Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Año 2 Número 99
10/11/2017
Artículo
¿CÓMO HACER HISTORIA?
LA POLÉMICA E.P. THOMPSON/PERRY ANDERSON
Por Federico Manzone
Cómo hacer historia es una pregunta que los y las profes deberíamos hacernos más a menudo,
por las presiones de nuestra formación y de la práctica de la enseñanza. Estudiamos una
historia hecha por otros y, cuando la enseñamos, la tentación de pedagogización, de “bajada
didáctica”, atenta muchas veces contra la complejidad inherente a todo lo histórico. Como
forma de plantear aquella pregunta primigenia, repasamos este debate clásico para
reintroducirnos en el tema de la enseñanza de la historia ordenadamente: la pregunta sobre
cómo hacerla, antecede a la de cómo enseñarla.
CONTENDERS
En 1978, Edward Palmer Thompson publica Miseria de la teoría, una crítica feroz al
marxismo althusseriano, de marcado sesgo anti-historicista. Para fines de los 70’s Thompson
era, junto con Eric Hobsbawm, uno de los principales exponentes de la historiografía
marxista británica. Atacando directamente las ideas de Louis Althusser Thompson realizaba
una triple jugada: primero, desinflaba a la corriente predominante del marxismo francés, a la
que consideraba promotora de un “teoricismo ahistórico idealista” que atentaba contra el
“materialismo histórico”; segundo, exponía los fundamentos teóricos de su práctica como
historiador, en defensa de una “tradición de investigación substantiva” derivada de Marx; y
tercero, abría una polémica con la New Left Review, revista insignia de la nueva izquierda
europea, que él mismo había fundado en los tempranos 60’s junto a Stuart Hall. Tras
abandonar la revista en el ’62-’63, Thompson inicia desde las páginas del Socialist Register
una fuerte polémica con la nueva dirección de la New Left Review, a cargo de Perry
Anderson y Tom Nairn, en torno a la caracterización de la sociedad británica. Esta nueva
dirección, por su parte, había encarado desde la editorial de la revista, la New Left Books, la
traducción y publicación en inglés de los principales trabajos del marxismo althusseriano,
entre otros muchos autores. En 1985, Anderson respondió a los argumentos de Thompson en
su trabajo Teoría, política e historia, intentando de algún modo aclarar los términos de su
relación con el althusserianismo y recomponiendo al mismo tiempo el difícil diálogo entre
generaciones de la british new left. Introducimos esta polémica para presentar algunos
problemas claves que hacen a la construcción del conocimiento histórico.
CASUS BELLI
Tal como señalamos, existe un elemento mediador en la polémica Thompson/Anderson: la
obra de Althusser. Hace falta, entonces, referirse brevemente a esta para presentar el terreno
de confrontación. Sus principales trabajos aparecieron en la primera mitad de los 60’s,
trabajos de relectura filosófica de la obra de Marx. En ellos, Althusser busca determinar “la
naturaleza específica de los principios de ciencia y filosofía fundados por Marx”1. La relación
entre ciencia y filosofía es la clave de su relectura de Marx. Para Althusser, Marx es el
responsable de una “revolución teórica”: la teoría marxista funda, en un mismo movimiento,
una nueva ciencia y una nueva filosofía. En la lectura althusseriana, "por ley" la filosofía va
ligada a la ciencia pero corre por detrás de ella, retrasada: gracias a que Tales abrió al
conocimiento científico el campo de las matemáticas, Platón pudo dar nacimiento a la
filosofía; gracias a que Galileo abrió al conocimiento científico el campo de la física,
Descartes pudo transformar la filosofía. Así concibe a la relación ciencia/filosofía. El aporte
de Marx sería haber abierto al conocimiento científico un nuevo campo: el de la historia.
Marx es, para Althusser, el fundador de una ciencia, la ciencia de las “formaciones sociales”,
de la historia (o el “materialismo histórico”). Pero, como dijimos, la apertura de la historia al
conocimiento científico produce, en el mismo movimiento, una “revolución filosófica” (el
“materialismo dialéctico”), en tanto habilita a conocer la naturaleza de las "formaciones
teóricas". En el esquema althusseriano, la filosofía –a diferencia de la ciencia– no tiene un
objeto propio, por lo que su función consiste en “trazar una línea de demarcación” entre el
conocimiento científico y el conocimiento ideológico, la filosofía existiría como la
“conciencia crítica” de la ciencia, como su propia epistemología.
