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ISBN: 978-607-484-535-8
Prólogo 9
Andrés Medina Hernández y Mechthild Rutsch
Discusiones mesoamericanistas
Reflexiones históricas
10
II
Una sociedad no se define por una simple lista de
rasgos, sino por la interrelación y dinámica funcional
que dichos rasgos significan en la vida social. Kirchhoff
sentó las bases para una discusión más amplia; su
enlistado debemos considerarlo como una hipótesis de
trabajo, y no hacerlo el mito que ahora es (Armillas, en
Navarrete, 1991: 36).
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… llena de enigmas, se conforma a base del análisis de los rasgos de los ma-
teriales arqueológicos, principalmente los derivados de estudios cerámicos,
a partir de los cuales establecen series cronológicas, basándose en supuestas
“evoluciones” de formas o diseños que comparan con materiales de otros
lugares. Este sistema es el que genera la profusión de “relaciones” (nunca
definidas) entre todos los sitios del México Antiguo e inclusive con el suroeste
y sureste de los Estados Unidos. Son trabajos generalmente carentes de
referencia teórica, de definición, de unidades de estudio, sin una relación de sus
métodos de trabajo. Son, adicionalmente, trabajos sobre segmentos de la
totalidad social y, como tales carecen de capacidad explicativa; bajo el pre-
texto de desarrollar una historia cultural, sus investigaciones y también las
excesivas reconstrucciones de pirámides quedan automáticamente justificadas
(Yadeun, 1978: 169).
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III
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esfuerzo, que data de los inicios del siglo xx, por historiar la disciplina
y sus instituciones. Entonces esta era más bien una actividad ocasional
de los trabajadores del Museo Nacional, o producto de reflexiones ver-
tidas hacia el final de una carrera académica. Algunos ejemplos son las
obras de Jesús Galindo y Villa quien en 1896 publicó su Breve noticia
histórica descriptiva del Museo Nacional, la de Luis Castillo Ledón que
prohijó en 1924 El Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía
1825-1925, y la “Historia de la antropología física en México” debida
a Nicolás León, quien la publicó en 1919.
Hoy día, la historia de la antropología forma parte de la historia de
la ciencia del país, junto a disciplinas tales como la biología, la gené-
tica y la medicina (cfr. por ejemplo Gorbach y López Beltrán, 2008;
López Beltrán, 2011; Guevara Fefer, 2011); además, ha inspirado vivos
debates a propósito de conmemoraciones varias, entre ellas la de la
publicación de la arriba mencionada obra en quince volúmenes: La
antropología en México. Panorama histórico. Su última apreciación reu-
nió a varios autores y se encuentra publicada en el “Dossier: A veinte
años de La antropología en México. Panorama histórico” (Krotz, 2011).
En nuestra opinión la colección coordinada por Carlos García Mora
marcó un hito en la actividad de historiar la disciplina en México, que
desde entonces comenzó a profesionalizarse cada vez más. Testimonio de
ello son publicaciones recientes y tesis de doctorado que desde diversos
ángulos y temas arrojan luz y examinan críticamente diversos periodos
de nuestra larga existencia como disciplina.
Así, por ejemplo, en 2008 Francisco Mendiola Galván publicó
Una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, en la que la
arqueología se trata como parte de la historia y de la antropología mis-
ma; además de ofrecernos un amplio análisis comparativo de fuentes,
aporta una historia sumamente reflexiva desde los modelos teóricos,
el llamado modelo Casas Grandes-Paquimé vs. Mesoamérica en sus
diversas concepciones a lo largo del tiempo y rastrea, en su “núcleo
duro”, la esencia no sólo del monumentalismo sino intenta referirlo al
modelo ario de civilización y el orientalismo de Edward Said. Tenemos
aquí una muestra de historia de la ciencia crítica sustentada en análisis
convincentes de la región norteña del país. Otro ejemplo puede ser, a
propósito de la discusión sobre “raza” y mestizaje en México, la tesis
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2
Además, se agregan a la discusión reiterativa quejas y denuncias, exageraciones, genera-
lizaciones, simplificaciones caricaturescas, epítetos descalificantes, interpretaciones sui
géneris de otras disciplinas u otras posiciones, etc. Todo esto, más retórico que científico,
aleja de los puntos centrales del debate. Ya se refiere a estas desviaciones Barabas en su
artículo “Unicidad y diversidad en Mesoamérica: una discusión inacabada”.
3
Millán, “Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica: una polémica abierta”, p. 96.
4
Neurath, “Unidad y diversidad en Mesoamérica: una aproximación desde la etnografía”, p. 81.
5
Millán, “Unidad y diversidad…”, p. 89.
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6
Millán, “Unidad y diversidad…”, p. 92.
7
Millán, “Historia de un desencuentro: etnografía y antropología en México”, pp. 89-90.
“Unidad y diversidad…”, 96. Barabas, “Unicidad y diversidad…”, p. 60.
8
Millán, “Unidad y diversidad…”, pp. 92-93.
9
Heiras Rodríguez, “Elogio a la diferencia: mitología y ritual en la Huasteca sur”, p. 64,
nota 1.
10
Neurath, “Unidad y diversidad…”, 81.
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Mi propuesta
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14
Barabas, “Unidad y diversidad…”, p. 65.
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Conclusiones
15
López Austin, “Unidad y diversidad en el estudio etnográfico en México”, p. 99.
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1
Utilizaremos el concepto de rebus como sinónimo de unión arbitraria socialmente
restricta –es decir, cuyos criterios y normas no son compartidos por grupos numérico o
cronológicamente significativos en una sociedad– de representaciones visuales de ob-
jetos o entes cuyos nombres –o sus partes– formarían otros nombres o frases. Tal unión
tendría la función de codificar mensajes verbales en señales visuales cuya rehabilitación
de los significados se transformaría en una especie de rompecabezas, lo que se constituye,
inicialmente, como lo opuesto del objetivo de un sistema de escritura: permitir la pronta
rehabilitación de los significados de los mensajes grabados en sus registros visuales por
las personas versadas en su funcionamiento. Un ejemplo clásico de rebus son los juegos
infantiles que codifican nombres, conceptos o frases a través de la unión de representa-
ciones visuales de objetos bastante sencillos, como la unión del dibujo de un sol con el
de un dado para formar la palabra soldado.
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Historia que se inicia, por lo menos, en el año 600 a.C. y sigue hasta el final del periodo
colonial. Los distintos periodos de esta historia presentan más transformaciones que las
constantes en la historia de cualquier otro sistema mesoamericano de escritura y están
relacionadas con los cambios en el orden sociopolítico de los altepeme y pueblos zapotecos
(Marcus, 1992: 70). Para Grube y Arellano Hoffmann (2002: 39), el sistema zapoteco
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la región del Valle de México (como el Borbónico). Nowotny llama de tlacuilolli a este
sistema de escritura.
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Buscaremos enfatizar esa característica empleando el término pictoglífico, que explícita-
mente remite a la combinación entre glifos –sean fonéticos, logográficos o ideográficos– y
elementos pictórico-figurativos. Tal vez ese término sea preferible al de pictográfico, el cual,
además de ser usado tradicionalmente para designar sólo algunos sistemas mesoamerica-
nos, como el mixteco-nahua, el teotihuacano y el zapoteca, remite a la idea de escrituras
que se sirven de representaciones pictórico-figurativas de objetos y que, de esa manera,
se distinguen radicalmente de las escrituras que graban el habla, consideradas algunas
veces como las “verdaderas”. En otras palabras, tal vez el término pictográfico contribuya
para la perpetración de una separación tipológica entre los sistemas mesoamericanos de
escritura que, como buscaremos mostrar, no es la más adecuada o provechosa para la
lectura e interpretación de los registros.
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Las estelas 12 y 13 de Monte Albán, producidas entre 500 y 400 a.C., presentan solamente
glifos de verbos entre signos calendáricos y antroponímicos. De esta manera, a pesar de
contener apenas ocho conjuntos glíficos, son consideradas por algunos estudiosos, como
Joyce Marcus (1992: 38-39), como los más antiguos “textos puros” mesoamericanos.
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Como señala Christian Duverger: “Es verdad que existen algunos casos en que aparente-
mente los glifos se emplearon solos, sin ser asociados con escenas figurativas; se pueden
citar algunas estelas (estelas 12 y 13 de Monte Albán), algunos paneles mayas esculpidos
(Templo de las Inscripciones de Palenque, Templo de las Inscripciones de Tikal), y sobre
todo, escaleras jeroglíficas como las de Copán, Edzná, Dos Pilas o Naranjo. Ahí, los ele-
mentos escritos ya no están asociados a elementos figurativos en dos dimensiones, sino
a un conjunto arquitectónico monumental de tres dimensiones. Pero se trata de casos
particulares. La norma mesoamericana sigue siendo la combinación de los elementos
glíficos con escenas figurativas” (Duverger, 2000: 42).
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Tratamos largamente los usos y funciones del calendario en los códices nahuas tradicio-
nales y coloniales en otras dos ocasiones (Santos, 2007b; Santos, 2005a). Por ese motivo,
en esta ocasión solamente señalaremos la importancia del tema.
9
Elizabeth Hill Boone, lejos de considerar los libros mixtecos como un tipo de anales, los
agrupa bajo la categoría de res gestae, porque las dinastías gobernantes y sus hechos son
su temática central (Boone, 1996). Sin embargo, esta categorización puede representar
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Por lo que hemos expuesto hasta el momento, creemos que nuestra posi-
ción frente a la cuestión contenida en el subtítulo ha sido ya anunciada,
es decir, pensamos que es más adecuado tratar a los registros pictoglí
ficos de todos los sistemas mesoamericanos como expresiones escritas.
Sin embargo, aunque hemos mencionado algunas ventajas metodoló-
gicas de esta posición, no nos hemos dedicado a fundamentarla como
tampoco a explicitar el contenido de lo que entendemos por sistema de
escritura. Por ello, en este apartado, abordaremos de manera más de-
tallada y sistemática algunos aspectos de esta cuestión y del contenido
que atribuimos a esta expresión. Buscando hacerlo de modo sintético,
me centraré en el sistema maya y el mixteco-nahua, ambos a menudo
tratados como los dos casos extremos en las clasificaciones que tienden
a establecer dicotomías excluyentes, separando el grupo de las “verda-
deras escrituras”, atributo frecuentemente asociado al sistema maya, de
los sistemas que son recursos mnemónicos, protoescrituras o un tipo
rebus –expresiones generalmente asociadas al sistema mixteco-nahua.
Mencionamos que tanto el sistema maya como el mixteco-nahua, a
pesar de sus diferencias, combinan diversos tipos de glifos –calendáricos,
numéricos, toponímicos, antroponímicos, ideográficos, fonéticos y de
determinación semántica– entre sí y con representaciones pictórico-
figurativas, formando registros con su propia organización y lógica; sin
embargo, los dos sistemas lo hacen de maneras diferentes y en distintos
grados.
En el sistema mixteco-nahua la combinación entre los diversos tipos
de glifos no resulta en la predominancia de los glifos fonéticos o logo-
gráficos. Así, este sistema no se relaciona, estricta y primordialmente,
con alguna lengua en específico, pues los glifos no fonéticos y elementos
pictórico-figurativos podrían tener sus significados rehabilitados por
hablantes de diversas lenguas si éstos compartieran las convenciones
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del sistema. Lo que no significa que los glifos fonéticos y una parte de
los otros signos que componen este sistema no se relacionen direc-
tamente con determinadas lenguas, sino que el funcionamiento de
este sistema no depende exclusiva o fundamentalmente de un cuadro
de equivalencias entre signos y sonidos –aunque ello también fuera
parte de tal sistema–. Este funcionamiento dependería, de manera
fundamental, de conjuntos de contenidos, conceptos y relatos que se
relacionan con los glifos no fonéticos y con los elementos pictórico-
figurativos. Estos contenidos, conceptos y relatos eran memorizados
y manejados mediante una tradición de oralidad que funcionaría pari
passu a la producción y usos sociales de los escritos.
Por su parte, en el sistema maya, son empleados mayoritaria-
mente los glifos fonéticos, provocando que este sistema se relacione
fuertemente con una lengua específica, ya que este tipo de glifo, en
principio, sólo podría tener sus significados sonoros rehabilitados por
alguien que hablara la lengua de los productores de los escritos –y
que debería también, es claro, compartir las demás convenciones de
funcionamiento del sistema–. Es así que el sistema maya dependería
en primer lugar de la memorización del valor fonético de sus signos y, en
segundo lugar, de la memorización de conceptos y relatos por una
tradición de pensamiento y oralidad que funcionaba conjuntamente
a la producción y uso de los escritos pictoglíficos.
Debido a estas características distintas, el sistema maya ha sido
clasificado generalmente como una “verdadera escritura”, mientras que
el mixteco-nahua ha sido considerado como un recurso mnemónico,
como una protoescritura interrumpida por la Conquista, o como una
especie de rebus por descifrar.10
Sin embargo, creemos que esta clasificación se debe a la aplicación
de una concepción polar y evolucionista acerca de la escritura. Polar,
por articular las partes que componen el funcionamiento de los sistemas
sígnicos –esto es, los registros visuales y la oralidad– como un binomio
polar y excluyente. Evolucionista por reservar el uso analítico del
concepto de escritura, casi con exclusividad, a los sistemas fonéticos,
vistos como el resultado de un proceso universal de desarrollo de los
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Como propone Charles Dibble (1940).
