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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

UNIDAD XOCHIMILCO

DIVISIÓN DE CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DE LA SALUD

ÁREA DE ATENCIÓN A LA SALUD

MAESTRÍA EN MEDICINA SOCIAL

MODULO III

PRÁCTICA MÉDICA Y POLÍTICA SANITARIA

Docentes:

Carolina Tetelboin Henrion

José Arturo Granados Cosme

Asa Cristina Laurell

Presenta:

Claudia Correa Ponce

Julio de 2016
Derecho humano a la alimentación: un análisis entre el Estado, la industria, las
políticas y la obesidad

El derecho humano a la alimentación (DHA) no es únicamente el derecho al


requerimiento y satisfacción de un mínimo de calorías y nutrientes; el derecho a una
alimentación adecuada es aquella donde cualquier persona tiene acceso físico y
económico a la misma y en todo momento así como a medios para obtenerla. Es el
derecho a tener acceso a través de sus propios recursos, de manera permanente y libre,
sea directamente o mediante el uso de sus capacidades productivas y/o de comercio, a
una alimentación cualitativa y cuantitativamente adecuada y suficiente, reconociendo
preferencias culturales de la población y que responda una vida satisfactoria y digna,
individual y colectiva, física y mental. Los Estados que reconocen este derecho están
obligados a garantizarlo y a no reducirlo al simple suministro de los alimentos (Rivera-
Márquez, López-Moreno, Alfaro y González-Delgado, 2015).

Sin embargo, el panorama mundial en salud que ha orillado –en un principio- a los
Estados y organismos internacionales a instaurar el DHA, a causa de las altas
prevalencias de enfermedades carenciales como la desnutrición, ha sufrido una rápida
transformación con el incremento de enfermedades crónico-degenerativas tales como la
obesidad. En países como México, sigue habiendo una presencia importante de
enfermedades, infecciosas y carenciales así como crónico-degenerativas, convirtiéndose
en un problema de salud pública relevante en las últimas décadas.

La alta prevalencia de sobrepeso y obesidad (SP/OB) se hace presente en las


comunidades más pobres y en las menos marginadas del país. Los sectores más
desfavorecidos de la población enfrentan un empobrecimiento relacionado con las
enfermedades crónico-degenerativas lo cual les genera una mayor vulnerabilidad, ya que
hace difícil superar la pobreza debido al gasto que deben realizar para la atención de las
enfermedades como a la incapacidad que les puede generar (Barquera-Cervera et al.
2010).

Aunado a ello, la presencia de la globalización proveniente de los mercados


transnacionales que ha impactado en los ambientes locales, donde los individuos,
hogares, escuelas y comunidades interactúan normalmente con desventaja a causa de
deficiencias en educación y oportunidades de transformación social (Muñoz, Córdova y
Boldo, 2012), se ha convertido en un problema relevante que ha impactado directamente
en la salud de la población a causa del aumento de individuos con sobrepeso u obesidad
tanto en países desarrollados como en vías en desarrollo, tanto en áreas urbanas como
en rurales (Cesani et al. 2010).

Lo cual hace necesario que los Estados implementen acciones y estrategias para
garantizar y solucionar los problemas relacionados con la alimentación y nutrición de las
personas, no solamente el gran problema del hambre y desnutrición, parte importante
del DHA, sino que también, ante las epidemias de SP/OB, y contemplen el derecho a no
padecer sobrepeso u obesidad, ya que en la actualidad existe una sobreexposición de
las personas a entornos y dinámicas que promueven estas enfermedades (Rivera-
Márquez, López-Moreno, Alfaro y González-Delgado, 2015).

Por ello, el objetivo del presente trabajo es analizar el papel que ha desarrollado el Estado
en la implementación del DHA, ante las altas prevalencias de SP/OB y la industria en
México; a partir de dos apartados. En el primer fragmento, “El Estado, el derecho y la
industria”, se establecerá un recorrido a través de las características que han definido el
papel del Estado en la sociedad en que vivimos; así como, en la implementación del DHA
y en los intereses de las empresas transnacionales.

