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Meditación sobre una frase

de Santa Teresa

Hay una frase en prosa de


los escritos de Santa
Teresa que me pareció
cada vez más importante
a medida que pensaba en
esta ocasión, así que
resolví ofrecer una
meditación sobre la
sentencia. Fue usada
como epígrafe en una
reciente colección de
poemas
por Tess Gallagher, mi
querida amiga y
compañera que hoy está
aquí conmigo, y tomo la
frase del contexto de su
epígrafe.
Santa Teresa, esa mujer
extraordinaria que vivió
hace 327 años, decía: “Las
palabras llevan a las
acciones… Preparan el
alma, la alistan y la
mueven a la ternura”.
Hay claridad y belleza en
ese
pensamiento expresado
de esa manera. Voy a
decirlo otra vez, porque
también hay algo un poco
extranjero en este
sentimiento que viene a
nuestra atención desde
tan lejos, en un tiempo
que con certeza respalda
con menos énfasis la
importante conexión entre
lo que decimos y lo que
hacemos:
“Las palabras llevan a las
acciones… Preparan el
alma, la alistan y la
mueven a la ternura”.
Hay algo un poco más que
misterioso, para no decir
no decir —perdónenme—
incluso místico en estas
palabras específicas y la
manera como las empleó
santa Teresa, con todo su
peso y toda su fe.
Es cierto que parecen casi
ecos de alguna época
pasada, más reflexiva.
Especialmente la mención
de la palabra “alma”,
palabra que no oímos
mucho en estos días salvo
en la iglesia y quizás en la
sección soul del almacén
de discos.
“Ternura” —ésa es otra
palabra que no se escucha
mucho estos días, y
ciertamente no en
ocasiones públicas,
festivas, como ésta.
Piensen en eso: ¿cuándo
fue la última vez que
usaron la palabra, o que la
oyeron decir? Se ha vuelto
tan escasa como esa otra
palabra, “alma”.
En el cuento
de Chéjov Pabellón Nº6
hay un personaje
hermosamente descrito
llamado Moisekia el cual,
aunque relegado al ala de
los locos en el hospital, ha
contraído el hábito de
cierto tipo de ternura.
Escribe Chéjov:
“A Moisekia le agrada
hacerse útil. Le da agua a
sus compañeros, y los
arropa cuando están
dormidos; les promete a
todos un copec y hacerles
un gorro nuevo; alimenta
con su cuchara a su vecino
de la izquierda, el que está
paralizado.”
Aun cuando no se emplea
la palabra ternura,
sentimos su presencia en
estos detalles, incluso
cuando Chéjov hace una
especie
de rectificación con este
comentario sobre el
comportamiento
de Moisekia: “Actúa de
esta manera no por
alguna consideración de
tipo humanitario sino por
imitación, dominado
inconscientemente
por Gromov, su vecino del
lado derecho”.
En una alquimia
provocadora, Chéjov
combina palabras y obras
para que reconsideremos
el origen y la naturaleza
de la ternura. ¿De dónde
viene? ¿Como acción,
sigue moviendo el
corazón, incluso si se la
abstrae de los motivos
humanitarios?
De alguna manera la
escena de un hombre
aislado que efectúa
acciones amables sin
expectativa e incluso sin
darse cuenta permanece
frente a nosotros como
una extraña belleza que
nos ha correspondido
presenciar. Incluso puede
arrojar luces sobre
nuestras vidas pasadas
con una mirada
interrogativa.
Hay otra escena del
Pabellón Nº 6 en la que
dos personajes, un médico
suspendido y un
administrador imperioso,
mayor que él, de súbito se
encuentran discutiendo
sobre el alma humana.

—“¿Y usted no cree en la


inmortalidad del alma?”,
pregunta de pronto el
administrador.
—“No, honorable Mijail
Averianitch: no creo en
ella y no tengo razones
para creerlo”.
—“yo también tengo mis
dudas”,
admite Mijail Averianitch “
Y sin embargo me siento
como si nunca fuera a
morir. Ay, pienso para mí:
"¡Viejo carcamal, es
tiempo de que estés
muerto!” Pero
una vocecita en mi alma
me dice: “No lo creas, no
vas a morir”“.

La escena concluye pero


las palabras permanecen
como hechos. Ha nacido
"una vocecita en el alma”.
También la forma como
quizás hemos desechado
ciertos conceptos sobre la
vida, sobre la muerte, de
golpe le abre paso a una
creencia de naturaleza
reconocidamente frágil
pero persistente.
Mucho después de que lo
que he dicho haya
abandonado sus mentes,
ya sea en semanas o en
meses, y cuando no quede
sino la sensación de haber
asistido a un importante
acontecimiento público, el
que marca el final de un
período significativo en
sus vidas y el comienzo de
otro, traten entonces,
mientras se ocupan de sus
destinos individuales, de
recordar que las palabras,
las palabras exactas y
verdaderas, pueden tener
el poder de los actos.
Recuerden también esa
palabra poco usada que
acaba de salir del empleo
público y privado: ternura.
No les hará mal. Y esa otra
palabra: alma —
llámenla espíritu si
quieren, si así es más fácil
la reivindicación territorial.
No la olviden tampoco.
Préstenle atención al
espíritu de sus palabras,
de sus actos. Ésa es una
preparación suficiente. y
no más palabras.
Raymond Carver
La vida de mi padre. Cinco
ensayos y una
meditación.

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