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Don Quijote

de la Mancha

Miguel de Cervantes

Adaptado por Victoria Muñiz


Créditos

Coordinadora editorial: Paula Queraltó


––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Equipo editorial:
Edición: Aurora Martín de Santa Olalla
Corrección: Ana Portilla y Raquel Seijo
Diseño y puesta en página: Atype S.L.
Ilustraciones: Fernando San Martín
Cubierta: Atype S.L.
Fotografía de cubierta: enClave-ELE

© de esta edición enClave-ELE, 2012

Don Quijote de la Mancha


ISBN: 978-84-15299-10-3

Don Quijote de la Mancha + audio en MP3


ISBN: 978-84-15299-26-4

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Índice

Presentación del autor y la obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5


Primera Parte
Capítulo I. El famoso hidalgo don Quijote de la Mancha . . . 6
Capítulo II. La primera salida de don Quijote y cómo es
armado caballero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
Capítulo III. Aventura de don Quijote al salir de la venta . . . 12
Capítulo IV. Don Quijote regresa a su aldea . . . . . . . . . . . . 15
Capítulo V. El cura y el barbero queman los libros
de don Quijote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Capítulo VI. La segunda salida de don Quijote . . . . . . . . . . 19
Capítulo VII. La aventura de los molinos de viento . . . . . . . 21
Capítulo VIII. La aventura de los frailes y el vizcaíno . . . . . . 24
Capítulo IX. La aventura de los cabreros . . . . . . . . . . . . . . . 26
Capítulo X. La aventura de los yangüeses . . . . . . . . . . . . . . 30
Capítulo XI. Lo que sucedió en la venta . . . . . . . . . . . . . . . 33
Capítulo XII. La burla que hacen a Sancho en la venta . . . . 36
Capítulo XIII. La aventura de los rebaños de ovejas . . . . . . . 39
Capítulo XIV. La aventura de los batanes . . . . . . . . . . . . . . 42
Capítulo XV. La aventura del yelmo de Mambrino . . . . . . . . 44
Capítulo XVI. La aventura de los galeotes . . . . . . . . . . . . . . 47
Capítulo XVII. La carta a doña Dulcinea desde Sierra Morena . . 50
Capítulo XVIII. Sancho, el cura y el barbero van en busca
de don Quijote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Capítulo XIX. La batalla con los cueros de vino y el regreso
a la aldea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

3
Segunda Parte
Capítulo I. El cura y el barbero visitan a don Quijote enfermo . 58
Capítulo II. La conversación entre don Quijote, Sancho
y el bachiller . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Capítulo III. La graciosa charla entre Sancho y su mujer . . . 64
Capítulo IV. La tercera salida de don Quijote . . . . . . . . . . . . 65
Capítulo V. El encantamiento de la señora Dulcinea . . . . . . 67
Capítulo VI. La aventura del Caballero del Bosque . . . . . . . 70
Capítulo VII. El encuentro con el Caballero
del Verde Gabán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Capítulo VIII. La aventura de los leones . . . . . . . . . . . . . . . 76
Capítulo IX. Las bodas de Camacho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Capítulo X. La aventura de la cueva de Montesinos . . . . . . . 82
Capítulo XI. La aventura del barco encantado . . . . . . . . . . . 86
Capítulo XII. La aventura con los duques . . . . . . . . . . . . . . 89
Capítulo XIII. La aventura para desencantar a Dulcinea . . . . 92
Capítulo XIV. La aventura de Clavileño . . . . . . . . . . . . . . . . 94
Capítulo XV. Los consejos de don Quijote a Sancho
para gobernar la ínsula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Capítulo XVI. El gobierno de la ínsula Barataria . . . . . . . . . 99
Capítulo XVII. El fin del gobierno de Sancho . . . . . . . . . . . 101
Capítulo XVIII. El extraordinario suceso de la venta . . . . . . 104
Capítulo XIX. La aventura de los bandoleros . . . . . . . . . . . . 106
Capítulo XX. La llegada a Barcelona y la aventura
del Caballero de la Blanca Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Capítulo XXI. El regreso a la aldea y la muerte
de don Quijote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Actividades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
Soluciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

4
Presentación
del autor y la obra

Miguel de Cervantes nació en 1547 en Alcalá de Henares.


Marchó a Italia como soldado y participó en la batalla de
Lepanto en 1571. Cuando regresaba a España fue hecho pri-
sionero en Argel, donde estuvo cinco largos años.
Las dificultades económicas fueron una constante en su
vida. En 1585 publicó su primera novela, La Galatea. Dos
años después se estableció en Sevilla como recaudador de im-
puestos. Su trabajo le obligó a viajar por Andalucía y conoció
muchos pueblos y sus gentes; todo ese mundo quedó retrata-
do después en El Quijote.
En 1606 se trasladó a Madrid y allí vivió hasta su muerte,
en 1616. Este último periodo de su vida fue el de mayor crea-
ción literaria, pues el éxito de El Quijote en 1605 le llevó a pu-
blicar las Novelas Ejemplares en 1613, la segunda parte del
Quijote y sus Comedias y entremeses en 1615.
Cervantes es considerado el creador de la novela moderna
con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la mejor
obra de la literatura en lengua española.
En el prólogo y al final de la segunda parte, dice Cervantes
que escribió esta obra como crítica contra los libros de caba-
llerías, llenos de falsas y disparatadas historias. Y es verdad
que, en el siglo XVI, estos libros estaban en su apogeo con
todo tipo de continuaciones e imitaciones. Pero Cervantes va
más allá de ese objetivo y consigue hacer una obra maestra al
retratar la problemática humana, con temas tan universales
como el ansia de justicia, el valor de la amistad, la necesidad
de defender los propios valores, el juego de la mentira, y todo
ello expresado con un gran sentido del humor e ironía.

5
PRIMERA PARTE
I El famoso hidalgo
don Quijote de la Mancha

E n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero


acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidal-
go1 de lanza2 y escudo3 antiguos, rocín4 flaco y galgo5 corre-
dor. Comía carne picada la mayoría de las noches, huevos
con tocino los sábados, lentejas los viernes y algún pollo los
domingos. Tenía en su casa un ama6 con más de cuarenta
años y una sobrina que no llegaba a los veinte.
Nuestro hidalgo tenía cerca de cincuenta años. Era fuerte
pero flaco, de cara delgada, gran madrugador y amigo de
la caza. Dicen que se llamaba Quijada o Quesada, aunque
lo más probable es que fuera Quijada. Pero esto importa
poco a nuestro cuento; basta que la narración se ajuste a la
verdad.
Este hidalgo dedicaba sus ratos de ocio a leer libros de ca-
ballerías con tanta afición y gusto que olvidó la caza y hasta la
administración de sus posesiones; vendió muchas tierras para
comprar libros de caballerías y llevó a su casa todos los que
pudo.
Tanto se aficionó a sus lecturas que se pasaba las noches y
los días leyendo; y así, por dormir poco y leer mucho, se le
secó el cerebro 7 y se volvió loco. Su imaginación se llenó de
todo lo que leía en los libros sobre encantamientos, batallas,8
amores y disparates9 imposibles, y para él no había nada más
cierto en el mundo.
Cuando perdió totalmente la razón, se le ocurrió el más ex-
traño pensamiento que jamás tuvo ningún loco, y fue que le
pareció necesario hacerse caballero andante e irse por todo el

6
mundo con sus armas10 y caballo a buscar aventuras como las
que había leído en los libros, reparando injusticias y ofensas11
para ganar fama eterna.
Lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían
sido de sus bisabuelos. Fue luego a ver su rocín y, aunque
este estaba muy flaco, le pareció que ni el Babieca del Cid 12 se
podía comparar con él. Cuatro días estuvo pensando qué
nombre debía poner a su caballo. Después de probar muchos
nombres, decidió llamarle Rocinante.
Tardó después ocho días en ponerse un nombre a sí mis-
mo y al final decidió llamarse don Quijote. Pero recordó que
el valeroso 13 caballero Amadís14 había añadido el nombre de
su tierra para hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula.
Como buen caballero, él hizo lo mismo y se llamó don Quijo-
te de la Mancha.
Solo le faltaba buscar una dama de quien enamorarse, por-
que un caballero andante sin amores es como un árbol sin
hojas y sin fruto.
En un pueblo cerca del suyo, había una moza labradora
muy hermosa de la que él estuvo enamorado durante un
tiempo, aunque ella jamás lo supo. Se llamaba Aldonza Loren-
zo, pero él le buscó un nombre que pareciese de princesa y
gran señora, y la llamó Dulcinea del Toboso, 15 porque había
nacido en ese pueblo.

7
II La primera salida de
don Quijote y cómo es
armado caballero 16

N o quiso esperar más tiempo y sin decir nada a nadie,


una mañana del mes de julio, al amanecer, don Quijo-
te tomó sus armas, subió sobre Rocinante y salió al campo,
con grandísimo contento de ver que comenzaba su aventura.
Pero pronto recordó que no había sido armado caballero y,
según la ley de caballería, no podía ni debía utilizar las armas.
Esto le hizo dudar, pero decidió pedirle al primero que encon-
trase en su camino que le armase caballero.
Caminó todo el día y, al anochecer, su rocín y él estaban can-
sados y muertos de hambre. Mirando a todas partes por ver si
descubría algún castillo donde descansar, vio una venta,17 y a ella
se dirigió. Como don Quijote veía e imaginaba todo tal como lo
había leído en los libros de caballerías, la venta le pareció un
castillo y dos mujeres de mala vida que estaban en la puerta le
parecieron dos hermosas damas. Las mujeres se asustaron al ver
venir a un hombre armado de esa forma, y huyeron.18
—No huyan vuestras mercedes,19 pues la ley de caballería
me impide hacer daño, y menos aún a tan hermosas damas
—les dijo don Quijote.
Cuando ellas oyeron la extraña forma de hablar de don
Quijote, se rieron de él. Y cuanto más reían ellas, más se en-
fadaba don Quijote.
Salió entonces el ventero20 y, temiendo que el caballero
usase las armas, le ofreció comida y alojamiento. El ventero
ayudó a don Quijote a bajar del caballo y las dos mujeres le
ayudaron a quitarse las armas.

8
Pero lo que más le preocupaba a don Quijote era no verse ar-
mado caballero, porque así no podría comenzar ninguna aventu-
ra. Así que llamó al ventero, se puso de rodillas ante él y le dijo:
—No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballe-
ro, hasta que me conceda el deseo 21 que quiero pedirle.
El ventero le dijo que sí y don Quijote respondió:
—No esperaba menos de vuestra merced. El deseo que
os pido es que mañana me arméis caballero. Esta noche en
la capilla22 de vuestro castillo velaré las armas23 y mañana
se cumplirá lo que tanto deseo, para poder ir por el mundo
buscando las aventuras y ayudando a la gente necesitada.
El ventero se dio cuenta de que estaba loco y le siguió la broma
para divertirse. Le dijo que en su castillo no había capilla donde
velar las armas, pero que podía hacerlo en el patio 24 del castillo, y
por la mañana se haría la ceremonia para armarle caballero.
Le preguntó si traía dinero; respondió don Quijote que no lleva-
ba nada, porque él nunca había leído en las historias de los caba-
lleros andantes que lo llevasen. El ventero le dijo que se
equivocaba, que los autores de esos libros no lo escribían porque
era cosa clara que había que llevar dinero y camisas limpias. Ade-
más, llevaban una caja pequeña llena de ungüentos25 para curar las
heridas que recibían en los combates.26 Y la mayoría de los caballe-
ros andantes tenían escuderos27 que los acompañaban en sus viajes.
Don Quijote prometió hacer lo que le aconsejaba y luego
empezó a velar las armas en un patio grande que había en la
venta. Recogió todas las armas y las puso sobre una pila 28 de
agua. Después tomó la lanza y comenzó a pasear delante de
la pila. Era ya de noche.
Un hombre que cuidaba de los caballos quiso dar agua a
sus animales y tuvo que quitar las armas que estaban sobre la
pila. Don Quijote, al verle* llegar, le gritó:

* Se ha respetado el leísmo del autor. Este fenómeno consiste en el uso de le (pronombre com-
plemento directo) en lugar de lo (pronombre complemento directo) para referirse a un obje-
to directo de persona de sexo masculino. Este empleo, que aparece en la literatura desde la
Edad Media, se produce, sobre todo, en Castilla León. Ha llegado hasta nuestros días y está
admitida por la Real Academia Española.

9
10
—¡Oh, tú, que te atreves29 a tocar las armas del más valero-
so caballero! Mira lo que haces y no las toques, si no quieres
perder la vida por tu atrevimiento.
El hombre no hizo caso y arrojó 30 las armas al suelo. Enton-
ces don Quijote levantó su lanza y le dio un golpe tan grande
en la cabeza que le tiró al suelo y le dejó malherido. Luego
recogió sus armas y volvió a pasear como antes.
Los compañeros del herido vinieron al oír ruido y comen-
zaron a tirarle piedras a don Quijote, hasta que el ventero lo-
gró que parasen, diciéndoles que se trataba de un loco.
El ventero decidió entonces acabar la ceremonia de las
armas y le dijo a don Quijote que ya había velado las armas
bastantes horas y que podía ser armado caballero. Trajo un
libro cualquiera y mandó a don Quijote ponerse de rodillas.
Fingió 31 que leía una oración y le dio un golpe con la espada32
en los hombros al tiempo que le nombraba caballero.
Terminada la ceremonia, don Quijote sacó a Rocinante, su-
bió en él, y salió de la venta.

11
III Aventura de don Quijote
al salir de la venta

A manecía cuando don Quijote salió de la venta, muy


contento por verse ya armado caballero. Pero recordó
los consejos del ventero y decidió volver a su casa para lle-
varse camisas y dinero, y buscar un escudero. Para este tra-
bajo pensó en un labrador vecino suyo, que era pobre y con
hijos.
No había caminado mucho cuando le pareció oír unas vo-
ces que salían del bosque, de alguien que se quejaba.
—Gracias doy al cielo —dijo don Quijote—, pues pronto
voy a poder cumplir con mi profesión de caballero. Estas vo-
ces son, sin duda, de alguien que necesita mi ayuda.
Entró en el bosque y vio a un muchacho de unos quince
años, desnudo de cintura para arriba y atado a un árbol, que
gritaba porque un labrador 33 le estaba azotando.34
—No lo haré otra vez, señor; prometo tener más cuidado
con el rebaño —decía el muchacho.
Viendo don Quijote lo que pasaba, dijo enfadado:
—¡Mal está pegar a quien no se puede defender! ¡Subid a
vuestro caballo, tomad vuestra lanza y pelead conmigo!
El labrador, que vio aquella figura35 armada moviendo la
lanza sobre su cara, pensó que le iba a matar y respondió:
—Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es
mi criado, 36 y es tan descuidado que cada día me falta una
oveja del rebaño que guarda. Y porque castigo su descuido,
dice que no le pago su salario, y eso es mentira.

12
—¿Decís que él miente? —dijo don Quijote—. ¿Cómo os
atrevéis? ¡Desatadlo y pagadle!
El labrador desató a su criado y dijo a don Quijote:
—Lo malo, señor caballero, es que no tengo aquí dinero.
Que se venga Andrés conmigo a mi casa y yo le pagaré.
—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. No, señor; por-
que cuando esté solo me arrancará la piel.
—No lo hará —dijo don Quijote—, basta que yo se lo man-
de para que me tenga respeto; y si él me lo jura 37 por la ley de
caballería, le dejaré ir libre.
—Mire que mi amo no es caballero, que es Juan Haldudo
el rico, vecino de Quintanar 38 —dijo el muchacho.
—Eso importa poco —dijo don Quijote—, porque puede
haber Haldudos caballeros. Cada uno es hijo de sus obras.39
—Es verdad —dijo Andrés—; pero mi amo, ¿de qué obras
es hijo si me niega el salario ganado con mi trabajo?
—No lo niego —dijo el labrador—; venid conmigo, que yo
os juro por todas las leyes de caballerías que os pagaré.
—Cumplid lo que habéis jurado —dijo don Quijote—; si
no, os juro yo también que os buscaré para castigaros. Sabed
que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el que des-
hace las injusticias y ofensas.
Y dicho esto, se alejó sobre Rocinante. El labrador esperó a
que desapareciese don Quijote y dijo a su criado:
—Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo
como me ha mandado aquel deshacedor de injusticias.
—Hará bien en cumplir el mandamiento de aquel buen ca-
ballero y buen juez; si no, volverá y hará lo que dijo.
El labrador volvió a atar al muchacho al árbol y le dio tan-
tos azotes que le dejó medio muerto.
—Llamad ahora —decía el labrador— al deshacedor de in-
justicias, veréis como no deshace esta.
Finalmente, le desató y le dejó ir a buscar a su juez. El mu-
chacho se fue llorando y el labrador se quedó riendo.

13
Así deshizo esta injusticia el valeroso don Quijote; el cual,
muy satisfecho de su primera hazaña,40 iba diciendo:
—¡Oh, Dulcinea del Toboso!, bien tienes a tu servicio al va-
liente y famoso caballero don Quijote de la Mancha.
Al poco rato, vio venir a un grupo de gente. Eran unos
mercaderes41 toledanos que iban a comprar seda42 a Murcia.
Pero don Quijote se imaginó que era una nueva aventura y
quiso imitar todo lo que había leído en sus libros. Pensando
que eran caballeros andantes, se puso en medio del camino
con el escudo y la lanza en las manos y dijo en voz alta:
—Todo el mundo se pare y no continúe hasta que afirme
que no hay en el mundo dama más hermosa que la empera-
triz de la Mancha, doña Dulcinea del Toboso.
Los mercaderes se pararon y pensaron que estaba loco.
—Señor caballero, nosotros no conocemos a esa buena se-
ñora —dijo uno—; mostrádnosla, y si es tan hermosa como
decís, de buena gana afirmaremos la verdad que nos pedís.
—Si os la mostrara —contestó don Quijote—, ¿qué valor
tendría afirmar una verdad tan cierta? La importancia está en
que sin verla lo debéis creer, afirmar y defender.
—Señor caballero —respondió el mercader—, ruego que
nos muestre algún retrato de esa señora; que aunque en él
aparezca tuerta, 43 diremos que es hermosa por complacerle.
—No es tuerta, canalla —respondió don Quijote muy enfa-
dado—; ¡ahora vais a pagar esta mentira!
Y atacó con la lanza al mercader, pero Rocinante tropezó y
cayó al suelo con su amo. Don Quijote fue incapaz de levan-
tarse por el peso de su armadura,44 y gritaba:
—No huyáis, gente cobarde.
Un criado de los mercaderes, cansado de oír tantos insul-
tos, se acercó a él, rompió la lanza en pedazos y le dio tantos
golpes a don Quijote que ya no pudo levantarse. Los merca-
deres siguieron su camino.

14
Don Quijote regresa
IV
a su aldea 45

P or suerte pasó por allí un labrador vecino suyo, que ve-


nía de llevar trigo46 al molino en su asno.47 Al ver a
aquel hombre herido en el suelo, el labrador se acercó a él, le
levantó la visera48 del casco,49 le limpió la cara, que la tenía
cubierta de polvo, y entonces le reconoció como su vecino el
señor Quijana, que así se debía de llamar nuestro don Quijote
antes de ser caballero andante.
El labrador intentó levantarle del suelo y le subió sobre su
asno. Recogió las armas, las puso sobre Rocinante y se dirigió
con ellos hacia su pueblo. Don Quijote confundió50 al labra-
dor con un personaje de sus libros de caballerías y le llamó
marqués de Mantua, al tiempo que le hablaba de hazañas he-
chas por él y se llamaba a sí mismo Valdovinos.
Al oír tantas tonterías, el labrador pensó que su vecino es-
taba loco y le dijo:
—Mire vuestra merced, señor, que yo no soy el marqués de
Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es
Valdovinos, sino el honrado51 señor Quijana.
—Yo sé quién soy —respondió don Quijote— y sé que
puedo ser todos los caballeros que ha habido, pues mis haza-
ñas serán mejores que las suyas.
Llegaron al pueblo cuando ya anochecía y entraron en la
casa de don Quijote. En ella estaban el cura y el barbero del
pueblo, que eran amigos de don Quijote, y hablaban con la
sobrina y el ama.
—Hace tres días que no aparecen ni él, ni el rocín, ni la
lanza, ni las armas —decía el ama—. Estos malditos libros de

15
caballerías que él lee tienen la culpa. Ahora me acuerdo ha-
berle oído decir muchas veces que quería hacerse caballero
andante e irse a buscar aventuras.
La sobrina decía lo mismo:
—Sepa, señor barbero, que muchas veces mi tío leía esos
libros día y noche, y cuando dejaba el libro, tomaba la espada
y peleaba con las paredes, y decía que había matado a mu-
chos gigantes. Pero yo tengo la culpa de todo, que no avisé a
vuestras mercedes de los disparates de mi tío, para que que-
maran todos esos libros.
—Esto digo yo también —dijo el cura—, y mañana los
echaremos al fuego, para evitar que puedan leerlos otras per-
sonas y hagan lo mismo que mi buen amigo.
Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote. El la-
brador comprendió así la enfermedad de su vecino y comen-
zó a decir a voces:
—Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos, que viene
malherido, y al señor marqués de Mantua.
A estas voces salieron todos y corrieron a abrazar a don
Quijote, pero él dijo:
—Párense todos, que vengo malherido por culpa de mi ca-
ballo. Llévenme a mi cuarto y llamen, si es posible, a la sabia
Urganda 52 para que cure mis heridas.
—Suba vuestra merced —dijo el ama—, que sin que venga
esa señora nosotras le sabremos curar.
Le llevaron a la cama y le hicieron mil preguntas, pero él
no quiso responder y pidió que le diesen de comer y le deja-
sen dormir, que era lo que más le importaba.

16
El cura y el barbero
queman los libros V
de don Quijote

A l día siguiente, el cura y el barbero fueron a casa de


don Quijote, el cual todavía dormía. Pidieron a la so-
brina las llaves de la habitación donde estaban los libros. En-
traron todos dentro, y el ama con ellos.
En cuanto el ama vio los libros, tuvo miedo de que hubiese
en la habitación algún encantador 53 de los muchos que había
en esos libros y les hiciese daño también a ellos.
El cura se rio del ama, y mandó al barbero que le fuese
dando aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban,
pues podía ser que algunos no mereciesen el fuego.
—No —dijo la sobrina—, no hay por qué salvar ninguno,
porque todos han hecho daño a mi tío. Será mejor tirarlos por
la ventana al corral 54 del patio y allí quemarlos.
Lo mismo dijo el ama, pero el cura quiso leer antes los títu-
los. Y el primero que el barbero le dio fue Amadís de Gaula.
—Este libro fue el primero de caballerías que se imprimió
en España. Y así, me parece que, por ser el principio de todos
los demás libros, debemos echarlo al fuego —dijo el cura.
—No, que he oído decir que es el mejor de todos
los libros de caballerías, y por eso se debe salvar —dijo el
barbero.
—Es verdad —dijo el cura—. Veamos ese otro.
—Es las Sergas de Esplandián, 55 hijo de Amadís de Gaula
—dijo el barbero.
—No por ser bueno el padre vamos a salvar al hijo —dijo
el cura—. Tome, señora ama, échelo al corral para quemarlo.

17
—Todos estos libros son también de Amadís.
—Pues vayan todos al corral —dijo el cura.
Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, man-
dó al ama que tomase todos los libros grandes y los tirase al
corral. Ella, que era la que más gana tenía de quemarlos, tomó
muchos libros juntos y se le cayó uno a los pies del barbero.
Este quiso ver de quién era: Historia del famoso caballero
Tirante el Blanco.
—¡Válgame Dios! —exclamó el cura—. Tirante el Blanco
es, por su estilo, el mejor libro del mundo: aquí comen los ca-
balleros, y duermen y mueren en sus camas, y es un libro
muy divertido. Lléveselo a su casa y léalo; verá que es verdad.
—Así será —respondió el barbero—, pero ¿qué haremos
de estos pequeños libros que quedan?
—Estos no deben de ser de caballerías, sino de poesía
—dijo el cura abriendo el libro La Diana, de Montemayor—.
Estos no merecen ser quemados porque no hacen daño.
—¡Ay, señor! —dijo la sobrina—. Bien los puede mandar
quemar, porque sería peor que mi tío, después de curarse de
la enfermedad caballeresca, leyese estos libros y quisiese ha-
cerse pastor y poeta, que es enfermedad incurable.
—Dice la verdad —dijo el cura—, será mejor quitarle a
nuestro amigo la ocasión de enfermar otra vez. Pero dejemos
este libro por ser el primero. ¿Y qué libro es ese?
—La Galatea, 56 de Miguel de Cervantes —dijo el barbero.
—Hace muchos años que es gran amigo mío ese Cervantes
—dijo el cura—. Su libro tiene algo de buena invención; pro-
pone algo y no llega al final de la historia: es necesario espe-
rar la segunda parte que promete. Mientras tanto, guárdelo.
—Así lo haré con mucho gusto —respondió el barbero.

