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A lo largo del siglo XVIII eclosiona una nueva mentalidad que enlaza con la antropología renacentista y que
en consecuencia viene a romper la cosmovisión del mundo Barroco. Este período ha recibido el nombre de
«Ilustración». Dicho movimiento se cimienta, a grandes rasgos, en el espíritu crítico, que rompe
abruptamente con el principio de autoridad, en el predominio de la razón y su fundamentación en la
experiencia. Esta estructura del saber tiene como consecuencia que la filosofía y la ciencia sean las
disciplinas más valoradas. Este período ha sido conocido en la Historia de las Ideas como "Siglo de las
Luces" o "Siglo de la razón". Su característica más relevante es la búsqueda de la felicidad humana a través
de la cultura y el progreso. Las nuevas ideas asociadas al pensamiento ilustrado hicieron que el arte y la
literatura se orientaran hacia un nuevo clasicismo (Neoclasicismo), del que se deriva el adjetivo
"neoclásico". En literatura se busca la expresión moderada de las emociones, y emular normas y reglas
clásicas (puestas de actualidad gracias a los descubrimientos arqueológicos de este período). Al mismo
tiempo se valoró el equilibrio y la armonía como el principio estético dominante. Tradicionalmente se ha
tendido a afirmar que contra tanta rigidez se reaccionó a finales de siglo, produciéndose una vuelta al mundo
de los sentimientos, otorgándole el nombre de "Prerromanticismo". Para algunos autores como Marta
Manrique Gómez en la línea del historiador de la literatura Russell P. Sebold el romanticismo no se
constituye como una reacción contra formas obsoletas sino como el desarrollo de un modo de expresión
previamente imbricado en los autores que reconocemos canónicamente como ilustrados1
Marco histórico
Artículo principal: Reformismo borbónico
Batalla de Denain.
El siglo XVIII comienza con la guerra de Sucesión española (1701-1714). Las potencias europeas,
preocupadas ante el poder hegemónico del rey francés Luis XIV, unido a que su nieto Felipe de Anjou había
sido nombrado heredero al trono de España por Carlos II, formaron la Gran Alianza y respaldaron el intento
del archiduque Carlos de Austria para acceder a la corona. Tras el Tratado de Utrecht, Felipe V fue
reconocido como rey de España (1700-1746), aunque ello acarreó la pérdida de sus dominios europeos,
Menorca y Gibraltar. En 1724, abdicó a favor de su hijo Luis I, pero al morir éste meses después, volvió a
asumir el trono español. Durante su monarquía, desarrolló una política centralista y reorganizó la Hacienda
Pública.
Tras la muerte de Felipe V, le sucedió Fernando VI (1746-1759), quien, con los ministros Carvajal y el
marqués de la Ensenada, mejoró las comunicaciones y los caminos del país, fomentó las construcciones
navales y favoreció el desarrollo de las ciencias.
Tras la monarquía de Fernando VI, su hermanastro Carlos III le sucedió en el trono. Prototipo de monarca
ilustrado, contó con la asistencia de importantes ministros, como Floridablanca, Campomanes, Aranda,
Grimaldi y el marqués de Esquilache. Sin salirse del modelo del Antiguo Régimen, modernizó el país,
repobló Sierra Morena, favoreció la enseñanza, el comercio y las obras públicas.
Durante el reinado de Carlos IV, estalló la Revolución francesa (1789). Éste abdicó en pos de su hijo
Fernando VII, tras la invasión por los franceses en 1808.
La Ilustración en Europa
José Cadalso.
Artículo principal: José Cadalso
José de Cadalso y Vázquez de Andrade (1741 - 1782) es otro de los grandes prosistas del siglo XVIII.
Escribió importantes obras literarias, siendo su creación más importante Cartas marruecas. De él se decía
que poseía una vasta cultura, enriquecida por sus viajes por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Fue
militar y obtuvo el grado de coronel. Estuvo profundamente enamorado de la actriz María Ignacia Ibáñez, la
cual murió muy tempranamente, en 1771, a causa del tifus. Los excesos a los que se entregó -Cadalso
incluso trató de desenterrarla- le valieron su destierro en Salamanca (ordenado para que se curara de su
enajenación). Fue destinado posteriormente a Extremadura, Andalucía, Madrid y finalmente Gibraltar, lugar
donde murió durante el Gran Asedio de Gibraltar. Su cuerpo sin vida fue enterrado en la Parroquia Santa
María la Coronada en San Roque (Cádiz).
Como poeta, y bajo el nombre de "Dalmiro", compuso la obra Ocios de mi juventud (1773). Su amor hacia
la actriz María Ignacia Ibáñez lo acercó al mundo dramático. Pese a que escribió tres tragedias, sólo una de
ellas se representó, y con escaso éxito: Don Sancho García, conde de Castilla (1771). Su obra en prosa es,
sin embargo, más extensa. En Noches lúgubres narra en forma dialogada el frustrado anhelo del personaje
principal, Tediato, por rescatar de la tumba el cuerpo de su amada. Enteramente dieciochesco es el libro Los
eruditos a la violeta, en el cual arremete contra los falsos intelectuales; siete lecciones que satirizan a
aquellos que pretenden saber mucho estudiando poco.
Sin embargo, las Cartas marruecas (1789), publicadas póstumamente, son las que procuran más importancia
a la producción literaria de Cadalso. De acuerdo a un modelo muy cultivado en Francia (por ejemplo, las
Cartas Persas de Montesquieu), el autor compone un libro con noventa cartas que se cruzan Gazel, moro que
visita España, su preceptor y amigo marroquí Ben-Beley, y Nuño Núñez, amigo cristiano de Gazel. Entre
ellos comentan el pasado histórico de España y su vivir actual y juzgan la labor de los gobernantes y las
costumbres del país.
Lírica
En 1737, Ignacio Luzán recogía las ideas estéticas del Neoclasicismo en su Poética. Este estilo triunfó en
España imponiendo unos criterios de utilidad y servicio a la humanidad, junto a los deseos de placer
estético. Dominaron los ideales artísticos importados de Francia, el "buen gusto" y el comedimiento, y se
reprimían sentimientos y pasiones. La sujeción a las normas fue general, huyéndose de la espontaneidad y de
la imaginación, que fueron sustituidas por el afán didáctico.
La poesía neoclásica trató temas históricos, costumbristas y satíricos. En la variante denominada Rococó,
más lujosa y recargada, dominaron los temas pastoriles que exaltaban el placer y el amor galante. Formas
habituales fueron odas, epístolas, elegías y romances.
Nombres importantes de la poesía española son los de Juan Meléndez Valdés, el máximo representante
español del Rococó, Nicolás Fernández de Moratín y los fabulistas Tomás de Iriarte y Félix María
Samaniego.
La literatura neoclásica se desarrolló principalmente en tres ciudades: Salamanca, por personas relacionadas
con su Universidad; Sevilla con la influencia de su asistente (cargo similar al de alcalde) Pablo de Olavide y
Madrid, en torno a la Fonda de San Sebastián. De esta manera, se agrupa a los escritores de aquella
tendencia en escuelas o grupos poéticos: La escuela salmantina, en la que se encuentra Cadalso, Meléndez
Valdés, Jovellanos y Forner; la escuela sevillana, en la que se incluyen los escritores Manuel María Arjona,
José Marchena, José María Blanco White y Alberto Lista, quienes pronto evolucionaron hacia un
Romanticismo primerizo (Prerromanticismo); y el grupo madrileño formado por Vicente García de la
Huerta, Ramón de la Cruz, Iriarte, Samaniego y los Fernández de Moratín.
Escuela salmantina
Artículo principal: Segunda escuela poética salmantina
Juan Meléndez Valdés
Ilustración en España
«El sueño de la razón produce monstruos», grabado n.º 43 de Los Caprichos (1799), de Francisco de Goya.
Ilustración en España o Ilustración española es el relato de los orígenes, características específicas y
desarrollo del movimiento ilustrado en España y de los obstáculos y apoyos políticos y sociales que
encontró a lo largo del siglo XVIII español caracterizado por el reformismo borbónico (1700/1714 - 1808).
Características específicas de la Ilustración en España
Portada del libro La falsa filosofía, segunda edición de 1775, de Fernando de Ceballos.
El sustantivo "ilustración" no se difunde en España hasta después de 1760 designando un programa de
instrucción, enseñanza, transmisión o adquisición de conocimientos en beneficio de una persona o de la
sociedad en su conjunto. Antes de esa fecha se había utilizado el verbo "ilustrar", aunque con dos sentidos
diferentes, el católico y tradicional ligado a Dios y a la fe y de "dar lustre o esplendor" a "la patria" o "la
nación", y el nuevo de "instruir, enseñar, transmitir conocimientos" que se usaba indistintamente con "dar
luces". Así el abate Gándara en 1759, dando la bienvenida al nuevo rey Carlos III, se mostró convencido de
que pronto se desterrará la desidia, se proscribirá la ignorancia, se adquirirán luces, se ilustrará el Reyno. 7
También hacia 1760 empezó a utilizarse al término "Siglo de las Luces" o "siglo ilustrado", aunque esta
última expresión paradójicamente fue muy utilizada, en sentido peyorativo, por los que se oponían a las
nuevas ideas, como el fraile Fernando de Ceballos que escribió en 1776 Demencias de este siglo ilustrado,
confundidas por la sabiduría del Evangelio o el también fraile José Gómez de Avellaneda que escribió en el
mismo año una sátira contra Pablo de Olavide, titulada El Siglo Ilustrado. Vida de D. Guindo Cerezo, nacido
y educado, instruido, sublime y muerto según las Luces del presente siglo. 8
La "moderación" del movimiento ilustrado y la colaboración con la monarquía absoluta
borbónica
Durante mucho tiempo se creyó que el carácter "moderado" de las propuestas de los ilustrados españoles, era
un rasgo específico de España, pero los últimos estudios sobre la Ilustración europea han cuestionado la
tradicional visión de ésta como la desencadenante del fin del Antiguo Régimen y han destacado que la
Ilustración habría sido un movimiento esencialmente reformista. "Los ilustrados –salvo cuando
evolucionaron hacia el liberalismo a fines del siglo XVIII- no aspiraban a modificar sustancialmente el
orden social y político vigente. Pretendían introducir reformas que fomentasen lo que denominaron pública
felicidad y para ello deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización".9 Un ejemplo lo
puede constituir el siguiente texto del ilustrado asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos:
La "Ilustración católica"
Véase también: Regalismo en España
Tal vez la característica más específica de la Ilustración en España fue que todos los ilustrados se
mantuvieron dentro del catolicismo —no hubo ningún deísta entre sus filas, y por supuesto, ningún ateo—.
