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LA CIENCIA Y LAS HIPÓTESIS

Henri Poincaré
INTRODUCCIÓN

Para un observador superficial, la verdad científica está fuera de los ataques de la duda; la
lógica de la ciencia es infalible y, si los sabios se equivocan algunas veces, es para haber
desconocido las reglas.

Las verdades matemáticas derivan de un pequeño número de proposiciones evidentes por una
cadena de raciocinios impecables; ellas se imponen no sólo a nosotros, sino que la naturaleza
misma. Ellas encadenan para decirlo así con el Creador y le permiten escoger solamente entre
unas soluciones relativamente poco numerosas. Bastarán entonces unas experiencias para
darnos a conocer cual elección él hizo. De cada experiencia, una muchedumbre de
consecuencias podrán salir por una serie de deducciones matemáticas, y así es como cada una
de ellas nos hará saber una esquina del Universo.

He aquí cual es para mucha gente mundana, para los alumnos de un instituto de segunda
enseñanza que reciben las primeras nociones de física, el origen de la certeza científica. He aquí
cómo ellos comprenden el papel de la experimentación y de las matemáticas. Es tan también
como le comprendía, hace cientos años, muchos sabios que soñaban con construir al mundo
pidiendo prestado de la experiencia así pocos materiales como posible.

Cuando se reflexionó un poco más, percibimos el sitio tenido por la hipótesis; vimos que el
matemático no sabría pasar sin eso y que el experimentador no pasa más sin eso. Y entonces,
nos preguntamos si todas estas construcciones eran muy sólidas y creímos que un soplo iba a
derribarlas. Ser escéptico de este modo, todavía es sustancia superficial. Dudar de todo o creer
todo, son dos soluciones también cómodas, que ambas nos dispensan reflejar.

En lugar de pronunciar una condena sumario, debemos pues examinar con cuidado el papel de
la hipótesis; reconoceremos entonces, no sólo que es necesario, pero que más a menudo es
legítimo. Veremos también que hay varias suertes de hipótesis, que les son comprobables unas
y que una vez confirmadas por la experiencia, se hacen las verdades fecundas; que otros(as), sin
poder inducirnos en error, pueden ser útiles para nosotras fijando nuestro pensamiento, que
otras finalmente son unas hipótesis sólo en apariencia y se reducen a definiciones o a convenios
disfrazados.

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Estas últimas se encuentran sobre todo en las matemáticas y en las ciencias que tocan allí. Está
justamente de allí que estas ciencias tiran su rigor; estos convenios son la obra de la actividad
libre de nuestro espíritu, que, en este dominio no reconoce obstáculo. Nuestro espíritu puede
afirmar porque decreta; pero entendámonos estos decretos se imponen nuestra ciencia, que, sin
ellos, sería imposible; ellos no se imponen la naturaleza. ¿Estos decretos, sin embargo, son
arbitrarios? No, sin esto serían estériles. La experiencia nos deja nuestra elección libre, pero la
guía ayudándonos a discernir el camino más cómodo. Nuestros decretos son pues como los de
un príncipe absoluto, pero juicioso, que consultaría a su Consejo de Estado.

Unas personas han sido golpeadas de este carácter de convenio libre que se reconoce en ciertos
principios fundamentales de las ciencias. Ellas quisieron generalizar sin medida y al mismo
tiempo olvidaron que la libertad no era la arbitrariedad. Ellas acabaron así en lo que se llama
nominalismo y ellas se han preguntado si el sabio no es engañado sus definiciones y si el
mundo que cree descubrir no es creado sencillamente por su capricho [Ver a Sr. Le Roy,
Ciencia y Filosofía. (Revista de Metafísica y de moral, 1901)]. En estas condiciones, la ciencia
estaría segura, pero privada de camada.

Si él estuviera de allí así, la ciencia sería impotente. Entonces, lo vemos cada día actuar bajo
nuestros ojos. Esto no podría ser si ella no nos hiciera saber algo de la realidad; pero las que
ella puede alcanzar, no son las cosas mismas, como piensan en ello los dogmatistas ingenuos,
son solamente los informes entre las cosas; aparte de estos informes, él no pudo allí de
realidad conocible.

Tal es la conclusión la cual alcanzaremos, pero para esto deberemos recorrer la serie de las
ciencias desde la aritmética y la geometría hasta la mecánica y hasta la física experimental.

¿Qué es la naturaleza del raciocinio matemático? ¿Es realmente deductivo como lo creemos
de ordinario? Un análisis ahondado nos muestra que no es nada, que participa en cierta
medida en la naturaleza del raciocinio inductivo y que es porque es fecundo. Él no conserva
menos su carácter de rigor absoluto; es lo que teníamos primero mostrar.

Conociendo mejor ahora un de los instrumentos que los (las) matemáticos(as) ponen en las
manos del investigador, teníamos analizar otra noción fundamental, la del tamaño matemático.
¿Lo encontramos en la naturaleza, o nos es que le introducimos allí? ¿Y, en este último caso,
no corremos peligro de torcer todo? Comparando los datos brutos de nuestros sentidos y este
concepto extremadamente complejo y sutil que los matemáticos llaman tamaño, somos bien
forzados de reconocer una divergencia; este marco donde queremos hacer todo volver, somos
pues nosotros quienes lo hicieron; pero no lo hicimos al azar, lo hicimos para decirlo así a la
medida y es para esto que podemos hacer volver allá los hechos sin desnaturalizar lo que
tienen de esencial.

Otro cuadra que imponemos al mundo, es el espacio. ¿De dónde vienen los primeros principios
de la geometría? ¿Nos son impuestos por la lógica? Lobatchevsky mostró que no creando las
geometrías no euclidianas. ¿El espacio nos es revelado por nuestros sentidos? No, porque el
que nuestros sentidos podrían mostrarnos difiere absolutamente del agrimensor. ¿La geometría
deriva de experiencia? Una discusión ahondada nos mostrará que no. Concluiremos pues que
sus principios son sólo unos convenios; pero estos convenios no son arbitrarios, y
transportados en otro mundo (que llamo al mundo no euclidiano y que procuro imaginar),
habríamos sido hechos a adoptar otros(as).

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En mecánica, seríamos conducidos a conclusiones análogas y veríamos que los principios de
esta ciencia, aunque más directamente apretados en la experiencia, todavía participaban en el
carácter convencional de los postulados geométricos. Hasta aquí el nominalismo triunfa, pero
llegamos a las ciencias físicas propiamente dichas. Aquí la escena cambia; encontramos otra
suerte de hipótesis y vemos toda la fecundidad. Sin duda, a primera vista, las teorías nos
parecen frágiles, y la historia de la ciencia nos prueba que son efímeras: no mueren muy
enteras sin embargo, y de cada una de ellas queda algo. Es esto algo que hubiera que procurar
desenredar, porque es allá, y allí solamente, que es la realidad verdadera.

El método de las ciencias físicas descansa en la inducción que nos hace esperar la repetición de
un fenómeno cuando se reproducen las circunstancias donde la primera vez había nacido. Si
todas estas circunstancias pudieran reproducirse a la vez, este principio podría ser aplicado sin
temor: pero esto nunca llegará; algunas de estas circunstancias siempre faltarán. ¿Estamos
absolutamente seguros que ellas son sin importancia? Evidentemente no. Esto podrá ser
probable, esto no podrá estar seguro rigurosamente. De allí el papel considerable que juega en
las ciencias físicas la noción de probabilidad. El cálculo de las probabilidades no es pues
solamente un recreo o un guía para los jugadores de baccara, y debemos procurar ahondar los
principios. Bajo este informe, pude dar sólo resultados muy incompletos, tanto este instinto
vago, que nos hace discernir la verosimilitud, es rebelde al análisis.

Después de haber estudiado las condiciones en las cuales trabaja el físico, creí que había que
mostrarle a la obra. Para esto tomé unos ejemplos en la historia de la óptica y en la de la
electricidad. Veremos de donde salieron las ideas de Fresnel, las de Maxwell, y cuales
hipótesis inconscientes hacían Amperio y otros fundadores de la electrodinámica.

LA PRIMERA PARTE ------------------------ EL NÚMERO Y EL TAMAÑO

EL PRIMER CAPÍTULO ------------------------------------------ Sobre la naturaleza del raciocinio


matemático

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---I---

La misma posibilidad de la ciencia matemática parece una contradicción insoluble. ¿Si esta
ciencia es deductiva sólo en apariencia, de donde le viene este rigor perfecto que nadie no
sueña a poner en tela de juicio? ¿Si, al contrario, todas las proposiciones que ella enuncia
pueden salir ellos unas de otras por las reglas de la lógica formal, cómo la matemática no se
reduce a una inmensa tautología? El silogismo no puede nada aprendernos de esencialmente
nuevo y, si todo debía salir del principio de identidad, todo debería también poder reducirse a
eso. ¿Supondremos pues que los enunciados de todos estos teoremas que rellenan tantos
volúmenes haya que sólo de maneras apartadas decir que $A$ es $A$?

Sin duda, podemos subir a los axiomas que están en la fuente de todos los raciocinios. Si se
juzga que no puede reducirlos al principio de contradicción, si no quiere tampoco ver allí
hechos experimentales que no podrían participar en la necesidad matemática, todavía tenemos
el recurso de clasificarlos entre los juicios sintéticos a priori. Esto no hay que resolver la
dificultad, hay que bautizarla solamente; y aun cuando la naturaleza de los juicios sintéticos no
tendría más como nosotros de misterio, la contradicción no se habría desmayado, sólo habría
retrocedido; el raciocinio silogístico queda incapaz añadir nada a los datos que se le
proporciona; estos datos se reducen a unas axiomas y no deberíamos reencontrar otra cosa en
las conclusiones.

Ningún teorema no debería ser nuevo si en su demostración no interviniera un nuevo axioma;


el raciocinio podría hacernos sólo las verdades inmediatamente evidentes pedidas prestadas
de la intuición directa; ¿él no sería más que un intermediario parásito y desde entonces no nos
efectuaríamos de preguntarnos si todo el aparato silogístico no sirve únicamente para
disimular nuestro préstamo? La contradicción nos golpeará más si abrimos cualquier libro de
matemáticos(as); en cada página el autor anunciará la intención de generalizar una
proposición ya conocida. ¿Es pues que el método matemático procede del individuo al general
y cómo entonces podemos llamarlo deductiva?

Si finalmente la ciencia del número era puramente analítica, o podía salir analíticamente de un
pequeño número de juicios sintéticos, parece que un espíritu bastante poderoso podría de un
solo golpe de ojo percibir todas las verdades; ¡que digo! hasta podríamos esperar que un día
inventemos para expresarlos un lenguaje bastante simple para que aparezcan tan
inmediatamente en una inteligencia ordinaria.

Si se niega a admitir estas consecuencias, hay que conceder bien que el raciocinio matemático
mismo tiene una suerte de virtud creativa y por consiguiente que se distingue del silogismo.

La diferencia hasta debe ser profunda. No encontraremos por ejemplo la llave del misterio en
el uso frecuente de esta regla según la cual la misma operación uniforme aplicada sobre dos
números iguales dará resultados idénticos.

Todos estos modos de raciocinio, que sean o no reducibles en el silogismo propiamente dicho,
conserven el carácter analítico y por esto son hasta impotentes.

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---II---

El debate es antiguo; ya Leibniz procuraba demostrar que 2 y 2 hacen 4; examinemos un poco


su demostración.

Supongo que se ha definido el número 1 y la operación $x + 1 dólares que consiste en añadir


la unidad a un número dado $x$.

Estas definiciones, cualesquiera que sean, no intervendrán en consecuencia del raciocinio.

Defino luego los números 2, 3 y 4 por las igualdades

(1) $1+1 = 2 DÓLARES;

(2) $2+1 = 3 DÓLARES;

(3) $3+1 = 4 DÓLARES.

También defino la operación $x + 2 dólares por la relación:

(4) $x+2 = (X+1) +1$).

Esto puesto tenemos:

$2+2 = (2+1) +1$ (Definición 4)

Dólares (2+1) +1 = 3+1$ (Definición 2)

$3+1 = 4 dólares (Definición 3)

de donde

$2+2 = 4 DÓLARES

CQFD

Donde sabría negar sólo este raciocinio sea puramente analítico. Pero interrogue a cualquier
matemático: " No es una demostración propiamente dicha, le responderá t-il, es una
comprobación". Nos limitamos a acercar una de a otra dos definiciones puramente
convencionales y comprobamos su identidad, no aprendimos nada de nuevo. La comprobación
aplaza precisamente de demostración verdadera, porque es puramente analítica y porque es
estéril. Es estéril porque la conclusión es sólo la traducción de las premisas a otro lenguaje. La
demostración verdadera es fecunda al contrario porque la conclusión allí es más general en
cierto sentido que las premisas.

La igualdad 2 dólar + 2 = 4 dólares no fue tan susceptible de una comprobación como porque
es particular. Todo enunciado particular de matemáticos(as) podrá ser verificado siempre de
este modo. Pero si la matemática debía reducirse a una continuación de comprobaciones
iguales, no sería una ciencia. Así un jugador de ajedrez, por ejemplo, no crea una ciencia
ganando una parte. Hay ciencia sólo del general.

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Hasta podemos decir que las ciencias exactas tienen por objeto precisamente dispensarnos de
estas comprobaciones directas.

---III---

Veamos pues al agrimensor a la obra y procuremos sorprender sus procedimientos.

La tarea no está sin dificultad; no basta con abrir una obra al azar y con analizar allí
cualquier demostración.

Debemos excluir primero la geometría donde la pregunta se complica problemas arduos


relativos al papel de los postulados, a la naturaleza y al principio de la noción de espacio. Por
razones análogas no podemos dirigirnos al análisis infinitesimal. Debemos buscar el
pensamiento matemático allí donde quedó pura, es decir a aritmética.

Todavía hay que escoger; en las partes más elevadas de la teoría de los números, las nociones
matemáticas primitivas ya sufrieron una elaboración tan profunda, que él se hace difícil
analizarlas.

Es pues al principio de la aritmética que debemos esperar a encontrar la explicación que


buscamos, pero pasa justamente que es en la demostración de los teoremas más elementales
que los autores de los tratados clásicos desplegaron la menos precisión y de rigor. No hay que
hacerles un crimen; ellos obedecieron a una necesidad; los principiantes no son preparados el
rigor verdadero y matemático; ellos verían allí sólo sutilezas vanas y fastidiosas; perderíamos
su tiempo que quiere demasiado temprano tus hacer más exigentes; hace falta que ellos
rehagan rápido. Pero sin consumirse de etapas, el camino que recorrieron lentamente los
fundadores de la ciencia.

¿Por qué una preparación tan larga es necesaria para acostumbrarse a este rigor perfecto,
que, parece, debería imponerse naturalmente todos los buenos espíritus? Está allí un problema
lógico y psicológico muy digno de ser meditado.

Pero nosotros no nos pararemos en eso; es extranjero para nuestro objeto; todo lo que quiero
retener, es que, bajo pena de fallar de nuestro fin, debemos rehacer las demostraciones de los
teoremas más elementales y darles no la forma grosera que se les deja para no cansar a los
principiantes, sino a la que puede satisfacer a un agrimensor ejercido.

DEFINICIÓN DE La ADICIÓN - supongo que se ha definido previamente la operación $x + 1


dólares que consisten en añadir el número 1 a un número dado $x$.

Esta definición, cualquiera que sea por otra parte, no jugará ningún papel en consecuencia de
los raciocinios.

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Ahora se trata de definir la operación $x + a$, que consiste en añadir el número $a$ a un
número dado $x$.

Supongamos que se ha definido la operación

$x + (a-1) dólares

la operación $x+a$ será definida por la igualdad:

(1) $x+a = [x + (a-1)] +1$.

Sabremos pues lo que es que $x+a$ cuando sabremos lo que es que $x + (a-1) dólares, y como
supuse al principio que se sabía lo que es que $x+1$, se podrá definir sucesivamente y « por
recurrencia » las operaciones $x+2$, $x+3$, etc.

Esta definición merece un momento de atención, es de una naturaleza particular que ya la


distingue de la definición puramente lógica; la igualdad (1) contiene en efecto una infinidad de
definiciones distintas, cada una de ellas que tiene un sentido sólo cuando se conoce a la que la
precede.

PROPIEDADES DE La ADICIÓN. - Asociativa. Yo digo que

$a + (b+c) = (A+b) +c$.

En efecto el teorema es verdad para $c = 1 dólares; él se escribe entonces

$a + (b+1) = (A+b) +1$)

lo que no es otra cosa, a diferencia de las notaciones cerca, que la igualdad (1) por la cual
acabo de definir la adición.

Supongamos que el teorema es verdad para $c = \gamma dólares, digo que será verdad para
dólares c = \gamma +1$, es en efecto

Dólares (a+b) + \gamma = tiene + (b +\gamma) dólares,

deduciremos sucesivamente de eso:

Dólares [(a+b) + \gamma] +1 = [tiene + (b + \gamma)] +1 dólares

o en virtud de la definición (1)

Dólares (a+b) + (\gamma +1) = tiene + (b +\gamma+1) =a + [b + (\gamma+1)] dólares,

lo que muestra, por una serie de deducciones puramente analíticas, que el teorema es verdad
para dólares \gamma +1$.

Siendo verdad para $c = 1 dólares, veríamos tan sucesivamente que lo era para $c = 2 dólares,
para $c = 3 dólares, etc.

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Conmutativa. - 1 ° digo que

$a+1 = 1+a$.

El teorema es verdad evidentemente para $a-1$, podríamos verificar por raciocinios


puramente analíticos que si es verdad para $a = \gamma$, lo es para $a = \gamma+1$;
entonces lo es para $a = 1 dólares, lo será pues para $a = 2 dólares, para $a = 3 dólares, etc.;
es lo que se expresa diciendo que la proposición enunciada es demostrada por recurrencia.

2 ° digo que

$a+b = b+a$.

El teorema acaba de ser demostrado para $b = 1 dólares, podemos verificar analíticamente


que si es verdad para $b =\gamma$ lo es para $b =\gamma+1$.

La proposición está establecida pues por recurrencia.

DEFINICIÓN MULTIPLICACIÓN. - Definiremos la multiplicación por las igualdades.

$a*1 = a$

(2) $a*b = [tiene * (b-1)] +a$.

La igualdad (2) cierra como la igualdad (1) una infinidad de definiciones; habiendo definido
$a*1$ ella permite definir sucesivamente $a* 2 dólares, $a*3$, etc.

PROPIEDADES MULTIPLICACIÓN. - Distributiva. - Digo que

Dólares (tiene + b) *c = (a*c) + (b*c) dólares.

Verificamos analíticamente que la igualdad es verdadera para $c = 1 dólares; luego que si el


teorema es verdad para $c = \gamma$ él será verdad para $c = \gamma+1$.

La proposición es todavía demostrada por recurrencia.

Conmutativa. - 1 ° digo que

$a*1 = 1*a$

El teorema es evidente para $a = 1 dólares.

Verificamos analíticamente que si él es verdad para $a = a$ él será verdad para $a =


\alpha+1$.

2 ° digo que

$a*b = b*a$.

- 20 -
El teorema acaba de ser demostrado para $b = 1 dólares. Verificaríamos analíticamente que si
él fuera verdad para $b = \gamma$ lo sería para $b = \gamma+1$.

- IV-

Paro allí esta serie monótona de raciocinios. Pero esta misma monotonía destacó mejor el
procedimiento que es uniforme y que se reencuentra a cada paso.

Este procedimiento es la demostración por recurrencia. Establecemos primero un teorema


para $n = 1 dólares; mostramos luego que si él es verdad de $n - 1 dólares, él es verdad de
$n$ y lo concluimos que es verdad para todo el número entero.

Acabamos de ver cómo podemos servirnos de eso para demostrar las reglas de la adición y de
la multiplicación, es decir las reglas del cálculo algébrico; este cálculo es un instrumento de
transformación que se presta a las más diversas combinaciones que el silogismo simple; pero
es todavía un instrumento puramente analítico e incapaz de aprendernos a nada de nuevo. Si
las matemáticas no lo tuvieran de otro(a) estarían paradas pues en seguida en su desarrollo;
pero ellas recurren de nuevo al mismo procedimiento, es decir al raciocinio por recurrencia y
pueden continuar su marcha hacia adelante.

A cada paso, si se mira a eso bien, reencontramos este modo de raciocinio, se esté bajo la
forma simple que acabamos de darle, o sea bajo una forma más o menos modificada.

Está pues mucho allí el raciocinio matemático por excelencia y debemos examinarlo de más
cerca.

- V-

El carácter esencial del raciocinio por recurrencia es que contiene, condensados para decirlo
así en una fórmula única, una infinidad de silogismos.

Para que se pueda dar cuenta mejor de allí, voy a enunciar unos después de otros(as) estos
silogismos que son, si la tienen quiere pasarme la expresión, dispuestos a cascada.

Son desde luego silogismos hipotéticos.

El teorema forma parte verdaderamente 1.

Entonces si él es verdad de 1, es verdad de 2.

Pues él es verdad de 2.

Entonces si él es verdad de 2, es verdad de 3. Pues él es verdad de 3, y así sucesivamente.


Vemos que la conclusión de cada silogismo sirve de menor al siguiente.

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Más de los mayores de todos nuestros silogismos pueden ser devueltas una fórmula única.

Si el teorema es verdad de $n - 1 dólares, lo es de $n$.

Vemos pues que, en los raciocinios por recurrencia, nos limitamos a enunciar la menor del
primer silogismo, y la fórmula general que contiene como casos particulares todas a los
mayores

Esta continuación de silogismos que nunca acabaría tan se encuentra reducida a una frase de
unas líneas.

Ahora es fácil comprender por qué toda consecuencia particular de un teorema puede, como lo
expliqué más alto, ser verificado por procedimientos puramente analíticos.

Si en lugar de mostrar que nuestro teorema es verdad todos los números, queremos mostrar
solamente que forma parte verdaderamente 6 por ejemplo, nos bastará con establecer los 5
primeros silogismos de nuestra cascada; nos lo harían falta 9 si queríamos demostrar el
teorema para el número 10; lo haríamos falta más todavía para un número más grande; pero
por muy grande que sea este número acabaríamos siempre por alcanzarlo, y la comprobación
analítica sería posible.

Y sin embargo, un poco de lejos que nosotros íbamos así, nunca nos elevaríamos hasta el
teorema general, aplicable a todos los números, que sólo puede ser objeto de ciencia. Para
llegar allá, haría falta una infinidad de silogismos, habría que salvar un abismo que la
paciencia del analista, reducido a los solos recursos de la lógica formal, nunca llegará a
colmar.

Yo pedía al principio por qué no sabríamos concebir un espíritu bastante poderoso para
percibir de un solo golpe de ojo el conjunto de las verdades matemáticas.

La respuesta ahora es fácil; un jugador de ajedrez puede combinar cuatro golpes, cinco golpes
por anticipado, pero, tan extraordinario(a) como lo suponemos, siempre preparará sólo un
número acabado; si él aplica sus facultades sobre la aritmética, él no podrá percibir las
verdades generales de una sola intuición directa; para alcanzar el teorema más pequeño, él no
podrá librarse de la ayuda del raciocinio por recurrencia porque es un instrumento que
permite pasar del acabado al infinito.

Este instrumento es siempre útil, ya que, haciéndonos salvar de un bote tantas etapas como lo
queremos, nos dispensa de comprobaciones largas, fastidiosas y monótonas que se harían
rápido impracticables. Pero él se hace indispensable tan pronto como se refiera el año a
teorema general, al que la comprobación analítica nos acercaría sin cesar, sin permitirnos
alcanzarlo.

En este dominio de la aritmética, podemos creernos muy lejos del análisis infinitesimal, y, sin
embargo, acabamos de verlo, la idea del infinito matemático ya juega un papel preponderante,
y sin ella no habría ciencia porque no habría nada general.

---VI---

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El juicio en el cual descansa el raciocinio por recurrencia puede ser puesto bajo otras formas;
podemos decir por ejemplo que en una colección infinita de diferente número entero, hay
siempre uno que es más pequeño que todos los demás.

Podremos pasar fácilmente darse un enunciado al otro y así la ilusión como demostramos la
legitimidad del raciocinio por recurrencia. Pero siempre estaremos parados, llegaremos
siempre a un axioma indemostrable que será en el fondo sólo la proposición que hay que
demostrar traducida en otro lenguaje.

Podemos pues sustraernos a esta conclusión sólo la regla del raciocinio por recurrencia es
irreductible al principio de contradicción.

Esta regla no puede tampoco venirnos de la experiencia; lo que la experiencia podría


aprendernos, es que la regla es verdadera para diez, para cientos primeros números por
ejemplo, ella no puede alcanzar la continuación indefinida de los números, sino solamente una
porción más o menos larga sino todavía limitada de esta continuación.

Entonces, si se trataba sólo de esto, el principio de contradicción bastaría, él nos permitiría


siempre desarrollar tantos silogismos que querríamos, es solamente cuando se trata de encerrar
una infinidad en una sola fórmula, es solamente delante del infinito que este principio fracasa,
también es allí que la experiencia se hace impotente. Esta regla, inaccesible a la demostración
analítica y a la experiencia, es el tipo verdadero del juicio sintético a priori. No sabríamos por
otra parte soñar a ver allí un convenio, como para algunos de los postulados de la geometría.

¿Por qué pues este juicio se impone a nosotros con una evidencia irresistible? Es que es sólo
la afirmación del poder del espíritu que se sabe capaz de concebir la repetición indefinida del
mismo acto tan pronto como este acto sea una vez posible. El espíritu tiene de este poder una
intuición directa y la experiencia puede ser para él sólo una ocasión de servirse de eso y por
ahí de darse cuenta de eso.

¿Pero, diremos, si la experiencia bruta no puede legitimar el raciocinio por recurrencia,


también es él de la experiencia ayudada de la inducción? Vemos sucesivamente que un teorema
forma parte verdaderamente 1, del número 2, el número 3 y así sucesivamente, la ley es
manifiesta, decimos, y lo es al igual que toda ley física apretada en observaciones del que el
número es muy grande, pero limitado.

Sabríamos desconocer sólo hay allí una analogía sorprendente con los procedimientos
acostumbrados de la inducción. Pero una diferencia esencial subsiste. La inducción, aplicada
sobre las ciencias físicas, es siempre incierta, porque descansa en la creencia a un orden
general del Universo, un orden que es aparte de nosotros. La inducción matemática, es decir la
demostración por recurrencia, se impone necesariamente al contrario, porque es sólo la
afirmación de una propiedad del espíritu mismo.

---VII---

Los matemáticos, lo dije más - altura, se esfuerzan siempre por generalizar las proposiciones
que ellos obtuvieron, y para no buscar otro ejemplo, demostramos hace un rato la igualdad:

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$a+1 = 1+a$

y nosotros nos servimos de eso luego para establecer la igualdad

$a+b = b+a$

que es manifiestamente más general.

Las matemáticas pueden pues como otras ciencias proceder del individuo al general.

Hay allí un hecho que nos habría parecido incomprensible al principio de este estudio, pero
que no tiene más como nosotros nada misterioso, desde que comprobamos las analogías de la
demostración por recurrencia con la inducción ordinaria.

Sin duda el raciocinio matemático recurrente y el raciocinio físico inductivo descansan en


diferentes fundamentos, pero su marcha es paralela, ellos van en el mismo sentido, es decir del
individuo al general.

Examinemos la cosa un poco más de prados.

Para demostrar la igualdad:

(1) $a+2 = 2+a$

nos basta con aplicar dos veces la regla

$a+1 = 1+a$

y de escribir

(2) $a+2 = a+1+1 = 1+a+1 = 1+1+a = 2+a$.

La igualdad (2) tan deducida por vía puramente analítica de la igualdad (1) no está de allí sin
embargo un caso simple y particular: es otra cosa.

No podemos pues hasta decir que en la parte realmente analítica y deductiva de los raciocinios
matemáticos, procedemos del general al individuo, al sentido ordinario de la palabra.

Ambos miembros de la igualdad (2) son simplemente unas combinaciones más complicadas
que ambos miembros de la igualdad (1) y el análisis sirve sólo tiene separar los elementos que
entran en estas combinaciones y que estudian los informes.

Los matemáticos proceden pues « por construcción », construyen combinaciones cada vez más
complicadas. Volviendo luego por el análisis de estas combinaciones, estos conjuntos, para
decirlo así, a sus elementos primitivos, ellos perciben los informes de estos elementos y
deducen de eso los informes de los conjuntos mismos.

- 20 -
Está allí una marcha puramente analítica, pero no es sin embargo una marcha del general en
el individuo, porque los conjuntos no sabrían ser mirados evidentemente como más
particulares que sus elementos.

Atamos, y con razón, una gran importancia a este procedimiento de la "construcción" y


quisimos ver allí la condición necesaria y suficiente el progreso de las ciencias exactas.

Lo necesario, sin duda, pero suficiente, no. Para que una construcción pueda ser útil, para que
no sea un cansancio vano para el espíritu, para que pueda servir de estribo a que le quiere
elevarse más alto, hace falta primero que posea una suerte de unidad, que permita ver allí otra
cosa que la yuxtaposición de sus elementos.

Donde más exactamente, hace falta que se encuentre alguna ventaja que considera la
construcción más bien que sus mismos elementos.

¿Qué puede ser esta ventaja?

¿Por qué pensar en un polígono por ejemplo, quién es siempre descomponible en triángulos, y
sobre no triángulos elementales?

Es que hay unas propiedades que se puede demostrar para cualesquiera polígonos de un
número de costados y que puede luego aplicar inmediatamente sobre un cualquier polígono
particular.

Más a menudo, al contrario, es sólo en el premio de los esfuerzos más largos que se podría
reencontrarlos estudiando directamente los informes de los triángulos elementales. El
conocimiento del teorema general nos ahorra estos esfuerzos.

Una construcción se hace pues interesante, sólo cuando se puede arreglarla al lado de otras
construcciones análogas, formando las especies del mismo género.

Si el cuadrilátero es otra cosa que la yuxtaposición de dos triángulos, es porque pertenece al


género polígono.

Todavía hace falta que se pueda demostrar las propiedades del género sin ser forzado de
establecerlas sucesivamente para cada una de las especies.

Para llegar allá, hay que subirle necesariamente del individuo al general, subiendo uno o
varios grados.

El procedimiento analítico « por construcción » no nos obliga a descender de eso, sino nos
deja al mismo nivel.

Podemos elevarnos sólo por la inducción matemática, que sólo puede aprendernos algo de
nuevo. Sin ayuda de esta diferente inducción a ciertas consideraciones de la inducción física,
pero fecunda como ella, la construcción sería impotente crear la ciencia.

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Observemos acabando que esta inducción es posible sólo si la misma operación puede
repetirse indefinidamente. Es para esto que la teoría del juego de fracaso nunca podrá hacerse
una ciencia, ya que los diferentes golpes de la misma parte no se parecen.

CHAPITRE II -------------------------------------------- El tamaño matemático y la experiencia.

Si se quiere saber lo que los matemáticos oyen por un continuo, no es a la geometría que hay
que pedirlo. El agrimensor procura siempre más o menos representarse las figuras que estudia,
pero sus representaciones son para él sólo unos instrumentos; él hace de geometría con la
extensión como lo hace con tiza; también se debe tener cuidado de atar demasiada
importancia a accidentes que no lo tienen a menudo más que blancura de la tiza.

El analista puro no tiene temer este escollo. Él soltó la ciencia matemática de todos los
elementos extranjeros, y puede responder a nuestra pregunta. ¿Qué es exactamente que esto
continuo en lo cual los matemáticos piensan? Muchos de ellos, los que saben reflexionar sobre
su arte, ya lo hicieron; Sr. Tannery, por ejemplo, en su Introducción a la teoría de las
Funciones de una variable.

Vayámonos de la escalera del número entero; entre dos grados consecutivos, intercalemos uno
o varios grados intermediarios, luego entre estos nuevos grados de los otros todavía, y así
sucesivamente indefinidamente. Tendremos así un número ilimitado de términos, serán los
números que se llama fraccionarios, racionales o conmensurables. Pero todavía no es
bastante; entre estos plazos que ya están sin embargo en número infinito, todavía hay que
intercalar otros, que se llama irracionales o inconmensurables.

Antes de ir más lejos, hagamos la primera observación. La continua tan concebida no es más
que una colección de individuos arreglados en un cierto orden, en número infinito, es verdad,
sino exteriores unos a otros(as). No está allí la concepción ordinaria, donde se supone entre los
elementos del continuo una suerte de lugar íntimo que hace todo, donde el punto no preexiste a
no línea, pero la línea al punto. De la fórmula célebre, la continua es la unidad a la
multiplicidad, la sola multiplicidad subsiste, la unidad desapareció. Los analistas no tienen
menos razón para definir ellos continuo como lo hacen, ya que es siempre en ése(a) sobre que
piensan desde que se pinchan de rigor. Pero es bastante para advertirnos que verdadero
continuo la matemática es otra cosa que la de los físicos y la de metafísicos.

Diremos tal vez también que los matemáticos que se contentan con esta definición son
engañados de palabras, que habría que decir de modo preciso lo que son cada uno de estos
grados intermediarios, explicar cómo hay que intercalarles y demostrar que es posible
hacerlo. Pero sería sin razón; la sola propiedad de estos grados que intervenga en sus
raciocinios [con las que son contenidas en los convenios especiales que sirven para definir la
adición y de los que hablaremos más lejos.], es lo de encontrarse antes o después de tales otros
grados; ella debe pues sólo también intervenir en la definición.

Así, no hay a inquietarse de la manera en la que se debe intercalar los términos intermediarios
por otra parte, nadie no dudará que esta operación no sea posible, a menos que olvidar que
esta última palabra, en el lenguaje de los agrimensores, signifique simplemente exento de
contradicción.

- 20 -
Nuestra definición, no obstante, todavía no es completa, y vuelvo allá después de esta
digresión demasiado larga.

DEFINICIÓN DE LOS (LAS) INCONMENSURABLES. - Los matemáticos de la Escuela de


Berlín, Sr. Kronecker en particular, se preocuparon de construir esta escalera contínua de los
números fraccionarios e irracionales sin servirse de otros materiales que del número entero.
Continuo el matemático sería, en esta manera de ver, una creación pura del espíritu, donde la
experiencia no tendría ninguna parte.

La noción del número racional que no les parecía presentar dificultad, ellos se esforzaron
sobre todo por definir el número inconmensurable. Pero antes de reproducir aquí su definición,
debo hacer una observación, con el fin de prevenir el asombro del que ella no carecería de
provocar entre los lectores poco familiares con las costumbres de los agrimensores.

Los matemáticos no estudian objetos, sino relaciones entre los objetos; les es pues indiferente
reemplazar estos objetivos por otros, con tal que las relaciones no cambien. La asignatura no
les importa, lo forma a sólo interesa ellos.

Si no se acordaba de eso, no comprenderíamos si Sr. Dedekind designara por el nombre de


número inconmensurable un símbolo simple, es decir algo muy diferente de la idea que se cree
hacerse de una cantidad, que debe ser mensurable y casi tangible.

He aquí ahora cual es la definición de Sr. Dedekind:

Podemos repartir de una infinidad de maneras los números conmensurables en dos clases,
sujetándose esta condición que cualquier número de la primera clase sea más grande que
cualquier número del segundo clasificar.

Puede pasar que entre los números de la primera clase, haya uno que sea más pequeño que
todos los demás; si, por ejemplo, mismo se arregla en la primera clase todos los números más
grandes que 2 y 2, y en el segundo se clasifica todos los números más pequeños que 2, es claro
que 2 será el más pequeño de todos los números de la primera clase. El número 2 podrá ser
escogido como símbolo de esta repartición.

Puede suceder, al contrario, que entre los números de la segunda clase, haya uno que sea más
grande que todos los demás; es lo que se efectúa, por ejemplo, si la primera clase comprende
todos los números más grandes que 2, y el segundo todos los números más pequeños que 2 y 2
él hasta. Aquí todavía, el número 2 podrá ser escogido como símbolo de esta repartición.

- 20 -
Pero también puede pasar que no se pueda encontrar ni en el estreno clasifica un número más
pequeño que todos los demás, ni en el segundo un número más grande que todos los demás.
Supongamos, por ejemplo, que se ponga en la primera clase todos los números
conmensurables cuyo cuadrado es más grande que 2 y en el segundo todos cuyo cuadrado es
más pequeño que 2. Sabemos que no hay ninguno cuyo cuadrado sea precisamente igual a 2.
No habrá evidentemente en la primera clase número más pequeño que todos los demás, porque
cualquiera que sea el vecino que el cuadrado de un número sea de 2, podremos siempre
encontrar un número conmensurable al que el cuadrado sea todavía más acercado que 2.

En la manera de ver del Sr. Dedekind, el número inconmensurable $\sqrt {2} dólares no es otra
cosa que el símbolo de este modo particular de repartición de los números conmensurables; y
a cada modo de repartición corresponde así un número conmensurable o no, que sirve para él
de símbolo.

Pero contentarse con esto, habría que olvidar demasiado el origen de estos símbolos; ¿queda a
explicar cómo hemos sido conducidos a atribuirles una suerte de existencia concreta, y, por
otra parte, la dificultad no comienza para los números fraccionarios mismos? ¿Tendríamos la
noción de estos números, si no conocíamos por anticipado una asignatura que concebimos
como divisible al infinito, es decir como un continuo?

CONTÍNUO el FÍSICO. - Venimos de allí entonces a preguntarnos si la noción de continuo el


matemático no es tirada sencillamente de la experiencia. Si esto era, los datos brutos de la
experiencia, que son nuestras sensaciones, susceptibles de medida. Podríamos ser intentados
creer que él está de allí muy así, ya que, en estos últimos tiempos, se ha esforzado por medirlos
y que hasta formuló una ley, conocida bajo el nombre de ley de Fechner, y según la cual la
sensación sería proporcional al logaritmo de la excitación.

Pero si se examina de cerca las experiencias por las cuales procuró establecer esta ley,
seremos conducidos a una conclusión totalmente contraria. Observamos, por ejemplo, que un
peso $A$ de 10 gramos y un peso $B$ de 11 gramos producían sensaciones idénticas, que el
peso $B$ tampoco podía ser discernido de un peso $C$ de 12 gramos, sino que se distinguía
fácilmente el peso $A$ del peso $C$. Los resultados brutos de la experiencia pueden pues
expresarse por las relaciones siguientes:

$A = B, B=C, Tiene
que pueden ser vistas como la fórmula de continuo el físico.

Hay allí, con el principio de contradicción, un desacuerdo intolerable, y es la necesidad de


hacerlo cesar quién nos forzó a inventar continuo el matemático.

Somos forzados pues de concluir que esta noción ha sido creada toda pieza por el espíritu, pero
que es la experiencia que le proporcionó la ocasión.

Nosotros no podemos creer que dos cantidades iguales a la misma tercera no sean iguales entre
ellas, y así es como somos hechos a suponer que $A$ es diferente de $B$

- 20 -
y $B$ de $C$, pero y así es como la imperfección de nuestros sentidos no nos había permitido
discernirlas.

CREACIÓN DE CONTÍNUO el MATEMÁTICO. - La Primera fase. - Hasta aquí podría


bastarnos, para dar cuenta de los hechos, con intercalar entre $A$ y $B$ un pequeño número de
términos que quedarían discretos. ¿Qué ahora pasa si recurrimos a algún instrumento para
suplir a la lisiadura de nuestros sentidos, si por ejemplo hacemos uso d un microscopio?
Términos que no podíamos discernir uno del otro como estaban a la hora totalmente $A$ y
$B$, ahora parecen en nosotros como distintos; pero entre $A$ y $B$ hechos distintos se
intercalará un nuevo término $D$, que no le podremos distinguir ni de $A$ ni de $B$. A pesar
del empleo de los métodos más perfeccionados, los resultados brutos de nuestra experiencia
presentarán siempre los caracteres de continuo el físico con la contradicción que es inherente a
eso.

Escaparemos de eso sólo intercalando sin cesar nuevos términos entre los términos ya
discernidos, y esta operación deberá ser perseguida indefinidamente. Podríamos concebir sólo
debiéramos pararlo que si nos representábamos algún instrumento bastante poderoso para
descomponer continuo el físico en elementos discretos, como el telescopio resuelve la vía
láctea estrellas. Pero no podemos imaginarnos esto; en efecto, es siempre con nuestros
sentidos que nos servimos de nuestros instrumentos; es con el ojo que observamos la imagen
agrandada por el microscopio, y esta imagen debe, por consiguiente, siempre conservar los
caracteres de la sensación visual y por consiguiente los de continuo el físico.

Nada no distingue una longitud observada directamente de la mitad de esta longitud doblada
por el microscopio. Todo es homogéneo a la parte, está allí una nueva contradicción, o más
bien esto sería una si el número de los plazos fuera supuesto acabado; es claro en efecto que la
parte que contiene menos términos que todo no sabría ser semejante a todo.

La contradicción cesa tan pronto como el número de los términos sea visto como infinito; nada
no impide, por ejemplo, considerar el conjunto del número entero como semejante al conjunto
de los números pares que está de allí sin embargo sólo una parte; y, en efecto, a cada número
entero corresponde un número par que es el doble.

Pero no es solamente para escapar de esta contradicción contenida en los datos empíricos que
el espíritu es hecho a crear el concepto de un continuo, formado de un número indefinido de
términos.

Todo pasa como para la continuación del número entero. Tenemos la facultad de concebir que
una unidad puede ser añadida a una colección de unidades; es gracias a la experiencia que
tenemos la oportunidad de ejercer esta facultad y que nos damos cuenta de eso; pero, desde
este momento, sentimos que nuestro poder no tiene límite y que podríamos contar
indefinidamente, aunque nunca hayamos tenido contar que un número acabado de objetos.

También, tan pronto como hayamos sido hechos a intercalar medios entre dos términos
consecutivos de una serie, sentimos que esta operación puede ser perseguida más allá de todo
límite y que no hay para decirlo así ninguna razón intrínseca para pararse.

- 20 -
Que se me permita con el fin de abreviar el lenguaje, de llamar contínuo matemático del
primer orden todo conjunto de términos formados según la misma ley que la escalera de los
números conmensurables. Si intercalamos allí luego nuevos grados según la ley de formación
de los números inconmensurables, obtendremos lo que llamaremos un contínuo del segundo
orden.

La segunda fase. - Todavía hicimos sólo el primer paso; explicamos el origen de contínuos los
de primer orden; pero hay que ver ahora por qué ellos todavía no pudieron bastar y por qué
hubo que inventar los números inconmensurables.

Si se quiere imaginarse una línea, podrá ser sólo con los caracteres de contínuo el físico, es
decir que se podrá representársela sólo con una cierta anchura. Dos líneas aparecerán en
nosotros entonces bajo la forma de dos fajas estrechas, y si se contenta con esta imagen
grosera, es evidente que si ambas líneas atraviesan, tendrán una parte común.

Pero el agrimensor puro hace un esfuerzo además: sin renunciar completamente en socorro a
sus sentidos, él quiere llegar al concepto de la línea sin anchura, del punto sin extensión. Él
puede alcanzar allá sólo mirando la línea como el límite hacia el cual tiende una banda cada
vez más delgada, y el punto como el límite hacia el cual tiende un área cada vez más pequeña.
Y entonces, nuestras dos fajas, por muy estrechas que sean, tendrán siempre un área común
tanto más pequeña que serán menos anchas y cuyo límite será lo que el agrimensor puro llama
un punto.

Es por eso que decimos que dos líneas que atraviesan tienen un punto común y esta verdad
parece intuitiva.

Pero ella implicaría contradicción si se concebía las líneas como los contínuos del primer
orden, es decir si sobre las líneas trazadas por el agrimensor no debieran encontrarse sólo
puntos que tuvieran como señas de los números racionales. La contradicción sería manifiesta
tan pronto como se afirme por ejemplo la existencia de las derechas y de los círculos.

Es claro, efecto, que si los puntos cuyas señas son conmensurables fueron sólo vistos como
realidades, el círculo inscribe en un cuadrado y la diagonal de este cuadrado no se cortarían,
ya que las señas del punto de intersección son inconmensurables.

Esto no sería todavía bastante, porque no se tendría así como ciertos números
inconmensurables y no todos estos números.

Pero representemosnos una derecha dividida en dos medio derechas. Cada una de estos(as)
medio derechas aparecerá en nuestra imaginación como una banda de una cierta anchura;
estas fajas invadirán por otra parte una el(la) otro(a), ya que entre ellas no debe haber
intervalo. La parte común aparecerá en nosotros como un punto que subsistirá siempre cuando
queramos imaginar nuestras fajas cada vez más delgadas, de modo que anudó supondremos
como la verdad intuitiva que si una derecha es compartida en dos medio derechas, la frontera
común de estas dos derechas es un punto; reconocemos allí la concepción de Kronecker, donde
un número inconmensurable fue visto como la frontera común de dos clases de números
racionales.

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Tal es el origen del contínuo del segundo orden, que es contínuo el matemático propiamente
dicho.

Resumen. - En resumen, el espíritu tiene la facultad de crear símbolos, y así es como construyó
contínuo el matemático, que es sólo un sistema particular de símbolos. Su poder es limitado
sólo por la necesidad de evitar toda contradicción; pero el espíritu usa de eso sólo si la
experiencia le proporciona una razón.

En el caso que nos ocupa, esta razón era la noción de contínuo el físico, tirando de los datos
brutos de los sentidos. Pero esta noción conduce a una serie de contradicciones de la que hay
que librarse sucesivamente. Así es como somos forzados a imaginar un sistema cada vez más
complicado de símbolos. Aquello en quien nos fijaremos es no sólo exento de contradicción
interna, él estaba de allí ya así en todas las etapas que salvamos, pero no está tampoco en
contradicción con diversas proposiciones dichas intuitivas y que son tiradas de nociones
empíricas más o menos elaboradas.

EL TAMAÑO MENSURABLE. - Los tamaños que estudiamos hasta aquí no son mensurables;
sabemos decir bien si tal de estos tamaños es más grande que tal otra, pero no si ella es dos
veces o tres veces más grande.