18
La segunda salida de VI
don Quijote

M ientras el cura y el barbero decidían qué libros iban a


quemar, don Quijote comenzó a gritar:
—Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí debéis mostrar la
fuerza de vuestros valerosos brazos.
El cura y el barbero fueron al cuarto de don Quijote y,
cuando llegaron, él estaba levantado de la cama dando golpes
a todas partes. Le llevaron de nuevo a la cama, le dieron de
comer y él se quedó otra vez dormido.
Aquella noche el ama quemó todos los libros que había
en el corral y en toda la casa. El cura y el barbero decidieron
tapiar57 el cuarto donde estaban los libros de caballerías y decir,
si él preguntaba, que un encantador se los había llevado.
Cuando se levantó don Quijote, lo primero que hizo fue
ir a ver sus libros. Como no encontraba el cuarto, preguntó
por él.
—Ya no hay cuarto ni libros en esta casa, porque todo se
lo llevó el mismo diablo —dijo el ama.
—No era diablo —dijo la sobrina—, sino un encantador
que vino una noche sobre una nube, entró en el cuarto y al
poco rato salió volando y dejó la casa llena de humo, mien-
tras decía en voz alta que había hecho aquel daño por ene-
mistad con el dueño de aquellos libros y que se llamaba el
sabio Muñatón.
—Frestón diría —dijo don Quijote.
—No sé —respondió el ama— si se llamaba Frestón o
Fritón,58 solo sé que su nombre acababa en tón.

19
—Así es —dijo don Quijote—, ese es un sabio encantador,
gran enemigo mío, porque sabe que tendré que pelear con
un caballero a quien él protege y le venceré. Por eso intenta
hacerme todo el daño que puede.
—¿Y quién le mete a vuestra merced en esas peleas? ¿No
será mejor estarse tranquilo en su casa y no irse por el mundo
a buscar aventuras? —dijo la sobrina.
No quisieron las dos insistir más, porque vieron que don
Quijote se enfadaba mucho.
Y así estuvo él quince días en casa muy tranquilo. En este
tiempo don Quijote fue a ver a un labrador vecino suyo. San-
cho Panza, que así se llamaba, era un hombre de bien,59 pero
de muy poca inteligencia. Tanto le dijo y tanto le prometió,
que el hombre decidió irse con él y servirle de escudero. Don
Quijote le decía que tal vez en alguna aventura ganase una
ínsula 60 y le dejase a él como gobernador.
Don Quijote buscó dinero y encargó a Sancho que llevase
alforjas61. Dijo Sancho que también pensaba llevar un asno
que tenía, porque no estaba acostumbrado a andar mucho.
Cuando todo estuvo preparado, sin despedirse Sancho de sus
hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche
salieron sin que nadie los viese. Don Quijote tomó
el mismo camino que en su primer viaje, por el campo de
Montiel. 62
Iba Sancho Panza sobre su asno, con mucho deseo de ver-
se ya gobernador de la ínsula prometida, y dijo:
—Mire, señor caballero andante, que no se le olvide la
ínsula, que yo la sabré gobernar aunque sea muy grande.
—Has de saber —respondió don Quijote— que fue cos-
tumbre de los caballeros andantes hacer gobernadores a sus
escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo pienso
seguir esta costumbre.

20
La aventura de los molinos
VII
de viento

I ban conversando cuando descubrieron treinta o cuarenta


molinos de viento que había en aquel campo.
—La suerte va guiando nuestras cosas mejor de lo que pen-
sábamos —dijo don Quijote—; porque mira allí, amigo San-
cho Panza, donde se ven treinta o más gigantes. Pienso pelear
con ellos y quitarles a todos las vidas, y con el botín 63 que ga-
nemos comenzaremos a hacernos ricos.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves de los brazos largos —respondió su
amo.
—Mire vuestra merced que aquellos no son gigantes sino
molinos de viento —respondió Sancho—, y lo que en ellos
parecen brazos son las aspas 64 que mueve el viento.
—Veo que no sabes de aventuras —respondió don Quijo-
te—; ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y
reza65 mientras yo voy a pelear con ellos.
Y, sin escuchar las voces de su escudero Sancho, salió co-
rriendo con su caballo Rocinante mientras decía:
—No huyáis, cobardes, que un solo caballero os ataca.
Entonces se levantó un poco de viento y las grandes aspas
comenzaron a moverse. Don Quijote pidió ayuda a su señora
Dulcinea, como hacían los caballeros, y con la lanza en la
mano puso a todo galope 66 a Rocinante y atacó el primer mo-
lino que estaba delante. Pero el viento hizo girar el aspa con
tanta fuerza que rompió la lanza y arrastró67 al caballo y al ca-
ballero, el cual fue rodando malherido por el campo. Acudió
Sancho a socorrerle68 y vio que no se podía mover.

21
22
—¡Válgame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra
merced que mirase bien lo que hacía, que eran molinos de
viento?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las
cosas de la guerra cambian continuamente. Más aún, yo pien-
so que aquel sabio Frestón que me robó los libros ha conver-
tido estos gigantes en molinos, por quitarme la fama de
haberlos vencido. Pero poco podrá su maldad contra la bon-
dad de mi espada.
Sancho le ayudó a levantarse y a subir sobre Rocinante y
siguieron el camino de Puerto Lápice,69 porque don Quijote
decía que allí encontrarían muchas aventuras.
Cuando llegó la hora de comer, Sancho avisó a su amo,
pero este le respondió que comiese lo que quisiese, que él no
tenía necesidad. Sancho se puso cómodo en su asno, sacó
comida de las alforjas y fue caminando y comiendo detrás de
su amo.
Aquella noche la pasaron entre unos árboles; don Quijote
pensando en su señora Dulcinea, para hacer lo que había leí-
do en sus libros, y Sancho Panza durmiendo felizmente.
Por la mañana continuaron el viaje. Don Quijote advirtió a
Sancho:
—Aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no
debes usar tu espada para defenderme si son caballeros quie-
nes me atacan; pero si fuese gente de clase baja, puedes ayu-
darme.
—Puede estar seguro vuestra merced de que le obedeceré
en esto —respondió Sancho—, que yo soy un hombre pacífi-
co70 y no me gusta meterme en peleas. Claro que si necesito
defenderme a mí mismo, no tendré en cuenta esas leyes de la
caballería.

23
VIII La aventura de los frailes
y el vizcaíno 71

E stando en esta conversación, aparecieron por el camino


dos frailes72 sobre dos mulas73 y detrás de ellos venía un
coche de caballos, donde viajaba una señora vizcaína que iba
a Sevilla, acompañada de otros vizcaínos en mulas. No venían
juntos los frailes con ella, pero llevaban el mismo camino. Al
verlos de lejos, don Quijote dijo a su escudero:
—O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventu-
ra que se haya visto; porque aquellas figuras negras deben de
ser algunos encantadores que llevan prisionera74 a alguna
princesa, y es necesario que yo la ayude.
—Peor será esto que los molinos de viento —dijo San-
cho—. Mire, señor, que aquellos son frailes y el coche debe
de ser de viajeros.
—Ya te he dicho, Sancho, que sabes poco de aventuras
—respondió don Quijote—; lo que yo digo es verdad y ahora
lo verás.
Don Quijote se puso en medio del camino, avanzó con
el caballo y atacó con su lanza a los frailes. Uno de ellos
cayó de la mula y el otro salió huyendo de miedo. Sancho,
al ver al fraile en el suelo, comenzó a quitarle los vestidos,
pensando que le pertenecían como parte del botín de la
batalla que había ganado su amo. Pero unos criados que
acompañaban a los frailes aprovecharon que don Quijote
estaba hablando ya con la señora del coche, para d arle tan-
tos golpes a Sancho que le dejaron tendido en el suelo sin
sentido.

24
Mientras, don Quijote estaba diciendo a la dama:
—Hermosa señora mía, ya sois libre; mi fuerte brazo ha de-
rrotado a los que os tenían prisionera. Sabed que yo me llamo
don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, al
servicio de la hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago
del favor que os he hecho, quiero que vayáis al Toboso y os
presentéis ante esta señora y le digáis lo que he hecho por
vuestra libertad.
Un escudero vizcaíno que oyó lo que decía don Quijote, se
acercó a él y le dijo:
—Vete, caballero, que si no dejas que el coche siga su
camino, te mataré.
Don Quijote sacó su espada con la intención de quitarle la
vida. El vizcaíno hizo entonces lo mismo. El primero en atacar
fue el vizcaíno, que golpeó a don Quijote en el hombro iz-
quierdo y le rompió el casco cortándole media oreja. Este res-
pondió con un golpe tan fuerte que el vizcaíno comenzó a
echar sangre por la nariz y por la boca, y cayó al suelo mal-
herido. Don Quijote fue hacia él y le amenazó 75 con cortarle la
cabeza, pero la señora del coche se acercó a don Quijote y le
pidió el favor de perdonar la vida a su escudero. Don Quijote
respondió:
—Yo estoy contento, hermosa señora, de hacer lo que me
pedís. Pero este caballero debe prometerme ir al Toboso y
presentarse de mi parte ante doña Dulcinea, para que ella
haga de él lo que quiera.
La señora prometió que el escudero haría todo aquello que
le mandase.
—Esa palabra es suficiente —dijo don Quijote—; yo no le
haré más daño, aunque lo tenía bien merecido.

25
IX La aventura de los
cabreros 76

S ancho Panza había estado atento a la batalla de su señor


don Quijote y rogaba a Dios que le diese la victoria y
que en ella ganase alguna ínsula de la que le hiciese goberna-
dor. Cuando acabó la pelea, Sancho fue hacia él y le dijo:
—Vuestra merced puede darme el gobierno de la ínsula que
en esta batalla se ha ganado, que yo me siento con fuerzas para
saber gobernarla tan bien como cualquier gobernador.
—Sancho, en estas aventuras solo se gana sacar rota la ca-
beza o tener una oreja menos. Ten paciencia, que ya habrá
aventuras donde te pueda hacer gobernador —respondió él.
Después subieron a los caballos y entraron en un bosque
que había cerca. Entonces preguntó don Quijote a Sancho:
—¿Has visto más valeroso caballero que yo en toda la tie-
rra? ¿Has leído que otro caballero haya tenido más valor?
—La verdad es —dijo Sancho— q ue yo no sé leer ni escri-
bir. Pero nunca he servido a un amo tan atrevido como vues-
tra merced. Y ahora le ruego que se cure la oreja, que está
echando mucha sangre.
—Podría curarla si yo recordara cómo se hace el bálsamo
de Fierabrás 77 —respondió don Quijote.
—¿Qué bálsamo es ese? —preguntó Sancho Panza.
—Es un bálsamo con el cual no hay que tener miedo a mo-
rir de ninguna herida —respondió don Quijote—. Así que
cuando lo haga y te lo dé, si ves que en alguna batalla me
parten el cuerpo por la mitad, juntas las dos partes, me das a
beber del bálsamo y quedaré más sano que una manzana.

26
—Si eso es así —dijo Sancho—, renuncio al gobierno de la
prometida ínsula y lo único que quiero es que me dé la receta
de ese bálsamo, pues ganaré mucho dinero vendiéndolo y
podré vivir descansadamente.
—Tranquilo, Sancho, que pienso enseñarte más secretos y
hacerte más favores. Y ahora mira si traes algo de comer en
esas alforjas, porque luego vamos a buscar algún castillo don-
de alojarnos esta noche y hacer el bálsamo, que me está do-
liendo mucho la oreja.
—Aquí traigo una cebolla y un poco de queso, y unos tro-
zos de pan —dijo Sancho—; pero no es comida para tan va-
liente caballero como vuestra merced.
—¡Qué mal lo entiendes! —respondió don Quijote—. Has
de saber que aunque en los libros no dicen que los caballeros
andantes coman, se entiende que no podían estar sin comer,
y puesto que se pasaban la vida en el campo, su comida sería
tan sencilla como la que tú me ofreces.
Sacó Sancho lo que traía y comieron los dos en paz. Subie-
ron luego a caballo y se dieron prisa por llegar a algún pue-
blo, pero ya anochecía y se quedaron junto a las cabañas 78 de
unos cabreros para pasar la noche.
Los cabreros los recibieron con amabilidad. Sancho se ocu-
pó de Rocinante y de su asno y después se acercó a un calde-
ro79 donde había un guiso de carne de cabra que olía muy
bien. Los cabreros los convidaron a comer. Viendo don Quijo-
te que Sancho estaba de pie, le dijo:
—Para que veas, Sancho, el bien que encierra la andante
caballería, quiero que aquí a mi lado te sientes en compañía
de esta buena gente, y que comas en mi plato y bebas por
donde yo bebo, porque la caballería andante es como el
amor, que todas las cosas iguala.
Los cabreros, que no entendían de escuderos y de caballe-
ros andantes, comían y callaban, sin dejar de mirar a sus invi-
tados, que tragaban con gran apetito. Una vez acabada la
carne, sacaron bellotas 80 y medio queso.

27
Don Quijote tomó un puñado81 de bellotas y dijo:
—Dichosos siglos aquellos a los que llamaron dorados, y no
porque hubiese mucho oro, sino porque los que vivían en ese
tiempo no conocían las palabras tuyo y mío. Eran entonces todas
las cosas de todos: para comer bastaba con levantar la mano y al-
canzar el fruto de las encinas. Las fuentes y los ríos ofrecían fres-
cas y transparentes aguas. Todo era paz y amistad. El engaño no
se mezclaba con la verdad. La justicia era respetada. Y ahora, en
estos tiempos, nada está seguro. Por eso se creó la orden de los
caballeros andantes; para defender a las doncellas,82 proteger a las
viudas83 y socorrer a los huérfanos84 y a los necesitados. De esta
orden soy yo, hermanos cabreros, a quienes agradezco el haber-
nos acogido tan amablemente a mí y a mi escudero.
Los cabreros le estuvieron escuchando con atención y uno
de ellos quiso ofrecer una canción a don Quijote para que
viese que también por los montes y bosques conocían la mú-
sica. El cabrero que sabía tocar el rabel 85 comenzó a cantar
una canción de amores que gustó mucho a todos.
Antes de ir todos a descansar, un cabrero que vio la herida
de don Quijote le dijo que él sabía cómo curarla: tomó algu-
nas hojas de romero, las machacó y las mezcló con un poco
de sal y le puso la mezcla en la oreja, diciéndole que no ne-
cesitaba otra medicina, y así fue.
Llegó entonces un cabrero del pueblo cercano y dijo a sus
compañeros que había muerto el pastor Grisóstomo por su
amor a Marcela y que le iban a enterrar 86 al día siguiente. Don
Quijote preguntó quién era aquel pastor, y un cabrero le con-
tó la historia de Grisóstomo y Marcela: el joven era rico y ha-
bía sido estudiante en Salamanca,87 pero cuando vino de allí
se vistió de pastor y se fue al monte. A todos sorprendió este
comportamiento y no podían adivinar la causa. En otra aldea,
unos ricos labradores murieron y dejaron huérfana a su hija
Marcela, que fue cuidada por su tío. Creció la niña y era tal su
belleza que todos se enamoraban de ella.
—El cuento es muy bueno —dijo don Quijote—, y lo con-
táis con mucha gracia. Seguid, por favor.

28
—Marcela no quería casarse —continuó el cabrero—, y un
día se vistió de pastora y se fue al campo a cuidar su rebaño
de cabras. Desde entonces, muchos jóvenes ricos han tomado
el traje de pastor y van detrás de ella para pedirle el
casamiento. Pero a nadie ha dado esperanza de alcanzar su
deseo. Y así es como el rico Grisóstomo no ha soportado este
desamor y ha puesto fin a su vida.
Don Quijote le agradeció la narración de este entretenido
cuento y después se fueron todos a dormir.
Al día siguiente don Quijote y Sancho se fueron con los ca-
breros a ver el entierro de Grisóstomo. Un amigo del muerto
hizo un discurso y criticó la crueldad de la pastora. Llegó en-
tonces la propia Marcela y explicó a todos que ella no tenía
ninguna culpa.
—No entiendo —dijo ella— que alguien esté obligado a
amar a quien le ama. El verdadero amor ha de ser voluntario.
Yo no elegí la hermosura que tengo, pero sí nací libre, y para
poder vivir libre escogí la soledad88 de los campos.
Y diciendo esto se adentró en el monte. Algunos quisieron
seguirla, y don Quijote decidió socorrer a la doncella.
—Ninguna persona se atreva a seguir a la hermosa Marce-
la. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o
ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo.
Y ninguno de los pastores se movió. Acabado el entierro,
don Quijote se despidió de los cabreros.

29
X La aventura de los
yangüeses 89

C uando don Quijote se despidió de los cabreros, él


y su escudero entraron en un bosque y llegaron a
un prado de fresca hierba por donde corría un arroyo. 90
Don Quijote y Sancho dejaron al asno y a Rocinante pacer91
por el prado, mientras ellos comían de lo que había en las
alforjas.
Había en aquel prado una manada92 de yeguas93 de unos
yangüeses que habían parado a echarse la siesta. Cuando Ro-
cinante olió a las yeguas, tuvo ganas de satisfacer su necesi-
dad con ellas y se acercó, pero le recibieron a coces.94 Viendo
los yangüeses que el caballo insistía, acudieron con palos y le
dieron golpes hasta derribarlo malherido en el suelo.
Don Quijote y Sancho vieron la paliza de Rocinante y llega-
ron corriendo.
—Por lo que veo, amigo Sancho —dijo don Quijote—,
estos no son caballeros, sino gente sin educación. Te lo digo
porque me puedes ayudar a tomar venganza95 del daño que
han hecho a Rocinante delante de nuestros ojos.
—¿Qué diablos de venganza —respondió Sancho— si ellos
son más de veinte y nosotros dos?
—Yo valgo por ciento —contestó don Quijote.
Y sin decir más, sacó su espada y atacó a los yangüeses. Lo
mismo hizo Sancho Panza. Don Quijote rompió con su espa-
da el vestido de uno y le hirió en la espalda.
Los demás yangüeses acudieron con palos y comenzaron a
dar golpes a los dos hasta derribarlos en el suelo. Cuando vie-

30
31
ron los yangüeses lo que habían hecho, cargaron sus yeguas y
siguieron su camino.
—¡Ay, señor don Quijote! Querría, si fuese posible, que
vuestra merced me diese un trago de aquella bebida del feo
Blas, 96 si es que la tiene a mano —se quejó Sancho.
—¡Ojalá la tuviese! —respondió don Quijote, con el cuerpo
dolorido—. Pero te juro que la tendré antes de dos días. Yo
tengo la culpa de todo por haber usado la espada contra
hombres que no eran caballeros armados como yo. No hay
que desobedecer las leyes de la caballería. Por tanto, cuando
veas que esa gente nos hace una ofensa, ataca tú con tu espa-
da, que yo te defenderé a ti de los caballeros.
—Señor, yo soy hombre pacífico —dijo Sancho— y perdo-
no cualquier ofensa, porque tengo mujer e hijos que cuidar.
Así que no pienso sacar mi espada contra ningún hombre, ni
rico ni pobre, ni de clase baja ni caballero.
—Estás en un error, Sancho —dijo don Quijote—. Si la
suerte quiere que te haga gobernador de alguna ínsula, ¿cómo
la vas a defender si no tienes valor para vengar las ofensas?
Veamos cómo está Rocinante.
—Lo raro es que mi asno se haya librado de los golpes
—dijo Sancho.
—La suerte siempre deja una puerta abierta en las desgra-
cias, 97 para salir de ellas —dijo don Quijote—. Lo digo porque
este asno podrá llevarme ahora a algún castillo donde curen
mis heridas. Así que, Panza amigo, levántate lo mejor que
puedas y ponme encima de tu asno, y vámonos de aquí antes
de que llegue la noche.
Sancho colocó a don Quijote atravesado sobre su asno y se
puso a caminar con Rocinante detrás. Al poco rato descubrie-
ron una venta, que para don Quijote era un castillo.

32
Lo que sucedió XI
en la venta

E l ventero, que vio a don Quijote atravesado en el asno,


preguntó a Sancho qué le pasaba. Sancho le respondió
que su amo se había caído desde una roca.
Servía en la venta una moza asturiana, 98 ancha de cara, de
nariz chata,99 tuerta de un ojo y no muy sana del otro. Pero te-
nía un cuerpo que hacía olvidar las demás faltas. Maritornes,
que así se llamaba la asturiana, y la hija del ventero prepara-
ron una cama a don Quijote, poniendo un colchón, duro
como una piedra, sobre unas tablas.
En esta pobre cama se acostó don Quijote, y la ventera y su
hija le pusieron unas vendas. 100 La ventera, al ver los cardena-
les,101 dijo que aquello parecían golpes y no caída.
—No fueron golpes —dijo Sancho—, sino que la roca tenía
muchos picos y cada uno le hizo un cardenal.
—¿Cómo se llama este caballero? —preguntó Maritornes.
—Don Quijote de la Mancha —respondió Sancho Panza—,
y es caballero aventurero, y de los mejores y más fuertes que
se han visto en el mundo.
—¿Qué es caballero aventurero? —preguntó la moza.
—¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis? —respon-
dió Sancho—. Sabed que caballero aventurero es algo que tan
pronto se ve apaleado 102 como se ve emperador;103 hoy es el
más desgraciado del mundo y mañana tiene dos o tres reinos
para dar a su escudero.

33
Don Quijote, que los estaba escuchando muy atento, dijo a
la ventera:
—Creedme, hermosa señora, que os podéis considerar con
suerte por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona.
Mi escudero os dirá quién soy. Solo os digo que recordaré
siempre el servicio que me habéis hecho.
Las tres mujeres no entendían lo que decía el caballero,
pero le agradecieron sus palabras y dejaron que Maritornes
curase a Sancho, que lo necesitaba tanto como su amo.
En la misma habitación, tenía su cama un hombre que ha-
bía llegado a la venta para pasar la noche. Él y Maritornes ha-
bían dicho de verse allí en el cuarto cuando durmiesen todos.
La cama de don Quijote estaba en medio de la habitación y
junto a ella puso Sancho su manta. A continuación estaba la
cama del otro hombre. Don Quijote y Sancho no podían dor-
mir por el dolor de las heridas; ni tampoco dormía el que es-
peraba a su Maritornes.
Toda la venta estaba en silencio. Don Quijote empezó a
pensar en sus libros de caballerías y se imaginó que había lle-
gado a un famoso castillo y que la hija del señor del castillo
se había enamorado de él y le había prometido que aquella
noche vendría a dormir con él, poniendo a prueba su fideli-
dad 104 a Dulcinea del Toboso.
Llegó por fin Maritornes, descalza y en camisa. Cuando don
Quijote la sintió en la oscuridad, levantó los brazos para recibir a
su hermosa doncella. La agarró de una mano y la sentó sobre la
cama. Tocó su camisa que, aunque era de tela mala, a él le pare-
ció de seda. Le acarició los cabellos, que eran como pelos de ca-
ballo, pero él creyó que eran hilos de oro. Y su boca, que olía a
ensalada estropeada, a él le pareció de un olor suave y agrada-
ble. La pintó en su imaginación tal como había leído en sus li-
bros que eran otras princesas, y en voz baja le comenzó a decir:
—Quisiera, hermosa señora, poder pagarle el favor que me
hace, pero con estos dolores me es imposible satisfacer vues-
tro deseo. Y a esto se añade otra imposibilidad mayor: la pro-
mesa que he dado a doña Dulcinea del Toboso, única señora
de mis pensamientos.

34
Maritornes, sin entender palabra, intentaba soltarse. El
hombre que la esperaba, al oír hablar, se acercó a la cama.
Cuando vio que la moza quería soltarse y don Quijote no la
dejaba, levantó el brazo y dio tal golpe al enamorado caballe-
ro que le llenó toda la boca de sangre. Luego se subió encima
de él y empezó a darle patadas. 105
La cama se cayó al suelo y el ruido despertó al ventero,
que fue a ver qué pasaba. Maritornes, que conocía el fuerte
carácter de su amo, se metió en la cama de Sancho. Este se
despertó y pensó que era una pesadilla, así que empezó a dar
puñetazos 106 a una y otra parte. Alcanzó a Maritornes varias
veces con los puños; ella respondió también con golpes y co-
menzó entre los dos la más graciosa pelea del mundo. El otro
hombre, que vio cómo estaba su dama, dejó a don Quijote y
acudió a socorrerla. Lo mismo hizo el ventero, pero para cas-
tigar a la moza.
Estaba alojado en la venta un oficial de la Justicia, que oyó
el ruido y entró en la habitación diciendo:
—¡Deténganse en nombre de la Justicia!
Como la habitación estaba a oscuras, el oficial buscó con
las manos y el primero a quien tocó fue a don Quijote, que
no se movió. El oficial pensó que estaba muerto y que los
que allí estaban le habían matado.
—¡Cierren la puerta de la venta! —exclamó—. ¡Que no se
vaya nadie, que han matado aquí a un hombre!
Todos se sorprendieron al oírlo y salieron corriendo, me-
nos don Quijote y Sancho, que no se pudieron mover de don-
de estaban. El oficial salió del cuarto a buscar una vela para
tener luz.

