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Pilo Lil
LA HISTORIA PERDIDA
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MIS RAZONES:
(DonTeo)
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Ésta no es la Historia de Pilo Lil (aunque quizás lo sea). Éstos son mis recuerdos
de Pilo Lil; es lo que mis mayores me contaron, es lo que pude preguntar y lo que quisie-
ron responderme, es lo que supe y me enteré por el simple hecho de vivir en aquel lugar y
en aquel tiempo…
Estas flacas líneas intentan decir PRESENTE en el cruel momento de las grandes
ausencias, cuando las memorias individuales se adormecen y la gran memoria colectiva
se agujerea de olvidos y se llena de recuerdos mentirosos o ajenos.
Dudé bastante al momento de transcribir este manojo de datos y de recuerdos re-
copilados a fuerza de nostalgia, afecto, añoranza y por qué no de honesta curiosidad.
Como habitante de aquel lugar y viviente de aquel tiempo me he sentido lacerado
ante el absoluto desconocimiento y la desmemoria de quienes nombran a Pilo Lil y a sus
alrededores como a un paisaje más, como a un lugar sin pasado; como si fuese un punto
ignorado e ignorable del mapa neuquino. No solo se desconoce su pasado próximo sino
que además se lo deforma y tergiversa.
Tengo la certeza de un ayer que no se rinde ante el olvido ni ante ingeniosas y re -
buscadas interpretaciones.
Tengo la sensación de que aquel, mi tiempo de niño, fue una época de sabidurías
ingenuas e inalcanzables; de “sabiedades” simples e indiscutibles. Era la época en que mi
viejo se erigía ante mí como el Lanín de mi mundo y desde su inmensa hombredad pata -
gónica me inculcaba que este Sur era mi país, no sólo geográfico, sino también afectivo,
histórico y humano. Era, decía él, nuestra “ñuque mapu”, nuestra madre tierra, el único y
final refugio concebible en la tétrada universal de aire, tierra, agua y fuego.
El Pilo Lil de los años 50 abrigó mi niñez. Ya con mi adolescencia a cuestas en los
años sesenta y tantos anduve otras geografías, pero en el 68 volví y me quedé hasta ini-
ciado el 73.
A medida que retrocedo en ese pasado veo un Pilo Lil, aislado, lejano y solitario;
tal vez por ello conservó y procesó localmente costumbres y tradiciones, que casi, casi se
convirtieron en endémicas.
Siempre existe una brecha entre el testimonio memorioso y la verdad absoluta,
por aquello de la subjetividad inevitable del testigo.
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das que junto a un mostrador provocan la confianza, la espontaneidad y por qué no la de-
sinhibición de un vaso de vino en medio de un partido de truco.
Debemos respetar a rajatabla la pluralidad y la diversidad porque nadie es el due -
ño de la identidad y todos lo somos, pero esa pluralidad se dinamizó cada vez más y fue
variando acompasadamente con el atropello aluvional de la inmigración y su mixtura cada
vez más diluida con los indígenas.
Debo aquí hacer una salvedad respecto de la terminología utilizada y sin ningún
tipo de animosidad descalificadora me remito simplemente a lo que idiomáticamente se
usaba en aquel tiempo: a los “pueblos originarios” les decíamos “indios”; las “comunida -
des” o “reservaciones” eran para nosotros las “tribus” (conjunto de familias y personas in -
dígenas relativamente próximas agrupadas bajo la autoridad de un jefe tribal); a los “lon -
cos” simplemente les decíamos “caciques”, y si los blancos hablábamos “castilla”, los in-
dios hablaban “en lengua”, ahora “mapundungun”.
Actualmente la mención del nombre abarca ambas márgenes del río, o sea que
involucra a los dos Departamentos. En aquella época (primera mitad del siglo XX) Pilo Lil
era más que nada el paraje que se recostaba sobre la margen izquierda del Aluminé, se lo
relacionaba directamente con: la balsa, el puesto de Gendarmería, la estafeta postal y la
escuela 51.
Si bien ya la Estancia Pilo Lil tenía ese nombre, el mismo no se utilizaba y común-
mente se lo denominaba como “el campo de Herrera” ya que don Antonio Herrera era el
arrendatario de la tierra; esta circunstancia cambió cuando alrededor de 1960 don Antonio
se retiró y recuperó la explotación del campo su dueña doña Evelia Flores Criado junta-
mente con su esposo Manuel Fernández y el hermano de éste don Florencio Fernández.
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El nombre del paraje lo impuso desde siempre “La Piedra de Pilo Lil”, peñasco
emblemático cuyo significado es justamente “Peñasco Hueco” por sus características.
Esta enorme piedra merece algún mínimo comentario ya que es paisajísticamente
hermosa, luce solitaria junto a un hermoso río. Pareciera ser una especie de atalaya con
el río a sus pies como el foso de un castillo medioeval en ruinas.
Este enorme peñasco tenía y tiene una serie de recovecos pétreos y entre ellos
cuevas con pinturas rupestres en desniveles varios y una gran oquedad de notable pro-
fundidad a la que para acceder era necesario primero ascender a la parte superior y luego
descender suspendido por sogas hasta el fondo de la oquedad mencionada. Entre los re-
covecos de la piedra había una caverna cuya entrada se bloqueaba con una tranquera y
servía a uno de los pobladores próximos como corral para encerrar sus cabras y ovejas.
Al comienzo de la ocupación blanca (primeras décadas del siglo XX) aún se man -
tenían frescas las contadas de las últimas arremetidas del Ejército contra los indios y de la
huida de éstos hacia Chile. Esta circunstancia fomentaba sueños de avaricia por hallar al-
guno de los tesoros indígenas, supuestamente ocultos y abandonados en la huida. Siem-
pre se hablaba de entierros de prendas de plata y oro que alguna vez los malones arauca-
nos le habrían robado a las poblaciones “huincas” de la pampa. La especulación de que
en la Piedra de Pilo Lil podría ocultarse alguno de esos tesoros era más que lógica.
Mientras yo viví en Pilo Lil siempre nos rondó la ilusión de poder primero trepar a
la parte alta del gran peñasco, y luego descender a su foso natural.
Quienes habían logrado lo primero, es decir subir, contaban que en las grietas de
la parte alta existían algunos cipreses ya viejos, secos y quemados; algunos rodeados de
restos óseos humanos semicalcinados. También contaban que en el fondo de la gran
oquedad se veía un monte de molle y un espacio importante de terreno.
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Ver episodio de Ñanco Curá. Referencia de Santico Ñancupán a Don Andrés Díaz y a mi padre.
(Páginas 12/14 “Protohistoria del Peñasco hueco”) Ataque de los indios de Bio Bio a Ñanco Curá.
EL CONTEXTO HISTORICO
Poco es lo que logramos husmear en la protohistoria neuquina. Sabemos sí que
aparecidos desde Chile los europeos (huincas) y con ellos el caballo, toda la sociedad in-
dígena se modificó y movilizó. Comenzó una época de dinamismo y conquista mutua. In -
dígenas que eran sedentarios, cazadores y pedestres se convirtieron en aventureros, nó-
mades y guerreros. Y así gracias al caballo unos, los más hábiles y corajudos sometieron
a los más débiles, muchas veces por la fuerza y otras por el intercambio, el discurso y la
seducción.
Los “mapuches” (gente del país) abarcaban diversas etnias que compartían el
mismo idioma (ahora llamado “mapundungun”) aunque con diferentes dialectos. Los espa-
ñoles en Chile les adjudicaron el gentilicio de araucanos y los identificaron con los habi-
tantes de Arauco (entre Bío-Bío y Toltén); esas etnias se ubicaron a ambos lados de la
cordillera. Fueron los “huilliches” (gente del sur), los “puelches” (gente del este), los “pi-
cunches” (gente del norte) y los “pehuenches” (gente de las araucarias).
Luego se consideró al gentilicio araucano sinónimo de mapuche y por ende am-
bos pasaron a ser “chilenos” generándose una diferenciación más territorial que étnica.
Las primeras incursiones de españoles en territorio neuquino ocurrieron a media-
dos del siglo XVI (1551/1553).
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numerario de lanceros. Tan importante era, que su hermano Juan Callfucurá muchas ve-
ces le solicitó apoyo para sus malones.
Este personaje, seguramente, fue el jefe tribal más importante en la zona que cu -
bría el Pilo Lil anterior a la Conquista del Desierto. Su poder abarcaba directamente toda
la margen izquierda del río Aluminé e indirectamente la margen derecha a través de sus
socios y subordinados Manquiel (de etnia pehuenche), Painefilu y Linares. Este dominio
territorial le permitía un rápido y fácil acceso a Chile a través de pasos como Reigolil, Ical -
ma o El Arco y eventualmente Mamuil-Malal (o de Villarrica) e incluso Pünon Chao (Pino
Hachado). Su sagacidad como negociador y su estrategia como guerrero le permitieron
obtener haciendas a través de los malones de su hermano Callfucurá y comerciarlas ven-
tajosamente en Chile.
Sabido es que desde la Villa Rica habrían ingresado provenientes de Chile en el
siglo XVII buscando refugio entre los indios dos holandeses desertores del pirata Hendrick
Brouwer y un negro, que organizaron y capitanearon a los indios contra la expedición es -
clavista de Luis de Ponce León (1649) en la zona del Huechulafquen.
Es pertinente aclarar a esta altura de la cronología (segunda mitad del siglo XIX)
que algunos blancos (“huincas”) renegándose o desertando por distintas razones de tro-
pas formales tanto de Chile como de Argentina, se filtraban entre las comunidades indí-
genas y con la anuencia de ellas se radicaban en aislados rincones del vasto territorio.
Nada estaba organizado y la “propiedad” de la tierra era temporalmente de quien la ocu-
para; todo valía lo que valía la vida, la salud y el cuerpo. Es así como muchos ex soldados
o inmigrantes desesperados se “alzaban” e iban a habitar un mundo sin derechos pero
también sin obligaciones donde el único premio era la esperanza de tener mejor suerte. Si
bien es cierto que abundaron los indios que se sometieron voluntariamente y se aliaron al
“huinca” traicionando a su raza, también algunos blancos, aunque en menor número, hi-
cieron lo propio. En esa sociedad movediza y trashumante eran posibles alianzas perso -
nales, servilismos, traiciones y lealtades, todas medidas de distinta manera según fuera el
cacique, el capitanejo o el “huinca alzao”. Abundaban las cautivas y los cautivos de am-
bos lados; esa melange fue matizando una sociedad en ciernes, cada vez menos india
pero tampoco tan blanca… Va esta aclaración porque antes de la Conquista formal por
parte de Roca hubieron blancos anticipándose e indios relegándose.
El 14 de junio de 1873 murió en Salinas Grandes Juan Callfucurá, el emperador
de las pampas. Con sus malones se había convertido en el terror de las estancias bo-
naerenses y en un problema insoluble para el gobierno.
Si bien la marea araucana y su impetuoso oleaje de violencia y sagacidad malo-
nera había llegado hasta Buenos Aires obteniendo un lucro incalculable en bienes y se-
movientes; también es cierto que el reflujo blanco enarbolando intereses geopolíticos y
económicos de un nacionalismo en ciernes, devolvió con creces la violencia y la barbarie
india apoyándose en la superioridad de sus armas y en su añeja experiencia de conquis-
ta y crueldad heredada de España. La crueldad estaba de ambos lados pero la sofistica -
ción era “huinca”.
Y así como los araucanos ingresaron persuadiendo y dominando tribus; algunos
blancos marcharon a contrapelo filtrándose entre las tolderías y aduares sin más armas
que el coraje de avanzar “sin armas”. Sin duda el adalid en este aspecto en la Patagonia
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Norte fue un gaucho bonaerense: don Alejandro Guadalupe Arze nacido en Necochea en
1855.
Antes de la campaña de Roca, en 1874, el joven Alejandro Arze de apenas 19
años salió de la estancia La Magdalena cerca de Chascomús con una tropa de 800 ani -
males entre caballos y vacunos, acompañado apenas por cuatro o cinco peones, su ami -
go el “indio Pancho” y su perra Tula. Su intención ir a la cordillera.
Eran años de sequía y de malones en la Provincia de Buenos Aires, Alejandro su-
ponía que Chile era un gran mercado para los vacunos argentinos, su prueba: los grandes
arreos de Callfucurá y otros indios trasandinos que indefectiblemente robaban en la pam-
pa argentina y luego huían y vendían tras la cordillera. Se había entrevistado con Avella -
neda antes de que éste fuera Presidente y quizá algo intuyó de la futura política en el Sur.
En 1876, Arze avanzaba hacia el sur de la Provincia de Buenos Aires cuando
Juan José Catriel intentó un malón que fracasó y Manuel Namuncurá organizó uno, segu-
ramente el más grande de la historia llevándose rumbo a Chile casi medio millón de cabe-
zas de ganado y alrededor de cuatrocientos cautivos.
En 1877 Arze llegó a Fortín Mercedes con más de 1.100 vacunos, 50 caballos y
350 ovejas. Se instaló transitoriamente sobre la banda izquierda del Río Colorado. Su es-
trategia para acrecentar el capital era simple: seguir una ruta próxima a la de los malones
e ir incorporando a su propio arreo todos aquellos semovientes escapados o abandona -
dos por el indio.
En la medida que las acciones militares decrecieron, Arze reinició su avance ha-
cia el oeste.
En otro orden, en 1878 por Ley 954 se creó la Gobernación de la Patagonia con
capital en Mercedes de Patagones, hoy Viedma. El Gobernador fue el Coronel Alvaro Ba-
rros quien designó al Primer Jefe Policial Sargento Mayor del Ejército Pedro Diez Arenas
y al Primer Juez de Paz: Isaías Crespo.
En 1879, la Conquista del Desierto pergeñada y dirigida por Julio Argentino Roca
cumplió su objetivo de concluir con la amenaza india. De las cinco divisiones que partici -
paron en esa campaña, la "IV División" comandada por el coronel Manuel José Olascoa-
ga, ingresó al actual territorio del Neuquén desde Mendoza e instaló los fuertes de Cam -
pana Mahuida (Loncopué), Ñorquín y "IV División" (Chos Malal, fundado el 4 de agosto de
1887) que fueron sucesivamente las capitales provisionales del nuevo territorio nacional.
Campana Mahuida, por contingencias climáticas fue suplida por Codihué el 28 de junio de
1886.
En 1881, después de innumerables peripecias don Alejandro Arze llegó a las es-
tribaciones de la cordillera; y convirtió a ese en “su” lugar al que llamó Catan Lil. Había lo-
grado juntar en 7 años miles de caballos y 14.000 vacunos además de ovinos. Ocupó 40
leguas de campo entre los ríos Catan Lil y Aluminé y entre éste y Casa de Piedra.
Ese mismo año de 1881 el Gobierno Nacional inició la etapa final de la Conquista
persiguiendo a los hijos de Callfucurá: Manuel Namuncurá y Albarito Reumay, los acorra-
ló contra la cordillera y al combatirlos exterminó a los lanceros y a la chusma de Reuque-
curá, quienes cayeron para siempre el 5 de diciembre de 1883.
En 1881 se firmó el tratado de límites entre la Argentina y Chile que delimitó taxa-
tivamente la frontera oeste de Argentina.
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( Aprox.1870/78) Sobre su parte alta habría sido ajusticiado el “cabecilla” de los mapuches invasores del Bío Bío.
Aún las tropas de la Conquista del Desierto no habían llegado, estimamos proba -
ble que los acontecimientos mencionados hayan ocurrido entre 1870 y 1878.
Luego de estos importantes hechos Antonio Rosas se quedó definitivamente en
Aucapán y Ñanco Curá en el campo que décadas después ocuparía don Adrián Rodrí-
guez lindando con Enrique Prieto. A esa zona la llamaban “Maico”.
Más tarde las tropas del Gral. Godoy al mando del Tte.Cnel. Juan Díaz (1883)
despejaron casi totalmente la comarca hasta Pulmarí, muy pocos indios quedaron y años
después algunos volvieron pero ya la tierra tenía otros ocupantes y todos hablaban en
“castilla” aunque con acento chileno…
En la década de 1940 y primeros años de la de 1950 anduvo recorriendo el río,
especialmente la zona de la Medialuna un buscador de oro, un pirquinero, se llamaba
Mardoqueo Cheuquel igual que su abuelo aquel que décadas atrás llegara de Poitahué
acompañando a Ñanco Curá y a Antonio Rosas.
Quedaron flotando en el recuerdo de mi padre y en el de los más viejos de mis in-
formantes algunos nombres y apellidos indios que precedieron a los primeros blancos o
que alcanzaron a convivir con ellos como: Cecilio Caitrúz, Linqueo, Huillipan, Licán, Calfi-
nahuel, Millalaf, Añiñil, Ancafil y por supuesto los Painemil. Recordemos también que la
conquista impuso apellidos hispanos en reemplazo de los auténticos como los de: Toro,
Contreras, Salazar, Miranda, Rosas, Leiva, Parra, Linares, Vera, etc.
AQUELLOS COMIENZOS
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Junto a esa aguada, que a veces era sólo una vertiente, plantaban alguna ramita
de álamo criollo o de sauce y edificaban su vivienda-refugio. Lo hacían con la precariedad
del campamento y la pobreza y con el descompromiso de la trashumancia. Cuando ese
descompromiso desaparecía recién pasaban a ser formalmente “vivientes” y a partir de
entonces nacía y crecía la ilusión del “criancero”. Eran ganaderos menores, no por la
edad sino por la cantidad y la especie de sus animales (cabras y ovejas); con el tiempo y
la buena evolución lograban tener caballos y hasta vacunos. La tierra era virgen, permitía
abusos, más tarde el sobre pastoreo convirtió a muchos mallines en apenas verdines y a
muchos coironales en polvorientos y resecos arenales.
Solo los “muy acomodados”, los “futres”, que les decían obtenían títulos de pro-
piedad en los lejanos escritorios de Buenos Aires, los demás, que eran justamente eso
“los demás” luego de ocupar y sacrificarse recién obtuvieron la tenencia formal de esa tie-
rra allá por 1948 mediante un decreto del Coronel Perón.
