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facetas de la odisea de vivir que la costumbre por lo general tapa: zonas del
mundo y de la relación con el mundo se vuelven significativas y con ellas,
tácitas, las preguntas sobre el estar ahí. Tácitas las preguntas pero palpables en
la escritura como temblor, como expectativa, como irresolución: en gran
medida, Psikodalia es una serie de interrogantes tácitos acerca de qué es, para
qué y cómo, el hacer uso de la vida en el incomprensible y siempre excesivo
mundo que nos toca. ¿O el tiempo que nos toca? Es lo mismo: somos siempre
recién llegados a algo que funciona según sus propias razones, sin pedirnos
permiso. Estoy hablando de extrañeza, por supuesto, y de lo que le ocurre a la
escritura, al menos en este libro, cuando la experiencia de la palabra amorosa
hace que algo se abra paso, algo que no se sabe qué es hasta que se concreta
como escritura.
Y ni siquiera entonces, en realidad, se sabe qué es, ni importa: más bien
se ve, se percibe, se encuentra. No hay saber posible en esta lectura ni saber que
alcance para dar cuenta de eso que palpita, vivo, en las palabras y entre las
palabras, sin definirse por completo. Está ahí latiendo, concreto, hecho de
palabras, en el papel o en la pantalla: ráfagas o islotes de realidad verbal en
medio de la incertidumbre y el desamparo, pero de una realidad verbal cargada
de fuerza, de necesidad de concretarse. No es que estemos ante el despliegue de
un pensamiento: es como si Palacio Gamboa hubiera dejado advenir a las frases
para ver qué concretan, de la manera en que reclama que se concreten cada uno
de los diversos intentos que son los poemas, y esa palabra, “intento”, me parece
en este caso decisiva. De ahí el aspecto de colección de poemas sueltos, sin
mucha relación entre sí, salvo por el hecho de que de un modo u otro son
poemas “de amor” y de que fueron escritos en ladino. Y de eso precisamente, se
trata, supongo: ver qué pasa en el intento de escribir en ladino poemas de amor.
Que Psikodalia esté hecho de intentos es, tal vez, una de sus virtudes: lo que el
intento tiene de aventura, de descubrimiento, de fundación. Nada cierra en los
poemas de este libro, y no sólo ni principalmente porque a veces no se sabe
bien a qué se refieren sino porque es fuerte la sensación de que dejan siempre
algo sin decir, como si hubiera un desajuste entre el impulso de decir y lo que
alcanza a ser escrito, no por torpeza en el manejo de la escritura sino como
consecuencia de lo arrojado del intento. Más que lo dicho, es el intento de decir
el que “dice”, incluso a través de lo que no pudo ser dicho pero de alguna
manera está.
Como una serie de apuntes, o de inscripciones de impulsos verbales,
como si las palabras congregadas en versos llegaran impulsadas por su propia
fuerza interior, su necesidad de materializarse en el papel o la pantalla, sin
esperar nada más que esa materialización, a su vez dispuesta infinitamente a la
intemperie de las lecturas, los poemas instalan su propia realidad, pero lo hacen
como marcas o inscripciones de una pasión lanzada a contactar algo de lo
incomprensible de la vida que realmente nos toca (“Psikodalia”, dice Palacio
Gamboa, es “dalia psicodélica”: “la dalia carga con una simbología vinculada a
las pasiones y al impulso y, particularmente, al caos que originan esas pasiones
y esos impulsos”). Hacer algo que sea poesía con ese problemático y febril
cambalache que pulula, promiscuo, afuera del alma o de la mente, y en ellas: el
olor de los cedros del Líbano en el recuerdo de una mujer y la barbarie
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capitalista, el Blackstar de David Bowie y una heladera Siam de los cincuenta,
menciones al Mar Rojo y al Jordán y a las calles de Safed al lado de un hotel en
Paraguay y Agüero y los escombros del Medio Mundo montevideano, y la
sombra del naranjo y la luz primera del primer día del mundo. Metido con todo
en ese entrevero, Palacio Gamboa puede dar cuenta del resplandor de lo que se
vivió, de la minúscula y perfecta eternidad de un gorrión revolcándose en el
polvo o el fulgor de unos jazmines en la mesa, y de la ausencia, lo perdido, lo
inalcanzable, y del infinito abismo entreverado y delirante de la entrega al
placer amoroso (o de la entrega al placer de la entrega). Puede, también, en esa
línea, mencionar a Spinetta y a Maimónides y a Kafka, escribir “aurora boreal
zizekianísima” y “tecnopagano” y “psicoactivo”, pero también hablar de “una
inmanencia pura” y admitir “que jamás volvimos del paraíso” y musitar a la
mujer amada que “no habrá nísperos ni ahogos que corrompan/ ese abismarse
en su ronda,/ señora mía”.
