y -f- 5442 será de 2d20h 4Sni55s , 182. La última d u ­
ración corresponde al año 1784, y la segunda al año 1842. Los números
precedidos del signo -j- son los errores probables. Esos números demues­
tran que el período es cada vez mas corto , resultado confirmado , ade­
más, por todas las observaciones que he hecho desde 1847.«

(77) Pág. 158.— La fórmula con que intentó A rgelander representar


todas las observaciones de los máximos de Mira de la Ballena, es:

( 360° \
1751 setiembre 9,76 -f- 331,3363 E -f- 1 0,5 sin í - y p E + 86° 2 3 ' 1

1S.2 sin í Í ^ - E + 231° 42' j + 33,9 sin í E +- 170° 19'

4- 65,3 sin + 6o 3 7 ' j ;

en la cual E espresa el número de los máximos que han tenido lu gar


desde el 9 de setiembre de 1751; en los coeficientes numéricos la unidad
es el dia medio. Según esta fórmula, el máximum del año actual tendrá
lu gar en
1751 setiembre 9,76 + 3644').99 + 10,4S — 11,24 - f 19,60
- f 25,92 = 1851 agosto 8,51
Lo que parece hablar mas cu favor de esta fórmula, es que represen­
t a también la observación del máximum de 1595 (Cosmos, t. II, p. 318):
ahora bien; esta observación discordariacn mas de 100 dias e n la hipótesis
de un período uniforme. Sin embargo la ley de las variaciones de brillo de
esta estrella parece ser m u y complicada, porque las separaciones de la
fórmula llegan á cerca de 25 dias en ciertos casos , por ejemplo para el
máximum exactamente observado del año 1810.»

(78) Pág. 15S.— V. A rgelander, d eS tella fi Lyrce variabili, 1814.

(79) P á g . 159.— Una de las primeras tentativas serias que se han he­
cho p a ra determinar la duración media del^período de Mira de la Ballena,
se debe á Santiago Cassini, Elementos de Astronom ía, 1740, p. 66-69.

(80) P á g . 168.— Newton (Phitos. N at. P rincipia mathem , ed. Le Scur


y Jacquier, 1760, l. 111, p. 671) no distingue mas que dos clases de fenó­
menos siderales: « Stellse fixse qua: per vices apparent et evanescunt, vi-
dentur revolvendo partem lucidam et parlem obscuram per vices osten-
dere.» Riccioli habia propuesto y a esta esplieacion para las variaciones
de brillo de las estrellas. En cuanto á la reserva que debe guardarse eu
decidir acerca de la periodicidad de esas variaciones, véanse las im ­
portantes consideraciones de J u a n H ersc he ll, en el Yiage al Cabo,
§ 261.

(81) Pág. 168.— Delambre, H ist. de la Astron. antigua, t. II, p. 280, é


H ist. de la A stron. en el siglo 18°, p. 119.

(82) P á g . 170.— Juan Herschell, Viage al Cabo, § 71-7S, y Outlines o f


A stron., § 830. Y. Cosmot, t. I, p. 138 y 385 n.° 20.

(83) Pág. 170.— Carla manuscrita del teniente Gilliss , astrónomo


del Observatario de W ash in gton, al doctor Flügel, cónsul de los Estados ,
Unidos de la América del Norte en Leipzig. En Santiago .de Chile el cielo
permanece d urante 8 meses , tan puro, y la atmósfera tan trasparente,
que Gilliss distinguía perfectamente la 6.a estrella del trapecio de Orion
con un anteojo de ()m , 175 de a b e rtu r a , construido por Enrique Fitz,
•de N ew -Y oik, y G. Young de Filadelfia. ,

(84) P ág. 171.— Juan Herschell, Viage al Cabo, p. 334 350, nota l , y
4 i0 . (S ó brelas antiguas observaciones de la Cabra y de la Y eg a , v. Gui­
llermo Herschell en las Philos. T ransad., 1797, p. 307; 1799, p. 121, y en
<2l Jahrbuch de Bode para 1810, p. 148.) Por el contrario, A rgelander
pone en duda la variabilidad de la Cabra y de las estrellas de la Osa
Mayor.

,(85) Pág. 172 .— Viage al Cabo, § 259, n.° 260.


(8(5) Pág. 172.— Heis, en sus noticias manuscritas de mayo de 1350..
V. también el Viage al Cabo, p. 325, y P. de Boguslaw ski, Uranus íur
1848, p. 18G. La supuesta variabilidad de >?, a y s de la Osa Mayor está
también confirmada en las Outlines, p. 559. Acerca de las estrellas que
indicaran sucesivamente el polo norte, hasta V e g a de la Lira, la mas be­
lla de todas, la cual tomará en 12000 años el lugar de la estrella polar
tual. v. Mtedlcr, A stron ., p. 432.

(87) P á g. 172.— Casinos, t. 111, p. 77.

(88) Pág. 172.— Guillermo Herschell, on the Changos that happen to


the Fixed Stars, en las P h il. T ransad, for 179G, p. 1SG. Véase tam bién
Ju a n Herschell, Viaje al Cabo, p. 350-352, y el escelcnte escrito de Ma*
ry Somcrvilie: Conexion of the Physical Sciences, 184G, p. Í07.

(89) Pág. 17G.— Encke, Betrachtungen uber die A nordnung des Sternsys-
tems, 1844, p. 12, (Cosmos, t. 111, p. 27). Maxllcr, A str o n ., p. 445; Faye,
Memorias, t. XXVI, p. 7G.

(90) Pág. 178.— Halley en las P h ilo s. Transad, for 1717-1719, t. XXX,
p. 73G. Sus consideraciones no llegaban por lo demás sino á las varia­
ciones en latitud; el primero que se ocupó de las variacianes en longitud
iué Santiago Cassini (Arago, en la Astron. p o p u l., I. 11, p. 23).

(91) Pág. 178.— Delambre, H ist. de la Astron. moderna, t. N, p. G58, é


18, p. í í 8 .
Hist. de la A stron. en el siglo

(92) Pág. 178.— Philos. T ra n sa d ., t. LXXlll, p. 138.

(93) Pág. 179.— Bessel, en el Fahrbnch de Scluunachcr para 1839,


p. 38: A rago. A stron. popul., t. II, p. 20.

(9í) Pág. 179.— Acerca de a del Centauro, v. Henderson y Maclear


en las Memoirs o f the Astron. Soc., t. XI, p. 61, y P ia z z iS m y lh en las E dinb.
T r a n s a d t. X V I, p. 447. El movimiento propio de A rturo es de 2 ",2 5 ,
según Baily (Memoirs o fth e A stron. Soc , t. V, p. 1G5); es considerable con
relación á los movimientos propios de otras estrellas m u y brillantes; por
que el de Aldebarau no es mas que de 0 n ,lS5 (Msedler, Centralsonnc,
p. 11), y el de V ega de 0 ",400. Entre las estrellas de primera m agnitud,
u. del Centauro constituye una cscepcion m u y notable; su movimiento
propio de 3 //,5 S , csccde mucho del de A rturo. El movimiento propio de
la estrella doble del Cisne es de 5 ',123 por año, según Bessel ( Schuin.
uUtron. N a ch r., t. XVI, p. 6).

(95) Pág. 179.— A stron . N achr., de Schum achcr; n.° 435.


(96) Pág. 179.— La misma obra, n.° 618, p. 276. D ‘ Arrcst ha basado
su cálculo cu la comparación de las observaciones de La Caille (17o0 )
-con las de Brisbane (1825) y de T aylor (1835J. La estrella 2,151 d é l a
Popa d é la Nave tiene un movimiento propio de 7",871: es de 6.a m a g ni­
tu d . (Maclear en Mredler, linter such. über die Fixstern-System e, t. 11,
p . 5 .)

(97) Pág. 171).— Astron. N a d ir ., n.° 661, p .2 0 1 .

(98) Pág. 180.— La misma obra, n.os 514-516.

(99) P á g . 181.— Struve, Estudios de Astron. estelar, testo, p. 47, notas


p. *26 y 51-57; Juan Herschell, O utlines, § 859 y 860.

(100) P ág. LSI. — O ríg e n e s, »'n el Thesaurus de G ro n o v io , t. X,


p. 271.

(1) P á g . 181.— Laplace, Esposicion del Sist. del M undo , 1824. p. 395.
En sus Cartas cosmológicas, Lambert se inclina mucho hácia la hipótesis
<le los cuerpos oscuros.

(2) P ag . 181.—Micdler, Unters über die Fixstern Systeme, t. II, (1848)


p. 3, y A str o n ., p. 4l6.

(3) Pág. 182.— Yéase Cosmos, i. III, p. 77; Laplace en las A llgsm .
gengr . Ephem .de Zach, t. IV, p. 1; Miedler, A str o n ., p. 393.

( í) Pág. 1S3.— Opere di Galileo Galilei, t. XII, Milano, 1811, p . 'SOI!.


■Este notable pasaje que indica la posibilidad y aun el proyecto de una
medida, h a sido señalado por A rago, A stron . p o p u l., t. 1, p. 4:58.
(5) Pág. l S í . — Bessel, en el Jahrbuch fitr 1839 de Schumacher,
p. 5 y 11.

(6) Pág. 1S5.— Struve, A stron. estel.; p. 104.

(7) Pág. 1S5.— A ra g o , en el Conocimiento de los Tiempos para 1834.


p. 281: «Observamos con mucho cuidado, Mathieu y yo, durante el mesde
agosto de 1812 y en el mes de noviembre-siguiente, la altura an gu lar de
la estrella sobre el horizonte de París. Esta altura en la segunda época,
no escede de la altu ra angular en la prim era mas que en 0 /7,66. Un para­
laje absoluto de un solo segundo hubiera producido necesariamente en­
tre esas dos alturas una diferencia de 1",2. Nuestras observaciones no
indican pues que el radio de la órbita terrestre, que 39 millones de le­
guas sean vistas desde la 61.a del Cisne bajo un ángulo de mas de medio
segundo. Pero una base mirada perpendicularmente subtiende un ángulo
-de un semi-segundo, cuando se dista de él 412 mil veces su longitud.
L ueg o la 61.a del Cisne está por lo menos á una distancia de la Tierra
igual á 412 rail veces 39 millones de l e g u a s . V . A stron . p o p u l., t. 1, la-
nota de la p. 444.

(8) Pág. 18o.— Bessel publicó desde luego en el Jahrbuch de Schuma-


cher, p. 39-49, y en las Astron. N a ch r ., n.° 366, el número O",3136 á
título de primera aproximación. Su resultado definitivo es O",3483 (As­
tron. N a ch r., n.° 402, t. XVII, p. '274). Peters halló, por sus propias ob­
servaciones, un número casi idéntico, O7' , 3490 (Struve, Astron. esleí.,
p. 99). En cuanto á la modificación que Peters hizo sufrir al número de
Bessel, proviene de que Bessel habia prometido antes de su muerte
(A stron. N a ch r., t. XVII, p. 267), someter á un nuevo examen la in­
fluencia de la temperatura sobre las medidas hcliométricas. Habia tam ­
bién realizado en parte esta promesa en el primer tomo de sus A stro-
nomische Untersuchungen, pero sin hacer aplicación á sus observaciones
de paralaje. Esta aplicación se hizo por Peters (Erganzungsheft z u den
A stron. N a ch r., 1849, p. 56), y este astrónomo distinguido encontró tam­
bién 0 /7,3744 en lugar de 0?,,3483.

(9) P á g . 186.— Este paralaje de 0^,3744 da para la distancia de la


61.a del Cisne 550,900 veces la distancia de la Tierra al Sol, ú 8.455,000.
millones de miriámetros. La luz emplea 3,177 dias medios en recorrer
esta distancia. Los tres valores que h a n sido atribuidos sucesivamente á
este paralaje han acercado a nosotros (entiéndase que aparentemente) la
célebre estrella doble del Cisne en la relación de los números 10, 9 */4 y
8, 7/ 10 que espresan en anos el tiempo que necesita la luz para salvar el
espacio que nos separa de ella.

(10) Pág. 186.—Juan Herschell, O utlines, p. 545 y 551; Meedlcr (As­


tron., p. 425) da 0 7f,9213 y no 0 '/,9l28, p a ra el paralaje de «- del
Centauro.

(11) P ág. 186.— Struve, S tell. compos. Mensure m icrom ., p. c l x i x -


clxxii. A iry atribuye a a de la Lira un paralaje inferior á 0 7;,1, ó mas
bien admite qUe este paralaje es m u y pequeño para poderse determinar
con los instrumentos de que se disponía en la época de sus observacio­
nes (M em . o f the Royal Astron. S o c., i. X, p. 270).

(12) P ág . 186.— Struve, sobre las medidas micrométrieas que se han


hecho con el gran anteojo del observatorio de Dorpat (oct. 1839), en las
A stron. N achr. de Schum acher, n.° 396, p. 178.
(13) P ág . 186.— Peters, en Struve, Astron. stell., p. 100.
(14) Pág. 187.—Peters, en Struve, A str. stell., p. 101: Wichman,.
G. Struve, Otto Struve y F ay e en las M m o ria s, t. XXVI, p. 64, 69,.
y t. X X X , p. 68 y 78. Los p a ra la je s referidos en el testo, p rop orc io­
n a n el inedio de tr a sfo rm a r los m o v im ie n to s p ro p io s (an g u la re s) de la s
estrellas en m o v im ie n to s lin eales, y de e v a lu a r asi sus v elocidades en
m ir iá m e tro s ó en le g u a s (de 4 , 0 0 0 m). P o r el c u a d r o s ig u ien te se v e r á
con q u é rapidez se m u e v e n la m a y o r p a r te de esas prete n d id as fijas: es
curioso q u e sea en ellas en d o n d e se b u s q u e n los ejemplos de la s m a y o ­
res velo cid a d es de q u e h a s ta a q u í h a pare cid o a n im a d a la m a teria :

ESTRELLAS. PARALAJES.
MOVIMIENTOS ESPACIOS
re c o rrid o s
PK 0P10S. POR SEGUNDO.
L. ■ —i— .
.
« del C e n ta u ro . 0 ” ,913 3 ” ,580 5 le g uas.
61a del Cisne. 0 ,3744 5 ,123 16
S irio . 0 ,230 1 ,234 6
1830 G ro o m b rid g e . 0 ,226 6 ,974 37
0 ,1825 » 46
» 0 ,034 yy 249
t d e l a Osa M a yo r. 0 ,133 0 ,746
7 I
A rturo. 0 ,127 2 ,250 22
a de la Lira. 0 ,207 0 ,364 2 ,
L a P o la r. 0 ,106 0 ,03o. 7*
L a Cabra. 0 ,046 0 ,461 12

H abria q u e re b a ja r de ios n ú m e ro s co n te n id o s en las dos últim as co­


lu m n a s, el efecto p ro d u cid o por l a traslación de n u estro propio sistem a. E sta
re d u c c ió n sé h a h e c h o posible desde q u e los trab a jo s c o m b in a d o s de A r -
g e la n d e r, d e 0 . S tru v e y de P e te rs h a n d a d o á con oc er p or u n a p a r t e ,
la dirección en q u e se m u e v e el Sol, y p o r o tra, su v e lo c id a d a b soluta en
el espacio. S e g ú n O. S tr u v e , u n o b se rv a d o r colocado á Ja d istan c ia m e d ia
de las estrellas de 2 .a m a g n itu d , v e r ia m o v e rse a l Sol con u n a velo cid a d
a n g u l a r a n u a l de 0 7/,3392. S e g ú n P e te rs, á esta d istanc ia c o rrespond e u n
p ara laje de 0 ,;209. A si la v e lo c id a d ab so lu ta del Sol y de todo su c o rte jo
de p lan etas seria de 2 l e g u a s p o r se g u n d o . P e r o este resultado no se h a
ten ido p resente en el c u a dro a n te rio r, y p o r c o n s ig u ie n te los n ú m e r o s
de le g u a s indicadas m id e n so la m e n te los c a m bios relativos d el Sol y d e
cada" estre lla d u r a n te 1 s . C o nviene a ñ a d ir ta m b ié n q u e esos n ú m e ­
ros no e sp re san m as q u e las p ro y ec cio n e s, q u iz á m u y d ism in u id a s, de l a s
v elo cidades estelares sobre los p lanos perp e n d icu la res á los r a y o s v isu a­
les, p o rq u e n a d a nos indica la direcció n ab s o lu ta de esos m ovim ien to s
en el espacio. L as velocid a d es reales p u e d e n pues ser to d a v ía m a y o re s
q u e las del c u a d r o .

(15) P á g . 18S.— Y . so b re la relación en tre los m o v im ien to s propios y


la d is ta n c ia , p a ra las estrellas m a s b rilla n te s , S tru v e , S lcll. comp Mens.
m icrom ., p. c l x i v .

(16) P á g . 189.— S a v a r y en el Conocimiento de loa tiempos p ara 1830,


p, 56-69 y p. 103-171. E sta b r illa n te concepción de S a v a r y fue discutida
p o r S tr u v e bajo el p u n to de v ista práctico (Mcnsurw m icrom ., p. c l x i v ) . S e­
g ú n S tr u v e , las estrellas d obles ac tu a lm e n te conocidas no se p resta n á u n a
aplicación v e n ta jo s a de este m é todo. Si los p ara laje s no so n inferiores á
0 ',1, v a le mas i n t e n t a r l a d e te rm in a c ió n d ir e c ta que re c u rrir á la d e s­
ig u a ld a d m a rc a d a p o r S a v a r y . No obstante esta d e s ig u a ld a d p o d r ía lle­
g a r á ser sensible con el tiempo, en las estrellas de largos periodos, y per­
m itir entonces o b te n e r p ara laje s q u e e s c a p a ría n á las m ed idas directas..
A d e m á s , p a r a q u e la idea de S a v a r y sea p erfec tam en te ex a c ta bajo el
p u n to de vista teórico, es preciso a d m itir la c ondicio n de q u e l a m a sa del
satélite p u e d a ser c o n s id e r a d a com o nu la , frente á la m asa de la estrella
ce n tral. Si las m asas fuesen iguales , las d u rac io n es d é l a s sem i-revolucio-
ne s , de q u e se h a h a b la d o en el testo, lo se ria n ta m b ié n ; el efecto de
a b e r ra c ió n c u y o p ara laje se tr a ta de d e d u c ir d csap a re ccria . D ébese esta
o b servación á Y. Y illa rc c a u q u e h a tratado la cuestión de u n a m a n e ra
co m p leta, en una m e m o r ia tod a vía in é d ita . Y illa rcca u llegó á reconocer
l a necesidad de lle v a r c u e n ta d é la s masas (la relación de su d if c rc n c ia á su
sum a), e s tu d ia n d o se p a r a d a m e n te , en su análisis, las ab e rra c io n e s esp e­
ciales de cada c o m p o n e n te de un m ism o p a r estelar.

(L7) P á g . 15)0.— Cosmos, l. I, p. 130 y 383 , n . ° 2.

(18) P á g . 190.— Mtedler, Astronom ía, p. 414.

(19) P y g . 190.— A ra g o fué el p rim e ro q u e indicó este pasaje notable


^ d e B r a d l e y (A stron. p o p u l., t. 11, p. 27). Y . en el m ism o lomo , el libro
re la tivo á la traslac ión del sistem a s o l a r , p. 19-36.

(20) P á g . 192.— S e g ú n u n a ca rta q u e Gauss m e d i r i g i ó : Y . A stron .


S a c h r n ° 622, p. 348.

(21) P á g . 1!)2.— G a lío w a y , on the M otion o f the Solar System , en las


P h ilo s. T ra n sa d ., 1847, p. 98.
(22) P á g . 193,—A r g e la n d e r h a dicho su opinion respecto del v a lo r
qu e se debe a t ri b u ir á sem ejantes concepciones, e n su escrito: über die
cigene Bcwegung des Sonnensysecms, hergeleitet aus der cigenen fíavegung der
b terne, 1837, p. 39. .

(23) P á g . 193 .— V. Cosmos, t. I , p. 128; Muedler, A s t r o n . 400.

( 2 í) P á g . 1 9 1 .—A rg e la n d e r , la m ism a o b r a . , p. 42: Mscdlcr, Ccntrai-


sonne, p. í), y A str o n ., p. 403.

(2a) P á g . 1 9 1 .— A r g e la n d e r , la m is m a o b r a ,, p. 43, y en las A stron.


N achr. de S c lm m a c h e r , n 0 iiGG. Guiados, no por in v e stig a c io n e s n u m é ­
ricas, sino por especulaciones en las q u e La im a g in a c ió n te n ia la m a y o r
parte, Ivant y L a m b e r t, h a b i a n indicado y a , el uno á S irio , el otro la n e ­
b u lo s a del ta h a lí de Orion, com o cu e rp o ce n tral de n u estro h a z e s te l a r .
(S tr u v e , A stron . e sto l.,]) 17, n .° 1!)).

(20) P á g . 1 9 í . — Majcller, A str o n ., p. 3 8 0 ,4 0 0 , 507 y Í14; Centralsonnc‘


1810, p. 44-47; Untersuchungen über die F ix itern -S y strm e, 2 .a pa rte ., 18í 8,
p 183-185. (A lción está s itu a d a á los 54° 3 0 7 de AR,, y H- 23° 3 0 ' de d e ­
clinación p a ra el añ o 1 8 Í0) Si el p ara laje de A lción fuera e fe c tiv a m e n te
de 0 7/ , 006o. su d istan cia seria i g u a l á 31 */2 m illon es de veces el radio
de la ó r b ita terrestre; estaría , p u e s , oO veces mas a p a r ta d a de n o so tro s q u e
la 61a del Cisne. La luz, que lle g a del S o l á l a T i e r r a en 8»' 18s, necesitaría
S00 a ñ a s p a r a v e n ir de A lción. P u e d e citarse á este pro pósito, el lím ite
de m a g n itu d á que se h a e lev a d o la im a gina ció n m a s a t r e v id a de los
a n t ig u o s Griegos. H esiodo dice (Theogonia, v . 722-72o), á propósito de
los T itanes p rec ipita dos en el T á rta ro : «Si un y u n q u e de b ron ce ca yese
del Cielo, d u r a n te nu ev e dias y n u e v e n o ch e s, al décim o dia lle g a r ía á la
T ie r r a ...» El espacio así rec o rrido en 777000 s e g u n d o s de tiem po, por un
cuerpo q u e cae, puede ser c a lc u lad o fácilm ente, te n ie n d o en cue nta el d e ­
crecim iento rá p id o q u e la a tra c c ió n del globo te rrestre es p e rim e n ta á
d istan c ias notables; Gall e n c u e n tra p ara esta a ltu r a de caída 57,400 m i­
riám etro s; esto es, vez y m e d ia la d ista n c ia de la L u n a á la T ie rra . P e ro
se g ú n la Ilia d a , J, 592, V u lc a n o no ta rd ó m a s q u e un solo dia en caer
del cielo á la isla de L cm nos, «y a p e n a s si re sp ira b a to d a v ía » En c ua nto
á la ca den a q u e p en d ía del Olimpo á la T ie rr a , y sobre la cual h ab ian
re u n id o los Dioses todos sus esfuerzos sin p o d e r a r r a s t r a r á Jú p ite r
(¡Hada, VIII, 18), su lon g itu d p e r m a n ec e in d e te r m in a d a ; no es u n a imá-
g e n d e s tin a d a á d a r la ide a de la a ltu ra del Cielo, sino ú n ic a m e n te de la
fuerza y de la o m n ip o te n c ia de J ú p ite r .

(27) P a g . 194 — V . las d u d as espuestas por P e te rs en los A stron . N achr.


de S c h u m a c h e r, 1849, p. 661, y p o r J u a n H erschell, Outlines o f Astron. T
p. 389: «In th e p rese n t defective State of o u r k n o w l e d g e respecting the
p roper m o tio n of t h e sm a lle r stars, w e c a n n o t b u t r e g a rd all attem pts of
ih is k in d as to a certain e x te n t p r e m a tu r e , t h o u g h b y no m eans to be
d isc o u ra g e d as fo re ru n n e rs of so m e th in g m o re decisive.»

(28) P á g . 1 9 o .— Y . Cosmos, t. I, p. 134-134 y 383; S tru v e , über Doppels-


ternenach Dorpater Micromeíer-Messungen, von 1824 bis 1837, p. 11.

(29) P á g . 1 9 6 .— Cosmos, t. III, p. 4 6 - 5 0 , 115-118.


Como ejem plo n o ta b le de u n a estension ele v ista e s tra o rd in a ria pu ed e c i­
tarse al m a estro de K eplero, Moestlin, q u e ap ercib ía á sim ple v ista 14 es­
trellas en las P lé y a d a s : a lg u n o s a n t ig u o s h a b í a n visto 9 (Míedler, Un­
t e n . über die F ix s ., 2 .a p arte , p. 36.)

(30) P á g . 196. — Cosmos, t. II], p. 183 El doctor G re g o ry de E d im ­


b u r g o , h a b i a r e c o m en d a d o tam bién este m é to do en 1675, es decir, 33 a ñ o s
a n te s de G a lile o : Y . T h o m a s B irc h , Ilis t. o f the Royal S oc., t. III, 1757,
p. 225. B r a d le y a l u d e á este m é to d o , en 1748, al fin de su célebre Me­
m o r ia sob re la nu ta ció n .

(31) P á g . 197. —Mcedler, A stro n ., p. 477.

(32) P á g . 1 9 7 . — A r a g o , en la A stron . p o p u l., t. II, p. 28.

(33) P á g . 1 9 7 .— A n I n q u i r y into th e p r o b ab le P a r a ll a x an d M a g n itu d e


of t h e ñ x e d S ta r s , from th e q u a n t i t y o f L ig h t w h i c h th e y afford us, a n d
th e p a r tic u la r circ u m sta n ce s of th e ir s it u a ti o n , b y t h e R e v . J u a n M ic h e ll,
en la s P h ilo s. T ra n sa d ., t. L V Ií, p. 234-261.

(34) P á g . 198.— J u a n M ic h ell, la m is m a o b r a ., p. 238; «If it shou ld


h e r e a f t e r be found, t h a t a n y of th e stars llav e o th e rs r e v o lv i n g a b o u t
th e m (for n o sa tellites b y a b o r r o w e d lig h t could possibly be visible), w e
s h o u ld t the n h a v e th e m e a n s of d isc o v e rin g ...» En todo el curso de su
d iscusión persiste en n e g a r q u e u n a de las dos estrellas c o m p o n en te s
p u e d a ser cuerpo o s c u r o , p la n e ta q u e refleje ú n ic a m e n te la lu z del otro
a s tro , y se f u n d a en q u e los dos astros son visibles para nosotros , ú pesar
de su distancia. C o m p ara la d en s id ad de las dos estrellas, d istin g u ie n d o á l a
‘m a y o r con el n o m b re de central star, con la densidad de n uestro Sol, y si
e m p le a la p alab ra satélite , si h a b l a d o la « grea test app a ren t e lo n g a tio n of
th o s e stars, th a t r e v o l v e d a b o u t th e o th e rs as satellitis,» no es mas q u e
p a r a in d ic ar la id e a p u r a m e n te r e l a t i v a de la r ev o lu c ió n de la m as p e ­
q u e ñ a a lre d e d o r d e la m a y o r , sin o lv id a r por esto q u e los m o v im ie n to s
ab so lu to s se ejec u tan a lre d e d o r del ce n tro de g r a v e d a d c om ú n. Mas ad e -
la u to dice (p. 2 Í 3 y 249): W c m a y concludc w i t h th e hig-hest p r o b a b ility
(th e odds a g a in s t the c o n t r a r y op inion being m a n y m illion m illions to
one), t h a t slrs form a k in d of system b y m u tu a l g r a v it a tio n . It is h i g h l y
p r o b a b le in p a r tic u la r, a n d n e x t t o a c e r ta in ty in g e n e r a l, t h a t such d o u -
blc stars as a p p e a r to consist of tw o or m ore stars placed n c a r t o g e th e r ,
are u n d e r tnc influeucc o fso m o g en e ral l a w , such p e rh a p s as gravity...»»
( Y . ta m b ié n A ra g o en la A stronom ía p op ula r, t. I , p . 4 87-494). TsTo pued e
concederse u n a g r a n confianza á los r esu ltad o s n u m é ric o s de los cá lc u los
d é l a s p r o b a b ilid a d e s á q u e se en tre g ó M i c h e l l , pues , p a rtió este de u n a
hip ó te sis in a d m isib le , á saber, q u e h a y en todo el Ciclo 230 estrellas m as
brillantes q u e /S del C ap ricornio, y loOO estrellas igu ales en brillo á l a s 0
estrellas de la s P lé y a d a s . J u a n M ichell te rm in a su inge n io so tratad o cos­
mológico p o r u ñ a esplicacion m u y a t r e v id a del cen telleo, a t r i b u y é n d o lo
á u n a especie de pulsa ció n q u e se p rodu ce en tal caso en la em isió n d é l a
m a teria lu m in o sa . E sta esplicacion no es tam p o co m a s feliz q u e la q u e Si­
món M ario, un o do los q u e d esc u b rie ro n los sa télites de Jú p ite r ( C o rn os ,
t. II, p. 308 y 470, n . ° 4 4 ) , dió al final de su M undus Jovialis, en 1614.
P e r o M ichell tu v o el m é r i t o de h a b e r h e c h o o b se rv a r prim ero q u e n a d i e
(p. 203), q u e e l centelleo v a siem pre ac o m p a ñ ad o de ca m b io s de color:
«Besides th e ir b r i g h t n c s s , there is in th e t w i n k l i n of th e fixcd sta rs a
c h a n g e of colour.»

(3o) P á g . 199.— S tru v e , en la Coleccion de las A ctas d é la Sesión p ublica


de la Acad. im jier. de Ciencias de St-Pctersbourg, el 29 diciem bre 1832, p. 48­
30; Mcedler, A stro n ., p. 478.

(3G) P á g . 1 9 9 .— P h ilo s. T ra n sa d ., for the y ea r 1 7 S 2,p . 40-126, for 1783,.


p. 112-124, for 180 í , p. S7. V . Mtedler, en el Schumacher's Jahrbuch f ü r
1S3 9 . p. 39, y los Unters. iiber die Fixstern-System e, 1.a p a r te ., 1847, p. 7.

(37) P á g . 2 0 0 . —Msedler, la m ism a o b ra , 1 .a parto, p. 255. Se conocen


p a r a Castor dos a n tig u a s o bse rva cion e s de B r a d l e y , q u e d a t a n de 1719 y
de 17o9, la p r im e ra h e c h a en c o m ún con P o u n d , la s e g u n d a con M a s k e -
ly n c , y dos o b s e rv a c io n e s de G. H erschell de 1779 y 1803 ,

(38) P á g . 2 0 1 . — S tr u v e , Me usuree m icrom ., p. x l y p. 2 3 Í - 2 Í 8 . en


total h a y 2G41 -4- 146 = 27S7 pares o b se rv a d o s (Msedler, Schum . Jahrb
1839, p. Oí). .

(39) Pág. 2 0 1 .—J u a n H e r s c h e ll, V iaje al Cabo, es decir Astron. obsero’•


at (he Cape o f Good Ilo p e, p. lG o-303.

(40) P á g . 2 0 1 .— L a m is m a o b r a ., p. 1G7 y 1 r 2 .
(-41) Pág-. 202. — A rg e la n d e r , en su trab a jo sobre los m o v im ien to s p ro ­
pios de las estrellas. Y . su escrito: D L X stellarum firarum positiones medica
im u n te anno 1830, ex observ. Aboce habitis (Helsing-forsise 1825). Msedler
e v a l ú a en 600 el n ú m e ro de las estrellas m ú ltip le s q u e h a n sido d es cu ­
biertas en P u l k o v a desde 1S37 (A stro n ., p. 625).

(42) P á g . 2 0 3 .— P u e d e sup o n e rse q u e to d a s las estrellas tienen un m o ­


v im ie n to p ro p io ; pero el n ú m e ro de aq u e lla s c u y o m o v im ie n t o se h a
c o m p ro b a d o escedc a p e n a s del n ú m e ro de las estrellas dobles en las c u a ­
les se h a reconocido un ca m bio re la tivo de las com pon entes. (Msedler,
A s tr o n ., p. 394, 490 y 520-540). S tru v e h a discutido esas relaciones n u ­
m é ric a s en las Mens. m icrom . , X C Í Y , tr a t a n d o se p ara d a m e n te los pares
en q u e la distan c ia es de 0 /y á 1 ' j , de V J á 8 ;/ y de 1 6 / A á 3 2 1 '. Con­
v ie n e r ec o rd a r a q u í que si las distancias inferiores á 0 ; / ,8 h a n sido s im ­
p le m en te estim a d as, in v e stig a c io n e s instituid as con el auxilio de estrellas
dobles artificiales, h a n d a d o la s e g u rid a d de q u e esas e v a lu a cio n e s son
e x a c t a s p ró x im a m e n te en 0 ' / , ! . S tru v e , über Doppelsterne nach Dorpater
B eobacht., p. 29.

(43) P á g . 2 0 3 . —Ju a n H erschell, M aje al Cabo. p. 166.

(44) P á g . 2 0 3 . — S tru v e , Mens. m icrom ., p. l x x v ii -l x y x iv .

(45) P á g . 2 0 5 . —J u a n H ersche ll, Outlines o f A str o n ., p. 579.

(46) P a g . 2 0 5 . — P a r a m ir a r el Sol á tr a v é s de un anteojo se em plean


cristales oscurecidos, teñidos de dos colores subidos, pero co m p lem en ta­
d o s ; obtiénensc así im á g en e s b la n ca s del disco solar. D u ra n te mi la r g a
p e r m a n e n c ia en el O b serv ato rio de P a r ís , A ra g o u saba y a cristales se ­
m e ja n te s para o b se rv a r los eclipses ó las m a n c h a s del Sol. C om bínanse
ta m b ié n dos cristales, uno de lo? cuales es rojo y el otro v erd e , ó el uno
-amarillo y el otro az u l, ó ta m b ié n u n m a tiz v e rd e con v iole ta . «Cuando
u n a lu z fuerte está cerca de u n a luz déb il, la últim a to m a el c olor com ­
plem entario de ia p rim era. E n esto consiste el contraste: pero com o casi
n u n c a está puro el rojo, p uede decirse ta m b ié n con razón que el rojo es
co m p le m e n ta rio del azul. Los colores p ró x im o s en el espectro solar se
su s t itu y e n .^ (A r a g o M anuscrito de 1847).

(47) P á g . 2 0 5 .—A ra g o , en el Conocimiento de los Tiempos p ara 1823,


p. 299-300; en la Astron. p o p u l., t. I, p. 453-459 «Las cscepciones q u e cito
p r u e b a n q u e te n ia raz ó n en 1S25. al in tro d u c ir con la m a y o r reserv a,
la nocion física del contraste en el p ro b le m a de las estrellas dobles. El
■azul es el color real de ciertas estrellas. Piesulta de las observaciones r e ­
c o g id a s h a s ta a q u í, qu e el firm am ento no solo está sem brado de soles
rojos y am arillos como sabían los a n tig u o s, sino q u e también lo está d e
soles azules ó verdes. Con el tiem po y por medio de o bserv acio nes f u tu ra s
lle g a re m o s á sa b er si las estrellas v e r d e s ó blancas son ó nó soles en v í a s
de decrecim iento; ó si los diferentes matices de esos astros, no in dican
q u e la co m b u stió n se verifica en ellos á diferentes g ra d o s; si la tin tu ra ,
con esceso de los m as refrangibles r a y o s , q u e p re se n ta fre c u e n te m e n te la
p e q u e ñ a estrella, no dependerá de la fuerza absorbente de u n a a tm ó s f e r a
q u e desarrolle la acción d é l a e s tr e lla , o r d in a r ia m e n te m u c ho mas b r i­
llante, q u e la a c o m p a ñ a . ’» ( A r a g o , en la A stron . p o p u l., t. I p. 457 -4 6 3 ).

(48) P á g . 2 0 5 .— S tru v e , über Doppelsternu nach Dorpater Beobachíungen,


3S37, p. 33-36 y Mensures m icrom ., p. l x x x i h ; c u e n ta 63 pares en q u e
las dos estrellas son azules ó a z u la d as y d o n d e p o r c o n siguie nte la colo-
racicn no seria efecto del c o n tra ste . Cuando se lle g a n á c o m p a r a r las
apreciaciones de diferentes ob se rv a d o re s, so b re los colores del m ism o p a r,
so rp re n d e n las d iv e rg e n c ia s q u e se e n c u e n tra n . P o r ejem plo, un o b s e r ­
v a d o r h a lla q u e la c o m p a ñ e ra de tal estre lla roja ó n a r a n ja d a es a z u l.
m ie n tr a s q u e o tro o b s e rv a d o r le a trib u irá el color verde.

(49) P á g . 205 — A ra g o en la A slro n . p o p u l., t. I, p. íS í- 4 8 7 .

(50) P á g . 2 0 5 . — Cosmos, t. 111, p. 11S-122.

(51) P á g . 2 0 6 .— .‘T h is superb double s ta r (a del C e n ta u ro ), is b e y o n d


all c o m p ariso n th e m ost s tr i k i n g o bject of the k in d in th e h e a v e n s , a n d
consists of t w o in d iv id u á is , b o th of a h i g h r u d d y or o ra n g e colour,
t h o u g h t h a t of the sm a lle r is of a s o m e w h a t m o re som bre a n d b r o w n i s h ,
cast » Ju a n H e r s c h e l l , Viage al Cabo, p. 300. P e ro se g ú n las bellas
o bse rva cione s del capitan Ja c o b (B o m b a y E n g iu e e rs) en 1846, 1847
y 1848, la estrella prin cip al es de 1 a m a g n itu d y la co m p a ñ e ra ú n ic a­
m e n te de 2 .a , o ó de 3 .a m a g n itu d ( T ra n sa d . o f llw Royal Soc. o f Edínb.
t. X V I, 1849, p. 451).

(52) P á g . 20G. — Cosmos, t. 111, p. 154 y 1GG.

(53) P ág. 2 0 0 . —S tru v e , über Doppelst. nach Dorp. fíeobacht., p. 33.

(54) P ág . 20G.— La m ism a o b r a , p. 3G.

(55) P ág. 2 0 7 .— Moedler, A stro n ., p. 517; J. H erchell, Outlines o f As-


tronomy, p. 56S.

(50) H ág. 207 .— Cf. Mscdler, Unlersuch. über die F ixslcrn-System e, 1 .a


parte , p . 225-275; 2.a parte, p. 235-240; el mismo en Astron, p. 541;
J. Herschell, Outlines, p. 573.
(57) P ág -. 2 07.— La ocultación fue solo a p a r e n te y se debió á los fal­
sos discos que c o n s e rv a n las estrellas en los m e jores anteojos ( Cosmos,
t. III, p. 116). Seg-un los cálculos de V illa rc e a u , l a distancia ap a re n te de
los centros de las dos estrellas de S de Hércules no h a sido n u n c a inferior
á 0 / ; ,5 (en 1793 y en 1830); a h o r a b i e n ; los discos reales d é l a s m a s bellas
estrellas son p r o b a b le m e n te m ucho m a s p eq u e ñ o s q u e la m ita d de esta
d is ta n c ia . P ero e n <? de H ércules, la estre lla p r in cip al es de 3 .a m a g n itu d
y el satélite es de 0.a a 7.a mag-nitud; este últim o h a podido p u e s desap a­
r e c e r en los ray o s de la m a y o r , es decir, en su falso disco, en la época
del m e n o r perihelio a p a r e n te . P a r a j? de la C orona, por el c on tra rio, la d is­
ta n c ia de las dos estrellas fue de 0 ^ , 4 en 1784 y hácia fines de 1850, y,
sin e m b a r g o , no h u b o ocultac ió n . Esas 2 estrellas son m u c h o m a s p e q u e ­
ñ a s que £ de Hercules; sus discos falsos son m e n o re s ; n in g u n o de ellos
co in cid e ja m á s con el o t r o , á p e s a r de u n a d is ta n c ia m e n o r a p a re n te
en el p erihe lio.

(58) Pág-, 212. — V éase , p a r a % de la Osa M a y o r . p de Ofiuco , S, de


H ércu les y n de la C orona , Y v o n Y illa rc c a u en las Adiciones al Conoci­
miento de los Tiempos p a ra 1831, y las Memorias de la Á cad. de Ciencias,
t. XX XII, p. 50.

(59) P á g 1. 2 1 3 .— Cosmos, t. 1, p. 70-74, 78 y 136; t. II, p. 320, t. II!,


jp. 36-41, 126, 140 y 150.

(60) Pág-. 2 1 3 .— Cosmos,t. III, p. 179-1S1.

(61) Pág-. 2 15.— Cosmos, t. 1, p. 70.

(62) P ág-. 216.— Cosmos,t. III, p. 80, 126, 232 y 277.

(63) Pág-. 2 1 6 . —E n 1471, an tes d é l a espedicion de A lv a r o B ecerra,


. a v a n z a r o n los Portug-ueses mas a llá del e c u a d o r. Y é a se H um b o ld t,
E xam en crítico d é la historia de la Geografía del nuevo Continente, t. I, p. 21)0-
292. P ero y a bajo los Lag-idos, los antig-uos á f a v o r del m o n z o n del S nd-
Oeste lla m a d o en to n c e s Ilip p a íu s, h a b í a n establecido u n a senda co m er­
cial á trav é s del Océano Indio, desd e Ocelis sobre el estrecho de B a b -e l-
ÜVlandeb, h as ta el g r a n depósito de Muziris en la costa del M alabar y en
C e y la n ( Cosmos, t. II, p. 166). E n todos esos viajes m a rítim o s v iéro nse
p ero no se describieron las n u b es de Mag-allancs.

(61) Pág, 2 1 6 .— J u a n H erschell. Observations at t h e Cape o f Good


llo p e , § 132.
(65) P á g . 5 17.— Cosmos, t. I I, p. 308 y 4 6 8 n .° 45. Galileo, que trata de
•esplicar el i n te rv a lo de los dos descu b rim ie n to s del 59 de d ic ie m b re de 1609
al 7 de enero de 1 6 l0 , p o r la diferencia de los cale n d ario s; p re te n d e h a ­
b e r visto los sa télites de J ú p ite r u n dia an tes q u e S im ón M ario , y se
deja lle v ar de su fo gosidad h a b i t u a l , c o n tra lo q u e lla m a « B u g ia del im ­
p o sta re erético Guntzcnhusa.no» y llega h a s ta decir «Che m olto probabil-
m e n te il crético S im ón M ario, n o n h a o sse rv a to g ia m m a i i P ian e ti Me-
dicei.» V é a se Opere d i Galileo G alilei, P a d o v a , 1744, t. II, p. 235-537, y
Nelli, V ita c Commercco le lta r io d i G a lilei, 1793, t. 1, p. 54 0-246. EL m ism o
crético se h a b ia espresado sin e m b a r g o con m u c h a sencillez y m o d e stia
sobre el alcance de su d e s c u b rim ie n to : «Hfec S id e r a (B ra n d e m b u rg ic a )
a nullo m o r ta ü u m m ih i u lia r a tio n e c o m m o n s tr a t a , sed pro p ria in d a g in e
sub ipsissim um fere te m pu s v el a liq u a n to citius q u o Galilams in Italia c a
p r im u m v id it a m e in G erm a n ia a d i n v e n t a et o b s é r v a la fuisse. M érito
ig it u r Galilseo tr ib u it u r et m a n e t la u s prima; n v e n tio n is h o r u m sid e ru m
a p u d J ta l o s . A n a u te m ín te r meos G erm a n o s q u isp iam a n te me ea in v e -
n e rit et v id e rit, h a c te n u s in te llig ere non p o tui.» .

(66) P á g . 2 1 7 .— Mundus Jovialis anno 1609 d efectusopep ersp icilli Belgici,


N oribergfe, 1614.

(67) P á g . 517. — Cosmos, t. II, p, 319.

(68) P á g . 218 . — Cosmos, t. III. p. 159.

(69) P á g . 51S.— «Gallilei notó che le N ebulose di Orione n u il’ altro


e r a n o che m u c chi e coace rv a zio n i d ’innu m e rab ili stelle.» Nelli, Vita di
G a lile i, t. I, p. 508.

(70) P á g . 519 .— «In prim o in te g r a m Oriouis C o nstellationem p in g e rc


d e c re v e ra m ; v e r o , ab in g e n ti stellarum copia, te m p o ris v ero in op ia o b ru -
tu s , a g g r e s s io n e m h a n c in aliam occasionem distuli. — Cum nom t a n tu m
i n G alaxia la cte u s ille c a n d o r v e lu ti albicantis n u b is sp e c te tu r, sed com-
flu r e s consim ilis coloría arcolcc sparsim per cethera subfulgeant, si in illarum
q u a m lib e t specillum c o n v e rta s, S te lla ru m c o n s tip a taru m co e tu m offendes.
A m p liu s ( q u o d m a g is m irabile) Stellse, ab A stro n o m is singulis in h anc
n s q u e diem Nebulosce a p é l l a t e , S te lla ru m níírum in m o d u m con sita ru m
g r e g e s sunt: ex q u a r u m r a d io r n m co m m ix tio n e, d u m u n a q n a q u e ob exi-
lit a te m , seu m a x im a m a nobis rem o tio n e m , 9Culorum acien fu git, ca n d o r
ille c o n s u rg it, q ui d en s io r p a r s cceli, S te lla ru m a u t Solis rad ios retor-
q u e r e v a le n s , h u c u s q u e creditu s est.» Opere d i Galileo G alilei, P a d o v a ,
1744, t. II, p. 14 y 15; Sidereus N u n tiu s, p. 13, 15 y 35.

(71) P á g . 5 1 9 .— V éa se el Cosmos, t. III, p. 529, n o ta 91. Debo recordar


á esle pro p ó sito la v iñ e ta con q u e te r m í n a l a in tro ducción de H evelio en su
Firm am entum Sobescianum, p u b lic a d o en 1687. R e p re se n ta tres genios, dos
de los cuales m ir a n al ciclo con el S eslante de H ev e lio y responden al
tercero q u e tiene un telescopio y parece ofrecérselo: Prsestat nudo oculo!

(72) Pág-. 219.— H u y g h e n s , Systema Saturnium , en sus Opera varia,


Lug-d. B a la v . 1 7 2 í, t. II, p. 423 y 593.

(73) P á g . 220. — «En las dos nebu lo sas de A n d ró m e d a y de Orion, dic e


D om ingo Cassini, he visto estrellas q u e no se d istin g u e n con los a n te o ­
jo s com u nes. I g n o ra m o s si h a b r á an te o jo s bastante g ra n d e s p a r a q u e
to d a la n e b u lo sid a d p u d ie ra resolverse en p equ e ñas e s tre lla s, como s u ­
cede á las de Cáncer y S a g ita rio ,» ( D e la m b re , H istoria de la Astronom ía
moderna, t. II, p. 700 y 744).

(74) P á g . 220. — Cosmos, l. I, p. 381, n o ta 96.

(7o) P á g . 220.— S obre las se m e ja n z a s y las desem e janz as de las ideas


de L a m b e r t y de K a n t, y sobre las épocas de sus publicaciones respecti­
v a s , v é a se S t r u v e , ' Estudios de Astronom ía E stelar , p. I I, 13 y 21, notas 7,
13 y 33. L a o bra de K a n t, titu la d a A llgem eine Xaturgeschichte un Theorie
des Him m els, fué publicada en 1755 a n ó n im a , y dedica da al g ra n Federico.
La Fotom etría de L a m b e rt apareció en 1760. como he dicho antes, y á
esta sig uieron en 1761, sus Cartas cosm o ló g ic as acerca de la es tru c tu ra
del M undo.

