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30/10/2016 02:15 | Actualizado a 30/10/2016 04:30
Mariano Rajoy fue elegido anoche presidente del gobierno de España, gracias a un gesto
de generosidad y responsabilidad del Partido Socialista. Concluye así un periodo de más
de diez meses de interinidad política en el que se han puesto de manifiesto algunas
cosas importantes: la prudencia y profesionalidad del jefe del Estado, la solidez del
cuadro institucional, el desgaste del Partido Popular y las enormes dificultades del
bloque opositor para articularse como alternativa de gobierno, como consecuencia de la
fractura generacional y de la fractura territorial. Estos diez meses de bloqueo político
también han puesto de manifiesto la existencia de lagunas constitucionales en lo que se
refiere a los mecanismos de investidura, lagunas que deberían ser subsanadas.
Después de cuatro años de mayoría absoluta, la nueva situación exige al Partido Popular
un severo cambio de estilo. “Hay que saber ponerse en el lugar del otro”, dijo Rajoy
hace unos días. La composición del nuevo gobierno deberá ser reflejo de esa voluntad
dialogante. Si la cuestión de Catalunya se hubiese enfocado de otra manera, Rajoy
podría contar ahora con valiosos apoyos suplementarios. Puesto que no va a ser así, al
menos durante un cierto periodo de tiempo, la concertación con el Partido Socialista es
la única vía posible para garantizar un mínimo de estabilidad. Puesto que el PSOE se
halla en una situación interna muy delicada, la primera obligación del Partido Popular es
mantener la no injerencia. Todo el mundo sabe que a partir del próximo mes de mayo,
Rajoy podrá plantearse la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas
elecciones, pero no sería nada bueno que el nuevo gobierno echase a andar con esa
amenaza como divisa. De ser así, el país no lograría salir de la dinámica electoralista en
la que se halla sumido desde hace más de un año. ¿Qué cabe esperar? Cabe esperar que
este nuevo tiempo de diálogo sea provechoso y constructivo, como lo fueron otros
periodos en los que fue del todo imprescindible el consenso.
“Hay que saber ponerse en el lugar del otro”, dijo el presidente hace unos días. Esta
sería una buena divisa para afrontar sin dilación la cuestión de Catalunya, en un lado y
en el otro, así en Madrid, como en Barcelona.