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Asignatura: Psicología 1º Bachillerato Profesora: Àngels Varó Peral

La psicología dinámica. El psicoanálisis de Freud

1. Introducción........................................................................................1

2. La teoría psicoanalítica...........................................................................2

2.1 El psiquismo...................................................................................3

2.1.1 Consideración topográfica............................................................4

2.1.2 Consideración estructural.............................................................5

2.1.3 Los principios del psiquismo..........................................................6

2.1.4 La evolución del psiquismo...........................................................7

2.2 Los mecanismos de defensa................................................................ 8

3. El psicoanálisis y la cultura occidental....................................................... 10

4. Los y las continuadoras de Freud.............................................................. 11

1. Introducción
Freud estuvo especialmente inspirado al decir que el
ser humano había recibido tres grandes golpes contra su
narcisismo e imagen de sí mismo: el descubrimiento
copernicano de que la tierra no era el centro del universo,
el descubrimiento darwiniano de que el hombre no existía
independientemente de los demás miembros del reino
animal, y el descubrimiento freudiano del poder de
fuerzas desconocidas, inconscientes y a veces
incontrolables, que gobiernan casi la totalidad de nuestra vida psíquica. Por eso, Freud es
considerado como uno de los “filósofos de la sospecha”. Los otros dos son Nietzsche y Marx. A su
modo, los tres pusieron en entredicho la imagen del ser humano como ser enteramente racional,
descubriéndonos los condicionantes ocultos que determinan múltiples comportamientos y
formaciones al nivel de la conciencia. En el caso concreto de Freud, nos mostró que la mayor
parte de lo que acontece en nuestra mente es inconsciente. Pero, sobre todo, nos mostró cómo
el ser humano aparece dominado por la oscura región de las pulsiones. Lo humano, lo racional,
no sería en muchos casos más que una mera fachada.

El psicoanálisis, fundado por Sigmund Freud (1856-1939), como método y como doctrina es
tanto la práctica terapéutica de los trastornos psíquicos, dirigido principalmente hacia la
explicación y curación de las neurosis como la teoría psicológica en la que aquél se basa. El
psicoanálisis es, sobre todo, una teoría sobre la vida inconsciente (¿de lo irracional?).

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El proyecto científico de Freud fue, cuanto menos, ambicioso. A través del estudio de la
estructura oculta de la psique, en su dimensión atemporal (Ser), y en la histórica (Yo), pretendía
llegar a una antropología crítica, en la que el papel principal estuviera reservado a la dinámica
de los impulsos y de la libido, y de aquí a una visión general de la civilización occidental y de sus
logros culturales (Súper Yo).

La hipótesis alrededor de la que gira tanto el propio psicoanálisis como el pensamiento de


Freud es la siguiente: muchas neurosis son producidas por imágenes fuertemente cargadas de
energía sexual que se han hundido en el inconsciente. El hombre funciona básicamente de
acuerdo con el principio del placer, buscando la gratificación inmediata de todos sus deseos
(reducción de la tensión). No obstante, en esta búsqueda del placer choca con la sociedad y la
civilización.

La primera investigación de Freud se centró en el estudio de


los síntomas histéricos. Gracias a la hipnosis primero y, después,
al mecanismo de asociación, Freud descubrió el origen sexual e
inconsciente de la causa de la enfermedad. Las personas
neuróticas parecen enfermar a causa de una experiencia de
seducción por parte de una adulta, hecho que han olvidado por
la acción de la represión. El abandono de este planteamiento
del trauma y su sustitución por el de las fantasías sexuales
reprimidas abrió el campo de investigación al inconsciente y a la
Sigmund Freud
sexualidad infantil, que se complementa con el descubrimiento
de la transferencia como relación imaginaria que la paciente establece con la terapeuta, una
relación que se considerará indispensable para el éxito de la terapia.

El desarrollo de la personalidad humana queda ligado al desarrollo de las diversas etapas de


la sexualidad, que aparecen ligadas a las distintas zonas erógenas, es decir, a las distintas zonas
corporales asociadas a la consecución de placer. Estas etapas son: la fase oral, la anal, la fálica
y, tras un periodo de latencia, la genital. El desarrollo de estas etapas no es mecánico ni
progresivo sino que se superponen sin excluirse. Los conflictos que se originan a lo largo del
recorrido pueden dar lugar a fijaciones y regresiones.

Se ha subrayado que Freud era judío y que el psicoanálisis es la secularización del misticismo
judío. También se ha hecho mención del contexto especialmente puritano de la segunda mitad
del siglo pasado, fuertemente caracterizado por la represión sexual. Por otra parte, también se
dice que los acontecimientos de la primera Guerra Mundial dejaron una profunda huella en
Freud y en su pensamiento. A partir de 1920, Freud introdujo en su teoría psicoanalítica el
concepto de “pulsión de muerte”, un instinto agresivo compartido por todos los seres humanos.

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Dentro de la psicología, el psicoanálisis es considerado como un enfoque psicodinámico


porque interpreta la conducta como resultado de un juego mutuo de fuerzas en permanente
conflicto. Aunque no ha tenido una gran implantación en el mundo académico, sí ha dejado
sentir su influencia en el ámbito de la práctica terapéutica.

2. La teoría psicoanalítica
Psicoanálisis fue el término creado por Freud para designar su teoría sobre le psiquismo y su
práctica terapéutica. Bajo esta denominación Freud distingue tres orientaciones: un
procedimiento de investigación de los procesos psíquicos, un método terapéutico de las neurosis
y una serie de teorías psicológicas y psicopatológicas que agrupaban las principales aportaciones
de los métodos de investigación y de terapia. Lo importante de esta definición se sitúa en el
término “investigación”, como proceso de descubrimiento que se fundamenta en la práctica y
busca alcanzar el estatuto de ciencia. Este trabajo de búsqueda da como resultado la
formulación de la hipótesis del inconsciente como elemento determinante de la vida psíquica. El
deseo inconsciente conforma al sujeto y lo constituye en esta distancia o fractura que abre
entre su ser (deseo) y su decir (conciencia).