(76) P á g . 2 2 1 .— i'Those Nebulte, dice J u a n M ichell,-en las P h ilosophi-


cal Transaetions for 1767 (t. LV1I, p. 251), id w h i c h w e can d ise o v er
e ith e r n o n e , or o n ly a fe w stars e v e n w i t h the assistance of the best teles-
copes, are p ro b a b ly sy stem s, th a t are still m ore d ista n t th a n t th e rest.»

(77) P á g . 2 2 1 . — Messier, en las Memorias de la Academia de Ciencias,


1771, p. 435, y en el Conocimiento de los tiempos p a r a 17S3 y 1784. El catá­
log o contiene 103 objetos. •
#
(78) P á g . 2 2 2 . — P h ilos. T ra n sa d ., t. L X X V I, L X X IX y XCií.

(79) P á g . 22 2.— «T he N cbular h y p o th e s is , as it has bcen te rm ed , an d


the th e o r y of sidereal a g g r e g a t i o n s ta n d in fact q u ite in d e p en d e n t of
each o th e r.» ( J u a n H erschell, Outlines o f Astronom y, p. 599).

(80) P á g . 222*— Los objetos de q u e h ab lo en ese pasaje son los que l l e ­


v an los n .os 1 ,[2307 cu el Catálogo europeo ó Catálogo del Norte, publicado
-en 1833, y los n.os 2308, 4015 en el Catálogo africa n o ó Catálogo del S ud.
V éa se S ir J o h n H ersch ell, Cape Observations, p. 51-128.

(81) P á g . 2 2 2 .— D unlop, en las P h ilo s. T ransad, for 1825, p. 113-150.

(82) P a g . 2 2 2 . — V é a s e el Cosmos, t. 1IÍ, p. 63.

83) P á g . 2 23.— V é a se An Account o f the E arl o f Rosse's great Telescope,


p. L4-17, d o n d e se cita la lista de las nebulosas resu e lta s en el mes
de Marzo de 1S45, po r el d octor R obin so n y S o u th : «Dr. R o b in so n
c o u ld not lea ve this p a r t of his subjcct w i t h o u t c a llin g a tten tio n to the
fact, th a t no real n é b u l a se em e d to exist a m o n g so m a n y of these objeets
chosen w i t h o u t a n y b ia s : all appeared to be elusters of stars, a n d e v e r y
a d d itio n a l one w h i c h sh a ll be r e so lv e d w’ill be an a d d itio n a l a r g u m e n t
a g a in s t th e existence of a n y such.» V éa se S c h u m a c h e r ’s Astronomische
N achrichten , n ú m . 536. Léese en la M e m o ria so b r e los g r a n d e s te lesco­
pios de O x m a n t o w n , h o y cond e de Rosse (Biblioteca universal de Gine-
l r a ,?31. LV 1I, 1S45, p. 342-357): « S o u th dice q u e ja m á s v ió re p r e s e n ta ­
ciones siderales ta n m ag níficas como la q u e le p rese ntó el in stru m e n to
de P a r s o n s to w n ; q u e u n a g r a n p a r te de las nebu lo sas se p r e s e n ta b a n
com o h a c e s ó g ru p o s de estrellas, m ie n tr a s q u e a l g u n a s otras á sus ojos
por lo m e n o s , no m o stra b a n ap a rie n c ia n i n g u n a de reso lu c ió n en es­
trellas.»

(84) P á g . 223.— Report o f the fifteenth Meeting o f the B riish Association.


h e ld a t C a m b rid g e in J u n e 1S45, p. 36, y Outlines o f Astron , p. 597
y 598. « B y far the m a jo r p a r t, dit sir J o h n H ersch e ll, p r o b a b ly at least
n in e -t e n th s of th e n e b u lo u s co n te n ts of the h e a v e n s consist of nébula; of
sphe ric al or elliptical forms, p re s e n tin g e v e r y v a r i e t y of c lo n g a tio n an d
ce n tral co n d e n sa tio n . Of these a great number h a v e been reso lv e d into
into d is t a n t stars (by the Reflector of th e E a r l of Rosse), a n d a vas^
n u m b e r m o re h a v e b e e n fo u n d to possess th a t m o ttle d a p p e aren c e, w h ic h
ren d e rs it alm o st a m a tte r of c e r ta in t y th a t an m c re ase of optical p o w e r
w o u l d s h o w tliem to be sim ila rly com posed. A not u n n a t u r a l or u n f a ir
in d u c tio n w o u ld the re fore seen to be, th a t th o sc w h i c h resist su c h reso-
lu tio n , do so o n ly in consequ cnce of tile sm allness a n d closeness of the
stars of w h i c h th c y c o n s i s t ; th a t, in sh o rt, th e y are o n ly optically a n d
n o t p h y s ic a lly n e b u l o u s .— A lt h o u g h nebulse do ex ist w h i c h oven in this
p o w c r fu l telescope (of lord Rosse) appe ar as n cb u k e , w i t h o u t a n y sig n of
re s o lu tio n , it m a y v e r y re a s o n a b ly be d o u b te d w h e t h e r therc be rc a lly
.a n y essential p h y s ic a l d istin ction b e tw e e n nebulaí a n d elusters of s ta r s .”

(85) P a g . 2 2 3 .— El doctor N ichol, profesor de A stro n o m ía en G lasgow ,


TOMO III. r»3
publicó esta ca rta, f e c h ad a en el castillo de P a r s o n s to w n , en sus Thoughts
o f some im portat points relating to the System o f the W o r ld , 1846, p. 55: «In
ac co rd an c e w it h m y p ro m ise of c o m m u n ic a tin g to y o n the resu lt of o ur
e x a m in a tio n of Orion, I t h i n k I m a y sa fe ly s a y , th a t th e re can be litllc ,
if a n y d o u b t as to th e re s o lv a b ility of th e N ébula. Since y o u ieft us,
th e re w a s n o t a single n i g h t w h e n , in th e absence of th e -m o o n , th e air
w a s ñ n e e n o u g h to ad m it of o u r u s in g m o r e th a n h a l f th e m a g n if y in g
p o w c r th e s p e eu lu m b e a r s : still w e could p la in ly see th a t all a b o u t th e
nébula also a b o u n d in g w i t h sta rs, an d e x h i b itin g the cha racteristics of
r e s o lv a b ility s tr o n g ly rnarked.»

(86) P á g . 2 2 í . — Y ease Edinburgh R e v ic w , t. L X X X Y íí, 1848, p. l8Gt

(87) P á g . 22 5 .— Cosmos, t. III, p. 131.

(88) P a g . 223.— Cosmos, t. III, p. 34.

(89) P á g . 2 2 5 .— N e w t o n , Pliilosophice naturalis P rin cip ia mathematica,


1760, t. III, p. 671.

(90) P á g . 225.— Cosmos, t. I, p. 126.

(91) P á g . 225.— Cosmos, t. I, p. 381, nota 96.

(92) P á g . 2 2 6 .— J u a n H e r s c h e ll, Cape Observations, § 109-111.

(93) P á g . 2 27.— S on n ec esarias alg u n a s o b se rv a c io n e s, á ñ n de q u e se


sepa sobre q u é f u n d am e n to s desca nsan esas enu m erac io n es. Los tres c a ­
tá lo g o s de G. H erschell con tien e n 2,500 o b je to s, á s a b e r: 2,303 n e ­
b ulosas y 197 g ru p o s de estrellas (Míedler, Astronom ía, p. 448); esos n ú ­
m eros h a n v a r ia d o en el ccnso po ste rio r y m u c h o m a s exacto de
Ju a n H ersch e ll (Observations o f nebuhe and Clusters o f sta rs, m a d e a t
S lo u g h , w i t h a t w e n t y - f e e t Reflector, b c tw e c n th e y cars 1825 a n d 1833
in se rta d o s en las P h ilosophical Transaetions for th e y c a r 1833 , p. 365-
ÍS1.) 1800 objetos e ra n id é n tic o s con o tro s c o n te n id o s en los tres pri­
m e ro s ca tálogos, tres ó c u a tro c ie n to s f u e r o n p r o v is io n a lm e n te escluidos y
ree m p laz ad o s p or mas de otros q u in ie n to s descubiertos n u e v a m e n te c u y a
ascensión recia y declinación se d e te r m in ó (S tru v e , Astronom ía estelar,
p. 48). El C atálogo del N orte c o m p re n d e 152 g ru p o s e s te la re s; po r consi­
g u i e n t e , las nebulosas que h a y en él son en n ú m e ro d e 2,307 — 152 =
2,155. ü c los 1,708 objetos c o m pre ndidos en el c a tá lo g o del S u d (4,015—
2,307), y e n tre los cuales se c u e n ta n 236 g ru p o s de estrellas , es preciso
rebajar 233 nebulosas (S9-+-135-f 9), como perte nec ien tes y a al catálogo
del Nv rte, y obse rv a d as, en S lo u g h p or G. H erschell y J u a n , y en P a rís.
p o r Mcssier. V éa se Cape O bservations, p. 3 , §§ G y 7 , y íp. 128. Q ue­
d a a u n p a r a el catálogo del Sud un total de 1,708— 2 3 3 = 1 , 1 7 5 ob­
je to s q u e se desco m p o n e n en 1,239 n eb u lo sas y 236 g ru p o s de es­
trellas. Es preciso , por el c o n tra rio , a ñ a d i r á los 2,307 objetos del c a ­
tá lo g o d e S l o u g h 1 3 5 4 - 9 = 1 4 4 , lo que fo rm a un c o n ju n to de 2,451 ob je­
tos d is t in to s , de los cu a le s, restan do 152 c l u s te rs , q u e d a n 2.229 n e b u ­
losas. E s cierto q u e p a r a esos n ú m e ro s no se h a n g u a r d a d o de u n a m a n e ra
rig u r o s a los lím ites del h o r iz o n te v is ib le en S lo u g h . El a u t o r de este
libro está ta n ín tim a m e n te p e rsu a d id o del in te r é s q u e p r e se n ta n en la to ­
po g ra fía del firm am e n to , las rela cio n e s n u m é ric a s de los dos hem isferios,
qu e no cree d e b e r desp reciar lo s n ú m e ro s sujetos á v a r i a c i ó n , según la
diferencia de las épocas y los p r o g re s o s de la ob se rv a ció n . E n t r a n e c e ­
sa ria m e n te e n el p la n de u n libro sobre el Cosmos re p re se n ta r la su m a de
los conoc im ien to s h u m a n o s en u n a época d e t e r m in a d a .

( 9 i) P á g . 2 2 7 . — Léese en las Cape Observations, p. 134: «Tere aro b e -


t'.veen 300 a n d 400 ncbulse of sir W i llia m H ersch e U ’s C a ta logue still
u n o b s c r v e d b y m e, for the m o st part v e r y faint ob je ets...»

(95) P á g . 22 7 .— Cape Observ., § 7. V éa se ta m b ié n el Catalogue o f nebulce


and Clusters o f the Southern Hem ispherc, p o r D u nlop, en las Philosop hical
T ransactions f j r 1828, p. 1141-16.

(96) P a g . 2 2 7 .— Cosmos, t. III, p. 203.

97) P á g . 2 2 8 .— Cape Observations, §§ 105-1 u7. •

(98) P á g . 2 2 8 .— In this Región o f V irg o , o c c u p y in g a b o u t o n e -e ig th


of th e w h o le surface of th e sp h e re , o n e - th i rd of th e entirc n e b u lo u s cou-
tents of the h c a v e n s are c o n g r e g a te d (Outlines o f A stronom y, p. 596.)

(99) P á g . 229.— V éa se acerca de esta re g ió n estéril (b arre n r e g ió n ) ,


Cape Observations, § 101, p. 135.

(100) P á g . 229.— Estos datos n u m é rico s están f u n d a d o s en el total d e


las cifras su m in is tr a d a s por la p r o y ec ció n d^el h em isferio se p te n trio n a l.
V éesc Cape Observations, 1. XI.

( 1) P á g . 2 3 0 .— H u m b o ld t, Exam en crítico de la historia de la Geografía


del nuevo continente, t. IV , p. 319. E n la la rg a série de viajes m a rítim o s
q u e, g racias á la influencia del infante D. E n r i q u e , e m p re n d ie ro n lo s
P o rtu g u e ses á l o larg o de las costas occidentales del A frica, p a ra p e n e tr a r
h a s ta el E c u a d o r, el V ene cia no C ad am osto, c u y o v e rd a d e ro n o m b r e era
A lviso de Ca da Mosto, es el p r im e ro q u e despues de la r e u n ió n con A n -
to n iotto U sodim arc, en l a em b o c a d u ra d e l S e n e g a l, en 1454, se ocupó de
bu sc a r u n a estrella p o la r a u s tra l. « P uesto q u e t o d a v ía distin g o la estrella
p o la r b o re a l, decía c u a n d o se h a l la b a á los 13° de la titu d N orte, 110 pu ed o
v e r la p o la r del .Sud; la c o n s te la c ió n q u e diviso en esta dirección es el
Carro del ostro (el Carro del S ud).» V é a s e A lo y s ii C a d a m o s to N avigazione,
cap. 43, p. 3 2 ; R a m u sio , delle N a v ig a zio n i e V ia g g i, t. I, p. 107. C ada-
m o sto h a b ía s e , pues, fo rm a d o u n Carro con a l g u n a s g r a n d e s estrellas de
la N a v e . L a id e a de q u e los dos polos te n ía n cada u n o u n carro parece q u e
se estendió ta n to p o r esta época, q u e en el Itin erariu m Portugallense p u ­
blicado e n 1,500 (fól. 23, b . ) , y en el N ovus Orbis de Grynseus (1532,
p. 58) se representó com o o b s e r v a d a p o r C a dam o sto u n a constelación
s e m e ja n te cu u n todo á la Osa m e n o r, y e n c u y o lu g a r está fig u ra d a ca­
p r ic h o s a m e n te la Cruz del S u d , en las N a v ig a zio n i de R a m u sio (t. I , p . 19)
y en la n u e v a coleccion de N oticia s para a h ist. e geogr. dos Nagoes Ul­
tram arinas (Lisboa, 1812, t. II, cap. 39, p. 57). V é a se H u m b o l d t , Exam en
c r ítico , etc., t. V , p. 286. Como ora co stu m b re en l a e d a d m e d ia (p ro ­
b a b le m e n te con el fin de rep o n e r en el P e q u e ñ o C arro, los dos b ailarin e s
d e H ig in io , x°P£Vr “S l ° s m ism os q u e los L u d e n te s del escoliasta de G e r m á ­
nic o , ó los custodios de Y eg e cio ) c o n s id e r a r las estrellas P y 7 de la Osa
m e n o r como los G u ard ia s (le d u e G u ard ie , tli e 'G u a r d s ) del polo N orte
a l red e d o r del cu a l d escriben u n m o v im ie n to circ u lar, y esta d e n o ­
m i n a c i ó n , así com o ta m b ié n la c o s tu m b r e de v a le r s e de los dos G u ard ia s
p a r a d e te r m in a r la a l tu r a d el polo N orte se h a b i a n estend id o en los m a ­
res se p te n trio n a le s, en tre los p ilotos de to d a s las n acio nes e u r o p e a s , se
lle g ó por falsas a n a lo g ía s a reconocer en el h em isferio a u s tra l lo q u e
h a c ia ta n to tiem po q u e se buscaba. (P e d ro de M e d in a, A rte de nave­
gar, 1545, lib. V , ca p. 1-7, p. 183-195). D u ra n te el se g u n d o v ia je de
A m é ric o V esp u c io , verificado en el in te r v a lo del mes de M ayo de 1499
fué cu a n d o este n a v e g a n t e y V ic e n te Y a ñ e z P in z ó n , c u y o v ia je es q u iz ás
idé n tic o al su y o , lle g a r o n h a s ta el cabo d e San A g u s tin en el hem isferio
a u s t r a l , y se d edica ron p o r p r im e r a vez y sin r e s u lta d o á b u sc a r u n a
estre lla visible en la p r o x i m i d a d in m e d ia ta del polo S u d . V é a s e B a n d i n i ,
V ita e Lettere d i Amerigo V espucci, 1745, p. 70; A n g h ie r a , Oceanica, 1510?
•dec. I, lib. 9, p. 96; H u m b o ld t, Exam en c r itic o , etc., t. IV . p. 205, 319
y 325. EL polo S u d estab a situ ad o ento n ce s en la constelación del
O ctante, de suerte q u e § de la P e q u e ñ a H id r a , h e c h a la red u c ció n s e g ú n
-el catálo go de B risban e, es ta b a a u n a 80° 5 7 de d eclinación au s tra l. «Mien­
t r a s q u e yo m e e n t r e g a b a á las m a ra v illa s del cielo a u s tra l y b u s c a b a en
-vano u n a estrella p o la r, dice V espucio en la c a rta á P ie tr o Francesco de
M e d ici, rec o rd a b a las p a la b ra s del Dante cu a n d o en el p rim e r libro del
Purgatorio fingien do p asar de u n hem isferio á otro, q u ie re describir el
polo a n ta r tic o , y dice;
lo mi volsi a man destra...
D u élo m e de q u e en estos v erso s h a y a q u e rid o el p o e ta d e s ig n a r p or su s
cu a tro estrellas (n o n v iste m a i fuor c h ’ alie p r im a g e n te ), el polo del
otro firm am e n to . T e n g o ta n ta m a y o r c e r te z a , c u a n to q u e h e visto con
efecto c u a tro estrellas, q u e j u n t a s f o r m a n u n a especie de mandorla y a n i ­
m a d a s de u n m o v im ie n to a p e n as perceptible.» V esp u c io cree q u e la C ruz
del S u d es l a Croce m rravigliosa de A n d r e a C o r s a l i , c u y o n o m b r e desco­
n ocía ento n ce s, p ero q u e a p r o v e c h a r o n despues todos los pilotos p a r a la
in v e s tig a c ió n d el polo S u d y p a r a las d e te rm in a c io n e s de la titu d , com o e n
el polo Norte, £ y y de la Osa m e n o r. V é a se u n a ca rta de C ochin, fecha
del 6 de E n ero de 1515, in se rta d a e n la coleccion de R a m u s io , t. I, p. 177;
la s Memorias d é la Académ ie de Ciencias (de 1666 á 1699) t. V I I , 2 . a p a r te .
P a r is , 1729, p. 58; P e d r o de M e d in a , A rte de Navegar, 1545. lib . V ,
cap. 11, p. 204, y v éase el a ná lisis q u e h e d a d o del célebre pa s a je
del D ante en el E xam en critico e t c . , t. I V , p. 319-334. He h e c h o n o ta r
en ese pasaje q u e a de la Cruz del S u d , de la cu a l se o c u p a ro n en P a r a -
m a tta , D unlop en 1826, y R ü m k e r , en 1836, p e r te n e c e al n ú m e ro de la s
estrellas q u e h a n sido p r im e ra m e n te r e c o n o cid a s com o sistem as m ú ltiple s,
p o r los je s u íta s F o n la n e y , N oel y R i c h a u d (1781 y 1787). V éa se la H is­
toria de laA cadem ia (1686 á 1699 )t. II. P a r is 1733, p. 19; Memorias delaA ca-
demia (de 1666 á 1699), t. II, 2 . a p arte . P a r is , 1729, fp. 206; Cartas édi-
ficantes , rec. V II, 1703, p. 79. E ste d e s c u b rim ie n to ta n p r e c o z de e s tre ­
llas bin a rias m u c h o an tes de qu e se h u b i e r a recon ocido com o tal, K de la
Osa m a y o r , es ta n to m a s n o ta b le , cu a n to q u e 70 a ñ o s desp ues, L ac aille
describió la «. de la Cruz sin m e n c io n a r su c u a lid a d de estrella doble,
p ro b a b le m e n te , com o la hipótesis R ü m k e r , p o r q u e la estrella prin cip al y
la c o m p a ñ e r a e s ta b a n entonces m u y poco d ista n te s en tre sí. V é a se
J u a n H e rsc h e ll, Cape Observations, §§ 183-185; Cosmos, t. III, p. 197.
Casi al m is m o tiem po en q u e se c o m p ro b a b a el doble c a rá c te r de a de la
Cruz, r e g is tra b a R ic h a u d ta m b ié n en tre las estrellas d ob le s «. del Cen­
ta u ro ; era esto 19 a ñ o s a n te s del viaje de F eu illée , a l cual a t r i b u y e H e n ­
d e r s o n e r r ó n e a m e n te este d es c u b rim ie n to . R i c h a u d h a c e o b se rv a r q u e
cu a n d o apa reció el c o m e ta de 1689, las dos estrellas de q u e se c o m p o n e
a de la Cruz estab a n m u y separadas en tre sí ; pero q u e en u n r e f ra c to r
de 12 pies, pa re c ía q u e casi se tocaban las dos p a r te s de » del C e n ta u ro ,
a u n q u e fáciles de rec o n o cer.

(2) P á g . 2 3 1 .— Cape observations, §§ 44 y 104.

(3) P á g . 231.— V é a se el Cosm os, t. III, p. 12S. Sin e m b a r g o , com o


h e m o s n o ta d o al t r a t a r de los g r u p o s stelares (id ., 130), M. B o n d h a
h a lla d o en los E sta dos-U nidos el m edio de reso lv e r c o m p letam e n te, g r a ­
cias á la fu erza p e n e tra n te de su refra cto r, la n e b u lo sid a d elíptica y m u y
p r o lo n g a d a de A n d ró m e d a , q u e se g ú n B o u llia u d , h a b ia sido descrita a n -
íes de S im ó n M a rio , en 9S5 y en 1423, y q u e p re s e n ta u n respla n dor
rojizo. Cerca de esta célebre neb u lo sa se e n c u e n tra otra no resuella h a s ta
a q u í , a u n q u e p o r su co n figurac ión sea m u y a n á lo g a con la de A n d r ó ­
m e d a , y q u e fu é descubierta el 27 de A g o sto d e l 7 8 3 p o r C arolina H e r s ­
c h e ll, m u e rt a en e d a d m u y a v a n z a d a y resp e ta d a de todo el m u n d o .
V éanse las Ph ilosop hical T ra m a ctio n s , 1833, n ú m . 61 d el C a tá lo g o de
las n eb u lo sas, fig. 52.

(4) P á g . 231.— P h ilosophical Tram actions , 1 8 33, p. 4 9 4 , l. IX, fig u ra


19-2 í.

(5) P á g . 232.— J u a n H ersch ell lla m a á esas nebulosas A nn ular nébu la,
( Cape Observations, p. 53; Outlines o f A str o n ., p. G02), y A ra g o , Nbulosas
perforadas (Astronom ía p op u la r, t. I, p. 509). V é a se ta m b ié n B o n d , en las
A stronom . Nachrichten de S chum acher,. n ú m . 611.

( 6) P a g . 232.— Cape Observations, p. 1 i i , 1. V I, fig. 3 y 4. V é a se ta m ­


bién el n ú m . 2,072 en la s Philosoph. Transactions, for 1833, p. 406. Los
d ibujos q u e hizo Rosse de la n e b u lo s a p e rfo ra d a de la L ira, y de la s in .
g u i a r n e b u lo sid a d a q u e dió el n o m b r e de C r a b - n e b u la , se e n c u e n tra n
en la o b ra de N ichol: T houghts on the System o f the W orld, p. 21, lá m . IV,
y p. 2 2, lám . I, fig. 5.

(7) P á g . 233.— Si se co n sid era la n eb u lo sa p la n e ta r i a de la Osa m a y o r


como u n a esfera, y «si se la s u p o n e , dice J u a n Herschelll, a le ja d a de la
T ie rr a u n a distan c ia ig u a l á l a de la 01 del C isn e , su d iá m e tro a p a ­
ren te , q u e es de 2 ' 4 0 " , im plica u n d iá m e tro r e a l siete veces m a y o r que
la órbita de N eptuno .» (O utlines o f A str o n ., § 870.)

( 8) P á g . 233.— O utlines, ibid.; Cape Observations, § 47. U n a e s tre lla de


o c ta v a m a g n itu d , de u n rojo a n a r a n ja d o , existe cerca del n ú m . 3,305;
p ero la n eb u lo sid a d p la n e ta ria no deja c o n s e r v a r el calor oscuro del añil,
c u a n d o la estrella roja no e s tá en el cam p o d el te lescopio. E l c olor de la
n eb u lo sa no es, pues, efecto del c o n t r a s te .

(9) P á g . 2 3 3 . — Cosmos, t. III, p. 121 y 204. L a estrella p rincip al y


la co m p a ñ e ra son azules ó a z u la d a s en m a s de 03 estrellas dobles. P e ­
q u e ñ a s e strellas del color de añ il están m ezcladas con el m agnífico g ru p o
e s telar m a tiz a d o de d iferentes colores, q u e lle v a el n ú m . 3,435 en el Ca­
tálo g o d el Cabo, y el n ú m . 301 e n el de D unlop. E x iste e n el hem isferio
a u s tra l bajo el n ú m . 573 del Catálogo de D u n l o p , bajo el n ú m . 3,370 de
el de J u a n H erschell, u n g ru p o es telar de u n azul u niform e, qu e no tiene
m e n o s de 3 ' l/2 de d iá m e tro , con dos p ro yecciones de 8 ' de l o n g itu d . Las
estrellas q u e le com p onen están en tre la l í y la 16 m a g n itu d (Cape Obser-
v a lio n s, p . 1 49.)

(10) Pag-. 233.— Cosmos, t. I, p. “ 2. V éa se ta m b ié n Outlines o f A stron .,


'§ 877.

(11) P á g . 234.— A cerca de l a com plicación de las relacio nes d in á m i­


cas en las a t ra c c io n e s parciales q u e se o p e ra n en el in te rio r de un gru p o
esférico de e s tre lla s , el cual, visto á tra v é s de telescopios p e q u e ñ o s, p a ­
rece ser u n a n e b u lo s a r e d o n d e a d a y m a s c o n d e n sa d a h á c ia el centro,
v é a se J u a n H erschell, Outlines o f A stro n ., §§ 8G6 y 872, y Cape Obeervalions,
H y 111-113; P h ilosop hica l T ra m a ctio n s , for 1833, p. 501, Address o f
the President, en la R ap ort o f the fifteenth Meeting o f the B r itish A ssociatinn,
1845, p. x x x v n .

(12) P á g . 235.— M airan , Tratado de la A u ro ra boreal, p. 2 6 3 : A ra g o ,


■Atronomia p op u la r, -t. I, p. 528 á 550.

(13) P á g . 2 3 5 .— T odos los dem as ejem plos de estrellas n eb u lo sas están


•comprendidos en tre la 8.a y la 9 .a m a g n itu d . T ales son los n ú m e ro s 3 1 1
y 450 del Catálogo de 1833 (fig 31), c u y a s fotosferas tie n e n u n d iá m e tro
■de \ ¡ 30 ;. V é a n se Outlines o f A str o n ., § 879.

(14) P á g . 235.— Cape Observations, p. 117, n ú m . 3 ,7 2 7 ,1 . V I, fig. 1G.

(15) P á g . 235 — L as form as m as n o ta b le s de n eb u lo sas irre g u la re s


so n : 1 .° u n a n e b u lo s a en form a de o m e g a , c u y o dibujo pu ed e v e r se en
la s Cape O bservations , lám . II, fig. 1 .a , n ú m . 2 ,0 0 8 , y q u e h a sido e s tu ­
d ia d a ta m b ié n , y descrita p o r L a m o n t, así com o p o r un jo v e n a s tró n o m o
de la A m é r ic a s e p te n trio n a l a rr e b a ta d o d e m a s i a d o p r o n to á la c i e n c ia ,
M asón, en las Memoirs o f the Am eric. P h ilo so p h . Society, t. V I I , p. 177;
2 .° u n a n e b u lo sa en la cu a l se c u e n ta n de 6 á 8 nú cleo s. (Cape Observations
p. 19, lám. I II , fig. 4); 3.° las n ebulosas se m ejan te s á com etas que afee!
ta n ia fo rm a de m a to r r a le s , desde d o n d e los r a y o s nebulosos e m a n a n
a l g u n a v ez como de u n a estrella de 9 .a m a g n itu d (ibid , lám . VI, fig. 18,
•núm. 2,534 y 3,688); 4.° u n a n e b u lo sa en fo rm a de silu eta (lám . IV,
fig. 4, n ú m . 3 ,075); 5.° una n e b u lo sa filiforme, e n c e r r a d a en u n a h e n ­
d id u r a (l. JV. fig. 2 , n ú m . 3,501). V éa se ta m b ié n Cape Observat., § 121;
Outlines o f A stro n ., § 883.

(16) P á g . 236 .— Cosmos, t. 111, p. 133; Quilines o f A stro n ., § 785.

. ( n ) I P á g . 236 — Cornos, t. I p. 136 y 3S5, nota 13. V éase ta m b ié n la 1 . a


edición del Treatise on A stronom y, de J u a n H e r s c h e ll, pu b lic ad o en 1833,
en el Cabinet Cyclopoedia de L a rd n e r , y tra d u c id o en francés por CournoL
(§ 616), y L itt r o w , Theoretische Astronom ie, 1834, 2 .a parte, § 2 3 í.

(18) P á g . 236.— V é a s e Edinburgh R e v ie w , enero 184S, p. 1S7, y Cape


Observations, §§ 96 y 107. « A z o n e of n e b u lae, dice J u a n H e rsc h e ll, en-
circ lin g th e h e a v e n s , h a s so rn a n y i n t e r r u p t i o n s , an d is so fa in tly m a r-
k e d o u t th r o u g h b y far the g r e a te r p art o f th e circum ference, t h a t its erxis-
te n ce as such can be h a r d l y m o r e th a n suspected. »

(19) P á g . 237.— No existe d u d a a l g u n a , escribe el doctor Gall, de qu e


en el dib u jo de Galileo que me h ab é is e n v ia d o ( Opere d i G alilei, P a d o -
v a , 1 7 4 4 , t. I I , p. 14 , n .° 20), están com p re n d id o s el T aha lí y la E sp a d a
de Orion, y p o r c o n s ig u ie n te la estre lla 6. P e r o los objetos están r e p r e ­
sen tad o s allí de u n a m a n e r a tan in e x a c ta q u e ap e n as si se e n c u e n tra n las
tres p e q u e ñ a s estrellas de la E spada , c u y o centro ocupa 6, y q u e á sim ple
v is t a p are cen c o lo ca d as en líue a recta. Creo q u e h ab é is m a r c a d o b ie n la
es tre lla i, y q u e l a estrella b rilla n te q u e se h a l la co lo cad a á la d ere ch a, o
la que está in m e d ia ta m e n te sobre ella, es#. Galileo dice te rm in a n te m e n te :
« In p rim o in te g r a m Orionis C o nstellationem p in g e r e d e c rev eram ; v e r u m
ab in g e n ti s te lla ru m c o p i a , tem p oris v ero in o p ia o b r u t u s , aggressionem.
h a n c in aliam o ccasionem d i s t u l i . » Las o bservaciones de G alileo.acerca
de la constelación de Orion son tanto m a s d ig n a s de in te ré s, cu a n to -q u e
la s 400 estrellas esparcidas sobre 10° de l a t i t u d , q u e creia d istin g u ir e n ­
tre el T a h a lí y la E sp a d a , lle v a r o n mas ta rd e á L a m b e rt á su cálculo er­
ró n e o de 1 630,000 estre lla s, en toda la esten sion del firm am e n to . V éa se
Nelli, V ita d i G a lile i, t. I , p. 20S ; L a m b e r t , Cosmologische B r ie fe , 1760v
p. 155 ; S tru v e , Astronomía estelar , p. 14 y n o ta 16.

(20) P á g . 237.— Cosmos, t. II, p. 320.

(21) P á g . 2 3 3 .— « E x his a u te m tres illse p e n e in te r se contiguse stellse,


d i m q u e h is alise q u a t u o r , v e lu t tra n s n e b u la m l u c e b a n t : ita u t spatíum
circa ip sa s, q u a f o rm a h ic conspicitur, m u lto illustrius a p p a re re t reliquo
o m n i coelo ; q u o d cum a p p r im e se re n u m esset ac c e r n e r e tu r n ig e rrim u m ,
v e lu t h ia tu q u o d a m in te r r u p tu m v id e b a tu r , per q u e m in p la g a m m a g is
lu c id a m esset prospectus. I d e m v e ro in h a n c u sq u e diem n ih il im m u ta ta
facie ssepius a t q u e eodem loco c o u s p e x i; adeo u t p e rp e tu a m illic s e d e n
h a b e r e credibile sit h oc q u id q u id est p o r t e n t i : cui certe sim ile aliud nus-
q u a ni a p u d re liq u a s fixas p o tu it a n im a d v e rte r e . N am ceterse nebulosse
olim e x i s t i m á i s , a tq u e ipsa v ia la c te a , perspicillo inspectse, n u lla s n é b u ­
las h a b e r e c o m p e riu n tu r, ñ e q u e a liu d esse q u a m p lu r iu m ste lla ru m con­
geries et fre q u e n tia » (Christiani H u g e n ii Opera varia, L u g d . B a ta v ., 1724>-
p. 540 y í>41). El a u m e n to q u e H u y g h e n s aplicó á su refra cto r de 23 p ie s
no era , s e g ú n su m ism a apreciación, mas q u e de 100 veces ( ib id ., p. 538).
¿Las « q u a t u o r stelke tra n s n e b u l a m lu c en te s» son la s estrellas del T r a p e ­
cio? El p e q u e ñ o d ib ujo, tosc am en te h e c h o , q u e el a u t o r a c o m p a ñ a á su li ­
bro (tab. X L V I I , fig. 4, phce nom e nom in Orione n o v u m ) , rep rese n ta ú n i ­
ca m e n te un g ru p o de esas e s t r e l l a s ; allí se v e ta m b ié n , en v e r d a d , u n a es­
c o ta d u r a ó corle que p u ed e to m a rse por el S in u s m a g n u s ; q u iz á no se h a
q u erid o in d ic ar m as q u e las tres estrellas del T rapecio q u e están c o m p re n ­
did a s entre la 4.a y la 7.a m a g n itu d . D om ingo Cassini se v a n a g lo r ia b a d e
h a b e r sido el prim ero q u e vio l a 4 .a estrella.

(22) P á g . 2 3 8 .— G. C ran c h B o n d , e n las Transactions of the Am erican


Academ y o f A r ts and Sciences, n u e v a serie, t. III, p. 87-96.

(23) P á g . 2 3 8 .— Cape Observations, §§ o i- 6 9 , la m . V II I ; Outlines o f A s -


tronom ij, §§ 837 y 8S5, lam. IV , fig. i.

(25) P á g . 2 3 8 . —J u a n H erschell, en las Memoirs o f the A stronom . Sociely,


t. II. 1824, p. 487-595; la m . V il y VIH. E l s e g u n d o d ib u jo indica la n o ­
m e n c la tu r a d é l a s diferentes re g io n e s e n tre las cuales puede distribuirse l a
neb u lo sid a d de Orion, o b s e rv a d a su c e siv a m e n te p o r un g r a n n ú m e ro de
as lró n o m o s.

(25) P á g . 2 3 9 .— D e la m b r e , H istoria de la Astronom ía m oderna, t. Ií,


p. 700. Cassini c o l o c á b a la ap a rició n de esta 5.a es tre lla , « a g g i u n ta della
q u a r t a stella alie tre c o n tig u e » , en tre los cam bios q u e h a b i a e s p e r im e n -
ta do d u r a n te su ex istencia la n e b u lo sid a d de Orion.

(20) P á g . 2 3 9 .— « I t is r e m a rk a b le t h a t w i t h i n th e are a of th e T ra pe
z iu m no n éb u la exists. T he b rig h te r p o rtio n of th e n é b u la im m e d ia te ly
a d ja c e n t to th e T ra p e z iu m , f o rm in g th e s q u a r e fro n t of the h e a d , is s h o w n
w i t h 18-ineh reflector b r o k e n up into m a sse s , w h o s e m o ttle d a n d c u r d -
lin g l i g h t c v i d e n tl y indicates b y a sort of g r a n u la r te x tu r e its c o n s istin g
of s ta rs ; a n d w h e n e x a m in e d u n d e r th e g r e a t lig h of lo rd R o sse’s reflec­
tor or th e e x q u isite d efining p o w e r of th e g r e a t a c h r o m a tic a t C a m b rid ­
g e, U. S ., is e v i d e n tl y p erc eiv e d to consist of c lu s te rin g sta rs. T h ere can
Iherefore be iittle d o u b t as to th e w h o le c o n s is tin g of stars, to m in u te to
be discerned i n d iv i d u a ll y even w i t h the p o w e r fu l a i d s , but w h i c h beco-
m e visible as poin ts of lig h t w h e n elosely ad ja c e n t in th e m o re e r o w d e d
pars. » (O utlines o f A s t r o n . , p. 609. G. C. B o n d , q u e em pleaba u n r e ­
f ra ctor de 23 piés, pro v isto de un objetivo de 14 p u lg a d a s , d ic e : « T h e r e
is a g r e a t d im in u tio n of l ig h t in the in te rio r of th e T r a p e z i u m , b u t no
•suspicion of a s ta r .» ( Memoirs o f the A m eric A cadcm y, N u ev a s é r i e , t. III,
p á g i n a 93].

(27) P á g . 239.— P hilosop hica l Transactions for th e y e a r 1711, t. CI, p á ­


g in a 324.

(28) P á g . 2-40.— « S u ch is th e g en e ral b la z e from t h a t p a r t of th e s k y ,


■dice el ca p ita n J a c o b , t h a t a person is im m e d ia te ly m a d e a w a r e of its ha-
v in g risen a b o v e Ihe h o r i z o n , t h o u g h h e s h o u ld not be a t th e tim e loo-
k i n g at Ihe h e a v e n s , by the increase of g e n e r a l illum in a tio n of th e atm os-
p h e r e , rese m b lin g th e effect of th e y o u n g m o o n . » Transad, o f the Roy al
Sodsty o f E dinburg, t. X V I, 1849, 4 .a p art., p. 44o.

(29) P ág. 240.— Cosmos, t. III, p. 168-171.


t

(30) P á g . 240.— Cape Observations, §§ 70-90, lam . IX; Outlines o f A stro-


nom y, .§ SS7, la m . IV, fig. 2.

(31) P á g . 2 í 0 . — Cosmos, t. II, p. 171.

(32) P á g . 2 5 1 .— Cape Observations, § 24, la m . I, fig. 1, n .° 3,721 del Ca­


tá l o g o ; Outlines o f A slronom y, § 888.

(33) P á g . 2 4 1 .— La d eterm ina ció n p a r c ia l de la nebulosa d el Cisne es:


Ase. recta, 20’* 4 9 ' , Declin, del polo norte, 58° 27 ( Outlines o f A stron ., § 891).
V e a se ta m b ié n el Catálogo de 1833, n .° 2,092 , lam . XI, fig. 34.

(34) P á g . 2 4 1 .— C om párese el d ibujo de la la m . 11, fig. 2 , con los de


la lam . V , en los Thoughts on somc im portant points relating to the System o f
the W orld, por el doctor N ichol, profesor de astro n o m ía en G la s g o w , 1S46,
p . 22. « L o rd R osse,’dice J u a n H erschell, en las Outlines o f Astron. (p. 607),
describes a n d figures lilis n éb u la as reso lv e d into n u m e ro u s stars w ith i n -
te rm ix ed n ébu la ...

(35) P á g . 2 5 2 .— Cosmos, t. I, p. 136 y ?8o , n o ta I I .

(36) P á g . 242.— V éa se Report o f the fifteenlh M eeling o f the B ritish A sso -


cia tio n fo r the advancement o f Science; Noticias, p. 4, y Nichol, Thoughts on
some im portant p oints, etc., teniendo c u id ad o de co m p arar la lam . II, fig u ­
r a 1, con la la m . V I. Léese en las Outlines o f A stro n ., § 882: «The w h o le ,
if not e lc a rly reso lv e d into stars, h a s a reso lv a b le c h a racter, w h i c h e v i-
clently iu d ic a te s its com position.»

(37) P á g . 2 4 2 . — Cosmos, t. I, p. 71 y 3 6 0 ; no ta 32.


(33) P á g . 2 í 2 . — V é a s e L acaille, en las Memorias de la Academia de Cien­
cias, añ o 1755, p. 195. Solo e n u n a sensible confusion p u e d e aplicarse á
los Sacos de carbón el n o m b r e de M a n ch a s M a g allán ic as ó N ubes d el C abo,
co m o lo h a c e n I lo r n e r y L ittro w .

(39) P á g . 2 í 3 . — Cosmos, t. II, p. 283 y 4 5 1 ; ñ o la 6.

(iO) P á g . 2 í í . — I d e le r , Untersuchungen ubcr den Ursprung und die B e-


deuíung der Síernnancm , 180 9, p. XL1X y 262. El n o m b re de A b d u rr a h -
m a n S u f i , a b r e v ia d o así p o r U l u g h B e i g h , e r a p r im itiv a m e n te A b d u r-
r a h m a n E b n -O m a r E b n -M o h a m m e d E b n -S a h l A b o u ’l H a ss a n EI-Suíí
el-Razi : U lu g h B e ig h , que como N assir-eddin rectificó en 1437. las p o si­
ciones de las estrellas de T olo m e o, p o r sus o b se rv a cio n e s p erso n a les , co n ­
fiesa h a b e r to m a d o á A b d u r r a h m a n Sufi 27 posiciones de estrellas m e ­
ridiona les, q u e no eran visibles en S a m a r c a n d a .

(41) P á g . 2 4 5 .— V é a n s e m is inv estig acio nes sobre el d escubrim ie nto


de la p u n ta m e rid io n a l del A frica y sobre las aserciones del c a rd e n a l Z ur-
la y del conde B a ld e lli, en el Exam en critico de ¡a Historia de ¡a Geografía
del nuevo Continente, t. I, p. 22D-3ÍS. Diaz , ¡c o sa s i n g u l a r ! descubrió el
cabo de B u e n a - E s p e r a n z a , lla m a d o p or M a rtin B e lia im « T e r r a fra g o sa r
y no « Cabo torm entoso» por el E sle, v in ie n d o en el m o m e n to en q u e salia
de la b a h í a de A l g o a , s it u a d a á los 33° 47 ' de la titud m e r i d i o n a l , mas
de 7o I S ' a l E ste de la b a h í a de la T a b la . V éa se L ichtenslein , en el l ro-
tcrlandisches Museum , H a m b o u r g , 1S10, p. 372-1S9.

(42) P á g . 2 4 5 .— E l d escu b rim ie n to im p o r ta n te y m u y poco ap reciad o


de la e s tre m id a d m e rid io n a l del n u e v o c o n tin e n te q u e el Diario de U r-
d a n e ta d e s ig n a p or las p ala b ra s ca ra c te rístic a s « A ca b am ien to de T ie rra ,
lugar donde muere la tierra, perte n ec e á F rancisco de H oces, q u e m a n d a b a
lino de los n a v io s de la espedicion d ir ig id a en 1525 por L o ay sa . Vió
p r o b a b le m e n te u n a p a r te de la T ie rr a de F u e g o al Oeste de la isla de los
E stados; p o r q u e el cabo de H o rn o s es tá situado, s e g ú n Fitz R o y , á 55n
5 8 ' 4 1 " . V é a s e ta m b ié n N a v a rr e te , Viajes y descubrim ientos de los Españo­
les, t. V , p. 2S y 404.

(43) P á g . 24G.— H u m b o ld t, Exám en critico, etc., t. IV, p. 205 y 2í)5-


316; t. V , p. 225-22 9 y 325. V é a s e Ideler, Uber die Sternnamen, p. 346.

(44) P á g . 2 4 6 .— P e d r o M á rtir A n g h ie r a , Oceanica, dec. III, lib. I , p. 217.


E s to y en co nd iciones de establecer, s e g u n lo s resultados n u m é rico s dados
po r A n g h i e r a (dec. II, lib. 10, p. 205 y Dec. I I I , lib . 10, p. 232), q u e la
p a r te de las Oceanica, en la cual se trata de las N ubes de M a gallanes, fué
escrita en 1414 y 1416, p o r co n sig u ie n te in m e d ia ta m e n te despues de la
espedicion de J u a n Diaz de Solis al Rio d é l a P la ta , lla m a d o en aqu ella
época Rio de Solis (u n a m a r dulce). L a la titu d q u e in d ic a A n g h ie r a es
m u c h o m a s alta.

(4o) P á g . 247.— Cosmos, t. II, p. 233 ; t. III, p. 102-129.

(46) P á g . 248.— Cosmos, 1.1, p. 71 y 360, nota 32. V é a se ta m b ié n en las


Cape Observations (p. 143-164), las dos n ubes de Mag-allanes, tal como a p a­
re c e n á la sim ple v ista (lam . V II), el análisis telescópico de la N u b éc u la
m a jo r (lam . X ), y el dibujo p a r tic u la r de la N ebulo sa del D orado (lam . II
fig. í), y v e a s eO u tlin es o f A stro n ., §§ 892-896, la m . V , fig-. 1, y D u nlop,
en la s Philos. Transactions for 1828, 1.a p a r te , p. 147-1 o 1. L as o pin ione s
(le lo s p rim e ro s o b se rv a d o re s e r a n h a s t a ta l p u n to erró n ea s, q u e e lje s u ita
F o n t a n e y , al cu a l a t e n d ia m u c h o D o m in g o Cassini, y q u e h a enriq u e cid o
la ciencia con g r a n n ú m e ro de ob se rv a cio n e s im p o r ta n te s en la India
y en C h in a, e s crib ia tam bién en 1685: «La g r a n d e y la p eq u e ñ a N u b e son
dos cosas sin g u la re s, no p a re cen en m odo a lg u n o un c o n ju n to de estre­
llas, com o Príesepe Cancri, ni u n re sp la n d o r oscuro, com o la n e b u lo s a de
A n d ró m e d a . No se v é en ellas ape nas n a d a con anteojos m u y g ra n d e s ,
a u n q u e s m este a uxilio s e l a s v é m u y bla nca s, p a rtic u la rm e n te la m a y o r . >>
(Carta del P a d r e F o n ta n e y al p ad re de la C haise, confesor del R e y , en las
Cartas edificantes: Rec. V il, 1703, p. 78, y en la H istoria de la Academia de
Ciencias (de 1636 á 1669), t. II, P aris, 1733, p. 19. Me he referido ú n ic a ­
m e n te en la descripción de las N ubes M a g a llá n ic a s al tr a b a jo de Ju a n
H ersche ll.

(47) P á g . 248 . — Cosmos, t. I II, p. 13!.

(4S) P á g . 2 4 8 .— Cosmos, t. III, p. 129. .

(49) P á g . 250.— V é a s e en las Cape Observations, §§ 20-23 y 133, el


bello d ibu jo de la l a m . II. fig. 4, y u n p eq u e ñ o m a p a especial u n id o al
an álisis g eo g rá fic o , lam . X. V éa se ta m b ié n Outlines o f As'ironomy, § S96,
la m . V , fig. 1.

(50) P á g . 2 51.— Cosmos, t. II, p . 2S3.

(51) P á g . 251.— Memorias de la Academ ia de Ciencias (de 1666 á 1699),


t. V I í , 2 . a parte, P a r is , 1729, p. 206.

