Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
\IODERNA
por
.1 AN COMAS
LOS MITOS
RACIALES
por
JUAN COMAS
Prolésor de Antropología
de la Escuela Nacional de Antropología de México
UNESCO PARÍS
·;
I
¡'.¡
,
.
i'.
SS.52.IJ.1S
• , r"" ~ ,1> ,"
t,; ,1
t .
íNDICE
" \
1. Generalidades acerca de los prejuicios y mitos
raciales 5
n. El mito de la sangre y de la inferioridad de los
mestizos 13
IlI. El prejuicio del color: el mito negro 20
IV. El mito judío. 28
v. El mito de la superioridad de la «raza aria» o «nór-
dica» 31
Origen de los arios . 34
Doctrina del «arianismo» y «teutonismo» 35
La antroposociología y la teoría de la selección
social 38
La tesis «aria» del nazismo y del fascismo con-
temporáneos 40
El supuesto «tipo anglosajón» 42
El l/celtismo» 43
Crítica y refutación de estas teorías 45
VI. Conclusión 49
Bibliografía 52
, ;
5
,.t.,
"
, ,
" 1,
t '••
~: . lo que relata ese libro acerca del pacto que Jehová había
concluído con Abraham y «su simiente». En el Nuevo Tes·
tamento, por el contrario, esta tesis parece contradicha por
la de la fraternidad universal entre los hombres.
Es un hecho que las religiones, en su mayoría, rechazan las
diferencias individuales de tipo físico y consideran a todos
los hombres como hermanos e iguales ante Dios.
El monogenismo ortodoxo del cristianismo le ha conducido
naturalmente a ser antirracista por principio, aunque no se
puede afirmar esto de todos los cristianos. Según San Pablo,
«ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni hombre libre,
no hay varón ni hembra, porque todos vosotros no sois sino
uno en Jesucristo» (Epístola a los gálatas, In, 28) y luego:
«Él ha hecho nacer de la misma sangre a todo el género
humano para que poblara la extensión de la tierra» (Actas de
los apóstoles, XVII, ~XVI). Recuérdese además que, según
la tradición bíblica, uno de los tres reyes magos era negro.
El papa Pío XI condenó el racismo; y en 1938 el Vaticano
consideraba los movimientos racistas como «una apostasía
contraria, en espíritu y en doctrina, a la fe cristiana». Por
otra parte, la Iglesia ha beatificado y santificado a blancos,
amarillos y negros, y los doce apóstoles eran semitas al igual
que María, madre de Jesucristo.
Tampoco los mahometanos han manifestado nunca intran-
sigencia ni intolerancia raciales hacia los otros pueblos, desde
el instante en que éstos adoptaban sus creencias religiosas.
Frente a estos casos deben señalarse, sin embargo, otros
que desde los más remotos tiempos revelan actitudes opuestas. "
La más antigua referencia a un caso de discriminación contra
los negros, aunque se trata de una medida política más bien
que de un prejuicio racial, se encuentra en una estela de
piedra que el faraón Sésostris III (1887·1849 a. de J.C.)
había hecho levantar en la segunda catarata del Nilo, con la
siguiente inscripción:
((Frontera sur. Monumento monolítico erigido en el año VIII,
bajo el reinado de Sésostris III, rey del Alto y del Bajo
Egipto, quien vive desde siempre y para toda la eternidad.
Está prohibido cruzar esta frontera por tierra o por agua, en
barca o con rebaños, a todos los negros, con la única excepción
de aquéllos que deseen franquearla para vender o comprar en
algún establecimiento comercial. Estos últimos serán tratados
de manera hospitalaria, pero en todo caso está prohibido
para siempre a todo negro navegar por el río más allá de Heh.))
Hace dos mil años, los griegos consideraban como ((bárbaros))
, - ~" ~
\,' ¡.," -;-;'--,'''1'-\1"'1)'''-.
\
7
.~ " "
8
, ,",'
9
,
~ ¡,
, ,
"
sino en aquéllas que surgen en el interior de un mismo
"
país.
No es justo atribuir a Darwin -como muchos lo han
hecho- la paternidad de esa teoría odiosa e inhumana. La
verdad es que la existencia de grupos compuestos de hombres de
color, convertidos en competidores potenciales en los mer-
cados de trabajo y que reclamaban las ventajas sociales que
los blancos habían considerado como su bien exclusivo, debía
necesariamente conducir a estos últimos a disimular bajo
algún pretexto el materialismo económico absoluto que les
hacía rehusar a los pueblos «inferiores» toda participación en
la situación privilegiada de la que disfrutaban. Ese pretexto
lo encontraron en parte en la tesis biológica darwiniana que
acogieron con beneplácito; y, después de haberla simplificado,
deformado y adaptado a sus intereses particulares, la trans-
formaron en lo que se ha llamado el «darwinismo socialn, con
que pretendieron justificar sus privilegios socioeconómicos,
pero que no tiene nada que ver con los principios estricta- '1
mente biológicos de Darwin. H. Spencer (1820-1903) empleó 1
en sociología el concepto de «supervivencia del más apto)),
que las clases interesadas han llegado hasta identificar con el
de «superhombre)) creado por Nietzsche (1844-1900) y que- han
citado en su defensa.
De este modo los progresos de la biología se utilizaron malé-
volamente para suministrar explicaciones, en apariencia cien-
tíficas y sencillas, destinadas a resolver las perplejidades
anteriores relacionadas con la conducta humana. Mas, de la'
ciencia al mito no hay sino un paso que se da con relativa
facilidad; y es lo que ocurrió en este caso.
Es evidente que la herencia somatopsíquica influye en el
aspecto y en la conducta de los seres humanos; pero esto no
autoriza a admitir y defender, como hacen los «racistas)):
a) que la herencia biológica es el único factor importante;
b) que se puede pasar fácilmente, después de hablar de las
dotes heredadas por los individuos, a las dotes hereditarias de
los grupos.
La doctrina «racista» resulta todavía más peligrosa cuando
plantea el problema ya no entre distintos grupos étnicos,
sino entre diferentes clases sociales dentro del mismo grupo.
Así Erich Suchsland (Archiv jür Rassen und Gesellschajts-
biologie) discute y sostiene la tesis de que los individuos que
no han triunfado en la vida (por ejemplo quienes carecen
de medios de fortuna para habitar en barrios ricos) son nece-
sariamente elementos de «raza inferiof)) dentro de la población,
10
"
• ~ --;"J ,,'
"!1', ~ _,!