Cuando tuve uso de razón, ya todas las vertientes habían sido ocupadas y des-
pués de aquel entusiasmo colonizador de las primeras tres décadas del siglo XX, la reali-
dad y la fortuna fueron seleccionando a los más exitosos o tesoneros; lentamente algunos
puestos quedaron vacíos y se volvieron taperas, sólo quedó de ellos algún sauce, un par
de álamos, algún guindo y una denominación que se estiró en el tiempo por más de una
generación: “lo de Polanco”, “el Puesto ‘e la Victoria”, “la Pampa ‘e Suarzo”, “lo de Aguile -
ra”, “el Puesto ‘e la Eugenia”, “el puesto ‘e Barros”, “El álamo”, “Milahuén”, etc. Muchos de
aquellos primeros intentos se trocaban en fracasos y éstos en emigración.
Había una especie de clasificación no escrita para denominar a la vivienda; el pri -
mero, más rústico y elemental (campamento) era el rial; la siguiente, consistente en un
solo habitáculo, generalmente muy tosco era “un puesto”; cuando se lo mejoraba y se le
agregaba otra construcción (la pieza) ya era un “rancho”; si se los mejoraba a ambos o se
les agregaba otra pieza y el correspondiente excusado, se los denominaba con el chilení-
simo sustantivo de puebla. Finalmente en la escala de valores edilicios a la puebla, rodea-
da de más construcciones: piezas, galpones, corrales, herrería, gallineros, lechería, me-
diaguas, etc. se la llamaba población. El avance de denominaciones del resto del país, so-
bre todo de la llanura, argentinizó algunas denominaciones y lo de puebla y poblaciones
se trocó por el pampeanísimo las casas.
Los materiales utilizados eran los que la naturaleza proveía; piedra, barro y paja
para adobes y revoques; varas de lenga, sauce o álamo para el armazón y carrizo o cha -
pas para el techo.
Existían otras técnicas de construcción que en vez de adobes para las paredes
utilizaban el conocido “chorizo”, “palo a pique” o “tepes” de pasto.
EL CONTEXTO GEOGRAFICO
Aquellos pueblos vecinos
Los intentos urbanos próximos no tuvieron al principio una relevancia determinan-
te para Pilo Lil. El habitante lugareño durante las primeras décadas del siglo XX siguió re -
lacionándose más con Chile que con los incipientes poblados argentinos. Quizá esta rela-
ción estuvo dada en primer lugar por el conocimiento y los afectos dejados del otro lado
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Las Coloradas
Capital del Departamento Catan Lil que incluye a Pilo Lil, fue formalmente creada
por Decreto Presidencial el 26 de octubre de 1926. No obstante esta fecha, ya tenía Co-
misaría y Juzgado de Paz desde mucho tiempo atrás (aprox. 1912), funcionaban en el
casco de la Estancia “Las Coloradas” de Fernando y Luis Zingoni.
El nombre se debe a la gran cantidad de “vacas coloradas” que poseía el estable-
cimiento. Su primero y más emblemático poblador fue el pionero y colonizador don Alejan-
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dro Arze que incluso se adelantó a la Conquista del Desierto y que únicamente interrum -
pió su avance hacia el oeste a requerimiento del General Villegas.
El primer vocal de la primera Comisión de Fomento (3/mayo/1937) fue un distin-
guido vecino de Pilo Lil: don Darío Bernal quien a comienzos del siglo XX le canjeó a
Gastón Rambeaud un campo en Quillén por otro en Las Coloradas, al que llamó “Los Co-
pihues”.
Su influencia sobre Pilo Lil: Por ser cabecera del Departamento su influencia
fue exclusivamente de índole burocrático. Allí se asentó el Juzgado de Paz y la Policía
(Fronteriza, Territorial y luego la Provincial).
En 1918 Ricardo Plot trasladó el juzgado de Paz desde Las Coloradas a “Los Re-
molinos”, donde él se había radicado desde 1915.
En la década del 40 del siglo XX se instaló allí la Sección “Las Coloradas” de
Gendarmería Nacional de quien dependía el “Puesto Pilo Lil” y que en su momento cum -
plía funciones policiales.
Comercialmente “Las Coloradas” era absolutamente irrelevante para Pilo Lil.
Catan-Lil
En 1911 Doroteo Plot le arrendó casi 9000 hectáreas (“Los Remolinos”) a Juan Al-
sina, uno de los socios de la firma “Emiliano Molina y Cía.”, que injustamente había sido
adjudicataria de un campo ocupado legítimamente por Alejandro Arze. Posteriormente
este error fue subsanado.
El hermano de Doroteo Plot, Ricardo Plot quien era Juez de Paz en Las Colora-
das trasladó el Juzgado a “Los Remolinos” seguramente por la relevancia que Catan Lil
iba adquiriendo.
Catan Lil, si bien no fue una población urbana, sí fue una verdadera avanzada de
la civilización que instaló don Alejandro Arze aunque nunca la explotó como comercio, sí
lo hicieron con esa intención sus primeros arrendatarios Nazario Cejas, luego Mathieu y fi-
nalmente Fernando Zingoni en 1904. En aquel lugar se izó por primera vez y en forma
ininterrumpida la bandera argentina, en muchos kilómetros a la redonda. A esas primeras
instalaciones Arze las llamó “La Zulema” en honor a su mujer Zulema Bastidas.
En 1918 se inauguró “La Zulemita” edificada por los Zingoni; construida en el mis-
mo punto estratégico. Este comercio de ramos generales fue regenteado por Luis, Miguel
y Fernando Zingoni y lo atendieron José y Marcelo Bagli, José Mirenna, Roque Muglia y
otros. Posteriormente Pascual Lanfré, Bernardino Zingoni, Alberto Querci, por citar a algu-
nos.
Fue aquello un destello de civilización, un gran almacén de ramos generales, aco-
pio de frutos, hostería, surtidor de combustibles, Estafeta Postal y posta obligada de los
colectivos y vehículos que se dirigían o retornaban a y desde Zapala, Bariloche, San Mar-
tín y Junín de los Andes. Este importante comercio abastecía una vastísima zona inclu-
yendo Pilo Lil. No nos olvidemos que todo estaba íntimamente relacionado con la propia
actividad ganadera a través de “Los Remolinos” y otros establecimientos fundados por
Arze y más tarde por los Zingoni.
Su influencia sobre Pilo Lil: A principios del siglo XX y hasta la cuarta década
de éste, la relevancia que adquirió Catan Lil fue absoluta en todo el Departamento.
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Con respecto a Pilo Lil la relación se acentuada por la proximidad de “Los Remoli-
nos” y centralizó absolutamente toda la actividad comercial, comunicacional y cultural.
Allí, los pobladores, se proveían de mercancías elaboradas, allí se vendían los
productos de la tierra, desde allí se accedía (previa travesía a caballo) a los ómnibus para
trasladarse a Zapala o eventualmente a Bariloche. Por esa vía llegaba la correspondencia
a la Estafeta y a través de ésta los diarios de Buenos Aires. Desde allí los primeros maes -
tros se dirigían a la lejana Escuela 51.
Catan Lil era un portillo a la civilización que venía del Este.
Aluminé
Como localidad tuvo su germen en Rucachoroy donde se habrían establecido las
primeras autoridades derivadas de la Conquista.
Por una cuestión de mejor acceso, aproximadamente en 1904 comenzaron a nu-
clearse a la vera del río Aluminé los primeros habitantes; llegado el año del Centenario
(1910) se iniciaron los trámites para la construcción de un edificio destinado a la Policía.
El Juzgado de Paz, a cargo de Hilario Miño venía funcionando en el local de Jáu-
regui y en 1914 se instaló en la casa de Juan de Dios Sala. No obstante este dato, don
Juan Francisco Muñoz nativo de Poi-Pucón afirmaba que según su padre el primer Juez
de Paz y Comisario había sido un tal Luisone; sin determinar año.
Se da como fecha formal de fundación el 20 de octubre de 1915 que es la del de -
creto fundacional del Poder Ejecutivo Nacional aunque algunos dicen que su historia co-
menzaría el 23 de febrero de 1884 con la llegada de los primeros pobladores blancos al
fortín “Pulmarí” llamado en aquel tiempo “Paso de los Andes”.
Su influencia sobre Pilo Lil: Existía una relación de buena vecindad y de tránsito
hacia Chile cuando se usaba el paso “El Arco”. Comercialmente su influencia era mínima,
salvo compras eventuales. A comienzos de la década de 1920 se habían instalado algu -
nos negocios de ramos generales propiedad de “Salomón Adad” y “Juan Nadur”; éste últi-
mo, años más tarde colocó una sucursal en Quillén y otra en Pilo Lil cuyo responsable fue
Emilio Nazar (1945 aprox.).
A partir de 1943 y hasta los primeros años de la década del 50 del siglo XX, repor-
taban al Escuadrón 32 de Gendarmería Nacional “Aluminé”, la Sección “Las Coloradas” y
el Puesto “Pilo Lil” (hoy la denominación Puesto ha sido suplida por Grupo).
Zapala
El 12 de julio de 1913 llegó la punta de rieles del Ferrocarril Sud a Zapala y el 3
de enero de 1914 arribó el primer tren. Con estos acontecimientos se inició el pueblo de
Zapala, que ya tenía algunos habitantes dispersos; formalmente en 1918 se creó la Pri-
mera Comisión de Fomento que empezó a funcionar en1921.
Su influencia sobre Pilo Lil: A partir de 1914 con el advenimiento del Ferrocarril,
Zapala se convirtió en el principal centro de abastecimiento de todo el interior neuquino in-
cluyendo por supuesto a rincones alejados como Pilo Lil. Todo ese abastecimiento se ca-
nalizaba vía Catan Lil.
En Zapala se instalaron grandes comercios de ramos generales que proveían ali-
mentos no perecederos, granos para forrajes, ropa, bebidas, herramientas y materiales
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varios y a su vez adquirían los productos de la tierra: cueros, lanas, cerdas, plumas e in -
cluso minerales especialmente el oro de los pirquineros.
Aquellos pobladores que no podían acceder a Zapala por una cuestión de distan-
cia efectuaban en Catan Lil el correspondiente pedido para que se les remitiese a ese
destino, luego con carros o cargueros se lo transportaba a Pilo Lil.
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celente proveedor de empleo para la juventud de Pilo Lil. Fue así como ingresaron a estos
entes estatales muchos de los hijos de los primeros pobladores de Pilo Lil como los de
don Enrique (“pelao”), de don Hernán y de don Ambrosio Prieto; por citar algunos: Joa-
quín, Froilán, Domingo, Atilano, Juan, Serodino, Rudecindo, Leopoldo, Flaminio, Víctor,
Fernando, todos de apellido Prieto a los que se sumaron: Luis Muñoz, Florencio Sepúlve -
da, Ernesto Betanciud, Onofre y Benigno Castillo, etc. Por supuesto la emigración mascu-
lina de estos jóvenes entusiasmó también al sexo femenino que fue a San Martín buscan-
do conchabo como personal en la incipiente actividad turística.
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Por aquellos viejos boliches de ramos generales pasó toda la minúscula sociedad
de la época y de la zona, los últimos indios, aún con el estigma de la conquista; los pri-
meros blancos, casi todos chilenos o gringos sobrantes de las guerras del 14 y del 45, con
sus miserias, sus mezquindades, con su bonhomía, su solidaridad, sus simplezas, sus su-
persticiones, sus fortalezas y sus debilidades. Por obra y gracia del “pulcu” o del vino que-
daban al aire heroísmos y cobardías, desconfianzas, adulterios, infidelidades y traiciones.
Fue una perfecta exposición de lo que éramos y de lo que seríamos. En aquellos boliches
casi todo se sabía o se chusmeaba, desde algún robo menor, o la pérdida de una vaqui -
llona, o el rastro sospechoso de algún jinete forastero o los amoríos escondidos de viudas
anhelantes, de maridos viejos, de esposas engañadas y parientes deshonestos.
De aquel boliche de mi padre, que muerto él, yo heredara, recibí esta carga de
tradiciones que comencé a recopilar, sólo por seguir el ejemplo de mi viejo. Esas recopila-
ciones son esto que hoy ventilo. Mis informantes fueron en primer lugar mi padre y luego
mis clientes, amigos, tíos, primos y parientes: Segundo Prieto, Marciano Prieto, Eliseo
Jara (“Jarita”), Ambrosio Prieto, el “Negro Bernal”, Adolfo Rodríguez, Tomás Moscoso,
doña Rosa Alsina, Adrián Contreras (“el Güacho”), Leonidas Prieto (“el León”), Octavio
Ramírez (“don Taio”), Amado Prieto (“Lenco”), don Bernabé Pinto (“Ta tá”), Francisco Tri-
pailaf (“Franchijco”), Elías Sepúlveda (“el Negro”), Ignacio Huenufil, Luciano Huenufil y
tantos otros que más adelante mencionaré.
Todos éramos simples seres humanos quizá más simples de lo imaginable,
aprendíamos de los mayores y respetábamos su experiencia, como hoy un diploma. Nos
intercambiábamos los miedos y cuando cualquier circunstancia nos superaba recurríamos
a la superstición. El coraje era imprescindible y cotidiano, no para pelearnos sino para en-
frentar la hostilidad de los elementos: la geografía, sus carencias, el frío, la nieve, el ham -
bre, las enfermedades, la incomunicación. Resultaba tan difícil ser débil y sobrevivir, como
hoy resulta imprescindible ser pícaro para lograrlo.
Pero aquellas carencias e incomodidades eran parte de la época y del lugar, co-
sas comunes y corrientes de la vida; nadie se consideraba un héroe por vivir en un rancho
de palos y barro con techo de carrizo, con piso de tierra y fogón en el suelo; nadie decía
sufrir por tener que dormir sobre unos cuantos cueros de capón, ni era un intrépido aven-
turero por buscar agua en un tacho de aceite, por alumbrarse con un candil de grasa o ba-
ñarse muy de vez en cuando, casi siempre en verano. Con orgullo se ejercía el oficio de
peón, de puestero, de recorredor, de criancero, esquilador, soguero o lo que fuera. No po-
díamos añorar ni reclamar lo que no conocíamos ni arrepentirnos de lo inevitable. A nadie
le importaba el significado de la palabra “pionero”, quizá porque todos lo éramos…
Nadie se ufanaba de ser un esforzado trabajador, simplemente se trabajaba, con
el único horario de la luz solar: “de sol a sol” decíamos. Se trabajaba con la ilusión diaria
del mate cocido, la cascarilla y el puchero en la olla. Se trabajaba pensando en la prima -
vera próxima con más corderos y cabritos, con un corral mejor, con los alamitos más
grandes, con el rancho “blanqueado” y si la lana “valía” tal vez alcanzase para comprar
una cocina económica o un arado o una yunta de bueyes…
El concepto de riqueza no tenía que ver con la opulencia, sí con quien poseía ga-
nado; en aquel Pilo Lil donde no sobraba nada y faltaba tanto, “rico” era quien tenía bue -
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[Escriba aquí]
yes, carro, arado, o alguna herramienta agrícola; “rico” era quien andaba “bien montao”,
quien lucía buen apero y buenas prendas.
Nada se sabía de “conquistas sociales”, de sindicatos, de convenios colectivos,
de aseguradoras de riesgos de trabajo. La naturaleza exigía trabajar y el trabajo era la
dignidad de no pedir ni de robar. El premio: la ilusión de estar mejor aunque solo fuera no
estar peor.
Cuando alguien nuevo aparecía en el pago se convertía por un tiempo en todo un
personaje, por el solo hecho de ser forastero. Cada uno de estos personajes aunque tu-
viese una permanencia efímera dejaba su huella y la micro cultura local se nutría y crecía
con ello.
La hospitalidad era el primer mandamiento; a un forastero jamás se lo dejaba de
atender, es más, se le brindaba lo mejor y se lo convertía en epicentro de toda reunión.
Era un honor y un orgullo atender, creo que jamás la palabra atención tuvo tanta majestad
para mí, como en aquella época.
Ocurría algunas veces que los forasteros tampoco fueran de la mejor calaña; los
hubo con deudas pendientes en la Justicia, ya sea de Chile o de Argentina; también a
ellos se les tendía el manto de la hospitalidad. Lo más valorado era su conducta ahí, en el
lugar; lo demás era cuestión ajena. La Ley aparecía como algo quimérico e incierto, muy
deseado y valorado, pero con una estructura de aplicación que se enredaba en oscuras
burocracias y siempre quedaba lejos, muy lejos. Si algún forajido necesitaba asilo, simple-
mente se le brindaba; eso no era complicidad ni connivencia, era legítima hospitalidad pa-
tagónica; después de todo la Ley y la Autoridad siempre aparecían como lejanas, hipotéti-
cas y ficticias. Y el poblador convivía con la realidad no con lo ilusorio. Tampoco las fe -
chorías imputables eran crímenes atroces, horrorosos o de lesa humanidad; generalmen-
te consistían en peleas y riñas de borrachos con muy eventuales víctimas fatales o el hur -
to o el contrabando de algún par de caballos, alguna yunta de bueyes o una punta de va -
cas.
El Progreso, esa palabra que huele a modernidad y a esfuerzo, empezó a avanzar
en nuestro mini mundo; y así fue que aparecieron, primero los mercachifles luego los boli-
cheros, después los maestros, la Gendarmería, el molino Wingcharger y con él la radio,
¡ese cajoncito mágico que hablaba!, la Victrola, los peones y los ingenieros de Vialidad
Nacional, la estafeta postal, ¡los autos y camiones! de Vialidad y del Ejército!
Mucho tiempo después de la mano de ese Progreso llegarían el kerosene y con
éste el farol “Petromax”, las pilas “9 vidas”, la linterna, la radio a transistores, el reloj pul -
sera, el papel higiénico, el fernet, la tanza para pescar y finalmente el plástico.
Creo que antes de intentar mencionar a los primeros habitantes resulta justo, ne-
cesario e inevitable destacar al primer adelantado, el primer “huinca” importante que llegó
del Este con intenciones de quedarse: don Alejandro Arze.
