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HIMNO 1: 456 HIMNO 2: 457

SALMOS 25:7 De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; Conforme a


tu misericordia acuérdate de mí,Por tu bondad, oh Jehová. 8 Bueno y recto es Jehová;Por tanto,
él enseñará a los pecadores el camino. 9 Encaminará a los humildes por el juicio,Y enseñará a
los mansos su carrera.

Capítulo 10—El verdadero ideal para nuestra juventud

En virtud de un concepto erróneo de la verdadera naturaleza y objeto de la educación, muchos


han sido inducidos a serios y hasta fatales errores. Se comete esa falta cuando se descuida la
regulación del corazón o el establecimiento de principios rectos al hacer esfuerzos para obtener
cultura intelectual o cuando, en el ávido deseo de ganancias temporales, se hace caso omiso de
los intereses eternos.

Es justo que los jóvenes piensen en dar a sus facultades naturales el máximo desarrollo. No
quisiéramos restringir la educación para la cual Dios no ha establecido límite. Pero nuestras
conquistas no tendrán valor alguno si no se emplean para honra de Dios y bien de la humanidad.
A menos que nuestro conocimiento sea el escalón que nos permita llegar hasta los más elevados
propósitos, no tendrá valor alguno. Se me ha presentado insistentemente la necesidad de
establecer escuelas cristianas. En las escuelas de hoy, se enseñan muchas cosas que son más
bien un obstáculo que un beneficio. Se necesitan escuelas donde se haga de la Palabra de Dios
la base de la educación.

Satanás es el gran enemigo de Dios y su designio constante es apartar las almas de la lealtad que
deben al Rey del cielo. Quisiera tener disciplinadas las mentes de tal modo que los hombres y
las mujeres ejerciesen influencia en el sentido del error y la corrupción moral, en vez de usar sus
talentos en el servicio de Dios. Logra eficazmente su objeto cuando, pervirtiendo sus ideas
acerca de la educación, consigue poner de su parte a los padres y los maestros; pues una
educación desacertada a menudo coloca la inteligencia en el sendero de la incredulidad.

En muchas de las escuelas y colegios de hoy día, se enseñan cuidadosamente y se explican de


manera cabal las conclusiones a que los sabios han llegado como resultado de sus
investigaciones científicas, mientras se hace la evidente impresión de que si estos eruditos están
en lo cierto, la Biblia no puede tener razón. Se encubren las espinas del escepticismo; se las
disimula con la lozanía y el verdor de la ciencia y la filosofía. El escepticismo es atrayente para la
mente humana. Los jóvenes ven en él una independencia que cautiva su imaginación, y acaban
por ser engañados. Satanás triunfa: sucede conforme a su designio. Alimenta toda semilla de
duda sembrada en los corazones juveniles y bien pronto se recolecta una abundante cosecha de
incredulidad.
No podemos permitir que la mente de nuestros jóvenes se contamine así, por cuanto debemos
depender de ellos para llevar adelante la obra del futuro. Deseamos para nuestra juventud algo
más que la oportunidad de educarse en las ciencias. La ciencia de la verdadera educación es la
verdad que ha de impresionarse tan hondamente en el alma que no pueda ser borrada por el
error que abunda por doquier. La Palabra de Dios debiera ocupar un lugar—el primero—en todo
sistema de educación. Como potencia educativa, es más valiosa que los escritos de todos los
filósofos de todos los siglos. En su amplitud de estilo y temas hay algo capaz de interesar y educar
la mente y de ennoblecer todo interés.
La luz de la revelación brilla claramente en el lejano pasado donde los anales humanos no
arrojan ni un rayo de luz. Hay en ella poesía que ha causado la sorpresa y admiración del mundo.
En belleza que resplandece, en majestad solemne y sublime, en conmovedora ternura, no ha
sido igualada por las producciones más brillantes del genio humano. Hay en ella una sana lógica
y una elocuencia llena de vehemencia. En ella hay, como retratados, nobles actos de hombres
nobles, ejemplos de virtud privada y de honor público, lecciones de piedad y de pureza. No hay
en la vida situación alguna, no hay fase de la experiencia humana, para la cual no contenga la
Biblia valiosa instrucción. Gobernante y gobernado, amo y criado, comprador y vendedor,
prestador y prestatario, padre e hijo, maestro y discípulo: todos pueden encontrar en ella
lecciones de incalculable valor. Pero, por sobre todo, la Palabra de Dios expone el plan de
salvación: muestra cómo el hombre pecador puede reconciliarse con Dios; establece los grandes
principios de la verdad y del deber que debieran gobernar nuestra vida y nos promete el auxilio
divino en su observancia. Va más allá de esta vida fugaz, más allá de la breve y turbia historia de
nuestra humanidad.

Abre ante nuestra vista el verdadero ideal para nuestra juventud extenso panorama de las
edades eternas, edades no oscurecidas por el pecado ni la tristeza. Nos enseña cómo participar
de la morada de los benditos y nos invita a cimentar allí nuestras esperanzas y afectos. Los
verdaderos móviles de servicio han de mantenerse delante de viejos y jóvenes. Se ha de enseñar
a los alumnos de manera tal que lleguen a desarrollarse en hombres y mujeres útiles. Ha de
emplearse todo recurso que pueda elevarlos y ennoblecerlos. Se les ha de enseñar a dar a sus
facultades el mejor uso. Se han de ejercitar igualmente las facultades físicas y mentales. Han de
cultivarse hábitos de orden y disciplina. Se ha de hacer ver a los alumnos el poder que ejerce
una vida pura y sincera. Esto les ayudará en la preparación para un servicio útil. De día en día
crecerán en pureza y vigor, y mediante la gracia de Dios y el estudio de su Palabra irán
preparándose mejor para luchar decididamente contra el mal.