Para el segundo tramo, “Las políticas del Estado”, se pretende a partir de su estudio, en
relación con la industria y la presencia de obesidad, desentrañar los determinantes
políticos, económicos e ideológicos que adquieren al diseñarse e implementarse dichas
políticas. Además, se analizará el caso de una política diseñada e implementada para
atender las altas prevalencias de SP/OB en México.

Y se finalizará con las conclusiones dando respuesta al objetivo plasmado.

El Estado, el derecho y la industria

La transición de un Estado Liberal donde se acentuaban las desigualdades sociales


debido a la posesión del mercado sobre la fuerza de trabajo y la pugna por la
individualidad dejó la necesidad de un Estado periférico que ayudara a disminuir la
precariedad en la que se encontraban millones de personas. Debido a ello, nace el
Estado de Bienestar que si bien se regía bajo un carácter netamente asistencialista y/o
paternalista, su objetivo ideal era buscar humanizar a la sociedad e incluir a los
marginados y excluidos a la actividad de la misma (Portilla, 2005; Hall e Ikenberry, 1989).
Pese a que, los derechos humanos tuvieron sus orígenes con el liberalismo, fue hasta
1948 –bajo el contexto internacional de Guerras Mundiales, genocidio, etnocidio,
exclusión social, desempleo, pobreza y hambrunas- que se establecieron con carácter
universal a partir de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la Organización
de las Naciones Unidas, como parte del derecho a un nivel de vida adecuado, entre ellos
el DHA en su artículo 25 (Rivera-Márquez, López-Moreno, Alfaro y González-Delgado,
2015).

Así mismo, a nivel internacional se han ido consagrado diversos pactos y/o protocolos
que respaldan el DHA, como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales de 1966, artículo 11 (Rivera-Márquez, López-Moreno, Alfaro y González-
Delgado, 2015; Bautista-Cuevas et al. 2014). De igual manera en 1988, en el artículo 12
del Protocolo de San Salvador se estableció que:

“Toda persona tiene derecho a una nutrición adecuada que le asegure la posibilidad de
gozar del más alto nivel de desarrollo físico, emocional e intelectual” (ONU, 1988).

A los cuales se han suscrito –firmando y ratificando- diversos Estados-Nación.

Sin embargo, la crisis financiera de los Estados de Bienestar sumada a la desconfianza


de los grandes capitalistas de constituir en un tipo de Estado con carácter social,
estableció la desaparición de éste, y dio paso al Estado Neoliberal, caracterizado por la
disminución de la participación del Estado en las áreas sociales dejando dichos intereses
en manos del mercado; además, de una rápida destrucción de los códigos de
convivencia social y su reemplazo por nuevos (Portilla, 2005; Tetelboin, 2015).

A la par, el Banco Mundial fungió un papel determinante en el discurso neoliberal y


políticas diseñadas por los Estados condicionados a préstamos, reflejo de la
subordinación de los gobernantes; así como respuesta a la recomposición de relaciones
a través de los Tratados de Libre Comercio y del establecimiento de la globalización
(Tetelboin, 2015).
Por su parte, la globalización, se refiere al transcurso progresivo de integración de las
economías nacionales a un mercado mundial, donde los medios de comunicación han
impulsado el consumo excesivo en congruencia con la ideología neoliberal. Desde luego,
la globalización se asocia con el cambio de hábitos alimentarios de grandes sectores de
la población a nivel mundial, lo que causa un fácil acceso a la comida con alto contenido
energético y bajo valor nutricional –también llamada “comida chatarra”-, y con el
consecuente incremento de enfermedades como la obesidad, y otras enfermedades
crónicas (Castro, 2011; Laurell, 2015).

A pesar de ello, los Estados Latinoamericanos buscaron resolver la crisis de los ochentas
con la introducción de mecanismos de más mercado y menos Estado (Tetelboin, 2015).
Sumado a lo anterior, se vio fortalecida la liberalización de los flujos de capital con la
configuración del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), consagrado
entre México, Estados Unidos y Canadá, lo que desencadenó en la adopción de un ajuste
fiscal y el impulso de reformas estructurales en un país, como México, que se dedicaba
básicamente a la producción industrial y agrícola (Laurell, 2015).