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11
La idea de que una “verdadera escritura” es siempre y solamente una forma de registro
visual de una lengua hablada se remonta a la Grecia del periodo Clásico y gana un nuevo
e importante capítulo con el proceso de conquista y colonización de las Indias Orientales
y Occidentales por los cristianos. En estos “nuevos mundos”, los cristianos, principalmente
los misioneros, tuvieron contacto con una gran cantidad de sistemas sígnicos locales e
intentaron clasificarlos como “verdaderas escrituras” o “pinturas que servían como escri-
tura”. Uno de los ejemplos mejor acabados de este tipo de clasificación es el que José de
Acosta presenta en la Historia natural y moral de las Indias (1985). Este tipo de clasificación
binaria de los sistemas sígnicos marcó los estudios humanísticos y de las ciencias humanas
hasta la actualidad. Maarten Jansen, en los años ochenta, afirmó que la idea que da la base
a este tipo de clasificación empezó a ser cuestionada y seriamente discutida en la academia
solamente en las últimas décadas, cuando, entonces, nuevas concepciones de escritura
empezaron a ser propuestas y, por consiguiente, aplicadas en el estudio de los sistemas
sígnicos de la América Índigena. Dijo, “It is not until the rise of semiology in the last two
decades that the classical Greek definition of writing as the registration of the spoken
language (with the alphabet as its culminating point) was abandoned and a better eva-
luation of pictographic systems became possible” (Jansen, 1988: 88).
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Entre los investigadores que construyen este tipo de análisis está Elliott (1978). Por otro
lado, existen estudios que muestran que ninguna escritura siguió totalmente el camino
evolutivo de la pictografía al alfabeto, como Manrique Castañeda (1989).
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Jacques Derrida muestra cómo las relaciones entre el universo de los signos visuales
y la lengua-pensamiento son extremadamente complejas y pueden tener formas muy
variadas. Para el autor, separar de manera dicotómica las sociedades con escritura de las
sociedades orales es un reduccionismo que parte de la “definição tradicional de escritura
que já em Platão e em Aristóteles se estreitava ao redor do modelo da escritura fonética
e da linguagem de palavras”. Además, entender la escritura solamente como un sistema
derivado y determinado a representar únicamente los sonidos de las palabras “reflete a
estrutura de um certo tipo de escritura: a escritura fonética, aquela de que nos servimos
e em cujo elemento a episteme em geral (ciência e filosofia), a lingüística em particular,
puderam instaurar-se. Seria necessário, aliás, dizer modelo mais do que estrutura: não
se trata de um sistema construído e funcionando perfeitamente, mas sim de um ideal
dirigindo explicitamente um funcionamento que de fato nunca é, totalmente, fonético”
(Derrida, 1973: 37).
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…para esto a los hijos de los señores y a los que escogían para el sacerdocio,
enseñaban e instruían desde su niñez, haciéndoles decorar aquellos caracteres
y tomar de memoria las historias, y de estos mismos instrumentos he tenido
en mis manos y oídolos explicar a algunos viejos con bastante admiración
(Burgoa, 1987: 210).
14
El verbo ver posee dos formas en náhuatl: itta e itz. La primera es usada en todos los
tiempos y, generalmente, es transitiva; la segunda es usada en composición con verbos
auxiliares, cuando justamente puede tornarse como intransitiva, como en el caso arriba
mencionado: quitzticate o, en español, los que están viendo, formado por qui, que denota
3ª persona; itz, ver o mirar; ti, ligadura sin valor semántico; y cate o cateh, del verbo ser o
estar. Comunicación personal de Leopoldo Valiñas.
66
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15
Carmen Herrera señala la inadecuación de establecer una separación rígida entre icono-
grafía y escritura basada solamente en las formas o en los referentes figurativos inmediatos
de los signos empleados en los sistemas mesoamericanos: “Se ha dicho que los mexica,
siguiendo el modelo de mixtecos y zapotecos, contaban con dos tipos de notación: uno
de carácter pictográfico, caracterizado por imágenes de objetos convencionalmente
representados y el segundo, de contenido no figurativo, en el que se engloba el registro
de nombres, fechas y otros […] De este modo se plantea que las pictografías no tienen
una correspondencia biunívoca con las unidades de una lengua específica, ya que son
figuras reconocibles y traducibles por cualquiera, mientras que los signos arbitrarios o no
figurativos tienen una interpretación necesariamente ligada a formas lingüísticas. Pero
si este criterio distingue los dos procedimientos ¿por qué incluir el registro de fechas en
el segundo de ellos? […] Estas evidencias sugieren que no se puede prejuzgar el valor de
los signos que se emplearon en las escrituras del centro de México a partir tan sólo de la
forma” (Herrera M. et al., 2009: 363-365).
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reuniendo los libros pictográficos y las tradiciones orales en un todo más rico
que cualquiera de sus partes (Navarrete Linares, 2000a).
16
Presentando una posición distinta, Elizabeth Hill Boone cree que los documentos pic-
toglíficos eran una institución documental en la cual la explanación oral era accesoria
(Boone, 1998).
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La obra del fraile Valdés de 1579, Rethorica christiana, podría atestiguar la autoría fran-
ciscana del proyecto que produjo estos escritos (Boone, 1998). Además de eso, el grueso
de la producción de esos códices data de los siglos xvii al xix, época, justamente, de la
decadencia en la producción de los registros pictoglíficos por las tradiciones de pensa-
miento y escritura nahuas.
18
Tal recurso podría, incluso, ser usado de manera más acentuada en alguna escuela de
escritura o región del mundo nahua, como argumenta Alfonso Lacadena en relación con
la región de Texcoco (Lacadena, 2008).
19
No obstante todos esos indicios, Joaquín Galarza cree que los códices testerianos son
parte fundamental y ejemplar del sistema de escritura nahua. Fue así que elaboró un
catálogo o diccionario de glifos a partir de un manuscrito que registra la oración del
Padre Nuestro y que, supuestamente, permite la lectura de otros manuscritos testerianos
(Galarza, 1999). Además, desarrolló trabajos para aplicar este principio de exclusividad
o primacía logográfica y fonética en otros códices nahuas, o sea, buscando mostrar
que todos los elementos contenidos en ese manuscrito son estricta o exclusivamente
fonéticos y logográficos, por lo que este sistema de escritura habría fijado y transcrito la
lengua náhuatl (Joaquín Galarza, 1992). A pesar de ese foneticismo radical, Galarza trae
importantes contribuciones al estudio de los códices nahuas por el hecho de tratarlos
como expresiones de un sistema de escritura y, por consiguiente, por señalar las carencias
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En otra ocasión, buscamos mostrar que uno de los principales problemas en el uso de
los códices mixteco-nahuas como fuentes históricas es la descontextualización de sus
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Conclusiones
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Elizabeth Hill Boone es una de las investigadoras de los sistemas mesoamericanos que
propone una definición más amplia de escritura, la cual abarca los manuscritos de México
central y de Oaxaca, así como los quipus andinos (Boone, 2000).
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Propusimos una forma de agrupar las fuentes históricas nativas –es decir, que delibera-
damente tratan del pasado de sus propios productores– de Mesoamérica y de los Andes
según los principales problemas de entendimiento e interpretación enfrentados por los
estudiosos de los registros de las dos macrorregiones (Santos, 2007a).
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78
79
80
* El Colegio Mexiquense.
1
Matlatzinco es el término náhuatl con el que los mexica-tenochcas llamaban a la jurisdicción
que, en tiempos mesoamericanos del Posclásico, se situó al poniente de la cuenca de México,
sobre las cabeceras de los ríos Lerma y Balsas, en la entidad mexiquense; el Matlatzinco tam-
bién era nombrado por aquéllos Tollocan-Matlatzinco o sólo Tollocan (Albores, 2006a: 254).
81
2
Además de los cuatro idiomas otomianos que he mencionado, en el Matlatzinco se
hablaron, desde antes del dominio tenochca, distintas variantes dialectales del náhuatl,
entre otras lenguas. En este marco, por nahuatlización me refiero a la introducción en los
pueblos otomianos del Matlatzinco de aspectos culturales pertenecientes a la tradición
de los tenochcas de la cuenca de México. Se trata de aspectos de distinta índole, de los
cuales me referiré, específicamente, a los de orden lingüístico, económico –en relación
concreta con actividades no agrícolas y agrícolas, sobre todo en lo concerniente al cultivo
del maíz de temporal– e ideológico, en cuanto a la religión y a la forma de conceptuar el
mundo o conceptuación del mundo (Albores, 2006b: 75).
3
La zona media o lacustre es una de las tres zonas en que, de manera inicial, he dividido
el territorio que ocupó el Matlatzinco (Albores, 2006a: 264-265); las otras zonas son:
la norteña o serrana y la meridional o de cañadas en sierras descendentes. La zona media
contuvo a la laguna de Lerma, que fue desecada casi en su totalidad entre 1941 y 1970;
en la etapa final de la laguna de Lerma, que se sitúa de 1900 a 1970, 20 municipios
compartieron este depósito acuático y conformaron la zona lacustre del alto Lerma
mexiquense. Los 20 municipios son: Almoloya del Río, Atizapán, Calimaya, Capulhuac,
Chapultepec, Joquicingo, Lerma, Metepec, Mexicaltzingo, Ocoyoacac, Otzolotepec, Ra-
yón, San Antonio la Isla, San Mateo Atenco, Tenango del Valle, Temoaya, Texcalyacac,
Tianguistenco, Toluca y Xonacatlán.
82
4
“Cultivo del maíz de temporal” (Albores, 2002b, 2006b: 71) es el sistema agrícola cuya
parte principal tiene lugar en la época lluviosa, la cual corresponde a una de las mita-
des o temporadas meteorológicas en que, de acuerdo con la forma mesoamericana de
conceptuar el mundo, se divide el año trópico. Es una división conceptual con distintas
implicaciones, entre las cuales se cuentan las religiosas. En tal contexto, cabe recordar
que, a diferencia del año vago que comprende 365 días, el año trópico abarca 365.2422
días. En cuanto al sistema de temporal, relativo al cultivo del maíz, Rojas Rabiela (1991:
82) menciona que la “agricultura que depende de la lluvia estival, por eso llamada en
México de temporal, era sin duda la predominante en Mesoamérica”, así como “la que
probablemente ocupaba un área mayor y en la que se producía la mayor parte del abasto
de las poblaciones campesinas prehispánicas”. Esta forma agrícola de humedad y tem-
poral se efectuaba, a cabalidad, en la etapa final de la laguna de Lerma y aun después; en
nuestros tiempos se lleva a cabo en forma reducida y es, casi por completo, de temporal.
83
Los combates
84
5
Toluca es la castellanización del término náhuatl Tollocan y es otra de las denominaciones
del Matlatzinco, como lo indiqué.
85
Las acciones punitivas para aplacar a los rebeldes fueron muy cruen-
tas, no sólo en contra de los pueblos del Matlatzinco, sino también
de otros centros otomianos vecinos. En 1484 Tizoc recuperó pueblos
conquistados con anterioridad por Axayacatl, como Tzinacantepec,
localizado en la zona norteña, y como Tecaxic, Tlacotepec y Teote-
nanco, situados en la zona central del Matlatzinco. Durán (1951, v.
I: 330, 331) narra que, en 1486, se “acordó de que se diese guerra a
la provincia de Chiapan” –compuesta por “siete pueblos muy pode-
rosos y grandes”– la cual, junto con la de Xillotepec comprendían la
región, situada al norte del Matlatzinco, donde estaba “el riñón de los
otomíes” (Carrasco, 1950: 30). Ahuizotl atacó Xiquipilco, al que “á
poco rato […] le entraron y destruyeron y robaron”. Luego fue contra
los centros de la zona norteña del Matlatzinco, como Xocotitlan, al
que “desvuarataron y destruyeron [así como] Cuauhuacan, Cillan,
Maçauacan, las quales destruidas y promesas de seruir y tributar todo
lo que se les pidiese, con lo qual los mexicanos pararon de los seguir
y matar”. Con posterioridad, Ahuizotl conquistó Chiapa y Xilotepec
(principales ciudades de la provincia) y, prosigue Durán, por cuanto
los otomíes de la última, “rogando con lágrimas al rey Ahuizotl [que]
mandase cesar el robo y saco, [éste ordenó] á los capitanes y caualleros
[para que] detuviesen á los soldados”. De manera que “los echaron de la
ciudad, la qual quedó asolada y muchas casas derribadas”. La zona cen-
tral, que estaba principalmente poblada por matlatzincas, se conquistó
pasados algunos años –anota García Payón (1936: 210, 215)– y, al final,
Moctezuma Xocoyotzin reprimió a los matlatzincas de Tecaxic –que
fue destruido– el cual integraba la cabecera denominada Matlatzinco.
Ésta conformó, junto con la cabecera de Tollocan, la importante área
política nuclear de la jurisdicción de Tollocan-Matlatzinco,6 al lado de
otra de las cabeceras, que para entonces era, según parece, de menor
relevancia política: Teotenanco.
6
Smith (2011: 271) anota que Tecaxic o Tecaxic-Calixtlahuaca integra “una amplia zona
arqueológica ubicada en el pueblo de San Francisco Calixtlahuaca, municipio de Toluca,
al norte de la ciudad del mismo nombre”. Este “sitio fue sede de una capital política de
gran importancia: Matlatzinco, cuyos reyes gobernaron el Valle de Toluca durante el
periodo Posclásico (ca. 1100-1480 dC)”.
86
…despues que los subjeto axaiacaçin hizo matar a los dos señores menores
porque se mostraron Rebeldes En algunas cosas y tomo para si sus vasallas y
tierras; [en cambio], al señor principal [que se llamaba Chimaltecuhtli “por
su nombre propio” y tlatoani “por la dignidad y señorio supremo que tenia”]
porque le hera mui obediente lo dexo con todo su señorio y tierras.
El cambio lingüístico
87
7
Las citas en español del libro en francés de Soustelle (de 1937) corresponden a la tra-
ducción de la autora de este ensayo.
88
gunda mitad del siglo xv, [la zona media del] Valle de Toluca estaba in
vadida por los mexicanos”. Así, el náhuatl desplazó al matlatzinca a un
lugar secundario en la zona central de la jurisdicción otomiana (Albores,
1985). Tal acontecimiento lingüístico evidencia la magnitud de la nahua
tlización en esa zona, al grado que García Payón (1979: 6) señala que
“si la conquista española hubiera acaecido a fines del siglo xvi, los
conquistadores y misioneros ni siquiera habrían encontrado las huellas
del pueblo matlatzinca”.