La verdadera educación consiste en inculcar aquellas ideas que han de impresionar la mente y
el corazón con el conocimiento de Dios el Creador y de Jesucristo el Redentor. Tal educación
renovará la mente y transformará el carácter. Dará vigor a la mente y la fortalecerá para
oponerse a las engañosas sugestiones del adversario de las almas y nos hará capaces de
comprender la voz de Dios. Habilitará al entendido para llegar a ser un colaborador de Cristo. Si
nuestros jóvenes obtienen este conocimiento, podrán conseguir todo lo restante que sea
esencial; pero si no, todo el conocimiento que puedan adquirir del mundo no los colocará en las
filas del Señor.

Pueden reunir todo el saber que puedan dar los libros y, no obstante, ser ignorantes de los
principios de justicia que les podrían dar un carácter aprobado por Dios. Los que están tratando
de adquirir conocimiento en las escuelas de la tierra debieran recordar que otra escuela los
reclama igualmente por alumnos: la escuela de Cristo. En ella no se gradúan jamás los
estudiantes. Entre sus alumnos se cuentan viejos y jóvenes. Los que dan oído a las instrucciones
del Maestro divino obtienen constantemente más sabiduría y nobleza de alma; y de ese modo
están preparados para ingresar en aquella escuela superior donde los progresos continuarán
por toda la eternidad.

La sabiduría infinita expone ante nosotros las grandes lecciones de la vida: las lecciones del
deber y la felicidad. Con frecuencia cuesta aprenderlas; pero sin ellas no podemos hacer
verdaderos progresos. Pueden costarnos esfuerzo, lágrimas y hasta agonía, pero no hemos de
vacilar ni desfallecer. Es en este mundo, en medio de sus pruebas y tentaciones, donde tenemos
que obtener la idoneidad para estar en compañía de los ángeles puros y santos. Los que llegan
a preocuparse tanto con estudios de menor importancia que acaban por dejar de aprender en
la escuela de Cristo, están sufriendo una pérdida infinita.

Toda facultad, todo atributo, con que el Creador ha dotado a los hijos de los hombres ha de ser
empleado para su gloria, y es en dicho empleo donde se halla su ejercicio más puro, noble y
dichoso. Los principios del cielo debieran hacerse los principios supremos de la vida y todo paso
que se adelante en la adquisición de saber o en la cultura de la inteligencia debiera ser un paso
hacia la semejanza de lo humano con lo divino.

A muchos de los que ponen a sus hijos en nuestras escuelas les sobrevendrán fuertes
tentaciones, debido a que quieren que éstos obtengan lo que el mundo considera como
educación más esencial. Pero, ¿qué es lo que constituye la educación más esencial, a no ser que
sea la que se obtiene de aquel Libro que es el fundamento del verdadero saber? Los que
consideran como esencial el conocimiento obtenido de acuerdo con la educación mundana, se
equivocan mucho, y esa equivocación los llevará a ser gobernados por opiniones humanas y
falibles.

Los que buscan la educación que el mundo tiene en tan alta estima se van alejando
gradualmente de los principios de la verdad, hasta que llegan a estar educados como los
mundanos. ¡A qué precio han obtenido su educación! Se han alejado del Espíritu Santo de Dios.
Eligieron aceptar lo que el mundo llama saber en lugar de las verdades que Dios ha entregado a
los hombres por medio de sus ministros, profetas y apóstoles. Recae sobre los padres y las
madres la responsabilidad de dar una educación cristiana a los hijos que se les ha confiado.

En ningún caso han de permitir que los negocios de cualquier índole les absorban el
pensamiento, el tiempo y los talentos a tal punto que dejen a sus hijos ir a la deriva hasta que
se hallen separados grandemente de El verdadero ideal para nuestra juventud: Dios.

No han de permitir que sus hijos se escapen de sus manos para caer en las de los incrédulos.
Han de hacer todo lo que puedan para impedir que se saturen del espíritu del mundo. Han de
educarlos para que lleguen a ser obreros juntamente con Dios. Han de ser la mano humana de
Dios, preparándose a sí mismos y a sus hijos para una vida sin fin. Hay una obra seria que hacer
por los niños. Antes que el castigo se derrame sobre los habitantes de la tierra, el Señor llama a
los que son israelitas de verdad para que le sirvan. Juntad a vuestros hijos en vuestras propias
casas, separándolos de aquellos que proclaman las palabras de Satanás y están desobedeciendo
los mandamientos de Dios.

Abarquemos en nuestra obra educacional a muchos más niños y jóvenes, y habrá todo un
ejército de misioneros listos para trabajar para Dios. Nuestras instituciones de enseñanza tienen
mucho que hacer en el sentido de hacer frente a la demanda de obreros preparados para los
campos misioneros. Hacen falta obreros en todo el mundo. La verdad de Dios ha de ser llevada
a los países extranjeros, para que los que están en tinieblas reciban la luz. Hay necesidad de
talentos cultivados en cualquier parte de la obra de Dios. Dios ha dispuesto que nuestras
escuelas sean el medio de desarrollar obreros para él; obreros de los cuales no tenga que
avergonzarse. El pide a nuestros jóvenes que ingresen en nuestras escuelas y se preparen
rápidamente para el servicio.—The Review and Herald, 22 de agosto de 1912. Reproducido en
Fundamentals of Christian Education, 541-545

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