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Literatura española de la Ilustración

A lo largo del siglo XVIII eclosiona una nueva mentalidad que enlaza con la antropología renacentista y que
en consecuencia viene a romper la cosmovisión del mundo Barroco. Este período ha recibido el nombre de
«Ilustración». Dicho movimiento se cimienta, a grandes rasgos, en el espíritu crítico, que rompe
abruptamente con el principio de autoridad, en el predominio de la razón y su fundamentación en la
experiencia. Esta estructura del saber tiene como consecuencia que la filosofía y la ciencia sean las
disciplinas más valoradas. Este período ha sido conocido en la Historia de las Ideas como "Siglo de las
Luces" o "Siglo de la razón". Su característica más relevante es la búsqueda de la felicidad humana a través
de la cultura y el progreso. Las nuevas ideas asociadas al pensamiento ilustrado hicieron que el arte y la
literatura se orientaran hacia un nuevo clasicismo (Neoclasicismo), del que se deriva el adjetivo
"neoclásico". En literatura se busca la expresión moderada de las emociones, y emular normas y reglas
clásicas (puestas de actualidad gracias a los descubrimientos arqueológicos de este período). Al mismo
tiempo se valoró el equilibrio y la armonía como el principio estético dominante. Tradicionalmente se ha
tendido a afirmar que contra tanta rigidez se reaccionó a finales de siglo, produciéndose una vuelta al mundo
de los sentimientos, otorgándole el nombre de "Prerromanticismo". Para algunos autores como Marta
Manrique Gómez en la línea del historiador de la literatura Russell P. Sebold el romanticismo no se
constituye como una reacción contra formas obsoletas sino como el desarrollo de un modo de expresión
previamente imbricado en los autores que reconocemos canónicamente como ilustrados1

Marco histórico
Artículo principal: Reformismo borbónico

Batalla de Denain.
El siglo XVIII comienza con la guerra de Sucesión española (1701-1714). Las potencias europeas,
preocupadas ante el poder hegemónico del rey francés Luis XIV, unido a que su nieto Felipe de Anjou había
sido nombrado heredero al trono de España por Carlos II, formaron la Gran Alianza y respaldaron el intento
del archiduque Carlos de Austria para acceder a la corona. Tras el Tratado de Utrecht, Felipe V fue
reconocido como rey de España (1700-1746), aunque ello acarreó la pérdida de sus dominios europeos,
Menorca y Gibraltar. En 1724, abdicó a favor de su hijo Luis I, pero al morir éste meses después, volvió a
asumir el trono español. Durante su monarquía, desarrolló una política centralista y reorganizó la Hacienda
Pública.
Tras la muerte de Felipe V, le sucedió Fernando VI (1746-1759), quien, con los ministros Carvajal y el
marqués de la Ensenada, mejoró las comunicaciones y los caminos del país, fomentó las construcciones
navales y favoreció el desarrollo de las ciencias.
Tras la monarquía de Fernando VI, su hermanastro Carlos III le sucedió en el trono. Prototipo de monarca
ilustrado, contó con la asistencia de importantes ministros, como Floridablanca, Campomanes, Aranda,
Grimaldi y el marqués de Esquilache. Sin salirse del modelo del Antiguo Régimen, modernizó el país,
repobló Sierra Morena, favoreció la enseñanza, el comercio y las obras públicas.
Durante el reinado de Carlos IV, estalló la Revolución francesa (1789). Éste abdicó en pos de su hijo
Fernando VII, tras la invasión por los franceses en 1808.
La Ilustración en Europa

Portada de L'encyclopedie (1751).


Artículo principal: Ilustración
Hacia las últimas décadas del siglo XVII, entró en crisis en Europa el sistema del Antiguo Régimen, basado
en el predominio de dos estamentos eclesiástico y nobiliario sometidos a una monarquía absoluta. En este
siglo, Europa revisó críticamente el orden establecido. Propone, frente al pensamiento anterior, la razón
como método universal del conocimiento, la crítica sistemática e impulsa como base de la epistemología que
lo sostiene el método experimental y los estudios basados en el propio raciocinio frente al argumento de
autoridad que sostuvo el pensamiento en siglos anteriores.
El saber se desplazó desde las reuniones cortesanas hasta los salones burgueses, cafés o las instituciones
culturales. Se sintió la necesidad de viajar por motivos de estudio o placer, de conocer otros idiomas, de
realizar deporte para fortalecer el cuerpo o de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Existía
además un gran cansancio de la exuberancia ornamental barroca y de su dificultad conceptista; se deseaba
mayor claridad y un mayor equilibrio; por eso en Roma nace, contra los excesos culteranos del Marinismo,
bajo el impulso que le prestan los críticos Giovanni Mario Crescimbeni y Giovanni Vincenzo Gravina, la
Academia de la Arcadia o de los Arcades en 1690, la cual, mediante sus sucursales o coloniae esparcirá por
toda Italia el ideal del buen gusto o buon senso y del retorno a la literatura clásica.
En esta nueva actitud, el ilustrado es un filántropo que se preocupa por los demás, proponiendo y
acometiendo reformas en los aspectos relacionados con la cultura y la sociedad. Defienden la tolerancia
religiosa, se practica el escepticismo e incluso se llega a atacar a las religiones. En oposición a las
monarquías absolutas, Montesquieu defendió las bases del constitucionalismo moderno con la separación de
los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Los ilustrados querían gozar de libertad y elegir a sus propios
gobernantes. Todo ello inspiró el lema de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Las teorías ilustradas tuvieron su origen en Inglaterra, aunque alcanzaron el culmen en Francia, donde
fueron recogidas en la Encyclopédie (Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los
oficios, 1751-1772), editada por Jean Le Rond d'Alembert y Denis Diderot. En esta obra se recogieron todos
los saberes existentes de la época, por orden alfabético. Esta obra nace de la intención de hacer accesible a
todos los ciudadanos la totalidad del saber de la época.
Las Luces en España
Artículo principal: Ilustración en España
Antecedentes del reformismo: los novatores del siglo XVII
Debido a la existencia de la Inquisición, el desarrollo científico durante la época de los Austrias se vio
mermado por la posibilidad efectiva de la censura. El retraso, en consecuencia, con respecto a Europa se
manifiesta ya como evidente a comienzos del siglo XVIII. Aun así algunos intelectuales no abandonaron la
investigación desarrollando sus estudios en materias como la astronomía, la matemática o la botánica.
Además difundieron las teorías científicas de Galileo Galilei, Kepler, Linneo o Isaac Newton. Entre los
novatores destacan: Juan de Cabriada, Antonio Hugo de Omerique, Juan Caramuel, Martín Martínez, Tomás
Vicente Tosca y Juan Bautista Corachán. En el siglo XVIII, el legado que dejaron, fue continuado por otros
científicos como Jorge Juan, Cosme Bueno, Antonio de Ulloa, etc.
Penetración de las luces en España
Tras la guerra de Sucesión, los borbones encontraron una España sumida en la miseria y la ignorancia. La
península Ibérica tenía apenas siete millones y medio de habitantes. Con una concepción política francesa,
Felipe V fortaleció el poder monárquico y potenció un proceso de centralización de la nación, aboliendo los
fueros y las leyes de los territorios de la Corona de Aragón. La Iglesia mantuvo su dominio, pese a la
expulsión en 1767 de órdenes religiosas como la Compañía de Jesús. Por otro lado, el pueblo llano, formado
por ganaderos, agricultores, funcionarios y marginados, carecía de derechos. Los monarcas paulatinamente
fueron reduciendo algunos privilegios a la aristocracia hereditaria y adoptaron una postura regalista frente a
la Iglesia, con la finalidad de realizar una serie de reformas básicas. A finales de siglo, había mejorado la
calidad de vida de los españoles, como así lo demuestra el aumento de la población en casi tres millones de
habitantes, cifra sin embargo menor a la de otros países europeos.
Las ideas ilustradas fueron entrando en España a través de diversas vías:

Portada de la primera edición de Fundación y estatutos de la Real Academia Española (1715).


 La difusión de las ideas de algunos ilustrados como Gregorio Mayans, Martín Sarmiento y Benito
Jerónimo Feijoo.
 La propagación de las ideas enciclopedistas francesas (Rousseau, Voltaire, Montesquieu), pese a la
censura de la época para evitar su introducción en la Península y la vigilancia de la Inquisición.
 Las traducciones de libros franceses de todos los géneros y la contratación de profesores extranjeros
o eruditos en determinadas materias.
 Los viajes de estudio y conocimiento de la vida y costumbres europeas realizados por los eruditos e
intelectuales.
 La aparición de periódicos o publicaciones donde las ideas ilustradas se difundían.
 La creación de una serie de instituciones culturales y de Sociedades económicas de amigos del país
destinadas a promover el progreso social y económico de España mediante la reforma de las
prácticas tradicionales. La primera de las sociedades se fundó en el País Vasco en 1765, y pronto se
difundieron por todo la nación. Estaba constituida por ilustrados procedentes de la aristocracia, la
burguesía y el clero. En este siglo se crearon organismos de gran importancia, como la Real
Academia Española, fundada para ocuparse de la lengua española y su literatura. Su lema era
Limpia, fija y da esplendor. Esta sociedad pretendía establecer normas para el uso correcto del
lenguaje, y su primer esfuerzo se destinó a la elaboración de un Diccionario de la lengua castellana,
conocido hoy como Diccionario de Autoridades, en seis tomos (1726-1739). En él se puede encontrar
la etimología de cada palabra, y cada acepción va acompañada de un breve texto de un escritor
célebre que demuestra la existencia de dicha acepción. Otras instituciones que surgieron en aquella
época fueron la Biblioteca Nacional (1712), la Real Academia de la Historia (1738), el Real Jardín
Botánico (1755), la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1751), la Real Academia de
Buenas Letras de Barcelona (1752) y el Museo del Prado (1785).
El máximo esplendor de la Ilustración en España fue durante el reinado de Carlos III, y su decadencia, por
las fechas de la Revolución francesa (1789) y la invasión napoleónica de la península Ibérica, en 1808. Los
reformadores, pese a contar con el apoyo de la Corona, no obtuvieron el reconocimiento de los grupos
privilegiados; muchos fueron calificados como extranjerizantes y acusados de atentar contra la tradición y la
enseñanza religiosa. Tras la Revolución francesa, algunos fueron perseguidos, e incluso, encarcelados.
El español en el siglo XVIII
En este siglo, se libra una lucha a favor de la claridad y naturalidad del lenguaje artístico, en la que muchos
escritores combatían contra los restos que aún sobrevivían del estilo Barroco, es decir, la utilización de
artificios a la que había llegado el Barroco tardío.
El latín era utilizado en las universidades como lengua académica, pero poco a poco se fue sustituyendo en
ese papel. Querían volver al esplendor del Siglo de Oro como lengua literaria, pero para ello era necesario
desarrollar formas de expresión acordes con las ciencias experimentales europeas, labor que desarrollaron
Feijoo, Sarmiento, Mayans, Jovellanos, Forner, Capmany, entre otros. En el año 1813, tras la Guerra de la
Independencia, la Junta creada por la Regencia para realizar una reforma general de la enseñanza, ordenó el
empleo exclusivo del español en la universidad.
Muchos de los ilustrados, para la modernización de España, defendieron la implantación de la enseñanza de
otros idiomas (francés, inglés, italiano) en los centros, y la traducción al castellano de obras destacadas. A lo
primero se opusieron aquellos que defendían la prioridad de las lenguas clásicas (latín y griego) frente a las
modernas, y a lo segundo los que rechazaban las traducciones porque introducirían en el español
extranjerismos innecesarios y pondrían en peligro su identidad. Surgieron así dos posturas: el casticismo,
que defendía un lenguaje puro, sin mezcla de voces ni giros extraños, con palabras documentadas en las
autoridades (la Real Academia Española); y el purismo, que se oponía totalmente a la penetración de
neologismos, sobre todo los extranjeros, acusando a sus oponentes de mancilladores del idioma.
Etapas de la literatura dieciochesca
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
 Antibarroquismo (Hasta 1750, aproximadamente): Se lucha contra el estilo de los últimos barrocos,
considerado excesivamente retórico y retorcido.
 Neoclasicismo (Hasta finales del s. XVIII): Se basa en el estilo clásico heredado en Europa de las
culturas de la Roma y Grecia antiguas. Los escritores imitan a los autores clásicos antiguos como
Virgilio, Horacio y Ovidio y su auge se extendió desde el reinado de Fernando VI hasta bien entrado
el siglo XIX.
 Prerromanticismo (finales del XVIII y comienzos del XIX): La influencia del filósofo inglés John
Locke y de Laurence Sterne, junto a la de los franceses Étienne Bonnot de Condillac, Jean-Jacques
Rousseau y Denis Diderot, hará surgir un nuevo sentimiento, insatisfecho con la tiranía de la razón,
que hace valer el derecho de los individuos a expresar sus emociones personales (reprimidas
entonces por los neoclásicos), entre las cuales figuran, fundamentalmente, el amor. Esta corriente
anuncia la decadencia del Neoclasicismo y abre las puertas del Romanticismo.
Prosa
La narrativa es casi inexistente en España durante este período. Prácticamente, se reduce a la Vida de Diego
de Torres y Villarroel, o al relato Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla.2
Por el contrario, el ensayo es el género dominante. Esta prosa educativa y doctrinal muestra un deseo de
acercarse a los problemas del momento, tiende a la reforma de costumbres y suele hacer uso de la forma
epistolar.
Otra modalidad de gran influencia en esta época fue el periódico. Literarios, científicos o de curiosidades,
publicaciones como el Diario de los Literatos de España, El Censor o el Correo de Madrid contribuyeron a
difundir en España las teorías y las ideas del momento, asentando los principios de la Ilustración.
A veces, el intercambio intelectual de estas obras produce sonadas polémicas, como por ejemplo la que se
estableció con motivo del provocativo "¿Qué se debe a España?" del francés Masson de Morvilliers en su
Enciclopédie Méthodique (1782). Fue contestado con la reivindicación Oración apologética por España y su
mérito literario de Juan Pablo Forner (1786); que fue a su vez ridiculizado por la sátira Oración apologética
en defensa del estado floreciente de España (1793), más conocida como Pan y Toros atribuida a veces a
Jovellanos, pero realmente de León de Arroyal.
Fray Benito Jerónimo Feijoo
Artículo principal: Benito Jerónimo Feijoo
El fraile benedictino fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (Orense, 1676 - Oviedo, 1764), poseyó una
formación aristotélica, aunque su mentalidad era totalmente moderna. Sus obras alcanzaron numerosas
ediciones y suscitaron muchas polémicas, tantas, que Fernando VI, en acto de despotismo ilustrado, tuvo que
defenderlo designándolo consejero honorario y prohibiendo los ataques contra su obra y su persona.
Su saber se manifestó en multitud de ensayos que agrupó en los ocho tomos del Teatro crítico universal
(1726-1739) y en los cinco de Cartas eruditas y curiosas (1742-1760). Feijoo veía necesario escribir para
sacar a España de su atraso; con este propósito, dio a su obra un carácter didáctico, marcadamente católico,
pero con la intención de que las nuevas corrientes empíricas y racionales se arraigasen, al menos en las
clases cultas. Fue muy crítico con las supersticiones y los falsos milagros.
Feijoo contribuyó en la consolidación del castellano como lengua culta al defender su uso frente al latín, que
aún se empleaba en las universidades. También aceptó la introducción de nuevas voces, siempre que fuesen
necesarias, sin importar de donde procedan. Su producción abarca campos muy diversos, como la economía,
la política, la astronomía, las matemáticas, la física, la historia, la religión, etc. Su estilo se caracterizó por su
sencillez, naturalidad y claridad. Para muchos críticos, la prosa española se hace moderna con Feijoo.
Gaspar Melchor de Jovellanos

Jovellanos retratado por Goya, 1798. Museo del Prado.


Artículo principal: Gaspar Melchor de Jovellanos
Jovellanos (Gijón, 1744 - Puerto de Vega, Asturias, 1811) es probablemente el ensayista español más
importante del siglo XVIII. Perteneciente a una familia acomodada, estudió Leyes y fue destinado a Sevilla,
donde entró en contacto epistolar con la Escuela poética salmantina. En Madrid, como alcalde de Casa y
Corte, su actividad política fue en constante aumento. Tras un destierro, fue nombrado por Manuel Godoy
ministro de Gracia y Justicia, y más tarde Consejero de Estado. Al perder la confianza del ministro, fue
apresado en Mallorca en el Castillo de Bellver, hasta que el Motín de Aranjuez, que derrocó a Godoy, le
devolvió la libertad. En 1808 formó parte de la Junta Central que hacía frente al ejército napoleónico. Fue
perseguido por los franceses e intentó trasladarse a Cádiz, pero las inclemencias meteorológicas le obligaron
a refugiarse en el puerto de Vega de Navia, donde falleció.
Jovellanos comenzó escribiendo poesía lírica, con el pastoril nombre (muy común en su época) de Jovino, y
con ideales ilustrados. Al igual que Cadalso, satiriza a la aristocracia inculta en su sátira A Arnesto. Pero
pronto se cansó de la poesía, que consideró un juego de adolescente al que no se aplicaba la razón, y que era
impropio de un hombre respetable. Curiosamente años más tarde invita en verso a la insurrección de 1808 en
el Canto para los astures contra los franceses.
También compuso El delincuente honrado, un drama reformista neoclásico. Se había promulgado una ley
que condenaba a muerte al superviviente de los duelos, considerando igualmente culpables al ofensor y al
ofendido; en esto se basa Jovellanos en su drama, pues para él, sólo el ofensor es el culpable. La obra sigue
la línea de comedia sentimental, tan admirada en Francia, y su tono es ya prerromántico.
Uno de sus escritos más difundidos, incluso internacionalmente, fue el Informe en el expediente de la Ley
Agraria (1795), que redactó en nombre de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País,
desde la perspectiva del liberalismo económico, en la línea de Adam Smith (que había publicado La riqueza
de las naciones en 1776).
La claridad, concisión y sobriedad son los rasgos característicos de la obra didáctica de Jovellanos.
José Cadalso

José Cadalso.
Artículo principal: José Cadalso
José de Cadalso y Vázquez de Andrade (1741 - 1782) es otro de los grandes prosistas del siglo XVIII.
Escribió importantes obras literarias, siendo su creación más importante Cartas marruecas. De él se decía
que poseía una vasta cultura, enriquecida por sus viajes por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Fue
militar y obtuvo el grado de coronel. Estuvo profundamente enamorado de la actriz María Ignacia Ibáñez, la
cual murió muy tempranamente, en 1771, a causa del tifus. Los excesos a los que se entregó -Cadalso
incluso trató de desenterrarla- le valieron su destierro en Salamanca (ordenado para que se curara de su
enajenación). Fue destinado posteriormente a Extremadura, Andalucía, Madrid y finalmente Gibraltar, lugar
donde murió durante el Gran Asedio de Gibraltar. Su cuerpo sin vida fue enterrado en la Parroquia Santa
María la Coronada en San Roque (Cádiz).
Como poeta, y bajo el nombre de "Dalmiro", compuso la obra Ocios de mi juventud (1773). Su amor hacia
la actriz María Ignacia Ibáñez lo acercó al mundo dramático. Pese a que escribió tres tragedias, sólo una de
ellas se representó, y con escaso éxito: Don Sancho García, conde de Castilla (1771). Su obra en prosa es,
sin embargo, más extensa. En Noches lúgubres narra en forma dialogada el frustrado anhelo del personaje
principal, Tediato, por rescatar de la tumba el cuerpo de su amada. Enteramente dieciochesco es el libro Los
eruditos a la violeta, en el cual arremete contra los falsos intelectuales; siete lecciones que satirizan a
aquellos que pretenden saber mucho estudiando poco.
Sin embargo, las Cartas marruecas (1789), publicadas póstumamente, son las que procuran más importancia
a la producción literaria de Cadalso. De acuerdo a un modelo muy cultivado en Francia (por ejemplo, las
Cartas Persas de Montesquieu), el autor compone un libro con noventa cartas que se cruzan Gazel, moro que
visita España, su preceptor y amigo marroquí Ben-Beley, y Nuño Núñez, amigo cristiano de Gazel. Entre
ellos comentan el pasado histórico de España y su vivir actual y juzgan la labor de los gobernantes y las
costumbres del país.
Lírica
En 1737, Ignacio Luzán recogía las ideas estéticas del Neoclasicismo en su Poética. Este estilo triunfó en
España imponiendo unos criterios de utilidad y servicio a la humanidad, junto a los deseos de placer
estético. Dominaron los ideales artísticos importados de Francia, el "buen gusto" y el comedimiento, y se
reprimían sentimientos y pasiones. La sujeción a las normas fue general, huyéndose de la espontaneidad y de
la imaginación, que fueron sustituidas por el afán didáctico.
La poesía neoclásica trató temas históricos, costumbristas y satíricos. En la variante denominada Rococó,
más lujosa y recargada, dominaron los temas pastoriles que exaltaban el placer y el amor galante. Formas
habituales fueron odas, epístolas, elegías y romances.
Nombres importantes de la poesía española son los de Juan Meléndez Valdés, el máximo representante
español del Rococó, Nicolás Fernández de Moratín y los fabulistas Tomás de Iriarte y Félix María
Samaniego.
La literatura neoclásica se desarrolló principalmente en tres ciudades: Salamanca, por personas relacionadas
con su Universidad; Sevilla con la influencia de su asistente (cargo similar al de alcalde) Pablo de Olavide y
Madrid, en torno a la Fonda de San Sebastián. De esta manera, se agrupa a los escritores de aquella
tendencia en escuelas o grupos poéticos: La escuela salmantina, en la que se encuentra Cadalso, Meléndez
Valdés, Jovellanos y Forner; la escuela sevillana, en la que se incluyen los escritores Manuel María Arjona,
José Marchena, José María Blanco White y Alberto Lista, quienes pronto evolucionaron hacia un
Romanticismo primerizo (Prerromanticismo); y el grupo madrileño formado por Vicente García de la
Huerta, Ramón de la Cruz, Iriarte, Samaniego y los Fernández de Moratín.
Escuela salmantina
Artículo principal: Segunda escuela poética salmantina
Juan Meléndez Valdés

Juan Meléndez Valdés.