.'
. - ¡. '1, ' ~
. \
." :
mientras que, por el contrario, los ricos son de «raza supe-
rior»; en consecuencia, los bombardeos de barrios pobres
serían una forma de selecci6n y darían como resultado un
mejoramiento racial. Ya no se trata aquí de oponer blancos
contra negros, ni n6rdicos contra no arios, sino de buscar un / '.
falso apoyo biol6gico para la discriminaci6n en perjuicio de
los grupos proletarios, por parte de la alta burguesía inter-
nacional. En este como en otros casos, aun sin confesi6n
explícita, bajo la discriminaci6n racial o de clases, Se esconde
un antagonismo socioecon6mico. Alexis Carrel, en L'homme,
cet inconnu, sin llegar tan lejos como Suchsland, afirma sin
embargo que los proletarios y los desocupados son gente
«inferior» por su herencia natural misma y que son hombres
que no tienen, por su constituci6n, fuerza para luchar y que
han descendido tan bajo que toda lucha se ha vuelto inútil.
¡Como si un proletario no tuviera, cada hora del día, que
luchar de manera mil veces más ruda que el hijo de familia
acomodada!
Es posible -dice Prenant- que el interés principal de
muchos racistas no sea dar una base aparentemente objetiva
al nacionalismo y a la patriotería, sino el de habituar a los
lectores a la idea de que los fen6menos sociales son efecto de
condiciones raciales determinadas de una vez por todas. De
este modo la sociedad se sentiría libre de toda responsabilidad
ante un determinismo biol6gico fatal, imposible de modificar
en el plano social. En virtud de los factores hereditarios que
cada uno aportarla consigo al nacer, se hallaría predestinado
a volverse un gran hombre, un capitalista, un técnico, un
proletario o un desocupado, sin que nadie pudiera intervenir
eficazmente para evitarlo.
No cabe duda, por tanto, que la discriminaci6n «raciah> es
s610 una parte del problema más general de la discriminaci6n
social.
La idea de «raza» hállase tan cargada de elementos emotivos
dinámicos que la discusi6n objetiva de su significado frente
a los problemas sociales resulta sumamente difícil. No existe
ninguna base científica para establecer una clasificaci6n gene-
ral de las razas según su grado de superioridad o inferioridad,
pero los prejuicios y mitos raciales permiten encontrar una
víctima propiciatoria, cada vez que la seguridad individual
y la cohesi6n del grupo se encuentran amenazadas.
Las personas que ofrecen aspecto exterior diferente son fáciles
de identificar para la agresi6n. Y la noci6n de «culpa»,
psicológicamente hablando, queda desvanecida o atenuada al
11
disponer de una teoría «científica» más o menos plausible
que permita demostrar que dicho grupo es «inferior» o «per-
judicial». Generalmente se lleva a cabo la «agresión» contra
grupos minoritarios o contra mayorías impotentes y sojuz-
gadas.
Esta breve síntesis sobre el origen, la evolución y la pre-
tendida justificación de los prejuicios y mitos raciales va a
servirnos de introducción al análisis un poco más detallado
de algunos de los mitos más generalizados sobre los que se
apoya la teoría racista; y esperamos probar lo falso y erróneo
de las argumentaciones pseudobiológicas con que esta teoría
trata de enmascarar sus inconfesables e injustas finalidades.
12
r.' '
13
I •• 1,','
'1, \ "'{)
14
, "/""
" ", 1,,"
,,
las que comentamos es el que presenta M. Lundborg (Hybrid
Types oj the Human Race, 1921) al probar que el mestizaje es
numéricamente más frecuente entre las clases sociales inferiores
que entre las media y superior; por tanto, los efectos observados
por Mjoen y Davenport se deben no ya a la supuesta correlación
entre hibridismo y degeneración o debilidad, sino a la mezcla
de individuos pertenecientes a los sectores más depauperados
en los diferentes grupos humanos. Y esto ocurriría tanto con la
endogamia como con la exogamia; es decir, que el mestizaje no
juega aquí ningún papel. En realidad, las familias humanas en
las que se ha practicado la endogamia de manera constante
se caracterizan frecuentemente por un grado de degeneración
igual y aún mayor al que se ha atribuído a los mestizos.
Endogamia y exogamia se utilizan, según los casos, en el
mejoramiento de las razas animales; si una de éstas es buena
en cuanto a los caracteres que interesen al ganadero, puede
continuar reproduciéndose durante numerosas generaciones, sin
cruzamiento y sin dar signos de degeneración. La endogamia sir-
ve, además, para descubrir las potencialidades hereditarias de un
grupo, ya que entonces se manifiestan externamente las carac-
terísticas hereditarias recesivas que permanecieron ocultas en
tanto sólo las poseía uno de los progenitores. Si el carácter de
que se trata es perjudicial, resulta lógico y necesario proceder a
cruzamientos de tipo exogámico (mestizaje) que harán intervenir
un factor hereditario dominante, capaz de anular el .carácter
recesivo perjudicial.
El cruzamiento o mestizaje tiene, por tanto, como inmediata
consecuencia, impedir la manifestación externa de los defectos
de tipo recesivo, peculiares de una u otra de las razas que se
hibridan; es decir, que la endogamia hace visibles o tangibles
las anomalías y defectos de tipo recesivo que la exogamia tiende
por el contrario a anular o, por lo menos, a contrarrestar.
Los mismos razonamientos pueden utilizarse en cuanto a las
cualidades, características y aptitudes útiles de tipo hereditario.
Por eso no puede generalizarse diciendo que la endogamia o la
exogamia son buenas o malas en cuanto a sus efectos sobre la
descendencia, ya que todo depende, en cada caso, de las carac-
terísticas genéticas de los individuos que vayan a cruzarse.
Los partidarios del mestizaje sostienen, por su parte, que la
endogamia o matrimonio entre miembros del mismo grupo
tiende a deteriorar la raza, que las razas híbridas son más
vigorosas porque la infusión de (mueva sangre)) aumenta la ... 1
15
Ni los partidarios ni los adversarios del mestizaje han deli-
mitado algunas cuestiones que creemos deberían abordarse:
a) efectos producidos por el cruzamiento no sólo entre grupos
claramente superiores a la media, sino también de modo espe-
cial entre grupos francamente inferiores a la misma; b) forma
que adoptan los obstáculos de orden ambiental contra los .cuales
tienen generalmente que luchar los mestizos.