(52) P á g 2 5 1 .— C arta d ir ig id a de S an ta Catalina á Olbers, en el


m e s de enero de 1804, en la Colección de Zach, titu lad a : Manotliche Cor-
respondenz z u r Befordniss der E rd-und Him m els-Knnde, t. X, p. 2íO . V éase
tam b ién acerca de la o bse rv a ció n de F euillé y acerca del d ib u jo tosco
del Saco de C a rb ó n de la Cruz, la m is m a coleceion. t. X V , 1807,
p. 338-391.

(33) Pag-. 2 .0 1 .— Cape Observations, la m . X III.

(54) P á g . 2 5 2 .— Outlines of A stronom y, p. 531.

(55) Pág-. 252.— Cape Observations , p. 384, n .° 3,407 del C atálogo de


las N ebulosas y de los g ru p o s estelares. V é a se ta m b ié n u n a noticia de
D u nlo p, en las P h ilosophical Transaclions for 1828, p. 149, y el n .° 272 de
su Catálogo.

(56) P á g . 2 5 2 .— «E sta a p a r ie n c ia de un n e g r o subido en la p a r te


o rie n ta l de la Cruz d e l S u d q u e h ie re la v is t a de todos los q u e m ir a n el
ciclo a u s tr a l, está p r o d u c id a p o r la v iv a c id a d de la b la n c u ra de la V ia
lá cte a, q u e c o n tie n e el espacio n e g r o y lo ro d e a p or todas p a rte s.» ( L a ­
caille, en las Memorias de ¡a Academ ia de Ciencias , añ o 1755. P a ris, 1761,
p. 199.)

(57) P á g . 2 5 3 .— Cosmos, t. I, p. 138 y 335, no ta 17.

(53) P á g . 2 5 3 . — W h e n w e see, dice J u a n H ersch e ll, in th e Coal-


S a c k (nea r « Crucis) a s h a r p ly defined o v a l space free from stars, it
w o u l d seem m u c h less pro b ab le th a t a conical or tubular h o llo w tr a v e r-
ses th e w h o l e of a s t a r r y s tr a t u m , c o n tin u o u sly e x te n d e d from the e y c
o u tw a r d s , t h a n th a t a distant mass of c o m p a r a ti v e ly m o d e r a te Ihick n e ss
s h o u ld be s im p ly p erfo ra ted from side to side (Outlines o f A stronom y ,
§ 792, p. 532).

(59) P á g . 2 5 3 . — Carta de H o o k e á A u z o u t, en las Memorias de (a A ca­


demia (ú e s d e 1666-1699), t. V II, 2 . a p arte , p. 30 y 73.
OBSERVACIONES COMPLEMENTA RIA S

TARA LA PRIMERA PARTE DEL TOMO TERCERO.

(a) Despues de h a b e r dich o (p. 35 de la 1.a p a r te de este tom o) q u e


n a d a h a s t a a q u í h a b ia d e m o str a d o la influencia de las posiciones d i­
v e r s a s del Sol sobre el m a g n e tism o te r r e s tr e , h a n com prob ado esta in ­
fluencia los escelentes trab a jo s de F a r a d a y . L a r g a s series de o b s e rv a ­
ciones en am b o s h e m isfe rio s, en T orouto en el C a n a d á , y en H o b a r t
T o w n en la T ie rr a de V a n -D iem en , p r u e b a n q u e el m a g n e tis m o te rrestre
está som etido á u n a v a r ia c ió n anual q u e d epe n de de la situación re la tiv a
del Sol y de la T ie rra.

( b) E l fenó m eno sin g u la r de la fluctuación de la s estrellas (y a indicado


p. 33 de este torno) h a sido o b s e rv a d o en T r é v e r í, p o r testigos d i g ­
n os de fe. El 20 de enero de 1851, en tre 7 y 8 de la ta rd e , S irio, q u e e s­
ta b a en to nces colocado m u y cerca del h o rizo n te, pareció ag itad o de un
m o v im ie n to o scilatorio. (Carta del profesor Flesch en ta Coleccion de Jahn,
Cnterhaltungen fiir Frcunde der Astronom ie).

(c) El deseo q u e sen tia (p. 120 de este to m o ) d c v e r in v e stig a r la época


en q u e desapareció el color rojo de S irio, se ha cum plido , g ra c ia s á la ac­
tiv i d a d de un jo v e n sábio, VVopcke, q u e á sus g r a n d e s conocim ientos en
m a te m á tic a s , r e u n í a el p ro fund o de las le n g u a s orientales. W o p c k e , tra­
d u cto r y c o m e n ta d o r del A lg eb ra de Ornar A l k a y y a m i , m e escribió d es­
de P a r is el mes de agosto de 1851: «La esp eran z a q u e m anifestáis,
en la p a r te a s tro n ó m ic a d el Cosmos, me h a in d u c id o á e x a m in a r los c u a ­
tro m a n u sc rito s de la U ra n o g ra f ía de A b d u rr a h m a n - a l- S s u íi q u e posee
la B ib lioteca real. He h alla d o en ellos q u e * de B ootes (lla m ada tam bién
del V a q u e ro ) , a de T a u r o , «-de E scorpion y a de O rio n e sta b a n d es ig n ad a s
c o lec tiv a m en te com o rojas, y q u e n a d a s e m e ja n te se decia de S irio. A d e ­
m as, el pasaje q u e se refiere á esta estrella, y q u e es el mismo en los c u a ­
tro m a n u scrito s, dice así: «La p r im e ra de la s estrellas de que se f o rm a el
G ran P e rro es la b rilla nte estrella de la B oca, q u e está se ñ ala d a en el A s-
trolabio y l le v a el nom bre de A l- je - m a a n ija h .» ¿No r e s u lta de este e xám en
y del pasaje de A lf ra g a n i q u e yo m ism o h e citado , q u e el cambio de co­
lo r de Sirio cae p ro b a b le m e n te en tre la época de Tolom eo y la de los a s­
trónom os arabes?
NOTAS

DE L A S E G U N D A PARTE.

(60) P á g . 253.— Cosmos, t. I, p. 140.



((>1) P ág-. 2 5 9 .—V é a s e un p a s a je del p rim e r tomo del Cosmos ( t . I,
p. 98 y 132), cu el cual c o n ta b a y o p o r d istanc ias de U rano, siendo e n ­
to nces este p la n e ta el lím ite conocido del sistem a p la n e ta rio . Si se to m a
por té rm in o de c o m p a ra c ió n la d ista n c ia de N eptu n o al Sol, ig u a l á 30,04
radios de la ó rb ita t e r r e s t r e , la d ista n c ia de la estrella del C e n ta u ro al
S o l e s to d a v ía de 7,523 distan c ias de N e p tu n o , s u p o n ie n d o el p ara laje
de 0 ';,9 1 (Cosmos, t. III, p. 156)-, y sin e m b a r g o , la distancia de la es tre­
lla 61 del Cisne es casi 2 veces y 1'2 m a y o r q u e la de « del C e n ta u ro . La
de S i r i o , p a r a un p ara laje de 0 " 2 3 , lo es c u a tro veces mas. L a d istan c ia
de N eptu no e^ p r ó x im a m e n te de 460 m illones de m iriá m e tro s; la de U rano
es. se g ú n H a n s e n , de 29 4 m illones. L a d ista n c ia de S i r i o , calc u lad a p o r
Gall sobre el p a ra la je de H e n d e rso n , es ig u a l á S 96,800 radio s de la órbita
te r r e s t r e , ó 13.762,000 m illones de m ir iá m e t ro s , d istan c ia q u e ta rd a la
lu z en rec o rrer 14 años. El com eta de 1680 está en su afelio d is ta n te del
Sol 4 4 distancias de U rano ó 28 distancias de N ep tu n o . S e g ú n estos d a ­
tos, la d istanc ia de la estre lla a del C e nta uro al Sol es casi-270 veces m a ­
y o r q u e ese rad io afélico, q u e p uede ser co n sid erad o como r e p re se n ta n d o
en el m ín im u m el rad io del sistem a solar (Cosm os, t. III, p. 200). La i n ­
dicación de esos re su lta d o s n u m é ric o s ofrece c u a n d o m e n o s la v e n t a ja
de en s e ñ a r, cóm o to m a n d o por u n id a d estensio nes in m e n sa s, p u e d e m e ­
dirse el espacio sin e m p le a r sérics de cifras q u e se e s ca p an á la a p r e ­
ciación.

(62) P á g . 2 6 0 .— S o bre la a p a ric ió n r e p e n tin a y la d e sapa ric ión de


n u e v a s estrellas, v éa se el Cosmos, t. III, p. 137-157.

(63) P á g . 2 6 4 .— H e insertado y a en el p rim e r tomo del Cosmos ( t . II,


p. 300 y 462, n o ta 25), el p asaje del T r a ta d o de Revolut. (lib. I, cap. 10),
fjue rec u erd a el Sueño de E scipion.

(64) P á g . 264. Ti'¿iuiLvxiaz [X¿oor TOTovrjXiOV, oíorú xapS'tar o w a rav Ttav-


róq , líder fspoiaiv avvov xal rf¡v ¿ i ’%r¡v áptanérrjv Si<¿ -wavrbq rjteiy rov cau-aroq
zerafx¿ir¡v ano t v > ^tparav (T h e o n is Sinyrnsei P latónici Líber de Astronom ía,
•ed. H. M artin, 1849, p. 182 y 398); p u b lic a c ió n n ota ble en cu anto c o m ­
p le ta d iv e rs a s opin io n e s p e r ip a té tic a s de A d r a s t o , y m u c h a s ideas p l a ­
tó n ic a s de D ercy lides.

(65) P ag -. 266.— H a n s e n , en el Jahrbuch de S c h u m a c h e r p a r a 1837,


p. 63-141.

( 66) P ág-. 2 6 8 .— ><Segun el estado a c tu a l de n u e s tro s co n o c im ie n to s


•astronóm icos, ei Sol se c o m p o n e : 1.°, de un g lo bo c e n tral casi oscuro;
2 .°, de u n a in m e n s a cap a de n u b es s u s p e n d id a á c ie r ta d istan c ia de ese
globo y q u e le e n v u e lv e p o r to d a s p arte s; 3.°, de u n a fotosfera , ó e n otros
té rm in o s , de u n a esfera re sp la n d e c ie n te q u e e n v u e lv e la capa n eb u lo sa,
como*esta capa á su v e z e n v u e lv e el núcleo osc u ro . El eclipse to ta l del 8
de ju lio de 1842 n o s indicó l a s e n d a de u n a t e r c e r a e n v u e lta , situ a d a s o ­
b re l a fotosfera , y f o r m a d a de n u b e s o scuras ó d é b ilm e n te lu m in o sa s. S on
estas las nubes de la te rc era e n v u e lta s o l a r , s itu a d a s a p a r e n te m e n t e ,
m ie n tr a s el eclipse total, so bre el c o n to rn o d e l a s t r o ó un poco fuera, q u e
.h an dado l u g a r á l a s sin g u la r e s p ro m in e n c ia s rojizas q u e en 1812 e s c ita ro n
ta n v iv a m e n t e la aten c ió n del m u n d o sá bio.» A r a g o , N oticias científicas,
t. IV (t. VII de las O bras), p. 281 á 286. J u a n H e r s c h e ll, en sus Outlines
o f A stronom y, p u b lic a d a s en 1S49, a d m ite ta m b ié n : « above th e lu m in o u s
surface of th e S u n , a n d th e re g ió n in w h i c h th e spots r e s i d e , th e e x is-
ten ce of a gaseo u s a t m o sp h e re b a v í n g a s o m e w h a t im perfect t r a n s p a -
4’e n c y .»

(67) P á g . 2 6 9 .— Creo o p o r tu n o citar te stu a lm e n te los pasajes á que


-aludo m as a r r ib a , y sob re los cuales h a lla m a d o mi a te n c ió n u n a M e m o ­
r ia in s tru c tiv a del Dr. C lem e n s, t it u la d a : Giordano Bruno und N icolaus
von Cusa (1847, p. 101).
E l ca rd e n a l Nicolás de Cusa, nacido en C ues, sobre el M osela, y c u y o
n o m b r e d e fam ilia era K h ry p ffs, es d ec ir, K re b s (ca n g re jo ), dice en el
ta n célebre t r a t a d o de su tiem po de docta Ignorantia (lib. I I , cap. 12,
p. 39 d e s ú s Obras com pletas, ed. Basil, 1363): ^ N eque color n ig red in is
est a r g u m e n t u m v ilitatis T erree; n a r a in Solé si q u is esset, n o n ap p a re -
■ret illa claritas quse n o b i s ; c o n s id e ra to en im corpore S o l i s , tu n e h a b e t
q u a m d a m quasi te rr a m c e n tr a lio re m , et q u a m d a m lu c id ita te m q u asi ig-
n ile m c ir c u m f e r e n ti a lc m , et in m edio quasi a q u e a m n u b e m et ae rem
c la rio re m , q u e m a d m o d u m té rr a ista su a e le m e n ta .» A l m á r g e n se leen
las p a la b ra s jm radoxa é hypni, de las cuales la ú ltim a, como la p rim e ra ,
espresa sin co n tra d icc ió n m ira s a t r e v id a s (¿'ttjoí, sueños). E n el escrito
•de g r a n d e s d im e n s io n e s , q u e tiene por títu lo E xcrcitationes ex sermonibus
Cardinalis (ib id ., p. 579) h a y esta c o m p a ra c ió n : «Sicul in Solé co nside-
-rari potest n a t u r a corporalis, et illa de se n o n est m a g n a virtutis (el au-
ío r se esp re sa así, no o b sta n te l a g r a v ita c ió n !) , et non p o te st v ir tu te m
su a m aliis covporibus c o m m u n i c a r e , q u i a n o n est radiosa, et a lia n a t u r a
lu c id a illi u n ita , ita q u o d Sol ex u n io n e u tr iu s q u e n a t u r a h a b e t v i r t u ­
te m , quse sufficit h u ic se nsibili m u n d o ad v ita m i n n o v a n d a m in v e g e t a -
lib u s et a n i m a l ib u s , in e le m e n tis et m i n e r a l i b u s , p e r su a m in ílu e n tia m
ra d io s a m ; sic de C hristo q u i est Sol juslitisD— »>
El Dr. C lem ense c r e e q u e esto es m a s q u e u n feliz p re se n tim ie n to ;
paré cele de to do p u n to im posible q u e sin u n a o b s e rv a c ió n suficiente­
m e n te e x a c ta de las m a n c h a s so la re s, p a r te s n e g r a s y se m i- n e g r a s , h a y a
p o d id o a p o y a r s e Cusa en la e sp erien c ia , en los p as aje s q u e ac abo de
citar (C onside ra to c orpore SoLis_; in Solé c o n s id e r a n p o te s t...) . S u p o n e
« q u e la p e n e tr a c ió n de los filósofos de la ciencia m o d e r n a se h a b i a a d e ­
la n ta d o en a l g u n o s p u n t o s , y q u e la s ideas del c a r d e n a l de Cusa h a b i a n
pod ido serle in sp ira d a s p o r d e s c u b r im ie n to s á los cu a le s se a t r i b u y e fal­
sa m e n te u n o r ig e n m a s rec ien te .» E s , en efecto, n o s o la m e n te posible,
sino m a s q u e p ro b a b le , q u e en re g io n e s d o n d e el brillo del Sol está v e ­
la d o d u r a n te m u c h o s meses, com o a c o n te c e en las costas d el P e r ú m i e n ­
tr a s r e in a la g a r ú a , pueblos a u n in c u lto s h u b i e r a n d istin g u id o á sim ple
v i s t a m a n c h a s so b re el Sol; p ero q u e estas m a n c h a s h a y a n lla m a d o s e ria ­
m e n t e su a t e n c i ó n , que h a y a n j u g a d o un p a p e l e n los m ito s r elig io so s
de los a d o r a d o re s del S o l , esto es lo q u e h a s t a a h o r a no h a p o d id o es-
plic a rn o s s a tisf a c to r ia m e n te n i n g ú n v ia je r o . La so la a p a r ic ió n , ta n r a r a
por o tra p a r te , de u n a m a n c h a p ercep tible á sim ple v is ta en el disco dél Sol,
h u n d id o en el h o r iz o n t e ó v e la d o p o r t e n u e s v a p o re s, y p re s e n ta n d o u n a
a p a r ie n c ia b l a n c a , r o j a , q u iz á s ta m b ié n v e r d o s a , no h u b i e r a lle v a d o á
los p e n s a d o r e s , p o r p rác tico s q u e f u e s e n , á l a h ip ó te s is de m u c h a s a t ­
m ósfera s, com o s irv ie n d o de e n v u e lta s al g lo b o oscu ro del S o l. Si el c a r d e ­
n a l Cusa supo alg o respecto de las m a n c h a s d e l S o l , con la te n d e n c ia de
q u e no h a y m a s q u e establecer c o m p a r a c io n e s e n t r e las cosas físicas y las
cosas inte le ctua les, no h u b i e r a c ie r ta m e n te d ejad o de a lu d ir á l a s m a cu la
Solis. R e c u é rd e se ú n ic a m e n te la sen sac ió n q u e p r o d u c ir ía n á p rin cipios
del siglo x v n , in m e d ia ta m e n te d esp ues de la in v e n c ió n de lo s a n teo jo s ,
los d e s cu b rim ie n to s de J u a n F abricio y de G a l i l e o , y los deba te s v io ­
le n to s q u e le v a n ta r o n . H e h a b l a d o y a , en el s e g u n d o tomo del Cosmos
(p. 464, n o t a 33), de las teorías a s tro n ó m ic a s e n u n c i a d a s en té rm in o s
m u y oscuros por el c a r d e n a l, q u e m u r ió en 1 4 6 4 , . n u e v e a ñ o s an te s
del n a c im ie n to de Copérnico. E l n o ta b le p as aje : « J a m nobis m a n if e s tu m
est te r r a m in v e r ita te moveri,»? se e n c u e n tra en el t r a t a d o de docta Igno-
rantia (lib. I I , cap 12). S e g ú n Cusa, to d o está e n m o v im ie n t o en los es­
pa c io s celestes; no h a y estre lla q u e no d es c rib a u n círculo. « T e rra n o n
po te st esse íixa, sed movfetur u t alise stellse.» La T ie rr a , sin e m b a r g o , no
g ir a a l r e d e d o r del Sol, am b o s a dos g r a v i t a n a l r e d e d o r de los «polos
e t e r n a m e n te c a m b ia n te s del U n iv e rso » Cusa no tie n e n a d a de co m ún
TOJIO III. 3í
con C opérnico, como lo d e m u e s tra el p a s a j e , c u y o testo escrito de la
m a n o de C u s a , en 1 4 Í 4 , fué h a lla d o p o r el Dr. C lem ens en el h o sp ital
de Cues.

(G8) Pág-. 2 6 9 .— Cosmos, t. II, p. 311-314 y 472 473, n o ta s 49-53.

(69) P á g . 2 6 9 .— Borbonia Sidera, id est planetse q u i Solis lu m in a cir-


c u m v o lita n t m o tu p roprio et r e g u la r i , falso h a c tc n u s ab h elioscopis M a -
culíe Solis n u n c u p a l i , ex n o v is o b s e r v r t i o n i b u s Jo a n n is T a r d e , 1520.
A ustríaca S id e ra , h e lio c y e lic a astro n o m icis liy p o th e s ib u s illig a ta o p era
Caroli M alapertii Belgíe M ontensis e S o cie tate J e s u , 1633. E s te último-
escrito tiene c u a n d o m eno s el m é rito de d a r u n a serie de o b se rv a cio n e s
a c e r c a d é l a s m a n c h a s solares q u e se h a n suc ed id o desde 1618 á 1626.
E sto s s o n , ta m b ié n , los m ism os a ñ o s p o r los cuales pu b lic ó S ch ci-
n e r sus p ropias o b se rva cione s en Ptoma, e n su Rasa Ursina. E l ca n ó n ig o
T arde cree en el paso de los p e q u e ñ o s p la n e ta s p o r el disco del Sol, p o r ­
q u e dice: «el ojo d e l m u n d o no p u e d e te n e r o ftalm ías.» E s t r a ñ a r á co n
r a z ó n q u e v e in te añ o s despues de T a rd e y sus satélites B o rb o n ia n o s, Gas-
co ig n e q u e ta n to p ro g re s ó en el arte de o b s e rv a r (Cosmos, t. 111, p. 08),
a t r i b u y a to d a v ía las m a n c h a s á la co n ju n c ió n de u n g r a n n ú m e ro de
cu e rp os p la n e ta rio s , casi tran sp a ren te s, q u e rea liza n su rev o lu c ió n a l r e d e ­
do r del Sol, y m u y cerca de él. S e g ú n G ascoig ne, m u c h o s de esos c u e r ­
pos a c u m u la d o s p r o d u c e n las so m b ras n e g r a s q u e se d e s ig n a n con el
n o m b r e de m a n c h a s solares. V éa se e n las Philosophical Transactions,.
t. X X V il, 1710-1712, p. 2 82-290, u n p asaje estra ctad o de u n a carta de
G. C ra b trie , f e c h a d a del mes de a g o s to de 1640.

(70) P á g . 269.— A r a g o , sobre los m edios de o b se rv a r las m anchas-


solares, en la Astronom ía p op u la r, t. II, p . 121 á 126. V éa se ta m b ié n D e­
la m b r e , H istoria de la Astronom ía de la Edad M ed ia , p. 394 , y H istoria de
la Astronom ía moderna, t. 1, p. 681.

(70 bis) P á g . 2 6 9 .— Memorias que pueden servirpara la H istoria de las Cien­


cias, p o r el co n d e d e C a ss in i, 1810, p. 242; D e la m b re , H istoriade la A strono­
m ía moderna, t. II, p. 6 9 í. A u n q u e Cassini en 1671, y la H ire en 1700,
dec la ra sen q u e el globo del Sol es osc u ro , persístese a u n en m u c h o s T ra -
tra d o s de A str o n o m ía , m u y r e c o m e n d a b le s p o r o tr a p a rte , en a trib u ir al
c é le b re L a la n d e la p rim e ra id e a de esta hip ótesis. L a la n d e , en la edición
de su A stro nom ía , pub lic ad a en 1792 (t. I I I , § 3240), lo m is m o q u e en
la p r im e ra edición de 1764 (t. II, § 251o), no se se p ara en n a d a de la
a n t i g u a opinion de La H ire: «Oue las m a n c h a s son las em in en c ia s de la
m asa sólida y opaca del Sol, r c c u b ie r ta c o m u n m e n t e (por com pleto) por
el fluido ígn e o .» E n tr e 1769 y J774, fué cu a n d o A le ja n d ro W ils o n tu v o
p o r vez p r im e ra u n a idea clara y e x a c ta de u n a a b e r tu r a en form a de e m ­
bud o, p r a c tic a d a en la fo to sfera.

(70 ter) P á g . 2 7 0 .— A le ja n d ro W i ls o n , Observations on the Solar Spots,


d a n s las P h ilo so p h . T ra n sa d ., t. L X I Y , 1 7 7 4 , 1.a p a r t . , p. G-13, tab. 1.
¿.I fo u n d t h a t th e u m b r a , w h i c h b e f o r e w a s e q u a l l y b r o a d all r o u n d
th e n u c l e u s , a p p e a r e d m u c h co n tra cte d o/i that p a rt lohich lay towards
the centre o f the disc, w h i l s t th e o th e r p arts of it r e m a in e d n ca ri y of th e
fo rm e r d im e n sio n s. I p erc e iv e d t h a t th e s h a d y zo nc or u m b r a , w h i c h
s u r ro u n d e d th e nu cleu s, m ig h t be n o th in g - else b u t th e shelv in g ’ sides of
th e lu m in o u s m a tte r of th e su n .» V é a se ta m b ié n Arag-o, Astronom ía p o ­
p u la r, t. II, p. 155.

(71) Pág’. 2 7 1 .— B o d e , en la Coleccion t i t u la d a : Beschaftigungen der


Berlin ischen Gesellschaft naturforschender F re u n d e , t. I I , 1 7 7 6 , n. 237-241
y 2Í9.

(72) Pág-. 2 7 4 . —E n los f r a g m e n to s h istó ric o s de C ató n el A n c ia n o ,


so m e n c io n a u n a r e l a c i ó n oficial e n tre los precios elev a d o s d el trig-o y
lo s n u b la d o s del S o l , p r o l o n g a d o s p o r m u c h o s m eses. L as espresiones
lum inis caligo et defectus S o li s , no sig-nifican sie m p re u n e c lip s e ; n o tie n e n
'•ste sentido p a r tic u la rm e n te en la s rela cio n e s de la l a r g a d is m in u c i ó n
de la luz solar q u e s o b r e v in o d espues d e la m u e r t e de César; así se lee
cu A u lu -G e lle (N o d es Átticoe, iib. II, cap. 28): « V erb a C atonis in O rig i-
num q u a r to hecc sunt: N o n libet sc rib e re, q u o d in ta b u la a p u d P o n tif i-
cem M á x im u m est, q u o tie n s a n n o n a cara, q u o tie n s Lunse a u t Solis l u m i ­
nis calig o a u t q u id o b stite rit.»

(72 bis) P á g . 2 7 4 . — G au tier, Investigaciones relativas á ia influencia que


el número de las manchas solares ejerce sobre las temperaturas terrestres , y e n
l a Biblioteca universal de Ginebra, N u e v a série, t. L l, 1844, p. 327-335.

(73) P a g . 2 7 4 .— A r a g o , N o ticia s científicas, t. IV , (t. VII de las Obras),


p. 136 á 257.

(75) P á g . 27U.— A r a g o , ib id ., p. 264 á 270. .

(7 4 bis) P á g . 275.— Es el r e sp la n d o r b la n q u e c in o q u e se vró ta m b ié n


c u a n d o el eclipse de 15 de m a y o de 1836, y del cual dijo desde e n to n c e s
con g r a n e x a c t itu d el g r a n a s tró n o m o de K o e n ig s b e r g : «cu ando la L u n a
h u b o c u bierto c o m p letam e n te el disco solar, veíase to d a v ía b rillar u n
an illo de la atm ó sfera del Sol.» (Bessel en las Astronom . Nachrichten de
S c h u m a c h e r , n . ° 320).
(75) Pág-. 275.— «Si e x a m in a m o s de m a s cerca la esplicacion, seg ún l a
c ua l las p r o tu b e ra n c ia s rojizas es tá n asim iladas á las n u b e s (de la t e r ­
ce ra e n v u e l t a ) , no e n c o n tra ría m o s principio a l g u n o de física q u e nos im p i­
d ie s e a d m itir q u e m asas n e b u lo s a s de 25 á 30.000 le g u a s de la rg o ñ o t a n
e n la a tm ó sfera d el S o l ; q u e esas m a sas, co m o ciertas n u b es de la a t m ó s ­
fera te rr r e s tr e , tie n e n co n to rn o s fijos, q u e afectan, a q u í y allá, form as
m u y d ep rim id as, q u e la luz solar (la fotósfera) tiñ e de rojo. Si exis­
te esta te rc e ra e n v u e lta , q u iz ás d a r á la lla v e de a l g u n a s g r a n d e s y d e­
p lorables a n o m alías q u e se n o ta n en el curso d é l a s es taciones.» ( A r a g o ,
N oticias científicas, t. IV (t. V II d é l a s Obras) p. 279-282).

(76) P á g . 276.— «Todo lo q u e d ebilite se nsible m ente la in te n sid a d res­


p la n d e c ie n te de la p a r te de la atm ó sfe ra te rre s tre q u e pare ce r o d e a r y to­
c a r el c o n to rn o c irc u la r d e l S o l , p o d r á c o n trib u ir ¿ h a c e r visibles las p r o ­
m in e n c ia s rojizas. S ucede y d ebe e sp erarse, q u e u n e je rc ita d o a s tró n o m o
colocado e n el v értice de u n a m o n t a ñ a m u y a l ta , p o d rá o b se rv a r r e g u ­
la rm e n te las nubesde la tercera envuelta solar, situ ad a s en ap a rie n c ia sobre el
c o n to rn o del a stro, ó un poco fu er a ; d e te r m in a r lo q u e tie n e n de p e r m a ­
n e n t e y de v a r ia b le , n o ta r los períod os de d es ap a ric ió n y de r e a p a r i­
c ió n .. .. » ( A ra g o , I b id ., p. 285).

(77) P á g . 2 7 8 .— Es in d u d a b le q u e en tiem po de los G riegos y de los


R o m a n o s , in d iv id u o s aislados p u d ie ro n d i s t i n g u i r á sim ple v ista g r a n d e s
m a n c h a s solares; pero no es m enos cierto q u e estas o bse rva cione s no h a n
lle v a d o ja m á s á los a u to re s g rieg o s y la tin o s á m e n c io n a r esos fen ó m e n o s,
e n n i n g u n a d é l a s o b ras q u e h a n lle g a d o h a s ta noso tro s. Los p asaje s de
T eofrasto, de Signis (lib. I V , cap. I, p. 797), de A r a to , Diosemeia (v . 90­
92), de P ro c lo (P a ra p h r., II, 14), en los cuales Ideler h ijo (M eteorol. vete-
rum , p. 2 0 1 , y Comentarios sobre la Meteorología de A ristóteles, L I, p. 374),
h a creído h a lla r descripciones de m a n c h a s solares, in d ic a n so la m e n te q u e
el disco del Sol, c u a n d o p r e s a g ia b u en tie m p o , no ofrece diferencia a l g u ­
n a en toda su superficie, n a d a q u e p u e d a se ñ ala rse (n*,Sé n, afina fépoi), sino
q u e p re s e n ta u n a a p a r ie n c ia u n if o rm e . L as a r c a r a , ó de otro m odo , las
m a n c h a s q u e a l t e r a n l a superficie d e l S o l, se a t r i b u y e n esp re sam en te á
u n a n u be lig e r a , al e stad o de la atm ó sfera te rre s tre ; el escoliasta de A ra to
d ic e : á la con densación d el aire. A sí tiénese siem pre cuidado de d is t in g u ir
*el Sol de la m a ñ a n a y el Sol de la ta r d e ; p o r q u e el disco solar in d e p e n ­
d ie n te m e n te de to d a v e r d a d e r a m a n c h a , h a c e el oficio de d ia fa n ó m e tro ,
y s e g ú n u n a a n t i g u a creencia q u e no d ebe d e s p re c ia rs e , a n u n c ia to d a v ía
h o y al la b ra d o r y al m a rin o los cam bios de tie m p o que se p r e p a ra n . P u é ­
dese, con efecto, d edu c ir del aspecto q u e p r e se n ta el Sol en e l h o r i z o n t e e l
e s ta d o de las capas atm osféricas p ró x im a s á la T ie rra. E n lo q u e concier-
ne á las g r a n d e s m a n c h a s p erceptib les á sim ple v is ta , q u e se to m a r o n en
807 y en 840 p o r tr á n sito s de M ercurio y de V e n u s , la p r im e ra cita está en
la g r a n Coleccion h istó ric a de los Vetercs Scrip tores, p u b lic a d a p or J u sto
R e u b e r u s en 1726 (v éa se la p a r te t i t u l a d a : A nualesR egum Francorum P ip in i
K aroli M agni et L u d o v ici a quodam ejus wtatis A stro n o m o , L u d o v ici regis do­
m estico, c o n s c r ip ti , p. 58). E n u n principio fué u n b e n e d ic tin o el q u e pasó
p o r a u t o r de esos A n a le s (p. 28); m a s a d e la n te se reconoció q ue e r a n del
célebre E g i n h a r d ó E in h a rd , se creta rio p r i v a d o de Cario M a g n o . V é a n s e
A nnales E in h a r d i en los M onumenta Germanice histórica , p u b lic a d o s p o r P e r tz
( S c rip t., t. I, p. 194). V é a s e la cita h e c h a p o r E g i n h a r d , de la s m a n c h a s
del Sol: «DCCCVIl, stella M ercnrii X V I k a l . A pril. v is a est in Solé q u a -
lis p a r v a m a c u la n ig r a , p a u l u lu m sup e riu s m e d io ce n tro eju sd em sideris,
qu(B a n o lis octo dies co n sp ica la e s t ; sed q u a n d o p r im u m in tr a v it v e l exi-
v it, n u b i b u s im p e d ie n tib u s, m i n i m c n o ta re p o tu im u s .» — S im ó n A sse m a -
n u s , en la in tr o d u c c ió n al Globus ccelestis C úfico-A rabicus V elitern i M usei
B o rg ia n i, 1790, p. x x x v m , cita el p re te n d id o paso de V e n u s , referido p o r
los a s tró n o m o s árabes: « A nno H egyrse 225 r e g n a n t e A lm o o ta se m o Cha-
Ufa, v is a est in S olé p rope m é d iu m n i g r a qusedan m a c u la , id q u e f e ria
te r t ia die d e c im a n o n a Mensis R e g e b i ....... » T o m o se esta m a n c h a p o r V e ­
n u s , y se cre y ó v e r el p la n e ta d u r a n te 91 dia s a u n q u e con i n te r r u p c io ­
n e s de 12 á 13 dias, ta m b ié n . P o c o tie m p o d espues m u rió M otassem . E n ­
tr e los n u m e r o s o s ejem plos q u e h e rec o g id o de n a r r a c io n e s h is tó ric a s ó
de tra d ic io n e s p o p u la re s q u e m e n c io n a n d ism in u c io n e s r e p e n tin a s en el
brillo d e l d ia c ita ré la s s ig u ien te s , en n ú m e r o de 17:
A . 45 an te s de J . C. C uan do la m u e rte de J u lio César, despues de la
cu a l el Sol p e r m a n e c ió d u r a n te u n añ o e n te r o , p á lid o y con m e n o s c a lo r
q u e de co s tu m b re. El aire era d en so , frió y s o m b río ; los fru tos no l l e g a ­
r o n a sazón. ( V é a s e P l u t a r c o , Julio C ésa r, cap. 8 7 ; D ion. C a s o s , li­
bro X L IV : V ir g ilio , G eórg ica s , lib. I, v . 466).
A . 33 despu es de J. C. A ñ o de l a m u e r t e d e l S a l v a d o r . « A p a r t i r d e l a
h o r a sesta, se estendió u n a osc u rid a d en to d o el p ais h a s t a la h o r a n o v e ­
n a .» (Evangelio según San M ateo, cap. 27, v . 45.) S e g ú n el E v a n g e lio de
San Lucas (cap. 23, v . 4 5 ) : «El Sol p e rd ió su b rillo » E u se b io cita en
a p o y o de es ta in d ic ac ió n u n eclipse de Sol, o cu rrid o en l a C C íIa o lim p ia d a ,
del cual h a b i a h e c h o m e n ció n u n c ro n ista , P h l é g o n de T ralles (Ideler,
Handbuch der Matfiem, C h ron o lo g ie, t. II, p. 417). P e r o W u r m h a d e m o s ­
trado que este eclipse, visible en to d a el A sia M e n o r, h a b i a tenid o l u g a r
d es d e el añ o 29 desp ues del n a c im ie n to de C r i s t o , el 24 de N o v ie m b re ,
tr e s ó cu a tro a ñ o s p o r c o n s ig u ie n te an tes de su m u e rte . El d ia de l a P a ­
sión c a y ó el 14 del m e s de N isan, d ia de la P a s c u a de los J u d í o s (Ideler,
Ib id , t. I, p. 515-520); lu e g o la P a s c u a se celebró s ie m p r e en la época d e
la L u n a lle n a . El Sol no h a p o d i d o , p u e s , ser eclipsado por la L u n a d u ­
r a n t e tres h o r a s . El je s u íta S ch ein er c re ia p o d e r a t r i b u i r l a disminución.
del brillo del Sol á u n g ru p o de m a n c h a s q u e c u b r ir ía n en ta l caso u n a
v a s t a e stension del disco solar.
A . 358. E l 22 de A g o s to : o s c u rid a d p r e c u rs o r a d e l te rrib le te m ­
b lo r de tie rra de N ico m ed ia , q u e d e s tr u y ó ta m b i é n otras m u c h a s c iu d a ­
des en M a ce d o n ia y en el P o n to . L a o sc u rid a d du ró 2 ó 3 hoi’as: «Nec
c o n t ig u a v el adpo sita c e r n e b a n t u r » , dijo A m m ie n M a rc ellin (lib. X V II >
ca p 7),
A . 360. E ste n d iéro n se las tin ieb la s, d esd e la m a ñ a n a h a s t a el medio
d ia en to d a s las p r o v in c ia s o r ie n ta le s del im p e rio ro m a n o : «P er Eoos
tr a c tu s , caligo a prim o aurorge e x o r íu a d u s q u e m e rid ie m .» ( A m ie n M a r­
cellin, lib. X X , cap. 3) V e ía n s e las e s t r e l l a s ; así es q u e este fenóm eno no
fué d ebido á u n a llu v i a de cenizas, y su d u r a c ió n no p e rm ite atribuirlo
co m o lo h a c e un h is to ria d o r á un eclipse tota l: «Cum lu x coslcstis operi-
re tu r , e m u n d i conspeclu p e n itu s luce a b r e p t a , defecisse d iu tiu s solem
pavidse m e n te s h o m in u m se stim a b an t: prim o a t te n u a tu m in lunse co rn i-
cu la n tis effig ie m , deinde in speciem a u c tu m s e m e n s trc m , p o s te a q u e in
in te g r u m re s titu tu m . Quod alias n o n e v e n it ita p e r s p ic u e , nisi cu m post
incequales cu rsa s i n te r m e n s t r u u m lunee a d id e m r c v o c a tu r .» La descrip­
ción p u e d e aplicarse b ie n á un eclipse de Sol, pero ¿qué p e n s a r de su la r ­
g a d u r a c ió n y de esas tiniebla s e s te n d id a s en to d a s las p ro v in c ia s o rie n ­
tales d e l im p e rio ?
A. 409. C uando A laric o ap a re c ió an te R o m a . La oscuridad perm itió
v e r estrellas en pleno dia. ( S c h n u rr e r , Chronik der Seuchen, p r im e ra p a rte
p á g . 113).
A . 536. J u s tin ia n u s I Ccesar im p e r a v it a n n o s tr ig in t a octo (527-565).
A n u o im perii n o n o , d e l i q u i u m lucis p assus est S ol, q u o d a n n u m in te g r u m
et dúos am plius m enses d u r a v i t , adeo u t p a r u m a d m o d u m de luce ipsius
ap p a rere; d ix e ru n tq u e h o m in e s S o liq u id accidisse, q u o d n u n q u a m ab eo
r e c e d e re t (G reg oriu s A b u ’l- F a ra g iu s . Supplem entum Histories Dynastyarum .
ed. E d w . P o co k , 1663 , p. 94). E se fen ó m e n o h a d eb id o ser m u y se m e ­
j a n t e al de 1783. E n A le m a n ia liase a d o p ta d o u n n o m b r e p a r tic u la r (Heo-
h e n r a n c h , n iebla seca), p a r a d e s ig n a r esas dism in u cio n es en la in te n sid a d
del S o l ; pero la s esplicaciones q u e se h a n in te n ta d o , están lejos de a p li­
carse á todos los casos.
A . 567. Ju s tin u s II a n n o s 13 im p e r a v it (565-578). A n n o imperii ipsius
s e c u n d o , ap p a ru it in ccelo ignis flam m an s j u x t a p o lu m arc ticu m , q u i a n ­
n u m in te g r u m p e rm a n sit ; o b t e x e r u n tq u e tenebra; m u n d u m ab h o r a diei.
n o n a n o c t e m u sq u e , adeo u t n em o q u i d q u a m v id e re t: decid itq u e ex aere
q u o d d a m p ulve ri m in u to et cineri sim ile ( A b u ’l-F a ra g iu s , Supplem entum
Histories D ynast., p. 95). P arec e así q u e este fen ó m e n o se ofreció en u n .
principio como to r m e n ta m a g n é t i c a , com o a u r o r a boreal p e r p e tu a , q u e
d u r ó todo un añ o y a la cual su c ed ie ro n la s tinieblas y u n a llu v ia de ce-
jiizas.
A. 626. S iem pre s e g ú n A b u ’l-F a ra g iu s (I b id , p. 94-99), l a m itad d el
■disco solar q u e d a oscuro d u r a n te ocho m eses.
A . 733. U n ano despues de h a b e r sido a r r o ja d o s los á r a b e s m a s allá
d e los P irin e o s, luego de la b a ta lla de T ours. El Sol se oscureció el 19 de
A g o sto , c a u sa n d o g r a n es p a n to ( S c h n u r r e r , Chronik der Seuchen, p rim e ra
p a r te , p. 164.
A . 807. V ió se en la superficie del Sol u n a m a n c h a q u e se tom ó p or
M ercurio, Veteres scriptores , p. 58).
A . 840. Desde el 28 de M a yo al 26 de A gosto observóse el p re te n d id o
paso de V e n u s por el Sol. S e g ú n A se m a n u s, ese fen o m e n o debió e m p e z a r
e n el mes de M ayo de 839. Desde 834 á S i l , r e in ó el ca lifa A l-M otassem ,
q u e fue el octavo califa y tu v o p o r sucesor á H a r u m - e l W a t e k .
A . 934. E n la cu rio sa H is to r ia d e - P o r tu g a l de F a r ia y S o u z a (1730,
p. 147) e n c u e n t r o estas p a la b ra s : « E n P o r tu g a l se vió sin luz la T ie rr a
p o r dos m eses. A v i a el Sol p e rd id o su sp le n d o r.» E n to n c e s ab rióse el
Cielo por fractura con m u c h o s re lá m p a g o s , y el Sol recobró s ú b it a m e n te
todo su b rillo. •
A. 1091. E l 21 de S e tie m b r e , oscurecióse el Sol d u r a n te tres h o r a s ,
d es p u es de las cuales co n s e rv ó un color p a r t i c u l a r : «F u it eclipsis Solis
11 k a l. Octob. ferc tres h o r a s : Sol circa m e rid ie m dire n ig re sc e b a t.» (M ar­
tin Crusius, Anuales Suev icio , F ra n co f, 4 7 95, t. I , p. 279. Véase ta m b ié n
S c h n u r r e r , C h ron ik, der Seuchen, 1.a p a r t e , p. 2L9).
A . 1096. E l 3 de M arzo r e c o n o c ié ro n se á sim ple v is ta m a n c h a s en el
Sol : « S ig n u m in Solé a p p a r u it V . N o n. M artii feria s e c u n d a in c ip ic n tis
quadragesimEC.v ( Jo h . S t a i n d e l i i , p r e s b y te r i P a ta v ie n s is , Chronicon gene-
ra le , en los Rerum Boicarum Scriptores de Ofelius , 1.1, 1763, p. 485).
A. 1206. S e g ú n J o a q u í n de V illa lb a (E pidem iología española, M a ­
d r i d , 1S 03, t. I , p. 30). E l ú ltim o d ia de F e b re ro h u b o u n eclipse de Sol
q u e du ró seis h o r a s , con ta n ta o sc u rid a d com o si f u era m e d ia n o ch e . S i­
g u ie r o n á este fen ó m e n o a b u n d a n te s y c o n tin u a s llu v ias.» Un fen ó m e n o
ca si se m ejan te cita S c h n u r r e r , com o acontecido en el mes de J u n io de
1191. (V é a se Chronik der Seuchen, 1 .a p a r t e , p. 258-265.
A. 1241. Cinco meses despues del c o m b a te d e los Mogoles cerca de
L ie g n itz « (obscuratus est Sol (in q u ib u s d a m locis)? et factee sunt tcnebrse,
ita u t stella; v id e re n tu r in ccelo, circ a feistum S. M ichaelis h o r a n o n a .»
(Chronicon Claustro-Ncoburgense, del C laustro de N e o b o u r g , cerca de V ie-
n a . ) E sta crónica q u e a b a r c a el espacio c o m p re n d id o en tre el a ñ o 218
despues de J . C- y el añ o 1348, fo rm a p a r te de la Coleccion de P e z , Scrip ­
tores rerum A u stria ca ru m , Lipsia;, 1721, t. I, p. 458.
A . 1547. Los dias 23, 24 y 25 de abril, es decir, la v íspe ra , el dia- y
e l dia s ig u ie n te de l a b a ta lla de M u h lb a c h , en la cual el elector J u a n F e ­
d e ric o fue h ec h o prisionero. K ép le ro dice á este prop ó sito en los P a r a li-
y om . ad V itelliu m , quibus Astronomía; pars óptica traditur (1604, p. 259):
« R e fe rt G eram a, p a t e r et filius, a n n o 1547, a n t e conflictum C a r o l iV c u m
Saxonise Duce, S o lem per tres dies ceu s a n g u in e p e rfu su m comparuisse-,
ut e tia m stellas plerceque in m e rid ie c o n s p ic e re n tu r .» V é a s e ta m b ié n Ivé-
p le ro , de Stella nova in Serpentario, p. 113. No sabe á q u é c a u sa a t ri b u ir
este fenó m e no: «Solis lu m e n ob causas q u a s d a m sub lim es h é b e t a r i . .. »
S u p o n e q u e este efecto p u e d e ser p r o d u cid o p o r u n a « m a teria co m ética
la tiu s sp a rsa ,» y afirm a ú n ic a m e n te q u e la c a u sa d eb ía colocarse fuera de
n u e s t r a atm ó sfe ra , p u esto q u e se v e ia n estrellas en pleno dia. S c h n u r r e r
(C hro n ik der Seuchen, 2 . a p a r te , p. 93), p re te n d e a p esar de la v isib ilid a
d e las e stre lla s, q u e ese f e n ó m e n o fue o casionado p or u n a niebla seca, te ­
n ie n d o p rese n te q u e Carlos V se q u e ja b a a n te s de la b a ta lla , « se m p e rse
nebulse den sita te infestari, q uoties s ib ic u m h o s t e p u g n a n d u m sit.» (L a m -
"bertus H o rte n s iu s , de Bello Germánico, Basil; 1560, lib. V I , p. 182.)

(78) P á g . 2 7 9 .— Y a H o r r e b o w ( Basis Astronom ice , 1735, § 226) se vale


de la m is m a esp resion . L a l u z sola r, es s e g ú n él, « una a u r o r a boreal p e r -
p é t u a , p ro d u c id a en la a tm ó sfera del Sol p o r la acción c o n tra ria de las
f u e r z a s m a g n é tic a s .» V éa se H a n o w , en D a n . T ieio, Gem einniitzige Ab-
handlungen über natüriiche Dinge, 1768, p. 102.