El punto de partida del psicoanálisis fue la psiquiatría de finales del siglo XIX, la de Charcot y
Breuer, y su primer campo de acción fueron los casos de histeria femenina estudiados mediante
la hipnosis. El estudio de la histeria llevó a Freud a postular que existen procesos inconscientes
que provocan síntomas histéricos; y que si la persona enferma toma conciencia de ellos, con
ayuda de la hipnosis, puede curarse. Freud llegará poco a poco a la convicción de que la vida
sexual está en el origen de los trastornos psicopatológicos. (Asimismo llegó a la idea de que
existe una sexualidad infantil, muy anterior a la de la pubertad, de la que derivan deseos
incestuosos hacia los progenitores del sexo opuesto, y en ocasiones el hijo siente celos,
hostilidad y deseo de muerte hacia el padre; y la hija, hacia la madre. En su época, esta idea
provocó una fuerte reacción contra el psicoanálisis).

Freud pronto se dio cuenta de que la hipnosis no era un buen método porque no siempre
curaba y tampoco podía ser utilizada con todas las personas enfermas. Recurrirá entonces a otro
método para hacer conscientes los recuerdos traumatizantes: el de las asociaciones libres. La
paciente debe comenzar a hablar a partir de una imagen que se le ofrece dejando que fluyan las
asociaciones libres de sus pensamientos hasta llegar a extraer los recuerdos que se buscan. Se
supone que llegado un momento, la corriente de la conciencia fluye libremente. Con el uso de
este método, Freud observa que frecuentemente las pacientes se resisten a continuar porque
hay cosas que no pueden decir (y empiezan a dejar la terapia o a engañar a la terapeuta). Freud
descubre así el elemento clave de su método: El Yo se defiende contra algo, en el sujeto hay
una fuerza de represión que dificulta traer a la conciencia determinados recuerdos
inconscientes.

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Junto a las asociaciones libres, la terapia psicoanalítica utiliza la interpretación de los sueños
y el estudio de los actos fallidos (lapsus linguae) y de las fantasías para acceder al inconsciente.
Una de las obras centrales de Freud al respecto, La interpretación de los sueños fue publicada
en 1900.

Inconsciente y represión son los dos grandes descubrimientos de Freud. Hay impulsos
reprimidos en el interior del ser humano que están como sumergidos en el inconsciente. Lo
reprimido pugna por salir, pero no puede hacerlo debido a una barrera que se lo impide. Si no
halla otro camino de salida, se manifestará mediante síntomas neuróticos: angustia, fobias,
síntomas histéricos, obsesiones, ideas fijas. Así se explican las neurosis: la represión es su causa.

2.1 El psiquismo
A través de una serie de conceptos, Freud trató de sistematizar sus explicaciones sobre el
funcionamiento de la mente. Dentro de la teoría psicoanalítica freudiana podemos encontrar dos
teorías distintas sobre el psiquismo, conocidas con los nombres de “consideración topográfica” y
“consideración estructural”. La teoría topográfica nos habla de tres ámbitos de lo mental, el
inconsciente, el preconsciente y el consciente. En esta perspectiva, la vida psíquica de una
persona se concibe como un flujo de energía psíquica que, procedente del inconsciente, y en
especial de las pulsiones sexuales (libido) y de las de autoconservación, pugna por convertirse
en consciente. Este flujo psíquico se halla frenado, no obstante, en dos zonas de represión y
censura: entre el preconsciente y el inconsciente actúa la censura, que hace pasar al
inconsciente todos aquellos contenidos que resultan desagradables, humillantes o inmorales. En
esto consiste la represión. De este modo, hay material psíquico reprimido y censurado tanto en
el inconsciente como en el preconsciente. Sólo mediante el análisis de los sueños y de los actos
fallidos, se puede llegar a conocer los mecanismos que ejercen ese poder de censura y, en
consecuencia, liberar al sujeto de su trastorno.

La consideración estructural del psiquismo, que obedece a la necesidad de hallar también en


el Yo una actividad represora, la describe Freud en El yo y el ello (1923), obra en la que
distingue tres instancias, o tres estructuras, en la personalidad humana: Ello, Yo y Superyó. Al
Superyó, que es el resultado del proceso de identificación con la figura paterna tras el complejo
de Edipo, es decir, la parte del Yo que actúa como conciencia moral y censura, le asigna la
función de la represión y la de comparar al Yo con su propio ideal. El Ello, que se identifica
fundamentalmente, pero no exclusivamente, con el inconsciente es el psiquismo humano
carente de toda organización interior, únicamente sometido al principio del placer, ilógico en su
funcionamiento, puro depósito de energía instintiva, es el fondo de pulsiones y deseos e
impresiones ocultos por la represión. El Yo, sólo parcialmente inconsciente como el Superyó,
surge de la parte modificada del Ello por contacto con la realidad externa y tiene por función
representar al Ello ante el exterior, de un modo socialmente aceptable; es la razón y la

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reflexión y a él incumbe hallar el equilibrio psíquicamente sano entre las exigencias


-dictaminadas por el principio de realidad- del mundo externo, y las del Ello y el Súper yo.

2.1.1 Consideración topográfica.


En la mente humana podemos encontrar tres zonas o áreas diferentes: la conciencia, el
preconsciente y el inconsciente.