"Negar la sincera religiosidad de nuestros ilustrados constituiría un error", afirman Antonio Mestre y Pablo
Pérez García. 14
Esto es lo que ha llevado a algunos historiadores a hablar de una "ilustración católica" en España en la que
los partidarios de las «luces de la razón» fueron respetuosos con la «luz divina», ya que para muchos de
ellos "la razón y la religión compartían una misma «luz natural» obra del Creador".15
Reo de la Inquisición Española con capirote y sambenito. Capricho de Francisco de Goya.
Según Pedro Ruiz Torres, el hecho de que el catolicismo ortodoxo continuara siendo hegemónico, incluso
entre las elites abiertas a las nuevas ideas, tuvo consecuencias negativas para la Ilustración en España porque
los diversos discursos ilustrados elaborados en otros países aquí fueron con frecuencia amputados y
tergiversados, a causa también de "la doble censura política y religiosa ejercida a través del Consejo de
Castilla y por medio de la Inquisición" que "apenas dejó espacio para una opinión independiente". En 1756
el Santo Oficio prohibió "El espíritu de las leyes" de Montesquieu, por «contener y aprobar toda clase de
herejías»; en 1759 dificultó la difusión de la Enciclopedia; en 1762 toda la obra de Voltaire y Rousseau fue
prohibida. Aunque estas obras fueron conocidas en España gracias a "la labor de unos libreros dispuestos a
vencer el temor al Santo Oficio e importarlos para sus clientes".16
Un ejemplo de la "ilustración católica" que intenta hacer compatible lo que dice la Biblia con los avances de
la ciencia puede ser el siguiente fragmento de una obra del matemático y astrónomo valenciano Jorge Juan,
publicada en 1774 en la que defendía la teoría heliocéntrica condenada por la Iglesia y la física newtoniana,
por lo que tuvo problemas con la Inquisición: 17
No hay reino que no sea newtoniano y por consiguiente copernicano; mas no por eso pretendo ofender a las
Sagradas Letras, que tanto debemos venerar. El sentido en que éstas hablaron es clarísimo; no quisieron
enseñar Astronomía, sino darse solamente a entender al pueblo. Hasta los mismos que sentenciaron a Galileo
se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y nada lo acredita tanto como la conducta de la misma
Italia; por toda ella se enseña públicamente el sistema copernicano
Pero en su pretensión de conciliar los principios de "las luces" con la fe cristiana expusieron una serie de
ideas en materia religiosa que "no agradaron una pizca a amplias capas del clero ni al mismísimo pueblo
español" debido a que "los ilustrados deseaban introducir criterios racionales en las manifestaciones
religiosas de la piedad popular, fomentada interesadamente –a su juicio- por el clero, especialmente por las
órdenes de regulares". 18
Divina Pastora de Málaga, realizada por José Montes de Oca en el siglo XVIII.
Un ejemplo del choque entre la piedad "racional" defendida por los ilustrados y la piedad "barroca" que
predominaba en la época –una religiosidad "externa" basada en el culto a las reliquias y a las imágenes, en
las peregrinaciones y las procesiones, etc.- lo podemos encontrar en la oposición de Gregorio Mayans a la
introducción en su localidad natal de Oliva en 1751 de la devoción a la Divina Pastora por unos misioneros.
Mayans se negó a aceptar la presencia de la imagen en su casa y poco después le explicó en una carta al
conde de Aranda que no se podía reconocer el carácter divino de la Virgen María porque era una persona
humana y porque sólo Cristo podía ser calificado como divino y como pastor de los creyentes. "Estamos
ante dos visiones radicalmente distintas: al misionero le interesa fomentar la devoción a María de la forma
que fuere; para Mayans, devoto de la Virgen donde los hubiere, se trata de una devoción que contradice los
postulados básicos de la teología cristiana". 19 Mayans ya había publicado en 1733 El orador cristiano, una
obra en la que denunciaba los abusos del predicador y del sermón "barroco" –"aparatoso, rebuscado y huero,
sin contenido doctrinal y basado en un juego de palabras altisonante y, en muchas ocasiones escandaloso"-,
mucho antes de que fuera ridiculizado por el jesuita Padre Isla en su célebre obra Fray Gerundio de
Campazas, y en la que Mayans defendía que el objetivo principal del sermón debía ser comunicar la palabra
de Dios a los fieles.20
La mayoría de los ilustrados reivindicaron el derecho de los seglares a intervenir en la Iglesia y defendieron
la lectura de la Biblia en lengua vulgar por los creyentes, lo que desde el Concilio de Trento estaba prohibido
—en España del cumplimiento de esa norma se encargaba la Inquisición—. Esta situación se mantendría
hasta que en 1782 el inquisidor general, el ilustrado Felipe Bertrán publicó el decreto de libertad de lectura
de la Biblia en lengua vulgar, decisión que levantó una gran polémica. Asimismo la mayoría de los
ilustrados defendían el rigorismo en las cuestiones morales frente al probabilismo de los jesuitas, lo que les
valió en ocasiones ser acusados de jansenistas. Y en cuanto a la organización de la Iglesia todos ellos fueron
episcopalistas y conciliaristas porque la jurisdicción de los obispos y la convocatoria de concilios sin el
permiso de Roma constituían para ellos un instrumento fundamental de la reforma eclesiástica que
propugnaban y un instrumento de control del clero regular que, según ellos, era el propagador de la
religiosidad "supersticiosa" del pueblo.21
Pero las propuestas de la "ilustración católica" encontraron fuertes resistencias entre la mayoría del clero,
como el arzobispo de Santiago Alejandro Bocanegra quien en una pastoral afirmó: 22
…este libertinaje en hablar los seculares indoctos en puntos de Religión con el mismo orgullo que si
poseyeran toda la Ciencia de la Escuela. Este modo de hablar del Episcopado y del Papa, este abuso de leer
libros venenosos… Una nación tan católica como la española está hoy, sino sumergida, a pique de
sumergirse en un abismo. Voltayre [sic] y otro como él son los que muchos jóvenes (y no jóvenes) con el fin
de lucir en sus juntas y asambleas leen con libertad
Una cultura tutelada por el Estado
"La cultura de la Ilustración, por muy elevadas que fueran sus aspiraciones de libertad y humanitarismo, fue
una cultura tutelada y, en no pocas ocasiones, dirigida y controlada para mejor servicio del Estado y sus
intereses. Sus creadores y protagonistas —excepto en aquella especie de paraíso de las libertades en que se
habrían convertido Inglaterra y Holanda y salvo algún autor peculiar que, como Voltaire, consiguió vivir
acomodadamente gracias a un público fiel— fueron en gran medida, funcionarios, oficiales, burócratas,
magistrados o ministros de la corona, profesores universitarios cuya promoción y carrera dependían del
favor real, eruditos y anticuarios a sueldo de mecenas principescos –laicos y eclesiásticos-, científicos
pertenecientes a las academias reales, así como a las escuelas militares y de ingenieros, clérigos más o
menos regalistas…". 23
Por otro lado la Monarquía absoluta borbónica contaba con poderosos instrumentos para controlar la
producción cultural y prohibir aquella que no sirviera a sus intereses. En primer lugar la Inquisición
española y su Índice de Libros Prohibidos encargada de la censura "a posteriori", y en segundo lugar el
"Juzgado de Imprentas", dependiente del Consejo de Castilla, que otorgaba la licencia para que un libro o un
folleto pudiera ser publicado, ejerciendo así la censura "a priori", que también era ejecutada por la autoridad
eclesiástica que era la que otorgaba el nihil obstat sin el cual no podían publicarse los libros que abordaran
temas de carácter espiritual, religioso o teológico.24
Estos instrumentos coercitivos estatales y eclesiásticos fomentaron la autocensura de buena parte de los
ilustrados españoles, como se puede rastrear en su correspondencia privada. Especialmente cuando trataban
dos temas, la política y la religión, y de ahí que algunos de sus trabajos permanecieron inéditos y sólo fueran
publicados en el siglo XIX o en el siglo XX, como la Filosofía Cristiana de Mayans, en el que utilizaba el
Ensayo sobre el conocimiento humano de John Locke, una obra que podía ocasionarle problemas con la
censura.25
El elitismo ilustrado y su relación con lo "popular"
El entierro de la sardina de Francisco de Goya.