Cuando Arze eligió establecerse en Catan Lil (al que le dio el nombre) con su ya
enorme cantidad de ganado (Aproximadamente 14000 vacunos y varios miles de yeguari-
zos) necesitó armar su estancia; para ello cruzó a Chile por el paso más próximo y directo
“El Arco” y se instaló temporalmente en el pueblo de Victoria (Prov. de Malleco) donde
arrendó un predio. Desde allí buscó en los pueblos vecinos material, pertrechos y perso -
nal idóneo para los fines que se proponía. Construyó así 14 carretas entre las de rodado
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[Escriba aquí]
alto y las de rodado bajo. El herrero elegido era de Linares, a la sazón empleado de los
Ferrocarriles de Chile, su nombre: Enrique Prieto Lagos. Corría el año 1893.
Arze Organizó en Victoria una gran caravana compuesta por 35 hombres, 31 mu-
las de carga, 38 bueyes y 29 caballos de silla y por supuesto las 14 carretas ya menciona-
das. Para cruzar la cordillera debieron ampliar el camino en varios lugares, sobre todo en
la “Cordillera de Las Raíces”. La travesía le insumió 51 días hasta Catan Lil.
Seguramente los primeros habitantes del Pilo Lil contemporáneo o Post conquista
del Desierto fueron los que a continuación menciono; trataré de mantener un criterio cro -
nológico aunque no creo poder lograrlo y correré el riesgo de inevitables omisiones y con-
fusiones.
Como ya dije quedaron algunos apellidos de indios que alcanzaron a convivir con
los primeros blancos: Caitruz, Rosas, Ñancupán, Linqueo, Toro, Huillipan, Leiva, Licán,
Contreras, Calfinahuel, Millalaf, Parra, Añiñil, Curá, Miranda, Ancafil, Vera, Cheuquel, Li-
nares, Puel, Painemil …
Referiré a continuación los que son levemente más contemporáneos; ahí van
nombres y apellidos de los que recuerdo, o simplemente apellidos y algún apodo que le
ganó al tiempo:
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[Escriba aquí]
Ranquilón queda muy distante de Pilo Lil, digamos como referencia que próximo a
Copahue.
Una de las más conocidas anécdotas que Don Darío solía reiterar era aquella en
que habiendo ido don Elías, su padre, a Fortín Mercedes acompañando a Curillán para
una reunión muy importante convocada por Manuel Namuncurá, éste de mal talante y lue-
go de un enojoso interrogatorio dispuso que lo lanceen. Su amigo y protector Curillán y
otros capitanejos intercedieron ante el gran cacique para revocar la orden de lanceamien-
to y así fue... Don Darío ubicaba esta anécdota en el año 1875.
Por supuesto ésta y otras peripecias quedaron en el brumoso recuerdo de aquel
personaje inolvidable.
En 1879 estando Elías Bernal en Taquimilán llegaron desde Chos-Malal las tropas
del Ejército en pleno ejercicio de lo que se llamó la “Conquista del Desierto”. Esta circuns -
tancia hizo que Elías (posiblemente por su amistosa relación con los indios) retornara pre-
cavidamente a Chile y se radicara en las proximidades de Los Ángeles. A raíz de esto Da-
río permaneció casi toda su niñez y pubertad en Penco (Concepción). Pero su padre en
1887 volvió a cruzar la cordillera con intenciones de instalarse del lado argentino; por su -
puesto Darío lo siguió. Es aquí cuando conoció a un gaucho bonaerense, emprendedor y
aventurero que llegó a Ranquilón lleno de anécdotas, historias, aventuras y un impresio-
nante capital en ganado, se llamaba Alejandro Guadalupe Arze y venía desde Chascomús
arreando vacas, caballos y ovejas durante más de siete años.
Darío ya de 17 años, acompañó a Arze a la veranada en Trolope y de allí a Chile
donde Alejandro se quedó a organizar sus futuros negocios.
Don Alejandro luego de analizar el mercado chileno y la demanda de carne susci-
tada por la ausencia de los malones indios en Argentina a raíz de la Conquista, comenzó
en 1888 a enviar tropas de novillos desde Río Colorado. El primer y numeroso envío de
Arze coincidió con otro de don Elías Bernal y por tal motivo, Darío y Alejandro volvieron a
encontrarse en Los Ángeles (Chile).
Es seguramente durante este año de 1888 cuando Alejandro Arze pasa por
primera vez por Pilo Lil, bordeando el Aluminé con rumbo a Chile por el Paso de El Arco.
En 1892 don Darío se casa con Ana de la Parra y se instala en Quillén en un cam-
po que termina canjeándoselo a Gastón Rambeaud por otro en Las Coloradas. Éste es el
comienzo de su Estancia “Los Copihues”. Posteriormente y sin abandonar “Los Copihues”
se instalaría en “Las Breñas”, Pilo Lil, sobre la margen derecha del río Aluminé entre los
arroyos Nahuel Mapi y Pichileufu.
La amistosa relación entre don Darío y Alejandro Arze duró por más de treinta
años, hasta la muerte del segundo. Tan importante fue el vínculo que ambos, Bernal y
Arze se asociaron con Juan Lagos Mármol y Teodoro Camino creando la Sociedad Co-
mercial y Ganadera “General San Martín” a la que el Gobierno Nacional en 1905 le conce-
sionó la importante veranada de Nahuel Mapi. En realidad la intención de esta sociedad
fue muy ambiciosa y consistió en la idea de realizar una vía férrea internacional de trocha
angosta.
En aquellas cenas en mi casa, lo recuerdo a Don Darío alardear de haberse rela-
cionado en Chile con el teniente coronel Agustín P. Justo, quien después sería Presidente
de la Nación.
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[Escriba aquí]
Enrique Prieto Lagos Nacido en Concepción (Chile) en 1862. Llegó como peón
(capataz) de Alejandro Arze en 1894 y se estableció en Pilo Lil. Trabajaba en Linares
como herrero en los talleres de los Ferrocarriles de Chile; por tal habilidad Alejandro Arze
lo contrató para armar y reparar sus carretas y avíos para el cruce de la cordillera por el
Paso El Arco.
Sin duda fue quien encabezó a aquellos primerísimos habitantes blancos, junto a
su hermano Froilán y con Francisco Acuña, Adrián Rodríguez, Froilán Rodríguez, Froilán
Moscoso, Timoteo Oñate, Sixto Godoy, etc. todos peones de Alejandro Arze.
Don Enrique era un hombre de acción, imponente y práctico, desconocedor de tri-
quiñuelas burocráticas y carente de relaciones políticas en Argentina, sin duda esta parti-
cularidad le jugó en contra a la hora de registrar sus títulos y méritos como pionero.
No obstante, gestionó esforzadamente ante las autoridades Territoriales adelan-
tos como: un Destacamento Policial (1910), una Escuela (1914) y una Balsa para atrave -
sar el río (1920).
Aquel primer grupo de peones de Arze, encabezados por Enrique tampoco eran
“leídos”, sino simplemente esforzados trabajadores rurales analfabetos en su mayoría.
Fue justamente Alejandro Arze quien les sugirió ubicarse a la vera del río Alumi-
né, relativamente próximos a “Los Remolinos” y a Catan Lil. En aquel tiempo la palabra y
el aval verbal de un hombre como Arze eran más que un documento.
Quizá por la personalidad y firmeza de su carácter Arze rebautizó a Enrique con
el seudónimo de “El Kaiser”, seguramente vio alguna semejanza con Federico II de Ale-
mania y el seudónimo le fue ganando al tiempo, tanto que aún recuerdo los cubiertos de
mesa en mi casa con la marca “K” grabada.
Enrique conjuntamente con su hermano Froilán, con Rodríguez, Acuña y Moscoso
ocuparon un importante sector de tierra fiscal entre el río Aluminé y la continuidad del Cor-
dón de Catan Lil. De común acuerdo subdividieron el área. Enrique a su sector lo denomi-
nó “San Francisco de Pilo Lil” y el viejo nombre de “Maico” con el que lo denominaban los
indios, pasó al olvido. Esta ocupación efectiva de la tierra la realizó en 1894; la tramitación
burocrática de la propiedad la iniciaría su hijo Doroteo Prieto en 1948 basándose en un
Decreto firmado por el Coronel Juan Domingo Perón.
Don Enrique manejó con inteligencia y autoridad el espacio de campo que ocupó;
aprovechando la experiencia y el entusiasmo traídos de Chile hizo obras artesanales de
regadío, canales, pequeñas represas y trató de sembrar la mayor variedad posible de gra-
míneas: trigo, maíz y cebada además de papas, alfalfa, pasto ovillo, y hortalizas. Trajo de
Chile ramitas de álamo criollo, sauco, sauce, parras y plantó de semilla: membrillos, man-
zanos, perales, durazneros, guindos, ciruelos y cerezos. Alambró con gran esfuerzo su
propiedad, consiguió de su mentor Arze ovejas, cabras, caballos y vacunos y con todo ello
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[Escriba aquí]
Foto obtenida en Linares (Chile) 1920: De pie de Izq. a Der. (1)Valentina Prieto, (2) Luisa Prieto, (3) Doroteo
Prieto.- Sentadas, 3ª.derecha Doña Griselda Campos.
Froilán Prieto Lagos hermano de Enrique (“El Kaiser”) llegó junto con él peonan-
do para Arze. Se había casado en Chile con Rosario Castro con quien tuvo (que yo sepa)
a Felidor, Hernán, Enrique, Ambrosio y Juana. Fundó la rama más prolífica de los Prieto.
(Más adelante detallaré las primeras generaciones de su descendencia).
Francisco Acuña también peón de Arze, casado con Rosaura Mellao tuvieron a
Nazaria (luego esposa de Carlos Pinilla) y a Gumersinda (quien sería mujer de don Enri-
que Prieto Castro) y otros que no registro.
Adrián Rodríguez igual que los anteriores también peón de Arze; casado con
Rosa Tapia tuvo por hijos a Adolfo, Eufemio, María, Sabina, Nazaria, Margarita y otros.
Ocupó el lugar y la aguada donde dos décadas atrás instalara su toldo Ñanco Curá. En su
campo (hasta 1972) se mantenía el corral de piedras hecho por Ñanco Curá y su gente
para defenderse de los indios “mapuches del Bío-Bío”.
Froilán Moscoso integrante de la gente de Arze; casado con doña “Chayo” Hen-
ríquez, sus hijos fueron: Sebastián, Miguel, Tomás, Santos, Luciano, Ricardo y otros.
Damián Gutiérrez uno de los pocos argentinos nativos entre aquella primera tan-
da de pobladores; siendo muy joven había sido soldado en los finales de la Guerra con el
Paraguay y después en la Conquista del Desierto a las órdenes del Comandante Juan
Díaz (quien vino a la cordillera comisionado luego de la derrota y muerte del Capitán
Crouzeilles). Su hijo fue don Fortunato Gutiérrez.
Eugenia Painemil quizá la última india originaria de Pilo Lil que insistió en convi-
vir con los primeros “huincas” aunque nunca pudo entender el “derecho de propiedad” de
que hablaban los blancos, situación que le provocó no pocos enfrentamientos, algunos
graves.
Eugenia tuvo varios hermanos; alguien dijo que uno de ellos fue el “último indio de
verdad y también la última víctima de verdad” de la Conquista (lo mataron allá por 1900
de un balazo vadeando el Aluminé por haberse robado una ternera, fue en el vado que
está en el quebradero, al pie del Nahuel Mapi).
Timoteo Oñate multifacético peón de Arze y luego de Don Enrique (“El Kaiser”),
habilidoso “maestro” herrero y carpintero, loco y fabulador (hizo la primera balsa en 1920).
No se casó; después de unos años de residencia volvió a Chile. Dejó para el recuerdo
aquella anécdota de su última carta a su amigo y patrón el Kaiser informándole que no re -
tornaría; en ella decía “…y no me pida que vuelva ni me mande a buscar, porque me mo-
rí.”
Sanhueza Con gran dificultad he logrado recuperar apenas su apellido; fue peón
de don Enrique (“El Kaiser”) quien lo encargó como puestero en su veranada al norte de
su campo, allá por 1901. Como usaba permanentemente botas de caña muy alta o polai -
nas negras, todos lo llamaban “El Botas Largas” y a su rancho levantado en medio del
pehuenal: “el Puesto del Botas Largas”. A partir de entonces a esa veranada y alrededo -
res se la llamó: “Botas Largas”. Nadie me pudo informar el destino de aquel misterioso
personaje, solo una muy breve descripción de su figura: “un chileno muy alto y delgado,
vestido casi siempre con un poncho negro y botas largas…”
Juan Polanco fue traído por “El Kaiser” como colaborador; las mentas dicen de él
que fue un viejo serio y ascético, casado con Mercedes Cantero (cocinera del “Kaiser”),
alguno de sus descendientes asistió a la escuela “vieja” con el maestro Puertas.
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[Escriba aquí]
Bernabé Prieto (No conozco el apellido materno). Yerno de Enrique (“El Kaiser”)
por haberse casado con Valentina Prieto Campos y hermano de sangre de Ramón Prieto
y de crianza de Manuel Prieto (“don Manuelito”).
(Vale aquí una aclaración importante: con posterioridad a la llegada de Enrique (“Kaiser”) y su
hermano Froilán a Pilo Lil es decir apenas entrado el siglo XX, arribaron también desde Chile otros dos her-
manos -entre sí- del mismo apellido, fueron Bernabé y Ramón. Honestamente desconozco si eran familiares
o no de mi abuelo. Perdidos comentarios de mi primo Rogelio y de mi tía Valentina me hacen suponer que
eran parientes no tan próximos allá en Chile.)
Lo que quiero aclarar es que estos Prieto (originarios de Concepción, Chile) se instalaron en una
fracción importante de tierra que no solo ocuparon sino que defendieron, consolidaron y explotaron denoda-
damente debiéndose imponer a otros interesados y aún a sus ocupantes originarios entre ellos los indios
Painemil (Eugenia y familia). Me contaba mi primo Amado (“Lenco”) que justamente a raíz de tanta lucha y
esfuerzo a su propiedad la llamaron “Estancia La Discutida”.
Por su particular empuje y contracción al trabajo tuvieron un rápido crecimiento económico lo que
les dio una destacada posición dentro de la pequeña sociedad piloleña de principios del siglo XX y generó
cierta distancia con los otros habitantes. Esta circunstancia hizo que localmente se los llamara: “los Prietos
Ricos”.
Los “Prietos Ricos” ocuparon la parte oeste de Pilo Lil (siempre sobre la banda izquierda del río),
su campo limitaba al Este con el que después fue de Gendarmería y con el de Rodríguez; hacia el oeste con
el campo de Adem. (Estancia “Rancagüa”, muchos años después subdividida en “Rancagüa”, “La Medialu-
na” y “Bey Malek”).
Eran, como dije, Ramón Prieto, Bernabé Prieto y tenían un hermano de crianza: Manuel Prieto, a
quien todos llamaban cariñosamente “don Manuelito”.
Ramón Prieto (“el rico”) Hermano mayor y socio de Bernabé Prieto en la Estancia
“La Discutida” tuvo por hijos a Marciano (casado con Dalma Cuiñas), Roberto, Celina, Ire-
ne (casada con Tomás Moscoso), Ernestina (casada con Adolfo Rodríguez) y otras que
no recuerdo.
Por una cuestión cronológica ubicaré la descendencia de los mencionados, un
poco más adelante.
Pedro Suarzo también chileno traído por “El Kaiser”, fue peón agricultor y luego
habilitado de don Enrique. (Dejó fama de ser muy trabajador y desabrido) Algunos de sus
descendientes asistieron a la “escuela vieja” en época del maestro Puertas. Durante mu-
cho tiempo a su amplio sitio de labranza se lo siguió llamando “el puesto de Suarzo) o “la
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[Escriba aquí]
pampa de Suarzo”.
Victoria Heredia chilena, comadre y luego habilitada de don Enrique como crian-
cera. (Estableció su puesto exactamente en la vertiente frente al actual puente). Durante
muchos años después se le siguió llamando al lugar “el Puesto ‘e la Victoria”.
Sixto Godoy fue el segundo balsero de la balsa construida por Oñate por orden
de don Enrique Prieto en 1920. (Con Quilodrán construyó los ranchos que usó como vi-
vienda y que después habitó mi tío don Segundo Prieto y familia).
Luis Pinilla Chileno, ex - peón de Arze. Fue un muy pequeño criancero. De su fa-
milia solo conocí a su hijo Carlos Pinilla.
Loyola (“Don Loyola”) Chileno venido con Arze, lo recuerdo siendo él ya muy ma-
yor como un solitario y andariego buscador de oro.
Felidor Prieto Castro, hijo de Froilán Prieto Lagos se casó con una hija de Lina-
res. Carezco de más datos.
Hernán Prieto Castro (“Pelao”) Nacido en Chile, hijo de Froilán Prieto Lagos y
sobrino directo de Enrique (“Kaiser”). Fue el primer balsero de Vialidad Nacional; sin duda
el primer empleado estatal de Pilo Lil. Casado en primeras nupcias con Felicinda Romero
tuvo a Segundo Hernán Prieto y en segundas nupcias con doña Aurelia Pinto tuvo a Joa-
quín, Domingo, Ismael, Leopoldo, Leonidas, Ermelinda, Elba, Flaminio y Raquel. La cono-
cida milonga “Balsa de Pilo Lil” de Marcelo Berbel lo homenajea cuando refiriéndose a su
nieto Gerardo Prieto dice: “mi padre fue tu balsero, / mi abuelo también lo fue…”
Ya superados los primeros años del siglo XX, comenzaron a sumarse a los inmi-
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[Escriba aquí]
Carlos Bernal hijo mayor de don Darío Bernal, se casó con una dama de Buenos
Aires, que según comentarios, no toleró la soledad y el ostracismo de la estancia “Las
Breñas” y su entorno; debido a ello se ausentó definitivamente.
“El Negro” Bernal fue el otro hijo de don Darío; no formó familia ni tuvo descen-
dencia. Vivía por supuesto en la Estancia “Las Breñas”.
Neme (“el Turco”) no pude obtener su nombre de pila. Fue socio y patrón de Pe-
dro Castro en el primer boliche. Al separarse de su socio estuvo él personalmente a cargo
del negocio durante bastante tiempo (Segunda mitad de la década de 1920).
