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Hoy coexisten diferentes definiciones de infancia que, tal como señala Casas, lo que comparten es que hacen
referencia a niños y niñas en un particular intervalo de edad que oscila entre los 7, 10, 12 y 18 años. Estos
intervalos de edad asignados a la infancia constituyen indicios de cuáles son las concepciones que se ponen en
juego y cómo se relacionan concepto e intervalo (Casas, 1998). En este trabajo utilizaremos la categoría de
infancia recuperando la definición que, retomando los debates suscitados a partir de la Convención de los
Derechos del Niños, realiza el Ministerio de Trabajo argentino que estima que a niñez comprende el período
entre el nacimiento y los 18 años (Suriano, 2007; Lionetti y Miguez, 2010) mientras que la infancia llega a los
12-14 años.
las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX el sostenimiento de la
descendencia para los sectores urbanos más pobres, y en particular para las mujeres solas,
es complejo. Las condiciones de existencia de las familias cambiaron y diversos autores
(Cicercchia, 1994; Lionetti y Miguez, 2010) asociaron el dejar los niños bajo tutela de
organismos de la beneficencia social o estatal a los magros ingresos familiares y también a
la desarticulación de las redes domésticas que permitieran dejar los niños al cuidado de
otros adultos. Este fue un momento de vertiginosos cambios en torno a las formas de
organización social y familiar, en el que los sentimientos hacia la infancia también se
modifican.
Junto a la familia, la escuela adquirió un protagonismo central para construir,
producir y reproducir la infancia. La definición de las edades de la infancia y la juventud,
como se ha señalado recurrentemente, remitió a la cultura y dio lugar a un debate que no
cesa. Sobre fines del siglo XIX y principios del XX se consolidó la perspectiva de que la
niñez pertenece a un mundo diferente del de los adultos y, también, que era necesario
construir regulaciones estatales específicas para ella, entre las que la legislación educativa
ocupó un lugar central.
Investigaciones recientes coinciden en señalar que durante las últimas décadas del
siglo XIX tuvo lugar un proceso de ampliación de las funciones de las esferas estatales, que
procuran alcanzar una población urbana muy heterogénea y creciente. La urbanización y la
incipiente industrialización fueron relevantes a la hora de la definición de una nueva agenda
pública que incluyó a la infancia como asunto central. El incipiente Estado nacional de
fines del siglo XIX tuvo, entre sus desafíos, el de construir modos de integración social, que
como plantea Robert Castel, implicó incorporar a los sujetos en la organización social lo
que otorga simultáneamente, una inscripción física y simbólica al tiempo que los construye
como beneficiarios de los sistemas de protección de cada tiempo (Lvovich y Suriano,
2006).
La infancia estuvo en el foco de las definiciones de las políticas sociales al ser
considerada como destinataria principal del sistema de educación pública y, también de
aquellas iniciativas que se despegaron para atender a los más desprotegidos.
Este trabajo detiene la atención, en primer término, en cómo se pensó a la infancia
entre fines del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo siguiente, cómo se
construyeron jerarquizaciones de las experiencias infantiles. Infancias válidas/inválidas,
civilizadas/salvajes, normales/anormales, nacionales/extranjeras, fueron algunas de las
clasificaciones dicotómicas que se construyeron. En segundo término, la preocupación se
centra en cómo fueron construidas las alteridades infantiles, atendiendo particularmente a
cómo se consideraron las infancias migrantes en las perspectivas de quienes participaron de
la definición de las políticas públicas en general y de inspectores y docentes, que tratan con
ellos en los momentos de la instalación de las primeras escuelas en los territorios más
alejados del país.
Esa nube de muchachos que durante el día aturden en las calles de la Capital
vendiendo diarios y por las noches obstruyen las puertas de los teatros es un
almácigo de criminales, que nada salvará ya de la sentencia fatal que los
condena a la falta.
(Cané, 1899:112-113)
La definición de que había una infancia “normal”, tuvo como contracara que hubiera
muchos de los niños/as que no condijeran con ese patrón. Tanto los niños y niñas
inmigrantes o hijos de inmigrantes como los niños y niñas indígenas se alejaron de aquéllos
que la escuela consideró como los destinatarios naturales de sus propuestas. Inspectores,
periodistas, maestros y maestras identificaron a la infancia alterna con la “barbarie”, con lo
atrasado, lo salvaje o semi-salvaje, y aunque sostuvieron posiciones diferentes que se
analizan a continuación, existió consenso en torno a qué parte de la tarea era asimilar a
estos niños y niñas a los repertorios culturales que la escuela proponía.
Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, las infancias migrantes
también fueron objeto de la mirada de los protagonistas de los debates políticos,
inspectores, maestros y maestras, medios de prensa que los describieron de distintas
maneras compartiendo frecuentemente la sospecha sobre las ideas políticas de sus padres,
sus repertorios culturales, su disposición a identificarse con el sentimiento nacional, a
venerar los símbolos nacionales y utilizar el castellano como única lengua, entre otras
cuestiones.
Al igual que con “los hijos de los pobres” (Cunningham, 1991) las perspectivas de los
distintos sujetos sociales son diversas. Los inspectores, docentes y otros funcionarios
sostuvieron, en muchas ocasiones, discursos donde la inmigración era una forma de
promoción de la civilización, en particular una forma de acercarla a los diversos puntos del
territorio nacional; pero también relataron los obstáculos, difíciles de sortear, para las
escuelas con la población migrante o con su descendencia.
Situada la infancia como el sujeto del futuro, maleable, y principal apuesta en la
construcción de la sociedad moderna, se depositaron en los niños y niñas expectativas y
proyectos; pero también fueron vistos como herederos de pautas culturales distantes de las
deseadas, y como difíciles de acercar a la propuesta escolar. La preocupación por incidir en
la formación de la infancia migrante fue intensa, y se expresó en debates y posiciones sobre
cuáles serían las intervenciones para interrumpir los procesos de apropiación de los
repertorios culturales entre generaciones, y también en múltiples intentos de producir
adhesión al sentimiento patriótico al tiempo que se intentó propiciar su asimilación a la
incipiente “cultura nacional”.
Todos los niños que se han inscripto son indios y hablan muy poco el castellano.
[…]
Tres son los elementos que constituyen la población de esta comarca: el
Británico, el Chileno y el Indio.
Estos tres elementos no se confunden aún; tienen sus particularidades que los
distinguen, siendo lo único común la ocupación en ganadería. El inglés con su
casa de adobe, ventanas con vidrios, carros llamados vagones y corrales de
alambre.
El chileno con su casa al estilo de su patria, de fuertes trozos de madera,
entrelazados de vigas, de una solidez a toda prueba y su chacrita que flanquea la
vivienda, donde se cosecha trigo y papas y cultiva sus cebollas (chalotas),
verduras, etc.
[…] Diríase que tiene a la vista la civilización y la barbarie sin derramarse la una
a la otra.
(643-644)
Las perspectivas sostenidas por distintos funcionarios escolares y docentes sobre las
infancias migrantes, tanto de ultramar como de países vecinos, estuvo articulada con lo que
se construyó como el problema del “nacionalismo”, por un lado y por otro, con el debate
sobre si lo “cultural” era hereditario o podía ser moldeado por la escuela. Como se ha
abordado anteriormente, la llegada masiva de inmigrantes generó sentimientos y
expectativas disímiles, si por un lado se esperó de ellos que trajeran la civilización, también
se los experimentó como amenaza a la dilución de la incipiente “pertenencia a la nación”.
La conformación de fronteras, estableció asociaciones entre territorios y Estados
modernos y la presencia de cantidades significativas de migrantes complejizó uno de los
principales presupuestos nacionalistas: un territorio habitado por una población homogénea
desde el punto de vista étnico, cultural y lingüístico (Hobsbawn, 2000). Segato (2007),
analizando el proceso de construcción nacional argentino señala que se sostuvo sobre una
"formación nacional de alteridad", propiciada desde el Estado –desde la construcción de los
censos, desde el sistema educativo, el servicio militar, entre otros- en la que la población,
descripta a partir de ciertas afirmaciones esencialistas- fue fuertemente interpelada
modificar sus adscripciones lingüísticas, nacionales, culturales como punto de partida para
ser considerado parte del colectivo nacional.
Tal como señala Eric Hobsbawn (2000), el nacionalismo se articuló de modos
complejos con lo que llamó "el patriotismo de Estado", con la ampliación de la
participación política y con las dinámicas que se construyeron en amplios sectores sociales.
Docentes, funcionarios escolares y también representantes políticos identificaron en las
relaciones entre padres e hijos un obstáculo en la construcción de sentimientos de adhesión
a la escuela y, en particular, a la identidad nacional que se pretendía forjar. Se esperó de la
escuela que enfrente estos obstáculos y al mismo tiempo, construya nuevas articulaciones5.