Según el historiador Carlos Martínez Shaw, "las Luces fueran patrimonio de una elite, de intelectuales,
mientras la mayor parte de la población seguía moviéndose en un horizonte caracterizado por el atraso
económico, la desigualdad social, el analfabetismo y el imperio de la religión tradicional".13 En esto último
residía una de las limitaciones de las propuestas culturales ilustradas: su elitismo. Es el caso, por ejemplo,
del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos que "aboga calurosamente por una educación al alcance de todos
y por la proliferación de las escuelas públicas, pero al mismo tiempo deja entrever que el buen orden social
prescribe la limitación de la instrucción para muchos a sus niveles elementales y sólo como vía á su
capacitación técnica, pues lo contrario provocaría una igualación en los saberes que sería perniciosa para el
equilibrio de la sociedad".26
Así pues, la Ilustración creyó en general que los más altos niveles de la formación cultural debían estar
reservados únicamente a una elite. Esta elite además debía trasladar sus modelos culturales a las clases
populares a través, por ejemplo, del teatro, y oponerse a las manifestaciones más "perniciosas" de la cultura
popular, como las romerías, las procesiones y otras muestras de religiosidad "supersticiosa", o como la fiesta
de las toros, las ferias, las mojigangas, las peleas de gallos o los carnavales.27
Los medios de difusión de las ideas ilustradas
En la mayoría de estados europeos, la universidad permaneció en general al margen de la renovación
intelectual ilustrada, y las nuevas ideas se expandieron a través de las tertulias y de las academias, y de otros
nuevos espacios de sociabilidad como las sociedades de agricultura, las sociedades económicas, los salones,
las logias masónicas, los clubes o los cafés, en los que participaron no sólo la nobleza y el clero sino otros
sectores sociales interesados en mejorar la condición humana y la "sociedad civil", como se llamaba
entonces a la forma de gobierno, con el fin último de lograr la "felicidad pública". En España las tertulias y
las academias, y posteriormente las Sociedades Económicas de Amigos del País, fueron los principales
medios en la elaboración y difusión de la cultura ilustrada. A diferencia de Francia, no tuvieron tanto éxito
los salones de las damas cortesanas, si exceptuamos el de María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de
Montijo, y el de la condesa de Benavente y la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense de
Amigos del País.28
Los orígenes de la Ilustración en España: los "novatores" (1680-
1720)
Artículo principal: Preilustración española
El valenciano Tomás Vicente Tosca, uno de los principales novatores.
Entre 1680 y 1720 se produjo lo que el historiador francés Paul Hazard llamó en 1935 La crisis de la
conciencia europea, un período decisivo de su historia cultural ya que durante el mismo se pusieron en
cuestión los fundamentos del saber hasta entonces admitido gracias a los trabajos de John Locke, Richard
Simon, Leibniz, Pierre Bayle, Newton, etc. En esta época culminó la revolución científica del siglo XVII;
los bolandistas y los maurinos pusieron las bases de la historia crítica; el iusnaturalismo y el contractualismo
se convirtieron en los nuevos fundamentos de la filosofía política; se difundieron el jansenismo y el deísmo
provocando una crisis religiosa, etc.29
Según Antonio Mestre y Pablo Pérez García, estos autores que conmovieron "los cimientos de la tradición
europea" compartían tres características básicas: "En primer lugar, su apuesta por una explicación racional
de la realidad como requisito indispensable para desentrañarla y transformarla. En segundo término, su
hastío ante la tradición, la pereza y el inmovilismo intelectual, académico y científico. Y por último, su
prudencia o, si se prefiere, su convencimiento de que el camino por el que debería avanzar el progreso de las
letras, las artes y las ciencias no era la senda de la revolución".30
"Ensayo de una Biblioteca Española de los Mejores Escritores del Reynado de Carlos III" (1785) de Juan
Sempere y Guarinos.
No hace mucho tiempo se pensaba que el gran cambio cultural descrito por Hazard no habría llegado a
España y que cuando lo hizo fue de la mano de los Borbones. Esta exaltación de los méritos de la nueva
dinastía fue obra de los propagandistas de la misma y se produjo especialmente durante el reinado de Carlos
III. Entre ellos destacó Juan Sempere y Guarinos con su Ensayo de una Biblioteca Española de los Mejores
Escritores del Reynado de Carlos III publicado en 1785. Incluso Jovellanos en su Elogio de Carlos III alabó
la actitud renovadora de Felipe V.31
Pero las investigaciones históricas de las últimas décadas han demostrado que se trata de una visión falsa y
propagandística, aunque siga habiendo historiadores que como Pedro Voltes continúen afirmando que el
origen de la Ilustración española se encuentra en la llegada de la dinastía borbónica.32 Hoy sabemos que las
nuevas corrientes culturales europeas ya eran conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los
novatores –llamados así despectivamente por los tradicionalistas porque, según ellos constituían una
amenaza para la fe-, por lo tanto antes de la llegada Borbones.33 Existen historiadores que aún van más lejos
y afirman que la preocupación fundamental del fundador de la monarquía absoluta borbónica no fue la
renovación cultural sino la política internacional y militar, lo que retrasó el "despegue" de la Ilustración en
España, además de que Felipe V obstaculizó el desarrollo de la misma, como lo demuestra "la lentitud en
aprobar la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla, la prohibición de las páginas que
dedicaba Ferreras a la tradición de la Virgen del Pilar que fueron suprimidas, o la persecución de Mayans
por haber editado la Censura de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio".32
La obra que marca el nacimiento del movimiento novator fue El Hombre Práctico o Discursos sobre su
Conocimiento y Enseñanza, de Francisco Gutiérrez de los Ríos, tercer conde de Fernán Núñez, un libro
publicado en 1680. Como ha señalado François López, citado por Mestre y Pérez García, "no faltan en él ni
la condena sin ambages del escolasticismo, ni la esperada mención de Descartes, ni los elogios prodigados a
los que, rechazando la filosofía aristotélica, consintiendo más en palabras y distinciones quiméricas que en
cosas physicas y reales, se dedican al verdadero conocimiento de la naturaleza y cuanto la compone,
atendiéndose a los criterios del más docto científico de Europa, como yo juzgo serlo el admirable
Gassendo". 34
Portada de la edición de 1783 de Joaquín Ibarra de Bibliotheca hispana nova, obra de Nicolás Antonio.
Esta obra abrió el camino a la recepción de los avances en la historia crítica, en lo que fueron pioneros
Nicolás Antonio y Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, que fueron los que establecieron los
primeros contactos con los bolandistas. El marqués de Mondéjar, aconsejado por Daniel Papebroch con
quien mantuvo una relación epistolar, comenzó la redacción y publicación de las Disertaciones Eclesiásticas
en las que criticaba los falsos cronicones —aunque la edición completa de las mismas no se produjo hasta
1747 gracias a Gregorio Mayans—. El contacto directo con el otro grupo de renovadores de la historia
crítica, los maurinos, se produjo por medio de los benedictinos de la Congregación de Valladolid que
visitaban a menudo el monasterio parisino de Saint Germain-des-Prés y mantuvieron correspondencia
regular con ellos. En este campo también destacaron el cardenal José Sáenz de Aguirre, que publicó entre
1693 y 1694 la Collectio Maxima Concilliorum Hispaniae, y Juan Lucas Cortés, pero el principal exponente
de la misma fue Manuel Martí, conocido como el deán de Alicante, que residió en Roma y trabajó como
bibliotecario del cardenal Sáenz de Aguirre. A su vuelta a España Martí se convertirá en el enlace en el
campo del humanismo y de la crítica histórica entre los novatores y la primera generación de ilustrados,
representada por el valenciano Gregorio Mayans.35
En cuanto a la recepción en España de los avances de la revolución científica del siglo XVII los
historiadores destacan la obra pionera Carta Filosófico, Médico-Chymica de Juan de Cabriada, publicada en
Madrid en 1687 aunque Cabriada había nacido en Valencia, en la que apareció el primer manifiesto del
nuevo espíritu innovador y una crítica del método escolástico con la exigencia de la experimentación, por lo
que suscitó muchas críticas a favor y en contra:36
"El apóstol Santiago y sus discípulos adorando a la Virgen del Pilar", de Francisco de Goya.
La consecuencia de este providencialismo fue que la crítica histórica de Feijoo se detendrá ante las
tradiciones y así aceptará, por ejemplo, la venida de Santiago a España aunque no haya pruebas de ello. Así
confiesa que 48
dejaré al pueblo en todas aquellas opiniones, que o entretienen su vanidad o fomentan su devoción. Sólo en
caso que su vana creencia le pueda ser por algún camino perjudicial, procuraré apearle de ella, mostrándole
el motivo de la duda
Así, por ejemplo, Feijoo censurará la obra de Juan de Ferreras precisamente cuando trataba las tradiciones
católicas por la excesiva frecuencia con que las rechazaba porque carecía de documentos que probaran su
existencia. Ferreras había afirmado que cuando una cosa no se asegura por testimonios coetáneos o cercanos
a aquella edad, si después de ella algunos siglos alguno lo asegurare, no puede ser creído por su siempre
aseveración, lo que le había llevado a rechazar la tradición de la Virgen del Pilar, por lo que fue delatado a la
Inquisición. Así, con la aprobación del confesor de Felipe V, el jesuita padre Daubenton, fueron suprimidas
las páginas de su Historia de España en las que abordaba ese tema. Ferreras respondió con la publicación en
1720 de un folleto bajo el seudónimo de Pedro Pablo y Francisco Antonio titulado Examen de la Tradición
del Pilar en el que concluía que la tradición del Pilar, ni es segura, ni verdadera; aunque ya no se atrevió a
negar la tradición de la venida de Santiago a la península.49
Gregorio Mayans
En cuanto a la historia crítica, el valenciano Gregorio Mayans fue más lejos que Feijoo e incluso que
Ferreras, de quien no aceptaba que recurriera a la "verosimilitud" para llenar los huecos en el conocimiento
del pasado. Mayans defendía que sólo se podía conocer la verdad histórica recurriendo a las fuentes y
sometiéndolas a un riguroso examen crítico. Mayans llegó a esta conclusión a partir de las lecturas de los
autores que el novator Manuel Martí, deán de Alicante, le recomendó, singularmente el maurino Mabillon y
Nicolás Antonio, cuya actitud crítica frente a los falsos cronicones y su Biblioteca Hispana marcó los
planteamientos intelectuales de Mayans.50 Mayans expuso estos principios en la Carta-Dedicatoria a Patiño,
publicada en 1734 poco después de haber sido nombrado director de la Real Biblioteca y por la que aspiraba
a ser nombrado Cronista de Indias cargo que finalmente no consiguió, y los aplicó a su obra más importante,
Orígenes de la Lengua Española publicada poco después. Paradójicamente esta última obra fue criticada por
no atenerse a unas supuestas normas del estudio de la historia. La réplica de Mayans fue muy dura.