(79) P á g . 2 8 1 .— V e a n s e las M em orias científicas de A ra g o (t. X de las


Obras, p. 57); M a th ie u , ei\ D ela m bre, H istoria de la astronomía del siglo
X V I I I , p. 351 y 652; F o u rie r, Elogio de G. H erschell, y las Memorias del
In stitu to , t. V I, añ o 1823 ( P a r ís 1827), p. LXX1I. L a esperien cia in g e ­
n io sa , h e c h a p o r F o r b e s en 1836, d u r a n te u n eclipse de S ol, es tam bién
n o ta b le , y p r u e b a u n a g r a n h o m o g e n e id a d en la n a tu ra le z a de l a lu z ,
q u e e m a n a del centro ó de los estre ñ ios. H izo v e r q u e u n espectro so­
la r fo rm a d o ex clusivam ente de ra d io s p a r ti e n d o de los estreñios del a s­
tro es id é n tic o , p a r a el n ú m e ro y p o sic io n de las líneas oscuras ó r a y a s
q u e le c r u z a n , a l q u e p r o v ie n e del disco e n tero . Si en la lu z solar
f a lta n r a y o s de u n a cierta r e f ra n g ib ilid a d , n o consiste esto, com o su p o n e
D a v id B r e w s t e r , en q u e se p ie rd a n esos r a y o s en la a tm ó sfe ra d el Sol,
puesto q u e los r a y o s de los estreñios q u e h a n a tra v esa d o capas m u c h o mas
espesas p ro d u c e n las m ism as lín e as oscuras. (Fo rb es, en las Memorias de
Ja Academ ia de Ciencias, t. II, 1836, p. 576). A l fin de esta n o ta h e r eu n id o
todo lo q u e to m é en 1847 de los m a n u s c r ito s de A ra g o :
« F en ó m e n o s de la P o la riz a c ió n c o lo re a d a d a n la ce rteza de q u e el
b o rd e del Sol tie n e la m ism a in te n s id a d de lu z q u e el centro; p o r q u e co­
lo c a n d o en el P o larisc ap o un seg m en to del borde sobre u n se g m e n to del
c e n tr o , o b te n g o (como efecto co m p le m e n ta rio del rojo y d el blanco) u n
b la n c o p u r o . E n un cuerpo sólido ( u n a bola de h ie rro c a le n ta d a al rojo)
£l m ism o á n g u lo v is u a l a b r a z a u n a e s te n s io n m a y o r en el eslrem o q u e en
e l c e n t r o ^ se g ú n la p ro p o rc io n del coseno d el án g u lo ; pero en la m ism a
p r o p o rc io n ta m b ié n , el m a y o r n ú m e r o de p u n to s m a te ria le s e m ite n u n a
l u z m as débil en razón de su oblicuidad. L a r e la c ió n d e l á n g u l o es n a t u r a l ­
m e n te la m is m a p a r a u n a esfera gaseosa; p e ro n o p ro d u c ie n d o la o blicu i­
d a d en el gas el m ism o efecto de d is m in u c ió n que. e n los cuerpos sólidos,
el b o r d e de la esfera g as eo sa e s ta r ia m as ilu m in a d o q u e el ccntro. Lo q u e
n o so tro s lla m a m o s disco lu m in o so del Sol, es la F o tó sfe ra g a s e o sa , com o
h e p r o b a d o p o r la f a lta ab s o lu ta de se ñ a le s de p o la riz a c ió n en el estrem o
d e l disco. P a r a esplicar p u e s la igualdad de intensidad del estrem o y del
c e n tr o , in d ic a d a p o r el P o larisc o p o , se rá preciso a d m itir u n a e n v u e lta es­
te rio r q u e d i s m in u y a ( a p a g u e ) m e n o s la luz q u e v i e n e del centro qu e los
r a y o s q u e r e c o rr e n el la r g o tr a y e c t o del estrem o á la v ista. E s tá e n v u e l ­
t a e sterio r f ó r m a l a c o ro n a b l a n q u e c i n a e n los eclipses tota le s de Sol. L a
luz q u e e m a n a de los cuerpos sólidos y líq u id o s in c a n d e sc e n te s , está p o ­
la r i z a d a p a r c ia lm e n te c u a n d o los r a y o s o b s e rv a d o s f o rm a n con la su p e r­
ficie de s a lid a u n á n g u l o de p e q u e ñ o n ú m e ro de g r a d o s ; p e ro no h a y
señal sensible de p o la riz a c ió n c u a n d o se m ir a n de ig u a l m a n e r a en el P o-
la risca p o g ases in fla m ad o s. E s ta es p erien c ia d e m u e s t r a q u e la luz solar
110 sale de u n a m a sa só lid a ó líq u i d a in c a n d e s c e n te . L a luz no se e n g e n ­
d r a ú n ic a m e n te en la superficie d é l o s c u e r p o s ; sino q u e u n a p a r te nace
e n su s u sta n c ia m is m a , a u n q u e esta s u sta n c ia fu ese el p la tin o . No es p u e s
l a descom po sición del o x íg e n o c i rc u n d a n te lo q u e d á la lu z . La em isión
de lu z p o la ri z a d a por el h ie r r o líq u id o es u n efecto de refracción en el
trá n s ito á u n m e d io de m e n o r d e n s id a d . D on de q u i e r a qu e h a y r e fra c ­
ció n, h a y p r o d u c c ió n de a l g u n a c a n tid a d de luz p o la riz a d a . L os gases
n o l a p ro d u c e n , p o r q u e sus ca pas no tie n e n b a s ta n te d e n s id a d . L a L u n a ,
s e g u id a d u r a n t e el curso de u n a l u n a c ió n e n te r a , p r e s e n ta efectos de p o ­
la riz a c ió n , esceplo en l a épo ca d e la lu n a lle n a y de los d ia s q u e se a c e r ­
can m u c h o á esta. L a luz so la r e n c u e n t r a , sobre todo en los p rim e ro s y
ú lti m o s c u a d r a n te s , en la superficie d e s i g u a l (m o n ta ñ o s a ) de n uestro sa ­
té lite in c lin a c io n e s de p la n o s c o n v e n i e n t e s p a r a p r o d u c ir la pola rizac ió n
por reflexión.»

(80) P á g . 281.— J u a n H e r s c h e l l , Cape Observations, § 4 2 5 , p. 434:


O u tlin es, § 3 9 5 , p. 234. V é a s e ta m b ié n F ize au y F o u c a u l t , en las Mem.
de la A cad. de Ciencias, t. X V III, 1844, p. 860. Es m u y n o ta b le q u e Gior­
d a n o B r u n o , q u e subió á la h o g u e r a o cho a ñ o s an tes de la in v e n ció n d el
telescopio y once a ñ o s a n te s d el d es cu b rim ie n to d e las m a n c h a s so la re s,
c r e y e r a en la ro ta c io n del Sol a l r e d e d o r de su eje. E n cam bio, p e n s a b a
q u e el centro de ese as tro e r a m e n o s b r illa n te q u e sus estreñios. E n g a ­
ñ a d o p o r a l g ú n efecto de óptica, creia v e r g ir a r e l disco del Sol y los es­
treñios esten d e rse en r e m o l i n o s y co n tra erse. V é a s e Cristian B a rth o lm é ss,
Jordano B ru n o , t. II, 1847, p. 367.

(81) P á g . 2 8 2 .—F iz e a u y F o u c a u l t, Investigaciones sobre la in tensidad


•de la lu z emitida por el carbón en el esperimento de D a v y , en las Mem. de la
Academia de C ie n cia s, t. X V I I I , 1 8 4 4 , p. 753.— «The m o st in t e n s e l y i g -
nitedsolicls (ig n ite d q u ic k lim e in l ie u te n a n t D r u m m o n d ‘s o x y - h y d r o g e n
ia m p ) ap p e ar o n ly as black spots on th e disc o f t h e s u n w h e n h e ld b e t w e e n
it a n d th e e y e (O utlines o f A stro n ., p. 236), V é a s e ta m b ié n Cosmos, t. II,
p. 313.

(82) P á g . 2 8 2 . — Consúltese el C o m e n ta rio de A r a g o so b re l a s c a r í a s


de Galileo á M arco W e ls e r, y en la A stronom ía p op u la r, t. II, p. 152 á 156,
sus esplicaciones so b re l a influencia d é l a lu z solar reflejada p or las capas
a tm o sfé ric a s, q u e p are ce e n v o l v e r con u n velo lu m in o so los objetos ce­
lestes, v isto s en el ca m po d e u n telescopio.

(83) P á g . 2 8 2 .— Msedler, A stronom ía, p. 81.

(84) P á g . 2S3.— V é a se Philosoph. Magazine, ser. III, t. X X V I I I, p. 230;


y P o g g e n d o r f ‘s, Annalen der P h y sik, t. LXVII1, p . 101.

(85) P á g . 2S 5.—V éa se F a r a d a y , sobre el M ag n etism o atm osférico, en


los E xp erim . B.esearches on E le ctric ity , ser. X X V y X X V I (Philosoph. Tran­
s a d , for. 1851, 1.a parte),’ § 2774, 2780, 2S81, 2892-2968, y p a r a la h i s ­
toria de este p ro b le m a , § 2S47.

(8G) P á g . 2 8 5 .— V éa se N e r v a n d e r, d ‘IIelsingfors, en el Boletín de la


dase fisico-m atem ática de la Academ ia de Sa in-P etersbourg, t. III, 1845,
p. 30-32 y B uys-B allot, d 'U t r e c h t, en P o g g e n d o r f f 's Annalen der P h y sik ,
t. L X V II, 1816, p. 205-213.

(87) P á g . 2 S 6 .— H e in d ic ad o con comillas lo q u e p erte n ec e á los m a ­


n uscritos de S e h w a b e . L as o b se rv a cio n e s desde 1826 á 1843 se h a n p u b li­
cado ú n ic a m e n te en las A stronom . N achrichten de S c h u m a c h e r , n .° 495,
t. X X I, 1844, p. 325.
I

(88) P á g . 2 9 0 . —J u a n H erschell, Cape Observations,]}. Í 3 i .

(89) P á g . 2 9 1 .— Cosmos, t. I, p. 180 y 407, n o ta 79.

(90) P á g . 292. — Gesenio, en la Coleccion tit u la d a Hallische L ilteratur-


Zeitnng, 1822 n . ° 1 0 l y 102. ( E rganzungsblatt, p. 801 á 8 l 2 ) . E n tr e los
Caldeos, el Sol y la L u n a e r a n las dos d iv in id a d e s principales; en los cin ­
co p la n e ta s se les lla m a b a n sim ples genios.

(91) P á g . 2 9 2 .— P la tó n , Tim éo, p. 38, ed. H en ri E stie n n c; t. I, p. 105


•ele la trad u c ció n d e H . M artin. V éa se ta m b ié n t. II, p. Oí.
(92) P á g -. 2 9 3 .— B o e ch , de Platonico systemate coelestium globorum et de
vera índole astronomía} Philolaicce, p. X V II, y P h ilo la ü s, 1819, p. 99,

(93) P ág-. 2 9 3 . — J u l i a s F irm ic u s M a te rn u s Astronomía} lib r i V I I I (ed.


P r u c k n e r . B a s i l , 1551, lib . II, cap. 4); el a u t o r e ra c o n te m p o rá n e o de Cons­
ta n tin o el g r a n d e .

(94) P ág-. 293 .— H u m b o l d t , Monumentos de los pueblos indígenas de la


A m ér ica , t. II, p. 42-49. Desde el aíío 1812, h e señ ala d o la s a n a lo g ía s
del zodiaco d e B i a n c h i n i con el de D e n d e ra h . V é a s e ta m b ié n L e tro n n e ,
Observaciones críticas sobre las representaciones zodiacales, p. 97, y Lepsio,
ChroiiGlogie der i E g yp ter , 1849, p. 80.

(95) P á g -.2 9 3 . — L e tro n n e , Sobre el origen del zodiaco griego, p. 29: L e p ­


s io , Chronologie der JEgypter , p. 83. L e tro n n e c o m p ru e b a , en r a z ó n al n ú ­
m e ro 7, el o r ig e n caldeo de la s e m a n a p la n e ta r i a .

(98) P ág . 2 93.— V itr u v io , de A rch itectu ra , libro IX, cap. 4. Ni V itr u v io


n i M a rciano Capella p r e te n d e n q u e los Egipcios se an los a u to re s del siste­
m a en q u e M e rc urio y V e n u s están c o n s id e ra d o s com o sa télites del S o l,
g ir a n d o el m ism o a lre d e d o r d é l a T ie rr a . Léese e n el prim e ro : «Mercurii
a u t e m et V e n e ris stellíe circ u m Solis rad io s, S o le m ipsum , uli c e n tr u m ,
ilineribus c o r o n a n te s , r e g re ssu s r e tr o r s u m et r e ta rd a tio n e s faciunt.»

(97) P á g . 2 9 3 .— M a rtia n u s M in e us F élix C a p e l la , de N u p tiis p h ilo lo -


gim et M e r c u r r ii, lib. V II I , ed. G rotius, 1599, p . 289: «Nam V e n u s M er-
c u riu sq u e , licet o rtus o c c a s u sq u e q u o t i d i a n o s o s t e n d a n t , ta m en e o r u m e ir -
culi T érras o m n in o n o n a m b iu n t, sed c irc a Solem la x io r e a m b itu circ u -
la n tu r . D e n iq u e c irc u lo ru m su o r u m c e n lr o n in S o lé c o n s litu u n t, ita u ts u -
p r a ipsum a l i q u a n d o . . . » — E ste p a s a je q u e lle v a el títu lo : Quod T ellus
n o n sit c e n tr u m ó m n ib u s p la n e tis ,» h a podido sin d u d a , como lo afirm a
Gassendi, in flu ir en las p r im e ra s opin io n e s de Copérnico , m a s q u e ios
te stos a trib u id o s al g r a n g e ó m e tr a A p o lo n io -de P e r g a . S i n . e m b a r g o
Copérnico se lim ita á d e c i r : «M inim e c o n t e m n e n d u m a r b itro r , q u o d
M a rtian u s C apella scripsit, e x istim a n s q u o d V e n u s e t M ercurius circ um -
e r r a n t Solem in m edio ex iste n le m .» V é a s e elCos?nos, t. I I , p. 303.
(nota 34),

(98) P á g . 2 9 3 .— E n riq u e M a rtin , (Estudiossobre el Tim eode P la tó n , t. IÍ,


p. 125-133) me parece h a b e r osplicado p e r f e c ta m e n te e lp a s a je de M a cro ­
bio co n respecto al sistem a de los Caldeos, q u e h a b i a inducido á e rro r á
u n filologo e m in e n te , á Ideler. V é a se la M e m o ria de Ideler sobre Eudosio
(V' ^S) y el M useum der Alterthum s-W issenschaft de W o l f y B u t tm a n n
(t. II, p. 443). M acrobio, in Som nium Scipionis (lib. I, cap. 19 y lib. II,
ca p . 3 , B i p o n t i , 1783, p. 91 y 129), no sabe n a d a del sistem a de V itr u b io
y de M a rc ian o C apella, s e g ú n el cual M ercurio y V e n u s son satélites
d e l S ol, m o v ié n d o s e este com o lo s otros pla n eta s a l re d e d o r de la T ie rra
in m ó v i l. In d ica so la m e n te, refirién dose á Cicerón, las diferentes o p in io ­
n e s sobre el ó rd e n de las ó rbita s descrita s por el Sol, V e n u s , M e rc u rio y
la L u n a . «Ciceroni A rc h im e d e s et Chaldaeorum vatio co n sen tit, P la to
i E g y p t i o s se cu tu s est.» C u a n d o Cicerón e s c la m a , en la descripción del
sis te m a p la n e ta rio (Som nium S cip io n is, cap. 4). «H unc (Solem ) u t com ités
c o n s e q u u n tu r , ATeneris alter, alter M ercurii cursus,» h a e n u m e r a d o p r e ­
c e d e n t e m e n te la s órbitas de S a tu r n o , de J ú p it e r y de M a rte , y q u ie re
solo a lu d ir á la p r o x im id a d de las ó r b ita s del Sol y de los dos p la n e ta s
in ferio res, V e n u s y M e rc urio . T odos los c u e rp os celestes c irc u la n , s e g ú n
él, a lre d e d o r de l a T ie rra , como a l re d e d o r de u n p u n to fijo. La ó rb ita de
u n sa télite no p u e d e c o n te n e r la d el p la n e t a p rin c ip a l, y sin e m b a r g o M a­
crobio dic e sin vacilar: « i E g y p t i o r u m ra tio talis est: circulus, per q u e m
Sol disc u rrit, á M ercurii circulo u t in fe rio r a m b itu r , illum q u o q u e s u p e ­
r io r circ ulus V e n e r i s in c lu d it.» H ab la p u es de ó rb ita s p a r a le la s q u e se
e n v u e lv e n u n a s a o tras.

(99) P a g . 2 9 í . — Leipsio, Cronologie der jE g ip te r, 1.a p a r te , p. 207.

(100) P á g . 2 9 4 .— £1 n o m b r e m u tilad o d el P la n e ta M arte, en V ettiu s


P a le n s y en C edrenus, c orresp onde p ro b a b le m e n te al n o m b r e H e r-to sc h ,
com o Seb á S a tu r n o . V é a s e Lepsio, Chronologie der JEgypter, p. 90 y 93.

(1) P á g . 2 9 4 .— No p u e d e co m p a ra rse á A ristóteles (Metaf. lib. XII,


c. 8 , p. 1073, ed. B e k k e r ) , con el P s e u d o - A ris tó te le s (de M undo , c. 2,
p. 392), sin s o r p re n d e rn o s del c o n tra s te q u e p r e s e n ta n . E n el tr a ta d o de
M undo h á l la n s e y a los n o m b re s de los p la n e ta s F a e tó n , P y r o is , H ércules,
S tilb o n y J u n o , lo q u e in d ic a la época de A p u le y o y de los A n to n in o s ,
en q u e y a la a s tro lo g ía ca ldea e s ta b a e s te n d id a p o r to do el im perio r o ­
m a n o , y en q u e se m e z c la b a n y a d e n o m in a c io n e s to m a d as á d if e r e n ­
tes p ueb lo s. (V é ase Cosmos, t. II, p. 14.) Diodoro de Sicilia dice p o si­
t i v a m e n t e q u e los Caldeos desde el principio lla m a b a n á los p la n eta s
s e g ú n sus d iv in id a d e s b a b iló n ic a s, y que esos nom b res p a s a r o n de esta
su e rte á los Griegos. Id ele r (Eudosio, p. 48), a trib u y e p or el co n tra rio
esos n o m b res á los E gip cios, y se f u n d a en la a n t ig u a ex iste ncia de u n a
s e m a n a p la n e ta ria de siete dias en las o rillas d e l N i lo (Handbuch der Chro­
nologie, t. I, p. 180), h ipótesis c o m p letam e n te refu tad a p or Lepsio (Chro­
nologie der JEgypler, 1.a p arte , p. 131). R e ú n o a q u í , s e g ú n E ra tó sten es ,
s e g ú n el a u to r del E p in o m is, p r o b a b le m e n te F ilipo Opuncio, se g ú n Ge­
m in o , P lin io , T eon de E s m ir n a , Cleomedes, A q u ile s T ac io , Ju lio F ir-
m ic o y S im plic io, todo s los n o m b r e s b a jo los cuales h a n sido desig n ad o s
los cinco p lan etas a n tig u o s , y c u y a co n s e rv a c ió n d ebem os e s p ec ialm en ­
te á la m a n ía de las fantasías as trológicas:
S a tu r n o : <paír<ov, Ném esis; este p la n e ta está ta m b ié n d e s ig n a d o como
u n sol p o r cinco au to re s. (V éase T eon de E s m ir n a , p. 87 y 1G5, e d . de
E n r i q u e M a rtin .)
J ú p ite r : <¡>a¿6av, Osiris.
M arte: tpvpieig, H ércules.
V é n u s : iao^ópog, tpaafópog, Lucifer; i'tncípog, V esp e r; J u n o ; ísis.
M e rc u rio : a n lS a y , A polo.
A q u ile s T acio (Isagoge in Phcenom. A r a ti, cap. 17) e n c u e n t r a s in g u l a r
q u e los E g ipcios com o los G riegos h a y a n a d o r n a d o c o n el b r illa n te
n o m b re (<paíj©v) el m eno s lu m inoso de todos los p la n e ta s. «Quizas, a ñ a d e ,
obedece esto á su influ encia bienhechora.»» S e g ú n D iodoro, ese n o m b re
p rocede de q u e «. S a tu r n o e r a de todos los p la n e ta s el q u e p r o n o stic a b a
con m a s f re c u e n c ia y de la m a n e r a m a s c l a r a , el p o r v e n ir .» (L e tro n n e,
sobre el Origen del Zodiaco griego, p. 33, y en el D iario de los Sábios, 1836,
p. 17; v é a s e ta m b ié n C a rte r o n , A n á lisis de investigaciones zodiacales, p. 97).
D en o m in a c io n e s q u e de e q u i v a le n te en e q u i v a le n te p a s a n así de u n p u e ­
blo á o tro, d e b e n de o rd in a rio su o r ig e n á c a su a lidade s q u e es im posible
a v e r i g u a r : no obstan te, d eb e m o s h a c e r n o ta r q u e h a b l a n d o en p r o ­
p ie d ad , no esp re sa m a s q u e u n a ap a rie n c ia lu m in o sa , es dec ir u n r e sp la n ­
d o r tr a n q u i lo , c o n s ta n te y de u n a in te n sid a d ig u a l, m ie n tr a s q u e a n k -
su p o n e u n b rillo m as v iv o , mas v a r ia b le , a lg o de c e n te lle an te . Los
ep ítetos de tpabav, p a r a el p la n e ta m as a p a r ta d o , S a tu r n o , decnA-^o» p a r a
M e rc u rio , m a s p ró x im o al Sol, p a re c e r á n tanto m a s ex a cto s r e l a t i v a m e n ­
te , si se r e c u e r d a lo q u e h e dic h o m a s a r r i b a ( Cosmos , t. III, p. 63), q u e
S a tu r n o y J ú p i t e r , vistos de dia , en el g r a n a n te o jo de F ra u e n h o f e r , p a ­
re c e n e m p a ñ a d o s , e n c o m p arac ió n del disco c e n te lle a n te de M e rc u rio .
E s a s calificaciones, com o o b se rv a el p rofe sor J . F r a n z , in d ic a n p u es u n a
p ro g re sió n cre cie n te q u e p a r ti e n d o de S a tu r n o ( fc u W ) , p asa p o r J ú p it e r ,
el g u i a b r illa n te del ca rro lu m in o so (a¿8av), p o r M arte, el a s tro in c a n ­
desce n te ( nvpóug), y lle g a p o r ú ltim o á V é n u s (fa a f¿p 0g) y á M ercu­
rio (crrt^¿S(ay).
L a d e n o m in a c ió n in d ia de S a tu r n o ( ’s a n a i s t s c h a r a ) , que se mueve
lentamente, m e h a p r o p o rc io n a d o la id e a de d ejar á m i a m ig o el ilu s tre
B opp el p ro b le m a , de si en g e n e r a l, p a r a los n o m b res indio s de los p la n e ­
ta s, com o p a r a los n o m b re s en uso e n tre los G rieg os y p r o b a b le m e n te
t a m b ié n e n tre los Caldeos, h a y m edio d e d is tin g u ir e n tre n o m b r e s m ito ló ­
gicos y sim ples epítetos. T ra sla d o a q u i las esplicaciones q u e debo á la
ate n c ió n de este ilustre lin g ü is ta , c u id a n d o de p r e v e n i r q u e sigo p a r a
los p la n e ta s, el o rd en en el cual están colocados con rela ció n al Sol, y no
el o rd en a d o p ta d o e n el Am arakoscha (véase C olobroo ke, Ensayos M is­
celáneos, t. II, p. 17 y 18).
R especto ele los cinco n o m b res sá nscrito s de. los p la n e ta s, tres son
d escrip tiv o s, y son éstos los de S a tu r n o , M arte y V e n u s .
« S a tu rn o : ’s a n a istsc h a ra , form ad o de ‘sa n ais, lentamente, y tsc h ara
que se m ueve, se lla m a ta m b ié n ’sa u ri, u n o de los n o m b res de W i s c h n o u .
d e riv a d o p o r v ia p a tro n ím ic a de ’súra, n o m b re del g r a n p a d r e de K risc h -
na. S a tu r n o e r a d e s ig n a d o ta m b ié n bajo la d e n o m in a c ió n de ’S a n i.
E l n o m b re de ’S a n i- v a r a , q u e significa d i e s S a t u r n i , se refiere ig u a lm e n ­
te al a d v e rb io ’s a n a i s , lentamente . Los n o m b re s p la n e ta rio s de los dias de
l a s e m a n a eran á lo q u e pare ce desconocidos á A m a r a s in h a . I n d u d a ­
b le m e n te f u e ro n in tro d u c id o s m as ta rd e .»
« J ú p i t e r : Y r i h a s p a ti, ó con m a s a n te r io r id a d , s e g ú n el ortó g ra fo de
los V e d a s ad o p ta d o p o r L assen, B rih a sp a ti: S e ñ o r de la a ltu r a ; este n o m ­
b r e q u e era el de u n a d iv in id a d v e d a , está com puesto de v r i h (b rih),
crecer, y p a t i, señor. »
« M a rte : A n g a r a k a (de a n g a r a , carbón ardiente), lla m á b a s e ta m b ié n
lo h it á n g a , el cuerpo r o jo , de ló h ita , rojo, y a n g a , cuerpo .»
« V é n u s : p la n e ta lla m a d o ’s u k r a , es dec ir, el b rilla n te u , ta m b ié n
D a it y a - g u r u , de g u r u , señor, y d e D a ity a s , los Titanes.»
« M ercurio: B u d h a , no d e b e co n fu n d irse con el le g is la d o r religioso
B u d d h a . M ercurio se lla m a b a ta m b ié n R a u h i n é y a , es decir h ijo de la N in ­
fa R o h in i, esposa de la L u n a (soma), de d o n d e tomó ta m b ié n el n o m b re
de S a u m y a . La raiz c o m ú n de B u d h a , e l p la n e ta y d e B u d d h a , p e rso n a je
d iv in o , es b u d h , saber. P a r é c e m e poco pro b ab le q u e la p a la b r a s a jo n a
W u o t a n ( W o ta n , Odin) se refiera á la p a l a b r a B u d h a . E sta suposición
pare ce fu n d a rse p r in c ip a lm e n te en la se m e ja n z a esterior de las form as, y
sobre el hecho de q u e los dos d e s ig n a n u n m is m o d ia de la se m a n a : dies
M e rc u rii, en v ie jo sajón W ó d a n e s d a g , en indio B u d h a - v a r a . Y a r a s ig ­
nifica o r ig in a r ia m e n te vez, como en b a h u v á r á n . gran núm ero de veces;
desp ues, colocado al fin de u n a p a la b r a , espresa la ide a del dia. Jacobo
G rim m (Deutsche M ythologie, p. 120) d e r iv a el n o m b r e g e r m á n ic o W u o ­
tan, del v erb o w a t a n , v u o t ( a c tu a lm e n te w a t e n ) , q u e significa: meare,
transmeare, cum Ímpetu fe rri, y c o rresp o n d e lit e r a lm e n te al latin v a d e r e .
W u o t a n ú O dinn, es se g ú n Jaco b o G rim m , el ser todo p o d e ro so , q u e to do
lo v é : «Qui o m n ia p e r m e a t,» com o dice L u c a n o , de J ú p ite r . V é a s e sobre
n o m b r e s indios los dias de la se m a n a , so b re B u d h a y B u d d h a y ac e rc a
d é l o s dia s de la s e m a n a e n g e n e r a l, las no tas d e mi h e r m a n o en el escrito:
Ueber die Verbindungen zw ischen Java und L id ien (K aw isprache, t. I,
p. 187-190.)

(2) P á g . 294.— V é a s e L e tr o n n c , Sobre el amuleto de J u lio César y lossignos


planetarios, en la Revista arqueológica, añ o 3.°, 1S46, p. 261. S a u m a ise v e ia
en el signo p la n e ta rio m a s an tig u o de J ú p ite r l a leira inicial Zev?; en el
de M arte u n a a b r e v ia tu r a del s o b ren o m b re Q ovpio;. El disco solar, emplea*
tío como s ig n o , se h a b i a h e c h o casi desconocido p o r u n h a z oblicuo y
t r i a n g u l a r de r a y o s . A p a r te del sistem a p ita g ó rico de F ilo la o , no se
c o n ta b a á la T ierra en tre los p lan etas, y p o r esta r a z ó n co nsidera L e tro n n e
el signo p la n eta rio de l a T ie rra com o in tro d u c id o con p o ste rio rid ad á Co­
p é r n ic o . El n o ta b le p a s a je de O lim piodoro a c erca de la c o n s a g r a c ió n de
los diferentes m e tales en ca da u n o de los pla n eta s está to m a d o de P ro c lo ,
y fue in d ic ad o por p r im e ra v e z por Boeckh ; e n c u é n tra s e en la p á g . M ,
en la edición d e B a s i l e a ; en la p á g . 30, en la de S ch n e id e r. A ristóteles,
M eteorol., ed. Ideler, t. II, p. 163. L a n o ta acerca de los Istm icos de P in -
da ro (Y . 2), en la c u a l los m etales están a s em e jad o s á los p la n e ta s , p e r ­
te n ec e á la e scu e la n e o - p l a t ó n i c a ; v é a s e L o b e c k , A glaop ham us , t. II,
p . 936. P o r la m is m a a s o c ia c ió n de ideas, los signo s p la n e ta rio s h a n lle­
g a d o á ser poco á p o c o sig n o s de los m etales, y p a r a a lg u n o s , h á n s e co n ­
f u n d id o los m ism os n o m h r e s . A sí el n o m b r e de M e rc urio d e s ig n a el az o ­
g u e a r g e n t i n o , el a r g e n t u m v i v u m y el h i d r a r g y r u s de P lin io . E n la p r e ­
ciosa coleccion de los m a n u scrito s g rie g o s de la B ib lioteca de P a r ís , h a y dos.
m a n u s c r ito s de la g r a n obra a c e r c a d el a r te cabalístico, uno de ios cuales
co n tien e ( n .° 2250) los n o m b r e s de los m e tales c o n s a g r a d o s á los planetas,
sin el em pleo de los signos; el otro (2329), especie de d ic cio nario de q u ím i­
ca, q u e s e g ú n el c a rácter de la es critu ra, p u e d e ser referid o al siglo x v , pi e-
s e n ta el n o m b r e de los m e tales r e u n id o s en u n p e q u e ñ o n ú m e ro de signos,
p la n e ta rio s ( H o e fe r, H istoria de la Quím ica, t, I, p. 250). E n el m a n u sc rito
n . ° 2250, el a z o g u e está co n s a g ra d o á M ercurio y la p la ta á la L u n a , m ie n ­
tr a s q u e en el n .° 2329 el a z o g u e se co n s a g ra á la L u n a y el e s ta ñ o á J ú ­
p ite r ; O lim piodoro a s ig n a b a este ú ltim o m e ta l á M ercurio : ta n poca fije­
z a h a b ia en esas relaciones m ístic as de los astros con las p ro p ie d a d e s de
los m e tales.
E ste es el m o m e n to de t r a t a r de las h o r a s y de los dias de la se m a n a
e spec ialm ente a n e x o s á los d iferen tes p la n e ta s . H a s ta h a c e m u y poco no
Iiabia ideas e x a ctas sob re la a n t ig ü e d a d de este uso, y no se h a b ia r e c o n o ­
cido h a s ta q u é p u n to estaba esten d id o en tre la s n a c io n e s le ja n a s. Como
lo h a d em o strad o Lepsio ( Chronologie der JEgypter , p. 132,1, y com o lo
p r u e b a n m o n u m e n to s que se r e m o n t a n á los p r im e ro s tiem pos d é l a c o n s­
tru c c ió n de las g r a n d e s p irá m id e s, la s e m a n a de los E gipcios se c o m p o ­
n í a , no de siete dias, sino de diez. T res de esas d é c a d a s f o rm a b a n u n o de
los doce m eses del a ñ o solar. C uan do se l e c e n D i o n Casio (lib. X X X Y II,
cap. 18), q u e la c o s tu m b r e de señalar los dias se g ú n los n o m b re s de los
siete p la n e ta s e r a o r ig in a ria de E g ip to , y se h a b i a e stendido de allá e n
época m u y rec ien te á los d em ás p u e b l o s , es p ecialm ente á los R o m a ­
n o s , en tre los cuales se h a b i a n a tu ra liz a d o p o r c om pleto, en tiem po de
D io n C a s i o , es preciso no o lv id a r q u e este escritor era c o n te m p o r á ­
n eo de A le ja n d r o S ev ero , y q u e desde la in v a s ió n de la as tro lo g ía
o rien tal bojo los C ésares, y á c o n s ec u en cia del g r a n concurso de t a n ­
tos pueblos á A le j a n d r ía , era m o d a en Occidente l la m a r egipcio a todo
lo q u e p a r e c ía a n t ig u o . Es in d u d a b le q u e d o n d e es m a s a n t i g u a y se
e stendió m a s l a s e m a n a de siete dia s fue e n tre la s n ac io n e s sem íticas. P o r
lo dem ás, este h e c h o no es p a r ti c u la r á los H e b r e o s ; se v u e l v e á e n c o n ­
tr a r e n tre los A ra b e s n ó m a d a s , m uc ho tiem po an tes de M aliom et. H e p r e ­
g u n ta d o á u n sábio m u y c o n o c ed o r de las a n t ig ü e d a d e s sem íticas, el p r o ­
fesor T isc h e n d o rf, de L eip zig , el p r o b le m a d e si in d e p e n d ie n te m e n te del
n o m b r e de S a b b a t, no existe en el a n t ig u o T e s t a m e n to , p a ra los d ife re n ­
tes dias de la s e m a n a otras d e n o m in a c io n e s d is tin ta s á la s de 2 .° y 3.°
dias de la schebua; si en el N uev o T e s t a m e n t o , en u n a época en la cual
sin d u d a los e s tra n je ro s se o c u p a b a n y a en P a le s tin a de as tro lo g ía
p la n e te ria , no se e n c u e n t r a en p a r te n i n g u n a d e n o m in a c ió n to m a d a a
los p la n e ta s, p a ra d e s ig n a r a lg u n o de los dias del perío do h e b d o m e d a rio .
L a r e s p u e s ta fue la s ig u i e n te : « N i el A n t i g u o ni el N u ev o T e s ta m e n ­
t o , n i la M isch n a , n i el T a lm u t, ofrecen h u e lla de los n o m b res de los
p la n e ta s a n e x o s á los dias. No se a c o s t u m b r a b a ta m p o c o á decir el
s e g u n d o ó tercero d ia de la shebua; sino q u e se c o n ta b a p or la fecha
del m e s : sin e m b a rg o , la v ísp e ra del S á b a d o se lla m a b a ta m b ié n el
sexto d ia, sin o tr a d esig n a c ió n . L a p a l a b r a S áb ad o se estendió mas ta rd e
á la s e m a n a e n te ra (Ideler, Handbuch der C h ron ol., t. 1, p. 480); así se v é
en el Talm ud, p a r a los d iferentes dias de la s e m a n a el 1.°, 2.°, 3.° d ia del
S áb ad o , y así los d em ás. L a p a l a b r a ¡SS0¡ . p or schebua no está en el N u e ­
vo T e sta m e n to . E l Talm ud, c u y a reda cció n e m p ie z a en el siglo II q u e se
p r o lo n g a h a s t a el Y , ofrece epítetos h eb rá ic o s aplicados a a l g u n o s p l a n e ­
tas, á Y é n u s la brillante y al rojo M arte. Lo q u e h a y m as de sin g u la r en
ello es el n o m b r e de Sa b a tta i , p r o p ia m e n te estrella del Sábado, em pleado
p a r a d e s ig n a r á S a tu r n o , así como en tre los n ú m e ro s farisaicos de las es­
tr e lla s r ela cio n a d o s p o r E pifanes, el m ism o p la n e ta tie n e p o r n o m b r e H o-
chab Sabbath. ¿ E s esto lo q u e h iz o q u e se to m a se el dia del S áb ad o p a ra
el d ia de S a tu r n o (S a lurni sa cra dies, dice T ibulo. E lc g ., lib. 3, v. 18)?
U n p a s a je de Tácito ( H istorias , lib. Y , cap. 4) a g r a n d ó el círculo de esas
rela cio n e s en tre el p erso n a je co n s a g ra d o p or la tradición le g e n d a r ia y el
p la n e ta d el m ism o n o m b re . » Y é a s e ta m b ié n F ü r s t , C u ltu r-un d L itteratur-
geschichte der Juden in A sie n , 1849, p. 40.
No h a y d u d a de q u e la s diferen tes fases de la L u n a d e b ie r o n lla m a r
desde lu e g o la aten c ió n de los p ueblos c a za d o re s y pastores, y se rvir de
alim e n to á sus delirios as trológ icos. E s, pues, preciso a d m itir con Ideler,
q u e l a s e m an a es u n d e s m e m b ra m ie n to del mes sinódico, u n c u a rto del
cu a l r e p r e s e n ta p o r té rm in o m edio 7 dias 3/ 8. P o r el c o n tra rio , todo lo
q u e r esp e cta al o rden de los p la n e ta s y á las distanc ias q u e los se p aran e n ­
tre sí, así como á los n o m b re s de las h o r a s y de los d ia s, no p u e d e p e r ­
te n e c e r sino á u n a época de civilización m u c h o m as a v a n z a d a , y que
em p ie z a á m o s t r a r aficiones por las teo rías.
En lo q u e concierne á los n o m b re s de los p la n eta s, aplicados á los dias
de l a s e m a n a , y al o rd en en el cual se colocaban esos cuerpos celestes
(G em ino, Elem , A stron ., p. 4 ; C i c e r ó n , de R epública, lib . V I, cap. 10;
Firm ico, lib . II, cap. 4), fijándolos todos, se g ú n la opinion m as a n t i g u a
y m as e sten d id a, en tre la esfera de los fijos y la tierra i n m ó v i l , á saber:

S atu rn o ,
Jú p iter,
M arte, .
El S o l ,
V énus,
M ercu rio ,
La L u n a ,

liánse p re se n ta d o tres suposiciones d if e r e n t e s : l a u n a pedida á los i n t e r ­


v a lo s m u s i c a l e s ; o tra á los n o m b re s p la n e ta rio s de las h o r a s en el v o c a ­
b u la rio astro ló g ico ; la te rc era f u n d a d a en u n a d iv is ió n de los doce signos
del zodiaco en tre los 36 d ec an o s ó e n tre los cu e rp o s p 'a n e ta r io s r e p u ­
ta d o s com o los señ ores (dom ini) de esos d ecanos, y c u y a série 'está r e p e ­
tida cinco veces, de tal m odo , q u e estan do M arte repelido solo seis veces,
resulte p a r a c a d a signo tres d e c a n o s ó tres p la n e ta s . Las dos prim eras h i ­
pótesis están esp u e sta s en el n o ta b le pasaje de Dion Casio (lib. X X X V II,
cap. 17), d o n d e el a u t o r qu iso esplicar p o r q u é ce le b ra n los J u d ío s el d ia
de S a tu rn o (nuestro sá b a d o ). « S i se a p lic a , d ic e , el in te r v a lo m u sica l,
q u e se lla m a la c u a r ta , Si¿ rsaaápav, á los siete p la n eta s, se g ú n la d u r a c ió n
de su rev o lu c ió n , d a n d o el p rim e r lu g a r á S a tu r n o com o el m as le ja n o ,
se cae p r im e r a m e n t e en el c u a rto , el Sol, despues en el sétim o, la L u n a ,
y los p la n eta s se p r e se n ta n así en el ó rd en en que se s u c ed e n los n o m ­
bres de los d ia s . j’ V in e e n t h a d ad o un c o m e n ta rio de este pa s a je , en su
Memoria sobre los M anuscritos relativos á la M úsica (1847, p. 138); v é a s e
ta m b ié n L o b e c k , Aglaopham us, p. 041-946. La se g u n d a esplicacion de
Dion Casio d esca nsa en la v u e l ta perió d ica de las h o r a s c o n s a g r a d a s á
los pla n e ta s. « S i se c u e n t a n , d ic e , las h o r a s del d ia y de la n o c h e , p a r ­
tien do de la p r im e ra h o r a del d i a , y refiriendo esta h o r a á S a tu r n o , la se­
g u n d a á J ú p ite r , la te rc e ra á M arte, l a cu a rta al Sol, la q u in ta á V é n u s ,
la sexta á M ercurio , la sé tim a á la L u n a , en el ó r d e n en q u e los E g ip c io s
colocan los p l a n e t a s , de m o do que se em piece sie m p re p o r S a tu rn o ; se
e n c o n tra rá , despues de h a b e r recorrido la série de v e in te y c u a tro h o r a s ,
q u e la p r im e ra h o r a del d ia sigu iente se rá a trib u id a al S o l , la del te rc er
d ia á l a L u n a ; en u n a p a la b r a , q u e la p r im e ra h o r a de cada dia corres­
p o n d e al p la n e ta al cual debe ese dia su n o m b r e . » T a m b ié n P a b lo de A le ­
ja n d r í a , m a tem ático a s tró n o m o del siglo I V , h a c e presidir á cada dia de
la se m an a el p la n e ta q u e dá su n o m b re á la h o r a p o r q u e em piez a el d ia .
TOMO I I I . 3ü
E s ta m a n e r a de esplicar los n o m b re s de los dias de la s e m a n a h a b ía se
co n siderado h a s ta a q u í com o el m as e x a c t o ; pero L e tro n n e , a p o y á n d o se
e n el zodiaco de B ia n c h in i, m u c h o tiempo o lv id a d o e n las colecciones del
L o u v re , y so b re el cu a l, so rp re n d id o y o m ism o de u n a s in g u l a r s e m e ja n ­
z a e n tre u n zodiaco grieg o y u n zodiaco de los T á rta ro s k ir g ir o s , h a b ia
l la m a d o la aten c ió n de los a r q u e ó lo g o s en 1812, L e tro n n e , r e p ito , d e c la ­
r a a d o p ta r con preferencia u n a tercera esplicacion q u e consiste en r e p a r ­
tir , com o se h a visto m a s a r r ib a , m e rc ed á u n a m ultiplicación, tres p l a n e ­
tas sobre cada sig n o del zodiaco (L e tro n n e, Observaciones criticas y arqueo­
lógicas sobre el objeto de las representaciones zodiacales, 1824, p. 97-99). E sta
d istrib u c ió n de los p la n eta s e n tre los tr e in ta y siete d ec an os d e la d o d e -
c a te m o ria , es prec isam en te la q u e describe J u li o Firm ico M aterno (lib. II,
cap. 4 : S ig n o r u m d ec an i e o r u n q u e dom ini). Si en c a d a signo se to m a el
p la n e t a q u e está el prim ero de los tre s, se o btie ne la serie de los dias p l a ­
n e t a r io s de la se m a n a : Dies Solis , Lunse, M a rtis, M ercu rrii. Y i r g o : el Sol,
V é n u s , M ercurio ; L i b r a . : la L una, S a tu r n o , J ú p ite r ; E c o r p i o n : Marte,
e l Sol, V é n u s ; S a g i t a r i o : M ercu rio ... Com o, s e g ú n D iodoro, los Caldeos
c o n t a b a n p r im itiv a m e n te no siete, sino cinco p la n e ta s,, no recono cien do
p o r tales m as q u e los q u e te n ia n u n a a p a r ie n c ia estelar, todas las co m b i­
n ac io n e s de q u e a c a b a m o s de h a b la r , e n las cuales figura n mas de cinco
p la n e ta s , no parece q u e se r e m o n t a n á los Caldeos, y d e b e n te n e r u n ori­
g e n astrológico m u c h o m a s rec iente . V éa se L e t r o n n e , sobre el origen del
Zodiaco griego, 1840, p. 29.
A lg u n o s lectores pod rán r eg o c ijarse de e n c o n tr a r a q u í ciertos escla re­
c im ie n to s sobre la co n c o rd a n c ia q u e p r e s e n ta n la série de los dias d é l a
s e m a n a y la r ep a rtició n de los p la n e ta s e n tre los d ec an o s , en el zodiaco
d e B ia n c h in i. Si se re p r e s e n ta c a d a p la n e ta , s ig u ie n d o el ó rd en q u e h a ­
b ía n a d o p ta d o los a n tig u o s , p o r un c a ra c te r del a l fa b e to : S a tu r n o p o r a ,
J ú p i t e r p o r b , M a rte p o r c , el Sol p o r d , V e n u s p o r e , M ercurio p or f,
la L u n a p or g , y se fo rm a así la sé rie p eriódica de estos siete térm in o s:
a b c d efg ,a b cd ...
s e o b te n d rá , re c o rd a n d o q u e cada d ec ano p r e c e d e á tres pla n e ta s, de los
c uales el p rim e ro da su n o m b r e á u n o de los dias de la se m a n a , y su p r i­
m ie n d o dos té rm in o s so bre tres, la n u e v a sé rie p erió d ica:
ab g c fb e,a d g c...
<es decir, Dies S a lu r n i, S olis, Lunse, Martis, etc.
Se o b te n d r á ta m b ié n la m is m a série
a d g c...
p o r el m é to d o de Dion Casio, s e g ú n el c u a l c a d a p la n e ta da su n o m b r e
a l d ia c u y a p r im e ra h o r a d ep e n d e es p ecialm en te de él. P a r a lle g a r á
•este re su lta d o , b a s ta estra er un té rm in o de 24 en cada u n a de las 7 sé-
ries. E s, con efecto, in d ife re n te su p rim ir en u n a série p erió d ica cierto
n ú m e r o de t é r m i n o s , ó su p rim ir ese m ism o n ú m e ro a u m e n ta d o en u n
m últip lo c u a lq u ie ra del n ú m e r o de los té rm in o s q u e c o m p o n e n el p e r i o ­
do : a h o r a bien, el periodo de q u e a q u í se tr a ta está form ado de 7 t é rm in o s
y 23 = 3 X 7 - 4- 2. Es, pues, a b s o lu ta m e n te ig u a l r e s t a r 2 3 n ú m e ro s , se ­
g ú n el m éto do de Dion C a s io , ó r e sta r so la m e n te 2, se g ú n l a proposi-
cion de L etro n n e .
E n las p á g in a s an terio res h e m o s señ ala d o y a u n a a n a lo g ía s in g u la r
e n tre el n o m b r e latino del c u a r to d ia de la s e m a n a , dies M e rcu r ii, la d o ­
m in a c ió n in d ia Budhavara y el a n t ig u o n o m b r e sa jón Vódanes-dag (Jac ob o
G rim m , Deutsche M ythologie, 1SÍ4, t. I, p. 114). La cuestión de id e n tid a d
q u e G. Jo n e s p r e te n d e e s tab lece r en tre B u d d a , f u n d a d o r d e l b u d -
h is m o , y Odin, lla m a d o ta m b ié n W u o t a n o W o t a n , fam oso e n los cantos
h e ro ic o s y en la h isto ria de la c iviliz ac ión de las raz as se p te n trio n a le s ,
p a re c e r á q uizás mas in te r e s a n te t o d a v ía , si se p ie n sa q u e el n o m b r e W o ­
ta n es el de un p erso n a je m itad f a b u lo s o , m ita d h istó ric o , célebre en u n a
p a r te del N u ev o -M u n d o , y sobre el cua l he rec o g id o g r a n n ú m e r o de
d o c u m e n to s en mi o b r a so b re los m o n u m e n to s y las creencias de las
raz as am eri c a n as (V ista de las Cordilleras y Monumentos délos'pueblos indígenas
d é la A m érica, t. I, p. 208 y 3 S 2 - 3 8 Í ; t. II, p. 356). S e g ú n las tradicion e s de
los h a b ita n te s de Chiapa y de S o c o n u sc o , el a m e r ic a n o W o t a n es el d e s ­
c e n d ie n te del h o m b r e q u e , cu a n d o el g r a n d ilu v io , se sa lv ó en u n a b a r c a
y r en o v ó el g é n e r o h u m a n o . Dispuso q u e se h ic ie r a n g r a n d e s c o n s tru c -
c i o n e s q u e , lo m i s m o q u e l a p irám id e m e jic an a de C h o lu la, p r o d u je r o n la
co nfusion de le n g u a s , la g u e r r a y la dispersión de la s raz as. Su n o m b r e
se in tr o d u jo ta m b ié n , como el de Odin en G e m ia n ía , en el c a le n d a r io de
los n a tu ra le s de C h iap a , cuyo v e r d a d e r o n o m b re e r a Teochiapan • L l a m ó ­
se, com o él, á uno de los períodos de cinco dias, q u e re u n id o s de cuatro
en c u a tro , fo rm a n el mes, y a en uso e n tre los A z te c a s y los C hiapaneses.
M ie n tra s q u e los A zte ca s d e s ig n a b a n sus m eses p o r n o m b re s to m a d o s de
la s p la n ta s y de los an im a le s, los C h iapaneses d i s t in g u a n los meses p o r
los nom bres de v ein te caudillos, lle g a d o s del N o r t e , q u e los h a b í a n l l e ­
v a d o h a s t a a q u e llo s lu g a re s. Los cuatro m as h e ro ic o s de en tre esos jefes:
W o t a n ó W o d a n , L a m b a t, B e en y C h ln a x , a b r ia n las se m a n a s de cinco
d ia s , i n a u g u r a d o s en tre los A ztecas p o r los sím bolos de los cuatro e l e ­
m e nto s. W o t a n y los d em ás jefes p erte n ec en in c o n tes tab le m e n te á la raz a
d e los T oltecas , q u e an tes del siglo vil in v a d ie r o n el p aís. El p r im e r h is ­
to ria d o r de la nación de los A ztecas, I x tlilx o c h itl, c u y o n o m b r e cristiano
e r a F e r n a n d o de A lva, dice p o sitiv a m e n te en m a n u s c r ito s f ec h ad o s á
p rincipios del sig lo x v i, q u e l a p r o v in c ia T e o c h ia p a n y to d a la G u a te ­
m a l a , de u n a p a r te á o tr a e s ta b a n p o b la d as de T o ltecas. E n los p rim e ro s
tie m p o s de la co n q u ista española, h a b i a to d a v ía en el pueblecillo de T eo -
p ix e a u n a fa m ilia q u e se v a n a g lo r ia b a de descender de W o t a n . E l o b is ­
po de C hiapa, F rancisco N uñ ez de la V e g a , coleccionó m u c h o s d o c u m e n ­
to s acerca de la le y e n d a a m e ric a n a de W o t a n , e n su Preámbulo de las
constituciones diocesanas. L a l e y e n d a del p r im e r Odin es c a n d in a v o (Odinn ,
O thinus) ó W o t a n , s a lid o , dice, de las orillas del V o lg a ¿tiene un o r ig e n
histórico? S ob re este p a r ti c u la r h a y in d e c is ió n (Jacobo G rim m , Deutsche
M ythologie, t. I, p. 120-150). A decir v e r d a d , la id e n tid a d de los dos h é ­
roes, a u n q u e a p o y a d a en otros m o tiv o s q u e la sem ejanza de los sonidos,
no es m e n o s d u d o s a q u e la de W u o t a n con B u d h a , ó la q u e se in te n tó
e s tab lece r en tre el n o m b re del le g is la d o r d e los Indio s y el n o m b re del
p la n e ta B u d h a .
L a ex iste n c ia de u n a s e m a n a h e b d o m a d a r ia en el P e r ú , p r e se n ta d a
con m u c h a fre cu e n cia com o u n a a n a lo g ía sem ítica en tre los dos c o n ti­
n e n te s , es u n h e c h o erró n e o . E l p a d re A co sta q u e visitó el P e r ú poco
tiem po despu es de la c o n q u is ta e s p a ñ o l a , lo h a b i a d e m o stra d o y a en su
H istoria natural y moral de las Indias (1501, lib. V I, cap. 3). E l inca G ar-
cilaso de la V e g a rectifica ta m b ié n las n oticias q u e h a b ia d ado en u n
p rin c ip io (1.a parte, lib. II, cap. 35), d iciendo c l a r a m e n te : q u e en c a d a
un o de los meses q u e esta b a n calc u lad o s sobre el curso de La L u n a ,
h a b ia tres dias de fiesta, y qu e el pueblo d e b ia tr a b a ja r ocho dias p a r a
d e s c a n sa r el n o v e n o (1 .a p arte , lib. V I, ca p . 23). Las se m an a s p e r u a ­
nas e s ta b a n , p u e s , f o rm a d a s de n u e v e dias. V é a s e á este respecto mis
Vistas de las Cordilleras, t. I, p. 341-343.
(3) P á g . 296.— B ceckh, P h ilo la ü s, p. 102 y 117.