“Nuestros cuerpos húmedos en esta hora de fetos químicamente alterados,
tan transparentes como una profecía”, dice el poema 9; “nuestros cuerpos
anunciando catástrofes inminentes: caída de meteoros, revuelo de aves de
rapiña, nube de langostas, maremotos, destellos en el horizonte;/ nuestros
cuerpos de silbidos alucinados resonando en la médula de los huesos”. Que una
poesía tan actual como la de Psikodalia esté escrita en ladino parece una
contradicción o lo es. Más aun cuando, aunque tiene notoriamente sus raíces en
la tradición poética sefardí, esta escritura se dispara a veces hacia algunas de las
zonas más complejas y aventuradas que a la escritura abrió la herencia de las
vanguardias, sin por eso dejar de evocar la tradición de la lengua o volver en
cierto modo a ella. Veo una analogía entre esa coexistencia de formas, la
tradicional y la actualísima, con lo que ocurre en “el espíritu” de estos poemas,
tan atentos a lo antiguo o “tradicional” (¿a lo permanente?) como al apabullante
escenario de “la época”, como si fuera desde esa perspectiva que se puede
percibir mejor lo que el tiempo nos presenta, inesperado e incesante, sin negarlo
a priori ni aceptarlo con el fatalismo del resignado o el conformista. Y alguna
pequeña y sustanciosa certidumbre, aun con la evidencia de habitar un mundo
que se parece demasiado a un apocalipsis, se puede aun tener: “Qué nos queda/
sino el ser una línea de dirección variable,/ poner en jaque al cono inverso de un
dios rubio,/ su turbia trascendencia/ en lengua de ceniza.” Llegar a tocar el
temblor de lo amoroso, con lo que tiene de asunción del desamparo y de
necesidad de encuentro con “lo que no es yo” es, en los tiempos en que tiene
lugar este libro, bastante más que una necesidad, y un acto de arrojo. Si el lector
se permite ser conmovido tanto como me conmovió el ejercicio de esa
inquietud, es posible que se sienta muy agradecido a la posibilidad de
encontrarse o reencontrarse con esa parte de sí mismo.
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Daniel Freidemberg
–La lengua es hospitalaria. No toma en cuenta nuestros orígenes. No puede
ser sino lo que obtenemos de ella, no otra cosa esperamos de nosotros.
–¿Y si nosotros no esperamos nada?
–Tu soledad será igual a la nuestra.
–Te obsequiaré mi libro esta noche.
–Un libro no se regala. Uno lo elige.
–Así ocurre con la lengua.
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Habib, dizías,
ávlame a mí i ke seas
tú kien avle, non il avla.
Non ese otro túmulo ke s´eskarva
entre las falitas desta gran tiniebla,
non il grumo ferbido in pesgadumbre.
Habib, dizías, sé esa erransia
di kien konverje agazapándose
-ospitalario- in la yanúra
blanka di la palavra última. La mía.
La tulya.
La muestra.
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Amor, decías,
háblame a mí y que seas
tú quien hable, no el habla.
