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Comentario de “Organismo y organización en la Biología Teórica:

¿Vuelta al organicismo?”, de Arantza Etxeberria & Jon Umerez

Alumno: Juan Carlos Ruiz Franco

El concepto de “organismo” parece haber sido introducido por Georg Ernst Stahl, a
principios del siglo XVIII, en oposición al “mecanismo” y en referencia al uso aristotélico
de “organon” para explicar las funciones de las partes corporales. Señalan los autores de
nuestro artículo que es curioso que en su origen “organismo” no fuera sinónimo de ser
vivo, sino que se acuñara para exponer algún tipo de teoría o una descripción definida
suya, y que el concepto de organismo no preceda históricamente al de mecanismo, sino
que “se origine en reacción a éste y precisamente para resaltar las características no
mecánicas de los seres vivos”. Si echamos la vista atrás, a partir del siglo XVII, con la
revolución científica protagonizada en primer lugar por Descartes y Galileo y después por
Newton, el mundo llegó a concebirse como una máquina, cuyas partes podían estudiarse
independientemente; es más, el todo no era más que la suma de las partes, por lo que se
defendía un reduccionismo fuerte que llegó incluso a aplicarse al ser humano, como por
ejemplo en La Mettrie y su El hombre máquina. La noción medieval, de origen
aristotélico, de un universo orgánico y viviente, fue reemplazada por la del mundo como
máquina, y esta se convirtió en la metáfora dominante de la era moderna. “El
mecanicismo cartesiano quedó expresado como dogma en el concepto de que, en última
instancia, las leyes de la biología pueden ser reducidas a las de la física y la química”1.

Cuando Virchow formuló la teoría celular en su forma moderna, la atención de los


biólogos se desplazó de los organismos a las células, y las funciones biológicas, en lugar
de reflejar la organización del organismo como un todo, se consideraron los resultados de
las interacciones entre los componentes básicos celulares. La bioquímica “establecía entre
los biólogos el firme convencimiento de que todas las propiedades y funciones de los
organismos vivos podían eventualmente ser explicadas en los términos de las leyes de la
física y la química”2, lo cual se explicitó claramente en La concepción mecanicista de la

1
Capra, Fritjof, La trama de la vida, Editorial Anagrama. Pág. 40.
2
Capra, op. cit., pág. 44.
vida, de Jacques Loeb, que tuvo una gran influencia en el pensamiento biológico de
comienzos del siglo XX.

Volviendo a nuestro artículo, los autores afirman que, a lo largo del siglo XX, el concepto
de organismo “se ha ido desvaneciendo lentamente como concepto teórico de la biología”,
de forma que en 1929 Woodger se quejaba de la falta de desarrollo de una biología
centrada en el organismo. El éxito posterior de la biología molecular hace que se vaya
eludiendo progresivamente este tema, con más desatención hacia el organismo y su
organización. Por otra parte, el desarrollo de la teoría de la evolución hace prestar de
nuevo cada vez menos atención a la organización y más al diseño de los caracteres por la
selección natural. Y así, a finales del siglo XX, algunos biólogos denuncian la
“desaparición del organismo” de la biología, junto al énfasis en el concepto de gen y el
consiguiente abandono del concepto de organismo. La biología teórica se ha caracterizado
por intentar responder cuestiones del tipo de (1) la diferencia entre el organismo y sus
partes inorgánicas, (2) la diferencia entre organismos y seres vivos y (3) la diferencia
entre organismos y mecanismos (tratados como sinónimos en la ciencia contemporánea).