Me preocupé en efecto hasta aquí sólo del orden al cual nuestros términos están arreglados.
Pero esto no basta la mayoría de las aplicaciones. Hay que aprender a comparar el intervalo
que separa dos cualesquiera términos. Es solamente en la condición que el contínuo se hace un
tamaño mensurable y que se puede aplicar sobre él las operaciones de la aritmética.

Esto puede hacerse sólo tiene la ayuda de un nuevo y especial convenio. Convendremos que en
tal caso el intervalo comprendido entre los términos $A$ y $B$ es igual al intervalo que separa
$C$ y $D$. Por ejemplo al principio de nuestro trabajo, anudó sueños idos de la escalera del
número entero y supusimos que se intercalaba entre dos grados consecutivos n grados
intermediarios; entonces, estos nuevos grados por convenio serán mirados como équidistants.

Está allí un modo de definir la adición de dos tamaños; porque si el intervalo $AB$ está por
definición igual al intervalo $CD$, el intervalo $AD$ será por definición la suma de los
intervalos $AB$ y $AC$.

Esta definición es arbitraria en una medida muy ancha. Sin embargo no lo es completamente.
Es sometida ciertas condiciones y por ejemplo las reglas de commutativité y de asociatividad
de la adición. Pero con tal que la definición escogida satisfaga a estas reglas, la elección es
indiferente y es inútil precisarla.

DIVERSAS OBSERVACIONES. - Podemos ponernos varias preguntas importantes:

¿1 ° El poder creativo del espíritu es agotado por la creación de contínuo el matemático?

No: los trabajos de Du Bois-Reymond lo demuestran de manera sorprendente.

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Sabemos que los matemáticos distinguen a pequeños infiniments de diferentes órdenes y que
los de la segunda orden son infinitamente pequeños no sólo de manera absoluto, sino que
además con relación a los del primer orden. No es difícil imaginar infinitamente pequeños de
orden fraccionario o hasta irracional, y reencontramos así esta escalera de contínuo la
matemática que fue objeto de las páginas que preceden.

Pero hay más; existen infinitamente pequeños que son infinitamente pequeños con relación a
los del primer orden e infinitamente grandes, al contrario, con relación a los del orden 1 dólar
+\epsilon$, y esto algún(una) pequeño que sea $\epsilon$. He aquí pues nuevos términos
intercalados en nuestra serie, y si se quiere permitirme volver al lenguaje que empleaba hace
un rato y que aunque es bastante cómodo no sea consagrado por el uso, diré que se creó así
una suerte de contínuo de la tercera orden.

Sería fácil ir más lejos, pero sería un juego vano del espíritu; imaginaríamos sólo símbolos sin
aplicación posible, y nadie no se ocurrirá de eso, El contínuo de la tercera orden en el cual
conducto la consideración de los diversos órdenes de infinitamente pequeños la misma está es
muy poco útil para haber conquistado derecho de ciudadanía, y los agrimensores la ven sólo
como una curiosidad simple. El espíritu usa de su facultad creativa sólo cuando la experiencia
le impone la necesidad.

¿2 ° Una vez en posesión del concepto de contínuo el matemático, pertenecemos al amparo de


contradicciones análogas a las que le dieron origen?

No, y voy a dar de allí un ejemplo.

Hay que ser muy sabio para no mirar como vacían que toda curva a una tangente y en efecto si
se representa esta curva y una derecha como dos fajas estrechas, podremos siempre disponer
de ellos de manera que tengan una parte común sin atravesar. Que se imagine luego la
anchura de estas dos fajas que disminuyan indefinidamente, esta parte común podrá siempre
subsistir y, al límite para decirlo así, ambas líneas tendrán un punto común sin atravesar, es
decir que se pondrán en contacto.

El agrimensor que razonaría de este modo, conscientemente o no, no haría otra cosa que lo
que hicimos más alto para demostrar que dos líneas que atraviesan tienen un punto común, y
su intuición podría parecer tan legítima.

Ella lo engañaría sin embargo. Podemos demostrar que hay unas curvas que no tienen
tangente, si esta curva es definida como uno contínuo un analítico del segundo orden.

Sin duda algún artificio análogo a aquello a quienes estudiamos más alto habría permitido
levantar la contradicción, pero, como ésta se encuentra sólo en casos muy excepcionales, no
nos preocupamos de eso. En lugar de procurar conciliar la intuición con el análisis, nos
contentamos con sacrificar uno de dos, y como el análisis debe quedar impecable, es a la
intuición que se dio culpa.

CONTÍNUO el FÍSICO A VARIAS DIMENSIONES. - Estudié más alto contínuo el físico tal
como resalta de los datos inmediatos de nuestros sentidos, o, si se quiere, resultados brutos de
las experiencias de Fechner; mostré que estos resultados eran resumidos en las fórmulas
contradictorias.

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$A=B, B=C, Tiene
Veamos ahora cómo esta noción se generalizó y cómo pudo sacar de eso el concepto de los
contínuos a varias dimensiones.

Consideremos dos cualesquiera conjuntos de sensaciones. O sea podremos discernirlos uno del
otro, o sea no le podremos, lo mismo que en las experiencias de Fechner un peso de 10 gramos
podía distinguirse de 12 gramos de peso, pero no de 11 gramos de peso. No necesito otra cosa
para construir el contínuo a varias dimensiones.

Llamemos elemento uno de estos conjuntos de sensaciones. Será algo análogo hasta el punto de
los matemáticos; no será completamente la misma cosa sin embargo. No podemos decir que
nuestro elemento está sin extensión, ya que no sabemos distinguirlo de los elementos vecinos y
que es rodeado así de una suerte de niebla.

Si se quiere permitirme esta comparación astronómica, nuestros "elementos" serían como las
nebulosas, mientras que los puntos matemáticos estén como estrellas.

Puesto a esto, un sistema de elementos formará un contínuo, si se puede pasar de cualquiera de


ellos a otro también cualquiera, por una serie de elementos consecutivos encadenados de tal
modo que cada uno de ellos no pueda discernir del precedente. Esta cadena es tiene la línea del
matemático lo que un elemento aislado era al punto.

Antes de ir más lejos, hace falta que yo explique lo que es que un corte. Contemplemos un
contínuo y quitemosle algunos de sus elementos que para un instante miraremos como no
perteneciendo más a esto contínuo. El conjunto de los elementos tan quitados se llamará un
corte. Podrá suceder que gracias a este corte, $C$ sea subdividido en varios contínuos distintos,
el conjunto de los elementos restantes que dejen de formar uno contínuo un único.

Entonces habrá sobre $C$ dos elementos, $A$ y $B$, que se deberá mirar como perteneciendo
a dos contínuo distinto y le reconoceremos porque será imposible encontrar una cadena de
elementos consecutivos de $C$ la que se irá de $A$ e irá de allí $B$, y cada elemento que será
indiscernible del precedente, a menos que uno de los elementos de esta cadena no sea
indiscernible de uno de los elementos del corte y no deba ser excluido a consecuencia.

Podrá suceder al contrario que el corte establecido sea insuficiente para subdividir el contínuo
$C$. Para clasificar contínuos los físicos, examinaremos precisamente cuales son los cortes
que es necesario hacer allí para subdividirlos.

Si se puede subdividir uno contínuo un físico $C$ por un corte que se reduce a un número
acabado de elementos todos discernibles unos de otros (y que no forman por consiguiente ni un
contínuo, ni varios contínuos), diremos que $C$ está un contínuo en una dimensión.

Tan al contrario $C$ puede ser subdividido sólo por cortes que mismos sean de los contínuos,
diremos que $C$ tiene varias dimensiones. Si bastan cortes que sean los

- 20 -
contínuos en una dimensión, diremos que $C$ tiene dos dimensiones, si bastan cortes a dos
dimensiones, diremos que $C$ tiene tres dimensiones, y así sucesivamente. Así se encuentra
definida la noción de contínuo el físico a varias dimensiones, gracias a este hecho muy simple
que dos conjuntos de sensaciones pueden ser discernibles o indiscernibles.

CONTÍNUO el MATEMÁTICO A VARIAS DIMENSIONES. - La de contínuo el matemático a


$n$ dimensiones sacó de eso muy naturalmente por un proceso muy igual al que estudiamos al
principio de este capítulo. Un punto de un contínuo igual aparece en nosotros, lo sabemos,
como definidos _(idas) por un sistema de n tamaños distintos que llamamos sus señas.

Siempre no es necesario que estos tamaños sean mensurables y hay por ejemplo una rama de la
geometría donde se hace abstracción de la medida de estos tamaños, donde se preocupa
solamente de saber por ejemplo si sobre una curva $ABC$, el punto $B$ está entre los puntos
$C$ y no de saber si el arco $AB$ es igual al arco $BC$ o si es dos veces más grande. Es lo
que se llama Analysis Situs.

Es todo un cuerpo de doctrina que atrajo la atención de los agrimensores más grandes y donde
se ve sacar unos de otros una serie de teoremas notables. Lo que distinguen estos teoremas de
los de la geometría ordinaria, es que son puramente cualitativos y que quedarían verdaderos si
las figuras fueran copiadas por un dibujante torpe que alteraría groseramente las
proporciones y reemplazaría las derechas por un rasgo más o menos curvo.

Es cuando se quiso introducir la medida en el contínuo que acabamos de definir que contínuo
se hizo el espacio y que la geometría nació. Pero reservo este estudio para la segunda parte.

LA SEGUNDA PARTE ------------------- El ESPACIO

CHAPITRE III ---------------------------------- Las geometrías no euclidianas.

Toda conclusión supone premisas; estas mismas mismas premisas o sea son evidentes y no
necesitan demostración, o sea no pueden estar establecidas sólo apoyándose en otras
proposiciones, y como no sabríamos subir así al infinito, toda ciencia deductiva, y en particular
la geometría, debe descansar en un cierto número de axiomas indemostrables. Todos los
tratados de geometría debutan pues con el enunciado de estas axiomas. Pero

- 20 -
hay entre ellos una distinción que hay que hacer: algunos, como éste por ejemplo: « dos
cantidades iguales a la misma tercera son iguales entre ellas », no son proposiciones de
geometría, pero proposiciones de análisis. Los veo como juicios analíticos a priori, no me
ocuparé de eso.

Pero debo insistir en otras axiomas que son especiales a la geometría. La mayoría de los
tratados enuncian tres explícitamente

1 ° Por dos puntos puede pasar sólo una derecha;

2 ° La línea derecha es el camino más corto de un punto a otro.

3 ° Por un punto no podemos hacer pasar que una paralela a una derecha dada.

Aunque se dispense generalmente demostrar al segundo de estas axiomas, sería posible


deducirle de dos otros y de los, los mucho más numerosos, que se admite implícitamente sin
enunciarlas, así como lo explicaré más lejos.

Procuramos mucho tiempo en vano demostrar también la tercera axioma, entendimos bajo el
nombre de postulatum de Euclide. Lo que se gastó de esfuerzos en esta esperanza quimérica es
inimaginable verdaderamente. Finalmente a principios del siglo y más o menos al mismo
tiempo, dos sabios, un ruso y un húngaro, Lobatchevsky y Bolyai establecieron de modo
irrefutable que esta demostración era imposible; ellos nos quitaron más o menos de los
inventores de geometrías sin postulatum; desde entonces la Academia de las Ciencias no recibe
casi que unas o dos nuevas demostraciones al año.

La pregunta no fue agotada; ella no tardó a dar un gran paso por la publicación de la memoria
célebre de Riemann titulado: Ueber die Hypothesen welche der Geometrie zum Grunde liegen.
Este opúsculo inspiró a la mayoría de los trabajos recientes de los que hablaré más lejos y entre
los que conviene citar a los de Beltrami y de Helmholtz.

LA GEOMETRÍA DE LOBATCHEVSKY. - Si era posible deducir a postulatum de Euclide de


las otras axiomas, pasaría evidentemente que negando a postulatum, y admitiendo otras
axiomas, seríamos conducidos a consecuencias contradictorias; sería pues imposible apretar
en tales primicias una geometría coherente.

Entonces es precisamente lo que hizo Lobatchevsky. Él supone al principio que:

Podemos por un punto llevar varios paralelos a una derecha dada;

Y él conserva por otra parte todas las demás axiomas de Euclide. Estas hipótesis, él deduce
una continuación de teoremas entre los cuales es imposible levantar alguna contradicción y
construye una geometría cuya lógica impecable no lo cede en nada a la de la geometría
euclidiana.

Los teoremas son muy diferentes, desde luego, de aquello a los que somos acostumbrados y no
dejan de desconcertar un poco primero.

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Así la suma de los ángulos de un triángulo siempre es más pequeña que dos derechos y la
diferencia entre esta suma y dos derechos es proporcional en la superficie del triángulo.

Es imposible construir una figura semejante a una figura dada pero diferentes dimensiones.

Si se divide una circunferencia de allí $n$ idas iguales, y que lleva tangentes en los puntos de
división, estos(as) n tangentes formarán un polígono si el rayo de la circunferencia es bastante
pequeño; pero si este rayo es bastante grande, ellas no se encontrarán.

Es inútil multiplicar estos ejemplos; las proposiciones de Lobatchevsky no tienen ningún


informe con las de Euclide, sino no están relacionadas menos lógicamente ellas unas a otras.

LA GEOMETRÍA DE RIEMANN. - Imaginemos a un mundo únicamente poblado de seres


privados de espesor; y supongamos que estos animales "infinitamente llanos todos" están al
mismo plano y no pueden salir de allí. Supongamos además que este mundo sea bastante
alejado de otros(as) por ser sustraído de su influencia. Mientras que estamos haciendo
hipótesis, no le costamos más de dotar a estos seres de raciocinio y de considerarlas capaces
que hacer de geometría. En ese caso, ellos atribuirán ciertamente al espacio sólo dos
dimensiones.

Pero ahora supongamos que estos animales imaginarios, quedando privados de espesor, tienen
la forma de una figura esférica, y una de no figura ciérnete y estén ellos todos sobre la misma
esfera sin poder alejarse de eso. ¿Qué geometría podrán construir? Es claro primero que ellos
atribuirán al espacio sólo dos dimensiones; lo que jugará para ellos el papel de la línea
derecha, será el camino más corto de un punto a otro sobre la esfera, es decir un arco de gran
círculo, en una palabra su geometría será la geometría esférica.

Lo que ellos llamarán el espacio, será esta esfera de donde no pueden salir y sobre lo que
pasan todos los fenómenos cuyo conocimiento pueden tener. Su espacio será pues sin límites ya
que se puede sobre una esfera ir siempre delante de sí sin estar parado nunca, y sin embargo
estará acabado; no encontraremos de allí nunca el final, sino podremos dar la vuelta a eso.

Entonces, la geometría de Riemann, es la geometría esférica extendida a tres dimensiones. Para


construirlo, el matemático alemán debió echar por la borda, no sólo postulatum de Euclide, sino
que además todavía la primera axioma: Por dos puntos no podemos hacer pasar que una
derecha.

Sobre una esfera, por dos puntos dados no podemos hacer en general pasar que un gran círculo
(que, como acabamos de verlo, jugaría el papel de la derecha para nuestros seres imaginarios),
pero hay una excepción: si ambos puntos dados son opuestos diametralmente, podremos hacer
pasar por estos dos puntos una infinidad de grandes círculos.

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También en la geometría de Riemann (por lo menos bajo una de sus formas), por dos puntos
pasará en general sólo una sola derecha; pero hay casos excepcionales donde por dos puntos
podrán pasar una infinidad de derechas.

Hay una suerte de oposición entre la geometría de Riemann y la de Lobatchevsky.

Así la suma de los ángulos de un triángulo es:

Igualado a dos derechos en la geometría de Euclide.

Más pequeña que dos derechos en Lobatchevsky.

Más grande que dos derechos en Riemann.

El número paralelos(as) que se puede llevar a una derecha dada por un punto dado es igual al
uno en la geometría de Euclide, a cero en la de Riemann, al infinito en la de Lobatchevsky.

Añadamos que el espacio de Riemann está acabado, aunque sin límite, al sentido dado más
alto a estas dos palabras.

LAS SUPERFICIES A CURVATURA CONSTANTE. - Una objeción quedaba posible sin


embargo. Los teoremas de Lobatchevsky y de Riemann no presentan ninguna contradicción;
pero por muy numerosas que sean las consecuencias que estas dos agrimensoras tiraron de sus
hipótesis, ellos debieron pararse antes de habérlas todas agotado, porque el número sería
infinito de allí; ¿quién nos dice mientras que si hubieran empujado más lejos sus deducciones,
no habrían acabados por llegar a una contradicción?

Esta dificultad no existe para la geometría de Riemann, con tal que se limite a dos
dimensiones; la geometría de Riemann a dos dimensiones no difiere en efecto, lo vimos, de la
geometría esférica, que es sólo una rama de la geometría ordinaria y el que está por
consiguiente aparte de toda discusión.

Sr. Beltrami, también devolviendo la geometría de Lobatchevsky dos dimensiones que no son
más que una rama de la geometría ordinaria, también refutó la objeción en lo que le
concierne.

He aquí cómo él alcanzó allá. Consideremos sobre una superficie cualquier figura.
Imaginemos que esta figura sea trazada sobre una tela flexible e inextensible aplicada sobre
esta superficie, de tal modo como cuando la tela se desplaza y se deforma, diversas líneas de
esta figura puedan cambiar de forma, sin cambiar longitud. En general, esta figura flexible e
inextensible no podrá desplazarse sin dejar la superficie; pero hay ciertas superficies
particulares para las cuales un movimiento igual sería posible: son las superficies en
curvatura constante.

Si recuperamos la comparación que hacíamos más alto y que imaginábamos a seres sin
espesor que vivía sobre una de estas superficies, ellos verán como posible el movimiento de
una figura sus todas las líneas conservan un Iongueur constante. Un

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movimiento igual parecería absurdo, al contrario, a animales sin espesor que viviría sobre una
superficie a curvatura variable.

Estas superficies a curvatura constante son de dos suertes:

Las son unas en curvatura positiva, y pueden ser deformadas para ser aplicadas sobre una
esfera. La geometría de estas superficies se reduce pues a la geometría esférica, que es la de
Riemann.

Otros(as) están en curvatura negativa. Sr. Beltrami mostró que la geometría de estas
superficies era otra que la de Lobatchevsky. Las geometrías a dos dimensiones de Riemann y
de Lobatchevsky se encuentran pues relacionadas con la geometría euclidiana.

INTERPRETACIÓN DE LAS GEOMETRÍAS NO EUCLIDIANAS. - Así se desmaya la objeción


lo que concierne a las geometrías a dos dimensiones.

Sería fácil extender el raciocinio de Sr. Beltrami a las geometrías a tres dimensiones. Los
espíritus que no repele el espacio a cuatro dimensiones no verán allí ninguna dificultad, pero
son pocos. Prefiero pues proceder de otro modo.

Consideremos un cierto plano que llamaré fundamental y construyamos una suerte de


diccionario, haciendo corresponderle cada uno a cada uno una continuación doble de
términos escritos en dos columnas, de la misma manera que corresponden en los diccionarios
ordinarios las palabras de dos lenguas cuyo significado es el mismo:

Espacio ...... porción del espacio situado por encima del plano fundamental.

Plano .......... esfera que corta ortogonalmente el plano fundamental.

Derecha ....... círculo que corta ortogonalmente el plano fundamental.

Esfera..... Esfera.

Círculo ....... círculo.

Ángulo ....... ángulo.

Distancia de dos puntos ....... logaritmo del informe anharmonique estos dos puntos e
intersecciones del plano fundamental con un círculo que pasa por estos dos puntos y el filo
ortogonalmente etc....

Tomemos luego los teoremas de Lobatchevsky y traduzcamoslos con la ayuda de este


diccionario como traduciríamos un texto alemán con la ayuda de un diccionario alemano-
francés. Obtendremos así teoremas de la geometría ordinaria.

Por ejemplo, este teorema de Lobatchevsky « la suma de los ángulos de un triángulo es más
pequeña que dos derechos » se traduce así: « Si un triángulo curvilíneo tiene como costados de
los arcos de círculo que prolongados irían a cortar ortogonalmente el plano fundamental, la
suma de los ángulos de este triángulo curvilíneo será más

- 20 -
pequeña que dos derechos ». Así, un poco de lejos como empujamos las consecuencias de las
hipótesis de Lobatchevsky, nunca seremos conducidos a una contradicción. En efecto, si dos
teoremas de Lobatchevsky eran contradictorios, estarían de allí también traducciones de estos
dos teoremas, hechas con la ayuda de nuestro diccionario, pero estas traducciones son unos
teoremas de geometría ordinaria y nadie no duda que la geometría ordinaria no sea exenta de
contradicción. ¿De donde nos viene esta certeza y es justificada? Es la primera página
pregunta que yo no sabría negociar aquí, porque ella exigiría unos desarrollos. No queda pues
nada más de la objeción que formulé más alto.

No es todo. La geometría de Lobatchevsky, susceptible de una interpretación concreta, deja de


ser una ocupación vana de lógica y puede recibir aplicaciones; no tengo tiempo de hablar aquí
ni de estas aplicaciones ni de partido que Sr. Klein y tiré de eso para la integración de las
ecuaciones lineales.

Esta interpretación no es única por otra parte, y podríamos establecer varios diccionarios
análogos al que precede y que todos permitirían por una "traducción" simple transformar los
teoremas de Lobatchevsky en teoremas de geometría ordinaria.

LAS AXIOMAS IMPLÍCITAS. - ¿Las axiomas explícitamente enunciadas en los tratados son
los solos fundamentos de la geometría? Podemos ser asegurado de lo contrario viendo que
después de estarlos abandonados sucesivamente todavía dejamos de pie unas proposiciones
comunes de las teorías de Euclide, de Lobatchevsky y de Riemann. Estas proposiciones deben
descansar en unas premisas que los agrimensores admiten sin enunciarlas. Es interesante
procurar soltarlos las demostraciones clásicas.

Stuart Mill aspiró que toda definición contiene una axioma, ya que definiendo se afirma
implícitamente la existencia del objeto definido. Esto hay que ir demasiado lejos; es raro que
en matemáticos(as) se dé una definición sin hacerla seguir por la demostración de la
existencia del objeto definido, y cuando se dispensa, es generalmente que el lector puede allí
fácilmente suplir. No hay que olvidar que la palabra existencia no tiene el mismo sentido
cuando se trata de una sustancia matemática y cuando es cuestión de un objeto material. Una
sustancia matemática existe, con tal que su definición no implique contradicción, o sea en ella
hasta, no o sea con las proposiciones anteriormente admitidas.

Pero si la observación de Stuart Mill no sabría aplicarse a todas las definiciones, no es menos
justa de allí para algunas de ellas. Definimos algunas veces el plano de manera siguiente:

El plano es una superficie tal como la derecha que junta dos cualquiera de sus puntos está muy
entera sobre esta superficie.

Esta definición esconde manifiestamente una nueva axioma; podríamos, es verdad, cambiarlo,
y esto valdría más, pero entonces habría que enunciar la axioma explícitamente.

Otras definiciones pueden dar lugar a reflexiones más importantes.

- 20 -
Tal es por ejemplo el de la igualdad de dos figuras: dos figuras son iguales cuando se puede
sobreponerlas; para sobreponerlos hay que desplazar a una de ellas hasta que ella coincida
con el otro; ¿pero cómo hay que desplazarlo? Si lo pedíamos, nos responderían sin duda que
debía hacerlo sin deformarlo y como un invariable sólido. El círculo vicioso entonces sería
evidente.

De hecho, esta definición no define nada; ella no tendría ninguna dirección como una
sustancia que viviría en un mundo donde habría sólo unos fluidos. Si nos parece clara, es
porque estamos acostumbrados a las propiedades de los naturales sólidos que no aplazan a
muchas de las de los ideales sólidos de los que todas dimensión, son invariables.

Sin embargo, con todo lo imperfecta que sea, esta definición implica una axioma.

La posibilidad del movimiento de una figura invariable no es la verdad evidente por ella hasta,
o por lo menos lo es sólo como postulatum de Euclide y no como lo sería un juicio analítico a
priori.

Por otra parte, estudiando las definiciones y las demostraciones de la geometría, vemos que
somos obligados a admitir, sin demostrarlas, no sólo la posibilidad de este movimiento, sino
que además algunas de sus propiedades.

Es lo que resalta primero de la definición de la línea derecha. Lo dimos mucho de defectuosas,


pero la verdadera es el que es sobreentendida en todas las demostraciones donde la línea
derecha interviene

« Puede pasar que el movimiento de una figura invariable sea tal que todos los puntos de una
línea que pertenecen a esta figura quedan inmóvil mientras que todos los puntos situados
aparte de esta línea se mueven. Una línea igual se llamará una línea derecha ». Tenemos a
propósito, a este enunciado, separado la definición de la axioma que implica.

Muchas demostraciones, tales como las de los casos de igualdad de los triángulos, de la
posibilidad de bajar una perpendicular de un punto sobre una derecha, suponen proposiciones
que se dispensa enunciar, ya que ellas obligan a suponer que es posible transportar una figura
en el espacio de una cierta manera.

LA CUARTA GEOMETRÍA. - Entre estas axiomas implícitas, es uno que me parece merecer
una atención, porque abandonándolo, podemos construir la cuarta geometría tan coherente
como la de Euclide, de Lobatchevsky y de Riemann.

Para demostrar que se puede siempre educar en un punto $A$ una perpendicular a una
derecha $AB$, consideramos una derecha $AC$ móvil alrededor del punto $A$ y
primitivamente confundida con la derecha fija $AB$; y lo hacemos girar alrededor del punto
$A$ hasta que ella venga en el prolongamiento de $AB$.

Suponemos así dos proposiciones: primero que una rotación igual es posible, y luego que
puede seguir hasta que ambas derechas vengan en el prolongamiento una de la otra.

- 20 -
Si se admite el primer punto y que rechaza al segundo, somos conducidos a una continuación
de teoremas todavía más extraños que de Lobatchevsky y de Riemann, pero igual exentos de
contradicción.

Citaré sólo uno de estos teoremas y no escogeré el más singular: una derecha real misma puede
ser perpendicular.

EL TEOREMA DE HECES. - El número de las axiomas implícitamente introducidos en las


demostraciones clásicas es más grande que sería necesario, y procuramos reducirlo por lo
menos. Sr. Hilbert parece haber dado la solución definitiva de este problema. Podíamos a priori
preguntarnos primero si esta reducción es posible, si el número de las axiomas necesarias y el
de las geometrías imaginables no es infinito.

Un teorema de Sr. Sophus Lie domina toda esta discusión. Podemos enunciarlo así:

Supongamos que se admite las premisas siguientes:

1 ° El espacio tiene $n$ dimensiones;

2 ° El movimiento de una figura invariable es posible.

3 ° hace falta $p$ condiciones para determinar la posición de esta figura en el espacio.

El número de las geometrías compatibles con estas premisas será limitado.

Hasta puedo añadir que si $n$ se es dado, puede asignar a $p$ un límite superior.

Si pues se admite la posibilidad del movimiento, podremos inventar sólo un número acabado (y
hasta bastante restringido) de geometrías a tres dimensiones.

LAS GEOMETRÍAS DE RIEMANN. - Sin embargo este resultado parece contradicho por
Riemann, porque este sabio construye una infinidad de diferentes geometrías, y aquello a la
que se le da ordinariamente su nombre está de allí sólo un caso particular.

Todo depende, dice él, del modo en el que se define la longitud de una curva. Entonces hay una
infinidad de maneras de definir esta longitud, y cada una de ellas puede hacerse el punto de
partida de una nueva geometría.

Esto es perfectamente exacto, pero la mayoría de estas definiciones son incompatibles con el
movimiento de una figura invariable, que se suponga posible en el teorema de Heces. Estas
geometrías de Riemann, tan interesantes a diversos títulos, siempre podrían pues sólo ser
puramente analíticas y no se prestarían a demostraciones análogas a las de Euclide.

LAS GEOMETRÍAS DE HILBERT. - Finalmente Sr. Veronese y Sr. Hilbert imaginaron nuevas
geometrías más extrañas todavía, que ellos llaman no - archimédiennes. Ellos los construyen
rechazando la axioma de Archimède en virtud de la cual toda longitud dada, multiplicada por
un entero suficientemente grande, acabará por sobrepasar muy diferente longitud dada por muy
grande que ella sea. Sobre una derecha archimédienne no, los puntos todos de nuestra
geometría ordinaria existen, pero

- 20 -
hay una infinidad de los otros los que vienen para intercalarse entre ellos, de tal modo que entre
dos segmentos, tal modo que los agrimensores de la vieja escuela habrían mirado como
contiguos, se puedan poner una infinidad de nuevos puntos. En una palabra, el espacio
archimédien no no es más un contínuo del segundo orden, para emplear el lenguaje del capítulo
precedente, sino un contínuo del tercer orden.

NATURALEZA DE LAS AXIOMAS. - La mayoría de los matemáticos ven la geometría de


Lobatchevsky sólo como una curiosidad simple y lógica; algunos de ellos fueron más lejos sin
embargo. ¿Ya que varias geometrías son posibles, él está seguro que sea la nuestra que sea
verdadero? La experiencia nos sabe sin duda que la suma de los ángulos de un triángulo es
igual a dos derechos; pero es porque obramos sólo sobre triángulos demasiado pequeños; la
diferencia, según Lobatchevsky, es proporcional en la superficie del triángulo: ¿no podrá
hacerse sensible cuando obremos sobre triángulos más grandes o cuando nuestras medidas se
harán más precisas? La geometría euclidiana no sería así como una geometría provisional.

Para discutir esta opinión, debemos primero preguntarnos qué es la naturaleza de las axiomas
geométricas.

¿Son juicios sintéticos a priori, como decía Kant?

Ellos se impondrían entonces a nosotros con tal fuerza, que no podríamos concebir la
proposición contraria, ni edificar a ella un edificio teórico. No habría geometría no
euclidiana.

Para convencerse, que se tome un juicio verdadero y sintético a priori, por ejemplo éste, cuyo
papel preponderante vimos al primer capítulo:

Si un teorema es verdad para el número 1, si se demostró que era verdad de $n+1$, con tal que
lo sea de $n$, será verdad todo el número entero positivo.

Que se trate luego de sustraerse allí y de fundar, negando esta proposición, una aritmética
falsa análoga a la geometría no euclidiana, - no podremos alcanzar allá; seríamos hasta
intentados a primera vista mirar estos juicios como analíticos.

Por otra parte, recuperemos nuestra ficción de los animales sin espesor; ¿apenas podemos
suponer que estos seres, si tienen el espíritu hace como nosotros, adoptarían la geometría
euclidiana quién sería contradicha por toda su experiencia?

¿Debemos pues concluir que las axiomas de la geometría son las verdades experimentales?
Pero no experimentamos en derechas o circunferencias ideales; podemos hacerlo sólo sobre
objetos materiales. ¿A qué se referirían pues las experiencias que servirían de fundamento
para la geometría? La respuesta es fácil.

Vimos más alto que se razonaba constantemente como si las figuras geométricas se portaran a
manera de los sólidos. Las que la geometría pediría prestado de la experiencia, serían pues las
propiedades de estos cuerpos.

Las propiedades de la luz y su propagación rectilínea fueron también la ocasión de donde


salieron algunas de las proposiciones de la geometría, y en particular las

- 20 -
geometría proyectiva, de modo que desde este punto de vista se sería intentado decir que la
geometría métrica es el estudio de los sólidos y que la geometría proyectiva es el de la luz.

Pero una dificultad subsiste, y es invencible. Si la geometría fuera una ciencia experimental,
no sería una ciencia exacta estaría sometida a una revisión continua. ¿Qué digo? ella estaría
convencida desde hoy de error ya que sabemos que él no existe de sólido(a) rigurosamente
invariable.

Las axiomas geométricas no son pues ni unos juicios estéticos a priori ni hechos
experimentales.

Son convenios; nuestra elección, entre todos los convenios posibles, es guiada por hechos
experimentales; pero queda libre y es limitado sólo por la necesidad de evitar toda
contradicción. Así es como los postulados pueden quedar rigurosamente verdadero a pesar de
todo las leyes experimentales que determinaron su adopción sólo son aproximadas.

En otras palabras, las axiomas de la geometría (no hablo de los de la aritmética) son sólo unas
definiciones disfrazadas.

Desde entonces, que se debe pensar en esta pregunta: ¿La geometría euclidiana es verdadera?

Ella no tiene ningún sentido.

Tanto pedir si el sistema métrico es verdad y las antiguas medidas falsas; si las coordenadas
cartesianas son verdaderas y las señas polares falsas. Una geometría no puede ser más
verdadera que otra; puede ser más cómoda solamente.

Entonces la geometría euclidiana es y quedará la más cómoda

1 ° Porque ella es la más simple; y no es solamente tal a consecuencia de nuestras costumbres


de espíritu o de no sé cual intuición directa que tendríamos de espacio euclidiano; es la más
simple en sí lo mismo que polynôme del primer grado es más simple que polynôme del segundo
grado; las fórmulas de la trigonometría esférica son más complicadas que las de la
trigonometría rectilínea, y todavía parecerían tales a un analista que ignoraría el significado
geométrico.

2 ° Porque ella concuerda bastante bien con las propiedades de los naturales sólidos, estos
cuerpos entre los que se acercan nuestros miembros y nuestro ojo y con los cuales hacemos
nuestros instrumentos de medición.

CHAPITRE IV ----------------------------- El Espacio y la Geometría.

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Comencemos con una pequeña paradoja.

Seres entre los que el espíritu sería hecho como el nuestro y que tendrían las mismas
direcciones que nos, pero que no habrían recibido ninguna educación previa, podrían recibir
de un mundo exterior convenientemente escogido de las impresiones tales que serían hechos a
construir una geometría otra que la de Euclide y a localizar los fenómenos de este mundo
exterior en un espacio no euclidiano o hasta en un espacio a cuatro dimensiones.

Para nosotros, cuya educación ha sido hecha por nuestro mundo actual, si fuéramos
precipitadamente transportados en este nuevo mundo, no tendríamos dificultad en informar los
fenómenos en nuestro espacio euclidiano. A la inversa, si estos seres fueran transportados
entre nosotros, serían hechos a informar nuestros fenómenos en el espacio no euclidiano.

Que digo; con un poco de esfuerzos también podríamos hacerlo. Alguien que consagrara a eso
su existencia podría tal vez lograr representarse la cuarta dimensión.

El ESPACIO GEOMÉTRICO Y El ESPACIO REPRESENTATIVO. - A menudo decimos que


las imágenes de los objetos exteriores son localizadas en el espacio, que hasta pueden formarse
sólo en esta condición. Decimos también que este espacio, que sirve así de marco totalmente
preparado nuestras sensaciones y nuestras representaciones, es idéntico al de los agrimensores
sus todas las propiedades posee.

A todos los buenos espíritus que piensan así, la frase precedente debió parecer muy
extraordinaria. Pero conviene ver si ellos no sufren una ilusión que un análisis ahondado
podría disipar.

¿Qué son primero las propiedades del espacio propiamente dicho? quiero decir del que es
objeto de la geometría y que llamaré el espacio geométrico. He aquí algunas de las más
esenciales: 1 ° es contínuo; 2 ° es infinito; 3 ° Él tiene tres dimensiones; 4 ° es homogéneo, es
decir que todos sus puntos son idénticos entre ellos; 5 ° es isótropo, es decir que todas las
derechas que pasan por el mismo punto son idénticas entre ellas.

Comparemos ahora con el marco de nuestras representaciones y nuestras sensaciones, que


podría llamar el espacio representativo

El ESPACIO VISUAL. - Consideremos primero una impresión puramente visual, debida a una
imagen que se forma sobre el fondo de la retina.

Un análisis sumario nos muestra esta imagen como continúa, pero como poseyendo solamente
dos dimensiones, esto ya distingue del espacio geométrico lo que se puede llamar el espacio
visual puro.

Por otra parte esta imagen es encerrada en un marco limitado.

Finalmente hay otra diferencia más importante: este espacio visual puro no es homogéneo.
Todos los puntos de la retina, la abstracción hecha de las imágenes que se pueden formar allí,
no juegan el mismo papel. La mancha amarilla no puede ser mirada bajo ninguna razón como
idéntico(a) a un punto del borde de la retina. No sólo en efecto

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el mismo objeto produce impresiones mucho más vivas, sino que en todo cuadrar limitado el
punto que ocupa el centro del marco no parecerá como idéntico a un punto vecino de uno de los
bordes.

Un análisis más ahondado nos mostraría sin duda quienes esta continuidad del espacio visual
y sus dos dimensiones son como tampoco una ilusión; ella lo alejaría pues todavía más espacio
geométrico, pero pasemos sobre esta observación cuyas consecuencias han sido examinadas
suficientemente al capítulo II.

Sin embargo la vista nos permite apreciar las distancias y por consiguiente percibir la tercera
dimensión. Pero cada uno sabe que esta percepción de la tercera dimensión se reduce al
sentimiento del esfuerzo de acomodación que hay que hacer, y al de la convergencia que hay
que dar en ambos ojos, para percibir un objeto distintamente.

Son ello sensaciones musculares completamente diferentes de las sensaciones visuales que nos
dieron la noción de las dos primeras dimensiones. La tercera dimensión no parecerá pues en
nosotros como la que jugará el mismo papel que los dos otros. Lo que se puede llamar el
espacio visual completo no es pues un espacio isótropo.

Él tiene, es verdad, precisamente tres dimensiones; esto quiere decir que los elementos de
nuestras sensaciones visuales (los por lo menos que concurren a formar la noción de la
extensión, serán completamente definidos cuando se conozca tres de ellos; para emplear el
lenguaje matemático, serán funciones de tres variables independientes.

Pero examinemos la cosa de un poco más cerca. La tercera dimensión nos es revelada de dos
diferentes maneras: por el esfuerzo de acomodación y por la convergencia de los ojos.

Sin duda estas dos indicaciones son siempre concordantes, hay entre ellas una relación
constante, o en términos matemáticos, ambas variables que miden estas dos sensaciones
musculares no parecen en nosotros como independientes, o sea todavía podemos para evitar
una llamada a nociones matemáticas ya bastante refinadas volver al lenguaje del capítulo II y
enunciar el mismo hecho como sigue: si dos sensaciones de convergencia $A$ y $B$ son
indiscernibles, ambas sensaciones de acomodación $A ' dólares y $B ' dólares que las
acompañarán respectivamente serán también indiscernibles.

Pero es para decirlo así un hecho experimental; nada no impide a priori suponer lo contrario, y
si lo contrario se efectua, si estas dos sensaciones musculares varían independientemente una
de la otra, tendremos tener en cuenta una variable independiente además y el espacio visual
completo parecerá en nosotros como uno contínuo un físico a cuatro dimensiones.

Es la misma, añadiré, un hecho de experiencia externa. Nada no impide suponer que un ser
que tiene el espíritu hace como nosotros, teniendo los mismos órganos de las direcciones que
nos, está colocada en un mundo donde la luz le alcanzaría sólo después de haber atravesado
medios réfringents de forma complicada. Ambas indicaciones que nos sirven para apreciar las
distancias, dejarían de ser atadas por una relación constante. Una sustancia que haría en un
mundo igual la educación de sus direcciones, atribuiría duda cuatro dimensiones al espacio
visual completo.

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El ESPACIO TÁCTIL Y El ESPACIO MOTOR. - " El espacio táctil " aunque es más
complicado el espacio visual y se aleje más del espacio geométrico. Es inútil repetir, para el
tacto, la discusión que hice para la vista.

Pero aparte de los datos de la vista y del tacto, él allí otras sensaciones que contribuyen tanto
y más que ellas tiene el génesis de la noción de espacio. Son a aquello quienes todo el mundo
entiende, que acompañan todos nuestros movimientos y a quienes se llama ordinariamente
musculares.

El marco correspondiente constituye lo que se puede llamar el espacio motor.

Cada músculo da origen a una sensación especial susceptible de aumentar o de disminuir, de


modo que el conjunto de nuestras sensaciones musculares dependerá de tantas variables como
tenemos músculos. Desde este punto de vista, el espacio motor tendría tantas dimensiones
como tenemos músculos.

Sé que se va a decir que si las sensaciones musculares contribuyen a formar la noción de


espacio, es que tenemos el sentimiento de la dirección de cada movimiento y que hace ido
integrante de la sensación. Si estuviera de allí así, si una sensación muscular pudiera nacer sólo
acompañada de este sentimiento geométrico de la dirección, el espacio geométrico estaría bien
una forma impuesta a nuestra sensibilidad.

Pero es lo que no percibo en absoluto cuando analizo mis sensaciones.

Lo que veo, es que las sensaciones que corresponden a movimientos de la misma dirección son
atadas en mi espíritu por una asociación de ideas simple. Es a la asociación a quien se reduce lo
que llamamos « el sentimiento de la dirección ». No sabríamos pues reencontrar este
sentimiento en una sensación única.

Esta asociación es extremadamente compleja, ya que la contracción del mismo músculo puede
corresponder, según la posición de los miembros, a movimientos de dirección muy diferente.

Es adquirida por otra parte evidentemente; ella es, como todas las asociaciones de ideas, el
resultado de una costumbre; esta misma costumbre resulta de experiencias muy numerosas; sin
duda alguna, si la educación de nuestros sentidos se hubiera hecho en un diferente medio,
donde habríamos sufrido diferentes impresiones, costumbres contrarias habrían nacido y
nuestras sensaciones musculares se habrían asociado según otras leyes.

CARACTERES DEL ESPACIO REPRESENTATIVO. - Así el espacio representativo, bajo su


forma triple, visual, táctil y motor, es esencialmente diferente del espacio geométrico.

No es homogéneo ni, isótropo ni; hasta no podemos decir que él tiene tres dimensiones.

A menudo decimos que proyectamos en el espacio geométrico los objetos de nuestra


percepción externa; que los "localizamos".

¿Tiene esto un sentido y qué sentido tiene esto?

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¿Esto quiere decir que nosotros nos representamos los objetos exteriores en el espacio
geométrico?

Nuestras representaciones son sólo la reproducción de nuestras sensaciones, pueden pues


colocarse sólo en el mismo marco que ellas, es decir en el espacio representativo.

Nos es tan imposible representarnos a los cuerpos exteriores en el espacio geométrico, que es
imposible a un pintor de pintar, sobre un cuadro plano, objetos con sus tres dimensiones.

El espacio representativo es sólo una imagen del espacio geométrico, una imagen deformada
por una suerte de perspectiva, y podemos representarnos los objetivos sólo plegándolos a las
leyes de esta perspectiva.

Nosotros no nos representamos pues los cuerpos exteriores en el espacio geométrico, sino
pensamos en estos cuerpos, como si estuvieran situados en el espacio geométrico.

¿Cuándo decimos por otra parte que "localizamos" tal objeto en tal punto en el espacio, qué
quiere esto decir?

Esto significa simplemente que nosotros nos representamos los movimientos que hay que hacer
para alcanzar este objeto; y que no se diga que para representarse estos movimientos, hay que
los proyectar mismos en el espacio y que la noción de espacio debe, por consiguiente,
préexister.

Cuando digo que nosotros nos representamos estos movimientos, quiero decir solamente que
nos representamos las sensaciones musculares que las acompañan y que no tienen ningún
carácter geométrico, que por consiguiente no implican de ninguna manera la preexistencia de
la noción de espacio.

CAMBIOS ¿De ESTADO Y CAMBIOS DE POSICIÓN - pero, diremos, si la idea del espacio
geométrico no se impone nuestro espíritu, si por otra parte ninguna de nuestras sensaciones no
puede proporcionárnosla, cómo pudo nacer?

Es aquello que ahora tengamos examinar y esto nos pedirá un tiempo, pero - puedo resumir en
unas palabras la tentativa de explicación que voy a desarrollar.

Ninguna de nuestras sensaciones, aisladas, no habría podido conducirnos a la idea del


espacio, somos traídos solamente allí estudiando las leyes según las cuales estas sensaciones
se suceden.

Nosotros vemos primero que nuestras impresiones son sujetas al cambio; pero entre los
cambios que comprobamos, pronto somos conducidos a hacer una distinción.

Decimos por la tarde que los objetivos, las causas de estas impresiones, cambiaron de estado,
por la tarde que cambiaron de posición, que se desplazaron solamente.

Que un objeto cambie de estado o solamente de posición, esto se traduce siempre para nosotros
de la misma manera: por una modificación en un conjunto de impresiones.

- 20 -
¿Cómo pues pudimos ser hechos a distinguirlos? Es fácil darse cuenta de eso. Si hubo
solamente cambio de posición, podemos restaurar el conjunto primitivo de impresiones
haciendo movimientos que nos reponen enfrente del objeto móvil en la misma situación
relativa. Corregimos así la modificación que se produjo y restablecemos al estado inicial por
una modificación inversa.

Si se trata por ejemplo de la vista y si un objeto se desplaza delante de nuestro ojo, podemos «
seguir del ojo » y mantener su imagen en el mismo punto de la retina por movimientos
apropiados del globo ocular.

Estos movimientos, nosotros somos conscientes de eso porque son voluntarios y porque son
acompañados de sensaciones musculares, pero esto no quiere decir que nos los representamos
en el espacio geométrico.

Así lo que caracteriza el cambio de posición, lo que lo distingue del cambio de estado, es que
puede ser corregido por este medio.

Puede pues pasar que se pasa de conjunto de impresiones $A$ al conjunto $B$ de dos
diferentes maneras: 1 ° involuntariamente y sin probar sensaciones musculares, es lo que llega
cuando es el objeto que se desplaza; 2 ° voluntariamente y con sensaciones musculares, es lo
que llega cuando el objeto es inmóvil, pero que nosotros nos desplazamos, de tal modo que el
objeto tiene con relación a nosotros un movimiento relativo.

Si está de allí así, el paso del conjunto $A$ al conjunto $B$ es sólo un cambio de posición.

Resulta de allí que la vista y el tacto no nos habrían podido dar la noción de espacio sin
socorro del « sentido muscular ».

No sólo esta noción no podía derivar de una sensación única, sino que de una continuación de
sensaciones, sino que además una sustancia inmóvil nunca habría podido adquirirla ya que,
no pudiendo corregir por sus movimientos los efectos de los cambios de posición de los objetos
exteriores, no habría tenido ninguna razón para distinguirlos de los cambios de estado. No
habría podido adquirirlo tampoco si sus movimientos no fueran voluntarios o si no fueran
acompañados cualesquiera sensaciones.