(4) P á g . 2 9 7 .— Es n ec esario , c u a n d o se q u ie r e escribir la h i s t o r i a d o


los d e s c u b r im ie n to s , d is t in g u ir la época en q u e se h a h ec h o u n d es cu ­
brim ie n to de la en q u e h a sido p ublicado. L a falta de esta p re c a u c ió n h a
sido causa d e q u e se h a y a n dejado in tr o d u c ir en los m a n u a le s a s tr o n ó ­
micos no m b res e q u iv o c a d o s y poco ac o rd es. A sí, p o r ejem plo, H u y g h e n s-
des cu b rió el sesto sa télite de S a tu r n o , T itá n , el 25 de m a rz o de 1655-
(H u g e n ii, Opera varia, 1724, p. 523), y no lo d ió á co n o c er h a s ta el 5 de
Marzo 1656 (Systema S a turn ium , 1659, p. 2). EL mismo a s tró n o m o , q u e se
o cu p a b a sin in te r ru p c ió n de S a tu r n o desde el mes de m a rz o de 1655, a d ­
q u irió desde el 17 de diciciem bre de 1657 u n a nocion clara y com pleta
d el anillo que ro d e a á este p la n e ta (Syst. S a t., p. 29): sin e m b a rg o , h as ta
1659 no publicó u n a esplicacion científica de tod os los aspectos bajo
los cuales se p re s e n ta ese f e n ó m e n o . Galileo cre y ó d is tin g u ir ú n ic a m e n ­
te dos discos circulares se p a ra d o s de ca d a lado del p la n e ta .

(o) P á g . 29S. — Cosmos, t. I, p. 79. V é a se ta m b ié n E ncke,. en las A s -


tronom ische Nachrichtem de S c h u m a c h e r , t. X X V I, 184S, n.° 622, p. 317.

(6) P á g . 307.— B ceckh, de Platonico Systemate, p. X X I V , y P h ilo laü s,


p. 100. La série de los p la n e ta s , tal com o h a sido d a d a por Gesenio, y q u e
ha s e rv id o p a ra d e n o m in a r los dias de la se m an a , y p a r a ponerlo s bajo la.
in v o c a c ió n de los dioses, cslá d e s i g n a d a p o s iti v a m e n te com o l a m a s a n ti­
g u a por T o lo m e o (A lm agesías, lib . X I, cap. 1). T olom eo v itu p e r a los m o .
tiv o s p o r los cuales « h an colocado los m o d e rn o s á "Venus y M ercu rio
d e la n te del S ol.»

(7) Pág-, 307 —L o s P ita g ó ric o s p r e te n d ía n , con el fin de estab lece r l a


r e a lid a d de los sonidos m usicales p ro d u cid o s p or la r o tac io n de las e s fe ­
ras, q u e solo p u ed e oirse allí d o n d e h a y a lte r n a t iv a s de ru id o y de s i l e n ­
cio (A ristóteles, de Ccelo, lib. II, cap. 9, p. 290, n ú m s . 24 y 30, ed. B e k -
k e r). E scu sáb a se ta m b ié n p o r la s o rd e ra , la no p ercepción de esos a c o r ­
des de las esferas (Cicerón, de R epública, lib . V I, cap. 11). El m ism o A r i s ­
tóteles califica la fáb u la m u sica l de P itá g o r a s de bella y de in g e n io s a
■ ( « o - / icsptTTÓq), y no le h a c e m a s c a r g o q u e el de no ser v e r d a d e r a
(ib id ., n ú m s. 12 y l o ) .

(8) P á g . 8 0 7 .— BcEckh, P h ilo laü s, p. 90.

(9) P á g . 3 0 8 .— P la tó n , de R epública, lib. X, p. 617. E se filósofo ca l­


c u la las distanc ias de los p la n e ta s se g ú n dos p ro g re s io n e s diferentes, u n a
cié las cu a le s tie n e p o r razón 2, la o tra 3; lo q u e c o m p o n e la série
1, 2, 3, 4, 9 8, 27. E sta es la m is m a série q u e se e n c u e n tra en el Tim éo,
en el sitio q u e tr a ta de la div isió n ar itm é tic a del a l m a del m u n d o (p. 3 5 ,
ed. E stie n n e ). P la tó n h a co n siderado s im u ltá n e a m e n te las dos p r o g re sio ­
nes g e o m é tric a s 1 , 2 , 4 , 8 — y 1 , 3 , 9 , 27 ; d espues h a in te rcalad o los
té r m in o s , lo q u e h a dado la série de los n ú m e ro s 1 , 2 , 3 , 4 , 9, 8, 27. V éa se
B c e c k h ),e n los Studien de D a u b y C reuzer, t. III, p. 34-43; H. M a rtin , Es­
tudios sobre el Tim éo, t. I , p . 384, y t. II, p. 6 í . V é a s e ta m b ié n P r e v o s t, sobre
el A lm a según P la tó n , en las Memorias de la A cadem ia de B e rlín p a r a 1 8 02,
p. 90 y 97; y otro escrito de este m ism o a u t o r en la B iblioteca britanica,
Ciencias y A r t e s , t. X X X V II, 1808, p. lo 3 .

(10) P á g . 3 0 8 .— V é a se el in g e n io so escrito del profesor F e r n a n d o P i -


p e r , von der Harmonio der Sphceren, 1850, p. 12-18. Id e le r h ijo ( H erm apion,
1 8 4 1 , 1.a p a r te , p. 19(5-214), h a tr a t a d o en detalle y con g r a n s a b e r y
c rítica , de la p r e te n d id a rela ción q u e existe e n tre las siete v o ca le s de la
a n t i g u a l e n g u a egipcia y los siete p la n e ta s , así com o de h im n o s a s tr o l ó ­
gicos , en q u e a b u n d a n las v o c a le s , y q u e c a n t a b a n los sace rd o te s
egipcios. E s ta hipótesis q u e a d e la n ta d a por S e y f a r t h , el cu a l se f u n d a ­
ba en u n p a s a je del p se u d o D em etrio de P h a l e r e , q u iz ás D em etrio de
A le j a n d r ía (de In terp ret., § 71), a c erca de u n e p i g r a m a de E u se b io , y s o ­
bre u n m a n u sc rito g nóstico, c o n s e rv a d o en L e y d e , h a b i a y á sido r e f u t a ­
da por las in v e stig a cio n e s de Z o e g a y de Tselken. L o b e c k , A g la o -
p h a m u s , p. 902.
(11) Pág-. 308.— A ce rc a del desarrollo p r o g re s iv o de las ideas m u s ic a ­
les de K e p le r o , véase el co m en ta rio del Harm onice H u n d í, p or A p elt, en
la o b r a titu lad a Johann Kepler's W elta u sich t, 1 8 1 9 , p. 7 6 - 1 1 6 , y D e la m ­
bre, H istoria de la Astronom ía moderna, t. I, p. 352-36.

(12) P á g . 3 0 8 .— Cosmos, tom o II, pág-. 305. .

(13) Pág-. 309.— Ticho h a b i a d e struido la h ipóte sis de las esferas de


cristal, en las cu ales se s u p o n ía n fijos á los p la n e ta s. K eplero le a l a ­
b a en esta e m p re sa; p ero insiste en r e p r e s e n ta r el firm a m e n to com o u n a
e n v u e lta esférica sólida, de dos m illas a le m a n a s de espeso r, so b re la c u a l
brillan doce estrellas de p rim e ra m a g n i t u d , s it u a d a s to d a s á ig u a l dis­
ta n cia de la T i e r r a , y c o rre sp o n d ie n d o á los á n g u lo s de un ic o sae d ro .
L as estre lla s d i c e , lum ina sua ab intus e m ittu n t ; y a u n d u r a n te la r g o
tiem po creyó los pla neta s lu m in o so s p o r sí m ism os , h a s ta q u e Galileo le
h iz o e n tra r en id e a s m as exactas. A u n q u e de a c u e rd o en esto con m u c h o s
filósofos de la a n t ig ü e d a d y con G io r d a n o B r u n o , co n s id e ra b a todas la s
fijas com o soles se m ejante s a l n u e s tro ; sin e m b a rg o , e x a m in a n d o la h i ­
p ótesis s e g ú n la cual ca d a u n a de esas es tre lla s está r o d e a d a de p l a ­
n e t a s , no se in c lin a á a d o p t a r la tanto co m o y o h a b i a sup u e sto en u n
p rin cip io . (Cosmos, t. II, p. 3 1 6 .) Y é a s e A pelt, Kepler's W eltansícht, p. 21-24.

(14) P á g . 309.— E n 1821 fue solo c u a n d o D e la m b r e h iz o n o ta r (H isto­


ria de la Astronom ía m od erna, t. I, p. 314) en los p a s a g e s q u e tom ó de
K eple ro, y q u e com pletos bajo el p u n to d e v ista a s tro n ó m ic o , no lo son
bajo el p u n to de v i s t a astrológico , la h ip ó te sis de un p la n e ta i m a g in a d o
por K eplero en tre M ercurio y V e n u s. « N in g u n a aten c ió n se h a prestado»
dice, á esta suposición de K eplero, cu a n d o se h a n fo rm a d o p ro y e c to s p a r a
d e s c u b rir el p la n e ta q u e ( s e g ú n o tra de sus p redicciones) deb ia g ir a r e n ­
tre M arte y Jú p ite r.»

(15) P á g . 309.— «El no ta b le p a s a g e respecto de u n a l a g u n a ( hiatus )


e n tre M arte y J ú p it e r se e n c u e n t r a en la o b ra titu la d a Prodrom us disserta-
tionum cosm ographicarum , continens M yslerium cosmographicum de adm irabili
proportione orbium cxlestiu m , 1596 , p. 7 : «Cum ig it u r h a c n o n su c ce d e-
ret, a lia v ia , m ir u m q uarn a u d a c i , t e n t a v i a d i tu m . I n te r J o v e m et M ar-
tem interposui n o v u m P la n e ta m , i te m q u e a liu m in te r Y e n e r e m et M e r-
c u r iu m , q u o s d ú o s forte ob e x ilita te m n o n v i d e a m u s , iisqu e sua té m ­
p o ra p erió d ica ascripsi. Sic e n im e x istim a b a m m e a l iq u a m sequalitatem
p r o p o rtio n u m e f f e c t u r u m , q u » p r o p o rlio n e s in te r b in o s v e r s u s S o lem
o rd in e m i n u e r e n t u r , v e r s u s fixas a u g e s c e r e n t : u t p r o p rio r est T e r r a
Y e n e r i q u a n tita te orbis te rr e s tris , q u a m M ars T e r n e , in q u a n t ita te o rb is
M ariis. Y e r u m h o c pacto ñ e q u e u n iu s p l a n e t a in te rp ositio sufficiebat in -
g en ti h ia tu , Jo v e rn in te r et M a rte m : m a n c b a t en im m a jo r J o v is ad illurn
n o v u m p ro p o rtio , q u a m est S a tu r n i ad J o v e m . R u r s u s alio m o d o explo-
r a v i ....... » K ep le ro te n ia v e in tic in c o a ñ o s cu a n d o e s c r ib ía esas líneas. Se
v e c uá nto se re c re a b a su es píritu in q u ie to e n c re a r hip ó te sis q u e a b a n ­
d o n ab a en s e g u i d a por otras. C onservó siem pre l a firme esperan z a de
d escub rir le y e s n u m é ric a s a llá do n d e las p e r tu r b a c io n e s m últiples de las
fuerzas a tra c ti v a s h a n d e te r m in a d o a la m a te r ia có sm ic a á co n d e n sa rse
en globos p l a n e t a r i o s , y á m o v e rs e , y a a is la d a m e n te en órbitas sencillas
y casi p a r a le la s e n t r e s í , y a p o r g r u p o s , sobre ó rb ita s en laz ad a s m a r a ­
v illo sa m e n te . K eplero no c o m p re n d ía q u e á co n s e c u e n c ia de la i g n o r a n ­
cia en q u e estam os de las co n d icio n e s ac ceso rias, esas p e r tu r b a c io n e s
co m p lic ad a s escapan al cá lc u lo, y q u e así sucede ta m b i é n con el o r ig e n
y c o n s titu c ió n de g r a n n ú m e r o de ob je to s en la n a t u ra le z a .

(16) P á g . 310.— N c w t o n i , Opuscula m a lhem a tica , philosophica el p hito-


lo g ic a , 1744, t. U . Opuse. X V II I, p. 2 4 6 : « C h o r d a m m usice divisam p o -
tiu s a d h i b u i, n o n t a n tu m q u o d cu m phsenom enis (lucis) o ptim e c o n v e n it,
sed q u o d fo rta s s e , a liq u id circa co lo ru m h a r m o n í a s ( q u a r u m p ictores n o n
pen itu s ig n a ri s u n t ) , so n o ru m c o n c o rd an tiis f o r ta s s e a n a lo g a s , in v o lv a t.
Q u e m a d m o d u m v e risim iliu s v id e b itu r in m a d v e r t e n t i a f f in ita te m , quse
est in te r e x t im a m P u r p u r a m ( V i o la r u m co lo re m ) ac R u b c d i n e m , Colo-
rem ) ac R u b e d i n e m , Colorum e x t r e m i t a t e s , q u a lis in te r octavee té r m i­
nos (qui pro u n iso n is q u o d a m m o d o h a b e r i p o s s u n t) r e p e r it u r ..- ..» V é a ­
se ta m b ié n P r é v o s t , en las Memorias de la A cadem ia de B erlín p a r a 1802,
p. 77-93.

(17) P á g . 3 1 0 .— S é n e c a , N aturales Q u iestion es, lib. VI1T, cap. 13:


«Non h a s ta n tu m stellas q u i n q u é d is c u rr e re , se d solas o b se rv a ta s esse:
c e te ru m in n u m e r a b ile s ferri p e r occ u ltu m .»

(18) P á g . 311.— Las esplicaciones d a d a s p o r H c in e en su d ise rta c ió n


de A rcadibus Luna an q u ilioribu s (Opuse. A c a d ., t. I I , p. 332) a c erca del
o rig e n del m ito a stron óm ico de los P ro s e le n i o s , ta n es tendido en la a n ­
tig ü e d a d , n o m e sa tisfac ieron ; así q u e e s p e r im e n té u h placer m u c h o m a ­
y o r c u a n d o recibí de u n filólogo d o ta d o de g r a n p e n e tr a c ió n , mi a m ig o
el profesor J . F r a n tz , u n a s o lu c io n n u e v a y m u y a c e r ta d a , de un p ro b le­
m a ta n f r e c u e n te m e n te d isc utido. E s ta s o lu c io n , o b te n id a m e rc e d a u n a
sim ple asociació n de ideas, no tie n e rela ció n a l g u n a ni con la disposicio­
nes del c a le n d a r io de los A rc a d io s , n i con el culto de esc pueblo p o r
la L u n a . Me lim ito a d a r a q u í u n es tra cto de u n tra b a jo inéd ito y m u ­
cho m a s com p leto. E n u n a o b r a en la cual m e h e im p u e sto como le y r e ­
ferir f r e c u e n te m e n te la su m a de n u e s tro s c o n o c im ie n to s actuales á la d e
los c o n o c im ie n to s d é l a a n t ig ü e d a d y trad icio n e s v aria b les ó g e n e r a lm e n ­
te m ir a d a s como tales, esta esplicacion s e r á , así lo espero , b ie n recibida
por a lg u n o s de m is lectores.
«E m pezarem os p or los pasajes p rincipale s q u e , e n tre los a n t ig u o s , se
refieren á los P ro se len o s. E s te b a n de Bizancio , en la p a la b ra Ap * ¿ s , in ­
dica el lo g ó g rafo H ip y s de R h e g iu m , c o n te m p o rá n e o de J e rg e s y de D a­
río , com o el prim ero lla m a d o por los A rc a d io s icpoaskrivovt;. El escolias­
ta de A polonio de R o d a s (lib. I V , v. 2 6 4 ) , y el de A ristó fan e s (N ubes,
v . 397) están conform es en decir q u e l a r e m o t a a n tig ü e d a d de los A rc a-
dios es tá a te s t ig u a d a esp ec ialm en te p o r la calificación de ■wpoa¿?.rivoi. i s í ,
liab ia un pueblo q u e e r a re p u ta d o com o a n t e r i o r á la L u n a , com o afir­
m a n ta m b ié n E u d o sio y T eodoro : el u ltim o a ñ a d e a d e m a s q u e la L u n a
apa reció poco an te s del c o m b ate de H ércu les. A ristóteles dice al o c u p a r­
se de l a c o n s titu c ió n de los T e g e a to s : q u e los b á rb a ro s q u e p o b la b a n
p r im it iv a m e n te la A r c a d ia liabian sido a r r o ja d o s y ree m p laz ad o s por
otros h a b ita n te s antes de la aparició n de l a L u n a , de d onde to m a r o n
el n o m b re de po<r¿kr¡voi. C u e n ta n otros q u e E n d im io n descubrió el m o ­
v im ie n to de la L u n a , y q u e com o era A rc a d io , sus c o m p a tr io ta s f u e ro n
lla m a d o s irpoaéhqvot. L uciano se le v a n ta co n tra las prete n sio n e s de los
A rc ad io s (de A stro lo g ia , cap. 26): «Es lo c u ra de su p a r t e , d i c e , q u e ­
r e r ser a n te r io r e s á la L u n a .» El escoliasta de E sq u ilo (A d Prom eth.,
v. 436) nota q u e 'jupoaelov/jiívov tien e el m ism o sentido q ue v^pi^ó/xeiov^ y
q u e los A rc ad io s fu ero n apellidados itpoobKy^ oI en razón á su v iole ncia.
T o d o el m u n d o conoce los p as a g e s de Ovidio acerca de la existencia
a n t i l u n a r d e los A rcadios. U n a n u e v a opin ion se h a abierto paso en
estos ú ltim o s tiem po s , y es q u e la a n t i g ü e d a d e n te ra se h a b r ia dejado
e n g a ñ a r p o r l a fo rm a icpoaihiqvQi, q u e no seria o tr a q u e f e p a la b r a
'xpoé'AiXrivoi, y significaría a n t e r io r á los E le n os. S á b e s e q u e la A rc a d ia es­
ta b a con efecto h a b i t a d a p o r P e la s g o s .
«Si p u e d e p ro b arse, c o n tin u a el profesor F ra n tz , q u e a lg ú n pueblo u n i a
ta m b ié n su o r ig e n al de otro a s t r o , no h a b r á n ec esid ad de r e c u rr ir á eti­
m o lo g ía s e n g a ñ o sa s. E sta p r u e b a existe de u n m odo d ec isiv o. El sábio
re tóric o M enandro q u e v iv ia en la s e g u n d a m ita d d e l siglo III an tes de
Je su c risto , dice te stu a lm e n le en su T ra ta d o de E conom íi (sec. II, cap. 3,
ed. H ee re n). El te rc er p u n to q u e a ñ a d e v a lo r á las cosas y p u e d e
h a c e r su elogio , es el tiempo : m érito es este q u e no se deja de in v o c a r
p a r a tod os los objetos m u y a n tig u o s , c u a n d o p o r ejem plo decim os de
u n a c iu d a d ó de u n país q u e fu ero n f u n d ad o s ó h a b ita d o s a n tes de ta l ó
cu a l as tro , ó en el m o m e n to m ism o de su a p a ric ió n , an tes ó despues del
d ilu v io , com o los A ten ien se s p r e te n d e n h a b e r n acido al mismo tiempo q ue
el S o l , como los A rc ad io s cre e n re m o n ta r s e m as a llá de la L u n a , com o
los h a b i ta n t e s d e Delfos afirm an q u e v in ie r o n al m u n d o in m e d ia ta m e n te
despues del dilu vio : p o r q u e estos son p u n to s de p a r ti d a e n el tiempo y
com o o tras tan tas eras distintas.
« A si la isla de Delfos, c u y a relación con el d ilu v io de D e u c a ü o n se
h a lla ta m b ié n establecida p o r otros testim on ios (P a u s a n ia s , lib. X, c. 6),
cede en a n t ig ü e d a d á la A rc ad ia, y esta á su v e z á A te n a s . A polonio
d e R odas se inspiró en las m is m as tradicio ne s c u a n d o dice (lib. I V ,
v . 261) q u e el E g ip to fu é la p rim e ra c o m arca q u e j e c i b i ó h a b ita n te s:
«Todos los astros no d escribían a u n sus órbitas en el firm am e n to : nad ie
h a b i a oído h a b l a r de los hijos de D a n a o : la ú n ic a r a z a q u e existía e ra
l a de los A rc a d io s, qu e s e g ú n los p o e ta s v iv ía n a n te s q u e la L u n a y se
a l im e n ta b a n de frutos en las m o n ta ñ a s .» N ono dice ta m b ié n de la ciu­
d a d de B e ro e en S iria , q u e fué h a b i t a d a con a n t e r io r id a d á l a aparició n
del Sol (D io n is., lib. XLI).
« L a c o s tu m b re de to m a r térm inos fijos á las g r a n d e s épocas de la
cre ació n del m u n d o h a n ac id o en este perío d o c o ntem p lativo cu y a s
ficciones nos p a re cen a u n ta n v iv a s , y tie n e n m as in te rés p a ra nosotros
q u e las concepciones de las edades posteriores, y p erte n e c e á la poesía g e ­
n e a ló g ic a q u e h a florecido en cada lo c alid ad . A si, no es inverosím il que
la le y e n d a del com b ate de los g ig a n te s en A r c a d i a , á la cual a lu d en las
p a l a b r a s c ita d a s mas a rrib a del h isto ria d o r T eo d o ro , o riu n d o de la S am o -
tr a c ia , se g ú n a lg u n o s críticos, y c u y a obra d eb ia a b a r c a r u n a v a s ta m a ­
t e r i a , q u e esta le y e n d a , rep ito , c a n ta d a p o r a l g ú n po eta de la A rc a d i a ,
h a y a estendid o el uso de la p a l a b r a Tupo<x¿lr¡rot ap lica d a á los A r c a d i o s .”
R especto de la doble d e n o m in a c ió n de ApxáSes Th-haojoi, y sobre la
distinción e n tre las dos raz as q u e se’h a n su c ed id o en A r c a d ia , v é a se la
esce len te o b r a de E rn e sto Curtió, der Peloponnesos , 1 8 o l, p. 160 y 180.
Y a h e d em o strad o en otra p a r te (Klcinc S ch riftcn , t. I, p. l i o ) q u e en el
n u e v o c o n tin e n te , sobre la m e se ta de B o g o t á , la tribu de los M u ysc as ó
M ozcas se v a n a g l o r i a b a ta m b ié n de ser a n te rio r á la L u n a . E l naci­
m ie n to de la L u n a se li g a á la le y e n d a d e u n a g r a n in u n d a c ió n ca u sa d a
p o r los so rtilegios de u n a m u je r lla m a d a H u y t h a c a ó Sc-hia, q u e a c o m ­
p a ñ a b a al m ágico B o ts c h ik a . A rr o ja d a p o r B o l s c h ik a , esta m u je r a b a n ­
d on ó la T ie rr a y llegó á la L u n a «que h a s ta ento n ce s no h a b i a a u n lucido
sobre los M uyscas.» B o t s c h ik a tu v o p ie d ad de la especie h u m a n a , y r o m ­
pió con su m a n o p o d e r o s a un trozo de ro c a a b i e r ta , cerca de C a no as, en
el sitio d o n d e el Rio de F u n z h a f o rm a h o y la célebre cascada de T eq u e n -
d a m a . El v alle in u n d a d o fué de este modo desecado. E sta n o v e la g eo lógica
se repite en d iferentes sitios; esp ec ialm en te en el v alle alpino de C ache­
m i r a , d o n d e el g e n io pod eroso q u e a r r o ja la s a g u a s se lla m a Ivasyapa.

(19) P á g . 312.— Carlos B o n n e t, Contemplación de la N aturaleza , t r a ­


d ucc ión a le m a n a p or Ticio, 2 . a edición, 1772, p. 7, nota 2 (la p rim e ra
■edición era de 1766). En la ob ra o r ig in a l de B o n n e t, no se h a b l a de esta
l e y de las distan cias. V é a s e ta m b ié n B o d e , A n leitu n g z u r Kenntniss des
g est & riten Him m cls, 2 .a e dición, 1772, p. 462.
(20) P á g -. 313.— Si se d iv id e con Ticio en cien p arte s la distancia del
Sol á S a tu rn o , r e p u ta d o en a q u e lla época cómo el p la n e ta m a s r e tira d o ,
y si se fija la d istanc ia de los d em ás p la n e ta s como sig'ue, s e g ú n la p r e ­
te nd ida p r o g re s ió n 4, 4 -f- 3 , 4 -f- 6 , 4 -f- 12, 4 -f- 24, 4 -j- 48:
M ercurio Y énus la T ie rr a M arte P e q . P la n . J ú p it e r
4 / 7/ 10' 16/ 28/ 52/
<100 /100 100 /100 /lOO /100

se p u ed e , e v a lu a n d o la d istan c ia de S a tu r n o en 197,3 m illones de m illas


g eog rá fic as, tra z a r el c ua dro sig u ie n te q u e p e r m ite f o rm a r ju ic io de los
e rro re s q u e contien e la le y de Ticio:

DISTANCIAS A L S O L DISTANCIAS VERDADERAS,


en millas geográficas de 15 al grado en millas geográficas
SEGUN TICIO. DE 15 AL GRADO.

M e rc u ri o ........................... 8,0 m illones. j


V é n u s ................................. . 13,8 — 15,0 •—
L a T ie r r a ...................... . 19,7 — 20,7 — .

M a r te ............................... . .. 31,5 — 31,5 —


L o s p e q u e ñ o s p la n e ta s . 55,2 — 55,2 —
J ú p i t e r ............................ . 102,6 — 107,5 —
S a t u r n o .......................... . 197,3 — ■ 197,3 —
. 386,7 — 396,7 —
N e p tu n o ......................... 765,5 — 621,2

(21) P á g . 313.— V é a s e W u r m , en B o d ’s A stron. Jahrbuch für 1790


p. 16S, y B o d e, von dem neun zwischen M a n und Júpiter entdeckten achten
Hauptplaneten des Sonnensystems, p. 45. A d o p ta n d o la co rrecció n de W u r m
se h a l la p a r a las distancias de los diferentes p la n eta s al Sol, los r e s u lt a ­
dos siguientes:
M e rc u rio........................... 387 p a r te s .
V é n u s ................................ 387 - f 293 = 680
L a T ie r r a .......................... 387 - f 2 x 293 = 973
M a r te .................................. 387 + 4 x 293 = 1559
Los p eq u e ñ o s p la n e ta s. 387 -f- 8 x 293 = 2731
J ú p i t e r ............................... 387 -f- 16 x 293 = 5075
S a t u r n o ............................. 387 + 32 X 293 • = 9763
U r a n o ................................. 387 + 64 x 293 = 19139
N e p tu n o ............................ 387 + 128 x 293 = 37891 -
Con el ñ n de que se p u e d a ap re cia r la e x a c t itu d de esos r esu ltad o s,
indico en la ta b la q u e sig u e las v e r d a d e r a s distancias m edias de los p la ­
netas, tales como se a d m ite n h o y , a ñ a d ie n d o d estas las cifras q u e K e ­
plero m ira b a com o v e r d a d e r a s h ac e dos siglos y m e d io, s e g ú n las o b­
se rv a cio n e s de Ticho. T o m o esos n ú m e ro s de la o b ra de N e w to n , de M undi
Systemate ( Opus. mathem. p hilo s. et p h ilo l., 1744, t. II, p. 11):

RESULTADOS
PLANETAS. VERDADERAS de

DISTANCIAS. KEPLERO.

M e rc u rio ................................. 0,38709 0,38806

Y é n u s ...................................... 0,72333 0,72400

1,00000 1,00000
M a rte ........................................ 1,52369 1,52350

J u n o ......................................... 2,66870 ............


J ú p i t e r ..................................... 5,20277 5,19650

S a t u r n o .................................... 9,53S85 9,51000

U r a n o ................................... 19,18239

N e p t u n o .................................. 30,03628

(22) P á g . 3 1 6 . — K eplero , q u e in d u d a b le m e n te e n tu s ia s m a d o por los.


- d i v i n o s d es cu b rim ie n to s^ de su c o n te m p o rá n e o , j u s t a m e n te célebre, G ui­
lle rm o Gilbert, m ir a b a el Sol com o un cuerpo m a g n é ti c o , y a firm a b a q u e
ese astro se m o v ia en el m is m o sentido q u e los p la n e ta s a u n an te s de q u e
las m a n c h a s h u b ie s e n sido d es cu b ie rtas, K ep le ro , de c la ra e n el Commen-
tarius de m otibus Slellce M artis (cap 23), y en su Asironom ice pars óptica
(cap. 6), «que el Sol es el m a s d enso de todos los cu erpos celestes p o r q u e
p one en m o v im ie n to á todos los q u e p erte n e c e n á su sistem a.»

(23) P á g . 3 1 6 .— N e w t o n , de M undi Systemate (O puscula, t. II, p. 17):


«Corpora V e n e ris et M ercu rii m a jo re Solis calore m a g is co n o n c ta et co a­
g ú la la su n t. Planetce ulte rio re s, defe ctu caloris, ca re n t substan tiis illlis
m e ta l lic is e t m in e ris pondero sis q u ib u s T e r r a r e f e r ta e st..D en sio ra corpo­
ra quse Soli propiora: e a r a tio n e c o n s tab it o ptim e p o n d e r a P la n e ta r u m
o m n iu m esse inter se u t vires.»

(21) P á g . 320.— Msedler, Astronom ía, § 193.


(2o) Pag-. 321.— H u m b o l d t , de D istributione Geographica Pla n ta rum ,
p. 104, y Cuadros de la N aturaleza, t. 1, p. 125-127 d e la trad u c . franc. pu-
b lie a d a p o r Gidc y B a u d r y , 1851.

(26) P á g . 3 2 2 .— «La estension e n te r a de esta v aria ció n seria de 12


g r a d o s p r ó x im a m e n te , pero la acción del Sol y de la L u n a la reduc e casi
á 3 g ra d o s (centesim ales).» (L a p la c e , Esposicion del Sistema del M undo,
p. 303). '

(27) P á g . 3 2 2 .— He hecho v e r en o tra parte , p o r la com p aración de n u ­


m erosos té rm in o s m edios de t e m p e r a t u r a a n u a l, q u e en E u ro p a , desde
el Cabo N orte h a s ta P a le rm o , la diferen c ia es casi de 0o,5 del te r m ó m e ­
tro c e n tíg r a d o , por cada g rad o de la titu d , m ie n tra s q u e en el sistem a de
te m p e r a t u r a q u e r ein a en las cosías de A m e r ic a en tre B o ston y Charles-
to w n , á c a d a g r a d o d e la titu d c o rre sp o n d e u n a diferencia de 0o, 9. V é a se ..
H u m b o ld t, A sia central, t. III, p. 229.

(2S) P á g . 323.— Cosmos, t. U, p. 3S1 ( n o ta 6).

(29) P á g . 323.— V é a s e L a p l a c e , Esposicion del Sistema del M undo ,


5 .a ed ic., p. 303, 345, 403, 406 y 40S, y en el Conocimiento de los tiempos
p a r a 1S11, p 386. V é a s e ta m b ié n B iot, Tratado elemental de Astronom ía
fís ic a , t. I, p. 61; t. I V , p. 90-99 y 614-623.

(30) P á g . 3 2 4 . — Garcilaso, Comentarios Reales, p a r te I, lib. II, cap. 2 2 ­


26; P re sco tt , H istory o f the Conquest o f P erú , t. 1, p. 126. L o s M e jic a­
n o s , e n tre los 20 sig n o s g ero g líñ eo s con q u e d e s ig n a b a n las parle s de
d i a , tc n ia n uno llam ado Ü llin -to n a th iu h , es decir, «el sig n o de los c u a ­
tro m o v im ie n to s del S ol,» p o r el cua l s e n tía n s in g u la r v e n e ra c ió n . E ste
s ig n o p residia al g r a n ciclo ó períod o de 52 a ñ o s (52 = 4 X 1 3 ) , y
r e p r e s e n ta b a la m a r c h a del Sol á tr a v é s de los solsticios y los e q u i n o c ­
cios, q u e se a c o s tu m b ra b a n á r e p r e s e n ta r en ca racteres g e r o g líñ e o s por
h u e lla s de pasos. E n el m a n u scrito az teca, p in ta d o c u i d a d o sa m e n te , qu e
se c o n s e r v a b a a n t ig u a m e n te en l a casa de rec re o d el C a rd e n al B o r g ia ,
en V e lle tr i, y del cual h e to m a d o cosas m u y im p o rta n te s , se e n c u e n tra
c o n aso m b ro un sig n o as tro lógico , f o r m a d o de u n a cru z cerca de la q u e
están colocados signos q u e rep re se n ta n la s p a r te s del dia, y q u e r e p r e ­
se n ta r ía n perfe c ta m e n te los tr á n sito s d e l Sol en el z e n it de Méjico (Te-
n o e h t itla n ) , en el ec u a d o r y en los solsticios, si los p u n to s ó discos r e ­
d o n d o s q u e se le h an a ñ a d id o con el fin de m a rc a r las v u e lta s p eriódicas
f u esen com pletos p a r a esos tres tr á n s ito s . (H u m b o ld t, Vista de las Cordi­
lleras, lam . x x x v i i , n .° 8 , p. 164, 189 y 237). E l r e y de T ezcuco, N ez a-
h u a lp illi, aficionado con p asión á l a o b se rv a ció n de los astros, y llam ado
hijo del a y u n o p o r q u e su padre se h a b i a so m e tido al a y u n o m u c h o an tes
del nacim ien to del h ijo q u e d e s e a b a con to d a el a l m a , h a b i a le v a n ta d o
un edificio q u e T o r q u e m a d a lla m a g a l a n te m e n te o b se rv a to rio , y c u y a s
r u in a s lle gó á v e r a u n (M onarquía In diana, lib. II c. 64). E n la Raccolta di
Mendoza v em o s r e p re se n ta d o u n sa ce rd o te q u e o b se rv a las estrellas: es ta
ocupacion está in d ic ad a p o r u n a líne a de p u n to s q u e v a de la estrella al
ojo del o b s e rv a d o r (Vistas de las Cordilleras, la m . l v i i i , n .° 8 , p. 289).

(31) P ág . 3 2 8 . — V é a s e J u a n Ilcrsc h ell, o n th e astronom ical causes w h ich


mag influm es geological Phoenomena, d an s les Tram actions o f the Geological
Society o fL o n d o n , 2 . a série, t. III, 1.a p a r t., p. 298, y Tratado de A stron o­
m ía, tr a d u c id o p or C o u rn o t, § 31o.

(32) P á g . 3 2 7 . — A r a g o , t. V , de las N oticias científicas (t. V III de


las Obras).

(33) P á g . 327.— «Se sig u e del te o re m a d e L a m b e r t q u e la c a n tid a d


de calor e n v i a d a p o r el Sol á la T i e r r a es la m ism a y e n d o del e q u i­
noccio de l a p r im a v e r a al equinoccio de o to ñ o , q u e v o lv ie n d o de este al
p rim e ro . L a m a y o r ca n tid a d de tiem po q u e el Sol em p le a en el p r im e r
tr a y e c to está c o m p e n s a d a e x a c ta m e n te p o r su a leja m ie n to ta m b ié n m a ­
y o r ; y las ca n tid a d e s de ca lor q u e e n v i a á la T i e r r a son la s m is m as, en
ta n to se e n c u e n tra en el u n o ó en el otro h e m is f e r io , b o re a l ó a u s tra l.»
(P o isso n sobre la estabilidad del Sistema planetario, en el Conocim iento de los
tiempos p a r a 1 8 3 G, p. 54).

(34) P á g . 3 2 7 .— V éase A ra g o , t. V . de las N oticia s científicas, (t. VIII


de las Obras). «La e s c e n tric id a d , dice P o isso n ( Conocimiento de los tiempos
p a r a 1S36, p. 38 y 52), h a b ie n d o sido sie m pre, y d e b ie n d o siem pre p e r­
m a n e c e r m u y p e q u e ñ a , parece q u e ta m b ié n deb e ría estar m u y lim ita d a la
in fluencia de las v a r ia c io n e s seculares d é l a c a n tid a d de ca lor solar r e c i ­
bid a p o r la T ie rr a sobre la t e m p e r a t u r a m e d ia. No p o d r ia adm itirse q u e la
es c e n tric id a d de la T ie r r a q u e es en la a c tu a lid a d p ró x im a m e n te */60
h a y a sido n u n c a ni lle g u e á ser ja m á s i / i , com o la de J u n o 6 P ala s.»

(3ü) P á g . 3 2 8 .— Outlines o f A str o n ., § 432.

(30) P á g . 33 0.— Q uilines, § U S .

(37) P á g 3 3 1 . — V éa se e n la Astronom ía de Msedler, p. 21S, la te n ta tiv a


h e c h a p or este a s tró n o m o p a r a d e te r m in a r con un a u m e n to de m il veces,
el d iá m etro de V e sta , q u e e v a l ú a en 40 m ir iá m e tro s p r ó x im a m e n te .
(3S) P á g \ 3 3 2 — H ab ia to m a d o por base de los cálculos q u e lie d ado
e n el p r im e r to m o del Cosmos (p. 85), el sem i-diám etro ec u a to ria l de
S a tu r n o .

(39) Pág-. H32.— V é a se Cosmos, t. III, p. 193.

(40) Pág-. 332.— H e espu esto en detalle e n el C uadro de l a N a tu ra lez a


colocado á la cabeza del Cosmos, (t. I, p. 129-131), to do lo q u e es re la tiv o
al m o v im ie n to de tr a s la c ió n d el Sol: v é a s e ta m b ié n , (t. III, p. 175.

(41) Pág-. 335.— Cosmos , t. III, p. 357.

( 42) P á g . 3 3 5 . — V é a n s e las o b se rv a cio n e s h e c h a s p o r el m a te m á tic o


sueco Big-ero Y a ss e n io , en Gothembourg-, d u r a n te el eclipse to ta l del
2 de M a y o de 1 733, y el com en ta rio q u e h a d a d o de él A ra g o N oticias cien­
tíficas, t. I V (t. V il de las Obras), p. 2 6 6 á 2 8 0 . E l doctor Gall, q u e o b ­
s e r v a b a en F ra u e n b o u r g el 28 de ju lio de 1 8 5 1 , vió «que p e q u e ñ a s n ubes
f lo tantes lib re m e n te , estaban u n id a s por tr e s d e lg ad o s f ila m e n to s .”
¡
(43) P á g . 33 5,— V é a se en el m ism o to m o , p. 24 í , las n o ta s h e c h a s
en T o lo n el 8 de ju lio de 1842, p or un o b s e rv a d o r p rác tico , el c a p ita n de
n a v io B e ra r d . «Vió u n a faja r o ja m u y d e l g a d a , d e n t a d a ir r e g u la r ­
m e n te.”

(44) P á g . 3 3 5 .— Este co n to rn o de la L u n a , visto d is tin ta m e n te d u r a n te


el eclipse so la r de 8 de ju li o d e 1642, p o r cu a tro ob se rv a d o re s, no h a ­
b ia sido d escrito to d a v ía en las ocasiones a n á lo g a s q u e se h a n p r e s e n ta ­
d o . La posib ilid a d de v e r los b ordes de l a L u n a esteriores al disco solar
p a r e c e d e p e n d e r de la lu z q u e p r o v ie n e d e la te rc era e n v u e lta del Sol
y de l a c o r o n a q u e le ro d ea . «La L u n a se p r o y e c ta en parte sobre la a t ­
m ó sfera del Sol. E n la p a r te del an te o jo d o n d e se fo rm a la im á g en de la
L u n a , no h a y m as q u e la luz q u e p r o v ie n e de la a tm ó sfera terrestre. L a
L u n a no pro d u ce n a d a s e n s ib le , y , s e m e ja n te á u n a p a n ta lla , d e tie n e
to d o lo q u e p r o v ie n e de m a s lejos y le c o rre sp o n d e . F u e r a de esta im á ­
g e n , y pre c isa m e n te á p a r ti r de su es tre m o , el cam po está ilum inado á la
v ez p o r la luz de la atm ó sfera te rre s tre y por la lu z de la atmósfera solar.
S u p o n g a m o s q u e esas dos luces re u n id a s f o rm a n un tota l m a y o r en y 60
q u e la luz atm osférica te rrestre , y desde ese m o m e n to , el borde de la L u n a
será v isib le. Ese g é n e ro de v isió n p u e d e t o m a r el n o m b re de visión nega­
tiva, y es con efecto por u n a - m e n o r in te n s id a d de la p o r c io n del cam po
del a n te o jo d o n d e existe la im á g e n de la L u n a , p o r lo q u e se p e rc ib e el
contorno de esta i m á g e n . Si la im á g e n fuese mas intensa q ue el resto del
■campo, la v isió n seria p o sitiv a.» ( A r a g o , N oticia s científicas, t. I Y ( t . VII
d élas Obras, p. 221. V éa se ta m b ié n el Cosmos, t. III, p . 152.

(45) P á g . 33 6.— Cosmos, t. III, p. 350-354.

(46) P á g . 3 3 6 ,— L epsio, Chronologie der JE gypter , 1 .a p a r le , p. 92-96.

(47) P á g . 336.— Cosmos, t. III, p. 541 ( n o ta 1).

(48) P á g . 3 3 6 .— Cosmos, t. II, p 219

(49) P á g . 3 3 6 .— V éase L a l a n d e , en las Memorias de la A cad. de Cien­


cias p a r a 1766, p. 498. D e l a m b r e , H istoria de la Astronom ia antigua ,
t. II, p. 320.

(50) P a g . 336.— Cosmos, t. III, p. 541 ( n o ta 1).

(51) P á g 3 3 6 ..— C ua n d o el paso d e M e r e u r io p or el S ol, el 4 de m a y o


de 1832, Msedler y B eer ( Beitrcege z u r physischen Kenntniss der himmlischen
Kcerper, 1841, p. 145) h a n e n c o n tr a d o el d iá m e tro de este p la n e ta ig u a l
á 432 m iriá m etros; pero en la edición de su A stro n o m ía p u b lic a d a en 1849,
Msedler h a p referido el re s u lta d o d a d o p o r Bessel.

(52) P á g . 3 3 7 .— L aplace, Esposicion del Sisiem adel M undo, 1 8 2 í , p. 209.