El cambio lingüístico constituye la parte obvia –o más visible– del
proceso de nahuatlización, el cual también abarcó otros aspectos de la
cultura otomiana. En efecto, en el ambiente tan conmocionado en el
que tal proceso ocurría, los tenochcas denigraban a los otomianos por
ciertos rasgos culturales, como mencioné anteriormente. Son rasgos que,
además de constituir elementos de diferenciación entre ambos grupos,
dejan entrever las implicaciones políticas, ideológicas y, a fin de cuentas,
económicas, de ese cambio homogeneizador que, habiendo sido empren-
dido por los guerreros provenientes de la cuenca de México, desde el
último cuarto del siglo xv, fue truncado por la llegada de los españoles.
Actividades no agrícolas
89
8
Al respecto, Carrasco (1950: 24) anota que de “las fuentes no locales la más importante
desde el punto de vista etnográfico es Sahagún”.
90
91
9
Las palabras y frases entrecomilladas, sin referencia bibliográfica, provienen textualmente
de los vecinos del territorio que ocupó el Matlatzinco.
92
93
94
10
Como es el caso del sistema de temporal en Tuxtla Chico, que es uno de los municipios
de la región del Soconusco, en el estado de Chiapas. La información se basa en el trabajo
de campo que efectué en ese municipio, en febrero y abril-mayo de 2003.
11
Sobre esta cuestión, consúltese Rojas (1985, t. I: 132), quien menciona que “Tras la
antigua y ya tradicional forma de diferenciar la agricultura según la fuente de aprovisio-
namiento de la humedad en temporal, humedad y riego” se manifiestan “las diferencias en
la intensidad agrícola” como “los sistemas intensivos, ya sea anuales o continuos, y los de
temporal”, los cuales “rara vez lo fueron de tipo intensivo. Esto no descarta [que] algunos
sistemas de temporal fueran más intensivos, bien porque se daban condiciones naturales
excepcionales” o bien por “arte del trabajo humano que acondicionó […] el terreno”.
95
12
Arce et al. (2009: 25, 279) señalan que “la cuenca del Alto Lerma” alcanza “una eleva-
ción de 2 570 msnm” y que la altitud de la laguna de Lerma o “lago Chignahuapan es de
2 572 msnm”.
13
En la zona lacustre del antiguo Matlatzinco, como en éste, la época lluviosa del año se
acota por las fiestas de la Santa Cruz y la Llegada de los Muertos o Muertos. Éstas forman
parte de una “estructura de cuatro fiestas” –o “cuatro fiestas en cruz griega” (Albores,
2006b: 91)– que encontré en julio de 1991 entre los especialistas rituales del tiempo
–conocidos con el nombre genérico de “graniceros” (Albores, 1995, 2006a: 73)–, cuyo
santuario está en la cima del volcán Olotepec, situado al oriente del Nevado de Toluca.
Los graniceros del Olotepec “abren” el temporal de lluvias en una de sus cuatro fiestas
obligatorias: la de la Santa Cruz, y lo “cierran” en la conmemoración de Muertos, que es
otra de las fiestas que deben celebrar anualmente.
96
La siembra
97
El calendario matlatzinca
98
14
Barlow (1951: 69, 72) llega a esta conclusión después de consultar el manuscrito “original
que desapareció antes de 1804, y que pude localizar en la Biblioteca Nacional de París,
a través de una fotostática existente en la Biblioteca del Museo Peabody”. El autor se
percató de que, entre las anotaciones, en náhuatl, del manuscrito, estaba escrito “el
topónimo significativo de Tlacotepec, pueblo de la región toluqueña”; por tanto, si bien
fue “redactado” en “la zona matlatzinca de Toluca”, no en Michoacán, “pronto cayó en
manos de algún indígena de habla nahua”.
15
Esta gente –anota Carrasco (1950: 41)– “ocupa la región comprendida entre Andapara-
peo (Indaparapeo) y Tiripitio pero sin incluir esos pueblos. Sus centros principales eran
Charo Matlatzinco y Undameo”.
16
Se trata de la ponencia de Doris Bartholomew, “Nuevas luces sobre el calendario ma
tlatzinca”, expuesta en el V Coloquio Internacional sobre Otopames, el 3 de noviembre
de 2003. Agradezco a la doctora Bartholomew (2003) que, entonces, me proporcionara
la versión escrita de su ponencia, autorizándome su empleo. La autora realiza sus plan-
teamientos a partir del “que parece ser el original” del calendario matlatzinca, el cual
figura, en la Biblioteca Nacional de París, como “documento 381”, dentro de “la antigua
colección de Boturini” (Bartholomew, 2003: 1).
99
Cultivadores abrileños
17
La información etnográfica procede del trabajo de campo que he hecho en varias tem-
poradas desde 1979, en la zona lacustre de la región que ocupó el Matlatzinco y, sobre
todo desde 1991, en otras áreas de éste.
100
Cuadro 1
Calendario Matlatzinca.
Fiestas de las veintenas, relativas a la cuenta de 360+5 días.
Correlación fija, en su correspondencia juliana*
* Cuadro hecho por Beatriz Albores Zárate, con base en Bartholomew, “Nuevas luces sobre el ca
lendario matlatzinca”, V Coloquio Internacional sobre Otopames, Querétaro, 2003, y en Carrasco,
1950: 191-192.
** “Yn thazari (?)”, como lo transcribe Bartholomew (2003) en su anexo: “Comparación del calen
dario matlatzinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario matlatzinca,
colección de Lorenzo Boturini, p. 55”. O bien “Yn tagari”, de acuerdo con la anotación de Carrasco
(1950: 190, 191).
*** Las abreviaturas corresponden a: enero (En), febrero (Fb), marzo (Mr), abril (Ab), mayo (My),
junio (Jn), julio (Jl), agosto (Ag), septiembre (Sp), octubre (Oc), noviembre (Nv) y diciembre (Dc).
**** “Yn tasyabire”, según Carrasco (1950: 190), quien señala que “los cinco días, del 1 al 5 de abril,
no tienen nombre matlatzinca y están marcados con la palabra in tasyabire. Seguramente son los
5 días demasiados”.
101
Cuadro 2
Calendario Matlatzinca. Fiestas de las veintenas, relativas a la cuenta
de 360+5 días. Correlación fija, en su correspondencia gregoriana*
* La correlación en su correspondencia gregoriana fue hecha por Beatriz Albores Zárate, con base
en Bartholomew, “Nuevas luces sobre el calendario matlatzinca”, V Coloquio Internacional sobre
Otopames, Querétaro, 2003, y en Carrasco, 1950: 191-192.
** “Yn thazari (?)”, como lo transcribe Bartholomew (2003), en su Anexo: “Comparación del
calendario matlatzinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario
matlatzinca, colección de Lorenzo Boturini, p. 55”. O bien Yn tagari”, de acuerdo con la anotación
de Carrasco (1950: 190, 191).
*** Las abreviaturas corresponden a: enero (En), febrero (Fb), marzo (Mr), abril (Ab), mayo (My),
junio (Jn), julio (Jl), agosto (Ag), septiembre (Sp), octubre (Oc), noviembre (Nv) y diciembre
(Dc).
**** “In tasyabire”, según Carrasco (1950: 190), quien señala que “los cinco días” del 8 al 12 de
abril “no tienen nombre matlatzinca y están marcados con la palabra in tasyabire. Seguramente
son los 5 días demasiados”.
102
Cultivadores “marceños”
18
Un tercer grupo, que es pequeño, ha acostumbrado sembrar en cualquier etapa de toda
la fase.
103
104
105
19
Las citas de Seler (1908-1923, v. II), correspondientes a las páginas 1038-1044, se re-
fieren a la obra del autor, específicamente al volumen mencionado, en relación con el
canto en náhuatl Otontecutl Ycuic, que –con el nombre de “El canto del príncipe de los
otomíes”– fue transcrito y traducido al alemán, así como analizado y comentado por él.
El “canto” ha sido traducido del alemán al español por Mechtild Rutsch, en cuya versión
mecanoesrita me baso.
20
En cuanto al probable origen otomiano de la fiesta Xocotl huetzi, Carrasco (1950: 181,
299) indica –con base en el Códice Telleriano– que en los tres días finales de la décima
veintena del calendario otomí (incluido en el Códice Ueychiapan) –que corresponde a 7
Ymattatohui y a 10 Xocotl huetzi– “ayunaban todos los vivos a los muertos y salíanse a
jugar al campo”. Ello “demuestra el origen otomí de la fiesta”, puesto que “la celebración
de ceremonias en el campo era un rasgo típico otomí”.
106
21
Es común que los autores se refieran a esta fiesta otomiana con los nombres nahuas –Xócotl
huetzi y Huey miccailhuitl–; yo he introducido la equivalencia matlatzinca –Ymattatohui–
de la correspondiente veintena del calendario mexica. Xocotl huetzi o Gran Fiesta de los
Muertos ha sido descrita por numerosos autores.
22
Antângotû, “Gran Fiesta de los Muertos” (Carrasco, 1950: 179, con base en Soustelle).
23
Para la correspondencia gregoriana de Yattatohui me baso en el calendario matlatzinca
que incluye Bartholomew (2003) –en su anexo: “Comparación del calendario matla
tzinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario matlatzinca,
colección de Lorenzo Boturini, p. 55”– y en Carrasco (1950: 191-192). En lo relativo a
la correspondencia gregoriana de Xocotl huetzi he consultado la correlación fija del ca-
lendario mexica hecha por Sahagún (2000, t. I: 133-169, libro segundo). En cuanto a la
correspondencia gregoriana de Antângotû, he considerado el calendario que se encuentra
en el Códice Huichapan (Carrasco, 1950:179).
24
Xiuhtecuhtli, “dios del fuego”, anota Sahagún (2000, t. I: 226) al relatar la fiesta a
Otontecuhtli.
25
Con base en la Historia de los mexicanos por sus pinturas Seler (1908-1923, v. II: 1039)
establece la correspondencia de Otontecuhtli-Ocotecuhtli –“dios de los tepaneca”– con
Xócotl. En su estudio sobre Otontecuhtli –como “dios enmascarado del fuego”– López
Austin (1982: 268, 269) menciona numerosos nombres del dios del fuego, algunos de los
cuales son “Xiuhtecuhtli o ‘señor del fuego’, Huehuetéotl o ‘dios viejo’ [y] ‘Ocotecuhtli’
o ‘señor del pino’”.
107
26
Carrasco y Seler (1908-1923, v. II: 1039) citan la Historia de los mexicanos por sus pintu-
ras (1996: 40-41): “Salieron los de Tacuba y Coyohuacan y Azcaputzalco, a los cuales
llamaban tepanecas y estos otros pueblos traían por dios a Ocotecutli, que es el fuego, y
por eso tenían costumbre de echar en el fuego, para sacrificar, a todos los que tomaban
en la guerra”. Carrasco (1950: 299) anota que los tepanecas “eran un pueblo de vieja
cultura tolteca, con resabios tal vez más antiguos”, “que contenía elementos otomianos
muy importantes”. Además, Carrasco (1950: 179) señala que si Xocotl huetzi se dedicaba
a Otontecuhtli y “era la fiesta principal de los tepaneca […] es de presumir que también
[lo fuera] de los demás otomianos”.
27
En cuanto al árbol que se veneraba en la ceremonia, Carrasco (1950: 139) indica que el
“palo que se levantaba en la fiesta Xocotl Uetzi era seguramente un pino”.
108
mexica de los muertos también puede ser analizada de acuerdo con las
dos partes, aunque difiere el significado de la segunda.
28
En la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1996: 23-24) se anota que la pareja primi-
genia, “Tonacateuctli [y] Tonacacihuatl engendraron cuatro hijos”, el mayor, “Tlatlauhqui
Tezcatlipuca” –designado “Camaxtle” por los “de Huexotzinco y Tlaxcala”–, “nació todo
colorado”; el “segundo”, al que nombraron “Yayauhqui Tezcatlipoca”, el cual “nació
negro; el “tercero”, al que “llamaron Quetzalcóatl, y por otro nombre Yohualli Ehecatl”,
y el “cuarto y más pequeño” –que le dieron el apelativo de “Omitecutli”– a quien “los
mexicanos le decían Huitzilopochtli, porque fue izquierdo”.
109
fuese sol”, por lo que “lo arrojó en una gran lumbre”, de la que salió
“fecho sol para alumbrar la tierra”.
Hasta acá, una versión de las narraciones míticas sobre el nacimien-
to u origen del astro diurno, que es al que hacen referencia diversos
autores, entre quienes se encuentran Seler y Carrasco. Ahora bien,
en aquéllas también se cuenta que, después de nacer, el Sol no pudo
moverse, se quedó inmóvil, “sin mudarse de un lugar” –como lo indica
Sahagún (2000, t. II: 697)–, por lo que, en el relato del mismo autor, se
anota que “los dioses otra vez se hablaron y dixeron: ‘¿Cómo podemos
vivir? No se menea el Sol’” y decidieron: “‘Muramos todos, y hagámosle
que resucite por nuestra muerte’. Y luego el aire se encargó de matar
a todos los dioses, y matólos”. Sin embargo, “aunque fueron muertos
los dioses, no por eso se movió el Sol”.
Entonces, el mismo Quetzalcóatl le confirió movimiento –es de-
cir, vida– cuando comenzó “a suflar o ventear reciamente. Él le hizo
moverse para que anduviese su camino”. Mas, para que el Sol pudiera
mantenerse en movimiento, con vida, requería ser alimentado –según
se menciona en la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1996: 34)–;
era, pues, necesario que “comiese corazones y bebiese sangre”. Así, “en
tres años”, los cuatro dioses “hicieron la guerra” a fin de obtener “co
razones y sangres”. En el lapso en el que se creó la guerra, uno de los
hermanos de Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, “hizo cuatrocientos hombres
y cinco mujeres” a modo que “hobiese gente para que el sol pudiese
comer”.