Adolfo Rodríguez, hijo de don Adrián Rodríguez, se casó con Ernestina Prieto
(hija de Ramón Prieto “Rico”) y tuvieron a Victorino, María, Emiliano, Audón, Virgilio, Emi-
lia, Alberto (“Beto”). Tuvo una criada: la Enana Rodríguez.-
Enrique Prieto Castro (“Pelao” o “El Busca”) hijo de Froilán Prieto Lagos y so-
brino directo de (“Kaiser”) casado con Gumersinda Acuña (hija de Francisco Acuña) tuvo
a Froilán, Rudecindo, Guillermina, Felicinda, Fernando, Dionisio, Víctor (“Tintín”) y Fran-
cisca (“Pancha”). Fue criancero, se estableció en las proximidades de la “Piedra de Pilo
Lil.
Ambrosio Prieto Castro, hijo de Froilán Prieto Lagos y sobrino directo de (“Kai-
ser”), tuvo cuatro matrimonios, por haber enviudado en tres ocasiones. Sus esposas fue-
ron Juana Bello, Serafina González, Zulema Barahona y la “Ñata” Cisterna; con ellas tuvo
a Juan, Juana, Aurelia, Guillermina, Rosario, Gregorio, Sebastiana, Arminda, Rodolfo, Gri-
selda, Felidor, Odila, Otilia, Atilano, Idalina, Serodino, Alberto y al menos dos que no re-
cuerdo.
Juana Prieto Castro, hija de Froilán Prieto Lagos y sobrina directa de (“Kaiser”)
casada con Eliseo Jara, tuvo a Adonay, Zacarías, Nicasio, Fidelina, Elcira (“Chompa”),
Máximo (“Pelao”), Ambrosio (“Pocho”) y María Juana (“Maruca”). Con Eliseo, su marido,
fueron crianceros y establecieron su puesto casi junto al río entre el campo de Moscoso,
el de Enrique Prieto (“Pelao”) y el de Infante y Figueroa.
Pablo Prieto Campos, hijo de Enrique (“El Kaiser”) Casado con Mercedes Sepúl-
veda. Residió pocos años en Pilo Lil; se fue posiblemente a Santa Cruz. Al irse tenía dos
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[Escriba aquí]
Luisa Prieto Campos hija de “El Kaiser” se casó con Ramón Nonato Gutiérrez,
tuvieron a mis primos hermanos: Rodolfo, Rogelio, Ricardo, Elvira, Rubén (Nancho), Elsa,
Ena, Ida, Roque y Luis (de mi edad). De estos primos con quién más contacto tuve fue
con Rogelio (quien me aportó gran cantidad de los datos familiares que aquí vuelco).
Valentina Prieto Campos hija también de “El Kaiser” se casó con Bernabé Prieto
con quien tuvo a mis primos: Máximo (“Chilín”), Amado (“Lenco”), Rolando (“Rolo”), Porfi-
rio, Hilda, Graciela (“Ñata”), Griselda (“Chela”), Brígida, Ercilia (“Chila”), Benigno (“Beno”),
Elvidia (“Candela”) y Bernita (“Berna”).
El mayor “Chilín” fue protagonista de un desafortunado episodio en una riña en la
que perdió la vida un convecino de apellido Guíñez.
Mis primas Griselda (“Chela”) y Brígida se radicaron en Cinco Saltos, la primera
se casó con Almanza con quien tuvo creo que dos hijos: Aníbal y Gladys y la segunda con
Antonio Sin. De esta última me consta que tuvo dos hijos Mirtha y Néstor. También poste-
riormente se radicaron en Cinco Saltos mi tía Valentina y mis primos Ercilia (“Chila”), Can-
dela, Bernita y Benigno (“Beno”); Hilda y Graciela (“Ñata”) se fueron a Buenos Aires y allí
se radicaron. El héroe de mi infancia: Rolando anduvo también por Cinco Saltos y conclu-
yó sus días en Lamarque en la isla de Choele Choel.
Mi tío Bernabé a quien no conocí, tuvo fama de ser autodidacta y particularmente
culto; falleció poco después del nacimiento de su hija menor Bernita. Esta fue mi prima
hermana más próxima en edad, tal vez dos o tres años mayor que yo.
Martin Prieto Campos, hijo menor de Enrique (“Kaiser”), se fue muy joven de Pilo
Lil. Se habría casado con Juana Romero.
Doroteo Prieto Campos, mi padre, se casó con mi madre Luisa Ramírez y tuvie-
ron a Danilo (1935-2013), Griselda Adela (1938), Doroteo Oscar (yo) (1946) y Benjamín
Vitelio Eneas (1956-1976). De una relación previa, Doroteo, reconoció a una hija: Angélica
Andrea quien se casó en Buenos Aires con Roberto Marino y sé que adoptaron a Alejan-
dra.
más, su figura garbosa no encajaba del todo en aquella inefable cocina con piso de tierra y paredes de ado -
be blanqueadas a la cal. Tras él, en la pared un almanaque de Angel Velaz & Cia. marcaba un nivel de ga-
nadero, que quizá siempre quiso y nunca logró. Él era mi padre, se llamaba Doroteo Prieto.
Había nacido en Catan Lil, muy cerquita de Calcatre, un 28 de marzo de 1906; su padre, Enrique,
“El Kaiser”, por aquel tiempo, intentaba hacer pié como criancero en una tierra nueva, hostil y fecunda, esa
tierra era Pilo Lil. Al lugar los indios lo llamaban “Maico”, el viejo lo había rebautizado como “San Francisco
de Pilo Lil”.
Su padre don Enrique, contrató en 1914 a un tal Santucho (quien sin duda fue el primer maestro
de Pilo Lil) pero la ilusión del maestro propio duró muy poco, Santucho no se adaptó.
La única escuela en muchas leguas a la redonda era la nº7 de Junín de los Andes, pero ¡quedaba
tan lejos! Más lejos por lo dificultoso del camino que por la distancia en sí, eran diez leguas de huella de
mula bordeando cañadones y precipicios, cruzando ríos y arroyos caudalosos: el Aluminé, el Aucapán, el
Malleo y el Chimehuín. Para que asista a la escuela, Don Enrique quien no quería hijos analfabetos, “se lo
dejó encargado” a Don Jelvez y en dos trabajosos años, Doroteo terminó a los doce años el Primero Supe-
rior (hoy segundo grado) (Aún conservo ese certificado, está fechado en 1917).
Don Enrique entonces consiguió ubicación en la casa de un conocido en Lonquimay (Chile), y has-
ta allí fue Doroteo; su madre, doña Griselda le arregló la ropita, su padre un carguero, y partió hacia Chile
para aprender lo que no podía en su país...
Dura fue la experiencia del colegio chileno, lo ridiculizaban por sus bombachas, por su “checheo”;
duro fue aprender el Himno Chileno, dura fue la separación del amor materno; no pudo aguantar más de un
año... y volvió a su Pilo Lil, casi con los mismos conocimientos aprendidos del maestro Carrizo en Junín de
los Andes. Ya corría el año 1920 y Doroteo pisaba en los catorce.
La amarga intentona del exilio educativo lo marcó para siempre y le creció como una mancha de
aceite en el alma un apretado sentimiento de argentinidad y de cultura.
Por esas cuestiones de carácter debió irse de la casa paterna al cumplir los 18 años; su madre le
regaló una yunta de moros y un recado de bastos a los que agregó una maleta “laboreada” y un poncho de
“guanaco” tejidos por ella misma, un par de tortas de rescoldo, un poco de “charqui” y un montón de lágri-
mas y consejos...
Doroteo Prieto, dragoneante durante su Servicio Militar en los Arsenales de Guerra (Bs.As. - 1927)
Rumbeó hacia el Sur, era el año 1924 y como buscando un destino verde-esperanza, llegó al inci-
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[Escriba aquí]
piente Bariloche. Empezó a “peonar” en la estancia El Cóndor y con su primer sueldo compró un “dicciona-
rio” que a partir de entonces lo acompañaría como la biblia a un pastor o como la humedad al agua, lo lleva -
ría siempre en su rústica “maleta laboreada” con la absurda y sublime intención de “aprendérselo”.
A los veintiún años, como decía la ley, le tocó “el Servicio” y por esas cosas inexplicables (o tal vez
sí) de la distribución castrense debió cumplir catorce largos meses en los Arsenales de Guerra en Buenos
Aires.
Por su nada común habilidad para la escritura lo pusieron de Furriel y terminó siendo Dragonean-
te. El Servicio Militar le sirvió entre otras cosas para conocer a la gran amiga de su vida: la máquina de es -
cribir...
Ya de baja del Ejército volvió a Bariloche, nuevamente a peonar en “El Cóndor”, cada tanto volvía
a la casa paterna a ver a sus padres. Estaba en aquel tiempo como criada la Rosa, una muchacha, que por
esas cosas de la juventud, tuvo amores apresurados con Francisco y también con Doroteo. De alguno de
aquellos deslices nació Angélica. Según confesión de la Rosa a doña Griselda, la niña era hija de Doroteo,
no de Francisco; por ello él la reconoció, casi por imposición materna.
La famosa “crisis del 30” la pasó peonando en “El Cóndor”; recordaba anecdóticamente cuando le
bajaron el jornal de dos pesos cincuenta a uno con cincuenta. Quedaron de ese tiempo (1929) algunos ver -
sitos ya perdidos: “¡Buenos días peso y medio; / adiós dos pesos cincuenta!…”
En Bariloche y ya con 27 años conoció a Luisa la hija de su compañero de trabajo: don Luis Ra -
mírez, y con ella se casó.
Se hizo una casita de madera en la calle Ada M. Elflein, en el terreno de sus suegros e inició allí
su largo peregrinar como padre de familia.
Los asombros de la vida, su desparpajo y sus ansias de saber y aprender, lo pasearon por mu -
chos oficios y empleos, junto con su compañero y luego suegro don Luis Ramírez fue peón de Jarred A. Jo -
nes y de su hijo Andrés Jones en las estancias Leleque y Tequel Malal; fue tropero desde la cordillera al
mar (arreó ovejas desde Bariloche a Península de Valdés); trabajó en la vieja Y.P.F. perforando pozos
(1933) con el ingeniero Sobral en Ñirihuau; en Parques Nacionales en Puerto Pañuelo y en 1935 en los pri-
meros links del Gran Hotel Llao-Llao (aquel que se incendió). Por saber escribir a máquina ingresó a la Poli-
cía como Oficial Escribiente. Fue encargado de la primera Piscicultura; fue albañil (pésimo, según él mismo
decía); poeta improvisado y periodista clandestino (en “El Trépano”, en “El Tábano” y en el “Nahuel Huapi”)
Doroteo no pudo llegar al lecho de muerte de su madre doña Griselda del Carmen Campos Reta -
mal de Prieto quien murió en 1939 a los 69 años.
Don Enrique anciano y ya viudo lo reclamó a su lado, ya que ninguno de los otros varones quiso o
pudo volver, y Doroteo retornó al viejo Pilo Lil, lo hizo con su frágil mujercita y sus dos hijos mayores: Danilo
y Griselda; corría el año 1942.
Para aquel tiempo al viejo “Kaiser” sólo le quedaban en Pilo Lil dos de sus hijas Valentina (casada
con Bernabé, dueño de la estanzuela “La Discutida”) y Luisa (casada con Ramón Nonato Gutiérrez).
Valentina había adquirido una cómoda e independiente posición, tal vez por estar casada con Ber -
nabé; Luisa, no tan exitosa en su matrimonio, quedó en la casa paterna aportándole nietos y problemas al
viejo “Kaiser”.
La vuelta de Doroteo a la casa paterna fue interpretada por Luisa y Ramón como una intromisión y
se desató un disenso que creció en polémica hasta llegar a discordia. Estas diferencias hicieron que Doro-
teo, sin abandonar el lar paterno se acomodara con su familia en la parte baja del campo (frente mismo a la
balsa de su padre), junto al río Aluminé; Luisa, Ramón y familia quedaron en “el puesto de arriba” o sea la
casa del viejo “Kaiser”.
Fueron tiempos difíciles, todo el campo era usufructuado por Luisa y familia so pretexto de “ayu -
dar” al viejo Enrique; a Doroteo se le permitió apenas el pastaje para un caballo (era un moro pampa). Pero
el mozo no era de arredrarse y sabiéndose poseedor de un particular ingenio y una nada común habilidad
para hablar, para escribir y para sacar cuentas decidió encarar el comercio.
Comenzó canjeando en “La Zulemita”, el boliche de Zingoni en Catan Lil la cerda de su propio ma-
tungo, algunos cueros de zorro, de gato montés y de puma por “vicios” que a su vez cambió por otras pieles
silvestres y algún poco de lana, y terminó haciéndosele una rutina el ir y venir a Catan Lil con su caballo y
un pilchero “enchigüao” que su hermana Valentina le prestara; Catan Lil quedaba a unas siete u ocho le-
guas de sendero pedregoso y trabado.
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[Escriba aquí]
La experiencia comercial fue creciendo y se animó con total desparpajo a instalarse en una ruca
que le facilitó el viejo Valdebenito en plena tribu de Linares en Aucapán; allí comerció lo imprescindible y vi -
tal para los indios y para él: “vicios” y frutos del país.
Su padre, “El Kaiser” intentó que se dedicara al campo pero su hermana Luisa se encargó siempre
de trabar esa idea, la otra hermana: Valentina, en cambio, le brindó un total e incondicional apoyo.
El viejo “Kaiser” sintió cada vez más el peso del tiempo y finalmente la muerte lo derrumbó el 24
de junio de 1945; lo enterraron junto a su mujer doña Griselda, frente mismo al viejo “puesto de arriba”, cru -
zando el arroyo, que ya se llamaba “de Prieto”.
La muerte del viejo desató la inevitable disputa sucesoria que apenas incluía la tenencia oficiosa y
precaria de la lonja de campo pedregoso y quebrado que era San Francisco y un poco de verde allá en Bo-
tas Largas.
El control del campo lo ejercían a destajo Ramón y Luisa, a Doroteo apenas le seguían mantenien-
do el derecho de ocupar “el puesto de abajo”.
Doroteo entonces aprendió a cubicar madera (rollizos) en el lago Quillén y con esos ingresos su -
mados a su rebusque como comerciante guapeó la difícil época de la segunda mitad de la década del 40.
Apareció en Pilo Lil por aquel tiempo uno de los primeros maestros de la escuelita “51”, era don
Jorge Carlucci (originario de Buenos Aires) quien prontamente distinguió a Doroteo con su amistad y viéndo-
lo vital y dinámico le ofreció sociedad comercial; así nació el Doroteo “bolichero”. Contaba mi madre que el
aporte pecuniario de Carlucci fue de setenta pesos moneda nacional.
Con Carlucci nacieron los primeros contactos (en aquella época postales) con la hasta entonces
inaccesible Buenos Aires y vía Ferrocarril Roca (por Zapala) se comenzaron a intercambiar “frutos del país”
de la ignota Patagonia por manufacturas.
El negocio creció, Carlucci por su condición de docente fue trasladado a la Provincia de Misiones y
la sociedad terminó, pero Doroteo siguió adelante y en pocos años era el comerciante más acreditado en
muchas leguas a la redonda solamente con los límites mercantiles de Parra en Quillén, Biorkman en Malleo
y el mismísimo Bernardino Zingoni en Catan Lil.
Anecdótico resulta ahora recordar que Doroteo fue “distribuidor” de la famosa “levadura seca Vir-
gen CALSA”, de las anilinas “Martignac” de las máquinas de coser Best-Buil y de las cocinas económicas
“Istilart” para localidades como Zapala, San Ignacio, Catan Lil, Malleo, Junín y San Martín de los Andes.
Su hermana Luisa falleció, y su cuñado don Ramón permaneció en el campo mientras sus hijos
crecían y cuando éstos abandonaron el pago, él le vendió a Doroteo los caballos y alguna vaca.
Sus inicios como comerciante lo vieron presenciando el arribo de la tosca Gendarmería Nacional
que sentó sus reales en Pilo Lil con el nivel de Puesto (actualmente sería Grupo) y finalmente desapareció.
La balsa que cruzaba el Aluminé había sido hecha e instalada por su padre don Enrique Prieto;
después de la muerte del viejo su funcionamiento era por demás irregular y a veces lógicamente peligroso;
oficiaba a menudo de balsero el viejo Sixto Godoy a quien Doroteo arrimaba algún sueldo y los “vicios” lógi-
camente por considerarlo como un elemento imprescindible para conectar a sus clientes “del otro lado” con
su “Almacén de Ramos Generales y Acopio de Frutos del País”.
La mercadería para el negocio le llegaba a lomo de mula desde Catan Lil, pero allí dependía del
monopólico manejo de los Zingoni que tenían el único “boliche grande”. Esta dependencia condicionaba al
empeñoso comerciante ya que muchas veces debía competir con su proveedor con las lógicas desventajas.
Por ello se imponía buscar variantes de aprovisionamiento y la geografía marcaba claramente al
pueblo de Junín de los Andes como el más apropiado; a él apuntó entonces Doroteo.
No había ni remotamente camino hacia Junín, apenas una huella de caballo. Después de muchas
vicisitudes el Ejército hizo a “pico y pala” una senda para automotores (1946); a partir de entonces esta pre -
caria senda comenzó a ser vital para Doroteo y su negocio.
Vialidad reemplazó la vieja balsa por otra usada, que duró con dificultad una década. Entonces
Doroteo mandó hacer un bote grande para el traslado de la mercadería desde la margen derecha hasta la
izquierda del río. Finalmente Vialidad decidió construir una nueva balsa (1955), trabajo éste realizado por un
carpintero suizo llamado Luis Bagnaud que terminó siendo muy amigo de Doroteo.