E l ilu stre a u t o r c o n v ie n e en q u e p a r a d e te r m in a r la m a s a de M ercurio,
se h a f u n d ad o e n «la hipótesis p r e c a r ia en estrem o de q u e .la s d en s id ad e s
ele M ercurio y de l a T ie rr a son recíprocas á s u d ista n c ia m edia del Sol.»
N o h e creído d e b e r h a b l a r ni de las ca d en a s de m o n ta ñ a s de 58,000 pies
d e a l t u r a q u e Schroeter p r e te n d e h a b e r m e dido so b re la superficie de
de M e rc urio , y q u e h a n sido y a p u e s ta s en d u d a por K a is se r ( Sternenhim *
m el, 1S50, § 57), ni de u n a a tm ó sfera se ñ a la d a p o r L c m o n n ie r y Messier,
v i s t a a lre d e d o r de este p la n e ta c u a n d o su paso p o r el Sol (D e la m b re , H is­
toria de la A stronom iaen el siglo X V I I I p. 222), ni de g r u p o s de n u b e s q u e
h a b r í a n a tra v e s a d o su disco ú oscurecim ientos q u e h u b ie r a n sufrido su
superficie. P o r mi p a r te y o no h e n o ta d o n a d a q u e d esc u b rie ra u n a a t ­
m ósfera, c u a n d o el paso q u e o b s e rv é en el P e r ú , el 8 de n o v ie m b re
de 1802, a u n q u e d u r a n te la o b se rv a ció n fijara m u c h o la aten c ió n en la
c larid ad de los c o ntornos.

(53) P á g . 338. —«La reg ió n de la órb ita de V e n u s en q u e este p la n e ta


p u e d e a p a r e c e m o s con m a y o r brillo h a s ta el p u n to m ism o de ser visible sin
telescopio en pleno dia, está colocada é n t r e l a conju n ció n inferior y la m a ­
y o r p r o lo n g a e io n , á poca d ista n c ia de este ú ltim o p u n to , y á 40° del Sol
ó d é l a c o n ju n ció n inferior. P o r térm ino m e d io , V e n u s g o z a de su m a y o r
b rilla n te z á los 40° al E . ó al 0 . del S o l , cu a n d o su d iá m e tro ap a re n te ,
qu e en conju n ció n inferior p u e d e lle g ar á 6G;' , no tie n e mas q u e 40, y
la estension de su parte ilu m in a d a es a p e n a s de 10;l. L a p r o x im id a d de la
T ie r r a p resta en tonces á su estrecho cre cie nte u n a luz ta n in te n sa q u e da
v id a d som bras en au s e n c ia del S ol.» ( L itr o w Theorische A stronom ie, 1S34,
2 .a p arte , p. 08). Copérnico ¿previo con efecto y an u n c ió ta m b ié n com o
necesario el futuro d es cu b rim ie n to de las fases de V e n u s, como se afirm a
en el libro de S m ith ( O ptic . sec. 1050), y en otros m u c h o s escritos? Las
p r o f u n d a s in v e stig a c io n e s del profesor De M o rg a n , sobre la o b ra de R e-
volutionibus y sobre la m a n e r a com o h a lle g a d o á noso tro s, h a n h e c h o la
p r e g u n ta esc e siv a m e n te d u d o sa . V é a s e la c a r ta de A dam s al R . P . M ain, x
fech a del 7 de se tie m bre de 1846, e n l a s Reports o f theR oyal Astron Societ\0
t. V i l , n ú m e ro 9, p. 142 y el Cosm os , t. 11. 314.

(54) P á g . 339.— D elam bre, H istoria de la A stronom ía en el siglo X V F I Í,


p. 256-253. El r e su lta d o de B ia n c h in i h a sido d e fe ndid o p o r H u s s e y y
F la u g e r g u e s .

(55) P á g . 339.— V éa se sobre la n o ta b le o b se rv a c ió n h e c h a en L ilien-


th a l , el 12 de ag o sto , 1790, A r a g o , Astronom ía popular ,’ t . I l , p. 528. «Lo
qu e fa v o r e c e ta m b ié n la p r o b a b ilid a d de la ex iste n cia de u n a atm ó sfera
q u e e n v u e l v a á V e n u s , dice a d e m á s A r a g o , es el resu ltad o óptico o b te n i­
do con el em pleo de u n an te o jo prism á tic o . L a in te n s id a d de la luz del
in te r io r del creciente es se n sib le m en te m a s p e q u e ñ a q u e la de los p u n to s
situ ados en la p a rte c irc u la r d e l disco del p la n eta .» ( Manuscritos d e l 8 4 7 ) .

(56) P á g . 34 q.— B e e r y Msedler, Beitrcegt z u r physischen Kenntniss der


hinm lischen Koerper, p. 148. E l p r e te n d id o sa télite de V e n u s , q u e F o n ­
ta n a, D o m ingo Cassini y S h o r t p r e te n d ie r o n h a b e r descu bierto, p o r el
cu a l calculó L a m b e rt sus ta b las y q u e se-dice h a b e r sido visto en Crec-
feld en m e d io del disco sola r, tres h o r a s por lo m e n o s antes de la in ­
m e rsió n de V e n u s ( B erliner Jahrbuch, 1778, p. 186), es u n a de esas fábulas
as tro n ó m ica s nacidas en u n a época en q u e la crítica h a b i a hec h o pocos
p ro g re so s.

(57) P ág . 3 4 0 .— Philosophical Transact. 1795, t. L X X X V Í, p. 214.

(58) P á g . 342.— Cosmos, t. III, p. 83.

(59) P á g . 3 4 2 . « La luz de la L u n a es a m a r i l l a , m ie n tra s q u e l a de


V é n u s es b la n c a . D ura nte el d ia la L u n a p a r e c e b la n c a , p o r q u e á la luz
del disco lu n a r se mezcla la luz azul de la p a r te de la atm ósfera q u e a t r a ­
v ie s a la luz am arilla de la L u n a . » ( A r a g o , Manuscritos de S8Í7). Los co-
lo r e s m a s r e fra n g ib le s del espectro solar, c o m pre nd idos en tre el azul y el
v io le ta , pu ed e n fo rm a r blanco, c u a n d o se co m b in a n con los colpres m enos
refra n g ib le s c o m p re n d id o s entre el rojo y el v e r d e .

(60) P ág. 342.— F o r b e s , on the Refraction and P olarisation o f l l e a t , en


las Transactions o f the Royal Societij o f Edinburgh, t. X ll), 1S36, p. 131.

(61) P á g . 343.— Carta de Melloni á A r a g o , sobre la potencia calorí­


fica de la lu z de la Luna en las M em orias, t. X XII, I S i 6, p. 541-544.
V é a s e ta m b ié n p a r a los d a to s h is tó ric o s , le Jahresberícht der phisikalischen
G esellschafLzu B erlín , t. II, p. 272. S ie m p re m e h a p are c id o d igno de ob­
s e rv a c ió n q u e en los tiem pos mas a t ra sa d o s , en q u e no se rec onoeia el c a ­
lo r sin o ’p o r la im p re sió n q u e p ro d u c ía en los se n tidos, h a y a la L u n a d a d o
lu g a r antes q u e n a d a á l a idea de q u e p odia n e n c o n trarse s e p a r a d a m e n te la
lu z y el calor. E n sánscrito, la L u n a , h o n r a d a e n tre los Indios eomo r e i ­
n a de la s'e strellas, se llam a el astro fr ió (’sitaía, h im a ) ó ta m b ié n el astro
de donde irradia el frió ( h i m á n ’su), m ie n tra s q u e el Sol, rep rese n tad o p o r r a ­
y o s de luz q u e caen de sus m a n o s, es lla m a d o el creador del calor ( n id á g h a -
k a r a ). Las m a n c h a s de la L u n a en las cuales creen v e r los p ueblos occ id e n ­
tales uri ro stro, re p re s e n ta n , se g ú n las ideas in d ia s, u n corzo ó u n a liebre^
de d o n d e recibe el Sol los n o m b re s de p o r ta d o r de corzo ( m r i g a d h a r a )
ó p o r t a d o r de lie b re (s a ’sa b h rit). V éa se S c h ü tz , five Cantos o f the B h a tti-
Kávya, 1837, p. 19-23.— Q uejá b anse los G riegos de q u e «la luz sola r, r e ­
flejad a por la L u n a , p e r d ía todo su calor, y q u e no lle g a b a de ella á n o s ­
otros m a s q u e u n débil resto l u m i n o s o .» (P lu ta r c o , de Facie quce in orbe
Lunce apparet; ed. W y t t e n b a c h , t. LV, O x o n ., 1797, p. 793). Léese en M a­
crob io ( Com m eñt. in Som nium S cip io n is, lib . 1, p. 19, B ip o n ti, 1788, t. I,
p . 93 y 9 4 ) : « L u n a speculi in s t a r lu c em q u á ill u s t r a t u r .. . r u rs u s em ittit,
n u llu m ta m e n a d nos p e r f e r e n te m se n su m c a l o r i s : q u ia lucis ra d iu s, eu m
a d nos de o rig in e suá, id est de Solé, p e r v e n it, n a t u r a m se c u m ig n is de
q u o n a s c itu r d e v e h i t ; cum v e ro in Lunse corpus i n f u n d itu r et in d e res_
p le n d e t, solam re f u n d it c larita tem , n o n calorem . » M a cro b io , Saturnal,
lib. V II, cap, 16 , B ip o n ti, t. II. p. 277.

(62) P á g . 3 4 3 . — Msedler, A stronom ía, § 112. •

(63) P á g . 344.— V éa se L a m b e rt, sobre la lu z cenicienta de' la Luna, en


las Memorias de la Academ ia de B erlín , a ñ o 1772, p. 46 : « L a T ie rra , v is ta
desde los p la n e ta s p o d r á ap a rece r de u n a luz v e r d o s a , como M a rte nos
pare ce de u n color rojizo. » No po dem o s, sin e m b a r g o , a d h e r ir n o s á la
h ipóte sis p r o p u e s ta p or ese in g e n io so sábio, de q u e el p la n e ta M arte está
cubierto-de u n a v e g e ta c ió n ro ja, sem ejan te á los c h a p a r r o s de B o u g a i n -
TOJIO ni. ZG
villsea ( H u m b o ld t, Cuadros de la N aturaleza, t. II, p. 323 d é l a tradu cció n
f r a n c e s a , .publicada por Gide y B a u d r y , 1851). «C uando en la E u ­
ro p a c e n tral está colocada por la m a ñ a n a la L u n a a n te s de su r e n o v a ció n
e n el O riente, recibe la luz te rrestre p rin cip alm e n te de las g r a n d e s m e se­
ta s del A sia y del A frica. Cuando p o r el co n tra rio , la n u e v a L u n a está c o ­
lo c ad a p o r la tarde al Oeste , no pu ed e rec ib ir sino un reflejo m enos
in te n so de la luz te rrestre q ue le e n v ia el c o n tin e n te a m e ric a n o , m e nos
e stendido q u e el otro, y sobre todo el O céano.» (Beer y Msedler, der Mond
nach seinenkosmischcn Verhosltnissen, § 106, p. 162.)

(61) P á g . 344.— Sesión de la Academ ia de Ciencias, el 5 de ag-osto 1833:


uA ra g o s e ñ a la l a c o m p arac ió n de la in te n s id a d lu m in o s a de la p o rc io n

•de L u n a q u e los r a y o s solares ilu m in a n d ir e c ta m e n te con la de la p arte
d e l m ism o a s tro , q u e recib e ú n ic a m e n te los r a y o s reflejados p o r la T ie r ­
r a . C r e e , seg-un las esperiencias q u e lia in te n ta d o con este m o tiv o , q u e
c o n in stru m e n to s p e r f e c c io n a d o s , se p o d r á n conocer en la lu z cenicienta
las diferencias de brillo mas ó m e n o s n eb u lo sas de l a atm ó sfera de
n u e s tr o g lob o. No es, pues, im posible, á p es ar de todo lo q u e sem ejan te
r e su lta d o s o r p re n d e r ía al p r im e r g olpe de v is ta , que u n dia los m e te o r o ­
lo g is ta s v a y a n á rec o g er del aspecto de la L u n a nocio nes preciosas acerca
d e l estado medio de dia fa n eid a d de la a tm ó sfe ra terrestre, en los h e m isfe ­
r io s q u e c o n c u rre n su c e s iv a m e n te á l a r e p ro d u cc ió n de la luz cenicienta.»

(65) P á g . 344. — V e n t u r i , Ensayo sobre las obras de Leonardo de V in ci,


1 7 9 7 , p . 11.

(66) P á g . 344.— K eplero, Paralipomena vel Astronom ía;pars óptica, 1C0Í,


p. 297.

(67) P á g . 345. — u Concíbese q u e la v iv a c id a d de la luz roja 110 d e p e n ­


d e ú n ic a m e n te d el estado de la atm ósfera, que refracta m a s ó m enos deb i­
litad o s los ra y o s solares, inflex ándo los en el cono de s o m b r a , sino que
e s tá m odificada sobre todo por la tr a sp a re n c ia v aria b le de la p a rte de la
atm ó sfe ra á tr a v é s de la cual d istin guim os la L u n a eclipsada. Bajo los tr ó ­
picos, un cielo sereno, u n a d ise m in a c ió n u n iform e de los vap o re s, d ism i­
n u y e n la estincion de la luz q u e el disco s o l a r n o s envia.» (H u m b o ld t,
V ia je á las Regiones equinocciales, t. III, p. 544, y Colee. deObserv. astronóm i­
cas, t. Ií, p. 145.) Léese en la Astronom ía p op u la r, t. III, p. 494, esta n o ta
de A ra g o : «Los ra y o s solares lle g an á nuestro satélite p or efecto de una
r e f ra c c ió n , y á consecuencia de u n a absorcion en las capas mas bajas de
l a a tm ó sfera terrestre ¿ p o d ría n te n er otro color que el r o jo ? »

>(68) P á g . 345.— B a b in c t, en u n a Noticia sobre las diferentes p r o p o r-


>ciones de las la ce s, b la n c a , azul ó ro ja, qu e se p ro d u c e n c u a n d o la i n ­
flexión de los r a y o s p rese n ta esla coloracion roja, com o consecu encia de
la difracción; v é a se el Repertorio de Optica moderna de M oigno, 1850, t. IV*
p. 1 6 56: « L a luz d ifra ctada , dice B a b in e l, q u e p e n e tr a en la so m b ra de
l a T ie rra , p r e d o m i n a siem pre y aun ha sido solo la se n s ib le .E s ta n to mas
r o ja 6 n a r a n j a d a c u a nto m as cerca se halla del centro de la s o m b r a g e o ­
m é tr ic a , p o r q u e los r a y o s m enos refra n g ib le s son los q u e se p r o p a g a n con
m a s a b u n d a n c ia p o r difracción, a m e d id a q u e nos a leja m o s de la p r o p a g a ­
ción en lín e a recta. » S eg ú n las inge n io sa s in v e stig a c io n e s á q u e se e n ­
tr e g ó M a g n u s, cua ndo d ise n tía n A i r y y F a r a d a y , los fenóm enos de la
difracción tienen ta m b ié n l u g a r en el vacío. V é a n s e sobre las e s p i r a c i o ­
n es la d ifra c c ió n , A r a g o , N oticias científicas, t. IV (t. VII de las Obras),
p . 574 y 275.

(69) P á g . 315. —Léese en P lu ta rc o (de Facie in orbe Lunas; ed. W y t t e n -


b a c h , t. IV , p. 780-783), q u e « el cam bio de color de la L u n a , q u e como
af ir m a n los m a te m á tic o s, pasa del n eg ro al rojo y á u n a tin ta a z u la d a ,
se gún la h o r a en q u e se p ro d u c e el eclipse, p r u e b a suficientem ente q u e el
aspecto inflam ado (a>0^ttx¿5«?) q u e pre se n ta , c u a n d o está ec lip sada h a c ia
m e d ia n o c h e , no p u ed e ser consid erad a como u n a p r o p ie d a d in h e re n te a l
suelo del p l a n e t a . » Dion Casio, q u e se ocupó m u c h o de los eclipses de
L u n a y de los n ota b les e d i c t o s , en que el e m p e r a d o r Claudio a n u n ­
ciaba a n tic ip a d a m e n te las dim ensio nes de la p a rte e c lip s a d a ', lla m a
la atenc ión sobre el color de la L u n a , ta n diferen te de sí mismo d u r a n te
la c o n ju n ció n . « E l eclipse q u e tu v o lu g a r en esa n o c h e , dice (lib. L X V ,
cap. 11, cf., lib. L X , cap. 26), causó un g r a n trasto rn o en el ca m po de
. V itelio; pero lo q u e a la rm ó so b re todo ios án im o s, á mas de la o s c u rid a d
q u e pu d o y a m u y bien p are cer de triste ag ü e ro , fué el color rojo , n e g ro
y todas las tin ta s lú g u b re s, p o r las cuales pasó su c e siv a m e n te la L u n a.»

(70) P á g . 345.— Schroeter, Selenotopographische Fragm ente, 1.a parle


1791, p. 668 ; 2 .a parte , 1S02, p. 51.

(71) P á g . 346.— B essel, über eine angenommene AtmospJicere des Mondes,


en las Astronom ische Nachrichten de S c h u m a c h e r, n .° 263, p. 416, 420.
V é a se ta m b ié n B eer y Msedler, der Mond? e t . , § 83 y 107, p. 133, y 153,
y A ra g o , Astronom ía p op ular, t. III, p. 434-442. F re c u e n te m e n te háse p r e ­
se n ta d o como p ru e b a de la existencia de u n a atm ó sfera la m a y o r ó m e n o r
cla rid a d , con la cual se d istin g u e n a lg u n o s ac cidentes de la superficie de
la L u n a , y las « n ie b la s que parecen a t r a v e s a r sus valles. » E ste es de t o ­
dos los fu n d a m e n to s el m e n o s sostenible, en ra z ó n á las varia cio n e s c o n ­
tinuas q u e modifican la tra n sp a re n c ia de las capas superiores de n u e s tr a
p r o p ia atm ó sfera. H e r s c h e ll, p a d r e , se h a b ia p ro n u n c ia d o p o r la n e g a ti­
v a , s e g ú n con sid erac io n e s sacadas de la fo rm a q u e p r e s e n ta b a u n a de las-
p u n ta s del creciente l u n a r , en el eclipse de Sol del 5 de se tie m bre de 1893
( P h ilo so p h . T ransad, t. L x x x i v , p . 167).

(72) Pág-. 346. —Msedler, en el Jahrbuch de S c h u m a c h e r, p a r a 1S40?


p . 188.

(73) Pág-. 346.— J u a n H erschell ( O utlines . p. 247) lla m a la atención de


los a s tró n o m o s so bre l a in m e r s ió n de las estrellas dobles, en el caso e u
q u e l a p r o x im id a d de los astros ap a re a d o s q u e f o rm a n cada sistem a,
no p erm ita separarlo's al telescopio.

(74j Pág-. 346.— P la te a u , sobre la Irradiación, en las Memorias de la A ca ­


demia real de Ciencias y Bellas Letras de Bruselas, t. XI, p. 142, y Ergan-zun-
gsband z u P o g g en d o rffs Annalen, 1S42, p. 79-125, 193-232 y 403-443. La
ca u sa p robable de la irra d ia ció n es u n a escitacion p ro d u c id a por la luz so­
bre la r e tin a , q u e se estiend e u n poco m as allá de los co ntorno s de la
imág-en.

(75) Pág-. 346.— V é a s e la opinion de Arag-o, en las Memorias, t. VIII,


1839, p. 713 y 8S3 : « L o s fen ó m e n o s de ir ra d ia c ió n señalado s por P l a ­
te a u , son considerados p or A r a g o como efectos d é l a s a be rra cio ne s d e r e ­
fra n g ib ilid a d y d e'e sfe ro icid a d del ojo, co m binados con la distinción de
la v isió n , consecuencia de las c irc u n sta n cia s en q u e se e n c u e n t ra n s it u a ­
dos los o bserv adores. M edidas exa ctas to m a d as sobre discos n e g r o s con
fondo blanco, y discos b la n c o s en fondo n e g r o , q u e estaban colocados en
el P a la c io L u x e m b u rg o , visibles en el O bservatorio, no h a n indicado los
efectos de la ir ra d ia c ió n . » »

(76) P á g . 3 1 7 .— P lu ta rc o , de Facie in orbe Luna;; ed. W y t t e n b a c h , t. I V ,


p. 7S6-739. La so m b ra del m o n te A tho s, q u e h a visto ta m b ié n el viajero
B elo n ( Observaciones de singularidades encontradas en G recia , A sia , etc., 1554.
lib. I, cap. 25), lle g a b a h a s ta la v ac a de bro n ce le v a n ta d a en l a p laza dé­
la ciu dad de M irina, en la isla de Lemnos.

(77) P á g . 3 4 7 .— P a ra testim onios de la v isib ilid a d de esas c u a tro r e ­


g io n e s, véase B eer y Msedler, der Mond nach seinen Kosmischen Verhosltnü-
sen , p. 1 9 1 , 241 , 290 y 338. E s casi inútil r e c o rd a r q u e he sacado todo
lo q u e tiene relación con la to p o g ra fía lu n a r, de la es celente o b ra de m is
dos am ig o s , uno de los cuales , B eer , h a sido a rr e b a ta d o d e s g r a c ia d a ­
m e n te á la ciencia por u n a m u e rte p r e m a tu r a . Con el fin de o rie n ta rse
m a s f á c ilm e n te , es buen o c o n s u lta r el bello m a p a sinóptico q u e dio
Maedler en 1 8 3 7 , tres año s an tes del g r a n m a p a lu n a r q u e publicó e a
eunlro hojas se p arad a s.
(78) P á g . 347.— P lu ta rc o , de Vacie in orbeLunce, p. 726-729. W y t t e n b .
'Este p a s a je no deja de te n er a l g ú n inte rés p a r a la g e o g r a fía a n t ig u a .
V é a se H u m b o ld t. Exám en crítico de la historia de la Geografía, 1.1, p. 145.
E n cuanto á las o tras opiniones pro p u esta s p o r los a n tig u o s , pu ed e verse
la de A n a x á g o r a s y de D e m ó c r ito , en P lu ta r c o , de P lacitis P h ilosop h,
lib. II, cap. 2 5 , y la de P a r m e n i d e s , en S t o b é e , p. 1 4 9 , 4 5 3 , 516 y
•563, ed. H ee re n . S c h n e id e r, Eclogwphysicce, t. 1, p. 433-443. S e g ú n u n p a ­
saje m u y n o ta b le de P lu ta r c o , en l a V id a de Nicias (cap. 23), A n a x á g o -
•ras m ism o , q u e lla m a á la L u n a o tra T ie rr a , h a b i a h e c h o u n dibujo d e l
disco lu n a r. V é a se tam bién O rígenes, Philosophum ena; cap. 8, ed. M iller,
1851, p. 14. G ran asom bro m e causó un dia q u e e n s e ñ a b a las m a n c h a s de
la L u n a en u n g r a n telescopio á u n P ersa o riu n d o de Ispah a m , q u e a u n ­
que m u y in te lig e n te , no h a b ia leido ja m á s , c ie r ta m e n te , u n libro g r ie g o ,
o irle e n u n c ia r la o p in io n de A g e s ia n a x , com o m u y c s te n d id a en su país.
«Lo q u e v em o s allá en la L u n a , d e c ia , som os n o so tros m is m o s , es el
- m apa de la T ierra.?’ U no de los in te rlo c u to re s d el T r a ta d o de P lu ta r c o ,
sobre la faz de la L una , no se h u b i e r a espresado de ig u a l m a n e r a . Si fu era
posible su p o n e r h o m b re s h a b ita n d o n u estro satélite, sin aire y sin a g u a ,
la T ie rra , g ir a n d o sob re sí m is m a con sus m a n c h a s , en un cielo casi n e ­
g r o a u n en pleno d ia , les p re se n ta ría u n a superficie catorce veces m a y o r
q u e lo es p a r a no sotros la L u n a lle na , y les p r o d u c ir ía el efecto de un
m a p a m u n d i, fijado siem pre en u n mismo p u n to del firm am e n to; pero sin
d u d a los o s c u r e c im ie n t o s , p r o d u cid o s sin cesar p o r las v a r ia c io n e s de
n u e s t r a a tm ó sfe ra , b o r ra ría n los c o n to rn o s de los c o n tin en tes, y algo d i­
ficultarían los estudio s geográficos. V é a se Msedler, A stronom ía, p. 169, y
.1. H ersch e ll, Outlines o f A str o n ., § 436.

(79) P á g . 349.— B eer y Msedler, der M ond., p. 273.

(80) P á g . 350.— S c ln im a c h e r’s Jahrbuch fiir, 1841, p. 270.

(81) P á g . 350.— Msedler, A stro n o m ía , p. 166.

(82) P á g . 331.— El v é rtic e m a s alto del H im alay.a y h a s t a a h o r a de


toda la T i e r r a , el K in c h in jin g a t i e n e , se g ú n las ú ltim a s m e d id a s de
AVaugh, 8,5S7 m e tros, ó 4,406 toesas. El v értice m a s alto de las m o n ta ­
ñ a s de la L u n a tie ne, se g ú n Msedler, 3,800 to e sas; a h o r a bien, como el
■diámetro de la L u n a es de 337 m iriá m etro s y el d e la T ie rr a de 1,274,
r e s u lta de a q u í q ue la a l tu r a de las m o n ta ñ a s lu n a re s está con el d i á m e ­
tro de la L u n a en la rela ció n de 1 á 454; la de las m o n ta ñ a s de la T ie r ­
r a es al diá m etro te rr e s tre , com o 1 es á 1,481.

(83) P á g . 352 .— Consúltese, con respecto á la s seis a ltu r a s q u e esce-


den de 3,000 toesas, B e er y Msedler, der M ond., p. 99, 125, 2 3 4 , 212,.
330 y 331. '

(84) P á g . 353.— R o b e rto H o o k e , M icrographia, 1667, obs. L X , p . 242­


246. « T hese seem to m e to h a v e b ee n the effects o f s o m e m o tio n s w ith im
t h e b o d y of the M o o n , a n a lo g o u s to our E a r t h q u a k e s , b y th e e r u p tio n
o í w h i c h , as is h a s th r o w n up a brim or r id g e r o u n d a b o u t, h i g h e r Ihan
th e a m b ie n t surface of th e M oon, so h a s it left a ho le or depression in
th e m iddle, p ro p o rtio n a b ly lo w e r .» H o o k e se espresa asi con ocasion de
sus experiencias sobre el h e r v id e r o p r o d u c id o por el ab astro : « P re se n tly
ce a s in g to b o ly , th e w h o le surface w ill a p p e a r all o v e r c o v e red w i t h
sm a .l pits, ex a ctly shaped lik e these of th e M o o n .— T h e e a r t h y p a r t of
the M oon lias been u n d e r m i n e d or h e a v e d up b y eru p tio n s of v a p o u r s ,
. a n d t h r o w n into th e same k i n d of figured holes as* th e p o w d e r of a l a -
b as ter. It is n o t im p r o b a b le also, th a t th e re m a y be g e n e r a te d , w i t h i n
th e b o d y of the M oon, div e rs su c h k in d of in te r n a l ñres a n d h e a t s , as
m a y p roduce e x h a la tio n s.«

(85) P á g . 353. — Cosmos, t. II, p. 469 ( n o ta 43).

(86) P á g . 353.— 'Beer y Msedler, der M ond, p. 1 2 6 . 'Tolomeo tiene 24


m illas de d iá m e tro , A ifonso é H iparco tienen 19.

(87) P á g . 3 5 4 .—P r e s é n ta n s e com o escepcioncs A rz a c h e l y H ércu les,


de los cuales el p rim e ro tiene u n crá ter en el v é r tic e , y el segund o
u n crá ter lateral. Esos p u n t o s , in te r e sa n te s p ara la g e o g n o s ia , m erecen
ser estudia d os de nu ev o con in stru m e n to s m as perfectos (Schroeter, Se-
hnolopographische Fragm ente, 2 . a p a r t e , la m . 44 y 68, fig. 23). N ada
a n á lo g o se h a observ ado h a s t a a q u í á la s co rrien tes de la v a s que se
a m o n to n a n en nuestro s valles. Los r a y o s q u e p a r te n del A ristóteles,
sig u ie n d o tres direcciones d istin tas, son ca d en a s de colinas (Beer y Msed-
le r, der Mond, p. 236).

(88) P á g . 354.— B eer y Msedler, der Morid, p. 151; A r a g o , Astronom ía


p op u la r, t. 111, p. 493; véase ta m b ié n M a n u el K a n t, Schriften der physis-
chen Geographie, 1839, p. 593-402. S e g ú n in v e stig a c io n e s recientes y m as
p r o fu n d a s, la hipótesis de los cambios te m porale s prod u cid o s en el re lie ­
v e de la L u n a , tales com o la form acion de n u e v o s picos centrales ó crá­
teres en el M are crisium , en H evelio y en Cleomedes, es el efecto de u n a
ilusió n sem ejante a a q u e lta por la cual se h a n creido v er erupciones vol­
cánicas en la L un a. V éa se Schroeter, Selenotopograph. Fragmente, 1.a p a r ­
te, p. 412-523; y 2 . a p arte, 268-272. Es difícil, p or lo g e n e ra l, r e so lv e r
la cuestión de cuáles son los m e n o re s objetos c u y a a l t u r a ú estensioiv
p uede ser m e d id a en el estado a c tu a l de los instru m e n to s. S e g ú n el
ju ic io del Dr. R o b in so n acerca del m agnífico reflector de R o s s e , se
p u e d e , m e rc e d al te lescop io, d istin g u ir con m u c h a claridad u n espacio
de 220 pies. Msedler h a m e dido en sus o b se rv a cio n e s so m b r a s de 3 se­
g und os- lo q u e se g ú n ciertas hipó tesis sobre la posicion de la m o n ta ñ a y
la a l tu r a del Sol, c o r re sp o n d e ría á u n a ele v a c ió n de 120 pies ú n ic a m e n ­
te . P e ro al m ism o tiem po hace o bse rva r Míedler q u e la s o m b r a debe te ­
n e r u n a cierta estension para ser visible y m e n su ra b le . La so m b ra p r o y e c -
I ta d a p o r la g r a n p ir á m id e de Cheops, te n d ría e s c a s a m e n te , en r a z ó n á l a s
1 dim ensiones conocidas d el m o m e n to , un n o v e n o de se g u n d o de estension
a u n en la p arte mas an c h a ; seria, p u es, in visib le p a r a n o s o tr o s . Véase-
I Msedler, en el Jahrbuch, de S c h u m a c h e r, para 1841, p. 264. A r a g o r e ­
I c u e rd a q u e p or km edio de u n a u m e n to de 6,000 v e c e s , que. v e r d a d e r a -
¡ m e n te no p o d r ia aplicarse á la L u n a co n u n resu ltad o p ro p o rc io n a l á su
I__ p o te n c ia , las m o n ta ñ a s lu n a re s c a u s a r ía n un efecto ig u a l al del M o n t-
^__B la n c , o b se rv a d o á simple v ista desde el lago de G inebra.

(89) P á g . 355.— Los surcos ó zan jas son en r e d u c id o n ú m e ro , y no es­


ceden j a m á s de u n a l o n g it u d de 22, m iriá m e tro s. E so s surcos están á v e ­
ces b ifurc ados: es este el caso de G assendi. Otras vec es ta m b ié n , a u n q u e
n o con ta n t a f re cu e n cia , tien en el aspecto de v e n a s com o T rie sn e c k e r»
S iem pre son lu m i n o s o s , no q u ita n n a d a de te rre n o á la s m o n ta ñ a s y no
corren sino á tra v é s de las lla n u ra s; sus e s tre m id a d e s no p r e s e n ta n n a d a
de p articu la r, y no tie n en ni m a s ni m en os estension q u e la p a rte i n t e r ­
m e d ia (Beer y Msedler, der M ond, p. 135, 225 y 2 Í 9 . •

(90) P á g . 355.— V é a se mi Ensayo sobre la vida nocturna de los aním ales


en los bosques del N uevo Mundo (Cuadros de la N a tu raleza, L I, p. 319 de la
traducción fra n c. p u b lic ad a por Gide y B a u d r y ) . L a s es p eculaciones
d e L a p la c e ( p o rq u e no f u e ro n n u n c a ideas fijas) con respecto de u n a cla­
ra L u n a p e rp é tu a (Esposicion 'del sistema del M undo, 1824, p. 232), h a n
sido refutadas en una' M e m o ria de L io u v il le , sobre u n caso p a rticu la r d el
problem a de los tres cuerpos. «A lg u n o s p a rtid a rio s de las causas finales,
dice L aplace , h a n im a g in a d o q u e la L u n a fué d a d a á la T ie r r a p a r a ilu ­
m in a r la d u r a n te las noches; en ese caso la n a tu ra le z a no h u b ie ra lle gado
al objeto q u e se p ro p o n ía, puesto q u e con fre cu e n cia nos v e m o s p r iv a d o s
á la vez de l a lu z del Sol y de la de la L u n a . P a r a l l e g a r h a s ta esta h i p ó ­
tesis h u b ie r a b as tad o p o n e r desde el o rigen á la L u n a en oposicion con
el S o l, en el p lano misrno de la ec líp tica , á u n a distanci ig u a l á l a c e n té ­
sim a parte de la que existe e n tre la T ie rra y el S o l , y d a r á la L u n a
y á la T ie rr a V e lo c id a d e s p ara lela s y p ro p o rc io n ales á sus distancias,
d e d ic h o as tro . E n to n c es la L u n a , en oposicion incesante con el Sol*
h u b i e r a descrito a lre d e d o r de el u n a elipse s e m e ja n te á la de la T ierra?
esos dos astro s se h u b ie r a u suc edid o el u n o al otro en el h o r iz o n t e ; y
com o á esta d istanc ia la L u n a no h u b ie ra po did o p ad e ce r eclipses, su lu z
h u b i e r a ciertam ente ree m p laz ad o á l a del S ol.» L iouville cree p o r el c o n T
tr a r io , «que si la L u n a h u b i e r a ocupado e n el o rig en la posicion p a rtic u ­
la r q u e el ilustre a u t o r de la Mecánica celeste le a s ig n a , no h a b r ia podido
m a n te n e r s e en ella sin o d u r a n te u n b r e v e espacio de tiem po.»

(91) P á g . 3 5 5 .— V é a se respecto del tr a n s p o r te de los te rren o s p o r las


m a r e a s , de la B eche, Geological M anual, 1833 , p . 111.

(92) P á g . 356 .— A ra g o , sobre la cuestión de saber s i la Luna ejerce sobre


nuestra atmósfera una influencia apreciable, t. V , de la s N oticias científicas
(t. V ll t de las Obras). Las principales a u t o r i d a d e s citadas s o n : S cheibler
( Untersuchungen über Einflunss des Mondes a u f die Veranderungen in unserer
Atm ospháre, 1830, p. 20), F la u g e rg u e s ( Veinte años de observaciones en V i -
viers, en la Biblioteca, u n iv ersa l, Ciencias y A r t e s , t. X L , p. 265-283, y
e n la Coleccion de K a s t n e r : A rch iv fü r die gesammle N a lurlehre, t. X V II,
1 8 2 9 , p . 32-50) y E ise n lo h r, en los P o g g en d o rff’ s Annalen der P h y s ik ,
t. X X X V , 1 8 3 5 , p. 1 í 1-160 y 309-329. J u a n H erschell cree m u y p r o ­
b a b l e «que reine en la L u n a u n a t e m p e r a t u r a m u y e l e v a d a sobre la
e b ullic ió n del a g u a , p o r q u e la superficie de ese astro está esp u esta á la
ac c ió n del Sol d u r a n te catorce dias, sin in te r r u p c ió n y sin n a d a q u e la
te m p le . La L u n a debe, pues, e n oposicion 6 pocos dias despues, co n v e rtirse
e n c u a lq u ie r g r a d o q u e s e a ( i n s o m m e s m a l l d eg re e), e n u n a f u e n t e de calor
p a r a la T i e r r a ; pero e m a n a n d o este ca lor de u n cuerpo c u y a te m p e r a tu ­
r a es tá a u n m u y lejos de la i n c a n d e s c e n c ia ( b e lo w th e te m p e r a tu re of ig -
n itio n ), no p u e d e lle g a r á l a superficie d e la T i e r r a en aten c ió n á q u e
q u e d a absorbido en n u e s tr a a tm ó s f e r a d o n d e se tr a n sfo rm a n los v a p o re s
v esicu lares y v is i b le s , en v ap o re s t r a s p a r e n t e s . ’» J u a n H e rsc h e ll co n ­
sid e ra el fenóm eno de la disolución rápida de las n u b e s bajo la influen ­
cia de l a L u n a l l e n a , c u a n d o el cielo nq está m u y cu b ierto , como u n
h e c h o m e teorológ ic o, «confirm ado, a ñ a d e , p or las esperiencias de H u m ­
b o ld t, com o ta m b ié n por la o p inion m u y g e n e r a l de los n a v e g a n t e s es­
p a ñ o le s en los m ares tropicales.» V é a s e R cport o f the fifteenth Meeting o f
the B ritish Association for the advancement o f S cien ce , 1846. Noticias , p. 5,
y Outlines o f Astronom y, p. 261.

(93) P á g . 356.— B eer y Moedler Beitrocge zu r physischen Kenntniss des


Sonnensystems , 1 8 4 1 , p. 113 ; las cifras indic ad a s r e s u lta n de o b se rv a cio ­
nes h e c h a s en 1830 y e n 1832. V é a se t a m b ié n Maidler, A stronom ía, 1849,
p. 906. La p rim e ra e im p o r ta n te corrección h e c h a á la d u r a c ió n de la r o ­
ta c io n de M a r t e , q u e h a b ia sido e v a l u a d a p o r D om ingo Cassini en 24
h o r a s 4 0 ' se debe á las laboriosas observacion es h e c h a s p o r G. H e r-
chell desde 1777 á 1781; esas ob servaciones dieron por resultado 24h 39,
2 1 11 7. I í u n o w s k y en 1821, h a b ia h a lla d o 24h 3 6 1 Í O ' 1, resultado m u y
próxim o al o b tenido p o r Moedler. La p r im e ra observación h e c h a por Cas­
sini acerca de la r o tac ion de ú n a m a n c h a de M a r te , parece h a b e r .tenido
l u g a r poco tiem po despues del año 1670 ( D e l a m b r e , H istoria de la A stro­
nomía m od ern a , t. II, p. 654); pero en la M em oria m u y r a r a de K ern de
ScinU llalione Stellarum , W i t t e n b c r g , 1686, § 8, hallo citados como h a ­
biendo d escu b ie rto la r o tac io n de M a rte y l a d e J ú p i t e r : «S alv a to r S or­
r a y el P a d r e E g idio F rancisco de C o t t i g n e z , astró n o m o s dei Colegio
ro m a n o .»

(94) P a g . 3 5 6 . —Laplace, Esposicion del sistema del m undo , p. 36. Las


m e d id a s m u y im perfectas de Schroeter acerca d el d iá m etro de Marte a t r i ­
b u y e n á este p la n e ta u n a p la n a m ie n to de Yso ú n ic a m e n te .

(95) P á g . 35 7.— B eer y Mtedler, B eitrcegc , etc., p. 111.

(96) P á g . 3 5 7 .— Ju a n H e r s c h e ll, Outlines of A stron.

(97) P á g . 357.— B eer y Msedler , Beitrcuge, etc. , p. 117-125.

(98) P á g . 3 5 7 .— M íed ler, en las Astronom . N archrichten de S c h u m a -


c h e r , n ú m . 192.

(99) P á g . 358.— Cosmos, t. III, p. 379 y 3S0. V éa se ta m b ié n so b re el


ó rd e n cro no ló g ico en el cual se h a n su ced ido los d e s c u b rim ie n to s de los
p e q u e ñ o s p l a n e t a s , Ib id ., p. 377 y 410 , sobre su m a g n i t u d r e la tiv a m e n ­
te á la de los asteroides m eteóricos ó ae rolitos, p. 3S4; p or últim o sobre
la hipó tesis se g ú n la cual lle n ab a K eplero p o r m e d io de u n p la n e ta la
g r a n l a g u n a q u e separa á M arte de J ú p it e r , h ipóte sis q u e p or o tr a parte
n o h a co n trib u id o en m o d o a lg u n o a l d es cu b rim ie n to del p rim e r p la n e ta
de Céres , p. 393-399 y 551-553 (notas 61-63). No creo j u s t a la censura
se v e ra d ir ig id a á u n ilustre filósofo , p o rq u e ig n o r a n d o el d e s c u b rim ie n ­
to de P ia z z i en u n a época e n q u e p o d í a , es c i e r t o , serle conocido h ac ia
cinco meses , c o m p ro b a b a , no l a p ro b a b ilid a d , sino la nec esid ad de un
p la n e ta e x iste n te en tre M arte y Jú p ite r . H egel con efecto en l a Diserta­
ció n de Orbitis planetarum , q u e escribió d u r a n te la p r im a v e r a y el v e r a ­
n o d e 1801 , t r a t a d é l a s ideas de los a n tig u o s sobre las distan c ias res­
p e c tiv a s de los p la n e ta s ; y c itando la série de los n ú m e ro s de q u e h a b l a
P l a t ó n en el Timéo (p. 35, E stienne): 1. 2. 3. 4. 9. 8. 2. 7 .......(V é ase Cos­
m os , t. III, p. 547. n o ta 51), a s ien ta q u e es necesario a d m itir u n a la g u n a .
Dice se n cillam e n te : «Quse series si verior naturce ordo s i t , q u a m arithm e-
tica p r o g r e s s i o , in te r q u a r tu m et q u i n t u m lo cu m m a g n u m esse spa-
tiu m , ñ e q u e ibi p la n e ta m d esid erari ap p a re t.» ( H e g e l's , W erke, t. X VI.
1834, p. 28; véase ta m b ié n R o s e n k r a n z Hegel's Leben , 18 44. p. 154).
K a n t en el inge nio so escrito titulad o Naturgenchichte des H im m els , 1755,
se lim tta á decir q u e desde la forniacion de los p la n e ta s , M arte debia
su p e q u e n e z al in m e n so p o d e r de a t ra c c ió n de Jú p ite r . No alu d e m as q u e
u n a sola v ez y de u n m odo m u y em b o za d o , á los «m iem bros del sistem a
solar, q u e están m u y distan te s e n tre sí y en los cuales no se h a n e n c o n ­
tra d o a u n los in te rm e d ia rio s q u e los se p aran .» (E m m anue l K a n t, Sammtliche
W erke, 6.a p a r te , 1839, p. 37, 110 y 196.)

(100) P a g . 358.— V é a s e respecto de la influencia q u e el perfecciona­


m ie n to de los m apas celestes p u e d e n te n e r sobre el d escu b rim ie n to de
los p eq u e ñ o s p la n e ta s . Cosmos , t. III, p. 106 y 107.

(\ ) P á g . 359.— D ‘A rrest, ueber das System der Kleinen Planetem zw is-


chen Mars und Júpiter, 1851, p. 8.

(2) P á g . 359.— Cosmos, t. III, p. 379 y 406.

(3) P á g . 361.— B e n ja m ín A b th o r p Gould ( h o y en C a m b r id g e , en el


E sta d o de M assachussets) Untersuchungen ueber die gegenseitige Lage der
Bahnen zw ischen Mars und Júpiter , 184S , p. 9-12.

(4) P á g . 3 6 1 .— D 'A r r e s t , ueber das System der Kleinen P lan eten , p. 30.

(5) P á g . 361.— Zach, M onaitliche Correspondenz , t. V I, p. 88.

(6) P á g . 362.— Gauss, en la m ism a coleccion, t. X X V I , p. 299.

(7) P á g . 362.— D a n i e l K i r k w o o d , d é l a A cadem ia de P o ttsv ille, cre y ó


p o d e r in te n ta r la r ec o n stru cció n del p la n e ta roto, p o r m edio de los f r a g ­
m e n to s q u e q u e d a n de él, com o se c o m p o n en los a n im ales a n tid ilu v ia n o s .
De este m odo llegó á asig n arle u n d iá m e tro q u e escedia al de M a rte en
m a s de 1800 m iriá m etro s, y la rotacion m as len ta de todos los planetas
princip ales, d u r a n d o el d ia n a d a m e n o s de 57 h o r a s 1 '2. ( R eport o fth e B r i-
tish Association, 1880, p. X X X V ).

(8) P á g . 3 6 3 .— B eer y Msedler, Beitrcege z u r physischen Kenntniss der


him m lischen Kecrper , p. 104-106. Las o bservaciones mas a n tig u a s , pero
m e n o s se g u ra s de H u sse y , d a b a n h a s t a 1/ 24. Laplace ( Sistema del Mundo,
p. 266) h a en c o n tra d o te ó ric a m e n te s u p o n ie n d o creciente la d en sid ad de
las capas, u n v a lo r co m p re n d id o en tre !/ 24 y b’/ 48.

(9) P á g . 363.— La o bra i n m o rta l de N e w to n , Philosophice naturalis P r in ­


cipia mathematica, apareció eu m a y o de 1687, y las M e m o ria s de la A c a d e ­
m ia de P aris no d a n l a m edida del ap la n a m ie n to d e te r m in a d o por Cassi­
ni: (Vis) h a s ta 1691, de su e rte q u e N e w to n q u e c iertam en te podía con ocer
las esperiencias h e c h o s sobre el p é n d u lo en C a y e n n e por R i c h e r , se g ú n
l a ‘R e la c ió n de su v ia je im p re sa en 1679, debió te n er la p rim e ra noticia
d é l a fig u ra de J ú p it e r por n arrac io n es v e rb a le s y p o r las c o rresp o n d e n cia s
escritas ta n a c tiv a s en a q u e lla época. V é a s e respecto de esto y acerca de
la época en q u e H u ig h e n s tu v o c o n oc im ien to de las o bse rva cione s de R i­
c h e r sobre el p én dulo, el Cosmos, t. f, p. 389 ( n o ta 29) y t. [II, p. 480
(nota 2).

(10) P á g . 36 3.— A ir y , en las Memoirs o f the Royal A stro n , Society, t. I X 5


p. 7; t. X, p. 43.

(11) P á g . 363.— U sabá se t o d a v ia esta e v a lu a c ió n en 1824. V é a s e La-


place, Sistema del M un do , p. 207.

12. P á g . 3 6 3 .— D elam bre. H istoria de la Astronom ía moderna, t. II, p á ­


gina 754.

(13) P á g . 36o.— «Sábese que existen enc im a y debajo del ec u a d o r de


J ú p it e r dos b a n d a s m e n o s brillantes q u e la superficie g e n e r a l. Si se las
e x a m in a con u n an te o jo , parecen m e n o s distintas á m e d id a q u e se alejan
del centro, y a u n lle g a n á ser invisibles cerca de los b o rd es del p la n e ta .
T o d a s esas a p a rien c ias se esplican a d m itie n d o l a e x í s t e n c i a d e u n a a t m ó s ­
f era de n u b es in te r ru m p id a en los a lre d ed o res del e c u a d o r por u n a zona
d iá fa n a , p r o d u c id a qu iz á por los v ie n to s alíseos. R eflejan do la atm ó sfera
de las n u b e s m a s luz q u e el cuerpo sólido de J ú p it e r , la s p arte s de ese
cuerpo qu e se v e a n á trav é s de la z o n a d iá fa n a, t e n d r á n m e n o s brillo q u e
el resto, y fo rm a rán la s ban d a s oscuras. A m e d id a q u e n o s v a y a m o s ale­
ja n d o del ce n tro , el ra y o v is u a l del o b s e rv a d o r a t r a v e s a r á espesores.m as
y m as g r a n d e s de la z o n a diáfan a, de su e rte q u e á l a lu z reflejada p o r el
cuerpo sólido del p la n e ta h a b r á q u e a ñ a d ir lu z reflejada p o r esta z o n a m a s
espesa. P o r esta razón la s b a n d a s serán m e n o s oscuras al aleja rs e del ce n ­
tro. P o r ú ltim o , en los bordes m ism os, la luz reflejada por la z o n a , v ista
en el m a y o r espesor p o d r á h a c e r d e s ap a re cer la d iferen c ia de in te n sid a d
q ue existe e n tre las can tid a d es de luz reflejada por el p la n e ta y p o r la a t­
m ó sfera de n ub es; y se cesará entonces de v e r las b a n d a s q u e no existen
sino en v ir tu d de esta diferencia. E n lo s p a is e s m o n ta ñ o so s se o b se rv a algo
an álogo: si n os e n c o n tram o s cerca de un b o sq u e de abe tos, p a re c e rá n eg ro
pero á m e d id a q u e nos alejem os de e l l a s capas de atm ó sfera in te rp u e sta s
s e h a c e n cada v ez m as espesas y reflejan luz. L a diferencia de tinte e n t r e
el bosque y los objetos p ró x im o s d ism inuye m a s y m as, y ac ab a p o r con­
f u n d irs e con ellos si nos alejam os u n a d is ta n c ia c o n v e n ie n te .» (T. X í de
las Obras de A ra g o ).