Si la ley o la costumbre de un país relegan los tipos mestizos
al rango de grupo postergado (en el plano social, económico y
político), es muy probable que sus contribuciones culturales
estén por debajo de sus capacidades innatas. En un régimen
rígido de castas donde le fuera absolutamente imposible a un
mestizo elevarse sobre el rango social inferior de uno de sus
progenitores, es claro que no debería juzgarse la hibridación
racial según el nivel alcanzado por los mestizos. En cambio,
en un régimen en el que el mérito individual sirva, sin corta-
pisas, de base a la categoría social, los éxitos de los mestizos
serían una indicación muy clara de sus cualidades intrínsecas.
Es difícil establecer una distinción entre los efectos del mesti-
zaje racial en sí, y los del cruzamiento de grupos inferiores de
población, con independencia de su raza. Los casos de hibri-
dación entre grupos superiores de la escala social han dado
origen a una gran proporción de hombres de calidad superior;
pero esos resultados no deben atribuirse de manera exclusiva
a la hibridación. En el estado actual de nuestros conocimientos
no hay nada que pruebe que el mestizaje provoca la degenera-
ción de la descendencia; pero tampoco que dé origen a grupos
superiores.
La idea de dividir a la humanidad en compartimientos ra-
ciales totalmente separados es arbitraria. Se basa en premisas
erróneas, en especial en la teoría «sanguínea)) de la herencia,
que es tan falsa como la vieja teoría racista. La «comunidad de
sangre)) es una expresión sin sentido, ya que los genes o factores
hereditarios no tienen la menor relación con la sangre, son
independientes entre sí, no se mezclan, y aun se segregan. La
herencia no es flúido transmitido «por la sangre)), y tampoco es
cierto que las «sangres)) de los progenitores se mezclan y fusio-
nan en su descendencia.
Aún en la actualidad persiste ese mito de la «sangre)) como
criterio decisivo en cuanto al valor del mestizaje, y se sigue
hablando de la «sangre)) como del vehículo de la herencia. Así
se dice: «de mi propia sangre)), «la voz de la sangre), «sangre
mezclada)), <(llueva sangre)), «media sangre)), etc. Los términos
«sangre azul» y «sangre plebeya)) han adquirido carta de natu-
16
',-,,""'1 '''1 "
\ :'f,
,O,,;,
, .'
17
" '~ ',' "'.:,
", /
18
parece que en la América postcolombina la mezcla de razas ha
llegado al extremo, se debe sencillamente a que el fenómeno del
mestizaje se desarrolla ante nuestra vista, sin necesidad de
recurrir a la historia. Y es necesario recordar además que la
población americana precolombina fué también desde un prin-
cipio de carácter heterogéneo.
Todas las regiones poseedoras de una alta cultura han sido
zonas donde ha tenido lugar la conquista de unos pueblos por
otros. La pretendida idea de que los mestizos degeneran se
contradice con el hecho real de que los híbridos pueblan todo el
mundo y cada día en mayor número.
Los grupos humanos aislados no han intervenido --o lo han
hecho en mínima proporción- en el progreso cultural de la
humanidad; por el contrario, las circunstancias que permiten a
un grupo desempeñar papel importante en la civilización se
ven favorecidas por el cruzamiento con otras razas.
eAcaso no fué la influencia de los inmigrantes caspio-medi-
terráneos en el norte de Italia uno de los factores del gran auge
del Renacimiento en dicha zona? ¿ Es sólo coincidencia que la
cultura europea, después del período bárbaro, diera comienzo
en el momento en que se había realizado la fusión de nuevos
pueblos? ¿ No son los Estados Unidos de América, donde el cruce
de razas ha llegado al máximo, uno de los focos de la civilización
contemporánea?
Diremos para resumir:
l. El mestizaje ha existido desde los albores de la humanidad.
2. El mestizaje fomenta una ampliación en el campo de varia-
bilidad somática y psíquica, y permite la aparición de
nuevas y numerosas combinaciones de factores genéticos que
hacen más flexibles las cualidades hereditarias entre la nueva
población.
3. Desde el punto de vista biológico, el mestizaje no es bueno
ni malo y depende en todo caso de las características indi-
viduales de quienes sean sujetos de hibridación. Como en
general el mestizaje se realiza más frecuentemente entre
individuos de capas sociales inferiores, con una situación
socioeconómica deficiente, es a ésta y no al mestizaje pro-
piamente dicho a la que hay que atribuir las causas de ciertas
anomalías que han podido observarse.
4. Son excepciones los casos de grupos de «raza pura» o grupos
humanos aislados que hayan desarrollado, por su propia
iniciativa, una alta cultura.
6. Por el contrario, las regiones de gran civilización están habi-
tadas por grupos humanos claramente mestizados.
19
;, 4
" .¡,J'''·'I,I .• , \ ' .. :í.,\" "
""
, :
20
,\,r
, \
21
madamente, las tres quintas partes de la población total del
mundo. No se prodría considerar esta gran porción del género
humano como cantitad despreciable ni relegada a un plano
secundario y subordinado. El respeto mutuo se impone. Hay
que aprender a convivir sin odio, temor, ni desprecio, sin
exagerar las diferencias a expensas de las semejanzas, esforzán-
donos en comprender su alcance y valor verdaderos. De no
hacerlo así, posiblemente se cumpla lo que Dubois auguraba
en 1920 al decir que la guerra de 1914-1918 «no fué nada en
comparación con la lucha por la libertad que negros, morenos
y amarillos deberán emprender hasta terminar con las humi·
Ilaciones y desprecios que les inflige el mundo blanco... La
sumisión del mundo negro a su estado actual no durará más
que lo estrictamente necesario.)) Marcus Gravey, otro dirigente
negro, afirma que ula más sangrienta de las guerras se desen·
cadenará cuando Europa luche contra Asia y llegue el momento
en que los negros luchen también por la redención de África)).