Con base en lo anterior, podemos observar que Ymattatohui es, por
un lado, la fiesta dedicada a los guerreros como alimento o sustento de
la deidad solar, marco en el cual el guerrero que es ofrendado resucita
y se transforma en parte del Sol. Acerca de lo anterior, es sugerente el
señalamiento de López Austin (1985: 270, 271), en su estudio sobre
Otontecuhtli como “dios enmascarado del fuego”, en cuanto a que en-
tre las características de Huehuetéotl, uno de los nombres de aquel dios,
como lo mencioné,29 se cuenta “su poder transformador”. En este sen-
tido, la “transformación –continúa el autor– debe ser entendida como
29
Lo mencioné en la nota 25, precisamente como uno de los nombres del dios del fuego
que anota López Austin.
110
30
López Austin (1983: 76) se refiere a “la fusión y la fisión de los dioses; esto es, los casos en
los que un conjunto de dioses se concibe también como una divinidad singular, unitaria
[y] los casos opuestos, de división, en los que una deidad se separa en distintos númenes,
repartiendo sus atributos”.
111
Otontecuhtli: Ehécatl-Quetzalcóatl
112
El alimento humano
113
114
Xocotl huetzi
31
La traducción, del inglés al español, de un fragmento del mecanoescrito de Wake es de
Geraldine Patrick.
115
116
117
118
La Asunción de la Virgen
119
33
De hecho, la Asunción de la Virgen se festeja en la cuenca de México y en el sureste de
Michoacán –de antigua o todavía actual población otomiana– con el mismo significado
que en la mayor parte de la región que abarcó el Matlatzinco.
34
Antes anoté que San Mateo Atenco y Metepec formaron parte de la zona central del
antiguo Matlatzinco, en la etapa final de la laguna de Lerma.
120
35
La ocasión inicial es el 2 de mayo –fiesta de la Santa Cruz, a la que antes me referí– cuando
ascienden al santuario del Olotepec para “abrir”, de manera ritual, la época lluviosa del
año trópico. Las otras fiestas obligatorias que festejan los graniceros del Olotepec son,
por una parte, la de la Virgen de la Candelaria o de la Candelaria –el 2 de febrero– en
la cual, en toda la región del Matlatzinco, se bendicen distintos elementos que se usarán
durante el año; algunos de éstos se emplean en ocasión de mal temporal. Por otra parte,
la fiesta de la Llegada de los Muertos o Muertos (que mencioné con anterioridad) –el 2
de noviembre– es en la que, por tercera y última ocasión, los graniceros van al santuario
a “cerrar” la temporada de lluvias y es también la fiesta que señala el inicio de la cosecha
del maíz totalmente maduro.
121
36
Zinacantepec es uno de los municipios de la zona septentrional de la región del antiguo
Matlatzinco.
122
123
37
En la página 516 del Diccionario Yuhú (Otomí de la Sierra Madre Oriental) estados de Hidalgo,
Puebla y Veracruz, México (2007), se anota que ra ’béxt’e significa “bandera”.
38
De acuerdo con el Diccionario Yuhú (Otomí de la Sierra Madre Oriental), estados de Hidalgo,
Puebla y Veracruz, México (2007: 585), “pericón” corresponde a ra hmikwä, en tanto que
en el Diccionario Español-Otomí (2001: 162) “pericón” en otomí se escribe: jmikua.
39
El valle de Ixtlahuaca-Jocotitlán se ubica en los municipios mexiquenses de Ixtlahuaca,
Jocotitlán y, en menor medida, Jiquipilco.
124
El divino alimento
125
126
127
(viejo) del fuego, “sino una nueva, tersa, del dios por nacer” (figura
1). Esta es, en mi opinión, la deidad que en la segunda parte de la gran
fiesta otomiana de los muertos cae, “el dios de la fiesta Xocotl uetzi”
que –como indica Seler (1908-1923, v. II: 1039)– es “el que en esta
fiesta tiene su caída, es decir, su nacimiento”. Es el nacimiento del
dios Xócotl u Otontecuhtli; el dios es el fruto que nace y, como hemos
podido apreciar –a partir del análisis de Wake y de la información et-
nográfica de la región que ocupó el Matlatzinco–, este dios es el fruto
tierno del maíz, el fruto inmaduro, verde; se trata, entonces, del naci
miento de los elotes o, mejor dicho, del dios joven del maíz.
Y es esta deidad la que acompaña al glifo calendárico 11 acatl (11
caña), que López Austin (1985: 263) menciona como el “símbolo
identificador más importante” del dios enmascarado del fuego. “Des-
graciadamente –anota el autor– desconozco su significado.” “Pertenece
a la trecena 1 calli [abunda López Austin, con base en Sahagún] que
marcaba con formas violentas de muerte a los que en ella nacían,
incluida la muerte en la hoguera; pero esto no es suficiente.” Sahagún
Figura 1. Vista frontal superior del monolito del Dios enmascarado del fuego (López
Austin, 1985: 255, figura 2).
128
129
el dios velado, cubierto por las anteojeras de Tláloc (el que está deba-
jo del dios enmascarado del fuego) es el joven dios del maíz, el fruto
tierno, el elote; el que nace en la gran fiesta otomiana de los muertos.
Un dato significativo se refiere a la correspondencia del atavío de
la deidad y de los guerreros, y a que ambos simbolizan “las mazorcas
jóvenes”: los elotes, como vimos. Los atuendos son de papel, según
ya Wake lo mencionó. De hecho, al mismo tronco del árbol –el pino,
como lo ha precisado Carrasco, o Xócotl– le ponían papeles, a modo
de cabellos, a semejanza de los que le colocaban a la imagen del dios.
Así, Sahagún (2000, t. I: 224, 225) indica que los sacerdotes o “sátrapas
[aderezaban], componían el árbol con papeles […] con gran solicitud
y bollicio [y, también], componían de papeles [a la] estatua como de
130
Cuadro 3
Serie de trece años de la cuarta indicción
hombre”; papel que “era todo blanco, sin ninguna pintura ni tintura”. En
efecto, poníanle a la estatua “en la cabeza unos papeles cortados como
cabellos, y unas estolas de papel de ambas partes, desde el hombro dere
cho al sobaco izquierdo, y desde el hombro izquierdo al sobaco derecho
[y] también un maxtle de papel”. Igualmente, el autor señala que
“los captivos llevaban el cuerpo teñido de blanco, y el maxtle con
que iban ceñidos era de papel. Llevaban también unas tiras de papel
blanco, a manera de estolas, echadas desde el hombro al sobaco [y]
unos cabellos de tiras de papel cortadas delgadas”.
Con respecto a lo anterior es sugerente que el atuendo de la deidad,
el del tronco del árbol y el de los guerreros fuera, además, similar al
de Nanahuatzin –deidad que se transformó en el Sol– como se lee en
Sahagún (2000, t. II: 695): “al buboso, que se llama Nanahuatzin,
tocáronle la cabeza con papel, que se llama amatzontli, y pusiéronle
una estola de papel y un maxtli de papel”. Pareciera que los tres –dei-
dad (tronco del árbol), guerreros y Nanahuatzin– simbolizan elotes.
De manera que, en la fiesta otomiana, los guerreros, hechos de masa
131
La importancia del maíz tierno, por cuya cosecha los tenochcas expresaron
opiniones despectivas sobre los otomianos y aun los estigmatizaron por
no guardar la cantidad de maíz maduro que consideraban era la debida, no
parece responder sólo a la “gran afición de los otomíes”, y otomianos
en general, “a los alimentos hechos de maíz tierno”, como lo indica
Carrasco (1950: 49). El autor, al comentar los señalamientos de Sa-
hagún –a los que antes me referí– menciona que éste “pone entre” los
“defectos” de los otomianos “que antes de que maduren las mazorcas se
acaban las sementeras por comerse los jilotes y hacer tortillas y tamales
de elote. Cuando los españoles huían de México después de la noche
triste fueron acogidos por los otomíes de Teocalhueyacan”, quienes “les
obsequiaron con jilotes cocidos, elotes verdes, elotes cocidos y asados,
tortillas de elote y tamales de elote”.
La trascendencia –agrícola, ritual y de la forma de conceptuar el
mundo– del maíz inmaduro tampoco parece provenir, por entero, de la
postura filosófica otomiana, según lo transmitido por Sahagún (1946,
t. II: 293-294) en cuanto a que, después de “que habían comido bebían
su vino, y así se comían en breve lo que habían cogido de su cosecha,
132
y decían unos a otros, gástese todo nuestro maíz, que luego daremos
tras yerbas, tunas y raíces”; expresión que más parece aludir a la gran
importancia que tenía la recolección, como en general las actividades
no agrícolas, en la economía otomiana. Y, añade el autor: “decían que
sus antepasados habían dicho que este mundo era así, que unas veces
lo había de sobra y otras veces faltaba lo necesario”.
La cantidad cosechada y el consumo del maíz tierno les valió a los
otomianos el calificativo estigmatizante de los tenochcas, como lo anota
Sahagún (2000, t. II: 963), de animal: “del que en breve se comía lo que
tenia, se decía y por injuria que gastaba su hacienda al uso y manera
de los otomites, como si dixeran dél que bien parecía ser animal”. Mas
tal opinión parece expresar, como hemos visto, una forma de presión
de los tenochcas, a fin de que los otomianos dejaran madurar mayor
cantidad de maíz para cosechar y almacenar un excedente considerable
de las mazorcas macizas. Al respecto, una mención de Heath (1972:
20), sobre la situación lingüística, es sugerente: las “tribus cuya lengua
vernácula no era el náhuatl, padecían menoscabo en cuanto a prestigio
y privilegios. No sólo no les era permitido tomar parte en las decisiones
administrativas del Imperio, sino que les era igualmente imposible
evitar el desprecio de los nahuatlacas.”
Ahora bien, el señalamiento de Sahagún –relativo a que los otomia
nos se acababan todo su maíz– resulta exagerado, puesto que el mismo
autor (2000, t. I: 960, 964, 965, 967) anota que los otomíes “tenían
sementeras y troxes”; que “para desgranar el maíz, echan los dichos
matlatzincas en una red las mazorcas, y ahí las aporreban para desgra-
nar” y que “en su tierra hácese el maíz [maduro] tostado que llaman
mumúchitl, que es como una flor muy blanca cada grano”. De los maza-
huas indica que “sus tortillas eran del grandor de un codo en redondo”,
las cuales, “calientes”, las comían con “axí”. También Carrasco (1950:
49-53) menciona numerosas formas en las que los otomianos prepa-
raban el maíz maduro. Además, guardar granos maduros de maíz era
fundamental para usarlos después como simiente. Por ello, no puede
tomarse al pie de la letra la mención que hace Sahagún ni la postura
filosófica de los propios otomianos.
El corte intensivo de elotes –y, en parte, de jilotes– parece haberse
debido, por un lado, a que la producción maicera era muy abundante,
133
…topografía volcánica [de esa zona], toda reciente, se halla intacta, [su] cen-
tro está ocupado por los tintes pardos y los reflejos brillantes de las manchas
lacustres, al norte y al sur de Lerma. Grandes [tulares] pueblan los pantanos
de las márgenes, e hileras de mimbres de ramas púrpuras y bosquecillos de
abedules grises disimulan una parte de las lagunas.
Y concluye que “las llanuras bajas que bordean este sector húmedo
se extienden sobre todo al oeste, en la ladera del Nevado de Toluca;
llanuras bien desecadas”, no obstante la presencia de cursos de agua,
“pues el suelo y el subsuelo están compuestos de cenizas porosas. La
explotación de estas hermosas tierras es monótona: el maíz cubre casi
todo con tupido manto”.
Mas, por otro lado, la siega amplia de los elotes también debió res-
ponder a una consideración fundamental: los riesgos que podían correr
los cultivos al ocurrir una o más heladas tempraneras, por ubicarse los
terrenos de labor en las altas y frías tierras del Matlatzinco, y, en cuanto
a los de la zona central de éste, por tratarse de un entorno lacustre de
altura con volcanes nevados. De manera que, una vez logrado el mayor
desarrollo de las mazorcas verdes, era aventurado dejarlas casi en su
totalidad en la planta hasta que alcanzaran su plena madurez, debido a
que el acaecimiento de alguna helada –antes de que el grano estuviera
macizo– podía dañar al fruto y aun llegar a acabar con el plantío.40 Es
decir, que el corte amplio de los elotes se habría efectuado, en buena
medida, con base en el profundo conocimiento del entorno natural.
Por ello, el paisaje maicero por excelencia de los otomianos debió
corresponder al de la milpa en pleno verdor, cuando los campos de
cultivo del antiguo Matlatzinco se encontraban en la etapa de cosecha
de los elotes. En cuanto a lo anterior, es de particular importancia que
40
De acuerdo con la tradición oral de la zona lacustre del antiguo Matlatzinco, el 8 de
septiembre –fiesta de la Natividad de la Virgen– puede caer la primera helada.
134
41
De acuerdo con Francisco Rivas Cetina (comunicación personal), el pibinal se obtiene
mediante la cocción del elote “durante tres días al calor de las brasas de carbón en el
horno de tierra”; una vez cocido, el elote “puede guardarse por un año, según lo que he
observado en algunas familias de Dzitás. Esto se logra con la deshidratación del elote ya
cocido y sin retirarle la hoja (llamada joloch)”: se cuelgan los pibinales, “amarrándolos de
las primeras hojas del joloch en un madero atravesado sobre el fogón –donde se cocina en las
casas indígenas– a una altura de metro y medio a dos metros”. La “deshidratación suele
durar una semana y, después, los elotes se guardan en una pita o costal en un rincón
de la cocina, pero cerca del fogón para evitar que se apolillen, les entre el gorgojo o los
consuma el ratón. Su almacenamiento en estas condiciones puede durar hasta el siguiente
año, cuando se consigue pibinal fresco”. Para consumir el pibinal deshidratado primero
se remoja durante dos horas, a fin de “retirar el moho naranja que le brota durante su
almacenamiento y, posteriormente, se rehidrata con agua hirviendo”.