Con el término conciencia designamos una facultad o función psíquica que nos permite el
conocimiento del mundo exterior y de nosotros mismos. Las facultades mayormente involucradas
en la conciencia son la percepción (estímulos del mundo exterior e interior), la atención
(selección de ciertos estímulos entre todos los que llegan simultáneamente al cerebro en un
instante concreto) y la memoria (recuperación de recuerdos y aprendizajes anteriores que se
asocian a la estimulación de ese momento). También forman parte de la conciencia los procesos
intelectuales superiores como el pensamiento, el razonamiento, etc., y ciertos fenómenos
relacionados con la vida afectiva y la motivación. Gracias a la conciencia, el individuo percibe y
reflexiona con claridad sobre el mundo externo e interno, es decir, sobre la realidad inmediata.
Este nivel psíquico se rige por el principio de realidad.

El preconsciente está constituido por pensamientos, recuerdos y aprendizajes de los que no


somos del todo conscientes, pero podemos hacerlos conscientes a voluntad. Para Freud, una de
las funciones de preconsciente consiste en adaptar los impulsos sexuales y agresivos a las
exigencias que la realidad y los valores morales imponen al individuo.

El inconsciente está formado por todas aquellas pulsiones, deseos y sucesos olvidados que
permanecen fuera de la conciencia a causa de la represión. Lo inconsciente pugna por emerger a
la conciencia, pero la censura evita su actualización. Según Freud, estos contenidos amenazan la
integridad psíquica del sujeto, porque le provocan angustia o sentimiento de culpa. Sin
embargo, cuando la conciencia disminuye su vigilia (sueños, fantasías, libre asociación de
recuerdos...), el inconsciente aflora, aunque distorsionado bajo la forma de imágenes oníricas,
actos fallidos o imaginaciones fantasiosas. Para comprender qué nos quiere decir, hay que
interpretarlo.

2.1.2 Consideración estructural


Posteriormente, hacia 1920, Freud describe el aparato psíquico mediante tres estructuras: el
Yo, el Ello y el Superyó. Estas estructuras representan respectivamente más o menos a los
impulsos, a la orientación hacia la realidad y a la orientación hacia los valores morales.

El Ello (Id): representa el sustrato biológico hereditario del ser humano. Es la parte más
primitiva y profunda del aparato psíquico. No puede ser observada en sí misma, pero se deduce
que se compone de los rasgos hereditarios, las pulsiones sexuales y agresivas, además de los

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recuerdos y deseos reprimidos en la historia personal del sujeto. Representaría nuestra


naturaleza propiamente animal. En su funcionamiento, el Ello busca la descarga de la
excitación, la tensión o la energía. Se rige por el principio de placer. Se trata de una energía
inconsciente que influye en la dinámica de la personalidad, tratando de satisfacer los impulsos
instintivos de supervivencia, reproducción y agresión, y persiguiendo siempre su gratificación
inmediata. Cuando estos impulsos son reprimidos por cualquiera de las otras dos instancias, el
Ello los refleja a través de los sueños o de los actos fallidos. El Ello pertenece al inconsciente,
desde donde actúa sobre la conciencia provocando desequilibrios y tensiones en el organismo.

Pulsiones. “Trieb” es la palabra que Freud emplea y que debemos traducir por “pulsión”, y no
por instinto. Freud entiende por pulsión el impulso provocado por una energía que tiende a
buscar su satisfacción mediante el objeto adecuado. Cuando esta última no se alcanza, el
organismo permanece en tensión debido al empuje del impulso no satisfecho. Freud distinguió
inicialmente dos tipos de pulsiones: las sexuales o “libido” (en latín, apetencia placentera) y las
pulsiones de autoconservación. Las primeras se rigen por el principio del placer; las segundas,
por el de realidad. Freud dedicó escasa atención a las pulsiones de autoconservación porque, a
su juicio, este impulso no puede dar lugar a trastornos neuróticos, ya que no puede ser ignorado
ni desatendido. A partir de 1920, debido a la experiencia de la Primera Guerra Mundial, Freud
modifica su teoría de las pulsiones. Las pulsiones de autoconservación y las sexuales se integran
en una única pulsión, el “Eros” o “principio de la vida”, y añade una pulsión nueva, la “pulsión
de muerte” o “autodestrucción, “Thanatos”. La agresividad pasa, así, a un plano primario, lo
que tendrá importantes repercusiones en las consideraciones freudianas acerca de la cultura y la
sociedad. Podemos, pues, comprobar como Freud se aferró en todo momento a una concepción
dualista de las pulsiones.

El Superyó (Super-Ego) representa el aspecto moral de nuestro comportamiento (normas e


ideales morales) y aspira a ejercer un control sobre el Yo, al modo como las normas morales
aspiran a controlar el comportamiento. Su origen se remonta a la superación del Complejo de
Edipo, cuando el niño interioriza las normas que el padre le transmite. El Superyó equivale a una
especie de moral arcaica que resulta de la interiorización de las prohibiciones familiares y
sociales adquiridas desde nuestra infancia. Representa pautas ideales de conducta y
prohibiciones o exigencias socioculturales. Su misión fundamental es presionar al Yo,
señalándole cómo debería comportarse en cada momento, pero también generándole
sentimientos de culpa cuando incumple sus exigencias. El niño, que primitivamente es amoral,
empieza a percibir las prohibiciones familiares, que terminan por interiorizarse, hacerse
inconscientes, y convertirse en una instancia que vigila y amenaza al Yo. Según Freud, el
Superyó también es una estructura inconsciente.