A finales de 1994, la economía mexicana se desplomó, otra vez como resultado de la


especulación financiera y la fuga de capitales sin restricciones, lo que provocó que los
bancos mexicanos se declararan en quiebra. Sin embargo, fueron rescatados por el
gobierno, el cual formalizó la deuda como pública en 1998. Mientras los bancos y las
grandes empresas no contribuyeron en el pago de la deuda, por el contrario, las
pequeñas empresas perdieron sus activos y las familias perdieron sus hogares, lo que
se reflejó en un panorama de carencia general (Laurell, 2015).

Si bien, se logró un lento crecimiento después de la crisis, las consecuencias fueron


inmensas al establecerse un nuevo método de comercialización, la importación de
productos. Parecía que México era un exitoso exportador; sin embargo, el rápido
crecimiento de las importaciones causó un déficit sistemático en la balanza comercial, lo
que se reflejó en un panorama desfavorable para México, principalmente para la
soberanía alimentaria del país (Laurell, 2015).

A pesar de lo anterior se continuó en la lucha por instaurar o seguir instaurando los


derechos humanos –en particular el DHA el cual guía la realización de este trabajo- en
cada uno de los Estados-Nación; ejemplo de ello, es el Estado mexicano que en octubre
del 2011 publicó, en el Diario Oficial de la Federación, la reforma al artículo 4° de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, donde el Estado mexicano
reconoció constitucionalmente que:

“Toda persona tiene derecho a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad. El Estado


lo garantizará” (Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, 2016).

Sin embargo, ante una cultura de “comida chatarra”, promovida por los medios de
comunicación y la industria alimentaria en obediencia al modelo neoliberal mexicano e
internacional y a la globalización, se tuvo un impacto en la salud de las personas.
Situación probable de continuar agravándose en México, ya que actualmente ocupa una
posición preponderante la epidemia de obesidad (Laurell, 2015; Robinson, 2007).

Junto a esto, los intereses de la industria han construido estrategias económico-políticas


congruentes con sus objetivos capitalistas. A decir que, las necesidades de la sociedad
tuvieron una redefinición de contenido, inclinadas al orden capitalista, al modelo
neoliberal y a la globalización. Conceptos que ya se habían establecido en el imaginario
de la conciencia colectiva como la libre elección, las bondades del mercado y de la
competencia (Tetelboin, 2015).

Encima, se da la reorientación de políticas sociales y de salud, que otorgan más tarde


contenido a sus servicios en evidencia al proyecto económico subyacente, lo que da a
viejas formas nacionales nuevas relaciones de poder transnacional, resultando en la
redefinición de los intereses sociales del Estado a los intereses de la clase dominante;
en consecuencia, en la definición de las leyes que sirven a los intereses de algunas
personas y no al de todas aquellas que conforman la sociedad1 (Tetelboin, 1997;
Robinson, 2007; Hall e Ikenberry, 1989).

Es por ello, que ante el papel que ha desempeñado el Estado en la descripción anterior
del DHA en la Constitución Política Mexicana se hace necesario contemplar el derecho
a no padecer dichas enfermedades -SP/OB- y a diseñar los lineamientos y políticas

1
Noción fundamental del Estado en la obra de Marx (Hall e Ikenberry, 1989).
necesarias para hacer frente a estos problemas (Rivera-Márquez, López-Moreno, Alfaro
y González-Delgado, 2015).

Las políticas del Estado

La configuración de las políticas sociales, pero en particular de las políticas en salud han
adquirido características determinadas en función de las representaciones concretas del
Estado; respondiendo, bajo el modelo neoclásico/neoliberal, en la organización de las
relaciones sociales al capitalismo y a la necesidad de generar plusvalía, al mismo tiempo
de contribuir a la legitimación del sistema bajo la atención de los procesos de salud-
enfermedad de la población (Laurell, Granados y Tetelboin, 2016).

