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Hora Santa Jesús Nuestra Sanación.

Hora Santa Con Jesús


Sacramentado

¡Te adoramos Santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas las iglesias


que hay en todo el mundo y te bendecimos que por tu Santa Cruz
redimiste al mundo!

1.- Exposición del Santísimo Sacramento. (De rodillas)


Canto: Cantemos al Amor de los Amores

2.- Acto Penitencial


Yo Confieso ante Dios todo poderoso….
3.- Ofrecimiento de la Hora Santa:
Para que este momento de encuentro con Jesús Sacramentado nos de
fortaleza y nos guie su luz en nuestro camino.

¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!


¡Ave María Purísima!
Hora Santa.

Jesús Nuestra Sanación

Oración Introductoria
Jesús, gracias porque te has hecho hombre y has querido venir al mundo
para curar nuestras dolencias y sanar nuestras almas. Señor, alivia
nuestras enfermedades, las de nuestros padres, familias y amigos. Te
ofrezco esta meditación por todos aquellos que sufren, especialmente por
los que no te conocen o no creen en tu poder sanador. Dios mío, aumenta
mi fe para que Tú puedas entrar en mi corazón y curarme de todas mis
enfermedades.

Reflexión Bíblica Lectura, o guión para el que dirige


Del santo Evangelio según san Marcos 5, 21-43
Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él
mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con
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insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos
sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él.
Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía
flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con
muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno,
antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se
acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro
tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le
secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al
instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se
volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus
discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y
preguntas: "¿Quién me ha tocado?"». Pero él miraba a su alrededor para
descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le
había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le
contó toda la verdad. El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y
queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos
diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que
oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente
ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y
Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y
observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos.
Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está
dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos,
toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde
estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que
quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó
al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí,
llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo
que le dieran a ella de comer.- Palabra del Señor.

Reflexión
La virtud de la fe es la llave que abre el corazón de Cristo que arde por
derramar todas sus gracias sobre nosotros. Esforcémonos
particularmente por acrecentar en nuestra vida esta virtud, pues Dios ha
querido que le pidamos todo lo que necesitamos con fe y confianza.
Transmitamos en nuestra familia esta actitud de fe, sobre todo cuando
nos enfrentemos ante el sufrimiento físico o moral de un ser querido.
Una oración valiente, que lucha por conseguir tal milagro; no esas
oraciones gentiles: ´Ah, voy a orar por ti´, y digo un Padre Nuestro, un
Ave María y me olvido. No, sino una: la oración valerosa, como la de
Abraham, que luchaba con el Señor para salvar la ciudad, como la de
Moisés, que tenía las manos en alto y se cansaba, orando al Señor; como la
de muchas personas, de tantas personas que tienen fe y con la fe oran y

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oran. La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Podemos hacer
una hermosa oración... y decirla hoy, todo el día: «Señor, creo, ayúdame en
mi incredulidad»...y cuando nos piden que oremos por tanta gente que
sufre en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas
que hay en este momento, rezar, pero con el corazón al Señor: «¡Hazlo!», y
dile: «Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad» Hagamos esto hoy. (Cf
Homilía de S.S. Francisco, 20 de mayo de 2013, en Santa Marta).
Muchas veces el Señor Jesús despidió a los que buscaban la sanación
con estas palabras: “tu fe te ha salvado”. Este es el remedio, como cuando
nos duele la cabeza y tomamos un analgésico y esto es el alivio, aunque en
este caso es temporal, quizás vuelva el dolor de cabeza, porque el mal
puede tener muchas causas. Pero pensemos en la mujer adultera, ella en
ningún momento expreso palabra alguna hasta que el Señor le pregunta:
¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condeno? Ella contesta:
Nadie Señor. El Señor le dice: Yo tampoco te condeno, vete pues y no
peques más. Jn 7, 53-8. Y nos podemos preguntar: ¿y la fe? ¿Qué salvo a
la mujer? Para la enfermedad del pecado, el remedio es la misericordia de
Dios y su pronta respuesta a perdonar al pecador aunque este no suplique
por si mismo. Ahora a la mujer, aunque no lo aclara la lectura del evangelio,
seguramente el contacto, la experiencia del perdón de Dios, debió de ser
tan impactante que la marca para siempre, porque como el Señor Jesús
dijera: “Mucho ama al que mucho se le perdona”
Para alcanzar la sanación debemos hallar la gracia de Dios, para que el nos
escuche, para que nuestra oración llegue a sus oídos y proceda según su
Santa Voluntad. Cuando esta gracia esta lejos de nosotros, por causa del
pecado, difícilmente la sanación llegara a nosotros. Pero cuando el Señor
Jesús no encuentre en su gracia, derramara abundantemente en nosotros
su poder sanador, porque “Vino a El un leproso rogándole, y arrodillándose
le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Movido a la misericordia,
extendiendo Jesús la mano, lo tocó, y le dijo: Quiero; sé limpio.…” Mc 1,40-
41
Propósito
Al iniciar las actividades del día haré un acto sincero de fe en Dios
diciendo:
"Creo en ti, Dios mío!"
Diálogo con Cristo
Jesús, me acerco a ti porque quiero tocarte con lo más profundo de mi
alma para ser sanado. Sé que puedes curarme de todas mis enfermedades,
sobre todo las del alma, pues tú has venido a traernos la salvación y el
perdón de los pecados. Ayúdame a incrementar mi fe, con la oración, para
poder acercarme más a ti con un corazón sencillo y abierto a tus dones.