1
Ver el prólogo a la 2da edición de La revolución teórica de Marx
Sin embargo, Marx no habría tenido conciencia de la “revolución filosófica” que produjo. Su
filosofía, aun así, se encontraba implícita “en estado práctico” en sus obras maduras,
camuflada entre la resaca ideológica de las tradiciones de pensamiento que confluyeron en
Marx, como el hegelianismo o la economía clásica. A raíz de ésto, y como “por ley”, la
filosofía corre con desventaja atrás de la ciencia, el “materialismo histórico” avanzó separado
del “materialismo dialéctico”, quedando la filosofía marxista retrasada respecto a la
producción histórica. Esto equivale a decir que la historiografía marxista se desarrolló sobre
bases epistemológicamente precarias, orientándose hacia el empirismo por la naturaleza de
sus fuentes. Sin duda, esto desagradó a Thompson. Althusser se propuso realizar una
relectura filosófica de Marx para determinar lo específico de la problemática filosófica
marxista y dar una base epistemológica sólida a la ciencia marxista de la historia.
Podría pensarse que el marxismo de Althusser es un marxismo epistemologizante, más
preocupado por el status científico del conocimiento que por su eficacia práctica. En este
sentido, hay una oposición que es clave en la epistemología althusseriana: la oposición
ideología/ciencia. Tanto la ideología como la ciencia son sistemas con lógica y rigor propios,
pero mientras la ideología cumple una función práctico-social, de representar
imaginariamente la realidad existente, la ciencia cumple una función teórica, de
conocimiento, brindando los medios para conocer la realidad2. El conocimiento científico,
para Althusser, surge siempre del interior de una problemática ideológica pero en “ruptura”
con ella. Según su epistemología, la producción de conocimiento científico corre por cuenta
de la práctica teórica. El “proceso de producción” del conocimiento científico arranca con
conceptos o hechos ideológicos, “materia prima” de la práctica teórica; esta transforma, a
través de la crítica, la generalidad abstracta de los conceptos ideológicos “produciendo” otros
conceptos más concretos en discontinuidad con la problemática ideológica en que se
originan. El resultado del “proceso de producción” son conceptos o hechos científicos
surgidos en el campo de una nueva problemática.
A partir de este esquema, Althusser buscó introducir una doble ruptura epistemológica en la
tradición marxista. Una interna, entre un Marx “joven”, ideológicamente humanista, y un
Marx “maduro” científico. Otra externa, que separa a Marx de su pasado hegeliano y lo pone
como el fundador de una nueva filosofía de la ciencia. Para esto último, Althusser criticó la
generalidad abstracta del concepto de contradicción en Hegel. La contradicción hegeliana
sería una contradicción simple, gracias a la cual este puede derivar toda la vida concreta de
un pueblo a partir del despliegue de su contradicción inmanente. En Marx, en cambio, la
contradicción no sería simple sino que aparecería siempre sobredeterminada por la
“combinación” histórica concreta entre las distintas “instancias” que componen la estructura
objetiva de la sociedad –economía, política e ideología–, cada una con su ritmo específico de
desarrollo y su “autonomía relativa”. La economía cumpliría un papel “determinante en
última instancia” mientras que el modo de producción otorgaría un papel “dominante” alguna
de las “instancias” dependiendo la estructura de la formación social concreta. Así, dentro del
2
Ver Marxismo y humanismo, en La revolución teórica de Marx. Althusser, L. Siglo XXI, Bs. As., 2011
esquema althusseriano, la realidad social adquiere la forma invariante de una estructura
dominante, siendo los sujetos simples portadores de sus determinaciones estructurales.
Es en el concepto de modo de producción que se resumirían así las dos condiciones
fundamentales que harían de la historia una ciencia: por un lado, la posibilidad de conocer la
articulación entre las distintas instancias de la estructura social; por otro, la ruptura de la
periodización temporal mediante la distribución de la historia según las épocas de su
estructura económica.