35
XII La burla que hacen
a Sancho en la venta

C uando don Quijote abrió los ojos, llamó a su escudero


y le dijo:
—Sancho amigo, esta noche me ha sucedido una de las
más extrañas aventuras. Vino la hija del señor de este castillo,
que es la más hermosa doncella que puede haber. Y estando
en amorosa conversación con ella, una mano de algún gigan-
te me golpeó con el puño en la boca y por todas partes.
—Y a mí me han golpeado más de cuatrocientos gigantes
—respondió Sancho—. Vuestra merced aún tuvo en sus manos
aquella hermosura que ha dicho, pero yo solo tuve golpes.
—No te preocupes —dijo don Quijote—, que ahora mismo
voy a hacer el bálsamo con el que sanaremos en un abrir y
cerrar de ojos. 107 Levántate, Sancho, si puedes, y pide al señor
de este castillo que te dé un poco de aceite, vino, sal y rome-
ro para hacer el bálsamo.
Sancho, con gran dolor en sus huesos, así lo hizo. Don
Quijote mezcló todo y lo coció un buen rato. Luego lo echó
en una aceitera y rezó más de ochenta oraciones.
Quiso comprobar que el bálsamo era bueno y se bebió casi
un litro. Pero enseguida comenzó a vomitar, 108 de manera que
no le quedó nada en el estómago. Luego empezó a sudar y
pidió más ropa. Finalmente se quedó dormido más de tres
horas. Cuando despertó, se sintió tan bien que creyó que ha-
bía acertado con el bálsamo de Fierabrás.
Sancho, que vio la mejoría de su amo, bebió tanto como él.
Pero su estómago no debía de ser igual, y con los vómitos y
sudores pensó que se moría.

36
—Yo creo, Sancho —le dijo don Quijote—, que todo este
mal te viene de no ser armado caballero.
Y como él se sentía bien y quería ir ya a buscar aventuras,
ayudó a Sancho a subir a su asno y dijo al ventero:
—Muchos y grandes favores he recibido en vuestro castillo,
y os estoy muy agradecido. Si os lo puedo pagar vengando al-
guna ofensa que os hayan hecho, decídmelo.
—Señor caballero, yo solo necesito que me pague el gasto
de co mida y cama que ha hecho en la venta.
—Entonces, ¿esto es una venta? —dijo don Quijote—. En-
gañado he vivido hasta aquí, pues en verdad pensé que era
un castillo. Pero tendréis que perdonar que no os pague, por-
que no puedo ir contra las leyes de los caballeros andantes,
que jamás pagaron, pues todos agradecían sus esfuerzos.
—Poco tengo yo que ver con esto —respondió el vente-
ro—, págueme y dejémonos de cuentos y caballerías.
Don Quijote insultó al ventero y empujando al caballo salió
de la venta, sin mirar si le seguía su escudero. El ventero qui-
so cobrar109 de Sancho Panza, pero este dijo que las leyes de
la caballería eran también para los escuderos.
Quiso la mala suerte que hubiese en la venta gente alegre
y juguetona que decidió divertirse con Sancho. Fueron hacia
él y le bajaron del asno. Uno de los hombres trajo la manta de
una cama y echaron a Sancho en el centro; luego comenzaron
a levantarle en alto y a reírse de él.
Las voces que daba el pobre Sancho llegaron a los oídos
de su amo, el cual volvió a la venta, pero la encontró cerrada.
Desde fuera, vio bajar y subir por el aire a su escudero. Co-
menzó entonces a decir tantos insultos que es mejor no escri-
birlos. Pero los hombres no paraban de reír, hasta que se
cansaron y le dejaron en el suelo. Maritornes le ofreció un ja-
rro de agua y Sancho le pidió vino. Después de beber, salió
de la venta muy contento de no haber pagado nada, aunque
el ventero le quitó sus alforjas sin que Sancho se diera cuenta.

37
38
La aventura de los XIII
rebaños de ovejas

L legó Sancho adonde estaba su amo y este le dijo que


ahora estaba seguro de que aquel castillo o venta estaba
encantado,110 porque los que se habían divertido con Sancho
solo podían ser fantasmas y gente del otro mundo.
—Lo sé —dijo don Quijote— porque no pude ni bajar del
caballo para vengarte, y es que me tenían encantado.
—Yo también me hubiera vengado, pero no pude;
aunque yo creo que aquellos que se han burlado de mí no
eran fantasmas, sino hombres de carne y hueso como no-
sotros. Sería mejor volvernos a casa, ahora que es tiempo de
la siega. 111
—¡Qué poco sabes, Sancho —respondió don Quijote—, de
asuntos de caballería! Calla y ten paciencia, pues, ¿qué
mayor contento puede haber que vencer en una batalla?
Ninguno.
—Así debe de ser —respondió Sancho—, puesto que
yo no lo sé; solo sé que, desde que somos caballeros andan-
tes, no hemos vencido en ninguna batalla, salvo en la del
vizcaíno, y aun así vuestra merced salió con la oreja y el cas-
co rotos.
En esta conversación iban, cuando vio don Quijote que por
el camino venía una gran polvareda. 112
—Este es el día en el que se verá el valor de mi brazo. ¿Ves
aquella polvareda, Sancho? Es de un ejército que viene por
allí.
—Dos ejércitos serán —dijo Sancho—, porque por este
lado se levanta otra polvareda.

39
Don Quijote vio que era verdad y se alegró muchísimo
porque pensó que venían a enfrentarse113 en aquella llanura.
Pero la polvareda la levantaban dos grandes rebaños de ove-
jas que venían de uno y otro lado.
Tanto insistió don Quijote en que eran ejércitos, que San-
cho se lo creyó y le preguntó qué tenían que hacer ellos.
—¿Qué? —dijo don Quijote—. Ayudar a los necesitados. Y
has de saber que este ejército que viene de frente lo conduce
el gran emperador Alifanfarón, y el otro es el de su enemigo,
el rey Pentapolín. Pero mira con atención, que te voy a decir
quiénes son los caballeros más importantes que vienen en es-
tos ejércitos.
Y fue nombrando muchos caballeros de uno y otro ejérci-
to, que él se imaginaba. Estaba Sancho atento a sus palabras y
como no veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba,
le dijo:
—Señor, yo no los veo, quizá todo sea encantamiento.
—¿Cómo dices eso? —respondió don Quijote—. ¿No oyes
el relinchar114 de los caballos y el ruido de los tambores?
—Solo oigo muchos balidos115 de ovejas —dijo Sancho.
—El miedo que tienes hace que no veas ni oigas —dijo
don Quijote, y salió a todo galope contra el ejército de ovejas,
y comenzó a atacarlas con su lanza.
Sancho y los pastores le daban voces para que parase, pero
él no hizo caso. Entonces los pastores comenzaron a tirarle
piedras y tanto le golperon que don Quijote perdió cuatro
dientes y cayó del caballo. Los pastores creyeron que le habí-
an matado y se fueron deprisa con su ganado.
Sancho se acercó a don Quijote y le dijo:
—¿No le decía yo, señor don Quijote, que no eran ejércitos
sino rebaños de ovejas?
—Esto es cosa de ese sabio encantador, enemigo mío —
dijo don Quijote—, que ha convertido esos ejércitos en reba-
ños de ovejas.

40
Fue Sancho a buscar las alforjas para sacar algo con que
curar a su amo y al ver que no las tenía se enfadó tanto que
pensó volverse a su casa aunque perdiese el salario y la ínsu-
la prometida.
Vio don Quijote a Sancho triste y pensativo, y le dijo:
—Has de saber, Sancho, que un hombre no es más que
otro, si no hace más que otro. Todas estas desgracias son se-
ñal de que pronto sucederán buenas cosas. Así que no debes
preocuparte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti
no te afectan.
—¿Cómo que no? Ayer me mantearon 116 y hoy me faltan las
alforjas —dijo Sancho.
—Entonces no tenemos nada que comer —dijo don Quijo-
te—. Pero Dios da de todo y no nos faltará.
—Ojalá sea así —dijo Sancho—; vámonos ahora de aquí y
busquemos un lugar donde alojarnos esta noche, y quiera
Dios que no haya manteadores ni fantasmas.
—Pídeselo tú a Dios, hijo —dijo don Quijote—, y guía tú
por donde quieras; que esta vez yo te seguiré.
El dolor que tenía don Quijote en la boca por haber perdi-
do los dientes y muelas no le dejaba descansar, y Sancho qui-
so entretenerle diciéndole alguna cosa:
—En verdad que vuestra merced podría llamarse el Caba-
llero de la Triste Figura, y es que le he estado mirando y ver-
daderamente tiene vuestra merced la más mala figura que he
vis to. Debe de ser por el cansancio de las batallas o por la fal-
ta de las muelas y dientes.
—No es eso —respondió don Quijote—. Será que al sabio
que escribe esta historia le habrá parecido bien ponerme al-
gún nombre que me describa, como hacían otros caballeros:
uno se llamaba el de la Ardiente Espada; otro, el de las Don-
cellas… Y así, digo que el sabio te ha puesto en la lengua y
en el pensamiento el nombre de Caballero de la Triste Figura,
como pienso llamarme desde hoy.

41
XIV La aventura
de los batanes 117

A l poco tiempo, llegaron a un espacioso valle donde se


pararon a descansar sobre la hierba. La mayor desgra-
cia para Sancho era que no tenían vino ni agua que llevarse
a la boca. Viendo el prado lleno de hierba fresca, Sancho
pensó que debía de haber por allí cerca alguna fuente o
arroyo y propuso a don Quijote ir a buscar el agua para cal-
mar la sed.
Le pareció bien a este y comenzaron a caminar sin v er por
dónde andaban, porque la noche era muy oscura. A los pocos
pasos, oyeron un gran ruido de agua y unos fuertes golpes de
hierros y cadenas que daban miedo.
Don Quijote quiso ir solo a esta aventura y pidió a Sancho
que le esperase allí, pero este comenzó a llorar y le rogó que
no buscase el peligro ni le dejase solo. Viendo que no le con-
vencía, Sancho ató las patas a Rocinante. Cuando don Quijote
quis o marchar, no pudo, porque el caballo no podía moverse,
así que decidió esperar a que fuese de día.
Antes de amanecer, Sancho desató a Rocinante y cuando
llegó la luz del día, don Quijote se subió al caballo y le dijo a
su escudero que le esperase allí, pero él decidió seguirle a pie
con su asno.
Caminaron entre los árboles, en dirección al ruido del
agua, y se encontraron una gran cascada 118 de agua que caía
de unas rocas. Al pie de las rocas había unas casas de donde
salía el ruido de los golpes. Don Quijote se fue acercando
poco a poco a las casas y pensó en su señora Dulcinea, pi-
diéndole ayuda en aquella aventura. Sanchó le seguía detrás.
Dieron unos cuantos pasos más y por fin descubrieron la cau-

42
sa de aquel horrible ruido: eran seis mazos de batán que
golpeaban sin parar.
Cuando don Quijote vio lo que era, se quedó mudo. Miró a
Sancho y al verle que estaba a punto de reír, se echó a reír
también con él. Esto animó a Sancho a más risas, pero don
Quijote se enfadó viendo que se burlaba de él.
—¿Crees que si en lugar de ser mazos de batán hubiera
sido otra peligrosa aventura, no habría mostrado yo valor para
llevarla a cabo? —dijo don Quijote—. ¿Estoy yo obligado a co-
nocer y distinguir los ruidos? Y más aún, que yo no he visto
batanes en mi vida, y vos119 sí, como villano120 que sois.
—No hablemos más —dijo Sancho—, que yo confieso que
me he reído demasiado. Pero dígame vuestra merced, ¿verdad
que ha sido cosa de risa, y de contar, el miedo que hemos pa-
sado?
—No niego que sea cosa de risa —dijo don Quijote—, pero
no de contarse.

43
XV La aventura
del yelmo de Mambrino
121 122

C omenzó a llover un poco y Sancho quiso entrar en la


casa de los batanes, pero su amo prefirió continuar el
viaje. Al poco rato, descubrió don Quijote un hombre a caba-
llo que traía en la cabeza una cosa que brillaba como si fuera
de oro.
—Si no me engaño —dijo—, hacia nosotros viene uno a
caballo que trae en su cabeza el yelmo de Mambrino que tan-
to deseo.
—Lo que yo veo —respondió Sancho— es un hombre so-
bre un asno que trae sobre la cabeza una cosa que
brilla.
Y así era: se trataba de un barbero sobre un asno, que se
había puesto en la cabeza la bacía 123 de afeitar para protegerse
de la lluvia.
Cuando don Quijote vio que el caballero se acercaba, se di-
rigió a él a todo correr de Rocinante con su lanza. El barbero,
asustado, se bajó del asno y comenzó a correr, dejando la ba-
cía en el suelo. Sancho la recogió y se la dio a su amo, quien
se la puso en la cabeza. Como le quedaba grande, don Quijo-
te dijo:
—Sin duda que el primero que se hizo a su medida este fa-
moso yelmo debía de tener una grandísima cabeza, y lo peor
de ello es que le falta la mitad.
Cuando Sancho oyó llamar yelmo a la bacía, no pudo con-
tener la risa, pero paró enseguida para no enfadar a su amo.
—¿De qué te ríes, Sancho? —preguntó don Quijote.

44
45
—Me río —respondió él— de pensar en la gran ca-
beza que tenía el dueño de esto que parece una bacía de
barbero.
—¿Sabes qué imagino, Sancho? Que este famoso yelmo en-
cantado debió de llegar a manos de alguien que no supo va-
lorarlo. Y viendo que era de oro, debió de vender la otra
mitad del yelmo y dejó esta mitad, que parece bacía de bar-
bero, como tú dices. Pero yo haré que me la arreglen.
—¿Y qué hacemos con este caballo, que parece asno, que
dejó aquí aquel Martino124 y que está muy bien? —dijo San-
cho.
—No es costumbre de caballería quitarle el caballo al que
ha sido derrotado si el vencedor no ha perdido el suyo —dijo
don Quijote—. Así que, Sancho, deja ese caballo o asno, que
su dueño volverá por él.
—Verdaderamente —dijo Sancho— son difíciles de seguir
las leyes de caballería.
Comieron de lo que llevaba aquel asno en las alforjas y
después retomaron el camino.
—Señor —dijo Sancho—, pienso que se gana muy poco
buscando aventuras por estos caminos, donde no hay quien
las vea ni sepa de ellas. Me parece que sería mejor que nos
fuésemos a servir a algún emperador o a un príncipe que ten-
ga alguna guerra, para que vuestra merced muestre su valor.
Así el señor a quien sirvamos nos pagará y allí habrá quien
escriba las hazañas de vuestra merced, y las mías, si es cos-
tumbre escribir de los escuderos.
—No dices mal, Sancho —respondió don Quijote—, pero
antes es necesario andar por el mundo buscando aventuras
para conseguir nombre y fama, y así, cuando lleguemos ante
algún rey, ya será conocido el caballero y le recibirán con
gran alegría y le darán ropa y comida.

46
La aventura XVI
de los galeotes 125

D on Quijote vio que por el camino venían unos doce


hombres a pie, unidos por una gran cadena de hierro
atada al cuello y todos con esposas126 en las manos. Venían
también con ellos dos hombres a caballo con escopetas,127
y dos a pie con espadas. Cuando Sancho Panza los vio, dijo:
—Esta es una cadena de galeotes, gente que el rey obliga a
ir a las galeras128 por sus delitos.129
—Entonces —dijo don Quijote—, esta gente va a la fuerza
y no por su voluntad. Y mi profesión consiste en impedir la
fuerza y ayudarlos.
—Pero la Justicia no hace fuerza ni ofensa a esa gente, sino
que los castiga por sus delitos —dijo Sancho.
Llegaron los galeotes y don Quijote pidió a los guardias
que le informasen de la causa por la que llevaban a aquella
gente de aquella manera. Uno de los guardias respondió que
eran galeotes y que no había más que decir. Como don Quijo-
te insistió en saber la causa de su desgracia, el otro guardia le
dijo que les preguntase a ellos mismos.
El primero a quien preguntó por qué pecados iba así, le
respondió que por enamorado iba de esa manera.
—¿Por eso nada más? —dijo don Quijote—. Pues si por
enamorados van a galeras, hace tiempo que yo estaría en
ellas.
—No son esos amores —dijo el galeote—. Los míos fueron
que quise tanto una cesta de ropa blanca que me la llevé con-
migo y me condenaron a tres años de galeras.

47
Preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió pa-
labra, y respondió por él el primero:
—Este, señor, va por cantar.
—¿Por músico? No lo entiendo —dijo don Quijote.
—Señor caballero, cantar es confesar —le dijo un guar-
dia—. A este le dieron tormento y confesó su delito, que era
ser ladrón de animales, y le condenaron a seis años.
Preguntó don Quijote al tercer galeote, el cual dijo:
—Yo voy a galeras por faltarme diez ducados. 130
—Yo te daré veinte —dijo don Quijote— para librarte de
este sufrimiento.
—Si hubiera tenido antes esos veinte ducados, habría
untado131 con ellos al juez y ahora estaría en Toledo, y no en
este camino —respondió el galeote.
Siguió don Quijote preguntando y detrás de todos venía un
hombre de treinta años, atado con más cadenas que los de-
más. Preguntó don Quijote por qué iba así y el guardia le res-
pondió que había cometido más delitos él solo que todos los
otros juntos. Dijo que estaba condenado por diez años y que
era el famoso Ginés de Pasamonte.
Don Quijote se volvió a todos los galeotes y dijo:
—De todo lo que me habéis dicho he sacado en limpio132
que os han castigado por vuestras culpas, pero que vais en con-
tra de vuestra voluntad. Todo esto me obliga a cumplir con la
ley de caballería y ayudar a los oprimidos.133 Así, quiero rogar a
los guardias que os desaten y os dejen ir en paz, porque no está
bien hacer esclavos134 a los que Dios y naturaleza hizo libres.
Además, señores guardias, estos hombres no han hecho nada
contra vosotros. Allá cada uno con su pecado. Dios hay en el
cielo que castiga al malo y premia al bueno, y no está bien que
los hombres honrados sean verdugos135 de los otros hombres.
—¡Graciosa majadería!136 —respondió el guardia—. Ni no-
sotros podemos soltarlos ni vuestra merced tiene autoridad
para mandarnos. Váyase, señor, por su camino y no ande bus-
cando tres pies al gato.137

48
Don Quijote se enfadó y le atacó con su lanza. Los demás
guardias fueron contra él, pero los galeotes soltaron sus cade-
nas con ayuda de Sancho y atacaron a los guardias, que huye-
ron. Don Quijote llamó a los galeotes y les dijo:
—De gente bien nacida es agradecer los beneficios que se
reciben. En pago de lo que he hecho por vosotros, quiero
que vayáis al Toboso a presentaros ante mi señora Dulcinea y
le contéis esta aventura de su Caballero de la Triste Figura.
En nombre de todos, respondió Ginés de Pasamonte:
—Lo que vuestra merced nos manda es imposible cumplir-
lo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y
separados para que no nos encuentre la Justicia, que sin duda
ha de salir en nuestra busca. Si lo desea, en vez de eso, pode-
mos rezar unas oraciones.
Don Quijote, muy enfadado, le insultó y Pasamonte, al ver-
se tratado de esa manera, avisó a los demás galeotes y todos
comenzaron a lanzar piedras a don Quijote. Sancho se puso
detrás de su asno y así se defendió de la lluvia de piedras. Un
galeote aprovechó que don Quijote había caído al suelo y le
quitó la bacía de la cabeza; le dio con ella tres o cuatro golpes
en la espalda y luego la rompió. A Sancho le quitaron la ropa
y huyeron para escapar de la Justicia.
Don Quijote quedó muy triste al verse maltratado por los
mismos a quienes tanto bien había hecho, y dijo a Sancho:
—Si yo hubiera creído lo que me dijiste, hubiera evitado el
daño; pero ya está hecho, paciencia, y aprendamos.
—Pues créame ahora y escondámonos en la sierra, porque
la Justicia saldrá a buscarnos —respondió Sancho, y le guio a
una parte de Sierra Morena.

49
XVII La carta a doña Dulcinea
desde Sierra Morena

I ban caminando por la sierra cuando se encontraron una


maleta, en la cual había camisas, un poema de amor y
cien escudos de oro. En esto, don Quijote vio a un hombre
medio desnudo correr por el monte e imaginó que aquel sería
el dueño de la maleta, así que decidió ir a buscarle.
Cuando le encontraron, don Quijote le preguntó por la
causa que le había traído a vivir allí en soledad, y el joven les
contó que se llamaba Cardenio, que era un noble rico anda-
luz y que amaba a Luscinda, y ella a él también. Empezó a
servir a un duque138 y se hizo amigo de su hijo Fernando. Este
se enamoró de una hermosa doncella, y después de gozar
con ella la abandonó. Más tarde se interesó por su amada Lus-
cinda… A un comentario que le hizo don Quijote, el tal Car-
denio, que por su mal de amores se había vuelto loco,
empezó a golpearle. Sancho salió en su defensa y fue también
golpeado. El joven se adentró después en la montaña.
Don Quijote quiso saber el fin de la historia de Cardenio y
decidió seguirle con Sancho. Este le preguntó:
—Señor, ¿es buena norma de caballería que andemos per-
didos por estas montañas buscando a un loco?
—Calla, Sancho —dijo don Quijote—, porque tengo el de-
seo de hacer en ellas una hazaña con la que he de ganar eter-
na fama. Quiero que sepas que Amadís de Ga ula fue el más
perfecto caballero andante y enamorado. Yo quiero imitarle
llorando y volviéndome loco por mi señora Dulcinea en este
monte. Loco estaré hasta que tú vuelvas con la respuesta de
una carta que contigo pienso enviarle a ella.

50
Y diciendo esto, se bajó de Rocinante. Sancho le dijo:
—Será mejor que yo vaya en el caballo para llegar antes.
—Bien, Sancho —dijo don Quijote—, pero ahora quiero
que veas lo que hago por mi señora Dulcinea y se lo digas;
he de romper mis vestidos y darme cabezazos 139 en estas
piedras.
—Pues yo doy por vistas todas sus locuras —dijo Sancho—.
Escriba la carta y déjeme marchar cuanto antes.
—Has de saber —dijo don Quijote— que en doce años he
visto a Dulcinea cuatro veces y ella ni me ha mirado, tal es la
educación que le ha dado su padre Lorenzo Corchuelo.
—¿La hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea, lla-
mada también Aldonza Lorenzo? —dijo Sancho—. Bien la co-
nozco, y sé que es tan fuerte como un hombre. ¡Y qué gritos
da! Lo mejor que tiene es que es muy graciosa. ¡Y yo que pen-
saba que la señora Dulcinea era alguna princesa!
—A mí me basta la hermosura y buena fama de Dulcinea
para verla princesa —dijo don Quijote—. Escucha la carta:

CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO


Soberana y alta 140 señora:
El herido por vuestra ausencia en el corazón, dulcísima
Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu
hermosura me desprecia, aunque yo sea bastante sufrido, mal
podré soportar esta pena, que, además de ser fuerte, es muy
duradera. Mi buen escudero Sancho te dará noticia, ¡oh, bella
y amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si
quieres socorrerme, tuyo soy; si no, haz lo que más te guste,
que yo con dar fin a mi vida habré satisfecho a tu crueldad y
a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
el Caballero de la Triste Figura
—Digo de verdad que no hay cosa que vuestra merced no
sepa —dijo Sancho al oír la carta, y se despidió de él.

51
XVIII Sancho, el cura y el barbero
van en busca de don Quijote

S ancho se puso en marcha hacia el Toboso. Al día si-


guiente llegó a la venta donde le había sucedido la des-
gracia de la manta, y no quiso entrar, pero salieron de ella dos
personas que le conocieron. Eran el cura y el barbero de su
pueblo, y le preguntaron por su amo.
—Si no nos decís dónde está, pensaremos que le habéis ma-
tado y robado, pues venís en su caballo —dijo el barbero.
—Yo no soy hombre que robe ni mate a nadie —dijo San-
cho—. Mi amo está llorando por su señora en estas montañas.
Y les contó las aventuras que le habían sucedido y que él
llevaba una carta a la señora Dulcinea, que era la hija de
Lorenzo Corchuelo. Quedaron los dos admirados de lo que
Sancho les contaba y le pidieron ver la carta. Él la buscó pero
no la encontró. Y les dijo que la sabía casi de memoria.
—En el principio decía: “Alta y sobajada señora…”.
—No diría sobajada sino soberana —dijo el barbero.
—Así es —dijo Sancho—, y no sé qué decía de salud y de
enfermedad que le enviaba.
Les contó también que su señor se iba a poner en camino
para ser emperador, y entonces le casaría a él, porque ya sería
viudo, con una doncella heredera 141 de un gran reino.
El cura y el barbero se admiraban de la gran locura de don
Quijote, pues había llevado a perder la razón a aquel pobre
hombre. Pero a ellos les divertía oír sus tonterías.
Para sacar a don Quijote de la sierra, el cura pensó en ves-
tirse de doncella, y el barbero, de escudero, y así irían adonde
estaba él fingiendo ser una doncella necesitada.

