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LA NACION | COMUNIDAD | EDUCACIÓN

La inclusión educativa requiere cambiar


el aprendizaje uniforme por la
flexibilidad
Inés Estévez SEGUIR
PARA LA NACION

26 de febrero de 2018 • 17:20

B ienvenidas la conciencia inclusiva, las pedagogías Waldorf, Montessori y otras,


las metodologías, enfoques, personas e instituciones que se flexibilizan al respecto. Mas
allá de esta porción de humanidad con buenas intenciones, existe una ley que resulta
dogmática, inflexible y en varios casos excluyente. Necesita urgente revisión fuera de la
formalidad de un escritorio, evitando manuales o censos y en connivencia con quienes
estamos en contacto con el dilema de acompañar a personas especiales (como si no lo
fuéramos todos) o con capacidades diferentes (como si no las tuviéramos todos).

Sin embargo, el problema más grave radica en circunscribirse solo a la población con
patologías, secuelas o de diversa nivelación evolutiva. La verdadera base del cambio va a
ser abordada con eficacia cuando se comprenda que absolutamente todo el sistema
socio educativo -incluida la crianza familiar-, no tuvo ni parece estar logrando
conciencia de singularidad.

No hay educadores, padres, guías ni tutores suficientes que hayan resuelto dentro suyo
la idea de inclusión. Inclusión implica desprejuicio, desprejuicio conlleva la palabra
juicio, juzgar al otro, clasificarlo, calificarlo según reglas generalizadoras. No hay una
observación artesanal del individuo que lo inste a desarrollar sus propias capacidades, y
recién a partir de sus fortalezas llevarlo a conquistar las zonas débiles. No hay en
nosotros mismos un intento de guiar a niños y adultos a pensar por sí mismos, a
autoevaluarse, a no compararse con nadie mas que con su propia marca.
Se celebran las notas altas y se aplaude la uniformidad. Allí comienza el verdadero
drama: todos debemos ser como se dice que debemos ser. Y la tragedia: debemos serlo
"cuando corresponde". El cuándo es el punto álgido. Hay pesos, medidas y edades
promedios para alcanzar metas en niños y adultos.

No es muy diferente la incapacidad de aceptar que una mujer no desee hijos o que un
hombre elija una sexualidad alternativa a la estándar o que una persona se vista de
modo original, de la incapacidad para aceptar que un niño se maneje por señas.
Imaginen a un psicólogo que trabaja con chicos especiales cuyo manual reza que "el
niño necesita su espacio de pertenencia y para eso debe trabajar en consultorio", si esa
persona no piensa por sí misma no va a detectar que hay casos en los que el niño rinde
más haciendo terapia a domicilio, no va a investigar el porqué de esa tendencia, no va a
responder con efectividad al apoyo y por mas diplomas que cuelgue en su pared, ese
profesional no sirve.

En suma: la inclusión requiere flexibilidad; tanto en las leyes actuales como en los
accesos a coberturas sociales, en las asistencias terapéuticas, en las personas e
instituciones especializadas, pero sobre todo en la calle y en casa. En la infancia, mi
propia personalidad no respondía -ni responde hoy- a los cánones habituales, he sufrido
y sufro el sentirme diferente. La soledad y el aislamiento que eso provoca no hace mayor
mella en un adulto con recursos, pero en un niño sí, en un niño con dificultades mas
aún, y en un adulto a cargo de una persona con discapacidad genera una certeza de
injusticia abrumadora.

Tenemos entonces dos puntos que atender. Por un lado la ley de inclusión tiene que
cambiar en los siguientes ítems, entre otros: 1- Los niños que así lo requieran deben
poder repetir el grado las veces que sean necesarias; 2- Aquellos a quienes no les
convenga repetir deben poder seguir adelante con su grupo de pertenencia, plan
especial e integradora; 3- Las escuelas e instituciones terapéutico educativas especiales
no deben desaparecer pues hay niños que no tienen recursos para integrarse a la
currícula común, 4- Todas las escuelas comunes deben estar preparadas para recibir
niños con capacidades diferentes, y no me refiero al estudio sino al cambio de
conciencia, pues cualquier buen educador, entendiéndose éste como observador,
flexible, artesanal, creativo y amoroso, puede acompañar la inclusión. 5- Dichas
decisiones deben ser de concreción ágil y tomadas en equipo entre terapeutas, padres e
institución a cargo.
El segundo punto es aún mas importante: consiste en que de nada vale esta lucha si vos,
yo, tus padres, hermanos y amigos no aprendemos a respetar a los demás y a
respetarnos entre nosotros. Tomar al otro tal cual es, no condicionarlo ni auto
condicionarse, aceptar la diferencia entre conocidos y desconocidos -en la era de las
redes, el juicio crítico a una tecla de distancia y el bullying, tenemos la responsabilidad
de ser prudentes antes de intervenir a otro ser-, esto involucra tolerancia. La tolerancia
nace de la aceptación. La aceptación no nivela chicos y grandes por edad sino por
intereses comunes y puntos evolutivos, ama sin exigir resultados que respondan a
nuestras propias expectativas y educa sin medir en relación a tablas masificadoras. No
hablo de anarquía. Hablo de creatividad. Creativo es aquel que naturaliza su
flexibilidad. Y acepta la flexibilidad del prójimo. Ejercitémoslo.

Por: Inés Estévez

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