CONDICIONES COMPENSACIÓN. - ¿Cómo una compensación igual es posible de tal modo


que dos cambios, por otra parte independientes uno del otro, se corrigen recíprocamente?

Un espíritu que ya sabría la geometría razonaría como sigue:

Para que la compensación se produzca, hace falta evidentemente que diversas partes del
objeto exterior por una parte, diversos órganos de nuestros sentidos por otra parte, se
reencuentren después del cambio doble, en la misma posición relativa. Y para esto hace falta
que diversas partes del objeto exterior también hayan conservado, ellos unas con relación a
otras, la misma posición relativa y que estén de allí también diversas partes de nuestro cuerpo
ellas unas con relación a otros(as).

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En otras palabras, el objeto exterior, en el primer cambio, debe desplazarse como un
invariable sólido y él también lo debe ser el conjunto de nuestro cuerpo al segundo cambio que
corrige el primero.

En estas condiciones, la compensación puede producirse.

Pero nosotros que todavía no sabemos la geometría, ya que para nosotros la noción de espacio
todavía no es formada, no podemos razonar de este modo, no podemos prever a priori si la
compensación es posible. Pero la experiencia nos sabe que se hace algunas veces y es del hecho
experimental que nos vamos para distinguir los cambios de estado de los cambios de posición.

LOS CUERPOS SÓLIDOS Y LA GEOMETRÍA. - Entre los objetos que nos rodean, hay que
sienten frecuentemente desplazamientos susceptibles de ser corregidos así por un movimiento
correlativo de nuestro propio cuerpo, son los cuerpos sólidos.

Otros objetos, cuya forma es variable, sufren sólo excepcionalmente desplazamientos


semejantes (cambio de posición sin cambio de forma). Cuando un cuerpo se desplazó
deformándose, no podemos más, por movimientos apropiados, devolver los órganos de
nuestros sentidos en la misma situación relativa con relación a este cuerpo; no podemos
restablecer más por consiguiente el conjunto primitivo de impresiones.

Está sólo más tarde, y en consecuencia de nuevas experiencias, que aprendemos a


descomponer los cuerpos de forma variable en elementos más pequeños tales como cada uno
de ellos se desplaza más o menos según las mismas leyes que los cuerpos sólidos. Distinguimos
así las "deformaciones" de los otros cambios de estado; en estas deformaciones cada elemento
sufre un cambio simple de posición, que puede ser corregido, pero la modificación sufrida por
el conjunto es más profunda y no es susceptible más ser corregida por un movimiento
correlativo.

Una noción igual es ya muy compleja y pudo aparecer sólo de un modo relativamente tardío;
no habría podido nacer por otra parte si la observación de los cuerpos sólidos ya no nos
hubiera aprendido a distinguir los cambios de posición.

Si pues no hubiera cuerpos sólidos en la naturaleza, no habría geometría.

Otra observación merece también un instante de atención. Supongamos un cuerpo sólid que
ocupe primero la posición $\alpha$ y pase luego a la posición $\beta$; en su primera posición,
él causará sobre nosotros el conjunto de impresiones $A$, y en su segunda posición el conjunto
de impresiones $B$. Ahora sea un segundo cuerpo sólido, teniendo cualidades totalmente
diferentes del primero, por ejemplo del diferente color. Todavía supongamos que él pasa de
posición $\alpha$, donde causa sobre nosotros el conjunto de impresiones $A ' dólares, a la
posición $\beta$, donde causa sobre nosotros el conjunto de impresiones $B ' dólares.

En general, el conjunto $A$ no tendrá nada común con el conjunto $A ' ni dólares, ni el
conjunto $B$ con el conjunto $B ' dólares. El paso del conjunto $A$ al conjunto $B$ y el del
conjunto $A ' dólares al conjunto $B ' dólares son pues dos cambios que en sí no tienen en
general nada comunes.

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Y sin embargo, estos dos cambios, los vemos ambos como desplazamientos y mejor todavía, los
consideramos como el mismo desplazamiento. ¿Cómo esto se hace?

Es simplemente porque ellos pueden ambos ser corregidos por el mismo movimiento
correlativo de nuestro cuerpo.

Es pues el « movimiento correlativo » que constituye el solo lazo entre dos fenómenos que de
otro modo nunca habríamos soñado a acercar

Por otra parte, nuestro cuerpo, gracias al número de sus articulaciones y sus músculos, puede
tomar a una muchedumbre de diferentes movimientos; pero ellos todos no son susceptibles
"corregir" una modificación de los objetos exteriores; solamente serán capaces de eso donde
todo nuestro cuerpo, o por lo menos ellos todos los de los órganos de nuestros sentidos que
entran en juego se desplazan de un bloque, es decir sin que sus posiciones relativas varíen,
como un cuerpo sólido.

En resumen:

1 ° somos hechos primero a distinguir dos categorías de fenómenos:

Unos, involuntarios(as), no acompañados de sensaciones musculares, son atribuidos por


nosotros a los objetos exteriores; son los cambios externos

Otros, cuyos caracteres son opuestos y a quienes atribuimos a los movimientos de nuestro
propio cuerpo, son los cambios internos;

2 ° observamos que ciertos cambios de cada una de estas categorías pueden ser corregidos por
un cambio correlativo de la otra categoría;

3 ° distinguimos, entre los cambios externos, a los que tienen así un correlativo en la otra
categoría, es los que llamamos los desplazamientos; y también entre los cambios internos,
distinguimos a los que tienen un correlativo en la primera categoría.

Así se encuentra definida, gracias a esta reciprocidad, una clase particular de fenómenos a
quien llamamos desplazamientos. Son las leyes de estos fenómenos que son objeto de la
geometría.

LEY De HOMOGENEIDAD. - El estreno de estas leyes es el de la homogeneidad.

Supongamos que, por un cambio externo $\alpha$, nosotros pasamos de conjunto de


impresiones $A$ al conjunto $B$, luego que este cambio $\alpha$ sea corregido por un
movimiento correlativo voluntario $\beta$, y de manera que seamos devueltos el conjunto $A$.

Ahora supongamos que otro cambio externo $\alpha ' dólares nos hace de nuevo pasar del
conjunto $A$ al conjunto $B$.

La experiencia nos aprende mientras que este cambio $\alpha ' dólares, como $\alpha$, es
susceptible ser corregido por un movimiento correlativo voluntario $\beta ' dólares y

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mientras que este movimiento $\beta ' dólares corresponde a las mismas sensaciones
musculares que el movimiento $\beta$ que corregía $\alpha$.

Es el hecho que se enuncia de ordinario que diciendo que el espacio es homogéneo e isótropo.

Podemos decir también que un movimiento que se produjo una vez puede repetirse una
segunda vez, la tercera vez, y así sucesivamente, sin que sus propiedades varíen.

En el primer capítulo, donde estudiamos la naturaleza del raciocinio matemático, vimos la


importancia que se debe atribuir a la posibilidad de repetir indefinidamente la misma
operación.

Es de la repetición que el raciocinio matemático tira su virtud; es pues gracias a la ley de


homogeneidad lo que él agarró sobre los hechos geométricos.

Para ser completo, convendría agregar a la ley de homogeneidad a una muchedumbre de las
otras leyes análogas en el detalle del no quiero entrar, sino que los matemáticos resumen una
palabra diciendo que los desplazamientos forman " a " un grupo "

EL MUNDO NO EUCLIDIANO. - Si el espacio geométrico era un marco impuesto a cada una


de nuestras representaciones, consideradas individualmente, sería imposible representarse una
imagen despojada de este marco, y no podríamos cambiar nada en nuestra geometría.

Pero él no está de allí así, la geometría es sólo el resumen de las leyes según las cuales se
suceden estas imágenes. Nada no impide entonces imaginar una serie de representaciones, este
totalmente en absoluto semejantes a nuestras representaciones ordinarias, sino sucediéndose
según leyes diferentes de aquello a las que somos acostumbrados.

Concebimos mientras que seres cuya educación se haría en un medio donde estas leyes estén
trastornadas así podrían tener una geometría muy diferente de la nuestra.

Supongamos, por ejemplo, a un mundo cerrado en una gran esfera y sometido a las leyes
siguientes:

La temperatura no allí es uniforme; ella es máximos en el centro, y disminuye a medida que se


aleja de eso, para reducirse al cero absoluto cuando alcanza la esfera donde este mundo es
cerrado.

Preciso más la ley según la cual varía esta temperatura. O sea $R$ el rayo de la esfera limita;
o sea $r$ la distancia del punto considerado en el centro de esta esfera. La temperatura
absoluta será proporcional a $R ^ {2} - r ^ {2} dólares

Supondré además que, en este mundo, todos los cuerpos tienen el mismo coeficiente de
dilatación, de tal modo como la longitud de cualquier regla sea proporcional a su temperatura
absoluta.

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Supondré finalmente que un objeto transportado de un punto a otro, de quien la temperatura es
diferente, se pone inmediatamente en equilibrio calorífico con su nuevo medio.

Nada en estas hipótesis no es contradictorio o inimaginable.

Un objeto móvil se hará entonces cada vez más pequeño a medida que se acercará a la esfera
limita.

Observemos primero que, si este mundo es limitado hasta el punto de vista de nuestra
geometría acostumbrada, parecerá infinito a sus habitantes.

Cuando éstos, en efecto, quieren acercarse a la esfera limita, se enfrían y se hacen cada vez
más pequeños. Los pasos que ellos hacen son tan cada vez más pequeños pues, de modo que
nunca pueden alcanzar la esfera limita.

Si, para nosotros, la geometría es sólo el estudio de las leyes según las cuales se mueven
los(las) invariables sólidos(as); para estos seres imaginarios, será el estudio de las leyes según
las cuales se mueven los deformados sólidos por estas diferencias de temperatura de las que
acabo de hablar.

Sin duda, en nuestro mundo, los naturales sólidos también prueban variaciones de forma y de
volumen debidas al calentamiento o al enfriamiento. Pero descuidamos estas variaciones
echando los fundamentos de la geometría; porque, además de que ellas son muy débiles, son
irregulares y nos parecen por consiguiente accidentales.

En este mundo hipotético, él no estaría de allí más también, y estas variaciones seguirían leyes
regulares y muy simples.

Por otra parte. diversas piezas sólidas de las que constaría el cuerpo de sus habitantes,
sufrirían las mismas variaciones de forma y volumen

Haré todavía otra hipótesis supondré que la luz atraviesa medios de distinta manera
réfringents y de tal modo que el índice de refracción sea a la inversa proporcional a $R ^ {2} -
r ^ {2} dólares. Es fácil ver que, en estas condiciones, los rayos luminosos no serían
rectilíneos, sino circulares.

Para justificar lo que precede, me queda a mostrar que ciertos cambios sobrevenidos en la
posición de los objetos exteriores pueden ser corregidos por movimientos correlativos de los
seres sentants quiénes viven en este mundo imaginario; y esto para restaurar el conjunto
primitivo de las impresiones sufridas por estos seres sentants.

Supongamos en efecto que un objeto se desplaza, deformándose, no como un invariable sólido,


pero como uno sólido probando dilataciones desiguales exactamente conforme con la ley de
temperatura que supuse más alto. Que se me permita para abreviar el lenguaje, de llamar un
movimiento igual desplazamiento no euclidiano.

Si un ser que siente se encuentra en la vecindad, sus impresiones serán modificadas por el
desplazamiento del objetivo, pero él mismo podrá restablecerlas moviéndose de manera
conveniente, basta que finalmente el conjunto del objetivo y de la sustancia que

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sienta, considerada como la que como forme uno solo cuerpo, haya sentido un de estos
desplazamientos particulares que acabo de llamar no euclidianos. Esto es posible si se supone
que los miembros de estos seres se dilatan según la misma ley que otros cuerpos del mundo en
que viven.

Aunque hasta el punto de vista de nuestra geometría acostumbrada los cuerpos se hayan
deformado en este desplazamiento y aunque sus diversas partes no se reencuentran más en la
misma situación relativa, sin embargo vamos a ver que las impresiones del ser que sentía
volvieron a ser las mismas.

En efecto, si las distancias mutuas de las diversas partes pudieron variar, sin embargo las
partes primitivamente en contacto volvieron en contacto. Las impresiones táctiles no
cambiaron pues.

Por otra parte, teniendo en cuenta de hipótesis hecha más alto respecto a la refracción y a la
curvatura de los rayos luminosos, las impresiones visuales habrán quedado también las
mismas.

Estos seres imaginarios serán pues como nosotros conducidos a clasificar los fenómenos de los
que serán testigos y que hay que distinguir entre ellos, los « cambios de posición » susceptibles
de ser corregidos por un movimiento voluntario correlativo.

Si ellos funden una geometría, no será como la nuestra, el estudio de los movimientos de
nuestros invariables sólidos; será lo de los cambios de posición que habrán distinguido así, y
que no son otros que los « desplazamientos no euclidianos », será la geometría no Euclidiana.

Así seres como nosotros, cuya educación se haría en un mundo igual, no tendríamos la misma
geometría que nos.

EL MUNDO A CUATRO DIMENSIONES. - Lo mismo que un mundo euclidiano, podemos


representarnos un mundo a cuatro dimensiones.

El sentido de la vista, hasta con un solo ojo, juntado a las sensaciones musculares relativas a
los movimientos del globo ocular, podría bastar para hacernos saber el espacio a tres
dimensiones.

Las imágenes de los objetos exteriores vienen para pintarse sobre la retina que es un cuadro en
dos dimensiones; son perspectivas.

Pero, como estos objetos son móviles, como lo mismo ocurre de nuestro ojo, nosotras vemos
perspectivas sucesivamente diversas del mismo cuerpo, tomadas varios diferentes puntos de
vista.

Comprobamos al mismo tiempo que el paso de una perspectiva a otra es a menudo


acompañado de sensaciones musculares.

Si el paso de la perspectiva $A$ a la perspectiva $B$, y el de la perspectiva $A ' dólares a la


perspectiva $B ' dólares son acompañados mismas sensaciones musculares, los acercamos uno
del otro como operaciones de la misma naturaleza.

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Estudiando luego las leyes según las cuales se resuelven estas operaciones, reconocemos que
forman a un grupo, que tiene la misma estructura que el de los movimientos de los invariables
sólidos.

Entonces vimos que eran propiedades de este grupo donde tiramos la noción del espacio
geométrico y el de tres dimensiones.

Comprendemos tan cómo la idea de un espacio a tres dimensiones pudo nacer del espectáculo
de estas perspectivas, aunque cada una de ellas tenga sólo dos dimensiones, parce cuales se
suceden según ciertas leyes.

Entonces, lo mismo que podemos hacer sobre un plano la perspectiva de una figura a tres
dimensiones, hacerle la de una figura a cuatro dimensiones sobre un cuadro a tres (o a dos)
dimensiones. Es sólo un juego para el agrimensor.

Hasta podemos tomar de la misma figura varias perspectivas de varios diferentes puntos de
vista.

Podemos fácilmente representarnos estas perspectivas ya que tienen sólo tres dimensiones.

Imaginemos que diversas perspectivas del mismo objeto se les suceden ellos unas a otros(as);
que el paso de una al otro sea acompañado de sensaciones musculares.

Consideraremos desde luego dos de estos pasos como dos operaciones de la misma naturaleza
cuando sean asociados con las mismas sensaciones musculares.

Nada no impide entonces imaginar que estas operaciones se resuelven según tal ley que
querremos, por ejemplo para formar a un grupo que tenga misma estructura donde el de los
movimientos de un invariable sólido a cuatro dimensiones.

No hay sólo allí que no se pueda representarse y sin embargo estas sensaciones son
precisamente aquello a quienes probaría una sustancia proveída de una retina a dos
dimensiones y que podría desplazarse en el espacio a cuatro dimensiones.

Es en el sentido que es permitido decir que se podría representarse la cuarta dimensión.

No sería posible representarse de este modo el espacio de Sr. Hilbert del que hablábamos al
capítulo precedente, porque este espacio no es más un contínuo del segundo orden. Él difiere
pues demasiado profundamente de nuestro espacio ordinario.

CONCLUSIONES. - Vemos que la experiencia juega un papel indispensable en el génesis de la


geometría; pero sería un error de concluirlo que la geometría es una ciencia experimental,
hasta en parte.

Si ella fuera experimental, sólo sería aproximada y provisional. ¡Y qué aproximación grosera!

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La geometría sería sólo el estudio de los movimientos de los sólidos; pero ella no se ocupa en
realidad de los naturales sólidos, tiene por objeto algunos sólido(a). ideales, absolutamente
invariables, que están de allí sólo una imagen simplificada y muy lejana.

La noción de estos cuerpos ideales es tirada de toda pieza de nuestro espíritu y la experiencia
es sólo una ocasión que nos incita a hacerla salir.

Lo que es el objeto de la geometría, es el estudio de un "grupo" particular; pero el concepto


general de grupo préexiste en nuestro espíritu por lo menos en poder. Él se impone a nosotros,
no como forma de nuestra sensibilidad, pero como forma de nuestro entendimiento.

Solamente, entre todos los grupos posibles, hay que escoger el que será para decirlo así el
marco al cual informaremos los fenómenos naturales.

La experiencia nos guía en esta elección que no nos impone; ella nos hace reconocer no cual
es la geometría más verdadera, pero cual es la más cómoda.

Observaremos que pude describir a los mondes caprichosos que imaginé más alto, sin dejar de
emplear el lenguaje de la geometría ordinaria.

Y, en efecto, nosotros no tendríamos cambiarlo si fuéramos transportados allí.

Seres que harían allí su educación encontrarían sin duda más cómodo(a) de crear una
geometría diferente de la nuestra, que se adaptaría mejor a sus impresiones. En cuanto a
nosotros, enfrente de las mismas impresiones, él está seguro que encontraríamos más
cómodo(a) de no cambiar nuestras costumbres.

CHAPITRE V ---------------------------------- La Experiencia y la Geometría

I - En las líneas que preceden, ya tengo en diversas reanundaciones procurado mostrar que los
principios de la geometría no son unos hechos experimentales y que en particular postulatum
de Euclide no sabría ser demostrado por la experiencia.

Por muy perentorios(as) que me aparezcan las razones ya dadas, creo deber insistir porque
hay allí una idea falsa profundamente arraigada en muchos espíritus.

¿II - Que se realiza un círculo material, que mide el rayo y la circunferencia, y que procura ver
si el informe de estas dos longitudes es igual a $\pi$, que habremos hecho? Habremos hecho
una experiencia, sobre no propiedades del espacio, sino sobre las de la asignatura con la cual
realizamos este círculo, y por la que es hecho el metro que sirvió para las medidas.

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III - LA GEOMETRÍA Y La ASTRONOMÍA. - También pusimos la pregunta de una otra
manera. Si la geometría de Lobatchevsky es verdadera, parallaxe de una estrella muy alejada
estará acabado; si el de Riemann es verdadero, será negativa. Están allí los resultados que
parecen accesibles a la experiencia y esperamos que las observaciones astronómicas pudieran
permitir decidir entre las tres geometrías.

Pero lo que se llama línea derecha a astronomía, es simplemente la trayectoria del rayo
luminoso. Tan pues, por imposible, veníamos a descubrir a parallaxes negativos, o a demostrar
que todos parallaxes son superiores a un cierto límite, tendríamos la elección entre dos
conclusiones: podríamos renunciar a la geometría euclidiana o sea modificar las leyes de la
óptica y suponer que la luz no se propaga rigurosamente en línea recta.

Inútil de añadir que todo el mundo miraría esta solución como más ventajosa.

La geometría euclidiana no tiene pues nada para temer nuevas experiencias.

¿IV - Podemos sostener que ciertos fenómenos, posible en el espacio euclidiano, serían
imposibles en el espacio no euclidiano, de modo que la experiencia, comprobando estos
fenómenos, contradiría directamente la hipótesis no euclidiana? Para mí, una pregunta igual
no puede ponerse. A mi sentido ella equivale completamente a la siguiente, cuya absurdidad
salta a la vista de ellos todos: ¿hay unas longitudes que se puede expresar en metros y
centímetros, pero que no sabría medir de allí toises, pies y pulgares, de modo que la
experiencia, comprobando la existencia de estas longitudes, contradiría directamente esta
hipótesis que hay toises compartidos en seis pies?

Examinemos la pregunta de más cerca. Supongo que la línea derecha posee en el espacio
euclidiano dos cualesquiera propiedades que llamaré $A$ y $B$; que en el espacio no
euclidiano ella todavía posea la propiedad $A$, pero no posea más la propiedad $B$; supongo
finalmente que, tanto en el espacio euclidiano como en el espacio euclidiano, la liga derecha
sea la sola línea que posee la propiedad $A$.

Si él estuviera de allí así, la experiencia podría ser apta decidir entre la hipótesis a Euclide y
la Lobatchevsky. Comprobaríamos que tal objeto concreto, accesible a la experiencia, por
ejemplo un pincel de rayos luminosos, poseyera la propiedad $A$; lo concluiríamos que es
rectilíneo y buscaríamos luego si posee o no la propiedad $B$.

Pero él no está de allí así, no existe propiedad que pueda, como esta propiedad $A$, ser un
criterio absoluto que permita reconocer la línea derecha y distinguirla de muy diferente línea.

Como diremos por ejemplo: « esta propiedad será la siguiente: la línea derecha es una línea
tal como una figura de la que forma parte esta línea no puede moverse sin que ellos distancia.
¿mutuas de sus puntos varían y de tal modo que todos los puntos de esta línea quedan fijos? »

He aquí en efecto una propiedad que, en el espacio euclidiano o no euclidiano, pertenece a la


derecha y pertenece sólo a ella. ¿Pero cómo reconoceremos por experiencia si pertenece a tal
o tal objeto concreto? ¿Habrá que medir distancias, y

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cómo sabremos que tal tamaño concreto que medí con mi instrumento material represente bien
la distancia abstracta?

Sólo retiramos la dificultad.

En realidad la propiedad que acabo de enunciar no es una propiedad de la sola línea derecha,
es una propiedad de la línea derecha y de la distancia. Para que ella pueda servir de criterio
absoluto, haría falta que se pudiera establecer no sólo que no pertenece así a otra línea como
la línea derecha y a la distancia, sino aunque no pertenezca a otra línea que la línea derecha y
a otro tamaño que lo adelanta. Entonces esto no es verdad.

Es pues imposible imaginar una experiencia concreta que pueda ser interpretada en el sistema
euclidiano y que no pueda la ser en el sistema lobatchevskien, de modo que puedo concluir:

Ninguna experiencia nunca será en contradicción con postulatum de Euclide; en cambio


ninguna experiencia nunca será en contradicción con postulatum de Lobatchevsky.

V - Pero no basta que la geometría euclidiana (o no euclidiana) nunca pueda ser directamente
contradicha por la experiencia. ¿No podría suceder que ella pueda concordar con la
experiencia sólo violando el principio de razón suficiente y el de la relatividad del espacio?

Me explico: consideremos cualquier sistema material; tendremos contemplar por una parte " a
" el estado " de los diversos cuerpos de este sistema (por ejemplo su temperatura, su potencial
eléctrico, etc.), y por otra parte su posición en el espacio; y entre los datos que permiten
definir esta posición, todavía distinguiremos las distancias mutuas de estos cuerpos que
definen sus posiciones relativas, y las condiciones que definen la posición absoluta del sistema
y su orientación absoluta en el espacio.

Las leyes de los fenómenos que se producirán en este sistema podrán depender del estado de
estos cuerpos y sus distancias mutuas; pero, a causa de la relatividad y de la pasividad del
espacio, ellas no dependerán de la posición y de la orientación absolutas del sistema.

En otras palabras, el estado de los cuerpos y sus distancias mutuas en el cualquier instante
dependerán solamente del estado de estos mismos cuerpos y sus distancias mutuas en el
instante inicial, pero no dependerán de ninguna manera de la posición absoluta inicial del
sistema y de su orientación absoluta inicial. Es lo que podré llamar, para abreviar el lenguaje, la
ley de relatividad.

Hablé hasta aquí como un agrimensor euclidiano. Pero lo dije, una experiencia, cualquiera
que sea, implica una interpretación en la hipótesis euclidiana; pero ella también implica una
en la hipótesis no euclidiana. Entonces, hicimos una serie de experiencias, las interpretamos
en la hipótesis euclidiana, y reconocimos que estas experiencias tan interpretadas no violaban
esta « ley de relatividad ».

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Ahora los interpretamos en la hipótesis no euclidiana: esto siempre es posible; solamente las
distancias no euclidianas de nuestros diferentes cuerpos en esta nueva interpretación no serán
generalmente las mismas que las distancias euclidianas en la interpretación primitiva.

¿Nuestras experiencias, interpretadas de esta manera noticia, todavía estarán de acuerdo con
nuestra « ley de relatividad »? Y si este acuerdo no se efectuaba, como todavía no tendríamos
el derecho de decir que la experiencia probó la falsedad de la geometría no euclidiana.

Es fácil ver que este temor es vano; en efecto, para que se pueda aplicar la ley de relatividad
en todo rigor, hay que aplicarla sobre el universo entero. Porque si se consideraba solamente a
una parte de este universo, y si la posición absoluta de esta parte viniera a variar, las
distancias en otros cuerpos del universo también variarían, su influencia sobre la parte del
universo contemplada podría por consiguiente aumentar o disminuir, lo que podría modificar
las leyes de los fenómenos que pasan allá.

Pero si nuestro sistema es el universo entero, la experiencia es impotente informarnos sobre su


posición y sus orientación absolutas en el espacio. Todo lo que nuestros instrumentos, por muy
perfeccionados que sean, podrán hacernos saber, será el estado de las diversas partes del
universo y sus distancias mutuas.

De modo que nuestra ley de relatividad podrá aburrirse así:

Las lecturas que podremos hacer sobre nuestros instrumentos, en el cualquier instante,
dependerán solamente de las lecturas que habríamos podido hacer sobre estos mismos
instrumentos en el instante inicial.

Entonces un enunciado igual es independiente de toda interpretación de las experiencias. Si la


ley es verdadera en la interpretación euclidiana, será verdadera también en la interpretación
no euclidiana.

Que se me permita a este tema una pequeña digresión. Hablé más alto de los datos que definen
la posición de los diversos cuerpos de sistema; también habría debido hablar de las que
definen sus velocidades; habría tenido entonces a distinguir la velocidad con la cual varían los
adelanta mutuas de los diversos cuerpos; y por otra parte las velocidades de traslado y de
rotación del sistema, es decir las velocidades con las cuales varían su posición y sus
orientación absolutas.

Para que el espíritu esté plenamente satisfecho, habría hecho falta que la ley de relatividad
pudiera aburrirse así:

El estado de los cuerpos y sus distancias mutuas en el cualquier instante, así como las
velocidades con las cuales varían estas distancias en el mismo instante, dependerán solamente
del estado de estos cuerpos y sus distancias mutuas en el instante inicial, así como velocidades
con las cuales variaban estas distancias en este instante inicial, pero ellas no dependerá ni de
la posición absoluta inicial del sistema, ni de su orientación absoluta, ni de las velocidades
con las cuales variaban esta posición y estas orientación absolutas en el instante inicial.

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Desgraciadamente la ley tan enunciada no está de acuerdo con las experiencias, por lo menos
tales como las interpretamos de ordinario.

Que un hombre sea transportado sobre un planeta del que el cielo sería cubierto
constantemente de una cortina espesa de nubes, de tal modo que nunca podamos percibir otros
astros; sobre este planeta viviremos como si fuera aislada en el espacio. Este hombre podrá sin
embargo percibirse que ella gira, sea midiendo el aplanamiento (lo que se hace
ordinariamente valiéndose de observaciones astronómicas, pero lo que podría hacerse por
medios puramente geodésicos), sea repitiendo la experiencia del péndulo de Foucault. La
rotación absoluta de este planeta podría ser puesta en evidencia pues.

Hay allí un hecho que choca al filósofo, pero que el físico es bien forzado de aceptar.

Sabemos que, de este hecho, Newton concluyó en la existencia del espacio absoluto; no puedo
de ningún modo adoptar esta manera de ver, explicaré por qué en la tercera parte. Por ahora
no quise abordar esta dificultad.

Debí resignarme pues, en el enunciado de la ley de relatividad, a confundir las velocidades de


toda clase entre los datos que definen al estado de los cuerpos

Sea lo que sea, esta dificultad es la misma para la geometría de Euclide y para la de
Lobatchevsky; no tengo pues inquietarme por eso y hablé de eso sólo incidentemente.

Lo que importa, es la conclusión: la experiencia no puede decidir entre Euclide y


Lobatchevsky.

En resumen, de un modo que se vuelve. es imposible descubrir al empirismo geométrico un


sentido razonable.

VI - Las experiencias nos hacen saber que los informes de los cuerpos entre ellos; ninguna de
ellas no se ni refiere, puede ni referirse, a sobre los informes de los cuerpos con el espacio, o a
sobre los informes mutuos de las diversas partes del espacio.

« Sí, correspóndase a esto, una experiencia única es insuficiente, porque me da sólo una sola
ecuación con varios desconocidos; pero cuando habré hecho bastantes experiencias, tendré
bastantes ecuaciones para calcular todas mis desconocidas.

Conocer la altura del gran mástil, esto no basta para calcular la edad del capitán. Cuando
usted habrá medido todos los pedazos de bosques del buque, tendrá muchas ecuaciones, pero
no conocerá mejor esta edad. Todas sus medidas que se han referido a sus pedazos de bosques
no pueden nada a usted revelar que lo que concierne a estos pedazos de bosques. También sus
experiencias, por muy numerosas que sean, habiéndose referido sólo a los informes de los
cuerpos entre ellos, no nos revelarán nada sobre los informes mutuos de las diversas partes del
espacio.

¿VII - Dirá que, si las experiencias se refieren a los cuerpos, se refieren por lo menos a las
propiedades geométricas de los cuerpos?

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¿Y primero, que oye por propiedades geométricas de los cuerpos? Supongo que se trata de los
informes de los cuerpos con el espacio; estas propiedades son pues inaccesibles a experiencias
que se refieren sólo a los informes de los cuerpos entre ellos. Esto sólo bastaría para mostrar
que no es de ellas quienes puede ser cuestión.

Comenzamos no obstante por oír sobre el sentido de esta palabra: propiedades geométricas de
los cuerpos. Cuando digo que un cuerpo consta de varias partes, supongo que no enuncio la
primera página propiedad geométrica, y esto quedaría verdadero, hasta si acordaba darles el
nombre impropio de puntos a las partes más pequeñas que contemplo.

Cuando digo que tal parte de tal cuerpo está en contacto con tal parte de tal otro cuerpo,
enuncio una proposición que concierne a los informes mutuos de estos dos cuerpos y no sus
informes con el espacio.

Supongo que usted me concederá que no están allí propiedades geométricas; estoy seguro por
lo menos que me concederá que estas propiedades son independientes de todo conocimiento de
la geometría métrica.

Puesto a esto, imagino que se tenga a un cuerpo sólido formado de ocho tallos delgados de
hierro $OA$, $OB$, $OC$, $OD$, $OE$, $OF$, $OG$, $OH$, reunidos por una de sus
extremidades $O$. Tendremos por otra parte un segundo cuerpo sólido, por ejemplo un pedazo
de bosques sobre el cual se observará tres pequeñas manchas de tinta que llamaré $\alpha$,
$\beta$, $\gamma$. Supongo luego que se comprueba que puede traer en contacto:
$\alpha\beta\gamma$ con $AGO$ (quiero decir por ahí $\alpha$ con $A$, al mismo tiempo
que $\beta$ con $G$ y $\gamma$ con $O$), ya que se puede traer sucesivamente en contacto
$\alpha\beta\gamma$ con $BGO$, $CGO$, $DGO$, $EGO$, $FGO$, luego con $AHO$,
$BHO$, $CHO$, $DHO$, $EHO$, $FHO$, luego $\alpha\gamma$ sucesivamente con $AB$,
$B$C, $CD$, $DE$, $EF$, $FA$.

He aquí comprobaciones que se puede hacer sin tener por anticipado ninguna noción sobre la
forma o sobre las propiedades métricas del espacio. Ellas no se refieren de ninguna manera a
las « propiedades geométricas de los cuerpos ». Y estas comprobaciones no serán posibles si
los cuerpos en los cuales se experimentó se mueven según un grupo que tiene la misma
estructura que lo agrupa lobatchevskien (quiero decir según las mismas leyes que los cuerpos
sólidos en la geometría de Lobatchevsky). Ellas bastan pues para probar que estos cuerpos se
mueven según el grupo euclidiano, o por lo menos que no se mueven según el grupo
lobatchevskien.

Que ellas sean compatibles con el grupo euclidiano, es lo que es fácil ver.

Porque se podría hacerlos si el cuerpo $\alpha\beta\gamma$ fuera un invariable sólido de


nuestra geometría ordinaria que presentara la forma de un triángulo rectángulo y si los puntos
$A$ el h $ fueran las cumbres de un poliedro que formara de dos pirámides hexagonales
regulares de nuestra geometría ordinaria, tuviera como base común $ABCDEF$ y para
cumbres la una $G$ y la otra $ h $.

Ahora supongamos que en lugar de las comprobaciones precedentes, se observa que puede
como hace un rato aplicar $\alpha\beta\gamma$ sucesivamente sobre $AGO$,

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$BGO$, $CGO$, $DGO$, $EGO$, $FGO$, $AHO$, $BHO$, $CHO$, $DHO$, $EHO$,
$FHO$, luego que puede aplicar $\alpha\beta$ (y tampoco $\alpha\gamma$) sucesivamente
sobre $AB$, $BC$, $CD$, $DE$, $EF$ y $FA$.

Son las comprobaciones que se podría hacer si la geometría no euclidiana fuera verdadera, si
los cuerpos $\alpha\beta\gamma$, $OABCDEFGH$ fueran los invariables sólidos, si el
primero fuera un triángulo rectángulo y el segundo una pirámide doble hexagonal y regular de
dimensiones convenientes.

Estas nuevas comprobaciones no son posibles pues si los cuerpos se mueven según el grupo
euclidiano; pero se lo hacen si se supone que los cuerpos se mueven según el grupo
lobatchevskien. Bastarían pues (si se los hacía) para probar que los cuerpos en pregunta no se
mueven según el grupo euclidiano.

Así, sin hacer ninguna hipótesis sobre la forma, sobre la naturaleza del espacio, sobre sobre
los informes de los cuerpos con el espacio, sin atribuir a los cuerpos ninguna propiedad
geométrica, hice comprobaciones que me permitieron mostrar en un caso que los cuerpos
experimentados se mueven según un grupo cuya estructura es euclidiana, en el otro caso que
se mueven según un grupo cuya estructura es lobatchevskienne.

Y que no se diga que el primer conjunto de comprobaciones constituiría una experiencia que
probaría que el espacio es euclidiano, y el segundo una experiencia que prueba que el espacio
es no euclidiano.

Y en efecto podríamos imaginar (digo imaginar) cuerpos que se moverían para hacer posible
la segunda serie de comprobaciones. Y la prueba es que el primer mecánico venido podría
construirlo, si quería tomarse la molestia de eso y poner en eso el premio. Usted no lo
concluirá sin embargo que el espacio es no euclidiano.

Y hasta, como los cuerpos sólidos ordinarios continuarían existiendo cuando el mecánico haya
construido a los cuerpos extraños de los que acabo de hablar, habría que concluir que el
espacio es a la vez euclidiano y no euclidiano.

Supongamos por ejemplo que tenemos una gran esfera de rayo $R$ y que la temperatura
desminuya del centro en la superficie de esta esfera según la ley de la que hablé describiendo
el mundo no euclidiano.

Podríamos tener cuerpos cuya dilatación será despreciable y que se portarán como de
sólidos(as) invariables los ordinarios; y por otra parte cuerpos muy dilatables y quienes se
portarían como los no euclidianos sólidos. Podríamos tener dos pirámides dobles
$OABCDEFGH$ y $O' Airear a BC' De E' F' Yacer El h ' dólares y dos triángulos
$\alpha\beta\gamma$ y $\alpha '\beta '\gamma ' dólares. La primera pirámide doble sería
rectilínea y el segundo curvilíneo; el triángulo $\alpha\beta\gamma$ sería hecho de una
materia indilatable y la otra de la materia muy dilatable.

Podríamos entonces hacer las primeras comprobaciones con la pirámide doble $OAH$ y el
triángulo $\alpha\beta\gamma$, y el segundo con la pirámide doble $O' Llamar A ' dólares y
el triángulo $\alpha '\beta '\gamma ' dólares. Y entonces la experiencia

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parecería probar primero que la geometría euclidiana es verdadera y luego que es falsa.

Las experiencias se refirieron pues, sobre no espacio, sino sobre los cuerpos.

SUPLEMENTO

VIII - Para ser completo, yo debería hablar de una pregunta muy delicada y quien pediría
desarrollos largos, me limitaré a resumir aquí lo que expuse en la Revista de Metafísica y de
Moral y en The Monist. ¿Cuándo decimos que el espacio tiene tres dimensiones, que queremos
decir?

Vimos la importancia de estos « cambios internos » que nos son revelados por nuestras
sensaciones musculares. Ellos pueden servir para caracterizar diversas actitudes de nuestro
cuerpo. Tomemos arbitrariamente por origen una de estas actitudes $A$. Cuando pasamos de
esta actitud inicial a otra cualquier actitud $B$, sentimos una serie $S$ de sensaciones
musculares y esta serie $S$ definirá $B$. Observemos no obstante que miraremos menudo dos
series $S$ y $S ' dólares como que definirán la misma actitud $B$ (ya que las actitudes
iniciales y finales $A$ y $B$ quedando las mismas, las actitudes intermediarias y las
sensaciones correspondientes pueden diferir). ¿Cómo pues reconoceremos la equivalencia de
estas dos series? Porque ellas pueden servir para compensar el mismo cambio externo, o más
generalmente porque, cuando se trata de compensar un cambio externo, una de las series
puede ser reemplazada por el(la) otro(a).

Entre estas series, distinguimos a las que pueden a ellas únicas compensar un cambio externo
y a quienes llamamos "desplazamientos". Así como no podemos discernir dos desplazamientos
que son demasiado vecinos, el conjunto de estos desplazamientos presenta los caracteres de
uno contínuo un físico; la experiencia nos enseña que son uno contínuo un físico en seis
dimensiones; pero no sabemos todavía cuánto el espacio él hasta tiene dimensiones, debemos
resolver otra pregunta.

¿Qué un punto del espacio? Todo el mundo cree saberlo, pero es una ilusión. Lo que vemos,
cuando procuramos representarnos un punto del espacio, es una mancha negra sobre papel
blanco, una mancha de tiza sobre una pizarra, es siempre un objeto. La pregunta debe ser oída
pues como él sigue:

¿Qué quiero decir cuando digo que el objeto $B$ está al mismo punto que ocupaba hace un
rato el objeto $A$? ¿Todavía qué criterio me permitirá reconocerlo?

Quiero decir que, aunque no haya movido (que me enseña mi sentido muscular), mi primer
dedo, que hace un rato tocaba el objeto $A$, ahora toca el objeto $B$. Habría podido servirme
de otros criterios, por ejemplo de otro dedo o del sentido de la vista. Pero el primer criterio es
suficiente; sé que si él responde sí, todos los demás criterios darán la misma respuesta. Lo sé
por experiencia, no puedo saberlo a priori. Es así para esto que digo que el tacto no puede
ejercitarse en distancia, es otra manera de enunciar el mismo hecho experimental. Y, si digo al
contrario que la vista se ejercita en distancia, esto quiere decir que el criterio proporcionado por
la vista puede responder sí, mientras que otros(as) responden no.

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Y en efecto el objeto, el bien que habiéndose alejado, puede formar su imagen al mismo punto
de la retina. La vista responde sí, el objeto se quedó al mismo punto, y el tacto responde no,
porque mi dedo que hace un rato tocaba el objeto, ahora no lo toca más. Si la experiencia nos
hubiera mostrado que un dedo podía responder no cuando el(la) otro(a) dice sí, diríamos lo
mismo que el tacto se ejercita en distancia.

En resumen, para cada actitud de mi cuerpo, mi primer dedo determina un punto y eso es y
esto solamente que define un punto del espacio.

A cada actitud corresponde de este modo un punto; pero a menudo pasa que el mismo punto
corresponde a varias diferentes actitudes (es en ese caso que decimos que nuestro dedo no se
movió, sino que el resto del cuerpo se movió). Distinguimos pues entre cambio de actitud los
donde el dedo no se mueve. ¿Cómo somos conducidos allá? Es porque a menudo observamos
que en estos cambios el objeto que está al contacto con el dedo no deja este contacto.

Arreglemos pues en la misma clase todas las actitudes que deducen ellas unas de otras por uno
de los cambios que distinguimos así. A todas las actitudes de la misma clase corresponderá el
mismo punto del espacio. Pues en cada clase corresponderá un punto y a cada punto una
clase. Pero podemos decir que, lo que la experiencia alcanza, no es el punto, es esta clase de
cambios, o mejor clasifica sensaciones musculares correspondientes.

Y entonces cuando decimos que el espacio tiene tres dimensiones, queremos decir simplemente
que el conjunto de estas clases parece en nosotros con los caracteres de uno contínuo un físico
a tres dimensiones.

Podríamos ser intentados concluir que es la experiencia que nos aprendió cuánto el espacio
tiene dimensiones. Pero en realidad aquí todavía nuestras experiencias se refirieron, a no
espacio, sino a nuestro cuerpo y sus informes con los objetos vecinos. Además son
excesivamente groseras.

En nuestro espíritu préexistait la idea latente de un cierto número de grupos; son de los que
Ata hizo la teoría. ¿Cuál escogeramos para hacer una suerte de marco con el que
compararemos los fenómenos naturales? ¿Y, este grupo escogido, qué es el de sus bajo grupos
que tomaremos para caracterizar un punto del espacio? La experiencia nos guió mostrándonos
cual elección se adapta mejor a las propiedades de nuestro cuerpo. Pero su papel se limitó allí.

La experiencia ancestral.

A menudo dijimos que si la experiencia individual no había poder crear la geometría, no estaba
de allí también la experiencia ancestral. ¿Pero qué oímos por ahí? ¿Queremos decir que no
podemos demostrar experimentalmente a postulatum de Euclide, sino que nuestros antepasados
pudieron hacerlo? No en lo más mínimo. Queremos decir que por selección natural nuestro
espíritu se adaptó con las condiciones del mundo exterior, que adoptó la geometría más
ventajosa a la especie; o en otras palabras la más cómoda. Esto está completamente conforme
con nuestras conclusiones, la geometría no es verdadera, es ventajosa.

- 20 -
LA TERCERA PARTE --------------------------- LA FUERZA

CHAPITRE VI ----------------------------- La clásica Mecánica.

Los ingleses enseñan la mecánica como la ciencia experimental; sobre el continente, lo


exponemos siempre más o menos como una ciencia deductiva y a priori. Son los ingleses
quienes tienen razón, ni qué decir tiene; ¿pero cómo pudimos perseverar tan mucho tiempo en
otros errements? ¿Por qué los sabios continentales, quiénes procuraron escapar de las
costumbres de sus antecesores, ellos no pudieron librarse más a menudo de eso
completamente?

¿Por otra parte, si los principios de la mecánica tienen otra fuente sólo la experiencia, sólo
son acercados pues y son provisionales? ¿Nuevas experiencias no podrán un día conducirnos
a modificarlos o hasta a abandonarlos?

Tales son las preguntas que se ponen naturalmente, y la dificultad de la solución proviene
principalmente de lo que los tratados de mecánica no distinguen muy distintamente lo que es
experiencia, lo que es raciocinio matemático, lo que es convenio, lo que es hipótesis.

No es todo:

1 ° no hay espacio absoluto y concebimos sólo movimientos relativos; sin embargo enunciamos
más a menudo los hechos mecánicos como si hubiera un espacio absoluto en el cual se podría
informarlos;

2 ° no hay el tiempo absoluto; decir que dos duraciones son iguales, es una aserción que
misma no tiene ningún sentido y que puede adquirir de allí uno sólo por convenio;

3 ° No sólo no tenemos intuición directa de la igualdad de dos duraciones, sino que hasta no
tenemos la de la simultaneidad de dos acontecimientos que se producen sobre diferentes
teatros; es lo que expliqué en un artículo titulado la Medida del tiempo [Revista de Metafísica y
de Moral. t. VI, p. 1-13 (enero de 1898); ver también el Valor de la Ciencia, Chap. II.];

4 ° Finalmente nuestro(a), geometría euclidiana misma es sólo una suerte de convenio de


lenguaje; podríamos enunciar los hechos mecánicos informándolos en un espacio no

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euclidiano que sería una marca menos cómoda, pero tan legítima como nuestro espacio
ordinario; el enunciado se haría tan mucho más complicado; pero él quedaría posible.

Así el espacio absoluto, el tiempo absoluto, la misma geometría no son unas condiciones que
se imponen la mecánica; todas estas cosas no préexistent no más a la mecánica que la lengua
francesa no préexiste lógicamente a las verdades que se expresa en francés.

Podríamos procurar enunciar las leyes fundamentales de la mecánica en un lenguaje que sería
independiente de todos estos convenios; nos daríamos cuenta sin duda mejor así de los que
estas leyes son en sí; es lo que Sr. Andrade intentó hacer, por lo menos en parte, en sus
Lecciones de física Mecánica.

El enunciado de estas leyes se haría desde luego mucho más complicado, ya que todos estos
convenios han sido imaginados precisamente para abreviar y simplificar este enunciado.

En cuanto a mí, excepto en lo que toca al espacio absoluto, dejaré de lado todas estas
dificultades; no porque los desconozca, lejos de; pero lo examinamos suficientemente en las
dos primeras partes.

Admitiré pues provisionalmente el tiempo absoluto y la geometría euclidiana.

EL PRINCIPIO De INERCIA. - Un cuerpo que no está sometido a ninguna fuerza puede tener
sólo un movimiento rectilíneo y uniforme.