52
El cura y el barbero pidieron ropas a la ventera, y así su-
pieron ella y su marido que aquel disfraz era para sacar de las
montañas al loco que se había alojado en su venta.
Se pusieron en camino y al día siguiente llegaron cerca del
lugar. Sancho les dijo que él iría delante a buscar a su amo y
darle la respuesta de su señora, pues eso bastaría.
Mientras el cura y el barbero descansaban, oyeron una tris-
te canción de amor. Se acercaron y vieron a un joven, que por
el aspecto les pareció el Cardenio del que les había hablado
Sancho. Cardenio les explicó que su amada Luscinda se había
casado al final con su mal amigo Fernando.
Oyeron entonces una voz de queja y descubrieron que una
hermosa mujer vestida de mozo labrador se quejaba de haber
sido abandonada por un tal Fernando.
Por las cosas que contaba, Cardenio la reconoció:
—En fin, señora, que tú eres la hermosa Dorotea.
—Y, ¿quién sois vos, que sabéis mi nombre? —dijo ella.
—Soy —respondió— el desdichado 142 Cardenio, que no
pudo casarse con Luscinda por hacerlo ella con vuestro Fer-
nando. Pero puesto que él es vuestro y ella mía, bien pode-
mos esperar que el cielo nos dé lo que es nuestro.
El cura y el barbero se ofrecieron a ayudarlos. En esto, oye-
ron las voces de Sancho Panza, que los llamaba. Dijo que había
encontrado a don Quijote flaco y muerto de hambre. Y que
cuando le dijo que Dulcinea le esperaba en el Toboso, respon-
dió que no iría hasta realizar hazañas en su nombre.
El cura contó a Cardenio y Dorotea lo que tenían pensado
para don Quijote. Dorotea dijo que ella haría mejor de donce-
lla con sus vestidos y que había leído muchos libros de caba-
llerías y sabía bien cómo eran las doncellas.
Dorotea se vistió y parecía una gran señora. El que más se
admiró fue Sancho Panza, y preguntó al cura quién era.
—Es la heredera del gran reino de Micomicón, y quiere pe-
dir a vuestro amo que deshaga una ofensa de un gigante.

53
Sancho guio a Dorotea y al barbero disfrazado de escudero
adonde estaba don Quijote.
—De aquí no me levantaré, valeroso caballero —le dijo
Dorotea de rodillas—, hasta que me conceda un deseo.
—Bien puede concederle el deseo —le dijo Sancho—, que
solo es matar a un gigante, y ella es la princesa Micomicona.
—Sea quien sea, lo haré por ser yo caballero andante.
—Pido que se venga conmigo —dijo la doncella— y me
prometa no entra r en otra aventura hasta terminar esta.
—Así lo haré, señora, y vámonos ya —dijo don Quijote.
Todo esto miraban el cura y Cardenio detrás de una roca.
El cura disfrazó a Cardenio y salió al camino saludando. Don
Quijote se sorprendió de verle allí y el cura fingió que iba de
camino a Sevilla con su escudero, que era Cardenio.
Se pusieron todos en marcha y don Quijote dijo:
—Vuestra grandeza, señora mía, guíe por donde desee.
Mientras caminaban, don Quijote preguntó a Sancho mu-
chas cosas sobre la carta que había llevado a Dulcinea. San-
cho respondió que, cuando llegó, ella estaba en el corral de
su casa limpiando el trigo.
—Y, ¿no sentiste un olor delicioso junto a ella?
—Sentí un olorcillo algo hombruno 143 —dijo Sancho—; de-
bía de ser que ella estaba sudada por el ejercicio.
—No sería eso —dijo don Quijote—, sino que te olerías a ti
mismo. Y, ¿qué hizo cuando leyó la carta?
—La carta no la leyó —dijo Sancho—, porque dijo que no
sabía leer, pero le bastaba lo que yo le decía sobre el amor
que vuestra merced le tiene. Me dijo, finalmente, que dejase
estas montañas, porque tenía gran deseo de verle.
—¿Qué te parece a ti que debo hacer ahora? —preguntó don
Quijote—; porque aunque estoy obligado a ir al Toboso, tam-
bién lo estoy a cumplir lo prometido a la princesa.
—No se preocupe de ir ahora a ver a la señora Dulcinea y
váyase a matar al gigante —respondió Sancho.

54
La batalla con los cueros de 144
XIX
vino y el regreso a la aldea

L legaron así a la venta. Todos salieron a recibirlos, y don


Quijote pidió que le preparasen una cama y se acostó.
El cura y el barbero devolvieron los disfraces a la ventera y
durante la comida contaron lo sucedido en la sierra. De
repente, salió Sancho del cuarto de don Quijote gritando:
—Socorred a mi señor. ¡Vive Dios, que ha dado una cuchi-
llada 145 al gigante enemigo de la princesa Micomicona!
En esto, oyeron un gran ruido y que don Quijote decía:
—¡Para ahí, ladrón, que no te va a valer tu espada!
—Sin duda, el gigante está ya muerto —dijo Sancho—, que
yo vi correr la sangre por el suelo y la cabeza cortada.
—Que me maten —dijo el ventero— si don Quijote no ha
dado alguna cuchillada a uno de los cueros de vino tinto.
Entraron en el cuarto y encontraron a don Quijote en
camisa, con un gorro de dormir y dando cuchilladas con la
espada a todas partes. Tenía los ojos cerrados, porque estaba
durmiendo y soñando que peleaba con el gigante en el reino
de Micomicón. Había dado tantas cuchilladas a los cueros que
todo el cuarto estaba lleno de vino. El ventero se enfadó tan-
to, que empezó a golpear a don Quijote. Sancho buscaba la
cabeza del gigante y, como no la veía, dijo:
—Ya sé yo que en esta casa está todo encantado: la otra
vez me dieron muchos golpes, sin saber quién me los daba, y
ahora no aparece la cabeza que vi cortar, con su sangre.
—¿No ves que la sangre es el vino tinto? —dijo el ventero.

55
56
El cura sujetaba a don Quijote de las manos y este le con-
fundió con la princesa Micomicona, y le dijo que ya no le ha-
ría ningún mal el gigante.
Todos se reían de los disparates del amo y del escudero;
todos menos el ventero y su mujer.
Llevaban ya dos días en la venta, y al cura y al barbero les
pareció que debían volver a la aldea para intentar curar la lo-
cura de don Quijote. Se pusieron de acuerdo con un carrete-
ro 146 de bueyes147 que pasó por allí, para que le llevase en una
jaula148 de palos. Todos los de la venta, excepto Sancho, se
disfrazaron y, mientras don Quijote dormía, le ataron y le me-
tieron en la jaula. Cuando este se despertó y vio que no podía
moverse, creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de
aquel encantado castillo. Después pusieron la jaula en el ca-
rro de bueyes, y don Quijote dijo:
—Muchas historias he leído yo de caballeros andantes;
pero jamás he leído que a los caballeros encantados los lleven
de esta manera; porque los suelen llevar por los aires.
Se puso en marcha el carro, detrás iba Sancho y le seguían
el cura y el barbero disfrazados. Al cabo de seis días, llegaron
a la aldea de don Quijote y atravesaron la plaza. Era domingo
y había mucha gente. Todos acudieron a ver lo que venía en
el carro y, cuando conocieron a su vecino, quedaron mara -
villados. El ama y la sobrina de don Quijote maldijeron149 los
libros de caballerías, y la mujer de Sancho le preguntó prime-
ro si venía bueno el asno y si él le había traído algo.
El cura encargó a la sobrina que estuviese atenta para que
su tío no se escapase otra vez. Ella y el ama temieron lo peor.
Y así fue; como todos imaginaban, don Quijote quiso hacer
una tercera salida. Pero esas aventuras las contará el autor de
esta historia en una segunda parte.

57
SEGUNDA PARTE
I El cura y el barbero visitan
a don Quijote enfermo

C uenta el autor en la segunda parte de esta historia, y


tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero
estuvieron casi un mes sin verle por no recordarle las cosas
pasadas; pero veían a su sobrina y a su ama para saber de él.
Cuando visitaron a don Quijote, le encontraron sentado en
la cama y muy flaco. Él los recibió muy bien y habló con tan
buen juicio de todos los temas, que los dos amigos creyeron
que estaba bueno del todo. La sobrina y el ama se alegraban
de ello. Pero cuando el cura comentó la noticia de que un po-
deroso ejército iba a atacar las costas españolas, don Quijote
dijo:
—Yo aconsejaría a su majestad 150 que mandase reunir a to-
dos los caballeros andantes que hay en España.
—¡Ay! —dijo entonces la sobrina—. ¡Que me maten si no
quiere mi señor volver a ser caballero andante!
—Caballero andante he de morir —respondió don Quijote.
En esto oyeron que el ama y la sobrina, que ya habían
dejado la conversación, daban grandes voces en el patio, y
acudieron todos al ruido. Ellas discutían con Sancho para no
dejarle entrar.
—Id a vuestra casa, que vos sois quien distrae a mi señor y
le lleva por esos caminos —decía el ama.
—Fue tu amo quien me llevó por esos mundos y me sacó
de mi casa con engaños, prometiéndome una ínsula que toda-
vía espero.
—Y ¿qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, comilón?
—respondió la sobrina.

58
—No es de comer —contestó Sancho—, sino de gobernar.
Don Quijote mandó a las dos mujeres que callasen y le de-
jasen entrar.
Entró Sancho, y el cura y el barbero se despidieron de don
Quijote, de cuya salud temieron lo peor. Se asombraron de la
locura del caballero y de la simplicidad del escudero, que se
había creído aquello de la ínsula, y pensaron que ambos vol-
verían a buscar aventuras.
Don Quijote se encerró con Sancho en su cuarto y, estando
solos, le dijo:
—Mucho me pesa,151 Sancho, que hayas dicho que yo fui
quien te sacó de casa, pues juntos salimos, juntos fuimos y
juntos caminamos; la misma suerte hemos tenido los dos. Si a
ti te mantearon una vez, a mí me han golpeado cien.
—Según vuestra merced dice, a los caballeros andantes les
suceden más desgracias que a sus escuderos —respondió
Sancho.
—Te engañas, Sancho, que cuando la cabeza duele, todos
los miembros del cuerpo duelen. Y puesto que soy tu amo y
señor, yo soy tu cabeza y tú mi parte, pues eres mi criado. Por
esta razón, el mal que a mí me toca te ha de doler a ti, y a mí
el tuyo.
—Así había de ser —dijo Sancho—; pero cuando a mí me
manteaban como a miembro, mi cabeza estaba detrás de las
paredes del corral, mirándome volar por los aires, sin sentir
dolor alguno.
—¿Quieres decir, Sancho —respondió don Quijote—, que
a mí no me dolía cuando a ti te manteaban? Pues más dolor
sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero
dejemos esto ahora y dime, Sancho amigo, ¿qué es lo que
dicen de mí por aquí? ¿Qué opinión tiene de mí la gente?
¿Qué dicen de mis hazañas y valentía? Dímelo sin añadir ni
quitar nada, pues los criados leales 152 deben decir la verdad a
sus señores, y quiero que sepas, Sancho, que si a los prínci-
pes y reyes llegase la verdad desnuda, mejores tiempos vivi-
ríamos.

59
—La gente tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a
mí por idiota —dijo Sancho—. En cuanto a la valentía y haza-
ñas, hay diferentes opiniones; unos dicen: “loco, pero gracio-
so”; otros, “valiente, pero desgraciado”. Y por aquí van
diciendo tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos de-
jan hueso sano. 153
—Mira, Sancho —dijo don Quijote—, la virtud154 siempre es
perseguida.
—Y esto que he dicho es poco —dijo Sancho—. Si vuestra
merced quiere conocer las mentiras que se dicen, yo le traeré
aquí al bachiller 155 Sansón Carrasco, que viene de estudiar de
Salamanca, y dice que ya está en libros la historia de vuestra
merced, con el nombre de El ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha. Dice que también me mencionan156 a mí, con
mi nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del To-
boso, junto con otras cosas que pasamos nosotros a solas157 y
que no entiendo cómo las pudo saber el historiador que las
escribió.
—Yo te aseguro, Sancho —dijo don Quijote—, que debe
de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia,
pues ellos lo saben todo. Tráeme a ese bachiller, que me gus-
tará oírle.

60
La conversación entre
don Quijote, Sancho II
y el bachiller

P ensativo quedó don Quijote esperando al bachiller Ca-


rrasco. No podía creer que hubiese tal historia escrita e
imaginó que algún sabio la habría hecho por encantamiento.
Cuando llegaron Sancho y Carrasco, don Quijote recibió a
este con mucha cortesía. Aunque se llamaba Sansón, el bachi-
ller no era muy grande de cuerpo. Tendría unos veinticuatro
años; era de cara redonda, de nariz chata y de boca grande.
Como le gustaban las burlas, se puso de rodillas delante de
don Quijote y le dijo:
—Deme las manos, señor don Quijote de la Mancha, por-
que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros an-
dantes que ha habido y habrá en toda la tierra. Mi
enhorabuena a Cide Hamete Benengeli por dejar escrita la
historia de vuestras hazañas y a la persona que tuvo cuidado
de traducirla del árabe a nuestra lengua castellana, para el
universal entretenimiento de las gentes.
Don Quijote le hizo levantar y le dijo:
—Entonces, ¿es verdad que hay una historia escrita sobre
mí y que fue un sabio moro el que la hizo?
—Es tan verdad —dijo Sansón— que al día de hoy están
impresos 158 más de doce mil libros de esa historia, y creo que
no habrá nación ni lengua donde no se traduzca.
—Dígame, señor bachiller —dijo don Quijote—, ¿qué haza-
ñas mías son las que más se valoran en esa historia?
—En eso —respondió el bachiller— hay diferentes opinio-
nes: unos prefieren la aventura de los molinos de viento, que
a vuestra merced le parecieron gigantes; otros, la de los bata-

61
nes; algunos dicen que la mejor fue la liberación de los galeo-
tes; otros, que ninguna hazaña se iguala a la pelea con el viz-
caíno. Y algunos que han leído la historia dicen que hubieran
preferido que no se hubiesen escrito algunos de los muchos
palos que dieron al señor don Quijote.**
—Pero esa es la verdad de la historia —dijo Sancho.
—También podían no haberse escrito —dijo don Quijote—,
porque las acciones que no cambian la verdad de la historia
no hay por qué escribirlas si perjudican al protagonista de la
historia.
—Así es —respondió el bachiller—, pero una cosa es escri-
bir como poeta y otra hacerlo como historiador. El poeta pue-
de contar las cosas, no como fueron, sino como debían ser, y
el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino
como fueron, sin añadir ni quitar nada.
—¿Y qué se dice de mí? —dijo Sancho—, que también soy
uno de los principales personajes.
—Por supuesto, Sancho —respondió Carrasco—, vos sois la
segunda persona de la historia, y hay quien prefiere oíros hablar
a vos. Pero también hay quien dice que fuisteis demasiado con-
fiado al creer que podía ser verdad el gobernar una ínsula.
—Aún hay tiempo —dijo don Quijote—, y cuanto mayor
sea Sancho en edad, con la experiencia que dan los años, más
hábil159 será para gobernar.
—Gobernadores he visto por ahí —dijo Sancho— que, a
mi parecer, no llegan a la suela de mi zapato 160 y, sin embar-
go, los llaman señoría.
—¿Y promete el autor una segunda parte? —dijo don Quijote.
—Sí promete —respondió el bachiller—, pero dice que no
ha encontrado la historia en árabe para traducirla y darla a im-
primir, y así estamos en duda de si saldrá o no, y también por-
que algunos dicen “Nunca segundas partes fueron buenas”.

** En este capítulo, Cervantes comenta con ironía su propia obra, en respuesta a la crítica que
habían hecho a su primera parte, y expone su teoría literaria.

62
—Pues no van a faltar aventuras para escribir, no solo se-
gunda parte, sino cien —dijo Sancho—. Si mi señor siguiese
mi consejo, ya estaríamos por ahí deshaciendo ofensas, como
es costumbre de los buenos caballeros andantes.
Al decir esto, llegaron a sus oídos los relinchos de Rocinan-
te, y don Quijote pensó que eran una buena señal y decidió
salir de nuevo en tres o cuatro días. Pidió consejo al bachiller
de por dónde empezar el viaje, y este le respondió que fuese
a la ciudad de Zaragoza, en el reino de Aragón, a participar
en un torneo161 que se iba a celebrar por las fiestas de San Jor-
ge. Allí podría ganar fama luchando contra todos los caballe-
ros aragoneses. Y le aconsejó que tuviese más cuidado ante
los peligros, porque había mucha gente que lo necesitaba.
—De eso me quejo yo —dijo Sancho—, que mi señor ataca
igual a cien hombres armados que a uno. Pero, sobre todo,
aviso a mi señor que si me lleva consigo, ha de ser con la
condición de que él tiene que pelear solo, y que yo única-
mente he de cuidar de su limpieza y alimento. Yo no quiero
ganar fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero
que jamás sirvió a caballero andante. Sancho nací y Sancho
pienso morir; pero si me diese el cielo alguna ínsula, no soy
tan tonto para rechazarla.
—Habéis hablado como un sabio —dijo el bachiller.
Quedaron en que saldrían en ocho días. Don Quijote pidió
al bachiller que mantuviese en secreto su salida, especialmen-
te al cura y al barbero, y a su sobrina y al ama, para que no se
lo impidiesen. Todo lo prometió el bachiller y se despidió.

63
III La graciosa charla entre
Sancho y su mujer

L legó Sancho a su casa tan alegre que su mujer, Teresa, le


preguntó qué ocurría.
—Mujer mía —respondió él—, yo estoy alegre porque he
decidido volver a servir a mi amo don Quijote, que quiere sa-
lir por tercera vez a buscar aventuras, pero me entristece te-
ner que separarme de ti y de mis hijos. De verdad que no iría
si no pensase que pronto seré gobernador de una ínsula.
—Pues vivid y no penséis en gobiernos —dijo Teresa—.
Pero si por suerte conseguís algún gobierno, no os olvidéis de
mí y de vuestros hijos. Sanchico tiene ya quince años y debe
ir a la escuela, y Mari Sancha desea tener marido.
—Si llego a tener un gobierno —respondió Sancho—, a
Mari Sancha la casaré bien y la tendrán que llamar señora.
—Eso no, Sancho —respondió Teresa—; casadla con al-
guien igual que ella, porque si le cambiáis la ropa de pobre
por vestidos de seda y la tratan de señora, ella tendrá mil
equivocaciones y descubrirán quién es en realidad.
—Calla, tonta —dijo Sancho—, que eso será los dos o tres
primeros años, después sabrá comportarse como señora.
—Traed vos dinero —respondió ella—, y dejadme a mí el ca-
sarla. Llevaos a Sanchico, para que le enseñéis a gobernar, que
está bien que los hijos aprendan la profesión de sus padres.
—Cuando tenga un gobierno —dijo Sancho—, le haré ir y
te enviaré dinero, que no me faltará; vístele de modo que di-
simule162 lo que es y parezca lo que ha de ser.
—Yo lo vestiré como a un señor —dijo Teresa.
Sancho fue luego a ver a don Quijote para preparar la salida.

64
La tercera salida IV
de don Quijote

U n día al anochecer, sin que nadie los viese, excepto el


bachiller, que quiso acompañarlos, salieron de la aldea
don Quijote sobre Rocinante y Sancho sobre su asno. El ba-
chiller Sansón Carrasco abrazó a don Quijote y le pidió que le
enviase noticias. Así lo prometió don Quijote, y él y Sancho
tomaron el camino de la ciudad del Toboso.
Don Quijote quería ir al Toboso antes de empezar cual-
quier aventura, para recibir la bendición y el permiso de la
hermosa Dulcinea y así acabar felizmente toda aventura.
—Pues tendrá que verla desde las paredes del corral donde
limpia el trigo, como yo la vi la primera vez —dijo Sancho.
—¿Todavía insistes, Sancho —dijo don Quijote—, en pen-
sar y decir que mi señora limpiaba trigo, cuando ese no es un
trabajo de personas principales? La envidia 163 de algún encan-
tador debió de transformar las cosas.
Era medianoche cuando don Quijote y Sancho entraron en
el Toboso. Estaba el pueblo en silencio, porque todos sus ve-
cinos dormían. Era la noche clara. Sancho hubiera querido
una noche oscura, para que la oscuridad le disculpara de no
saber dónde estaba la casa de Dulcinea.
—Sancho, hijo —dijo don Quijote—, guíame al palacio de
Dulcinea; quizá la hallemos 164 despierta.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuestra merced quiere
que sea palacio la casa de Dulcinea, ¿es hora esta de hallar la
puerta abierta o de llamar para que la abran? ¿Y cómo quiere
que la halle de noche si solo la vi una vez? Ni vuestra merced
es capaz de hallarla habiéndola visto millares de veces.

65
—¿No te he dicho mil veces que jamás he visto a la hermo-
sa Dulcinea —dijo don Quijote— y que solo estoy enamorado
de oídas 165 por su gran fama?
—Si vuestra merced no la ha visto, yo tampoco —respon-
dió Sancho.
—Eso no puede ser —dijo don Quijote—. Tú me has dicho
que la viste limpiando trigo, cuando le llevaste mi carta.
—Pero también la vi de oídas —respondió Sancho.
—Sancho, Sancho —respondió don Quijote—, tiempo hay
para las burlas, pero no es ahora el momento.
—Señor, pronto amanecerá y no será bueno que nos vean
en la calle; será mejor que salgamos de la ciudad y que vues-
tra merced se oculte en un bosque cercano. Yo volveré y bus-
caré por todas partes la casa o palacio de mi señora, y cuando
la halle, le diré que vuestra merced la quiere ver.
—Es un buen consejo el que me has dado —dijo don
Quijote.
Sancho estaba deseando sacar a su amo del pueblo, para
que no averiguase166 la mentira que le había contado cuando
don Quijote estaba en Sierra Morena. Cerca del lugar hallaron
un bosque, donde don Quijote se quedó mientras Sancho vol-
vía a la ciudad a hablar con Dulcinea.

66
El encantamiento de la
V
señora Dulcinea

E n cuanto salió del bosque, Sancho se bajó del asno y,


sentándose al pie de un árbol, comenzó a pensar:
—Ni yo ni mi amo hemos visto jamás a Dulcinea, así que
será muy difícil buscarla en el Toboso. Ahora bien, mi amo es
un loco de atar, 167 y yo soy más tonto por seguirle y servirle;
con verdad dice el refrán “Dime con quién andas y te diré
quién eres”.168 Como su locura es que confunde unas cosas
con otras, no será muy difícil hacerle creer que una labradora,
la primera que encuentre por aquí, es la señora Dulcinea. Si
él no lo cree, yo juraré que es. Quizá pensará entonces que
algún encantador le habrá cambiado la figura.
Sancho se tranquilizó y decidió permanecer allí hasta la tar-
de, para que don Quijote pensase que había ido y vuelto del
Toboso. Cuando se levantó para subir al asno, vio que venían
tres labradoras sobre tres borricos.169 Sancho fue deprisa a
buscar a su señor don Quijote y le dijo:
—Traigo buenas noticias. Salga ahora del bosque con Roci-
nante y verá a la señora Dulcinea del Toboso, que con otras
dos doncellas 170 suyas viene a ver a vuestra merced.
—¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices? —dijo don Quijote—.
No me engañes ni quieras alegrarme con falsas alegrías.
—Venga, señor, y verá a la princesa, nuestra ama, vestida
lujosamente. Sus doncellas y ella van cubiertas de oro y jo-
yas, sus cabellos sueltos son rayos del sol y todas vienen a
caballo.