Finalmente Mayans renunció al cargo de bibliotecario real y se retiró a su localidad natal de Oliva donde
preparó la edición de la Censura de Historias Fabulosas (1742) por lo que fue denunciado a la Inquisición.
Aunque el Santo Oficio desestimó la acusación, el Consejo de Castilla embargó la edición así como todos
los manuscritos que poseía Mayans, y las galeradas de las Obras Cronológicas del marqués de Mondéjar,
cuya edición preparaba la Academia Valenciana, fundada por Mayans en 1742 "con el fin de propiciar la
historia crítica que anulase la prepotencia de los historiadores partidarios de los falsos cronicones".51
Gregorio Mayans pudo finalmente editar las Obras Cronológicas, con una Prefacción en la que expuso un
programa completo para una historia crítica, que incluía el llamamiento a los historiadores para que lo
pusieran en práctica. Este fue respondido por el jesuita Andrés Marcos Burriel quien en una carta de 1745 le
comunicó a Mayans: «He visto en la 'prefacción' (la que no quiero alabar, porque excede toda alabanza) lo
vasto de las ideas de Vmd. y no puedo menos de decir a Vmd. que muchas se me han ofrecido a mí también
del mismo modo que a Vmd., cuando me pongo a soñar lo que deseo…». Sin embargo, Burriel no pudo
culminar sus proyectos a causa de la caída en 1756 de su protector el Padre Rávago, confesor del nuevo rey
Fernando VI. Quien sí lo consiguió fue el agustino Enrique Flórez, que también respondió al llamamiento de
Mayans. Este por medio de una abundante correspondencia le proporcionó ayuda y consejos –como la
lectura de la Censura de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio- para la elaboración de la gran obra de
Flórez, la España Sagrada, aunque finalmente se produjo la ruptura entre ambos a propósito de su distinta
interpretación de la Era Hispánica y, sobre todo, de los orígenes del cristianismo en España, ya que Flórez
aceptó como históricas la venida a la península de San Pablo y de Santiago, o la tradición de la Virgen del
Pilar, porque para Flórez el criterio para probar un hecho histórico era diferente en la historia civil que en la
historia eclesiástica. En esta última, según Flórez, se podía afirmar un hecho aunque no hubiera pruebas de
su existencia si no había pruebas en contra.52 Mayans en una carta al nuncio en España, con quien mantenía
buenas relaciones, criticó el uso de Flórez del "argumento negativo":53
Aunque soy amantísimo de las glorias de España y procuro moverlas cuanto puedo, desestimo las falsas, y
entretanto que en España no se permite desengañar a los crédulos, me alegro que haya eruditos extranjeros
que lo procuren y que uno de ellos sea el [dominico italiano] padre Mamachi por lo que toca a la venida de
Santiago a España, que tengo yo por una fábula mal ideada
El pensamiento político, social y económico
Las investigaciones de las últimas décadas han puesto de manifiesto que el pensamiento político, social y
económico de los ilustrados españoles en su mayor parte ha permanecido inédito ya que publicar sobre
"política" en el sentido amplio de la palabra comportaba muchos riesgos, como verse envuelto en un proceso
inquisitorial o tener que lidiar con el Consejo de Castilla. Gracias al estudio de los papeles manuscritos y de
la correspondencia se ha podido conocer mejor lo que pensaban realmente los ilustrados españoles sobre
estos temas, lo que "ha llegado a provocar alguna sorpresa mayúscula. ¡Cuán distinta ha acabado siendo, sin
ir más lejos, la imagen que se tenía del Mayans y Siscar autor público y la que hemos podido forjarnos
después de la edición de las veinte grandes entregas de su epistolario o de la publicación de sus inéditos
filosóficos y económicos!".54
Busto dedicado a Álvaro Navia Osorio y Vigil en el Parque San Francisco de Oviedo.
La obra más importante sobre estos temas y de mayor influjo publicada en la primera mitad del siglo XVIII
fue Theórica y Práctica de Comercio y Marina de Jerónimo de Ustáriz (1724) —fue traducida al inglés en
1751 y utilizada por Adam Smith para estudiar la economía española; y al francés en 1753—. Considerada
por muchos como el estudio cumbre del pensamiento mercantilista español, no se podría considerar como un
paradigma del pensamiento económico de la Ilustración —que se movió entre la fisiocracia francesa y el
liberalismo económico de Adam Smith—, pero sí es una obra ilustrada por dos de sus rasgos: "empeño
científico y objetivo de progreso social". La obra influyó en las políticas de los últimos gobiernos de Felipe
V, cuyos miembros más destacados se proclamaban "ustarizistas" y también auspició la publicación de otras
obras siguiendo su estela: Rapsodia Económico-Político-Monárquica de Álvaro Navia Osorio y Vigil,
marqués de Santa Cruz de Marcenado, publicada en 1732; Representación al Rey Nuestro Señor don Felipe
V, dirigida al más seguro Aumento del Real Erario y conseguir la Felicidad, Mayor Alivio, Riqueza y
Abundancia de su Monarquía, de Miguel Zavala y Auñón, también editada en 1732, y en la que ya se
entreve la influencia de los fisiócratas; Restablecimiento de las Fábricas y Comercio Español de Bernardo
Ulloa, publicado en 1740. También influyó en Benito Feijoo, quien en 1739 publicó Honra y Provecho de la
Agricultura, dentro del octavo tomo de su Teatro Crítico.55
La ciencia
En el campo científico también hubo continuidad entre la obra de los novatores y los de la primera
Ilustración, "apenas interrumpida por el cambio dinástico". Precisamente el papel que desempeñaron los
gobiernos de Felipe V en el desarrollo de la ciencia moderna en España es objeto de debate. Todos los
estudiosos reconocen su apoyo a los progresos en las ciencias aplicadas, aunque los más críticos señalan que
su finalidad era proporcionar al ejército y a la marina los "conocimientos útiles" necesarios para ponerlas a
la altura del resto de las potencias europeas –incluso hay historiadores que hablan de "militarización de la
ciencia española de la Ilustración"—. En esta línea crítica también se destaca que no se fundara una Real
Academia de Ciencias -como las que existían en Londres, París, Berlín o San Petersburgo- "que estructurase
y avalase la investigación científica de forma autónoma respecto al poder o las instituciones universitarias
dominadas por la escolástica".56
En una primera etapa la herencia de los novatores fue determinante. El Compendio Matemático del Padre
Tosca (1707-1715) se convirtió en el manual de las academias militares hasta el reinado de Carlos III.
Asimismo el Compendium Philosophicum de Tosca, publicado en 1721, en el que se defendían las posturas
mecanicistas de Galileo, Descartes y Gassendi, también ejerció una gran influencia.57
Jorge Juan.
Antonio Ulloa.
Sin embargo, Tosca no recogió las aportaciones de Newton, cuya obra no sería conocida en profundidad en
España –aunque Feijoo se había confesado newtoniano— hasta la expedición patrocinada por la Academia
de Ciencias de París para medir un grado del meridiano terrestre en Ecuador (1735-1744) en la que
participaron Jorge Juan y Antonio Ulloa, quienes a su regreso y anticipándose a los franceses publicaron en
1748, Observaciones Astronómicas y Físicas, hechas de Orden de S.M. en los Reinos del Perú, "sin duda la
obra científica más importante de nuestro siglo XVIII", según Antonio Domínguez Ortiz.58 En ella se
defendían los postulados newtonianos, que claro está incluía el heliocentrismo, por lo que fue objeto de
examen por la Inquisición que obligó, en principio, a añadir la frase: «sistema dignamente condenado por la
Iglesia». "Ulloa parece que estaba dispuesto a aceptar semejante imposición, pero Jorge Juan se negó y
acudió al jesuita Andrés Marcos Burriel, quien explicó las circunstancias a Mayans. Y entre Burriel y
Mayans calmaron al inquisidor general (Pérez Prado) que se conformó con que se introdujeran las palabras:
«aunque esta hipótesis sea falsa»".59
En el campo de la medicina también enlaza con los novatores la obra de Martín Martínez, médico de
Cámara y miembro de Protomedicato, que publicó en 1724 el Compendio y Examen Nuevo de Cirugía
Moderna, que tuvo numerosas ediciones, aunque fue más conocido por una obra publicada dos años antes
con el título Medicina Escéptica, y que tuvo su continuidad en la Philosophía Escéptica publicada en 1730.