El Yo (Ego) es la instancia que media entre el Ello y la realidad exterior. Su función es


básicamente reguladora, buscando satisfacer los deseos del Ello en la medida que dicha

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satisfacción no provoque conflictos en el sistema de creencias del individuo. El Yo se rige por el


principio de realidad. Ahora bien, puesto que tiene que adaptar los impulsos sexuales y
agresivos a las condiciones externas objetivas, debe llevar a cabo una censura sobre la acción
del Ello. Esa adaptación y censura las realiza con los mecanismos de defensa. El Yo no es más
que una instancia mediadora entre las pulsiones del Ello y las censuras del Superyó, que reprime
y controla la conducta. Así, mientras que el Ello busca el placer y el Superyó, la perfección, el
Yo busca la realidad. El Yo representa lo que podríamos llamar la razón o reflexión, mientras
que el Ello representa las pasiones. La actividad consciente es ejecutada por el Yo (percepción,
procesos intelectuales, etc.) y también la preconsciente (actualizar los aprendizajes o las
evocaciones del pasado no reprimido mediante la memoria). En sus últimos escritos, Freud
asigna también una función inconsciente al Yo: la de los mecanismos de defensa que impiden la
frustración del sujeto, reduciendo la tensión creada por los impulsos no satisfechos del Ello. Sus
tareas más importantes son tres: la autoconservación del organismo, el control de las tensiones
internas generadas por la pugna entre el Ello y el Superyó, y la adaptación a la realidad.

2.1.3 Los principios del psiquismo


Según Freud, el principio del placer junto con el
principio de realidad son principios que rigen el
funcionamiento psíquico humano, el psiquismo. La noción
de principio de placer fue formulada por Fechner en
1848 bajo el nombre de “principio del placer de la
acción”, pero es Freud quien tematiza a lo largo de sus
obras la noción de principio de placer entendido como
rector de los actos que tienden a la consecución del
placer o, mejor dicho, al alejamiento del dolor o
displacer. En una primera etapa Freud lo denominó
“principio de la inercia de las neuronas”, y según él, es
el que rige el funcionamiento del sistema neurónico para
mantenerse en un estado de baja excitación ya que, en
caso contrario, aparece el dolor o displacer. Más
Cap que explota (Dalí) adelante concebirá este principio como regulador general
de la estructura psicológica, de forma que, a partir de su división de la psique en tres
estructuras: el Ello, el Yo y el Superyó, considerará que el Ello, que es inconsciente, está regido
por el principio del placer que tiende a la inmediata satisfacción y realización de todos los
deseos y pulsiones bien realmente, bien en la fantasía, a efectos de reducir la excitación. El Yo,
en cambio, a instancias del Superyó, se rige por el principio de realidad, que en base a las
exigencias éticas socialmente establecidas, modifica los impulsos surgidos del Ello. Mediante el
principio de realidad el Yo toma la decisión de si debe realizar o postergar la satisfacción de los

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deseos o, incluso, si debe suprimir la aspiración de la pulsión por considerarla peligrosa. El


principio de realidad no debe entenderse como opuesto al de placer, sino como un ajuste de
éste a las condiciones externas. Si quiere colmar sus deseos, el sujeto debe postergarlos hasta el
momento en que las circunstancias de la realidad se lo permitan. Gracias a la acción de este
principio, el individuo se socializa, aprendiendo a controlar su egoísmo primitivo y descubriendo
los fundamentos del orden social, de la moralidad, etc. La formación del Yo se determina a
partir de esta tensión entre los dos principios psíquicos fundamentales.

2.1.4 La evolución del psiquismo


Freud consideraba al psiquismo como puramente dinámico. Evoluciona y se desarrolla
mediante etapas, que son comunes a todos los seres humanos.

En el momento del nacimiento, el niño es un ser absolutamente egoísta. En él sólo habitan las
pulsiones del Ello, sobre todo las sexuales. Puesto que aún no posee ninguna norma moral, exige
la satisfacción inmediata de esos impulsos. Freud dice que el niño sólo vive para el placer.
Cuando no se le procura éste, llora hasta obtener la satisfacción del impulso placentero. Durante
el primer año y medio de vida, el placer se concentra en la boca (chupar, morder, mamar...);
por eso, Freud denominó a esta etapa fase oral.

Con el paso del tiempo y el desarrollo de su cerebro, el niño empieza


a aprender que el mundo exterior no siempre cede a sus deseos. Es en
esta época cuando recibe las primeras negativas ante sus caprichos, i el
Ello, hasta ese momento volcado sobre sí mismo, debe modificar su
acción con el fin de prestar atención al mundo externo. Esa modificación
del Ello da lugar a la aparición del Yo.

La función del Yo consiste en moderar y frenar los impulsos sexuales y


agresivos, procurando satisfacerlos cuando las circunstancias lo permitan
y siempre que las demandas instintivas no atenten contra las primeras
normas que el niño ha interiorizado (higiene, adaptación horaria de las comidas, aceptación de
que no es el único ser en el mundo y de que las demás también tienen necesidades, etc.). En
suma, el Yo debe imponer el principio de realidad al de placer. Así surgen los procesos
conscientes que permitirán al niño adaptarse a su propio medio familiar y “comprender” el
mundo que le rodea. A la vez, el Yo aplica la censura a los deseos del Ello, con lo que van
grabándose los primeros traumas o heridas psíquicas en el inconsciente infantil. La reaparición
del lenguaje refuerza los procesos conscientes y, por tanto, las funciones del Yo.