Cuando corría, creo que el año 1953 enfermó de peritonitis, una enfermedad difícil para aquella
época y debió recurrir al servicio médico más próximo que estaba en Junín de los Andes; como allí la “salita”
de primeros auxilios no tenía quirófano, su director el Dr. Pátolak lo llevó a la Enfermería militar del Regi-
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[Escriba aquí]
miento (RIM 26) donde el cirujano era un tal capitán Bergoglio (quien en una mala praxis lo intervino). Este
doctor Bergoglio lo operó tan irresponsablemente que si bien le extrajo el apéndice también le produjo una
serie de cortes y de lesiones en el intestino delgado que lo obligaron a una larguísima convalecencia que fi -
nalmente derivó en un inevitable e impensado viaje a Buenos Aires en un avión militar.
En la Capital fue atendido en el Hospital Eva Perón (hoy Hospital Lanús); allí fue sometido a va -
rias intervenciones hasta que finalmente el equipo conducido por el Dr. Villamil lo recompuso. Tal fue el
agradecimiento hacia el médico que le salvó la vida que cuando retornó a Pilo Lil, rebautizó su negocio de
Ramos Generales que pasó a llamarse “El Villamil”.
Paralelamente a la actividad comercial y ganadera siguió despuntando su vicio predilecto: la lectu -
ra. Para poder acceder a tan preciado bien desde un lugar tan recóndito como el Pilo Lil de entonces, debió
recurrir a todas sus habilidades y contactos hasta lograr la instalación de una Estafeta Postal (1948).
Con su amigo Alejandro Hiriart, dueño de las estancias La Rinconada, Kilca y Palitué, se aliaron
para “abrir una huella de auto” que comunicara Pilo Lil con Rahue; lo lograron. Años después (1959) el Esta-
do Provincial licitó la obra y a través de la Empresa Constructora “Red Caminera S.A.” construyó el tramo,
hoy es la Ruta Provincial 23. Esta obra significó un desahogo económico muy importante para el comercio
de Prieto.
Don Doroteo Prieto fue un autodidacta notable, lector empedernido de La Prensa, luego de La Na-
ción, de autores clásicos, a quienes solía recitar.
Se relacionó con el multifacético sabio esloveno don Juan Benigar y llegó a ser muy amigo de su
hijo Alejandro Manqué Benigar quien visitaba regularmente Pilo Lil.
Fue íntimo amigo del escritor y novelista mendocino Alberto Rodríguez (h) autor entre otros libros
de “Matar la Tierra” y “Donde haya Dios”. Quien vivió en Pilo Lil por ser a la sazón esposo de la maestra de
escuela Doña Noelia W. Berenguer. Esta relación le acercó otras como la del Filósofo C. Ciccitti.
Mantuvo también una fluida amistad personal y epistolar con el folklorólogo neuquino Dr. Gregorio
Álvarez y su esposa Clotilde (Doña Clota), quienes en reiteradas ocasiones permanecieron en su casa de
Pilo Lil durante períodos prolongados mientras Don Gregorio hacía estudios y recopilaciones sociológicas y
folklóricas tanto en Pilo Lil como en lugares aledaños. Alvarez hace especial mención de esas estadías en
sus libros “Donde estuvo El Paraíso” (Capítulo “Por tierras del Aluminé” Pag.195 a 208) y en múltiples reco-
pilaciones de “El Tronco de Oro”.
Con Alvarez colaboró grandemente en los “Cuadernos del Instituto Nacional de Investigaciones
Folklóricas - 1960” del Ministerio de Educación y Justicia.
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[Escriba aquí]
También colaboró con la investigadora Berta Elena Vidal de Battini en el Tomo 10 de sus “Cuentos
y Leyendas Populares de Argentina”.
El Dr. Gregorio Álvarez en su libro “Donde estuvo El Paraíso” (pág. 200 y 202) hace una brevísima
estampa de Don Doroteo Prieto.
La actividad comercial y ganadera de Don Doroteo tuvo muchos y marcados altibajos que incluye-
ron cierres y reaperturas de su ya consular boliche.
Fue Delegado del Ministerio de Agricultura, representante de CANEFA primero y luego de SELSA,
encargado de Estafeta. Entre sus amistades se contaron Don Félix San Martín, Don Pedro San Martín (go-
bernador del territorio), don Pedro Mendaña, el cura misionero Ludovico Pernisek, Don Alfredo Asmar (vice-
gobernador y luego gobernador de la Provincia), Don Elías Sapag (luego senador nacional), don Andrés de
Larminat (estanciero y legislador), don Gregorio Álvarez, don Julio Villarino, Milton Aguilar, Alberto Rodrí-
guez (escritor), Jorge Ciccitti (filósofo), Juan Benigar, Darío Bernal, Ileana Lascaray, por citar aquellos que
recuerdo.
Sus relaciones comerciales lo acercaron a don Julián M. Ahuri, Salvador Asmar, José Kreitman,
Roque Roca, Chelo y Bernardino Zingoni, etc. En Buenos Aires su respaldo económico fue durante mucho
tiempo la firma Angel Velaz y Cía. Ltda. (Consignatarios de Lanas y Frutos del País).
Por poseer una notable cultura, una innata facilidad de palabra y ser francamente extravertido y
hospitalario, su casa era parador obligado de quienes pasaban por Pilo Lil. Fue severo consigo mismo y con
su familia según los cánones de la época, austero y empecinado trabajador.
Quiso que sus hijos se capaciten por ello envió al mayor Danilo a Buenos Aires con nuestra abuela
Adela; a mí me pudo mandar al colegio salesiano Ceferino Namuncurá de Junín de los Andes cuando tenía
9 años y estuve allí hasta terminar la primaria. Luego fui a Gral. Roca para cursar la secundaria. Mi hermana
Chela prefirió el matrimonio a los 17. En cuanto a Angélica, también la envió a Buenos Aires con mi tía
abuela María del Carmen, se recibió de enfermera y vivió de ello.
En las elecciones de 1958, sus amigos Andrés de Larminat y Normando “Toto” Zingoni lo incluye -
ron como candidato a legislador constituyente por el Partido Demócrata. Él decía que por suerte el peronis -
mo le había ganado.
Ya viejo y zarandeado por los años, las enfermedades y las decepciones, me pidió que vuelva a
Pilo Lil; yo estaba en Buenos Aires y había terminado mi servicio militar. Era abril de 1968. Cumplí con el
pedido paterno: volví a Pilo Lil y me hice cargo del boliche y del campo.
Él continuó su incansable lucha para que se construyera el Puente sobre el Río Aluminé, hasta
que logró que lo licitaran. Alcanzó a ver los trabajos preliminares de la obra.
Tenía vacas a medias con Miguel Gutiérrez y en Abril de 1969 las hizo bajar de la veranada para
repartirlas con su socio; una de esas vacas era particularmente salvaje, e intentando enlazarla, se enredó y
cayó; sobre él cayó la vaca. Le fracturó varias costillas y tuvo que ser derivado urgentemente al hospital de
Junín de los Andes; lo llevó en su Jeep Beto Cofré.
A Don Doroteo los médicos de aquel tiempo le habían diagnosticado previamente tuberculosis y
luego brucelosis y lo medicaban contra ésta última cuando en realidad su afección era insuficiencia de la
glándula suprarrenal.
Mal medicado, aunque con el acompañamiento de mi madre, de mi hermanito Eneas, con mis rei-
teradas visitas y las de mis hermanos Danilo y Chela, Don Doroteo Prieto, mi padre, murió el 11 de julio de
1969 en el Hospital de Junín de los Andes. Antes de morir me pidió que lo sepultásemos en su campo “mi-
rando al puente”; así lo hice.
Con mi hermano Eneas éramos tan jóvenes y tan frágiles que nuestro viejo tuvo el coraje de morir
sin miedo, sólo para no asustarnos…
Él nos había dicho que sólo nos morimos cuando nos olvidan; quizá por eso insisto en recordar-
lo… y ayudan a mi recuerdo los emocionados testimonios de mi madre y los de quienes lo trataron.”
Luisa Ramírez Poblete, (mi madre), esposa de Doroteo Prieto, nacida en Barilo-
che, hija de Luis Ramírez y de Adela Poblete. Acompañó a su esposo en su retorno a Pilo
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Foto Izquierda: Luisa Ramírez de Prieto y su hijo Eneas Prieto, detrás de ellos montados a caballo Javier y Sonia Igle -
sias. Foto Central: Don Luis Ramírez, y Luisa Ramírez con “Quique” Prieto en brazos.
Foto Derecha: Don Luis Ramírez con su bisnieto “Quique” – Pilo Lil, 1971.-
Lil (1942) colaboró no solo en la crianza de nosotros sus hijos sino además en la manu -
tención del hogar elaborando y vendiendo pan casero y viandas a los primeros gendar-
mes, atendiendo el incipiente comercio de mi padre y luego se desempeñó como Encar-
gada de la Estafeta Postal.
Luis Ramírez, (mi abuelo materno) vino desde Bariloche y se radicó definitiva-
mente en Pilo Lil junto a su hija convirtiéndose en el sostén afectivo de todos nosotros y
en el brazo ejecutor de todas las tareas rurales; pasó a ser una especie de capataz efi -
ciente y desinteresado; jamás cobró un peso a mi padre; le alcanzaba solamente con el
cariño de la familia.
Antes de establecerse en Pilo Lil había recorrido como peón de campo, puestero,
resero, alambrador, etc. gran parte del norte de Santa Cruz, Chubut, Río Negro y Neu-
quén e incluso trabajó como ayudante de picapedrero en la construcción del Centro Cívico
de Bariloche.
Fue él quien nos enseñó a realizar todas las tareas camperas y quien nos llenó
los oídos de historias patagónicas de comienzos del siglo XX y de fines del XIX.
Mi abuelo Luis había nacido en “El mallín de la Y griega”, Ranquilón (Dpto. de
Ñorquín) en el año 1890. El Dr. Álvarez solía decirle “mi coterráneo” porque curiosamente
también él era nacido allí. Permaneció en Pilo Lil desde 1948 hasta su muerte en 1973.
Juan Bautista Aguilera (“El Peuco”), chileno de origen, llegó como peón de Arze
y luego lo fue de don Enrique “El Kaiser”; por la similitud de su apellido con “águila” “El
Kaiser” lo rebautizó como “El Peuco” (pequeño gavilán o aguilucho cordillerano); se casó
con doña Rosa Herminia Alsina. Con ella tuvo a José (“Josecito”), Segundo (“Segundito”),
Eduviges, Amanda, Estela y varios que no recuerdo. Tuvo un criadito llamado Lito. Fue
uno de los típicos crianceros fiscaleros.
Rosa Herminia Alsina esposa del anterior, era argentina; fue hija de un ex solda-
do de la conquista. Fue tal vez la más reconocida de las “comadronas” o “parteras” del
pago. Habilidosa “tejendera”, “carbonera” y mujer de campo.
Lorenzo Pincheira uno de los últimos criados de “El Kaiser” (se lo apodaba “Ge-
rente”). Al morir “El Kaiser”, “Gerente” se ausentó definitivamente radicándose en Buenos
Aires.
Bernabé Pintos excelente soguero; quedó viudo y crió “como pudo” a sus hijos
Benigno (“Beno”) y Audilio (“Vilo”). Fue peón de Zingoni, de Herrera y de Bernal. Perso-
nalmente tuve un profundo afecto por este personaje y hoy lo recuerdo con gran emoción;
fue un excelente soguero y siendo él sumamente pobre y necesitado me obsequió un re -
benque artesanal de exquisita factura. Me solía decir: “Teo tata, Teo”…
Domitila Melo criada de don Enrique, muerto éste se radicó en Junín de los An-
des; allí sé que tuvo una hija: Lorenza Sepúlveda. Desconozco más datos.
Tomás Moscoso, Hijo de Froilán Moscoso, se casó con Irene Prieto (hija de Ra-
món Prieto “rico”) y tuvo a Américo, Adela, Elfa, Abel y varios más. Fue criancero.
Marciano Prieto, hijo de don Ramón Prieto. Se casó con Dalma Cuiñas con quien
tuvo a José, Nívea, Nerio, Celsio, Néstor y Mary. Don Marciano fue un destacado vecino
de notable personalidad. Por cuestiones de herencia y tenencia en el usufructo y explota -
ción del campo “La Discutida”, mantuvo una fría y distante relación con su primo Amado
Prieto (“Lenco”) ya que ambos eran herederos de la primitiva sociedad de Ramón y Ber-
nabé Prieto.
A fines de la década de 1960 estableció un comercio de ramos generales en la
parte baja del campo, muy próximo a la vivienda de Lenco.
En 1967 en sociedad con mi padre, compró la primera esquiladora mecánica (de
seis manijas) que hubo en Pilo Lil.
Luis Gonzaga Figueroa (“El gato blanco”). Fue un reconocido criancero; de sus
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[Escriba aquí]
“El maestro chico” Habilidoso carpintero; por su reducida talla se lo apodó “el
maestro chico” y en este caso el apodo le ganó a su nombre y apellido. Era trabajador iti-
nerante. Murió en un lamentable accidente cuando se enredó en el estribo de su cangalla
y su caballo lo arrastró.
Juan de Dios Ocare Fue criancero. Tuvo su puesto en una pequeñísima fracción
como una cuña entre el campo de don Enrique Prieto “El Kaiser”, Froilán Moscoso y Fran-
cisco Acuña. Igual que a Doroteo Prieto la tenencia de esta tierra le fue otorgada en 1948
por un Decreto del Cnel. Juan D. Perón. Se casó con una de las criadas de “El Kaiser”,
doña Mercedes Rojas. Tuvo varios hijos, sólo recuerdo a Genoveva. Su puesto lo compró
Doroteo Prieto y luego de la muerte de éste sus sucesores se lo transfirieron a Facundo
Figueroa.
Evangelina Guiñez Vda. De Jara. Auténtica matriarca del pago, ya viuda crió va-
rios hijos e hijas y administró con inteligencia y mano de hierro su capital en animales. Lle-
gó a ser muy próspera y respetada. Los descendientes que recuerdo fueron: Martín, Flor,
“Licha”, Rosa, “Chele”…
Segundo Ocares, su mujer doña Rosalía, de sus hijos conocí a: Norberto, Zenai-
da y Clarisa. Trabajó en “Los Remolinos” y en la “Estancia Pilo Lil”.
Segundo Hernán Prieto Hijo de don Hernán Prieto Castro y de doña Felicinda
Romero. Fue balsero, primero de Vialidad Nacional y luego de Vialidad Provincial sucedió
a su padre como Jefe de la Balsa. Se casó con Herminda Figueroa con quien tuvo a Ge-
rardo, Américo, Eduardo (“Negro”), Normando (“Petiso”), Herminda (“Negrita”), Bernabé
(“Chingo”) y Nieves. Fue un referente de la época por su corrección y excelente nivel de
vecindad. Mencionado en la famosa milonga de Marcelo Berbel “Balsa de Pilo Lil” cuando
refiriéndose a su hijo Gerardo Prieto dice: “mi padre fue tu balsero…”
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[Escriba aquí]
1970-Frente al” Galpón de Frutos” del boliche. De pie de Izq. a Der.: Segundo H. Prieto; “Teo” Prieto, Esther Jara, Carmela Toro,
Petronila Infante (doña Peta), Luisa Ramírez, Mónica de Bogdanich, María E. Bogdanich. Sentados de Izq. a Der.: Dora Toro, Susana
A. Castillo, Javier H. Iglesias, Manuel C. Castillo, Sonia E. Iglesias, Eneas Prieto y Víctor L. Castillo.
Ismael Prieto (“Malito”) Hijo de don Hernán Prieto Castro y de doña Aurelia Pin-
to, como su padre y sus hermanos Segundo y Leonidas, fue uno de los clásicos y recor-
dados balseros. No formó familia.
Leonidas Prieto Como los dos anteriores y hermano de ellos, fue balsero. En el
pago se lo conocía como “el León” o “Leoncito”, fue muy apreciado por sus cualidades de
buen vecino y permanente buen humor. Se casó con Laura Figueroa y tuvo como hijos a
Carlos y Deidama.
Luis Gerardo Prieto hijo de Segundo Hernán, también fue balsero por un tiempo.
Se casó con Clarisa, una de las hijas de don Segundo Ocares.
Marcelo Berbel en su milonga surera “Balsa de Pilo Lil” sin nombrarlo lo menciona
como protagonista del tema cuando dice: “mi padre fue tu balsero, / mi abuelo también lo
fue” ya que Gerardo fue balsero al igual que su padre Segundo Hernán y su abuelo Her-
nán.
Onofre Castillo casado con Griselda Adela Prieto (mi hermana), fue balsero du-
rante dos o tres años. Luego se radicó en San Martín de los Andes.
Antonio Herrera Residía frente a Pilo Lil, sobre la margen derecha del río; era el
hombre económicamente fuerte de la zona, poseía un muy importante número de vacu-
nos, lanares y equinos. Era el arrendatario del campo correspondiente a la Estancia Pilo
Lil, nombre que no usaba; al casco de la suya se la llamaba simplemente “Estancia de
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[Escriba aquí]
Héctor Américo Herrera. Hijo mayor de don Antonio Herrera se casó con Paz
Arriegada (“la Pacita”), hija de don Juan Arriegada. Luego de que su padre se retirara de
la zona, él también se radicó en Chile. Hombre corpulento, pelirrojo de personalidad exul-
tante y ampulosa; muy buen vecino.
José Argentino Herrera. Hijo de don Antonio Herrera y hermano de María Herre-
ra de Roca y de Héctor Américo Herrera, al ausentarse definitivamente su padre, él tam-
bién lo hizo, radicándose en Chile.
María Herrera. Hija de don Antonio Herrera, hermana de los anteriores, se casó
en Junín de los Andes con Alfredo Roca (hijo de Simón Roca Jalil), uno de los más acredi-
tados comerciantes de la zona.
riedades del lugar y de la época. Tuvieron varios hijos con su esposa de apellido Figue-
roa. Don Octavio también, como su vecino Arriegada, fue un criancero multifacético y por
supuesto “buscador de oro”.
Elías Sepúlveda (“El Negro”) casado con doña Trinidad (“Trini”) Salazar, tuvieron
a Isolina, Florencio, Graciela, etc. Además de pequeño criancero y peón de tareas gene-
rales, fue “jangadero” en el acarreo de rollizos de madera desde Quillén hasta Neuquén.