¿Es la primera página la verdad que se impone a priori el espíritu? ¿Si estaba de allí así, cómo
griegos lo habrían desconocido? ¿Cómo habrían podido creer que el movimiento se pare tan
pronto como cese la causa quién le había dado origen? ¿o sea aunque todo cuerpo, si nada no
viene para contrariarlo, tome un movimiento circular y más noble de todos los movimientos?

¿Si decimos que la velocidad de un cuerpo no puede cambiar, si no hay razón para que
cambie, no podríamos sostener tan bien sólo la posición de este cuerpo no puede cambiar, o
sólo la curvatura de su trayectoria no puede cambiar, si una causa exterior no viene para
modificarlos?

¿El principio de inercia, quién no es la verdad a priori, es pues un hecho experimental? ¿Pero
nunca experimentamos en cuerpos sustraídos de la acción de toda fuerza, y si se lo hizo, cómo
supo que estos cuerpos no estaban sometidos a ninguna fuerza? Citamos ordinariamente el
ejemplo de una bola que rueda el tiempo muy largo sobre una mesa de mármol; ¿pero por qué
decimos que no está sometida a ninguna fuerza? ¿Es porque es demasiado alejada de todos los
demás cuerpos para poder probar alguna acción sensible? Ella no está sin embargo más lejos de
la tierra que si se la lanzaba libremente en el aire; y cada uno sabe que en ese caso ella sufriría
la influencia de la gravedad debida a la atracción de la tierra.

Los profesores de mecánica tienen el uso de pasar rápido sobre el ejemplo de la bola; pero
ellos añaden que el principio de inercia es verificado indirectamente por sus consecuencias.
Ellos se expresan mal; ellos quieren decir evidentemente que se puede

- 20 -
verificar diversas consecuencias de un principio más general, y el de la inercia es sólo su caso
particular.

Propondré para este principio general el enunciado siguiente

La aceleración de un cuerpo depende sólo de la posición de este cuerpo y de los cuerpos


vecinos y sus velocidades.

Los matemáticos dirían que los movimientos de todas las moléculas materiales del universo
dependían de ecuaciones diferenciales del segundo orden.

Para dar a entender que está mucho allí la generalización natural de la ley de inercia, pediré
que se me permita una ficción. La ley de inercia, lo dije más alto, no se impone a nosotros a
priori; otras leyes serían, tan aunque ella, compatibles con el principio de razón suficiente. Si
un cuerpo no está sometido a ninguna fuerza, en lugar de suponer que su velocidad no cambia,
podríamos suponer que es su posición, o todavía su aceleración que no debe cambiar

Entonces, imaginemos para un instante que una de estas dos leyes hipotéticas sea naturaleza y
reemplaza nuestra ley de inercia. ¿Qué sería la generalización natural? Un minuto de reflexión
nos lo mostrará.

En el primer caso, deberíamos suponer que la velocidad de un cuerpo depende sólo de su


posición y de la de los cuerpos vecinos; en el segundo caso, que la variación de la aceleración
de un cuerpo depende sólo de la posición de este cuerpo y de los cuerpos vecinos, sus
velocidades y sus aceleraciones.

O sea, para hablar el lenguaje matemático, las ecuaciones diferenciales del movimiento serían
el primer orden al primer caso, y el tercer orden al segundo caso.

Modifiquemos un poco nuestra ficción. Supongo a un mundo análogo a nuestro sistema solar,
pero donde, por un azar singular, las órbitas de todos los planetas estén sin excentricidad y sin
inclinación. Supongo además que las masas de estos planetas son demasiado débiles para que
sus perturbaciones mutuas sean sensibles. Los astrónomos que vivirían en uno de estos
planetas no carecerían de concluir que la órbita de un astro puede sólo ser circular y paralela
a un cierto plano; la posición de un astro en el instante dado bastaría entonces para
determinar su velocidad y toda su trayectoria. La ley de inercia que ellos adoptarían sería el
estreno de ambas leyes hipotéticas de las que acabo de hablar.

ahora imaginemos que este sistema venga un día a ser atravesado con una gran velocidad por
un cuerpo de gran masa, venido de constelaciones lejanas. Todas las órbitas serán enturbiadas
profundamente. Nuestros astrónomos no estarían asombrados todavía demasiado; ellos
adivinarían bien que este nuevo astro era sólo culpable de todo el dolor. Pero, dirían ellos,
cuando se habrá alejado, la orden misma se restablecerá; sin duda alguna las distancias de los
planetas al sol no volverán a ser las que apuntalaban antes del cataclismo, sino cuando el
astro perturbador no estará más allí, las órbitas volverán a ser circulares.

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Sería solamente cuando el cuerpo inquietante esté lejos y cuando sin embargo las órbitas, en
lugar de volver a ser circulares, se harían elípticas, sería solamente entonces que estos
astrónomos se percibirían su error y de necesidad de rehacer toda su mecánica.

Insistí un poco en estas hipótesis; porque me parece que no se puede comprender bien lo que
es que nuestra ley de inercia generalizada, que oponiéndola a una hipótesis contraria.

¿Entonces ahora, esta ley de inercia generalizada ha sido verificada por la experiencia y puede
ella la sustancia? Cuando Newton escribió los Principios, miraba bien esta verdad como
adquirida y demostrada experimentalmente. Lo era en sus ojos, no sólo por el ídolo
anthropomorphique de quién volveremos a hablar, pero por los trabajos de Galilea. Lo era
también por las leyes de Képler mismas; según estas leyes, en efecto, la trayectoria de un
planeta es totalmente determinada por su posición y por su velocidad iniciales está bien el lo
que exige nuestro principio generalizado de inercia.

Para que este principio sea verdad sólo en apariencia, para que se pueda temer de tener un
día que lo reemplaza por un de los principios análogos que yo le oponía hace un rato, haría
falta que hubiéramos sido engañados por un azar sorprendente, como el que, en la ficción que
desarrollaba más alto, había inducido en error a nuestros astrónomos imaginarios.

Una hipótesis igual es demasiado inverosímil para que se fije en eso. Nadie no creerá que
puedan haber tales azares; sin duda la probabilidad para que dos excentricidades sean
precisamente ambas algunas, en los errores cerca de observación, no es más pequeña que la
probabilidad para que una sea precisamente igual a 0,1 por ejemplo y la otra a 0,2 a los
errores cerca de observación. La probabilidad de un acontecimiento simple no es más pequeña
que la de un acontecimiento complicado; y sin embargo si el primero se produce, no querremos
creer que la naturaleza haya hecho a propósito de engañarnos. La hipótesis de un error de este
género que siendo apartado, podemos pues suponer que en cuanto a la astronomía, nuestra ley
ha sido verificada por la experiencia.

Pero la astronomía no es la física muy entera.

¿Podríamos temer sólo una nueva experiencia vino un día hacer caer en falta la ley en algún
cantón de la Física? Una ley experimental siempre está sometida a la revisión; debemos
siempre esperar a verlo reemplazado(zada) por otra ley más precisa.

Nadie sin embargo teme sólo seriamente a aquello de quien hablamos nunca deba estar
abandonada o enmendada. ¿Por qué? Precisamente porque nunca se podrá someterlo a una
prueba decisiva.

En primer lugar, para que esta prueba sea completa, haría falta que después de un cierto
tiempo todos los cuerpos del universo volvieran a sus posiciones iniciales con sus velocidades
iniciales. Veríamos entonces si, a partir de este momento, ellos recuperan las trayectorias que
ya siguieron una vez.

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Pero esta prueba es imposible, podemos hacerla parcialmente sólo, y, si aunque la hagamos,
habrá siempre unos cuerpos que no volverán a su posición inicial; así toda derogación a la ley
encontrará fácilmente su explicación.

No es todo: en Astronomía, vemos los cuerpos y estudiamos sus movimientos, y suponemos


más a menudo que ellos no sufren la acción de los otros cuerpos invisibles. En estas
condiciones, hace falta bien que nuestra ley se verifique o no se verifique.

Pero en Física, él no está de allí también: si los fenómenos físicos son debidos a movimientos,
es a los movimientos de moléculas a los que no vemos. Tan entonces la aceleración de uno de
los cuerpos como veamos nos engalanaba depender de otra cosa que posiciones o velocidades
de los otros cuerpos visibles o moléculas invisibles cuya existencia hemos sido hechos
anteriormente a admitir, nada no nos impedirá suponer que esta otra cosa es la posición o la
velocidad de las otras moléculas de las que hasta ahí no habíamos sospechado la presencia. La
ley se encontrará salvaguardada.

Que se me permita emplear un instante el lenguaje matemático para expresar el mismo


pensamiento bajo otra forma. Supongo que observamos n moléculas y que comprobábamos
que sus $3n$ coordinados satisfacían a un sistema de $3n$ ecuaciones diferenciales del cuarto
orden (y de no segundo orden, como lo exigiría la ley de inercia). Sabemos que introduciendo
$3n$ variables auxiliares, un sistema de $3n$ ecuaciones del cuarto orden puede ser devuelto
en un sistema de $6n$ ecuaciones del segundo orden. Si entonces suponemos que estos $3n$
variables auxiliares representan las señas de $n$ moléculas invisibles, el resultado está
conforme de nuevo con la ley de inercia.

En resumen, esta ley, verificada experimentalmente en unos casos particulares, puede ser
extendida sin temor a los casos más generales, porque sabemos que en estos casos generales la
experiencia no puede ni confirmarla más, ni contradecirla.

LA LEY DE La ACELERACIÓN. - La aceleración de un cuerpo es igual a la fuerza que actúa


sobre él dividida por su masa.

¿Esta ley puede ser verificada por la experiencia? Para esto, habría que medir los tres
tamaños que figuran en el enunciado: aceleración, fuerza y masa.

Supongo que se pueda medir la aceleración, porque paso sobre la dificultad que proviene de la
medida del tiempo. ¿Pero cómo medir la fuerza, o la masa? Hasta no sabemos lo qué es.

¿Qué la masa? Es, responde Newton, el producto del volumen por la densidad. - Valdría Más
decir, responden Thomson y Calla, que la densidad es el cociente de la masa por el volumen.

¿Qué la fuerza? Es, responde por Lagrange, una causa que produce el movimiento de un cuerpo
o que tiende a reproducirlo. - Es, dirá a Kirchhoff, el producto de la masa por la aceleración.
¿Pero entonces, por qué no decir qué la masa es el cociente de la fuerza por la aceleración?

Estas dificultades son inextricables.

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Cuando se dice que la fuerza es la causa de un movimiento, hacemos de metafísica, y esta
definición, si se debía contentarse con eso, se era absolutamente estéril. Para que una definición
pueda servir para algo, hace falta que ella nos aprenda a medir la fuerza; esto basta por otra
parte, no es necesario de ninguna manera que ella nos aprenda lo que es que la fuerza en sí, ni
si es la causa o el efecto del movimiento.

Hay que pues definir primero la igualdad de dos fuerzas. ¿Cuándo diremos que dos fuerzas son
iguales? Es, responderemos, cuando, aplicadas sobre la misma masa, ellas le imprimen la
misma aceleración, o cuando, opuestas directamente una al otro, se hacen equilibrio. Esta
definición es sólo una engáñala ojo. No podemos descolgar una fuerza aplicada sobre un
cuerpo para engancharla en otro cuerpo, como descolgamos una locomotora para
engancharla en otro tren. Es pues imposible saber cual aceleración tal fuerza, aplicada sobre
tal cuerpo, imprimiría a tal otro cuerpo, si fue aplicada sobre él. Es imposible saber cómo se
portarían dos fuerzas que no son opuestas directamente, si fueran directamente opuestas.

Es la definición que se procura materializar, para decirlo así, cuando mide una fuerza con un
dinamómetro, o equilibrándola por un peso. Dos fuerzas $F$ y $F ' dólares, que supondré
verticales y dirigidas de bajo arriba para simplificar, son respectivamente aplicadas sobre dos
cuerpos $C$ y $C ' dólares; suspendo el mismo cuerpo pesado $P$ primero del cuerpo $C$,
luego en el cuerpo $C ' dólares; si el equilibrio se efectua en ambos casos, concluiré que
ambas fuerzas $F$ y $F ' dólares son iguales entre ellas, ya que ellas ambas son iguales al
peso del cuerpo $P$.

¿Pero estoy seguro que el cuerpo $P$ conservó el mismo peso cuando le transporté del primer
cuerpo al segundo? Ni mucho menos, estoy seguro de lo contrario; sé que la intensidad de la
gravedad varía de un punto a otro, y que es más fuerte, por ejemplo, al polo que en el ecuador.
Sin duda la diferencia es muy débil y, en la práctica, no lo tendré en cuenta, sino una definición
bien hecha debería tener un rigor matemático: este rigor no existe. Lo que digo del peso se
aplicaría evidentemente a la fuerza del resorte de un dinamómetro, lo que la temperatura y una
muchedumbre de circunstancias pueden hacer variar.

No es todo: no podemos decir que el peso del cuerpo $P$ es aplicado sobre el cuerpo $C$ y
equilibra directamente la fuerza $F$. Lo que es aplicada sobre el cuerpo $C$, es la acción $A$
del cuerpo $P$ sobre el cuerpo $C$; el cuerpo $P$ está sometido de su costado, por una parte
a su peso, de antro se va a la reacción $R$ del cuerpo $C$ sobre $P$. En definitiva, la fuerza
$F$ es igual a la fuerza $A$, porque ella le hace equilibrio; la fuerza $A$ es igual a $R$, en
virtud del principio de la igualdad de la acción y de la reacción; finalmente, la fuerza $R$ es
igual al peso de $P$, porque ella le hace equilibrio. Son las tres igualdades que deducimos
como consecuencia la igualdad de $F$ y del peso de $P$.

Somos obligados a hacer intervenir pues en la definición de la igualdad de dos fuerzas, el


mismo principio de la igualdad de la acción y de la reacción; en esta cuenta, este principio no
debería ser visto más como una ley experimental, sino como una definición.

Nosotros he aquí pues, para reconocer la igualdad de dos fuerzas, en posesión de dos reglas:
igualdad de dos fuerzas que se hacen equilibra; igualdad de la acción y de la

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reacción. Pero, lo vimos más alto, estas dos reglas son insuficientes; somos obligados a
recurrir a la tercera regla y a suponer que ciertas fuerzas como, por ejemplo, el peso de un
cuerpo, son constantes en tamaño y en dirección. Pero esta tercera regla, lo dije, es una ley
experimental; sólo es aproximadamente verdadera, es una mala definición.

Nosotros somos devueltos pues la definición de Kirchhoff: la fuerza es igual a la masa


multiplicada por la aceleración. Esta « ley de Newton » deja a su turno de ser vista como una
ley experimental, no es más que una definición. Pero esta definición es todavía insuficiente, ya
que no sabemos lo qué es que la agrupa. Ella nos permite calcular sin duda el informe de dos
fuerzas aplicadas sobre el mismo cuerpo en los diferentes instantes; ella no nos aprende nada
sobre el informe de dos fuerzas aplicadas sobre dos diferentes cuerpos.

Para completarlo, hay que de nuevo recurrirle a la tercera ley de Newton (igualdad de la
acción y de la reacción), mirada todavía, no como una ley experimental, pero como una
definición. Dos cuerpos $A$ y $B$ actúan uno tras otro; la aceleración de $A$ multiplicada
por la masa de $A$ es igual a la acción de $B$ sobre $A$; también, el producto de la
aceleración de $B$ por su masa es igual a la reacción de $A$ sobre $B$. Así como, por
definición, la acción es igual a la reacción, las masas de $A$ y de $B$ están en razón inversa
de las aceleraciones de estos dos cuerpos. He aquí el informe de estas dos masas definido y
esto está en la experiencia tiene verificar que este informe es constante.

Esto sería muy bien si ambos cuerpos $A$ y $B$ fueran únicos en presencia y sustraídos de la
acción además del mundo. No es nada; la aceleración de $A$ no es debida solamente a la
acción de $B$, sino a una muchedumbre de los otros cuerpos $$C, $D$... Para aplicar la regla
precedente, hay que pues descomponer la aceleración de $A$ en varios componentes, y
discernir qué es la de estos componentes que es debida a la acción de $B$.

Esta descomposición sería todavía posible, si suponíamos que la acción de $C$ sobre $A$ se
añadía simplemente a la de $B$ sobre $A$, sin que la presencia del cuerpo $C$ modifique la
acción de $B$ sobre $A$, o que la presencia de $B$ modifica la acción de $C$ sobre $A$; si
suponíamos, por consiguiente, que dos cualesquiera cuerpos se atraían, que su acción mutua
es dirigida según la derecha que les junta y descuelga sólo de su distancia; si admitíamos, en
una palabra, la hipótesis de las fuerzas centrales.

Sabemos que, para determinar las masas de los cuerpos celestes, nos servimos de un principio
muy diferente. La ley de la gravitación nos sabe que la atracción de dos cuerpos es
proporcional a sus masas; si $r$ es su distancia, $m$ y $m ' dólares sus masas, $k$ una
constante, su atracción será

$\frac {kmm '} {r ^ {2}} dólares

Lo que se mide entonces, no es la masa, informe de la fuerza en la aceleración, es la masa


atrayente; no es la inercia del cuerpo, es su poder atrayente.

Es ello un procedimiento indirecto, cuyo empleo no es teóricamente indispensable. Habría


podido suceder muy bien que la atracción fuera a la inversa proporcional al

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cuadrado de la distancia, sin ser proporcional al producto de las masas, que fuera igual a

$\frac {f} {r ^ {2}} dólares

pero sin que se tuviera:

$f = kmm ' dólares.

Si él estuviera de allí así, podríamos sin embargo, por la observación de los movimientos
relativos de los cuerpos celestes medir las masas de estos cuerpos.

¿Pero tenemos el derecho de admitir la hipótesis de las fuerzas centrales? ¿Esta hipótesis es
rigurosamente exacta? ¿Es cierto que nunca será contradicha por la experiencia? ¿Quién se
atrevería afirmarlo? Y si debemos abandonar esta hipótesis, todo el edificio tan
laboriosamente educado se derrumbará.

No tenemos más el derecho de hablar del componente de la aceleración de $A$ que es debido
a la acción de $B$. No tenemos ningún medio de discernirla de la que es debida a la acción de
$C$ o de otro cuerpo. La regla para la medida de las masas se hace inaplicable.

¿Qué queda entonces de un principio de la igualdad de la acción y de la reacción? Si la


hipótesis de las fuerzas centrales es rechazada, este principio debe evidentemente aburrirse así:
resultante la geométrica de todas las fuerzas aplicadas sobre diversos cuerpos de un sistema
sustraído de toda acción exterior, será ninguna. Donde, en otras palabras, el movimiento del
centro de gravidad de este sistema será rectilíneo y uniforme.

He aquí, él parece, un medio de definir la masa; la posición del centro de gravidad depende
evidentemente de los valores atribuidos a las masas; habrá que disponer de estos valores de
manera que el movimiento de este centro de gravidad sea rectilíneo y uniforme; esto siempre
será posible si la tercera ley de Newton es verdadera, y esto será posible en general sólo de
una sola manera.

Pero no existe sistema sustraído de toda acción exterior; todas las partes del universo sufren
más o menos fuertemente la acción de todas las demás partes. La ley del movimiento del centro
de gravidad es rigurosamente verdadera sólo si se la aplica sobre el universo muy entero.

Pero entonces habría que, para tirar de eso los valores de las masas, observar el movimiento
del centro de gravidad del Universo. La absurdidad de esta consecuencia es manifiesta;
conocemos sólo movimientos relativos; el movimiento del centro de gravidad del universo
quedará para nosotros uno eterno una desconocida.

No queda pues nada y nuestros esfuerzos fueron infructuosos; somos acorralados la definición
siguiente, que es sólo una confesión de impotencia: las masas son unos coeficientes que es
cómodo introducir en los cálculos.

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Podríamos rehacer toda la mecánica atribuyendo a todas las masas de los diferentes valores.
Esta noticia mecánica no estaría en contradicción ni con la experiencia, ni con los principios
generales de la dinámica (principio de la inercia, proporcionalidad de las fuerzas en las masas
y en las aceleraciones, la igualdad de la acción y de la reacción, el movimiento rectilíneo y
uniforme del centro de gravidad, principio de las áreas).

Solamente las ecuaciones de esta noticia mecánica serían menos simples. Entendamosnos bien:
serían solamente los primeros plazos que serían menos simples, es decir aquello quienes la
experiencia ya nos hizo saber; tal vez podría alterar las masas de pequeñas cantidades sin que
las ecuaciones completas ganen o pierdan en sencillez.

Hertz se preguntó si los principios de la mecánica eran verdaderos rigurosamente. « En la


opinión de muchos físicos, dice él, él parecerá como inconcebible que la experiencia más
alejada nunca pueda cambiar algo en los principios inquebrantables de la mecánica; y sin
embargo lo que sale de la experiencia puede ser rectificado siempre por la experiencia. »

Después de lo que acabamos de decir, estos temores parecerán superfluos. Los principios de la
dinámica aparecían en nosotros primero como las verdades experimentales; pero hemos sido
obligados a servirnos de eso como definiciones. Es por definición que la fuerza es igual al
producto de la masa por la aceleración; he aquí un principio que está en lo sucesivo colocado
fuera del ataque de ninguna experiencia ulterior. También es por definición que la acción es
igual a la reacción.

Pero entonces, diremos, estos principios incomprobables están absolutamente vacíos de todo
significado; la experiencia no puede contradecirlos; pero ellos no pueden nada aprendernos de
útil; ¿para qué entonces estudiar la dinámica?

Esta condena demasiado rápida sería injusta. No hay, en la naturaleza, sistema perfectamente
aislado, perfectamente sustraído de toda acción exterior; pero hay sistemas más o menos
aislados.

Si se observa un sistema igual, podemos estudiar no sólo el movimiento relativo de sus diversas
partes el uno con relación al otro, sino que el movimiento de su centro de gravidad con relación
a otras partes del universo. Comprobamos mientras que el movimiento de este centro de
gravidad es más o menos rectilíneo y uniforme, conforme a la tercera ley de Newton.

Está allí la verdad experimental, pero no podrá ser invalidada por la experiencia; ¿qué nos
aprendería en efecto una experiencia más precisa? Ella nos sabría que la ley era sólo tiene poco
cerca verdadera; pero, esto, ya lo sabíamos. Nos explicamos ahora cómo la experiencia pudo
servir de base para los principios de la mecánica y sin embargo nunca podrá contradecirlos.

LA MECÁNICA ANTHROPOMORPHIQUE. - Kirchhoff, diremos, sólo obedeció a la tendencia


general de los matemáticos a nominalisme; su habilidad de físico no lo preservó de eso. Él
quiso a tener una definición de la fuerza, y tomó por esto la primera proposición venida; pero
una definición de la fuerza, nosotros no lo necesitamos: la idea de fuerza es una noción
primitiva e irreductible, indéfinissable; nosotros todos

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sabemos lo que es, tenemos la intuición directa. Esta intuición directa proviene de la noción de
esfuerzo, que nos trata con familiaridad desde la infancia.

Pero primero, a pesar de todo esta intuición directa nos haría saber la naturaleza verdadera
de la fuerza en sí, sería insuficiente para fundar la Mecánica; sería completamente inútil por
otra parte. Lo que importa, esto no hay que saber lo que es que lo fuerza, esto hay que saber
medirlo.

Todo que no nos aprende a medirlo es tan inútil para el mecánico, que lo es, por ejemplo, la
noción subjectiva de calor y de frío en el físico que estudia el calor. Esta noción subjectiva no
puede traducirse en números, pues no sirve para nada; un sabio cuya piel sería conductora
absolutamente mala del calor y que, por consiguiente, nunca habría probado, ni sensaciones
de frío, ni sensaciones de calor, podría mirar un termómetro tan aunque otro, y esto baste para
él para construir toda la teoría del calor.

Entonces esta noción inmediata de esfuerzo no puede servirnos para medir la fuerza; es claro,
por ejemplo que sentiré más cansancio levantando un peso de cincuenta kilos que un hombre
acostumbrado llevar cargas.

Pero hay más: esta noción de esfuerzo no nos hace saber la naturaleza verdadera de la fuerza;
ella se reduce en definitiva a una memoria de sensaciones musculares, y no sostendremos que
el sol prueba una sensación muscular cuando atrae la tierra.

Todo lo que se puede buscar allí, es un símbolo, menos preciso y menos cómodo que las flechas
de las que se sirven los agrimensores, pero tan alejado de la realidad.

Anthropomorphisme jugó un papel histórico considerable en el génesis de la mecánica; tal vez


él todavía proporcionará algunas veces un símbolo que parecerá cómodo a unos espíritus;
pero él no puede fundar nada quién tenga un carácter verdaderamente científico, o un carácter
verdaderamente filosófico.

« La ESCUELA DEL HILO. » - Sr. Andrade, en sus Lecciones de física Mecánica, rejuveneció
la mecánica anthropomorphique. A la escuela de mecánicos de quien forma parte Kirchhoff, él
opone lo que él llama bastante de forma extraña la escuela del hilo.

Esta escuela procura devolver todo la consideración de ciertos sistemas materiales de masa
despreciable, contemplados en el estado de tensión y capaces de transmitirles efectos
considerables a cuerpos alejados, sistema cuyo tipo ideal es el hilo.

Un hilo que transmite cualquier fuerza, se alarga ligeramente bajo el efecto de esta fuerza; la
dirección del hilo nos hace saber la dirección de la fuerza, cuyo tamaño es medido por el
alargamiento del hilo.

Podemos entonces concebir una experiencia tal como ésta. Un cuerpo $A$ es atado a un hilo;
a la otra extremidad del hilo hacemos actuar cualquier fuerza que hacemos variar hasta que el
hilo tome un alargamiento $a$, anotamos la aceleración del cuerpo $A$; separamos $A$ y
atamos el cuerpo $B$ al mismo hilo, hacemos actuar de nuevo la fuerza, u otra fuerza, y la
hacemos variar hasta que el hilo recupere el alargamiento $a$; anotamos la aceleración del

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cuerpo $B$. Empezamos de nuevo la experiencia tanto con el cuerpo $A$ como con el cuerpo
$B$, pero de manera que el hilo tome el

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alargamiento $b$. Las cuatro aceleraciones observadas deben ser proporcionales. Tenemos así
una comprobación experimental de la ley de aceleración enunciada más alto.

O sea todavía sometemos uno cuerpo a la acción simultánea de varios hijos idénticos también
tendidos, y buscamos por la experiencia cuales deben ser las orientaciones de todos estos hijos
para que el cuerpo quede a equilibrio. Tenemos entonces una comprobación experimental de la
regla de la composición de las fuerzas.

¿Pero, en suma, que hicimos? Definimos la fuerza a la cual el hilo está sometido por la
deformación sufrida por este hilo, lo que es bastante razonable; supusimos luego que si un
cuerpo era atado a este hilo, el esfuerzo que le era transmitido por el hilo era igual a la acción
que este cuerpo ejerce sobre este hilo; en definitiva, nos servimos del principio de la igualdad
de la acción y de la reacción, considerándolo, no como la verdad de experiencia, pero como la
misma definición de la fuerza.

Esta definición es tan convencional como la de Kirchhoff, pero es mucho menos general.

Todas las fuerzas no son transmitidas por hilos (todavía haría falta para que se pueda
compararlas que ellas todas lo fueran por hijos idénticos). Si hasta se suponía que la tierra era
atada al sol por algún hilo invisible, por lo menos como convendríamos que no tenemos ningún
medio de medir el alargamiento.

Nueve veces de cada diez, por consiguiente, nuestra definición estaría en defecto; no
podríamos atribuirle ninguna especie de sentido, y habría que volver de allí a Kirchhoff.

¿Por qué entonces tomar este rodeo? Usted admite una cierta definición de la fuerza que tiene
sentido sólo en ciertos casos particulares. En estos casos verifica por la experiencia que
conduce a la ley de la aceleración. Autorizado por esta experiencia, toma luego la ley de la
aceleración como la definición de la fuerza en todos los demás casos.

¿No sería más simple considerar la ley de la aceleración como una definición en todos los
casos, y mirar las experiencias en pregunta, como no comprobaciones de esta ley, pero como
comprobaciones del principio de reacción, o como que demostrarían que las deformaciones de
un cuerpo elástico dependen sólo de las fuerzas a las cuales este cuerpo está sometido?

Sin contar que las condiciones en las cuales su definición podría ser aceptada siempre son
rellenadas sólo insuficientemente, que un hilo nunca está sin masa, que siempre es sustraído de
muy diferente fuerza sólo la reacción de los cuerpos atados a sus extremidades.

Las ideas de Sr. Andrade no son interesantes menos muy de allí; si ellas no satisfacen nuestra
necesidad de lógica, ellas nos dan a entender mejor el génesis histórico de las nociones
mecánicas fundamentales. Las reflexiones que ellas nos sugieren nos muestran cómo el espíritu
humano se elevó de un anthropomorphisme ingenuo a las concepciones actuales de la ciencia.

- 20 -
Vemos hasta el punto de salida una experiencia muy particular y en suma bastante grosera;
hasta el punto de llegada, una ley completamente general y completamente precisa, y cuya
certeza miramos como absoluta. Esta certeza, somos nosotros quienes se la confirieron para
decirlo así libremente, viéndola como un convenio.

¿La ley de la aceleración, la regla de la composición de las fuerzas ellas son pues sólo unos
convenios arbitrarios? Convenios, sí; arbitrariedades, no; lo serían si se perdía de vista las
experiencias que condujeron a los fundadores de la ciencia que las adopta, y que, por muy
imperfectas que sean, bastan para justificarlas. Es bueno que, de vez en cuando, se devuelva
nuestra atención en el origen experimental de estos convenios.

CHAPITRE VII ------------------------------------------------------- El Movimiento relativo y el


Movimiento absoluto.

EL PRINCIPIO DEL MOVIMIENTO RELATIVO. - Procuramos Algunas veces relacionar la


ley de la aceleración con un principio más general. El movimiento de cualquier sistema debe
obedecer a las mismas leyes, que lo informamos a ejes fijos, o a ejes móviles arrastrados en un
movimiento rectilíneo y uniforme. Es el principio del movimiento relativo, que se impone a
nosotros por dos razones: primero, la experiencia más vulgar lo confirma, y luego la hipótesis
contraria repugnaría extracamente al espíritu.

Admitamoslo pues, y consideremos uno cuerpo sometido a una fuerza; el movimiento relativo
de este cuerpo, con relación a un observador animado de una velocidad uniforme igual a la
velocidad inicial del cuerpo, deberá ser idéntico a lo que sería su movimiento absoluto si él se
fuera del descanso. Lo concluimos que su aceleración no debe depender de su velocidad
absoluta, hasta procuramos tirar de allí una demostración de la ley de aceleración.

Hubo mucho tiempo rastros de esta demostración en los programas del bachillerato ès
ciencias. Es evidente que esta tentativa es vana. El obstáculo que nos impedía demostrar la ley
de aceleración, es que no teníamos definición de la fuerza; este obstáculo subsiste todo entero,
ya que el principio invocado no nos proporcionó la definición que fallaba de nosotros.

El principio mismo del movimiento relativo no es menos fuerte de allí interesando y merece de
ser estudiado. Procuremos primero enunciarlo de modo preciso.

Dijimos más alto que las aceleraciones de los diferentes cuerpos que forman parte de un
sistema aislado dependen sólo de sus velocidades y de sus posiciones relativas, y no de sus
velocidades y de sus posiciones absolutas, con tal que los ejes móviles a los cuales el
movimiento relativo es informado sean arrastrados en un movimiento rectilíneo y uniforme.
Donde, si se gusta mejor, sus aceleraciones dependen sólo de las diferencias de sus
velocidades y de las diferencias de sus señas, y los no de valores absolutos de estas
velocidades y estas señas.

- 20 -
Si este principio es verdad para las aceleraciones relativas, o mejor para las diferencias de
aceleración, combinándolo con la ley de la reacción, deduciremos de eso que todavía es
verdad para las aceleraciones absolutas.

Queda pues a ver cómo se puede demostrar que las diferencias de las aceleraciones dependen
sólo de las diferencias de las velocidades y señas, o, para hablar el lenguaje matemático, que
estas diferencias de señas satisfacen a ecuaciones diferenciales del segundo orden.

¿Esta demostración puede ser deducida de experiencias o de consideraciones a priori?

Recordando lo que dijimos más alto, el lector mismo hará la respuesta.

Tan enunciado, en efecto, el principio del movimiento relativo se parece extracamente a lo que
llamaba más alto el principio generalizado de la inercia; no es completamente la misma cosa,
ya que se trata de las diferencias de señas y las no de señas mismas. El nuevo principio nos
aprende pues algo además que lo antiguo, pero la misma discusión se aplica a eso y
conduciría a las mismas conclusiones; es inútil volver allá.

El ARGUMENTO DE NEWTON. - Aquí, encontramos una pregunta muy importante y hasta un


poco inquietante. Dije que el principio del movimiento relativo no era solamente para nosotros
el resultado de experiencia, y que a priori toda hipótesis contraria repugnaría al espíritu.

¿Pero entonces, por qué el principio es verdad sólo si el movimiento de los ejes móviles es
rectilíneo y uniforme? Parece que él debería imponerse a nosotros con la misma fuerza, si este
movimiento es variado o por lo menos si se reduce a una rotación uniforme. Entonces, en estos
dos casos, el principio no es verdad.

No insistiré mucho tiempo en el caso dónde el movimiento de los ejes es rectilíneo sin ser
uniforme; la paradoja no resiste al instante de examen. Si estoy en vagón, y si el tren.
chocando cualquier obstáculo, se paro precipitadamente, seré proyectado sobre la banqueta
opuesta, aunque no haya estado sometido directamente a ninguna fuerza. No hay nada allí de
misterioso; si no sufrí la acción de ninguna fuerza exterior, el tren, él, sintió un choque
exterior. Que el movimiento relativo de dos cuerpos se encuentre enturbiado, tan pronto como
el movimiento el de uno o del otro sea modificado por una causa exterior, no puede tener nada
allí allí de paradójico.

Me pararé más tiempo sobre el caso de los movimientos relativos informados a ejes que giran
de una rotación uniforme. Si el cielo fuera cubierto sin cesar de nubes, si nosotros no
tuviéramos ningún medio de observar los astros, podríamos, sin embargo, concluir que la
tierra gire; seríamos advertidos de allí por su aplanamiento, o sea todavía por la experiencia
del péndulo de Foucault.

¿Y sin embargo, en ese caso, decir que la tierra gira, esto tendría un sentido? ¿Si no hay
espacio absoluto, podemos girar sin girar con relación a algo, y por otra parte cómo
podríamos admitir la conclusión de Newton y creer en el espacio absoluto?

Pero no basta con comprobar que todas las soluciones posibles también nos choquen; hay que
analizar para cada una de ellas, las razones de nuestra repugnancia, con el fin

- 20 -
de elegir con conocimiento de causa. Disculparemos pues la discusión larga que va a seguir.

Recuperemos nuestra ficción: las nubes espesas esconden los astros a los hombres, que no
pueden observarlas y hasta ignoran la existencia; ¿cómo estos hombres sabrán que la tierra
gire? Aunque nuestros antepasados sin duda, ellos mirarán el suelo que los lleva como fijo e
inquebrantable; ellos esperarán bien más tiempo el advenimiento de Copernic. Pero
finalmente este Copernic acabaría por venir; ¿cómo él vendría?

Los mecánicos de este mundo no chocarían primero contra una contradicción absoluta. En la
teoría del movimiento relativo, contemplamos, aparte de las fuerzas reales, dos fuerzas
ficticias que llamamos la fuerza centrífuga ordinaria y la fuerza centrífuga compuesta. Nuestro
imaginario sabio podría pues explicar todo mirando estas dos fuerzas como reales, y ellos no
verían allí contradicción con el principio generalizado de la inercia, porque estas fuerzas
dependerían, la una de las posiciones relativas de las diversas partes del sistema, como las
atracciones reales, la otra de sus velocidades relativas, como los frotamientos reales.

Muchas dificultades sin embargo no tardarían a despertar su atención; si ellos consiguieran


realizar un sistema aislado, el centro de gravidad de este sistema no tendría una trayectoria
más o menos rectilínea. Ellos podrían invocar, para explicar este hecho, las fuerzas centrífugas
que mirarían como reales y que atribuirían sin duda a las acciones mutuas de los cuerpos.
Solamente ellos no verían estas fuerzas anularse a las grandes distancias, es decir a medida
que el aislamiento sería mejor realizado; ni mucho menos: la fuerza centrífuga cree
indefinidamente con la distancia.

Esta dificultad les parecería ya bastante grande; y sin embargo ella no los pararía mucho
tiempo: ellos imaginarían pronto un medio muy sutil, análogo a nuestro éther, donde todos los
cuerpos estarían inmerso y quienes ejercerían sobre ellos una acción repulsiva.

Pero no es todo. El espacio es simétrico, y sin embargo las leyes del movimiento no
presentarían simetría; ellas deberían distinguir entre la derecha y la izquierda. Veríamos por
ejemplo que los ciclones giraban siempre en el mismo sentido, mientras que por razón de
simetría estos meteoros deberían girar indiferentemente en un sentido y en el otro. Si nuestros
sabios hubieran alcanzado a fuerza de trabajo que devuelve su universo perfectamente
simétrico, esta simetría no subsistiría, aunque no haya ninguna razón aparente para que sea
enturbiada en un sentido más bien que en el otro.

Ellos saldrían de eso sin duda alguna, inventarían algo que no fuera más extraordinario que
las esferas de vidrio de Ptolémée, e iríamos así, acumulando las complicaciones, hasta que el
Copernic esperado los barra totalmente de un solo golpe, diciendo: Es mucho más simple
suponer que la tierra gira.

Y lo mismo que nuestro Copernic nos dijo: es más cómodo suponer que la tierra gira, porque
se expresa así las leyes de la astronomía en un lenguaje mucho más simple; ése diría: Es más
cómodo suponer que la tierra gira, porque se expresa así las leyes de la mecánica en un
lenguaje mucho más simple.

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Esto no impide que el espacio en absoluto, es decir repara ello a quién habría que informarle
la tierra para saber si realmente gira, no tiene ninguna existencia objetiva. Dedales entonces,
esta afirmación: « la tierra gira », no tiene ningún sentido, ya que ninguna experiencia no
permitirá verificarlo; ya que tal experiencia, no sólo no podría ser realizada ni, soñado ni por
el Jules Verne más intrépido, sino que no puede ser concebida sin contradicción; o más bien
estas dos proposiciones: « la tierra gira », y: « es más cómodo suponer que la tierra gira »,
tienen un solo y único sentido; no hay nada más en una que en el(la) otro(a).

Tal vez como todavía no nos contentaremos con esto, y encontraremos ya chocante que, entre
todas las hipótesis o más bien todos los convenios que podemos hacer a este tema, haya una
que sea más cómoda que otros(as).

¿Pero si lo admitimos sin pena cuando se trataba de las leyes de la astronomía, por qué
chocaríamos en cuanto a la mecánica?

Vimos que las señas de los cuerpos eran determinadas por ecuaciones diferenciales del
segundo orden, y que lo mismo ocurre diferencias de estas señas. Es lo que llamamos el
principio generalizado de inercia y el principio del movimiento relativo. Si las distancias de
estos cuerpos también fueron determinadas por ecuaciones del segundo orden, parece que el
espíritu debería estar totalmente satisfecho. ¿En qué medida recibe el espíritu esta
satisfacción, y por qué no se contenta con eso?

Para darnos cuenta de eso, él vale más tomar un ejemplo simple. Supongo un sistema análogo
a nuestro sistema solar, pero de donde no se pueda percibir estrellas fijas extranjeras para este
sistema, de tal modo que los astrónomos no puedan observar sólo las distancias mutuas de los
planetas y del sol, y no las longitudes absolutas de los planetas. Si deducimos directamente de
la ley de Newton las ecuaciones diferenciales que definen la variación de estas distancias,
estas ecuaciones no son el segundo orden. Quiero decir que si, además de la ley de Newton, se
conocía los valores iniciales de estas distancias y sus derivadas con relación al tiempo, esto no
bastaría para determinar los valores de estas mismas distancias en el instante ulterior.
Faltarían todavía un dato, y este dato, podría ser por ejemplo lo que los astrónomos llaman la
constante de las áreas.

Pero aquí, podemos colocarnos desde dos diferentes puntos de vista; podemos distinguir dos
suertes de constantes. En los ojos del físico, el mundo se reduce a una serie de fenómenos,
dependiendo únicamente, por una parte, de los fenómenos iniciales, por otra parte, de las leyes
que atan los consecuentes a los antecedentes. Si entonces la observación nos sabe que una
cierta cantidad es una constante, tendremos la elección entre dos maneras de ver.

O sea supondremos que hay una ley que quiere que esta cantidad no pueda variar, sino que es
por casualidad que se encontró tener, al principio de los siglos, tal valor más bien que tal otra,
valor que ella debió conservar después. Esta cantidad podría entonces llamarse una constante
accidental.

O sea supondremos al contrario que hay una ley de la naturaleza que impone a esta cantidad tal
valor y no tal otra. Tendremos entonces lo que se puede llamar una constante esencial.

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Por ejemplo, en virtud de las leyes de Newton, la duración de la revolución de la tierra debe
ser constante. Pero si ella es igual a 366 días siderales y algo y a no a 800 o a no a 400, es a
consecuencia de no sé cual azar inicial. Es una constante accidental. Si al contrario el
expositor de la distancia que figura en la expresión de la fuerza atractiva, es igual a-2 y no a-
3, no es por casualidad, es porque la ley de Newton la exige. Es una constante esencial.

No sé si esta manera de hacer al azar su parte es legítima en sí, y si esta distinción no tiene
algo de artificial; él está seguro por lo menos que, mientras la naturaleza tenga secretos, ella
estará en la aplicación fuertemente arbitraria y siempre precaria.

En cuanto a la constante de las áreas, tenemos la costumbre de mirarlo como accidental. ¿Es
cierto que nuestros astrónomos imaginarios lo harían tanto? Si hubieran podido comparar dos
diferentes sistemas solares, tendrían la idea que esta constante puede tener varios diferentes
valores; pero supuse justamente al principio que su sistema parecía como aislado, y que ellos
no observaban ningún astro quién fuera extranjero para eso. En estas condiciones, ellos
podrían ver sólo una constante única que tendría un valor único absolutamente invariable;
serían llevados sin duda alguna que lo ve como una constante esencial.

Una palabra pasando para prevenir una objeción: los habitantes de este mundo ficticio no
podrían observar ni definir ni la constante de las áreas como lo hacemos, ya que las longitudes
absolutas escapan de ellos; esto no impediría que rápido serían hechos a observar una cierta
constante que se introduciría naturalmente en sus ecuaciones y que no sería otra cosa que lo
que llamamos la constante de las áreas.

Pero entonces he aquí lo que va a pasar. Si la constante de las áreas es mirada como esencial,
como dependiente de una ley de la naturaleza, bastará, para calcular las distancias de los
planetas en el cualquier instante, con conocer los valores iniciales de estas distancias y los de
sus derivados estrenos. Desde este nuevo punto de vista, las distancias serán regidas por
ecuaciones diferenciales del segundo orden.

¿El espíritu de estos astrónomos estaría satisfecho sin embargo completamente? No lo creo;
primero, ellos se percibirían pronto que diferenciando sus ecuaciones, para educar el orden,
estas ecuaciones se hacen mucho más simples. Y sobre todo serían golpeados de la dificultad
que proviene de la simetría. Habría que admitir diferentes leyes, según que el conjunto de los
planetas presentaría la figura de un cierto poliedro o sea de un poliedro simétrico, y
escaparíamos de esta consecuencia sólo mirando la constante de las áreas como accidental.

Tomé un ejemplo muy particular, ya que supuse a astrónomos que no se ocuparían en absoluto
de mecánica terrestre y cuya vista sería limitada el sistema solar. Pero nuestras conclusiones
se aplican a todos los casos. Nuestro universo es más extendido que el suyo, ya que tenemos
estrellas fijas, pero él también es limitado sin embargo, y entonces podríamos razonar en
conjunto de nuestro universo, como estos astrónomos en su sistema solar.

Vemos así que en definitiva seríamos conducidos a concluir que las ecuaciones que definen las
distancias son orden superior al segundo. ¿Por qué seríamos chocados, por qué encontramos
nosotros muy natural que la continuación de los fenómenos

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descuelgue valores iniciales de derivadas estrenos de estas distancias, mientras que vacilamos
en suponer que ellas puedan depender de los valores iniciales de derivadas el segundo? Puede
ser sólo a causa de costumbres de espíritu creadas en nosotros por el estudio constante del
principio generalizado de inercia y sus consecuencias.

Los valores de las distancias en el cualquier instante dependen de sus valores iniciales, de los
de sus derivando estrenos y todavía de otra cosa. ¿Qué esta otra cosa?

Si no se quiere que sea sencillamente uno de derivadas el segundo, tenemos sólo la elección de
las hipótesis. Suponer, como lo hacemos de ordinario, que esta otra cosa es esto la orientación
absoluta del universo en el espacio, o la rapidez con la cual esta orientación varía, esto puede
ser, esto es ciertamente la solución más cómoda para el agrimensor; no es el más satisfactorio
para el filósofo, ya que esta orientación no existe.

Podemos suponer que esta otra cosa es la posición o la velocidad de algún cuerpo invisible; es
lo que hicieron ciertas personas que hasta lo llamaron el cuerpo alfa, aunque estemos
destinados a no saber sólo nunca sobre este cuerpo su nombre. Está allí un artificio
completamente análogo a aquello de quien yo hablaba al fin del párrafo consagrado a mis
reflexiones sobre el principio de inercia.

Pero en suma la dificultad es artificial. Con tal que las futuras indicaciones de nuestros
instrumentos puedan depender sólo de las indicaciones que nos dieron o tal que habrían
podido dar en otro tiempo, es todo lo que hace falta. Entonces, bajo este informe podemos ser
tranquilos(as).

CHAPITRE VIII ----------------------------------- Energía y Termodinámica.

EL SYSTÊME ENERGÉTICO. - Las dificultades levantadas por la clásica mecánica


condujeron ciertos espíritus que le prefieren un nuevo sistema que llaman energético.

El sistema energético nació en consecuencia del descubrimiento del principio de la


conservación de la energía. Es Helmholtz que le dio su forma definitiva.