Los vínculos emotivos del niño con su familia son muy fuertes en esa etapa. Debido a esa
relación afectiva, entre los tres y los cinco años se desarrolla el Complejo de Edipo. La especial
relación que niños y niñas establecen con su madre tiende a reforzar su egoísmo, puesto que

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consideran ser el objeto exclusivo del deseo de la madre. Según Freud, la mente infantil sufre
una herida en su narcisismo (amor a sí mismo y creencia en ser el centro exclusivo de atención)
cuando descubre que la madre también desea al padre. En la mente infantil se establece
entonces una relación de odio con la figura paterna, puesto que es considerada como rival que
le disputa el amor de la madre.

Las niñas, según Freud, aunque encuentran su primer objeto amoroso en la madre, al
comprobar que son diferentes a los niños y al padre (puesto que carecen de pene, y eso les
provoca un sentimiento de privación), rechazan los cuidados maternales y se refugian en el amor
al padre. Como escribe el mismo Freud: “La niña ve en la madre un obstáculo para su tierna
relación con el padre, y piensa que ella podría ocupar muy bien su lugar”. Para diferenciar este
proceso con respecto al de los niños, Jung lo denominó Complejo de Electra.

El principio de realidad fuerza al Yo del niño o al de la niña a reprimir los impulsos sexuales y
agresivos hacia los padres. Según Freud, esto es necesario para lograr su adaptación a la familia.
Esa represión provoca la aparición del Superyó, mediante el cual la mente infantil comienza a
socializarse, es decir, a aceptar las pautas sociales que le van a permitir una vida comunitaria.
Se interiorizan así las normas de convivencia, las prohibiciones morales acerca de lo bueno y lo
malo, las sensaciones de culpa y vergüenza ante las infracciones de las normas, etc.

A partir de ese momento, el Superyó impondrá la moralidad y las creencias interiorizadas


cada vez que aparezcan los impulsos primitivos del Ello. Entonces, la represión de los deseos
contrarios a esas normas se convierte en el principal mecanismo de defensa, con el objetivo de
que el sujeto se integre plenamente en la comunidad, aceptando las reglas sociales represoras
de sus pulsiones egoístas. Pero, los impulsos relegados al inconsciente actúan desde allí,
provocando trastornos e interferencias en la conducta de los individuos (angustia, fobias,
síntomas histéricos, obsesiones, ideas fijas...).

Como vemos, Freud mantiene una concepción pesimista sobre el ser humano, puesto que
considera a la represión como el principal mecanismo que forja la personalidad social del
individuo. El conflicto entre los deseos instintivos y las normas morales represoras desemboca
en la angustia y la ansiedad, cuando no en un trastorno psíquico de mayor o menor importancia.
Así, nuestra historia personal puede resumirse en el conjunto de las represiones que han
determinado el desarrollo de nuestra vida.

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2.2 Los mecanismos de defensa


Freud opinaba que el Yo se protege de la ansiedad que le produce la
continua tensión con el Ello y el Superyó mediante unos mecanismos que la
reducen, pero siempre deformando la realidad. Los mecanismos de defensa
son una serie de métodos o técnicas que utilizamos con el fin de evitar la
angustia o ansiedad que nos producen las frustraciones y los conflictos de
nuestro psiquismo. Freud, introductor de esta nomenclatura, utiliza
frecuentemente defensa como sinónimo de represión. Anna Freud
(1895-1982)
En general, los mecanismos de defensa se caracterizan por:

a)Son dispositivos del Yo que se utilizan para evitar las influencias de las pulsiones en la
conducta del individuo.

b)Suelen ser inconscientes.

c)Consisten en arrojar fuera de la conciencia algún aspecto de la realidad, ya sea física o


psicológica.

d)Su objetivo último es evitar la angustia o dolor psíquico que esos conflictos provocarían en
la conciencia. Freud entendió la angustia en un sentido amplio, no sólo real, sino también
irracional (neurosis de angustia) o sentida como culpabilidad (angustia moral).

e)Los mecanismos de defensa son utilizados por todas las personas, no sólo por aquellas que
padecen trastornos psíquicos.

Los mecanismos de defensa más importantes son:

a)Represión. Consiste en rechazar y mantener fuera de la conciencia todos aquellos


contenidos que provocan angustia o ansiedad. El material reprimido se relega al inconsciente.
Pero eso no significa su olvido total. Lo reprimido aparece, aunque distorsionado, en los actos
fallidos, los lapsus, los sueños o las fantasías. No es como la censura, ejercida por el Superyó,
que oculta los aspectos sexuales de los sueños. Lo que ocurre en este caso es que se apartan
de nuestra conciencia los pensamientos que puedan conducir a realizar actos sexuales fuera
de los límites establecidos socialmente.

b)Regresión. El sujeto regresa a épocas anteriores de su desarrollo psíquico, es decir,


reproduce comportamientos pasados que le resultaban satisfactorios. Por ejemplo, cuando
alguien se comporta de modo infantil ante un conflicto, buscando la antigua protección
materna para no tener que afrontar la responsabilidad o la toma de decisiones.

c)Fijación. Consiste en negarse a crecer psíquicamente. Existen personas que se niegan a


seguir el desarrollo psíquico porque descubren que la nueva etapa les provoca angustia e

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inconscientemente prefieren seguir con los comportamientos característicos de la fase


anterior. Es decir, quedan fijadas en una época de su desarrollo. Eso impide una maduración
adecuada de la personalidad.

d)Desplazamiento. Estriba en atacar a personas ajenas a un problema en lugar de


enfrentarse directamente al causante del conflicto. Por ejemplo, es el caso de una persona
que ha tenido un mal día en el trabajo porque le han recriminado alguna acción, y que, al
llegar a casa, grita a su familia.

e)Proyección. Consiste en proyectar sobre las demás sentimientos, deseos o impulsos


inaceptables para una misma, con lo que se evita la frustración personal. Según Freud, la
proyección es la base de la xenofobia y del racismo.