Se destacó notablemente en esta última actividad por su agilidad, rapidez y coraje en su
desplazamiento sobre los maderos como en el manejo de los remos.
Adrián Contreras (el “Güacho”). Casado con doña Natividad. Criancero; tuvo va-
rios hijos, recuerdo sólo a Roberto. Muy buen esquilador a máquina y gran jugador de
“Truco”.
Agustina Muñoz (“La Panqueca”) Le decían así por ser originaria de la costa del
Arroyo Panqueco (próximo a Aluminé) le transfirió su sobrenombre a una piedra muy pr-
óxima al actual puente, a la que utilizó como vivienda al llegar a Pilo Lil. Formó pareja con
Valentín, uno de los hijos de doña Petronila Infante (Doña “Peta”)
Valentín Infante casado con doña Agustina Muñoz (la “Panqueca”). Tuvieron a
Adelaida y a Avelino. Fue por supuesto criancero y peón en tareas generales, trabajó mu-
cho tiempo en la Estancia Huechahue de Fenton Wood y también al servicio de mi padre.
Cirilo Cisterna (“Chilo”) murió nevado junto a su hijo volviendo de piñonear entre
el Valle de La Magdalena y Nahuel Mapi a principios del invierno de 1948. Una patrulla de
Gendarmería lo encontró congelado de pie, junto a un ñire.
Román Alfaro (“El Guanaco”). Criancero. Su mujer fue doña María con quien
tuvo a Ruperto, María y otros.
Facundo Figueroa, ocupa un muy importante lugar en mis recuerdos más recien-
tes, él fue peón de mi padre, luego su puestero y finalmente quedó con la tenencia de la
parcela que don Juan de Dios Ocare le vendiera a mi padre. Facundo afectivamente estu-
vo muy próximo: mi madre fue su comadre; estuvo presente en el aciago momento del ac-
cidente que terminó acelerando la muerte de mi viejo. Don Facundo se casó con Margari-
ta Betanciud quien tenía dos hijos Ernesto y María Betanciud; con Facundo tuvieron a Ar-
turo Figueroa y a la ahijada de mi madre: Susana Figueroa.
Siempre por la margen izquierda del río y aguas abajo de la Piedra de Pilo Lil se
ubicaban pobladores como los Linqueo, los Toro, los Parra, los Garrido y los Linares “po-
bres”, todos de raigambre indígena a pesar de los apellidos impuestos.
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[Escriba aquí]
Juan Prado (“El Vasco”) Fue puestero y recorredor de don Antonio Herrera, tam-
bién de Darío y Carlos Bernal. (Tuvo una época de tanta carencia que se cubría con un
poncho largo sin importar la época del año. Debajo del poncho, decían, tenía solo “huilas”
(hilachas).
Agustina Arias la recuerdo como una digna señora muy anciana y activa.
Petronila Infante (“doña Peta”) madre de Valentín Infante y de Miguel “Peto” en-
tre otros. Una de las ancianas emblemáticas de mi niñez. Poseía un excepcional sentido
del optimismo que le permitía superar y disimular las enormes carencias a las que la po -
breza la sometía. Solía decir que siempre tenía “harto de todo…”
Carlos Pinilla hijo de don Luis Pinilla se casó con doña Nazaria Acuña (hija de
don Francisco Acuña), sólo retengo el apodo del menor de sus hijos: “Pichón”.
Eleodoro Cisterna, casado con doña Cecilia tuvieron varios hijos cuyos nombres
se me escapan salvo el de Jorge Cisterna. Quedó en el recuerdo aquel famoso derrumbe
o corrimiento de tierra que en 1952 trasladó sobre sí a un piño de cabras de su propiedad.
Este corrido de tierra se debió a la gran cantidad de lluvia caída y terminó modificando le -
vemente el cauce del río.
Justino Sandoval: pirquinero, evadido de una cárcel chilena, fue buscador de oro
por un breve tiempo en La Medialuna (1950). Desapareció repentinamente luego de ro-
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[Escriba aquí]
Sotelo era un chileno buscador de oro en La Medialuna. Tenía un hijo que vivió
un tiempo en mi casa para poder concurrir a la escuela, se llamaba: Felipe Sotelo.
José Celedonio Guiñez (Chele), hijo menor de doña Evangelina y casado con
María Juana Jara (hija de Eliseo Jara y Juana Prieto).
Diógenes Torres Prototipo del gaucho neuquino; ejecutaba con destreza todas
las tareas camperas y era un absoluto conocedor del campo cordillerano y sus circunstan-
cias. Fue puestero de Adem, desvinculado de éste se estableció en Pilo Lil a fines de la
década de 1960. Le compró el puesto y los “adelantos” a don Eliseo Jara. Permaneció
uno o dos años y luego se retiró con destino a Colonia Valentina en las proximidades de
Neuquén.
Horacio Ferrada Procedente de San Martín de los Andes, llegó como balsero de
Vialidad Provincial finalizando la década de 1960. Permaneció varios años adaptándose e
integrándose al ambiente; llegó a ser muy apreciado por el común de la gente; fue famoso
jugador de “truco” en los boliches del pago. Su apodo: “El Medio Menso”.
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José Ferrada: También originario de San Martín de los Andes y como su herma-
no Horacio llegó a Pilo Lil a fines de los años 60 como balsero de Vialidad Provincial. Es -
tando de turno, una noche, se encandiló con las luces de un vehículo en la margen de en -
frente, pisó en falso el portalón de la balsa y murió ahogado.
LOS BOLICHES
El primer bolichero de Pilo Lil, se llamó Pedro Castro y fue socio habilitado del
“turco” Neme, quien ya tenía un bolichito en Rahue. Este Pedro Castro se casó con Lucila
Figueroa.
Esta primera casa comercial función intermitentementeó en la vivienda de don
Francisco Acuña, entre 1920 y 1930.
El segundo bolichero fue el mismísimo “turco” Neme que separado de su socio
Castro continuó “bolicheando” en el puesto de Acuña.
En vista del notable movimiento de la zona, más o menos en 1941/42, se instaló
en un rancho alquilado por don Enrique Prieto, un comerciante de Zapala llamado José
Kreiter. El rancho ocupado por Kreiter, muchos años después fue mi casa. Quedaba justo
enfrente de la balsa construida por Enrique Prieto (“Kaiser”).
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[Escriba aquí]
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Membretes de la papelería del Boliche de Doroteo Prieto, luego de “Teo”, su hijo Doroteo Oscar Prieto.
Otros membretes de la papelería del Boliche de Don Doroteo, luego de su hijo “Teo”: Doroteo Oscar.
Izquierda: Patio del Boliche de Don Doroteo y Galpón de los Frutos. 1969/1970
Derecha: Doroteo Oscar Prieto “Don Teo” a los 23 años en la entrada de su boliche - 1969
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[Escriba aquí]
Una legua aguas arriba del Aluminé también inició su actividad comercial un nue -
vo local de ramos generales, el de Marciano Prieto. Ya eran tres negocios en Pilo Lil para
una población en franco retroceso.
En marzo de 1968 retorné a Pilo Lil luego de mi Servicio Militar y comencé a ayu-
dar a mi padre quien ya evidenciaba el desgaste de sus 63 años; al poco tiempo en abril
de 1969 tuvo un fatal accidente que lo llevó a la muerte y yo debí hacerme cargo del ne -
gocio y del campo.
Comercialmente me tocó la buena época de la construcción del puente ya que tra-
jo un importante movimiento de personal. Si bien la competencia era ya con dos negocios
el de Araneda y el de Marciano a los que se sumó otro el de mi tío Segundo Prieto, a la
sazón jefe de la balsa.
Finalizados los trabajos del puente e inaugurado éste en 1972 se inició una brus -
ca decadencia económica en la zona. Desaparecieron los sueldos de los balseros, de los
empleados en la obra del puente a los que se sumó la depreciación brutal del precio de la
lana.
Pilo Lil, había decaído. Mucha gente de la poca que había se fue; yo también.
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doce o quince metros aproximadamente del anterior y constaba de dos aulas: la de arriba
y la de abajo; este poseía únicamente piso de tierra.
La construcción como dijimos era de barro con ventanas y puertas de cierta cali-
dad para la época.
En el frente es decir en la parte más baja del predio se alzaba el mástil para la
bandera. Originalmente fue una vara de lenga y a posteriori lo sucedieron otros de álamo.
Tanto la casa particular como las aulas poseían sendos W.C. o letrinas con pare-
des de adobe y relativamente distantes de la edificaciones.
Esta construcción originalmente estaba dentro del contexto del lugar y de la épo-
ca.
Los primeros en utilizar estas instalaciones fueron el maestro Marziali, quien se
ahogó bañándose en el río, frente mismo a la escuela. Lo sucedieron los hermanos Bar-
duill. Después de ellos hubo un período importante de vacancia al que siguió la etapa más
recordada de la Escuela, la de Jorge Carlucci y esposa. Estos maestros, eran de Buenos
Aires, tenían un pequeño hijo: Roberto; se comprometieron muy fuertemente con el lugar
y siendo muy trabajadores y laboriosos mejoraron notablemente todas las instalaciones,
además de cumplir su tarea docente. Personalmente elaboraron cercos, tranqueras, por-
tones, muebles y forestaron con frutales, sauces, álamos y plantas de jardín. Esto ocurría
ya avanzada la primera mitad de la década de 1940.
Carlucci dejó para la escuela varios muebles de su propia confección y un cerca-
do hermoso y sumamente prolijo de caña colihue alrededor de la casa habitación. Lamen-
tablemente el transcurso del tiempo y la desidia de los años posteriores erosionó y degra-
dó todo hasta convertir a esta escuela en una clásica “escuela rancho”.
A Jorge Carlucci lo siguió en la función Enrique Omar Isasi y su esposa Nora Zin -
goni quienes se mantuvieron en la escuela hasta comenzado el año1955.
El agua se proveía con una delgada acequia que originalmente derivaba de una
pequeña vertiente y luego, al secarse ésta, debió prolongarse la acequia hasta el vecino
campo de Acuña, más tarde de Araneda. Por supuesto al no haber instalaciones ni cañe-
rías, el agua corría permanentemente hasta dos pequeños estanques uno para la casa y
otro para las aulas; de allí se extraía el agua con baldes. Una de las tareas cotidianas
para los maestros que se sucedieron fue limpiar y mantener esa pequeña acequia que por
estar a cielo abierto era permanentemente víctima de los efectos del viento, la tierra, las
hojas y los animales que la rompían y desviaban el curso de agua.
Otro de los problemas cotidianos era la provisión de leña para calefacción y para
cocinar. Los maestros debían destinar parte de sus ingresos para la compra de leña. Es
bueno recordar que cuando se estableció esta escuela, los pocos montes proveedores de
leña ya habían sido talados, especialmente los de chacay o molle y los de sauce y álamo
aún no se habían afianzado ya que originalmente no existían.
A los problemas de la escasez de agua y dificultades con la leña se añadía el
mantenimiento del cercado perimetral ya que los animales del vecindario insistían perma-
nentemente con invadir la huerta o quinta escolar, donde con gran esfuerzo, se producían
algunas verduras y frutas.
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La falta de mantenimiento oficial de las instalaciones y no el mal uso de las mismas fue
deteriorando al conjunto, transcurrieron más de tres décadas sin asistencia económica
para refacciones y mejoras. Llegados los años 70, el revoque de las paredes, el estado de
los techos, de las aberturas, del mobiliario era francamente deprimente; los W.C. o letri -
nas se habían derruido, el problema del agua y de la leña se había agudizado. Dar clase
en esas aulas era casi una aventura: los vidrios estaban rotos o suplidos por cartones,
cuando llovía las goteras del techo convertían al piso de las aulas en una especie de loda-
zal interno en el que se bamboleaban los desvencijados bancos de un alumnado que pug-
naba entre atender la clase o esquivar las goteras.
Durante décadas, a partir del maestro Isasi, se intentó conformar una cooperado-
ra escolar para atenuar tanta carencia y dificultad. La buena voluntad de los vecinos,
siempre estuvo, pero la economía local fue deteriorándose hasta extremos angustiantes.
La ayuda vecinal empezó casi a ser simbólica y no pasaba de organizar algún chocolate
con tortas fritas o pan dulce para determinadas fechas patrias o representativas o el re-
parto esporádico de caramelos y galletitas a los chicos. Los integrantes más o menos con-
suetudinarios que se intercambiaban en la Cooperadora eran don Adolfo Rodríguez, don
Marciano Prieto, don Tomás Moscoso, don Doroteo Prieto, don Segundo Prieto, don Eli-
seo Jara, don Fernando Prieto, don Teodosio Araneda, don Leonidas Prieto por citar algu-
nos.
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[Escriba aquí]
Las sucesivas crisis económicas que sufrió el país fueron despoblando el paraje y
este despoblamiento se sintió en el numerario del alumnado; ya no eran treinta o cuarenta
niños para cubrir dos aulas, sino que con una sola alcanzaba; el total del alumnado oscila-
ba entre los 7 y los 14 chicos; casi todos con asistencia muy discontinua; tanto que era
común que los maestros salieran a recorrer los ranchos para insistir ante los padres con
los beneficios de la alfabetización y la instrucción.
Repasando, los maestros que ejercieron en estas instalaciones de la Escuela Na-
cional N°51 desde comienzos de la década de 1940 fueron: Marziali (que se ahogó en el
río Aluminé, casi frente a la escuela); los hermanos Barduill; Jorge Carlucci y esposa; En-
rique Omar Isasi y su mujer Nora Zingoni; Noelia W. Berenguer Marengo (la mujer del es -
critor Alberto Rodríguez); Martha Fabry; Margarita Moretti; Mónica Hougham, las herma-
nas Marini, Lucero, Eduardo Villegas, Parodi (y esposa cuyo nombre no recuerdo), Zule-
ma Boffa, Eduardo y Nilda González y finalmente Maria Bogdanich, mi mujer, quien per-
maneció en el cargo desde febrero de 1968 hasta noviembre de 1972. La siguieron, ya a
comienzos de 1973, la señora Villena, Laura Guaymas y quién sabe cuántos más...
El Dr. Gregorio Álvarez en su “Donde estuvo El Paraíso” (Edit. “Pehuén” 1957 -
Pags. 200 a 202) brinda un excelente pantallazo de lo que era la Escuela 51 allá por el
año 1956, las maestras a las que alude sin nombrarlas, son Martha Fabry y Margarita Mo-
retti. Quizá como reconocimiento a esa mención bibliográfica, años después, los integran-
tes de la Cooperadora bautizaron a ésta como “Cooperadora Escolar Dr. Gregorio Álva -
rez”.
Llegada la década del 70 el deterioro edilicio convirtió a la casa habitación en
inhabitable y a la única aula en casi inutilizable; María Bogdanich a la sazón directora y
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maestra, aprovechando la construcción del puente sobre el Aluminé, gestionó ante la Em-
presa Contegrand & Alfonso y obtuvo de ella la colaboración para la reparación de abertu-
ras, revoques y techo del aula más la realización del piso de cemento. Finalizada la obra
del puente y para la inauguración del mismo se hizo presente en Pilo- Lil (¡por primera vez
un gobernador!) Don Felipe Sapag, quien por pedido de la misma docente se apersonó en
la escuela con parte de su gabinete y comprometió la provisión de estufas a leña y repara-
ción de sanitarios para los niños, aclarando que la escuela por ser nacional no era formal -
mente de su responsabilidad. Lo importante fue que la ayuda provincial se concretó.
Una de las dificultades con las que chocaba la continuidad educativa de los niños
era el período lectivo: de setiembre a mayo (por cuestiones climáticas) pero la superviven-
cia económica de los pobladores (crianceros) exigía “veranar” con los animales en la cor -
dillera, circunstancia que por realizarse familiarmente reducía el tiempo de asistencia a
clases (aproximadamente de diciembre a marzo).
Otro de los graves inconvenientes era lo poco atractivo que resultaba para los
postulantes a docentes una “escuela rancho” a gran distancia de los centros poblados y
con tantos impedimentos de comunicación: sendas más que caminos, cruce de ríos por
vados y en balsa, incomunicación postal, carencia de servicios sanitarios, altos costos de
alimentos e insumos, etc. etc. Este factor incidía para que los arriesgados y sufridos ma -
estros que aceptaban el cargo no duraran mucho en él, salvo honrosas y destacadas ex -
cepciones caso de Carlucci, Isasi, las hermanas Marini, Lucero, Zulema Boffa, María Bog-
danich y algún otro.
Intentando ilustrar lo antedicho agrego a continuación un relato tomado del libro
“Entre Coirones y Neneos” (Pag.67 a 71).
“DOÑA MARY”
En el Consejo, le habían dado las llaves de la escuela; no fueron necesarias al menos para la casa
particular que le franqueó la entrada con solo desatar un tiento que mantenía la puerta junta, más que cerra -
da.
Aferrándose a las manos de sus hijos, como a dos anclas, ingresó desafiante a la penumbra del
rancho; lo recorrió, eran dos piezas amplias, una especie de sala y una cocina, todas en hilera y todas con
el mismo tufillo a pobreza, a desolación y a humo antiguo.
En rápido inventario descubrió que de los muebles originalmente provistos por el Consejo sólo
quedaba un destartalado armario y una cama turca de una plaza y con una pata rota; de la cocina, ni noti -
cias, apenas un agujero en el techo que alcahueteaba que por allí alguna vez había pasado un caño.
La sensación de carencia era tanta que pensó que las paredes ahumadas, las telarañas y el piso
de tierra resultaban casi imprescindibles.
El estanciero se despidió no sin antes reiterarle que quedaba a su disposición e indicarle los nom-
bres de los vecinos más próximos. Ella seguía aferrada a las manos de sus hijos como pidiéndoles e insu -
flándoles coraje.
Comenzaba a sentirse sola; estaba sola y en un lugar desconocido y muy lejano; estaba sola y te-
nía miedo y sabía que no debía demostrarlo. La vida le exigía ser heroína y ella era solo una mujer, casi una
muchacha…
Respiró aquel aire nuevo y casi tibio que le regalaba Pilo Lil, lo hizo con bronca, dolida y desafian -
te; Sonia insistía con su llanto, Javier con sus preguntas y ella no sabía qué hacer ni qué responder.