La biología teórica nació y vivió en el siglo XX, aunque nunca llegara a desarrollarse con
plenitud en ese siglo, como indican nuestros autores. El momento en que tuvo más
posibilidades de convertirse en una disciplina biológica como tal fue en las décadas de
entreguerras (años veinte y treinta), con la formación de un grupo de trabajo en Inglaterra
que estuvo a punto de institucionalizarse, “aprovechando” que la biología molecular aún
estaba en sus inicios y que la teoría de la evolución seguía en su fase de “eclipse”. La
biología debía desarrollar una perspectiva organísmica que no puede proceder de la física
y la química, ya que estas no pueden explicar que prácticamente todos los procesos vitales
están tan organizados que tienen por objeto el mantenimiento, producción o restauración
de la “totalidad” del organismo. El interés por la organización biológica dio lugar a un
trabajo interdisciplinario cuyo principal tema fue la organización como relación entre las
partes y el todo. Bertalanffy planteó la centralidad del concepto de organismo para la
biología. Frente al punto de vista “aditivo” del mecanicismo, los organicistas plantean el
problema de la organización, de las relaciones de las partes entre sí, como tarea
fundamental de la biología. “El primer y más general criterio es el cambio de las partes
al todo. Los sistemas vivos son totalidades integradas cuyas propiedades no pueden ser
reducidas a las de sus partes más pequeñas”3. Las propiedades sistémicas son propiedades
del conjunto, que ninguna de las partes tiene por sí sola. Emergen de las relaciones
organizadoras entre las partes. Además, a distintos niveles sistémicos corresponden
diferentes niveles de complejidad, y en cada nivel los fenómenos tienen propiedades que
no se dan a niveles inferiores. Se les llama propiedades emergentes porque emergen en
aquel nivel. La ciencia cartesiana creía que el conjunto podía analizarse en términos de
las propiedades de sus partes. Por contra, la ciencia sistémica demuestra que los sistemas
vivos no pueden comprenderse desde el análisis. Por eso el pensamiento sistémico es un
pensamiento contextual y, dado que la explicación en términos de contexto conlleva la
explicación en términos de entorno, el pensamiento sistémico es un pensamiento
medioambiental.

Como señala Fritjof Capra, en última instancia no hay partes en absoluto, tal como la
física cuántica ha demostrado. Lo que llamamos parte es solamente un patrón dentro de
una red inseparable de relaciones. En la visión mecanicista, el mundo era una colección
de objetos, y en cambio, en la visión sistémica los objetos son redes de relaciones
inmersas en redes mayores.

La situación en biología cambia a partir del año 1953 debido a la publicación, por parte
de Watson y Crick, del artículo de la revista Nature, en que presentaban su hallazgo de la
estructura del ADN en forma de doble hélice. Con ello la biología molecular recibió su
espaldarazo definitivo y cobró más fuerza la postura reduccionista, que intentaba explicar
todo recurriendo a las partes más pequeñas de los organismos. En el artículo se nos dice
que este factor se unió a la formulación definitiva de la Teoría Sintética de la Evolución
(“a partir de los años 40 el neodarwinismo fruto de la síntesis prácticamente borra del
mapa las controversias precedentes y se destaca como el nuevo programa de investigación
progresivo, sin competencia efectiva”) para que las posturas reduccionistas fueran aún
más fuertes, en detrimento de las posiciones más holistas, que, como sabemos, enfatizan
el todo, que sería mayor que la suma de sus partes: “los fundadores de esta nueva fase,
comenzando por los propios Watson y Crick, son mucho más vehementes en la
importancia del enfoque molecular y en la no importancia del análisis a otros niveles”.

3
Capra, op. cit., pág. 56.
Sin embargo, tal como nos dice nuestro artículo, los trabajos de la biología teórica en esta
época se caracterizan por el carácter organicista, frente al marcado reduccionismo de la
biología molecular, y por la reivindicación de los trabajos teóricos en biología, “que se
consideran tan importantes al menos como los avances de carácter experimental”. Dentro
de este marco de dominio de la evolución y de la biología molecular, las aportaciones de
la biología teórica consisten, por un lado, en el intento de dar una interpretación física del
papel de la información, y por otro en el estudio de los organismos mínimos, “el intento
de proporcionar una explicación científica del organismo en su versión más simple”, con
lo que la atención se desplaza desde las moléculas a un todo organizado, pero comenzando
por el todo más sencillo, “que se considera indispensable para entender otros organismos
más evolucionados”. Por último, está el intento de explicar el papel de la organización en
la evolución y los logros de la modelización.