Comenzamos por definir dos cantidades que juegan el papel fundamental en esta teoría. Estas
dos cantidades son: por una parte, la energía cinética o la fuerza viva; por otra parte, la energía
potencial.

Todos los cambios que pueden sufrir los cuerpos de la naturaleza son regidos por dos leyes
experimentales:

1 ° El intimar de la energía cinética y de la energía potencial es una constante. Es el principio


de la conservación de la energía.

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2 ° Si un sistema de cuerpos está en la situación A a la época t0 y en la situación B a la época
t1, va siempre de la primera situación al segundo por un camino tal como el valor medio de la
diferencia entre ambas suertes de energía, en el ínterin del tiempo que separa las dos épocas t0
y t1, sea tan pequeño como posible.

Está allí el principio de Hamilton, que es una de las formas del principio de menor acción.

La teoría energética presenta sobre la teoría clásica las ventajas siguientes

1 ° es menos incompleta; es decir que los principios de la conservación de la energía y de


Hamilton nos aprenden más que los principios fundamentales de la teoría clásica y excluyen
ciertos movimientos que la naturaleza no realiza y que serían compatibles con la teoría
clásica;

2 ° Ella nos dispensa de la hipótesis de los átomos, que era casi imposible evitar con la teoría
clásica.

Pero ella levanta a su turno nuevas dificultades:

Las definiciones de ambas suertes de energía apenas son más fáciles que las de la fuerza y de
la masa en el primer sistema. Sin embargo saldríamos de eso más fácilmente, por lo menos en
los casos más simples.

Supongamos un sistema aislado formado de un cierto número de puntos materiales;


supongamos que estos puntos están sometidos a fuerzas que dependen sólo de su posición
relativa y de sus distancias mutuas e independientes de sus velocidades. En virtud del principio
de la conservación de la energía, deberá haber una función de las fuerzas.

En ese caso simple, el enunciado del principio de la conservación de la energía es de una


sencillez extrema. Una cierta cantidad, accesible a la experiencia, debe permanecer constante.
Esta cantidad es la suma de dos términos; el primero depende solamente de la posición de los
puntos materiales y es independiente de sus velocidades; el segundo es proporcional al
cuadrado de estas velocidades. Esta descomposición puede hacerse sólo de una sola manera.

El primero de estos plazos, que llamaré $U$, será la energía potencial; el segundo, a quien
llamaré $T$, será la energía cinética.

Es verdad que si $T+U$ es una constante, lo mismo ocurre de cualquier función de $T+U$,
$\phi (T+U) dólares.

Pero esta función $\phi (T+U) dólares no será la suma de dos términos uno independiente de
las velocidades, la otra proporcional en el cuadrado de estas velocidades. Entre las funciones
que permanecen constantes, hay sólo una que goce de esta propiedad, es $T+U$ (o una
función lineal de $T+U$, lo que no hace nada, ya que esta función lineal puede ser devuelta
siempre a $T+U$ por un cambio de unidad y de origen). Es entonces lo que llamaremos la
energía; es el primer término que llamaremos la energía potencial y el segundo que será la
energía cinética. La

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definición de ambas suertes de energía puede ser empujada pues hasta el final sin ambigüedad
alguna.

Lo mismo ocurre de la definición de las masas. La energía cinética o la fuerza viva se expresa
muy simplemente con la ayuda de las masas y velocidades relativas de todos los puntos
materiales, con relación a uno de ellos. Estas velocidades relativas son accesibles a la
observación, y, cuando tendremos la expresión de la energía cinética con arreglo a estas
velocidades relativas, los coeficientes de esta expresión nos darán las masas.

Así, en ese caso simple, podemos definir las nociones fundamentales sin dificultad. Pero las
dificultades reaparecen en los casos más complicados y, por ejemplo, si las fuerzas, en lugar
de depender solamente de las distancias, dependen también de las velocidades. Por ejemplo,
Weberio supone que la acción mutua de dos moléculas eléctricas depende no sólo de su
distancia, sino que de su velocidad y de su aceleración. Si los puntos materiales se atrajeran
según una ley análoga, $U$ dependería de la velocidad, y él podría contener un término
proporcional al cuadrado de la velocidad.

¿Entre los términos proporcionales a los cuadrados de las velocidades, cómo discernir a
aquello quiénes provienen de $T$ o de $U$? ¿Cómo, por consiguiente, distinguir ambas partes
de la energía? ¿Pero hay más, Cómo definir la energía misma? No tenemos ninguna razón
para agarrar como definición $T+U$ más bien que muy diferente función de $T+U$, cuando
desapareció la propiedad que caracterizaba $T+U$, la de ser la suma de dos términos de una
forma particular.

Pero no es todo, hay que tener en cuenta, no sólo de la energía mecánica propiamente dicha,
sino que otras formas de la energía, el calor, la energía química, la energía eléctrica, etc. El
principio de la conservación de la energía debe escribirse:

$T+U+Q = const$.

donde $T$ representaría la energía cinética sensible, $U$ la energía potencial de posición,
dependiendo solamente de la posición de los cuerpos, $Q$ la energía interna molecular, bajo
la forma térmica, química o eléctrica.

Todo iría bien si estos tres términos fueran absolutamente distintos, si $T$ era proporcional al
cuadrado de las velocidades, $U$ independiente de estas velocidades y del estado de los
cuerpos, $Q$ independiente de las velocidades y de las posiciones de los cuerpos y que
dependían solamente de su estado interno.

La expresión de la energía podría descomponerse sólo de una sola manera en tres términos de
esta forma.

Pero él no está de allí así; consideremos cuerpos électrisés: la energía électrostatique debida a
su acción mutua dependerá evidentemente de su carga, es decir de su estado; pero ella también
dependerá de su posición. Si estos cuerpos están en movimiento, actuarán uno tras otro
électrodynamiquement y la energía electrodinámica dependerá no sólo de su estado y de su
posición, sino que de sus velocidades.

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No tenemos pues ningún medio de hacer la selección de los términos que deben formar parte
de $T$, de $U$ y de $Q$ y de separar a las tres partes de la energía.

Si dólares (T+U+Q) dólares es constante, lo mismo ocurre de cualquier función.

$\phi (T+U+Q) dólares.

SI $T+U+Q$ fuera la forma particular que contemplé más alto, no resultaría ambigüedad;
entre las funciones $\phi (T+U+Q) dólares que permanece constantes, habría sólo una que
sería de esta forma particular, y sería el que acordaría llamar energía.

Pero lo dije, no está de allí rigurosamente así; entre las funciones que permanecen constantes,
no hay que puedan rigurosamente ponerse bajo esta forma particular; ¿desde entonces, cómo
escoger entre ellas a la que debe llamarse la energía? No tenemos nada más que pueda
guiarnos en nuestra elección.

No nos queda más que un enunciado para el principio de la conservación de la energía; hay
algo que permaneciera constante. Bajo esta forma. él se encuentra a su turno fuera de los
ataques de la experiencia y se reduce a una suerte de tautología. Es claro que si el mundo es
gobernado por leyes, habrá cantidades que permanecerán constantes. Así como los principios
de Newton, y por razón análoga, el principio de la conservación de la energía, fundado sobre
la experiencia, no podría ser invalidado más por ella.

Esta discusión muestra que pasando de sistema clásico al sistema energético, realizamos un
progreso; pero ella muestra, al mismo tiempo, que este progreso es insuficiente.

Otra objeción me parece todavía más grave: el principio de menor acción es aplicable a los
fenómenos reversibles; pero no es satisfactorio de ninguna manera en cuanto a los fenómenos
irreversibles; la tentativa de Helmholtz para extenderlo a este género de fenómenos no tuvo
éxito y no podía tener éxito: bajo este informe todo queda a hacer.

El mismo enunciado del principio de menor acción tiene algo de chocante como el espíritu.
Para rendirse de un punto a él, una molécula material, sustraída de la acción de toda fuerza,
pero sometida a moverse sobre una superficie, tomará la línea geodésica, es decir el camino
más corto.

Esta molécula parece conocer el punto donde o quiere llevarla, prever el tiempo que tardará a
alcanzarlo según tal y tal camino, y escoger luego el camino más conveniente. El enunciado
nos lo presenta para decirlo así como una sustancia animada y libre. Es claro que valdría más
reemplazarlo por un enunciado menos chocante, y donde, como digan los filósofos, las causas
finales no parecerían reemplazar a las causas eficientes.

TERMODINÁMICA [Las líneas que van a seguir es la reproducción parcial dela prefacio de
mi obra Termodinámica.] - el papel de ambos principios fundamentales de la termodinámica en
todas las ramas de la filosofía natural se hace día a día más importante. Abandonando las
teorías ambiciosas de hace cuarenta años, obstruidas de hipótesis moleculares, procuramos hoy
educar sobre la sola Termodinámica el edificio

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muy entero de la física matemática. ¿Ambos principios de Meyer y de Clausius le asegurarán a
fondations bastante sólidos para que dure un tiempo? Nadie no duda de eso; ¿pero de donde nos
viene esta confianza?

Un físico eminente me decía un día a propósito de la ley de los errores: Todo El mundo cree en
eso firmemente porque los matemáticos se imaginan que es un hecho de observación, y los
observadores que es un teorema de matemáticos(as). Él estuvo mucho tiempo así para el
principio de la conservación de la energía. él no está de allí más de hasta hoy; nadie no ignora
que es un hecho experimental.

¿Pero entonces quién nos da el derecho de atribuir al principio mismo más generalidad y más
precisión que a las experiencias que sirvieron para demostrarlo? Hay que allí pedir si es
legítimo, como lo hacemos cada día, de generalizar los datos empíricos, y no tendré la
suficiencia de discutir esta pregunta, después de que tantos filósofos se esforzaran vanamente
por cortarla. Una sola cosa está segura: si esta facultad nos fuera negada, la ciencia no
podría existir o, por lo menos, reducida a una suerte de inventario, a una comprobación de los
hechos aislados, no tendría como nosotros ningún precio, ya que no podría dar satisfacción a
nuestra necesidad de orden y de armonía y que sería al mismo tiempo incapaz prever. Así como
las circunstancias que precedieron cualquier hecho nunca se reproducirán probablemente
totalmente a la vez, ya hace falta la primera generalización para prever si este hecho todavía
se renovará tan pronto como la menor de estas circunstancias sea cambiada.

Pero toda proposición puede ser generalizada de una infinidad de maneras. Entre todas las
generalizaciones posibles, hace falta bien que escojamos y podemos escoger sólo la más
simple. Somos conducidos pues a actuar como si una ley simple, todas cosa iguales por otra
parte, era más probable que una ley complicada.

Hay un medio siglo lo confesábamos francamente y proclamábamos que le gustaba a la


naturaleza la sencillez; ella nos dio desde demasiados mentíses. Hoy no reconocemos más esta
tendencia y conservamos sólo lo que es indispensable para que la ciencia no se haga
imposible.

Formulando una ley general, simple y precisa después de experiencias relativamente poco
numerosas y quienes presentan ciertas divergencias, pues sólo sólo obedecimos a una
necesidad a la cual el espíritu humano no puede sustraerse.

Pero hay algo además y es por eso que insisto.

Nadie no duda que el principio de Meyer no sea llamado sobrevivir a todas las leyes
particulares de donde se lo tiró lo mismo que la ley de Newton sobrevivió a las leyes de Képler,
de donde había salido, y que no son más que aproximadas, si se tiene en cuenta las
perturbaciones.

¿Por qué este principio ocupa así una suerte de sitio privilegiada entre todas las leyes físicas?
hay a esto muchas pequeñas razones.

En primer lugar creemos que nosotros no podríamos rechazarlo o hasta dudar de su rigor
absoluto sin admitir la posibilidad del movimiento continuo; nos desafiamos

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desde luego de tal perspectiva y nos consideramos menos temerarios(as) afirmando que
negando.

Esto no es completamente exacto tal vez; la imposibilidad del movimiento continuo arrastra la
conservación de la energía sólo para los fenómenos reversibles.

La sencillez imponente del principio de Meyer también contribuye a afirmar nuestra fe. En una
ley deducida inmediatamente la experiencia, como la de Mariotte, esta sencillez nos
aparecería más bien una razón de desconfianza: pero aquí él no está de allí más también;
vemos elementos disparatados a la primera ojeada, colocarse en un orden inesperado y formar
un muy armonioso; y nos negamos a creer que una armonía imprevista sea un efecto simple del
azar. Parece que nuestra conquista sea tanto más cara por nosotros cuanto más nos costó
esfuerzos o que estemos tanto más seguros haber arrancado de la naturaleza su verdadero
secreto cuanto más celosa pareció de robarlo de nosotros.

Pero están allí sólo pequeñas razones; para erigir la ley de Meyer en principio absoluto, haría
falta una discusión más ahondada. Pero si se trata de hacerlo, vemos que este principio
absoluto no es hasta fácil enunciar.

En cada caso particular vemos bien lo que es que la energía y se puede dar de allí una
definición al menos provisional; pero es imposible encontrar una definición general.

Si se quiere enunciar el principio en toda su generalidad y aplicándolo sobre el universo, lo


vemos para decirlo así desmayarse y no queda más que esto: hay algo que permaneciera
constante.

¿Pero esto los mismos tiene un sentido? En la hipótesis determinista, el estado del universo es
determinado por un número excesivamente grande n de parámetros que llamaré $x {1}, x {2}, x
_ {n} dólares. Tan pronto como se conoce en el cualquier instante los valores de estos $n$
parámetros, también conocemos sus derivadas con relación al tiempo y podemos calcular por
consiguiente los valores de estos mismos parámetros en el instante anterior o ulterior. En otras
palabras, estos $n$ parámetros satisfacen a $n$ ecuaciones diferenciales del primer orden.

Estas ecuaciones admiten $n-1$ íntegras y hay por consiguiente $n-1$ funciones de $x {1}, x
{2}, x {n} dólares, que permanecen constantes. Si decimos mientras que hay algo que
permaneciera constante _, sólo enunciamos una tautología. Seríamos hasta atestados de decir
qué es entre todas nuestras íntegras la que debe conservar el nombre de energía.

No es por otra parte en el sentido que se oye el principio de Meyer cuando lo aplica sobre un
sistema limitado.

Admitimos mientras que $p$ nuestros $n$ parámetros varía de manera independiente, de modo
que tenemos solamente $n-p$ relaciones, generalmente lineales, entre nuestros $n$ parámetros
y sus derivadas.

Supongamos para simplificar el enunciado que la suma de los trabajos de las fuerzas
exteriores sea ninguna así como la las cantidades de calor cedidas fuera. He aquí entonces
cual será el significado de nuestro principio.

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Hay una combinación de estos $n-p$ relaciones cuyo primer miembro es uno diferencial una
exacta; y entonces esta diferencial que es ninguna en virtud de nuestros $n-p$ relaciones,
sonido íntegro es una constante y es el íntegro que se llama la energía.

¿Pero cómo puede suceder que haya varios parámetros de los que sean las variaciones
independientes? Esto puede efectuarse sólo bajo la influencia de las fuerzas exteriores (aunque
hayamos supuesto, para simplificar, que la suma algébrica de los trabajos de estas fuerzas sea
ninguna). Si en efecto el sistema fuera completamente sustraído de toda acción exterior, los
valores de nuestros $n$ parámetros en el instante dado bastarían para determinar al estado
del sistema en el cualquier instante ulterior, proveído no obstante que nos quedábamos en la
hipótesis determinista; recaeríamos pues sobre la misma dificultad que más alto.

Si el futuro estado del sistema no es determinado totalmente por su estado actual, es porque
depende además del estado de los cuerpos exteriores al sistema. Pero entonces es probable que
él exista entre los parámetros $x$ que definen al estado del sistema de las ecuaciones
independientes de este estado de los cuerpos exteriores; ¿y si en ciertos casos creemos poder
encontrar de allí, no es únicamente a consecuencia de nuestra ignorancia y porque la
influencia de estos cuerpos es demasiado débil para que nuestra experiencia pueda
descubrirla?

Si el sistema no es mirado como completamente aislado, es probable que la expresión


rigurosamente exacta de su energía interna deberá depender del estado de los cuerpos
exteriores. Todavía supuse más alto que la suma de los trabajos exteriores era ninguna, y si se
quiere librarse de esta restricción un poco artificial el enunciado se hace todavía más difícil.

Para formular el principio de Meyer dándole un sentido absoluto, hay que pues extenderlo a
todo el universo y entonces nos reencontramos enfrente de la misma dificultad que
procurábamos evitar.

En resumen, y para emplear el lenguaje ordinario, la ley de la conservación de la energía


puede tener sólo un significado, es que hay una propiedad común de todo lo posible; pero en la
hipótesis determinista hay sólo un solo posible y entonces la ley no tiene más sentido.

En la hipótesis indéterministe, al contrario, ella tomaría uno, hasta si se quería oírlo en un


sentido absoluto; ella aparecería como un límite impuesto a la libertad.

Pero esta palabra me advierte que me extravie y que voy a salir del dominio de los
matemáticos y de la física. Me paro pues y quiero retener de toda esta discusión sólo una
impresión, es que la ley de Meyer es una forma bastante flexible para que se pueda casi hacer
volver allá todo lo que quiere. No quiero decir por ahí que ella no corresponde a ninguna
realidad objetiva ni que se reduzca a una tautología simple, ya que, en cada caso particular, y
con tal que no se quiera crecer Hasta lo absoluto, tiene una dirección perfectamente clara.

Esta flexibilidad es una razón para creer a su duración larga, y como, por otra parte, ella
desaparecerá sólo para mezclarse entre una armonía superior, podemos trabajar

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con confianza apretándonos en ella, alguna por anticipado que nuestro trabajo no estará
perdido.

Casi todo lo que acabo de decir se aplica al principio de Clausius. Lo que lo distingue, es que
él se expresa por una desigualdad. Diremos tal vez que lo mismo ocurre todas las leyes físicas,
ya que su precisión siempre es limitada por errores de observación. Pero ellas fijan por lo
menos la pretensión de ser las primeras aproximaciones y tenemos la esperanza de
reemplazarlas poco a poco por leyes cada vez más precisas. Si, al contrario, el principio de
Clausius se reduce a una desigualdad, no es la imperfección de nuestros medios de
observación que es la causa, pero la misma naturaleza de la pregunta.

CONCLUSIONES GÉNERALES LA TERCERA PARTE

Los principios de la mecánica se presentan pues a nosotros bajo dos diferentes aspectos. Por
una parte, son las verdades fundadas sobre la experiencia y verificadas de un modo muy
acercado en cuanto a sistemas casi aislados. Por otra parte, son postulados aplicables al
conjunto del universo y vistos rigurosamente como verdades.

Si estos postulados poseen una generalidad y una certeza que faltaban a las verdades
experimentales de donde son tirados, es que se reducen en última instancia a un convenio
simple que tenemos el derecho de hacer, porque estamos seguros(as) por anticipado que
ninguna experiencia no vendrá para contradecirla.

Este convenio no es absolutamente arbitrario sin embargo; ella no sale de nuestro capricho; lo
adoptamos porque ciertas experiencias nos mostraron que ella sería cómoda.

Nos explicamos tan cómo la experiencia pudo edificar los principios de la mecánica, y por qué
sin embargo no podrá volcarlos.

Comparemos con la geometría. Las proposiciones fundamentales de la geometría, por ejemplo


como postulatum de Euclide, son como tampoco convenios, y es tan desrazonable buscar si son
verdaderas o falsas que de pedir si el sistema métrico es verdad o falsificación.

Solamente estos convenios son cómodos, y esto, esto están seguros experiencias que nos lo
aprenden.

A primera vista, la analogía es completa; el papel de la experiencia parece el mismo. Seremos


intentados pues decir: O sea la mecánica debe ser vista como una ciencia experimental, y
entonces él también debe estar de allí la geometría; o sea al contrario la geometría es una
ciencia deductiva, y entonces podemos decir de eso tanto de mecánica.

Una conclusión igual sería ilegítima. Las experiencias que nos condujeron a adoptar como
más cómodos(as) los convenios fundamentales de la geometría se refieren a objetos que no
tienen nada comunes con aquello a quienes estudia la geometría; ellas se refieren a las
propiedades de los cuerpos sólidos, a la propagación rectilínea de la luz. Son experiencias de
mecánica, experiencias de óptica; no podemos bajo ninguna

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razón verlos como experiencias de geometría. Y hasta la principal razón por la cual nuestra
geometría nos parece cómoda, es que las diferentes partes de nuestro cuerpo, nuestro ojo,
nuestros miembros, gozan precisamente de las propiedades de los cuerpos sólidos. En esta
cuenta, nuestras experiencias fundamentales son ante todo unas experiencias de physiologie,
que se refieren, a no espacio que es el objeto que debe estudiar el agrimensor, pero sobre su
cuerpo, es decir sobre el instrumento del que debe servirse para este estudio.

Al contrario, los convenios fundamentales de la mecánica y las experiencias que nos


demuestran que son cómodas se refieren bien a los mismos objetos o a los objetos análogos.
Los principios convencionales y generales son la generalización natural y directa de los
principios experimentales y particulares.

Que no se diga que yo trace así fronteras artificiales entre las ciencias; que si separo por una
barrera la geometría propiamente dicha del estudio de los cuerpos sólidos, podría educarlo
tan bien una introduce la mecánica experimental y la mecánica convencional de los principios
generales. ¿Ve en efecto no que separando estas dos ciencias las mutilo ambas, y no que que
quedará la mecánica convencional cuando sea aislada no será sólo bien poco de cosa, y no
podrá ser comparada de ninguna manera con este cuerpo soberbio de doctrina que llamamos
geometría?

Comprendemos ahora por qué la enseñanza de la mecánica debe quedar experimental.

Es tan solamente que él podrá darnos a entender el génesis de la ciencia, y esto es


indispensable para la inteligencia completa de la ciencia misma.

Por otra parte, si se estudia la mecánica, es para aplicarla; y podemos aplicarlo sólo si queda
objetiva. Entonces, así como lo vimos, lo que los principios ganan en generalidad y en certeza,
ellos le pierden en objetividad. Es pues sobre todo con el costado objetivo de los principios con
lo que conviene familiarizarse temprano, y podemos hacerlo sólo yendo del individuo al
general, en lugar de seguir la marcha inversa.

Los principios son unos convenios y definiciones disfrazadas. son tirados sin embargo de leyes
experimentales, estas leyes han sido erigidas para decirlo así en principios a los cuales nuestro
espíritu atribuye un valor absoluto.

Unos filósofos generalizaron demasiado; ellos creyeron que los principios eran toda la ciencia
y por consiguiente que toda la ciencia era convencional.

Esta doctrina paradójica, que se llamó nominalisme, no sostiene el examen.

¿Cómo una ley puede hacerse un principio? Ella expresaba un informe entre dos términos
reales $A$ y $B$. Pero no era rigurosamente verdadera, sólo fue acercada. Introducimos
arbitrariamente un término intermediario $C$ más o menos ficticio y $C$ es por definición lo
que tiene con $A$ exactamente la relación expresada por la ley.

Entonces nuestra ley se descompuso en un principio absoluto y riguroso que expresa el informe
de $A$ a $C$ y una ley experimental acercada y revisable que expresa el

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informe de $C$ a $B$. Es claro que tan lejos como se empuje esta descomposición, quedarán
siempre leyes.

Ahora vamos a entrar en el dominio de las leyes propiamente dichas.

LA CUARTA PARTE ----------------------------- LA NATURALEZA

CHAPITRE IX ---------------------------------- Las Hipótesis en Física

PAPEL DE La EXPERIENCIA Y LA GENERALIZACIÓN. - La experiencia es la fuente única


de la verdad: sólo ella puede aprendernos algo de nuevo; sólo ella puede darnos la certeza. He
aquí dos puntos que ninguno no puede discutir.

¿Pero entonces si es la experiencia todo, qué sitio se quedará él para la física matemática?
¿Qué tiene la física experimental hacer tal auxiliar que parece inútil y puede ser hasta
peligroso?

Y sin embargo la física matemática existe; ella devolvió servicios innegables; hay allí un hecho
que es necesario explicar.

Es que no basta con observar, hay que servirse de sus observaciones, y para esto hay que
generalizar. Es lo que se hizo de todo tiempo; solamente, como la memoria de los errores
pasados devolvió al hombre cada vez más circunspecto, observamos cada vez más y
generalizamos cada vez menos.

Cada siglo se burlaba del precedente, acusándole de haber generalizado demasiado


rápidamente y demasiado ingenuamente. Descartes tenía lastima de los Jonios; Descartes a su
turno nos hace sonreír; sin duda alguna nuestros hijos se reirán de nosotros algún día.

¿Pero entonces no podemos ir en seguida hasta el final? ¿No es el medio de escapar de estas
burlas que prevemos? ¿No podemos contentarnos con la experiencia totalmente desnuda?

No, esto es imposible; esto habría que desconocer completamente el carácter verdadero de la
ciencia. El sabio debe ordenar; hacemos la ciencia con hechos como una casa con piedras;
pero una acumulación de hechos no es más una ciencia que un montón de piedras es una casa.

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Y ante todo el sabio debe prever. Carlyle escribió en alguna parte algo como esto:

« El solo hecho importa; Juan sin Tierra pasó por aquí, he aquí lo que es admirable, he aquí
una realidad para la cual daría todas las teorías del mundo ». Carlyle era un compatriota de
Tocino entreverado; pero Tocino entreverado no habría dicho esto. Está allí el lenguaje del
historiador. El físico diría más bien: « Juan sin Tierra pasó por aquí; esto me es muy igual, ya
que él no lo volverá a pasar más ».

Nosotros todos sabemos que hay buenas experiencias y que hay malas. Éstas se acumularán en
vano; que se lo haya hecho cientos, que lo haya hecho mil, un solo trabajo de un verdadero
dueño, de un Pastor por ejemplo, bastará para hacerlos caer en el olvido. Tocino entreverado
habría comprendido bien esto, es él quien inventó la palabra experimentum crucis. Pero Carlyle
no debía comprenderlo. Un hecho es un hecho; un alumno leyó tal número sobre su
termómetro, no había tomado ninguna precaución; importa, él lo leyó, y si hay sólo un hecho
que cuenta, está allí una realidad al igual que las peregrinaciones del rey Juan sin Tierra. ¿Por
qué el hecho que este alumno hizo esta lectura está sin interés, mientras que el hecho que un
físico hábil habría hecho otra lectura sería muy importante al contrario? Es que de la primera
lectura no podemos concluir nada. ¿Qué es pues que una buena experiencia? Es aquello que nos
hace saber otra cosa que un hecho aislado; es la que nos permite prever, es decir la que nos
permite generalizar.

Porque sin generalización, la previsión es imposible. Las circunstancias donde se obró nunca
se reproducirán totalmente a la vez. El hecho observado nunca empezará de nuevo pues; la
sola cosa que se pueda afirmar, es que en circunstancias análogas, un hecho análogo se
producirá. Para prever hay que pues por lo menos invocar la analogía, es decir ya generalizar.

Por muy tímido(a) que se sea, hace falta bien que se interpole; la experiencia nos da sólo un
cierto número de puntos aislados, hay que reunirlos por un rasgo contínuo; es la primera
página generalización verdadera. Pero hacemos más, lo encorvamos que rastrearemos pasará
entre los puntos observados y cerca de estos puntos; ella no pasará por estos mismos puntos.
Así no nos limitamos a generalizar la experiencia, la corregimos; y el físico que querría
abstenerse de estas correcciones y contentarse verdaderamente con la experiencia totalmente
desnuda sería forzado de enunciar leyes muy extraordinarias.

Los hechos muy desnudos no sabrían pues bastar para nosotros; es por eso que nos hace falta
la ciencia ordenada o más bien organizada.

A menudo decimos que hay que experimentar sin idea preconcebida. Esto no es posible; no
sólo esto habría que devolver toda experiencia estéril, sino que lo querríamos que no le
pudiéramos. Cada uno lleva en sí su concepción del mundo de la que no puede deshacerse tan
fácilmente. Hace falta bien, por ejemplo, que nosotros nos sirvamos del lenguaje, y nuestro
lenguaje es amasado sólo de ideas preconcebidas y puede la sustancia de otra cosa. Solamente
son ideas preconcebidas inconscientes, mil veces más peligrosas que otros(as).

¡Diremos que si lo hacemos intervenir otros(as), llena conciencia tendremos, sólo sólo
agravaremos el dolor! no lo creo; considero más bien que ellas se servirán mutuamente

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de contrapeso, iba a decir antídoto; ellas se pondrán de acuerdo generalmente mal entre ellas;
ellas introducirán en conflicto ellos unas con otros(as) y por ahí nos forzarán a contemplar las
cosas bajo diferentes aspectos. Es bastante para franquearnos: no somos más esclavo cuando
podemos escoger a su maestro.

Así, gracias a la generalización, cada hecho observado nosotros de hecho prever un gran
número; solamente no debemos olvidar que el primer único está seguro, que todos los demás
sólo son probables. Por muy sólidamente sentando que pueda aparecernos una previsión, nunca
estamos seguros absolutamente que la experiencia no la desmentirá, si nos proponemos
verificarla. Pero la probabilidad es a menudo bastante grande para que prácticamente podamos
contentar. Mejor vale prever sin certeza que de no prever todo.

Nunca debemos pues despreciar hacer una comprobación, cuando la ocasión se presenta. Pero
toda experiencia es larga y difícil, los trabajadores son pocos; y el número de los hechos que
necesitamos prever es inmenso; cerca de esta masa, el número de las comprobaciones directas
que podremos hacer siempre será sólo una cantidad despreciable.

De esto poco que podemos alcanzar directamente, hay que tirar al mejor partido; hace falta
que cada experiencia nos permita el número más grande y posible de previsiones y con el
grado más alto de probabilidad que se podrá. El problema hay que para decirlo así aumentar
el rendimiento de la máquina científica.

Que se me permita comparar la Ciencia con una biblioteca que debe aumentarse sin cesar; el
bibliotecario dispone para sus compras sólo de créditos insuficientes; él debe esforzarse por
no despilfarrarlos.

Es la física experimental que está encargada compras; sólo ella puede pues enriquecer a la
biblioteca.

En cuanto a la física matemática, ella tendrá como misión de levantar el catálogo. Si este
catálogo es bien hecho, la biblioteca no será más rica en eso. Pero él podrá ayudar al lector a
servirse de estas riquezas.

Y hasta mostrándole al bibliotecario los huecos de sus colecciones, él le permitirá hacer sus
créditos un empleo juicioso; lo que es tanto más importante ya que estos créditos son
completamente insuficientes.

Tal es pues el papel de la física matemática; ella debe guiar la generalización para aumentar
lo que yo llamaba hace un rato el rendimiento de la ciencia. Por cuales medios alcanza ella
allá, y cómo puede hacerlo sin peligro, es lo que nos queda a examinar.

La UNIDAD NATURALEZA. - Observemos primero que toda generalización supone en cierta


medida la creencia a la unidad y a la sencillez de la naturaleza. Para la unidad no puede
haber dificultad. Si diversas partes del universo no estuvieran como los órganos del mismo
cuerpo, ellas no actuarían ellas unas sobre otros(as), se ignorarían mutuamente; y nosotros, en
particular, nosotros conoceríamos sólo una sola. No tenemos pues preguntarnos si la
naturaleza es una, sino cómo es una.

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Para el segundo punto, esto no va tan fácilmente. No está seguro que la naturaleza sea simple.
¿Podemos sin peligro hacer como si lo fuera?

Fue el tiempo en que la sencillez de la ley de Mariotte era un argumento invocado a favor de
su exactitud; donde Fresnel mismo, después de haber dicho, en una conversación con Laplace,
que la naturaleza no se preocupa de las dificultades analíticas, se consideraba obligado a dar
explicaciones para no chocar demasiado la opinión reinante.

Hoy las ideas cambiaron bien; y sin embargo los que no creen que las leyes naturales deben
ser simples, son todavía obligados a hacer a menudo como si lo creyeran. Ellos no podrían
sustraerse totalmente a esta necesidad sin devolver toda generalización imposible y por
consiguiente toda ciencia.

Es claro que cualquier hecho puede generalizarse de una infinidad de maneras, y se trata de
escoger; la elección puede ser guiada sólo por consideraciones de sencillez. Tomemos el caso
más común, el de la interpolación. Hacemos pasar un rasgo contínuo, tan regular como
posible, entre los puntos dados por la observación. ¿Por qué evitamos los puntos angulosos,
las inflexiones demasiado bruscas? ¿Por qué no hacemos describir a nuestra curva los zigzag
más caprichosos? Es porque sabemos por anticipado, o porque creemos saber que la ley que
hay que expresar no puede ser tan complicada como esto.

Podemos deducir la masa de Júpiter o sea de los movimientos de sus satélites, o sea
perturbaciones de los gruesos planetas, o sea de las de los pequeños planetas. Si se toma la
media de las determinaciones obtenidas por estos tres métodos, encontramos tres números muy
vecinos pero diferentes. Podríamos interpretar este resultado suponiendo que el coeficiente de
la gravitación no es el mismo a los tres casos; las observaciones serían mucho mejor
representadas ciertamente. ¿Por qué rechazamos esta interpretación? No es que ella sea
absurda, es que es complicada inútilmente. Lo aceptaremos sólo el día en que se imponga, y
ella todavía no se impone.

En resumen, más a menudo, toda ley es reputada simple hasta que se demuestre lo contrario.

Esta costumbre es impuesta a los físicos por las razones que acabo de explicar; ¿pero cómo
justificarlo en presencia de los descubrimientos quiénes nos muestran cada día de nuevos
detalles más ricos y más complejos? Cómo hasta conciliarlo con el sentimiento de la unidad de
la naturaleza porque si todo depende de todo, de los informes donde intervienen tantos
diversos objetos no pueden más ser simple.

Si estudiamos la historia de la ciencia, vemos producirse dos fenómenos para decirlo así
inversos: unas veces es la sencillez que se esconde bajo apariencias complejas, y otras es al
contrario la sencillez que es aparente y que disimula realidades extremadamente complicadas.

¿Qué de más complicado que los movimientos enturbiados de los planetas, que de más simple
que la ley de Newton? Allí, la naturaleza, jugándose, como decía a Fresnel, dificultades
analíticas. emplea sólo medios simples y engendra, por su combinación, no sé cual madeja
inextricable. Está allí la sencillez escondida, la que hay que descubrir.

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Los ejemplos de lo contrario abundan. En la teoría cinética de los gases, contemplamos
moléculas animadas grandes velocidades, cuyas trayectorias, deformados por choques
incesantes, tienen las formas más caprichosas, y surcan el espacio en todos los sentidos. El
resultado observable es la ley simple de Mariotte; cada hecho individual fue complicado; la
ley de los grandes números restableció la sencillez en la media. Aquí la sencillez sólo es
aparente, y la grosería de nuestros sentidos nos impide sólo percibir la complejidad.

Muchos fenómenos obedecen a una ley de proporcionalidad; ¿pero por qué? Porque en estos
fenómenos hay algo que fuera muy pequeño. La ley simple observada es mientras que una
traducción de esta regla analítica general, según la cual el crecimiento infinitamente pequeño
de una función es proporcional al crecimiento de la variable. Así como en realidad nuestros
crecimientos no son infinitamente pequeños, sino muy pequeños, la ley de proporcionalidad
sólo es acercada y la sencillez sólo es aparente. Lo que vengo de decir se aplica a la regla de
la superposición de los pequeños movimientos, cuyo empleo es tan fecundo y lo que es el
fundamento de la óptica.

¿Y la ley de Newton mismo? su sencillez, tan mucho tiempo escondida, es tal vez sólo aparente.
¿Sabe si no es debida a algún mecanismo complicado, al choque de una asignatura sutil
animada de movimientos irregulares, y si se hizo simple sólo por el juego de las medias y de
los grandes números? En todo caso es difícil no suponer que la ley verdadera contiene
términos complementarios, que se harían sensibles a las pequeñas distancias. Si en
astronomía, ellos son despreciables delante de Newton y si la ley reencuentra así su sencillez,
sería únicamente a causa de la enormidad de las distancias celestes.

Sin duda, si nuestros medios de investigación se hacían cada vez más penetrantes,
descubriríamos el simple bajo el complejo, luego el complejo bajo el simple, luego de nuevo el
simple bajo el complejo, y así sucesivamente, sin que podamos prever qué será el último plazo.

Hay que pararse bien en alguna parte, y para que la ciencia sea posible, hay que pararse
cuando se encontró la sencillez. Está allí el solo terreno sobre el cual podremos educar el
edificio de nuestras generalizaciones. ¿Pero, esta sencillez que sólo siendo aparente, este
terreno será bastante sólido? Es lo que conviene buscar.

Para esto, veamos cual papel juega en nuestras generalizaciones la creencia a la sencillez.
Nosotros verificamos una ley simple en un número bastante grande de casos particulares; nos
negamos a suponer que este encuentro, tan a menudo repetido, sea un efecto simple del azar y
lo concluimos que la ley debe ser verdadera en el caso general.

Képler observa que las posiciones todas de un planeta observadas por Tycho están sobre la
misma elipse. Él no tiene un solo instante el pensamiento que, por un juego singular del azar,
Tycho siempre miró el cielo sólo en el momento en el que la trayectoria verdadera del planeta
venía para cortar esta elipse.

¿Que importa mientras que la sencillez sea real, o que recobre la verdad compleja? Que sea
debida a la influencia de los grandes números, que nivela las diferencias individuales, que sea
debida al tamaño o a petitesse de ciertas cantidades que permite descuidar ciertos términos, en
todos los casos, no es debida al azar. Esta sencillez, real

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o aparente, tiene siempre una causa. Podremos pues siempre hacer el mismo raciocinio, y si
una ley simple ha sido observada en varios casos particulares, podremos legítimamente
suponer que será todavía verdadera en los casos análogos. Negárlenos habría que atribuir al
azar un papel inadmisible.

Sin embargo hay una diferencia. Si la sencillez fuera real y profunda, resistiría a la precisión
creciente de nuestros medios de medida; si pues creemos la naturaleza profundamente simple,
deberíamos concluir una sencillez acercada a una sencillez rigurosa. Es lo que se hacía en otro
tiempo; es lo que no tenemos más el derecho de hacer

La sencillez de las leyes de Képler, por ejemplo, sólo es aparente. Esto no impide que ellas se
aplicarán, a muy poco cerca, a todos los sistemas análogos al sistema solar, sino esto impide
que sean rigurosamente exactas.

PAPEL DE La HIPÓTESIS. - Toda generalización es una hipótesis; la hipótesis tiene pues un


papel necesario que nadie nunca discutió. Solamente ella debe siempre, lo antes posible y lo
más a menudo posible, estar sometida a la comprobación. Él va sin decir que, si ella no
sostiene esta prueba, se deben abandonarlo sin segunda intención está bien lo que se hace en
general, pero algunas veces con un cierto mal humor.

Entonces, este mal mismo humor no es justificado; el físico que acaba de renunciar a una de
sus hipótesis debería estar lleno, al contrario, de alegría, porque acaba de encontrar una
ocasión inesperada de descubrimiento. Su hipótesis, imagino, no había sido adoptada a la
ligera; ella tenía en cuenta todos factores conocidos que parecían poder intervenir en el
fenómeno. Si la comprobación no se hace esto es que hay algo de inesperado, de
extraordinario; es que se va a encontrar el desconocido y el nuevo.

¿La hipótesis tan volcada fue estéril pues? Ni mucho menos, o puede decir que ella devolvió
más servicios que una verdadera hipótesis; no sólo fue la ocasión de la experiencia decisiva,
sino que habríamos hecho esta experiencia por casualidad, sin haber hecho la hipótesis, que
no habríamos tirado de eso nada; no habríamos visto nada de extraordinario(a); habríamos
catalogado sólo un hecho además sin deducir de eso la menor consecuencia.

¿Ahora en qué condición está el uso de la hipótesis sin peligro?

La declaración firme de someterse a la experiencia no basta; todavía hay hipótesis peligrosas;


están primero, son sobre todo aquello quienes son tácitas e inconscientes. Ya que nosotros los
hacemos sin saberlo, somos impotentes abandonarlos. Está pues allí todavía un servicio que
puede hacernos la física matemática. Por la precisión que es limpia de él, ella nos obliga a
formular todas las hipótesis que haríamos sin ella, pero sin dudarnos de eso.

Observemos, por otra parte, que es importante de no multiplicar las hipótesis sin medida y de
no hacerlas sólo una tras otra. ¿Si construimos una teoría fundada sobre hipótesis múltiples, y,
si la experiencia la condena, cual es entre nuestras premisas la que es necesario cambiar?
Será imposible saberlo. ¿Y a la inversa, si la experiencia tiene éxito, creeremos haber
verificado todas estas hipótesis a la vez? ¿Creerá tono con una sola ecuación haber
determinado varias desconocidas?

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También hay que ocuparse de distinguir entre las diferentes suertes de hipótesis. Hay primero
las que son totalmente naturales y a las cuales apenas se puede sustraerse. Es difícil no
suponer que la influencia de los cuerpos muy alejados es completamente despreciable, que los
pequeños movimientos obedecen a una ley lineal, que el efecto es una función contínua de su
causa. Diré de eso tantas condiciones impuestas por la simetría. Todas estas hipótesis forman
para decirlo así el fondo común de todas las teorías de la física matemática. Son las últimas
que se debe abandonar.

Hay una segunda categoría de hipótesis que cualificaré de indiferentes. En la mayoría de las
preguntas, el analista supone, al principio de su cálculo, o sea que la asignatura es contínua, o
sea, a la inversa, que es formada de átomos. Habría hecho lo contrario que sus resultados no
habrían sido cambiados; habría tenido más pena que los obtiene, he aquí todo. ¿Si entonces la
experiencia confirma sus conclusiones, pensará haber demostrado, por ejemplo, la existencia
real de los átomos?

En las teorías ópticas se introducen dos vectores que se mira, uno como una velocidad, el antro
como el torbellino. Está allí todavía una hipótesis indiferente, ya que se habría llegado a las
mismas conclusiones haciendo precisamente lo contrario; el éxito de la experiencia puede pues
probar sólo el primer vector está bien una velocidad; él prueba sólo una cosa, es que es un
vector; está allí la sola hipótesis que se haya introducido realmente en las premisas. Para
darle esta apariencia concreta que exige la debilidad nuestro espíritu, hubo que considerarlo
bien, o sea como una velocidad, o sea como un torbellino; lo mismo que hubo que
representarlo por una carta, o sea por x, o sea por allí; pero el resultado, quelqu' sea, no
probará que se tuvo razón o culpa de verlo como una velocidad; que él probará sólo tuvimos
razón o culpa de llamarle x y no allí.

Estas hipótesis indiferentes nunca son peligrosas, con tal que no se desconozca el carácter.
Pueden ser útiles, o sea como artificios de cálculo, o sea para sostener nuestro entendimiento
por imágenes concretas, para fijar las ideas, como decimos. Él no se efectua pues allí de
proscribirlos.

Las hipótesis de la tercera categoría son las generalizaciones verdaderas. Son ellas que la
experiencia debe confirmar o invalidar. Verificando condenadas, podrán ser fecundas. Pero,
por razones que expuse, lo serán sólo si no se las multiplica.

Origen de la física matemática. - penetremos más antes y estudiemos más cerca de condiciones
que permitieron el desarrollo de la física matemática. Reconocemos a la primera que los
esfuerzos de los sabios siempre tendieron a resolver el fenómeno complejo dado directamente
por la experiencia en un número muy grande de fenómenos elementales.

Y esto de tres diferentes maneras: primero en el tiempo. En lugar de abrazar en su conjunto el


desarrollo progresivo de un fenómeno, procuramos simplemente relacionar cada instante en el
instante inmediatamente anterior; suponemos que el estado actual del mundo depende sólo del
pasado más próximo, sin ser directamente influido para decirlo así por la memoria de un
pasado lejano. Gracias a este postulado, en lugar de estudiar directamente toda la sucesión de
los fenómenos, podemos limitarnos a escribir " la ecuación diferencial "; a las leyes de Képler,
sustituimos a la de Newton.

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Luego, procuramos descomponer el fenómeno en el espacio. Lo que la experiencia nos da, es
un conjunto confuso de hechos que se producen sobre un teatro de una cierta extensión; hay
que tratar de discernir el fenómeno elemental que será localizado, al contrario, en una región
muy pequeña del espacio.

Unos ejemplos darán a entender tal vez mejor mi pensamiento. Si se quería estudiar en toda su
complejidad la distribución de la temperatura en un sólido que se enfría, nunca podríamos allí
alcanzar. Todo se hace simple si se refleja que un punto del sólido no puede ceder directamente
de calor a un punto alejado; él lo cederá inmediatamente sólo en los puntos más vecinos, y
está de próximo(a) en es próximo que el flujo de calor podrá alcanzar otras porciones del
sólido. El fenómeno elemental, es el intercambio de calor entre dos puntos contiguos; es
estrictamente localizado, y es simple relativamente, si se admite, como es natural, que no es
influido por la temperatura de las moléculas cuya distancia es sensible.

Yo ploie una vara; ella va a tomar una forma muy complicada cuyo estudio directo sería
imposible; pero podré abordarle sin embargo, si observo que su flexión es sólo la resultante de
la deformación de los elementos muy pequeños de la vara, y que la deformación de cada uno
de estos elementos depende sólo de las fuerzas que son directamente aplicadas sobre él y de
ninguna manera de las que pueden actuar sobre otros elementos.

En todos estos ejemplos, que yo podría multiplicar sin pena, suponemos que no hay acción a
distancia o por lo menos a gran distancia. Es la primera página hipótesis; no es siempre
verdadera, la ley de la gravitación nos lo prueba; hay que pues someterlo a la comprobación;
si es confirmada, hasta aproximadamente, es preciosa, porque va a permitirnos hacer de física
matemática por lo menos por aproximaciones sucesivas.

Si ella no resiste a la prueba, hay que buscar otra cosa de análogo, porque todavía hay otros
medios de llegar al fenómeno elemental. Si varios cuerpos actúan simultáneamente, puede
pasar que sus acciones sean independientes y se añadan simplemente ellos unas a otros(as), o
sea como los vectores, o sea como las cantidades escalares. El fenómeno elemental es entonces
la acción de un cuerpo aislado. O sea todavía estamos en relación con pequeños movimientos,
o más generalmente con pequeñas variaciones, que obedecen a la ley bien conocida la
superposición. El movimiento observado entonces será descompuesto en movimientos simples,
por ejemplo el sonido en sus armónicos(as), la luz blanca en sus componentes
monocromáticos.