Sabía que le estaba prohibido llorar. ¡Pero qué ganas terribles tenía de hacerlo!
Juntó el poco coraje que aún guardaba, le arrimó algunos viejos consejos de su padre y volvió a
respirar hondo; le cambió los pañales a Sonia, le sacudió la ropita pueblera a Javier, volvió a tomarlos de la
mano y sin pensar más se dirigió al almacén que le indicara el estanciero. Aún no sabía que al almacén se
le llamaba “boliche”.
El bolichero se encargó de divulgar su llegada y el comentario de “la escuela tiene maestra” reco -
rrió los cerros y cañadones y desde todos los puestos donde había “koltros” fueron arrimándose a “la 51”.
Al segundo día ya empezó a trabajar inscribiendo alumnos, limpiando la casa, quitando telarañas,
barriendo, quemando basura; y sus delicadas manos de chica rosarina perdieron la suavidad y se llenaron
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Sus veintiséis años, su talle cimbreante, su sonrisa franca y su andar resuelto no podían pasar
desapercibidos y desde los pueblos vecinos aparecieron varios gavilanes revoloteando “la 51” y a su maes -
trita, pero ella después de algunos escarceos optó por el “bolicherito” que estaba frente a la balsa, y con él
se acollaró.
Recorrió palmo a palmo el pago, tomó mate y “tortió” en todos los ranchos cuando le tocó censar,
fue enfermera improvisada, partera de emergencia, consejera sentimental, cocinera en el comedor escolar,
curandera en alguna esquila, bailarina en las señaladas y por supuesto “bolichera”, en suma fue, como ella
solía decir “toda una macha” y la gente la empezó a querer como se quiere lo que es propio, y ella había
empezado a serlo.
En poco más de un año y medio, la gente del pago, “su” gente la había subido al pedestal del afec-
to y del respeto; ya no era más “la maestra” a secas, había empezado a ser “doña Mary” y con tan pomposo
título a cuestas, el pago se le ganó en el corazón y fue una piloleña más; muy lejos habían quedado Rosario
y su humedad santafesina.
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[Escriba aquí]
Pero los afectos y los esfuerzos son una cosa y la burocracia educacional es otra, casi nunca coin-
ciden; por eso, una triste mañana, apareció otra maestra portando una nota del Consejo donde se la nom-
braba Directora titular de “la 51”; y claro a doña Mary se le había olvidado que ella era solamente Directora
Interina. Por eso si bien aquel día hubo mucho sol, estuvo muy nublado para su corazoncito piloleño… Ha-
bían pasado cinco años y en ese tiempo no solo había sido la maestra sino también había sufrido y llorado
por cada vecino muerto, por los inviernos malos, por los agostos famélicos, por la sarna en las ovejas, por el
injusto precio de la lana, por el “huecú” en los caballos y había reído y festejado en cada nacimiento, bautis -
mo o casamiento, en cada Navidad y cada señalada…
La saetearon los recuerdos y mil vivencias se le acurrucaron en los ojos con intención de hacerse
lágrimas. Y vio en un parpadeo aquella vez cuando de “prepo” debió bañar al Lito para curarle la sarna, o
aquella en que la revolcó la yegua de don Prieto, o las mañas de su lechera que para llamarla y ordeñarla
debía hacer bramar al ternero retorciéndole una oreja, o sus primeras e insufribles tortas fritas, o su primer
asombro ante la nieve, o… y ahora sí las lágrimas brotaron, respiró hondo como hacía mucho no lo hacía y
dejó que la brisa de la tarde las secara.
Pero el fin había llegado y debía despedirse y comenzó a hacerlo envolviendo con una mirada
acariciante “su” cerco nuevo, el de palo a pique, “sus” pircas en el jardín, “sus” arbolitos que con tanto es -
fuerzo venían creciendo, “su” mástil de ciprés, su flores y esas paredes toscas que ya no se mimetizaban
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[Escriba aquí]
María Bogdanich (Derecha) aprestándose para salir de “recorrida” a censar a sus posibles alumnos. Año 1969
EL PRIMER BOTE
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[Escriba aquí]
Allá por 1905, don Enrique Prieto (“El Kaiser”) hizo construir un bote que se ama-
rraba a orillas del gran remanso que había frente a su campo. Esta solución fue parcial ya
que para cruzar las cabalgaduras debían ser desensilladas en una de las orillas, cargar al
jinete y al apero en el bote y luego con un cabestro muy largo o un lazo remolcar al caba -
llo que cruzaba nadando. Este método era engorroso, dificultoso y muy poco práctico, por
ello la idea de construir una balsa se instaló casi como una obsesión. Pese a la enorme
distancia entre Pilo Lil y Neuquén, don Enrique Prieto gestionó en 1919 ante las autorida-
des del Territorio Nacional la autorización para la instalación de una balsa. En otros luga -
res, Aluminé, Rahue o Junín de los Andes, por ejemplo, habían antecedentes.
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[Escriba aquí]
to Godoy quien con la ayuda de don Quilodrán construyó dos ranchitos sobre el arroyo y
próximos a la balsa. (Aquí vivió años más tarde mi tío don Segundo H. Prieto, también
balsero pero ya de la balsa pública.)
Con gran esfuerzo se mantuvo el servicio de esta primitiva balsa teniendo a veces
interrupciones prolongadas por los lógicos deterioros en su casco y avíos.
Razones económicas hicieron imposible la construcción de una nueva embarca-
ción pero para atenuar el problema se construyó un bote nuevo. Lo confeccionó un chi-
leno de trato muy agradable, de oficio carpintero y que por su baja estatura todos le llama-
ban “Maestro Chico”; lamento no retener su nombre de pila.
Cuando la balsa no podía prestar su servicio se recurría al bote que era conduci-
do exclusivamente por el balsero y que requería también el abono de un peaje.
Don Enrique “el Kaiser” al instalar aquella balsa en el borde mismo de su campo
convertiría a este lugar en el “epicentro” del paraje para siempre, primero por la balsa y
posteriormente por el puente. Esto quedaría formalmente reconocido casi cuarenta años
después en 1957, cuando el folklorólogo neuquino Dr. Gregorio Alvarez afirmaría: “A poco
llegamos a la balsa. Estamos en el centro de Pilo Lil” (Pag.199- “Donde estuvo El Paraí-
so”- Ed. Pehuén)
Sobre la margen derecha del río existían importantes campos privados como los
de Flores Criado y de Bernal además de la tribu de Linares en Aucapán. Por ello, segura-
mente Pilo Lil fue poblándose lentamente sobre la margen izquierda del rio Aluminé, los
comercios, consecuentes con la mayoría de su clientela también optaron por ese lado del
río; no obstante “del otro lado” habitaban los integrantes de la “tribu” Linares, don Antonio
Herrera (arrendatario de Flores Criado), sus hijos Héctor Américo y José Argentino y su
puestero Juan Prado y familia; también vivían, pasando el Nahuel Mapi, don Darío Bernal,
sus hijos Carlos y “el Negro”, don Pedro Rivera, sus hijos Alfredo y Carlos con sus respec-
tivas familias, don Ismael González y familia, doña Lidia Prado todos en “Las Breñas” y
un poco más arriba don Octavio Ramírez y don Juan Arriegada y sus numerosas familias,
además de algunos temporarios buscadores de oro como los chilenos Sotelo y Sandoval.
Transcurrían los primeros años de la década de 1940 y aún no había ni remota-
mente camino hacia Junín de los Andes; apenas una huella de caballo que conectaba la
balsa de Pilo Lil con una senda para vehículo que unía la Estancia “La Atalaya”, de los
hermanos Félix y Pedro San Martín, y luego de cruzar el Malleo pasaba por “Lolén”, “Pali -
tué” y “El Tropezón”.
Esta realidad convertía en lógico y natural comunicarse con Zapala previo paso
por Catan Lil.
Corría el año 1942; Doroteo Prieto, hijo de don Enrique “El Kaiser” había retorna-
do junto a su anciano padre y acuciado por la difícil situación económica se dedicó al co-
mercio; la balsa mandada a construir por su padre se había deteriorado a tal extremo que
dejó de funcionar.
Aquella casi mitológica balsa hecha artesanalmente, con más ingenio que medios
no pudo superar la fuerza de la naturaleza ni del transcurso del tiempo; comenzó a sufrir
carencias y deterioros que lentamente la fueron convirtiendo primero en peligrosa y luego
en inútil. Pero la semilla del antecedente de su uso quedó y años después habría otra en
el mismo lugar pero de mayor tamaño y calidad, ésta ya sería de Vialidad Nacional.
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[Escriba aquí]
EL CAMINO A JUNIN
Desde la balsa instalada sobre el río Chimehuin en Junín de los Andes y bifurcán-
dose del camino a Zapala salía una huella de auto que pasando por “El Tropezón”, “Pali -
tué”, “Lolén” y Malleo llegaba hasta “La Atalaya”. Uno de los propietarios de esta última
estancia era don Pedro Julio San Martín quien con el acompañamiento de Pedro Menda -
ña de Junín de los Andes y otros estancieros intercedieron ante las autoridades del Terri-
torio Nacional para que se construyera un camino uniendo la Balsa de Pilo Lil con “La Ata-
laya” y se mejorara el tramo hasta “El Tropezón” y Junín de los Andes. Como referencia
digamos que en “El Tropezón” debe su nombre a un negocio de ramos generales de don
Brave (padre de Martín Brave, años más tarde directivo del Banco del Neuquén).
Gracias a esas influyentes gestiones se logró que el Ejército con la participación
de soldados del RIM 26 y del 181 de Ingenieros realizaran a “pico y pala” una senda que
permitió el tránsito de vehículos de pequeño porte. Cuatro años tardaron en abrir la sen-
da. Este fue el primer camino que unió Junín de los Andes con Pilo Lil (el germen de la
ruta provincial 23), quien primero lo transitó fue el Jefe del Regimiento de Infantería de
Montaña 26, corría el año 1946. El primer auto particular en llegar a Pilo Lil fue el de un tal
Juan Calil, también en 1946.
Este camino actualmente constituye uno de los tramos de la bellísima Ruta Pro-
vincial 23.
Luego de abierta la senda por el Ejército, el mantenimiento se realizaba con los
poquísimos vehículos que la transitaban que invariablemente llevaban entre sus herra-
mientas pala, pico y barreta.
El interés propio de estancieros y comerciantes ayudaba al mantenimiento en los
lugares más críticos; esos estancieros y comerciantes eran: Labadie, Bertil Graham, Bio-
rkman, Pedro San Martín, Guillermo Lara y Doroteo Prieto.
Finalmente y gracias a la intermediación fundamental de don Pedro San Martín
(luego Gobernador del Territorio) se logró que Vialidad Nacional se hiciera cargo del ca-
mino. El Sobrestante de Vialidad de la época fue el señor Enrique Etchecopar quien puso
especial empeño en mejorar y mantener la senda que fue convirtiéndose en camino.
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[Escriba aquí]
Hernán.
A aquella balsa se la reparó y mantuvo con bastante empeño hasta marzo o abril
de 1955, cuando se tornó definitivamente inservible. Quedó únicamente en servicio el
bote de Vialidad, por ello Doroteo Prieto mandó construir otro bote, más grande, de cuatro
remos para trasladar mercadería a y desde su comercio de una banda a la otra del río.
Personalmente aquel bote forma parte de mi niñez pues con él aprendí a remar.
JULIO DE 1957 - La Nueva Balsa amarrada al muelle sobre la margen izquierda del río. De Izq. a Der.: Arangue ( gen-
darme); Segundo H. Prieto ( con pañuelo blanco al cuello - balsero); Camilo Gaetán (gendarme); Ing. Estanislao D’Aloe;
Doroteo Prieto (con saco de cuero); Adolfo Rodríguez y Cáceres (gendarme).
Su diseño ya no fue curvo en sus laterales sino recto y sus barandas más elabo-
radas y fuertes; se le incorporó un “importante torno” además del “pasamanos”; con aquel
torno se maniobraban simultáneamente ambos aparejos para la inclinación de la balsa.
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La Nueva Balsa cruzando hacia la margen derecha del río. En el apogeo de su vida útil verano de 1964.
La Balsa en su última etapa transportando una “Estanciera” hacia la banda derecha del río. Obsérvense al
pie de la fotografía los troncos caídos por el desmonte hecho en mi casa para el camino de acceso al Puen-
te.
EL CAMINO A RAHUE
Ya más o menos expedita la comunicación vehicular con Junín de los Andes se
hacía necesario hacer lo propio hacia Aluminé. Por supuesto, y como siempre, todo em-
prendimiento público es empujado por intereses particulares; el tramo del camino Pilo Lil a
Rahue no fue la excepción. A don Alejandro Hiriart propietario de las estancias “La Rinco-
nada”, “Palitué” y “Kilka” le resultaba sumamente necesario comunicar a éstas dos últimas
entre sí.
“Quebradero” en la confluencia de los ríos Nahuel Mapi y Aluminé vistos desde el “Corte Cajón”
del nuevo camino Pilo Lil – Rahue.
Para lograr este objetivo comenzó a buscar el apoyo de vecinos y amigos: don
Doroteo Prieto, don Teodoro Camino, Adem (en “La Medialuna”), don Antonio Herrera,
Parra (en “Quillén”) y con la ayuda de ellos mandó una cuadrilla de seis o siete peones
chilenos quienes a “pico y pala” mejoraron la huella de carros, entre la balsa de Pilo Lil y
el puente de Rahue. Si bien aquel intento no fructificó en la tan ansiada “huella de auto” si
permitió el paso del antiguo jeep Willis que don Alejandro tenía alternadamente en “Kilka”
o en “Palitué”. Por aquel primigenio y riesgoso camino el único que se atrevió a circular
fue el mismísimo don Alejandro Hiriart en persona, quien en reiteradas ocasiones llevó
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como acompañante a su amigo Doroteo Prieto hasta o desde “Kilca”. La huella si bien ha -
bía sido mejorada tenía tramos sumamente riesgosos por la conformación del terreno.
Don Alejandro además de hombre adinerado lo era también de importantes relaciones a
las que posiblemente recurrió. Otros vecinos encabezados por Doroteo Prieto, Marciano
Prieto, Adem, juntaron firmas e hicieron notas a cuanta autoridad pudieron, en ellas solici-
taban y fundamentaban la necesidad del camino Pilo Lil Rahue.
Años después (aprox. 1959/60) el Estado Provincial licitó la obra y a través de la
Empresa Constructora “Red Caminera S.A.” construyó el tramo, y hoy el conjunto es la
hermosa Ruta Provincial 23.
Aquella obra requirió importantes movimientos de tierra, voladuras de rocas, cons-
trucción de puentes y alcantarillas; para ello trajo consigo un notable número de obreros y
contrató además otros en la zona. Este movimiento humano generó en el pago, tanto en
Rahue como en Pilo Lil una revitalizante oxigenación económica que años más tarde se -
ría vista casi como una quimera.
Ya con el camino utilizable entre Junín de los Andes y Aluminé, el paso de vehícu-
los comenzó a ser más frecuente, Pilo Lil perdía casi totalmente su aislamiento; quedaba
solamente el simpático pero incómodo escollo de la balsa cuya confiabilidad iba decayen-
do con el uso cada vez más intensivo.
La exclusividad del comercio dejó de pertenecer a los boliches locales, la popula -
rización de los vehículos (estancieras, furgones y camionetas) y el buen estado de los ca-
minos fomentó la aparición de los modernos mercachifles o “buscavidas”.
Coincidió esta época con la divulgación de la radio a transistores y con ella la gen -
te lentamente fue conectándose culturalmente con el mundo; primero fueron únicamente
emisoras chilenas las que se escuchaban; luego se potenciaron algunas argentinas como
las AM de Neuquén, Bariloche y alguna de Mendoza, hasta que se instaló LRA 17 una fi-
lial de Radio Nacional en Zapala. Con esta, última sobre todo, decayó muchísimo el aisla-
miento para bien de los pobladores ya que especialmente la cotización de los productos
de la tierra: cueros, cerdas, lana, plumas, etc. comenzó a ser divulgado radialmente.
Esta modernización provocó cierta retracción en los comercios locales que de ra-
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pero ya era tarde; por eso es que el puente no tiene todos sus tramos iguales y el ingreso
a él desde la margen derecha de río quedó con un ángulo incómodo.
Tanta era la ansiedad y la necesidad que antes de concluirse la obra y faltándole detalles
de terminación, comenzó a utilizarse el puente. Con ello automáticamente la querida y
emblemática balsa cayó en desuso. Sus balseros estuvieron poco tiempo más y fueron
destinados a San Martín de los Andes. Quedó excepcionalmente como “caminero” y hasta
su jubilación mi tío don Segundo Hernán Prieto.
Las obras del puente concluyeron en 1971 pero algunas complementarias meno-
res recién a comienzos de 1972. La inauguración formal fue presidida por el Gobernador
Provincial Don Felipe Sapag y numerosa comitiva de ministros y funcionarios.
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paredón y así fue como logró desenterrar varios jarrones, “chuicos”, hachas de pedernal,
un “toki cura”, pipas de cerámica y de piedra, puntas de lanza, de flecha, dos hojas de cu-
chillos muy corroídos de indudable factura española y curiosamente un crisol con restos
de oro adheridos al fondo. (Una de aquellas hojas detentaba casi en su lomo diez o doce
incrustaciones en cobre con forma de estrellas.) Este crisol simulaba ser una especie de
cucharón de greda. Ante la rareza del hallazgo, don Juan extrajo el resto de oro fundido y
lo llevó a Aluminé donde se lo compraron y supusieron que se trataba de una pepa gigan-
te.
Debido al manipuleo para sacar el oro, al crisol se le rompió el mango; la parte de
la cubeta le fue vendida por don Juan a mi padre juntamente con las hojas de cuchillo ha -
lladas. Mi padre los incorporó a su colección arqueológica.
Este episodio, divulgado desde Aluminé, parece que fue el detonante para que se
creyera que en La Medialuna había oro en pepitas, pero también en pepas muy grandes,
razón por la cual al poco tiempo aparecieron “buscadores” ya más experimentados.