Conjuntamente, las políticas dirigidas al cuidado de la alimentación de las poblaciones y


aquellas que buscan atender el SP/OB, se han instaurado en una lógica de intereses del
sistema capitalista en su elaboración (Tetelboin, 1997); determinándose y determinando
económica, política e ideológicamente, en especial a partir de la influencia o
incorporación de la industria en el diseño y/o administración de las políticas en salud. Tal
como mencionó Margaret Chan, actual Directora General de la Organización Mundial de
la Salud, al plasmar el modo en que la industria alimentaria interviene de forma
importante en las políticas de salud de muchos gobiernos, ello en la 8ª Conferencia
Mundial de Promoción de la Salud de 2013:

“… El esfuerzo público dirigido a prevenir las enfermedades no transmisibles se enfrenta


a intereses comerciales de poderosos agentes económicos… la Salud Pública tiene que
lidiar también con otras industrias… [pero]… Son estas industrias las que en este
momento temen una regulación de sus productos por parte de las administraciones
sanitarias… recurriendo a… tácticas… [que] incluyen la creación de empresas dentro del
mismo grupo con una “cara amable”, la creación de grupos de presión, el
realizar promesas de autorregulación, el interponer demandas y el financiar estudios de
investigación que lo que consiguen es tergiversar la evidencia y confundir al ciudadano…
Además, este tipo de tácticas también incluye la realización de… contribuciones
relacionadas con causas nobles, o bien vistas por parte de la comunidad, de forma que
estas industrias terminan siendo percibidas como corporaciones respetables tanto a los
ojos de la ciudadanía como ante los de la clase política. Entre sus estrategias destacan
también el hacer descansar la responsabilidad de una mala salud en cada persona,
individualmente. Así como, pretender hacer creer que las acciones de los gobiernos por
regular estas cuestiones no son otra cosa sino una forma más de interferir en la libertad
personal de cada cual y su derecho a elegir libremente… La oposición [que es] ejercida…
[se convierte]… de una magnitud formidable. Ya que, un amplio poder en los mercados
se traduce en poco tiempo en [un] poder político… [Siendo] pocos los gobiernos que…
[priorizan]… las cuestiones de salud frente a los grandes negocios… [al existir] la
posibilidad de que la industria y las administraciones lleguen a acuerdos “comerciales”
fruto de las denuncias de la primera sobre las segundas… [y del] interés que pone la
industria para moldear las políticas de Salud Pública, en especial aquellas medidas que
afectan a sus productos. Si una industria está involucrada en la formulación de políticas
de Salud Pública… [se tiene] la seguridad de que aquellas medidas más eficaces serán
o bien minimizadas o bien apartadas en su totalidad” (OMS, 2013).

Ejemplo de ello, es la “Estrategia Nacional para la Prevención y el control del sobrepeso,


la obesidad y la diabetes”, impulsada por el gobierno de Enrique Peña Nieto en 2013,
donde se presentó como objetivo mejorar los niveles de bienestar de la población,
disminuir la prevalencia de SP/OB por medio de intervenciones en salud pública, un
modelo integral de atención médica y políticas públicas intersectoriales a través de
diversas regulaciones (SSa, 2013).

Cabe resaltar que, como establece Tetelboin (1997), las políticas sociales –y de salud
en nuestro caso- son la posición que toma el Estado ante a las diversas problemáticas
en función del juego de intereses en pugna. Figurando este proceso a través de
determinados actores que expresan intereses y posiciones de grupos, industrias,
instituciones, fracciones de clase y ocasionalmente individuales, frente, a la resolución
de cuestiones públicas y/o institucionales. Por ello, iremos desglosando y analizando
cada uno de los puntos2 de la “Estrategia Nacional para la Prevención y el control del
sobrepeso, la obesidad y la diabetes” para identificar los determinantes políticos,
económicos e ideológicos que formaron parte de esta política.

A decir de lo anterior, uno de los puntos prioritarios de dicha política, fue la regulación
de publicidad de alimentos con alto contenido energético y bebidas azucaradas; sin

2
En el presente trabajo no se agotan las críticas a dicha Estrategia Nacional.
embargo, la cobertura que se le dio a esta regulación, a partir de la restricción en
televisión y cines, fue muy limitada ya que no cubrió –ni cubre- todos los canales de
comunicación y herramientas de mercadotecnia dirigidos a la población infantil (Calvillo,
Espinosa y Macari, 2015). Es claro que el provecho interpuesto al establecer dicha
regulación, demuestra y reafirma, el respaldo a los intereses de las clases en relación al
poder y al sistema de producción vigente, o sea, de la industria alimentaria, al beneficiar
laxamente la salud de la población infantil. Ante esta explicación, se nota que la política
de Estado se suprimirse ante el poder económico (determinación política y económica).