El Theoretical Biology Club es un grupo de investigadores formado en Cambridge el año


1932, con J. H. Woodger, J. Needham, C.H. Waddington, D. M. Wrinch y J. D. Bernal
como principales representantes. Tuvo como objetivo promocionar el enfoque organicista
en biología y se opusieron al mecanicismo, el reduccionismo y la visión gene-céntrica de
la evolución. La mayoría de los miembros estaban influidos por la filosofía de Alfred
North Whitehead. Woodger (1894-1981) fue una figura clave en este grupo; su campo de
origen era la zoología y en 1926 fue a Viena a trabajar con Przibram, y dedicó su estancia
al estudio y a las discusiones con diversos intelectuales y científicos, Bertalanffy entre
ellos, y con varios miembros del Círculo de Viena. Escribió un trabajo de filosofía de la
biología en el que investigó sobre el concepto de organización y trató de dar impulso a la
biología teórica. Woodger, influido por Bertalanffy, fue un firme defensor del
organicismo y de la necesidad de desarrollar los aspectos teóricos de esta área. En cambio,
las preocupaciones de Needham estaban más centradas en el trabajo experimental y era,
en principio, más partidario de posturas mecanicistas.

El organicismo considera que el elemento fundamental de la biología es el organismo, y


trata de fundamentar en él las explicaciones de los procesos vivientes. Intenta superar la
confrontación entre el vitalismo y el mecanicismo, que lucharon hasta finales del siglo
XIX, cuando los descubrimientos científicos llevaron a dejar de lado al primero, a pesar
de que filósofos como Bergson aún lo defendieran. El organicismo se enfrenta tanto al
vitalismo como al mecanicismo. Concuerda con el primero en un cierto holismo que le
lleva a defender la importancia de tener en cuenta el conjunto del sistema, el todo, y la
necesidad de contar con diversos niveles en la explicación de la organización viviente.
No obstante, igual que el mecanicismo, mantiene la creencia de que los procesos vivientes
deben ser objeto de explicaciones materiales.

Tanto el vitalismo como el organicismo se oponen a la reducción de la biología a física y


química. Aunque es cierto que sus leyes se pueden aplicar a los organismos, resultan
insuficientes para la plena comprensión del fenómeno de la vida. “El comportamiento de
un organismo como un todo integrado no puede ser comprendido únicamente desde el
estudio de sus partes. Como la teoría de sistema demostraría, el todo es más que la suma
de sus partes”4. Ahora bien, frente al vitalismo, el organicismo niega la necesidad de la
existencia de una entidad no física separada para la comprensión de la vida.

El lenguaje de los vitalistas quedaba limitado por las mismas imágenes y metáforas que
el de los mecanicistas, enmarcados los dos en el paradigma cartesiano. A principios del
siglo XX, los biólogos organicistas, en oposición tanto al vitalismo como al mecanicismo,
tomaron el problema de la forma biológica con entusiasmo. Desde la obra de Ross
Harrison y Lawrence Henderson, “sistema” viene a definir un todo integrado cuyas
propiedades esenciales surgen de las relaciones entre sus partes, y “pensamiento
sistémico” la comprensión de un fenómeno en el contexto de un todo superior. Woodger
y otros señalaron que una de las características clave de la organización de los organismos
era su naturaleza jerárquica. En todo el mundo viviente nos encontramos con sistemas
vivos anidando dentro de otros sistemas vivos5.

Darse cuenta de que los sistemas son totalidades integradas que no pueden comprenderse
desde su análisis en partes fue más chocante en física que en biología. Desde Newton, los
físicos pensaron que todos los fenómenos físicos podían reducirse a las propiedades de
partículas materiales sólidas. Sin embargo, en los años veinte del siglo XX, la teoría
cuántica les obligó a aceptar el hecho de que los objetos materiales sólidos de la física
clásica se disuelven a nivel subatómico en pautas de probabilidades en forma de ondas.
Estas pautas representan probabilidades de interconexiones, no de cosas. Las partículas

4
Capra, pág. 45.
5
Capra, pág. 47.
subatómicas solo pueden entenderse como interconexiones de varios procesos de
observación y medición. Son interconexiones entre cosas, y estas a su vez interconexiones
entre cosas, y así sucesivamente. En teoría cuántica nunca se trata con cosas, sino con
interconexiones6. En conclusión, la misma física, la ciencia a la que parecía reducirse
todo, se desvanece en interconexiones y pierde su materialidad, con lo que el
mecanicismo pierde todo sentido.

6
Capra, pág. 49-50.

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