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136
Conclusiones
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Bibliografía
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146
147
148
2
Obviamente no todos los investigadores en nuestra área han caído en las prácticas que
estamos criticando aquí; son tendencias generalizadas en el análisis social del área me-
soamericana.
149
150
3
Quiero aclarar que mi intención no es criticar a Kirchhoff, cuyo pensamiento es mucho
más complejo y rico de lo que señalo aquí; me refiero al mal uso que se ha hecho de sus
propuestas por parte de los etnógrafos e historiadores.
151
152
4
Consistía en la ocupación simultánea, permanente, de diversos pisos o nichos ecológicos,
en asentamientos geográficamente dispersos; los colonos pertenecían a un mismo grupo
étnico-político que mantenía un centro rector en la sierra alta.
5
Murra subrayó dos diferencias entre Mesoamérica y los Andes: en Mesoamérica existía
tributo en bienes junto con tasaciones de tributo en trabajo y la circulación de bienes se
lograba por tratos comerciales, mercados y comerciantes especializados.
153
154
6
Podemos encontrar otros ejemplos en Oceanía y partes de África y Asia.
7
El planteamiento se basa en mis propios datos etnográficos y datos de alumnos del posgrado en
Historia y Etnohistoria de la enah, en el trabajo de la línea de investigación “Cosmovisiones
y mitología” (Good y Alonso, 2007) del proyecto Etnografía de las Regiones Indígenas
de México en el Nuevo Milenio, especialmente las exposiciones del Seminario Permanente de
Etnografía Mexicana; la propuesta de Eduardo Viveiros de Castro (2008) sobre tradi-
ciones filosóficas amerindias, distintas de la occidental, y las publicaciones de colegas.
155
Asumen los ejes del modelo fenomenológico, pero son más concretas
en cuanto a sus contenidos, aunque suficientemente generales para
aplicarse en diferentes contextos. Aquí estoy esbozando ideas nuevas
que requieren sistematización y discusión con colegas para afinarlas.
Como estrategia general con respecto al problema del área cultural,
damos mayor peso a los ámbitos que son de gran interés para la gente
con quienes trabajamos en el campo, hecho que confirman otros etnó
grafos; estos son sus relaciones con entes sobrenaturales, el mundo
natural personificado y las continuidades históricas para asegurar la
productividad económica y la reproducción cultural. Por otra parte,
enfatizamos los aspectos únicos y distintivos de las cosmologías y las
formas de organización social y económica en Mesoamérica, en lugar de
buscar denominadores comunes con otras o aplicar aquí acríticamente
modelos de otras regiones. Hay que examinar colectivamente el ma-
terial histórico y etnográfico de nuestra área antes de poder enfrentar
las cosmovisiones, las teorías o las filosofías mesoamericanas con otras
–amazónicas, andinas, melanesias, africanas, etcétera.
1) En las culturas en Mesoamérica sobresale una conceptualización
particular del mundo natural como un ser vivo, que establece íntimas
relaciones de intercambio y dependencia mutua con el mundo social,
humano. Esta interdependencia se expresa en la intensa vida ritual
que teje conexiones entre una infinidad de poderes sobrenaturales,
naturales y humanos. Los conceptos de trabajo y fuerza como energía
vital que circula expresan los vínculos entre humanos, sus comuni-
dades, el mundo natural y una constelación de seres sobrenaturales.
Éstos pueden incluir los manantiales o las barrancas, las piedras, las
cuevas, los cuerpos astrales, el fuego, los vientos, las lluvias; también
seres como las cruces, los santos, las vírgenes y otras imágenes apa-
rentemente católicas que han sido resignificadas, y finalmente ciertas
plantas, insectos, aves y animales con diferentes calidades y potencias.
Se observa la centralidad del maíz y el uso de metáforas vegetales
para aludir a la persona y al ciclo de vida humana, así como la impor-
tancia de estos seres animados y su interdependencia con los humanos
en Mesoamérica, expresada en la frase tonan tonacayotl, “nuestra madre,
nuestro sustento”, como sinónimo del maíz. Esta noción coincide con
otra: la tierra como ser vivo que alimenta a los humanos y se alimenta
156
8
Una manera común de expresar esta conciencia es con la frase: “cada pueblo tiene sus
costumbres”.
157
158
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Conclusiones
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162
163
164
* Universidad Iberoamericana.
** dfas, inah.
165
1
En gran parte, los autores nos basamos en investigaciones etnográficas previas en las que
hemos abordado estos temas. Sobre la Sierra de Texcoco, véase Lorente (2006; 2008a;
2008b; 2009a; 2010b; 2011b; una panorámica de la metodología empleada en Lorente
2010a, y un estudio monográfico de conjunto en Lorente 2011a). Sobre la región de
Tlaxcala, véase Robichaux (2008; 1997).
166
167
168
169
2
Se indica en los textos del Códice en Cruz, la Historia de Ixtlixochitl y las Relaciones de
Pomar, citados por Palerm y Wolf (1972) en su análisis del Acolhuacan septentrional.
3
Véanse McAfee y Barlow (1946: 118); Palerm y Wolf (1972: 123, 145); Pérez Lizaur
(1975: 39); Palerm Viqueira (1995).
4
Véase Lorente (2011a: cap. 2) para una descripción más extensa.
5
Véase, sobre el medio poblano-tlaxcalteca, Nutini e Isaac (1974).
170
6
Véase Robichaux (1994 y 2005) sobre la dificultad de definir “indígena” en la región
de Tlaxcala. Los planteamientos vertidos en dichos trabajos tienen relevancia para la
región de Texcoco y para muchas otras del país que han sufrido en el siglo xx procesos
de “des-indianización”.
7
Véanse al respecto López Austin (2000: 176) y Broda (1971: 250).
171
172
8
En la fiesta de Tepeilhuitl se bebía pulque y se sacrificaba a “una mujer llamada Mayauel
que representaba el maguey (ixiptla metl)” (Broda, 1971: 300-303). En este sentido, el
maguey se concebía como “el símbolo absoluto de la fertilidad” (Broda, 2004b: 53).
173
9
López Austin ha escrito ampliamente sobre ello (1970: 261; 1996 I: 383; 2000: 195).
174
175
vecinos comentan que las serpientes terrestres son “los animales” de los
ahuaques, una suerte de seres con los que mantienen cierta coesencia,
aunque en ocasiones se considera que son los flecos de los gabanes y
los rebozos de los ahuaques, que caen a la tierra desde el cielo (véase
Lorente, 2006; 2009a; 2011b; 2011a: cap. 3).
Los pobladores de las estribaciones de La Malinche creen que ésta
tiene ayudantes, concebidos como “hijos”. Son seres con una bonita
cara de niño pero con cuerpo de víbora que asisten a La Malinche
en la tarea de extraer los barriles de su interior para generar la lluvia.
También pueden lanzar los rayos, y los que se mueren engrosan las filas
de los ayudantes. En cambio, los que sobreviven también se convierten
en ayudantes de La Malinche, pero en la tierra, pues trabajan como
tiemperos y pueden conjurar las tormentas. En un relato, recogido de
una señora en 1974, aproximadamente un mes antes de ser fulminado
por un rayo, su padre soñó que iba a morir y a dejar así a su esposa para
casarse con una mujer “gorda y con hartas trenzas”, es decir, con La
Malinche. Años después ella soñó con su padre que le decía que te
nía hambre; sólo pudo ver la mitad humana del cuerpo en un bello
terreno de flores rojas de ayocote (por las descripciones se debe pensar
que la mitad que no vio era de “víbora”, pues se había convertido en
ayudante de La Malinche). En 2008, 36 años después de su muerte,
fue posible observar una ofrenda floral en el lugar donde el señor fue
alcanzado por el rayo, lo que sugiere que se mantenía el nexo con este
trabajador de La Malinche.
En los relatos recogidos en Tlaxcala, el maíz roto por el granizo es
llevado dentro de la montaña, donde se guarda junto con los enor-
mes barriles de granizo y las nubes que hacen el agua. El ruido allí es
muy fuerte y alguna gente lo equipara con el ruido de una fábrica. Es
un rezumbar ensordecedor, y el símil de la fábrica nos recuerda a la
experiencia en la industria textil de los habitantes de la región. Son
los “hijos” de la Malintzin quienes fabrican los rayos en un proceso
ruidoso: el rayo, aunque quema, es “frío” y deja hielo debajo de la tierra.
Otra práctica asociada con niños es el hecho de que en Tlaxcala se
entierra a los “limbitos”, o niños sin bautizar, en un sitio especial del
cementerio. Esta práctica al parecer era común en la zona, habiendo
sitios similares en el atrio de la iglesia de otros pueblos. Los “limbitos”
176
177
10
Véase Sahagún (1999: 316-319).
178
En esta sierra se arman los nublados y de aquí salen las nubes que riegan a
Tlaxcallan y pueblos comarcanos y la más cierta señala que tienen por aquella
tierra, de que ha de llover, es ver tocada esta sierra de alguna nube y así tienen
por infalible el agua. […] Por esta razón los indios, antes que los españoles
viniesen, tenían este lugar por deífico y hacían gran reverencia al demonio
en él; porque toda la tierra a la redonda venía aquí a demandar agua, y el año
que faltaba eran muchos los sacrificios que en ella se hacían. Adoraban en
esta sierra la diosa llamada Matlalcueye, que quiere decir saya o faldellín azul;
y debe de ser la razón por estar rodeada la sierra de montaña […] y también
11
Esto concuerda con una larga tradición de continuos robos o destrucciones y restituciones
de dicha estatua (véase agn, 1910: 22; Pomar, 1891: 15 y Lorente, 2010b y 2011a, cap. 3).
179
porque como la invocaban para las lluvias y el agua es azul o cerúlea, por eso
le llamaron Matlalcueye, tomando la denominación de una flor azul, llamada
matlallin (fray Juan de Torquemada, vol. I, 1975: 379).
180
181
13
La expresión es de Jacques Galinier (1990: 157).
182
14
Un informante de Robichaux tenía una imagen de Santa Bárbara en el altar de su casa
que dijo haber traído de una iglesia de Cholula, a donde fue poco después de ser alcanzado
por el rayo.
183
así: “Tias para que tizacuili tiquempehuas nichcame” (“ve para que cuides
y atajes a los borregos”). Los granizos se consideran “chivos” y el agua
“borreguitos”, y se debe cuidar para que éstos no devoren la milpa. Las
tormentas abarcan también el “huracán”, llamado ejcacóatl y descrito
como la cola de la víbora que baja de la nube o “cae” directamente
del cielo. El oficio de “arrear” el granizo es descrito como algo suma-
mente peligroso pues los conjuradores pueden ser pegados por un rayo
o arrastrados por la tempestad hasta las orillas del mar.
Al pedir la lluvia los quiatlaz –“los que trabajan con el agua”– as-
cienden a la cima del cerro a llevar ofrendas a la Malintzi: listones,
peines y escobetillas para que ésta se peine.15 Según algunos pobladores
locales, se celebra la fiesta de La Bernaldina el día 20 de mayo.16 Con
la música de un teponaxtle ascienden personas de los pueblos locales
hasta los arenales que se encuentran hacia la cima –o “la corona”–,
donde truenan cohetes, colocan cruces y flores junto a las ofrendas
referidas (Robichaux, 1997; 2008).
Los servicios comunitarios de los tiemperos eran retribuidos en
varias comunidades de la región. Nutini y Forbes (1987: 327) indican
que, hacia 1960, los ritualistas locales eran recompensados por pueblos
enteros o individuos concretos. En unos el pago era una especie de
sueldo y en otros era una contribución voluntaria (1987: 327). Robi-
chaux registró en el pueblo de Santa Isabel Xiloxoxtla que el quiatlaz
“levantaba acta” garantizando la lluvia y protección contra el granizo
y que en Acxotla del Monte, una vez recolectada la cosecha de maíz,
todas las casas le daban al granicero un chiquihuite como pago por
haber protegido la cosecha.
15
En la región de Ocuituco y Tetela del Volcán, en el estado de Morelos, Julio Glockner
(2001: 85) reporta que las mujeres con el pelo suelto tienen “la facultad de jalar un
rayo…” ¿Será que se ofrendan estos objetos a la Malintzi para que se peine o recoja su
pelo a fin de no producir rayos?
16
Llama la atención la cercanía de esta fecha con el 19 de mayo, el primer paso del Sol por
el cenit (véase Broda, 2004a: 40-43). Como ha señalado Tim Tucker (2001: 69), desde el
cerro Teotón, en las cercanías de Cholula, el Sol sale sobre la cúspide de La Malinche
el 19 de mayo.
184
Conclusiones
185
17
Véase, sobre este aspecto, Ixtlilxóchitl (1952, II: 209-210).
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192
193
La tradición mesoamericana
La díada unidad/diversidad
194
195
1
La bibliografía sobre el personaje es extensa. Señalo sólo unos cuantos ejemplos: Elson,
1947; Foster, 1945; García de León, 1969; González Cruz y Anguiano, 1984; Guiteras
Holmes, 1965; Ichon, 1973; Law, 1957; Münch, 1983 y Williams García, 1972.
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El paradigma cósmico
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El grupo de investigadores en la Casa Chicago. De izquierda a derecha, de pie: Cali Guiteras, Esther
Hermitte, Nicholas Hopkins, Roberta Montagu, John Hotchkiss, Julian Pitt-Rivers, Eva Hunt, Charles
Mann, Lilo Stern, Norman A. McQuown; hincados: Marcelo Díaz de Salas y Andrés Medina. Archivo
fotográfico Andrés Medina.