Asimismo destaca la obra del médico Andrés Piquer, cuyas obras también alcanzaron varias ediciones como
su Medicina Vetus et Nova (1735) o el Tratado de las Calenturas, quien también se adentró en el campo de la
filosofía con Física Moderna, Racional y Experimental (1745) y Lógica Moderna (1747).60
La plena Ilustración (1750-1810)
Los focos de la plena Ilustración
Antonio Domínguez Ortiz destacó que la Ilustración en España "se abrió paso con dificultad y sólo llegó a
constituir islotes poco extensos y nada radicales" pero que estos "islotes no surgieron al azar". "El caldo de
cultivo de las ideas ilustradas se encontraba en ciudades y comarcas dotadas de una infraestructura material
y espiritual: imprenta, bibliotecas, centros de enseñanza superior, sector terciario desarrollado, burguesía
culta, comunicación con el exterior; condiciones difíciles de hallar en el interior, salvo en contadas ciudades:
Madrid, Salamanca, Zaragoza... Más bien se hallaban en el litoral, en puertos comerciales".61
Gregorio Mayans
En la costa mediterránea el foco ilustrado más importante fue Valencia, debido a que ya había sido uno de
los centros principales de la actividad de los novatores y a que allí siguió trabajando Gregorio Mayans, tras
su marcha de Madrid en 1740, y cuya intensa y larga actividad intelectual continuó hasta bien entrada la
segunda mitad del siglo. Entre la amplia nómina de los ilustrados valencianos se pueden destacar el
matemático y astrónomo Jorge Juan y el botánico Antonio José Cavanilles. El primero, tras la publicación
junto con Antonio de Ulloa en 1748 de las Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del
Perú, obra que tuvo muchos problemas con la Inquisición, se hizo cargo del observatorio astronómico de
Cádiz, donde reunió una tertulia científica, y llevó a cabo misiones por encargo del gobierno en diversos
países, como en Inglaterra donde fue el encargado de reclutar técnicos de construcción naval. 64 Años
después, Jorge Juan explicó con toda claridad su pensamiento en Estado actual de la Astronomía en Europa
(1774), con una defensa clara y rotunda de la teoría astronómica de Newton.59
Antonio José Cavanilles estuvo en París doce años (1777-1789) acompañando al Duque del Infantado
nombrado embajador de la Monarquía de España ante Luis XVI, donde mantuvo contacto con los medios
intelectuales más avanzados. A su regreso fue nombrado director del Jardín Botánico de Madrid, pero su
obra magna fue mucho allá de la botánica, ya que en ella analizó fenómenos demográficos, antropológicos,
sociales y económicos. Se trata de las Observaciones sobre la historia natural, geografía, población y frutos
del Reino de Valencia.65
El segundo gran foco ilustrado de la costa mediterránea fue Barcelona. Allí además de la Academia de
Buenas Letras, reconocida por Fernando VI en 1754, tuvo un papel destacado en la difusión de las nuevas
ideas la Junta de Comercio de Barcelona que desplegó una actividad similar a la que en otros lugares
llevaban a cabo las Sociedades de Amigos del País, y que prestó especial atención a la Escuela Naval,
además de crear la primera escuela de taquigrafía de España. Por otro lado, la Universidad de Cervera, a
pesar de haber sido fundada como castigo a los catalanes por su rebelión en la Guerra de Sucesión Española
ya que supuso el cierre de las universidades catalanas existentes en 1714, fue también cuna de ilustrados,
entre los que destacó el jurista Josep Finestres, gran amigo del valenciano Mayans. El final de siglo está
dominado por la figura de Antonio de Capmany, autor de la que podría considerarse la primera historia
económica de España, titulada Memorias históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de Barcelona. Su
actividad continuó en el siglo siguiente y participó en las Cortes de Cádiz.66
Pablo de Olavide hacia 1800
José Cadalso.
Madrid, al ser la sede de la corte, "atrajo gobernantes, pensadores y artistas de todas las regiones, y aun de
países extranjeros; de Asturias llegaron Campomanes y Jovellanos; de Valencia, Cavanilles, don Antonio
Ponz [autor de Viaje por España (1772-1792)] y Francisco Pérez Bayer [discípulo de Mayans]; de
Andalucía, entre otros, el gaditano Cadalso, autor de las 'Cartas Marruecas'... De la propia Meseta también
llegaron a Madrid algunos ingenios, como León de Arroyal, verdadero autor de las Cartas político-
económicas que antes se atribuían al conde de Campomanes, autor también de la sátira Pan y toros y de un
interesante proyecto de Constitución que lo sitúa en el paso a la generación siguiente, preliberal... Con estos
varios aportes, Madrid fue indudablemente el centro de la Ilustración gracias a un conjunto de factores que
no se encontraban en ninguna otra ciudad: instituciones docentes de espíritu moderno, ambiente
cosmopolita, prensa abundante, mecenazgo de aristócratas ilustrados, una Sociedad Económica cuya
actividad sobrepujó mucho a las de provincias y una presencia gubernamental que era, según los casos,
impulso, freno o tutela".71
Las Sociedades Económicas de Amigos del País
Artículo principal: Sociedades Económicas de Amigos del País
Emblema de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País con el lema «Irurac bat» («Las tres, una»).
La primera Sociedad Económica de Amigos del País fue una iniciativa de los nobles ilustrados guipuzcoanos
conocidos como los "Caballeritos de Azcoitia" -encabezados por Javier María de Munibe, conde de
Peñaflorida- que en 1748 formaron una tertulia llamada "Junta Académica", cuyas actividades "incluía las
matemáticas, la física, la historia, la literatura, la geografía, sesiones de teatro y conciertos de música".
Tomaron como modelo las sociedades económicas que estaban proliferando en toda Europa debido al interés
creciente por los temas económicos y en especial por el progreso de la agricultura, y que tenían un carácter
más utilitario que las academias literarias y científicas. En 1763 las Juntas Generales de Guipúzcoa
aprobaron el proyecto de creación de una Sociedad Económica de la Provincia de Guipúzcoa, cuyos
miembros serían reclutados entre las personas más conocidas del país por su sabiduría en la agricultura, las
ciencias y artes útiles a la economía y en el comercio, dando entrada así en el seno de la sociedad a gente
plebeya y enriquecida por el comercio que tenían los mismos derechos que los socios procedentes de la
nobleza o el clero. La iniciativa de los "caballeritos de Azcoitia" fue secundada por políticos e ilustrados del
Señorío de Vizcaya y de la "provincia" de Álava, quienes se reunieron con los guipuzcoanos en Azcoitia en
diciembre de 1764 para aprobar los estatutos de una nueva sociedad llamada Sociedad Bascongada de
Amigos del País, que recibiría la aprobación del Consejo de Castilla en 1772. Unos de sus objetivos era
estrechar más la unión de las tres provincias vascongadas —contaba con tres secciones, una por cada
territorio— y más tarde promovió la formación de las dos sociedades de amigos del país del Reino de
Navarra establecidas en Pamplona y Tudela.72
El palacio de Insausti de Azkoitia fue la sede principal de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Los fines de la Sociedad Económica Bascongada de Amigos del País eran aplicar los nuevos conocimientos
científicos a las actividades económicas, por ejemplo en las ferrerías, y enseñar aquellas materias que no se
explicaban en las universidades, como la física experimental o la mineralogía —que sería el germen de la
Real Escuela de Metalurgia—. También establecieron cátedras de historia y de francés. Cuando fueron
expulsados los jesuitas en 1767, los "caballeritos de Azcoitia" consiguieron la cesión del colegio de Vergara,
en el que fundaron el Real Seminario de Nobles. La Sociedad logró formar una importante biblioteca y
consiguió el permiso para suscribirse a la Enciclopedia, aunque con la condición de que sólo pudiera ser
consultada por los socios de la entidad que tuvieran licencia de la Inquisición para leer libros prohibidos —
condición que al parecer no se cumplió—.63 Las secciones "provinciales" de la Bascongada se dividieron en
cuatro comisiones: "Agricultura y Economía rústica", "Ciencias y artes útiles", "Industria y Comerico" e
"Historia, Política y Buenas Letras". Por otro lado, no redujo su ámbito de actuación a las tres "provincias"
vascas y al reino de Navarra, sino que se extendió a Cádiz, Sevilla y Madrid, y también a México, Buenos
Aires, Lima o La Habana en América. 73
Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando (Cádiz), promovido por Jorge Juan.
Jorge Juan promovió el Real Instituto y Observatorio de la Armada, inaugurado a finales de siglo, y siguió
desarrollando sus estudios astronómicos, matemáticos y físicos, que culminaron con la publicación en 1771
de Examen Marítimo, que a juicio de muchos historiadores es la "única obra española de mecánica racional
que es original". Tuvo una segunda edición con adiciones de Gabriel Ciscar, que le merecieron fama
universal, y fue traducida al francés, al inglés y al italiano. 77 Ciscar continuó la labor científica y docente de
Jorge Juan y de Antonio Ulloa en la Escuela de Guardiamarinas para la que redactó una serie de manuales de
amplia difusión como el Tratado de Aritmética (1795), el Tratado de Comografía (1796) o el Tratado de
Trigonometría Esférica (1796). Todos estos méritos le valieron ser nombrado representante español en la
comisión que iba a establecer en París el nuevo sistema de pesos y medidas de alcance universal que sería
conocido como sistema métrico decimal. Su trabajo Memoria Elemental sobre los Nuevos Pesos y Medidas
Decimales de 1800 fue alabado por la Academia de Ciencias de París.78
En el campo de las matemáticas también destacó, aunque con aportaciones menos originales que las de Jorge
Juan o las de Ciscar, el jesuita Tomàs Cerdà, que publicó Lecciones de Matemáticas (1760) y Lección de
Artillería (1764) y fue profesor del Real Colegio de Artillería de Segovia.79
Antonio José Cavanilles.
En el campo de la botánica el sistema de Linneo fue aceptado por la mayoría de los científicos —y por los
jardines botánicos creados entonces: Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, etc—, gracias a la venida a
España en 1751 de Pehr Löfling para estudiar la flora española y al apoyo del director del Jardín Botánico de
Madrid, el valenciano Antonio José Cavanilles, autor de numerosos trabajos sobre botánica y creador y
director de la revista Anales de Historia Natural. Además Cavanilles, cuyo método científico fue alabado en
toda Europa, mantuvo contacto con el naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, cuyos
trabajos difundió en España el Real Gabinete de Historia Natural, que impulsó la traducción de su Historia
Natural, General y Particular por José Clavijo y Fajardo, editor de El Pensador, "quien con el fin de evitar
dificultades con el Santo Oficio, incluyó la retractación a que se había visto obligado el mismo Buffon".80
A diferencia de las dificultades que encontró la física newtoniana, los planteamientos de Lavoisier fueron
rápidamente aceptados, y así surgieron varios laboratorios de química fundados por la Secretaría de Indias
(1786), de Hacienda (1787) y por la Secretaría de Estado (1788), además de los de Azpeitia, Barcelona,
Cádiz, Segovia o Valencia creados por las Sociedades Económicas de Amigos de País u otras entidades.
Algo parecido ocurrió con la geología del alemán Abraham Gottlob Werner.81
Busto de Francisco Javier Balmis en la Facultad de Medicina de la UMH en San Juan de Alicante.