En Argentina, los sentidos del nacionalismo no fueron unívocos, adquirieron
interpretaciones disímiles, que variaron desde el nacionalismo liberal y el popular, hasta las
más conservadoras y racistas así como también y también, otras articuladas a utopías
populares (Novaro, 2012).
Se construyeron distintos dispositivos para promover las sensibilidades nacionales en
la escuela: libros de texto, canciones, rituales y actos escolares y, centralmente, la
construcción de un sistema formador que produjera difusores del sentimiento patriótico. Y
en esa operación se construyó la perspectiva de que lo “propio” era lo argentino y lo
extranjero era la “amenaza de disolución”. El sentimiento nacional era natural e inalterable
y quienes no adherían a este sentimiento eran sospechosos o bien, desagradecidos.
En la escuela, la preocupación porque los niños y niñas sintieran “amor a la patria”
aparece como una preocupación que se exacerbó cuando se hizo referencia a los hijos de
los inmigrantes. Los niños y niñas de los inmigrantes nacidos en Argentina son objeto de
una preocupación singular porque, por un lado, a diferencia de otros países –como Estados
5
Los niños y niñas no formaron parte del mayor caudal migratorio, por lo que algunos autores (Tedesco,
1982 , Carli 2002) señalaron que la migración tuvo que pensar la socialización de los adultos, que
constituyeron el público mayoritario. Cabe señalar que la composición de la inmigración fue mayormente
masculina, integrada tanto por jóvenes como por adultos: el 20% tenía entre 13 y 20 años; el 35 % entre 21 y
30; el 17% entre 31 y 40 años, siendo los niños y niñas de entre 1 y 12 años el 15% de los que arribaron y los
mayores de 50 años el 50%. Y salvo en el período que coincide con la Primera Guerra, del total de
inmigrantes sólo un tercio fueron mujeres, por lo que muchos de los matrimonios se produjeron con mujeres
de diverso origen nacional (Cibotti, E. 2010).
Unidos- el sólo hecho de nacer aquí les da la nacionalidad y por otro, porque para algunos
mucho de lo “cultural” es hereditario.
La preocupación por la descendencia en Argentina es peculiar, se adoptó el criterio de
que la nacionalidad de un individuo se adquiría por el lugar donde ha nacido –y no, la
sangre que hereda- así, los hijos de matrimonios de extranjeros o de un extranjero y un
argentino, fueron considerados argentinos, lo que suscita mucha inquietud en los sectores
locales (Otero, 1998).
En la percepción de los funcionarios de la época, incluso de quienes como Estanislao
Zeballos, en 1883, habían depositado fuertes expectativas en la llegada de inmigrantes, el
panorama era complejo: no había un solo tipo de inmigración sino, por lo menos, dos. Unos
migrantes espontáneos, escasos, se correspondían con la inmigración esperada –por su
repertorio cultural, porque había migrado junto a su familia y se había instalado en el
campo- y otros migrantes “artificiales”, habían llegado en grandes cantidades, desprovistos
de familia y oficio, que no habían venido por interés por esta tierra sino buscando
sobrevivir.
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La participación de los hijos de los inmigrantes en diversos conflictos políticos aumenta la preocupación.
Señala Santiago Sánchez que “en ocasión de la segunda revolución radical de ese año [1893], cientos de
milicianos “suizos”, hijos de europeos nacidos en el país, ocupasen militarmente la capital provincial [de
Santa Fe] e hiciesen ondear sus banderas helvéticas, ante la indignada mirada de los criollos, particularmente
de aquellos que estaban en el gobierno” (Sánchez, Santiago, 248)
No necesito buscar en la ciencia, ni en los libros, ejemplos que ilustren estos
gravísimos problemas jurídicos: los encuentro en el aula. No pocos, acaso la
mayoría de los que me hacéis el honor de escucharme, sois hijos de extranjeros,
sois ciudadanos argentinos y habéis servido dignamente a nuestra bandera en la
respectiva conscripción; pero si fuerais a Europa tendríais la decepción de saber
en la tierra de vuestros progenitores que sois considerados ciudadanos suyos;
que vuestros nombres están inscriptos aquí en los consulados, que estos han
enviado copias de sus registros en que estuvieron domiciliados vuestros padres
en Europa, antes de emigrar, están también vuestros nombres registrados en los
cuadros de un ejército, que el día de una movilización general, exigirá vuestra
presencia o pasará a los cuarteles generales este padrón de ignominia: ¡el joven
don Fulano de Tal nacido en la República Argentina, desertor de su bandera!.