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uno de dichos cambios es el giro en las relaciones con los pueblos indios
de Estados Unidos, a los que se tenía en proceso de desaparición; sin
embargo, ante la evidencia de su vitalidad y presencia, se optó por
crear un organismo que enfrentara la problemática situación en que
vivían, el Departamento de Asuntos Indígenas (Department of Indian
Affairs), cuyo jefe, John Collier, era el secretario general de la Ameri-
can Indian Defense Association. Es desde esta posición que se apoya
la realización del I Congreso Indigenista Interamericano, que tiene
lugar en Pátzcuaro, en 1940, pero sobre todo se impulsa la creación
del Instituto Indigenista Interamericano, en cuyo comité ejecutivo
tendría una posición dominante el representante de Estados Unidos.
Uno de los capítulos más importantes en las relaciones entre Méxi-
co y Estados Unidos es el representado por el Instituto Lingüístico de
Verano, fundado en México en 1933 por William Cameron Townsend
(1896-1982). El punto de partida fue el encuentro de Moisés Sáenz en
Panajachel, Guatemala, con W. C. Townsend, un pastor protestante
dedicado a traducir la Biblia a la lengua cakchiquel, para lo cual ha-
bía desarrollado el uso de cartillas para la lecto-escritura en la lengua
mayense. Por su parte, Sáenz, como subsecretario de Educación, había
enfrentado el problema que presentaban las lenguas amerindias en el
programa nacional de educación, iniciado por José Vasconcelos. En
sus recorridos por las regiones interétnicas del país advirtió el fracaso
del programa, con lo que sólo quedaba el viejo recurso de la enseñan-
za directa del español. El encuentro con Townsend le mostraba una
solución, por lo que lo invitó a venir a México y aplicar su método;
además, lo instruyó para establecer los contactos políticos necesarios.
Una vez en México, Townsend encontró las condiciones propicias
para desarrollar su acción proselitista bajo la cobertura de su método
de enseñanza. Renunció a la Central American Mission, a la que
pertenecía, y fundó su propia organización misionera y científica, el
Instituto Lingüístico de Verano. Creó una infraestructura compuesta
por tres instituciones estrechamente relacionadas que le permitieran
alcanzar sus objetivos religiosos, es decir proselitistas: la Wycliffe Bible
Translators, organización religiosa que recauda donaciones de iglesias
y de personas para fines religiosos; su base social es la clase media es-
tadunidense, los llamados wasp (White Anglo Saxon Protestant); es
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Reunión de trabajo en Na Bolom (de izquierda a derecha: Charles Mann, Eva Hunt, Esther
Hermitte, Roberta Montagu y Lilo Stern; atrás: Manuel Zabala y su hija Siomara Zabala).
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Por ejemplo, del lado tzotzil, San Andrés Chamula y los Llanos forman un
grupo relativamente estrecho, como lo forman igualmente Yalcuc y Chilil.
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R. Radhakrishnan y Gerald Williams trabajando en Casa Chicago. Archivo fotográfico Andrés Medina.
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Se les pidió a cada uno de los sujetos de la prueba que integraran una serie
de fotografías, y sus respuestas, algunas en tzeltal o tzotzil, y otras en español,
fueron grabadas en cinta magnética. El material grabado proveniente de más
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El histórico Land Rover atascado, por el rumbo de Pujiltik. Archivo fotográfico Andrés
Medina.
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Las autoridades formales de los indios cuya responsabilidad pudo ser la apli-
cación de sanciones, han desaparecido (por ejemplo, la jerarquía religiosa) o
bien están totalmente subordinadas a los funcionarios municipales ladinos,
como la jerarquía civil. A los indios no se les concede el derecho de gobernarse
a sí mismos, ni forman una comunidad moral con los ladinos. Estos factores
257
258
Esther Hermitte, Roberta Montagu y Lilo Stern durante una sesión de trabajo en Na Bolom, San
Cristobal de las Casas. Archivo fotográfico Andrés Medina.
259
cado las notas de campo que hizo en Oxchuc en los años cuarenta; sin
embargo no están en orden cronológico, sino que están arregladas por
temas, lo que facilita su consulta pero no permite reconstruir el proceso
de construcción de sus datos y planteamientos (Villa Rojas, 1990).
Eva Verbitsky hizo su más importante contribución con la ponencia
que preparó para la VIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de
Antropología, realizada en 1959 en San Cristóbal de las Casas; en ella
sintetizó los planteamientos teóricos y los resultados de las investiga-
ciones en cinco comunidades del área bajo estudio (Verbitsky, 1961).
Posteriormente, y ya con su nombre de casada, Eva publicó un muy
buen ensayo, en colaboración con June Nash, sobre las unidades terri-
toriales y sociales de las comunidades mesoamericanas, con un fuerte
apoyo en los materiales del proyecto Man-in-Nature; sin embargo, este
trabajo no tiene mayor relevancia en las discusiones nacionales (Hunt
y J. Nash, 1967).
Finalmente, la investigación que yo realicé en Tenejapa, una co-
munidad tzeltal, sobre la relación entre las unidades territoriales y las
unidades de parentesco, no tuvo mayor trascendencia por su tardía
publicación, y en buena medida por la pérdida de importancia del
estudio de las relaciones de parentesco en las investigaciones etno-
gráficas del tiempo en que apareció. A diferencia de los trabajos de
Cali Guiteras, y de otros autores sobre el tema, la propuesta que de
sarrollé es resultado de una larga estancia en la comunidad, y se sitúa
en la línea de los trabajos de Villa Rojas y la propia Guiteras sobre
las relaciones de parentesco y las unidades reportadas como calpules,
con materiales sobre Cancuc, Oxchuc, Chalchihuitán y Chenalhó.
Por mi parte realicé un cuidadoso registro censal de las familias que
vivían en uno de los parajes de Tenajapa, Kul’ak’tik. El resultado fue
el reconocimiento de la ausencia de unidades territoriales definidas, el
espacio que constituía al paraje fue establecido a partir del grupo de
familias que reconocían a un mismo funcionario que los representaba
ante el Ayuntamiento, el llamado “fiador”; el aporte se sitúa entonces
en el análisis de las variaciones en la composición de las familias a partir
del planteamiento de M. Fortes, que retomé del trabajo de E.Verbitsky
en Aguacatenango (Medina, 1991).
260
Conclusiones
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Leopoldo Batres
1
Bernal, 1952: 126; Matos, 1997: 47; Díaz y de Ovando, 1990; Hernández Sánchez, 2004;
Lombardo, 1994, vol. 1, pp. 36-37.
2
En especial están los trabajos de Leonardo Manrique, 1988, y Eduardo Matos, 1994.
276
3
Los datos biográficos resumidos fueron tomados del Archivo Leopoldo Batres, rollo 1
y Antología Leopoldo Batres, rollo 1. Los datos de su trayectoria como antropólogo se
tomaron del Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología (ahmna).
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4
Las referencias bibliográficas de las obras de Batres se encuentran en el anexo.
278
279
280
sobre los pueblos antiguos, era necesario que los restos arqueológicos
salieran del ámbito de lo particular para ingresar al social, mediado
por el nacional. La dinámica de mutar los objetos arqueológicos de
un uso privado a uno social tomó forma en la legislación porfiriana.
En 1862, desde la Sociedad de Geografía y Estadística se propuso una
legislación, si bien no fue sino hasta el nombramiento de inspector y
conservador de los monumentos arqueológicos que se fincó un intento
por controlar el saqueo y la destrucción, costumbre establecida por el
quinto real de la Corona española. Esta reglamentación se transformó
en la medida en que se fue identificando y consolidando la idea de que
los vestigios arqueológicos pertenecían a la nación. Conjuntamente,
se empezaron a impartir cursos en el Museo Nacional dirigidos a crear
una nueva profesión.
Con la creación de un órgano ejecutivo se fijaron algunas de las atri
buciones del cargo. Desde que tomó ese puesto, Leopoldo Batres asumió
como una de sus responsabilidades la elaboración de un atlas arqueológi
co, con el objetivo principal de ubicar tanto los lugares en los que había
mayor concentración de edificios, como aquellos donde abundaban
objetos codiciados por coleccionistas. Asimismo, la administración
nombraba a los vigilantes o conserjes “que en cada departamento
fueren necesarios para que lo secunden en esa comisión, pero bajo el
concepto de que esos vigilantes no gozan de sueldo alguno; pues su
cargo será puramente honorífico”(ahmna, vol. 7). Batres estableció,
además, que para hacer cualquier excavación o traslación de objetos
arqueológicos era necesaria la autorización de la Secretaría de Justicia.
También que el inspector tendría el control de los movimientos de todas
las piezas del Museo a través de compra o donación de los estados, del
extranjero o de particulares, al igual que de los objetos decomisados en
las aduanas (ahmna vol. 7, f. 206-217). Al ser Leopoldo Batres artífice y
ejecutor de estos mandamientos, afectó los intereses de quienes extraían
objetos arqueológicos, históricos y artísticos, protegidos por autoridades
gubernamentales nacionales y aun extranjeras.
Tras diez años de experiencia en los trabajos de la Inspección, se
puntualizaron sus actividades en 1908, ya con la autorización de Justo
Sierra (ahmna, vol. 13, exp. 2, ff. 2-4). En este nuevo reglamento se
limitó aún más la participación de privados, y se aumentaron las
281
282
cuela para niños, niñas y adultos y un parque con un lago “para que se
le quite el aspecto árido que tiene la región y sea un atractivo para los
turistas”. El impacto de los trabajos en Teotihuacan sobre la nación fue
muy grande. En los registros de la Secretaría de Instrucción Pública y
Bellas Artes, conservados en el Archivo General de la Nación (agn),
el mismo Batres registraba “una romería constante todos los días en el
sitio de los monumentos, compuesta por extranjeros y nacionales que
van a aquellos lugares a admirar los restos de esa gran ciudad”.
El interés por hacer accesible el México prehispánico al público
general no fue limitado al caso de Teotihuacan. En Xochicalco también
intentó crear instalaciones adecuadas, higiénicas y modernas para los
visitantes de la zona. Otro elemento dirigido a este objetivo fue su
Guía para visitar los monumentos arqueológicos situados entre Puebla
y Mitla, Oaxaca; e incluso fue mas allá al hacer una “Cartilla histórica
de la ciudad de México”, texto aprobado por el Consejo Superior de
Instrucción del Distrito Federal, en el que planteó de forma didáctica
la conformación de la antigua México Tenochtitlan.
Al revisar la trayectoria de Batres y la transformación del contexto le-
gal de la arqueología durante el porfiriato, podemos observar que en este
periodo se asentó un patrimonio social con raíces profundas en el régimen
liberal que adquirió cuerpo en las dos últimas décadas del siglo xix. Al
volver público lo que era privado, México afectaba los intereses par
ticulares de mecenas, instituciones y coleccionistas de otras partes del
mundo al intentar sacar sus objetos arqueológicos del mercado inter-
nacional. Este conflicto de la modernidad decimonónica nos recuerda
la reciente puesta en duda de la legislación vigente, que concibe a la
arqueología como nacional y, por tanto, bien público y objeto de co
nocimiento.
Anexo
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Udo Oberem, Peter Tschohl y Hans Dietrich Disselhoff se reunieron en Hamburgo a
instancias de Franz Termer y Treue, el representante de la dfg (Deutsche Forschungs-
gemeinschaft), para discutir sobre el Proyecto de Arqueología y Etnología Centro y
Sudamericanos, el cual más tarde se convertiría en el Proyecto Puebla-Tlaxcala –o
“Mexiko-Projekt”, como fue conocido en alemán–. (ba, 322903, Mexiko-Projekt, Band
2, Acta 1, s.n.fs).
292
293
294
que más tarde, a finales del decenio de 1920 y principios del de 1930,
la antropología dio nacimiento a la sociología.
Si en 1910 la docencia institucionalizada de la disciplina llevaba
cuatro años, la antropología norteamericana en cambio había formado
para entonces la primera generación de antropólogos profesionales, la
mayoría de los cuales fueron estudiantes de Franz Boas formados en
universidades del este de Estados Unidos. No obstante, a diferencia
de lo que sucedió en México, en Estados Unidos muchos de los de-
partamentos de antropología nacieron como parte de departamentos
universitarios de psicología y sociología que en aquel entonces habían
recibido la influencia de modelos germanos y de científicos inmigrantes
alemanes. Aunque también se había fomentado la investigación en los
museos, en Estados Unidos la disciplina no tenía la marcada impronta
de un ideal educativo para forjar una nación, como sí sucedió en el
caso de México.
En estas circunstancias no sorprenderá que, en concordancia con la
propuesta de Stocking, la antropología mexicana pueda caracterizarse
como nation building, opuesta en este sentido a la norteamericana
cuya característica sería la de empire building. A pesar de que los
antropólogos extranjeros involucrados en la Escuela Internacional
no suscribían abierta o conscientemente propósitos como el hurto
y la subordinación de los conocimientos de sus colegas mexicanos,
puede argumentarse que este fue el caso. En ocasiones, las actitudes
de los alumnos de la eiaea Paul Radin, Alden J. Mason, además de
los directores temporales Eduard Seler, Franz Boas y Alfred M. Toz-
zer, pueden describirse como oportunistas y despreciativas hacia sus
colegas mexicanos.2 Recientes investigaciones comprobaron además
que se cometió el hurto de joyas arqueológicas y que incluso se realizó
2
Así, por ejemplo, el consejero imperial Seler no cumplió el contrato que contrajo con
el gobierno mexicano, por el cual se le pagó una suma apreciable, para establecer la
clasificación de las piezas del Museo Nacional, pues salió del país sin haberlo concluido.