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Contemplación afectiva
Jesús, que no has venido por los sanos si no por los enfermos:
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que has compartido nuestro mismo dolor y sufrimiento.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que te has compadecido de nosotros en nuestra enfermedad.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, luz de los ciegos, pero especialmente de los ciegos a la fe.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que te compadeciste del pobre leproso, compadécete de nuestra
lepra espiritual.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, salud plena de todos los hombres.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Todos
Señor Jesús, que estuviste al lado del Padre cuando creaba al hombre y
vieron que era bueno, y le diste la salud perfecta, compadécete de
nosotros, perdidos en el fango del pecado y devuélvenos la salud de cuerpo
y alma.
Madre María, que cuidabas amorosamente al Señor Jesús niño,
cuídanos a nosotros, tu que compartiste el dolor del cuerpo y del alma
sobre todo cuando una espada atravesaba tu pecho al ver a tu Hijo colgado
de la cruz, aboga por nuestra salud.
Preces:
Señor Jesús, sabes que somos enfermos, que hay pobreza en la naturaleza
humana, hoy te queremos pedir por nosotros y por nuestros hermanos
enfermos, y te decimos:
Si tú quieres puedes sanarme
- Por nuestros hombres y mujeres, niños y ancianos enfermos, las
perlas de tu Iglesia. Oremos.
- Para que busquemos antes que la salud del cuerpo, la salud espiritual,
Oremos.
- Por los hombre sanos, porque algún día estarán enfermos. Oremos.
- Para que en medio de la enfermedad encontremos tu mirada
misericordiosa que nos devuelva la paz. Oremos.
- Para que en medio del dolor, el sufrimiento, el agobio que provoca la
enfermedad, podamos encontrar el gozo de podernos llamar hijos de
Dios, y un día alcanzar la gloria prometida. Oremos
Intenciones Libres.
Bendición con el Santísimo
Reserva

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1. El célebre Cardenal Mercier, ante la apatía con que oramos tan poco,
sobre todo ante el Sagrario, excusándonos en nuestras muchas
ocupaciones, dijo: “He llegado ya a viejo, y me he convencido de que es
necesario trabajar y orar. Y orar, mucho más que trabajar”.
2. Pío Xll, el Papa que en nuestros días asombró al mundo por su trabajo
abrumador, era un reloj en su vida. No se acostaba hasta las dos de la
noche, para levantarse después a las seis en punto. Pero a las once de la
noche, sin fallar un día siquiera en su vida de Cardenal Secretario de
Estado y de Papa, interrumpía el trabajo, se iba a su capilla privada, se
hincaba en el reclinatorio, y para el Señor del Sagrario era la última hora
entera del día que se acababa. A las doce regresaba al escritorio para
reanudar el trabajo hasta las dos... Lo atestigua quien le acompañó durante
cuarenta años.
3. El Venerable Ollier expresaba esta oración ante el Santísimo con una
comparación bella: “¿Por qué, Dios mío, habéis puesto sangre y no aceite en
mis venas? ¡Ah! Si en mis venas yo tuviese aceite en vez de sangre, lo
derramaría gota a gota en las lámparas que arden delante del Santísimo
Sacramento”.

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