Lo que más humilla al negro son las restricciones sociales y
los insultos personales: la exclusión de viajeros negros en ciertos
trenes y autobuses, el acondicionamiento de vehículos de tipo
exclusivo, salas de espera ad hoc, escuelas especiales, restau-
rantes y hoteles prohibidos, etc., todas las cosas que resultan
denigrantes y. ridículas. En África del Sur, donde tan intenso es
el prejuicio de color, se dió el caso en 1944 de varios funciona·
rios que perdieron su puesto por negarse a cumplir las ins- '
trucciones del gobierno para que en los documentos oficiales
dirigidos a las personas de color usaran las mismas formas de
cortesía que con los blancos.
Parece que quienes con más insistencia recuerdan y hacen
prevalecer el criterio de discriminación hacia los negros son los
blancos de condición modesta. Son ellos los primeros en temer
la competencia negra en el terreno económico, y no disponiendo
de otro argumento para justificar su orgullo ante ellos, recurren
al color de la piel, dando así una desmesurada importancia a la
pigmentación.
El prejuicio del color no sólo ha servido para establecer
en nuestra sociedad un régimen de casta, sino que ha sido
utilizado asimismo como un arma por los sindicatos obreros
para luchar contra la concurrencia de un proletariado
negro o amarillo. Esas «barreras' de colon) levantadas por
las federaciones o los sindicatos americanos o sudafricanos,
que se inspiran en ideales socialistas y se presentan
como defensores de la clase obrera, proyectan cruda luz
sobre las rivalidades económicas que se disimulan bajo los
22
antagonismos raciales y bajo los mitos elaborados para
justificarlos.
En tratados de apariencia científica se ha llegado hasta
pretender que las capacidades intelectuales de los mulatos son
directamente proporcionales a la cantidad de «sangre blanca))
que circulase por sus venas. El éxito o el fracaso estarían en
relación con ese porcentaje. A quienes sefialan los obstáculos
de toda clase que se alzan contra los mulatos, los racistas
contestan que aquéllos habrían logrado triunfar, pese a la
hostilidad del medio ambiente, de haber estado suficiente-
mente dotados. Una de las opiniones más falsas, aunque de las
más extendidas, es la de que el negro abandonado a sí mismo
es un perfecto salvaje y que no ha progresado sino allí donde
los blancos le han impuesto sus ideas y modificado su sangre.
Pretender vincular al color de la piel ciertas características
psicológicas y sociales no sólo es totalmente absurdo, sino
que es una idea falsa que varía según las circunstancias del
momento. Examinemos, por ejemplo, los cambios respecto a
los japoneses: En 1935, los norteamericanos, en su mayoría,
los llamaban «progresivos», «inteligentes)) e «industriosOS));
en 1942 estos adjetivos eran reemplazados por los de «astutos»
y «traicioneros)). Cuando en California hacían falta trabaja-
dores chinos se les consideraba ufrugales)), «sobrios» y «res-
petuosos de las leyes)); pero en el momento en que la compe-
tencia se hizo dura y hubo que excluirlos se les calificaba de
«(sucios)), «repugnantes)), (einasimilables» y aún (epeligrosos».
La misma falta de criterio objetivo se observa con relación a
la India: mientras los soldados norteamericanos decían que
los nativos eran «sucios» e «incivilizados)), las clases intelec-
tuales hindúes calificaban a los norteamericanos de «rústi-
cos», «materialistas)), «POcO intelectuales) y también (<incivi-
lizados)).
En cuanto a los caracteres somatopsíquicos del negro,
supuestamente inferiores a los del blanco, hay quienes admiten
con Hankins que el volumen cerebral del negro es más
pequefio y de este hecho deducen que sus capacidades meno
tales son menores. Igualmente, K. L. Gordon (1933) refirién·
dose a los negros de Kenia les atribuye una deficiencia cere-
bral congénita, también como resultado de su menor volumen
craneal y diferencias de forma.
El olor peculiar del negro y su acentuado prognatismo han
sido en muchas ocasiones considerados como caracteres
demostrativos de su inferioridad biológica.
Mas, es sobre todo en el campo psicológico donde con
23
'1'
24
I 1 t ,.
'r
'.
"
25
1,
26
.. -~~~'~
"
..
'"
,
27
.,
28
T ~ " ¡
. ;t
29
hubo nuevas inmigraciones con posterioridad. De acuerdo con
su origen, se observan en esa zona tres tipos de judíos: a) los
antiguos. poco numerosos, que presentan con frecuencia el
clásico tipo hebraico de color blanco, cabellos y ojos negros,
nariz convexa, ganchuda y gruesa; b) los judíos en los cuales
predomina el elemento español; e) los judíos de tipo árabe-
bereber, que son los más frecuentes, y se distinguen poco de
la población indígena entre la cual viven. Así, pues, mientras
ciertos grupos judíos de África se asemejan entre sí por sus
caracteres somáticos, otros en cambio se parecen mucho a los
pueblos asiáticos.
En España se estableció una importante colonia judía desde
comienzos de la era cristiana. Expulsados de allí en 1492, los
judíos se dispersaron por el norte de África, Balkanes y Rusia.
Los judíos de origen español tienen la cabeza alargada,
mientras que los judíos rusos tienen la cabeza redonda, dife-
rencia que se explica si se observa que la forma craneal de
ambos grupos se asemeja a la de los pueblos español y ruso
con quienes respectivamente conviven. Análoga observación
general puede hacerse respecto a los judíos de Polonia, Alema-
nia y Austria. En lo que se refiere a los judíos de Inglaterra,
28,3% son dolicocéfalos, 24,3% mesaticéfalos y 47,4% braqui-
céfalos. En cuanto a los judíos del Daghestan (Cáucaso) ,
5% son dolicocéfalos, 10% mesaticéfalos y 85% braquicéfalos.
Con respecto a la forma craneal se puede decir, en resumen,
que los judíos de Asia son sobre todo braquicéfalos, aunque no
deja de haber algunos grupos dolicocéfalos; que los de África
son dolicocéfalos en mayoría absoluta; y que en Europa se
encuentran dolicocéfalos (especialmente los procedentes de
España), mesaticéfalos y braquicéfalos.
No es posible entrar en detalles numéricos para probar la
variabilidad de todas las demás características somáticas en la
mal llamada «raza judía». Indiquemos solamente que 49% de
los judíos polacos tienen pelo rubio y 51% pelo obscuro; que
32<'10 de los judíos alemanes son rubios y que 30% de los judíos
vieneses poseen ojos claros. En ciertos grupos, el perfil nasal
convexo, aparentemente tan característico del judío, se encuen-
tra únicamente en 44% de los casos, el perfil recto en 40%, el
sinuoso en 9% y el cóncavo en 7%.