En correspondencia privada con Boas describió a Justo Sierra como “der alte Trottel” (el
viejo imbécil), etc. Boas se expresó despectivamente de los “señores del Museo” y Tozzer,
de plano, no tuvo empacho en ser instrumento en el saqueo de las joyas arqueológicas de
Chichén Itzá (cfr. Leysinger, 2006).
295
3
Quetzil Castañeda (2003) argumentó que la historiografía de Stocking no otorgaba un
lugar activo a los antropólogos latinoamericanos los que, como Gamio, contribuyeron a
la arqueología del continente, concretamente con el método de la estratigrafía. Acepta,
además, que Stocking escribió una historiografía que mucho se asemeja a la historia de
los big men. Pese a estar de acuerdo con Castañeda en que la historiografía de Stocking
tiene un carácter en ocasiones marcadamente conservador, es cierto, no obstante, que la
contribución original de Gamio debe buscarse más bien en la entonces naciente antro-
pología social de México. Las fuentes documentales disponibles establecen claramente
que la primera excavación estratigráfica que llevó a cabo Gamio en el Valle de México
fue hecha a instancias de Boas, así como que fue este último quien estuvo interesado
en que tal estratigrafía se ampliara mediante el trabajo posterior de Georges Engerrand
(Rutsch, 2010).
296
4
Para un análisis bien documentado de esta cuestión, además del racismo implicado en las
políticas gubernamentales de inmigración y la discriminación de inmigrantes de color,
véase Saade Granados, 2009.
297
El proyecto Puebla-Tlaxcala
298
5
El lector interesado puede encontrar diversas posiciones al respecto, por ejemplo en la
Revista Dimensión Antropológica, año 7, vol. 19, mayo-agosto, 2000, México, inah.
299
6
En relación con la persecución de muchos antropólogos durante esta época, véase
Price, 2004.
7
Kirchhoff a Treue, 11-09-1961, BA, 322903, Mexiko-Projekt, band 2, acta 1, s.n.fs.
8
Memorandum de Treue a su entonces jefe en la dfg, el doctor Hesse, 1961, ba, 322903,
Mexiko-Projekt, band 2, acta 1, s.n.fs.
300
El Profesor Kirchhoff, quien labora desde hace casi tres décadas en la Univer-
sidad Nacional y es uno de los iniciadores de este proyecto, es el indispensable
hombre mediador entre los diferentes participantes, administra los presupuestos,
la biblioteca y colecciones y presta ayuda indispensable a los científicos alemanes
que han ido a México (dfg, 1965: 3).
301
9
ata, C/311.42(F)/7-6, oficio 401-2-0086, 13 de enero de 1978.
10
Discurso del doctor Wolfgang Treue en México, ba, 322903, Mexiko-Projekt, band 2.1,
acta 4, s.n.fs.
302
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la antropología mexicana y estadounidense de principios del
307
308
309
1
Krotz escribe “antropologías segundas”; yo me permito cambiar el orden de los términos
para ponerlos en consonancia con “segundo sexo”, término de larga genealogía y crítica,
que, como sabemos, se refiere al “sexo débil”, es decir, a las mujeres.
310
2
En varias películas del nuevo cine mexicano el lienzo charro del Pedregal de San Angel
aparece como escenario de opulencia y vanidad mexicanista. Véase, por ejemplo, el inicio
de Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001).
3
La corrección política ha sido una estrategia de lucha antidiscriminatoria, la cual demanda
que, empezando por el lenguaje, observemos críticamente las etiquetas que distinguen a
individuos y poblaciones en función de su sexo, color de piel, etnicidad, religión, posición
económica, labor, preferencias sexuales o condiciones físicas. La reacción de quienes
son llamados a la corrección política eventualmente es visceral y desproporcionada:
“Aunque ahora esté de moda decirles afromexicanos, sexoservidoras y homosexuales,
para mí no dejan de ser negros, putas y jotos” –me decía entre bromas y veras un defensor
de la incorrección política. Por otra parte, también se ha señalado la superficialidad de
corregirse lingüísticamente al tiempo que se conserva la lógica discriminatoria –el famoso
“chiquillos y chiquillas” en el sexenio del presidente Vicente Fox.
4
“Hegemónica” porque prevalece un juicio previo así como las prácticas que naturalizan
su condición de referente obligado, dándole un blindaje a prueba de cuestionamientos.
La capacidad para cuestionar y relativizar lo asumido como “buena antropología”, en este
caso, depende de nuestra aptitud para poner en suspenso el convencimiento “inmediato”
del que ésta goza.
311
312
313
6
Es el caso de Josiah Heyman, “Activism in Anthropology: Exploring the Present Through
Eric R. Wolf ’s Vietnam-Era Work” (ponencia presentada en un congreso de la aaa,
Filadelfia, 2009), cuyo trabajo con militares y policías fronterizos norteamericanos cues-
tiona los supuestos antropológicos de empatía y solidaridad hacia los sujetos de estudio,
presentes en el código ético de la American Anthropological Association.
314
7
Véase al respecto Cardoso (1988), Krotz (1993, 2006, 2008), Escobar y Ribeiro (2006),
Medina (2004: 232-234), y Restrepo y Escobar (2005).
8
Podría explorarse esta propuesta al hilo del Análisis del ser del mexicano, de Emilio Uranga,
quien empleó el par categorial de sustancia/accidente para mostrar que la accidentalidad
como marca de identidad del mexicano frente al europeo revela que la sustancialidad del
otro (el europeo) es una ilusión. Apuntaríamos hacia una reflexión que reconoce su
historia al margen de la Historia y, cuestionando esta centralidad, no escribe desde el
sentimiento de inferioridad (o resentimiento) ni se queda “patinando” en esa relación
jerárquica. Véase Vieyra (2008).
315
logía en México, a finales del xix y principios del xx, lo cual permite
anclar en referencias concretas las reflexiones sobre los momentos
iniciales de los estudios antropológicos, sus contextos, la dialéctica
entre lo local y lo global, y la consolidación del Estado nacional.
316
En esta nueva etapa Folklore Americano intenta rebasar los límites establecidos
por la propia etimología de la palabra y de antiguos conceptos antropológicos para
adentrarse en una más amplia y plural visión de la cultura que se produce
en todo el continente americano, que incluya también la mirada retros-
pectiva y contemporánea de los campos intelectuales, la comunicación, la
cultura de masas, el dialoguismo, la vida cotidiana, la identidad, el género,
la hegemonía y la globalización, la literatura, la religión, la teoría crítica,
hasta la concepción de la cultura como objeto intangible, como formas capaces
de inspirar y aprehender tanto una visión de conjunto y de comparación de la
producción cultural americana, así como de la divulgación de las nuevas formas
de entender las ciencias sociales [las cursivas son mías].
9
Al respecto véase Dempf (1932), Spencer (1997), Mayos Solsona (2004), Heinz (1999),
Hausheer (1996), Galinier (2007), Denby (2005) y Zammito (2002).
317
10
Parkin (2005: 180-232) y Burke (2004) también destacan la matriz común, la bifurca-
ción, la invisibilización (p.e. de Arnold van Gennep) y la deseable revinculación de
antropología e historia con los estudios de folklore.
11
Autor de obras de provincialismos o mexicanismos, para cuya recopilación fue central el
libro de Luis G. Inclán, Astucia (1865). Como en otros países, en el siglo xix la literatura
costumbrista asumió el papel de registro y puesta en valor del habla popular, eventual-
mente calificada de inculta. Véase Novo (1946), Castro (1994), Glantz (2010).
318
12
Destacado bibliógrafo y curador de Folklore of/de/las Americas; fundó el primer doc-
torado interdisciplinario con opción en estudios de folklore en la Universidad de
Carolina del Norte (1944). En los años cuarenta impulsó la creación, resurgimiento y
comunicación de sociedades folklóricas en Iberoamérica; la de México fue la primera
(1938). Fue también miembro del comité editorial de Folklore Americano, del Instituto
Panamericano de Geografía e Historia.
319
por excelente que sea, jamás podrá llegar a ser un técnico; sabe de memoria sus
materiales, pero no comprende cómo pueden ser utilizados dentro del campo
de la ciencia del folklore, ni necesita saberlo (Rodríguez, 1953: 46).
320
13
Esta obra recibió el apoyo del entonces titular de la Secretaría de Agricultura y Fomento,
ingeniero Marte R. Gómez.
14
El tiempo en que “no pasa nada” pues los arreadores o los corraleros están poniendo en
suerte a las bestias.
321
15
Sobre vaquería y machismo en México véase Gutmann (1998).
322
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327
simpatía y el afecto populares, por derecho propio. –la moral del charro.
Es fácil entender y deducir que la vida que el ranchero lleva en el campo aco-
metiendo faenas rudas y a veces peligrosas, teniendo que defenderse y bastarse
a sí mismo, siempre en contacto directo con la naturaleza, su magnificencia
y sus bellezas, con los potros cerreros y los novillos bravos, hagan de él un
hombre decidido y arrojado, pero a la vez cuidadoso de sortear los peligros y
problemas con buen juicio (Lepe, 1951: 94).
328
En Colima, donde la familia Cosío Villegas vivió entre 1906 y 1910, el primer
adiestramiento fue la charrería: “Colima, mucho más que Jalisco, era tierra de
charros y de buenos charros. Los mejores charros de Jalisco eran de Colima…
A mí mi padre me compró un caballo y me enseñó cómo se atendía, cómo se
mantenía limpio, cómo se trababa una relación de amistad con la bestia, cómo
se la manejaba, cierto orgullo de ser buen charro, una gente bien plantada
que manejaba con destreza al caballo”. Del montar a caballo, del cuidarlo
y servirse de él como medio de transporte y lucimiento, se habría derivado,
según la autoteoría de Cosío, una noción de independencia y dominio de sí
mismo, la formación de una personalidad propia que siguió moldeándose a
través de pequeños trabajos asignados por el padre, más que por efecto de la
educación formal (Krauze, 1980: 13-14).
329
Nos permitimos hacer nuestras las galanas y emotivas líneas del anterior
artículo […] para fundar una justa observación a la obra del Sr. Gustavo Le
Bon titulada “La equitación actual y sus principios” [1923]; que al hablar de
muchos jinetes notables por el regionalismo de su equitación, por sus cono-
cimientos, por ser hombres de a caballo por tradición, y por su gran cariño a
este noble animal, omitió, no sabemos por qué motivo, el referirse a nuestros
jinetes mexicanos –de renombre y fama mundiales (en Cuéllar, 1931: 27).
330
331
332
333
Autorizarse a sí mismo.
Las pistas de su propio hacerse visibles
334
Conclusiones:
el reto de las prácticas efectivamente críticas
y plurales en antropología
18
En 1963 Virginia Rodríguez se afilió a la Sociedad de Eugenesia. No tengo más explicación
al respecto que el interés por determinar y ubicar los “tipos” nacionales. La referencia
que ella incluye en el libro Mujeres folkloristas es un fragmento elogioso de la obra que
publicó en coautoría con su esposo, Vicente T. Mendoza, hecho por el doctor Alfredo
M. Saavedra, secretario perpetuo de la Sociedad de Eugenesia, y publicado en 1952
(Rodríguez, 1967: 213-214). Sobre eugenesia en México véase Suárez y López (2005).
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347
1
El 3 de enero de 1933 se publicó en El Universal el artículo de Moisés Sáenz “El fracaso de
los pedagogos”. Aunque el artículo se centra en la crítica a la sep y a su titular en relación
con el cese de los maestros no titulados, a los que no tenían certificado de primaria y
a los que tuvieran menos de un año de servicio, en el fondo alude a la dificultad de los
pedagogos de percibir la realidad de las pobalciones indígenas (N. Pérez, 1992: 53).
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2
Este trabajo de 1935 aparece publicado por el Instituto Nacional Indigenista, primero
en 1986, dentro de un texto que introduce y seleecciona Eduardo Matos Moctezuma,
con el título Arqueología e indigenismo; luego, en 1987, aparece nuevamente publicado
en otro texto, intitulado Hacia un México nuevo, con una introducción de Luis Villoro.
3
No obstante que muchos de estos ensayos fueron escritos a lo largo de los años de 1926 a 1933,
fueron publicados en Lima, Perú, primero Carapan en 1936 y lugo México íntegro en 1939.
350
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353
gran alcance, busca erigirse como una causa indígena distinta incluso a
la del Estado, a través de la cual puedan concurrir otros actores, como
el gobierno y las propias poblaciones indígenas, para la solución de
los problemas inherentes a la educación y el desarrollo. En esta nueva
empresa “los antropólogos han encabezado la campaña, dando justi-
ficación erudita a la creencia popular de que los indios pertenecen a
culturas diferentes […] juzgan que, antes de poder ayudar a resolver
este problema‘indio’, deben decidir quiénes son los indios”. En este
sentido, el indigenismo es considerado como una empresa, forjada
por los antropólogos, para mantener viva la condición indígena y el
campo de acción de la antropología social (Friedlander, 1977: 241).
De acuerdo con esta tesis, el indigenismo se renueva no sólo para
forjar la identidad nacional como único objetivo, sino también para crear
nuevas imágenes representacionales sobre lo indígena, las cuales in-
cluyen las imágenes construidas por los propios indígenas, tanto de sí
mismos como de los otros segmentos de población mestiza.
354
355
Para cuando el niño llega a la etapa escolar y está con el maestro, el primero
ha pasado sus primeros años de formación en que los instrumentos informales
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359
5
En su informe en la sesión extraordinaria del consejo del Instituto Nacional Indigenista
de 1971, presidida por el presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, el titular
del ini, Aguirre Beltrán (1971: 13-28), expone que la acción indigenista llevada hasta ese
momento, en términos del avance logrado mediante el establecimiento de once centros
coordinadores indigenistas, bajo el principio de solución de los problemas de integración
de los grupos indígenas, debe resolverse en su propio contexto.