(14) P á g . 3 6 6 .— Cosmos, t. I I , p . 309-811 y 470 ( n o ta ’ 44).

(15) P á g . 3 6 7 .— J u a n H erschell, Outlines o f A str o n ., § 540.

(16) P á g . 368.— Las p rim e ra s o bservaciones d e G . H erschell, h e c h a s


en n o v ie m b r e de 1 7 9 3 , dieron p a r a la ro tac io n de S a tu r n o l 0 K 16'
k V . Háse concedido sin raz ó n al g r a n filósofo M a n u el K a n t, la glo ria de
h a b e r a d iv in a d o p o r consideracion es p u r a m e n te teóricas, y co n sig n ad o en
l a b rilla nte o b ra titu lad a : Algem eine Naturacschichte des Himmele, c u a r e n ta
a ñ o s antes de H erschell, la v e r d a d e r a d u ra c ió n de la r o tac io n de S a t u r ­
n o . E l n ú m e ro q u e ind ic a es 6h 23’ 53” . Considera este v a lo r «como l a
d e te r m in a c ió n m a te m á ti c a del m o v im ie n to to d a v ía desconocido de un
c ue rpo celeste,, predicción ú n ic a quizás en su g e n e r o , y q u e no pu ed e ser
c o m p r o b a d a sino p or las o b se rv a c io n e s de los siglos futuros.» La p ro m esa
n o se h a cum plid o; las ob se rv a cio n e s p osteriores h a n revelado u n erro r de 4
h o r a s , es decir de los 3/ s . H állase en la m ism a o b ra, con respecto al A n i ­
llo de S a tu r n o , q u e «en el co n ju n to de las p artícu la s de que se com pone,
u n a s situ a d a s en el in te rio r del lado del p la n e ta verifican su rotacion en
10 h o r a s , y otras q u e f o rm a n la parle esterio r, em p lea n 15 h o r a s en r e a l i ­
z a r el m ism o m o v im ie n to .» El prim ero de esos dos n ú m m e r o s se acerca
p o r c a s u a lid a d á la v elo c id a d a n g u l a r del p la n eta (10u 2 9 ' 1 7 'f). V éa se
K a n t, Scemmtliche W erke, 6 .a p a r te , 1839, p. 135 y 140.

(17) P á g . 368.— Laplace ( Esposicion del sistema del M undo, p. 43), e v a lú a


el a p laz am ien to de S a tu r n o e n 1/*,. Bessel no h a confirm ado, antes p or el
c o n t r a r i o , d e c la ra d o in e x a c ta esta s i n g u l a r depresión se g ú n la cual G.
H erschell despues de u n a serie de obse rv a cio n e s laboriosas h e c h a s con
d istinto s telescopios, en c o n tró q u e el eje m a y o r del p la n eta estaba situado
no en el pla n o de su ec u a d o r, sino en un plano q u e form a con el del ecua­
d o r u n án g u lo de 45° p r ó x im a m e n te .

(18) P ág . 3 69.— A ia g o , Astronom ía p op u la r, t. IV , p. 454.

(19) P á g . 3 6 9 ; —Domingo Cassini h a b i a señ ala d o ta m b ié n esta d if e ­


r encia de brillo de los dos anillos. V é a n s e Memorias de la Academia de Cien­
cias, 1715, p. 13.

(20) P á g . 369.— Cosmos, t. II, p. 311. C uatro años d e s p u e s , es decir


e n 1659, fue cu a n d o se publicó en el Systema §aturnium el descubrim iento
ó mas b ie n la esplicacion co m p leta de las apariencias q u e p re se n ta n S a ­
tu r n o y su anillo.
(21) P á g . 3 7 0 .— E m inencias sem ejantes h a n sido vistas d e n u e v o ú l t i ­
m a m e n te p or L assell en L iv e rp o o l, con un reflector de 20 pies de lo n g itu d
focal, q u e el mismo h a b i a c o nstruido. V éase Report o f the Bristish Associa-
tintij 1850, p. X X X V .

( i 2) P á g . 370.— V ea se H a r d in g . Kteine Ephemeriden fúr 1835, p. 100, y


S tr u v e , en la s Astronom . N achrichten de S c h u m a e h e r , n .° 139 p. 3S9.

(23) P á g . 3 7 0 .—Léese en la s Acta Eruditorum p ro a n n o 1684, p. 4 2 í ,


el pasaje sig u ien te estractado de la obra titu la d a Systema ph&nom enorum
S a tu r n i , autore G alie t í o , prw posito eccles. A venionensis. ..N o n n u n q u am
Corpus S a tu r n i nonexacte annuli médium o btine re visum fuit. H inc e v e n it,
u t, q u u m p la n e ta orientalis est, c e n tru m ejus ex tre m ita li o rien tali a n n u ­
li pro pius v id e a tu r , et m a jo r paro ob occidentali la tere sil cum a m p lia re
obscuritate.w

(24) P á g . 371.— H o r n e r , en el Neus Physik Wtürterbuch de G ehler,


t. VIII, 1836, p. 174.

(25) P á g . 3 7 1 .— B e n ja m ín P eirce , on the Constitution o f S a tu r a s R in g ,


en el Astronom ical Journal de Gonld, 1851, t. II, p. 16: «The r in g consists of
a stream or of stream s of a fluid r a th e r d enser th a n w a t e r f lo w in g a r o -
u u d the p r im a r y . » V é a se tam bién S illim a n 's D iario Am ericano, 2 .a s érie,
t. XII, 1851, p. 99, y sobre las d es ig u a ld a d e s del anillo ó las acciones
p ertu rb ad o ras y p o r esto m ism o c o n s erv ad o ras de los satélites, J u a n
H ersche ll, Outlines o f Astronom y, p. 320. .

(26) P á g . 372.— J u a n H erschell, Cape Observations, p. 414-430, y Out-


iines, p. 650. V é a s e ta m b ié n acerca de la le y de las d istanc ias, ib id .,
p . 337, § 550. "

(27) P á g . 3 7 3 .— Fries, Vorlesungen ueber die Sternkunde, 1833, p. 325;


Challis, en las Transactions o f the Cambridge Philosophical ociety , t. III,
p. 171.

(28) P á g . 3 7 3 .— G uillerm o H erschell, A ccou nt o f aC om et, en las P h ilo -


sóphal Transactions for 1781, t. L X X I, p. 492.

(29) P á g . 37 4.— Cssmos, t. III, p. 397.

(30) P á g . 3 7 5 .— V éa se, p a r a la s obse rv a cio n e s de Lasell en Starfield


(Liverpool) y las de S tru v e , los Monthlij N otices o f tha royal Astronom ical
Socicty, t. V III, 1848, p. 43-47, 135-139, y las Astronom. Nachrichten de
S c h u m a c h e r, n .° 623, p. 365.

(31) P á g . 376.— B e rn h a r d v o n L ind e n au . Beitrag z u r Geschichte der


K e p tu n 's Entdeckung , en el suple m e nto de las A stron om . Nachrichten de
S c h u m a c h e r, 1849, p. 17.

(32) P á g . 376.— Astronom. N achrichten, n .° 330.

(33) Pág-, 377.— Le V e r rie r , Investigaciones sobre los movimientos del pla­
neta H erschell , 1846, en el Conocimiento de los Tiempos p a ra 1849, p. 23fi.

(34) P á g . 377.— El elem ento m u y im p o r ta n te de la m a sa de N eptu no


h a recibido m u c h o s crecim ientos sucesivos. A p re ciad o prim ero en V 20897
p or A d am s, fué ev a lu a d o en 1/ m i0 Por P eircc , en V 194O0 P01' B o n d , en
V i 878o P or ^ uan H erschell, en 7 1SÍ80 P or L assell, y por ú ltim o en 7 í í « «
p o r Otto y A u g u sto S tru v e en P u l k o v a . Este ú ltim o resultado es el que
h e m o s ad o p tad o en el testo.
1
(33) P á g . 3 7 7 .— A ir y , en las M ontlily Notices o f the royal Astronom ical
Society, t. V II, n .° 9 ( n o v ie m b re 1846), p. 121-152; B e r n h a r d von L inde -
lian, Beitrag z u r Geschichte der N ep tu n ‘s Entdeckung, p. 1-32 y 2S3-238.—
Le V e r rie r , in v ita d o p or A ra g o , empezó á ocuparse en el veran o de 1845,
de la teoría de U ra n o . P re se n tó al In stituto los resu ltad o s de sus i n ­
v e s tig a c io n e s el 10 de n o v ie m b re de 1843, el 1.° de j u n io , el 3 de agosto
y el 3 de o ctu b re de 1846, y los publicó aseg u id a . E l m a y o r y m a s im ­
p o r ta n t e tra b a jo de Le V e rrie r, el q u e c o n tien e la solucion com pleta del
p ro b le m a , apareció en el Conocimiento de los Tiempos p a r a 1849. A dam s c o ­
m u n ic ó sus prim e ros resultados, a u n q u e sin confiar n a d a á l a im presión,
al profesor Challis en se tie m bre de 1 8 1 3 , y con alg u n o s v a r ia n te s al
Astronom o Real en el mes de octu b re del m ism o a ñ o , siem pre sin publicar
n a d a de ellos. El Astronom o Real tuv o conocim iento de los resultado s defini­
tiv o s de A d a m s , corregido s de n u e v o en sentido de u n a dism inución de la
distancia, á principios del mes de setiem bre de 1846. El jo v e n g eó m e tra
de C a m b rid g e se espresa en esos trab a jo s sucesivos, enc am inados todos al
m ism o objeto, con ta n ta m odestia com o ab n e g a c ió n . « I m e n tio n these
c a r lie r dates m e re ly to s h o w , th a t m y results w e r e a r r iv e d a t indepen-
d e n t l y a n d p r e v io u s ly to th e p u b lic atio n of M. Le V e r rie r , an d not w ith
t h e in te n tio n of in te r fe rin g w i t h h is j u s t elaim s to th e h o n o rs of the dis­
co v e r y ; for there is no d o u b t th a t his researches w e r e first p ublisched to
t h e w o rld , a n d led to th e a c tu a l d isc o v e ry of the planet b y Dr. Galle, so
t h a t th e faets sta te d a b o v e c a n n o t detra ct, in th e slightest deg re e, from
t h e credit d u e to M. Le V errier.»
Como en la h is to ria del d escubrim iento de N eptuno se h a repetido
f re c u e n te m e n te q u e el ilu stre a s tró n o m o de K cenigsberg h a b ia p a rtic ip a ­
do de la esp eran z a espresada y a en 1834 por Alexis B o u v a r d , el a u to r de
las Tablas de Urano 1 « d e q u e las pertu rb ac io n e s de U rano debían ser c a u sa ­
das p or u n p la neta to d a v ía desco n o c id o ,» h e p e n s a d o que p o d r ia in te re ­
sar á los lectores deL Cosmos el h a l la r a q u í u n a p a r te de la c a rta que m e
escribió Bessel en 8 de m a y o de 1840, p or co n s ig u ie n te dos año s an tes
de su con v e rsac ió n con Ju a n H erschell en su visita á C o lligw ood : «Me
pedís noticias n u e v a s del pla neta s itu ad o m a s a llá d e U ra n o . P o d ría d i­
rig ir o s á a lg u n o de m is a m ig o s de K oenigsberg q u e creen s a b e r m a s que
y o respecto de este p u n to . H a b ia escogido p a r a texto de u n a lección p ú ­
b lic a el 28 de f eb rero de 1840, la exposición de las relaciones que existen
en tre las obse rv a cio n e s as tro n ó m ic a s y la A str o n o m ía m ism a. El público
no establece d iferencias en tre esos dos objetos; h a b i a pues l u g a r de re c ­
tificar su o p in io n . La p a r te de l a ob se rv a ció n en el desarrollo de los cono­
cim ie n to s astro n ó m ico s m e lle v a b a n a t u r a lm e n te a n o ta r q u e n o podem os
e s ta r s e g u ro s de esplicar por n u e s tra te o ría lo dos los m o v im ie n to s de
los p la n e ta s. Cité com o p r u e b a á U ra n o : las a n t i g u a s obse rv a cio n e s de
q u e este p l a n e t a h a sido o bjeto no están conform es en m odo a l g u n o con
los e le m e n to s d e duc idos de las ob se rv a cio n e s m a s recientes, h e c h a s des­
de 1783 á 1820. Creo h a b e ro s d icho y a , q u e he estu d ia d o m u c h o esta
cue stió n ; pero to d o lo q u e he sacado de m is esfuerzos, es la c e rtid u m b re
d e q u e la te o ría a c tu a l ó m a s b ie n la aplicación q u e se h a c e de ella al sis­
te m a solar, tal como lo conocem os h o y , no b asta p a r a re so lv e r el m isterio
de U ra n o . En m i se n tir no es esto u n a raz ó n p a ra desesp e ra r del éxito. E n
p r im e r lu g a r nos es preciso conocer e x a c ta m e n te y de u n a m a n e r a co m ­
ple ta todo lo q u e h a sido o b se rv a d o en U ra n o . H e e n c a r g a d o á u n o de
mis j ó v e n e s o y e n te s , F le m m in g , r e d u c ir y c o m p a r a r to d a s las o b s e rv a ­
cio nes , y a h o r a te n g o reu n id o s todos los h e c h o s com probado s. Si
las d e te rm in a c io n e s a n t ig u a s no c o n v ien e n y a á la te o ría, las de h o y se
s e p a r a n m as a u n ; p o r q u e a c tu a lm e n te el e rro r es de u n m in u to en tero , y
a u m e n ta de 7 á 8 s e g u n d o s p o r a ñ o , de suerte q u e pro n to se rá m u y
co n siderable. D espues de esto pensé en q u e lle g a r ía u n m o m e n to en q u e
la solucion d el p r o b le m a se ría d a d a q u iz á por un n u e v o p la n e ta , c u y o s
elem e n to s se h u b ie r a n recon ocido p o r su acción sobre U ra n o , y c o m p ro b a ­
dos p or la q u e ejerciera sob re S a tu r n o . Me he g u a r d a d o m u y b ie n de decir
p o r o tra p a r te q u e ese tiem po h u b ie r a lle g a d o ; me lim ito á buscar h a s t a
d o n d e p u e d e n con d u c ir los h e c h o s a c tu a lm e n te conocidos. T ra b ajo es
este c u y a idea sigo desde h a c e m u c h o s a ñ o s y respecto del cual h e p a ­
sado p or ta n ta s opiniones diferentes, que aspiro á darle fin, y no p e r d o ­
n a r é m edio p a r a lle g a r al r e s u lta d o tan p r o n to com o m e sea posible.
T e n g o g ran confia nza en F le m m in g , q u e en D an tz ig , donde se e n c u e n tra
c o n t in u a r á p a r a S a tu r n o y p a r a J ú p it e r la r e d u c ció n de la s o bservaciones
q u e h a h e c h o p a r a U ra n o . B ajo este p u nto de v ista, celebro q u e carezca
po r el m o m e n to de m edio a lg u n o de observación y q u e no te n g a otra
cosa q u e h a c e r . Dia lle g a r á ta m b ié n p a r a el en q u e d eba e n tre g a rse á
•observaciones d irig id a s hácia un objeto d e te rm in a d o ; entonces, sin d u d a ,
no h a n de faltarle las facilid ades m a te ria le s , como h o y no le falla ta m ­
poco h a b ilid a d .»

(36) P á g . 378.— L a p rim e ra c a r ta en la q u e Lassell an u n c ió su d e s c u ­


b rim ie n to e ra del 6 de ag o sto de 1847. V é a s e S c h u m a c h e r ’,s Astronom .
Nachrichten, n . ° 611, p. 165.

(37) P á g . 378.— 0 . S t r u v e , en las Astronom . N a ch rich ten , n .° 629.


S e g ú n las o bse rva cio ne s h e c h a s en P u l k o v a , A u g u s to S tru v e calculó en
D o rp a rt, la órb ita del p r im e r satélite de N ep tu n o .

(38) P á g . 3 7 8 .— C. B o n d , en los Proceuilings o f the American Academy


o f A rts and Sciences, t. II, p. 137 y 40.

(39) P á g . 37S.— S c h u m a c h e r ’s A stronom . N achrichten, n .° 729, p. 143.

(40,1 P á g . 380.— «Dia lle g a rá , dice K an t, en q u e los p la n eta s ú ltim os


q u e a n d a n d o el tiem po se d escu b rirán m a s allá de S atu rn o , fo rm a n u n a
serie de m ie m b ro s inte rm ed io s q u e se a p r o x im a n m a s y mas á la n a t u r a ­
leza de los com etas y p ro c u r a n la tran sició n entre esas dos especies de .
cuerpos p la n eta rio s. La le y 's e g ú n la cu a l, la cscentricidad de las ó rb itas
descritas p o r los p la n e ta s está en razón de su distancia al S o l, c o rro b o ra
esta hipótesis. R e su lta de a q u i, en efecto, que á m e d id a q u e esta d is ta n ­
cia a u m e n ta , los p la n e ta s obedecen m as y mas á la definición de los c o ­
m e ta s . N a d a im pide el q u e se con sid ere á la vez com o el últim o p la n e ta
y el p r im e r com eta al cu e rp o celeste q u e corta en el perielio la ó r b ita d e l
p la n e ta m a s p ró x im o , q u iz á ’la de S a tu r n o . El volu m e n de los cuerpos
p la n e ta rio s, creciendo al mismo tiempo con su distancia al Sol, d e m u e s ­
t r a ta m b ié n cla ra m e n te ia v e rd a d de n u e s tr a teoría sobre l a m e c á n ic a
celeste.» (Naturgescliichte des Himmels, 1755, 6 .a p a r te , p. 88 y 195 de la
coleccion d e las Obras co m pletas.) A l principio de üt 5 a p a rte se h a b la
de la a n t ig u a n a tu ra le z a co m eta ria q u e se supone h a b e r p erd id o S a tu r n o .

(41) P á g . 381.— A l e x a n d e r , on the sim ilarity o f arrangement o f the


A steroids and the Comets o f short p eriod, ünd the possibility o f their common m
o rigin, en el A stronom ical Journal de GouM , n . ° 19, p. 147, y n . ° 20.
p. 181. E l a u to r de ac uerdo con H ind ( S c h u m a c h e r ’s A strrnom . N a chrich­
ten, n . ° 724(, d istin g u e « t h e co m éis of s h o rt p erio d , w h o s e semiaxes are
all n e a r ly the sam e w i t h those of the sm all pla n ets betw een Mars a n d J ú ­
p ite r ; a n d the o th e r class, in c lu d in g th e com ets w h o s e m e an d istan c e or
se m i-a x is is s o m e w h a t lcss th a n th a t of U r a n u s .» T erm ina la p r im e ra de
esas dos M em orias del modo siguiente: « D ifferent faets a n d coincidenccs
a g r e e in in d ic a tin g a n e a r appulse i f n o t an actual collision of Mars w ith
a la r g e com et in 1315 or 1316, th a t th e com et w a s t h e r e b y b r o t e n into
tliree p arts w h o s e orbils (it m a y be p resu m e d ) received e v c n then th e ir
prese n t form : viz. th a t still p r e se n te d b y th e c o m e ts of 1812, 1815 an d
1846 K h ic h are f r a g m e n ts of th e d iss e v e re d c o m e t.»

(42) P á g . 3 8 1 .— Laplace, E xp osició n del Sistema del M undo, edic. de


182 í , p. 414.

(43) Pág-. 3 8 1 .— Cosmos, t. \, p. 88-102 y 362-363 (notas 42-37).

(44) P á g . 3 8 1 .— E n tres siglos y m e d io , desde 1300 á 1850, h a n a p a - ,


reeido en E u ro p a 32 com etas p erceptibles á sim ple v is ta . R e p artié n d o lo s
p o r perío d o s de 50 anos, se obtiene el c ua dro s ig u ie n te :

TOMO n i . 37
1500 — K>>0 1664
1665
1500
1668
1505
1672
1500
16S0
1512
1682
1314
1686
l o 16
1689
1518
1696
1521
1522
1530 10 com etas.
1331
1532 1700 — 1750
1533
1702
1744
13 c o m e ta s . 1748 (2)

1330 _ 1600 4 com etas.

1336
1558 1750 — 1800
1569
1759
1377.
1766
1580
. 1769
1582
1781
1585
1590
1593 4 com eta s.
1596
1800 — 1830
10 com etas. 1S07
1811
1000 — 1050 1819
1823
1607
1830
1618
1835
1843
2 com etas. 1845
1847
•1650 — 1700

1052 9 com etas.


De los 23 com eta s o b se rv a d o s en el siglo X V I, el siglo de A piano, de Gi-
ro lo m o F ra ca stro , del l a n d g r a v c G uillermo IV de H esse, de M s e s tlin y d e
T ic ho, los 10 p rim e ro s h a n sido descritos p o r P i n g r é .

(4'i) P á g . 383.— Es este el c o m eta de «mal a g ü e r o » al cua l se a t r i b u ­


y ó la tem pestad q u e causó la m u e rte d el célebre n a v e g a n t e p o r tu g u é s
B a rto lo m é D iaz, en el m o m e n to en q u e h a c ía con C a bra l la tra v e sía del
Brasil al Cabo de B u e n a E speran za. Y e a se H u m b o ld t, Exám en critico de la
historia de la Geografía del nuevo Continente, t. I, p. 296; t. Y , p. 80, y
S o u za, A sia P o rtu g a l., t. I, 1 .a p arte , cap. o, p. 4o.

(16) P á g . 3S3.— L a u g ie r, en el Conocimiento de los Tiempos, p a ra 18 Í6 ,


p. 99. Y éa se ta m b ié n E d u a r d o B io t, Investigaciones sobre las antiguas
apariciones chinas del Cometa de Halley, anteriores al afio 137S, en el m ism o
to m o de ig u a l Colcccion, p. 70-84.

(47) P á g . 3 8 3 .— A ce rc a d el co m eta d e s c u b ie rto p o r Galle, en el mes


de m arzo de 1 8 Í 0 , v é a n s e las A stronom üche N achrichten de S c h u m a c h e r,
t. X V II, p. 188.

(48) P á g . 3 8 4 . — H u m b o ld t, Vistas de las Cordillera s, (ed. en folio),


la m . l v , íig. 8 , p. 2 S I. Los M ejicanos te n ía n ta m b ié n u n a idea m u y
e x a c t a de la c a u sa que p ro d u c e los eclipses de Sol. El m ism o m an uscrito
m ejicano de q u e se h a b l a en el testo, y q u e se r e m o n t a p o r lo m e n o s á
2o a ñ o s an tes de la lle g a d a de los E sp añ o les, r e p r e s e n ta el Sol casi com
p le ta m e n tc c u b ie rto p o r el disco de la L u n a , y las estrellas b rilla n d o a l ­
r e d e d o r de to d o ello.

(49) P á g . 3 8 4 .— N e w to n y W i n t h r o p h a b í a n a d iv in a d o y a la form a-
eion de la cola de los com etas p o r los efluvios de la p a r te a n te r io r , p r o ­
b le m a del cual se h a o cu p a d o ta n to Bessel. V é a n s e los Prin cip ia p h ilo ­
soph. natural, de N e w to n , p. 511, y las Philosop h. Transaetions for 1767,
t. LV II. p. 140, fig. 5. S e g ú n N e w to n , es ce rca del Sol d o n d e la cola
tie n e m as fu erza y e stension , p o r q u e el aire cósm ico, que llam o con E n ­
c k e el medio r e sis te n te , tie n e en esas re g io n e s su m á x im u m de d en s id ad ,
y las p a r tí c u la s de la cola m u y q u e m a d a s p o r J a a p ro x im a c ió n al Sol, s u ­
ben m as fác ilm e nte al m ed io de un aire m as denso. W i n t h r o p cree que
el efecto p rin c ip a l se p r o d u ce despues d el p e r ih e lio , p o r q u e en v ir t u d de
la le y espuesla p o r N e w to n (P rin cip ia , e tc ., p. 424 y 466), los m áxim os
tie n e n siem pre una ten d en c ia á r e ta r d a r la época de su aparición.

(50) P á g . 3 8 4 .— A r a g o , Astronom ía p op u la r, t. II, p. 318. La o b s e r v a ­


ción es de A m ici hijo.

( o l) P á g . 3 8 4 . —J u a n H erschell, en sus O utline ; (§ o89-í>97), y P e ir c e


en el A m e r ic a n J o u r n a l, for 1844 (p. 42), h a n rec o g id o todos los detalle
co n c e rn ie n te s al c o m e ta del m e s de m a rz o de 1843, q u e brilló en el N orte
de E u ro p a , ce rca de O rion, de u n re sp la n d o r e s tra o r d in a r io , y q u e es de t o ­
dos los com etas o b s e rv a d o s y c a lc u la d o s , el que m as p ró x im o e s tá del Sol.
Ciertas sem ejan za s de fisonom ía, g é n e r o de p r u e b a , c u y a poca ce rteza h a ­
b i a p or o tra p a r te d e m o stra d o y a S é n e c a ( Qucesliones n a lu r ., lib . 'VIH*
cap. 11 y 17), hicieron c o n s id e r a r en u n p rin c ip io á este c o m e t a , como
id é n tic o al de 1668 y de 1689. V éase Cosmos , t. I, p. 125 y 3S0 (n o ta 92), y
Galle, en los Olbers Cometenbahnen, n ú m e ro s 42 y 50. B o g u s la w s k i cree,
p o r otra p a r te ( S c h u m a c h e r ’s, A stron. N achrichten, n.° 545, p. 272), q u e
el p erío d o del co m eta de 1843 es de 147 a ñ o s , y q u e sus an te rio re s a p a ­
r icio n es tu v ie r o n l u g a r en 1695, 1548, 1401, etc. L le g a así h a s t a el año
371 a n te s de l a era c r is tia n a , y co n fo rm e en esto con el célebre h e le n is ­
ta T ie rsc h, de M u n ic h , co n sid era á este co m eta com o id é n tic o , con aq u e l
del cu a l se h a h e c h o m e n c ió n en las Météorologica de A ristóte les (lib. I,
cap. 6), y lo d e s ig n a con el n o m b r e de com eta de A ristóte les. P ero desde
lu e g o r ec o rd a ré q u e esta d e n o m in a c ió n es v a g a y p u e d e ap lica rse á m u ­
c h o s objetos. Si se q u ie re h a b l a r del c o m e ta q u e A ris tó te le s h izo d e s a p a ­
re c e r en la constelación de Orion y q u e refirió al te m b lo r de tie r ra de la
A c h a ía , en ese ca so , es necesario no o lv id a r q u e este c o m e ta , q u e se g ú n
el filósofo de E s ta g ir a , se p re se n tó s im u ltá n e a m e n te con el te m b lo r de
t ie r ra , fue a n t e r io r á esle a c o n te c im ie n to , s e g ú n C alistenes, y po ste rio r se­
g ú n D iodoro. El 6.° y 8.° capítulo de la Meteorológica t r a t a n de c u a tro
co m eta s d e s ig n a d o s con el n o m b r e de los A rc o n ta s de A te n a s , en c u y o
tiem po a p a re c ie ro n , y por los ac o n te c im ie n to s desastrosos á los cuales vari
u n id o s . A ristó teles m e n c io n a su c e siv a m e n te el co m e ta occ id e n tal, q ue fue
o b s e rv a d o c u a n d o el te m b lo r de tierra é in u n d a c io n e s de A chaia (cap. 6,
8), despues el q u e m a rc a el a r c o n ta d o de E u clés, h ijo de M olon. V ie n e
e n s e g u id a el co m e ta occidental, y n o m b r a con este m o tiv o el a r c o n ta d o de
A steio , q u e h a lle g a d o á ser en le cciones viciosas A r i s t e o , y q u e
P i n g r é h a co n fu n d id o p o r esto e n su Com étografia, con A risten e s ó A l-
cisten es. El brillo del co m e ta ‘de A ste io se e s te n d ia p o r m a s de u n te r ­
cio de la b ó v e d a celeste. La cola q u e se d e s ig n a b a b ajo el n o m b re de oSóg,
cam in o, te n ia 60° de lo n g it u d , y se p r o lo n g a b a h a s t a la r e g ió n de Orion,
d o n d e se d iso lv ía. A ristó te le s cita ta m b ié n (cap. 7, 9) el c o m e ta c u y a a p a ­
rición coincidió con la caída del aereolito de i E g o s - P o t a m o s , q u e es p r e ­
ciso no c o n fu n d ir con la n u b e m e te ó r ic a , q u e se g ú n la v e r s ió n de D aim a-
cho brilló d u r a n te 70 dias y la n zó estrellas erran te s. P o r ú ltim o , A r i s tó ­
teles (cap. 7, 10) s e ñ a la un c o m e ta que se o bse rvó bajo el a r c o n ta d o de N¡-
c o m a q u e s , y al cual se a t r ib u y ó u n a v io le n ta te m p estad q u e estalló cerca
de C orinto. E stos c u a tro co m eta s llenan el la rg o p eríodo de 32 o lim pia­
d a s El prim ero , por órden de fechas, el q u e coincide con el aereolito de
J E g o s-P o ta m o s, se p rese n tó , se g ú n los m á rm o les de P aro s, el p rim e r a ñ o
de la L X X V IIf O lim piada (antes de J .-C ., 468), bajo el a r c o n ta d o d e T e a -
g e n i d e s ; el co m eta de E uclés, llam ado sin r a z ó n E uclides p o r Diodo-
ro (lib . X II, cap. 5 3 ) , fue o b se rva do en el s e g u n d o año de la O lim pia­
da L X X X Y I1I (entes de J . - C . , 427). como lo p r u e b a ta m b ié n el c o m e n ta ­
rio de J u a n F ilo p o n ; el de A steio en el c u a rto a ñ o de la O lim piad a CI
(antes d e J .-C ., 3 7 3 ) ;p o r últim o , el de N ic o m a q u e s e n el c u a rto a ñ o de la
O lim piada CIX (a n te s de J.-C ., 351). P lin io (lib. I I, cap. 25) refiere á l a
CVIII O lim piada la tra n sfo rm a c ió n del com eta, q u e despues de h a b e r
p r e se n ta d o la fo rm a de u n a crin, tom ó la fo rm a de u n a la n z a (jubse
effigies m u ta ta in h a s t a m ) . S é n e c a c r e y ó ta m b ié n en u n a rela ción
d irec ta e n tre el com eta de A steio y el te m b lo r de tie r ra q u e q u e b r a n tó
la A c h a ia . Dice, refiriéndo se á la destru c ció n de la s c iu d ad e s de Helice y
de B u r a , 'q u e n o están citadas espresam ente p o r A r i s tó te le s : « E ffiigien
ig n is lo n g i fuisse C allisthenes t r a d i t , a n t e q u a m B u rin et Helicen. m a re
a b sco n d e re t. A ristóte les ait n o d t r a b e m illam sed C o m e ta m fuisse ( Qucest
n a tu r ., lib. V II, cap. o). » S tra b o n (lib. V III, p. 3 8 4 ; ed. C asaubo n) co lo ­
ca la r u in a d e e s a s ciu d ad e s dos años a n tes de la b a t a l l a de L euctres,
q u e correspo nde al c u a rto año de la CI O lim piada. Diodoro de Sicilia,
despu es de h a b e r descrito en detalle el te m b lo r de t ie r r a d el I ’eloponeso y
las in u n d a c io n e s q u e s ig u iero n , como aconte cim ien to s o cu rrid o s bajo el a r ­
co n tad o de A steio (lib. X V , cap, 48 y 49), refiere a l añ o s ig u ie n te bajo
el a r c o n ta d o de A lcistenes ("Olimpiada CII, 1), l a a p a ric ió n del brillante co­
m e ta , q u e p r o d u c ia so m b ra como la L u n a , y en el cual vió u n p resa gio de
l a d e c a d e n c ia de l o s L a c e d e m o n io s. P ero D iodoro, q u e es cribía m u c h o tie m ­
po despues los a c o n te cim ien to s q u e c u e n ta , no co m ete o r d in a r ia m e n t e la
falta de referirlos de u n añ o á o tro, y se p u e d e n in v o c a r e n 'p r ó de la opo-
n io n q u e coloca al c o m e ta bajo el a r c o n ta d o de A sieio, a n te r io r en u n
a ñ o al de A lcistenes, los testim onios m a s a n tig u o s y m as se g u ro s, los de
A ristóte les y de la C rónic a de P a ro s. P a ra v o lv e r a h o r a a l p u n t o d e p a r ti d a ,
com o B o g u s l a w s k i , a t r i b u y e n d o al com eta de 1843 u n a r e v o lu c ió n de 147
a ñ o s 3/ 4, h a lle g a d o s u c esiv a m e n te á los a ñ o s 1695, 1548, 1401, 1106, y
fin alm en te , al a ñ o 371 an tes de n u e s tra e r a , esta ú ltim a ap a rició n coincide
con el co m eta q u e a c om pa ñ ó al te m b lo r de tie rra del P e lo p o n e s o , en cerca
de dos añ o s , se g ú n A ristóteles, en u n solo a ñ o , s e g ú n D iod oro , d iferenc ia ,
q u e , si p u d ie ra c o m p ro b a rse la s e m e ja n z a d é l a s órbitas, se ria de poca t r a s ­
c e n d en c ia , m ir a n d o sobre todo á las p e rtu rb a c io n e s vero sím ile s en u n in ­
te rv a lo d e 2 ,2 1 4 años. Si P i n g r é ( Cométografia, t. 1, p. 259-262), su s titu ­
y e n d o , en to d o , se g ú n D iodoro, el a r c o n ta d o de A lcistenes al de A steio,
y refiriendo el com eta q u e desapareció en la c o nstelación de Orion, al
p r im e r añ o de l a CII O lim p iada, le asig n a , sin e m b a r g o , p a r a fecha, los
p rim e ro s dias del m es de Ju lio , de 371 y no de 3 7 2 , la r a z ó n es, q u e á
ejemplo de a lg u n o s h is to ria d o re s, s e ñ a l a con un cero el p r im e r añ o de la
•era cristian a . I m p o rta n o ta r, p a r a c o n c lu ir, q u e J u a n H ersch e ll a d o p ta
p a r a la revolución del brilla n te co m eta , que fue visto cerca del Sol en 813,
u n período de 17o añ o s, lo q u e tr a s l a d a á los años 1668, 1493 y 1318
( O utlines , p. 370-372, G a lle , en los Olbers Cometenbahnen, p. 208, y
el Cosm os, i. i , p. 125). Otras com binacion es de P e ir c e y de Clausen d a n
periodos de 21 4/ 3 ó de 7 a ñ o s Ys > y p r u e b a n cuán atre v id o es d e c la ra r al
c o m e ta de 1843 idéntico con el del a r c o n ta Asteio. Gracias á la m e n ció n
h e c h a en las Meteorologica de A ristóte les (lib. I, cap. 7, 10), d e u n co m e ta
q u e apareció bajo el a r c o n ta d o de N ic o m a q u e s, sabem os q u e el filósofo
de E s ta g ir a tenia c uan do m enos 44 años, c u a n d o com puso esta obra. S ie m ­
pre m e h a pare cid o s o rp re n d e n te qu e A ristó te les, q u e en la época del
te m b lo r de tie r ra del P elopo ne so y del g r a n co m eta , q u e cubría con su
cola u n espacio de 60°, con tab a y a 14 a ñ o s , h a b la con ta n ta diferencia
de sem ejan te fenóm e no, y se lim ita á colocarlo en tre los com etas o b s e r v a ­
dos hasta él. El aso m b ro a u m e n ta a u n , cu a n d o se lee en el m ism o ca pí­
tulo q u e Aristóteles h a visto por sus propios ojos una apa rició n n e b u lo sa
q u e rep rese n tab a u n a crin, a lre d e d o r de u n a estrella fija en la p ie r n a del
P e r ro , y q u iz ás ta m b ié n a lre d e d o r de P ro c io n en el P e r r o - P e q u e ñ o . A ris­
tóteles dice ta m b ié n (lib. I, cap. G, 9), q u e h u b o observado en G ém inis
la ocultación de u n a estrella p or el disco de J ú p ite r . La crin de v a p o r ó
la e n v u e lta n eb u lo sa de P roc ion m e r ec u erd a u n fenóm eno fre c u e n te ­
m e n te citado en los a n a le s del a n tig u o im perio m e jic ano, se g ú n el Codex
Tellerianus : «Este a ñ o , dice allí, se vió h u m e a r de n u e v o á C itlalch oloa,»
es decir, el p la n e ta V é n u s , lla m a d o tam bién T lazoteotl en la l e n g u a de los
A ztecas. (H u m b o ld t, Vistas de las Cordilleras, t. II, p. 303). P ro b a b le m e n te ,
bajo el cielo de Méjico, como bajo el de Grecia, se vieron form ados p e q u e ­
ñ o s h alo s a l re d e d o r de las estrellas por la refracción de sus ray o s.

(52) P á g . 3 8 o .—E d u a r d o B iot, en las Memorias de la Academia de Cien­


cias, t. X V I , 1843, p. 751.

(53) P á g . 3S5.— Galle, en el a p é n d ic e de la o b ra titu la d a Olbers Come­


tenbahnen, p. 221, n .° 130. A ce rc a del paso p r o b a b le del com eta de doble
cola de 1823, v é a s e Edinburg R evieio, 1848 n .° 17o, p. 193. L a M em oria
de E n c k e cita d a un poco a n tes en el testo, y q u e contiene los v erd a d e ro s
elem en tos del co m eta de 1680, tr a s to rn a las fantasías d e H a lle y , según las
cuales este m ism o com eta , verificando su re vo luc ión en 575 años, h a b r ía
aparecido en todas las épocas críticas de la h isto ria de la h u m a n id a d : en
la época del d ilu v io , se g ú n las trad icio n e s h ebra ica s; en la de O g y g és, se­
g ú n las le y e n d a s griegas: d u r a n te la g u e r r a de T r o y a ; cu a n d o la des­
trucción de N inive; en la m u e rte de Ju lio César, y asi de las dem ás. La
d u ra c ió n de la rev o lu c ió n de este p la n e ta es se g ú n los cálculos de E n c k e
de 8814 años. E n el perih elio, el 17 de d iciem bre de 16S0, d ista b a del Sol
23000 m iriá m e tro s, esto es, 15000 m iriá m e tro s m enos q ue l a d istan c ia d e
l a L u n a á la T ie rra . Su afelio es de 853, 3 d ista n c ia s de la T ie rr a al Sol.
La relación d el afelio al perih e lio es do 140 000 á 1.

(54) Pág-. 3S 6.— A r a g o , Astronom ía P o p u la r, t. II, p. í 17, 444 á 454.

(55) Pág-. 3 3 6 .— J u a n H erschel, Outlines, o f A stronom y, § 5 0 2 .

(56) Pág-. 386.— B e rn a rd o de L in d e n a u en las Aslronom ische N achrichten


de S c h u n ia c h e r, n .° 698, p. 25.

(57) Pág-. 3S6 .— Cosmos, t. III, p. 36-38.

(58) Pág'. 38S.— Le V e r r i e r , en las Memorias de la Academ ia de C ie n ­


cias, t, X IX , 1844, p. 982-993.

(59) Pág-. 3 8 3 .— N e w to n a trib u ía el r esp la n d o r d é l o s com etas m as b r i ­


lla n te s solo al reflejo de la luz solar: « sple n d en t com eta; luce solis a se re-
flexa.» (P rin cip ia mathemat; ed. Le S eu r y J a c q u i e r , 1760, L III, p. 577).

(60) Pág-. 3 8 8 . —B essel, S c h u m a c h e r 's Jarhbuch f ü r 1837, p. 169.

(61) Pág-. 389. — Cosmos, 1.1, p. 96 y t. III, p. 39.

(62) Pág-. 3 8 9 . —Y a l z , Ensayo sobre la determ inación de la densidad


del Eter en el espacio planetario, 1830, p, 2 y Cosmos, t. 1, p. 95. E l creci­
m ie n to del n ú cleo de los com etas á m e d id a q u e a u m e n t a su distancia al
Sol, h a b i a lla m a d o y a la aten c ió n de u n o b s e rv a d o r m u y cuidadoso y
e x e n to de to d a p r e v e n c ió n , de H evelio. V é a s e P i n g r é , Com étografia,
t . II, p. 193. E s un trabajo m u y d elicad o, c u a n d o se q u ie re c o n ta r con
la e x a c titu d , d e te r m in a r los d iá m e tro s del co m eta de E n c k e en su p e r ih e ­
lio. Este c ó m e la es u n a m a s a n e b u lo s a en la cual se d estac a p o r el brillo de
su luz el c e n tro ó u n a p a r te del ce n tro . A p a r tir de es ta re g ió n q u e no
tiene en m o d o a lg u n o la fo rm a de disco y no p u e d e tam p o co recibir el
n o m b re de cabeza del co m eta , la in te n s id a d de la luz d is m in u y e r á p id a ­
m e n te en d erred o r. La n e b u lo sid a d p r e se n ta en u n sentido u n a p r o lo n g a ­
ción q u e tie n e la a p a rien c ia de u n a cola; las m e d id a s in d ic a d a s en el te s ­
to se refieren á esta m a te r ia n eb u lo sa c u y a circ u n fe re n cia sin estar b ie n
d e t e r m in a d a se reduce e n el p e rih e lio .

(63) P á g . 3 8 9 .— J u a n H e r s c h e ll, Cape Observations , 1 8 4 7 , § 366,


la m . X V y X V I.

(64) P á g . 39 0.— M ucho d esp u es, el 5 de m a rz o , vióse crecer h a s t a l a


distan c ia de 9o 1 9 f el i n t e r v a l o q u e se p arab a los dos com eta s; este a u m e n ­
to, se g ú n h a p r o b a d o P la n ta m o u r , n o era m a s q u e a p a r e n te y con-
secuencia de la a p r o x im a c ió n del astro á la T ie rra. Desde el mes de fe­
brero h a s ta el 10 de m a rz o , las dos parte s d el doble c o m e ta q u e d a r o n a
i g u a l d istanc ia u n a de la o tra.

(65) P ág-. 390.— El 19 de febrero de 1846 se d istingu ió el fondo n eg ro


del cielo q u e se para los dos com etas. ( 0 . S t r u v e en el Boletín físico-m ate­
m ático de la Academ ia de Ciencias de Saint-Petersbourg, t. Y I n .° 4).

(66) P á g . 3 9 0 . — V é a n s e Outlines o f A stron , § 5S0-5S3. y Galle, Olbers


Cometenbahnen, p. 232.

(67) P á g . 3 9 1 . — « E p h o ru s n o n religiosissima; fidei. scepe d e c ip itu r,


stepe decipit S i c u t h i c Com etcm q u i o m n iu m m o r la li u m oculis cu sto d itu s
est, q u ia in g e n tis rei t r a x i t e v e n tu s , c u m H e l i c e m e t B u r in o r t o s u o m e r -
se rit, a it illum discessisse in d u as stellas: q u o d p n c te r illu m nem o tradi-
dit. Quis e n im posset o b se rv a re illu d m o m e n tu m q u o c o m e te s s o lu tu s e t i n
du as p arte s r e d a c tu s est? O uom odo au te m , si est q u i v id e rit com etem in
d u a s d irim í, n e m o v id it fieri ex duabus? (Sén eca, Qucesliones naturales,
lib. V II, cap. 16).

(68) P á g . 391.— E d u a r d o B io t, Investigaciones sobre los cometas de la co­


lección de M a-tua n -lin , en las Memorias de la Academ ia de Ciencias, t. X X ,
1815, p. 334.

(69) P ág . 392.— Galle, en los Otbers Cometenbahnen, p . 232, n . ° 1 7 í . Los


c o m eta s de Colla y de B r e m i k e r , q u e h ic ie r o n su ap a rició n en los años
184o y 1840 d escriben su ó r b ita elíptica en u n tiem po b a s ta n te corto,
c o m p a r a d o s con los com etas de 1814 y 1680 q u e no e m p lea n m e n o s de
3000 y 8800 años. Los p eríodos de los dos com etas de Colla y de B r e m i­
k e r á lo q u e p are ce, son de 249 y de 344 a ñ o s . V é a se Galle i b id , p á g in a
229 y 231.

(70) P á g . 391 .— E l corto período de 1204 dias fue c o m p ro b a d o por


E n c k e c u a n d o la re a p a r ic ió n de su co m e ta en 1819. Los e lem e n to s de la
ó r b i t a elíptica de este c o m eta están ca lc u lados p o r p r im e r a vez en el
B erlín astronom. Jahrbuch für 1822, p. 193. V éa se ta m b ié n p a r a la cons­
ta n te d e l m edio r esisten te, c o n s id e r a d a com o m o d o de esplicar la r a p i­
d ez de la r e v o lu c ió n , l a 4 .a M e m o ria de E n c k e , en la coleccion de la A c a ­
d e m ia de Berlin, añ o 1854 y com párese e n este respecto, A r a g o , A stron .
p o p u la r, t. II, p. 287 y Carta á A lejandro de Humboldt, 1840, p. 12, asi
co m o Galle en los Olbers Cometenbahnen, p. 2 21. P a r a co m p letar, r e m o n ­
tá n d o se ta n lejos com o sea p osib le, l a h is t o r ia del co m eta de E n c k e , es
b u e n o r e c o rd a r q u e fue visto p o r p rim e ra v ez p or M ecliain, desde el 17 al
19 de enero de 1786, despues por C a ro lin a H erschell, desde el 7 al 27
d e n o v ie m b re de 179o, por B o u w a r d , P o n s y H u th , desde el 20 de o ctub re
al 19 de n o v ie m b re de 1805, p or ú ltim o p o r P o n s , desde el 26 de n o v ie m b r e
de 1818 al 12 de en e ro de 1819, cu a n d o su d écim a re a p a r ic ió n despues
del d e s c u b rim ie n to de M echain. L a p rim e ra v u e l ta c a lc u la d a de a n t e m a ­
no p o r E n c k e , fue o b se rv a d a p o r R ü m k e r e n P a r a m a t t a : v éase Galle, ib id ,
p. 215. 217, 221 y 222. El co m eta in te r io r de Biela, ó com o ta m b ié n se
a c o stu m b ra á l la m a r , el c o m eta de Biela y de G a m b a rt, o b se rva do p or p r i­
m e r a vez el 8 de m a rz o 1772 p o r M o n ta ig n e , fue visto e n s e g u id a s u c e s i­
v a m e n te p o r P o n s, el 10 de n o v ie m b re de 1805, p o r B iela en Jo s e p h s ta d t,
en B o h e m ia , el 27 de feb rero de 1826, y p o r G a m b a r t, en M arsella el 9 de
m a rz o d el m ism o a ñ o . B iela fue cie rta m e n te el prim e ro q u e d escubrió de
n u e v o el c o m e ta de 1772, pero en cam bio G a m b a r t d e te r m in ó los ele­
m e n to s elípticos a n te s q u e Biela y casi a l m ism o tiem po q u e C lausen. La
p r im e r a v u e l ta del co m e ta de B ie la d e te r m in a d a m a te m á ti c a m e n te fue
o b s e r v a d a por H e n d e rso n en el cabo de B u e n a E sp e ra n z a , d u r a n te los
m e se s de o c tu b re y d ic iem b re de 1S31. La m a ra v illo s a dism in u ció n del
c o m e t a d e B ie la de l a c u a l se h a b l a en el testo, tu v o l u g a r en su o n ce n a
re a p a ric ió n d espues del añ o 1772 h a s ta fines del 1845. V é a se Galle en los
Olbers Cometenbahnen, p. 2 1 4 , 2 1 8 , 224, 227 y 232.