Artículo principal: Juan Meléndez Valdés
Meléndez Valdés (Ribera del Fresno, Badajoz, 1754 - Montpellier, Francia, 1814) es considerado uno de los
mejores poetas del siglo XVIII. Fue catedrático en Salamanca, donde mantuvo amistades con Cadalso y
Jovellanos. Desempeñó como jurista, ocupando destinos en Zaragoza, Valladolid y finalmente en Madrid,
donde actuó como fiscal del Supremo. Una vez que su mentor, Jovellanos, cayó en desgracia ante Godoy, se
ordenó su destierro a Medina del Campo, más tarde a Zamora y, por último, a Salamanca. Fue un
afrancesado durante la guerra de la Independencia y evitó ser fusilado en Oviedo, pero no tuvo más remedio
que exiliarse tras la derrota del ejército francés.
Pueden diferenciarse dos etapas en la lírica de Meléndez Valdés:
 En la primera se siente atraído en su juventud por la poesía rococó predominante y por la influencia
de José Cadalso. Compone poemas anacreónticos y pastoriles con el amor como tema predominante.
De esta primera etapa cabe destacar la égloga Batilo.
 Sin embargo, tras la muerte de Cadalso, y siguiendo los consejos de Jovellanos, pensó que la lírica
pastoril era impropia de un magistrado, así que compuso otro tipo de poesía más acorde con su
oficio. Como Jovellanos, se sensibiliza ante las desigualdades sociales, defiende la necesidad de
emprender reformas que mejoren la vida del pueblo, critica las costumbres cortesanas y su poesía se
vuelve filosófica, sentimental y reflexiva.
Su estilo, en sus comienzos, fue artificioso y convencional, pero más tarde se volvió muy cuidado y preciso.
Él mismo definió su propósito al escribir: "He cuidado de explicarme con nobleza y de usar un lenguaje
digno de los grandes asuntos que he tratado".
El grupo madrileño
En la Corte y en los medios burgueses calaron rápidamente las ideas reformistas del siglo XVIII. Además de
las Academias hubo también otras iniciativas particulares que influyeron mucho en la literatura, como es el
caso de la Fonda de San Sebastián, fundada por Nicolás Fernández de Moratín y su hijo Leandro, junto con
Cadalso y Jovellanos.
Los fabulistas: Iriarte y Samaniego
Estos dos escritores también formaron parte del grupo madrileño. Con la finalidad de corregir defectos y
mostrar los valores racionales, escribieron fábulas.
 Tomás de Iriarte: (La Orotava, Tenerife, 1750 - Madrid, 1791). Fue un contertulio habitual de la
Fonda de San Sebastián. Comenzó escribiendo comedias de crítica social, como El señorito mimado,
contra la mala educación de los jóvenes de la época, y su réplica femenina, La señorita malcriada,
cuya protagonista se deja seducir por un supuesto marqués y pierde su verdadero amor. Pese a ello, la
verdadera fama de Iriarte se debe a sus setenta y seis Fábulas literarias, en las que sustenta el ideal
neoclasicista mediante historietas de animales.
 Félix María Samaniego: (Laguardia, Álava, 1745-1801). Realizó sus estudios en Francia, donde
adoptó las ideas enciclopedistas de la época. Su obra más importante fue Fábulas morales (1781-
1784) que escribió para los alumnos del Real Seminario Vascongado, siguiendo el modelo de Esopo
y Fedro, a través del francés La Fontaine.
La escuela sevillana
Artículo principal: Escuela poética sevillana
Al igual que Salamanca, la ciudad sevillana tenía también una gran tradición poética. En 1751 se fundó la
Academia de las Buenas Letras, que potenció la actividad literaria. A partir de 1760, y a raíz de la llegada de
Pablo de Olavide como intendente del Gobierno de Andalucía, se impulsó notablemente la cultura en aquella
ciudad. En el año 1776, el ilustrado es perseguido y encarcelado por la Inquisición.
Por influencia de José Cadalso y Meléndez, se escribieron poemas más recargados y coloristas que los de la
escuela salmantina, influidos también por Fernando de Herrera. En la escuela sevillana destacaron poetas
como Manuel María Arjona (1771-1820), José Marchena (1768-1820), José María Blanco White (1775-
1841) y Alberto Lista (1775-1848). Escribieron poemas patrióticos incitando a la lucha por la libertad tras la
invasión de los franceses y el regreso de Fernando VII, ya en el siglo XIX. Algunos de ellos terminaron en el
exilio.
Teatro
En teatro, los principales cultivadores fueron los del grupo madrileño. Se sometieron a lo que enseñaban los
preceptistas clásicos y modernos, y crearon un teatro en pos de los intereses políticos y morales de la época.
Existen tres tendencias:
 Tendencia tradicional.
Durante la primera mitad del siglo XVIII el teatro se encuentra en decadencia. Hay continuadores de
Calderón de la Barca, carentes casi todos de inventiva. Entre el público triunfan las comedias de
enredo, de magia, de milagros de santos y de historia. Para la aristocracia, se montaron zarzuelas y
óperas, de gusto italiano. Se estrenan también algunas traducciones de obras francesas. Los ilustrados
criticaron y satirizaron, pidiendo la representación de obras que enseñasen buenos ejemplos y que
respetasen las reglas aristotélicas.
 Tendencia neoclásica.
Tratando de acabar con esta decadencia, el conde de Aranda mandó rescatar las obras del Siglo de
Oro que no infringieran demasiado las directrices aristotélicas, adaptándolas de ser necesario, y
apoyando también la traducción de obras extranjeras. A su vez, también animó a los escritores
neoclásicos a componer nuevas tragedias vinculadas con la razón y las nuevas reformas que se
estaban imponiendo. Varios autores ilustres aceptaron esas ideas, aunque pocas obras atrajeron al
público.
 Tendencia popular.
Los sainetes gozaron del apoyo popular. Estaban escritos en verso, emparentado con los pasos y
entremeses de los siglos anteriores. El autor más importante de sainetes fue Ramón de la Cruz.
El teatro adopta las nuevas modas que llegaban de Francia. En el teatro neoclásico también se impuso la
razón y la armonía como norma. Se acató la llamada «regla de las tres unidades», que exigía una única
acción, un solo escenario y un tiempo cronológico coherente en el desarrollo de la acción dramática. Se
estableció la separación de lo cómico y lo trágico. Se impuso la contención imaginativa, eliminando todo
aquello que se consideraba exagerado o de «mal gusto». Se adoptó una finalidad educativa y moralizante,
que sirviera para difundir los valores universales de la cultura y el progreso.
Aunque menos racionalista que otros géneros, la tragedia cultivó temas históricos, como es el caso de la más
conocida, Raquel, de Vicente García de la Huerta. Pero sin lugar a dudas el teatro más representativo del
momento fue el de Leandro Fernández de Moratín, creador de lo que se ha dado en llamar «comedia
moratiniana». Frente al género trágico, el más común entonces, y que practicaba su padre, Nicolás, y frente
al sainete costumbrista y amable de Ramón de la Cruz, Moratín hijo ridiculizó los vicios y costumbres de su
época, en un claro intento de convertir el teatro en un vehículo para moralizar las costumbres.
Leandro Fernández de Moratín

Leandro Fernández de Moratín en 1799, por Goya.


Artículo principal: Leandro Fernández de Moratín
Hijo de Nicolás Fernández de Moratín (Madrid, 1760 - París, 1828), Leandro es el principal autor
dieciochesco de teatro. A su padre se le debe su orientación neoclásica. Protegido de Jovellanos y Godoy,
viajó por Inglaterra, Francia (presenció el estallido de la Revolución francesa) e Italia. Cayó enamorado de
Paquita Muñoz, mucho más joven que él, con la que no llegó a casarse por su deseo de no contraer
compromisos. Fue un afrancesado y aceptó de José Bonaparte el cargo de Bibliotecario Mayor, por lo que se
le desterró a Francia, donde fallecerá tras la derrota de los invasores.
Obra
Como poeta, escribió poemas satíricos como la Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana,
tema que vuelve a tratar en prosa en La derrota de los pedantes. La crítica actual considera a Moratín el
lírico más destacado del siglo XVIII. En el poema Elegía a las musas, ya viejo, se despide de la poesía y del
teatro, los cuales habían sido su razón de vivir.
Como autor dramático, escribió únicamente cinco comedias que le procuraron una gran reputación entre la
gente ilustrada. En El viejo y la niña y en El sí de las niñas (1805), defiende el derecho que tiene la mujer de
aceptar o no a su cónyuge contra la imposición de la familia, pues era frecuente casar a jovencitas con viejos
adinerados. En La mojigata critica la hipocresía y la falsa piedad. Otra comedia es El barón y por último La
comedia nueva o El café (1792), una burla hacia los autores que ignoran las reglas aristotélicas.
Ramón de la Cruz
Artículo principal: Ramón de la Cruz
El sainetero Ramón de la Cruz (Madrid, 1731 - 1794) fue uno de los autores más aplaudidos por el público y
más criticado por los neoclásicos (aunque algunos de ellos, ante el apoyo popular de sus obras, se retractó).
Comenzó escribiendo tragedias de corte neoclásico, rechazando el teatro "desarreglado" que prefería la
gente. Sin embargo, sus necesidades económicas le hicieron acercarse a géneros menos ilustrados pero más
aclamados por el público y los actores. De esta manera empezó a escribir zarzuelas de temática española y, a
la vez, sainetes. De estos últimos escribió más de cuatrocientos, generalmente en versos octosílabos, y
algunos en endecasílabos. Los personajes de este subgénero teatral son populares (manolas, majos, maridos
burlados, albañiles, castañeras, hidalgos arruinados, etc.) y la acción suele desarrollarse en Madrid: La
pradera de San Isidro, El Prado por la tarde, El Rastro por la mañana; su final, a veces quiere ser
ejemplarizante. El más famoso de los sainetes es Manolo, sátira del teatro que escribían sus enemigos
neoclásicos. Con su máxima "yo escribo y la verdad me dicta", pudo encontrar en el pueblo una fuente
inagotable, la misma que, con mayor profundidad, inspiraría a Francisco de Goya.
Prerromanticismo
Artículo principal: Prerromanticismo
Algunas obras de la Escuela salmantina auguran el comienzo del Romanticismo. Así, en Las noches
lúgubres de José Cadalso se introduce la locura, ambientes tétricos y nocturnos y una gran pasión amorosa.
Otros autores importantes son Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764 - 1809), Manuel José Quintana (1772 -
1857), Juan Nicasio Gallego (1777 - 1853) y José Somoza (1781 - 1852).

Ilustración en España
«El sueño de la razón produce monstruos», grabado n.º 43 de Los Caprichos (1799), de Francisco de Goya.
Ilustración en España o Ilustración española es el relato de los orígenes, características específicas y
desarrollo del movimiento ilustrado en España y de los obstáculos y apoyos políticos y sociales que
encontró a lo largo del siglo XVIII español caracterizado por el reformismo borbónico (1700/1714 - 1808).
Características específicas de la Ilustración en España

Primer tomo (1726) del Diccionario de autoridades.


El movimiento ilustrado1 surgió en la Europa del siglo XVIII como una forma de entender el mundo, la
existencia y la sociedad, que no derivaba de los textos sagrados ni de la "tradición" sino que quería
constituirse como alternativa a éstos, al "iluminar" las sociedades europeas para que abandonaran
definitivamente la ignorancia y la superstición y se basaran en ideas racionales. En el Diccionario de
autoridades publicado por la Real Academia Española entre 1726 y 1739 se definía «luz de la razón» como
«el conocimiento de las cosas que proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos»,
que iba unido a la «luz de la crítica» o las «luces críticas», por cuanto «las luces» "no solo remitían al
cultivo de la inteligencia y al conocimiento adquirido por un reducido número de personas, sino también... al
uso crítico de la razón frente a los prejuicios heredados del pasado".2
La Verdad, el Tiempo y la Historia, una alegoría de Francisco de Goya (1800)
Aunque la Ilustración "no fue una doctrina o un sistema filosófico, sino un movimiento intelectual
heterogéneo", los ilustrados compartieron una serie de principios, actitudes y valores estrechamente
interrelacionados. 3 Así para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para alcanzar la verdad por lo
que debían ser sometidas a crítica todas las "verdades" (o creencias admitidas) heredadas de la "tradición"
(del pasado), especialmente aquéllas que se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o
en los dogmas religiosos. 4 Mediante la razón el hombre es capaz, él solo, de conocer y explicar la realidad,
entendida como La Naturaleza (no como La Creación de ningún "dios", aunque los "deístas" reconozcan que
existe algún tipo de "Ser Supremo", principio de todo lo existente), recurriendo exclusivamente a los
instrumentos que le proporcionan la filosofía y la ciencia. Aplicando ese conocimiento (mediante la técnica)
y extendiéndolo a toda la sociedad (mediante la educación) el hombre será capaz de perfeccionarse a sí
mismo, de progresar (de mejorar sus condiciones de vida y de liberarse de la ignorancia y de la
superstición), y lograr así la felicidad, sin esperar a alcanzarla en la "otra vida".5
En España el movimiento ilustrado sólo se difundió entre determinadas élites (entre algunos nobles y
clérigos, y entre algunos profesionales y miembros acomodados del "estado llano") y, como han señalado
Mestre y Pérez García, conviene recordar que "no toda la producción cultural de la decimoséptima centuria
merece timbres de Ilustración. Los ilustrados, en realidad, siempre constituyeron una minoría, dinámica e
influyente, pero minoría al fin y al cabo. Y, aunque los principios que defendieron llegaron a impregnar toda
su época, el censo de los indiferentes, de los tradicionalistas y de los enemigos de las Luces siempre fue
mucho más abultado que el de los partidarios del progreso, la razón y la libertad". 6

Portada del libro La falsa filosofía, segunda edición de 1775, de Fernando de Ceballos.
El sustantivo "ilustración" no se difunde en España hasta después de 1760 designando un programa de
instrucción, enseñanza, transmisión o adquisición de conocimientos en beneficio de una persona o de la
sociedad en su conjunto. Antes de esa fecha se había utilizado el verbo "ilustrar", aunque con dos sentidos
diferentes, el católico y tradicional ligado a Dios y a la fe y de "dar lustre o esplendor" a "la patria" o "la
nación", y el nuevo de "instruir, enseñar, transmitir conocimientos" que se usaba indistintamente con "dar
luces". Así el abate Gándara en 1759, dando la bienvenida al nuevo rey Carlos III, se mostró convencido de
que pronto se desterrará la desidia, se proscribirá la ignorancia, se adquirirán luces, se ilustrará el Reyno. 7
También hacia 1760 empezó a utilizarse al término "Siglo de las Luces" o "siglo ilustrado", aunque esta
última expresión paradójicamente fue muy utilizada, en sentido peyorativo, por los que se oponían a las
nuevas ideas, como el fraile Fernando de Ceballos que escribió en 1776 Demencias de este siglo ilustrado,
confundidas por la sabiduría del Evangelio o el también fraile José Gómez de Avellaneda que escribió en el
mismo año una sátira contra Pablo de Olavide, titulada El Siglo Ilustrado. Vida de D. Guindo Cerezo, nacido
y educado, instruido, sublime y muerto según las Luces del presente siglo. 8
La "moderación" del movimiento ilustrado y la colaboración con la monarquía absoluta
borbónica
Durante mucho tiempo se creyó que el carácter "moderado" de las propuestas de los ilustrados españoles, era
un rasgo específico de España, pero los últimos estudios sobre la Ilustración europea han cuestionado la
tradicional visión de ésta como la desencadenante del fin del Antiguo Régimen y han destacado que la
Ilustración habría sido un movimiento esencialmente reformista. "Los ilustrados –salvo cuando
evolucionaron hacia el liberalismo a fines del siglo XVIII- no aspiraban a modificar sustancialmente el
orden social y político vigente. Pretendían introducir reformas que fomentasen lo que denominaron pública
felicidad y para ello deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización".9 Un ejemplo lo
puede constituir el siguiente texto del ilustrado asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos:

Alegoría de la industria de Francisco de Goya.


Yo no me detendré en asegurar a la Sociedad [Económica de Amigos del País de Asturias] que estas luces y
conocimientos sólo pueden derivarse del estudio de las ciencias matemáticas, de la buena física, de la
química y de la mineralogía; facultades que han enseñado a los hombres muchas verdades útiles, que han
desterrado del mundo muchas preocupaciones perniciosas y a quienes la agricultura, las artes y el comercio
de Europa deben los rápidos progresos que han hecho en este siglo. Y en efecto, ¿cómo será posible, sin el
estudio de las matemáticas, adelantar el arte del dibujo, que es la única fuente donde las artes pueden tomar
la perfección y el buen gusto? Ni ¿cómo se alcanzará el conocimiento de un número increíble de
instrumentos y máquinas, absolutamente necesarias para asegurar la solidez, la hermosura y el cómodo
precio de las cosas? ¿cómo sin la química, podrá adelantarse el arte de teñir y estampar las fábricas de loza y
porcelana, ni las manufacturas trabajadas sobre varios metales?" G. M. Jovellanos, Discurso sobre la
necesidad de cultivar en el Principado el estudio de las ciencias naturales. 1782.
Precisamente esta faceta reformista es lo que atraería la atención de los gobiernos absolutistas europeos
dispuestos a impulsar el "progreso" pero sin alterar el orden social y político establecido. Así los gobiernos
se habrían servido de la Ilustración para "dotar a sus planes de reforma económica, fiscal, burocrática y
militar de una aureola de acendrada modernidad, justificando así, como necesaria e inevitable la creciente
intervención del Estado en todos los órdenes de la vida social". Y por eso cuando algunos ilustrados
traspasaron ciertos límites acabaron sufriendo en sus carnes el poder coercitivo del Estado.10
El cacharrero de Francisco de Goya.
Los ilustrados españoles confiaron en que la Corona fuera la "impulsora" de la modernización cultural,
social y económica que ellos propugnaban. Pero la Corona, por su parte, utilizó las propuestas ilustradas
para lograr que su poder fuera incontestado y sin ningún tipo de cortapisas. Por eso la colaboración
Monarquía-Ilustración fue a veces ambigua y contradictoria: los gobiernos impulsarán las reformas siempre
que éstas no sean demasiado radicales como para poner en peligro la estabilidad de todo el entramado del
Antiguo Régimen. De ahí provendrán precisamente las mayores frustraciones para el movimiento ilustrado
pues, como ha señalado el historiador Carlos Martínez Shaw, los reyes "estuvieron más interesados por lo
general en el robustecimiento de su autoridad, en el perfeccionamiento de su maquinaria administrativa y en
el engrandecimiento de sus territorios que en la proclamada felicidad de sus súbditos".11
Como ha escrito el historiador Roberto Fernández, la mayoría de los ilustrados españoles "eran buenos
cristianos y fervientes monárquicos que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en el sentido actual
del término. Eran, eso sí, decididos partidarios de cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los
ámbitos de la vida nacional sin alterar en esencia el orden social y político vigentes. Es decir, reformar las
deficiencias para poner España al día y en pie de competencia con las principales potencias europeas
manteniendo las bases de un sistema que no consideraban intrínsecamente malo".12 Así, como ha remarcado
Martínez Shaw, "la campaña reformista de los ilustrados tuvo que detenerse ante los privilegios de las clases
dominantes, ante las estructuras del régimen absolutista y ante los anatemas de las autoridades eclesiásticas".
13