67
Cuando salieron del bosque, dijo don Quijote:
—Yo solo veo a tres labradoras sobre tres borricos.***
—¿Es posible que tres yeguas blancas como la nieve le pa-
rezcan borricos? —dijo Sancho.
—Pues yo te digo, Sancho, que es tan verdad que
son borricos o borricas como yo soy don Quijote y tú Sancho
Panza.
Pero Sancho se arrodilló ante una de ellas y dijo:
—Reina y princesa de la hermosura, reciba al caballero
vuestro, que allí está e mocionado de verse ante vos. Yo soy
Sancho Panza, su escudero, y él es el caballero don Quijote de
la Mancha, llamado también el Caballero de la Triste Figura.
Don Quijote ya se había puesto de rodillas junto a Sancho
y miraba admirado a la que Sancho llamaba reina y señora; y
como solo veía una moza aldeana, chata y de cara redonda,
no se atrevió a decir nada.
—¡Ahora vienen los señoritos a hacer burla de las aldeanas!
—dijo ella—. Sigan su camino y déjennos marchar.
—Levántate, Sancho —dijo don Quijote—, que ya veo que
el malvado encantador me persigue y ha transformado, ¡oh,
doncella!, tu hermosura y rostro en el de una labradora pobre,
pero no dejes de mirarme amorosamente viendo cómo mi
alma te adora.
—¡Anda, mi abuelo! —respondió la aldeana—. ¡Amiguita
soy yo de oír piropos! Apártense y déjennos ir.
Y echó a correr con su burro, pero este comenzó a dar sal-
tos y tiró a la “señora Dulcinea” al suelo. Don Quijote quiso
ayudarla, pero ella sola dio un salto y montó sobre el animal.
Después ella y sus doncellas se fueron corriendo.
Sancho se sorprendió de ver esta habilidad con los caba-
llos, y don Quijote se lamentó de que los encantadores solo le
dejasen ver a una fea aldeana que olía a ajos.

*** En esta segunda parte, Don Quijote verá siempre la realidad tal como es, y serán Sancho y
otros personajes quienes inventarán las mentiras.

68
69
VI La aventura del Caballero
del Bosque

D on Quijote y Sancho siguieron el camino de Zaragoza.


Al anochecer pararon debajo de unos árboles a comer y
descansar. Finalmente, se quedaron dormidos, pero poco des-
pués un ruido despertó a don Quijote. Se levantó y vio que eran
dos hombres a caballo que se sentaban en la hierba. El ruido de
las armas al sentarse hizo pensar a don Quijote que debía de ser
caballero andante, y despertó a Sancho.
—Tenem os aventura, Sancho. Escucha.
—¡Oh, la más hermosa y cruel171 mujer del mundo! —se
quejó el caballero—. ¿Cómo es posible, bellísima Casildea,
que permitas que tu caballero se canse en duros trabajos? ¿No
basta que he obligado a confesar a todos los caballeros de
Navarra,172 a todos los castellanos y, finalmente, a todos los ca-
balleros de la Mancha, que eres la más hermosa del mundo?
—Eso no —dijo entonces don Quijote—; que yo soy de la
Mancha y nunca he confesado eso.
El Caballero del Bosque oyó que hablaban cerca de él y
gritó que se acercasen.
—Sentaos aquí, señor —le dijo a don Quijote—, que para
entender que sois caballero andante me basta el haberos ha-
llado en este lugar de soledad.
—Caballero soy —respondió don Quijote—, y mis tristezas
no me impiden tener compasión 173 de las vuestras, supongo
que causadas por el amor que tenéis a aquella hermosa seño-
ra que nombrasteis en vuestros lamentos.
Mientras tanto, el escudero del Caballero del Bosque tomó
por el brazo a Sancho para hablar con él en otra parte y se
pusieron a charlar.

70
—Trabajosa vida es la que pasamos los escuderos de caba-
lleros andantes —dijo el escudero del Bosque—; claro que la
esperanza de conseguir una ínsula nos ayuda a soportarlo.
—Yo —dijo Sancho— ya he dicho a mi amo que me con-
tento con el gobierno de alguna ínsula, y él es tan noble y ge-
neroso que me lo ha prometido muchas veces.
—Pero mejor sería que volviésemos a nuestras casas y
allí nos entretuviésemos cazando o pescando —dijo el del
Bosque.
—Al menos con vuestra merced podré consolarme174 —res-
pondió Sancho—, pues sirve a otro amo tan tonto como el
mío; claro que el mío no sabe hacer mal a nadie, no tiene ma-
licia alguna, y por esa sencillez le quiero.
De tanto hablar, se les secaba la lengua y el escudero del
Bosque trajo una bota de vino y una enorme empanada de
carne. Comía Sancho con ganas y disfrutó del rico vino.
—Por estos placeres digo que dejemos de andar buscando
aventuras y nos volvamos a nuestras casas —dijo el del Bosque.
—Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le serviré —dijo
Sancho.
Mientras tanto, el Caballero del Bosque seguía hablando
con don Quijote y le decía que su mayor triunfo había sido
vencer al famoso caballero don Quijote de la Mancha y hacer-
le confesar que su amada Casildea era más hermosa que Dul-
cinea. Don Quijote quedó admirado de oír aquello y estuvo
por decirle que mentía, pero tranquilamente le dijo:
—Pongo en duda que vuestra merced haya vencido a don
Quijote de la Mancha. Sería otro que se le pareciese.
—¿Cómo que no? —dijo el del Bosque—. Yo peleé con
don Quijote y le vencí. Es un hombre alto de cuerpo, flaco,
de nariz curva, con canas y de bigote grande, negro y caído.
Lucha con el nombre de Caballero de la Triste Figura y tiene
un escudero llamado Sancho Panza, su caballo es Roci nante y
tiene por señora a una tal Dulcinea del Toboso. Si todo esto
no basta para confirmar mi verdad, aquí está mi espada para
obligar a que me crean.

71
—Tranquilizaos, señor caballero —dijo don Quijote—. Ha-
béis de saber que ese don Quijote que decís es el mismo que
yo, pero no es posible que sea el mismo, a no ser que uno de
sus muchos enemigos encantadores haya tomado su figura
para dejarse vencer y quitarle la fama. Y para confirmar esto,
quiero también que sepáis que esos encantadores transforma-
ron la figura de la hermosa Dulcinea en una fea aldeana, y de
la misma manera habrán transformado a don Quijote. Y si todo
esto no basta para ver la verdad, aquí está el mismo don Quijo-
te que la defenderá con sus armas —y sacó la espada.
—El que una vez, señor don Quijote —dijo el Caballero del
Bosque—, pudo venceros transformado, también podrá ha-
cerlo ahora. Pero esperemos a que sea de día para que el sol
vea nuestras obras. Y ha de ser condición de nuestra batalla
que el vencido ha de hacer todo lo que el vencedor quiera.
Don Quijote aceptó y ambos fueron a donde estaban sus
escuderos. Los encontaron roncando 175 y los despertaron para
que preparasen los caballos para la gran batalla. Sancho temió
por la salud de su amo, pues el otro escudero le había habla-
do de la valentía de su señor.
El escudero del Bosque dijo a Sancho que ellos también
debían pelear mientras sus amos luchaban, pues así era cos-
tumbre en Andalucía.176
—Yo no he oído decir eso a mi amo, que sabe de memoria
todas las normas de la caballería andante. Y no seré tan des-
agradecido de pelear con quien he comido —dijo Sancho.
—Pues yo le daré a vuestra merced tres o cuatro bofetadas
y así se enojará conmigo —dijo el otro.
Pero Sancho, viendo con la luz del día la enorme nariz que te-
nía el escudero del Bosque, decidió ver de lejos la pelea de su
amo y pidió a don Quijote que le ayudase a subir a un árbol.
El Caballero del Bosque, creyendo que don Quijote estaba
ya preparado, echó a correr con su caballo, pero viéndole con
Sancho, paró de repente. Don Quijote, a quien le pareció que
su enemigo venía volando, hizo correr a Rocinante y atacó al
Caballero del Bosque con tanta fuerza que le hizo caer al suelo.

72
Cuando don Quijote le descubrió la cara para ver si estaba
vivo o muerto, vio… que era la misma figura del bachiller
Sansón Carrasco y creyó que era otro encantamiento. Llamó a
Sancho y este se quedó igualmente asombrado.
—Pienso, señor, que vuestra merced debe meter la espada
por la boca a este que parece el bachiller Carrasco; quizá
mate así a alguno de sus enemigos encantadores —dijo San-
cho.
Cuando iba a seguir el consejo de Sancho, llegó el escude-
ro del Bosque, ya sin la nariz enorme, gritando que era de
verdad el bachiller. Sancho, al ver que la gran nariz había sido
de mentira, descubrió que el escudero era un vecino suyo.
Volvió en sí el Caballero del Bosque y don Quijote le dijo:
—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la hermosa
Dulcinea del Toboso es mucho más bella que vuestra Casil-
dea y que aquel caballero que vencisteis no fue don Quijote
de la Mancha sino otro que se le parecía.
El Caballero del Bosque confesó todo por verse libre y
marchó con su escudero. Don Quijote y Sancho se quedaron
con la duda de si fue cosa de encantadores y siguieron su ca-
mino a Zaragoza.
Dice la historia que el bachiller había preparado el engaño
con el cura y el barbero para obligar a don Quijote a volver a
casa después de vencerlo, cosa que el bachiller veía fácil, y
era claro que don Quijote cumpliría ese deseo del caballero
vencedor para no ir contra las leyes de la caballería.

73
VII El encuentro con el
Caballero del Verde
Gabán 177

I ba don Quijote con la alegría por la pasada victoria,


cuando los alcanzó un hombre vestido con un verde ga-
bán, que venía detrás de ellos sobre una hermosa yegua. El
caminante los saludó cortésmente y don Quijote le invitó a ir
con ellos si llevaba el mismo camino y no tenía prisa.
Mientras caminaban, don Quijote miraba mucho al Caba-
llero del Verde Gabán, por parecerle un gran señor. Era de
unos cincuenta años, con pocas canas y la mirada entre ale-
gre y seria. El Caballero del Verde Gabán también miraba mu-
cho a don Quijote, pues le sorprendía su delgadez, su rostro
flaco y sus armas antiguas. Don Quijote notó la atención con
que el caminante le miraba y le contó su vida como caballero
andante.
El Caballero del Verde Gabán tardaba en responderle y al
final dijo:
—Acertasteis en conocer mi deseo de saber quién sois,
pero quedo igual de maravillado. ¿Cómo es posible que haya
hoy caballeros andantes en el mundo? ¿Hay quien dude de
que son falsas esas historias?
—Yo lo dudo —respondió don Quijote—, y espero poder
demostrarle que son verdaderas.
El del Verde Gabán pensó entonces que don Quijote debía
de ser algo tonto. Don Quijote le pidió que contase su vida.
—Yo, señor, soy un hidalgo bastante rico y mi nombre es
don Diego de Miranda. Paso la vida con mi mujer, mis hijos y
mis amigos. Me gusta la caza y la pesca, leer libros que den
placer con el lenguaje y sorprendan con la invención, y mu-

74
chas veces convido a comer a los amigos. No me gusta hablar
mal de nadie ni meterme en las vidas de los demás. Oigo
misa cada día y reparto mis bienes con los pobres.
Muy atento estuvo Sancho a esta narración y le pareció que
aquel hidalgo era un santo. Don Quijote le preguntó que
cuántos hijos tenía.
—Yo tengo un hijo de dieciocho años que me preocupa, y
no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo
quisiera. Ha estudiado lenguas en Salamanca, pero cuando
quise que empezara a estudiar leyes, se negó porque le en-
canta la poesía.
—Los hijos, señor —respondió don Quijote—, se han de
querer, ya sean buenos o malos. Los padres deben encaminar-
los desde pequeños por los pasos de las buenas costumbres,
pero no veo acertado forzarles a que estudien tal o cual cosa.
La poesía, a mi parecer, es tan hermosa como una doncella y
todas las demás ciencias han de servir para embellecerla. Por
eso, el que hace bellas poesías será famoso en todo el mun-
do. Mi consejo, señor hidalgo, es que deje caminar a su hijo
por donde su estrella le guía, pues siendo él tan buen estu-
diante, sabrá hacer bellas poesías.
Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de
don Quijote, tanto que dejó de pensar que era un tonto.

75
VIII
La aventura de los leones

C aminaban don Quijote, Sancho y el Caballero del Verde


Gabán, cuando don Quijote dijo:
—O yo sé poco de aventuras o allí descubro una.
El del Verde Gabán miró por todas partes y solo vio un carro
que venía hacia ellos con dos o tres banderas pequeñas, por-
que el carro traía cosas del rey. Así se lo dijo a don Quijote,
pero él no le creyó, pensando siempre en aventuras.
—Sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles,
y no sé cuándo ni dónde ni en qué figura me van a atacar.
Llegó el carro de las banderas y don Quijote dijo:
—¿Qué carro es este, qué lleváis en él y qué banderas son
esas?
—El carro es mío —respondió el carretero—; lo que va en él
son dos fieros leones enjaulados para su majestad, y las bande-
ras son del rey, en señal de que aquí van cosas suyas.
—¿Son grandes los leones? —preguntó don Quijote.
—Tan grandes que no los he visto mayores, yo soy el leone-
ro —respondió el hombre que los cuidaba—. Son hembra y
macho, cada uno en una jaula; ahora van hambrientos, así que
apártese, que es necesario llegar pronto para darles de comer.
—¿Leoncitos a mí? —dijo don Quijote—. ¡Pues vais a ver si
soy hombre que se espanta 178 de leones! Bajad del carro, leo-
nero, abrid las jaulas y echad fuera esas fieras, que les haré
saber quién es don Quijote de la Mancha.
—Señor —dijo Sancho al del Verde Gabán—, haga que mi amo
no luche contra estos leones o nos harán pedazos179 a todos.

76
—¿Tan loco es vuestro amo? —respondió el hidalgo.
—No es loco —respondió Sancho—, sino atrevido.
—Señor —dijo el del Verde Gabán a don Quijote—, los caba-
lleros andantes deben hacer frente a las aventuras que pueden
acabar bien, y esta aventura tiene más de locura que de valentía.
Más aún que estos leones no vienen a atacarle.
Pero don Quijote se volvió al leonero y le dijo:
—¡Si no abrís las jaulas, os atravesaré con esta lanza!
—Sean todos testigos —dijo el leonero— de que abro las
jaulas contra mi voluntad. Pónganse a salvo.180
Sancho, con lágrimas en los ojos, suplicó a don Quijote:
—Mire, señor, que aquí no hay encantamiento, pues yo he
visto que son leones de verdad.
—El miedo te hace ver así —respondió don Quijote—. Déja-
me, Sancho, y si muero aquí, ya sabes: acudirás a Dulcinea.
Todos se alejaron menos el leonero. Don Quijote decidió pe-
lear a pie, temiendo que Rocinante se espantase de los leones, y
cuando el leonero vio que ya estaba preparado, abrió de par en
par181 la jaula del león. Este, que estaba tumbado, se levantó,
abrió la boca y bostezó182 muy despacio; después sacó la cabeza
fuera de la jaula y miró a todas partes. Finalmente, volvió la es-
palda y se tumbó otra vez en la jaula. Don Quijote mandó al le-
onero que le echase fuera con un palo.
—Eso no —respondió el leonero—, porque yo seré el pri-
mero a quien hará pedazos. Vuestra merced ya ha mostrado
su valentía. El luchador valiente solo está obligado a pedir a
su enemigo que pelee, y si no acude, el otro gana el triunfo.
—Así es —respondió don Quijote—; cierra la puerta y di a
los demás lo que has visto, para que conozcan esta hazaña.
Don Quijote llamó e hizo venir a todos los que se habían ale-
jado y el leonero contó la pelea exagerando el valor de don
Quijote y diciendo que el león se acobardó al verle y no se atre-
vió a salir. Después prometió contar aquella hazaña al rey.
—Si su majestad pregunta quién la hizo —dijo don Quijo-
te—, le diréis que el Caballero de los Leones, que así me lla-
maré desde ahora.

77
78
IX
Las bodas de Camacho

E n todo este tiempo no había hablado palabra el Caba-


llero del Verde Gabán, pues estaba atento a mirar y es-
cuchar a don Quijote para saber si era loco o no; porque lo
que hablaba era elegante y bien dicho, y lo que hacía era dis-
paratado.
Siguieron el viaje don Quijote, Sancho y el del Verde Ga-
bán, y este ofreció su casa a don Quijote para descansar. Cua-
tro días estuvieron allí, y finalmente don Quijote se despidió
agradeciéndole el buen trato recibido.
Poco después se encontraron con dos estudiantes y uno de
ellos dijo a don Quijote:
—Si vuestra merced no lleva camino fijo, véngase con nos-
otros y verá una de las mejores bodas que se hayan celebrado
en la Mancha.
Preguntó don Quijote si eran de algún príncipe.
—No, son las bodas de un labrador y una labradora; él, el
más rico de esta tierra; y ella, la más hermosa —respondió el
estudiante—. Se celebran en un prado cerca del pueblo de la
novia, a quien llaman Quiteria la hermosa, y el novio es Ca-
macho el rico.
Contaron también que un muchacho de la edad de Quite-
ria, llamado Basilio, se había enamorado de ella cuando eran
niños, y ella también le quería; todos en el pueblo conocían
sus amores y se alegraban, pues Basilio era un hábil mucha-
cho, que corría veloz y sabía cantar y tocar. Pero el padre de
Quiteria no quería casarla con Basilio por ser pobre y ordenó
su boda con el rico Camacho.

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No quiso don Quijote entrar en el pueblo, aunque se lo pi-
dieron los estudiantes, por ser costumbre de caballeros an-
dantes dormir por los campos. Así que se desviaron un poco
del camino para pasar la noche.
A la mañana siguiente, se despertó don Quijote y llamó a
su escudero Sancho, que todavía roncaba. Despertó, por fin, y
mirando a todas partes dijo:
—De esas ramas sale un olor a carne asada; bodas que co-
mienzan por estos olores deben de ser abundantes y ricas.
—Sí, glotón183 —dijo don Quijote—, iremos a ver estas bo-
das, por ver lo que hace el pobre Basilio.
Subió cada uno al caballo y al asno y empezaron a cami-
nar. Lo primero que vio Sancho fue un novillo 184 en un asa-
dor. En el fuego había seis ollas llenas de carne y, colgando
de los árboles, gran cantidad de liebres y gallinas para ser
echadas en otras ollas. Sancho contó más de sesenta cueros
de vino y muchos quesos y pan blanquísimo. Era todo tan
abundante que se podía alimentar a un ejército. Todo lo mi-
raba Sancho y todo le gustaba, así que pidió a un cocinero
que le dejase mojar un trozo de pan en una olla. El cocinero
le respondió:
—Hermano, en este día nadie debe pasar hambre, gracias
al rico Camacho. Tomad una gallina o dos y buen provecho.
Mientras tanto, don Quijote miraba a los labradores que lle-
gaban, todos vestidos de fiesta, y gritaban:
—¡Vivan Camacho y Quiteria, él tan rico como ella hermo-
sa, y ella la más hermosa del mundo!
Oyendo esto, don Quijote pensó que no debían de haber
visto a su Dulcinea del Toboso.
Llegaron entonces los novios entre gritos de alegría de la
gente. Y cuando iba a celebrarse la ceremonia, apareció Basi-
lio gritando:
—Bien sabes, Quiteria, que por nuestro amor no puedes
casarte con otro; pero me quitaré de en medio para no estor-
barte. ¡Viva el rico Camacho y muera el pobre Basilio!

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Y diciendo esto se clavó un cuchillo. Acudieron sus amigos
a ayudarle y don Quijote le tomó en sus brazos y vio que aún
no había muerto. El cura quiso confesarle, pero Basilio dijo
que no se confesaría si primero no aceptaba Quiteria ser su
esposa. Don Quijote afirmó que era justo lo que pedía el heri-
do y que el señor Camacho no perdería nada recibiendo por
esposa a la viuda del valeroso Basilio. Fueron tantos los ami-
gos de Basilio que pidieron a Quiteria que aceptase casarse
con él, que esta se acercó a Basilio y tomó su mano. Basilio la
miró fijamente y le pidió que le diese su mano de verdad, sin
sentirse forzada a hacerlo.
—Ninguna fuerza me obliga —dijo Quiteria— y yo mi
mano de esposa te doy libremente.
—Y yo me entrego por tu esposo —respondió Basilio.
—Mucho habla este mozo para estar tan herido —dijo
Sancho.
Y con sus manos unidas, el cura los casó. En ese momento
Basilio se levantó y se sacó el falso cuchillo. Quedaron todos
admirados. El cura, Camacho y los invitados se sintieron bur-
lados. La novia no dio muestras de molestarle la burla y rea-
firmó su casamiento. Los amigos de uno y otro novio sacaron
sus espadas, pero don Quijote se adelantó a caballo, con la
lanza en la mano, y dijo a grandes voces:
—Quietos, señores; que no hay que tomar venganza de las
ofensas que el amor nos hace. Quiteria era de Basilio y Basi-
lio de Quiteria porque así lo quisieron los cielos, y el que in-
tente separarlos tendrá que pasar por la punta de esta lanza.
Todos se fueron tranquilizando y continuó la fiesta. Pero ni
Basilio ni Quiteria quisieron seguir allí y se llevaron a don
Quijote a su aldea, agradecidos por su valor. Solo Sancho se
entristeció porque ya no podía disfrutar de la espléndida co-
mida y fiestas de Camacho, que duraron hasta la noche.

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X La aventura de la cueva 185

de Montesinos

D espués de pasar tres días con los novios, don Quijote


pidió a Basilio que le diese un guía para ir a la cueva
de Montesinos, porque deseaba entrar en ella y ver si eran
verdaderas las maravillas que de ella se decían.
Basilio le ofreció como guía a un primo suyo estudiante
que le llevaría a la cueva y le enseñaría cerca de allí las lagu-
nas de Ruidera, 186 famosas en toda la Mancha.
Se pusieron en camino, y en una aldea cercana compraron
bastantes metros de cuerda187 para bajar a la cueva. Otro día, a
las dos de la tarde, llegaron a la cueva. El primo y Sancho ata-
ron con la cuerda a don Quijote y luego este pidió ayuda a
Dios y a su señora Dulcinea en aquella aventura.
La entrada era ancha, pero estaba llena de ramas. Don Qui-
jote las cortó con la espada y entonces salieron de la cueva
muchísimos cuervos 188 que en ella habitaban. Después se dejó
caer al fondo de la cueva y desde dentro gritaba a Sancho y el
primo que le diesen cuerda poco a poco. Cuando sus voces
dejaron de oírse, ya se había acabado la cuerda, así que deci-
dieron subir a don Quijote. Tiraron de la cuerda y al ver que
no pesaba nada pensaron que don Quijote se quedaba den-
tro. Sancho lloraba mientras tiraba con prisa y, al poco rato,
sintieron peso y vieron a don Quijote.
—Sea vuestra merced bienvenido —le dijo Sancho—, que
ya pensábamos que se quedaba allá para siempre.
Pero don Quijote no respondía palabra. Vieron que tenía
los ojos cerrados, como de estar dormido. Le pusieron en el
suelo y le desataron, pero no despertaba. Tanto le movieron

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que al fin volvió en sí como si despertase de un profundo
sueño.
—Dios os perdone, amigos, pues me habéis sacado de la
más agradable vista que ningún hombre ha tenido —dijo.
Y don Quijote les contó lo que había visto en la cueva de
Montesinos:
—Al poco de entrar en la cueva vi un hueco y me senté a
descansar. Me entró un profundo sueño y cuando desperté
estaba en un hermoso prado. Me toqué los ojos y vi que no
dor mía, sino que estaba despierto. Vi entonces un lujoso pala-
cio de cristal. De él salió un anciano con una larga capa, una
gorra negra y una barba cana que le llegaba a la cintura. Vino
a mí, me abrazó y dijo: “Hace mucho tiempo, valeroso caba-
llero don Quijote de la Mancha, que los que estamos aquí en-
cantados os esperamos para que deis a conocer al mundo lo
que se encierra en la cueva de Montesinos. Yo soy Montesi-
nos, el guarda de la cueva. Ven conmigo, que te quiero mos-
trar las maravillas de este palacio”. Y me enseñó un
sepulcro189 donde se hallaba tumbado un caballero. “Este es
mi amigo Durandarte”,190 me dijo, “flor y espejo de los caballe-
ros enamorados y valientes. Merlín191 le tiene aquí encantado,
como a mí”. Montesinos se arrodilló ante Durandarte y le dijo:
“Sabed que tenéis aquí a aquel gran caballero de quien tanto
habló el sabio Merlín: don Quijote de la Mancha, que ha dado
vida a la ya olvidada caballería andante. Con su ayuda quizá
podamos ser desencantados, pues las grandes hazañas están
reservadas para los grandes hombres”.
Oímos entonces grandes llantos; volví la cabeza y vi pasar a
unas hermosísimas damas, vestidas de luto, 192 que acompañaban
a una señora, también vestida de negro. Tenía la boca grande, la
nariz algo chata y las cejas juntas. Montesinos me dijo que era Be-
lerma, la señora de Durandarte, y que si me había parecido algo
fea era por las ojeras193 que tenía de tanto dolor por la muerte de
su amante, pues si no fuera así, podría igualarse con la hermosa
Dulcinea del Toboso, y ahí protesté por tan odiosa comparación.
—Me sorprende —dijo el primo— que en tan poco tiempo
como ha estado allí, vuestra merced haya visto tantas cosas.