No esa otra tumba que se escarba
entre las ruinas de esta gran tiniebla,
no el grumo hervido en pesadumbre.
Amor, decías, sé esa errancia
de quien converge agazapándose
-hospitalario- en la llanura
blanca de la palabra última. La mía.
La tuya.
La nuestra.
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Avramos il vino,
ya-ayuni,
ke il frilyo
-tan atrosmente limpyo kual diamante
feriente- non permite
sikiera il paso di los tártaros.
Non kiero k`este instante sepa a aséro
i pierda il temple
eskuentra bátak d`una maxa
kuando tengamos ke salir al shemot.
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Abramos el vino,
ojos míos,
que el frío
-tan atrozmente limpio cual diamante
hiriente- no permite
siquiera el paso de los tártaros.
No quiero que este instante sepa a acero
y pierda el temple
junto al golpe de una pala
cuando tengamos que salir al éxodo.
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Las calles de Safed te desbordaban,
pero igual fuiste
allí a hurgar la geografía de un retorno, el nombre,
ese metal pesado que cae y se escurre
sobre el ladrillo y la reja de sus casas.
Aquí ya sabemos
lo que hay que saber.
Cada acto de presencia está mediado
-infinitamente- y sólo así el vino
será sangre y la sangre, tierra.
Por eso en Montevideo
-o Buenos Aires-, Safed
persiste en su desborde y festejamos
-aunque afuera el viento,
los vasos rotos,
el rayo-.
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Ez il kaliche.
Ez il empinado.
Ez il chapéo enkolgado d´un klavo
Ez il ekmek rezén ornado, la puerta dil kavé, las kartas.
Ez il rekodro.
Ez este egzilo.
Ez tu páso in l´arvoredo, il morral.
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Es el salitre.
Es el empedrado.
Es la boina colgada de un clavo.
Es el pan recién horneado, la puerta del café, las cartas.
Es el recuerdo.
Es este exilio.
Es tu paso en la arboleda, el morral.
Entre los ruidos del centro,
amada mía, no hay Hiroshima que apague el canto de estos pájaros.
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Los yazmines
ke truxiste i poziste sovre la meza
son los mezmos di kuando lyo pují a pokas kuadras
dil Medio Mundo, sus eskombros, i seerán
los mezmos di kuando toke fazer ofisio di defunto i la varia lúna
sea esa moneda kon ke pague este arezbalarse, azeno,
kontra la enkastelyada duresa dil planeta. I aunke se efasen
di una uena vez los rastros dil pardal arrebolkándose n´il polvo
ansi komo los tulyos i los míos yendo verso alguna di las cazas,
los yazmines terán ese fulgor insomne ke seerá
in adelantre l´inekstinguible luz d´una kondana,
la di aver sido un siklón,
il midrash ke Kafka tachó di sus apuntes,
la trezera d´un leto faziendo rempuxar la kal
myéntres los demás drumían.
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Los jazmines
que trajiste y pusiste sobre la mesa
son los mismos de cuando yo nací a pocas cuadras
del Medio Mundo, sus escombros, y serán
los mismos de cuando toque hacer oficio de difunto y la varia luna
sea esa moneda con que pague este deslizarse, ajeno,
contra la amurallada dureza del planeta. Y aunque se borren
de una buena vez los rastros del gorrión revolcándose en el polvo
así como los tuyos y los míos yendo hacia alguna de las casas,
los jazmines tendrán ese fulgor insomne que será
en adelante la inextinguible luz de una condena,
la de haber sido un ciclón,
el midrash que Kafka tachó de sus apuntes,
el respaldo de una cama haciendo tambalear el yeso
mientras los demás dormían.
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Maldico il sol
o la luz
por forsar la distansia
-la diferensia-
entre il bindrío i los ibiscos
entre mi bientre i tus mushos
entre il pasilyo i'l kalderum.
Maldico il sol,
i la luz
non ez más ke una ferrujen
akodrando-nos
ke djamás aboltamos dil ganeden
i ke il uno non ez
más uno
ke il d'esta brutal pedaseria.