La "Ilustración católica"
Véase también: Regalismo en España
Tal vez la característica más específica de la Ilustración en España fue que todos los ilustrados se
mantuvieron dentro del catolicismo —no hubo ningún deísta entre sus filas, y por supuesto, ningún ateo—.
"Negar la sincera religiosidad de nuestros ilustrados constituiría un error", afirman Antonio Mestre y Pablo
Pérez García. 14
Esto es lo que ha llevado a algunos historiadores a hablar de una "ilustración católica" en España en la que
los partidarios de las «luces de la razón» fueron respetuosos con la «luz divina», ya que para muchos de
ellos "la razón y la religión compartían una misma «luz natural» obra del Creador".15
Reo de la Inquisición Española con capirote y sambenito. Capricho de Francisco de Goya.
Según Pedro Ruiz Torres, el hecho de que el catolicismo ortodoxo continuara siendo hegemónico, incluso
entre las elites abiertas a las nuevas ideas, tuvo consecuencias negativas para la Ilustración en España porque
los diversos discursos ilustrados elaborados en otros países aquí fueron con frecuencia amputados y
tergiversados, a causa también de "la doble censura política y religiosa ejercida a través del Consejo de
Castilla y por medio de la Inquisición" que "apenas dejó espacio para una opinión independiente". En 1756
el Santo Oficio prohibió "El espíritu de las leyes" de Montesquieu, por «contener y aprobar toda clase de
herejías»; en 1759 dificultó la difusión de la Enciclopedia; en 1762 toda la obra de Voltaire y Rousseau fue
prohibida. Aunque estas obras fueron conocidas en España gracias a "la labor de unos libreros dispuestos a
vencer el temor al Santo Oficio e importarlos para sus clientes".16
Un ejemplo de la "ilustración católica" que intenta hacer compatible lo que dice la Biblia con los avances de
la ciencia puede ser el siguiente fragmento de una obra del matemático y astrónomo valenciano Jorge Juan,
publicada en 1774 en la que defendía la teoría heliocéntrica condenada por la Iglesia y la física newtoniana,
por lo que tuvo problemas con la Inquisición: 17
No hay reino que no sea newtoniano y por consiguiente copernicano; mas no por eso pretendo ofender a las
Sagradas Letras, que tanto debemos venerar. El sentido en que éstas hablaron es clarísimo; no quisieron
enseñar Astronomía, sino darse solamente a entender al pueblo. Hasta los mismos que sentenciaron a Galileo
se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y nada lo acredita tanto como la conducta de la misma
Italia; por toda ella se enseña públicamente el sistema copernicano
Pero en su pretensión de conciliar los principios de "las luces" con la fe cristiana expusieron una serie de
ideas en materia religiosa que "no agradaron una pizca a amplias capas del clero ni al mismísimo pueblo
español" debido a que "los ilustrados deseaban introducir criterios racionales en las manifestaciones
religiosas de la piedad popular, fomentada interesadamente –a su juicio- por el clero, especialmente por las
órdenes de regulares". 18

Divina Pastora de Málaga, realizada por José Montes de Oca en el siglo XVIII.
Un ejemplo del choque entre la piedad "racional" defendida por los ilustrados y la piedad "barroca" que
predominaba en la época –una religiosidad "externa" basada en el culto a las reliquias y a las imágenes, en
las peregrinaciones y las procesiones, etc.- lo podemos encontrar en la oposición de Gregorio Mayans a la
introducción en su localidad natal de Oliva en 1751 de la devoción a la Divina Pastora por unos misioneros.
Mayans se negó a aceptar la presencia de la imagen en su casa y poco después le explicó en una carta al
conde de Aranda que no se podía reconocer el carácter divino de la Virgen María porque era una persona
humana y porque sólo Cristo podía ser calificado como divino y como pastor de los creyentes. "Estamos
ante dos visiones radicalmente distintas: al misionero le interesa fomentar la devoción a María de la forma
que fuere; para Mayans, devoto de la Virgen donde los hubiere, se trata de una devoción que contradice los
postulados básicos de la teología cristiana". 19 Mayans ya había publicado en 1733 El orador cristiano, una
obra en la que denunciaba los abusos del predicador y del sermón "barroco" –"aparatoso, rebuscado y huero,
sin contenido doctrinal y basado en un juego de palabras altisonante y, en muchas ocasiones escandaloso"-,
mucho antes de que fuera ridiculizado por el jesuita Padre Isla en su célebre obra Fray Gerundio de
Campazas, y en la que Mayans defendía que el objetivo principal del sermón debía ser comunicar la palabra
de Dios a los fieles.20
La mayoría de los ilustrados reivindicaron el derecho de los seglares a intervenir en la Iglesia y defendieron
la lectura de la Biblia en lengua vulgar por los creyentes, lo que desde el Concilio de Trento estaba prohibido
—en España del cumplimiento de esa norma se encargaba la Inquisición—. Esta situación se mantendría
hasta que en 1782 el inquisidor general, el ilustrado Felipe Bertrán publicó el decreto de libertad de lectura
de la Biblia en lengua vulgar, decisión que levantó una gran polémica. Asimismo la mayoría de los
ilustrados defendían el rigorismo en las cuestiones morales frente al probabilismo de los jesuitas, lo que les
valió en ocasiones ser acusados de jansenistas. Y en cuanto a la organización de la Iglesia todos ellos fueron
episcopalistas y conciliaristas porque la jurisdicción de los obispos y la convocatoria de concilios sin el
permiso de Roma constituían para ellos un instrumento fundamental de la reforma eclesiástica que
propugnaban y un instrumento de control del clero regular que, según ellos, era el propagador de la
religiosidad "supersticiosa" del pueblo.21
Pero las propuestas de la "ilustración católica" encontraron fuertes resistencias entre la mayoría del clero,
como el arzobispo de Santiago Alejandro Bocanegra quien en una pastoral afirmó: 22
…este libertinaje en hablar los seculares indoctos en puntos de Religión con el mismo orgullo que si
poseyeran toda la Ciencia de la Escuela. Este modo de hablar del Episcopado y del Papa, este abuso de leer
libros venenosos… Una nación tan católica como la española está hoy, sino sumergida, a pique de
sumergirse en un abismo. Voltayre [sic] y otro como él son los que muchos jóvenes (y no jóvenes) con el fin
de lucir en sus juntas y asambleas leen con libertad
Una cultura tutelada por el Estado
"La cultura de la Ilustración, por muy elevadas que fueran sus aspiraciones de libertad y humanitarismo, fue
una cultura tutelada y, en no pocas ocasiones, dirigida y controlada para mejor servicio del Estado y sus
intereses. Sus creadores y protagonistas —excepto en aquella especie de paraíso de las libertades en que se
habrían convertido Inglaterra y Holanda y salvo algún autor peculiar que, como Voltaire, consiguió vivir
acomodadamente gracias a un público fiel— fueron en gran medida, funcionarios, oficiales, burócratas,
magistrados o ministros de la corona, profesores universitarios cuya promoción y carrera dependían del
favor real, eruditos y anticuarios a sueldo de mecenas principescos –laicos y eclesiásticos-, científicos
pertenecientes a las academias reales, así como a las escuelas militares y de ingenieros, clérigos más o
menos regalistas…". 23
Por otro lado la Monarquía absoluta borbónica contaba con poderosos instrumentos para controlar la
producción cultural y prohibir aquella que no sirviera a sus intereses. En primer lugar la Inquisición
española y su Índice de Libros Prohibidos encargada de la censura "a posteriori", y en segundo lugar el
"Juzgado de Imprentas", dependiente del Consejo de Castilla, que otorgaba la licencia para que un libro o un
folleto pudiera ser publicado, ejerciendo así la censura "a priori", que también era ejecutada por la autoridad
eclesiástica que era la que otorgaba el nihil obstat sin el cual no podían publicarse los libros que abordaran
temas de carácter espiritual, religioso o teológico.24
Estos instrumentos coercitivos estatales y eclesiásticos fomentaron la autocensura de buena parte de los
ilustrados españoles, como se puede rastrear en su correspondencia privada. Especialmente cuando trataban
dos temas, la política y la religión, y de ahí que algunos de sus trabajos permanecieron inéditos y sólo fueran
publicados en el siglo XIX o en el siglo XX, como la Filosofía Cristiana de Mayans, en el que utilizaba el
Ensayo sobre el conocimiento humano de John Locke, una obra que podía ocasionarle problemas con la
censura.25
El elitismo ilustrado y su relación con lo "popular"
El entierro de la sardina de Francisco de Goya.
Según el historiador Carlos Martínez Shaw, "las Luces fueran patrimonio de una elite, de intelectuales,
mientras la mayor parte de la población seguía moviéndose en un horizonte caracterizado por el atraso
económico, la desigualdad social, el analfabetismo y el imperio de la religión tradicional".13 En esto último
residía una de las limitaciones de las propuestas culturales ilustradas: su elitismo. Es el caso, por ejemplo,
del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos que "aboga calurosamente por una educación al alcance de todos
y por la proliferación de las escuelas públicas, pero al mismo tiempo deja entrever que el buen orden social
prescribe la limitación de la instrucción para muchos a sus niveles elementales y sólo como vía á su
capacitación técnica, pues lo contrario provocaría una igualación en los saberes que sería perniciosa para el
equilibrio de la sociedad".26
Así pues, la Ilustración creyó en general que los más altos niveles de la formación cultural debían estar
reservados únicamente a una elite. Esta elite además debía trasladar sus modelos culturales a las clases
populares a través, por ejemplo, del teatro, y oponerse a las manifestaciones más "perniciosas" de la cultura
popular, como las romerías, las procesiones y otras muestras de religiosidad "supersticiosa", o como la fiesta
de las toros, las ferias, las mojigangas, las peleas de gallos o los carnavales.27
Los medios de difusión de las ideas ilustradas
En la mayoría de estados europeos, la universidad permaneció en general al margen de la renovación
intelectual ilustrada, y las nuevas ideas se expandieron a través de las tertulias y de las academias, y de otros
nuevos espacios de sociabilidad como las sociedades de agricultura, las sociedades económicas, los salones,
las logias masónicas, los clubes o los cafés, en los que participaron no sólo la nobleza y el clero sino otros
sectores sociales interesados en mejorar la condición humana y la "sociedad civil", como se llamaba
entonces a la forma de gobierno, con el fin último de lograr la "felicidad pública". En España las tertulias y
las academias, y posteriormente las Sociedades Económicas de Amigos del País, fueron los principales
medios en la elaboración y difusión de la cultura ilustrada. A diferencia de Francia, no tuvieron tanto éxito
los salones de las damas cortesanas, si exceptuamos el de María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de
Montijo, y el de la condesa de Benavente y la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense de
Amigos del País.28
Los orígenes de la Ilustración en España: los "novatores" (1680-
1720)
Artículo principal: Preilustración española
El valenciano Tomás Vicente Tosca, uno de los principales novatores.
Entre 1680 y 1720 se produjo lo que el historiador francés Paul Hazard llamó en 1935 La crisis de la
conciencia europea, un período decisivo de su historia cultural ya que durante el mismo se pusieron en
cuestión los fundamentos del saber hasta entonces admitido gracias a los trabajos de John Locke, Richard
Simon, Leibniz, Pierre Bayle, Newton, etc. En esta época culminó la revolución científica del siglo XVII;
los bolandistas y los maurinos pusieron las bases de la historia crítica; el iusnaturalismo y el contractualismo
se convirtieron en los nuevos fundamentos de la filosofía política; se difundieron el jansenismo y el deísmo
provocando una crisis religiosa, etc.29
Según Antonio Mestre y Pablo Pérez García, estos autores que conmovieron "los cimientos de la tradición
europea" compartían tres características básicas: "En primer lugar, su apuesta por una explicación racional
de la realidad como requisito indispensable para desentrañarla y transformarla. En segundo término, su
hastío ante la tradición, la pereza y el inmovilismo intelectual, académico y científico. Y por último, su
prudencia o, si se prefiere, su convencimiento de que el camino por el que debería avanzar el progreso de las
letras, las artes y las ciencias no era la senda de la revolución".30

"Ensayo de una Biblioteca Española de los Mejores Escritores del Reynado de Carlos III" (1785) de Juan
Sempere y Guarinos.
No hace mucho tiempo se pensaba que el gran cambio cultural descrito por Hazard no habría llegado a
España y que cuando lo hizo fue de la mano de los Borbones. Esta exaltación de los méritos de la nueva
dinastía fue obra de los propagandistas de la misma y se produjo especialmente durante el reinado de Carlos
III. Entre ellos destacó Juan Sempere y Guarinos con su Ensayo de una Biblioteca Española de los Mejores
Escritores del Reynado de Carlos III publicado en 1785. Incluso Jovellanos en su Elogio de Carlos III alabó
la actitud renovadora de Felipe V.31
Pero las investigaciones históricas de las últimas décadas han demostrado que se trata de una visión falsa y
propagandística, aunque siga habiendo historiadores que como Pedro Voltes continúen afirmando que el
origen de la Ilustración española se encuentra en la llegada de la dinastía borbónica.32 Hoy sabemos que las
nuevas corrientes culturales europeas ya eran conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los
novatores –llamados así despectivamente por los tradicionalistas porque, según ellos constituían una
amenaza para la fe-, por lo tanto antes de la llegada Borbones.33 Existen historiadores que aún van más lejos
y afirman que la preocupación fundamental del fundador de la monarquía absoluta borbónica no fue la
renovación cultural sino la política internacional y militar, lo que retrasó el "despegue" de la Ilustración en
España, además de que Felipe V obstaculizó el desarrollo de la misma, como lo demuestra "la lentitud en
aprobar la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla, la prohibición de las páginas que
dedicaba Ferreras a la tradición de la Virgen del Pilar que fueron suprimidas, o la persecución de Mayans
por haber editado la Censura de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio".32
La obra que marca el nacimiento del movimiento novator fue El Hombre Práctico o Discursos sobre su
Conocimiento y Enseñanza, de Francisco Gutiérrez de los Ríos, tercer conde de Fernán Núñez, un libro
publicado en 1680. Como ha señalado François López, citado por Mestre y Pérez García, "no faltan en él ni
la condena sin ambages del escolasticismo, ni la esperada mención de Descartes, ni los elogios prodigados a
los que, rechazando la filosofía aristotélica, consintiendo más en palabras y distinciones quiméricas que en
cosas physicas y reales, se dedican al verdadero conocimiento de la naturaleza y cuanto la compone,
atendiéndose a los criterios del más docto científico de Europa, como yo juzgo serlo el admirable
Gassendo". 34

Portada de la edición de 1783 de Joaquín Ibarra de Bibliotheca hispana nova, obra de Nicolás Antonio.
Esta obra abrió el camino a la recepción de los avances en la historia crítica, en lo que fueron pioneros
Nicolás Antonio y Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, que fueron los que establecieron los
primeros contactos con los bolandistas. El marqués de Mondéjar, aconsejado por Daniel Papebroch con
quien mantuvo una relación epistolar, comenzó la redacción y publicación de las Disertaciones Eclesiásticas
en las que criticaba los falsos cronicones —aunque la edición completa de las mismas no se produjo hasta
1747 gracias a Gregorio Mayans—. El contacto directo con el otro grupo de renovadores de la historia
crítica, los maurinos, se produjo por medio de los benedictinos de la Congregación de Valladolid que
visitaban a menudo el monasterio parisino de Saint Germain-des-Prés y mantuvieron correspondencia
regular con ellos. En este campo también destacaron el cardenal José Sáenz de Aguirre, que publicó entre
1693 y 1694 la Collectio Maxima Concilliorum Hispaniae, y Juan Lucas Cortés, pero el principal exponente
de la misma fue Manuel Martí, conocido como el deán de Alicante, que residió en Roma y trabajó como
bibliotecario del cardenal Sáenz de Aguirre. A su vuelta a España Martí se convertirá en el enlace en el
campo del humanismo y de la crítica histórica entre los novatores y la primera generación de ilustrados,
representada por el valenciano Gregorio Mayans.35
En cuanto a la recepción en España de los avances de la revolución científica del siglo XVII los
historiadores destacan la obra pionera Carta Filosófico, Médico-Chymica de Juan de Cabriada, publicada en
Madrid en 1687 aunque Cabriada había nacido en Valencia, en la que apareció el primer manifiesto del
nuevo espíritu innovador y una crítica del método escolástico con la exigencia de la experimentación, por lo
que suscitó muchas críticas a favor y en contra:36

Grabado del Atlas Anatómico de Crisóstomo Martínez. Biblioteca Nacional de España.


Es regla asentada y máxima cierta en medicina, que ninguna cosa se ha de admitir por verdad en ella, ni en
el conocimiento de las cosas naturales, sino es aquello que ha demostrado ser cierto la experiencia, mediante
los sentidos exteriores. Asimismo es cierto, que el médico ha de ser instruido en tres géneros de
observaciones y experimentos, como son: anatómicos, prácticos y químicos
En ese mismo año de 1687 Crisóstomo Martínez, subvencionado por la municipalidad valenciana, viajó a
París para que finalizara su Atlas Anatómico, reconocido como uno de los primeros tratados europeos de
microscopía anatómico-ósea. Diez años después, tras varios intentos de crear una academia que defendiese
la nueva ciencia, se fundó en casa del doctor Peralta la que en 1700 se llamaría Regia Sociedad de Medicina
y otras Ciencias gracias a un privilegio otorgado por el rey Carlos II. Sin embargo, en el campo de la ciencia
moderna los novatores también tenían sus límites. Conocían las aportaciones de Descartes, Gassendi,
Galileo, Boyle o Harvey, pero desconocían la obra de Newton; y siempre defendieron el heliocentrismo
como una "hipótesis" no como una teoría científica por temor a la represión de la Inquisición.37
La llegada de la nueva dinastía borbónica no aportó ningún cambio importante en el terreno científico,
excepto la mayor centralización que supuso la creación de la Real Biblioteca y la Real Academia de la
Lengua. 38 Con los Borbones tampoco cesaron los ataques contra los novatores, como el del teólogo tomista
padre Francisco Polanco que publicó un libro con un apéndice con el significativo título de Dialogus
Physico-Theologicus contra Philospohiae Novatores, sive Tomista contra Atomistas. Aunque los novatores
le respondieron, especialmente el Padre Tosca en un pasaje de su Compendium Philosophicum de 1721,
publicado años después del Compendio Matemático (1709-1715).39
La primera Ilustración (1720-1750)
Más que las instituciones culturales creadas por Felipe V, que el historiador Pedro Ruiz Torres, ha llamado
"nueva planta académica",40 fue la actividad intelectual de determinados individuos en tres campos
específicos lo que condujo a la plena Ilustración en España: el ensayo –en forma de discursos, oraciones,
cartas, informes, etc.- y la historia crítica; el pensamiento político, social y económico; y la ciencia. 41
El ensayo y la historia crítica: Feijoo y Mayans
Los dos innovadores más importantes en el campo del ensayo y de la historia crítica en los dos primeros
tercios del siglo XVIII fueron el gallego afincado en Asturias Benito Feijoo y el valenciano Gregorio
Mayans, quienes, por otro lado, son las dos grandes figuras de la primera Ilustración española.42
Benito Jerónimo Feijoo.
Feijoo publicó entre 1726 y 1739 la que sería su obra más importante llamada Teatro Crítico Universal, que
sería completada con la serie de Cartas eruditas y curiosas. La obra de Feijoo, en contra de lo que se ha
venido manteniendo, enlaza con la de los novatores, y la segunda fuente de su actividad intelectual son los
maurinos franceses.43 Y por otro lado, a diferencia del "austracista" Mayans, se adaptó plenamente a las
exigencias de la monarquía absoluta borbónica que ensalzó en numerosas ocasiones, aunque criticó con
dureza el atraso de las universidades donde seguía predominando el pensamiento escolástico lo que impedía
la introducción de la ciencia moderna.44
En su Teatro Crítico Feijoo censuró la superstición y se ocupó especialmente de denunciar los milagros
falsos, porque consideraba además que no hacían ningún favor al cristianismo. Así afirmó: 45
Cualquier fábula portentosa que se derrama en el vulgo halla presto patronos, aun fuera de los vulgares,
debajo del pretexto que se debe dejar al pueblo en su buena fe
Feijoo defiende la búsqueda de la explicación de los hechos por causas naturales, y sólo considera lícito
recurrir a la intervención de Dios cuando las razones humanas no pueden explicar fenómenos o
acontecimientos extraños. Así su método de análisis de la realidad se basó en lo que él mismo llamó
"escepticismo" -o duda metódica- lo que le llevó a la superación de muchos errores y a la aceptación de los
postulados de autores extranjeros, aunque no fueran católicos, como ya hiciera el novator Manuel Martí, –
Feijoo acabó confesándose newtoniano-, y a no despreciar las ideas que venían del exterior, siguiendo una
actitud iniciada por el también novator Cabriada.46
Sin embargo, el afán de Feijoo de ceñirse a la experiencia tuvo sus límites debido a su concepción
providencialista de la historia, que proviene de Bossuet, ignorando la crítica de Voltaire. Una muestra del
mismo se puede observar en este párrafo: 47
Dos apóstoles tan grandes (Santiago y san Pablo), empleados por misión divina, en plantar la fe católica en
España, muestran que España abultaba mucho en la soberana mente, como quien había de servir, sobre todas
las demás naciones, a la exaltación de la fe católica