Todo esto prueba que el pueblo judío presenta variaciones y
está desprovisto de unidad morfológica.
Como lo hace notar el famoso antropólogo americano F. Boas,
«la asimilación de los judíos, en los pueblos en medio de los
cuales se hallan establecidos, es mucho más profunda de lo qne
30
parece. En la estatura, la forma de la cabeza y otros rasgos,
existe un paralelismo impresionante entre el aspecto físico de
los judíos y el de los otros pueblos en donde éstos viven.» Y,
en confirmación de este hecho, R. N. Salaman escribe: «La
pureza de la raza judía es imaginaria; la más amplia variedad
de tipos étnicos se encuentra entre los judíos en lo que se
refiere sólo a confirmación craneana, desde los braquicefálicos
hasta los hiperdolicocefálicos. Más particularmente, en Alema-
nia y Rusia hay judíos que no tienen la menor característica
semítica. ))
El porcentaje de judíos rubios con ojos claros y su irregular
repartición en los distintos centros judíos, la extrema variabi-
lidad del índice cefálico, que iguala -por lo menos- a la que
puede observarse en los pueblos más diversos de Europa, la
existencia de judíos cuyo tipo es negroide, mongoloide o teu-
tónico, la variabilidad de la estatura, etc. son otras tantas
pruebas de la inexistencia de una unidad racial semita pre-
servada desde los tiempos bíblicos. La pretensión que tienen
los judíos de ser de origen puro es así tan vana y mal fundada
como son falsos los argumentos en los cuales se basa el anti-
semitismo para establecer una diferencia radical con la llamada
raza aria (Fishberg).
Los judíos que abandonaron su patria de origen en diversas
épocas, eran mestizos en proporción distinta según la fecha
de su emigración. Al llegar al nuevo país de destino muchos
de ellos se unieron entre sí, con lo cual perpetuaron el mesti·
zaje originario; pero más frecuentemente aún fué el cruza-
miento con los aborígenes. Esto no es mera suposición, pues
los siguientes hechos lo comprueban, a pesar de la creencia
general de que los judíos se mantienen aislados:
1. Desde los primeros siglos de la era cristiana se promulgaron
numerosas leyes prohibiendo a los ortodoxos casarse con
judíos: Código de Teodosio JI, en el siglo VI; Concilio de
Orleáns, en 538; leyes promulgadas por las autoridades
eclesiásticas de Toledo en 589, por las de Roma en 143,
por el rey Ladislao II de Hungría en 1092, etc. El hecho
de que tuvieran que adoptarse tales medidas prohibitivas
indica que los matrimonios entre judíos y cristianos eran
frecuentes. Spielmann cita el caso de numerosos casamien·
tos celebrados entre germanos y judíos deportados por los
reyes merovingios a distintas ciudades de la cuenca del
Rin.
2. Desde 1921 a 1925, se calcula que en Alemania 42% de los
matrimonios judíos eran mixtos; y concretamente en Berlín
31
en 1926 se celebraron 861 matrimonios judíos y 554 mixtos.
Las cifras por sí mismas son elocuentes, pero adquieren
mayor relieve si se piensa en la elevada proporción de cón-
yuges cristianos que pasan a engrosar las filas del judaísmo,
aunque racialmente no tienen nada de común con los
semitas.
3. Es evidente que los grupos judíos se hallan muy mezclados,
cualquiera que sea el país de residencia. Si bien en deter-
minadas épocas se les ha tenido aislados, nunca tales medi-
das pudieron cumplirse estrictamente, ni mantenerse'· por
mucho tiempo. Esto es verdad hasta tal punto que el análisis
y clasificación general de los judíos, atendiendo a su origen,
señala: a) descendientes de los antepasados emigrados de .
Palestina (proporción muy reducida); b) descendientes de
los matrimonios entre judíos (mestizaje de grupos asiáti-
cas) , o entre judíos y otros grupos (en cierta manera,
mestizos de mestizos); c) judíos por su religión pero que,
desde el punto de vista antropológico, no tienen la menor
relación con los judíos de Palestina -es decir, individuos
pertenecientes a otros tipos humanos convertidos a la reli-
gión hebraica-o Como ejemplo típico de estos últimos, se
puede citar el caso de Boulán, rey de los khazars, quien en
el año 740 se convirtió al judaísmo con gran parte de su
nobleza y pueblo; sus descendientes se encuentran actual-
mente entre los judíos de Polonia y Rusia meridional.
Así pues, el pueblo judío, pese a la opinión corriente, es vario
desde el punto de vista racial; sus constantes migraciones, sus
relaciones -voluntarias o no- con las naciones y pueblos más
diversos, le han sometido a tal mestizaje que en el llamado
pueblo de Israel se encuentran rasgos de todos los demás
pueblos. Basta comparar el judío de Rotterdam de cara colo-
rada, sólido y pesado, con su correligionario de Salónica -por
ejemplo- de ojos relucientes en un rostro enfermizo y cuerpo
endeble y nervioso. En el estado actual de nuestros conoci-
mientos podemos afirmar que los judíos presentan entre sí
una variedad morfológica tan grande como la que pudieran
presentar dos o más razas distintas.
Si desde un punto de vista científico se acepta fácilmente la
demostración de la heterogeneidad del pueblo judío, y la no
existencia de tal raza, ¿cómo se explica el hecho de que a la
primera ojeada sea posible reconocer en la actualidad -y de
manera casi infalible- cierto número de judíosP Se trata pro-
bablemente de los que han conservado algunos de los carac-
teres ancestrales: nariz aquilina, cutis claro, cabello y ojos
32
"
33
f¡ ,J. •• ,
" /~'.J
" ,
i'
34
';(,aI:.ío», basándose en que el pueblo que invadió la India y
hablaba sánscrito se denominaba arya. Para MüIler la lengua
-ariana original implicaba también una «raza aria», de la que
descendían hindúes, persas, griegos, romanos, eslavos, celtas
y germanos. Más tarde, sin embargo, reaccionó este autor
contra el concepto «racial» del término ario y, como veremos
más adelante, se redujo exclusivamente a su sentido
lingüístico.