En suma, la regulación en materia del etiquetado frontal de alimentos y bebidas no


alcohólicas, fue un sistema de etiquetado promovido por la propia industria alimentaria,
por el Consejo Mexicano de la Industria de Productos de Consumo, A.C. (ConMéxico)
en 2011; mismo que resulta engañoso e incomprensible para la mayoría de la población
(Calvillo, Espinosa y Macari, 2015). Dando a notar, la interferencia de la industria sobre
la determinación de las políticas implementadas. Y no solo en la definición de la política,
sino también, al promover un etiquetado inentendible que al final será ignorado y se
obedecerá, a lo que Tetelboin (2015) llama, al núcleo de interés de las necesidades
sentidas de las personas, contribuyendo así en el proceso de toma de decisiones a la
“posibilidad” de satisfacción de las aspiraciones. Haciendo énfasis en el derecho a la libre
elección de alimentos, donde todos pueden elegir lo que quieran, comer lo que quieran;
ya que está a su alcance la información de dichos alimentos que los ayudarán a decidir,
consumirlos o no. Sin dejar pasar el papel del Estado, que diseña políticas que permiten
acceder a la población a la información necesaria para poder “elegir” (determinación
política e ideológica).

También se desarrollaron ciertas medidas fiscales para bebidas azucaradas y alimentos


con alta densidad calórica. Sin embargo, el gravamen a las bebidas azucaradas fue aún
menor al recomendado internacionalmente -20% al 30% sobre el precio establecido- para
tener un impacto en la disminución del consumo de estas bebidas y sobre la salud de las
personas. A su pesar, se aplicó únicamente el 10% del impuesto a dichas bebidas
(Calvillo, Espinosa y Macari, 2015). Esto refleja, el poco margen de maniobra que tienen
los países –llamados en vías de desarrollo- como México, para implementar sus propias
políticas sociales, como el gravamen vía impuestos. Pues tienen que responder a
grandes organismos reguladores de la economía internacional como lo son: el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, al
mismo tiempo que a los gobiernos de los países más poderosos y a los acuerdos y/o
tratados establecidos entre países como el TLCAN (Castro, 2011) (determinación política
y económica).

Conjuntamente, durante el establecimiento de la regulación del expendio y distribución


de alimentos en escuelas; se pudieron observar ciertas fallas como que las autoridades
educativas y los responsables -de dicho expendio y distribución- desconocen los
lineamientos. Aunado, a la falta de mecanismos claros de responsabilidad, vertiéndola
exclusivamente a los padres de familia, y en caso de incumplimiento las sanciones serán
dirigidas los prestadores de servicios educativos (Calvillo, Espinosa y Macari, 2015). Es
así como, al ceder la responsabilidad de la regulación, tanto del expendio como de la
distribución de los alimentos al interior de las escuelas, a los padres de familia, el Estado
se desentiende de su obligación de garantizar las condiciones necesarias para que las y
los niños puedan acceder a una alimentación adecuada y por ende a la satisfacción del
DHA (determinación política e ideológica).

Conclusiones

A manera de conclusión, se puede resaltar que el papel que ha desempeñado el Estado


en la implementación del DHA, ante las altas prevalencias de SP/OB, y sobre todo, ante
la constante presión que ejerce la industria sobre el mismo, ha causado que las políticas
diseñadas dentro de los países –como en este caso México- no respondan cabalmente
a las necesidades de la población y persigan, más bien, un diseño de corte
neoclásico/neoliberal. Aunado, a que es indispensable que el DHA incluya el derecho a
no padecer SP/OB.

Así mismo, se hace necesario que el Estado se haga responsable de garantizar


totalmente el DHA, sobre todo en los sectores de la población más vulnerables como lo
son las y los niños. Ya que este primero tiene la obligación de proteger a los segundos –
y a cualquiera- por encima de los intereses que demarquen las industrias.
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