(1912: 296-297)
Es el propio Zeballos quien sitúa, a través de sus distintas intervenciones públicas, los
múltiples problemas que los percibe en aquel momento: la extracción social, cultural y
política de los inmigrantes no sólo le produce una preocupación por el presente sino que
ésta se agrava al constatar que la descendencia son y serán argentinos, con participación en
las escenas políticas. Y aunque –a diferencia de Alberdi y en consonancia con Sarmiento 7-
propugne tanto porque se tenga en cuenta el lugar de nacimiento para la nacionalidad –y no
la nacionalidad de los padres- como por la naturalización de los adultos inmigrantes, no
deja de expresar la percepción de la insuficiencia de los esfuerzos por sumarlos
efectivamente como connacionales, más allá de las formas en que son inscriptos en los
papeles. Esto se trasluce en cierta disconformidad con los tiempos de los avances de la
escolarización.
Otro de los que se pronunció sobre la situación de los hijos de los migrantes fue
José María Ramos Mejía8. Médico positivista, de fuerte gravitación en el campo educativo,
como se señaló anteriormente, parte de la perspectiva de que las enfermedades se originan
en lesiones que se expresan en sintomatologías clínicas. Esta perspectiva le permitió
identificar como “enfermos sociales” a aquellos que realizaran demandas o no asumieran
como propias las formas de organización que el Estado proponía. También las conductas
disruptivas del orden podían deberse a déficits raciales. En su perspectiva los inmigrantes, a
quienes había estudiado a través de “experiencias de psicología” en el “Asilo de
Inmigrantes”, provenían de zonas rurales y esto les confería rasgos propios. Señala Ramos
7
Sarmiento abordará en varias ocasiones el tema de los hijos de los inmigrantes y, en particular el tema de los
hijos de los italianos. Pueden consultarse “Una Italia en América” (1900) y Informe sobre Educación (1958)
8
José María Ramos Mejía se gradúa en 1879 como Dr. en Medicina, es Director de la Asistencia Pública en
1882, preside el Departamento Nacional de Higiene hasta 1897, y es Diputado Nacional entre 1888 y 1892.
Mejía, en su obra Las Multitudes Argentinas (1899):
Luego Ramos Mejía hace referencia a su descendencia, en una clave, que permite
advertir los trazos del evolucionismo, y que pone sobre la mesa cómo se articularon la
preocupación por la infancia descendiente de padres y/o madres migrantes con la cuestión
del nacionalismo.
A su vez, y con cierta distancia del planteo de Estanislao Zeballos, se preocupa por
establecer una línea divisoria entre los “hijos de nosotros” y los de los “Otros”, una suerte
de distinción, que instala un manto de sospecha aún en los casos en que parecieran haberse
asimilado a la vida nacional. En la misma obra, “Multitudes Argentinas”, José María
Ramos Mejía (1899), advierte que el malestar con los hijos de los inmigrantes no es sólo
con los que pululan por las calles vendiendo diarios, como “apéndices canallescos” sino
también con los que acceden a estudios superiores. Señala:
Ese niño, ese niño protestará siempre en nuestro país; él es argentino, y no podrá
ser expulsado” (…) “la semilla dejada por los extranjeros perseguidos, sea
recogida como cosecha, por sus herederos, los hijos del país, quienes seguirán
predicando con más firmeza Congreso Nacional: Diario de sesiones de la
Cámara de Diputados (Citado por Feldman, H., 2011)
A modo de conclusiones
Bibliografía
Fuentes citadas
Cané, Miguel (1903). Prosa ligera. Buenos Aires, Amoen Editor (primera edición).
Díaz, R. B. (1890) Informe del Inspector de Territorios y Colonias. Monitor de la
Educación Común. Buenos Aires: Consejo Nacional de Educación.
Feldman, H. (2011) Una patria amurallada: políticas de contención en la Argentina
aluvial (1870-1904). Buenos Aires: Prometeo.
Mercante, Víctor (1904). Psicología de la aptitud matemática. Buenos Aires: Librería del
Colegio.
Ponce, Pedro P. y Funes, Luis (1906) Territorios Nacionales: cómo avanzan las primeras
luces en el desierto austral [en línea] [citado 2015-02-02]. Disponible en:
http://www.bnm.me.gov.ar/ebooks/reader/reader.php?
mon=1&vt=n&dir=00150822&num_img=641
Ramos Mejía, José María (1899) Las Multitudes Argentinas. Buenos Aires: Editorial
Biblioteca.
Zeballos, Estanislao (1984). La región del trigo. Madrid: Hyspamérica (Primera ed. 1883).