2. En el mismo periodo la incidencia delictiva, es decir, los delitos
por cada 100 000 habitantes aumentaron de 4 412 (2001) a 23 956 (2010). 3. El homicidio paso de 31 185 en el 2001 a 38 052 en el 2012. 4. La privación de la libertad pasó de 505 en 2001 a 1317 en 2012. 5. El robo se incrementó al pasar de 535 964 en 2001 a 709 259 en 2012. 6. Los delitos sexuales se elevaron de 12 971 a 14 555. 7. De los 22 389 492 delitos ocurridos, únicamente 2 871 933 son denunciados (91.6 % cifra negra). 8. El 72.3 % de la población de 18 años y más percibe que sólo algunas veces se castiga a los delincuentes. 9. Únicamente el 19.8 % de la población de 18 años y más tiene mucha o alguna confianza en la policía. 10. A nivel municipal preventivo, el 68 % de la población tiene poca o nada de confianza y un 71.6 % percibe que los policías son corruptos. Como se aprecia, el fenómeno delictivo ha tenido un repunte im- portante, lo que ha incidido además de lo anteriormente comentado en la percepción de inseguridad de la población. Aunado a ello, la percepción y la opinión pública hacia las instituciones encargadas de disminuir y contener esta ola de violencia y criminalidad tiene muy bajos índices de aprobación y confianza. Han sido estos hechos los que muestran que el rumbo de la política criminal que ha recorrido nuestro país durante las últimas décadas ha sido incorrecto. Desde los años ochenta, como ya hemos subrayado, se iniciaron en Latinoamérica procesos alternativos de combate al delito y la violen- cia. Algunos de esos cambios son: 1. Una actitud compleja y seria ante el problema, seguida de diag- nósticos micro-macro de la problemática real a la que nos enfrentamos. 2. La reivindicación humanista con un amplio e irrestricto respeto a los Derechos Humanos como limitante del poder.