J.-J. d'Omafius d'Halloy (1848-1864), R. T. Latham (1862),
Bulwer Lytton (1842), Adolphe Pictet (1859-1864) y otros
aún negaron el supuesto origen asiático de los indoeuropeos.
Para Benfey (1868) los arios proceden del norte del mar
Negro, entre el Danubio y el Caspio. Louis Leiger (1870) los
sitúa en el sur del Báltico. J. G. Cunok (1871) los localiza en
la zona comprendida entre el mar del Norte y los Urales.
D. G. Brinton (1890) cree que la cuna de los arios es África
septentrional. Para K. F. Johanson, a principios del siglo xx,
la inmigración de los arios se origina en el Báltico. Peter
Giles (1922) los supone procedentes de las llanuras de Hun-
gría. V. Gonion Childe (1892) fija su origen en Rusia meri-
. dionaI. G. Kossina (1921) cree que vienen del norte de Europa.
/, También ha habido escritores como R. Hartmann (1876),
,I G. de Mortillet (1886) y Houzé (1906), que han sostenido que
. los arios eran simplemente fruto de la imaginación de ciertos
autores, una pura «invención de gabinete de trabajo».
Los ejemplos transcritos prueban que las opiniones se hallan
hdivididas hasta el punto de ser en muchos casos totalmente
contradictorias y opuestas. Esto nos lleva al convencimiento
de que la existencia de ese «pueblo ario» o «raza aria» primi-
tiva es solo un mito, pues en su localización encontramos
únicamente criterios subjetivos sin la menor base real y
'Científica.
35
/ ' , ~, \
36
,'1
37
descendencia judía; los galileos sin duda tenían algo de sangre
aria y además el arianismo de Jesucristo se revela en su
mensaje»; «por otra parte, sea o no galileo, José no era su
padre, porque Jesucristo no tenía padre.» Sin embargo,
cuando el nazismo hitIeriano se enfrentó con la Iglesia, nin-
guno de los «racistas» teóricos se atrevió ya a aludir al origen
«ariOl) de San Pablo y de Jesucristo.
La exaltación racial teutónica llega con W oltmann al
absurdo de afirmar el origen germánico de otras grandes figu-
ras del Renacimiento, apoyándose en imaginarias homologías
filológicas de los apellidos. Así, por ejemplo, Giotto se llamaba
en su origen Jothe; Alighieri, Aigler; Vinci, Wincke; Tasso,
Dasse; Buonarotti, Bohurodt; Velázquez, Velahise; Murillo,
Moer!; Diderot, Tietroh, etc.
38
,
.'
constantemente en Europa. Lapouge preveía así la extin-
ci6n del {(rubio dolicocéfalo)), seguida de un período de
{(tinieblas)) en el mundo.
Estos puntos son simple consecuencia de la llamada Ley de
Ammon, que afirma la concentración urbana de los dolico-
céfalos y su {(superioridad social» sobre los braquicéfalos.
Los trabajos de Livi (1896) en Italia, 0l6riz (1844) en
España, Beddol (1905) en Inglaterra y Houzé (1906) en Bél-
gica, demostraron lo err6neo no sólo de la Ley de A.mmon,
sino también de las precipitadas deducciones que de la misma
hicieron sus partidarios. Es cierto que en las estadísticas de
Alemania e Italia septentrional los estudiantes (como repre-
sentación de las clases sociales superiores) eran más dolico-
céfalos; pero se observa lo contrario en Italia meridional.
Además los propios «antroposociólogos» estimaban que el tipo
mediterráneo dolicocéfalo era (cinferiof» al tipo alpino braqui-
céfalo, cuando para ser fieles a su propia tesis debieron
admitir que los negros, que representan el tipo más dolico-
céfalo del mundo, estaban incluídos entre los pueblos «supe-
riores», Por otra parte, Ammon señala entre los individuos
intelectuales cabezas alargadas y piel morena, y para justifi-
carlo dice: «Una ligera mezcla de sangre braquicéfala es ven-
tajosa, porque tiende a atemperar el excesivo ardor de los
arios y les añade el espíritu de perseverancia y de reflexión
que los hace más aptos para los estudios científicos.)) Luego
afirma que «se encuentran hombres de tipo germánico autén-
tico por lo que se refiere al color de la piel, ojos y pelo, en
tanto que tienen la cabeza redonda y son, en consecuencia, de
tipo psíquico braquicéfalo». Mas, según el mismo Ammon,
(es la forma cefálica lo que interesa, porque determina la forma
del cerebro y en consecuencia el tipo psíquico». Vacher de
Lapouge llegó a afirmar que «un cráneo braquicéfalo evidencia
en los individuos que lo poseen una incapacidad de elevarse
sobre la barbarie)).
En contra de esas afirmaciones, las estadísticas, incluso
las mismas de Lapouge y Ammon, han demostrado que los
individuos intelectuales, tienen frecuentemente cabeza ancha
y redondeada, y que los tipos morenos predominan en las lla-
madas clases superiores. Así incurriendo en otro sofisma,
Lapouge califica al tipo intelectual de «falso braquicéfalo»,
expresión que carece de todo significado antropológico.
En realidad, el estudio somático de los hombres relevantes
entre la intelectualidad de los distintos países, Plostraría una
variadísima combinación de rasgos antropológicos corres-
39
., ,J \":," ;'
40
hacer resaltar el elemento «ario»; los datos recogidos no
pudieron publicarse por motivo de que la heterogeneidad era
tan grande que en regiones enteras, como el ducado de Baden,
no se encontraba un solo individuo del «tipo nórdico» puro.
La postguerra (1919-1939) no mejoró las relaciones entre
los pueblos, y el «mito racista ario» sirvió de nuevo a los
fines políticos de nazis y fascistas. J. L. Reimer (Ein panger-
manisches Deutschland) tuvo la audacia de proponer el
establecimiento de un sistema de castas basado en las diversas
proporciones de «sangre germana»: a) la casta superior, de
alemanes de «pura sangre», de «teutones ideales», que gozarían
de todos los privilegios políticos y sociales; b) la casta inter-
media, con sangre «más o menos germana», que disfrutaría
sólo de privilegios restringidos; y e) los individuos no alemanes
que serían privados de todo derecho político y deberían ser
esterilizados para la salvación del Estado y el porvenir de la
civilización.