(71) P á g . 394.— J u a n H e rsc h e ll, Outlines o f astron .., § 601.

(72) P á g . 3 9 5 .— L aplace, Esposicion del Sistema del M undo, p. 396 y 414.


Las opiniones p a rtic u la re s de L aplace a c erca de lo s com etas, q u e c o n s i­
d e r a com o p e q u e ñ a s neb u lo sas v a g a n d o de sistem as en s is t e m a s , están
re fu ta d a s p o r la reso lu c ió n de un g r a n n ú m e ro de n eb u lo sas o c u rrid a
despu es de la m u e rte de ese g r a n d e h o m b r e .

(73) P á g . 396.— E n el colegio d é l o s a s tró n o m o s caldeos en B a b ilo n ia ,


ex istia d iv e rg e n c ia de o p in io n e s , lo m ism o q u e e n t r e los P ita g ó ric o s , y
en todas la s escuelas a n t ig u a s . S é n e c a (Quces. n a tu r., lib. 7, cap. 3) cita
lo s sen tim ien to s opuestos de A polo nio el M indo y de E p ig e n e s . A u n ­
q u e r a r a vez se cita á E p ig e n e s, P lin io (lib. V II, cap. 3) le lla m a « g r a -
vis a u c to r in prim is.» V u é lv e s e á e n c o n tr a r su n o m b r e , pero sin califi­
cación , en C ensorino (de Die natali, cap. 17) y en S to b e e ( Ecloga physica,
lib . I, cap. 29, p. 586 ed. Hoeren). V éa se tam bién L o b e k Aglaopham us,
p . 341. D iodoro de Sicilia ( lib . X V , cap. 5 0 ) cree q u e la opinion g e ­
n e r a l y d o m in a n te en tre los astró lo g o s de B a b ilo n ia e ra q u e los co m e ­
tas despues de los in te rv a lo s de tie m p o s i n v a r i a b le s e n tra b a n en órbitas
d e te r m in a d a s . E l d ise n tim ien to q u e d iv id ía á los P itag ó ric o s acerca d e
la n a t u r a le z a p la n e ta ria de los com etas , y q u e c itan A ristó te les y el
P s e u d o - P lu ta r c o ( Meteorológica , lib . I, cap. 6, I; de P la citis P h ilo so p h .,
lib. III, cap. 2) se e s te n d ia segú n el E s ta g ir ita (M eteorol., lib. I, cap. 8, 2)
á la n a t u r a le z a de la V ia láctea , q u e señalaba la se n d a a b a n d o n a d a por
el S o l , y a q u e lla de la cual F a e tó n h a b i a sido precipitad o. V é a se Le-
r o n n e , en Jas Memorias de la Academia de In scrip cio n es , 1839, t. XII,
p. IOS. A ristóte les cita ta m b ié n la opinion de a lg u n o s P ita g ó ric o s,
de q u e los com etas p erte n ec en á la clase de p la n eta s q u e, com o M er­
cu rio , no l le g a n á hacerse visib les sino e lev á n d o se d u r a n te u n la rg o tie m ­
po sobre ei h o r iz o n te . E n el T ra ta d o del P se u d o - P lu ta r c o c u y a s in d ic a ­
ciones son siem pre tr u n c a d a s por d es g ra cia , se dice qu e los com etas se
l e v a n t a n en el h o r iz o n te en épocas d e te r m in a d a s , verificada q u e es su
r e v o lu c ió n . M uchos d ato s sobre la n a tu ra le z a de los co m eta s co n te n id o s
en los escritos de A rr ie n q u e p u d o a p r o v e c h a r S tobee , y en los de Cha-
r ím a n d e r , c u y o n o m b r e h a sido c o n s e r v a d o solo p o r S é n e c a y p o r P ap -
pus lia n se p erdido p a r a n oso tro s (Ecloga, lib . I, cap. 2o, p. 61, ed. P la n -
tin). S tobee cita como p e r te n e c ie n t e á los C a ld e o s , l a opinion d e q u e los
c o m eta s son ta n r a r a m e n te visibles, p o r q u e en su l a r g a eseursion v a n á
o c u ltarse en las p r o fu n d id a d e s del eter, com o los peces en el Océano. La
esplicacion m a s se d u c to ra y al m ism o tiempo l a m a s séria , á pesar de su
s a b o r r e tó r ic o , la q u e está m a s en a r m o n ía con las o pinion e s recientes,
es l a d a d a p or S é n e c a : «Non enim ex istim o com etem s u b ita n e u m ig n e m
sed in te r ¿eterna o pera n a t u n e . — Quid e n im m i r a m u r com eta s ta m r a r u m
m u n d i spectaculum , n o n d u m teneri le g ib u s ce rtis? nec initia illorum fi-
nesqu e p a te s c e r e , q u o r u m ex in g e n tib u s in te rv allis r ec u rsu s est? N o n d u n
s un t a n n í q u in g e n ti ex q u o Grsecia

.......Stellis n ú m e ro s et n o m in a f e c i t ,

m ultseque h o d ie su n t g en tes quse ta n tu m facie n o v e r in t coelum ; q u a r e


o b u m b r e tu r. Hoc a p u d nos q u o q u e n u p e r ratio ad c e rtu m p e r d u x it V e-
n ie t tem p us qu o ista quse n u n c la tem in lu v e m dies e x t r a h a t et lo n g io ris
íevi d ilig e n tia .— V e n ie t tem pu s quo posteri n o s t r i t a m ap e rta nos nescisse
m ir e n tu r — Eleusis s e rv a t q u o d o ste n d a t r e v is e n tib u s . R e r u m n a t u r a sa­
c ra su a n o n sim ul t r a d i t: in itiato s n o s c r e d im u s ; in vestíbulo ejus hse-
r e m u s ; illa a r c a n a non p rom iscué nec ó m n ib u s p a l e n t , re d u e la et in in ­
te riore sacrario clau sa s u n t . .E x q u ib u s a liu d hcec cetas, a liu d qiue post
n o s s u b ib i t, despiciet. T arde m a g n a p r o v e n i u n t . . . ’» ( Qucestiones naturales,
lib. V I I , cap. 22, 25 y 31.)

(74) P á g . 4 0 3 .— E l aspecto del firm am e nto ofrece objetos q u e no co­


e x iste n sim u ltá n e a m e n te . M uch os se h a n d e s v a n e c id o antes de q u e la luz
q u e e m a n a de ellos h a y a lle g a d o h a s ta n o s o t r o s ; a lg u n o s ocup an l u ­
g a r e s d iferentes de aquellos d o n d e los d istin g u im o s. V éa se el Cosmos, 1.1,
p. 117; t. III, p. 72-247 y B a co n . Novum Organum, L o n d . 1733, p. 371, y
G. H erschell en los Philosophical T ransaction s, for 1802, p. 493.
(75) P ág . Í 0 4 .— Cosm os, t. I, p á g . 117 y 123.

(76) P á g . 4 0 5 .— V é a n se las o piniones de los G riegos ac e rc a de la cai-


da de p iedras m e te ó r ic a s , en el Cosmos, t. I, p. 117, 120, 3G8, 37 1 y 378
(notas 61, 62, 69, 87, 8S y 89: t. II, p. 463 (no ta 27).

(77) P á g . 405.— V éase en B ran d is, Gcschichle der Griechisch-rcemischcn


P h ilso p h ie , 1 .a p a r t e , p. 272-277) un p a s ag e d o n d e se h a l la refu ta d a la
o pinio n em itid a p or S c h l e i e r m a c h e r , en la Coleccion de la A c a d e m ia de
B e r l ín , a ñ o s 1S04-1811 ( B e r lí n , 1S15) p. 79-124.

(78) P á g . 4 0 o .— S tobee, en el p a s a g e citado (Ecloga physica , p. 503)


a t r i b u y e d D ióg enes de A polo n ia el h a b e r l la m a d o á las estrellas cuerpos
porosos. E s ta id e a puede h a b e r sido s u m i n is tr a d a por la cre en cia ta n es­
te n d id a e n la a n tig ü e d a d de q u e los cuerpos celestes se n u tr ía n de e v a ­
p o ra c io n e s h ú m e d a s . «El Sol d e v u e lv e las su sta n c ia s q u e recibe. (A r is­
tóteles, M eteorologica, ed. Id ele r, l. I, p. 509: S e n e c a , Qucesliones naturales,
lib. IV, cap. 2). Los cuerpos c e le s te s , sem ejantes á la p ie d ra póm ez , e s ­
taban ta m b ié n c o n sid erad o s com o te n ien d o e x h a la c io n e s p rop ias.» E sas
exalaeiones q u e no p u ed e n ser vistas en ta nto q u e v a g a n en los espacios
ce le ste s , no son sino p ie d ra s que se inflam an y a p a g a n al caer sobre la
t i e r r a . ” ( P lu ta r c o , de P lacitis Philosophorum , lib, II, cap. 13). P lín io (li-'
bro II, cap. 59) cree q u e las caídas de p ie d ra s m e teó ric as son a c c id e n te s
q u e se r e n u e v a n f re cu e n tem en te : «Decidero t a m e n , crebro no n erit du-
b iu m .» Dice tam bién (lib. II, cap. 43) q u e c u a n d o el cielo está sereno la
caida de esas p iedras d e t e r m in a un a d e to n a c ió n . Un- p asag e de S én ec a
(Qiuest. n a tu r,, lib. II, cap. 17) en el cual se h a b l a d e A n a x im e n e s , y cjue
p a r e c e e sp re sar un p e n s a m ie n to a n á l o g o , no se. refiere p r o b a b le m e n te
sino al r u id o d el r a y o en u n a n u b e te m pestuosa.

(79 P á g . 4 0 0 .— Cito a q u í el notable p asaje de la v id a de L is a n d ro t r a ­


ducido lite ra lm e n te : A lg u n o s físicos h a n em itid o una opinio n m as v e ­
rosím il, se g ú n e l lo s , las estrellas erran te s no f lu y e n ni se se p aran del
fu eg o etéreo que se a p a g a en el aire in m e d ia ta m e n te despues de h a b e r s e
in fla m ad o , y no se p ro d u ce n tam p oco ^ o r la ignición y la com bustión
del aire q u e la conde nsa ción o b lig a á elev a rse en las r e g io n e s superiores:
esos son cuerpo s celestes q u e a r r o ja d o s sobre la tie r ra p or la cesación d el
m o v im ie n to g i r a t o r io , no caen siem p re en los espacios h a b ita d o s , sino
en el m a r con m u c h a f re cu e n cia en d o n d e se o cu lta n á n u estra s m ira das.

(SO) P á g . 4 0 6 . —Respecto de los astros c o m p letam e n te oscuros o q u e


cesan de em itir l u z , qu iz á p e r i ó d i c a m e n t e , acerca de las opiniones de
los m o d e rn o s respecto de este asunto, y en p a rtic u la r sobre las ideas
de L ap lace y de Bessel, y so b re la o b se rv a ció n de Bessel re la tiv a á un
cam bio ocurrido e n el m o v im ie n to propio de P r o c y o n , o bservación c o n ­
f irm ad a p o r Peters en Kcenig-sberg-, v é a se el Cosmos, t. III, p. 179-182.

(81) P ág -. 4 07.— V é a se el Cosmos, t. III, p. 32 y 40.

(82) P ág-. 4 0 7 .— Dice lite ra lm e n te el pasaje de P lu ta r c o , de Facie in


orbe L u n a , p. 92 3 : «La L u n a tie n e u n a u x ilia r c o n t r a la fuerza q u e la
solicita á caer; su m o v im ie n to m ism o y la rapid ez de su re v o lu c ió n , com o
los objetos colocados en u n a h o n d a no p u e d e n c a e r , m e rc e d al m o v i­
m ie n to g-iratorio q u e los a r ra stra .»

(83) Pág-. 408.— Cosmos, t. I, p. 108.

(84) P ág -. 408.— C o u lvier-G ravier y Saig-ey, Investigaciones sobre las Es­


trellas errantes, 1847, p. 69-8G..

(8o) Pág-. 4 0 9 .— E d u a r d o H e is . die periodischen Stems chnvppen und die


der Resultate der Erscheinungen, 1849, p. 7 y 2G-30.

(8G) Pág-. 409 — L a desig-nacion del polo N orte com o p u n to d e p a r t i d a


.de un g r a n n ú m e ro de estrellas e rra n te s en el perío d o de ag-osto, d esca nsa
ú n ic a m e n te en las o b se rv a cio n e s del año 1S39. U n v ia jero q u e h a r e c o r ­
rido el O ri e n te , el Dr. A s a h e l G r a n t , escribió desde M a r d i n , M esop ota-
m i a , q u e h á c ia m e d ia n o c h e es ta b a el cielo com o lierizado de estrellas
e r r a n te s q u e p a r tí a n to d a s de la reg-ion de la estrella p o la r. V é a s e en
H eis (die periodischen Sternschnuppen . etQ., p. 28), u n pasaje red a cta d o se­
g ú n u n a c a r ta de H e r ric k á Quételet, y el diario de G rant.

(87) Pág-. 409.— El p re d o m in io de P erseo so b re Leo, como p u n to de


p a r tid a de un n ú m e r o m a y o r de estrellas e r r a n te s , no se h a b ia a u n m a n i­
festad o, c u a n d o la s o b se rv a c io n e s h e c h a s en B r e m a d u r a n te la noche
del 13 al 14 de n o v ie m b r e de 1838. U n o b s e rv a d o r m u y práctico, Ros-
w i n k e l , vió en u n a llu v ia de estrellas m u y a b u n d a n t e p a r tir de Leo y
de la p arte m e rio n a l de la Osa m a y o r casi to d a s la s tray e cto ria s ; m ie n ­
tra s q u e en la n o c h e del 12 al 1 3 'd e n o v ie m b r e , en u n a llu v ia de e s tr e ­
llas v e r d a d e r a m e n te poco co n sid erab le , solo v ió cuatro tr a y e c to r ia s
p a r tir d e la constelación de L eo. Olbers o b se rv a á este respecto en las
Astronom ische N achrichten, de S c h u m a c h e r, n . ° 372, q u e d u r a n te a q u e lla
n o e h e «las tr a y e c to r ia s no e r a n p ara lela s e n t r e sí, q u e n a d a p a re c ía u n i r ­
las á la constelación de Leo, y q u e esta falta de p a ra le lism o las h a c ia
a s e m e ja r á estrellas e r r a n te s aisla d a s, m u c h o m a s qu e á flujos p e r ió d i­
cos. Es cierto q u e el fenóm eno de n o v ie m b re no pud o com pararse en 1838
á los de los a ñ o s 1799, 1832 y 1833.» .
(88) Pág-. 410.— S a ig e y , Investigaciones sóbrelas Estrellas errantes, p. 151.
V é a s e ta m b ié n sobre la d e te r m in a c ió n h e c h a p o r E r m a n , de los p u n to s
de c o n v e r g e n c ia , d ia m e tra lm e n te opuestos á los p u n to s de p a r tid a , la
m is m a o b r a , p. 125-129.

(89) P á g . 411.— Heis, periodische Stern sch n u pp en , p. 0. A ristóte les


Problem ata, 23, y S é n e c a , Qucestiones naturales, lib. I, cap. 14: «V en -
tu m significat s s c lla ru m d is c u rr e n tiu m lapsus et q u id e m ab ea p a r te q u a
erum p it.» Y o m ism o h e a d m i t i d o , p a r ti c u la rm e n te d u r a n te m i p e r m a ­
n e n c ia en M arsella, en la época de la espedieion de E g ip to , la influencia
de los vie n to s sob re la d irec ció n de las es tre lla s erran te s.

(90) P á g . 41 1.— Cosm os, t. I, p. 3G7 ( n o ta 60).

(91) P á g . 411.— T odo lo q u e en el testo está e n c e r r a d o en tre co m i­


ll a s , se debe á las noticias es tim a b les de J u lio S c h m i d t , a g r e g a d o al ob­
s e rv a to rio de B onn. P u e d e verse acerca de sus tr a b a jo s a n te rio re s v e r i ­
ficados d esd e 1842 á 1844, S a i g e y , Investigaciones sobre las estrellas er­
rantes, p. 159.

(92) P á g . 413.— Y o m ism o h e o b s e rv a d o , no o bsta nte , en el m a r del


S ud, á los 13° */2 de la titu d N o r'e , u n a llu via m u y co n s id e ra b le de e s tre ­
llas e r r a n te s , el 13 de m arzo de 1803. El añ o 687 antes de la era c ristia ­
n a , se n o ta ro n ta m b ié n en el mes de m a rz o dos flujos de m e teo ro s.

(93) P á g . 4 1 4 .— U n a llu v i a de estrellas e r r a n te s sem ejante en u n t o d o


á la del 21 de octu b re de 1366 (estilo a n tig u o ) , c u y a in d ic ac ió n h a lló B o -
g u s la w s k ih ijo , en el Chronicon Ecclesice Pragensis de Benesse de H o ro v ic -
(Cosmos, t. 1, p. 113), h a sido descrita en detalle en la célebre obra h istó ric a
de D u arte X u ñ e z de Lia o (Chronicas dos R eís de Portugal reformadas, p. I,
Lisb. 1600, fol. 187); pero está referid a á la n o c h e del 22 ai 23 de o c tu ­
bre. ¿Es preciso a d m itir dos flujos diferentes, u n o de ellos v is to en
B o h e m ia , y el otro en las o rillas del T a jo , ó u n o de a m b o s cronistas se
e q u iv o có u n dia? Cito el p asaje del h is to ria d o r p o r tu g u é s : « V indo o
a n n o de 1366, sendo a n d a d o s X X II dia s do m es de oclu b ro , tres m eses a n ­
tes do fallecim iento del R e y D. P e d r o (de P o r tu g a l) , se fez no ceo h u m
m o v im e n to de estrellas, q u a l os hornees nao virao nem o u v irá o . E fol q u e
desda m e a noite por d iante correráo to dalas strellas do L e v a n te p a r a o P o ­
n en te, e ac ab a d o de serem j u n t a s e o m e c a ra o a co rrer h u m a s p a r a h u m a
p a r t e e o u t r a s p a r a o u tr a . E despois d es ce rá o doceo ta n tas e tam spessas,
q u e tanto q u e foráo baxa s no ar, p are ciá o g r a n d e s fo g u eiras, e q u e e ce o
e o ar a rd ia o , e q u e a m e sm a té rra q u e ría a r d e r. O ceo p a re c ía p a r t i d o
em militas p a rte s, allí o nde strellas nao s!aváo. E isto d u ro u per m uito
spaco. Os q u e isto viáo, h o u v e r a o ta m g r a n d e medo e p a v o r , que sta vao
com o ato n ito s, et cuidavfio todos de ser m o rio s, e que era v i n d a a finí
do m u n d o .»

(94) P á g . 415.— H u b ié r a n s e podido citar p u n to s de com p arac ió n m a s


rec iente s, si h u b ie se n sido conocidos cu a q u e lla época: p or ejemplo los
flujos m eteóricos o b se rv a d o s por Klcedcn en P o s td a m , en la n o ch e d el 12
al 13 de n o v ie m b r e de 1823, p or B e ra r d , en las costas de E sp añ a , del 12
al 13 de N o v iem b re de 1831, y p o r el conde S o u c h te ln , en O re n b o u rg ,
del 12 al 13 de n o v ie m b r e de 1832. V é a se el Cosmos, t. T, p. 108, y S c h u -
m a c h c r 's Astronom ische N achrichten, n .° 303, p. 242. E l g r a n fenóm eno
q u e B o n p l a n d y y o o b se rv a m o s del 11 al 12 de n ov ie m bre de 1799 (V ia -
ge á las Regiones equinocciales, lib. I V , cap. 10, t. I V , p. 34-53, ed. en 8.°),
d u r ó desde las dos h a s ta las cuatro de la m a ñ a n a . D u ra n te todo el
v ia je q u e hic im o s á tr a v é s de la r e g ió n del Orinoco, h a s ta el -rio N e­
g ro , h a lla m o s q u e este inm enso flujo m e teóric o h a b ia sido o b se rv a d o
p o r los m isioneros, y an o ta d o p or m u c h o s de ellos sobre su ritu a l. En el
L a b r a d o r y la G ro e n la n d ia, h a b i a a d m ir a d o h a s ta L ic h te n a u y N ew -
H e r r n h u t , á los 60° 1 4' de la titu d . E n ltterste d t, cerca de W e im a r ,
v ió el pasto r Zeising lo que se v e ia al m ism o tiem p o en A m é ric a ,
bajo el e c u ad o r, y cerca del círculo p o la r boreal. L a v u e l ta p eriódica
del fen ó m e n o de S an L orenzo llam ó la a te n c ió n m ucho despues q u e el
fenóm eno de n o v ie m b re . H e rec o g id o con c u id ad o las in d icaciones re­
la tiv a s á la s llu vias consid erab les de estrellas e rra n te s q u e h a n sido
e x a c t a m e n te obse rv a d as, s e g ú n mi noticia, en la n o ch e del 12 al 13 de
n o v ie m b r e , h a s ta 1846. P u e d e n co n ta rse q u in c e de ellas q u e se p r o d u je ­
r o n en 1799, 1818, 1822, 1S23, en los a ñ o s com p re n d id o s en tre 1831, y
1839, en 1S41 y 1 8 Í 6 . E s c lu y o de este cálculo todas la s caidas de m e te o ­
ros q u e se se p a r a n de la fecha fijada en mas d e u n o ó dos dias, especial­
m e n te l a del 10 de n o v ie m b r e de 1787 y del 8 de n o v ie m b r e de 1813.
E s ta v u e l ta p erió d ica casi á d ia fijo es ta n to m a s so rp re n d en te, cu a n to
q u e los cuerpos de ta n po ca m a sa están cspu cstos á u n g r a n n ú m e r o de
p e r tu r b a c io n e s , y la lo n g it u d del anillo en el cual se s upone q u e están e n ­
ce rra d o s los m e teo ro s, p u e d e a b a r c a r , m u c h o s dias de la rev olució n de
l a T ie rra a l re d e d o r del Sol. Los flujos m e te ó ric o s m a s b rilla n te s fu e ro n
los de 1799, 1831, 1833 y 1834. Quizá sea este el lu g a r de h a c e r ob ­
s e rv a r q u e h a h a b i d o e rro r en la d escrip ción q u e h e dado de los m e ­
te o ro s de 1 7 9 9 , y q u e en vez de i g u a la r el d iá m etro de los m a y o re s
bólidos á I o ó I o 4/ 4 , h u b ie r a sido preciso dec ir q u e ese d iá m etro era
ig u a l á 1 ó 1 i/ i del d iá m e tro de la L u n a . No te rm in a r é esta n o ta sin
citar el g lob o inflam ado q u e el d irec tor del O bservatorio de T olosa,
P e t i t , h a o b se rv a d o con u n a aten c ió n especial, y c u y a r e v o lu c ió n a l­
r e d e d o r de la T ie rra h a calculado. V é a n se la s Memorias de la Academia
de Ciencias, de 9 de ag o s to de L8L7, y S c h u m a c h e r 's Astronom ische N a -
chrichten, n .° 701, p. 71.

(9o) P á g . 4 1 8 .— F o rs te r , Memorias sobre las estrellas errantes, p. 31.

(96) Pág-. Í I 9 . — Cosmos, t. 1, p. 110 y 138.

(97) Pág'. 419.— Ksenitz, Lerhbuch der Meteorologie, t. Til, p. 277.

(98) Pág-, 420.— L a caida d é l o s aereolitos o c u rrid a en Crem a y en las


orillas del A d d a , h a sido descrita con u n a v iv a c id a d s in g u la r, pero d e s ­
g r a c ia d a m e n te de u n a m a n e r a osc ura y con algo de d e c la m a c ió n , p o r el
célebre M ártir Ang-hiera (Opus E p istola rum , A m st., 1670, n .° CCCCLXV,
p. 245 y 246). L a c a id a de las p ie d ra s fue p r e c e d id a de u n a o scuridad
q u e ocultó casi p o r com pleto el Sol, el 4 de S e tie m b re de 1511 al medio
d i a : « F a m a est P a v o n e m im m e n su m in aerea Crem ensi plag-a fuisse v i ­
s u m . P a v o v isu s in p y r a m i d e m c o n v e r tí, a d e o q u e celeri ab Occidente in
O rientem r a p ta ri cursu, ut in hora; m o m e n to mag-nam hemispha?rii par
te m d o c to ru m in sp e c ta n tiu m se n te n tia p erv o la sse c r e d a tu r . E x n u b iu m
illico d en s ita te ten eb ras fe ru n t s u r re x is s e , quales v i v e n tiu m n u llu s un-
q u a m se eog-novisse fate atu r. P e r eain n octis f a c ie m , cum fon n id o lo sis
fulg-uribus, in a u d ita to n itru a reg-ionem circ u m se p seru m t.» Los relámpag-os
e r a n ta n in te n so s, q u e a lre d e d o r de B e rg a m o p u d ie r o n v e r los h a b i ta n t e s
la lla n u r a de Crem a, en m edio m ism o de la o sc u rid a d q u e la cu b ría . El
escritor a ñ a d e : « E x horrerKlo illo f r a g o r e q u id ir a ta n a t u r a in eam re-
g-ionem p ep e rerit perc u n cta b eris. S a x a dem isit in Crem ensi plan itie (ubi
n u llu s u n q u a m eequans o v u m lapis v isu s fuit) inmensa; m a g n itu d in i s , pon-
deris e g re g ii. Decem fuisse r e p e r ta c e n tilib ra lia s a x a ferunt.»» H áse dicho
ta m b ié n q u e m u r ie r o n p á j a r o s , ca rn ero s y peces. E n tr e esas e x a g e r a c io ­
nes es n ec es ario rec o nocer q u e la n u b e m e teó ric a de d o n d e c a y e r o n las
p ie d ra s, d e b i a ser de u n a n e g r u r a y de u n a d e n s id a d in u sita d a s. Lo que
A n g h i e r a lla m a P a v o , era sin d u d a u n bólido a la r g a d o y pro v isto de u n a
l a r g a cola. S e g ú n el m o d o como p in ta el a u t o r el espantoso ruido q u e r e ­
sonó en la n ub e m e teó ric a, pare ce q u e h a q u e rid o describir t r u e n o s a c o m ­
p a ñ a d o s de relá m p ag o s. A n g h i e r a se 'p r o c u r ó en E sp a ñ a u n f ra g m e n to de
esos aereo lito s como el p u ñ o de gru eso s, y lo enseñ ó a l r e y F e r n a n d o el
C atólico, en presencia d el cé le bre ca p ita n G onzalo de C ó rd o v a. La carta
en q u e refiere este h e c h o , d ir ig id a desde B u r g o s a F a j a r d o , co n c lu y e
con estas p a la b r a s : « M ira su p e r hisce p ro d ig iis co n scrip ta fanatice, phy_
sice, theolo gice a d nos m issa su n t e x Italia. Quid p o r te n d a n t q u o m o d o q u e
g ig n a n t u r , iibi u tra q u e s e r v o , si a liq u a n d o a d nos v e n e r i s . » C ardan e n ­
t r a en d etalles m as precisos (O pera. L u g d . , 1 6 6 3 , t. I II, lib. X V , cap. 72,
p . 279), y afirm a q u e c a y e r o n 1,200 aereolitos, e n tre los cuales h a b ia uno
n e g r o como el h ie rro y m u y denso, q u e pesaba 120 lib ra s. S e g ú n C a rd a n ,
•el r u id o se p ro lo n g ó d u r a n te dos h o r a s : « U t m ir u m sit ta n ta m m o lem in
aere su stin eri p otuisse.» Considera al bólido de cola como u n com eta, y se
e q u iv o c a en u n a ñ o en l a in d ic ac ió n de la fecha q u e fija en el de 1510.
E n la época en q u e se p ro d u jo este fen ó m e n o , C a rd a n tenia de n u e v e á
diez años.

(99) P á g . 420.— Los ae reolitos q u e c a y e r o n rec ien te m e n te en B r a u -


n a u , el 14 de Ju lio de 1 8 i 7 ', e s ta b a n t a n calientes a u n á las seis h o r a s de
s u ca id a , q u e no se les p od ia to car sin q u e m a rse . H e indic ad o y a en el
A sia central (t. I, p. 40S) la a n a lo g ía q u e p re s e n ta con u n a caida de a e r o li­
tos el m ito del oro sagrado esten d id o en tre la s razas scíticas. A ñ a d o a q u í
e l p a s a g e de H e r o d o to , en el cual se refiere esta le y e n d a (lib. V , cap. 5
y 7): « T a rg ita o tu v o tres h i j o s , de los cuales el p rim o g é n ito se lla m a b a
L e ip o x a is , el se g u n d o A rp o x a is , y el m a s j o v e n C o laxais. Baje su r e i­
n a d o , c a y e r o n del cielo en la S citia , i n s t r u m e n to s de oro : u n ara d o , u n
y u g o , u n a h a c h a y u n a copa. E l p r im o g é n ito , q u e los v ió p rim e ro , se
acercó p a r a cojerlos y en s e g u id a se inflam ó el oro. Tocóle su v ez á A r ­
p oxais y sucedió lo mismo ; los dos h e r m a n o s r e c h a z a ro n , pues, es te oro:
pero c u a n d o el te rc e r hijo Colaxais se p r e s e n tó , ap a g ó se el o r o , y p u d o
tra n s p o r ta rlo á su casa. C o m p re n d ien d o sus h e r m a n o s el sentido de este
p ro d ig io , le cedieron todo s sus d ere ch o s al reino.»
T al v e z el mito del oro sa gra do no es sino un m ito etno gráfico, u n a
a lu sió n á los tres h ijo s del r e y q u e f u n d a r o n cad a u n a de la s trib u s de
q u e se co m ponían las pob lacio nes escitas, y á*la p r e p o n d e ra n cia q u e o b ­
tu v o la tr i b u fu n d a d a p or el m as j o v e n , la d é l o s p a ra la ta s . V é a s e
B randstseter, Scytica, de aurea Caterva, 1837, p. 69 y 81.

(100) P á g . 4 2 2 .—E n tr e los m e tales c u y a p r e se n c ia se h a descubierto


en las pie d ra s m eteó ricas, H o w a r d reco noció el N ickel, S tro m a y e r el co­
b a lto , L a u g i e r el cobre y el c r o m o , B erzelio el estaño . .

(1) P á g . 4 2 3 .— R a m m e ls b e rg , en los A nnalen de P o g g e n d o r f, t . L X X l V ,


1S49, p. 442.

(2) P á g . 4 2 5 .— R a m m e lsb e rg , P o g e n d o r f , A n n a len , t. L X X Itl, 4848,


p. 585; S h e p a r d en el Am erican Journal o Sciences and A r ts , de Sillim an,
2 .a s é r i e . t. II, 1846, p. 377.

(3) P á g . 426.—V é a s e el Cosmos, t. I, p. 115.

(4) P á g . 42 6.— Z e ilsch rift der deutschen geoiogischen Gesellschaft, t. I,


-p. ‘2 32. T odo lo q u e en el testo está colocado en tre c o m illa s , p ertenece
á los m a n u s c r ito s del profesor R a m m e ls b e rg fecha del m es de M ayo
de 1851.
(5) P ág-. 430. — V éase K eplero, Astronóm ica nova seu Physica ca leslis,
tradila com m eníariis de motibus stella: Martis ex observationibus Thychonis
B ra h i elabórala, 1G09, c a p . XI y LIX .

(6) Pág-. 4 3 1 .— L aplace, Esposicion del Sistema del3 Iun do, p. 309 y 3 9 1 c

OBSERVACIONES COMPLEMENTARIAS

PARA LA SEGUNDA PARTE D E L TOMO TERCERO.

(a) H u m b o ld t, h a b i a d a d o en la edición a le m a n a de este tom o del Cos­


mos, el c ua dro de 14 p e q u e ñ o s planetas; pero no h a b i e n d o d ism in u id o la
a c tiv i d a d científica despues, p u d o el m ism o a u to r, a ñ a d i r uno m a s, E u n o -
m ia, descu b ie rto por Gasparis el 19 de j u n i o de 1851. Desde esta época
h a s ta fines de 1857 s o la m e n te , se d e s cu b riero n 35 n u e v o s p la n e ta s : en 1852,
P siq u is, el 17 de m a rz o p o r Gasparis; el 17 de a b ril, Tetis por L u th e r; el
24 de ju n io y el 22 de ag-osto, M elpom ene y F o r t u n a p o r H ind: M asalia
por G asparis, el 19 de se tie m bre , y p or C h a cornac el 20 del mismo; L ute cia ,
el 15 de n o v ie m b r e , p or G oldschm idt; Caliope, el 15 de n o v ie m b r e , p o r
H in d; T alia, p o r el m is m o , el 15 de d ic ie m b re ,— e n 1853, Focea, el 6 de
abril, po r C ha cornac ; T em is, el m ism o dia, po r G asparis; P ro se rp in a , el 5
de m a y o , p o r L u th e r; E u te rp e , el 8 de n o v ie m b r e , p o r H in d ;— en 1854,
B e lo n a , el 1 .° de m a rz o , por L u th e r; A m fitrid cs, el m ism o dia , p o r M a r th ;
U r a n ia , el 28 de ju n io , p o r H in d ; E u fro sin a , el 2 de setiem bre, p o r F erg u -
son; P o m o n a , el 2G de octubre, por G oldschm idt; P o lim n ia , el 28 del mismo
m es, por C h a c o r n a c ;— en 1855, Circe, el 6 d e a b r il, por Chaco rn ac; L eu
co tea , el 19 de ab ril, p o r L u th e r; A ta l a n te , el o de o ctubre , p o r G oldsch­
m id t;— en 1856, Fides, el 12 de enero, p o r L u th e r ; L eda, el m is m o d ia,
p o r C h a co rn ac ; Leeticia, por el m ism o, el 8 d e f eb rero , A rm o n ía , el 31 de
m a rz o , por G o ldsc h m itd ; Dafne, el 21 de m a y o , p o r el m ism o; Isis el 23
del mismo m es, p o r P o g s o n ; — en 1857, A ria n a , el 15 de abril, p o r P o g -
son; Nisa, el 27 de m a y o , por G oldschm id t;-.E ugen ia, el 11 de ju lio , por
el m ism o; H estia, el 16 de a g o s to , por P o g s o n ; A g l a i a , el 15 de setiem ­
b r e , p o r L u th e r; Doris y P ale s, lla m a d o s los dos g em elos, el 19 de setiem ­
b re, p or G oldschm idt; V ir g in ia , el 4 de o c tu b re , p o r F e r g u s o n . D a­
m os en las dos p á g in a s sig u ien te s á título de anejo, s e g ú n el órden de los
descu b rim ie n to s, los elem entos de esos .nuevos p la n e ta s , á escepcion de
los cuatro últim os, cu y a s órbitas no se h a b í a n calculado a u n c u a n d o se re­
dac tó este cu a d ro . El cam po de los d escubrim ientos se e n s a n c h ó des­
pues m u c h o m as.
T OMO I I I . 53
EUNOMIA. PSIQUIS. TETIS. MELPOMENE. FORTUNA. MASALIA. LUTEGIA. CALIOPE.

1 ©J

| o


i-O
E 18 oct. 1852 21 abril 1856 l . ° e n e r o 1853 5 n o v . 1852 ■4 n o v . 1856 l.° e n e ro l8 5 3 l.°enero l8 53

>
47°43' 4 4 " 5 Í 03 2 ' 3 6 " 214°30M 0" 351°42; 2 2 " 6°10' 2 4 " 54°46' 2 9 " 4 0 °5 1 ' 4 0 " 77° 0 ' 1 0 "
1C 27 13 24 12 37 23 259 22 44 15 13 59 30 46 43 98 16 30 327 1 34 58 12 39
a 293 53 19 150 29 44 125 25 55 150 0 56 211 23 14 206 36 24 80 25 50 66 36 56
i 11 43 50 3 4 9 5 35 28 10 9 22 1 32 30 0 41 10 3 5 11 13 44 52
i* 8 2 2 ",0 7 6 7 1 0 ",0 5 7 9 1 2 ",5 9 3 102 0",0 4 9 3 0 'M IG 9 5 8 ",8 4 5 933",687 714 ",90 8
a 2,65092 2,92287 2,47260 2,29575 2,44144 2,40921 2,43521 2,90963
c 0,18934 0,13463 0,12677 * 0,21718 0,15782 0,14368 0,16207 0,10366
U I57(jd 49 1825d 20 1420d 13 1270d 53 1393d 37 13G5d 87 1388d 04 18l2d 82

594
t
TALIA. FOCEA. TEMIS. PROSERPINA. EUTERPE. BELONA. ANF1TRIDES. URANIA.

E L ° e n e r o l 8 3 5 10 julio 1857 4 m a y o 1853 11 ju n io 1853 l . ° e n e r o l 8 5 4 1° m arzo 1854 27 m arzo 1858 1."enero 1855
L 89° 5^ 2 9/' 294°46/ 43" 17 l ° 4 6 / 1 '/ 227°301 i ' 1 74°53 i 3 " 159° 2 ' 5 " 180° 1 ' 3 9 " 2 6 °2 8 '4 6 "
7T 123 1 1 57 302 46 9 134 20 19 236 20 38 88 2 13 122 18 20 56 29 5 30 48 47
a 07 55 4 214 4 55 35 49 29 45 54 43 93 42 4 144 42 58 356 26 34 308 l l 6
i 10 13 59 21 35 54 0 49 26 3 35 47 1 35 30 9 22 33 6 7 52 2 5 6
833 ",86 3 953 ',078 637",217. 8 1 9 " ,9 8 7 986 ",4 9 8 767 ",5 2 3 86 9 ;/,184 975 ", 208
a 2,62588 2,40106 3,14156 2,65542 2,34751 2,77509 2,55525 2,36559
e 0 ,2 3 5 9 í 0,25253 0,12266 0,08714 0,17475 0,15468 0,72613 0,12620
U 1554d 21 1358d 947 2033d 83 4580d 51 1313d 73 1 6 8 8 a 55 1291d 05 1328a 94

E, espresa la época de la longitud en tiempo medio de Paris; L, longitud media de la órbita; w, la longitud del perihelio; íl, la lon­
gitud del nudo ascendente: i, la inclinación sobre la eclíptica; ti, el movimiento diurno medio; a, el semi-eje mayor; e, la escentrici­
dad; U, la revolución sideral espresada en dias. Las longitudes están referidas al equinoccio indicado á la cabeza de cada columna,
EUFROSINA. POMONA. rOLIMMA. circe . LEUCOTEA. ATALANTE.* ■ F DES. l.EDA.

E l . ° e n e r o 1855 20 e nero 1855 1.° enero 1855 9-7 a b ril 1855 . 0a b ril
1 1S55 1.° en ero 1856 16 n o v . 1855 1 .°e n e ro l8 5 6
L 5 3 ° 5 0 '1 0 " 56° 8 ' 2 8 ■' 2 3 ° 1 4 '2 3 / , # 193° l 13 9 " 1 8 7 ° 2 8 M 4 '' 36°21' 31 42°35' 3 8 " 112°55; 3 1 " i
7T 93 51 7 196 9 0 3 í 0 53 55 - 147 53 32 185 38 48 42 23 48 60 4 34 100 40 28
Cí 31 25 23 220 43 26 9 16 5 184 49 l i 359 44 20 359 9 29 8 9 44 296 27 47
i 2C 25 12 5 29 15 1 56 56 5 26 55 8 23 4 18 42 9 3 7 11 6 58 32
(*■ 632'',8 02 S54, / ,722 7 3 1 " , 484 S 0 6 ‘/ ,683 7 I 9 " ,S 2 5 7 7 8 '‘,Ü95 8 2 6 " , 175 7 8 2 ; |,448
a 3,15616 2,58298 2,36550 2 ,68453 2,89630 2,74989 2,61214 2,73908
e * 0,21601 0,08202 0,33680 0,11193 0,19838 0,29817 0,17489 0,15553
U 2048d 03 1516d 2S 177ld Vi 1606(1 57 1800(1 43 1665d GO 1568<l 33 1656(1 33

595
LETICIA. ARMOMA. DAFNE. MS. AMANA. MSA ■ EUGENIA. ESTI A* .

E 1.° enero 1356 •'I ." j u l i o 1856 31 m a y o 1856 30 junio 1856 18 m a y o 1857 15 junio 1857 8-5 ju lio 1357 1 6 a g t . ° 1S57
L 1 4 6 ° 4 4 ' 4 3 1< 2 2 2°12/ 41 '< 2 0 l ° 1 9 / 2 2 // 2 7 5 ° 3 8 / 5 5 / / 23 2°27/ 2 3 11 1S7°29' 3 /; 252°36' 3 V i 3 1 9 ° 4 2 '2 6 7/
it 1 58 53 2 1 51 231 5 48 318 6 53 277 11 5 118 47 52 208 16 39 3 4 i 55 40
a 157 19 31 93 32 2 179 29 10 8 í 27 20 261 44 14 127 5 35 1*8 19 33 181 30 14
i 10 20 51 i 15 48 15 0 9 8 34 45 3 23 2 3 53 26 6 34 53 2 17 47
P- 7 6 9 " , 894 1 0 3 9 ^ ,4 0 9 90 3 ",096 9 í 6 / / ,904 1 0 3 8 / / ,065 8 1 0 , / ,15l 8 0 1 " ,1 6 6 9 2 1 1^,360
a 2,76939 2,26715 2 ,í8 9 9 0 ■ 2,41250 2,19904 2,67687 2,69684 2,45688
e 0,11107 0,04608 0,21536 0,212(16 0,15751 0,45339 0,09142 0,12261
U 1683a 3 i 1246(1 S6 1 í 35(1 06 1363d 67 H 9 1 d 10 1599d 70 1667d 64 1406d 61

E, designa Ja época de la longitud en tiempo medio de Paris: L, la longitud media de la órbita: ic, la longitud del perihelio: n , la lon­
gitud del nudo ascendente: i, la inclinación sobre la eclíptica: el movimiento diurno medio: a, el semi-eje mayor: e, la escentrici­
dad: U, la revolución sideral espresada en dias. Las longitudes están referidas al equinoccio de la época indicada á la cabeza de cada columna.
(b) A lo q u e se h a b i a dicho, en el texto, acerca de los sa té lite s
de U ra n o , es preciso a ñ a d i r , q u e s e g ú n n oticias del 8 de n o v ie m b re de
1 8 5 1 , debidas á la a m is ta d de J u a n H e rsc h e ll, Lassel, h a b ia o b se rv a d o
d i s t i n t a m e n t e los dias 24, 28, 30 de o c tu b re y 2 de n o v ie m b r e de 1858
dos satélites de U r a n o , colocados to d a v ía m a s cerca del p la n e ta p rin c i­
p a l q u e el p r im e r sa télite de G. H erschell, al cua l a trib u ía dicho a s tró ­
no m o u n a r e v o lu c ió n de 5 dias y 21 h o r a s p r ó x im a m e n te , pero q u e no
h a v u e lto á v erse despues. Las r e v o lu c io n e s d e los dos satélites re c o n o ­
cidos p o r L a s s e l, están e v a lu a d a s a p r o x im a d a m e n te en 4 d i a s , y e n
2 dias y m edio.

FIN DEL TOMO TERCERO.


INDICE
DE L A S M A T ER IA S CONTENIDAS E N E ST E TOMO.

pr im e r a parte .

i n tr o d u c c ió n ........................................................................................................................... p a g s . 3
P a r t e u r a n o l ó g i c a d e la descripción física del m u n d o (g en e ra lid a d es). 25
I. E spacios celestes.— H ipótesis a c e r c a de la m a te r ia q u e p are ce
lle n a r d ic h o s e s p a c io s...........................................................................29
II. V is io n n a t u ra l y telescópica; centelleo de las estrellas; v e lo ­
cidad d e la luz; re su lta d o s de las m e d id as fotom é trica s. . . 42
S érie foto m é trica de las e s tre lla s ..........................................................
III. N ú m e r o , d istrib u c ió n y colores de las estrellas; g r u p o s es tela­
res; v ia lácte a s e m b ra d a de r a r a s n e b u l o s a s ................................94
IV . E strellas n u e v a s ; estrellas ca m b ia n te s de p erio d o s c o m p ro b a - '
dos; astros cu yo b rillo e s p e r im e n ta v a ria c io n e s, pero c u y a
p e rio d ic id a d a u n no h a sido r e c o n o c id a . . ! . . . . 137
V . M o v im ien to s propios de las estrellas; ex iste n cia p r o b le m á tic a
de astros oscuros; p a ra la je s , d is ta n c ia s de a l g u n a s estrellas;
d u d a s sobre la ex iste n cia de un cuerpo ce n tral en el u n i­
v e r s o e s te la r .............................................................................................. 175
V I. E strellas dobles y múltiples; su n ú m e ro y sus d istan c ias m ú-
tu as; d u ració n de la rev o lu c ió n de dos soles a lre d ed o r de su •
centro de g r a v e d a d . . ...............................................................195
V il. Las N ebulosas. N ebulosas reductibles c irred u ctib les, Nubes
de M a g allan es ; m a n c h a s n e g ra s ó sacos de carb ó n . . . . 213

SEGUNDA PARTE.

Sistem a solar. Los p la n e ta s y sus satélites, los com etas, l a luz zo­
diacal y los asteróides m e te ó ric o s ................................................... 257
I. E l sol co n sid erad o como cuerpo c e n t r a l .............................................264
II. Los p l a n e t a s ................................................................................................... 291
Nociones p a rtic u la re s sobre los p lanetas y los satélites. . . 33-4
III. L os c o m e ta s ................................................................................................... 371)
1Y. L uz z o d ia c a l.................................................................................................. 397
Y . E strellas errante s. B ó lid os y piedras m e le ó r ic a s ......................... 402
Conclusión de l a p a rte u r a n o ló g i c a ................................................................427
N otas de la p r im e ra p a r t e ......................... .........................................................435
O bservaciones co m p lem en ta rias p a r a la p r im e ra p a r t e ......................... 526
N otas de l a s e g u n d a p a r l e .................................................................................. 527
O bserv acio n es co m plem entarias p ara l a se g u n d a p a r t e ........................ 593

Í'IN DEL INDICE DEL TOMO? TERCERÓ.

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