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Maldigo el sol
o la luz
por imponer la distancia
-la diferencia-
entre el vidrio y los hibiscos,
entre mi vientre y tus labios,
entre el pasillo y el pavimento.
Maldigo el sol,
y la luz
no es más que una herrumbre
recordándonos
que jamás volvimos del paraíso
y que el uno no es
más uno
que el de este brutal descuartizamiento.
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María,
reyna dil ochen sírkulo
i di mi espalda in lyaga viva,
mikrotonada indie, serado track dil Blackstar di David Bowie,
ten piadád.
María,
sacrosánta espía rusa deste Vladivostok ke tengo por intrania,
mortisia i psikodalia di mis pásos por la rambla Libertador kuando lyevo in mi
aldikera la metasustansia preta di la ke stán fetos los ándjelos,
ten piadád.
María,
aurora borial zizekianísima,
glamurama Vogue di espirtos desenkontrados
i almena ande brota, karnívora, la róza di los áyres más eléktrika,
ten piadád.
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María,
reina del octavo círculo
y de mi espalda en llaga viva,
microtonada indie, oculto track del Blackstar de David Bowie,
ten piedad.
María,
sacrosanta espía rusa de este Vladivostok que tengo por entraña,
morticia y psicodalia de mis pasos por la avenida Libertador cuando llevo en
mis bolsillos la metasustancia negra de la que están hechos los ángeles,
ten piedad.
María,
aurora boreal zizekianísima,
glamourama Vogue de espíritus desencontrados
y almena donde brota, carnívora, la rosa de los vientos más eléctrica,
ten piedad.
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Fi por veredas,
i fraguas, los únikos
simanes di ke algo survivió a la gerra.
In la punta
más leshana ubiké il mispar. Subí. Te vi in la aspera
i esaljorcé non sólo il bolso
kon ke traversé un río tan grande komo il mar,
sino il boy desa osensia
kompuesta di tus partes.
Komo si lyo non fera más ke un desvarío di los baxus syélos.
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Vaziyamos la djarra
i desde´l bar salimos
rumbo a la parada. Il balo
fe tu prometa, truxerme ese meridiano
d´ansestral aisyanería. Fe mi prometa
la fruta frente´l espejo
o la yeladera Siam di los sinkuenta,
seer monte psicoaktivo,
la mano soxeftándote dil pelo.
Komplirlas fe fazer di la istória un akto pánico,
la fiesta dil mendico ke diskonose al rey.
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Vaciamos la jarra
y desde el bar salimos
rumbo a la parada. El baile
fue tu promesa, traerme ese meridiano
de ancestral gitanería. Fue mi promesa
la fruta frente al espejo
o ante la heladera Siam de los cincuenta,
ser monte psicoactivo,
la mano sujetándote del pelo.
Cumplirlas fue hacer de la historia un acto pánico,
la fiesta del mendigo que desconoce al rey.
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Su kavalyar a sido
la supresión total de la kreyensia,
una imanensia pura por la ke il peto dil dragón
topa al fin su lansa. I la prunta
ke non asierta djamás a revelar la esfinje
i la repuesta, esa otra sifra,
la endriz ke parte in dos la roka
al bodre di la plaj, ¿savrán truxer
a mi memoria ke alguna vez fi kavalyo?
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Fue su cabalgata
la supresión total de la creencia,
una inmanencia pura por la que el pecho del dragón
encuentra al fin su lanza. Y la pregunta
que no acierta jamás a revelar la esfinge
y la respuesta, esa otra cifra,
la grieta que parte en dos la roca
al borde de la playa, ¿sabrán traer
a mi memoria que alguna vez fui caballo?
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In la madrugada
las pozo sovre mi pecho
-las pozo sovre mis welyos-
myéntres lyo durmía
i´l huégo dava su braza última.