¿Cuándo discernimos de cual costado conviene buscar el fenómeno elemental, por qué medios
podemos alcanzarlo?

Primero, a menudo pasará que, para adivinarlo más bien, o para adivinar lo que es útil para
nosotros, no será necesario penetrar el mecanismo; la ley de los grandes números bastará.
Recuperemos el ejemplo de la propagación del calor; cada molécula irradía hacia cada
molécula vecina; según cual ley, no necesitamos saberlo; si suponíamos algo a este respecto,
sería una hipótesis indiferente y por consiguiente inútil e incomprobable. Y, en efecto, por la
acción de las medias y gracias a la simetría del medio, todas las diferencias se nivelan y,
cualquiera que sea la hipótesis hecha, el resultado es siempre el mismo.

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La misma circunstancia se presenta en la teoría de la elasticidad, en la de la capilaridad; las
moléculas vecinas se atraen y se rechazan; no necesitamos saber según cual ley; nos basta que
esta atracción sea sensible sólo a las pequeñas distancias, que las moléculas sean muy
numerosas, que el medio sea simétrico y tendremos sólo dejar actuar la ley de los grandes
números.

Aquí todavía la sencillez del fenómeno elemental se escondía bajo la complicación del
fenómeno resultante observable; pero, a su turno, esta sencillez sólo era aparente y disimulaba
un mecanismo muy complejo.

El mejor medio de llegar al fenómeno elemental sería evidentemente la experiencia. Habría


que, por artificios experimentales, disociar el haz complejo que la naturaleza ofrece a nuestras
búsquedas y estudiar con cuidado los elementos tan purificados como posible; por ejemplo,
descompondremos la luz blanca natural en luces monocromáticas con la ayuda del prisma y en
luces polarizadas con la ayuda de polariseur.

Desgraciadamente, esto no ni siempre es posible, ni todavía bastando y hace falta alguna vez
que el espíritu adelante la experiencia. Citaré sólo un ejemplo que me golpeó vivamente
siempre: si descompongo la luz blanca, podré aislar una pequeña porción del espectro, pero, por
muy pequeña que sea, conservará una cierta anchura. También, las luces naturales dichas
monocromáticas nos dan una raya muy fina, pero que no es infinitamente fina sin embargo.
Podríamos suponer que estudiando experimentalmente las propiedades de estas luces naturales,
operando con rayas spectrales que serán cada vez más finas, y pasarán finalmente al límite, para
decirlo así, lograremos conocer las propiedades de una luz rigurosamente monocromática.

Esto no sería exacto. Supongo que dos rayos emanan de la misma fuente, que se los polariza
primero en dos planos rectangulares, que los devuelve luego el mismo plano de polarización y
que procura hacer en ellos interferir. Si la luz fuera rigurosamente monocromática, ellos
interferirían; pero, con nuestras luces más o menos monocromáticas, no habrá interferencia, y
esto por muy estrecho que sea la raya; haría falta, para que él esté de allí de otro modo, que ella
fuera varios millones de veces más estrecha que las rayas más finas y conocidas.

Aquí pues, el paso al límite nos habría engañado; hizo falta que el espíritu adelantara la
experiencia y, si él lo hizo con éxito, es que se dejó guiar por el instinto de la sencillez.

El conocimiento del hecho elemental nos permite poner el problema en ecuación; él no se


queda más que a deducir de eso por combinación el hecho complejo observable y comprobable.
Es lo que se llama la integración; está allí el asunto del matemático.

Podemos preguntarnos por qué, en las ciencias físicas, la generalización toma de buena gana la
forma matemática. La razón es ahora fácil ver; no es solamente porque se tiene expresar leyes
numéricas; es porque el fenómeno observable es debido a la superposición de un gran número
de fenómenos elementales todo semejante entre ellos; así se introducen muy naturalmente las
ecuaciones diferenciales.

No basta que cada fenómeno elemental obedezca a leyes simples, hace falta que todos a los
que se tiene combinar obedezcan a la misma ley. Es solamente entonces que la

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intervención de los matemáticos puede ser útil; los(las) matemáticos(as) nos aprenden, en
efecto, a combinar el semejante al semejante. Su fin hay que adivinar el resultado de una
combinación, sin necesitar rehacer esta combinación pieza a pieza. Si se tiene repetir muchas
veces la misma operación, ellas nos permiten evitar esta repetición en nosotros haciendo saber
por anticipado el resultado por una suerte de inducción. Lo expliqué más alto, en el capítulo
sobre el raciocinio matemático.

Pero, para esto, hace falta que todas estas operaciones sean semejantes entre ellas; en el caso
contrario, habría que evidentemente resignarse a hacerlos efectivamente una tras otra y
los(las) matemáticos(as) se harían inútiles.

Es pues gracias a la homogeneidad acercada de la asignatura estudiada por los físicos que la
física matemática pudo nacer.

En las ciencias naturales, no reencontramos más estas condiciones: homogeneidad,


independencia relativa de las partes alejadas, la sencillez del hecho elemental, y esto está para
esto que los naturalistas son obligados a recurrir a otros modos de generalización.

CHAPITRE X -------------------------------------------- Las teorías de la Física moderna

SIGNIFICADO DE LAS TEORÍAS FÍSICAS. - La gente mundana es golpeada de ver cuánto


las teorías científicas son efímeras. Después de unos años de prosperidad, los ven
sucesivamente abandonados; ellos ven las ruinas acumularse sobre las ruinas; ellos preven que
las teorías hoy de moda deberán sucumbir a su turno en breve plazo y lo concluyen que son
absolutamente vanas. Es lo que ellos llaman la quiebra de la ciencia.

Su escepticismo es superficial; ellos no se rinden ningún contar del fin y del papel de las
teorías científicas, sin esto comprenderían que las ruinas podían ser todavía buenas para algo.

Ninguna teoría no parecía más sólida que la de Fresnel que atribuía la luz a los movimientos
de éther. Sin embargo, ahora le preferimos al de Maxwell. ¿Esto quiere decir que la obra de
Fresnel fue vana? No, porque el fin de Fresnel no había que saber si hay realmente éther, si es
o no formado de átomos, si estos átomos se mueven realmente en tal o tal sentido; esto había
que prever los fenómenos ópticos.

Entonces, esto, la teoría de Fresnel lo permite siempre, hoy tanto como antes de Maxwell. Las
ecuaciones diferenciales son siempre verdaderas; podemos siempre integrarlos por los mismos
procedimientos y los resultados de esta integración conservan siempre todo su valor.

Y que no se diga que reducimos así las teorías físicas al papel de recetas simples y prácticas;
estas ecuaciones expresan informes y, si las ecuaciones quedan verdaderas,

- 20 -
es que estos informes conservan su realidad. Ellas nos saben, después como antes, que hay tal
informes entre algo y un poco de otra cosa; solamente, esto algo lo llamábamos en otro tiempo
movimiento, ahora lo llamamos corriente eléctrica. Pero estas denominaciones eran sólo unas
imágenes sustituidas a los objetos reales que la naturaleza nos esconderá eternamente. Los
informes verdadero(a) entre estos objetivos reales son la sola realidad que podamos alcanzar, y
la sola condición, es que haya los mismos informes entre estos objetivos que entre las imágenes
que somos forzados de poner en su sitio. Si estos informes nos son conocidos, a quienes
importa si juzgamos cómodo(a) de reemplazar una imagen por otra.

Que tal fenómeno periódico (una oscilación eléctrica, por ejemplo) sea realmente debido a la
vibración de tal átomo que, portándose como un péndulo, se desplaza verdaderamente en tal o
tal sentido, puso las velas a lo que no es cierto ni es interesante ni. Pero que haya entre la
oscilación eléctrica, el movimiento del péndulo y todos los fenómenos periódicos un parentesco
íntimo que corresponde a una realidad profunda; que este parentesco, esta similitud, o más
bien este paralelismo se prosiga en el detalle; sea una consecuencia de principios más
generales, los de la energía y el de la menor acción; he aquí lo que podemos afirmar; he aquí
la verdad que quedará siempre la misma bajo todos los trajes con los que podremos juzgar útil
de ataviarla.

Propusimos numerosas teorías de la dispersión; los estrenos eran imperfectos y contenían sólo
una parte débil de la verdad. Luego vino de Helmholtz; luego lo modificamos de diversas
maneras y su mismo autor imaginó otra fundado sobre los principios de Maxwell. Los mayos,
cosa notable, todos los sabios que vinieron después de Helmholtz llegó a las mismas
ecuaciones, a partir de puntos de partida apariencia muy alejados. Me atreveré a decir que
estas teorías son totalmente verdaderas a la vez, no sólo porque ellas nos hacen prever los
mismos fenómenos, pero porque ponen en evidencia un verdadero informe, el de la absorción y
de la dispersión anormal. En las premisas de estas teorías, lo que hay verdad, es lo que es
común de todos los autores; está la afirmación de tal o tal informe entre ciertas cosas que unos
apelan de un nombre y otros de otro.

La teoría cinética de los gases dio lugar a muchas objeciones, a las cuales se podría
difícilmente responder si tenía la pretensión de ver allí la verdad absoluta. Pero todas estas
objeciones no impedirán que ella fue útil y que lo fue en particular revelándonos un verdadero
informe y sin ella profundamente escondido, el(la) de la presión gaseosa y de la presión
osmotique. En este sentido, podemos pues decir que es verdadera.

Cuando un físico comprueba una contradicción entre dos teorías que son también caras por él,
dice algunas veces: No nos inquietemos por esto sino espigas firmemente ambos finales de la
cadena aunque los anillos intermediarios nos sean escondidos. Este argumento de teólogo
atestado sería ridículo si se debía atribuir a las teorías físicas el sentido que les da la gente
mundana. En caso de contradicción, una de ellas por lo menos entonces debería ser mirada
como tuerce. Él no está de allí más de hasta si se busca solamente allí lo que debe a eso
buscar. Puede suceder que ellas expresan ambos de los verdaderos informes y que haya
contradicción sólo en las imágenes de las que vestimos la realidad.

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A los que encuentran que restringimos demasiado el dominio accesible al sabio, responderé:
Estas preguntas, que le prohibimos y que siente, no son solamente insolubles, son ilusorias y
privadas de sentido.

Tal filósofo pretende que toda la física se explica por los choques mutuos de los átomos. Si él
quiere decir simplemente que hay entre los fenómenos físicos los mismos informes que entre los
choques mutuos de un gran número de bolas, nada mejor, esto es comprobable, esto es puede
ser verdad. Pero él quiere decir algo además; y creemos comprenderlo porque creemos saber
lo que es que el choque en sí; ¿por qué? Sencillamente porque a menudo vimos partes del
billar. ¿Oiremos que el Dios, que contemplando su obra, prueba las mismas sensaciones que
nos en presencia de un partido de billar? Si no queremos dar a su aserción este sentido raro, si
no queremos tampoco de sentido restringido que yo explicaba hace un rato y que es el bueno,
ella no tiene nadie más.

Las hipótesis de este género tienen pues sólo un sentido metafórico. El sabio no debe
prohibirlos más, que el poeta se prohibe las metáforas; pero él debe saber lo que ellas valen.
Ellas pueden ser útiles para dar una satisfacción al espíritu, y no serán perjudiciales con tal
que no sean que hipótesis indiferentes.

Estas consideraciones nos explican por qué ciertas teorías, que se creía abandonadas y
definitivamente condenadas por la experiencia, renacen de pronto sus cenizas y empiezan de
nuevo una nueva vida. Es que ellas expresaban verdaderos informes; y que no habían dejado
de hacerlo cuando, por razón o por otra, habíamos creído deber enunciar los mismos informes
en otro lenguaje. Habían conservado así una suerte de vida latente.

¿Hace quince años apenas, había algo más ridículo, más ingenuamente de viejo juego que los
fluidos de Coulomb? Y sin embargo he aquí que reaparecen bajo el nombre de electrones. ¿En
qué électrisées de modo permanente aplazan estas moléculas moléculas eléctricas de Coulomb?
Es verdad que, en los electrones, la electricidad es sostenida por un poco de asignatura, pero tan
poco; en otras palabras, ellas tienen una masa (y todavía ya hoy se la discutimos); pero
Coulomb no negaba la masa a sus fluidos, o, si lo hacía, era sólo tiene pesar. Sería temerario
afirmar que la creencia a los electrones no sufrirá más eclipse; no era menos curioso de allí
comprobar este renacimiento inesperado.

Pero el ejemplo más sorprendente es el principio de Carnot. Carnot lo estableció que yéndose
de hipótesis falsas; cuando se percibió que el calor no es indestructible, sino puede ser
transformado en trabajo, abandonamos completamente sus ideas; luego Clausius volvió allá y
los hizo definitivamente triunfar. La teoría de Carnot, bajo su forma primitiva, expresaba, al
lado de informes verdaderos, otros informes inexactos, pedazo de las viejas ideas; pero la
presencia de estos últimos no alteraba la realidad de los otros. Clausius tuvo sólo tiene
apartarlos como émonde ramas muertas.

El resultado fue la segunda ley fundamental de la termodinámica. Eran siempre los mismos
informes; aunque estos informes no se efectuaran más, por lo menos apariencia, entre los
mismos objetos. Era bastante para que el principio conserve su valor. Y hasta los raciocinios
de Carnot no perecieron para esto; ellos se aplicaban a una asignatura mancillada de error;
pero su forma (es decir lo esencial) permanecía correcta.

- 20 -
Lo que acabo de decir alumbra al mismo tiempo el papel de los principios generales tales
como el principio de menor acción, o el de la conservación de la energía.

Estos principios tienen un muy alto valor; los obtuvimos buscando lo que había común al
enunciado de numerosas leyes físicas; ellos representan pues como la quintaesencia de
observaciones innumerables.

No obstante, de su misma generalidad resulta una consecuencia sobre la cual llamé la atención
en el capítulo VIII, es que ellos no pueden no ser verificados más. Así como no podemos dar de
energía una definición general, el principio de la conservación de la energía significa
simplemente que hay algo que permaneciera constante. Entonces, cualesquiera que sean las
nuevas nociones que las futuras experiencias nos darán en el mundo, estamos seguros por
anticipado que habrá algo que permanezca constante y que podremos llamar energía.

¿Es decir que el principio no tiene ningún sentido y se desmaya en una tautología? De ninguna
manera, él significa que las diferentes cosas a las cuales damos el nombre de energía son
atadas por un parentesco verdadero; él afirma entre ellas un informe real. Pero entonces si
este principio tiene un sentido, puede ser falso; puede suceder que no se tenga el derecho de
extender indefinidamente las aplicaciones y sin embargo es asegurado por anticipado de ser
verificado en la acepción estricta de la palabra; ¿cómo pues seremos advertidos cuándo haya
alcanzado toda la extensión que se puede legítimamente darle? Es sencillamente cuando él
dejará de ser útil para nosotros, esto est-à-decir hacernos prever sin engañarnos nuevos
fenómenos. Estaremos seguros en un caso parecido que el informe afirmado no es real más;
porque sin esto él sería fecundo; la experiencia, sin contradecir directamente una nueva
extensión del principio, la habrá condenado sin embargo.

LA FÍSICA Y EL MECANISMO. - La mayoría de los teóricos tienen una predilección constante


como las explicaciones prestadas û la mecánica o a la dinámica. Unos estarían satisfechos si
ellos pudieran dar cuenta de todos los fenómenos por los movimientos de moléculas que se
atrajeran mutuamente según ciertas leyes. Son más exigentes, ellos querrían suprimir las
atracciones a distancia; sus moléculas seguirían trayectorias rectilíneas de las que podrían ser
desviadas sólo por choques. Ellas todavía, como Hertz, suprimen también las fuerzas, pero
suponen sus moléculas sometidas a enlaces geométricos análogos, por ejemplo, a las de
nuestros sistemas articulados; ellos quieren así reducir la dinámica a una suerte de
cinemática.

Ellos todos, en una palabra, quieren plegar la naturaleza a una cierta forma aparte de la cual
su espíritu no sabría estar satisfecho. ¿La naturaleza será bastante flexible para esto?

Examinaremos la pregunta al capítulo XII a propósito de la teoría de Maxwell. Cada vez que
los principios de la energía y de la menor acción están satisfechos, veremos no sólo que hay
siempre una explicación mecánica posible, pero que hay siempre una infinidad. Gracias a un
teorema bien conocido de Sr. Königs sobre los sistemas articulados, podríamos mostrar que
podemos de una infinidad de maneras, explicar todo por enlaces a manera de Hertz, o todavía
por fuerzas centrales. Demostraríamos sin duda tan fácilmente que todo podía siempre
explicarse con choques simples.

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Para esto, hace falta, desde luego, no contentarse con la asignatura vulgar, con la que cae bajo
nuestros sentidos y observamos directamente sus movimientos. O sea supondremos que esta
asignatura vulgar es formada de átomos cuyos movimientos intestinos escapan de nosotros,
quedarse el desplazamiento de conjunto sólo accesible a nuestros sentidos. O sea imaginaremos
a alguien de estos fluidos sutiles que, bajo el nombre de éther o bajo otros nombres, jugaron de
todo tiempo un papel tan grande en las teorías físicas.

A menudo vamos más lejos y vemos a éther como la sola asignatura primitiva o hasta como la
sola asignatura verdadera. Los más moderados consideran la asignatura vulgar como de éther
condensado lo que no tiene nada chocante; ¡pero reducen más todavía la importancia y ven allí
sólo el punto geométrico de las singularidades de! ' éther. Por ejemplo, para Lord Kelvin, lo que
llamamos asignatura es sólo el lugar de los puntos donde éther es animado de movimientos
tourbillonnaires; para Riemann, era el lugar de los puntos o éther es destruido constantemente;
para otros autores más recientes, Wiechert o Larmor, es el lugar de los puntos donde éther sufre
una suerte de torsión de una naturaleza totalmente particular. Si se quiere colocarse desde uno
de estos puntos de vista, me pregunto qué derecho se extenderá en éther, bajo pretexto que es la
verdadera asignatura, las propiedades mecánicas observadas sobre la asignatura vulgar, que es
sólo la asignatura falsa.

Los antiguos fluidos, calórico(a), electricidad, etc. han estado abandonados cuando se
percibió que el calor no es indestructible. Pero lo fueron también por otra razón.
Materializándolos, acentuábamos para decirlo así su individualidad, cavábamos entre ellos
una suerte de abismo. Hubo que colmarlo bien cuando se tuvo un sentimiento más vivo de la
unidad de la naturaleza, y que percibimos las relaciones íntimas que relacionan todas las
partes. No sólo los antiguos físicos, multiplicando los fluidos, creaban a seres sin necesidad,
sino que rompían lazos verdaderos.

No basta que una teoría no afirma informes falsos, hace falta que no disimule verdaderos
informes.

¿Y nuestro éther existe realmente?

Sabemos de donde nos viene la creencia a éther. Si la luz nos llega de una estrella alejada,
durante varios años, no está más sobre la estrella y todavía no está sobre la tierra, hace falta
bien que entonces esté en alguna parte y sostenida, para decirlo así, por algún soporte
material.

Podemos expresar la misma idea bajo una forma más matemática y más abstracta. Los que
comprobamos son los cambios sufridos por las moléculas materiales; vemos, por ejemplo, que
nuestra placa fotográfica siente las consecuencias de los fenómenos cuya masa incandescente
de la estrella fue el teatro varios años antes. Entonces, en la mecánica ordinaria, el estado del
sistema estudiado depende sólo de su estado en el instante inmediatamente anterior; el sistema
satisface pues a ecuaciones diferenciales. Al contrario, si no creíamos en el éther, el estado del
universo material dependería no sólo del estado inmediatamente anterior, sino que de los
estados mucho más antiguos; el sistema satisfaría a ecuaciones a las diferencias acabadas. Es
para escapar de esta derogación a las leyes generales de la mecánica que inventamos éther.

- 20 -
Esto todavía nos obligaría sólo a rellenar, con éther el vacío interplanetario, pero no de
hacerlo penetrar en el seno de los medios materiales mismos. La experiencia de Fizeau va más
lejos. Por la interferencia de los rayos que atravesaron de aire o agua en movimiento, parece
mostrarnos dos diferentes medios que se convencen y sin embargo se desplazan uno con
relación a la otra. Creemos tocar a éther del dedo.

Podemos concebir sin embargo experiencias que nos lo harían tacto de más cerca todavía.
Supongamos que el principio de Newton, igualdad de la acción y reacción, no es verdad más si
se lo aplica sobre la sola asignatura y que venga a comprobarlo. La suma geométrica de todas
las fuerzas aplicadas sobre todas las moléculas materiales no sería ninguna más. Haría falta
bien, si no se quería cambiar toda la mecánica, introducir éther, para que esta acción que la
asignatura aparecería sufrir sea contrabalanceada por la reacción de la asignatura sobre algo.

O sea todavía supongo que se reconozca que los fenómenos ópticos y eléctricos son influidos
por el movimiento de la tierra. Seríamos conducidos a concluir que estos fenómenos podrían
revelarnos no sólo los movimientos relativos de los cuerpos materiales, sino que lo que
parecerían ser sus movimientos absolutos. Haría falta bien todavía que hubiera habido éther,
para que estos movimientos supuestos y absolutos no sean sus desplazamientos con relación a
un espacio vacío, sino sus desplazamientos con relación a algo concreto.

¿Nunca llegaremos allí? No tengo esta esperanza, diré hace un rato por qué, y sin embargo no
es tan absurda, ya que otros(as) lo tuvieron.

Por ejemplo, si la teoría de Lorentz, de la que hablaré más lejos en detalle al capítulo XIII,
fuera verdadera, el principio de Newton no se aplicaría a la sola asignatura y la diferencia no
sería muy lejos de ser accesible a la experiencia.

Por otro lado, hicimos muchas búsquedas sobre la influencia del movimiento de la tierra. Los
resultados siempre fueron negativos. Pero si se emprendió estas experiencias, es que no se
estaba seguro de eso por anticipado, y hasta, según las teorías reinantes, la compensación sólo
sería acercada, y deberíamos esperar a ver métodos precisos dar resultados positivos.

Creo que tal esperanza es ilusoria; no era menos curioso de allí mostrar que un éxito de este
género nos abriría, en cierto modo, a un nuev mundo.

Y ahora hace falta que se me permita una digresión; debo explicar, en efecto, por qué no creo,
a pesar de Lorentz, que observaciones más precisas nunca puedan poner en evidencia otra
cosa que los desplazamientos relativos de los cuerpos materiales. Hicimos experiencias que
habrían debido descubrir los términos del primer orden; los resultados fueron negativos; ¿esto
podía ser por casualidad? Nadie no lo admitió; buscamos una explicación general, y Lorentz
la encontró; él mostró que los términos de la primera orden debían destrozarse, pero no
estaban de allí también los del segundo. Entonces hicimos experiencias más precisas; fueron
también negativas; no podía tampoco ser el efecto del azar; hacía falta una explicación; lo
encontramos; encontramos de allí siempre; las hipótesis, es el fondo que falta menos.

- 20 -
Pero no es bastante; ¿quién siente sólo esto todavía hay que allí dejar al azar un papel
demasiado grande? ¿No sería así un azar como este concurso singular que haría que una
cierta circunstancia vendría justa a punto para destruir los términos del primer orden, y que
otra circunstancia, completamente diferente, pero tan oportuna, se encargaría de destruir a los
del segundo orden? No, hay que encontrar la misma explicación para unos y para otros, y
entonces todo se nos refiere a creer que esta explicación también valdrá para los términos de
orden superior, y que la destrucción mutua de estos términos será rigurosa y absoluta.

ESTADO ACTUAL CIENCIA. - En la historia del desarrollo de la física, distinguimos dos


tendencias inversas. Por una parte, o descubre en cada instante de nuevos lazos entre objetos
que parecían deber quedar para siempre separados; los hechos épars dejan de ser extranjeros
unos para otros; tienden a ordenarse en una síntesis imponente. La ciencia anda hacia la
unidad y la sencillez.

Por otra parte, la observación nos revela cada día de los nuevos fenómenos; hace falta que
ellos esperen mucho tiempo su sitio y algunas veces, para hacerles uno, debemos demoler una
esquina del edificio. En los fenómenos conocidos mismos, donde nuestros sentidos groseros nos
mostraban la uniformidad, percibimos detalles día a día más variados; lo que considerábamos
simple vuelve a ser complejo y la ciencia aparece andar hacia la variedad y la complicación.

¿Estas dos tendencias inversas, quiénes parecen triunfar por turno, la cual se lo llevará? Si es el
estreno, la ciencia es posible; pero nada no lo prueba a priori, y podemos temer que después de
haber hecho esfuerzos vanos para plegar la naturaleza a pesar de ella a nuestro ideal de unidad,
desorillado por el flujo siempre montante de nuestras nuevas riquezas, debamos renunciar a
clasificarlos, abandonar nuestro ideal, y reducir la ciencia al registro de recetas innumerables.

A esta pregunta, no podemos responder. Todo lo que podemos hacer, esto hay que observar la
ciencia de hoy y de compararla con la de ayer. De este examen podremos tirar sin duda unas
presunciones.

Hay un medio siglo, habíamos concebido las esperanzas más grandes. El descubrimiento de la
conservación de la energía y sus transformaciones acababa de revelarnos la unidad de la
fuerza. Ella mostraba así que los fenómenos del calor podían explicarse por movimientos
moleculares. Cual era la naturaleza de estos movimientos, no lo sabíamos exactamente, sino
no dudábamos que lo supiéramos pronto. Para la luz la tarea parecía completamente
cumplida. En cuanto a la electricidad, fuimos menos adelantados. La electricidad acababa de
apropiarse el magnetismo. Era un paso considerable hacia la unidad, un paso definitivo. ¿Pero
cómo la electricidad volvería a su turno a la unidad general, cómo se reduciría al mecanismo
universal? No teníamos ninguna idea. La posibilidad de esta reducción fue puesta en tela de
juicio sin embargo por persona, teníamos la fe. Finalmente, en cuanto a las propiedades
moleculares de los cuerpos materiales, la reducción parecía todavía más fácil, pero todo el
detalle se quedaba en una niebla. En una palabra, las esperanzas eran vastas, eran vivas, pero
eran vagas.

¿Hoy que vemos?

- 20 -
Primero el primer progreso, el inmenso progreso. Los informes de la electricidad y de la luz
son ahora conocidos; los tres dominios de la luz, de la electricidad y del magnetismo, otra vez
separados, no lo forman más que uno; y esta anexión parece definitiva.

Esta conquista, no obstante, nos costó unos sacrificios. Los fenómenos ópticos vuelven como
casos particulares a los fenómenos eléctricos; mientras quedaban aislados, era fácil
explicarlos por movimientos que se creía conocer en todos sus detalles, esto iba muy solo; pero
manteniendo una explicación, para ser aceptable, debe extenderse sin pena al dominio
eléctrico muy entero. Entonces, esto no anda sin dificultades.

Lo que tenemos de más satisfactorio, es la teoría de Lorentz que, así como lo veremos al último
capítulo, explica las corrientes eléctricas por los movimientos de pequeñas partículas
électrisées; es indiscutiblemente lo que devuelve mejor cuenta de los hechos conocidos, el que
pone en luz el número más grande de verdaderos informes, y se reencontrará sus más rastros
en la construcción definitiva. Sin embargo ella tiene todavía un defecto grave, que señalé más
alto; ella está contrario al principio de Newton, de la igualdad de la acción y de la reacción; o
más bien este principio, en los ojos de Lorentz, no sería aplicable a la sola asignatura; para
que él sea verdad, habría que tener en cuenta las acciones ejercidas por éther sobre la
asignatura y de reacción de la asignatura sobre éther. Entonces, hasta nuevo orden, es
probable que las cosas no pasen así.

Sea lo que sea, gracias a Lorentz, los resultados de Fizeau sobre la óptica de los cuerpos en
movimiento, las leyes de la dispersión normal y anormal y de la absorción se encuentran
relacionados entre ellos y a otras propiedades de éther por lazos que sin duda alguna no se
romperán más. Vea la facilidad con la cual el nuevo fenómeno de Zeeman encontró su sitio
totalmente listo, y hasta ayudó a clasificar la rotación magnética de Faradio que había
quedado rebelde a los esfuerzos de Maxwell; esta facilidad prueba bien que la teoría de
Lorentz no es una reunión artificial destinada a disolverse. Deberemos modificarlo
probablemente, pero no destruirlo.

Pero Lorentz tenía otra ambición sólo de abrazar en el mismo conjunto toda la óptica y la
electrodinámica de los cuerpos en movimiento; él no tenía la pretensión de dar una explicación
mecánica. Larmor va más lejos; conservando la teoría de Lorentz en lo que tiene de esencial,
él trasplanta allí para decirlo así las ideas de Mac-Cullagh sobre la dirección de los
movimientos de éther. Para él la velocidad de éther tendría la misma dirección y misma
tamaño que la fuerza magnética. Esta velocidad nos es conocida pues ya que la fuerza
magnética es accesible a la experiencia. Por muy ingeniosa que sea esta tentativa, el defecto
de la teoría de Lorentz subsiste y hasta se agrava. La acción no es igual a la reacción. Con
Lorentz, no sabíamos qué eran los movimientos de éther; gracias a esta ignorancia, podíamos
suponerlos tales como, compensando a los de la asignatura, restablecen la igualdad de la
acción y de la reacción. Con Larmor, conocemos los movimientos de éther y podemos
comprobar que la compensación no se hace.

¿Si Larmor tiene en mi sentido fracasado, esto quiere decir que una explicación mecánica es
imposible? Ni mucho menos: dije más alto que tan pronto como un fenómeno obedece a ambos
principios de la energía y de la menor acción, él implica

- 20 -
una infinidad de explicaciones mecánicas; están de allí pues así fenómenos ópticos y
eléctricos.

Pero esto no basta; para que una explicación mecánica sea buena, hace falta que sea simple;
hace falta que, para escogerlo entre todas las que son posibles, se tengan otros(as) razón que
la necesidad de elegir. Entonces, una teoría que satisfaga a esta condición y por consiguiente
que pueda servir para algo, todavía no lo tenemos. ¿Debemos quejarnos de eso? Esto habría
que olvidar qué es el fin perseguido; no es el mecanismo, la verdad, el único beber, es la
unidad.

Debemos pues limitar nuestra ambición; no procuremos formular una explicación mecánica;
contentemosnos con mostrar que podríamos siempre encontrar una si lo queríamos. A esto,
tuvimos éxito; el principio de la conservación de la energía recibió sólo confirmaciones; un
segundo principio vino juntarse a para eso, el de la menor acción, puesto bajo la forma que
conviene a la física. Él siempre ha sido verificado, por lo menos en cuanto a los fenómenos
reversibles que obedecen así a las ecuaciones de Lagrange, esto est-à-decir a las leyes más
generales de la mecánica.

Los fenómenos irreversibles son mucho más rebeldes. Ellos sin embargo se ordenan y tienden a
volver a la unidad; la luz que los alumbró nos vino del principio de Carnot. Mucho tiempo la
termodinámica se confinó en el estudio de la dilatación de los cuerpos y sus cambios de
estado. Desde un tiempo, ella se envalentonó y ensanchó considerablemente su dominio. Le
debemos la teoría de la pila, la de los fenómenos thermoélectriques; él no está en toda la física
de esquina que no haya explorado y se atacó a la química misma. Por todas partes reinan las
mismas leyes; por todas partes, bajo la diversidad de las apariencias, reencontramos el
principio de Carnot; por todas partes también este concepto tan prodigiosamente abstraído de
la entropía, que es tan universal que el de la energía y parece como él recubrir una realidad.
El calor radiante aparecía deber escapar de él; lo vimos recientemente ceder bajo las mismas
leyes.

Por ahí nos son reveladas nuevas analogías, que a menudo se prosiguen en el detalle; la
resistencia ohmique se parece a la viscosidad de los líquidos; hystérésis se parecería más bien
al frotamiento de los sólidos. En todos los casos, el frotamiento engalanaba el tipo sobre el
cual calcan los fenómenos irreversibles más diversos, y este parentesco es real y profundo.

Buscamos también una explicación mecánica propiamente dicha de estos fenómenos. Ellos
apenas se prestaban a eso. Para encontrarlo, hubo que suponer que la irreversibilidad es sólo
una apariencia, que los fenómenos elementales son reversibles y obedecen a las leyes
conocidas de la dinámica. Pero los elementos son extremadamente numerosos y se agregan
cada vez más, de modo que para nuestros ojos groseros todo parece tierno hacia la
uniformidad, es decir que todo parece andar por el mismo sentido, sin esperanza de vuelta. La
irreversibilidad aparente no es así como un efecto de la ley del grande números. Sólo una
sustancia cuyas direcciones serían infinitamente sutiles, como el demonio imaginario de
Maxwell, podría desenredar esta madeja inextricable y devolver el mundo hacia atrás.

Esta concepción, que se relaciona con la teoría cinética de los gases, costó grandes esfuerzos y
es bastante poco fecundo en suma; ella podrá el devenir. No está aquí el

- 20 -
lugar de examinar si ella no conduce a contradicciones y si está muy conforme con la
naturaleza verdadera de las cosas.

Señalemos no obstante las ideas originales de Sr. Gouy sobre el movimiento brownien. Según
este sabio, este movimiento singular escaparía del principio de Carnot. Las partículas que él
pone lo bambolea serían más pequeñas que las mallas de esta madeja tan apretada; ellas se
hallarían en estado pues de desenredarlos y por ahí de hacer obedecer el mundo a
contracorriente. Creeríamos ver a la obra al demonio de Maxwell.

En resumen, los fenómenos antiguamente conocidos se clasifican cada vez mejor; pero nuevos
fenómenos vienen para reclamar su sitio; la mayoría de ellos, como Zeemann, lo encontraron
en seguida.

Pero tenemos los rayos catódicos, los rayos X, los de uranio y de radium. Hay allí todo un
mundo que ninguno no sospechaba. ¡Que de huéspedes inesperados hay que poner!

Nadie todavía no puede prever el sitio que ellos ocuparán. Pero no creo que ellos destruirán la
unidad general, creo más bien que la completarán. Por una parte, en efecto, las nuevas
radiaciones parecen atadas a los fenómenos de luminescencia; no sólo ellas excitan la
fluorescencia, sino que nacen algunas veces de las mismas condiciones que ella.

Ellas no están tampoco sin parentesco con las causas que hacen estallar la chispa bajo el
efecto de la luz ultraviolada.

Finalmente, y sobre todo, creemos reencontrar en todos estos fenómenos de iones verdaderos y
animados, es verdad, de velocidades incomparablemente más fuertes que en los electrólitos.

Todo esto es muy vago, pero todo esto se precisará.

Phosphorescence, la acción de la luz sobre la chispa, esto eran ello unos cantones un poco
aislados, y a consecuencia un poco abandonados por los investigadores. Podemos esperar
ahora que vayamos a construir una nueva línea que facilitará sus comunicaciones con la
ciencia universal.

No sólo descubrimos nuevos fenómenos, sino que en aquello a quienes creíamos conocer, se
revelan aspectos imprevistos. En el éther libre, las leyes conservan su sencillez majestuosa;
pero la asignatura propiamente dicha parece cada vez más compleja; todo lo que se dice de
eso sólo nunca es acercado y en cada instante nuestras fórmulas exigen nuevos términos.

Sin embargo el personal no es roto; los informes que habíamos reconocido entre objetos que
considerábamos simples, todavía subsisten entre estos mismos objetos cuando conocemos su
complejidad, y es esto sólo que importa. Nuestras ecuaciones se hacen cada vez más
complicadas, es verdad, con el fin de apretar además cerca la complicación de la naturaleza;
pero nada no es cambiado en las relaciones que permiten deducir estas ecuaciones ellas unas
de otras. En una palabra, la forma de estas ecuaciones resistió.

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Tomemos por ejemplo las leyes de la reflexión, Fresnel las estaba establecido por una teoría
simple y seductora que la experiencia parecía confirmar. Después, búsquedas más precisas
probaron que esta comprobación sólo era aproximada; ellas mostraron por todas partes
rastros de polarización elíptica. Pero, gracias al apoyo que nos prestaba la primera
aproximación, encontramos en seguida la causa de estas anomalías, que es la presencia de un
lecho de paso; y la teoría de Fresnel subsistió a lo que tenía de esencial.

Solamente no podemos evitar hacer una reflexión: Todos estos informes habrían permanecido
inadvertidos si se había sospechado primero de la complejidad de los objetos que relacionan.
Hace mucho tiempo que se lo dijo: Si Tycho hubiera tenido instrumentos diez veces más
precisos, nunca habrían habido ni Képler, ni Newton, ni Astronomía. Es una desgracia para
una ciencia de nacer demasiado tarde. cuando los medios de observación se hicieron
demasiado perfeccionados. Es lo que llega hoy a la physico-química; sus fundadores son
molestados en sus bosquejos por la tercera y cuarta decimales; afortunadamente, son hombres
de una fe robusta.

A medida que se conoce mejor las propiedades de la asignatura, vemos reinar allí la
continuidad. Desde los trabajos de Andrews y de Furgón del Wals, nos damos cuenta del modo
en el que se hace el paso del estado líquido al estado gaseoso y que este paso no es brusco.
También no hay un abismo entre los estados líquidos y sólidos, y en los informes de un
Congreso reciente veíamos al lado de un trabajo sobre la rigidez de los líquidos, una memoria
sobre el derrame de los sólidos.

De esta tendencia la sencillez pierde sin duda; tal fenómeno fue representado por varias
derechas: hay que enlazar estas derechas por curvas más o menos complicadas. En cambio la
unidad gana allí mucho. Estas categorías tajantes descansaban el espíritu, pero no lo
satisfacían.

Finalmente los métodos de la física invadieron un nuevo dominio, el de la química; la physico-


química nació. Es todavía muy joven, pero ya vemos que ella nos permitirá relacionar entre
ella fenómenos tales como la electrólisis, la ósmosis, los movimientos de los iones.

¿De esta exposición rápida, que concluiremos?

Después de todo, nos acercamos a la unidad, no fuimos tan rápidos(as) que la esperábamos
hace cincuenta años, siempre no tomamos el camino previsto; pero, en definitiva, ganamos
mucho de terreno.

CHAPITRE XI ------------------------------ El cálculo de las probabilidades.

Nos asombraremos sin duda de encontrar en esta plaza de las reflexiones sobre el cálculo de
las probabilidades. ¿Qué tiene hacer con el método de las ciencias físicas?

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Y sin embargo las preguntas que voy a levantar, sin resolverlas, se ponen naturalmente al
filósofo que quiere reflexionar sobre la física.

Y es hasta tal punto que en ambos capítulos precedentes he sido hecho muchas veces a
pronunciar las palabras de probabilidad y de azar.

« Los hechos previstos, dije más alto, pueden sólo ser probables. Por muy sólidamente
sentando que pueda aparecernos una previsión, nunca estamos absolutamente seguros que la
experiencia no la desmentirá. Pero la probabilidad es a menudo bastante grande para que
prácticamente podamos contentarnos con eso. »

Y un poco más lejos, añadí: « Veamos cual papel juega en nuestras generalizaciones la
creencia a la sencillez. Nosotros verificamos una ley simple en un gran número de casos
particulares; nos negamos a suponer que este encuentro, tan a menudo repetido, sea un efecto
simple del azar... »

Así, en una muchedumbre de circunstancias, el físico se encuentra en la misma posición que el


jugador que suputa sus posibilidades. Cada vez que él razona por inducción, él hace más o
menos conscientemente uso del cálculo de las probabilidades.

Y he aquí por qué soy obligado a abrir un paréntesis y a interrumpir nuestro estudio del
método en las ciencias físicas, para examinar de un poco más cerca lo que vale este cálculo y
cual confianza merece.

El solo nombre de cálculo de las probabilidades es una paradoja: ¿opuesta la probabilidad a


la certeza, es lo qué no sabemos, y cómo podemos calcular lo que no conocemos? Sin
embargo, muchos sabios eminentes se ocuparon de este cálculo, y sabríamos negar sólo la
ciencia haya tirado de eso un provecho. ¿Cómo explicar esta contradicción aparente?

¿La probabilidad ha sido definida? ¿Hasta puede ser definida? ¿Y, si no puede la sustancia,
cómo nos atrevemos a razonarlo? La definición, diremos, es muy simple: la probabilidad de un
acontecimiento es el informe del número de casos favorables en este acontecimiento en el
número total de los casos posibles.

Un ejemplo simple va dar a entender cuánto esta definición es incompleta. Echo dos dedales;
¿qué es la probabilidad para que uno de ambos dedal por lo menos traiga uno seis? Cada
dedal puede traer seis diferentes puntos: el número de los casos posibles es $6*6=36$; el
número de los casos favorables es 11; la probabilidad es $ frac {11 {36}} dólares.

Es la solución correcta. Pero yo no podría decir tan bien: ¿Los puntos traídos por ambos
dedales pueden formar $ frac {6*7 {2}} =21$ diferentes combinaciones? Entre estas
combinaciones, 6 están favorables; la probabilidad es $ frac {6 {21}} dólares.

¿Por qué la primera manera de enumerar los casos posibles es más legítima que el segundo?
En todo caso, no es nuestra definición que nos la aprende.

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Somos reducidos pues a completar esta definición diciendo: « al número total de los casos
posibles, con tal que estos casos sean también probables ». Nosotros he aquí pues reducidos a
definir el probable por el probable.

¿Cómo sabremos que dos casos posibles son también probables? ¿Será por un convenio? Si
colocamos al principio de cada problema un convenio explícito, todo irá bien, tendremos sólo
aplicar las reglas de la aritmética y del álgebra e iremos hasta el final del cálculo sin que
nuestro resultado pueda dejar sitio a la duda; pero tan pronto como lo querremos hacer la
menor aplicación, habrá que demostrar que nuestro convenio era legítimo, y nos
reencontraremos enfrente de la dificultad que habíamos creído eludir.

¿Diremos que el sentido común basta para aprendernos cual convenio hay que hacer? Por
desgracia Sr. Bertrand se divirtió a tratar un problema simple: « ¿qué es la probabilidad para
que, en una circunferencia, una cuerda sea más grande que el costado del triángulo equilátero
inscribe? » El agrimensor ilustre adoptó sucesivamente dos convenios que el sentido común
también parecía imponer, y encontró con una $1/2$, con el otro $1/3$.

La conclusión que parece resultar de todo esto, es que el cálculo de las probabilidades es una
ciencia vana, que hay que desafiarse de este instinto oscuro que nombrábamos sentido común
y a que pedíamos legitimar nuestros convenios.

Pero, esta conclusión, no podemos tampoco suscribir a eso; este instinto oscuro, no podemos
pasar sin eso; sin él la ciencia sería imposible, sin él no podríamos descubrir ni una ley, ni
aplicarla. ¿Tenemos el derecho, por ejemplo, de enunciar la ley de Newton? Sin duda,
numerosas observaciones son en concordancia con ella; ¿pero no está allí un efecto simple del
azar? ¿Cómo sabemos por otra parte si esta ley, verdadera desde hace tantos siglos, lo será
todavía el año próximo? A esta objeción, usted no encontrará nada para responder, si no: «
Esto es bien poco probable ».

Pero admitamos la ley; gracias a ella, creo poder calcular la posición de Júpiter dentro de un
año. ¿Tengo el derecho? ¿Quién me dice que una gigantesca masa, animada de una velocidad
enorme, no va para entonces a pasar cerca del sistema solar y a producir perturbaciones
imprevistas? Aquí todavía no hay nada para responder, si no: « Esto es bien poco probable ».

En esta cuenta, todas las ciencias serían sólo unas aplicaciones inconscientes del cálculo de
las probabilidades; condenar este cálculo, esto habría que condenar la ciencia muy entera.

Insistiré menos en los problemas científicos donde la intervención del cálculo de las
probabilidades es más evidente. Tal es en la primera línea el de la interpolación, donde,
conociendo un cierto número de valores de una función, procuramos adivinar los valores
intermediarios.

También citaré la teoría célebre de los errores de observación, sobre la cual yo volverá más
lejos, la teoría cinética de los gases, la hipótesis bien conocida, donde cada molécula gaseosa
es supuesta describir una trayectoria extremadamente complicada,

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pero donde, por el efecto de los grandes números, los fenómenos medios y sólo observables,
obedecen a leyes simples que son Mariotte y Gay-Lussac.

Todas estas teorías descansan en las leyes de los grandes números, y el cálculo de las
probabilidades las arrastraría evidentemente en su ruina. Es verdad que ellas tienen sólo un
interés particular y qué excepto en lo que toca a la interpolación, están allí sacrificios a los
cuales se podría resignarse.

Pero, lo dije más alto, no serían solamente los sacrificios parciales que se trataría, sería la
ciencia muy entera por la que légitimité sería revocado en duda.

Veo bien lo que se podría decir: « Nosotros somos ignorantes y sin embargo debemos actuar.
Para actuar, no tenemos tiempo de entregarnos a una encuesta suficiente para disipar nuestra
ignorancia; por otra parte, una encuesta igual exigiría el tiempo infinito. Debemos pues
decidirnos sin saber; hay que hacerlo bien a la buena de Dios y seguir reglas sin creer
demasiado allí. Lo que sé, no es que tal cosa es verdadera, pero, que mejor para mí todavía
hay que actuar como si fuera verdadera ». El cálculo de las probabilidades, y por consiguiente
la ciencia, no tendría más que un valor practicaba.

Desgraciadamente la dificultad no desaparece así: un jugador quiere intentar un golpe; él me


pide a consejo. Si se lo doy, me inspiraré en el cálculo de las probabilidades, pero no le
garantizaré el éxito. Está allí lo que llamaré la probabilidad subjectiva. En ese caso, podríamos
contentarnos con la explicación que acabo de esbozar. Pero supongo que un observador asiste al
juego, que anota todos los golpes y que el juego se prolonga mucho tiempo; cuando él hará la
lista de su libreta de apuntes, comprobará que los acontecimientos se repartieron conforme a las
leyes del cálculo de las probabilidades. Está allí lo que llamaré la probabilidad objetiva, y es el
fenómeno que habría que explicar.