f)Formación reactiva. Cuando un deseo es reprimido, el sujeto puede realizar conductas


totalmente contrarias a ese deseo, generando así una reacción negativa con el fin de evitar la
angustia. Por ejemplo, cuando algunas personas con deseos homosexuales reprimidos,
desarrollan actitudes de suma hostilidad hacia los homosexuales, manifestando odiarlos e,
incluso, reaccionando agresivamente ante ellos.

g)Racionalización. En muchas ocasiones, los individuos tratan de autoconvencerse, dando


explicaciones a los demás y a sí mismos, de tal forma que los sentimientos inaceptables o
reprimidos puedan ser justificados mediante la presentación de ciertas razones. La
racionalización suele mitigar el fracaso personal. Así, cuando no satisfacemos un deseo,
tratamos de consolarnos diciéndonos que, en realidad, no queríamos tal objeto o situación, ya
que había sido una equivocación desearla.

Conviene remarcar que todos estos mecanismos de defensa se producen de manera


inconsciente y reducen la ansiedad del sujeto, al minimizar los efectos de los conflictos
inconscientes ya sea en uno u otro sentido, es decir, desplazando, racionalizando, reprimiendo,
etc. Y, naturalmente, siempre deformando la realidad.

3. El psicoanálisis y la cultura occidental


Además de teoría para explicar el psiquismo y de terapia psicológica, Freud también utilizó el
psicoanálisis para explicar las distintas manifestaciones culturales. De un modo bastante
arriesgado, Freud sacó el psicoanálisis del ámbito de la psicología para leer manifestaciones
culturales como el arte, la religión, la ciencia, la moral. Todas ellas no serían sino
manifestaciones o expresiones sublimadas de la energía sexual y agresiva que no habría podido
expresarse directamente.

Por “cultura”, entiende Freud, “la suma de las producciones e instituciones que distancian
nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre

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contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí” (El malestar en la cultura,
p. 33). Sin embargo, la cultura no es en realidad la instancia o fuerza liberadora que se
pretende. La cultura constriñe permanentemente al ser humano y le provoca el “malestar” de la
insatisfacción de las tendencias. Dicho con otras palabras: “la cultura desequilibra la economía
libidinal”.

El hombre está, pues, en permanente conflicto con las demandas de la sociedad. Las
frustraciones impuestas por ésta a la vida instintiva del hombre fueron la causa de las obras más
creativas de la civilización, pero también condujeron a las neurosis. En realidad, la cultura no es
sino, podríamos decir, una forma benigna de neurosis. La cultura es, al mismo tiempo, fruto de
la represión e instancia represiva.

En El malestar en la cultura (1930) Freud analiza la naturaleza de ésta y sus consecuencias


para el individuo. Ya en Tótem y tabú (1913) se especificaba que la vida en común presupone
una notable renuncia a las tendencias sexuales y agresivas. En El malestar en la cultura se
insiste en este punto, dándose más importancia, curiosamente, a la renuncia a la agresividad
que a las renuncias sexuales. El camino seguido por la cultura para imponer esta renuncia
consiste en dirigir hacia la propia persona la agresividad por medio de la conciencia moral, del
Superyó exigente y cruel: “la tensión creada entre el severo Superyó y el Yo subordinado al
mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad
de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo
debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior,
como una guarnición militar en la ciudad conquistada”. “El precio pagado por el progreso de la
cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad”.

En El malestar en la cultura, Freud se ocupa concretamente de los obstáculos que impiden


ser felices a los seres humanos e intenta explicar los motivos de ese sufrimiento. Él identifica las
tres fuentes de las que proviene el malestar humano: la caducidad del propio cuerpo, el mundo
exterior, es decir, la supremacía de la Naturaleza y las relaciones con los otros seres humanos.
Una salida extrema al problema de la infelicidad humana es la renuncia total, volver la espalda
al mundo. Lo normal no es, sin embargo, sublimar totalmente las imposiciones de nuestra vida
instintiva, sino sublimar parcialmente esos deseos, de ahí surge la cultura.

Otros caminos para resolver el problema de la felicidad humana han sido la religión, las artes,
la ciencia y la técnica. Sin embargo estas manifestaciones culturales no sólo no resuelven el
problema de la felicidad, sino que lo acrecientan. El pesimismo cultural de Freud es palpable.
Las artes sólo suponen una ligera narcosis para calmar los impulsos.

Aparentemente la cultura nos distancia de nuestro pasado biológico, de nuestra naturaleza


instintiva. Ese distanciamiento es en realidad imposible. La cultura sólo incrementa el conflicto
psíquico. El Yo se puede creer libre y autónomo, pero en realidad es el Ello quien domina. En

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verdad lo que consigue la cultura es ocultarnos una realidad que siempre va a estar ahí. Ese es
el gran problema de la civilización. La cultura siempre hará infeliz al hombre. El pesimismo de
Freud recuerda mucho a Illich y su profunda crítica de la creciente institucionalización de la
vida de las personas. La modernización no supone, como se esperaba, una creciente autonomía
individual, sino una mayor dependencia.

4. Los y las continuadoras de Freud


El psicoanálisis es una de las teorías más relevantes de nuestro tiempo. Sus aportaciones al
estudio del psiquismo humano y colectivo han supuesto un cambio radical en la concepción de la
subjetividad y de la enfermedad. El hecho de afirmar lo inconsciente como estructurante del
sujeto humano marca una ruptura definitiva con la concepción cartesiana de la racionalidad,
entendida como conciencia y su correlativa división dualista entre pensamiento y cuerpo. La
teoría freudiana ha contribuido radicalmente a la llamada “crisis del sujeto” con la que se
define una de las características más importantes del pensamiento actual. Esta crisis se explicita
a partir de Freud (uno de los llamados “maestros de la sospecha”) a través de la destitución de
la conciencia como elemento exclusivo del saber sobre sí mismo (la conciencia de sí), de la
afirmación del síntoma como fractura del sentido y de la división que se produce entre el saber y
la verdad.