Durante este período se realizaron varias expediciones científicas que tuvieron gran resonancia en toda
Europa, especialmente dos. La primera estuvo dirigida por Félix de Azara, hermano del diplomático y
humanista aragonés José Nicolás de Azara, y se dirigió al Río de la Plata y al Paraguay, y cuyas
conclusiones publicó en una obra que en 1801 fue traducida al francés, y que clarificaba los estudios de
Buffon. Se trataba de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay y Río de
la Plata que fue seguida de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y Río de
la Plata (1802-1805).82
La segunda expedición tuvo una repercusión de alcance mundial porque el objetivo de la misma fue
propagar la vacuna contra la viruela, descubierta por el británico Edward Jenner, a América y Asia. Estuvo
encabezada por el cirujano militar Francisco Javier Balmis, que ya era muy conocido por haber descubierto
durante su estancia en las Antillas unas raíces indias como remedio para las enfermedades venéreas y cuyo
hallazgo había publicado en 1794. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tuvo lugar entre 1803 y
1806 y "alcanzó merecida fama, hasta el extremo de ser cantado [el viaje] por el poeta Manuel José
Quintana y ser celebrado por los científicos extranjeros como uno de los hitos básicos en los inicios de la
moderna medicina preventiva".82
La prosa
del siglo
XVIII
PRIMERO UNA Durante el siglo XVII disminuye la prosa creativa y Montesquieu:
INTRODUCCIÓN aumenta mucho la ensayística, por ser el tipo de prosa Pensador francés
A que mejor se adapta al propósito didáctico de toda la del siglo XVIII,
CONTINUACIÓN literatura ilustrada. La Ilustración propone una literatura creador de la
UN PANORAMA sencilla, que llegue al mayor número posible de teoría de la
DE LOS personas y que sea didáctica, esto es, que enseñe. En el separación de
PRINCIPALES XVIII se produce un gran desarrollo del periodismo y poderes.
ESCRITORES DEL este cauce se utiliza para la difusión de las ideas. La Epístolas:Carta
PERÍODO Y DE finalidad de los periódicos en este siglo XVIII es literaria
SUS OBRAS educativa y divulgativa, más que informativa.
Entre los ensayistas más conocidos de la época hay que
destacar a Feijoo y a Jovellanos.
No hemos podido dedicarle mucho tiempo en clase, pero merece la pena detenerse, aunque sea desde el
blog, en la figura de este escritor del siglo XVIII. La página de autor de la Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes nos dice lo siguiente:
Diego de Torres Villarroel (1694-1770) fue el escritor más atractivo de la primera mitad del
siglo XVIII español: original, complejo, dotado de un vitalismo desbordante de signo transgresor, gran
dominador del lenguaje y autor de una producción amplísima, bajo cuya aparente dispersión o
heterogeneidad subyace una profunda coherencia interior. Fue un espíritu moderno en lo sustancial, cuya
vida y obra ejemplifican con máxima viveza la complejidad, luchas e incertidumbres de la encrucijada
histórica que conduce a la modernidad.
Uno de los tópicos que circulan sobre Diego de Torres Villarroel es el de su carácter picaresco. Si leéis con
atención su biografía confirmaréis la opinión de Marichal, quien afirma que su vida es la de un burgués que
goza de una saludable posición y de la amistad de altas personalidades e intenta sacar el máximo provecho
económico de sus libros.
Diego de Torres Villarroel nació en Salamanca en 1694. Su familia constituía una estirpe de libreros que
culmina en su padre, Pedro de Torres. En 1706, tras los estudios elementales, va a estudiar latín bajo el
pupilaje de Juan González de Dios, célebre maestro de la época; recibe las órdenes menores. En 1708
obtiene una beca para estudiar retórica en el Colegio trilingüe, donde permanecerá durante cinco años.
Como era de esperar, su época de estudiante le proporciona abundante material para su obra.
Su primera aventura data de 1715, año en que se marcha a Portugal. Al regresar a la casa paterna, se ordena
de subdiácono, si bien lo hace más por complacer a su padre que por auténtica vocación. Se enfrasca en la
lectura de libros que despiertan su interés por la astrología y las matemáticas. En 1716-17 se matricula en la
facultad de sagrados cánones. La publicación en 1718 de su primer Almanaque inicia para él una polémica
etapa, en la que contará con muchos detractores. Obtiene el puesto de sustituto de la cátedra de matemáticas
de Salamanca.
Fue encarcelado a raíz de la participación en la controversia que sostenían jesuitas y dominicos en torno a la
llamada “alternativa de cátedras”, es decir, la combinación de la doctrina jesuítica y la tomista, de la que
Torres no era partidario, sino que defendía el predominio de esta última. Al ser declarado inocente se le
nombra vicerrector, cargo que sólo ostenta quince días.
Acosado por la hostilidad del ambiente salmantino, a causa de sus publicaciones, se marcha a Madrid. Su
vaticinio de la muerte de Luis I en el Almanaque de 1724 suscita nuevas polémicas en torno a él, que
muchas veces se plasman en escritos a los que el interesado responde.
El discutido astrólogo regresa en 1726 a Salamanca para opositar a la cátedra de matemáticas. Su triunfo es
rotundo y recibe un homenaje apoteósico por parte de los estudiantes, lo que demuestra la extraordinaria
popularidad de que gozaba el Gran Piscator de Salamanca, seudónimo que empleaba en la publicación de los
Almanaques y los Pronósticos.
Se ve envuelto en un lance de honor a causa de su amigo don Juan de Salazar. Tiene que huir a Francia y en
1732 es desterrado a Portugal, donde permanecerá dos años. Vuelve a Salamanca en 1734 y reanuda su
quehacer docente y literario. En 1745 es ordenado prebístero. Sufre una grave enfermedad. Restablecida su
salud, prosigue con su trabajo que le lleva muchas veces a Madrid a realizar diversas gestiones.
En 1750 pide la jubilación anticipada. A pesar de los obstáculos que ponen los catedráticos encargados de
redactar el informe, sacando a relucir su irregularidad en el cumplimiento del deber y el escaso rigor
científico de sus obras, el Real consejo le concede su petición en 1751. No obstante, no deja de estar
vinculado con la universidad.
Esta situación le permite dedicarse con más ahínco a su producción literaria. Lleva a cabo la curiosa tarea de
publicar sus obras completas, en catorce tomos, por suscripción popular, sistema que no conoce precedentes.
Esto da buena prueba de la extraordinaria resonancia que habían alcanzado sus escritos. Muere en 1769.
En 1723 marchó a Madrid en donde al principio sufre hambre y miseria pero por su buen don de gentes hace
amistades de buena condición los cuales le ayudan. Estudia medicina y se gradúa en la ciudad de Ávila. Fue
nombrado vicerrector de la Universidad, pero decidió buscar fortuna en Madrid, aunque pasa miseria al
principio, sobreviviendo bordando para un vendedor de la Puerta del Sol. En esta época se plantea incluso
dedicarse al contrabando, pero lo salva la Condesa de Arcos. Fue escritor de la Gaceta de Madrid en donde
cuenta los cotilleos de la ciudad. A causa de un fenómeno sobrenatural en la casa de la condesa de Arcos y
su fama como mago, fue llamado por esta para desencantarla durante once noches; no lo consiguió, pero eso
le permitió un puesto como criado de su casa, a cama y mantel, y allí permaneció, pues, otros dos años En su
palacio lee y escribe en abundancia, sin embargo en sus apariciones públicas se burlaba de la vanidad y
falsedad de las clases altas y es expulsado de Madrid por el Real Consejo debido su carácter excéntrico,
huyendo entonces a Salamanca.
De nuevo en tierras salmantinas, Villarroel descubre que la cátedra de matemáticas en la Universidad está
libre y decide presentarse a los exámenes por oposición. Tan solo tenía un rival para ello, al que derrotó
consiguiendo mejor resultado final y logrando la ansiada cátedra que hacía más de treinta años que no
ocupaba nadie, debido a la incultura y dejadez que había sufrido dicha ciencia. La gente de Salamanca
realizó varias fiestas en honor al nuevo catedrático. Villarroel comenta en su Vida que sus conocimientos
matemáticos eran mínimos aún habiendo superado el examen, criticando el poco progreso de los estamentos
universitarios. Durante cinco años estuvo enseñando matemáticas y en 1732 se gradúa en Artes, siendo
maestro de dicha materia. Durante esta época pasaba los veranos en Madrid.nota 1
Estuvo en Medinaceli, donde, en ese mismo año 1732 conoció a Juan de Salazar, junto con el que sería
condenado a destierro por un oscuro delito cometido, huyendo los dos a Burdeos. A su regreso a España,
Salazar es condenado a seis meses de prisión, y Villarroel es desterrado a Salamanca y huyendo de nuevo a
Portugal. Tras recorrer todo el país lusitano cayó enfermo y no pudo regresar a España hasta que sus
hermanas enviaron súplicas al rey que lo consintió en 1734.
Desde entonces hasta 1743 se dedicó a su trabajo en la Universidad, a la escritura de libros y sonetos, y a
idas, venidas y estancias en la corte de Madrid. En 1742 publicó los cuatro primeros «Trozos» de su Vida, de
la que se hicieron cinco reimpresiones en aquel mismo año, tres legales y tres piratas. En ese periodo
también creó un periódico llamado el Piscator historial de Salamanca.
En 1745 sufre una depresión moral y filosófica provocándole un estado que rayaba en la locura, dejando el
trabajo y renegando de sus "fechorías" de juventud y de sus escritos satíricos. En marzo de 1746 reaparece
de nuevo por las aulas y en noviembre vuelve a Madrid, en donde le creían muerto. Su padre le instó
anteriormente a que se ordenase de subdiácono para acceder a una capellanía en la parroquia de San Martín
de Salamanca, pese a lo cual sólo llegó a ordenarse sacerdote cuando ya contaba 52 años.
En 1750, tras 24 años de cátedra, pidió su jubilación antes del tiempo legal, lo que Fernando VI le concedió
por real decreto. Realizó el Camino de Santiago, siempre acompañado de gente que le admiraba y conocía,
ya que era muy famoso. A partir de 1751 su vida fue tranquila "viviendo con honra en el pueblo donde nací",
según deja escrito en su autobiografía, y trabajando en Salamanca en el enriquecimiento de la biblioteca
universitaria.