El althusserianismo afirmó de esta manera que en Marx se encontraba una “teoría científica
general de la historia que no solo nos da elementos de conocimiento histórico científico (…)
sino el principio de una verdadera ciencia abstracta”3. Aunque no solo eso. Ya que si la
historia solamente es explicable por los efectos de determinada combinación de estructuras
objetivas, es decir, si el conocimiento histórico solo surge al interior de esta problemática
teórica, los hechos históricos por fuera de ella son ideológicos: son “representaciones” de la
realidad que no brindan las herramientas para “conocerla”. De ahí que para Althusser el
estudio de la historia sea imposible a partir de una interpretación inmediata de los hechos, ya
que “en la historia que está en los libros” no habla el “logos”, el conocimiento, sino la
“inaudible e ilegible notación de los efectos de una estructura de estructuras”4. Entonces sería
tarea no de la historiografía, sino de la teoría producir el conocimiento científico de la
historia, o mejor “de las estructuras de las que dependen los efectos históricos” (Balibar).
3
Ver Acerca de los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Balibar, E., en Para leer El Capital
Siglo XXI, Bs. As., 2010
4
Ver De El Capital a la filosofía de Marx, en Para leer El Capital. Althusser, L. Siglo XXI, Bs. As., 2010
5
Esta y todas las citas de Thompson pertenecen a Miseria de la teoría. Thompson, E.P. Crítica, Barcelona,
1981
el saber de un campesino sobre las estaciones climáticas o de un marinero sobre los mares?
No se puede. Aquellos datos de la experiencia son ya conocimiento sin pasar por ninguna
“práctica teórica”. Por otro lado, la “materia prima” no solo se transforma en conocimiento
por vía de llegar pasivamente al gabinete de los teóricos: con las abruptas irrupciones de la
vida histórica “la experiencia penetra sin llamar a la puerta”. Crisis, guerras, revoluciones,
representan transformaciones del ser social que marcan la consciencia social dominante y
producen experiencias que derrumban sistemas conceptuales; sus efectos cognoscitivos
plantean nuevas problemáticas que desbordan los esquemas preexistentes de los filósofos.
Según Anderson, “la justeza de la acusación de Thompson es mucha”. En la identificación
de Althusser entre conocimiento y ciencia, Anderson encuentra el bloqueo que impide a la
“práctica teórica” tratar los datos empíricos6.
En todo el proceso de la “práctica teórica”, Thompson ve un procedimiento “más crítico que
substantivo”, que de ninguna manera puede confundirse con la complejidad de los procesos
de apropiación intelectual del mundo real. Encuentra la “práctica teórica” althusseriana
emparentada con “ciertas ramas de la filosofía y las matemáticas”, caracterizadas por ser
“cerradas y autoproductoras”, y que por la naturaleza abstracta de sus objetos solo pueden
dar “prueba” de su cientificidad examinando el rigor lógico de sus propios procedimientos y
conceptos. Por otro lado, ve en su epistemología un fuerte componente tautológico: si la
“práctica teórica” actúa sobre los “hechos ideológicos” y a partir de ellos produce
“conocimiento científico”, la verdad potencial del conocimiento científico ya se encuentra in
nuce en el hecho ideológico. Para Thompson, “este procedimiento tautológico es
exactamente lo que el marxismo llama idealismo”: un universo conceptual que se engendra
a sí mismo imponiendo su idealidad sobre la realidad.
Si Althusser, con su obra, pretendía hacer del “materialismo dialéctico” la conciencia
vigilante de la ciencia histórica marxista, encargada de demarcar verdades científicas de
ilusiones ideológicas, la crítica de Thompson desestructura el esquema althusseriano y
erosiona su pretensión de servir como teoría de la historia. Para Thompson, la verdad del
conocimiento histórico no está garantizada por el rigor formal de ninguna filosofía sino por
la correspondencia entre los conceptos y las propiedades de los objetos históricos. En función
de lograr esta correspondencia propone “un método de investigación adecuado a los
materiales históricos” al que llama la lógica de la historia. Este consistiría en un “diálogo por
hipótesis sucesivas” entre conceptos e investigación empírica. Así, el historiador interroga
desde esta “lógica” al pasado histórico, las hipótesis operan como “instrumento
interrogativo” y los datos empíricos “contestan” a la interrogación. Como los datos empíricos
tienen propiedades determinadas, todas las categorías e hipótesis no conformes a sus
determinaciones deben considerarse como falsas. Conforme a este procedimiento, Thompson
considera “poco provechoso designar a la historia como ciencia”, ya que el conocimiento
histórico resultante sería por naturaleza aproximado, provisorio y siempre sujeto a falsación.