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—¿Cuánto hace que bajé? —preguntó don Quijote.
—Poco más de una hora —respondió Sancho.
—Eso no puede ser —dijo don Quijote—, porque allá ano-
checió y amaneció, y volvió a anochecer y a amanecer tres
veces; así que he estado tres días.
—Será cosa de encantamiento —dijo Sancho—, porque
yo creo que aquel Merlín o aquellos encantadores que vuestra
merced dice le han metido en la cabeza todo esto que ha
contado.
—Todo eso podría ser, pero no es así —dijo don Quijote— ,
porque lo que he contado lo vi con mis propios ojos. Pero ¿qué
dirás si te digo que Montesinos me mostró tres labradoras que
iban saltando por el campo y que una era la hermosa Dulci-
nea del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía y res-
pondió que no, pero que imaginaba que serían unas señoras
importantes que también estaban encantadas.
Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó que
su señor estaba realmente loco.

85
XI La aventura del barco
encantado

S iguieron todos caminando y poco antes de anochecer


llegaron a una venta. Sancho se alegró al ver que su se-
ñor la juzgó por verdadera venta y no por castillo, como solía
hacer. A la mañana siguiente, el primo se despidió de ellos
para volver a su tierra. Don Quijote decidió ver primero el río
Ebro, 194 antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le
daba tiempo hasta que empezasen los torneos.
Cuando vio el río, a don Quijote le gustó contemplar la clari-
dad y abundancia de sus aguas. Vio entonces un pequeño bar-
co sin remos195 que estaba atado en la orilla a un árbol. Miró
don Quijote a todas partes y no vio a nadie. Se bajó de Roci-
nante y mandó a Sancho que bajase y atase a los animales.
—Has de saber, Sancho —dijo don Quijote—, que este bar-
co me está invitando a que entre en él y vaya a ayudar a al-
gún caballero o persona en peligro, porque en los libros
de caballerías los encantadores dejan un barco para ir en su
ayuda.
—Debo obedecer a mi amo —respondió Sancho—, pero a
mí me parece que este barco no es de encantadores, sino de
algunos pescadores de este río.
Dando un salto, don Quijote embarcó; 196 Sancho le siguió,
cortó la cuerda con que estaba atado y el barco se fue apar-
tando poco a poco de la orilla. Sancho comenzó a llorar de
pena por abandonar a los animales, y don Quijote le dijo:
—¿Qué temes, cobarde criatura? ¿No ves que vas sentado
como un gran señor por este río, de donde pronto saldremos
al mar? Aunque quizá ya hemos salido.

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—Yo no creo nada de eso —dijo Sancho—, pues veo con
mis ojos que no nos hemos apartado de la orilla ni cinco me-
tros, y allí están Rocinante y el asno donde los dejamos.
En esto, descubrieron unos grandes molinos de agua que
estaban en la mitad del río.
—¿Ves? —dijo don Quijote—. Allí se ve la ciudad o castillo
donde debe de estar encerrado algún caballero o princesa.
—¿Qué diablos de ciudad o castillo dice, señor? —dijo San-
cho—. ¿No ve que son molinos de trigo que están en el río?
—Calla, Sancho —dijo don Quijote—, que aunque parecen
molinos no lo son, que ya te he dicho que los encantamientos
transforman todas las cosas.
En esto, el barco comenzó a ir más deprisa por la corriente
del río. Los molineros, al ver que el barco se iba a meter entre
las ruedas del molino, salieron con largos palos para detener-
lo. Como iban con las caras y las ropas cubiertas de harina y
les gritaban, don Quijote dijo a Sancho:
—Mira cuántos monstruos vienen hacia mí. ¡Ahora veréis!
—y sacando la espada les amenazó—: Malvados, dejad en li-
bertad a la persona que tenéis encerrada en ese castillo, que
yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los
Leones.
Los molineros no entendían aquellas tonterías e intentaron
parar el barco con sus palos, pero don Quijote y Sancho se
cayeron al agua con el movimiento. El peso de las armas llevó
al fondo a don Quijote, y los molineros se arrojaron al agua y
los sacaron a los dos. Llegaron entonces los pescadores due-
ños del barco y, al verlo destrozado, pidieron a don Quijote
que se lo pagase.
—En esta aventura debe de haber dos encantadores, y uno
impide, echándome al agua, lo que el otro intenta al darme el
barco —dijo para sí don Quijote—. Yo no puedo más. Para
otro caballero debe de estar reservada esta aventura.
Y pagó a los pescadores cincuenta monedas, que las dio
Sancho de mala gana.

88
La aventura XII
con los duques

D on Quijote y Sancho volvieron a por sus animales y se


alejaron del río. Otro día al atardecer, don Quijote vio
venir gente y supo que eran cazadores. 197 Entre ellos vio a
una bella y rica señora vestida, de verde sobre un caballo
blanco.
—Corre, Sancho—dijo don Quijote—, y di a aquella señora
que yo, el Caballero de los Leones, beso las manos a su her-
mosura y que, si me da permiso, iré a servirla.
Fue Sancho y se puso ante la bella cazadora de rodillas:
—Hermosa señora, aquel caballero, llamado el Caballero
de los Leones, es mi amo y yo soy su escudero, Sancho
Panza. Este tal Caballero de los Leones, que antes se llamaba
el de la Triste Figura, me envía a decir a vuestra grandeza
que le dé permiso para que venga a servir a vuestra alta
hermosura.
—Levantaos del suelo —respondió la señora—, que no
es justo que es té de rodillas el escudero de tan gran caballe-
ro como es el de la Triste Figura, cuya fama ya se conoce
por aquí. Levantaos y decid a vuestro señor que venga a
alojarse a una casa que aquí tenemos mi marido el duque y
yo; pues vuestro señor ¿no es uno de quien hay impresa
una historia que se llama El ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha?
—El mismo es, señora —respondió Sancho—, y el escude-
ro suyo que aparece en esa historia soy yo.
—De todo eso me alegro mucho —dijo la duquesa—; id y
decid a vuestro señor que sea bienvenido a mis tierras.

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Mientras Sancho volvía a donde su amo, los duques, que
habían leído la primera parte de esta historia y conocían los
disparates de don Quijote, decidieron seguirle el humor y tra-
tarle como a caballero andante, según ellos habían leído en
los libros de caballerías.
Llegó don Quijote con Sancho y el duque le dijo:
—Venga el señor Caballero de los Leones a un castillo mío
que está aquí cerca, donde se le hará el recibimiento que se
debe a tan alta persona, el que yo y la duquesa solemos hacer
a todos los caballeros andantes que llegan a él.
Y todos se dirigieron al castillo. Pero el duque llegó antes y
dio orden a todos sus criados de cómo habían de tratar a don
Quijote. Cuando este entró en el castillo, dos hermosas don-
cellas le echaron un gran manto 198 rojo sobre los hombros y
todos los criados dijeron a grandes voces:
—¡Bienvenido sea la flor y nata199 de los caballeros an-
dantes!
Don Quijote se admiró de este trato y creyó ser un verda-
dero caballero andante, y no fantástico.
Llevaron a don Quijote a una sala, donde seis doncellas le
quitaron las armas y le ayudaron a vestirse. Cubierto con el
manto rojo y un sombrero verde, don Quijote fue llevado a
otra sala para comer, donde le recibieron el duque y la du-
quesa, y con ellos un ec lesiástico200 de esos que gobiernan las
casas de los príncipes; de esos que, como no nacen príncipes,
no saben enseñar cómo serlo.
Se sentaron a la mesa y la duquesa preguntó a don Quijote
qué noticias tenía de la señora Dulcinea y si le había enviado
como regalo algunos de los gigantes vencidos.
—Sí le he enviado gigantes, señora mía —dijo don Quijo-
te—, pero ¿dónde la van a hallar si está encantada y converti-
da en una fea labradora?
El eclesiástico, que oyó hablar de gigantes y encantos, se
dio cuenta de que aquel debía de ser don Quijote de la Man-
cha, cuya historia leía el duque con afición, y él le había rega-

90
ñado muchas veces por leer tales disparates. Y llamándole
tonto a don Quijote le dijo además:
—¿Quién os ha metido en la cabeza que sois caballero an-
dante y que vencéis gigantes? Volveos a vuestra casa y dejad
de andar por el mundo haciendo reír a cuantos os conocen.
Don Quijote escuchó al eclesiástico y dijo muy enfadado:
—De vos debía esperar buenos consejos y no insultos. No
está bien llamar tonto a alguien a quien no se c onoce. Pues,
dígame vuestra merced, ¿por cuál de las tonterías que ha visto
en mí me insulta y me manda a mi casa? ¿Cree que es tiempo
malgastado el que se emplea en ir por el mundo reparando
injusticias y ofensas? Mis intenciones son hacer bien a todos y
mal a ninguno. Si el que esto hace merece ser llamado tonto,
díganlo vuestras grandezas, los duques.
—¡Bien dicho!, mi amo —dijo Sancho.
—¿Por casualidad —dijo el eclesiástico— sois vos aquel
Sancho Panza a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula?
—Sí, soy yo —respondió Sancho—, y bien la merezco,
pues soy de “Júntate a los buenos, y serás uno de ellos” y de
“Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, 201 y
yo me he juntado con un buen señor y he de ser como él.
—Así es, Sancho —dijo el duque—, pues yo, en nombre de
don Quijote, os doy el gobierno de una ínsula que tengo.
—¡Cómo no van a ser ellos locos, si los cuerdos 202 aprueban
sus locuras! —dijo el eclesiástico, y se marchó enfadado.
Finalmente la comida se acabó y llegaron cuatro doncellas
con agua, jabón y toallas, y en vez de lavar las manos de don
Quijote, le enjabonaron la barba y la cara. Todos le miraban y
tenían que disimular la risa. Y para que don Quijote no viese
la burla, el duque pidió que le lavasen a él también.

91
XIII La aventura para desencantar
a Dulcinea

D espués de la comida, don Quijote se fue a dormir la


siesta. La duquesa, que se moría de risa oyendo hablar
a Sancho, y le parecía más gracioso y más loco que su amo,
pidió a Sancho que pasase la tarde con ella.
—Ahora que estamos solos —dijo la duquesa—, querría yo
que me resolviese unas dudas que tengo sobre la historia im-
presa de don Quijote. Y es que, pues Sancho nunca vio a Dulci-
nea ni le llevó la carta de su señor, ¿cómo se atrevió a fingir la
respuesta de que estaba limpiando trigo siendo mentira?
Sancho comprobó que no había nadie y dijo:
—Ahora que he visto que no nos escucha nadie, le diré
que yo tengo a mi señor por loco y tonto, y por eso me atre-
vo a hacerle creer lo que no tiene pies ni cabeza, 203 como fue
la respuesta de la carta y lo de hace seis días, que aún no está
escrito en la historia, y es lo del encanto de Dulcinea, que no
es verdad.
La duquesa le pidió que le contase aquel encantamiento o
burla, y cuando Sancho terminó de contarlo, ella dijo:
—Si don Quijote es un loco y tonto y su escudero lo sabe y
le sirve y le sigue, sin duda alguna debe de ser él más tonto y
loco que su amo, y no sabrá gobernar una ínsula.
—Esta fue mi suerte; tengo que seguirle; he comido su pan,
le quiero bien, es agradecido y, sobre todo, yo soy fiel. Y si
vuestra señoría no me quiere dar la ínsula por tonto, menos me
dio Dios y no es oro todo lo que reluce 204 —dijo Sancho.
—El duque es un caballero y cumplirá su palabra205 de la pro-
metida ínsula —dijo ella—. Yo solo pido que gobierne bien.

92
—Eso no hay que pedírmelo —respondió Sancho—, por-
que yo soy caritativo206 y también perro viejo,207 y todo es co-
menzar.
—Vos tenéis razón, Sancho —dijo la duquesa—, que nadie
nace enseñado. Pero volviendo a la conversación que tenía-
mos, yo creo que aquella imaginación de Sancho de hacer cre-
er que la labradora sobre el asno era Dulcinea, fue invención
de algún encantador que persigue a don Quijote, y que el buen
Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado.
—Bien puede ser —dijo Sancho— y entonces sería verdad
lo que dijo mi amo de que vio a la señora Dulcinea encantada
con figura de labradora en la cueva de Montesinos.
La duquesa se admiraba de que Sancho terminase creyen-
do su propia mentira, y contó luego al duque lo sucedido.
Mucho disfrutaban los duques con don Quijote y Sancho, y
decidieron hacerles una burla que fuese famosa y viniese bien
con el estilo caballeresco. Los llevaron de caza al monte y, al
anochecer, se oyeron muchas trompetas208 y gran ruido de ca-
rros como si pasase un ejército de caballería. En un carro con
muchas luces venía una figura vestida de negro que dijo:
—Yo soy Merlín, y hasta mí llegó la voz dolida de la bella
Dulcinea del Toboso y supe de su encantamiento y su desgra-
cia. Aquí vengo a dar el remedio a su dolor. ¡Oh, valiente don
Quijote!, para que Dulcinea recupere su figura es necesario
que Sancho, tu escudero, se dé tres mil trescientos azotes.
—Ni tres mil azotes ni tres me daré —dijo Sancho—. Si el
señor Merlín no conoce otra manera de desencantar a la seño-
ra Dulcinea, encantada se irá a la sepultura.
—Yo os ataré a un árbol y os los daré —dijo don Quijote.
—No ha de ser así —dijo Merlín—, porque los azotes que
ha de recibir Sancho han de ser por su voluntad.
—Amigo Sancho —dijo el duque—, o aceptáis los azotes o no
seréis gobernador de mi ínsula. No puedo enviar a un goberna-
dor cruel que no hace caso de los ruegos de los sabios.
Y Sancho aceptó con la condición de dárselos cuando
quisiera.

93
XIV
La aventura de Clavileño

O tro día, estaban en el jardín cuando se oyó un tam-


bor 209 y vieron entrar a dos hombres vestidos de luto
tocando dos grandes tambores, que acompañaban a la conde-
sa210 Trifaldi y a su escudero, junto con las criadas. La condesa
iba vestida de negro con una larga falda acabada en tres pun-
tas, por lo cual todos pensaron que a eso se debía el nombre
de Trifaldi.
Venía en busca de don Quijote desde el reino de Candaya para
que la ayudase a desencantar a la hija de la reina Maguncia y a su
caballero enamorado. Contó la condesa que ella había facilitado
sus amores y hubo que casarlos por quedar embarazada la don-
cella. Del disgusto murió la reina, y su primo, el gigante Malam-
bruno, quiso vengarse y convirtió a los enamorados en estatuas y
a la condesa y sus criadas en mujeres barbudas.
La condesa y las criadas levantaron los velos que cubrían
sus caras y todos se quedaron admirados de sus barbas.
—Decid, señora, qué tengo que hacer —dijo don Quijote.
—Debéis ir al reino de Candaya —respondió la condesa—
a luchar contra el gigante Malambruno. Él me dijo que cuan-
do yo encontrase al caballero libertador, él le enviaría un ca-
ballo de madera que vuela por el aire y que fue construido
por el sabio Merlín. Se llama Clavileño, porque es de leño 211 y
tiene una clavija212 en la frente que le sirve para frenar.213
Llegó la noche, y con ella el famoso caballo Clavileño, traí-
do por cuatro salvajes vestidos con ramas verdes.
—Suban y basta con mover esta clavija para que los lleve
por los aires adonde el gigante. Pero para que la altura no les
cause mareos, se han de cubrir los ojos hasta que el caballo
relinche, que será señal de haber finalizado el viaje.

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Sancho no quería subir de puro miedo, pero el duque le ase-
guró el gobierno de su ínsula cuando volviese. Subieron sobre
Clavileño, les taparon los ojos y cuando don Quijote movió la
clavija, todos empezaron a gritar “¡Ya, ya vais por los aires!”.
Pero ellos solo notaban un fuerte viento y mucho calor, y es
que los criados les soplaban aire y les acercaban fuego.
—Que me maten si no estamos ya en la región del fuego,
porque una parte de mi barba se me ha quemado —dijo San-
cho.
—Debemos de haber caminado mucho —dijo don Quijote.
Todo esto oían los duques y la gente del jardín y se divertían
mucho. Y para poner fin a la extraña aventura, quemaron la cola
de Clavileño y, por estar el caballo lleno de cohetes, 214 voló por
los aires y tiró al suelo a don Quijote y Sancho.
Cuando se levantaron, ya habían desaparecido las mujeres de
las barbas y la Trifaldi. Don Quijote y Sancho se sorprendieron, y
más cuando vieron un papel en el cual estaba escrito:
“El famoso caballero don Quijote de la Mancha acabó la
aventura de la condesa Trifaldi con solo intentarla. Malam-
bruno queda satisfecho y hace desaparecer las barbas”.
La duquesa preguntó a Sancho cómo le había ido, y él dijo:
—Yo sentí que íbamos por la región del fuego y me destapé
algo los ojos y vi toda la tierra muy pequeñita; me vi tan cerca del
cielo que me bajé de Clavileño y me entretuve con las estrellas.
—La tierra entera no pudisteis ver —dijo la duquesa.
—Solo sé —dijo Sancho— que como volábamos por encanta-
miento, también por encantamiento podía ver toda la tierra.
—Como estas cosas están fuera de lo natural, no es raro
que Sancho diga lo que dice —dijo don Quijote—. Yo sentí
que pasaba por la región del aire y la del fuego, pero no pue-
do creer que llegásemos al cielo sin quemarnos, así que San-
cho miente o sueña.
—Ni miento ni sueño —respondió Sancho.
—Sancho —le dijo al oído don Quijote—, si vos queréis que
yo crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos creáis
lo que yo vi en la cueva de Montesinos. Y no digo más.

96
Los consejos de
don Quijote a Sancho XV
para gobernar la ínsula

C on la graciosa aventura de Clavileño quedaron tan con-


tentos los duques, que decidieron seguir con las burlas.
Dieron órdenes a sus criados de cómo debían comportarse
con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, y el duque
dijo a Sancho que se preparase para ser gobernador.
—Venga esa ínsula —dijo Sancho—, que yo lucharé por ser
el mejor gobernador, y no por ambición, 215 sino por el deseo
de probar a qué sabe ser gobernador. Yo imagino que es bue-
no mandar, aunque sea a un rebaño de animales.
Don Quijote llevó a Sancho a su cuarto para aconsejarle:
—Doy infinitas gracias al cielo por tu buena suerte. Otros
piden, ruegan y no alcanzan lo que quieren; y llega otro, y sin
saber cómo, recibe el cargo 216 de gobernador. Tú, sin hacer
nada, con solo estar junto a un caballero andante, te ves go-
bernador de una ínsula. Y como los grandes cargos tienen su
dificultad, quiero aconsejarte. Primero has de temer a Dios;
porque en temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás
equivocarte. Lo segundo, has de ver quién eres, procurando
conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que
puede imaginarse. Guíate por la prudencia. Sé humilde y no
niegues que vienes de labradores; porque viendo los otros
que no te avergüenzas, no intentarán avergonzarte. Mira, San-
cho, que la sangre se hereda y la virtud se conquista, y la vir-
tud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siente más
compasión con las lágrimas del pobre que con las informacio-
nes del rico. Procura descubrir la verdad entre las promesas
del rico y los lloros del pobre. No seas duro al hacer justicia,
sino compasivo. Al que has de castigar, no le trates mal con

97
palabras. Si sigues estos consejos, Sancho, tu fama será eter-
na, tu felicidad inmensa y vivirás en paz con tu gente.
Sancho le escuchaba muy atento y procuraba guardar en la
memoria sus consejos.
—En lo que se refiere a cómo has de gobernar tu persona
—dijo don Quijote—, lo primero que te encargo es que seas
limpio y que te cortes las uñas. No comas ajos ni cebollas, para
que no descubran por el olor tu procedencia. Anda despacio;
habla con calma, pero no de manera que parezca que te escu-
chas a ti mismo. Come poco y cena más poco, que la salud de
todo el cuerpo depende del estómago. No bebas mucho, pues
demasiado vino ni guarda secreto ni cumple palabra. No comas
con toda la boca llena, ni eructes delante de nadie.
—Eso de eructar no lo entiendo —dijo Sancho.
—Eructar significa echar los gases del estómago por la
boca.
—Este es uno de los consejos que pienso llevar en la me-
moria, porque suelo eructar muy a menudo —dijo Sancho.
—Tampoco has de mezclar en tus conversaciones la canti-
dad de refranes que sueles meter —dijo don Quijote.
—A partir de ahora —dijo Sancho—, solo diré los que con-
vengan a la seriedad de mi cargo; porque en casa llena, pron-
to se guisa la cena, y más vale algo que nada.
—Te estoy diciendo que no uses refranes —dijo don Quijo-
te—, y en un instante has dicho unos cuantos que nada tienen
que ver con lo que estamos tratando. Y dejemos esto aquí, San-
cho, que si gobiernas mal, tuya será la culpa y mía la vergüen-
za; pero al menos he hecho lo que debía al aconsejarte.
—Señor —respondió Sancho—, si a vuestra merced le pare-
ce que no valgo para este gobierno, lo dejo ya; que prefiero ir
como Sancho al cielo que como gobernador al infierno.
—Solo por esto que has dicho —dijo don Quijote— mere-
ces ser gobernador de mil ínsulas, porque eres buena perso-
na, y sin eso no hay ciencia que valga.

98
El gobierno de la ínsula XVI
Barataria

S ancho se despidió de don Quijote y de los duques y,


acompañado por un mayordomo217 del duque, llegó a
un lugar de unos mil vecinos. Le dieron a entender que se lla-
maba la ínsula Barataria y todo el pueblo salió a recibirle con
alegría y toque de campanas.
Con algunas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo
y le admitieron por gobernador de la ínsula Barataria. El traje,
las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tení-
an admirada a toda la gente. Finalmente, le llevaron al juzga-
do218 y el mayordomo del duque le dijo:
—Es costumbre antigua en esta ínsula que el que viene a to-
mar posesión ha de responder a una pregunta que sea algo di-
ficultosa, y por la respuesta el pueblo conoce el ingenio de su
nuevo gobernador, y así se alegra o se entristece con su venida.
En esto llegaron dos hombres ancianos; uno traía por bas-
tón219 una caña220 y el otro dijo al gobernador:
—Señor, a este buen hombre le presté hace días diez mo-
nedas de oro con la condición de que me las devolviese. Se
las he pedido muchas veces, y no solo no me las devuelve,
sino que dice que nunca se las presté. Querría que vuestra
merced le tome juramento, y si jura que me las ha devuelto,
yo se las perdono.
—¿Qué decís a esto, buen viejo del bastón? —dijo Sancho.
—Yo, señor, confieso que me las prestó, y juraré que se las
he devuelto.
El viejo dio el bastón al otro para que se lo tuviese mien-
tras juraba y, poniendo la mano sobre la cruz, hizo el jura-

99
mento. El otro hombre aceptó su palabra, porque le tenía por
un hombre de bien. Volvió a tomar su bastón el que había ju-
rado y salió del juzgado. Sancho estuvo pensativo un rato, y
luego mandó que llamasen al viejo del bastón.
—Dadme, buen hombre, ese bastón —dijo Sancho.
—De muy buena gana —respondió el viejo.
Sancho lo tomó y dándoselo al otro viejo le dijo:
—Andad con Dios, que ya vais pagado.
—¿Vale esta caña diez monedas de oro? —dijo el viejo.
—Sí —dijo el gobernador—, y ahora se verá si yo valgo
para gobernar todo un reino.
Y mandó romper la caña, y dentro de ella encontraron diez
monedas de oro. Todos quedaron admirados y tuvieron a su
gobernador por un nuevo Salomón.
Desde el juzgado llevaron a Sancho a un lujoso palacio, y
en una gran sala estaba preparada una mesa llena de comida.
Sancho se sentó y un criado le ofreció un plato de fruta. Nada
más comer un bocado, el médico que había de pie al lado de
Sancho señaló el plato y se lo quitaron rápidamente.
—Yo, señor, soy médico —dijo él— y miro por la salud del
gobernador mucho más que por la mía. Lo principal que hago
es dejarle comer de lo que me parece sano.
—Entonces, aquel plato de perdices asadas no me hará
ningún daño —dijo Sancho.
—Comer mucho de algo es malo, pero de perdices es malí-
simo, así que no las comerá —dijo el médico.
—Vea cuál de los platos me hará menos daño y déjeme co-
mer de eso, porque me muero de hambre —dijo Sancho.
—Es mi opinión que vuestra merced no debe comer de
aquellos conejos guisados ni de esa ternera asada.
—¡Pues quítese de mi vista! —dijo Sancho enfadado—. Y
denme de comer o tomen su gobierno, que trabajo que no da
de comer, no vale nada.