Solicitó un diaconato en febrero de 1754, y un mes más tarde se ordenó de presbítero en Salamanca. Ayudó,
de modo desinteresado e incluso con asistencia personal, al Hospital del Amparo de Salamanca.
En 1752 se publicó la primera edición completa impresa durante su vida de las Obras de Torres, algo insólito
entonces y que informa de su gran popularidad. Se hizo por suscripción pública, procedimiento que por
primera vez se aplicó en España. La suscripción fue encabezada por la familia real, el Marqués de la
Ensenada, gran número de nobles, universidades y colegios mayores, religiosos y particulares, pero no por la
Universidad de Salamanca. Tras su jubilación siguió trabajando en diversas comisiones de la Universidad;
aún asistía a los claustros en 1769. Murió el 19 de junio de 1770,2 a los 77 años de edad, en el Palacio de
Monterrey de Salamanca, donde ocupaba habitaciones que, hacía años, la duquesa de Alba había puesto a su
disposición.
Perfil
Torres Villarroel fue un hombre muy culto debido a su gran curiosidad, que junto con su fisonomía extraña y
rara fascinaba a unos y repelía otros. Se situó entre la ciencia barroca y la ilustrada de los Novatores.3 Fue
conocido por casi todo el país en su época y a pesar de ser un hombre relativamente callado cada vez que
hablaba y opinaba provocaba el escándalo o la gracia de los demás. Se burló de todo lo que pudo siempre
con aire desenfadado, provocando odios y envidias , lo que lo llevó a diferentes destierros. Su personalidad
queda reflejada en sus escritos, sobre todo en su relato biográfico Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y
aventuras del Doctor Don Diego de Torres Villarroel, catedrático de prima de matemáticas en la Universidad
de Salamanca, escrita por él mismo.nota 2
Obra
Escritor fecundo, ha quedado noticia de que en veinte años de escritor recibió más de dos mil ducados cada
año. Autor de narraciones y de "ensayos" como Los desdichados del mundo y la gloria (1737), o libros
científicos como Anatomía de lo visible e invisible de ambas esferas (1738). En 1752 se publicó por
suscripción pública una edición de sus obras en catorce volúmenes. Se hizo una reedición de sus obras
completas en quince volúmenes en octavo en Madrid entre 1794 y 1799.
Su estilo conceptista y repertorio temático se inspiran en la obra de Francisco de Quevedo, aunque en
opinión de Jorge Luis Borges, carece de la sombría visión pesimista de éste y por el contrario su estilo es
vitalista y festivo. Como poeta, pueden destacarse algunos de sus sonetos (Los ladrones más famosos no
están en los caminos, El presente siglo), las composiciones que llamó "pasmarotas", sus jácaras y
seguidillas, o poemas de amor como A una dama o de la muerte, ¿Cuándo vendrá la muerte?.
Su obra en prosa más popular es la citada Vida, ascendencia, nacimiento... (aparecida en 1743 con sucesivas
ampliaciones posteriores), autobiografía dividida en seis "trozos" que corresponden cada uno a una década y
donde da forma a una novela picaresca, sin imitar como en otras de sus obras el estilo de Quevedo, sino
mostrando un estilo más castizo, llano, espontáneo y natural. También son interesantes sus Visiones y visitas
de Torres con D. Francisco de Quevedo por Madrid, 1727-1751), de estilo muy conceptista. En El ermitaño
y Torres (1752) diserta sobre la piedra filosofal, así como en los Recitarios astrológicos y alquímicos (1726),
donde ahonda en los principios metálicos que rige la alquimia. Se interesa en muchas de sus obras por lo
humano y también por lo divino, ya que escribió sobre fantasmas y fenómenos aéreos extraños, incluso de
experiencias personales, como en Juicio y pronóstico del globo y tres columnas de fuego que se dejaron ver
en el horizonte español (1726). Llegó a repetírsele el fenómeno o "prodigio", como gustaba de llamar a estos
globos de fuego, en 1730 y 1736. Además también su diversidad en prosa llegaba hasta escribir vidas de
religiosos (Vida de Sor Gregoria de Santa Teresa) y de poetas (Vida de Gabriel Álvarez de Toledo).
Compuso asimismo algunas piezas cortas como bailes y sainetes, y gran número de folletos más o menos
satíricos, como Barca de Aqueronte, el Hospital de incurables, etc. Además, publicaba todos los años un
"Almanaque" que le proporcionaba importantes ingresos y donde insertaba pronósticos, algunos de los
cuales se cumplieron.
Influencia de la lengua leonesa
Algunos estudios de filología han reseñado el uso frecuente en sus trabajos de elementos propios de la
lengua leonesa. En este sentido, prefijos leoneses como "peri" (más), palatalizaciones (llo, lla, llas), o formas
verbales como "jicioren" (que se traduciría en español como "hicieron"), "salioren" (que se traduciría al
español por "salieron") o "dixioren" (en español "dijeron") aparecen con frecuencia en sus trabajos.4 5
«La crítica, a menudo, ha puesto el acento sobre lo exiguo de la creación novelesca en la España del siglo
XVIII. Es verdad que esta época no engendró ninguna obra digna de ser comparada con Don Quijote y
capaz de irradiarse más allá de las fronteras. Se han alegado diferentes razones para explicar esta carencia.
Se ha dicho que el desarrollo del ensayo didáctico, relacionado con la expansión de la prensa, se había
realizado en detrimento de la literatura de ficción. La boga del teatro –representado y leído– explicaría el
poco entusiasmo por la novela. Por su parte, Guillermo Carnero prefiere subrayar otros tres datos: el no
reconocimiento de la novela en tanto género específico en los tratados literarios neoclásicos; la vigilancia
extrema de la censura en materia de sensualidad, ideología e incluso en el tema de la imaginación; y,
finalmente, cierta reticencia a aclimatar –y traducir– las obras maestras de la novela europea.
Y sin embargo, aunque parezca imposible, existe un público de lectores de novelas, como lo atestiguan las
numerosas reediciones de Don Quijote, de los relatos picarescos –que tuvieron el éxito que ya sabemos en
Inglaterra y Francia–, de las obras de un Francisco Santos, o aun de los Sueños de Quevedo.
A fin de cuentas, lo que se puede llamar lo novelesco no se amolda siempre a la forma tradicional de la
novela, y puede tomar caminos insólitos: así el almanaque, tal como lo reinventa Torres de Villarroel, acoge
textos que son auténticas novelas cortas. Tal construcción novelesca –epistolar, por ejemplo–, puesta al
servicio de un proyecto crítico, podrá integrar fragmentos de ensayo; otra, abrir caminos que seguirá más
tarde la literatura confesional; y otra incluso tendrá que ver más con una puesta en escena teatral con una
narración.
Por eso, admitiendo de buena gana que este siglo no produjo novelas de envergadura, desearíamos mostrar
que las ficciones que nos ha dejado la Ilustración merecen otra irada que la que se le da demasiado a
menudo.» (Guy Mercadier: “Dos trayectorias novelescas”, en Canavaggio, Jean: Historia de la literatura
española. Siglo XVIII. Barcelona: Ariel, 1995, tomo IV, p. 41-42)
La mayor parte de la prosa del siglo XVIII aparece teñida de didactismo. Incluso en la novela se concede
más interés al fin educativo que al libre vuelo de la fantasía o a la bellaza del estilo. Lo más positivo de la
época lo encontramos en el campo de la investigación y no en el de la pura creación poética.
«El sentido crítico suele agudizarse en épocas de escasa vitalidad artística, en las que la reflexión y el
análisis ocupan el lugar de la auténtica creación estética. No se produce nada nuevo u original, pero se
escriben montañas de libros y folletos y se entablan polémicas interminables en las que el elogio o la censura
de nuestro pasado cultural adquieren una extraordinaria violencia. De ahí que la sátira sea uno de los
aspectos más característicos de la literatura del siglo XVIII.» (J. García López)
En la literatura del XVIII la sátira alcanza no sólo su punto álgido en cuanto a volumen de escritos sino
también una nueva función. La mayor parte de las sátiras escritas durante la Ilustración renuncia a la actitud
medieval y barroca de criticar lo mundano partiendo de principios religiosos y adopta un punto de vista más
pragmático. Ya no se trata de recriminar a los pecadores y amonestar a los creyentes, sino de corregir al que
se extravía de la razón.
La sátira se emplea en el siglo ilustrado como un correctivo de los errores que impiden llegar a establecer un
orden de convivencia social basado en la razón. La sátira es declarada ahora bien común. La sátira pierde
ahora la función que tenía en el siglo anterior de servir de invectiva o escarnio, una sátira que estaba guiada
más bien por la pasión y por los bajos instintos y estaba dirigida a personas concretas. La sátira de la
Ilustración no está movida por el odio, sino por el afán racional de mejorar la situación social. Se aprovecha
la sátira para poner en duda el régimen anterior y, despertando una nueva conciencia, poner las bases para el
establecimiento de un nuevo ordenamiento político-social que obedezca a los dictados de la razón.
«La sátira estaba en relación directa con el criticismo de la centuria, pero en España, como suele ocurrir
desde la política a la literatura, tomó muchas veces un aspecto personal y agrio, que le da un carácter
inconfundible.» (Ángel Valbuena Prat)
(Laguardia, 1745- id., 1801) Escritor español, famoso por sus Fábulas morales. Junto con
Tomás de Iriarte es considerado el mejor de los fabulistas españoles; la violenta enemistad surgida entre
ambos ha pasado a la historia de la literatura.
Perteneciente a una familia noble y rica, tras los primeros estudios (llevados a cabo en el hogar paterno) fue
enviado a cursar derecho a la Universidad de Valladolid, donde permaneció dos años sin llegar a concluir la
carrera. En un viaje de placer a Francia se entusiasmó con los enciclopedistas, y se quedó mucho tiempo en
tierra francesa; allí se le contagió la inclinación a la crítica mordaz contra la política y la religión tan grata a
los hombres del siglo, y cierto espíritu libertino y escéptico que le indujo a burlarse de los privilegios y a
rechazar, incluso, un alto empleo en la corte que le ofreció el conde de Floridablanca.