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En la madrugada
las puso sobre mi pecho
-las puso sobre mis ojos-
mientras yo dormía
y el fuego daba su brasa última.
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Fe nesesario il asfalto
i sus roturas para ke ulvidásemos il pulvo,
i ansí las korrespondensias pudieran tornarse al remitente.
Fe nesesario ke la eskolyera se derrumbara
kuando il tifón telfeó su búxola.
Fe nesesario ke las ventanas fuesen serrándose
komo il parparo d´un muerto
al notar la djente ke akelya prosesión
non era in omenaje a alguna betulah o a algún mártir,
sino aleprados destinados a ekserser la kema.
Fe nesesario ke mos eskoltaran, inkadenándonos,
para ver ke asta la mezma muerte tiene muestra mezma mano,
muestra mezma boka
i una sonrisa di kordial salade
versa akel ke va apilando,
a muestros pyez,
la lenya.
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Pedrí il kuénto
di kuántos brasos
tuve que bushkár para enkontrarte.
I agora ke te veo baxu la solombra
dil portokal, me kusta rekonoser-te.
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Perdí la cuenta
de cuantos brazos
tuve que buscar para encontrarte.
Y ahora que te veo bajo la sombra
del naranjo, me cuesta reconocerte.
Yo ya no me reconozco.
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In la frontiera
la espansión di las glisinas se fas irreversivle i los bubas vudú son kitados di su
esfuenyo d`estope i báyat landra. Sé ke empesijarías a estirpar di mí esa
mansana di kal viva invulneravle al ruego i al kuchilyo, il rezno, il biséfalo. In
la frontiera non ay más ke muestra kondisión di milibares; in la frontiera non ay
más ke muestra kondisión di orkídias radiaktivas; in la frontiera, ya-habib, non
ay más ke muestra kondisión di presipisio.
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En la frontera
la expansión de las glicinas se hace irreversible y los muñecos vudú son
sacados de su ensueño de estopa y grasa rancia. Sé que empezarías a extirpar de
mí esa manzana de cal viva invulnerable al ruego y al cuchillo, la mosca berro,
el bicéfalo. En la frontera no hay más que nuestra condición de milibares; en la
frontera no hay más que nuestra condición de orquídeas radiactivas; en la
frontera, amor mío, no hay más que nuestra condición de precipicio.
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El Chuy, ese ficcionario que oficia de frontera entre Uruguay y Brasil, y
su comunidad universalmente semita instalada en el barrio Nasser fueron la
representación de un afuera. Y ese afuera determinó una inscripción, por decirlo
de algún modo. Se entiende: mi hermano y yo nos criábamos solos, y el
contexto de nuestros vínculos más significativos estaba siempre en las calles del
barrio Nasser. La cultura del Brasil profundo y el haber sido recibido como uno
más en el seno de una familia sefaradí de orígenes balcánicos -al igual que entre
mis amigos egipcios, libaneses y palestinos, todos hijos del exilio político- me
han signado la(s) lengua(s) del recuerdo. Sólo así se entiende que, en mi caso,
el castellano nunca fuera hogar sino posada. Aun habiendo nacido yo en ella.
A raíz de los poemas escritos en ladino y de cómo el hecho de haberme
criado en la frontera y en otras latitudes incidió en la elaboración de los textos
que integran el presente libro, Ana Strauss, otra poeta signada por una marcada
experiencia de despertenencia geográfica y lingüística, me explicaba que la
lengua siempre opera como un valor fundante de la identidad, del sentido de
pertenencia que el que vive en permanente extranjería no tiene y no tendrá
nunca. Escribir en portugués, escribir en árabe o -en este caso- escribir en
ladino (un ladino con préstamos evidentes de los lugares por donde pasó) hace
que se encarne en cada línea esta idea de la desposesión y la pérdida. También
hace que nos insertemos en ellas, habitando y resignificando esa experiencia
que podríamos llamar “apatridad”. El viejo mito de Babel bien puede ser hoy
una consigna amorosamente anarca.
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