Você está na página 1de 2

¿Qué es la buena literatura?

Manu de Ordoñana el 21-09-2013

Vengo observando en los últimos años el rechazo que suscitan los llamados bestsellers por
parte de los que se dicen amantes de la literatura. Como corresponde a un debate que se
precie, las opiniones están divididas entre los defensores de la buena literatura que, desde
su trinchera del menosprecio, excluyen a las novelas de éxito de tal condición y los que
opinan que no todas son literatura basura. Pero antes, ¿no sería mejor aclarar el significado
del término? Vargas Llosa dijo en su primer discurso como Premio Nobel que la buena
literatura da placer y crea menos gente manipulable. Ése puede ser un buen punto de
partida y lo resumimos en dos palabras: Formar deleitando.
El paso siguiente es saber a quién queremos “formar deleitando”. Por desgracia, la
población lectora en la actualidad es una minoría burguesa, un público que, consciente de
su ignorancia, ansía descubrir las miserias que la sociedad esconde, aunque sólo fuere para
sentirse inocente. En ese sentido, la buena literatura tendría la misión de revelar cómo es el
mundo, con lo cual ya estaríamos empezando a cambiarlo, y el escritor sería el responsable
de denunciar a los ciudadanos que consumen una misma cultura la transgresión de los
valores compartidos.
Para tener éxito y cumplir el objetivo sólo faltaría que esta tarea de mediador que
cumple el escritor llegara a su receptor de una forma cómoda y comprensible. Es la forma,
el estilo que ha de estar al servicio del fondo y adaptarse a su contenido y no al revés
como muchas veces sucede. Si el guión exige nuevos modos de expresión, búsquelas el
autor, pero si no, utilice el lenguaje propio que facilite la lectura, sin hacer dejación de la
prosa precisa y elegante que ha de caracterizar a un artista Si la forma es el alma de las
artes y de la música, en la literatura concierne más el fondo.
Hay lectores que prefieren lo simbólico que invita a la reflexión, que les cuenten la
historia a medias, textos que sugieran actitudes, insinúen intenciones, sin definir el
verdadero carácter del personaje, para sacar su conclusión. Este tipo de lectores no quiere
que se lo den todo hecho, desea participar en la trama, descubrir el enigma, como si
estuviera enfrentado a un Sudoku. Son novelas que exigen una lectura seria, lenta, con
pausas, para dar tiempo a la reflexión, con el fin de capturar las ideas centrales y
reelaborarlas para que se adecúen al sentir de cada uno. Pero, ¿a quién va dirigido esa
especie? A un colectivo reducido, a una élite erudita. Nada que oponer.
Pero el gran público pide otra cosa. La literatura ligera reduce los obstáculos,
simplifica las formas y hace ameno el contenido para que el lector la pueda digerir sin
aplicación. ¿Implica eso que esta literatura ligera aborde siempre cuestiones triviales? Yo
creo que no. Nada impide que alguien pueda escribir sobre el dolor, la muerte, el amor o
el miedo de manera ilustrada, con un argumento sólido, personajes bien construidos,
prosa viva y ritmo ligero.
Son esas novelas dirigidas a la burguesía de la que hablábamos al principio las que
conformaron la cultura occidental, las que emocionaron e hicieron llorar a nuestros
antepasados, las que siguen deleitando a las generaciones actuales. Son esos escritores
que han pervivido hasta nuestros tiempos, los que entendieron desde el primer momento
que, para sensibilizar a la plebe sobre los conflictos que afectan al género humano, para
defender puntos de vista que apuntan al progreso, era necesario presentarlos con el
embalaje goloso de un formato atractivo: entretener al personal no pecado.
Si realmente, la literatura es el conducto ─pero no el único─ que va a servir para
construir una sociedad más libre, el vehículo no será la alta literatura escrita para esas
élites eruditas que ya poseen el conocimiento, sino una literatura más sencilla capaz de
llegar a las masas para hacerles vibrar con los graves problemas que afectan al universo,
desvelando situaciones sobre las que el hombre cierra los ojos, tapadas por un cúmulo de
mentiras y tan repetidas que hasta parecen la verdad absoluta. “El papel de escritor es
inseparable de difíciles deberes, ya que no puede ponerse al servicio de quienes hacen la
historia, sino al servicio de quienes la sufren”, dijo Albert Camus en el discurso que
pronunció al recibir el premio Nobel de Literatura.
Así hemos llegado a un punto en el que claramente se diferencian esos dos tipos de
literatura, la ambiciosa que nos ayudar a ser más inteligentes, más tolerantes y más
curiosos ─en palabras de Ignacio Polanco─ y los éxitos de venta que sólo pretenden
divertir, a los que se les ha asignado esa etiqueta ominosa de bestsellers. Y yo me
pregunto: ¿todos los bestsellers han de ser considerados como basura? ¿No fueron
bestsellers “El nombre de la rosa” o “Cien años de soledad” o “Los pilares de la Tierra”?
¿Será literatura basura la próxima novela “El héroe indiscreto” de Vargas Llosa que lleva
camino de convertirse en el “superventas” de 2103? Ni toda la literatura basura es de mala
calidad, ni toda la buena es música celestial. ¿Por qué los escritores de la llamada
Generación del 98 son todos aburridos, a excepción de Baroja?
Más vale ver a la gente atareada en la lectura, aunque sea un bestseller, que viendo
la tele. En un libro siempre se aprende algo, cuando menos el ciudadano está adquiriendo
el hábito de leer, quizá más adelante le entre el gusanillo y se atreva con cosas más serias.

Você também pode gostar