Las concepciones de Freud fueron y siguen siendo fuertemente criticadas. No obstante, sus
dos principales descubrimientos: la existencia de un inconsciente dinámico y la represión son
bastante unánimemente aceptados. Sus discípulos y discípulas introdujeron correcciones. Unas
afectan a la naturaleza de las pulsiones (se critica el pansexualismo de Freud) y otras se refieren
a la necesidad de reconocer la importancia de los factores sociológicos (en gran parte ignorados
por Freud) en la constitución de la personalidad. Entre los seguidores de Freud destacan Carl
Jung, Alfred Adler, Karen Horney, Anna Freud y más heterodoxamente W. Reich, E. Fromm o
Jacques Lacan.

Carl Jung (1875-1961) quitó todo carácter sexual a la


“libido” de Freud, y consideró que las dos tendencias
fundamentales del inconsciente eran la extraversión y la
introversión. De ahí los dos tipos básicos de personalidad según
Jung, el extrovertido y el introvertido. En su obra Tipos
psicológicos (1920) sostiene que todo individuo es función de su
propio temperamento, en el que predomina uno de estos rasgos
sobre el otro. El extravertido (motivado por factores externos)
es vital y volcado hacia el exterior, mientras que el introvertido
Carl Jung (motivado por factores internos) vive para su interior y se
muestra concentrado. Dichos rasgos fundamentales, pero

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insuficientes, se relacionan con cuatro funciones psicológicas, o maneras constantes (opuestas


por pares) de responder psíquicamente ante diversas situaciones: pensamiento y sentimiento,
sensación e intuición. De ello resulta la caracterología de Jung que distingue ocho tipos
funcionales: introvertidos y extravertidos cerebrales, sentimentales, intuitivos y sensitivos.

Además, Jung también postuló la existencia de un inconsciente colectivo y suprapersonal


que se manifiesta en los símbolos de los sueños y en los mitos de las religiones. Este inconsciente
colectivo está formado por imágenes y pensamientos ancestrales, a modo de herencia espiritual
del género humano, que renace en el inconsciente de cada individuo, y que se manifiestan
mediante sueños, mitos, religión o fantasías inconscientes. En su contenido destacan los
arquetipos, que son las nociones más universales y arcaicas de la humanidad, dotadas de un gran
dinamismo y poder de fascinación, e incluso de una carga sagrada, y que actúan a modo de
fuerzas inconscientes sobre el individuo. Entre ellos están “la madre y el padre arquetipo”,
como imágenes primordiales del padre o de la madre; la “sombra”, o el hermano oculto, o el
salvaje interior; el anima y el animus, que son el principio masculino racional y el femenino
intuitivo comunes a todo hombre y mujer, etc. Frente a la fuerza del inconsciente colectivo, el
individuo ha de lograr su propia individuación, superando el poder de fascinación de todos estos
elementos colectivos no racionales. Esta superación se consigue “en el umbral de los cuarenta”
años.

Alfred Adler (1870-1937) fue el primer psicoanalista que introdujo variables sociales.
Rechazó uno de los puntos de vista centrales de la teoría psicoanalítica: que la conducta humana
esté dominada por la tiranía de sus pulsiones. La “libido” freudiana es sustituida por los
sentimientos de inferioridad, que surgen naturalmente en el niño, y que pueden ser superados
por tendencias compensatorias.

Adler consideró que el origen de los conflictos neuróticos era el “complejo de inferioridad”
(“ser humano es sentirse inferior”), que creía universal y congénito. Frente a él, el hombre
desarrolla una “voluntad de poder” con la que intenta compensarlos y superarlos (“quiero ser un
hombre completo”). Por la orientación de la cultura occidental, esta superación cristaliza en
valores considerados masculinos o viriles, que se imponen a los valores considerados femeninos,
que representan la inferioridad, constituyendo así el núcleo de las neurosis. El “instinto de
comunidad” frena los impulsos de poder del individuo, quien sólo desarrollará aquellas
manifestaciones de superioridad y poderío que socialmente sean aceptables. Los conflictos, cuyo
origen Freud ponía en el inconsciente, surgen según Adler de las relaciones sociales.

Karen Horney (1885-1952) polemizó con Freud y con Helen Rosenbach Deutsch (1884-1980),
durante más de diez años, sobre la famosa cuestión de la “envidia del pene”, “fondo tenebroso”
de la psique femenina según Freud. Para Horney, el deseo femenino es innato, espontáneo y
positivo desde la infancia hasta la maternidad. En todas las fases de su desarrollo psíquico, la

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mujer está orientada por estímulos de la libido e impulsos autónomos,


afirma en Psicología femenina (1967). Posteriormente, Horney se alejó
cada vez más de la postura psicoanalítica poniendo en evidencia los
factores sociales como modeladores del desarrollo de la libido. La
mujer está fuertemente condicionada, por su inferioridad social y
económica, a situarse en una posición de envidia y de “amor ilusorio”
respecto al hombre.