100
El fin del gobierno
XVII
de Sancho

S iete días llevaba Sancho en el gobierno de su ínsula,


harto ya de juzgar y dar su opinión, cuando una noche
oyó un gran ruido de campanas y voces. Su temor creció
cuando oyó trompetas y tambores. Salió de su cuarto y vio
venir a más de veinte personas con espadas en las manos, gri-
tando:
—¡Alarma, alarma, señor gobernador!, que han entrado in-
finitos enemigos en la ínsula, y estamos perdidos si vuestro
valor no nos socorre. ¡Tome las armas, vuestra señoría!
—¿Qué sé yo de armas ni de socorros? —dijo Sancho—. Es-
tas cosas será mejor dejarlas para mi amo don Quijote.
—Aquí le traemos armas, sea nuestro capitán —dijo otro.
Al momento, le pusieron un escudo delante y otro detrás y
le ataron con cuerdas, de modo que no se podía mover. Le
pusieron en la mano una lanza y le dijeron que, siendo él su
guía, todo tendría buen fin.
—¿Cómo voy a caminar —respondió Sancho— si no puedo
doblar las rodillas con esto que me habéis puesto?
—Ande, señor gobernador —dijo otro—; que es el miedo
lo que le impide andar. Muévase, que es tarde.
Probó el pobre gobernador a moverse y se cayó al suelo,
quedando como una tortuga encerrada en sus conchas. Aun-
que le vieron caído, aquellas gentes siguieron dando gritos y
pasando por encima del pobre Sancho, que si no se hubiera
recogido entre los escudos, lo hubiera pasado mal.
—¡Victoria, victoria! —decían las voces ahora—. ¡Los ene-
migos se marchan vencidos! ¡Levántese, señor gobernador!

101
102
Ayudaron a Sancho a levantarse, le quitaron la armadura y
él se sentó y se desmayó.221 Cuando volvió en sí, preguntó
qué hora era; le respondieron que ya amanecía. Calló, y sin
decir otra cosa comenzó a vestirse en silencio, se fue a donde
estaba su asno y después de darle un beso en la frente, con
lágrimas en los ojos, le dijo:
—Venid aquí, compañero y amigo mío. Cuando estaba con
vos y no tenía otro pensamiento que el de cuidaros, dichosos
eran mis días; pero después de que os dejé, movido por la
ambición, he sufrido mil desgracias.
Se subió al asno y dijo a todos:
—Apártense, señores, y déjenme ir. Dejadme volver a mi
antigua libertad. Yo no nací para ser gobernador ni para de-
fender ínsulas. Mejor entiendo de cultivar la tierra que de dar
leyes y defender reinos. Digan al duque que me voy como
entré, sin dinero en los bolsillos, al revés de como suelen salir
otros gobernadores.
Todos se quedaron admirados de su decisión.

103
XVIII El extraordinario suceso
de la venta

S ancho regresó al castillo de los duques y don Quijote


pensó que ya era hora de volver a andar por los caminos,
así que se despidieron de ellos. Sancho estaba contentísimo so-
bre su asno, porque el mayordomo del duque le había dado
doscientos escudos de oro para los gastos del camino.
Cuando don Quijote se vio en el campo, libre, dijo:
—La libertad, Sancho, es una de las cosas más preciosas
que dio el cielo a los hombres; con ella no pueden igualarse
los tesoros que encierra la tierra.
Al atardecer llegaron a una venta y mientras cenaban oyó
don Quijote que en otra mesa decían:
—Léanos, señor don Jerónimo, otro capítulo de la segunda
parte de Don Quijote de la Mancha. 222
—¿Para qué, señor don Juan, si el que ha leído la primera par-
te no es posible que pueda disfrutar leyendo esta segunda?
—Lo que a mí menos me gusta —dijo don Juan— es que
presenta a don Quijote desenamorado223 de Dulcinea.
Al oír esto don Quijote, alzó la voz y dijo:
—A quienquiera que diga que don Quijote ha olvidado a
Dulcinea le haré entender con las armas que no es verdad.
—Sin duda, vos sois el verdadero don Quijote de la Man-
cha, estrella de la andante caballería —dijo uno de ellos.
Don Quijote tomó el libro y después de hojearlo dijo:
—Esto está escrito en lengua aragonesa 224 y aquí dice que
la mujer de mi escudero se llama Mari Gutiérrez y no es así,
sino Teresa Panza.

104
—¡Vaya historiador es ese! —dijo Sancho.
—Pues a vos —dijo don Jerónimo— os describe como un
hombre comilón y nada gracioso, muy distinto del Sancho de
la primera parte.
—Yo creo —dijo don Juan— que solo su primer autor, Cide
Hamete, debería tratar las cosas del gran don Quijote.
Así pasaron gran parte de la noche. Los caballeros le pre-
guntaron por el destino de su viaje. Respondió don Quijote
que iba a Zaragoza, a los torneos que solían hacerse en esa
ciudad todos los años. Don Juan le dijo que eso aparecía en
la historia de Avellaneda y que le faltaba invención.
—Por esta razón, no pondré los pies en Zaragoza
—dijo don Quijote—; así haré ver la mentira de ese historia-
dor moderno, y verán que yo no soy el don Quijote que él
dice.
—Hará muy bien —dijo don Jerónimo—. Hay otros torne-
os en Barcelona, 225 donde podrá el señor don Quijote mostrar
su valor.
—Así lo pienso hacer —dijo don Quijote.
Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retira-
ron a su cuarto, dejando a don Juan y a don Jerónimo admira-
dos y creyendo que estos eran los verdaderos don Quijote y
Sancho, y no los que describía el autor aragonés.

105
XIX La aventura de los
bandoleros 226

S alieron de la venta por la mañana, camino de Barcelona.


Seis días después, estando en un bosque, don Quijote se
quejaba de que Sancho no se había dado los azotes para des-
encantar a Dulcinea. De repente, más de cuarenta bandoleros
los rodearon y les dijeron en lengua catalana que estuviesen
quietos. Su capitán, al ver a don Quijote pensativo, le dijo:
—No estéis tan triste, buen hombre, que yo no soy cruel
sino compasivo. Mi nombre es Roque Guinart. 227
—No es mi tristeza por haber caído en tu poder, ¡oh, vale-
roso Roque! —respondió don Quijote—, sino por haberme
descuidado, estando yo obligado a estar atento continuamen-
te, según la ley de la caballería andante. Porque yo soy don
Quijote de la Mancha, famoso por sus hazañas.
Roque Guinart se alegró de conocer a don Quijote y orde-
nó a su gente que devolviesen a Sancho lo que le habían qui-
tado de las alforjas. Después repartió entre los bandoleros
todo lo que habían robado últimamente. Lo hizo con tanta
justicia, que todos quedaron contentos.
—Señor Roque, véngase conmigo —dijo don Quijote—,
que yo le enseñaré a ser caballero andante, y con tantos tra-
bajos y desgracias se ganará fácilmente el cielo.
Roque Guinart se rio del consejo de don Quijote y quiso
agradecérselo escribiendo una carta a un amigo de Barcelona,
para avisarle de que en cuatro días llegaría a la playa de la
ciudad el famoso don Quijote de la Mancha, el hombre más
gracioso y sabio del mundo.

106
La llegada a Barcelona
y la aventura del Caballero XX
de la Blanca Luna

R oque Guinart acompañó a don Quijote y Sancho hasta


Barcelona y en la playa, de noche, se despidió de ellos.
Al amanecer, don Quijote y Sancho vieron el mar, que nunca
habían visto, y les pareció muy grande.
Llegó entonces el amigo de Roque Guinart con otros caba-
lleros y los invitó a su casa. Don Antonio Moreno, que así se
llamaba, era un caballero rico y educado y disfrutaba mucho
con la graciosa conversación de sus invitados.
Una mañana salió don Quijote a pasear por la playa, arma-
do de todas sus armas, cuando vio venir hacia él un caballero
armado que en el escudo traía pintada una luna y que dijo:
—Famoso caballero don Quijote de la Mancha, yo soy el
Caballero de la Blanca Luna. Vengo a luchar contigo y a pro-
bar la fuerza de tu brazo, para hacerte confesar que mi dama
es, sin comparación, más hermosa que tu Dulcinea del To-
boso. Si peleas y te venzo, quiero que dejes las armas y te
retires a tu aldea durante un año, donde has de vivir en paz.
Y si me vences, quedaré en tus manos y serán tuyos mi ca-
ballo y mis armas, y la fama de mis hazañas pasará a ser
tuya.
Don Quijote se quedó asombrado y respondió:
—Caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas no he oído,
yo os haré jurar que jamás habéis visto a la famosa Dulcinea;
porque si la hubieseis visto, sabríais que no puede haber be-
lleza que se pueda comparar. Así que acepto pelear con vos,
pero no deseo que la fama de vuestras hazañas sea para mí,
pues no sé qué hazañas son y con las mías me contento.

107
Llegó entonces a la playa don Antonio con varios caballe-
ros, y no sabían si la batalla era de burla o de verdad ni quién
era el Caballero de la Blanca Luna.
Como el caballo del de la Blanca Luna era más ligero, llegó
antes y chocó con tan poderosa fuerza, que Rocinante y don
Quijote cayeron al suelo. El Caballero de la Blanca Luna le
puso la lanza sobre la visera del casco para hacerle confesar y
dijo:
—Habéis sido vencido, caballero, y moriréis si no confesáis
la superioridad de la belleza de mi dama.
Don Quijote, molido228 del golpe, sin alzarse la visera,
como si hablara dentro de una tumba, dijo con voz débil y
enferma:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mun-
do, y yo el más desdichado caballero de la tierra. Empuja la
lanza y quítame la vida.
—Eso no haré yo —dijo el Caballero de la Blanca Luna—.
Viva la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Tobo-
so, que yo me contento con que el gran don Quijote se retire
a su aldea un año.
Don Quijote lo aceptó, como caballero que era, y el de la
Blanca Luna se marchó sobre su caballo a la ciudad.
Don Antonio levantó a don Quijote y vio que tenía la cara
llena de sudor y sin color. Sancho, todo triste, no sabía qué
decir ni qué hacer; le parecía que todo aquello era un sueño
o cosa de encantamiento. Don Antonio siguió al Caballero de
la Blanca Luna con el deseo de conocerle y este le dijo que
era el bachiller Sansón Carrasco y que había hecho esto para
curar la locura de don Quijote. Le contó que ya lo había in-
tentado tres meses atrás llamándose el Caballero del Bosque,
pero que en aquella ocasión la suerte quiso que don Quijote
le venciese a él, y ahora era al revés. Le pidió que no dijese a
don Quijote quién era él, para que volviese a su aldea a recu-
perar el sano juicio. Fue una pena para don Antonio perder
así a un loco tan gracioso.

108
El regreso a la aldea y la XXI
muerte de don Quijote

S alieron de Barcelona, don Quijote desarmado y Sancho


a pie, por ir el asno cargado con las armas. Iba don Qui-
jote triste y pensativo, cuando se acordó de los azotes que de-
bía darse Sancho para desencantar a Dulcinea, y le ofreció
pagarle. Sancho aceptó y esa noche comenzó a darse azotes
junto a un árbol y don Quijote a contarlos. Pero Sancho daba
en los árboles y don Quijote no lo veía, y temiendo por su
vida dijo:
—No es cosa que por el gusto mío pierdas tú la vida; que
espere Dulcinea mejor ocasión para terminar; basta por ahora.
Durmieron hasta la salida del sol. Siguieron caminando y
a la noche siguiente acabó Sancho su tarea de azotarse.
Don Quijote quedó muy contento por haber desencantado a
Dulcinea.
Cuando llegaron a su aldea, vieron al cura y al bachiller,
que vinieron hacia ellos con los brazos abiertos. Fueron a
casa de don Quijote, y la mujer de Sancho acudió con su hija.
—¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que más
traéis aspecto de desgobernado que de gobernador?
—dijo ella.
—Calla, Teresa —respondió Sancho—; vámonos a nuestra
casa, que allí oirás maravillas. Traigo dineros, que es lo que
importa, ganados con mi ingenio y sin hacer daño a nadie.
Don Quijote se apartó a solas con el bachille r y el cura y
les contó cómo había sido vencido y que estaba obligado a
no salir de su aldea en un año.

109
Les dijo también que tenía pensado hacerse pastor cuidan-
do ovejas. Pidió a los dos que fuesen sus compañeros y dijo
cómo se había de llamar cada uno. Todos se asombraron de
la nueva locura de don Quijote, pero la aceptaron para que
no se fuese otra vez a sus caballerías.
Y como las cosas humanas no son eternas, especialmente
las vidas de los hombres, llegó el fin de don Quijote cuando
él menos lo pensaba. Porque, ya fuese por la tristeza de ver-
se vencido o por la voluntad del cielo, estuvo seis días en la
cama con fiebre. Llamaron al médico y dijo que su salud es-
taba en peligro. Lo oyó don Quijote y pidió que le dejasen
solo porque quería dormir un poco. Cuando despertó, dijo a
todos:
—¡Bendito sea Dios! Ya tengo juicio. Ya conozco los dispa-
rates que hice por leer tantos libros de caballerías. Yo me
siento a punto de morir y no quisiera dejar fama de loco,
pues ya no lo estoy. Alegraos de que yo ya no soy don Quijo-
te de la Mancha, sino Alonso Quijano, llamado por mis cos-
tumbres el Bueno. Ya soy enemigo de todas las historias de
caballería.
Creyeron que era una nueva locura, y el bachiller dijo:
—¿Ahora que sabemos que está desencantada Dulcinea?
¿Ahora que vamos a ser pastores? Calle y déjese de cuentos.
—Me estoy muriendo. Déjense de burlas —contestó.
El cura se quedó solo con él y cuando acabó la confesión
dijo:
—Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo
Alonso Quijano el Bueno.
Sancho lloraba y don Quijote hizo su testamento:229
—Es mi voluntad pagar a mi escudero Sancho lo que le
debo y darle el dinero que sobre. Y si estando loco le ayudé a
conseguir el gobierno de la ínsula, ahora que estoy cuerdo le
daría un reino, porque su sencillez y fidelidad lo merecen.
Perdóname, amigo, por haberte dado ocasión de parecer loco
como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído.

110
—¡Ay! —respondió Sancho llorando—. No se muera, por-
que la mayor locura que puede hacer un hombre es dejarse
morir. Levántese y vámonos al campo vestidos de pastores.
Quizá encontremos a la señora doña Dulcinea desencantada.
Don Quijote terminó el testamento y se desmayó. Estuvo
tres días con frecuentes desmayos y, finalmente, llegó la últi-
ma hora de don Quijote, entre lágrimas de todos.

111
Actividades
Sobre la lectura
1. Describe a don Quijote a partir de la lectura.
Don Quijote tiene .......................................................................
...................................................................................................
...................................................................................................
2. ¿Por qué don Quijote se pone de apellido “de la Mancha”?
3. ¿Cómo reacciona el ventero cuando don Quijote le pide que le arme
caballero?
4. ¿Cuál es el resultado de la ayuda que ofrece don Quijote al mucha-
cho azotado?
5. ¿Qué intención tiene el autor al escribir el capítulo de los libros que
queman el cura y el barbero?
6. ¿Cuál es la principal diferencia entre la primera y la segunda salida
de don Quijote?
7. ¿Recuerdas tres aventuras donde don Quijote confunda la realidad
con lo que él imagina? ¿Qué cambios hace?
8. En el discurso a los cabreros, don Quijote critica su época. ¿Qué
comparaciones hace entre el pasado (los llamados “siglos de oro”) y
el tiempo presente?
En el pasado .................................................................................
...........................................................................................................
Ahora ................................................................................................
9. ¿Por qué no quiere pagar don Quijote en la venta?
10. ¿Qué distintas reacciones tienen don Quijote y Sancho al descubrir
los batanes?
11. ¿Qué personajes falsean la realidad por propia voluntad?
! Sancho y don Quijote.
! El cura, el barbero, el ventero y Dorotea.
! Sancho, el cura y el barbero.
12. ¿Qué transformación va sufriendo Sancho a lo largo de su viaje con
don Quijote?

112
Actividades
Sobre la lectura
13. ¿De qué se queja Sancho cuando visita a don Quijote?
14. ¿Qué autor inventa Cervantes para su propia obra del Quijote?
15. ¿Qué pretende Cervantes con la conversación del bachiller?
16. ¿Qué hace Sancho en las afueras del Toboso para que don Quijote no
descubra su mentira sobre Dulcinea cuando llevó la carta en la prime-
ra parte de la historia?
17. ¿Quiénes son en realidad el Caballero del Bosque y su escudero y qué
quieren?
18. ¿Qué diferente actitud se observa en don Quijote en la aventura de los
leones, con respecto a la primera parte?
19. ¿Qué defiende don Quijote en las bodas de Camacho?
20. ¿Qué personaje inventado por Sancho ve don Quijote en la cueva de
Montesinos?
21. En la aventura del barco encantado, don Quijote no quiere ver molinos
de agua sino castillos, pero comparando con la primera parte se notan
en él dos cambios de actitud. ¿Cuáles son esos cambios?
22. ¿Qué crítica social hace Cervantes a través de don Quijote y Sancho en las
aventuras de los duques y del gobierno de la ínsula?
23. En la aventura de Clavileño todo son mentiras. ¿Cómo hacen ver don
Quijote y Sancho que son conscientes de esas mentiras?
24. ¿Por qué abandona Sancho el gobierno de la ínsula?
25. ¿Qué es lo que más valoran Sancho y don Quijote cuando dejan atrás,
respectivamente, la ínsula y a los duques?
! La buena vida de placeres.
! El dinero y la fama.
! La libertad.
26. ¿Cuál es la intención de Cervantes al escribir el extraordinario suce-
so de la venta?
27. ¿Qué personaje se disfraza de Caballero de la Blanca Luna y por qué
lo hace?

113
Actividades
Sobre la lengua
1. Busca y escribe ocho nombres de animales que aparecen en el texto.
...........................................................................................................

2. Selecciona las palabras que signifiquen algo relacionado con anima-


les y no con personas.

patada - coz - hablar - reír - relinchar - bostezo - balido galope


mundo - pastor - manada - poeta - rebaño

3. Relaciona las dos columnas.


Acción Instrumento utilizado
apalear cabeza
patada puño
azotar cuerda
cabezazo pie
cuchillada palo
puñetazo cuchillo

4. Agrupa las palabras que tengan un significado parecido.

pelear - asno - huir - jurar - escapar - pueblo - burro


desdichado - prometer - aldea - desgraciado - luchar

5. Completa el texto con los verbos en la forma adecuada.


Lo primero que (hacer) fue limpiar unas armas
que (ser) de sus bisabuelos. (ir)
luego a (ver) su rocín y, aunque este
(estar) muy flaco, le (parecer) que
ni el Babieca del Cid se (poder) comparar con él.
Cuatro días (estar) pensando qué nombre
(deber) poner a su caballo. Después de
(probar) muchos nombres, (deci-
dir) llamarle Rocinante.

114
Actividades
Sobre la lengua
6. Cervantes nos cuenta la conversación entre el ventero y don Quijote
en estilo indirecto. Pon los verbos que faltan en la forma adecuada.
El ventero le dijo que en su castillo no (haber) capi-
lla donde (velar) las armas, pero que
(poder) hacerlo en el patio del castillo, y por la mañana
(hacerse) la ceremonia para (armar a
él) caballero.
Le preguntó si (traer) dinero; respondió don Quijote
que no (llevar) nada, porque él nunca
(leer) en las historias de los caballeros andantes que lo
(llevar). El ventero le dijo que (equivocarse), que los
autores de esos libros no lo (escribir) porque
(ser) cosa clara que (haber) que llevar
dinero y camisas limpias.
7. Imagina que tienes a varias personas conocidas delante y les das las si-
guientes instrucciones. Pon en imperativo los verbos que te damos en
infinitivo.
a) Subir a vuestros caballos. e) Cumplir lo que habéis jurado.
b) Tomar vuestras lanzas. f) Correr a ayudarle.
c) No pegar al muchacho. g) No leer estos libros.
d) Venir conmigo. h) No huir.
8. Cambia las frases condicionales siguiendo el modelo.
Si no quieres perder la vida (vosotros), no las toques (vosotros).
Si no queréis perder la vida, no las toquéis.

Si tienes miedo (vosotros), quítate de ahí (vosotros).


...........................................................................................................
Si os (a ti) lo puedo pagar, decídmelo (tú).
...........................................................................................................
Si él me lo jura (ellos), le (a ellos) dejaré ir libre.
...........................................................................................................
Si necesito defenderme (nosotros), no tendré en cuenta (nosotros)
esas leyes de la caballería.

115
Actividades
Sobre la lengua
9. Selecciona los adjetivos necesarios para estas descripciones.

lujoso - larga - profundo - cana - negra - hermoso

Me entró un sueño y cuando desperté estaba en un


prado. Vi entonces un palacio de cris-
tal. De él salió un anciano con una capa, una gorra
y una barba que le llegaba a la cintura.

10. Sancho dice el refrán “Más vale algo que nada”. Explica el significa-
do de estos otros refranes de estructura parecida.
Más vale tarde que nunca: ..............................................................
...........................................................................................................
Más vale solo que mal acompañado: .............................................
...........................................................................................................
Más vale un amigo que pariente ni primo: ....................................
...........................................................................................................
Más vale maña que fuerza: .............................................................
...........................................................................................................

11. Agrupa las palabras que tengan el significado contrario.

cuerdo - sabio - frenar - entristecer - loco - mentira - tonto


desgraciado - mover - verdad - alegrar - dichoso

12. Completa el texto en tiempo pasado con estos verbos en la forma


adecuada.

gustar - parecer - hablar - leer - meterse - tener - invitar

El Caballero del Verde Gabán unos cincuenta años y


por su aspecto un gran señor. Le la
caza y la pesca, muchos libros e a co-
mer a los amigos. No le gustaba mal de nadie ni
en las vidas de los demás.

116
Actividades
Sobre la lengua
13. Don Quijote da consejos a Sancho para gobernar bien la ínsula. Pon
estos consejos en estilo indirecto.
Has de temer a Dios. Has de ver quién eres, procurando conocer-
te a ti mismo. Guíate por la prudencia. Sé humilde y no niegues
que vienes de labradores. Siente más compasión con las lágrimas
del pobre que con las informaciones del rico. Procura descubrir la
verdad entre las promesas del rico y los lloros del pobre. No seas
duro al hacer justicia, sino compasivo. Al que has de castigar, no
lo trates mal con palabras. Si sigues estos consejos, tu fama será
eterna, tu felicidad inmensa y vivirás en paz con tu gente.
Don Quijote le dice a Sancho que ................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................
...........................................................................................................

14. Completa las frases con los siguientes nexos.

como - pero - que - cuanto - pues - cuando - al - que

a) Yo te aseguro debe de ser algún sabio encantador


el autor de nuestra historia, ellos lo saben todo.
b) le gustaban las burlas, se puso de rodillas delante
de don Quijote y le estrechó las manos.
c) mayor sea Sancho en edad, más hábil será para
gobernar.
d) El autor promete una segunda parte, dice que no
ha encontrado la historia en árabe para traducirla.
e) decir esto, llegaron a sus oídos los relinchos de Ro-
cinante.
f) Tú me has dicho la viste limpiando trigo,
le llevaste mi carta.

117
Soluciones
Sobre la lectura

1. Don Quijote tiene cerca de cincuenta años. Es fuerte pero flaco, tiene la
cara delgada y le gusta madrugar e ir de caza.
2. Porque era de un pueblo de la Mancha y quiso imitar al caballero Amadís
añadiendo el nombre de su tierra para hacerla famosa.
3. Le sigue la broma para divertirse: llama castillo a su venta, le ofrece el
patio para velar las armas, le aconseja qué debe llevar consigo un caba-
llero andante y finge la ceremonia de armarle caballero.
4. Don Quijote consigue que el labrador deje de azotarle y jure pagarle el
salario, pero cuando se va, el labrador no cumple la palabra sino que
azota aún más fuerte al muchacho.
5. Su intención es hacer una crítica literaria de los libros más leídos en la
época: libros de caballerías, de poesía, y aprovecha para elogiar un libro
suyo, La Galatea.
6. En la primera salida don Quijote va solo y en la segunda va con su escu-
dero Sancho.
7. En la aventura de los molinos de viento, cree que los molinos son gigan-
tes. En la aventura de los frailes confunde a estos con unos encantadores
y a la señora vizcaína con una princesa que llevan prisionera. En la aven-
tura de los rebaños de ovejas confunde los rebaños con dos grandes ejér-
citos.
8. En el pasado todas las cosas eran de todos. Comían de los árboles y be-
bían de los ríos sin necesidad de trabajar. Había paz y amistad en todas
partes. Se decía la verdad y se respetaba la justicia.
Ahora hay que trabajar para comer y beber. No siempre hay paz y amis-
tad. El engaño se mezcla con la verdad. No se respeta la justicia y nada
está seguro.
9. Porque no puede ir contra las leyes de caballería. Era costumbre que los
caballeros andantes no pagasen en agradecimiento a su esfuerzo y traba-
jo.
10. Sancho se ríe del miedo que han pasado los dos. Don Quijote se aver-
güenza de haber tenido miedo.
11. El cura, el barbero, el ventero y Dorotea.
12. Sancho termina creyendo las fantasías de su amo y parece tan loco como
él.