"El apóstol Santiago y sus discípulos adorando a la Virgen del Pilar", de Francisco de Goya.
La consecuencia de este providencialismo fue que la crítica histórica de Feijoo se detendrá ante las
tradiciones y así aceptará, por ejemplo, la venida de Santiago a España aunque no haya pruebas de ello. Así
confiesa que 48
dejaré al pueblo en todas aquellas opiniones, que o entretienen su vanidad o fomentan su devoción. Sólo en
caso que su vana creencia le pueda ser por algún camino perjudicial, procuraré apearle de ella, mostrándole
el motivo de la duda
Así, por ejemplo, Feijoo censurará la obra de Juan de Ferreras precisamente cuando trataba las tradiciones
católicas por la excesiva frecuencia con que las rechazaba porque carecía de documentos que probaran su
existencia. Ferreras había afirmado que cuando una cosa no se asegura por testimonios coetáneos o cercanos
a aquella edad, si después de ella algunos siglos alguno lo asegurare, no puede ser creído por su siempre
aseveración, lo que le había llevado a rechazar la tradición de la Virgen del Pilar, por lo que fue delatado a la
Inquisición. Así, con la aprobación del confesor de Felipe V, el jesuita padre Daubenton, fueron suprimidas
las páginas de su Historia de España en las que abordaba ese tema. Ferreras respondió con la publicación en
1720 de un folleto bajo el seudónimo de Pedro Pablo y Francisco Antonio titulado Examen de la Tradición
del Pilar en el que concluía que la tradición del Pilar, ni es segura, ni verdadera; aunque ya no se atrevió a
negar la tradición de la venida de Santiago a la península.49

Gregorio Mayans
En cuanto a la historia crítica, el valenciano Gregorio Mayans fue más lejos que Feijoo e incluso que
Ferreras, de quien no aceptaba que recurriera a la "verosimilitud" para llenar los huecos en el conocimiento
del pasado. Mayans defendía que sólo se podía conocer la verdad histórica recurriendo a las fuentes y
sometiéndolas a un riguroso examen crítico. Mayans llegó a esta conclusión a partir de las lecturas de los
autores que el novator Manuel Martí, deán de Alicante, le recomendó, singularmente el maurino Mabillon y
Nicolás Antonio, cuya actitud crítica frente a los falsos cronicones y su Biblioteca Hispana marcó los
planteamientos intelectuales de Mayans.50 Mayans expuso estos principios en la Carta-Dedicatoria a Patiño,
publicada en 1734 poco después de haber sido nombrado director de la Real Biblioteca y por la que aspiraba
a ser nombrado Cronista de Indias cargo que finalmente no consiguió, y los aplicó a su obra más importante,
Orígenes de la Lengua Española publicada poco después. Paradójicamente esta última obra fue criticada por
no atenerse a unas supuestas normas del estudio de la historia. La réplica de Mayans fue muy dura.
Finalmente Mayans renunció al cargo de bibliotecario real y se retiró a su localidad natal de Oliva donde
preparó la edición de la Censura de Historias Fabulosas (1742) por lo que fue denunciado a la Inquisición.
Aunque el Santo Oficio desestimó la acusación, el Consejo de Castilla embargó la edición así como todos
los manuscritos que poseía Mayans, y las galeradas de las Obras Cronológicas del marqués de Mondéjar,
cuya edición preparaba la Academia Valenciana, fundada por Mayans en 1742 "con el fin de propiciar la
historia crítica que anulase la prepotencia de los historiadores partidarios de los falsos cronicones".51
Gregorio Mayans pudo finalmente editar las Obras Cronológicas, con una Prefacción en la que expuso un
programa completo para una historia crítica, que incluía el llamamiento a los historiadores para que lo
pusieran en práctica. Este fue respondido por el jesuita Andrés Marcos Burriel quien en una carta de 1745 le
comunicó a Mayans: «He visto en la 'prefacción' (la que no quiero alabar, porque excede toda alabanza) lo
vasto de las ideas de Vmd. y no puedo menos de decir a Vmd. que muchas se me han ofrecido a mí también
del mismo modo que a Vmd., cuando me pongo a soñar lo que deseo…». Sin embargo, Burriel no pudo
culminar sus proyectos a causa de la caída en 1756 de su protector el Padre Rávago, confesor del nuevo rey
Fernando VI. Quien sí lo consiguió fue el agustino Enrique Flórez, que también respondió al llamamiento de
Mayans. Este por medio de una abundante correspondencia le proporcionó ayuda y consejos –como la
lectura de la Censura de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio- para la elaboración de la gran obra de
Flórez, la España Sagrada, aunque finalmente se produjo la ruptura entre ambos a propósito de su distinta
interpretación de la Era Hispánica y, sobre todo, de los orígenes del cristianismo en España, ya que Flórez
aceptó como históricas la venida a la península de San Pablo y de Santiago, o la tradición de la Virgen del
Pilar, porque para Flórez el criterio para probar un hecho histórico era diferente en la historia civil que en la
historia eclesiástica. En esta última, según Flórez, se podía afirmar un hecho aunque no hubiera pruebas de
su existencia si no había pruebas en contra.52 Mayans en una carta al nuncio en España, con quien mantenía
buenas relaciones, criticó el uso de Flórez del "argumento negativo":53
Aunque soy amantísimo de las glorias de España y procuro moverlas cuanto puedo, desestimo las falsas, y
entretanto que en España no se permite desengañar a los crédulos, me alegro que haya eruditos extranjeros
que lo procuren y que uno de ellos sea el [dominico italiano] padre Mamachi por lo que toca a la venida de
Santiago a España, que tengo yo por una fábula mal ideada
El pensamiento político, social y económico
Las investigaciones de las últimas décadas han puesto de manifiesto que el pensamiento político, social y
económico de los ilustrados españoles en su mayor parte ha permanecido inédito ya que publicar sobre
"política" en el sentido amplio de la palabra comportaba muchos riesgos, como verse envuelto en un proceso
inquisitorial o tener que lidiar con el Consejo de Castilla. Gracias al estudio de los papeles manuscritos y de
la correspondencia se ha podido conocer mejor lo que pensaban realmente los ilustrados españoles sobre
estos temas, lo que "ha llegado a provocar alguna sorpresa mayúscula. ¡Cuán distinta ha acabado siendo, sin
ir más lejos, la imagen que se tenía del Mayans y Siscar autor público y la que hemos podido forjarnos
después de la edición de las veinte grandes entregas de su epistolario o de la publicación de sus inéditos
filosóficos y económicos!".54

Busto dedicado a Álvaro Navia Osorio y Vigil en el Parque San Francisco de Oviedo.
La obra más importante sobre estos temas y de mayor influjo publicada en la primera mitad del siglo XVIII
fue Theórica y Práctica de Comercio y Marina de Jerónimo de Ustáriz (1724) —fue traducida al inglés en
1751 y utilizada por Adam Smith para estudiar la economía española; y al francés en 1753—. Considerada
por muchos como el estudio cumbre del pensamiento mercantilista español, no se podría considerar como un
paradigma del pensamiento económico de la Ilustración —que se movió entre la fisiocracia francesa y el
liberalismo económico de Adam Smith—, pero sí es una obra ilustrada por dos de sus rasgos: "empeño
científico y objetivo de progreso social". La obra influyó en las políticas de los últimos gobiernos de Felipe
V, cuyos miembros más destacados se proclamaban "ustarizistas" y también auspició la publicación de otras
obras siguiendo su estela: Rapsodia Económico-Político-Monárquica de Álvaro Navia Osorio y Vigil,
marqués de Santa Cruz de Marcenado, publicada en 1732; Representación al Rey Nuestro Señor don Felipe
V, dirigida al más seguro Aumento del Real Erario y conseguir la Felicidad, Mayor Alivio, Riqueza y
Abundancia de su Monarquía, de Miguel Zavala y Auñón, también editada en 1732, y en la que ya se
entreve la influencia de los fisiócratas; Restablecimiento de las Fábricas y Comercio Español de Bernardo
Ulloa, publicado en 1740. También influyó en Benito Feijoo, quien en 1739 publicó Honra y Provecho de la
Agricultura, dentro del octavo tomo de su Teatro Crítico.55
La ciencia
En el campo científico también hubo continuidad entre la obra de los novatores y los de la primera
Ilustración, "apenas interrumpida por el cambio dinástico". Precisamente el papel que desempeñaron los
gobiernos de Felipe V en el desarrollo de la ciencia moderna en España es objeto de debate. Todos los
estudiosos reconocen su apoyo a los progresos en las ciencias aplicadas, aunque los más críticos señalan que
su finalidad era proporcionar al ejército y a la marina los "conocimientos útiles" necesarios para ponerlas a
la altura del resto de las potencias europeas –incluso hay historiadores que hablan de "militarización de la
ciencia española de la Ilustración"—. En esta línea crítica también se destaca que no se fundara una Real
Academia de Ciencias -como las que existían en Londres, París, Berlín o San Petersburgo- "que estructurase
y avalase la investigación científica de forma autónoma respecto al poder o las instituciones universitarias
dominadas por la escolástica".56
En una primera etapa la herencia de los novatores fue determinante. El Compendio Matemático del Padre
Tosca (1707-1715) se convirtió en el manual de las academias militares hasta el reinado de Carlos III.
Asimismo el Compendium Philosophicum de Tosca, publicado en 1721, en el que se defendían las posturas
mecanicistas de Galileo, Descartes y Gassendi, también ejerció una gran influencia.57

Jorge Juan.

Antonio Ulloa.
Sin embargo, Tosca no recogió las aportaciones de Newton, cuya obra no sería conocida en profundidad en
España –aunque Feijoo se había confesado newtoniano— hasta la expedición patrocinada por la Academia
de Ciencias de París para medir un grado del meridiano terrestre en Ecuador (1735-1744) en la que
participaron Jorge Juan y Antonio Ulloa, quienes a su regreso y anticipándose a los franceses publicaron en
1748, Observaciones Astronómicas y Físicas, hechas de Orden de S.M. en los Reinos del Perú, "sin duda la
obra científica más importante de nuestro siglo XVIII", según Antonio Domínguez Ortiz.58 En ella se
defendían los postulados newtonianos, que claro está incluía el heliocentrismo, por lo que fue objeto de
examen por la Inquisición que obligó, en principio, a añadir la frase: «sistema dignamente condenado por la
Iglesia». "Ulloa parece que estaba dispuesto a aceptar semejante imposición, pero Jorge Juan se negó y
acudió al jesuita Andrés Marcos Burriel, quien explicó las circunstancias a Mayans. Y entre Burriel y
Mayans calmaron al inquisidor general (Pérez Prado) que se conformó con que se introdujeran las palabras:
«aunque esta hipótesis sea falsa»".59
En el campo de la medicina también enlaza con los novatores la obra de Martín Martínez, médico de
Cámara y miembro de Protomedicato, que publicó en 1724 el Compendio y Examen Nuevo de Cirugía
Moderna, que tuvo numerosas ediciones, aunque fue más conocido por una obra publicada dos años antes
con el título Medicina Escéptica, y que tuvo su continuidad en la Philosophía Escéptica publicada en 1730.
Asimismo destaca la obra del médico Andrés Piquer, cuyas obras también alcanzaron varias ediciones como
su Medicina Vetus et Nova (1735) o el Tratado de las Calenturas, quien también se adentró en el campo de la
filosofía con Física Moderna, Racional y Experimental (1745) y Lógica Moderna (1747).60
La plena Ilustración (1750-1810)
Los focos de la plena Ilustración
Antonio Domínguez Ortiz destacó que la Ilustración en España "se abrió paso con dificultad y sólo llegó a
constituir islotes poco extensos y nada radicales" pero que estos "islotes no surgieron al azar". "El caldo de
cultivo de las ideas ilustradas se encontraba en ciudades y comarcas dotadas de una infraestructura material
y espiritual: imprenta, bibliotecas, centros de enseñanza superior, sector terciario desarrollado, burguesía
culta, comunicación con el exterior; condiciones difíciles de hallar en el interior, salvo en contadas ciudades:
Madrid, Salamanca, Zaragoza... Más bien se hallaban en el litoral, en puertos comerciales".61

Gaspar Melchor de Jovellanos, retratado por Francisco de Goya.


En la costa cantábrica surgieron dos tempranos focos de la Ilustración. El primero fue el asturiano, gracias a
la senda abierta por el benedictino Benito Feijoo que desarrolló la mayor parte de su actividad intelectual en
el monasterio de San Vicente de Oviedo. En la segunda mitad del siglo sus dos figuras más sobresalientes
fueron Pedro Rodríguez de Campomanes, quien ocupó cargos importantes durante el reinado de Carlos III
por lo que "el gobernante eclipsó al intelectual" y Gaspar Melchor de Jovellanos, quien desarrolló su
máxima actividad durante el reinado de Carlos IV. Este último, entró en contacto con los postulados
ilustrados durante su estancia en Sevilla donde había obtenido la plaza de oidor en la Audiencia, al participar
en la tertulia que reunía en el Alcázar el intendente Pablo de Olavide. En 1778 fue nombrado Alcalde de
Casa y Corte en Madrid, y su estancia en la "villa y corte" fueron los de su máxima actividad intelectual. Fue
nombrado Secretario de Gracia y Justicia en 1798, pero poco después fue detenido y pasó ocho años de
prisión en el castillo de Bellver en Mallorca.62
El otro foco ilustrado de la costa cantábrica fue Guipúzcoa. Allí nació la primera Sociedad Económica de
Amigos del País, que serviría de modelo a todas las demás, a iniciativa de los "Caballeritos de Azcoitia",
nombre que se dio al grupo encabezado por Javier María de Munibe, conde de Peñaflorida, Joaquín Eguía,
marqués de Narros, y Manuel Ignacio de Altuna, este último admirador de Rousseau, de quien fue amigo. La
Sociedad Vascongada de Amigos del País aprobada en 1765, tras la expulsión de los jesuitas de España de
1767, consiguió la cesión del colegio de Vergara, en el que fundaron el Real Seminario de Nobles. Algunos
de sus miembros o personas de su entorno, como el fabulista Samaniego o el marqués de Narros fueron
procesados por la Inquisición. El marqués, a pesar de ser familiar del Santo Oficio, fue condenado por
difundir proposiciones "heréticas" sacadas de Voltaire, Rousseau y otros enciclopedistas, aunque gracias a la
intervención del conde de Floridablanca el castigo se limitó a una abjuración de levi y unas penitencias
secretas.63

Gregorio Mayans
En la costa mediterránea el foco ilustrado más importante fue Valencia, debido a que ya había sido uno de
los centros principales de la actividad de los novatores y a que allí siguió trabajando Gregorio Mayans, tras
su marcha de Madrid en 1740, y cuya intensa y larga actividad intelectual continuó hasta bien entrada la
segunda mitad del siglo. Entre la amplia nómina de los ilustrados valencianos se pueden destacar el
matemático y astrónomo Jorge Juan y el botánico Antonio José Cavanilles. El primero, tras la publicación
junto con Antonio de Ulloa en 1748 de las Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del
Perú, obra que tuvo muchos problemas con la Inquisición, se hizo cargo del observatorio astronómico de
Cádiz, donde reunió una tertulia científica, y llevó a cabo misiones por encargo del gobierno en diversos
países, como en Inglaterra donde fue el encargado de reclutar técnicos de construcción naval. 64 Años
después, Jorge Juan explicó con toda claridad su pensamiento en Estado actual de la Astronomía en Europa
(1774), con una defensa clara y rotunda de la teoría astronómica de Newton.59
Antonio José Cavanilles estuvo en París doce años (1777-1789) acompañando al Duque del Infantado
nombrado embajador de la Monarquía de España ante Luis XVI, donde mantuvo contacto con los medios
intelectuales más avanzados. A su regreso fue nombrado director del Jardín Botánico de Madrid, pero su
obra magna fue mucho allá de la botánica, ya que en ella analizó fenómenos demográficos, antropológicos,
sociales y económicos. Se trata de las Observaciones sobre la historia natural, geografía, población y frutos
del Reino de Valencia.65
El segundo gran foco ilustrado de la costa mediterránea fue Barcelona. Allí además de la Academia de
Buenas Letras, reconocida por Fernando VI en 1754, tuvo un papel destacado en la difusión de las nuevas
ideas la Junta de Comercio de Barcelona que desplegó una actividad similar a la que en otros lugares
llevaban a cabo las Sociedades de Amigos del País, y que prestó especial atención a la Escuela Naval,
además de crear la primera escuela de taquigrafía de España. Por otro lado, la Universidad de Cervera, a
pesar de haber sido fundada como castigo a los catalanes por su rebelión en la Guerra de Sucesión Española
ya que supuso el cierre de las universidades catalanas existentes en 1714, fue también cuna de ilustrados,
entre los que destacó el jurista Josep Finestres, gran amigo del valenciano Mayans. El final de siglo está
dominado por la figura de Antonio de Capmany, autor de la que podría considerarse la primera historia
económica de España, titulada Memorias históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de Barcelona. Su
actividad continuó en el siglo siguiente y participó en las Cortes de Cádiz.66
Pablo de Olavide hacia 1800

Francisco Alvarado, publicista antiilustrado conocido como el Filósofo rancio


En la fachada atlántica destacaron Sevilla y Galicia. En la primera el grupo ilustrado más destacado se formó
en torno a la tertulia del Alcázar organizada por el intendente Pablo de Olavide, nacido en el Virreinato de
Perú, y que, según Domínguez Ortiz, "fue durante algún tiempo el núcleo ilustrado más importante de
España". A ella asistieron Cándido Trigueros, Antonio de Ulloa y un joven Jovellanos recién nombrado
oidor de la Audiencia. Disuelta la tertulia, su herencia fue continuada por los ilustrados de las dos últimas
décadas del siglo como Marchena, Lista, Reinoso, Mármol o Blanco White, cuya actividad se adentra en el
siglo XIX. A pesar de que en Sevilla y en Andalucía en general hubo fuertes resistencias al movimiento
ilustrado, como la del Padre Ceballos, autor de La falsa Filosofía, crimen de Estado; el Padre Alvarado que
escribió con el seudónimo de El filósofo rancio; o fray Diego de Cádiz, famoso por sus sermones
antiilustrados.67
En Galicia los centros ilustrados fueron Santiago de Compostela y los puertos marítimos, y sus propuestas
fueron muy moderadas, como el Discurso crítico sobre las leyes y sus intérpretes (1756-1770) de Juan
Francisco de Castro Fernández, Estorbos y remedios de la riqueza de Galicia (1775) de Francisco Somoza
de Monsoriu o la Descripción económica del reino de Galicia (1804) de Lucas Labrada. No fue el caso de
Vicente del Seixo que tuvo problemas con la Inquisición por su Origen de la tolerancia (1788) y con la
autoridad civil por Ensayos para una instrucción de la juventud española (1797) que acabó prohibiendo su
difusión.68
Fray Manuel Bayeu, Alegoría de las Bellas Artes exaltando a la Real Sociedad Económica Aragonesa de
Amigos del País, h. 1785.
En la España interior los únicos focos ilustrados de cierta relevancia fueron Zaragoza, Salamanca y, sobre
todo, Madrid. En la capital aragonesa el movimiento ilustrado se articuló en torno a la Real Sociedad
Económica Aragonesa de Amigos del País que fue una de las más activas de España. En ella se fundó la
primera cátedra de "Economía civil" –lo que después se conocería como "Economía política"- que estuvo a
cargo de Lorenzo Normante, muy influido por el napolitano Antonio Genovesi. Su crítica a la propiedad
amortizada, su defensa del lujo como estímulo al crecimiento económico y la afirmación de que el celibato
eclesiástico era perjudicial para el Estado, le valió muchas críticas por parte de los miembros de la
universidad de Zaragoza y desde los púlpitos, campaña que culminó con la llegada la capital aragonesa del
capuchino fray Diego de Cádiz, que lo denunció a la Inquisición, aunque ésta decidió no intervenir, y
además Normante encontró apoyo en la corte que nombró una comisión de teólogos y juristas que emitieron
un dictamen favorable y pudo seguir enseñando. "Cuando marchó a Madrid su sucesor divulgó las teorías de
Adam Smith, novedad absoluta en España".69

Juan Meléndez Valdés, retratado por Goya en 1797.


