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Sin embargo, la teología, que es discurso sobre la fe siempre ha sido contextual, o sea,
siempre nació pegada a un contexto y a las cuestiones que este contexto trae. No podría ser
diferente ahora, cuando el contexto que vive el continente al sur de Ecuador es tan complejo
y desafiador. La Teología de la Liberación no está muerta, apenas ha cambiado de forma y
ensanchado su abanico de prioridades.
Desde los primordios del Cristianismo, la teología -que es discurso sobre la experiencia de
fe- nace inmersa y determinada por un contexto. Es fruto de un feliz casamiento entre la
antropología hebrea y la filosofía griega. Con esa reflexión y ese discurso, el cristianismo
conseguirá penetrar en las diferentes culturas, decirse a sí mismo y al misterio que lo
configura, y ser recibido y entendido en los diferentes contextos culturales. Se ha convertido
no solamente en la religión de unos cuantos, pero de muchos y ha adquirido un cariz de
fuerza civilizatoria, sin el cual la historia de Occidente hoy no seria comprensible.
Hace más de cuarenta años, la Iglesia reunida en concilio rescata la importancia de eso, que
se había ido perdiendo o por lo menos dejando en segundo plano. En su ardiente deseo de
dialogar con el ser humano, el mundo y la cultura modernos, la teología cristiana comprende
que no puede seguir pensando y hablando con las categorías medievales.
Hace poco menos de 40 años, al final de los años sesenta, inicio de los ‘70 -por lo tanto en
seguida al Concilio-, la Iglesia en América Latina expresa así su deseo de dar nuevos pasos
en su ser Iglesia y en su quehacer teológico y pastoral: dejar de ser una Iglesia reflejo y pasar
a ser una Iglesia fuente. La conferencia de Medellín, en 1968, segunda del episcopado
latinoamericano, venia al encuentro de ese deseo.
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La teología hecha en América Latina ganó mundo y fue discutida favorable o negativamente,
aunque siempre con interés. Provocó respeto en Europa y Estados Unidos. Y aquí en el
continente ganó credibilidad junto a las bases, a los movimientos populares, a otras fuerzas
que no siendo eclesiales encontraban lenguaje e ideales comunes al comprometerse con las
luchas de los más pobres. No fue, sin embargo, aprobada unánimemente. Suscitó oposición,
sospecha y desconfianza, que se agudizaron en los años ‘80, con la caída del muro de Berlín.
En los últimos veinte años hemos venido asistiendo y viviendo ese cambio. Sin embargo, es
importante constatar y afirmar que el deseo y la convicción fundamental que animaba a la
iglesia del Continente en los años ‘60, ‘70 y ‘80 sigue. El problema de la injusticia no ha
mejorado en lo más mínimo. Por el contrario, ha aumentado y hoy es mucho más grande el
número de esos y esas que gimen bajo el cruel peso de la pobreza, de la miseria, de la
violencia, de la exclusión. La cuestión de la justicia sigue primordial para la teología
latinoamericana.
El contexto donde esta teología se piensa y se dice cambió y se volvió más complejo.
Nuevos elementos han sido integrados sin que desaparezcan los antiguos. A la pobreza socio-
económico-política se ha agregado, como cuestión seria e interpelante hacia la teología, la
pobreza antropológica, con todas las cuestiones emergentes del género, de la raza, de la etnia,
de la ecología
Así se ensancha el abanico de elementos que laboran por la exclusión de muchos millares y
aún millones de latinoamericanos que entran en una o más de una de esas claves de
inferioridad y exclusión. Al mismo tiempo, la teología empieza a escuchar con más atención
las interpelaciones que se lanzan al cristianismo histórico sobre la cuestión ecológica. Y
empieza entonces a volver su atención y su labor para la estrecha vinculación entre lucha por
la justicia y lucha ambiental; para la cercanía de la lucha por una vida más humana y la lucha
por un mundo habitable.
El ser humano que vivió la crisis de la modernidad, o que ya nació en medio de su clímax, y
ya nada en aguas post-modernas, a diferencia del adepto de la religión institucional, que
adhiere a una sola religión y en ella permanece; lo mismo el ateo o agnóstico, que niega la
pertenencia y la creencia a cualquier religión, es como un “peregrino” que camina por entre
los meandros de las diferentes propuestas religiosas que componen el campo religioso, no
teniendo problemas en pasar de una a otra, o aún de hacer su propia composición religiosa
con elementos de una y otra propuesta.
La teología es, por lo tanto, llamada a participar de un proyecto común donde las religiones
tendrían un papel importante a desempeñar en beneficio de la humanidad como un todo. Las
religiones del mundo entero parecen estar siendo convocadas, en el entendimiento de
importantes pensadores de la actualidad, para aportar en la elaboración de una nueva ética
mundial y no pueden abstraerse a esa convocación o ignorarla. Pero tampoco no pueden
entrar en ella renunciando a aquello que constituye el fondo más profundo de su identidad.