360
361
6
El tagmema es la unidad gramatical básica determinada por la relación que existe entre
una función gramatical y una clase de elementos mutuamente sustitituibles, capaces de
ejercer dicha función. La teoría lingüística de Kenneth Pike se basa en la idea de que
los enunciados son analizables, simultáneamente, de acuerdo con tres jerarquias: una
lexica (cuya unidad mínima es el morfema), otra fonológica (cuya unidad mínima es el
fonema) y otra gramatical (cuya unidad mínima es el tagmema). Cfr. Elizabeth Luna et
al., Dicccionario básico de lingüística, México, unam, 2007.
7
Dice Aguirre Beltrán (1983) que la influencia de la Escuela de Yale es notoria, Julio de
la Fuente en 1939 investiga entre los zapotecos la percepción cromática y ese mismo
año llegan a México Mauricio Swadesh, Norman McQuown, Jules Henry y Bronislaw
Malinowski.
362
8
Mauricio Swadesh viene a México en 1939 para participar en la Asamblea de Filólogos
y Lingüistas, y ese mismo año es llamado por el presidente Lázaro Cárdenas para hacerse
cargo del Proyecto Tarasco e iniciar su propuesta de alfabetización en lengua purépecha
(Rendón, 1967: 737).
363
9
Este método fue diseñado por William Townsend (1956) con el fin de facilitar la ense-
ñanza del español a los indígenas.
10
Aguirre Beltrán (1983: 275) refiriéndose a la labor de los lingüistas en el Proyecto Tarasco
apunta “que los lingüistas se distribuyeron en pares y realizaron un recorrido penoso por
los pueblos de la sierra inhóspita; un relato del reconocimiento que llevan a cabo Alfredo
364
Barrera Vázquez e Ignacio del Castillo por el rumbo de Urapicho y Pomacuarán lo cono-
cemos por las narraciones que de él hace Del Castillo. Se identificaron, al parecer, tres
variaciones dialectales mayores y se elige el tarasco de Cherán como idioma estándar…”
11
Isabel Horcasitas y Ricardo Pozas escribieron un capítulo en homenaje a Julio de la
Fuente con el título “Del monolingüismo en lengua indígena al bilingüismo en lengua
indígena y nacional”. En este capítulo exponen parte de la discusión y los objetivos
de lo que llamaron el Ensayo del Papaloapan. Dicen que “por los años cincuenta, el
gobierno construyó la presa Presidente Alemán, con el fin de evitar las inundaciones
que provocaba el desbordamiento de las aguas del Papaloapan, en el Estado de Veracruz.
A causa de esto los indios mazatecos que habitan el lugar tuvieron que trasladarse de
sus asentamientos porque sus tierras iban a ser inundadas. Para resolver los problemas
creados por la movilización de los mazatecos, se creó un Centro Coordinador Indigenista
en el que funcionaba una Dirección de Educación encargada de enseñar mazateco a los
niños indígenas. Las dificultades para enseñar a leer y escribir el mazateco y la resistencia
de los indios a la enseñanza de su lengua materna indujo a las autoridades del Centro a
buscar y experimentar con los promotores de educación un método para la enseñanza
del español…” (Isabel Horcasitas y Ricardo Pozas, 1980).
365
366
…se planteó al Dr. Swadesh la siguiente cuestión: Ud. dice que el niño
indígena, que se alfabetiza en su lengua materna puede leer el español
utilizando el conocimiento del alfabeto latino que domina, mediante la
lectura y la escritura de su propia lengua; si esto es cierto, también lo es
su expresión contraria, es decir, que cualquier persona que sea alfabeta en
español, puede leer cualquier idioma indígena que se escriba también con
un alfabeto igual al español. Si esta afirmación es cierta usted puede leer
este texto en mazateco copiado del Evangelio según San Mateo y traducido
a esta lengua indígena por los lingüistas del ilv. No se duda ni un instante
que usted sea capaz de leer ese texto en mazateco, tan bien como lo leyera
un hablante nativo de esta difícil lengua, por los cinco tonos que tiene
(Horcasitas y Pozas, 1980: 16 ).
367
enah fueron de gran valor en cuanto que pusieron fin a las falacias de
la enseñanza del español pasando por las lenguas indígenas.
Dado que esta controversia no concluyó, ni terminaba por resolver
la demanda del ini de lograr de forma satisfactoria construir una pro-
puesta metodológica de enseñanza del español como segunda lengua
y la alfabetización en lengua indígena, acompañadas de un programa
integrado de formación de profesores y la elaboración de material de
enseñanza, Alfonso Caso, entonces director del ini, llamó a lingüistas
del ilv a que tomaran en sus manos esa tarea. Al respecto, Aguirre Bel-
trán anota que la mencionada reunión “concluye sin alcanzar consenso
y Caso acude al ilv en solicitud de ayuda. Sarah Gudschinsky, estrella
del ilv en materia de alfabetización en lenguas indígenas, emite su
parecer en dos artículos muy bien pensados que se publican en Word
y más tarde quedan incorporados en el Manual de Alfabetización para
Pueblos Indígenas” (1983: 238).
La controversia de fondo no consistía únicamente en los métodos y
su aplicación ortodoxa, sino en los efectos que podían llegar a producir
la expansión de las lenguas indígenas y la introducción de contenidos
de la enseñanza mediados por las culturas indígenas. Los métodos
eran el pretexto para reorientar la discusión hacia los terrenos de la
castellanización y la educación bilingüe transicional, que era la apuesta
que promovía el ini.
La propuesta de alfabetización contenida en el Manuel de Alfabeti-
zación para Pueblos Indígenas del ilv fue retomada por el iiiseo para ser
desarrollada, como parte de sus objetivos, desde su fundación en 1969,
a cargo de Gloria Ruiz de Bravo Ahuja. Una de las primeras tareas del
iiiseo fue lanzar un programa de castellanización oral dirigido a grupos
de nivel preescolar, por medio de lo que llamó Método Audiovisual
para la Enseñanza del Español a Hablantes de Lenguas Indígenas, que
se dio en llamar Método iiiseo, dentro del cual quedó integrado de
manera marginal el material elaborado por Mauricio Swadesh, Juegos
para aprender español. De acuerdo con Bravo Ahuja (1976), el Método
Audiovisual, de su autoria, y Juegos para aprender español, de Mauri-
cio Swadesh, “eran los únicos dos métodos de castellanización oral
existentes, que están dirigidos a los hablantes de lenguas indígenas
en general” (Bravo Ahuja, 1976: 43), y que, por lo tanto, el material
368
de Swadesh debía ser evaluado para ser incorporado como parte del
Método iiiseo.
Al parecer con el Método iiiseo la corriente de la castellanización
se instala como vertiente dominante bajo la denominacion de ense-
ñanza del español como segunda lengua, corriente amparada en las
teorías bilingües de asimilación lingüística, que sostienen construir
condiciones lingüísticas a través de la enseñanza de la lengua materna
para transitar a la segunda lengua, donde la lengua meta es el español y
las lenguas indígenas podrán ser estrategicamente sustituidas gradual-
mente. Sus bases están sostenidas en la idea, ya vieja, de combatir la
fragmentación lingüística, la desigualdad de la educación y la margi-
nación, creando condiciones para el empleo de una lengua común.
En este sentido, la castellanización, según Bravo Ahuja (1977: 108),
debe ser entendida como una tarea única y debe ser compartida con
la alfabetización de la lengua indígena, pero sólo como una etapa en la
enseñanza de la lengua nacional.
La castellanización, o más bien la enseñanza bilingüe transicional,
encabezada por un importante grupo de misioneros y lingüistas del
ilv, profesores indígenas y funcionarios indigenistas, produjo una gran
cantidad de materiales, entre cartillas, alfabetos, diccionarios y manua-
les, que sumados para 1972 eran alrdedor de 222 cartillas (incluyendo
métodos de aplicación); el 70 por ciento de este material había sido
producido entre varias instituciones (invariablemente entre el ini y
el ilv) y el 65 por ciento había sido produido por una sola institución,
o sea, el ilv había producido por sí solo el 80 por ciento de este ma-
terial, 52 cartillas de alfabetización en lengua indígena y español, y
castellanización oral (Bravo Ahuja, 1976: 30).
No obstante que el Método iiiseo se venía aplicando desde 1969, no
era reconocido como el método oficial para la enseñanza del español a
los indígenas (más bien, a falta de un método oficialmente reconocido
el que se aplicaba era éste). Cuando se funda la Dirección General
de Eduación Indígena, en 1978, se crea oficialmente el programa de
castellanización, y es entonces que autorizan el uso del Método ciis
(Centro de Investigación para la Integración Social), nombre de la
institución que absorbió al iiiseo, para aplicarlo en 35 regiones, y
junto a éste se autoriza también la aplicación del Método Swadesh,
369
Conclusiones
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371
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375
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379
población hostil a aceptar una alianza que se les presenta como única
alternativa. Si, por un lado, el “cerco de paz” crea una zona de protec-
ción a los enemigos externos (las presiones de la sociedad envolvente),
también corta la libertad de circulación, establece vigilancia y control.
Las acciones del spiltn variaban según la situación de contacto y
alianza con la población indígena. La primera fase de acción, frente a
los indios considerados ariscos u hostiles, se denominaba “pacificación”.
A través de la donación de bienes, los agentes del spiltn procuraban
establecer los primeros contactos y “atraer” poblaciones hacia un te-
rritorio delimitado, las “reservas indígenas”, con el planteamiento de
iniciar un proceso de sedentarismo. La segunda fase era propiamente
la de la “educación”, a través de la implantación de escuelas y de la
fijación de los indígenas en un territorio administrado por un Puesto
Indígena. La tercera fase desarrollaba acciones para la “civilización”
de los indígenas preparándolos para ser “trabajadores nacionales”:
además de la educación escolar, que proponía la enseñanza de la len-
gua portuguesa y nociones de matemática para el comercio, también
se transmitían técnicas agrícolas, pecuarias e industriales. Una cuarta
y última fase preveía la emancipación definitiva de los indígenas y
su introducción en la “vida civilizada”, según el ideario positivista.
Se percibe que la educación escolar era una importante estrategia
para la “civilización” de los indios dentro de una política de integra-
ción de la nación. Eso fue especialmente importante en regiones de
frontera, donde la escuela cumplió el papel de incentivar un ideario
nacionalista brasileño en los indígenas, cohibiendo manifestaciones
culturales que los aproximaran a los países vecinos. En un trabajo
anterior (Tassinari, 2001a), describo ese proceso entre los indios del
valle del río Uaçá, en la región de frontera con la Guayana Francesa.
Sobre la misma región, la disertación de maestría de Assis (1981) –la
primera en tratar el tema de la educación escolar– define las escuelas
indígenas como “frentes ideológicos”.
Los años treinta pueden ser considerados delimitantes en ese pro-
ceso de ruptura de una política indigenista descentralizada y anclada
en la acción catequísta del siglo xix, para una política que planteaba
la integración nacional, laica y militarizada. El contexto político del
Estado Nuevo (bajo la presidencia de Getúlio Vargas, de 1937 a 1945)
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382
383
1
De hecho, la actuación de Darcy Ribeiro en el campo de la educación en Brasil fue mu-
cho más allá de la educación para indígenas y de su contribución para la formación de
antropólogos e indigenistas. Después de salir del cuadro del spi, en 1958, Darcy Ribeiro
trabajó en el Centro Brasileño de Investigaciones Educativas y tuvo un importante papel
en la definición de políticas públicas educativas en el país. La Ley de Directrices y Bases
de la Educación Nacional, de 1996, también llamada Ley Darcy Ribeiro, fue elaborada
bajo su coordinación como senador de la República.
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2
Art. 215: “El Estado garantizará a todos el pleno ejercicio de los derechos culturales y
acceso a las fuentes de la cultura nacional, y apoyará e incentivará la valorización y la
difusión de las manifestaciones culturales”.
§ 1º: “El Estado protegerá las manifestaciones de las culturas populares, indígenas y
afrobrasileñas, y las de otros grupos participantes del proceso civilizador nacional”.
Art. 231: “Son reconocidos a los indios su organización social, costumbres, lenguas,
creencias y tradiciones, y los derechos originarios sobre las tierras que tradicionalmente
ocupan, cabiendo a la Unión demarcarlas, proteger y hacer respetar todos sus bienes”.
3
Art. 210 § 2º: “La enseñanza fundamental regular será ministrada en lengua portuguesa,
asegurada a las comunidades indígenas también la utilización de sus lenguas maternas y
procesos propios de aprendizaje”.
391
4
Art. 78: “El Sistema de Enseñanza de la Unión, con la colaboración de las agencias
federales de fomento a la cultura y de asistencia a los indios, desarrollará programas
integrados de enseñanza e investigaciones, para oferta de Educación escolar bilingüe e
intercultural a los pueblos indígenas, con los siguientes objetivos:
I. Proporcionar a los indios, sus comunidades y pueblos la recuperación de sus memorias
históricas; la reafirmación de sus identidades étnicas; la valorización de sus lenguas y
ciencias;
II. Garantizar a los indios, sus comunidades y pueblos el acceso a las informaciones, cono-
cimientos técnicos y científicos de la sociedad nacional y demás sociedades indígenas y
no indígenas”.
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5
Datos del Instituto Socioambiental, disponibles en www.socioambiental.org.br
6
Datos publicados en inep/mec, Estatísticas sobre educação escolar indígena no Brasil, 2007,
a partir del censo escolar de 2005.
393
394
Conclusiones
7
Sería oportuno, en otro momento, reflexionar sobre los motivos que llevaron a la antro-
pología brasileña a prácticamente silenciarse sobre cuestiones educativas, mientras en
otros contextos, especialmente en el escenario norteamericano, la antropología fue oída
para la comprensión de problemas educativos, no sólo de pueblos nativos, sino también
de la propia sociedad estadunidense.
395
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