El núcleo ilustrado de Salamanca se reducía a la Universidad, cuyo claustro estaba muy dividido entre el
sector tradicionalista y el defensor de la introducción de las nuevas ideas. Juan Justo García, introductor de
la matemática moderna en España, tuvo que pelear para que se abandonara el aristotelismo y se introdujeran
las nuevas teorías científicas. Asimismo en los estudios de derecho romano se introdujo el regalismo de raíz
jansenista. Gracias a estos y otros cambios la universidad de Salamanca dejó de ser baluarte del
tradicionalismo, y de sus aulas salieron en las últimas décadas del siglo: José Cadalso; el poeta Meléndez
Valdés; el jurista Ramón de Salas; o Diego Muñoz Torrero, destacado diputado en las Cortes de Cádiz.70

José Cadalso.
Madrid, al ser la sede de la corte, "atrajo gobernantes, pensadores y artistas de todas las regiones, y aun de
países extranjeros; de Asturias llegaron Campomanes y Jovellanos; de Valencia, Cavanilles, don Antonio
Ponz [autor de Viaje por España (1772-1792)] y Francisco Pérez Bayer [discípulo de Mayans]; de
Andalucía, entre otros, el gaditano Cadalso, autor de las 'Cartas Marruecas'... De la propia Meseta también
llegaron a Madrid algunos ingenios, como León de Arroyal, verdadero autor de las Cartas político-
económicas que antes se atribuían al conde de Campomanes, autor también de la sátira Pan y toros y de un
interesante proyecto de Constitución que lo sitúa en el paso a la generación siguiente, preliberal... Con estos
varios aportes, Madrid fue indudablemente el centro de la Ilustración gracias a un conjunto de factores que
no se encontraban en ninguna otra ciudad: instituciones docentes de espíritu moderno, ambiente
cosmopolita, prensa abundante, mecenazgo de aristócratas ilustrados, una Sociedad Económica cuya
actividad sobrepujó mucho a las de provincias y una presencia gubernamental que era, según los casos,
impulso, freno o tutela".71
Las Sociedades Económicas de Amigos del País
Artículo principal: Sociedades Económicas de Amigos del País

Emblema de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País con el lema «Irurac bat» («Las tres, una»).
La primera Sociedad Económica de Amigos del País fue una iniciativa de los nobles ilustrados guipuzcoanos
conocidos como los "Caballeritos de Azcoitia" -encabezados por Javier María de Munibe, conde de
Peñaflorida- que en 1748 formaron una tertulia llamada "Junta Académica", cuyas actividades "incluía las
matemáticas, la física, la historia, la literatura, la geografía, sesiones de teatro y conciertos de música".
Tomaron como modelo las sociedades económicas que estaban proliferando en toda Europa debido al interés
creciente por los temas económicos y en especial por el progreso de la agricultura, y que tenían un carácter
más utilitario que las academias literarias y científicas. En 1763 las Juntas Generales de Guipúzcoa
aprobaron el proyecto de creación de una Sociedad Económica de la Provincia de Guipúzcoa, cuyos
miembros serían reclutados entre las personas más conocidas del país por su sabiduría en la agricultura, las
ciencias y artes útiles a la economía y en el comercio, dando entrada así en el seno de la sociedad a gente
plebeya y enriquecida por el comercio que tenían los mismos derechos que los socios procedentes de la
nobleza o el clero. La iniciativa de los "caballeritos de Azcoitia" fue secundada por políticos e ilustrados del
Señorío de Vizcaya y de la "provincia" de Álava, quienes se reunieron con los guipuzcoanos en Azcoitia en
diciembre de 1764 para aprobar los estatutos de una nueva sociedad llamada Sociedad Bascongada de
Amigos del País, que recibiría la aprobación del Consejo de Castilla en 1772. Unos de sus objetivos era
estrechar más la unión de las tres provincias vascongadas —contaba con tres secciones, una por cada
territorio— y más tarde promovió la formación de las dos sociedades de amigos del país del Reino de
Navarra establecidas en Pamplona y Tudela.72

El palacio de Insausti de Azkoitia fue la sede principal de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Los fines de la Sociedad Económica Bascongada de Amigos del País eran aplicar los nuevos conocimientos
científicos a las actividades económicas, por ejemplo en las ferrerías, y enseñar aquellas materias que no se
explicaban en las universidades, como la física experimental o la mineralogía —que sería el germen de la
Real Escuela de Metalurgia—. También establecieron cátedras de historia y de francés. Cuando fueron
expulsados los jesuitas en 1767, los "caballeritos de Azcoitia" consiguieron la cesión del colegio de Vergara,
en el que fundaron el Real Seminario de Nobles. La Sociedad logró formar una importante biblioteca y
consiguió el permiso para suscribirse a la Enciclopedia, aunque con la condición de que sólo pudiera ser
consultada por los socios de la entidad que tuvieran licencia de la Inquisición para leer libros prohibidos —
condición que al parecer no se cumplió—.63 Las secciones "provinciales" de la Bascongada se dividieron en
cuatro comisiones: "Agricultura y Economía rústica", "Ciencias y artes útiles", "Industria y Comerico" e
"Historia, Política y Buenas Letras". Por otro lado, no redujo su ámbito de actuación a las tres "provincias"
vascas y al reino de Navarra, sino que se extendió a Cádiz, Sevilla y Madrid, y también a México, Buenos
Aires, Lima o La Habana en América. 73

Pedro Rodríguez de Campomanes (1777)


Por iniciativa del fiscal del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez de Campomanes, el ejemplo de la
Bascongada se extendió a toda la Monarquía. El proyecto lo expuso en el Discurso sobre el fomento de la
industria popular (1774) y en el Discurso sobre la educación popular y su fomento (1775), "dos obras
impresas sin el nombre del autor por su carácter oficial a instancias del Consejo de Castilla y con el permiso
del rey" Carlos III. Según el historiador Pedro Ruiz Torres, el proyecto de Campomanes presentaba cinco
notables diferencias respecto de la institución vasca. La primera, era que la iniciativa partía del gobierno,
con lo que la existencia de un grupo de ilustrados no era una condición previa para su fundación. En
segundo lugar, sus estatutos debían ajustarse al modelo de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del
País, fundada en 1775, y que habían sido supervisados por el propio Campomanes, con lo que su función
fundamental sería apoyar las reformas emprendidas por los ministros del rey. En tercer lugar, aumentaba
considerablemente la tutela pública sobre las mismas. En cuarto lugar, el acceso a las sociedades quedaba
restringido a la nobleza más ilustrada, caballeros, eclesiásticos y gentes ricas, y miembros de la
administración y autoridades locales, con lo que su base social era mucho más reducida que la de la
Bascongada. En quinto lugar, su ámbito de actividades se restringía a la teoría y la práctica de la economía
política en todas las provincias de España, por lo que se prescindía de la "Historia, Política y Buenas Letras"
y pasaban a un segundo plano las matemáticas, la física y la medicina. Así pues, las más de sesenta
Sociedades de Amigos del País que se constituyeron por toda España entre 1775 y el final del reinado de
Carlos III, en 1788, "no siguieron el mismo camino que la Bascongada".74
En cuanto a la aportación que hicieron las Sociedades de Amigos del País al progreso de las ideas ilustradas,
Pedro Ruiz Torres, afirma que "tuvieron muchas limitaciones y no fueron lejos a la hora de hacer lo que
Jovellanos ensalzaba [en su Elogio de Carlos III de 1788 dijo que en la nueva institución , desnudos de las
aficiones del interés personal, y tocados del deseo del bien común, todos se reúnen, se reconocen
ciudadanos, se confiesan miembros de la asociación general antes que de su clase, y se preparan a trabajar
por la utilidad de sus hermanos], Manuel Aguirre concebía como el sustituto de una carencia [la falta de
leyes constitucionales que llevaran a los vasallos a un estado de hombres con libertad con capacidad de
manifestar a los tribunales y a sus conciudadanos, por escrito, los males y violencias que sufrían y agenciar
su felicidad, y sin un supremo Consejo de Estado que represente la voz del pueblo todo y su voluntad
general] y Fernando de Cevallos criticaba con evidente exageración [denunció que en las sociedades se
hablaba con peligrosos aires republicanos y que algunas hubieran conseguido la licencia de leer libros
prohibidos con el consiguiente peligro de introducir ideas subversivas]. Sin embargo, no cabe duda de que se
convirtieron en uno de los productos más representativos del idealismo de una minoría de ilustrados. Su
concepción de la sociedad todavía unía la felicidad pública a la desigualdad jurídica y a la monarquía
absoluta, por mucho que reivindicara el talento, las ciencias y la utilísima ciencia de la economía, pero no
por ello dejó de provocar la reacción adversa de los sectores sociales más tradicionales".75
La ciencia
"La monarquía de Carlos III se preocupó por las ciencias e intensificó el impulso que se había dado en
España durante el reinado de Fernando VI. En diversas instituciones académicas españolas trabajaron
destacadas personalidades científicas... [y] en distintos organismos oficiales se introdujeron cátedras de
química, y la mineralogía y la metalurgia se convirtieron en objeto de especial protección para el gobierno.
Las necesidades del ejército y de la marina continuaron estimulando la introducción en España de los nuevos
conocimientos de medicina, matemáticas, física experimental, geografía, cartografía y astronomía,
imprescindibles para un mejor conocimiento y protección del imperio".76

Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando (Cádiz), promovido por Jorge Juan.
Jorge Juan promovió el Real Instituto y Observatorio de la Armada, inaugurado a finales de siglo, y siguió
desarrollando sus estudios astronómicos, matemáticos y físicos, que culminaron con la publicación en 1771
de Examen Marítimo, que a juicio de muchos historiadores es la "única obra española de mecánica racional
que es original". Tuvo una segunda edición con adiciones de Gabriel Ciscar, que le merecieron fama
universal, y fue traducida al francés, al inglés y al italiano. 77 Ciscar continuó la labor científica y docente de
Jorge Juan y de Antonio Ulloa en la Escuela de Guardiamarinas para la que redactó una serie de manuales de
amplia difusión como el Tratado de Aritmética (1795), el Tratado de Comografía (1796) o el Tratado de
Trigonometría Esférica (1796). Todos estos méritos le valieron ser nombrado representante español en la
comisión que iba a establecer en París el nuevo sistema de pesos y medidas de alcance universal que sería
conocido como sistema métrico decimal. Su trabajo Memoria Elemental sobre los Nuevos Pesos y Medidas
Decimales de 1800 fue alabado por la Academia de Ciencias de París.78
En el campo de las matemáticas también destacó, aunque con aportaciones menos originales que las de Jorge
Juan o las de Ciscar, el jesuita Tomàs Cerdà, que publicó Lecciones de Matemáticas (1760) y Lección de
Artillería (1764) y fue profesor del Real Colegio de Artillería de Segovia.79
Antonio José Cavanilles.
En el campo de la botánica el sistema de Linneo fue aceptado por la mayoría de los científicos —y por los
jardines botánicos creados entonces: Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, etc—, gracias a la venida a
España en 1751 de Pehr Löfling para estudiar la flora española y al apoyo del director del Jardín Botánico de
Madrid, el valenciano Antonio José Cavanilles, autor de numerosos trabajos sobre botánica y creador y
director de la revista Anales de Historia Natural. Además Cavanilles, cuyo método científico fue alabado en
toda Europa, mantuvo contacto con el naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, cuyos
trabajos difundió en España el Real Gabinete de Historia Natural, que impulsó la traducción de su Historia
Natural, General y Particular por José Clavijo y Fajardo, editor de El Pensador, "quien con el fin de evitar
dificultades con el Santo Oficio, incluyó la retractación a que se había visto obligado el mismo Buffon".80
A diferencia de las dificultades que encontró la física newtoniana, los planteamientos de Lavoisier fueron
rápidamente aceptados, y así surgieron varios laboratorios de química fundados por la Secretaría de Indias
(1786), de Hacienda (1787) y por la Secretaría de Estado (1788), además de los de Azpeitia, Barcelona,
Cádiz, Segovia o Valencia creados por las Sociedades Económicas de Amigos de País u otras entidades.
Algo parecido ocurrió con la geología del alemán Abraham Gottlob Werner.81
Busto de Francisco Javier Balmis en la Facultad de Medicina de la UMH en San Juan de Alicante.
Durante este período se realizaron varias expediciones científicas que tuvieron gran resonancia en toda
Europa, especialmente dos. La primera estuvo dirigida por Félix de Azara, hermano del diplomático y
humanista aragonés José Nicolás de Azara, y se dirigió al Río de la Plata y al Paraguay, y cuyas
conclusiones publicó en una obra que en 1801 fue traducida al francés, y que clarificaba los estudios de
Buffon. Se trataba de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay y Río de
la Plata que fue seguida de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y Río de
la Plata (1802-1805).82
La segunda expedición tuvo una repercusión de alcance mundial porque el objetivo de la misma fue
propagar la vacuna contra la viruela, descubierta por el británico Edward Jenner, a América y Asia. Estuvo
encabezada por el cirujano militar Francisco Javier Balmis, que ya era muy conocido por haber descubierto
durante su estancia en las Antillas unas raíces indias como remedio para las enfermedades venéreas y cuyo
hallazgo había publicado en 1794. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tuvo lugar entre 1803 y
1806 y "alcanzó merecida fama, hasta el extremo de ser cantado [el viaje] por el poeta Manuel José
Quintana y ser celebrado por los científicos extranjeros como uno de los hitos básicos en los inicios de la
moderna medicina preventiva".82

Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Feijoo es quizá el más grande filósofo de lengua española del siglo


XVIII. El Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas lograron una difusión insospechada, en
España y en América, y fue ya traducido entonces parcialmente al francés, italiano, inglés y alemán. La
época de su mayor actividad literaria empieza al final de su profesorado, del que se retira a los sesenta y tres
años, después de ejercerlo durante cuarenta cursos. Contaba ya cincuenta años cuando inició Feijoo la
publicación de ensayos filosóficos sobre todo género de materias, para desengaño de errores comunes. Ha
sido considerado el introductor de este género en lengua española. Su crítica filosófica, realizada desde el
conocimiento del estado de las ciencias, la técnica y la filosofía de su tiempo, tuvo que soportar los ataques
más virulentos tanto desde la atrevida ignorancia de arcaicos y pedantes escolares (enquistados otrora como
agora en muchas cátedras universitarias) como desde posiciones supuestamente ilustradas. Entre 1726 y
1740 publicó los nueve volúmenes del Teatro crítico universal (el nono, suplemento de los ocho anteriores,
refundido en ediciones posteriores), y entre 1742 y 1760 los cinco volúmenes de Cartas eruditas (contaba
pues 84 años cuando apareció este último volumen), además de otras obras, sobre todo defensivas frente a
los ataques recibidos. Benito Jerónimo Feijoo Montenegro nació en 1676 en Casdemiro, provincia de
Orense, y en 1690 tomó el hábito de San Benito en el monasterio de San Julián de Samos. Estudió en los
colegios de Lerez (Pontevedra) y en el monasterio de San Vicente de Salamanca. A partir de 1709, y durante
más de medio siglo, residió en el colegio benedictino de San Vicente de Oviedo, ciudad en la que desarrolló
toda su actividad filosófica y en la que falleció en 1764. Está enterrado en el crucero de la Iglesia de la
Corte, que se abre precisamente sobre la plaza del antiguo convento, que todavía lleva su nombre: Plaza de
Feijoo.
Sus obras completas no fueron reimpresas sobre papel ni durante el siglo XIX ni durante el siglo XX. El
Proyecto Filosofía en español culminó en noviembre de 1998 la primera edición digital de todas sus obras,
desde entonces disponibles libremente en internet.
«En el último número de la Ilustracion de Galicia y Asturias, viene el principio de un artículo de Canella y
Secades sobre el P. Feijóo, con nuevos y curiosos datos biográficos y bibliográfos. Menciona en él las
biografías del sabio benedictino escritas por Campomanes, Anchoriz, la Fuente y Murguía; pero no la de
Roca y Cornet, que es de las mejores, inserta en la Biografía eclesiástica completa, ni los Juicios de
Concepcion Arenal y Emilia Pardo Bazán. Mucho deseo que llegues a tener vagar para refundir todo lo util
de estos trabajos en un libro sobre Feijoo y su tiempo.» (Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez
Pelayo, Santiago, 16 diciembre 1878, MPEP 3:206.)
«De las obras completas de Feijóo hay por lo menos quince ediciones completas. Recomiendo como la
mejor la que hizo la Compañía de Impresores y Libreros (1760 y sigs.), a la cual precede la biografía del
autor, escrita, según afirma Sempere y Guarinos, por el conde de Campomanes. Son catorce volúmenes:
ocho del Teatro Crítico, cinco de Cartas Eruditas y uno de Ilustraciones Apologéticas. Suele acompañar a
ellos la Demostración crítico-apologética del P. Sarmiento. De los folletos escritos contra él y en pro, hay
muy difíciles de reunir, formó Campomanes esmerada bibliografía en el prólogo citado. Pueden verse
además la Historia de la Medicina Española, de Morejón (tomo VI, passim); el artículo Feijóo en el Ensayo
de una Biblioteca del Reinado de Carlos III, de Sempere y Guarinos; la oración inaugural del curso de 1859
a 1860 en la Universidad de Oviedo, por D. José María Anchoriz; el discurso preliminar de D. Vicente de la
Fuente a las Obras escogidas del polígrafo benedictino en el tomo LVI de la Biblioteca de Autores
españoles; el Diccionario de escritores gallegos, de D. Manuel Murguía, y el Examen crítico de las obras del
P. Maestro Feijóo, por D.ª Emilia Pardo Bazán, premiado en un certamen de Orense en 1876 (Madrid, 1877).
Es un buen trabajo que la autora se propone refundir hasta convertirle en libro. Otro estudio hay acerca de
Feijóo, y de pésimo espíritu por cierto, publicado en la Revista de España por D.ª Concepción Arenal.
Mucho habría que decir de él; pero... respetemos la filosofía con faldas.» (Marcelino Menéndez Pelayo,
Historia de los Heterodoxos españoles [1882], Edición Nacional, 1948, tomo 5, pág. 96

La prosa
del siglo
XVIII
PRIMERO UNA Durante el siglo XVII disminuye la prosa creativa y Montesquieu:
INTRODUCCIÓN aumenta mucho la ensayística, por ser el tipo de prosa Pensador francés
A que mejor se adapta al propósito didáctico de toda la del siglo XVIII,
CONTINUACIÓN literatura ilustrada. La Ilustración propone una literatura creador de la
UN PANORAMA sencilla, que llegue al mayor número posible de teoría de la
DE LOS personas y que sea didáctica, esto es, que enseñe. En el separación de
PRINCIPALES XVIII se produce un gran desarrollo del periodismo y poderes.
ESCRITORES DEL este cauce se utiliza para la difusión de las ideas. La Epístolas:Carta
PERÍODO Y DE finalidad de los periódicos en este siglo XVIII es literaria
SUS OBRAS educativa y divulgativa, más que informativa.
Entre los ensayistas más conocidos de la época hay que
destacar a Feijoo y a Jovellanos.

Fray Benito de Feijoo. En sus dos obras más


importantes Teatro crítico universal, para desengaño
de errores comunes, y Cartas eruditas, trata una
pluralidad de temas que van desde la política al folklore,
pasando por la literatura y la astrología. En todas ellas
defiende la verdad y lucha contra las numerosas
supersticiones de la época, tratando a la vez de mitigar
el gran retraso de España con respecto a Europa. El
apasionamiento en la defensa de sus ideas le llevó a
grades polémicas, aunque al no poner en cuestión la
doctrina de la Iglesia no fue perseguido por la
Inquisición.

José Cadalso. Además de Los eruditos a la violeta,


sátira contra los seudo intelectuales de la época y de las
Noches Lúgubres, un relato novelesco que anuncia el
romanticismo, la obra fundamental de Cadalso son las
Cartas Marruecas, que aparecieron primero en la
prensa para se más tarde recogidas en un libro.

Las obras en forma de cartas dirigidas a personas reales,


o a personajes ficticios, es un género muy abundante
durante el siglo XVIII, ya que servía perfectamente para
ejercer la crítica a las costumbres y a las ideas,
siguiendo el modelo que Montesquieu había inaugurado
con las Cartas persas

Las Cartas marruecas es un conjunto de noventa


epístolas entre tres corresponsales: Gazel un marroquí
que viaja por España y escribe sobre lo que observa a su
maestro Ben –Beley, que sigue en África: Nuñoes un
español de mediana edad, con quien Gazel ha trabado
amistad. Nuño sirve de guía a Gazel y le ayuda a
comprender lo que observa. El conjunto es interesante
por la visión que proporciona de cómo un español del
siglo XVIII enjuicia la sociedad de su país

Gaspar Melchor de Jovellanos es el prototipo del


español ilustrado. Además de obras de carácter
técnico como el Informe sobre la Ley Agraria, en
donde defiende la abolición de los privilegios y la
desamortización y la Memoria para el arreglo de la
policía de espectáculos, en donde crítica al teatro del
XVII y pretende que el gobierno intervenga en los
espectáculos para asegurar su carácter didáctico, son
interesantes sus Diarios, no sólo por ser un género poco
frecuente en la literatura española sino por las líricas
descripciones de los paisajes españoles.