A su regreso a España contrajo matrimonio y se estableció primeramente en Vergara, donde participó en la
Sociedad Patriótica Vascongada, tendente a la difusión de la cultura en los medios populares, y de la cual
llegó a ser presidente. Las fábulas escritas para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario
Patriótico Vascongado de Vergara son su obra más conocida. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco
primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano, y en 1784 apareció en Madrid la versión
definitiva, titulada Fábulas morales y formada por nueve libros con 157 fábulas.
Las fábulas de Samaniego se inspiran en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y Fedro, y también del
francés La Fontaine y del inglés J. Gay; todas ellas tienen una finalidad didáctica. De estilo bastante sencillo
y métrica variada, muchas fábulas destacan por su espontaneidad y gracia: La lechera, Las ranas que pedían
rey, El parto de los montes, La cigarra y la hormiga, La codorniz, Las moscas, El asno y el cochino, La zorra
y el busto o El camello y la pulga.
La publicación de las fábulas de Tomás de Iriarte (que había sido su amigo) un año después que las suyas,
con un prólogo en el que afirmaba que eran "las primeras fábulas originales en lengua castellana", irritó a
Samaniego y desató una rivalidad entre ambos escritores que duraría toda su vida. Samaniego publicó
anónimamente el folleto satírico Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Iriarte
(1782) y, poco después, una parodia del poema La música, también de Iriarte, que tituló Coplas para tocarse
al violín a guisa de tonadilla. Siguieron numerosos libelos, contestados con la misma violencia por Iriarte.
Sin embargo, cierto espíritu volteriano confería a los ataques de Samaniego una crueldad mayor.
Con la subida de los Borbones al poder se produjo un proceso centralizador que entró en litigio con las
instituciones forales del País Vasco. Al complicarse la situación, en 1783, Samaniego fue comisionado por la
provincia de Álava para que de una manera directa gestionara los problemas provinciales en la Corte,
aunque también tramitó otros asuntos regionales y de la Vascongada. En la capital, su actividad literaria fue
intensa; asistió a reuniones y tertulias y gozó de la amistad de nobles y escritores. Participó en las polémicas
teatrales de la época defendiendo el teatro neoclásico y la ideología ilustrada. Esta actividad cultural fue más
exitosa que los progresos de las gestiones que le habían encargado. Tampoco llegó a buen puerto el plan de
un Seminario para señoritas, que la Vascongada pretendía establecer en la ciudad de Vitoria.
De nuevo en Bilbao, volvió a llevar las riendas de su hacienda, bastante olvidada, y a frecuentar las antiguas
amistades. En 1792 decidió llevar una vida más tranquila y se retiró a su villa natal, Laguardia. Dos sucesos
rompieron su tranquilidad: por un lado, la invasión francesa del año 1793 que dejó malparadas sus
posesiones guipuzcoanas; por otro, algunas poesías satíricas y licenciosas le valieron el principio de un
proceso inquisitorial en 1793. El tribunal de Logroño llegó incluso a decretar la detención del autor.
Samaniego evitó peores consecuencias gracias a la influencia de sus amistades en los altos niveles.
Las fábulas de Samaniego
Publicadas en 1784, la Fábulas morales recogen un total de 157 composiciones, distribuidas en nueve libros
y precedidas de un prólogo. Fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara, en cuya labor
pedagógica colaboraba. Su intención está dentro del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada
y respondía a la máxima estética de instruir deleitando. Debieron de influir en la elección del género sus
conocimientos de la literatura francesa, en especial de La Fontaine, aunque Samaniego no es un mero
traductor, sino que actualiza la materia tradicional desde las fuentes clásicas (Esopo y Fedro), aumenta los
datos explicativos y dramatiza las escenas en relación con la función didáctica que pretende.
En el desarrollo de las fábulas, el escritor alavés sigue la estructura convencional, aunque procura plantear
claramente la oposición entre los personajes-animales por medio de adjetivos antitéticos, para que de ella se
desprenda clara la moraleja. La formulación de la moralidad suele ir al final de la fábula, como consecuencia
aleccionadora de lo sucedido en el episodio que la precede. Quizá sea la moraleja, desde el punto de vista de
la estructura, el aspecto menos conseguido en Samaniego, por culpa de su excesiva extensión. Se exige que
sea concisa y breve, de forma que pueda quedar grabada con facilidad en la mente infantil. Pero Samaniego
se pierde con frecuencia en rodeos inútiles, a diferencia de La Fontaine, que solamente insinúa la moraleja.
El tipo de moralidad de las fábulas no es cristiana, ni tan siquiera ingenua. Se aplica, siguiendo la tradición,
el concepto naturalista de la moral. Las bases están próximas a la ideología de Rousseau, pero en realidad es
una ética de supervivencia y de lucha por la vida la que los animales parlantes nos predican. Una moral en la
que tienen cabida el egoísmo, la venganza, la astucia, la desconfianza... Tampoco debemos olvidar el rico
caudal de ideas ilustradas o de estética neoclásica. Otras veces son simples principios de convivencia o
reflexiones dictadas por la experiencia, de puro valor práctico. Por eso no es extraño que las moralejas estén
tan cerca de la filosofía del refrán y que a veces se formulen con uno de ellos, literalmente o con ligeras
modificaciones por imperativos de la rima.
Consecuente con sus principios estéticos y los destinatarios iniciales de la obra, Samaniego hace en sus
fábulas un derroche de gracia y sencillez. La gracia la consigue a base de viveza y colorismo en la
expresión. Las fábulas están esmaltadas, ya que no de metáforas, sí de expresiones cálidas e ingeniosas,
construidas sobre un lenguaje corriente. Juega también con los refranes y los dichos populares. Otros rasgos
que definen su estilo son la ausencia de elementos cultos, la simplicidad del vocabulario y la acumulación de
sustantivos y verbos, signos de su dicción concisa.
Igual que su opositor Iriarte, Samaniego presta atención a los recursos métricos. Intenta huir de la monotonía
buscando un tipo de acomodación significativa y cierta musicalidad pegadiza. Utiliza con preferencia la
silva, cuyo libre balanceo entre heptasílabos y endecasílabos se adapta con facilidad al ritmo narrativo. Pero
esto no es óbice para que encontremos otras estrofas como serventesios, redondillas, endechas, romancillos,
décimas... Sin ser innovador, Samaniego cumple con decoro su misión de versificador, aunque pueden
hallarse en ocasiones ripios o de defectos rítmicos.
A grandes rasgos puede afirmarse que Samaniego es el autor de la moral bonachona, del optimismo y de las
verdades mediocres; todas las virtudes y defectos de la literatura moral y didáctica del siglo XVIII están
contenidos en su libro. Samaniego trata los asuntos de la fabulística tradicional de una manera fácil,
mediante el instrumento de un verso ligero y sonoro, lo que da a su obra un carácter de agilidad que no tiene
la obra de Iriarte, aunque hay que destacar que el propósito de ambos autores es diferente. Samaniego las
escribió con la finalidad de ofrecer ejemplos a los niños del Seminario, mientras que la intención de Iriarte
es proporcionar una "educación" literaria, reafirmando y defendiendo los principios y reglas del gusto
literario neoclásico.
Tomás de Iriarte
(Puerto de la Cruz, 1750 - Madrid, 1791) Escritor español. Fue junto con Félix María de Samaniego uno de
los fabulistas más importantes del siglo XVIII. Sobrino del académico Juan de Iriarte, a los trece años se
trasladó a Madrid para vivir con su tío, lo que le permitió adquirir una sólida educación. Sucedió a su
pariente como traductor de la Secretaría de Estado y ocupó el cargo de archivero del Consejo de Guerra.
Tomás de Iriarte
Su figura destacó en los ambientes literarios y sociales. Frecuentó asiduamente la tertulia de la Fonda de San
Sebastián donde trabó amistad con Cadalso y Nicolás Fermández de Moratín. Agudo crítico y gran
polemista, mantuvo constantes disputas con Ramón de la Cruz, Forner y Samaniego. La fama le llegó con la
publicación de la obra satírica Los literatos en cuaresma (1773), imprescindible para conocer a los escritores
neoclásicos españoles. En 1777 tradujo en verso el Arte poética de Horacio. Trabajo tan elogiado como
controvertido fue el poema didáctico La música (1779), traducido a varios idiomas.
Su mayor popularidad se debió a las Fábulas literarias (1782), publicadas un año más tarde que las de
Samaniego, donde reunió una serie de poemas satíricos y moralizantes que encierran muchas veces una
burla feroz de sus coetáneos. El autor aplicó a estos apólogos los preceptos clasicistas, se hizo eco de las
ideas estéticas imperantes en su tiempo y se sometió a las reglas de universalidad, unidad formal y
didactismo.
A pesar de que sus versos presentaron una mayor variedad métrica que los de Samaniego, y buscaron la
máxima sencillez y claridad, las rimas resultaron un tanto forzadas y nunca alcanzaron la vivacidad de las de
su rival. No obstante, el gran acierto del autor consistió en trasladar fielmente al género fabulístico las
normas dictadas por la preceptiva, como puede apreciarse en piezas como "El burro flautista", "La mona",
"Los dos conejos" o "El caballo y la ardilla".
De su actividad teatral cabe destacar el monólogo Guzmán el Bueno (1787), el drama en prosa La Librería
(1790) y tres comedias morales en verso, El don de gentes (1780), El señorito mimado (1787) y La señorita
malcriada (1788), que tratan sobre la dificultad de educar a los hijos. Estas piezas son antecesoras de las
comedias de Moratín y de la alta comedia del siglo XIX. Cuatro años antes de morir hizo realidad su deseo
de ver publicada su Colección de obras en verso y prosa (1789).