Existen numerosas sociedades de seguros que aplican las reglas del cálculo de las
probabilidades, y distribuyen a sus accionistas de los dividendos cuya realidad objetiva no
sabría ser discutida. No basta, para explicarlos, con invocar nuestra ignorancia y la necesidad
de actuar.

Así, el escepticismo absoluto no es admisible; debemos desconfiar, pero no podemos condenar


en bloque; es necesario hablar.

I - CLASIFICACIÓN DE LOS PROBLEMAS DE PROBABILIDAD - Para clasificar los


problemas que se presentan a propósito de las probabilidades, podemos colocarnos desde varios
diferentes puntos de vista, y primero hasta el punto de vista de la generalidad. Dije más alto
que la probabilidad era el informe del número de los casos favorables en total de los casos
posibles. Lo que, por falta de un mejor término, llamo la generalidad, crecerá con el número de
los casos posibles. Este número puede estar acabado; así como, por ejemplo, si se contempla un
golpe de dedales donde el número de los casos posibles está 36. Está allí el primer grado de
generalidad.

Pero, si pedimos, por ejemplo, cual es la probabilidad para que un punto interior de un círculo
sea interior al cuadrado inscrito, hay tantos casos posibles como puntos en el círculo, es decir
una Infinidad. Es el segundo grado de generalidad. La generalidad todavía puede ser
empujada más lejos: podemos preguntarnos la probabilidad para que

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una función satisfaga a una condición dada; hay entonces tantos casos posibles que podemos
imaginar diferentes funciones. Es el tercer grado de generalidad, al cual se eleva, por ejemplo,
cuando procura adivinar la ley más probable según un número acabado de observaciones.

Podemos colocarnos desde un punto de vista muy diferente. Si nosotros no fuéramos


ignorantes, no habría probabilidad, habría sitio sólo para la certeza; pero nuestra ignorancia
no puede ser absoluta, sin la que no habría tampoco probabilidad, ya que hace falta todavía
un poco de luz para alcanzar hasta esta ciencia incierta. Los problemas de probabilidad
pueden así clasificarse según la más o menos gran profundidad de esta ignorancia.

En matemáticos(as), ya podemos proponernos problemas de probabilidad. ¿Qué es la


probabilidad para que el 5o decimal de un logaritmo tomado al azar en una mesa sea uno 9?
No vacilaremos en responder que esta probabilidad es $1/10$. Aquí poseemos todos los datos
del problema; sabríamos calcular nuestro logaritmo sin recurrir a la mesa; pero no queremos
tomarnos la molestia de eso. Es el primer grado de la ignorancia.

En las ciencias físicas, nuestra ignorancia es ya más grande. El estado de un sistema, en el


instante dado, depende de dos cosas: su estado inicial y la ley según la cual este estado varía.
Si conocíamos a la vez esta ley y este estado inicial, no tendríamos más que un problema
matemático que hay que resolver y recaeríamos sobre el primer grado de ignorancia.

Pero a menudo pasa que se conoce la ley y que no conoce al estado inicial. Pedimos, por
ejemplo, cual es la distribución actual de los pequeños planetas; sabemos que, de todo tiempo,
ellas obedecieron a las leyes de Képler, pero ignoramos qué era su distribución inicial.

En la teoría cinética de los gases, suponemos que las moléculas gaseosas siguen trayectorias
rectilíneas y obedecen a las leyes del choque de los cuerpos elásticos; pero, como no sabemos
nada de sus velocidades iniciales, no sabemos nada de sus velocidades actuales.

Sólo el cálculo de las probabilidades permite prever los fenómenos medios que resultarán de la
combinación de estas velocidades. Está allí el segundo grado de ignorancia.

Es posible, finalmente, que no sólo las condiciones iniciales, sino que las leyes mismas, sean
desconocidas; alcanzamos entonces el tercer grado de la ignorancia y, generalmente, no
podemos afirmar nada más de todo respecto a la probabilidad de un fenómeno.

A menudo pasa que en lugar de procurar adivinar un acontecimiento según un conocimiento


más o menos imperfecto de la ley, conozcamos los acontecimientos y que procuramos adivinar
la ley; que en lugar de deducir los efectos de las causas, se quiera deducir las causas de los
efectos. Están allí los problemas dichos de probabilidad de las causas, los más interesantes
hasta el punto de vista de sus aplicaciones científicas.

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Juego al apartado con un señor a quien sé perfectamente honrado(a); él va a dar; ¿qué es la
probabilidad para que él gire al rey? es 1/8; está allí un problema de probabilidad de los
efectos. Juego con un señor a quien no conozco; él dio 10 veces y giró 6 veces al rey; ¿qué es
la probabilidad para que sea griego? está allí un problema de probabilidad de las causas.

Podemos decir que es el problema esencial del método experimental. Observé $n$ valores de
$x$ y los valores correspondientes de $y$; comprobé que el informe del segundo en los
estrenos era sensiblemente constante. He aquí el acontecimiento; ¿qué es la causa?

¿Es probable que haya una ley general según el cual $y$ sería proporcional a $x$ y que las
pequeñas divergencias sean debidas a errores de observaciones? He aquí un género de
pregunta que se es hecho sin cesar a ponerse y que resuelve inconscientemente cada vez que
hace de ciencia.

Ahora voy a analizar estas diferentes categorías de problemas contemplando sucesivamente lo


que llamé más alto la probabilidad subjectiva y lo que llamé la probabilidad objetiva.

II - LA PROBABILIDAD EN LAS CIENCIAS MATEMÁTICAS. - La imposibilidad de la


cuadratura del círculo es demostrada desde el 1883; pero, bien antes de esta fecha reciente,
todos los agrimensores consideraban esta imposibilidad como tan "probable «, como la
Academia de las ciencias rechazaba sin examen las memorias, por desgracia demasiado
numerosas, que unos locos pobres le enviaban cada año a este tema.

¿La Academia tenía la culpa? Evidentemente no, y ella sabía bien que actuando así, no corría
peligro de ninguna manera de ahogar un descubrimiento serio. Habría podido demostrar sólo
tenía razón; pero ella sabía bien que su Instinto no la engañaba. Si usted habrían interrogado
a los académicos, les habrían respondido: Comparamos la probabilidad para que un
desconocido sabio haya encontrado lo que se busca vanamente después tan mucho tiempo, y la
para que haya un loco además sobre la tierra; el segundo nos pareció más grande. Están allí
muy buenas razones, pero no tienen nada matemáticas, son puramente psicológicas.

Y si usted los había apretado más, habrían añadido: « Por qué quiere que un valor particular
de una función transcendental sea un número algébrico; ¿y si $p$ era raíz de una ecuación
algébrica, por qué quiere que esta raíz sea un período de la función $sin (2x dólares y que no
estén de allí también otras raíces de la misma ecuación? » En suma, habrían invocado el
principio de razón suficiente bajo su forma más vaga.

¿Pero qué podían tirar de eso? Todo lo más una norma de conducta para el empleo de su
tiempo, más útilmente gastado en sus trabajos ordinarios que en la lectura de una lucubración
que les inspiraba una desconfianza legítima. Pero lo que llamaba más alto la probabilidad
objetiva no tiene nada para ver con este primer problema.

Está de allí de otro modo el segundo problema.

Contemplemos los 10000 primeros logaritmos que encuentro en una mesa. Entre estos 10000
logaritmos, tomo uno al azar; ¿qué es la probabilidad para que su tercer

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decimal sea un número par? Usted no vacilará en responder por $1/2$, y, en efecto, si levanta
en una mesa los terceros decimales de estos 10000 números, encontrará más o menos tantas
cifras pares como cifras impares.

Donde si se prefiere, escriben 10000 números que corresponden a nuestros 10000 logaritmos;
cada un de estos números siendo igual a +1 si el tercer decimal del logaritmo correspondiente
es par, y a-1 en lo contrario. Tomemos luego la media de estos 10000 números.

No vacilaré en decir que la media de estos 10000 números es probablemente ninguna, y, si la


calculaba efectivamente, verificaría que era muy pequeña.

Pero esta misma comprobación es inútil; habría podido demostrar rigurosamente que esta
media es más pequeña que 0,003. Para establecer este resultado, me habría hecho falta un
cálculo bastante largo que no sabría encontrar coloco aquí y para el que me limito a reenviar un
artículo que publiqué en la Revista general de las Ciencias, el 15 de abril de 1899. El solo
punto hacia el cual debo atraer la atención, es el siguiente: en este cálculo, habría necesitado
sólo apretarme en dos hechos, a saber que derivadas las primeras y segundas del logaritmo se
queden, en el ínterin considerado, comprendidos entre ciertos límites.

De donde esta primera consecuencia que la propiedad es verdadera no sólo del logaritmo, sino
que de cualquier función contínua, ya que las derivadas de toda función contínua son
limitadas.

Si yo estaba seguro(a) por anticipado del resultado, está primero que había observado a
menudo hechos análogos para otras funciones contínuas; es luego porque hacía en mi for
interior, de modo más o menos inconsciente e imperfecto, el raciocinio que me condujo a las
desigualdades precedentes, como un ordenador ejercido que, antes de haber acabado una
multiplicación, se da cuenta que « esto va a hacer poco en prados tanto ».

Y por otra parte, como lo que yo llamaba mi intuición era sólo un bosquejo incompleto de un
raciocinio verdadero, nos explicamos que la observación haya confirmado mis previsiones, que
la probabilidad objetiva haya estado de acuerdo con la probabilidad subjectiva.

Como el tercer ejemplo, escogeré el problema siguiente: Un número $u$ es tomado al azar, $n$
es un entero dado muy grande; ¿qué es el valor probable de $sin (desnudo) dólares? Este
mismo problema no tiene ningún sentido. Para darle uno, hace falta un convenio;
convendremos que la probabilidad para que el número $u$ sea comprendido entre $a$ y $a+da$
es igual a $\phi (a) da$; que ella es por consiguiente proporcional a la extensión del intervalo
infinitamente pequeño $da$ e igual a esta extensión multiplicada por una función $\phi (a)
dólares que dependen sólo de $a$. En cuanto a esta función, la escojo arbitrariamente, pero
hace falta bien que la suponga contínua. El valor de $sin (desnudo) dólar resto la misma cuando
$u$ aumenta de $2\pi$ puedo, sin restringir la generalidad, suponer que $n$ es comprendido
entre $0$ y $2\pi$ y seré conducido así a suponer que $\phi (a) dólares es una función periódica
cuyo período es $2\pi$.

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El valor probable buscado se expresa fácilmente por uno íntegra una simple, y es fácil mostrar
que esta íntegra es más pequeña que

$ frac {2\piM _ {k}} {n ^ {k}} dólares

$M _ {k} dólares que son el valor más grande de la derivada k-ième de $\phi (u) dólares.
Vemos pues que si la derivada k-ième está acabada, nuestro valor probable tenderá hacia cero
cuando $n$ crezca más rápidamente indefinidamente y esto que $ frac {1} {n ^ (k-1)} dólares.

El valor probable de $sin (desnudo) dólares para $n$ muy grande es ningún pues; para definir
este valor, necesité un convenio; pero el resultado queda el mismo cualquiera que sea este
convenio. Me impuse sólo de restricciones débiles suponiendo que la función $\phi (a) dólares
es contínua y periódica, y estas hipótesis son tan naturales que nos preguntamos cómo
podríamos escapar de eso.

El examen de los tres ejemplos precedentes, tan diferentes por todos conceptos, ya nos hizo
entrever por una parte el papel lo que los filósofos llaman el principio de razón suficiente, y
por otra parte la importancia de este hecho que ciertas propiedades son comunes de todas las
funciones contínuas. El estudio de la probabilidad en las ciencias físicas nos conducirá al
mismo resultado.

III - LA PROBABILIDAD EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. - Ahora lleguemos a los problemas


que se remiten a lo que llamé más alto el segundo grado de ignorancia; son los donde se
conoce la ley, pero donde ignora al estado inicial del sistema. Podría multiplicar los ejemplos,
tomaré sólo uno: ¿Qué es la distribución actual probable de los pequeños planetas sobre el
zodíaco?

Sabemos que ellas obedecen a las leyes de Képler; hasta podemos, sin cambiar nada en la
naturaleza del problema, suponer que sus órbitas son toda circular y situada en el mismo
plano y que lo sepamos. En cambio, ignoramos absolutamente cual era su distribución inicial.
Sin embargo no vacilamos en afirmar que hoy esta distribución es uniforme más o menos. ¿Por
qué?

O sea $b$ la longitud de un pequeño planeta a la época inicial, es decir a la época ninguna; o
sea $a$ su movimiento medio; su longitud a la época actual, es decir a la época $t$, será
$at+b$. Decir que la distribución actual es uniforme, esto hay que decir que el valor medio de
los senos y del coseno de los(las) múltiples de $at+b$ es ningún. ¿Por qué lo afirmamos?

Representemos cada pequeño planeta por un punto en un plano, a saber por el punto cuyas
señas son precisamente $a$ y $b$. Todos estos puntos representativos serán contenidos en una
cierta región del plano, pero como son muy numerosos, esta región parecerá acribillada de
puntos. No sabemos nada por otra parte sobre la distribución de estos puntos.

¿Qué hacemos cuando queremos aplicar el cálculo de las probabilidades sobre una pregunta
semejante? ¿Qué es la probabilidad para que uno o varios puntos representativos se
encuentren en tal parte del plano? En nuestra ignorancia somos reducidos a hacer una
hipótesis arbitraria. Para dar a entender la naturaleza de esta

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hipótesis, que se me permita emplear en lugar de una fórmula matemática, una imagen
grosera, pero concreta. Imaginemos que se haya difundido por la superficie de nuestro plano
una asignatura ficticia cuya densidad será variable pero variará de manera contínuo.
Acordaremos entonces decir que el número probable de puntos representativos que se
encuentran sobre una parte del plano es proporcional a la cantidad de asignatura ficticia que
se encuentra allí. Si se tiene entonces dos regiones del plano de hasta extendida, las
probabilidades para que un punto representativo de uno de nuestros pequeños planetas se
encuentre la en una o en la otra de estas regiones serán entre ellas como las densidades
medias de la asignatura ficticia a ambas región.

He aquí pues dos distribuciones, una real, donde los puntos representativos son muy
numerosos, muy apretados, pero discretos como las moléculas de la asignatura en la hipótesis
atómica; la otra, el alejado de realidad, donde nuestros puntos representativos son
reemplazados por una asignatura ficticia contínua. Esta última, sabemos que no puede ser
real, pero nuestra ignorancia nos condena a adoptarla.

Si todavía tuviéramos alguna idea de la distribución real de los puntos representativos,


podríamos arreglarnos para que, en una región de una extensión, la densidad de esta
asignatura ficticia contínua sea más o menos proporcional en total de puntos representativos, o
si se quiere, átomos que son contenidos en esta región. Esto hasta es imposible y nuestra
ignorancia es tan grande que somos forzados de escoger arbitrariamente la función que define
la densidad de nuestra asignatura ficticia. Estaremos sujetos solamente a una hipótesis a la
cual apenas podríamos sustraernos, supondremos que esta función es contínua. Esto basta,
como vamos verlo, para permitirnos una conclusión.

¿Qué es en el instante $t$ la distribución probable de los pequeños planetas? ¿O sea, qué es el
valor probable del seno de la longitud, en el instante $t$ es decir de $sin (at+b) dólares?
Hicimos al principio un convenio arbitrario, pero, si lo adoptamos, este valor probable es
totalmente definido. Descompongamos el plano en elementos de superficie. Consideremos el
valor de $sin (at+b) dólares en el centro de cada uno de estos elementos; multipliquemos este
valor por la superficie del elemento y por la densidad correspondiente de la asignatura
ficticia; hagamos luego la suma para todos los elementos del plano. Esta suma estará, por
definición, el valor medio probable buscado, que tan se encontrará expresada por uno íntegra
una doble.

Podemos creer primero que este valor medio dependerá de la elección de la función $\phi$ que
define la densidad de la asignatura ficticia y que como esta función $\phi$ es arbitraria,
podremos, según la elección arbitraria que haremos, obtener cualquier valor medio. No es
nada.

Un cálculo simple muestra que nuestro(a) íntegra la doble desminuye muy rápido cuando $t$
aumentó.

Así, yo no sabía demasiado cual hipótesis hacer respecto a la probabilidad de tal o tal
distribución inicial; pero, cualquiera que sea la hipótesis hecha, el resultado será el mismo y
es lo que me tira de confusión.

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Cualquiera que sea la función $\phi$ el valor medio tiende hacia cero cuando $t$ aumenta, y
como los pequeños planetas cumplieron ciertamente un muy grande número de revoluciones,
puedo afirmar que este valor medio es muy pequeño.

Puedo escoger $\phi$ como lo quiero, excepto una restricción no obstante: esta función debe
ser contínua; y, en efecto, hasta el punto de vista de la probabilidad subjectiva, la elección de
una función discontinua habría sido desrazonable; ¿qué razón podré tener, por ejemplo,
suponer que la longitud inicial puede ser igual a 0 ° justo, pero que no puede ser comprendida
entre 0 ° y 1 °?

Pero la dificultad reaparece si se coloca hasta el punto de vista de la probabilidad objetiva; si


se pasa de nuestra distribución imaginaria donde la asignatura ficticia fue supuesta contínua a
la distribución real donde nuestros puntos representativos forman como átomos discretos.

El valor medio de $sin (at+b) dólares será representado sencillamente por

$ frac {1} {n} \sum {sin (at+b)} dólares

$n$ siendo el número de los pequeños planetas. En lugar de uno íntegra doble sustentador
sobre una función contínua, tenemos una suma de términos discretos. Y sin embargo nadie no
dudará seriamente que este valor medio no sea efectivamente muy pequeño.

Es que, nuestros puntos representativos que serán muy apretados, nuestra suma discreta
aplazarán en general muy poca íntegra.

Un íntegro es el límite hacia el cual tiende una suma de términos cuando el número de estos
términos crece indefinidamente. Si los términos son muy numerosos, la suma diferirá muy poco
de su límite, es decir del íntegro, y lo que dije de este último todavía será verdad de la suma
misma.

Hay casos de excepción sin embargo. Si, por ejemplo, se tenía como todos los pequeños
planetas:

$b = frac {\pi} {2}-at$,

todos los planetas en el instante $t$ se encontrarían tener como longitud $\pi / 2$ y el valor
medio sería igual evidentemente a 1. Para esto, haría falta que a la época 0, los pequeños
planetas totalmente hubieran sido colocados sobre una suerte de espiral de una forma
particular a espiras extremadamente apretadas. Todo el mundo juzgará que una distribución
igual e inicial es extremadamente improbable (y, hasta suponiéndola realizada, la distribución
no sería uniforme a la época actual, por ejemplo el 1 de enero de 1900, sino lo volvería a ser
unos años más tarde).

¿No obstante, por qué juzgamos esta distribución inicial improbable? Es necesario explicarlo,
porque, si no tuviéramos razón para rechazar como inverosímil esta hipótesis descabellada,
todo se derrumbaría y no podríamos afirmar nada más respecto a la probabilidad de tal o tal
distribución actual.

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Lo que invocaremos, todavía es el principio de razón suficiente, al cual hay que siempre volver.
Podríamos suponer que al principio los planetas fueron distribuidos más o menos en línea
recta; podríamos suponer que ellas fueron distribuidas de manera irregular; pero nos parece
que no hay razón suficiente para que la causa desconocida que les dio origen haya actuado
según una curva tan regular y sin embargo tan complicada, y que aparecería haber sido
escogida precisamente a propósito para que la distribución actual no sea uniforme.

IV - ROJO Y NEGRO. - Las preguntas levantadas por los juegos de azar, como los de la ruleta,
son completamente análogas, en el fondo, a aquello a quienes acabamos de tratar.

Por ejemplo, una esfera es compartida en un gran número de subdivisiones iguales,


alternativamente rojas y negras; una aguja es lanzada con fuerza, y, después de haber hecho
un gran número de turnos, se para delante de uno de estas subdivisiones. La probabilidad para
que esta división sea roja, es evidentemente $1/2$.

La aguja va a girar de un ángulo $\theta$, comprendiendo varias circunferencias; ignoro qué


es la probabilidad para que la aguja sea lanzada con una fuerza tal como este ángulo sea
comprendido entra $\theta$ y $\theta+d\theta$; pero, puedo hacer un convenio; puedo suponer
que esta probabilidad es $\phi (\theta) d\theta$; en cuanto a la función $\phi (\theta) dólares,
puedo escogerlo de modo totalmente arbitrario; no hay nada que pueda guiarme en mi
elección; sin embargo, soy naturalmente conducido a suponer esta función contínua.

O sea $\epsilon$ la longitud (contada con la circunferencia de rayo 1) de cada subdivisión roja
o negra.

Hay que calcular la íntegra de $\phi (\theta) d\theta$ extendiéndole, por una parte, a todas las
divisiones rojas, por otra parte, a todas las divisiones negras, y comparar los resultados.

Consideremos un intervalo $2\epsilon$, comprendiendo una división roja y una división negra
que la sigue. O sea $M$ y $m$, el valor más grande y más pequeño de la función $\phi (\theta)
dólares en este intervalo. Íntegra extendida a las divisiones rojas será más pequeña que $\sum
{M\epsilon} dólares; íntegra extendida a las divisiones negras será más grande que $\sum
{m\epsilon} dólares; la diferencia será más pequeña pues que $\sum {(Mm \epsilon)} dólares.
Pero, si la función $\phi$ es supuesta continúa; si, por otra parte, el intervalo $\epsilon$ es
muy pequeño con relación al ángulo total recorrido por la aguja, la diferencia $M-m$ será
muy pequeña. La diferencia de ambas íntegras será muy pequeña pues, y la probabilidad será
muy vecina de $1/2$.

Comprendemos que, sin saber nada sobre la función $\phi$, yo deba actuar como si la
probabilidad fuera $1/2$. Nos explicamos, por otra parte, por qué, si, colocándome hasta el
punto de vista objetivo, observo un cierto número de golpes, la observación me dará más o
menos tantos golpes negros como golpes rojos.

Todos los jugadores conocen esta ley objetiva; pero ella los arrastra en un error singular, que
ha sido levantado a menudo, y sobre el que recaen siempre. Cuando la

- 20 -
roja salió, por ejemplo, seis veces seguida, ellos ponen sobre la negra, creyendo juega de
seguro; porque, dicen ellos, es muy raro que la suerte roja siete veces seguida.

En realidad, su probabilidad de ganancia queda $1/2$. La observación muestra, es verdad,


que las series consecutivas de siete rojos son muy raras; pero, las series ordenadas de seis
rojos de una negra son tan raras. Ellos observaron la rareza de las series de siete rojos; si
ellos no observaron la rareza de las series de seis rojos y una negra, es únicamente porque las
series iguales golpean menos la atención.

V - LA PROBABILIDAD DE LAS CAUSAS. - Llego a los problemas de probabilidad de las


causas, los más importantes hasta el punto de vista de las aplicaciones científicas. Dos
estrellas, por ejemplo, son muy acercadas sobre la esfera celeste; ¿esta aproximación aparente
es un efecto puro del azar y estas estrellas, aunque más o menos sobre el mismo visual, están
colocadas en distancias muy diferentes de la Tierra y, por consiguiente, muy alejadas ambas?
¿O sea corresponde a una aproximación real? Está allí un problema de probabilidad de las
causas.

Recuerdo primero que al principio de todos los problemas de probabilidad de los efectos que
nos ocuparon hasta aquí, tenemos siempre colocar un convenio más o menos justificado. Y, si
más a menudo el resultado era independiente, en cierta medida, de este convenio, era sólo con
la condición de que ciertas hipótesis que nos permitían rechazar a priori las funciones
discontinuas, por ejemplo, o los ciertos convenios descabellados.

Reencontraremos algo análogo ocupando, de probabilidad de las causas. Un efecto puede ser
producido por la causa $A$ o por la causa $B$. El efecto acaba de ser observado; pedimos la
probabilidad para que él sea debido a la causa $A$; es la probabilidad de la causa a posteriori.
Pero, yo no podría calcularlo, si un convenio más o menos justificado no me hiciera saber por
anticipado cual es la probabilidad a priori, para que la causa $A$ entre en acción; quiero decir
la probabilidad de este acontecimiento, para alguien que todavía no hubiera observado el
efecto.

Para explicarme mejor, vuelvo a ejemplo del juego de apartado, citado más alto; mi adversario
da por primera vez y gira al rey; ¿qué es la probabilidad para que sea griego? Las fórmulas
ordinariamente enseñadas dan $8/9$, el resultado evidentemente muy sorprendente. Si se los
examina de más cerca, vemos que hacemos el cálculo como si, antes de sentarnos a la mesa de
juego, había considerado que había una posibilidad de cada dos para que mi adversario no sea
honrado. Hipótesis absurda, ya que, en ese caso, no habría jugado ciertamente con él; y es lo
que explica la absurdidad de la conclusión.

El convenio sobre la probabilidad a priori era injustificado; es para esto para lo que el cálculo
de la probabilidad a posteriori me había conducido al resultado inadmisible. Vemos la
importancia de este convenio previo; también añadiré como, si no se hacía ninguna, el
problema de la probabilidad a posteriori no tendría ningún sentido; hay que siempre hacerlo, o
sea explícitamente, o sea tácitamente.

Pasemos a un ejemplo de un carácter más científico. Quiero determinar una ley experimental;
esta ley, cuando la conoceré, podrá ser representada por una curva; hago un cierto número de
observaciones aisladas; cada una de ellas será representada por un punto. Cuando obtuve

- 20 -
estos diferentes puntos, hago pasar una curva entre estos puntos que esforzándoseme de
apartarme de eso el menos posible y, sin embargo, de

- 20 -
conservar a mi curva una forma regular, sin puntos angulosos, sin inflexiones demasiado
acentuadas, sin variación brusca del rayo de curvatura. Esta curva me representará la ley
probable, y admito, no sólo que me hace saber los valores intermediarios de la función entre
las que han sido observadas, pero aunque me haga saber los valores observados mismos más
exactamente que la observación directa (es para esto para lo que la hago pasar cerca de mis
puntos y no por estos mismos puntos).

Está allí un problema de probabilidad de las causas. Los efectos, son las medidas que registré;
ellos dependen de la combinación de dos causas: la ley verdadera del fenómeno y los errores
de observaciones. Se trata, conociendo los efectos, de buscar la probabilidad para que el
fenómeno obedezca a tal ley, y para que las observaciones hayan sido afectadas de tal error.
La ley más probable corresponde entonces a la curva trazada, y el error más probable de una
observación es representado por la distancia del punto correspondiente a esta curva.

Pero, el problema no tendría ningún sentido si, antes de toda observación, no me hacía una
idea a priori de la probabilidad de tal o tal ley, y posibilidades de error a las cuales soy
expuesto.

Si mis instrumentos son buenos (y esto, yo lo sabía antes de haber observado), no permitiré a
mi curva alejarse mucho de los puntos que representan las medidas brutas. Si son malos, podré
alejarme un poco más de eso, con el fin de obtener una curva menos sinuosa; ofreceré un
sacrificio más a la regularidad.

¿Por qué pues acaso procuro trazar una curva sin sinuosidades? Es porque considero a priori
una ley representada por una función contínua (o por una función cuyas derivadas de orden
elevada son pequeños), como más probable que una ley que no satisface a estas condiciones.
Sin esta creencia, el problema del que hablamos no tendría ningún sentido; la interpolación
sería imposible; no podríamos deducir una ley de un número acabado de observaciones; la
ciencia no existiría.

Hace cincuenta años, los físicos consideraban una ley simple como más probable que una ley
complicada, todas cosa iguales por otra parte. Ellos hasta invocaban este principio a favor de
la ley de Mariotte contra las experiencias de Regnault. Hoy, ellos repudiaron esta creencia;
¡que de vez sin embargo no son obligados a actuar como si la hubieran conservado! Sea lo que
sea, lo que se queda de esta tendencia, es la creencia en la continuidad, y acabamos de ver
que, si esta creencia desaparecía a su turno, la ciencia experimental se haría imposible.

VI - LA TEORÍA DE LOS ERRORES. - Nosotros somos hechos así a hablar de la teoría de los
errores, que se relaciona directamente con el problema de la probabilidad de las causas. Aquí
todavía comprobamos efectos, a saber un cierto número de observaciones discordantes, y
procuramos adivinar las causas, que son por una parte el valor verdadero de la cantidad que hay
que medir, por otra parte cometido el error en cada observación aislada. Habría que calcular qué
es a posteriori el tamaño probable de cada error, y, por consiguiente, el valor probable de la
cantidad que hay que medir.

Pero, así como acabo de explicarlo, no sabríamos emprender este cálculo, si no admitíamos a
priori, es decir antes de toda observación, una ley de probabilidad de los errores. ¿Hay una ley
de los errores?

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La ley de los errores admitida por todos los ordenadores es la ley de Gauss, que es
representada por una cierta curva transcendental conocida bajo el nombre de "curva de
campana ".

Pero primero conviene recordar la distinción clásica entre los errores sistemáticos y
accidentales. Si medimos una longitud con un metro demasiado largo, encontraremos siempre
un número demasiado débil y no servirá para nada de empezar de nuevo la medida muchas
veces; está allí un error sistemático. Si lo medimos con un metro exacto, podremos
equivocarnos sin embargo, pero nos equivocaremos unas veces en más, y otras en menos, y,
cuando hagamos media de un gran número de medidas, el error tenderá a atenuarse. Están allí
errores accidentales.

Es evidente primero que los errores sistemáticos no pueden satisfacer a la ley de Gauss; ¿pero
los errores accidentales satisfacen a eso? Intentamos un gran número de demostraciones; casi
ellas todas de groseros paralogismes. Podemos sin embargo demostrar la ley de Gauss a partir
de las hipótesis siguientes: el error cometido es el resultante de un muy grande número de
errores parciales e independientes; cada uno de los errores parciales es muy pequeño y
obedece por otra parte a una ley de cualquier probabilidad, excepto que la probabilidad de un
error positivo es la misma que la de un error igual y de un signo contrario. Es evidente que
estas condiciones a menudo serán rellenadas, pero no siempre, y podremos reservar el nombre
de accidentales para los errores que satisfacen a eso.

Vemos que el método de los menores cuadrados no es legítimo en todos los casos; en general,
los físicos se desafían de eso más que los astrónomos. Esto valora sin duda lo que estos
últimos, además de los errores sistemáticos que encuentran como los físicos, tienen luchar con
una causa de error extremadamente importante y lo que es completamente accidental; quiero
hablar de las ondulaciones atmosféricas. También es muy curioso oír a un físico hablar con un
astrónomo respecto a un método de observación: el físico, persuadido que una buena medida
vale más que mucho de malas, se preocupa ante todo de eliminar a fuerza de precauciones los
últimos errores sistemáticos y el astrónomo le responde: « Pero usted podrá observar así sólo
un pequeño número de estrellas; los errores accidentales no desaparecerán ».

¿Qué debemos concluir? ¿Hay que continuar aplicando el método de los menores cuadrados?
Debemos distinguir: eliminamos todos los errores sistemáticos que pudimos sospechar;
sabemos bien que todavía hay, pero no podemos descubrirlos; sin embargo, hay que tomar un
partido y adoptar un valor definitivo, que será visto como el valor probable; para esto, es
evidente que lo que tenemos de mejor a hacer, esto hay que aplicar el método de Gauss. Sólo
aplicamos una regla práctica que se remitía a la probabilidad subjectiva. No hay nada para
decir.

Pero queremos ir más lejos y afirmar que no sólo el valor probable es de tanto, sino que que el
error probable cometido sobre el resultado es de tanto. Esto es absolutamente ilegítimo; esto
sería verdad sólo si estuviéramos seguros que todos los errores sistemáticos eran eliminados, y
no sabemos absolutamente sobre eso nada. Tenemos dos series de observaciones; aplicando la
regla de los menores cuadrados, encontramos que el error probable sobre la primera serie es dos
veces más débil que sobre el segundo. La segunda serie puede sin embargo ser mejor que el
estreno porque el estreno es afectado tal vez de un grueso error sistemático. Todo lo que
podemos decir, c ' es que la primera

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serie es probablemente mejor que el segundo, ya que su error accidental es más débil, y que no
tenemos ninguna razón para afirmar que el error sistemático es más grande para la una de las
series que para las otras, al siendo absoluta nuestra ignorancia a este tema.

VII - CONCLUSIONES. - En las líneas que preceden, planteo muchos problemas sin resolver
ninguno. No siento sin embargo de haberlos escrito, porque ellas invitarán tal vez al lector a
reflexionar sobre estas preguntas delicadas.

Sea lo que sea, hay ciertos puntos que parecen bien establecidos. Para emprender cualquier
cálculo de probabilidad, y hasta para que este cálculo tenga un sentido, hay que admitir, como
punto de partida, una hipótesis o un convenio que implica siempre un cierto grado de
arbitrariedad. En la elección de este convenio, podemos ser guiados sólo por el principio de
razón suficiente. Desgraciadamente, este principio es muy vago y muy elástico y, en el examen
rápido que acabamos de hacer, lo vimos tomar muchas diferentes formas. La forma bajo la
cual le encontramos más a menudo, es la creencia a la continuidad, la creencia a lo que sería
difícil justificar por un raciocinio apodictique. pero sin la cual toda ciencia sería imposible.
Finalmente, los problemas donde el cálculo de las probabilidades puede ser aplicado con
provecho son los donde el resultado es independiente de la hipótesis hecha al principio,
proveído solamente que esta hipótesis satisfaga con la condición de que continuidad.

CHAPITRE XII ---------------------------- La óptica y la electricidad

LA TEORÍA DE FRESNEL. - El mejor ejemplo [Este capítulo es la reproducción parcial de los


prefacios de dos de mis obras: Teoría matemática de la luz (París, Naud, 1889) y Electricité y
Óptica (París, Naud, 1901)] que se pueda escoger está la teoría de la luz y sus informes con la
teoría de la electricidad. Gracias a Fresnel, la óptica es la parte más avanzada de la física; la
teoría dicha de las ondulaciones forma un conjunto verdaderamente satisfactorio para el
espíritu; pero no hay que pedirle lo que ella no puede darnos.

Las teorías matemáticas no tienen por objeto revelarnos la naturaleza verdadera de las cosas;
estaría allí una pretensión desrazonable. Su fin único hay que coordinar las leyes físicas que la
experiencia nos hace saber, pero que sin socorro de los matemáticos hasta no podríamos
enunciar.

Poco nos importa que éther existe realmente, es el asunto de los métaphysiciens; lo esencial
para nosotros es que todo pasa como si él existiera y que esta hipótesis es cómoda para la
explicación de los fenómenos. Después de todo, tenemos otra razón para creer en la existencia
de los objetos materiales. No está allí así como una hipótesis cómoda; solamente ella nunca
detendrá de sustancia, mientras que un día vendrá sin duda o éther será rechazado como
inútil.

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Pero este mismo día, las leyes de la óptica y las ecuaciones que las traducen analíticamente
quedarán verdaderas, por lo menos como la primera aproximación. Será siempre útil pues
estudiar una doctrina que relaciona entre ellas todas estas ecuaciones.

La teoría de las ondulaciones descansa en una hipótesis molecular; para unos los que
creyeran descubrir así la causa bajo la ley, es una ventaja; para otros(as), es una razón de
desconfianza; pero esta desconfianza me parece tan poco justificada como la ilusión de los
primeros.

Estas hipótesis juegan sólo un papel secundario. Podríamos sacrificarlos; no lo hacemos de


ordinario porque la exposición perdería allí en claridad, sino esta razón es la sola.

En efecto, si se miraba a eso de cerca, veríamos que pedíamos prestado de las hipótesis
moleculares sólo dos cosas: el principio de la conservación de la energía y la forma lineal de
las ecuaciones que es la ley general de los pequeños movimientos, como todas las pequeñas
variaciones.

Es lo que explica por qué a la mayoría de las conclusiones de Fresnel subsisten sin cambio
cuando se adopta la teoría electromagnética de la luz.

LA TEORÍA DE MAXWELL. - Esto es, lo sabemos, Maxwell que relacionó por un lazo estrecho
dos partes de la física, hasta ahí completamente extranjeras uno con el otro, la óptica y la
electricidad. Mezclándose así entre un conjunto más vasto, entre una armonía superior, la
óptica de Fresnel no dejó de estar viva. Sus diversas partes subsisten, y sus informes mutuos
son siempre los mismos. Solamente, el lenguaje del que nosotros nos servimos para expresarlos
cambió, y por otra parte, a Maxwell nos reveló otros informes, hasta él insospechados, entre
las diferentes partes de la óptica y el dominio de la electricidad.

La primera vez que un lector francés abre el libro de Maxwell, un sentimiento de malestar, y a
menudo hasta de desconfianza se agrega primero a su admiración. Esto no está sólo después
de un comercio prolongado y al premio de muchos esfuerzos, que este sentimiento se disipa.
Unos espíritus eminentes hasta lo conservan siempre.

¿Por qué las ideas del inglés sabio tienen tanta pena que se aclimata entre nosotros? Es sin
duda que la educación recibida por la mayoría de los franceses alumbrados dispone de ellos a
probar la precisión y la lógica antes de muy diferente cualidad.

Las antiguas teorías de la física matemática nos daban a este respecto una satisfacción
completa. Todos nuestros dueños, desde Laplace hasta Cauchy, procedieron de la misma
manera. Yéndose de hipótesis distintamente enunciadas ellos dedujeron de eso todas las
consecuencias con un rigor matemático, y las compararon luego con la experiencia. Ellos
parecen querer dar a cada una de las ramas de la física la misma precisión que a la mecánica
celeste.

Por un espíritu acostumbrado a admirar tales modelos, una teoría es difícilmente satisfactoria.
No sólo él no tolerará allí la menor apariencia de contradicción, sino que

- 20 -
exigirá que diversas partes estén relacionadas lógicamente de allí ellos unas a otros(as) y que
el número de las hipótesis distintas sea reducido por lo menos.

No es todo, él todavía tendrá otras exigencias que me parecen menos razonables. Detrás de la
asignatura que alcanzan nuestros sentidos y que la experiencia nos hace saber, él querrá ver
otra asignatura, la sola verdadera en sus ojos, que tendrá sólo cualidades puramente
geométricas y cuyos átomos no serán más que puntos matemáticos sometidos a las solas leyes
de la dinámica. Y sin embargo estos átomos invisibles y sin color, él procurará, por uno
inconsciente contradicción, representárselos y por consiguiente acercarlos el más posible de la
asignatura vulgar.

Es solamente entonces que estará plenamente satisfecho y se imaginará haber penetrado el


secreto del universo. Si esta satisfacción es engañosa, no es menos penoso de allí renunciar a
eso.

Así, abriendo a Maxwell, un francés espera a encontrar allí un conjunto teórico tan lógico y
tan preciso como la óptica física fundada sobre la hipótesis de éther; él se prepara así una
decepción que yo querría evitar al lector advirtiéndolo en seguida de lo que debe buscar en
Maxwell y de lo que no sabría encontrar allí.

Maxwell no da una explicación mecánica de la electricidad y del magnetismo; él se limita a


demostrar que esta explicación es posible.

Él también muestra que los fenómenos ópticos son sólo un caso particular de los fenómenos
electromagnéticos. De toda teoría de la electricidad, podremos pues deducir inmediatamente
una teoría de la luz.

La recíproca no es desgraciadamente verdadera; de una explicación completa de la luz, no es


siempre fácil tirar una explicación completa de los fenómenos eléctricos. Esto no es fácil, en
particular, si se quiere irse de la teoría de Fresnel; esto no sería sin duda imposible; pero no
logramos de allí menos preguntarnos si no vamos a ser forzados de repudiar a de admirables
los resultados que creía definitivamente adquiridos. Esto parece un paso hacia atrás; y muchos
buenos espíritus no quieren resignarse a eso.

Cuando el lector habrá consentido a limitar sus esperanzas, todavía chocará contra otras
dificultades, el inglés sabio no procura construir un edificio único, definitivo y bien ordenado,
parece más bien que educa un gran número de construcciones provisionales e independientes,
entre las cuales las comunicaciones son difíciles y algunas veces imposibles.

Como tomemos ejemplo el capítulo donde se explica las atracciones électrostatiques por
presiones y tensiones que reinarían en el medio dieléctrico. Este capítulo podría ser suprimido
sin que el resto del volumen se hiciera de allí menos claro y menos completo, y por otro lado
contiene una teoría que misma se basta y podríamos comprenderlo sin haber leído una sola de
las líneas que preceden o que siguen. Pero no es solamente independiente además de la obra;
es difícil conciliarlo con las ideas fundamentales del libro. Maxwell hasta no intenta esta
conciliación, se limita a decir « I have not been able to make the next step, namely, to account
by mechanical considerations for these stresses in the dielectric. »

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Este ejemplo bastará para dar a entender mi pensamiento; yo podría citar muchos de otros.
¿Así, quién sospecharía leyendo las páginas consagradas a la polarización rotatoire
magnético que hay identidad entre los fenómenos ópticos y magnéticos?

No debemos vanagloriarnos de evitar pues toda contradicción; pero hay que tomar de allí su
partido. Dos teorías contradictorias pueden en efecto con tal que no se las mezcle, y tal que no
busque allí el fondo de las cosas, ellas ambas de ser útiles instrumentos de búsquedas, y puede
ser la lectura de Maxwell sería menos sugestiva si él no nos estuviera abierto tantas nuevas
vías divergentes.

Pero la idea fundamental se encuentra un poco de este modo enmascarada. Lo está tan bien,
como en la mayoría de las obras de vulgarización, es el solo punto que sea completamente
dejado de lado.

Creo pues deber, para destacar mejor de allí la importancia, explicar en qué consiste esta idea
fundamental. Pero para esto una digresión corta es necesaria.

DEDAL La EXPLICACIÓN MECÁNICA DE LOS FENÓMENOS FÍSICOS. - En todo


fenómeno físico, hay un cierto número de parámetros que la experiencia alcanza directamente
y que ella permite medir. Los llamaré los parámetros $q$.

La observación nos hace saber luego las leyes de las variaciones de estos parámetros y estas
leyes pueden ponerse generalmente bajo la forma de ecuaciones diferenciales que atan entre
ellos los parámetros $q$ y el tiempo.

¿Qué hay que hacer para dar una interpretación mecánica de un fenómeno igual?

Procuraremos explicarlo o sea por los movimientos de la asignatura ordinaria, o sea por los
de uno o varios fluidos hipotéticos.

Estos fluidos serán considerados como formados de un muy grande número de moléculas
aisladas $m$.

¿Cuándo diremos mientras que tenemos una explicación mecánica completa del fenómeno?
Será por una parte cuando conozcamos las ecuaciones diferenciales a las cuales satisfacen las
señas de estas moléculas hipotéticas $m$, ecuaciones que por otra parte deberán estar
conforme con los principios de la dinámica; y por otra parte cuando conoceremos las
relaciones que definen las señas de las moléculas $m$ en funciones de los parámetros $q$,
accesibles a la experiencia.

Estas ecuaciones, lo dije, deben estar conforme con los principios de la dinámica y en
particular con el principio de la conservación de la energía y con el principio de menor
acción.

El primero de estos dos principios nos sabe que la energía total es constante y que esta energía
se divida en dos partes

1 ° La energía cinética o la fuerza viva que depende de las masas de las moléculas hipotéticas
$m$ y de sus velocidades, y que llamaré $T$;

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2 ° Y la energía potencial que depende solamente de las señas de estas moléculas y que llamaré
$U$. Es la suma de ambas energías $T$ y $U$ que es constante.

¿Qué ahora nos enseña el principio de menor acción? Él nos enseña que para pasar de situación
inicial que ocupa en el instante $t {0} dólares en la situación final que ocupa en el instante $t
{1} dólares, el sistema debe tomar un camino tal como, en el ínterin del tiempo que fluye entre
los dos instantes $t {0} dólares y $t {1} dólares el valor medio de " la acción " (esto est-à-decir
de diferencia entre ambas energías $T$ y $U$) sea tan pequeño como posible. La primera de
ambos principios es por otra parte una consecuencia del segundo.

Si se conoce ambas funciones $T$ y $U$, este principio basta para determinar las ecuaciones
del movimiento.

Entre todos los caminos que permiten pasar de una situación a otra, hay evidentemente uno
para el cual el valor medio de la acción es más pequeño que para todos los demás. Hay por
otra parte sólo, y resulta de eso que el principio de menor acción basta para determinar el
camino ordenado y por consiguiente las ecuaciones del movimiento.

Obtenemos así los que llamamos las ecuaciones de Lagrange.

En estas ecuaciones, las variables independientes son las señas de las moléculas hipotéticas
$m$; pero ahora supongo que se toma por variables los parámetros $q$ directamente
accesibles a la experiencia.

Ambas partes de la energía deberán entonces expresarse con arreglo a los parámetros $q$ y
sus derivadas; será evidentemente bajo la forma que ellas aparecerán en el experimentador.
Éste procurará naturalmente definir la energía potencial y la energía cinética con la ayuda de
las cantidades que él puede directamente observar [Añadamos que $U$ dependerá solamente
de $q$, que $T$ dependerá de $q$ y de sus derivadas con relación al tiempo y será un
polynôme homogéneo del segundo grado con relación a estas derivadas.].

Puesto a esto, el sistema irá siempre de una situación a otra por un camino tal que la acción
media sea minima.

Es lo mismo que $T$ y $U$ sean ahora expresados con la ayuda de los parámetros $q$ y sus
derivadas; es lo mismo que también sea por medio de los parámetros que definíamos las
situaciones iniciales y finales; el principio de menor acción queda siempre verdadero.

Entonces, aquí todavía, todos los caminos que llevan de una situación a otra, hay uno para el
cual la acción media es minima y hay sólo uno. El principio de menor acción basta pues para
determinar las ecuaciones diferenciales que definen las variaciones de los parámetros $q$.

Las ecuaciones tan obtenidas son otra forma de las ecuaciones de Lagrange.