Haga una valoración crítica de la obra que


haya leído: Leyendas
ADEMÁS DE DAR Son dieciséis relatos que aparecieron primero en la
UNA prensa, al igual que las otras obras en prosa de Bécquer
INFORMACIÓN las Cartas literarias a una mujer y las Cartas desde
OBJETIVA SOBRE mi celda.
LA OBRA DEBES Son narraciones típicamente románticas en que las que
VALORARLA predomina una atmósfera de misterio, de fantasía, de
DESDE UN evocaciones oníricas, que junto con un estilo literario
PUNTO DE VISTA muy cuidado las acercan al lirismo propio de la poesía.
PERSONAL. Excepto la leyenda El caudillo de las manos rojas
PRIMERO SITUAL situada en un escenario exótico, las demás leyendas se
A LA NOVELA Y sitúan en España. La mayoría son nuevas versiones de
AL NOVELISTA leyendas aragonesas toledanas o sorianas.
EN SU Casi todas se sitúan en un vago pasado, medieval o
CONTEXTO renacentista, aunque otras como Maese Pérez el
LITERARIO organista o Tres fechas suceden en la misma época del
PARA RESOLVER narrador, esta última se presenta como algo ocurrido al
ESTA PREGUNTA propio narrador en el ambiente mágico y medieval de
DEBES EMPEZAR Toledo.
POR PRESENTA El tema de la mayoría es el amor, como fuerza que
EL AUTOR Y LA mueve al mundo y que puede llevar a la perdición si no
OBRA EN UNAS se respetan ciertos límites.
POCAS Muchas leyendas presentan una triple estructura: en la
PALABRAS. primera parte, el narrador, un escritor o un pintor
DESPUES fácilmente identificable con el escritor mismo, evoca
DESARROLLA LA una antigua leyenda a través de una conversación, un
CUESTIÓN acontecimiento, un recuerdo etc.: la segunda parte
EXPLICANDO mucho más amplia es la leyenda propiamente dicha, en
LOS ASPECTOS el epílogo, el narrador saca las consecuencias de la
DE LA OBRA QUE leyenda.
MÁS TE HAN Como escritor católico y conservador Bécquer pretende
INTERESADO: trasmitir un mensaje al hombre de su época, al que él ve
TEMA, hundido en el egoísmo y el materialismo de la vida
PERSONAJES, moderna. Les recuerda que hay otra vida más allá de
ESTRUCTURA, esta, que existe el castigo para quien en lugar de tender
ETC. hacia lo ideal se empeña en profanar lo oculto, lo
POR ÚLTIMO, Y sagrado, lo misterioso.
COMO No es precisamente Bécquer un escritor feminista, a
CONCLUSIÓN, veces las fuerzas del mal están representadas por las
DEBES HACER mujeres que despiertan en los amantes ansias
UNA desmedidas que los llevan a desafiar leyes divinas o
VALORACIÓN DE costumbres ancestrales. Ejemplo de esto es El Monte
LA MISMA de las Ánimas, una de las más conocidas de Bécquer,
Alonso es arrastrado por la hermosa Beatriz a penetrar
en el recinto dedicado al misterio en la noche de
difuntos. En La ajorca de oro Pedro se volverá loco al
cometer un acto sacrílego empujado por su amante.
Los personajes no están muy elaborados, apenas
aparecen sus rasgos físicos: unos ojos verdes, una
cabellera negra etc. Carecen de complejidad sicológica
y son encarnaciones de ideales abstractos o de fuerzas
del mal: orgullo, sensualidad, egoísmo.
Otras leyendas como El rayo de luna son una
expresión del vacío de la existencia humana, el
caballero Manrique es un
La prosa del siglo XVIII: Diego de Torres Villarroel (1694-1769)
Publicado el 23 diciembre, 2011 por lclcarmen1

No hemos podido dedicarle mucho tiempo en clase, pero merece la pena detenerse, aunque sea desde el
blog, en la figura de este escritor del siglo XVIII. La página de autor de la Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes nos dice lo siguiente:
Diego de Torres Villarroel (1694-1770) fue el escritor más atractivo de la primera mitad del
siglo XVIII español: original, complejo, dotado de un vitalismo desbordante de signo transgresor, gran
dominador del lenguaje y autor de una producción amplísima, bajo cuya aparente dispersión o
heterogeneidad subyace una profunda coherencia interior. Fue un espíritu moderno en lo sustancial, cuya
vida y obra ejemplifican con máxima viveza la complejidad, luchas e incertidumbres de la encrucijada
histórica que conduce a la modernidad.

Uno de los tópicos que circulan sobre Diego de Torres Villarroel es el de su carácter picaresco. Si leéis con
atención su biografía confirmaréis la opinión de Marichal, quien afirma que su vida es la de un burgués que
goza de una saludable posición y de la amistad de altas personalidades e intenta sacar el máximo provecho
económico de sus libros.
Diego de Torres Villarroel nació en Salamanca en 1694. Su familia constituía una estirpe de libreros que
culmina en su padre, Pedro de Torres. En 1706, tras los estudios elementales, va a estudiar latín bajo el
pupilaje de Juan González de Dios, célebre maestro de la época; recibe las órdenes menores. En 1708
obtiene una beca para estudiar retórica en el Colegio trilingüe, donde permanecerá durante cinco años.
Como era de esperar, su época de estudiante le proporciona abundante material para su obra.
Su primera aventura data de 1715, año en que se marcha a Portugal. Al regresar a la casa paterna, se ordena
de subdiácono, si bien lo hace más por complacer a su padre que por auténtica vocación. Se enfrasca en la
lectura de libros que despiertan su interés por la astrología y las matemáticas. En 1716-17 se matricula en la
facultad de sagrados cánones. La publicación en 1718 de su primer Almanaque inicia para él una polémica
etapa, en la que contará con muchos detractores. Obtiene el puesto de sustituto de la cátedra de matemáticas
de Salamanca.
Fue encarcelado a raíz de la participación en la controversia que sostenían jesuitas y dominicos en torno a la
llamada “alternativa de cátedras”, es decir, la combinación de la doctrina jesuítica y la tomista, de la que
Torres no era partidario, sino que defendía el predominio de esta última. Al ser declarado inocente se le
nombra vicerrector, cargo que sólo ostenta quince días.
Acosado por la hostilidad del ambiente salmantino, a causa de sus publicaciones, se marcha a Madrid. Su
vaticinio de la muerte de Luis I en el Almanaque de 1724 suscita nuevas polémicas en torno a él, que
muchas veces se plasman en escritos a los que el interesado responde.
El discutido astrólogo regresa en 1726 a Salamanca para opositar a la cátedra de matemáticas. Su triunfo es
rotundo y recibe un homenaje apoteósico por parte de los estudiantes, lo que demuestra la extraordinaria
popularidad de que gozaba el Gran Piscator de Salamanca, seudónimo que empleaba en la publicación de los
Almanaques y los Pronósticos.
Se ve envuelto en un lance de honor a causa de su amigo don Juan de Salazar. Tiene que huir a Francia y en
1732 es desterrado a Portugal, donde permanecerá dos años. Vuelve a Salamanca en 1734 y reanuda su
quehacer docente y literario. En 1745 es ordenado prebístero. Sufre una grave enfermedad. Restablecida su
salud, prosigue con su trabajo que le lleva muchas veces a Madrid a realizar diversas gestiones.
En 1750 pide la jubilación anticipada. A pesar de los obstáculos que ponen los catedráticos encargados de
redactar el informe, sacando a relucir su irregularidad en el cumplimiento del deber y el escaso rigor
científico de sus obras, el Real consejo le concede su petición en 1751. No obstante, no deja de estar
vinculado con la universidad.
Esta situación le permite dedicarse con más ahínco a su producción literaria. Lleva a cabo la curiosa tarea de
publicar sus obras completas, en catorce tomos, por suscripción popular, sistema que no conoce precedentes.
Esto da buena prueba de la extraordinaria resonancia que habían alcanzado sus escritos. Muere en 1769.

Diego de Torres Villarroel

Diego de Torres Villarroel.


Diego de Torres Villarroel, (Salamanca, 1694 - ibíd., 19 de junio 1770) fue un escritor, poeta, dramaturgo,
médico, matemático, sacerdote y catedrático de la Universidad de Salamanca.1
Índice
 1 Biografía
 2 Perfil
 3 Obra
 4 Influencia de la lengua leonesa
 5 Ediciones más importantes
o 5.1 Prosa
o 5.2 Poesía
o 5.3 Teatro
 5.3.1 Zarzuelas
 5.3.2 Entremeses
 5.3.3 Sainetes
 6 Notas y referencias
 7 Bibliografía
 8 Enlaces externos
Biografía
Era hijo de un librero de Salamanca. Fue bautizado el 18 de junio de 1694. Se describió a sí mismo como
rubio y de ojos azules y bien parecido, "con más catadura de alemán que de castellano o extremeño" y como
persona desenvuelta, sociable y accesible. Aprendió las primeras letras y pasó a estudiar latín en el pupilaje
de don Juan González de Dios, quien sería luego catedrático de Humanidades en la Universidad de
Salamanca. Lo hizo con tal aprovechamiento que ganó tres años después una beca por oposición en el
Colegio Trilingüe de Salamanca. Su temperamento díscolo y travieso le empujó a faltar a clase, meterse en
peleas, robar a otros compañeros y hurtar viandas de la despensa del colegio por lo que se ganó el
sobrenombre de "piel de diablo". Leyó mucho en la tienda de libros de su padre, pero sin orden ni programa
alguno, aunque sentía particular afición por las matemáticas. La lectura del Astrolabium, un tratado sobre la
esfera celeste del padre Cristoforo Clavius (1537-1612), le inclinó por la astrología. Otro libro llamado
Tratado de la esfera, fue el que le introdujo en las matemáticas, ciencia olvidada en aquella época.
Según cuenta en su Vida, biografía muy novelada, al salir del colegio huyó de las consecuencias de sus
desmanes a Portugal, concretamente a Oporto y a Coímbra, donde llevó una vida aventurera en la que fue
sucesivamente ermitaño, bailarín, alquimista, matemático, soldado, torero, estudiante de medicina,
curandero, astrólogo y adivino.
Esa biografía novelada haría que sus contemporáneos le atribuyesen una poderosa leyenda. Se supone que a
su vuelta a Salamanca sentó la cabeza y emprendió un programa de voraz lectura de libros de filosofía
natural, magia y matemáticas, y para ganarse la vida montó un pingüe negocio editorial como escritor de
almanaques y pronósticos anuales bajo el seudónimo de "El gran Piscator de Salamanca", género de
periodismo popular del que fue uno de los fundadores y con el que se hizo famoso, ya que mucha gente
recurría a él para saber del futuro.
Parte de la leyenda de Torres tiene que ver con sus profecías, a las que —siempre a posteriori— se le
atribuyeron notables aciertos. En el Almanaque de 1724 pronosticó con acierto la muerte del joven rey Luis
I, que falleció el 31 de agosto de ese mismo año. Había profetizado que moriría en "el rigor del verano de
1724". Además también se le acusó de vaticinar el Motín de Esquilache y un pliego tardío suponía que había
pronosticado la Revolución francesa, esta última de la siguiente manera:
Cuando los mil contarás
con los trescientos doblados
y cincuenta duplicados,
con los nueve dieces más,
entonces, tú lo verás,
mísera Francia, te espera
tu calamidad postrera
con tu rey y tu delfín,
y tendrá entonces su fin
tu mayor gloria primera.
Esta serendipia se explica de esta forma: , año en plena Revolución francesa.

En 1723 marchó a Madrid en donde al principio sufre hambre y miseria pero por su buen don de gentes hace
amistades de buena condición los cuales le ayudan. Estudia medicina y se gradúa en la ciudad de Ávila. Fue
nombrado vicerrector de la Universidad, pero decidió buscar fortuna en Madrid, aunque pasa miseria al
principio, sobreviviendo bordando para un vendedor de la Puerta del Sol. En esta época se plantea incluso
dedicarse al contrabando, pero lo salva la Condesa de Arcos. Fue escritor de la Gaceta de Madrid en donde
cuenta los cotilleos de la ciudad. A causa de un fenómeno sobrenatural en la casa de la condesa de Arcos y
su fama como mago, fue llamado por esta para desencantarla durante once noches; no lo consiguió, pero eso
le permitió un puesto como criado de su casa, a cama y mantel, y allí permaneció, pues, otros dos años En su
palacio lee y escribe en abundancia, sin embargo en sus apariciones públicas se burlaba de la vanidad y
falsedad de las clases altas y es expulsado de Madrid por el Real Consejo debido su carácter excéntrico,
huyendo entonces a Salamanca.
De nuevo en tierras salmantinas, Villarroel descubre que la cátedra de matemáticas en la Universidad está
libre y decide presentarse a los exámenes por oposición. Tan solo tenía un rival para ello, al que derrotó
consiguiendo mejor resultado final y logrando la ansiada cátedra que hacía más de treinta años que no
ocupaba nadie, debido a la incultura y dejadez que había sufrido dicha ciencia. La gente de Salamanca
realizó varias fiestas en honor al nuevo catedrático. Villarroel comenta en su Vida que sus conocimientos
matemáticos eran mínimos aún habiendo superado el examen, criticando el poco progreso de los estamentos
universitarios. Durante cinco años estuvo enseñando matemáticas y en 1732 se gradúa en Artes, siendo
maestro de dicha materia. Durante esta época pasaba los veranos en Madrid.nota 1
Estuvo en Medinaceli, donde, en ese mismo año 1732 conoció a Juan de Salazar, junto con el que sería
condenado a destierro por un oscuro delito cometido, huyendo los dos a Burdeos. A su regreso a España,
Salazar es condenado a seis meses de prisión, y Villarroel es desterrado a Salamanca y huyendo de nuevo a
Portugal. Tras recorrer todo el país lusitano cayó enfermo y no pudo regresar a España hasta que sus
hermanas enviaron súplicas al rey que lo consintió en 1734.
Desde entonces hasta 1743 se dedicó a su trabajo en la Universidad, a la escritura de libros y sonetos, y a
idas, venidas y estancias en la corte de Madrid. En 1742 publicó los cuatro primeros «Trozos» de su Vida, de
la que se hicieron cinco reimpresiones en aquel mismo año, tres legales y tres piratas. En ese periodo
también creó un periódico llamado el Piscator historial de Salamanca.
En 1745 sufre una depresión moral y filosófica provocándole un estado que rayaba en la locura, dejando el
trabajo y renegando de sus "fechorías" de juventud y de sus escritos satíricos. En marzo de 1746 reaparece
de nuevo por las aulas y en noviembre vuelve a Madrid, en donde le creían muerto. Su padre le instó
anteriormente a que se ordenase de subdiácono para acceder a una capellanía en la parroquia de San Martín
de Salamanca, pese a lo cual sólo llegó a ordenarse sacerdote cuando ya contaba 52 años.
En 1750, tras 24 años de cátedra, pidió su jubilación antes del tiempo legal, lo que Fernando VI le concedió
por real decreto. Realizó el Camino de Santiago, siempre acompañado de gente que le admiraba y conocía,
ya que era muy famoso. A partir de 1751 su vida fue tranquila "viviendo con honra en el pueblo donde nací",
según deja escrito en su autobiografía, y trabajando en Salamanca en el enriquecimiento de la biblioteca
universitaria.
Solicitó un diaconato en febrero de 1754, y un mes más tarde se ordenó de presbítero en Salamanca. Ayudó,
de modo desinteresado e incluso con asistencia personal, al Hospital del Amparo de Salamanca.
En 1752 se publicó la primera edición completa impresa durante su vida de las Obras de Torres, algo insólito
entonces y que informa de su gran popularidad. Se hizo por suscripción pública, procedimiento que por
primera vez se aplicó en España. La suscripción fue encabezada por la familia real, el Marqués de la
Ensenada, gran número de nobles, universidades y colegios mayores, religiosos y particulares, pero no por la
Universidad de Salamanca. Tras su jubilación siguió trabajando en diversas comisiones de la Universidad;
aún asistía a los claustros en 1769. Murió el 19 de junio de 1770,2 a los 77 años de edad, en el Palacio de
Monterrey de Salamanca, donde ocupaba habitaciones que, hacía años, la duquesa de Alba había puesto a su
disposición.
Perfil
Torres Villarroel fue un hombre muy culto debido a su gran curiosidad, que junto con su fisonomía extraña y
rara fascinaba a unos y repelía otros. Se situó entre la ciencia barroca y la ilustrada de los Novatores.3 Fue
conocido por casi todo el país en su época y a pesar de ser un hombre relativamente callado cada vez que
hablaba y opinaba provocaba el escándalo o la gracia de los demás. Se burló de todo lo que pudo siempre
con aire desenfadado, provocando odios y envidias , lo que lo llevó a diferentes destierros. Su personalidad
queda reflejada en sus escritos, sobre todo en su relato biográfico Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y
aventuras del Doctor Don Diego de Torres Villarroel, catedrático de prima de matemáticas en la Universidad
de Salamanca, escrita por él mismo.nota 2
Obra
Escritor fecundo, ha quedado noticia de que en veinte años de escritor recibió más de dos mil ducados cada
año. Autor de narraciones y de "ensayos" como Los desdichados del mundo y la gloria (1737), o libros
científicos como Anatomía de lo visible e invisible de ambas esferas (1738). En 1752 se publicó por
suscripción pública una edición de sus obras en catorce volúmenes. Se hizo una reedición de sus obras
completas en quince volúmenes en octavo en Madrid entre 1794 y 1799.
Su estilo conceptista y repertorio temático se inspiran en la obra de Francisco de Quevedo, aunque en
opinión de Jorge Luis Borges, carece de la sombría visión pesimista de éste y por el contrario su estilo es
vitalista y festivo. Como poeta, pueden destacarse algunos de sus sonetos (Los ladrones más famosos no
están en los caminos, El presente siglo), las composiciones que llamó "pasmarotas", sus jácaras y
seguidillas, o poemas de amor como A una dama o de la muerte, ¿Cuándo vendrá la muerte?.
Su obra en prosa más popular es la citada Vida, ascendencia, nacimiento... (aparecida en 1743 con sucesivas
ampliaciones posteriores), autobiografía dividida en seis "trozos" que corresponden cada uno a una década y
donde da forma a una novela picaresca, sin imitar como en otras de sus obras el estilo de Quevedo, sino
mostrando un estilo más castizo, llano, espontáneo y natural. También son interesantes sus Visiones y visitas
de Torres con D. Francisco de Quevedo por Madrid, 1727-1751), de estilo muy conceptista. En El ermitaño
y Torres (1752) diserta sobre la piedra filosofal, así como en los Recitarios astrológicos y alquímicos (1726),
donde ahonda en los principios metálicos que rige la alquimia. Se interesa en muchas de sus obras por lo
humano y también por lo divino, ya que escribió sobre fantasmas y fenómenos aéreos extraños, incluso de
experiencias personales, como en Juicio y pronóstico del globo y tres columnas de fuego que se dejaron ver
en el horizonte español (1726). Llegó a repetírsele el fenómeno o "prodigio", como gustaba de llamar a estos
globos de fuego, en 1730 y 1736. Además también su diversidad en prosa llegaba hasta escribir vidas de
religiosos (Vida de Sor Gregoria de Santa Teresa) y de poetas (Vida de Gabriel Álvarez de Toledo).
Compuso asimismo algunas piezas cortas como bailes y sainetes, y gran número de folletos más o menos
satíricos, como Barca de Aqueronte, el Hospital de incurables, etc. Además, publicaba todos los años un
"Almanaque" que le proporcionaba importantes ingresos y donde insertaba pronósticos, algunos de los
cuales se cumplieron.
Influencia de la lengua leonesa
Algunos estudios de filología han reseñado el uso frecuente en sus trabajos de elementos propios de la
lengua leonesa. En este sentido, prefijos leoneses como "peri" (más), palatalizaciones (llo, lla, llas), o formas
verbales como "jicioren" (que se traduciría en español como "hicieron"), "salioren" (que se traduciría al
español por "salieron") o "dixioren" (en español "dijeron") aparecen con frecuencia en sus trabajos.4 5

La sátira ilustrada y la novela didáctica


Justo Fernández López

Juan Pablo Forner y Segarra (1756-1797)


José Francisco de Isla y Rojo – Padre Isla (1703-1781)