6
Todas las referencias a la obra de Anderson pertenecen a Política, teoría e historia. Anderson, P. Siglo XXI,
Bs. As., 2014
Prefiere incluirla, en cambio, en el más amplio campo de las “humanidades” aunque como la
“reina de las humanidades”.
Anderson discute la exclusión de la historia del campo de la ciencia por el hecho de que su
conocimiento sea “aproximado” y “sujeto a falsación”. El principio de falsación, reconoce
correctamente, “es el estado normal de toda ciencia y no un privilegio de la historia”; esto
salta a la vista ante la elaboración de cualquier hipótesis: si elaboramos las hipótesis a partir
de nuestros conocimientos previos y los controles empíricos se limitan simplemente a
corroborarlas, ¿cómo avanza el conocimiento? La discusión respecto del carácter
aproximado del conocimiento histórico parece equilibrar la balanza entre lo teórico y lo
empírico. Si como afirma Thompson, el conocimiento histórico es “siempre aproximado”,
nunca exacto, el problema para Anderson está en “extender su vocación de precisión”. Ahora
bien, la vocación de precisión reinstala la importancia de la cuestión teórico-conceptual, ya
que si el problema de la cientificidad de la historia está en ganar precisión, no se puede
pretender captar realidades cada vez más complejas y particularizadas “estirando conceptos
generales”, sino que es necesario no solo producir más conceptos, sino también producir
conceptos más rigurosos. Si bien ofreció soluciones equivocadas, las preocupaciones de
Althusser habrían sido correctas.
LA GRAN AUSENTE
Más allá de nuestra arbitraria selección, las posiciones del debate parecen quedar claras. La
discusión tiende a adoptar las polaridades que caracterizan al debate historiográfico en
general, entre quienes parten de lo teórico y quienes parten de lo empírico. Anderson
interviene equilibrando la balanza, marcando unas veces los desvíos teoricistas y otras, los
desvíos empiristas. Su forma de terciar en la polémica parece que no lo aparta de los
lineamientos clásicos de un “materialismo histórico” estricto, aggiornado con los aportes de
E. Balibar y G. Cohen. Es entendible, probablemente, tratándose de un debate que se
desarrolla al interior de la tradición marxista. Lo que no se entiende, principalmente
tratándose de un debate entre marxistas, es el prácticamente nulo tratamiento de la dialéctica
tanto en la historiografía como en la política. Gran ausencia.
De Althusser no hace falta decir demasiado: uno de sus objetivos centrales fue separar a
Hegel de Marx, extirpando del último la dialéctica. Para Thompson, hablar de “ausencia”
podría parecer injusto, ya que se refiere a la dialéctica como “un modo de aprehender los
procesos fluyentes y contradictorios”, como “un hábito de pensamiento y una expectativa en
cuanto a la lógica del proceso”, o también –y en esto hay cierto desligamiento del problema–
como algo que “se aprende en la práctica”. Sin embargo, al oponer tan tajantemente la lógica
abstracta que estructura los procesos con su desenvolvimiento histórico real, ¿no se comporta
de forma “anti-dialéctica”?, o también, al explicar la naturaleza de las categorías históricas
como el resultado de un “compromiso empírico” entre conceptos y determinaciones
objetivas, ¿no introduce un “dualismo” pre-dialéctico entre el sujeto que conceptúa y el
objeto que determina? Para Anderson, por su parte, la dialéctica parece no funcionar como
la mediación polémica entre una teoría pretendidamente más verdadera que la realidad
empírica y una tradición de investigación empírica débil de fundamentos teóricos. ¿Puede la
dialéctica ser el punto de engarce entre la dimensión empírica del objeto histórico, su
teorización y el carácter intrínsecamente político de la labor historiográfica? ¿Podría esta
ausencia acaso señalar el terreno en el que las aparentes contradicciones se resuelven?