118
Soluciones
Sobre la lectura

13. Sancho se queja de que don Quijote le sacó con engaños de su casa pro-
metiéndole una ínsula que aún no le ha dado y de que no hizo nada por
él cuando lo mantearon en la venta.
14. Cervantes inventa que el autor de la historia es el sabio moro Cide Ha-
mete Benengeli y que alguien la tradujo del árabe al español.
15. Cervantes pretende responder a las críticas hechas a la primera parte de
su Quijote y defender su manera de escribir.
16. Sancho hace creer a don Quijote que una labradora es Dulcinea y que él
no lo ve así porque un malvado encantador la ha cambiado.
17. El Caballero del Bosque es el bachiller, y su escudero es un vecino del
pueblo. Quieren que don Quijote y Sancho regresen a casa; el bachiller
lo intenta fingiendo un combate de caballeros y el escudero recuerda a
Sancho lo bien que se vive en casa.
18.Ve los leones (aunque para él están encantados) y acepta la opinión de otra
persona para dar fin a la aventura: él gana si el otro no lucha.
19.Don Quijote defiende el amor libre, por encima del dinero.
20.Don Quijote ve a Dulcinea encantada con el aspecto de labradora.
21.Don Quijote ve el barco, no cambia esa realidad y lo que hace es razonar a
su manera por qué está ahí ese barco. Y otro cambio de actitud es que
paga dinero por el destrozo causado.
22.En la aventura de los duques don Quijote critica al representante de la Igle-
sia (eclesiástico) y en la del gobierno de la ínsula Sancho censura a los
representantes del poder público (gobernadores).
23.Sancho dice a la duquesa que si él acepta que han volado por encanta-
miento, ella tendrá que aceptar como encantamiento lo que él dice que vio
sobre Clavileño. Y don Quijote dice a Sancho que si quiere que él crea lo
que ha visto en el cielo, Sancho tendrá que creer lo que él vio en la cue-
va de Montesinos.
24.Porque no quiere que le hagan más burlas y le gusta más la vida del cam-
po, sin tener que juzgar, ni dar leyes ni usar las armas.
25.La libertad.
26.Hacer una crítica negativa de la segunda parte del Quijote escrita por Ave-
llaneda y dejar claro cuál es la verdadera obra.
27.El bachiller, y utiliza ese disfraz para pelear con don Quijote y obligarle a
regresar a su aldea para q ue recupere el sano juicio.

119
Soluciones
Sobre la lengua

1. galgo, caballo, asno, mula, cabra, yegua, oveja, buey.


2. coz - relinchar - balido - galope - manada - rebaño.
3. Acción Instr. util. 4. pelear - luchar
apalear cabeza asno - burro
patada puño huir - escapar
azotar cuerda jurar - prometer
cabezazo pie pueblo - aldea
cuchillada palo desdichado - desgraciado
puñetazo cuchillo
5. Lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bis-
abuelos. Fue luego a ver su rocín y, aunque este estaba muy flaco, le pare-
ció que ni el Babieca del Cid se podía comparar con él. Cuatro días estuvo
pensando qué nombre debía poner a su caballo. Después de probar mu-
chos nombres, decidió llamarle Rocinante.

6. El ventero le dijo que en su castillo no había capilla donde velar las armas,
pero que podía hacerlo en el patio del castillo, y por la mañana se haría
la ceremonia para armarle caballero.
Le preguntó si traía dinero; respondió don Quijote que no llevaba nada,
porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes
que lo llevasen. El ventero le dijo que se equivocaba, que los autores de
esos libros no lo escribían porque era cosa clara que había que llevar dine-
ro y camisas limpias.

7. a) Subid a vuestros caballos. e) Cumplid lo que habéis jurado.


b) Tomad vuestras lanzas. f) Corred a ayudarle.
c) No peguéis al muchacho. g) No leáis estos libros.
d) Venid conmigo. h) No huyáis.
8. Si tenéis miedo, quitaos de ahí.
Si te lo puedo pagar, dímelo.
Si ellos me lo juran, les dejaré libres.
Si necesitamos defendernos, no tendremos en cuenta esas leyes de la
caballería.

120
Soluciones
Sobre la lengua

9. Me entró un profundo sueño y cuando desperté estaba en un hermoso


prado. Vi entonces un lujoso palacio de cristal. De él salió un anciano
con una larga capa, una gorra negra y una barba cana que le llegaba a la
cintura.
10. Más vale tarde que nunca: aconseja hacer las cosas sin prisas.
Más vale solo que mal acompañado: aconseja elegir bien las compañías.
Más vale un amigo que pariente ni primo: indica que la familia no siem-
pre está ahí apoyándote y sí lo está el verdadero amigo.
Más vale maña que fuerza: aconseja hacer las cosas con cuidado.
11. cuerdo / loco, sabio / tonto, frenar / mover, entristecer / alegrar,
mentira / verdad, desgraciado / dichoso
12. El Caballero del Verde Gabán tenía unos cincuenta años y por su aspec-
to parecía un gran señor. Le gustaba la caza y la pesca, leía muchos li-
bros e invitaba a comer a los amigos. No le gustaba hablar mal de nadie
ni meterse en las vidas de los demás.
13. Don Quijote le dice a Sancho que ha de temer a Dios; que ha de ver
quién es, procurando conocerse a sí mismo. Que se guíe por la pruden-
cia; que sea humilde y no niegue que viene de labradores. Que sienta
más compasión con las lágrimas del pobre que con las informaciones
del rico. Que procure descubrir la verdad entre las promesas del rico y
los lloros del pobre. Que no sea duro al hacer justicia, sino compasivo.
Que al que ha de castigar, no lo trate mal con palabras; que si sigue estos
consejos, su fama será eterna, su felicidad inmensa y vivirá en paz con
su gente.
14. a) Yo te aseguro que debe de ser algún sabio encantador el autor de
nuestra historia, pues ellos lo saben todo.
b) Como le gustaban las burlas, se puso de rodillas delante de don Qui-
jote y le estrechó las manos.
c) Cuanto mayor sea Sancho en edad, más hábil será para gobernar.
d) El autor promete una segunda parte, pero dice que no ha encontrado
la historia en árabe para traducirla.
e) Al decir esto, llegaron a sus oídos los relinchos de Rocinante.
f) Tú me has dicho que la viste limpiando trigo, cuando le llevaste mi
carta.

121
Notas
1 hidalgo m.: noble (que tiene un 20 ventero m.: dueño de una venta
título dado por el rey) de la clase (ver nota 17) que da alojamiento
más baja dentro de la antigua y comida.
nobleza castellana. 21 conceda el deseo (inf. conceder
2 lanza f. : arma (ver nota 10) el deseo): que le dé a alguien lo
alargada y terminada en punta que le pide.
que se arroja (ver nota 30). 22 capilla f.: sala con altar para
3 escudo m.: arma (ver nota 10) rezar (ver nota 65).
defensiva para cubrirse que se 23 velaré las armas (inf. velar las
llevaba en la mano izquierda. armas): cuidaré de las armas (ver
4 rocín m.: caballo de trabajo, de nota 10) por la noche. Esto se hacía
poca categoría. antes de la ceremonia para ser
5 galgo m.: perro de caza muy armado caballero (ver nota 16).
delgado. 24 patio m.: espacio interior de una
6 ama f.: criada (ver nota 36) casa que está abierto, sin techo.
principal de una casa. 25 ungüentos m.: medicinas en
7 se le secó el cerebro (inf. secarse forma de cremas para la piel.
el cerebro): se volvió loco. 26 combates m.: luchas, peleas.
8 batallas f.: combates (ver nota 27 escuderos m.: criados (ver nota
26), peleas entre dos ejércitos. 36) del caballero, que llevaban su
9 disparates m.: tonterías, locuras. escudo (ver nota 3) y la comida.
10 armas f.: instrumentos para atacar. 28 pila f.: recipiente grande con agua
11 ofensas f.: daños físicos o morales donde beben los animales.
que se hacen a una persona. 29 te atreves (inf. atreverse): te
12 Babieca del Cid: el caballo del arriesgas, te decides a hacer algo.
Cid Campeador, un personaje 30 arrojó (inf. arrojar): tiró, lanzó.
histórico famoso por sus hazañas 31 fingió (inf. fingir): hizo creer que
(ver nota 40) en la Reconquista era verdad lo que hacía.
del reino castellano. 32 espada f.: arma (ver nota 10)
13 valeroso: valiente. larga y cortante.
14 Amadís: protagonista de un libro 33 labrador m.: campesino, persona
de caballerías muy famoso, el que trabaja en el campo.
Amadís de Gaula. 34 azotando (inf. azotar): dando
15 el Toboso: pueblo de Toledo, en golpes con una cuerda (ver nota
La Mancha. 187), un cinturón o un látigo.
16 es armado caballero (inf. ser 35 figura f.: cuerpo, aspecto exterior.
armado caballero): obtiene 36 criado m.: persona que sirve a otra.
el título de caballero en una 37 jura (inf. jurar): promete hacer algo.
ceremonia. 38 Quintanar: Quintanar de la
17 venta f.: casa grande para Orden, pueblo de Toledo.
alojarse, en el campo. 39 cada uno es hijo de sus obras: el
18 huyeron (inf. huir): escaparon, ser caballero o noble depende no
salieron corriendo. solo del apellido, sino también de
19 vuestras mercedes: forma de los actos que realice la persona.
tratamiento de respeto muy 40 hazaña f.: acción heroica y
antigua. famosa.

122
Notas
41 mercaderes m.: comerciantes. 61 alforjas f.: bolsa de tela con dos
42 seda f.: tela muy fina y suave. bolsillos grandes para repartir el
43 tuerta: que no ve por un ojo. peso.
44 armadura f.: traje de hierro con 62 campo de Montiel: región de La
que se vestía el caballero para Mancha.
pelear. 63 botín m.: armas (ver nota 10) y
45 aldea f.: pueblo. demás cosas del ejército vencido
46 trigo m.: cereal con el que se en un combate (ver nota 26).
hace el pan. 64 aspas f.: conjunto de dos palos
47 asno m.: burro, animal parecido atravesados en forma de X.
al caballo, pero más pequeño. 65 reza (inf. rezar): dice oraciones
48 visera f.: parte del casco (ver nota religiosas.
49) que protege la cara y se sube 66 galope m.: carrera rápida del
y se baja. caballo.
49 casco m.: objeto protector que 67 arrastró (inf. arrastrar): llevó a
cubre la cabeza o la cara. una persona o cosa por el suelo.
50 confundió (inf. confundirse): no 68 socorrerle (inf. socorrer): le ayudó
diferenció una cosa o persona de en una situación de peligro.
otra. 69 Puerto Lápice: pueblo de Ciudad
51 honrado: que actúa Real, en La Mancha.
correctamente. 70 pacífico: que ama la paz.
52 sabia Urganda: personaje 71 vizcaíno m.: nacido en Vizcaya,
famoso de los libros de en el País Vasco.
caballerías, que tenía poderes 72 frailes m.: religiosos que hacen
mágicos para curar. votos.
53 encantador: que hace 73 mulas f.: animal nacido de un
encantamientos o magia. asno (ver nota 47) y una yegua
54 corral m.: espacio rodeado de (ver nota 93) o de caballo y burra.
una valla para meter animales. 74 prisionera f.: persona que está en
55 Sergas de Esplandián: el personaje prisión, sin libertad.
de Espladián es hijo de Amadís 75 amenazó (inf. amenazar): advirtió
(ver nota 14), y el libro es una de un daño que iba a hacer.
continuación de Amadís de Gaula. 76 cabreros m.: pastores de cabras.
56 La Galatea: primera obra impresa 77 bálsamo de Fierabrás: medicina
de Cervantes que aquí se salva líquida que se bebe para curar
del fuego. heridas; lo robó el gigante
57 tapiar: cerrar con una pared. Fierabrás en Roma, según los
58 Frestón o Fritón: el autor se burla libros de caballería.
jugando con el nombre de este 78 cabañas f.: casa hecha con palos
personaje de un libro de y ramas.
caballerías. 79 caldero m.: vasija de metal
59 hombre de bien m.: buena redonda para cocinar.
persona. 80 bellotas f.: frutos de la encina, el
60 ínsula f.: isla, espacio de tierra roble y otros árboles.
rodeado de agua por todas 81 puñado m.: poca cantidad, lo
partes. que cabe en un puño.

123
Notas
82 doncellas f.: mujeres que no 105 patadas f.: golpes dados con el
han tenido ninguna relación pie.
sexual. 106 puñetazos m.: golpes dados con
83 viudas f.: mujeres a quienes se el puño.
les ha muerto su marido y no 107 en un abrir y cerrar de ojos: muy
han vuelto a casarse. rápidamente, enseguida.
84 huérfanos m.: personas sin padre 108 vomitar: echar por la boca lo que
o madre. se tiene en el estómago.
85 rabel m.: instrumento musical de 109 cobrar: recibir dinero como pago.
cuerda, antiguo y típico de 110 encantado (inf. encantar): aquí,
pastores. que ha sufrido un encantamiento,
86 enterrar: poner bajo tierra a un por poderes mágicos.
muerto, darle sepultura. 111 siega f.: acción de segar, cortar
87 Salamanca: ciudad de Castilla, los cereales en el campo.
famosa por su universidad. 112 polvareda f.: polvo que se
88 soledad f.: sin compañía, estar solo. levanta de la tierra.
89 yangüeses m.: nacidos en 113 enfrentarse: pelearse.
Yanguas, pueblo de Segovia y 114 relinchar: hacer ruido los caballos
también de Soria. por la boca.
90 arroyo m.: pequeño río. 115 balidos m.: voz de las ovejas.
91 pacer: comer hierba un animal. 116 mantearon (inf. mantear):
92 manada f.: conjunto de animales. subieron a Sancho por los
93 yeguas f.: hembras del caballo. aires con una manta para
94 coces f.: patadas (ver nota 105) divertirse.
que da el caballo. 117 batanes m.: máquinas para
95 venganza f.: satisfacción que golpear la ropa, compuestas de
alguien se toma del daño unos mazos o grandes martillos
recibido. de madera que se mueven con
96 feo Blas: se refiere al bálsamo de la fuerza del agua.
Fierabrás (ver nota 77); esta burla 118 cascada f.: salto de agua muy alto.
es un rasgo de humor del autor. 119 vos: forma antigua de
97 desgracias f.: episodios que tratamiento, que hoy se
producen un gran dolor o daño. mantiene en algunas zonas de
98 asturiana: nacida en Asturias, al habla hispana, como Argentina.
norte de España. 120 villano m.: nacido en una villa o
99 chata: de nariz aplastada. aldea (ver nota 45) y de clase
100 vendas f.: trozos de tela con que pobre.
se cubre una herida. 121 yelmo m.: casco (ver nota 49)
101 cardenales m.: manchas moradas o parte de la armadura (ver
en la piel debidas a un golpe. nota 44) que protege la cabeza
102 apaleado (inf. apalear): golpeado y la cara.
con palos. 122 Mambrino: rey moro de los
103 emperador m.: persona que libros de caballerías que perdió
dirige un imperio. su yelmo (ver nota 121) mágico
104 fidelidad f.: lealtad hacia una durante un combate (ver
persona. nota 26).

124
Notas
123 bacía f.: recipiente de metal que carta de amor, Cervantes se burla
usaban los barberos para mojar la de las que aparecen en los libros.
barba. 141 heredera f.: persona que recibe
124 Martino: en vez de Mambrino las posesiones de un muerto.
(ver nota 122), burla y rasgo de 142 desdichado: infeliz, desgraciado.
humor del autor. 143 hombruno: de hombre.
125 galeotes m.: hombres que 144 cueros m.: recipientes de piel
remaban en una galera (ver nota para contener líquidos, como
128) en castigo por sus delitos vino o aceite.
(ver nota 129). 145 cuchillada f.: golpe dado con un
126 esposas f.: aquí, sujecciones de cuchillo o arma (ver nota 10)
hierro para atar las manos de los cortante.
presos. 146 carretero m.: persona que
127 escopetas f.: armas (ver nota 10) conduce carros y carretas
de fuego de tubo largo. (vehículos de madera tirados por
128 galeras f.: barcos de vela con animales).
muchos remos (ver nota 195). 147 bueyes m.: machos de la vaca a
129 delitos m.: culpas, crímenes, los que le quitan el aparato
actos en contra de la ley. reproductor.
130 ducados m.: monedas de oro que 148 jaula f.: caja hecha con palos o
se usaban en España hasta finales barrotes separados entre sí, para
del siglo XVI. encerrar animales.
131 habría untado (inf. untar): habría 149 maldijeron (inf. maldecir):
dado dinero al juez para ser libre. hablaron mal de algo.
132 he sacado en limpio (inf. sacar 150 su majestad: forma de tratamiento
en limpio): he llegado a la para dirigirse al rey o hablar de
conclusión. él.
133 oprimidos (inf. oprimir): 151 me pesa (inf. pesar): siento pena,
personas que sufren un abuso de pesar por algo, de ahí la palabra
poder. pésame para expresar la pena.
134 esclavos m.: personas que no 152 leales: fieles, en quien se puede
tienen libertad y trabajan para otras. confiar.
135 verdugos m.: oficiales de Justicia 153 no nos dejan hueso sano (inf.
que ejecutan las penas de dejar hueso sano): aquí en
muerte. sentido metafórico, critican
136 majadería f.: tontería. mucho a alguien.
137 buscando tres pies al gato (inf. 154 virtud f.: aquí, el ser buena
buscar tres pies al gato): persona.
buscando problemas sin 155 bachiller m.: estudiante que ha
necesidad. obtenido el primer nivel
138 duque m.: noble de la clase más académico.
alta. 156 mencionan (inf. mencionar):
139 cabezazos m.: golpes dados con citan, nombran.
la cabeza. 157 a solas: sin nadie más.
140 soberana y alta: forma de 158 impresos (inf. imprimir):
tratamiento exagerado. En esta publicados en papel.

125
Notas
159 hábil: capaz de hacer algo. 177 gabán m.: abrigo, prenda de ropa
160 no llegan a la suela de mi zapato amplia que se pone sobre otra
(inf. llegar a la suela de los ropa.
zapatos): valen menos que yo, 178 espanta (inf. espantar): se asusta.
son peores. 179 nos harán pedazos (inf. hacer
161 torneo m.: competición que pedazos): nos destrozarán, nos
imitaba las peleas a caballo entre romperán.
caballeros que había en la Edad 180 póngase a salvo (inf. ponerse a
Media. salvo): protéjase, colóquese fuera
162 disimule (inf. disimular): que no de peligro.
parezca lo que es, que dé la 181 abrió de par en par (inf. abrir de
impresión de otra cosa. par en par): abrió totalmente, por
163 envidia f.: deseo de lo que tiene completo.
otro. 182 bostezó (inf. bostezar): abrió la
164 hallemos (inf. hallar): boca por sueño.
encontremos. 183 glotón: que le gusta mucho
165 de oídas: sin verla, solo por lo comer.
que dice la gente. Se suele 184 novillo m.: hijo de la vaca.
utilizar con el verbo saber (“sé de 185 cueva f.: agujero grande bajo tierra.
oídas”). 186 lagunas de Ruidera: lagos
166 averiguase (inf. averiguar): pequeños donde nace el río
descubriera, llegara a saber. Guadiana.
167 loco de atar: muy loco; se refiere 187 cuerda f.: hilo gordo para atar.
a la antigua costumbre de atar a 188 cuervos m.: pájaros negros.
los locos para llevarlos a un 189 sepulcro m.: obra de piedra
centro hospitalario. donde se guarda a una persona
168 dime con quién andas y te diré muerta.
quién eres: refrán para afirmar 190 Durandarte: caballero de las
que las compañías influyen en el leyendas de Carlomagno.
carácter. 191 Merlín: sabio y famoso mago de
169 borricos m.: burros pequeños. las leyendas del rey Arturo.
170 doncellas f.: aquí, criadas (ver 192 luto m.: ropa negra que se usa
nota 36) de una señora de clase por la muerte de un ser querido.
alta y que por ello viste bien. 193 ojeras f.: manchas bajo los ojos
171 cruel: que le gusta hacer sufrir. debido al cansancio.
172 Navarra: región en el norte de 194 río Ebro: es el río con más agua
España, junto a los Pirineos. de España, y atraviesa la región
173 compasión m.: sentimiento de de Aragón.
pena por el sufrimiento de 195 remos m.: palas largas para
alguien. mover un barco al meterlo en el
174 consolarme (inf. consolar): agua.
disminuirme la pena. 196 embarcó (inf. embarcar): subió a
175 roncando (inf. roncar): haciendo un barco.
ruido al dormir. 197 cazadores m.: personas que
176 Andalucía: amplia región en el buscan y matan animales, que se
sur de España. dedican a cazar.

126
Notas
198 manto m.: capa o ropa suelta 216 cargo m.: puesto de trabajo,
para cubrirse el cuerpo sobre el empleo.
vestido. 217 mayordomo m.: criado (ver
199 la flor y nata: expresión, aún en
nota 36) principal de una casa.
uso, que indica lo mejor de algo. 218 juzgado m.: sitio donde se
200 eclesiástico: cura, sacerdote,
juzga.
persona de la iglesia. 219 bastón m.: palo de apoyo para
201 quien a buen árbol se arrima,
buena sombra le cobija: refrán andar.
220 caña f.: tallo hueco de una
que aconseja buscar buenas
compañías. planta.
202 cuerdos: sanos de juicio, no 221 desmayó (inf. desmayarse):
locos. perdió las fuerzas y el
203 no tiene ni pies ni cabeza (inf. no conocimiento, cayó sin sentido.
tener ni pies ni cabeza): es una 222 Don Quijote de la Mancha: es la
locura o un disparate (ver nota 9). continuación que el escritor
204 no es oro todo lo que reluce
Avellaneda hizo de la primera
(inf. ser oro todo lo que parte.
reluce): refrán que aconseja no 223 desenamorado (inf.
fiarse de las apariencias, del lujo desenamorar): ese autor
y las riquezas. Avellaneda hizo que don
205 cumplirá su palabra (inf.
cumplir su palabra): hará lo que Quijote se olvidase de Dulcinea
ha prometido. y le llamó el Caballero
206 caritativo: que piensa en los desenamorado.
224 aragonesa: de Aragón, el texto
demás y ayuda a todos.
207 perro viejo: persona con mucha de Avellaneda tiene expresiones
experiencia de la vida. de esa región.
208 trompetas f.: instrumentos 225 Barcelona: ciudad de Cataluña,
musicales de viento (se soplan). situada en el noreste, en la
209 tambor m.: instrumento musical
costa del mar Mediterráneo.
de percursión (se golpea). 226 bandoleros m.: ladrones que
210 condesa f.: título nobiliario que
robaban a los ricos en el
está por debajo del marqués y campo.
del duque (ver nota 138). 227 Roque Guinart: famoso
211 leño m.: madera.
212 clavija f.: trozo de madera bandolero catalán de la época
metido en un agujero para de Cervantes.
228 molido (inf. moler): muy
sujetar algo.
213 frenar: parar el movimiento. dolorido y cansado.
214 cohetes m.: fuego artificial. 229 testamento m.: expresión de
215 ambición f.: deseo de poder y la última voluntad de una
riqueza. persona.

127
Colección
LECTURAS FÁCILES EN ESPAÑOL PARA JÓVENES Y ADULTOS
NIVEL 1 (A1-A2)
• Ruidos en el adosado
• Ruidos en el adosado + audio en MP3
• Misterio en Santiago de Chile
• Misterio en Santiago de Chile + CD
• Calle Mayor, 10
• Calle Mayor, 10 + CD
• Leyendas
• Leyendas + audio en MP3

NIVEL 2 (B1)
• Vacaciones en isla Margarita
• Cantar del Mío Cid
• Cantar del Mío Cid + audio en MP3
• Don Juan Tenorio
• Don Juan Tenorio + audio en MP3
• Ocurrió en el Retiro
• Ocurrió en el Retiro + audio en MP3

NIVEL 3 (B2)
• Puente aéreo
• Cita en la Recoleta
• Cita en la Recoleta + audio en MP3
• Muerte en Cancún
• Libertad condicional
• Con la sartén por el mango
• Con la sartén por el mango + audio en MP3
• Fiera muerte

NIVEL 4 (C1)
• Espionaje industrial
• El juicio
• Don Quijote de la Mancha
• Don Quijote de la Mancha + audio en MP3

128

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