«La crítica, a menudo, ha puesto el acento sobre lo exiguo de la creación novelesca en la España del siglo
XVIII. Es verdad que esta época no engendró ninguna obra digna de ser comparada con Don Quijote y
capaz de irradiarse más allá de las fronteras. Se han alegado diferentes razones para explicar esta carencia.
Se ha dicho que el desarrollo del ensayo didáctico, relacionado con la expansión de la prensa, se había
realizado en detrimento de la literatura de ficción. La boga del teatro –representado y leído– explicaría el
poco entusiasmo por la novela. Por su parte, Guillermo Carnero prefiere subrayar otros tres datos: el no
reconocimiento de la novela en tanto género específico en los tratados literarios neoclásicos; la vigilancia
extrema de la censura en materia de sensualidad, ideología e incluso en el tema de la imaginación; y,
finalmente, cierta reticencia a aclimatar –y traducir– las obras maestras de la novela europea.
Y sin embargo, aunque parezca imposible, existe un público de lectores de novelas, como lo atestiguan las
numerosas reediciones de Don Quijote, de los relatos picarescos –que tuvieron el éxito que ya sabemos en
Inglaterra y Francia–, de las obras de un Francisco Santos, o aun de los Sueños de Quevedo.
A fin de cuentas, lo que se puede llamar lo novelesco no se amolda siempre a la forma tradicional de la
novela, y puede tomar caminos insólitos: así el almanaque, tal como lo reinventa Torres de Villarroel, acoge
textos que son auténticas novelas cortas. Tal construcción novelesca –epistolar, por ejemplo–, puesta al
servicio de un proyecto crítico, podrá integrar fragmentos de ensayo; otra, abrir caminos que seguirá más
tarde la literatura confesional; y otra incluso tendrá que ver más con una puesta en escena teatral con una
narración.
Por eso, admitiendo de buena gana que este siglo no produjo novelas de envergadura, desearíamos mostrar
que las ficciones que nos ha dejado la Ilustración merecen otra irada que la que se le da demasiado a
menudo.» (Guy Mercadier: “Dos trayectorias novelescas”, en Canavaggio, Jean: Historia de la literatura
española. Siglo XVIII. Barcelona: Ariel, 1995, tomo IV, p. 41-42)
La mayor parte de la prosa del siglo XVIII aparece teñida de didactismo. Incluso en la novela se concede
más interés al fin educativo que al libre vuelo de la fantasía o a la bellaza del estilo. Lo más positivo de la
época lo encontramos en el campo de la investigación y no en el de la pura creación poética.
«El sentido crítico suele agudizarse en épocas de escasa vitalidad artística, en las que la reflexión y el
análisis ocupan el lugar de la auténtica creación estética. No se produce nada nuevo u original, pero se
escriben montañas de libros y folletos y se entablan polémicas interminables en las que el elogio o la censura
de nuestro pasado cultural adquieren una extraordinaria violencia. De ahí que la sátira sea uno de los
aspectos más característicos de la literatura del siglo XVIII.» (J. García López)
En la literatura del XVIII la sátira alcanza no sólo su punto álgido en cuanto a volumen de escritos sino
también una nueva función. La mayor parte de las sátiras escritas durante la Ilustración renuncia a la actitud
medieval y barroca de criticar lo mundano partiendo de principios religiosos y adopta un punto de vista más
pragmático. Ya no se trata de recriminar a los pecadores y amonestar a los creyentes, sino de corregir al que
se extravía de la razón.
La sátira se emplea en el siglo ilustrado como un correctivo de los errores que impiden llegar a establecer un
orden de convivencia social basado en la razón. La sátira es declarada ahora bien común. La sátira pierde
ahora la función que tenía en el siglo anterior de servir de invectiva o escarnio, una sátira que estaba guiada
más bien por la pasión y por los bajos instintos y estaba dirigida a personas concretas. La sátira de la
Ilustración no está movida por el odio, sino por el afán racional de mejorar la situación social. Se aprovecha
la sátira para poner en duda el régimen anterior y, despertando una nueva conciencia, poner las bases para el
establecimiento de un nuevo ordenamiento político-social que obedezca a los dictados de la razón.
«La sátira estaba en relación directa con el criticismo de la centuria, pero en España, como suele ocurrir
desde la política a la literatura, tomó muchas veces un aspecto personal y agrio, que le da un carácter
inconfundible.» (Ángel Valbuena Prat)

Juan Pablo Forner y Segarra (1756-1797)


VIDA
Nació en Mérida. Se educó bajo la férula de su tío materno, el filósofo valenciano, lógico y famoso médico
Andrés Piquer.
Cursó Filosofía y Jurisprudencia en Madrid y Toledo. Siendo aún estudiante, La Real Academia Española
premió en 1782 su Sátira contra los abusos introducidos en la poesía castellana.
En 1783 desempeñó el cargo de abogado e historiador de la casa de Altamira. En 1778 era censor de obras
de Historia y crítica. Fue profesor de jurisprudencia en Salamanca. Fue nombrado fiscal del crimen de la
Audiencia de Sevilla (1790) y del Consejo de Castilla (1796).
Fue hombre erudito, un agrio, violento y certero polemista. De amplios recursos dialécticos, hizo objeto de
sus burlas a casi todos sus contemporáneos usando distintos pseudónimos. Picado de vanidad y cierto
engreimiento, la historia literaria de Forner es una continua discusión acre con Tomás de Iriarte, Vicente
García de la Huerta, Trigueros o Tomás Antonio Sánchez entre otros, contra quienes lanzó dicterios en
sátiras personales y se mostró particularmente envidioso. Sus diatribas alcanzaban tal virulencia que hubo de
publicarse un decreto prohibiéndole publicar nada sin autorización real.
Murió en 1797, cuando iba a ser nombrado presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
«Su cultura fue enorme. Su patriotismo, conmovedor. Su estilo, nervioso, lleno de pasión y de tersura. Su
prosa, acerada y contundente. Buida, casi perversa, su pasmosa agudeza crítica.» (F. C. Sainz de Robles)
Forner era un hombre complejo y contradictorio aunque, en definitiva, fue un ilustrado cabal y seguramente
más lúcido que otros. De hecho, resume bien la mentalidad de una época renovadora y de crisis como la
española de ese tiempo: finales del siglo XVIII.
OBRA
La fama más sólida y duradera de Forner está vinculada a dos obras: el Discurso sobre el modo de escribir y
mejorar la historia de España y las Exequias de la lengua castellana.
Sátira contra los abusos introducidos en la poesía castellana (1782)
Compuesta siendo estudiante en Salamanca, fue premiada por la Real Academia en 1782.
Exequias de la lengua castellana (1782)
(Biblioteca de autores españoles, vol. LXIII)
Esta obra capital de Forner, que su autor subtituló «Sátira menipea», es una ficción alegórica del género de
La Republica Literaria o La derrota de los pedantes. Con ocasión de un viaje al Parnaso, el autor traba
contacto con diversos personajes, escritores famosos los más, y recorren casi todo el campo de nuestra
literatura emitiendo juicios sobre los clásicos y repetidas ironías contra los modernos, defiende con pasión
las glorias pasadas y la emprende implacablemente contra los corruptores de la lengua, a la que estima ya en
trance de muerte entre desatinados galicistas y dómines pedantes, que continúan sirviéndose de un bárbaro
latín. Teoriza además sobre los diversos géneros literarios, y tampoco pierde ocasión de disparar pullas
contra instituciones y clases sociales.
«La consecuencia final de la ficción, de las Exequias, es la de que la lengua castellana no está muerta, pero
sí en un desmayo o parasismo debido a la incapacidad de sus cultivadores. El discurso final de Apolo es una
apología del idioma, majestuoso para los asuntos impregnados de grandeza, pomposo y sonoro para lo
magnífico y aparatoso; suave, blando, fino, para los temas de amor; expresivo, para el ingenio; lozano, para
las burlas; cándido y sencillo, para lo pastoril. En torno a la prolija pero interesante acción, surgen multitud
de frases para caracterizar a escritores o para teorizar sobre el teatro, que ofrecen aciertos actuales o lugares
comunes de época según los casos, dentro de un estilo lleno de fuerza y seguridad.» (Ángel Valbuena Prat:
Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 75)
El asno erudito, fábula original, obra póstuma de un poeta anónimo (1782)
Cuando Iriarte publicó sus Fábulas literarias (1782), Forner se lanzó decididamente al ataque publicando un
folleto titulado El asno erudito. La obrita consta de un prólogo en prosa, del editor, y sigue luego la fábula en
metro de silva. Las alusiones, apenas veladas, a Iriarte son numerosísimas y muchas de tipo personal. La
sátira de Forner hizo bastante ruido. Don Tomás de Iriarte contestó a Forner casi inmediatamente con otro
folleto a modo de carta.
Los gramáticos. Historia chinesca (1782)
La respuesta del fabulista Iriarte a El asno erudito irritó a Forner que contrarreplicó violentamente con un
nuevo escrito, Los gramáticos. Historia chinesca. La acción alegórica sucede en la China, y los diversos
personajes son transposiciones de los Iriarte y del propio Forner: Pekín simboliza a España, y Japón
simboliza a Francia.
Argumento: Un joven chino, Chao-Kong (Juan de Iriarte), es nombrado preceptor del hijo de un noble
después de haber estudiado con los bonzos del Japón; a pesar de su corta ciencia logra encumbrarse, y una
vez situado en la corte imperial llama a sus dos sobrino. Uno de ellos, Chu-su (Tomás de Iriarte) es
adiestrado por su tío en el arte de ser poeta y de parecer sabio sin serlo. Un joven, acabado de llegar a la
corte (doble de Forner) publica un folleto llamando asno a Chu-su. Kin-Taiso le persuade a que haga un
viaje a Europa en compañía de un filósofo español amigo suyo. En Madrid se entera de una disputa entre dos
literatos españoles, muy semejante a lo que acaba de sucederle a él mismo, y se entera de la pésima calidad
de las obras de don Tomás de Iriarte, a quien se había propuesto imitar. Con ello queda persuadido de su
propia ignorancia y regresa a su país para estudiar y corregirse de su petulancia.
Oración apologética por la España y su mérito literario (1786)
Forner fue un apasionado nacionalista y por eso defendió la cultura española en su respuesta al despreciativo
juicio de Masson de Morvilliers en la Enciclopédie Méthodique (1782): ¿Qué se debe a España? (que, en
realidad, quería ayudar a los ilustrados españoles para impulsar sus Luces). La Academia Española,
arrastrada por la presión de los «patriotas», anunció como tema de su concurso anual una «apología» de la
nación. La obra de Forner, Oración apologética, fue publicada a cuenta del Estado, lo que le valió a Forner la
parodia y las chuflas de otros ilustrados, por su apego a los poderosos.
Discursos filosóficos sobre el hombre (1787)
Reflexiones sobre el modo de escribir la historia de España (1814)
En estas reflexiones, Forner echa los cimientos de una verdadera teoría estética de la Historia. Traza un
paralelo entre la Historia y la Poesía para deducir cuál debe ser la forma esencial de aquella. En este ensayo
se manifiesta la adhesión del autor a los principios del despotismo ilustrado.
Discurso sobre la tortura (1990, edición de Santiago Mollfulleda)

José Francisco de Isla y Rojo – Padre Isla (1703-1781)


VIDA
José Francisco Isla de la Torre y Rojo nació en Vidanes (León). Aunque nacido accidentalmente en Vidanes
(cerca de Cistierna) en la montaña oriental leonesa, pasó su infancia y adolescencia en la villa de Valderas de
donde era su madre oriunda, en el sur de la provincia de León. Nació en una familia de pequeña nobleza.
Ingresó en la Compañía de Jesús con dieciséis años y estudió filosofía y teología en la Universidad de
Salamanca, en donde tuvo como maestro al padre Losada, espíritu brillante y cáustico, que alentará su
vocación literaria y lo invitará a colaborar en la redacción de La juventud triunfante (1727).
Fue profesor de Filosofía y Teología en Segovia, Santiago de Compostela, Medina del Campo y Pamplona.
Destacó también como predicador en Valladolid y Zaragoza. Se relaciona con escritores y personalidades
religiosas y políticas. Se le propone ser el confesor de la reina Bárbara de Braganza, honor que rechaza,
temiendo perder así su libertad de escritor.
Durante varios años residió en Villagarcía de Campos (Valladolid), hasta 1767, año en que tuvo que
abandonar España cuando fueron expulsados los jesuitas. Vivió posteriormente en Córcega y Bolonia,
ciudad donde murió.
Célebre crítico, literato e historiador español, de la orden de los jesuitas, desempeñó varias cátedras en su
orden, y se distinguió especialmente por su crítica severa, que ejerció en particular contra el mal gusto que
se había introducido en la elocuencia sagrada. Después de la expulsión de los jesuitas de España se trasladó
a Italia, y fijó su residencia en Bolonia, donde acabó sus días.
OBRAS
El Padre Isla fue autor de varias obras satíricas. Es el autor de la novela más importante del siglo XVIII
español: una sátira contra la ignorancia, la ampulosa elocuencia y la pedantería de los predicadores de su
tiempo, titulada Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes.
Papeles crítico-apologéticos (1726)
El tapabocas (1727)
La juventud triunfante (1727)
Obra escrita en colaboración con un profesor jesuita, el padre Luis de Losada (1681-1748). Isla compuso la
segunda mitad del libro, que hoy no tiene más que interés arqueológico. Se trata de una descripción en prosa
y verso, con cuatro comedias intercaladas, sin nombre de autor, de las fiestas celebradas con motivo de la
canonización de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kotska. Se trata de misceláneas donde los
panegíricos inflamados se mezclan con diálogos y relatos carnavalescos.
Cartas de Juan de la Encina (1732)
Colección de chistes escatológicos dirigida contra un médico y cirujano segoviano a su juicio bastante malo,
José Carmona, autor de un tratado para curar los sabañones. El tema da alas al autor para salpicar el texto
con juegos de palabras y cuentos sabrosos de gran agilidad.
Triunfo del amor y de la lealtad. Día grande de Navarra (1746)
Relación de las fiestas celebradas en Pamplona con motivo del advenimiento de Fernando VI, y en la cual
empleó una sátira tan delicada que al principio pasó desapercibida. La obra fue escrita por encargo de la
diputación, pero se cree ver en ella un panegírico envenenado, e Isla abandona Pamplona, donde enseñaba
desde 1744.
«La diputación, encantada al principio con el resultado, no tarda en olfatear la burla lanzada contra el
patriotismo de los navarros y contra ese tipo de celebración. Protesta y se resigna finalmente a aceptar las
justificaciones del autor. Al leer ciertas páginas, el lector podía en efecto engañarse: fingiendo aceptar las
reglas del género, Isla lo arruina desde dentro, reemplaza el ditirambo por su pastiche, entremezcla los
estilos más heterogéneos. Como en los escritos precedentes, el proyecto más evidente sigue siendo el de
satirizar las ampulosidades de un lenguaje consagrado, ya se trate del discurso médico o del discurso
grandioso de la celebración política y religiosa.» (Guy Mercadier: “Dos trayectorias novelescas”, en
Canavaggio, Jean: Historia de la literatura española. Siglo XVIII. Barcelona: Ariel, 1995, tomo IV, p. 62-63)
Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758 – segunda parte 1768)
Se trata de una narración novelística satírica y burlesca acerca de los malos predicadores, que aún seguían
aún el estilo pomposo y pedante de los predicadores gongorinos del barroco, y un tratado didáctico de
oratoria sagrada. En esta combinación intercala el autor además diversos cuentos y chascarrillos. Es un
ataque al barroquismo en sus últimas formas degeneradas. Por otro lado la obra presenta una serie de tipos y
costumbres populares, con toda clase de detalles y lujo de descripciones de todo tipo, tanto de gentes como
de ciudades y casas con mobiliario incluido. Se puede considerar como una obra documental y costumbrista.
Argumento: Fray Gerundio nace en Campazas, provincia de León, hijo del labrador Antón Zotes y de la tía
Catalina Rebollo, su mujer. Tras estudiar sus primeras letras en la escuela rural de Villaornate y gramática
latina con un dómine pedante y estrafalario, decide de rondón meterse fraile, conquistado por la descripción
de la regalada vida de convento que le hace un lego de paso por su casa. Acabado el noviciado sin haber
entendido palabra en sus estudios, cae en manos del predicador mayor del convento, fray Blas, que toma a
Gerundio por su cuenta, lo encamina hacia la oratoria y lo forma según su propio estilo.
«El argumento resultaría poco sustancia si en él no se insertara un debate constante sobre lo que debe ser la
verdadera predicación, entre los partidarios de un estilo despojado, que sólo tiende a persuadir y elevar el
alma, y los que se complacen en afectaciones ridículas para pasmar al auditorio.
Isla pensó en un momento llamar a su personaje “fray Quijote”: así, a imagen del ilustre predecesor, la
hubiera emprendido abiertamente contra nuevos molinos de viento. De hecho, la organización narrativa está
colocada bajo la invocación de Cervantes. [...] Cuando la didáctica –a menudo pesada– cede paso al arte de
contar, el lector actual tiene motivo de regocijo; se apreciarán sabrosos guiños a la tradición picaresca y
burlesca y, aun más, una manera muy original de trazar en vivo un retrato o una escena. [...] Isla comparte
las preocupaciones de su época sobre el afrancesamiento excesivo; como lo harán muchos otros, las expresa
de manera satírica. Era más peligroso enfrentarse con la incultura, el mal gusto y la dolce vita de algunos
religiosos. También en esto sus combates prolongan los que antaño sostuvieron los humanistas, y más
recientemente Feijoo, contra los abusos de todo tipo; Isla vuelve a encontrarse en plena armonía con la
Ilustración.» (Guy Mercadier, o. cit., p. 65)
La novela, que consta de dos partes con tres libros cada una, es de considerable extensión, y sin embargo, no
pasa de las primeras escaramuzas de fray Gerundio, que solo predica ante el lector dos sermones y medio. El
resto de la obra lo componen las enseñanzas de fray Blas a su pupilo.
Este relato satírico imita el tono satírico de Cervantes y la novela picaresca. La vida novelesca sólo aparece
en ciertos cuadros de la realidad, como las costumbres de los campesinos o los eclesiásticos, cuya
descripción incisiva constituye el valor esencial de la obra. Este relato tuvo amplia difusión y provocó el
enfado de determinados sectores eclesiásticos que se consideraron aludidos y ridiculizados, pero fue una de
las lecturas favoritas de ciertos aristócratas ilustrados.
El Padre Isla publicó esta novela bajo el nombre ficticio de Francisco Lobón de Salazar, obra que se agotó
en tres días. El obispo de Palencia se opuso a que la obra fuera impresa en su diócesis, por lo que Isla la hizo
publicar en Madrid. El Consejo de la Inquisición, el 14 de marzo de 1758, ordenó suspender «hasta nueva
orden» la reimpresión de la primera parte y la impresión de la segunda. Más tarde, prohibió el libro, por
decreto del 20 de mayo de 1760, después de un proceso de dos años. La segunda parte apareció en edición
clandestina, en 1768 y la Inquisición la prohibió igualmente por decreto de 1766.
Fray Gerundio se distingue por su mal gusto y su audacia a la hora de emplear frases rebuscadas y sin
ningún sentido. Junto a la figura principal aparecen otros dos personajes claves para el desarrollo de la
novela: fray Blas, el maestro de Gerundio, un hombre grotesco y exageradamente culterano y fray
Prudencio, otro predicador amigo de fray Gerundio, hombre sabio y prudente que trata de encauzar la
oratoria de éste.
Cartas familiares y sermones (1785
Según todos los críticos, Isla es un magnífico epistológrafo. Sus amigos lo presionaban para que publicara
sus cartas, cosa que al padre Isla le horrorizaba. Su hermana María Francisca ofreció una recopilación
póstuma, que es lo mejor de la prosa de Isla. Las cartas muestra la apertura de espíritu de Isla y su
espontaneidad y frescura. Confiesa que le aburre confesar (“voy a darme una panzada de pecados”), habla de
su debilidad por el chocolate, la siesta y la caza, así como la resignación frente al exilio y la enfermedad.
El traductor
El novelista y dramaturgo francés Alain René Lesage (1668-1747) consiguió un lugar en la historia de la
literatura con su novela picaresca Historia de Gil Blas de Santillana (L'Histoire de Gil Blas de Santillane),
publicada en 4 volúmenes entre 1715 y 1735. Se considera como la última gran novela picaresca antes de
que el género diera paso a la picaresca realista inglesa con las obras de Tobias Smollett o Henry Fielding, en
los que influyó.
El relato cuenta las aventuras de un pillo y está escrito a la manera de las novelas picarescas españolas de los
siglos XVI y XVII, tomando como modelo la novela picaresca Relaciones de la vida del Escudero Marcos
de Obregón (1618) del poeta y músico español Vicente Espinel (1551-1624).
Llama la atención que sea una obra francesa en un contexto tan marcadamente español, por lo que su
originalidad ha sido puesta en duda. Fue Voltaire el primero en señalar las similitudes existentes entre Gil
Blas y Marcos de Obregón, de Espinel, de la que Lesage parece haber copiado varios detalles. Juan Antonio
Llorente llegó a sugerir que Gil Blas había sido escrita por el historiador Solís, argumentando que ningún
escritor francés contemporáneo de Lesage podría haber escrito una obra con el nivel de detalle y la precisión
mostradas por Gil Blas.
Considerando que el Gil Blas de Lesage era una novela esencialmente española, el padre José Francisco de
Isla reclamó que fuera inmediatamente traducida del francés al castellano para poder devolverla a su
contexto natural. Y fue el padre Isla quien tradujo la novela con un título combativo: Aventuras de Gil Blas
de Santillana, robadas a España y adoptadas en Francia por Monsieur Le Sage, restituidas a su patria y su
lengua nativa por un Español zeloso, que no sufre se burlen de su nación (Madrid, 1787-1788). A la
traducción le agregó un largo prefacio en el que afirma que Lesage no ha hecho más que traducir y
apropiarse del manuscrito, impublicable en España, de un misterioso “abogado andaluz”.
«En una de sus Cartas familiares dejará entrever la mistificación, ya sutilmente
inscrita en el mismo prefacio. Pero lejos de las pasiones entonces inflamadas, hoy se
comprende mejor por qué los españoles se reconocían en la “restitución” de Isla,
rindiendo así un homenaje indirecto al retrato que de ellos había sabido trazar el
novelista francés.» (Guy Mercadier, o. cit., p. 66)

Félix María Samaniego

Félix María de Samaniego.


Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala (Laguardia, Álava, 12 de octubre de 1745 – ibídem,
11 de agosto de 1801) fue un escritor español famoso por sus fábulas, de tono aleccionador mediante
moralejas.
Índice
 1 Biografía
 2 Obras
 3 Referencias
 4 Enlaces externos
Biografía
De ascendencia noble, su familia disponía de recursos suficientes para permitirle dedicarse al estudio. Se
conoce poco acerca de su infancia y juventud: su principal biógrafo, Eustaquio Fernández de Navarrete,
afirma que estudió en un colegio en Francia1 . Más tarde cursó estudios en la universidad de Valladolid 2 ,
para finalmente, tras un periplo por Francia, afincarse en Vergara, viviendo con su tío abuelo el conde de
Peñaflorida. Formó parte de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, fundada por Peñaflorida, donde
leyó sus primeras fábulas. La primera colección de las mismas fue publicada en Valencia en 1781.
De su entusiasmo por los enciclopedistas, con quienes tuvo contacto en su periplo por Francia, adquirió la
afición por la crítica mordaz contra la política y la religión; se burló de los privilegios, y llegó a rechazar un
cargo ofrecido por Floridablanca.3 Sus cuentos más subidos de tono fueron compuestos al estilo de las
Fábulas eróticas de Jean de la Fontaine. Por estos escritos y otros de índole anticlerical, sufrió la persecución
de la Inquisición: el Tribunal de Logroño trató de confinarlo en un convento en 1793 tras considerar
anticlerical y licenciosa parte de su obra, y le confinó durante varios meses en un convento en Portugalete;
se salvó del castigo gracias a la intervención de sus influyentes amigos. Se desconocen, sin embargo, los
detalles del proceso inquisitorial.3 Según Julio Caro Baroja, fue recluido "por una temporada" en el convento
bilbaíno del Desierto "por denuncias respecto a su irreverencia". De su estancia allí escribió una "saladísima
sátira, que se conoce hoy sólo por fragmentos en la que describe la vida que llevaban los padres carmelitas.
La descripción del refectorio y la comida, presidido todo por una triste calavera":4
Verá entrar con la mente fervorosa
por su puerta anchurosa
los gigantescos legos remangados,
cabeza erguida, brazos levantados,
presentando triunfantes
tableros humeantes,
coronados de platos y tazones,
con anguilas, lenguados y salmones;
verá también, así como el primero
en la refriega el capitán guerrero
entra por dar espíritu a su gente;
verá, digo, que el mismo presidente
levanta al cielo sus modestas manos,
pilla el mejor tazón, y sus hermanos,
imitan como pueden su talante:
y al son de la lectura gangueante.
que es el ronco clarín de esta batalla,
todo el mundo contempla, come y calla!
Son conocidos los violentos enfrentamientos literarios que mantuvo con algunos de sus colegas, como
Vicente García de la Huerta y Fray Diego González. Pero, sin lugar a dudas, la más célebre y destacada
contienda fue la que durante años sostuvo con Tomás de Iriarte, que había sido su amigo largo tiempo,
contra quien escribió opúsculos como la "Carta apologética al señor Masson"5 . Samaniego, que había
publicado en 1781 su primera colección de fábulas, se irritó cuando Iriarte presentó la suya, publicada al año
siguiente, como la «primera colección de fábulas enteramente originales».6
Obras

Monumento a Samaniego en Laguardia.


La influencia de su educación francesa se advierte en la única obra por la que lo conocemos: las Fábulas en
verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado (1781), 157 fábulas distribuidas en 9 libros.
Samaniego ridiculiza los defectos humanos en sus fábulas, imitando a los grandes fabulistas Fedro, Esopo y
La Fontaine. Aunque las fábulas de Samaniego están escritas en verso, su carácter es prosaico, dados los
asuntos que trata y su finalidad es didáctica. Siguiendo el ejemplo de Fedro, Samaniego elimina de sus
fábulas el tono ingenuo y entrañable de que dotara Esopo a las suyas y las llena de críticas veladas pero
implacables contra personajes relevantes, hábitos sociales y actitudes políticas de dudosa integridad. Entre
sus principales fábulas tenemos: La paloma, Congreso de ratones, La cigarra y la hormiga, El perro y el
cocodrilo y La zorra y las uvas.
Escribió asimismo una colección de poesía erótica, de tono humorístico y contenido procaz, que se publicó
por primera vez con el título de El jardín de Venus.
Tomás de Iriarte
Para otros usos de este término, véase Tomás de Iriarte (militar).
Tomás de Iriarte de Lara

Retrato de Tomás de Iriarte por Joaquín Inza, Museo


del Prado
Información personal
18 de septiembre de 1750
Nacimiento
Puerto de la Cruz, Tenerife, España
17 de septiembre de 1791
Fallecimiento
Madrid, España
Nacionalidad Española
Información profesional
Poeta, traductor, dramaturgo,
Ocupación
fabulista y escritor
Género Poesía
[editar datos en Wikidata]
Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (Puerto de la Cruz, Tenerife, 18 de septiembre de 1750 - Madrid, 17 de
septiembre de 1791), poeta español de la Ilustración y el Neoclasicismo y también músico aficionado,
hermano de los diplomáticos Bernardo de Iriarte y Domingo de Iriarte y sobrino del humanista, bibliógrafo y
poeta Juan de Iriarte.1
Biografía
Sus padres fueron Bernardo de Iriarte y Bárbara de las Nieves Hernández de Oropeza, y le dieron diecisiete
hermanos. Iriarte provenía de una familia muy culta, varios de cuyos miembros se distinguieron como
escritores y humanistas, conocidos aristócratas españoles, cuyo apellido surgió por dinastías austriacas y
vascas [cita requerida]. Se trasladó a Madrid a los 14 años junto con su tío Juan de Iriarte.
Estudió bajo su dirección las lenguas griega y francesa y siendo ya conocedor del latín y estudioso de la
literatura castellana, sucedió a su tío en su puesto de oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, tras
la muerte de éste, en 1771. A partir de ese año hasta 1774 fueron, para Iriarte, los más fatigosos de su vida,
pues además de las tareas de su empleo, el arreglo de la biblioteca y papeles de su tío, la traducción o
composición de los numerosos dramas que escribió, la traducción de aquellos apéndices y otras obritas (la
mayor parte poéticas) que escribía por gusto propio, como fue un poemita latino y castellano que imprimió
con ocasión del nacimiento del infante don Carlos III, en 1777, cuidó de las tres ediciones de la Gramática
de su tío, que reconoció muy atentamente y de la recopilación y publicación de los dos tomos de obras
sueltas de aquel literato, traduciendo muchos de los epigramas que allí se insertan, alguno de los poemas
latinos y otros varios ensayos.
Su carrera literaria se inició como traductor de teatro francés. Tradujo además el Arte poética de Horacio.
Tomás de Iriarte fue el primer dramaturgo que consiguió dar con una fórmula que uniese las exigencias de
los tratadistas del Neoclasicismo literario con los gustos del público. En 1770 había publicado su comedia
Hacer que hacemos, comedia de carácter que retrata a un «fachenda», el perfecto atareado que nunca hace
nada en realidad. La librería, escrita en 1780, no se estrenó hasta 1798: se trata de una comedia en un acto,
con algo de sainete costumbrista pero con la peculiaridad de estar escrita en prosa, forma que no volverá a
repetir su autor en las obras siguientes, que siguen el sistema de versificación típico de las comedias :
romance octosílabo con una rima en cada acto. En 1788 estrenó El señorito mimado. Iriarte repitió la
fórmula y el éxito con La señorita malcriada, escrita y publicada en 1788 y estrenada en 1791. Con Guzmán
el Bueno (1791) introduce la forma del melólogo o escena dramática unipersonal con acompañamiento de
orquesta, subgénero teatral creado por Jean Jacques Rousseau.
Como traductor no le acompañó la fortuna, pues fue muy discutida su versión (1777) del Arte poética de
Horacio, de la que escribió Manuel José Quintana: "El texto está reproducido, la poesía no." Como satírico,
compuso el opúsculo en prosa Los literatos en Cuaresma (1773).
Pero es más conocido por sus Fábulas literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas
enteramente originales» en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir el género, lo cual
motivó una larga contienda con el que había sido amigo desde largo tiempo, Félix María Samaniego, ya que
éste último había publicado su colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte.2
Iriarte fue sobre todo el prototipo del cortesano dieciochesco, elegante, culto, cosmopolita y buen
conversador; hizo en Madrid una intensa vida literaria y social. Fue uno de los más asiduos a la tertulia de la
fonda de San Sebastián, amigo de Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, de José Cadalso. Con este
último mantuvo una larga correspondencia.
La literatura no era el único arte que Iriarte dominaba. También llegó a inclinarse hacia el ámbito musical,
especializándose en tocar el violín y la viola. Fue también compositor de sinfonías (hoy perdidas) y de la
música de su melólogo Guzmán el Bueno. Como consecuencia de esta afición escribió su poema didáctico
La música (1779) en cinco cantos de silvas, traducido a varios idiomas y elogiado por el mismísimo Pietro
Metastasio.
Su idea de la poesía era propia de la Ilustración: "Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la
poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes."
Murió de gota en Madrid, el 17 de septiembre de 1791.

Félix María Samaniego

(Laguardia, 1745- id., 1801) Escritor español, famoso por sus Fábulas morales. Junto con
Tomás de Iriarte es considerado el mejor de los fabulistas españoles; la violenta enemistad surgida entre
ambos ha pasado a la historia de la literatura.
Perteneciente a una familia noble y rica, tras los primeros estudios (llevados a cabo en el hogar paterno) fue
enviado a cursar derecho a la Universidad de Valladolid, donde permaneció dos años sin llegar a concluir la
carrera. En un viaje de placer a Francia se entusiasmó con los enciclopedistas, y se quedó mucho tiempo en
tierra francesa; allí se le contagió la inclinación a la crítica mordaz contra la política y la religión tan grata a
los hombres del siglo, y cierto espíritu libertino y escéptico que le indujo a burlarse de los privilegios y a
rechazar, incluso, un alto empleo en la corte que le ofreció el conde de Floridablanca.
A su regreso a España contrajo matrimonio y se estableció primeramente en Vergara, donde participó en la
Sociedad Patriótica Vascongada, tendente a la difusión de la cultura en los medios populares, y de la cual
llegó a ser presidente. Las fábulas escritas para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario
Patriótico Vascongado de Vergara son su obra más conocida. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco
primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano, y en 1784 apareció en Madrid la versión
definitiva, titulada Fábulas morales y formada por nueve libros con 157 fábulas.
Las fábulas de Samaniego se inspiran en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y Fedro, y también del
francés La Fontaine y del inglés J. Gay; todas ellas tienen una finalidad didáctica. De estilo bastante sencillo
y métrica variada, muchas fábulas destacan por su espontaneidad y gracia: La lechera, Las ranas que pedían
rey, El parto de los montes, La cigarra y la hormiga, La codorniz, Las moscas, El asno y el cochino, La zorra
y el busto o El camello y la pulga.
La publicación de las fábulas de Tomás de Iriarte (que había sido su amigo) un año después que las suyas,
con un prólogo en el que afirmaba que eran "las primeras fábulas originales en lengua castellana", irritó a
Samaniego y desató una rivalidad entre ambos escritores que duraría toda su vida. Samaniego publicó
anónimamente el folleto satírico Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Iriarte
(1782) y, poco después, una parodia del poema La música, también de Iriarte, que tituló Coplas para tocarse
al violín a guisa de tonadilla. Siguieron numerosos libelos, contestados con la misma violencia por Iriarte.
Sin embargo, cierto espíritu volteriano confería a los ataques de Samaniego una crueldad mayor.
Con la subida de los Borbones al poder se produjo un proceso centralizador que entró en litigio con las
instituciones forales del País Vasco. Al complicarse la situación, en 1783, Samaniego fue comisionado por la
provincia de Álava para que de una manera directa gestionara los problemas provinciales en la Corte,
aunque también tramitó otros asuntos regionales y de la Vascongada. En la capital, su actividad literaria fue
intensa; asistió a reuniones y tertulias y gozó de la amistad de nobles y escritores. Participó en las polémicas
teatrales de la época defendiendo el teatro neoclásico y la ideología ilustrada. Esta actividad cultural fue más
exitosa que los progresos de las gestiones que le habían encargado. Tampoco llegó a buen puerto el plan de
un Seminario para señoritas, que la Vascongada pretendía establecer en la ciudad de Vitoria.
De nuevo en Bilbao, volvió a llevar las riendas de su hacienda, bastante olvidada, y a frecuentar las antiguas
amistades. En 1792 decidió llevar una vida más tranquila y se retiró a su villa natal, Laguardia. Dos sucesos
rompieron su tranquilidad: por un lado, la invasión francesa del año 1793 que dejó malparadas sus
posesiones guipuzcoanas; por otro, algunas poesías satíricas y licenciosas le valieron el principio de un
proceso inquisitorial en 1793. El tribunal de Logroño llegó incluso a decretar la detención del autor.
Samaniego evitó peores consecuencias gracias a la influencia de sus amistades en los altos niveles.
Las fábulas de Samaniego
Publicadas en 1784, la Fábulas morales recogen un total de 157 composiciones, distribuidas en nueve libros
y precedidas de un prólogo. Fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara, en cuya labor
pedagógica colaboraba. Su intención está dentro del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada
y respondía a la máxima estética de instruir deleitando. Debieron de influir en la elección del género sus
conocimientos de la literatura francesa, en especial de La Fontaine, aunque Samaniego no es un mero
traductor, sino que actualiza la materia tradicional desde las fuentes clásicas (Esopo y Fedro), aumenta los
datos explicativos y dramatiza las escenas en relación con la función didáctica que pretende.
En el desarrollo de las fábulas, el escritor alavés sigue la estructura convencional, aunque procura plantear
claramente la oposición entre los personajes-animales por medio de adjetivos antitéticos, para que de ella se
desprenda clara la moraleja. La formulación de la moralidad suele ir al final de la fábula, como consecuencia
aleccionadora de lo sucedido en el episodio que la precede. Quizá sea la moraleja, desde el punto de vista de
la estructura, el aspecto menos conseguido en Samaniego, por culpa de su excesiva extensión. Se exige que
sea concisa y breve, de forma que pueda quedar grabada con facilidad en la mente infantil. Pero Samaniego
se pierde con frecuencia en rodeos inútiles, a diferencia de La Fontaine, que solamente insinúa la moraleja.
El tipo de moralidad de las fábulas no es cristiana, ni tan siquiera ingenua. Se aplica, siguiendo la tradición,
el concepto naturalista de la moral. Las bases están próximas a la ideología de Rousseau, pero en realidad es
una ética de supervivencia y de lucha por la vida la que los animales parlantes nos predican. Una moral en la
que tienen cabida el egoísmo, la venganza, la astucia, la desconfianza... Tampoco debemos olvidar el rico
caudal de ideas ilustradas o de estética neoclásica. Otras veces son simples principios de convivencia o
reflexiones dictadas por la experiencia, de puro valor práctico. Por eso no es extraño que las moralejas estén
tan cerca de la filosofía del refrán y que a veces se formulen con uno de ellos, literalmente o con ligeras
modificaciones por imperativos de la rima.
Consecuente con sus principios estéticos y los destinatarios iniciales de la obra, Samaniego hace en sus
fábulas un derroche de gracia y sencillez. La gracia la consigue a base de viveza y colorismo en la
expresión. Las fábulas están esmaltadas, ya que no de metáforas, sí de expresiones cálidas e ingeniosas,
construidas sobre un lenguaje corriente. Juega también con los refranes y los dichos populares. Otros rasgos
que definen su estilo son la ausencia de elementos cultos, la simplicidad del vocabulario y la acumulación de
sustantivos y verbos, signos de su dicción concisa.
Igual que su opositor Iriarte, Samaniego presta atención a los recursos métricos. Intenta huir de la monotonía
buscando un tipo de acomodación significativa y cierta musicalidad pegadiza. Utiliza con preferencia la
silva, cuyo libre balanceo entre heptasílabos y endecasílabos se adapta con facilidad al ritmo narrativo. Pero
esto no es óbice para que encontremos otras estrofas como serventesios, redondillas, endechas, romancillos,
décimas... Sin ser innovador, Samaniego cumple con decoro su misión de versificador, aunque pueden
hallarse en ocasiones ripios o de defectos rítmicos.
A grandes rasgos puede afirmarse que Samaniego es el autor de la moral bonachona, del optimismo y de las
verdades mediocres; todas las virtudes y defectos de la literatura moral y didáctica del siglo XVIII están
contenidos en su libro. Samaniego trata los asuntos de la fabulística tradicional de una manera fácil,
mediante el instrumento de un verso ligero y sonoro, lo que da a su obra un carácter de agilidad que no tiene
la obra de Iriarte, aunque hay que destacar que el propósito de ambos autores es diferente. Samaniego las
escribió con la finalidad de ofrecer ejemplos a los niños del Seminario, mientras que la intención de Iriarte
es proporcionar una "educación" literaria, reafirmando y defendiendo los principios y reglas del gusto
literario neoclásico.

Tomás de Iriarte
(Puerto de la Cruz, 1750 - Madrid, 1791) Escritor español. Fue junto con Félix María de Samaniego uno de
los fabulistas más importantes del siglo XVIII. Sobrino del académico Juan de Iriarte, a los trece años se
trasladó a Madrid para vivir con su tío, lo que le permitió adquirir una sólida educación. Sucedió a su
pariente como traductor de la Secretaría de Estado y ocupó el cargo de archivero del Consejo de Guerra.

Tomás de Iriarte
Su figura destacó en los ambientes literarios y sociales. Frecuentó asiduamente la tertulia de la Fonda de San
Sebastián donde trabó amistad con Cadalso y Nicolás Fermández de Moratín. Agudo crítico y gran
polemista, mantuvo constantes disputas con Ramón de la Cruz, Forner y Samaniego. La fama le llegó con la
publicación de la obra satírica Los literatos en cuaresma (1773), imprescindible para conocer a los escritores
neoclásicos españoles. En 1777 tradujo en verso el Arte poética de Horacio. Trabajo tan elogiado como
controvertido fue el poema didáctico La música (1779), traducido a varios idiomas.
Su mayor popularidad se debió a las Fábulas literarias (1782), publicadas un año más tarde que las de
Samaniego, donde reunió una serie de poemas satíricos y moralizantes que encierran muchas veces una
burla feroz de sus coetáneos. El autor aplicó a estos apólogos los preceptos clasicistas, se hizo eco de las
ideas estéticas imperantes en su tiempo y se sometió a las reglas de universalidad, unidad formal y
didactismo.
A pesar de que sus versos presentaron una mayor variedad métrica que los de Samaniego, y buscaron la
máxima sencillez y claridad, las rimas resultaron un tanto forzadas y nunca alcanzaron la vivacidad de las de
su rival. No obstante, el gran acierto del autor consistió en trasladar fielmente al género fabulístico las
normas dictadas por la preceptiva, como puede apreciarse en piezas como "El burro flautista", "La mona",
"Los dos conejos" o "El caballo y la ardilla".
De su actividad teatral cabe destacar el monólogo Guzmán el Bueno (1787), el drama en prosa La Librería
(1790) y tres comedias morales en verso, El don de gentes (1780), El señorito mimado (1787) y La señorita
malcriada (1788), que tratan sobre la dificultad de educar a los hijos. Estas piezas son antecesoras de las
comedias de Moratín y de la alta comedia del siglo XIX. Cuatro años antes de morir hizo realidad su deseo
de ver publicada su Colección de obras en verso y prosa (1789).

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