Hans F. K. Gunther (1920-1937), teórico del racismo hitle-
rista, caracterizó psicológicamente al hombre de tipo alpino
como «particularmente indicado para llegar a ser el propie-
tario deslumbrado de una casita rodeada de un jardincillo»;
y a la mujer alpina como (lUna mujer marchita, que envejece
en el mundo estrecho y ruin». Según él, todos los alpinos
son «criminales mezquinos, tramposos en pequeño, ladrones
y pervertidos sexualmente», mientras que los nórdicos son
«capaces de más hermosos crímenes». Pero hay ra.cistas
fanáticos aún menos serios que Gunther. Para Gauch (Neue
Grundlagen der Rassenforschung, 1933) la diferencia de
estructura anatómica e histológica (en pelo, huesos, dientes y
tegumentos) entre el hombre y los animales es menor que la
existente entre el nórdico y las otras razas humanas; además,
únicamente los nórdicos poseen el lenguaje articulado perfecto
y mantienen la posición bípeda correcta. Sugiere, en fin, que
se proceda a una separación radical entre el hombre «nórdico»
y la animalidad toda, comprendiendo dentro de ésta a la
humanidad no nórdica.
y el propio Hitler (Mein Kampf, 1920) afirmaba la
superioridad germana diciendo: «La historia establece con
evidencia espantosa que cuando el ario ha mezclado su sangre
con la de los pueblos inferiores, el resultado de este mestizaje
ha sido siempre la ruina del pueblo civilizador. Los Estados
Unidos de América, cuya población está compuesta en su
enorme mayoría por elementos germánicos que solamente en
muy reducida escala se han mezclado con pueblos inferiores
" ~"
42
/,
Para reforzar la tesis de la «superioridad anglosajona»,
ciertos autores han llegado a afirmar que el pueblo inglés,
o por lo menos parte del mismo, estaba constituído por los
descendientes directos de las diez tribus perdidas de Israel,
el pueblo elegido, «predestinado por la Providencia a la
misión de civilizar al resto de la humanidad». De este modo
se justificaban los intentos imperialistas de una nación y el
uso de la fuerza para llevarlos a la práctica. Por lo que se
refiere a los' Estados Unidos de América, está comprobado que ,
los primitivos habitantes de Nueva Inglaterra procedían de
distintas capas de la sociedad inglesa, y en consecuencia pre-
sentaban entre sí grandes diferencias somáticas. En el pueblo
inglés la estatura como el índice cefálico muestran conside-
rable variabilidad. Parson (1920) ha probado estadísticamente
que menos del 25% de los ingleses presentan la combinación
de ojos oscuros y cabellos castaños o negros; que la combi-
nación de ojos claros y pelo rubio no se encuentra en más de
un 20% de los casos y que es más frecuente que coincidan ojos
claros y pelo oscuro, pero que también se encuentran indi-
viduos con ojos oscuros y pelo rubio. Nada en las islas
Británicas, y naturalmente, aún menos en los Estados Unidos
de América, justifica esa pretendida identificación entre la
nación y la raza anglosajonas.
EL ((CELTISMO».
43
su manifiesta «superioridad» sobre el «nórdico» germano de
cráneo alargado. A su vez Isaac Tylor (The Origin 01 the
Aryans, 1890) consideraba que los celtas, raza de hombres de
gran estatura y de cabeza redonda, eran los únicos arios.
Mas, la confusión de nombres y de caracterización somá-
tica aumenta cuando se pretende describir al celta y al galo.
Joseph Widney (1907) habla de dos tipos celtas: uno grande,
rubio, dolicocéfalo (como el escocés de las montañas y los
habitantes del norte de Irlanda), y otro pequeño, moreno,
braquicéfalo (como el irlandés del sur). Al primero solamente
lo considera verdadero celta en tanto que cree que el segundo,
procedente de una raza más antigua, subyugada, no hizo más
que adoptar la «lengua celta». Hay que añadir que el celta no
ha guardado nunca la sangre pura por su fatal propensión
al mestizaje. Widney afirma que el celta dolicocéfalo rubio
es el elemento predominante en Francia. Sin embargo en ese
país, se identifica generalmente al celta más bien con el alpino
braquicéfalo de complexión y talla medianas.
Francia se considera unas veces poblada por celtas y otras
por galos, sin que exista acuerdo entre 'sus propios sabios para
saber quiénes eran unos y otros, o si se trata de la misma raza.
Desde luego ciertos investigadores reconocen que «celta» es
una denominación histórica poco delimitada científicamente
y con la cual se designan pueblos que hablan distintas lenguas
y presentan toda la variedad morfológica, desde el dolicocéfalo
bajo y moreno hasta el dolicocéfalo alto y rubio, pasando por
los braquicéfalos moderadamente rubios y de estatura bastante
elevada. Pero estas justas observaciones no han cambiado en
nada la creencia popular imbuída de «racismo)).
De hecho, y cualquiera que sea el «tipo celta)), ocurre que
entre el año 2.000 a. de J.C. (fines del neolítico en Francia) y
las migraciones teutonas del siglo v de nuestra era, se conoce
muy poco de lo ocurrido en Europa occidental; aunque parecen
probadas las infiltraciones sucesivas del tipo braquicéfalo
alpino, o al menos de una población en la que éste predomi-
naba, Francia, lo mismo que Alemania e Italia septentrional,
ha sido el punto de cruce en donde se han encontrado, sin
contar los grupos paleolíticos sobrevivientes, las tres principales
razas de Europa: a) los mediterráneos, que eran el elemento
indígena del sur de Francia, donde predominan actualmente;
b) los alpinos, que penetraron hasta el noroeste, constituyendo
hoy la mayor parte de la población de Savoya, Auvernia y Bre-
taña; e) los nórdicos o bálticos (normandos, teutones, sajones,
francos y burgondos), todos ellos mestizos en alto grado, que
44
atravesaron Francia de norte a sur, y uno de cuyos grupos dió
nombre al país. Los elementos germánicos predominan aún
en la actualidad en amplias zonas del norte, sur y oeste de
Francia.
En resumen, si tenemos en cuenta la forma craneal, la
estatura, el color de los ojos, de los cabellos y de la piel, es
evidente que el pueblo francés ha sido y es de una asombrosa
heterogeneidad morfológica.