Anna Freud (1895-1982). Su primera contribución científica


Karen Horney
relevante está contenida en El yo y sus mecanismos de defensa (1936).
En este texto cabe destacar el “sacrificio impulsivo”, como un mecanismo de defensa que yace
en la base de comportamientos sistemáticamente “altruistas”, típicos de muchas de esas
mujeres que dedican su vida al cuidado de los demás. Estas investigaciones sobre los
mecanismos a través de los cuales “el Yo se defiende de la angustia” serían desarrolladas por
Anna Freud en el campo de la psicología infantil.

Wilhelm Reich (1897-1957). Pertenece al denominado freudomarxismo. Desde 1930 empezó a


relacionar las tesis sociales marxistas con las tesis del psicoanálisis, y creó la Sexpol, o
asociación de asistencia médica y psicológica para una política sexual dirigida
fundamentalmente a los jóvenes obreros.

Si sus posiciones políticas le habían alejado de Freud, sus tesis freudianas le hicieron
separarse del partido comunista cuando publicó, en 1933, Psicología de masas del fascismo,
donde interpretó los fenómenos políticos de masas de tipo autoritario, y en particular el
fascismo, como un fenómeno de tipo psicológico. Según Reich el fascismo es la expresión
políticamente organizada de la estructura de los conflictos psicosexuales del hombre medio
reprimido, que intenta resolver sus contradicciones con acciones violentas. La lucha contra el
fascismo implica la lucha previa contra el misticismo y la mistificación religiosa, y contra la
represión sexual. Posteriormente Reich calificó al estalinismo de fascismo rojo.

Para Reich, el rasgo básico de la personalidad humana es la “potencia orgásmica”, a la que


entiende como energía psíquica cuya degeneración y represión provoca las neurosis. Mientras
Freud explicaba las pulsiones agresivas negativas, apelando a Thanatos (pulsión de muerte),
Reich, que consideraba metafísicas tales explicaciones, sostenía que la agresividad destructiva
era fruto de la represión sexual causada por una sociedad que niega la posibilidad de la libre
expresión de las pulsiones sexuales. La represión social de la sexualidad es una represión
política. Por tanto, una auténtica liberación social y política debe conllevar una revolución
sexual, ya que la auténtica etiología de los desequilibrios psíquicos es social, no individual: es la
sociedad, y no los individuos, la que está enferma.

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Erich Fromm (1900-1982) intentó hacer una síntesis de las


doctrinas de Marx y Freud. De Freud rechaza la teoría de las
pulsiones, la libido y el complejo de Edipo. Fue uno de los
promotores, junto con Karen Horney (1885-1952) y Hary Stack
Sullivan (1892-1949), del “psicoanálisis cultural”, una de las
múltiples revisiones de las teorías de Freud, que utiliza el
psicoanálisis como instrumento de crítica (marxista) de la
sociedad. Fromm habla de un “psicoanálisis humanista”. Los
conceptos fundamentales de este psicoanálisis humanista los
expone en tres de sus obras principales: El miedo a la libertad
(1941), Ética y psicoanálisis (1947), y Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea (1955). Para el psicoanálisis humanista, al
hombre hay que entenderlo a través de una dialéctica individuo- Erich Fromm
sociedad, en la que la “adaptación dinámica” del hombre a la
realidad se realiza mediante un proceso de asimilación de cosas y de socialización con personas.
De este modo realiza su proceso de individuación como ser social y se convierte en el “carácter
social” -objeto de estudio de su psicoanálisis-, o sustrato, que media entre la base económica y
la superestructura ideológica.

Jacques Lacan (1901-1981) hizo una interpretación estructural de Freud. Para él, el
inconsciente está estructurado como un “lenguaje”. Más aún, la estructura del inconsciente es
la estructura del lenguaje. La teoría lacaniana basa sus planteamientos en un retorno a Freud,
destacando la preeminencia de la palabra como instrumento para desvelar el inconsciente. Su
hipótesis es que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. En ella fundamenta su
teoría del sujeto como efecto del significante y, por tanto, como resultado de una escisión
radical entre “el ser y el decir”. Su caracterización de la naturaleza humana se basa en una
distinción de tres registros: el real, el imaginario y el simbólico, análisis que complementará con
sus investigaciones sobre la identificación y la dinámica del deseo, donde se pone en juego la
relación entre el sujeto, el objeto y el Otro.

En esta estructuración en tres registros destaca su


concepción del discurso imaginario (en el sentido de productor
de imágenes) del ámbito de lo consciente: la conciencia misma
se produce como una imagen, lo que genera una alienación del
sujeto respecto de sus propios deseos. Esto se manifiesta en el
ámbito de lo inconsciente que “habla” mediante los lapsus, los
actos fallidos y los sueños. Para reconocer estas
manifestaciones del inconsciente es preciso recurrir al orden
Jacques Lacan
simbólico. De esta manera, el inconsciente, aunque no está

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regido por las leyes de la lógica y de la temporalidad que imperan en el ámbito de lo consciente,
está, no obstante, estructurado como un lenguaje, en el que, por ejemplo, la condensación y el
desplazamiento (mecanismos productores de los sueños según Freud), actúan como metáforas y
metonimias respectivamente.

Bibliografía
 Freud, Sigmund. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza. Madrid 1987
 García Gutiérrez, José María (1998) Psicología. Ediciones Laberinto. Madrid
 Marlasca, Antonio (1990) “El ateísmo freudiano” en Revista de Filosofía de la
Universidad de Costa Rica, XXVIII (67/68), 159-169.
 Navarro Cordón, Juan Manuel y Tomás Calvo Martínez. Historia de la Filosofía. Anaya.
Madrid.
 Ramírez Cabañas, Jesús (2001) Psicología. Almadraba. Madrid
 Tejedor Campomanes, César (1994) Introducción a la Filosofía. Ediciones SM. Madrid
 Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD-ROM. 1996.
Editorial Herder. Barcelona.

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