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3. Relaciones significativas
No olvidar el amor.
En las situaciones más difíciles o en el goteo reiterado de conflictos
repetidos, puede ocurrir que tengamos momentos de
desfallecimiento, en los que aparecen reacciones de "hasta aquí
hemos llegado", "haz lo que quieras con tu vida", "paso de ti",
"dos años más y estás fuera de mi vida", etc. Pero no nos
engañemos, los hijos, las hijas, nunca estarán fuera de nuestra
vida, no importa la edad, y sus 18 años oficiales no te liberarán de
tu interés (y preocupación) por sus vidas. Según Eva Bach, con
frecuencia, somos tan o más adolescentes los padres que l@s
propi@s adolescentes. Por eso no vemos que, incluso en los
momentos aparentemente más retadores (o quizás en esos
momentos especialmente), nos están pidiendo a gritos que les
contengamos, que les pongamos límites y freno.
Ante todo y en el peor de los casos, siempre deberíamos recurrir a
la realidad más fundamental que dirige y ha dirigido siempre la
relación con nuestr@s hij@s, y es el amor. Les amamos, y eso
debe estar presente en todo momento, tanto en tus sentimientos
como en el hecho de transmitírselo. Intenta no olvidarlo nunca y,
sobre todo, intenta que no lo olvide tu hijo, tu hija. Y eso a veces
requiere hacer pequeñas concesiones. Según Eva Bach, si una
madre -o un padre- es consecuente siempre, pierde el amor. Así
pues, asume de buena gana que, a veces, tendrás que atentar
contra tus propios principios para conservar el amor. Rigidez y
amor no son compatibles, y cualquier pacto puede ser bueno si te
hace estar bien, resulta efectivo y te permite avanzar.
Mi misión es rallarte.
La adolescencia es una etapa de paso, no un objetivo en sí misma
y tú, como madre o padre, a veces tienes que empujarle a que
haga el esfuerzo que se requiere para salir de ahí, crecer y
madurar. Aunque en el momento sienta el fastidio ("no me
ralles"), en el fondo le tranquiliza saber que, al estar pendiente de
él o ella, le estás acompañando en la aventura de crecer y puede
seguir contando contigo.
Callar a tiempo.
Hablar más de la cuenta a veces hace no sólo que nos enredemos
más, sino -más peligroso todavía- que la situación se desborde y
rebasemos nuestros límites o los suyos. No pierdas de vista que tu
objetivo fundamental es mantener la relación, por encima incluso
de la resolución del conflicto momentáneo. Cuida tu relación y, si
es necesario, aprende a callar a tiempo. Si le pierdes
sistemáticamente (porque te excedes diciendo lo que no debes, y
lo conviertes en un hábito, o, peor, porque desapareces
físicamente de las situaciones conflictivas), acabarás perdiendo la
autoridad y, lo que es más importante, su confianza y su cariño.
Crece junto con ella.
Y sobre todo, recuerda que en esta época de crecimiento de tu
hij@ tú estás creciendo también; o al menos eso es lo que
deberías hacer, si lo aprovechas. Como Alicia en el país de las
maravillas, cuando toma el brebaje (de la adolescencia) crece
tanto que la casa-familia se le queda pequeña. Es el momento de
que la casa (tú mism@) crezca también porque, de no ser así, la
estructura de la casa acabará saltando en pedazos o, peor aún,
ella terminará ahogándose. Ponte en su piel, escucha lo que dice
por detrás de sus palabras y exigencias no verbalizadas, no la
abandones, sé receptivo y humilde, crece. Reconoce tus miedos y
si eres tú más adolescente que ella. Y no te lo permitas. No le
permitas que se ahogue, pero tampoco que se acabe
resquebrajando la estructura familiar. No te rompas ni te protejas
rompiendo el corazón de quienes te rodean. Crece. Y agradece la
oportunidad.
Quiéreme mucho.
A veces cuesta quererles, ¿verdad? A veces te sientes como una
madre o un padre desnaturalizado porque sientes tanto dolor, o
enfado o rabia, dentro, que tienes la impresión de que se te acabó
el amor. No te lo creas. Y tampoco te creas que se le ha acabado a
tu adolescente. ¿Qué hacer entonces? Aprende a ver en tu
adolescente el reflejo del niño o niña que fue y en el fondo sigue
siendo. No es necesario que te fuerces a decir algo bonito cuando
te come el enfado, pero sí puedes aprovechar para decirlo cuando
dice o hace algo hermoso, o cuando un gesto suyo te reconecta
con tu antigua ternura. Y si ves la oportunidad, tócale, abrázale.
Que no le quede ni la más mínima duda de tu amor, porque
cuando el camino se hace duro, el niño que hay en él o ella te
necesita.
Phyllis K. Davis