45
., ~' . ,-,.,
46
, ' ,"
:-
{
:~:~;
," '~ l'
',¡,'.~
,
''!t;
~~
quicéfalos. En 1889, Virchow afirmó que ((el ario típico pos-
tulado por la teoría no ha sido nunca descubierto», y aún &e
pronunció en favor de la superioridad del braquicéfalo sobre
el dolicocéfalo. Nada ha podido sin embargo contrarrestar la
creencia en la superioridad de los «dolicocéfalos rubios», arrai-
gada ya fuertemente en la imaginación popular.
Pero, llegó un momento en que los mismos creadores del
«mito racial ario» se iban poco a poco dando cuenta de
lo místico e irreal del tipo físico propugnado como ((superior»;
y lo mismo en cuanto al del «inferior» no ario. El propio
Ammon confesó que nunca había encontrado un alpino bra-
quicéfalo puro: «Estos braquicéfalos eran unas veces rubios,
otras veces de gran estatura, en ocasiones tenían la nariz del-
gada o presentaban algún otro carácter que no deberían haber
poseído.»
Las contradicciones a ese respecto culminan cuando Cham-
berlain, que había descrito el tipo «teutón rubio», concluye
por negar todo valor a la antropometría, porque no puede
caracterizar ninguna superioridad. Admite que los «teutones
de la antigüedad no eran todos gigantes dolicocéfalos», pero
añade: «Examinándolos detenidamente veríamos que todos
ellos presentan tanto interior como exteriormente las carac-
terísticas específicas del pueblo germánico.» Y afirma que esta
apreciación subjetiva «enseña más de cuanto puede aprenderse
en un congreso de antropología». En un momento dado se
pregunta: «En suma, équé especie de hombre era el ario?», y
aclara que la filosofía, la antropología y la etnología no pue-
den dar una exacta y precisa representación del pueblo ario,
añadiendo una frase realmente profética: «éQuién sabe lo que
se enseñará en 1950 sobre los arios?» Mas, asegura sin vacilar
que «el noble rostro del Dante evidencia su origen incontesta-
blemente teutónico» (a pesar de que Woltmann --como
vimos-- lo creía producto del «mestizaje»). Lutero también es
considerado de tipo teutónico, aunque sus rasgos no coinciden
con los del Dante (pues el primero poseía cabeza alargada en
tanto que el segundo la tenía redondeada); lo que no impide
a nuestro autor decir: «Dante y Lutero se encuentran en los dos
extremos de la magnífica escala fisionómica de los grandes
hombres de la raza germánica». Y concluye con esta frase lapi-
daria: «Quien se revela como alemán por sus actos es alemán,
cualquiera que sea su árbol genealógico.»
Ante la heterogeneidad somática del supuesto «nórdico» o
«ario» (del que sería buen ejemplo un hombre que fuera «tan
alto como Goebbels, tan rubio como Ititler y tan delgado como
47
,t- "
, I
48
>1~:~~~'~--,\" - -r
, ,
VI. CONCLUSIÓN
49
1 , ~,¡, ,
" ,~ ''{
, ,l'
~
logía. la fisiología de la sangre. las leyes de la herencia. etc.• I <
y utilizarlas para sus fines. Mas. todo ha sido en vano.
Los aliadós, victoriosos en 1918, rehusaron aceptar la pro-
posición de la delegación japonesa en la Conferencia de
París. en 1919, para que se incluyera en la Carta de la Liga
de Naciones una declaración proclamando la igualdad de las ,
, .
,1
razas. A pesar de todo, desde 1945 vemos colaborar en la
Organización de las Naciones Unidas y en sus instituciones
especializadas a dolicocéfalos rubios y altos. dolicocéfalos
bajos y morenos, braquicéfalos. amarillos, negros, mestizos y
representantes de naciones que engloban centenares de pueblos
diferentes por su cultura y su morfología. En diciembre de '1
1948 todos ellos unánimemente elaboraron y aprobaron la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre. en cuyo
artículo 2 se reconoce que «toda persona tiene todos los de-
rechos y libertades proclamados en esta Declaración. sin dis-
tinción alguna de raza. color, sexo, idioma, religión •... naci-
miento... »
La inaudita afirmación de Burgess (1890), al tratar de
justificar la política colonial de los alemanes, de que «éstos
pueden con toda justicia... aniquilar el territorio de los recal-
citrantes (se refiere a los pueblos indígenas) y convertirlo en
morada del hombre civilizado», es un ejemplo revelador de
cómo la «(superioridad» del racista acepta sin preocupaciones
de índole moral ni jurídica el criterio de la fuerza como crea-
dora del derecho, fr.ente a los pueblos (!inferiores».
¿ Hasta qué punto pueden ser diferentes los individuos que
tienen herencias semejantes y que viven en ambientes distin·
tosP ¿ Cuáles son las diferencias entre individuos con heren-
cias distintas y que viven en el mismo ambiente P He aquí dos
problemas que, una vez resueltos, arrojarán mucha luz para
desterrar los mitos raciales.
Las diferencias humanas deben verse como hechos que
requieren comprensión e interpretación; no como cualidades
que merecen condenación o elogio. Dice el major Moton (1920):
«Gran parte de las fricciones entre razas, lo mismo que entre
" naciones o individuos. se deben a la incomprensión; si los
pueblos quisieran dedicar algo de su tiempo a comprender los
puntos de vista de unos y otros, se darían cuenta con frecuen-
cia de que las cosas no van tan mal como se imaginan.»
El prejuicio racial puede deberse, a motivos económicos y
políticos, al complejo de superioridad de tal raza o al com-
plejo de inferioridad de tal otra, a diferencias biológicas, al
instinto hereditario. o a varias de estas causas juntas. Ese
50
,~ .". tI' ¡
; "1 r '/,' , ' '/
I
51
"'/
BIBLIOGRAFfA
52
Si Vd. se interesa por noticias verdadera-
mente internacionales
es sensible a las grandes corrientes
de la historia contemporánea
se preocupa por la difusión de la
cultura y del saber
Lea
EL CORREO
DE LA UNESCO
para estar informado
e informar a los demás
EL GoRREO DE LA UNESCO es una publicación
mensual ilustrada, consagrada a los progresos
de la ciencia, de las artes y de la educación en
el plano internacional. Contiene una selección
de fotografías, artículos y noticias redactados en
un estilo muy sencillo que le dará una ínforma-
ción síempre exacta y vívída.
Suscripción anual: ~2; 10[6; 500 frs. Número suelto: ~ .20; 1/-; 50 frs.