Para formar estas ecuaciones, no necesitamos conocer las relaciones que atan los parámetros
$q$ a las señas de las moléculas hipotéticas, ni las masas de estas

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moléculas, ni la expresión de $U$ con arreglo a las señas de estas moléculas. Todo lo que
necesitamos conocer, es la expresión de $U$ con arreglo a $q$ y los de $T$ con arreglo a $q$
y sus derivadas, es decir las expresiones de la energía cinética y de la energía potencial en
funciones de los datos experimentales.

Entonces de dos cosas la una, o sea para una elección conveniente de las funciones $T$ y $U$,
las ecuaciones de Lagrange, las construidas como nosotros acabar de decirlo, serán idénticos
a las ecuaciones diferenciales deducidas de las experiencias; o sea no existirán funciones $T$
y $U$, para las cuales este acuerdo se efectue. En este último caso, es claro que ninguna
explicación mecánica no es posible.

La condición necesaria para que una explicación mecánica sea posible, es pues que se pueda
escoger las funciones $T$ y $U$, para satisfacer al principio de la menor acción, arrastrando el
de la conservación de la energía.

Esta condición es por otra parte suficiente; supongamos en efecto que se ha encontrado una
función $U$ de los parámetros $q$, que representa una de las partes de la energía, que otra
parte de la energía que representaremos por $T$ es una función de los $q$ y sus derivadas, y
que sea un polynôme homogéneo del segundo grado con relación a estas derivadas; y
finalmente que las ecuaciones de Lagrange formados con la ayuda de estas dos funciones $T$ y
$U$ estén conforme con los datos de la experiencia.

¿Qué hace falta para deducir de allí una explicación mecánica? Hace falta que $U$ pueda ser
visto como la energía potencial de un sistema y $T$ como la fuerza viva del mismo sistema.

Ninguna dificultad lo que concierne $U$; ¿pero $T$ podrá ser visto como la fuerza viva de un
sistema material?

es fácil mostrar que esto siempre es posible, y hasta de una infinidad de maneras. Me limitaré a
reenviar para más detalles el prefacio de mi obra: Electricidad y óptica.

Así si no se puede satisfacer al principio de menor acción, no hay explicación mecánica


posible; si se puede satisfacer allí, hay no sólo una, sino que una infinidad, de donde resulta
que tan pronto como haya una, hay una infinidad de los otros.

Una observación todavía.

Entre las cantidades que la experiencia nos hace alcanzar directamente, veremos ellas unas
como funciones de las señas de nuestras moléculas hipotéticas; son los que serán nuestros
parámetros $q$; contemplaremos otros(as) como que dependerán no sólo de las señas, sino
que de las velocidades, o, lo que vuelve al mismo, derivados de los parámetros $q$, o como
combinaciones de estos parámetros y sus derivadas.

Y entonces una pregunta se pone: ¡entre todas estas cantidades medidas experimentalmente,
qué son aquello a quienes escogeramos para representar! ¿eres parámetros $q$? ¿Qué son
aquello a quienes preferiremos ver como las derivadas de estos parámetros? Esta elección
queda arbitraria a una medida muy ancha, pero basta que se pueda hacerla para quedarse
consentementde acuerdo con el principio de menor acción para que una explicación mecánica
sea posible.

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Y entonces Maxwell se preguntó si podía elegir y el de ambas energías $T$ y $U$, de manera
que los fenómenos eléctricos satisfagan a este principio. La experiencia nos muestra que la
energía de un campo electromagnético se descompone en dos partes, la energía électrostatique
y la energía electrodinámica. Maxwell reconoció que si se miraba el estreno que como
representaba la energía potencial $U$, el segundo como representaba la energía cinética $T$;
si, por otra parte, las cargas électrostatiques de los conductores son consideradas como
parámetros $q$ y las intensidades de corrientes como las derivadas de los otros parámetros
$q$; en estas condiciones, digo, Maxwell reconoció que los fenómenos eléctricos satisfacían al
principio de menor acción. Él estaba seguro, desde entonces, de la posibilidad de una
explicación mecánica.

Si hubiera expuesto esta idea al principio de su libro en lugar de confinarla en una esquina del
segundo volumen, no habría escapado de la mayoría de los lectores.

Si pues un fenómeno implica una explicación mecánica completa, implicará una infinidad de
los otros los que darán cuenta también bien de todas particularidades reveladas por la
experiencia.

Y esto es confirmado por la historia de todas las partes de la física; en óptica, por ejemplo,
Fresnel cree la vibración perpendicular en el plano de polarización; Newmann lo ve como
paralelo a este plano. Buscamos mucho tiempo uno « experimentum crucis » que permitió
decidir entre estas dos teorías y no pudimos encontrarle.

También sin salir del dominio de la electricidad, podemos comprobar que la teoría de ambos
fluidos y la del fluido único rindan ellas ambas cuenta de modo también satisfactorio todas las
leyes observadas de allí électrostatique.

Todos estos hechos se explican fácilmente, gracias a las propiedades de las ecuaciones de
Lagrange que acabo de recordar.

Es fácil comprender ahora cual es la idea fundamental de Maxwell.

Para demostrar la posibilidad de una explicación mecánica de la electricidad, no tenemos


preocuparnos de encontrar esta misma explicación, nos basta con conocer la expresión de
ambas funciones $T$ y $U$, que son ambas partes de la energía, de formar con estas dos
funciones las ecuaciones de Lagrange y de comparar luego estas ecuaciones con las leyes
experimentales.

¿Entre todas estas explicaciones posibles, cómo elegir para cuál nos falta el socorro de la
experiencia? Un día vendrá tal vez donde los físicos se desinteresen de estas preguntas,
inaccesibles a los métodos positivos, y los abandonen en métaphysiciens. Este día no vino; el
hombre no se resigna tan fácilmente a ignorar eternamente el fondo de las cosas.

Nuestra elección puede ser guiada pues sólo por consideraciones donde la parte de la
apreciación personal es muy grande; hay sin embargo soluciones que todo el mundo rechazará
a causa de su rareza y otros que todo el mundo preferirá a causa de su sencillez.

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En cuanto a la electricidad y el magnetismo, Maxwell se abstiene de elegir. No es que él
desprecia sistemáticamente todo lo que no pueden alcanzar los métodos positivos; el tiempo
que consagró a la teoría cinética de los gases da fe suficientemente a eso. Añadiré que si, en su
gran obra, él no desarrolla ninguna explicación completa, había intentado anteriormente dar una
en un artículo de Philosophical Magazine. La extrañeza y la complicación de las hipótesis que
había sido obligado a hacer, le habían hecho luego a renunciar a eso.

El mismo espíritu se reencuentra en toda la obra. Lo que hay esencial, es decir lo que debe
quedar común de todas las teorías, es puesto en luz; todo que convendría sólo a una teoría
particular casi es pasado siempre bajo silencio. El lector se encuentra así en presencia de una
forma casi vacía de asignatura que primero es intentado tomar por una sombra fugitiva e
inasequible. Pero los esfuerzos a los cuales él es condenado así le fuerzan a pensar y acaba
por comprender lo que a menudo había un poco artificial a los conjuntos teóricos que
admiraba en otro tiempo.

CHAPITRE XIII ------------------------ La electrodinámica

La historia de la electrodinámica es particularmente instructiva desde nuestro punto de vista.

Amperio tituló sonido inmortal labra « Teoría de los fenómenos electrodinámicas, únicamente
fundada sobre la experiencia ». Él se imaginaba pues que no había hecho ninguna hipótesis; lo
había hecho sin embargo, no tardaremos a verle; solamente los había hecho sin percibírselo.

Los que vinieron después de él, les percibieron al contrario, porque su atención fue atraída por
los puntos débiles de la solución de Amperio. Ellos hicieron nuevas hipótesis, llena conciencia
tuvieron esta vez; pero cuántas veces hubo que cambiar antes de llegar al sistema clásico de
hoy que no es todavía definitivo tal vez; es lo que vamos a ver.

I - TEORÍA De AMPERIO. - Cuando Amperio estudió experimentalmente las acciones mutuas


de las corrientes, obró y podía obrar sólo sobre corrientes cerradas.

No es que él negara la posibilidad de las corrientes abiertas. Si dos conductores están


encargados de electricidad de nombre contrario y si se los pone en comunicación por un hilo,
se establece una corriente que va de uno a otro y quien dura hasta que ambos potenciales se
hayan hecho iguales. En las ideas que reinaban del tiempo de Amperio, estaba allí una
corriente abierta; veíamos bien la corriente ir del primer conductor al segundo, no la veíamos
volver del segundo al primero.

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Así, Amperio consideraba como abiertos las corrientes de esta naturaleza, por ejemplo las
corrientes de descarga de los condensadores, pero no podía ser objeto de allí de sus
experiencias, porque la duración es demasiado corta de allí.

Podemos imaginar también otro salir de corriente abierta. Supongo a dos conductores, $A$ y
$B$, relacionados por un hilo $AMB$. Pequeñas masas conductoras en movimiento se ponen
primero en contacto con el conductor $B$, piden prestado de él una carga eléctrica, dejan el
contacto de $B$, se ponen en movimiento según el camino $BNA$, y, transportando con ellas
su carga, vienen al contacto con $A$ y les abandonan su carga, que vuelve luego de allí $B$
según el hilo $AMB$.

Tenemos mucho allí en cierto sentido un circuito cerrado, ya que la electricidad describe el
circuito cerrado $BNAMB$; pero ambas partes de esta corriente son muy diferentes: en el hilo
$AMB$ la electricidad se desplaza a través de un conductor fijo, como una corriente voltaica,
superando una resistencia ohmique y desarrollando de calor; decimos que ella se desplaza por
conducción; en la parte $BNA$, la electricidad es transportada por un conductor móvil;
decimos que ella se desplaza por convection.

Si, entonces, la corriente de convection es considerada como completamente análoga en el


curso de conducción, el circuito $BNAMB$ es cerrado; si, al contrario, la corriente de
convection no es " una verdadera corriente ", y, por ejemplo, no actúa sobre los imanes, queda
sólo una corriente de conducción $AMB$, que está abierta.

Por ejemplo, si se reúne por un hilo ambos polos de una máquina de Holtz, la bandeja
giratoria cargada transporta de un polo al otro por convection de la electricidad, que vuelve al
primer polo por conducción a través del hilo.

Los mayos las corrientes de esta especie son muy difíciles realizar con una intensidad
apreciable. Con los medios de los que disponía Amperio, podemos decir que era imposible.

En resumen, Amperio podía concebir la existencia de dos especies de periodos abiertos, pero
no podía obrar ni sobre unos ni sobre otros, porque eran demasiado intensos o porque duraban
muy poco tiempo.

La experiencia podía pues mostrarle sólo la acción de una corriente cerrada sobre una corriente
cerrada, o, si acaso, la acción de una corriente cerrada sobre una porción de corriente, porque se
puede hacer recorrer a una corriente un circuito cerrado compuesto de una parte móvil y de una
parte se fija. Podemos entonces estudiar los desplazamientos de la parte móvil bajo el efecto de
otra corriente cerrada.

En cambio, Amperio no tenía ningún medio de estudiar la acción de una corriente abierta, o
sea sobre una corriente cerrada, o sea sobre otra corriente abierta.

1. Caso de las corrientes cerradas. - En el caso de la acción mutua de dos corrientes cerradas,
la experiencia reveló a Amperio de las leyes sumamente simples.

Recuerdo rápido aquí a las que serán útiles para nosotros en la continuación.

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1 ° Si la intensidad de las corrientes es mantenida constante, y si ambos circuitos, después de
haber sufrido desplazamientos y cualesquiera deformaciones, vuelven finalmente a sus
posiciones iniciales, el trabajo total de las acciones electrodinámicas será ningún.

En otras palabras, hay un potencial electrodinámica de ambos circuitos que es proporcional al


producto de las intensidades y depende de la forma y de la posición relativa de los circuitos; el
trabajo de las acciones electrodinámicas es igual a la variación de este potencial;

2 ° La acción de un solenoide cerrado es ninguna;

3 ° La acción de un circuito $C$ sobre otro circuito voltaico $C ' dólares depende sólo del
"campo magnético" desarrollado por este circuito $C$. En cada punto en el espacio, podemos,
en efecto, definir en tamaño y dirección una cierta fuerza llamada se fuerza magnético(a) y
quien goza de las propiedades siguientes:

a) La fuerza ejercida por $C$ sobre un polo magnético es aplicada sobre este polo; es igual a
la fuerza magnética multiplicada por la masa magnética del polo;

b) Una aguja imantada muy corta tiende a tomar la dirección de la fuerza magnética, y lo
acopla que tiende a devolverla lo es proporcional al producto de la fuerza magnética, del
momento magnético de la aguja y del seno del ángulo de desviación;

c) Si el circuito $C ' dólares se desplaza, el trabajo de la acción electrodinámica ejercida por


$C$ sobre $C ' dólares será igual al crecimiento del « flujo de fuerza magnética » que
atraviesa este circuito.

2. Acción de una corriente cerrada sobre una porción de corriente. - Amperio que había podido
realizar corriente abierta propiamente dicho, no tenía sólo un medio de estudiar la acción de
una corriente cerrada sobre una porción de corriente.

Esto había que operar sobre un circuito $C ' dólar compuesto de dos partes, una fija, el otro
móvil. La parte móvil era por ejemplo un hilo móvil $\alpha\beta$ cuyas extremidades $\alpha$
y $\beta$ podían deslizarse a lo largo de un hilo fijo. En una de las posiciones del hilo móvil, la
extremidad $\alpha$ descansaba en el punto $A$ del hilo fijo y la extremidad $\beta$ sobre el
punto $B$ del hilo fijo. La corriente circulaba de $\alpha$ de allí $\beta$, es decir de $A$ de
allí $B$ a lo largo del hilo móvil, y volvía luego de $B$ de allí $A$ según el hilo fijo. Esta
corriente fue cerrada pues.

En una segunda posición, el hilo móvil que se había deslizado, la extremidad $\alpha$
descansaba en otro punto $A ' dólares del hilo fijo y la extremidad $\beta$ sobre otro punto $B
' dólares del hilo fijo. El periodo circulaba entonces de $\alpha$ de allí $\beta$, es decir de $A
' dólares de allí $B ' dólares a lo largo del hilo móvil, y volvía luego de $B ' dólares de allí
$B$, luego de $B$ de allí $A$, luego finalmente de $A$ de allí $A ' dólares, siempre según el
hilo fijo. La corriente fue todavía cerrada pues.

Si un circuito semejante está sometido a la acción de una corriente cerrada $C$, la parte móvil
se desplazará como si sufriera la acción de una fuerza. Amperio supone que la fuerza
emparienta a la cual esta parte móvil $AB$ tan parece sometido, representando la

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acción de $C$ sobre la porción $\alpha\beta$ la corriente, es la misma que si $\alpha\beta$ fue
recorrido por una corriente abierta que se pararía de allí $\alpha$ y de allí $\beta$, en lugar de
la sustancia por una corriente cerrada que, después de haber llegado de allí $\beta$, vuelve de
allí $\alpha$ a través de la parte fija del circuito.

Esta hipótesis puede parecer bastante natural y Amperio la hace sin percibírselo; sin embargo,
ella no se impone, ya que veremos más tarde que Helmholtz lo rechazó. Sea lo que sea, ella
permitió a Amperio, aunque nunca haya podido realizar una corriente abierta, de enunciar leyes
de la acción de una corriente cerrada sobre una corriente abierta, o hasta sobre un elemento de
corriente.

Las leyes quedan simples:

1 ° La fuerza que actúa sobre un elemento de corriente es aplicado sobre este elemento; ella es
normal para el elemento y para la fuerza magnética y proporcional al componente de esta
fuerza magnética que es normal para el elemento;

2 ° La acción de un solenoide cerrado sobre un elemento de corriente queda alguna.

Pero no hay más potencial electrodinámica, es decir que, cuando una corriente cerrada y una
corriente abierta, cuyas intensidades han sido mantenidas constantes, vuelven a sus posiciones
iniciales, el trabajo total no es ningún.

3. Rotaciones contínuas. - Entre las experiencias electrodinámicas, las más curiosas son las
donde se pudo realizar rotaciones contínuas y que llama algunas veces experiencias de
inducción unipolaire. Un imán puede girar alrededor de su eje; una corriente recorre primero un
hilo fijo, entra en el imán por el polo N por ejemplo, recorre la mitad del imán, sale de eso por
un contacto resbaladizo y vuelve al hilo fijo.

El imán entra entonces en rotación contínua sin poder nunca alcanzar una posición de
equilibrio. Es la experiencia de Faradio.

¿Cómo esto es posible? Si se estaba en relación con dos circuitos de forma invariable, uno fija
$C$, el otro $C ' dólar móvil alrededor de un eje, este último nunca podría tomar rotación
contínua; en efecto, existe un potencial electrodinámica; habrá pues forzosamente una
posición de equilibrio, será lo donde este potencial estará máximo.

Las rotaciones contínuas son posibles pues sólo si el circuito $C ' dólares consta de dos partes:
una fija, el otro móvil alrededor de un eje, como esto se efectua en la experiencia de Faradio.
Todavía conviene hacer una distinción. El paso de la parte fijo a la parte móvil o a la inversa
puede hacerse, o sea por un contacto simple (el mismo punto de la parte móvil que se queda
constantemente en contacto con el mismo punto de la parte fija), o sea por un contacto
resbaladizo (el mismo punto de la parte móvil que viene sucesivamente en contacto con
diversos puntos de la parte fija).

Es solamente en el segundo caso que puede tener allí rotación contínua. He aquí lo que llega
entonces: el sistema tiende bien a tomar una posición de equilibrio; pero, cuando ella va a
padecer, el contacto resbaladizo pone la parte móvil en la comunicación con un nuevo punto

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de la parte fija; ella cambia las conexiones, cambia pues las condiciones de equilibrio, de
modo que, la posición de equilibrio que huye, para decirlo

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así, delante del sistema que procura alcanzarla, la rotación puede proseguirse
indefinidamente.

Amperio supone que la acción del circuito sobre la parte móvil de $C ' dólares es la misma que
si la parte fija de $C ' dólares no existía y si, por consiguiente, el periodo que circula por la
parte móvil estuvo abierta.

Él concluye pues que la acción de una corriente cerrada sobre una corriente abierta, o a la
inversa la de una corriente abierta sobre una corriente cerrada, puede dar lugar a una
rotación contínua.

Pero esta conclusión depende de la hipótesis que acabo de enunciar y que, así como lo dije
más alto, no está admitida por Helmholtz.

4. Acción mutua de dos corrientes abiertas. - En cuanto a la acción mutua de dos corrientes
abiertas y, en particular, la de dos elementos de corriente, toda experiencia falta. Amperio
recurre a la hipótesis. Él supone:

1 ° que la acción mutua de dos elementos se reduce a una fuerza dirigida según la derecha que
los junta; 2 ° que la acción de dos corrientes cerradas es la resultante de las acciones mutuas
de sus diversos elementos, las cuales son, por otra parte, las mismas que si estos elementos
fueron aislados.

Lo que es notable, es que aquí todavía Amperio hace estas dos hipótesis sin percibírselo.

Sea lo que sea, estas dos hipótesis, juntadas a las experiencias sobre las corrientes cerradas,
bastan para determinar completamente la ley de la acción mutua de dos elementos.

Pero entonces, la mayoría de las leyes simples que encontramos en el caso de las corrientes
cerradas no es verdadera más.

Primero, no hay potencial electrodinámica; no había por otra parte tampoco, como lo vimos,
en el caso de una corriente cerrada activa sobre una corriente abierta.

Luego, no hay más, hablando con propiedad, fuerza magnética.

Y, en efecto, dimos más alto de esta fuerza tres diferentes definiciones

1 ° Por la acción sufrida por un polo magnético;

2 ° Por la pareja directiva que orienta la aguja imantada;

3 ° Por la acción sufrida por un elemento de corriente. Entonces, en el caso que ahora nos
ocupa, no sólo estas tres definiciones no concuerdan más, sino cada una de ellas es privada de
sentido, y en efecto

1 ° Un polo magnético no está sometido más simplemente a una fuerza única aplicada sobre
este polo. Vimos, en efecto, que la fuerza debida a la acción de un elemento de

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corriente sobre un polo no era aplicada sobre el polo, sino sobre el elemento; puede, por otra
parte, ser reemplazada por una fuerza aplicada sobre el polo y por una pareja;

2 ° La acopla que actúa sobre la aguja imantada no es más una pareja simple y directiva;
porque su momento con relación al eje de la aguja no es ningún. Él se descompone en una
pareja directiva propiamente dicho y una pareja suplementaria que tiende a producir la
rotación contínua de quien hablé más alto;

3 ° Finalmente, la fuerza sufrida por un elemento de corriente no es normal para este


elemento.

En otras palabras, la unidad de la fuerza magnética desapareció.

He aquí en el(la) que consiste esta unidad. Dos sistemas que ejercen la misma acción sobre un
polo magnético, ejercerán también la misma acción sobre una aguja imantada infinitamente
pequeña, o sobre un elemento de corriente, colocados al mismo punto en el espacio donde
estaba este polo.

Entonces, esto es verdad si estos dos sistemas contienen sólo corrientes cerradas; esto no sería
verdad más, según Amperio, si estos sistemas contuvieran corrientes abiertas.

Basta con observar, por ejemplo, que, si un polo magnético está colocado de allí $A$ y un
elemento de allí $B$, la dirección del elemento que está sobre el prolongamiento de la derecha
$AB$, este elemento, que no ejercerá ninguna acción sobre este polo, ejercerá una, al
contrario, no o sea sobre una aguja imantada colocada al punto $A$, o sea sobre un elemento
de corriente colocado al punto $A$.

5. Inducción. - Sabemos que el descubrimiento de la inducción electrodinámica no tardó a


seguir inmortales trabajos de Amperio.

Mientras se trata sólo de corrientes cerradas, no hay ninguna dificultad, y Helmholtz hasta
observó que el principio de la conservación de la energía podía bastar para deducir las leyes
de la inducción de las leyes electrodinámicas de Amperio. En una condición no obstante, Sr.
Bertrand lo mostró bien, es que se admita además un cierto número de hipótesis.

El mismo principio todavía permite esta deducción en el caso de las corrientes abiertas,
aunque, desde luego, no se pueda someter el resultado al control de la experiencia, ya que no
puede realizar corrientes iguales.

Si se quiere aplicar este modo de análisis sobre la teoría de Amperio sobre las corrientes
abiertas, llegamos a los resultados bien hechos para sorprendernos.

Primero, la inducción no puede deducir de la variación del campo magnético según la fórmula
bien conocida los sabios y prácticos facultativos, y en efecto, como lo dijimos, no hay más
hablando con propiedad campo magnético.

Pero hay más. Si un circuito $C$ está sometido a la inducción de un sistema voltaico variable
$S$; si este sistema $S$ se desplaza y se deforma de manera cualquiera, que la

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intensidad de las corrientes de este sistema varía según cualquier ley, pero que después de estas
variaciones, el sistema vuelva finalmente a su situación inicial, parece natural de suponer que la
fuerza electromotor media inducida en el circuito $C$ es ninguna.

Esto es verdad si el circuito $C$ es cerrado y si el sistema $S$ cierra sólo corrientes cerradas.
Esto no sería verdad más, si se acepta la teoría de Amperio, tan pronto como haya corrientes
abiertas. De modo que, no sólo la inducción no será más la variación del flujo de fuerza
magnética a ninguno de los sentidos acostumbrados de esta palabra, pero no podrá ser
representada por la variación de la que que sea.

II - TEORÍA DE HELMHOLTZ. - Insistí en las consecuencias de la teoría de Amperio y de su


modo de comprender la acción de las corrientes abiertas.

Es difícil desconocer el carácter paradójico y artificial de las proposiciones a las cuales se es


conducido así; somos hechos a creer que « esto no debe ser esto ».

Concebimos pues que Helmholtz haya sido hecho a buscar otra cosa.

Helmholtz rechaza la hipótesis fundamental de Amperio, a saber que la acción mutua de dos
elementos de corriente se reduzca a una fuerza dirigida según la derecha que los junta.

Él supone que un elemento de corriente no está sometido a una fuerza única, sino a una fuerza
y a una pareja. Hasta es lo que dio lugar a la polémica célebre de Bertrand y de Helmholtz.

Helmholtz reemplaza la hipótesis de Amperio por la siguiente: dos elementos de corriente


admiten siempre un potencial electrodinámica, dependiendo únicamente de su posición y de su
orientación, y el trabajo de las fuerzas que ejercen uno tras otro es igual a la variación de este
potencial. Así Helmholtz puede más que Amperio pasarse sin la hipótesis; pero por lo menos él
no lo hace sin enunciarlo explícitamente.

En el caso de las corrientes cerradas, sólo accesible a la experiencia, ambas teorías


concuerdan: en todos los demás casos, ellas diferente.

Primero, contrariamente a lo que suponía Amperio la fuerza a la cual parece sometida la


porción móvil de una corriente cerrada no es la misma que esta porción móvil sufriría si fuera
aislada y constituyera una corriente abierta.

Volvamos al circuito $C ' dólares de los que hablamos más alto y que fue formado de un hilo
móvil $\alpha\beta$ deslizándose sobre un hilo fijo; en la sola experiencia realizable, la
porción móvil $\alpha\beta$ no es aislada, sino formando parte de un circuito cerrado.
Cuando ella viene de $AB$ de allí $A' B ' dólares, el potencial electrodinámica total varía por
dos razones: 1 ° sufre el primer crecimiento porque el potencial de $A' B ' dólares con relación
al circuito $C$ no es el mismo que el de $AB$; 2 ° sufre un segundo crecimiento, porque hay
que aumentarla en los potenciales de los elementos $AA ' dólares y $B' B$ con relación a $C$.

Es el crecimiento doble que representa el trabajo de la fuerza a la cual la porción $AB$ parece
sometida.

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¡Si, al contrario, $\alpha\beta$ fuera aislado, el potencial sufriría sólo el primer crecimiento, y
es el primer crecimiento solamente qué mediría! e trabajo de la fuerza que actúa sobre $AB$.

En segundo lugar, no puede haber rotación contínua sin contacto resbaladizo; y, en efecto, está
allí, como lo vimos a propósito de las corrientes cerradas, una consecuencia inmediata de la
existencia de un potencial electrodinámica.

En la experiencia de Faradio, si el imán es fijo y si la parte de la corriente exterior al imán


recorre un hilo móvil, esta parte móvil podrá sufrir una rotación contínua. Pero esto no quiere
decir que si se suprimía los contactos del hilo con el imán y que hizo recorrer el hilo por una
corriente abierta, el hilo tomaría todavía un movimiento de rotación contínua.

Acabo de decir, en efecto, que un elemento aislado no sufre la misma acción que el elemento
móvil que forma parte de un circuito cerrado.

Otra diferencia: la acción de un solenoide cerrado sobre una corriente cerrada es ninguna
según la experiencia y según ambas teorías; su acción sobre una corriente abierta sería
ninguna según Amperio; no sería ninguna según Helmholtz.

De donde una consecuencia importante. Dimos más alto tres definiciones de la fuerza
magnética; la tercera no tiene aquí ningún sentido ya que un elemento de corriente no está
sometido más a una fuerza única. El estreno no lo tiene tampoco. ¿Qué es, en efecto, que un
polo magnético? Es la extremidad de un imán lineal indefinido. Este imán puede ser
reemplazado por un solenoide indefinido. Para que la definición de la fuerza magnética tenga
un sentido, haría falta que la acción ejercida por una corriente abierta sobre un solenoide
indefinido había dependido sólo de la posición de la extremidad de este solenoide, es decir que
la acción sobre un solenoide cerrado fuera ninguna. Entonces, acabamos de ver que no era
verdad.

En cambio, nada no impide adoptar la segunda definición, la que es fundada sobre la medida
de la pareja directiva que tiende a orientar una aguja imantada.

Pero, si se lo adopta, ni los efectos de inducción ni los efectos electrodinámicas dependerán


únicamente de la distribución de las líneas de fuerza de este campo magnético.

III - DIFICULTADES LEVANTADAS POR ESTAS TEORÍAS - La teoría de Helmholtz es un


progreso sobre la de Amperio; hace falta sin embargo que todas las dificultades sean
allanadas. La en una como en la otra, la palabra campo magnético no tiene sentido, o, si se le
da uno por un convenio más o menos artificial, las leyes ordinarias, tan familiares para todos
los electricistas, no se aplican más; así es como la fuerza electromotor inducida en un hilo no
es medida más por el número de las líneas de fuerza encontradas por este hilo.

Y nuestras repugnancias no provienen solamente de lo que es difícil repudiar a costumbres


inveteradas de lenguaje y de pensamiento. Hay algo además. Si no creemos en las acciones a
distancia, hay que explicar los fenómenos electrodinámicas por una modificación del medio.
Es precisamente la modificación que se llama campo

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magnético, y entonces los efectos electrodinámicas deberían depender sólo de este campo.

Todas estas dificultades provienen de la hipótesis de las corrientes abiertas.

IV - TEORÍA DE MAXWELL. - Tales eran las dificultades levantadas por las teorías reinantes
cuando apareció Maxwell, que, de un plumazo, los hizo desaparecer totalmente. En sus ideas,
en efecto, no hay más que corrientes cerradas.

Maxwell supone que, si, en un dieléctrico, el campo eléctrico viene a variar, dieléctrico se hace
el asiento de un fenómeno particular que actúa sobre el galvanómetro como una corriente y que
llama corriente de desplazamiento.

Tan entonces dos conductores que llevan cargas contrarias son puestos en comunicación por
un hilo, reina en este hilo durante la descarga una corriente abierta de conducción; pero él se
produce al mismo tiempo, en dieléctrico el ambiente, corrientes de desplazamiento que cierran
esta corriente de conducción.

Sabemos que la teoría de Maxwell conduce a la explicación de los fenómenos ópticos, que
serían debidos a oscilaciones eléctricas extremadamente rápidas.

En aquella época una concepción igual era sólo una hipótesis intrépida que no podía apoyarse
de ninguna experiencia.

Al cabo de veinte años, las ideas de Maxwell recibieron la confirmación de la experiencia.


Hertz llegó a producir sistemas de oscilaciones eléctricas que reproducen todas las
propiedades de la luz y no difieren de eso sólo por la longitud de onda, es decir como el
morado aplaza rojo. Él hizo en cierto modo la síntesis de la luz. Está de allí como cada uno
sabe que salió la telegrafía sin hilos.

Podríamos decir que Hertz no demostró directamente la idea fundamental de Maxwell, la


acción de la corriente de desplazamiento sobre el galvanómetro. Es verdad en un sentido, y lo
que él mostró directamente, en suma, es que la inducción electromagnética no se propaga
instantáneamente como en lo creía, pero con la velocidad de la luz.

Solamente, suponer que no hay corriente de desplazamiento y que la inducción se propaga con
la velocidad de la luz; o sea, suponer que las corrientes de desplazamiento producen efectos de
inducción y que la inducción se propaga instantáneamente, esto es la misma cosa.

Es lo que no se ve a primera vista, sino lo que demuestra por un análisis que hasta no puedo
soñar a resumir aquí.

V - EXPERIENCIAS DE ROWLAND. - Pero, lo dije más alto, hay dos suertes de periodos
abiertos de conducción: hay primero unas corrientes de descarga de un condensador o de
cualquier conductor.

Él allí también los casos donde cargas eléctricas describen un contorno cerrado,
desplazándose por conducción en una parte del circuito y por convection en la otra parte.

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Para las corrientes abiertas de la primera suerte, la pregunta podía ser mirada como resolver:
fueron cerrados por las corrientes de desplazamiento.

Para las corrientes abiertas de la segunda suerte, la solución parecía todavía más simple; si la
corriente fue cerrada, esto mismo no podía ser, parecía, que por la corriente de convection.
Para esto, bastaba con suponer que una « corriente de convection », es decir un conductor
cargado en movimiento, podía actuar sobre el galvanómetro. Pero la confirmación
experimental faltaba. Parecía difícil, en efecto, obtener una misma intensidad suficiente
aumentando en lo posible la carga y la velocidad de los conductores.

Fue Rowland, un experimentador extremadamente hábil, quien el primero triunfó de estas


dificultades. Un disco recibía una carga fuerte électrostatique y una muy grande velocidad de
rotación. Un sistema magnético astatique, colocado al lado del disco, sufría desviaciones.

La experiencia fue hecha dos veces por Rowland: una vez en Berlín, una vez en Baltimore;
luego fue recuperada por Himstedt. Estos físicos hasta creyeron poder anunciar que habían
podido efectuar medidas cuantitativas.

Esta ley de Rowland estuvo admitida sin contestación por todos los físicos.

Todo, por otra parte, aparecía confirmarlo. La chispa produce ciertamente un efecto
magnético; ¿entonces, no parece probable que la descarga por chispa es debida a partículas
arrancadas de una de électrodes y transportadas sobre el otro électrode con su carga? ¿El
mismo espectro de la chispa, dónde reconocemos las rayas del metal de électrode no es una
prueba? La chispa sería entonces una corriente verdadera de convection.

Por otro lado, admitimos así como, en un electrólito, la electricidad es escoltada por los iones
en movimiento. El periodo en un electrólito sería pues también una periodo de convection;
entonces, actúa sobre la aguja imantada.

También para los rayos catódicos; Crookes atribuye estos rayos al efecto de una asignatura
muy sutil, cargada de electricidad negativa y animada de una muy grande velocidad; él los ve,
en otras palabras, como corrientes de convection y su modo de ver, un instante discutido, es
adoptada hoy por todas partes. Entonces, estos rayos catódicos son desviados por el imán. En
virtud del principio de la acción y de la reacción, ellos deben a su turno desviar la aguja
imantada.

Es verdad que Hertz creyó haber demostrado que los rayos catódicos no escoltan electricidad
negativa y que ellos no actúan sobre la aguja imantada. Pero Hertz se equivocaba; primero
Perrin pudo recoger la electricidad transportada por estos rayos y cuyo hertz negaba la
existencia; el alemán sabio aparece haber sido engañado por efectos debidos a la acción de
los rayos X, que todavía no fueron descubiertos. Luego, y totalmente recientemente, pusimos en
evidencia la acción de los rayos catódicos sobre la aguja imantada y reconocimos la causa del
error cometida por Hertz.

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Así, todos estos fenómenos vistos como corrientes de convection, chispas, corrientes
électrolytiques, rayos catódicos, actúan de la misma manera sobre el galvanómetro y conforme
a la ley de Rowland.

VI - TEORÍA DE LORENTZ. - No tardamos a ir más lejos. Según la teoría de Lorentz, las


corrientes de conducción ellos mismas serían corrientes verdaderas de convection: la
electricidad quedaría indisolublemente atada a ciertas partículas materiales llamadas electrones;
estaría la circulación de estos electrones a través de los cuerpos que produciría las corrientes
voltaicas, y lo que distinguiría a los conductores de los aisladores, es que unos se dejarían
atravesar por estos electrones, mientras que otros(as) pararían sus movimientos.

La teoría de Lorentz es muy seductora, da una explicación muy simple de cierto fenómenos
entre las que las antiguas teorías, hasta la de Maxwell bajo su forma primitiva, no podían dar
cuenta de modo satisfactorio, por ejemplo, la aberración de la luz, el entrenamiento parcial de
las ondas luminosas, la polarización magnética, la experiencia de Zeeman.

Unas objeciones todavía subsistían. Los fenómenos cuyo sistema es el asiento parecían deber
depender de la velocidad absoluta de traslado del centro de gravidad de este sistema, lo que
está contrario a la idea que nosotros nos hacemos de la relatividad del espacio. A la defensa
de una tesis de Sr. Crémieu, Sr. Lippmann puso esta objeción bajo una forma sorprendente.
Supongamos a dos conductores cargados, animados de la misma velocidad de traslado. Ellos
están en descanso relativo; sin embargo, cada uno de ellos que equivaldría a una corriente de
convection, deben atraerse, y podríamos, midiendo esta atracción, medir su velocidad
absoluta.

No, respondían los partidarios de Lorentz; lo que se mediría así, no es su velocidad absoluta,
sino su velocidad relativa con relación a éther, de modo que el principio de relatividad es
salvado. Después, Lorentz encontró por otra parte una respuesta más sutil, pero mucho más
satisfactoria.

Sea lo que sea estas últimas objeciones, el edificio de la electrodinámica parece, por lo menos
en sus líneas principales, definitivamente construido; todo se presenta bajo el aspecto más
satisfactorio; las teorías de Amperio y de Helmholtz, hechos para las corrientes abiertas que
no existen más, no parecen tener más que un interés puramente histórico.

La historia de estas variaciones no será menos instructiva de allí; ella nos aprenderá a cuales
trampas el sabio es expuesto, y cómo puede tener la esperanza de escapar de eso.

CHAPITRE XIV ------------------------ El Fin de la Asignatura [Ver la Evolución de la


Asignatura

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por Gustave Le Bon.].

Un de los descubrimientos más asombrosos que los físicos hayan anunciado en estos últimos
años, es que la asignatura no existe. Apresuremosnos de decir que este descubrimiento no es
todavía definitivo. El atributo esencial de la asignatura, es su masa, su inercia. La masa es lo
que por todas partes y siempre permanece constante, lo que subsiste cuando una
transformación química alteró todas las cualidades sensibles de la asignatura y parece haber
hecho otro cuerpo. Si pues se venía a demostrar que la masa, la inercia de la asignatura no le
pertenecen en realidad, que es un lujo de préstamo del que se engalana, que esta misma masa,
la constante por excelencia, es susceptible de alteración, o podría decir bien que la asignatura
no existe. Entonces, está allí precisamente lo que se anuncia.

Las velocidades que habíamos podido observar hasta aquí eran muy débiles, ya que los
cuerpos celestes, que dejan mucho lejos detrás de ellos todos nuestros automóviles, hacen
apenas de 60 o de 100 "kilómetros" por segundo; la luz, es verdad, va 3000 veces más rápida,
pero no es una asignatura que se desplaza, es una perturbación que camina a través de una
sustancia relativamente inmóvil como una ola a la superficie del océano. Todas las
observaciones hechas con estas velocidades débiles mostraban la constancia de la masa, y
nadie no se había preguntado si él estaría de allí todavía también con velocidades más
grandes.

Son los infinitamente pequeños que pegaron el récord de Mercurio, el planeta más rápido:
quiero hablar de los corpúsculos cuyos movimientos producen los rayos catódicos y los rayos
de radium. Sabemos que estas radiaciones son debidas a un bombardeo verdadero y molecular.
Los proyectiles lanzados en este bombardeo están encargados de electricidad negativa, y
podemos asegurárnoslo recogiendo esta electricidad en un cilindro de Faradio. A causa de su
carga son desviados tanto por un campo magnético que por un campo eléctrico, y la
comparación de estas desviaciones puede hacernos saber su velocidad y el informe de su carga
a su masa.

Entonces, estas medidas nos revelaron por una parte que su velocidad era enorme, que es la
décima o el tercero de la de la luz, mil veces la de los planetas, y por otra parte que su carga es
muy considerable con relación a su masa. Cada corpúsculo en movimiento representa pues una
corriente eléctrica notable. Pero sabemos que las corrientes eléctricas presentan una suerte de
inercia especial llamada autoinducción. Una corriente una vez establecida tiende a mantenerse,
y es para esto que cuando se quiere romper una corriente, cortando al conductor a quien
atraviesa, se ven brotar una chispa hasta el punto de rotura. Así la corriente tiende a conservar
su intensidad lo mismo que un cuerpo en movimiento tiende a conservar su velocidad. Pues
nuestro corpúsculo catódico resistirá a las causas que podrían alterar su velocidad por dos
razones: por su inercia propiamente dicha primero, y luego por su autoinducción, porque toda
alteración de la velocidad sería al mismo tiempo una alteración de la corriente correspondiente.
El corpúsculo - el electrón, como decimos - aura pues dos inercias: la inercia mecánica, y la
inercia electromagnética.

MM. Abraham y Kaufmann, uno ordenador, el otro experimentador, unieron sus esfuerzos para
determinar la parte el de uno y de la otra. Para esto fueron obligados a admitir una hipótesis;
ellos pensaron que todos los electrones negativos eran idénticos,

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que llevan la misma carga, esencialmente constante, que las desemejanzas que se comprueba
entre ellos provienen únicamente velocidades diferentes por las que son animados. Cuando la
velocidad varía, la masa real, la masa mecánica, morada constante, es para decirlo así su misma
definición; pero la inercia electromagnética, que contribuye a formar la masa emparienta, crece
con la velocidad según una cierta ley. Debe pues haber una relación entre la velocidad y el
informe de la masa a la carga, las cantidades que se puede calcular, lo dijimos, observando las
desviaciones de los rayos bajo el efecto de un imán o de un campo eléctrico; y el estudio de esta
relación permite determinar la parte de ambas inercias. El resultado es completamente
sorprendente: la masa real es ninguna. Es verdad que hay que admitir la hipótesis hecha al
principio, pero la concordancia de la curva teórica y de la curva experimental es bastante
grande para devolver esta hipótesis muy probable.

Así estos electrones negativos no tienen masa propiamente dicha; si parecen dotados de inercia
es porque no sabrían cambiar de velocidad sin molestar éther. Su inercia aparente es sólo un
préstamo, no pertenece a ellos, está en el éther. Pero estos electrones negativos no son toda la
asignatura; podríamos pues suponer que aparte de ellos hay una verdadera asignatura dotada
de una inercia limpia. Hay ciertas radiaciones - como los rayos-canales de Goldstein, los
rayos $\alpha$ de radium - que son debidas también a una lluvia de proyectiles, pero de
proyectiles cargados positivamente; ¿estos electrones positivos también son privados de masa?
Es imposible decirlo, porque son mucho más pesados y mucho menos rápidos que los
electrones negativos. Y entonces dos hipótesis quedan admisibles: o sea los electrones son más
pesados, porque aparte de su inercia electromagnética prestada tienen una inercia mecánica
limpia, y entonces son ellos que son la verdadera asignatura; o sea ellos están sin masa como
otras, y si nos parecen más pesados, es porque son más pequeños. Digo mucho más pequeños,
aunque esto pueda parecer paradójico; porque en esta concepción el corpúsculo sería sólo un
vacío en éther, sólo real, sólo dotado de inercia.

Hasta aquí la asignatura no es comprometida demasiado; todavía podemos adoptar la primera


hipótesis, o hasta creer que aparte de los electrones positivos y negativos, hay átomos neutros.
Las búsquedas recientes de Lorentz van a quitarnos este último recurso. Somos arrastrados en
el movimiento de la Tierra, que es muy rápido; ¿los fenómenos ópticos y eléctricos no van a
ser alterados por este traslado? Lo creímos mucho tiempo, y supusimos que las observaciones
descubrirían diferencias, según la orientación de los aparatos con relación al movimiento de la
Tierra. No estuvo nada, y las medidas más delicadas no mostraron nada de semejante. Y en
esto las experiencias justificaban una repugnancia común de todos los físicos; si se había
encontrado algo en efecto, habríamos podido conocer no sólo el movimiento relativo de la
Tierra con relación al Sol, sino que su movimiento absoluto en éther. Entonces, muchas
personas cuestan a creer que alguna experiencia pueda dar otra cosa que un movimiento
relativo; ellas aceptarían más de buena gana creer que la asignatura no tiene masa.

No estuvimos asombrados pues demasiado de los resultados negativos obtenidos; eran


contrarios a las teorías enseñadas, pero halagaban un instinto profundo, anterior a todas estas
teorías. Todavía había que modificar estas teorías en consecuencia, para ponerlas en armonía
con los hechos. Es lo que hizo Fitzgerald, por una hipótesis sorprendente: él supone que todos
los cuerpos sufren una contracción de centena millonésima cerca de en dirección al
movimiento de la Tierra. Una esfera perfecta se hace un ellipsoïde aplastado, y si se la hace
girar, se deforma de manera que el

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pequeño eje de ellipsoïde quede siempre paralelo a la velocidad de la Tierra. Así como los
instrumentos de medición sufren las mismas deformaciones que los objetivos que hay que
medir, no nos percibimos nada, a menos que no nos ocurra a determinar el tiempo que tarda la
luz para recorrer la longitud del objetivo.

Esta hipótesis da cuenta de los hechos observados. Pero no es bastante; haremos un día de las
observaciones más precisas todavía; los resultados ellos esta vez serán positivos; ¿nos
pondrán en medida de determinar el movimiento absoluto de la Tierra? Lorentz no pensó en
ello; él cree que esta determinación será siempre imposible; el instinto común de todos los
físicos, los fracasos probados hasta aquí se lo garantizan suficientemente. Consideremos pues
esta imposibilidad como una ley general de la naturaleza; admitamoslo como postulado. ¿Qué
serán las consecuencias? Es lo que buscó Lorentz, y él encontró que todos los átomos, todos
los electrones positivos o negativos, debían tener una inercia variable con la velocidad, y
precisamente según las mismas leyes. Así todo átomo material sería formado de electrones
positivos, pequeños y pesados, y de electrones negativos, gruesos y ligeros, y si la asignatura
sensible no nos engalanara électrisée, es que ambas suertes de electrones son más o menos en
número igual. Unos y otros son privados de masa y tienen sólo una inercia de préstamo. En
este sistema no hay verdadera asignatura, no hay más que trous en éther.

Para Sr. Langevin, la asignatura sería del éther liquéfié, y que estaría perdido sus
propiedades; cuando la asignatura se desplazaría, no sería la masa liquéfiée que caminaría a
través de éther; pero la licuefacción se extendería de próximo(a) en próximo(a) a nuevas
porciones de éther, mientras que hacia atrás las partes primero liquéfiées recuperarían a su
estado primitivo. La asignatura moviéndose no conservaría su identidad.

He aquí donde era de eso la cuestión hace un tiempo; pero ya Sr. Kaufmann anuncia nuevas
experiencias. El electrón negativo, cuya velocidad es enorme, debería sentir la contracción de
Fitzgerald, y la relación entre la velocidad y la masa se encontraría de allí modificada;
entonces, las experiencias recientes no confirman esta previsión; todo se derrumbaría
entonces, y la asignatura recuperaría sus derechos a la existencia. Pero las experiencias son
delicadas, y una conclusión definitiva sería hoy prematura.

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