El hecho de hallarse un crisol con restos de oro en una tumba indígena nos hace
elaborar apresuradas teorías al respecto. No nos olvidemos que la búsqueda de Elelin o
Ciudad de los Césares había sido una obsesión para los españoles allá por el siglo XVII y
que las primeras incursiones de ellos en territorio neuquino fueron en ese siglo. (Todo
esto relacionando lo del crisol y los cuchillos de factura española hallados en el mismo ce-
menterio.)
Tampoco olvidemos que la civilización diaguita y especialmente la inca poseían
avanzadas técnicas en el manejo del oro y su arribo a estas latitudes ha quedado suficien-
temente demostrado especialmente en muestras de cerámica y arte rupestre.
En cuanto a los nombres que aún recuerdo de aquellos sacrificados “pirquineros”
o “lavadores de oro” de La Medialuna, sin duda se destacan: Mardoqueo Cheuquel (de él
conservo una foto), don Manuelito Prieto, Amado (“Lenco”) Prieto, el chileno Sotelo (no re-
cuerdo su nombre de pila), Justino Sandoval, un chileno de malos antecedentes y peor
comportamiento, de quien quedó un nefasto recuerdo, don Juan Arriegada y su hijo Luis
(“Chito”), don Octavio Ramírez e hijos.
Con aquella “pepa” que Arriegada encontrara adherida al crisol se generó una
“mini fiebre del oro en La Medialuna”, como dijimos, posiblemente inducida por quien la
compró. A raíz de este episodio aparecieron buscadores más tecnificados, éstos fueron
un tal Rigoni, de Zapala y su socio un tal Blayer que decía tener experiencia minera en
Bolivia y Colombia. A estos personajes los acompañaba un pirquinero chileno de apellido
Araya y dos o tres peones, todos chilenos. Don Araya tenía mutilados los pies por un acci-
dente de congelamiento, recuerdo que asomaban por debajo de sus pantalones las próte -
sis de madera por lo que se movilizaba con la ayuda de muletas.
Aquel emprendimiento minero si bien tuvo un interesante grado de inversión en al -
guna pequeña maquinaria, en herramientas, explosivos y personal, no prosperó; recorde-
mos también que en esa época no existía camino para automotores y todo el movimiento
de materiales y herramientas debió hacerse en cargueros “enchigüados”, desde la balsa
de Pilo Lil.
Esta “mini fiebre del oro en La Medialuna” se extendió por poco tiempo, quizá
apenas durante el inicio de la década del 50 pues cuando Blayer, Rigoni, Araya y sus ayu-
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LOS ESQUILADORES
La tarea de la esquila (zafra de la lana) es vastamente conocida por lo que creo
innecesario ahondar mayormente en sus detalles.
Aclaremos que originalmente y durante muchos años se esquilaban únicamente
los lanares, con el avance de los tiempos, el pelo y la lana de cabra (especialmente la “an-
gora”) adquirieron singular valor por lo que también comenzó a esquilárselos.
En Pilo Lil la zafra de la lana de oveja se realizaba generalmente en diciembre,
como tarea previa al arreo hacia la veranada. En cambio la zafra de lana caprina se reali -
zaba apenas terminaban los fríos invernales es decir cuando “se aflojaba” y se iniciaba el
“pelechado” por el cambio de estación.
No existían en Pilo Lil grandes productores laneros, todos éramos crianceros que
no excedíamos de las setecientas cabezas de lanares y otras tantas de cabras. La mayo-
ría oscilaba entre las sesenta y las trescientas cabezas, por lo que todas las tareas cam -
peras, incluida la esquila, las realizaban el propietario y su familia. El método común de
esquila era “a tijera”; recién a comienzos de la década de 1970 Marciano Prieto y mi padre
pudieron acceder a una esquiladora mecánica de seis manijas financiada por don Andrés
de Larminat (de la estancia “Cerro de los Pinos”).
Aquellos cuyo capital excedía el promedio, contrataban peones esquiladores, que
a veces eran grupos de cuatro o seis personas pero nunca llegaban a ser tan numerosas
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ni especializadas como las conocidas “comparsas” de más al sur en Río Negro, Chubut o
Santa Cruz. Aquellos grupúsculos pretendían tener cierta jerarquía y para ello se nuclea-
ban en torno a un líder o jefe que generalmente era el de mayor edad y habilidad como
esquilador. Se componían de los esquiladores propiamente dichos (cuatro, cinco o seis),
un agarrador, un playero, un envellonador, dos prenseros, un curandero y un cocinero. El
pago se pactaba por tanto (por “lata”) con los esquiladores y por día con cada uno de los
demás. En los raros casos de esquila a máquina (1970/72) además del personal nombra-
do debía agregarse un “mecánico” que era el alma mater en esta modalidad.
La tarea era supervisada por el propietario de la majada o por quien lo representa-
se quien a su vez oficiaba de “latero” es decir le entregaba un vale o “lata” al esquilador
por cada animal esquilado. El término “lata” quedó en la jerga campesina porque original -
mente (en las grandes estancias del Sur, generalmente de ingleses o alemanes) estos va-
les eran de lata, con el logo o la marca de la estancia impresa.
El “curandero” generalmente era un niño quien munido de un tarrito con ceniza,
colocaba una pizca de ésta en cada herida provocada por la tijera. Había quienes en vez
de ceniza “curaban” con algún fluido desinfectante.
Normalmente los vellones se acomodaban en grandes bultos envueltos con arpi-
llera y atados por sus cuatro puntas, eran los “lienzos” de lana. Cuando la zafra tenía cier -
to volumen, el criancero “enfardaba”, claro para ello era necesario tener la enfardadora
(herramienta muy poco común).
De aquellos esquiladores a tijera, aún recuerdo a Antonio Callunao, Francisco Tri-
pailaf, Ignacio Huenufil, Luciano Huenufil, Antonio Huenufil, Aurelio Tripailaf, Lorenzo Val-
debenito, Avelino Huenufil, Ceferino Huenuquir y Lorenzo Antimán. De los esquiladores “a
manija”: Adrián Contreras, Abelardo Martínez, Lorenzo Antimán y Diógenes Torres.
LOS HERREROS
El antiguo oficio de la forja tuvo también en Pilo Lil sus cultores; sin duda el prime-
ro fue don Enrique “El Kaiser”, mi abuelo, quien ya era herrero en los talleres ferroviarios
de Linares en Chile y cruzó la cordillera ejerciendo sus habilidades al servicio de don Ale-
jandro Arze para el mantenimiento, reparación y construcción de avíos en aperos y ca-
rruajes.
“El Kaiser” armó en San Francisco de Pilo Lil su taller de herrería allá a principios
del siglo XX y con él hizo y reparó sus herramientas agrícolas. Cuando comenzó a enveje-
cer trajo de Chile a su amigo y acreditado colega de oficio don Timoteo Oñate. Este suma-
ba a sus habilidades de herrero las de carpintero y fue con ambas que construyó la prime-
ra balsa de Pilo Lil allá por 1920.
Mi padre tenía una fragua, una bigornia además de tenazas, mazas y otras herra -
mientas heredadas de mi abuelo Enrique; ellas fueron usadas por don Soto, don Juan
Arriegada, don Octavio Ramírez e incluso mi abuelo materno don Luis Ramírez, para la
confección y reparación de rejas de arados, herraduras e incluso hojas de cuchillos, echo -
nas, guadañas, etc.
No había carbón para fragua en Pilo Lil; en un comienzo se utilizaron las brasas
de chacay pero a poco andar los chacayales desaparecieron por la necesidad de leña y
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entonces debió recurrirse a la madera del único árbol disponible y de fácil reposición en la
zona: el sauce criollo. Fue así que en la fragua se usaba carbón de sauce. Quien mejor
preparaba este carbón fue siempre Doña Rosa Herminia Alsina de Aguilera, ella decía te-
ner un método propio e insuperable: hacía una fogata con ramas gruesas de sauce verde
(de 3 a 5 pulgadas de diámetro), y cuando se encendían totalmente para convertirse en
brasas, las apagaba con tierra y agua interrumpiendo la combustión. Una vez frío, Doña
Rosa embolsaba el carbón y se lo vendía a mi padre.
LOS SOGUEROS
No era un oficio que se practicara con exclusividad sino que se lo alternaba con
otras actividades.
El proceso para obtener buenas sogas comenzaba con el carneo mismo de la res;
se debía tener especial cuidado en no “tajear” el cuero.
Inmediatamente después de carnearse un animal, se curaba el cuero estaqueán-
dolo en el suelo con el pelo hacia abajo y cubriéndolo con la “bosta” (esta era el pasto aún
no digerido hallado en el estómago del animal); se lo dejaba así hasta que se oreara. Ya
seco se lo estacionaba y posteriormente se lo remojaba con abundante salmuera y luego
con alumbre. Se lo volvía a estaquear y se cortaba un gran óvalo tratando de obtener el
mayor rinde posible del cuero; luego a ese óvalo se lo cortaba en espiral en una gran lonja
que oscilaba en las dos pulgadas. Esa inmensa tira de cuero volvía a ser remojada y do -
blada en dos o tres partes de su largo, se colgaba de algún árbol y en su extremo inferior
se le colocaba un peso importante, se hacía girar éste hasta torzarlo totalmente y luego se
dejaba que se destorzara y volvía a repetirse la operación varias veces. Esta operación a
veces duraba uno o dos días. Luego se estiraba la soga atándola en sus extremos lo más
tirante posible y con un filoso cuchillo se la “lonjeaba” es decir se la depilaba.
A continuación se volvía a tratar la soga con sal y con alumbre sometiéndola nue-
vamente al torzado y destorzado para ablandarla y sobarla. Una vez oreada la soga se
elegían sus tramos más aptos para distintos usos: Coyundas, colgadores, maneas, tientos
para lazos, arreadores, rebenques, encimeras, juegos de aperos, etc. Una vez secas las
sogas se las engrasaban y colgaban al sol, para impregnarlas y terminar su ablande.
El proceso siguiente o sea la confección era ya una cuestión artesanal que según
la creatividad, habilidad y delicadeza manual le otorgaba el sello personal de cada sogue-
ro. Algunos se especializaban en el “calado y cosido”, otros en el “tejido” o “trenzado” y
más de uno en la combinación de distintos métodos.
Los cueros de lanar y cabrío llevaban un proceso más delicado con alumbre, sal
común y sales de cromo; estas pieles eran usadas para cojinillos, rodilleras y quillangos.
El más reconocido soguero fue Don Bernabé Pinto; hubieron otros buenos aun-
que no tan destacados como “Lenco” Prieto, Francisco Tripailaf, Domingo Figueroa, etc.
LOS ALAMBRADORES
Ya en la tercera y cuarta década del siglo XX el sobrepastoreo comenzó a notarse
en el campo; las aguadas disminuyeron su caudal, los mallincitos su verdor y el agua co-
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menzó a ser motivo de disputa. Delimitar los campos fue una necesidad, la indefinición de
las parcelas ocupadas generaba confusión y la confusión generaba problemas.
Alambrar era la solución, pero el costo constituía un obstáculo casi insuperable.
Por eso, primero se amojonó con pequeños montículos de piedra pero ocurría que a ve-
ces esos montículos desaparecían o alguien los desarmaba seguramente con intenciones
“non sanctas”. Después, en los terrenos pedregosos se utilizó el arcaico método de la “pir-
ca”; finalmente quienes pudieron encararon la costosa tarea, tratando siempre de que el
vecino colindante colaborase, a veces con parte del material o con la mano de obra. Sin
duda un campo con límites precisos le daba certeza a una propiedad, tanto o más que un
título o una escritura.
Alambrar se convirtió en un pequeño gran acto de soberanía aún en tierras fisca-
les.
Los materiales necesarios: El alambre, de “alta resistencia” por supuesto, marcas
“San Martín” o “Belgrano” además del más dúctil alambre para maneas; los postes en lo
posible de ciprés (por su durabilidad) y si no de roble pellín, de coihue, lenga e incluso de
raulí, con uno de los extremos semiquemado para resistir los hongos y bacterias de la tie -
rra. Las varillas generalmente de lenga o de sauce criollo. Por cuestiones de durabilidad
se evitaba usar álamo o ñire. Los torniquetes: fijos de doble acción, de “cajón” o los “go-
londrina” (de aire).
Las elementos: carro y bueyes para el acarreo de materiales y herramientas, ba-
rreta, pala de punta, picota, taladro de mano, mechas, serrucho, “máquina de estirar alam-
bre” (suplía al torniquete), tenaza, “california”.
El oficio requería un mínimo de criterio y experiencia, los alambradores que re-
cuerdo son: mi abuelo Luis Ramírez, don Román Alfaro, Pedro Muñoz, Alfonso Alfaro y al -
gún ayudante como Mamerto Parra o Valentín Infante.
LOS DOMADORES
El oficio por antonomasia de la “gauchería” tuvo en Pilo Lil dignos representantes;
los primeros quizá, amalgamaron hábitos, técnicas y experiencias de “huasos” trasandi-
nos y gauchos bonaerenses; luego prevaleció la cultura propiamente gaucha y su adapta-
ción al ámbito cordillerano tanto en costumbres, prendas, sogas y modismos. El resultado
fue bueno.
El oficio se dividía en “jineteada” y luego en “amansada”, la primera tenía más de
exhibicionismo y habilidad que de practicidad, la segunda más pausada y meticulosa de-
bía concluir con la domesticación del animal buscando siempre el aprovechamiento de
sus máximas capacidades.
La jineteada constituía sin duda el espectáculo mayor de la campesinidad; consis-
tía en “dar la primera ensillada” a los potros y en montarlos.
Los más mentados jinetes y domadores de mi tiempo fueron: Rolando Prieto, Dio-
nisio Prieto, Víctor Prieto, Arístides Muñoz, Trujillo, Máximo Jara (“El Pelao”) y Ambrosio
Jara (“Pocho”). De las generaciones anteriores quedaban las mentas de don Ambrosio
Prieto, de don Eliseo Jara, de “Chilín” y otros.
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LOS CURANDEROS
Pilo Lil no tuvo “curanderos” de relevancia ni “machis” heredadas de la cultura ma-
puche; apenas algunas viejas repetían brebajes a base de yuyos e invocaciones de origen
pagano/religioso.
Los más famosos que recuerdo, no fueron exactamente de Pilo Lil pero sí tuvieron
su paso temporal por el pago; ellos fueron don Sótero Ibáñez y don Julio Arriagada.
Sótero Ibáñez fue un curandero de gran fama en la década de 1950, era de Junín
de los Andes, pero solía “atender” en Huechulafquen, en Malleo y muchas veces en Pilo
Lil. (En una de sus recordadas intervenciones le cortó una pierna a la madre de los Parga-
de en Junín).
Julio Arriagada apareció como “yuyero casi milagroso” a final de mi estada en Pilo
Lil (1971/72). Poseedor de gran facilidad de palabra y de buen poder de convicción se ins-
taló con bastante éxito.
Luego de “ver las aguas” de sus ocasionales pacientes les vendía botellas conte -
niendo yuyos hervidos que decía preparar exclusivamente para cada caso. Tuvo fama de
buen curandero y gran “aliviador de dolores”. Tiempo después, cuando me alejé de Pilo
Lil, me enteré por un farmacéutico que a cada botella le agregaba dos o tres pastillas de
analgésico, el que más usaba era el “Dolex”.
LAS PARTERAS
Parteras, aliviadoras, comadronas, fueron algunas de las denominaciones de
aquellas obstetras circunstanciales más que vocacionales. La más conocida e indiscutida
fue sin duda la multifacética doña Rosa Herminia Alsina de Aguilera. Digamos que doña
Rosa era el “sumun” de la actividad.
No obstante el incuestionable prestigio de doña Rosa, la mayoría de las mujeres
mayores y con experiencia propia eran consultadas para aliviar los partos. Las más reco -
nocidas fueron sin duda doña Juana Prieto de Jara, doña Mercedes Rojas de Ocare, doña
Gumersinda Acuña de Prieto e incluso aquellas a quien la emergencia exigía como doña
Aurelia Pinto de Prieto, doña Herminda Figueroa de Prieto, doña Rosa Rodríguez, doña
“Peta” Infante, doña Paulina Pinto, doña Juana Garrido e incluso mi madre doña Luisa Ra-
mírez de Prieto.
El protagonismo de estas comadronas duró hasta que la Sanidad Pública tuvo ac-
ceso desde Junín de los Andes; este acceso se fue dando paulatinamente a partir de la
segunda mitad de la década de 1960 y se consolidó con la construcción del puente en
1972.
LA AUTORIDAD
Allá por 1894 la primera tanda de pobladores blancos de Pilo Lil fue de origen chi-
leno, peones contratados por Alejandro Arze; esta gente al llegar mantuvo durante cierto
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tiempo una dependencia lógica de su “patrón” y por histórica formación familiar apostó al
sistema patriarcal.
En una comunidad incipiente, la autoridad propiamente dicha escapaba a la for-
malidad de las normas de leyes y decretos. Se les reconocía cierta jerarquía moral a muy
determinados personajes. Se respetaba casi indubitativamente al jefe, al patrón y en au-
sencia de ellos al ejemplar masculino más viejo. La línea de lealtades tenía que ver más
con lo emocional que con lo racional.
En aquel Pilo Lil de fines del siglo XIX y comienzos del XX existían en el pago
ciertos personajes que por su posición económica, por su edad y experiencia, por su con-
ducta o por su alfabetismo se convertían en referentes. En general eran los más acomo-
dados del pago, nunca pasaron de uno o dos. Estos liderazgos naturales exhibían una au-
toridad moral o empírica y estaban basados en el mejor nivel económico, social y cultural.
Esos liderazgos tenían la posibilidad tangible de aconsejar, asesorar, leer, enseñar a fir-
mar, proveer empleo, ayuda económica, bienes de consumo, influencias, etc.
En el párrafo anterior he dicho “leer”, porque pocos eran los alfabetizados y resul -
taba común que para descifrar una carta o un mensaje escrito o para confeccionar uno
propio debía recurrirse a “alguien que supiera leer”, ese alguien era poseedor del don de
la lectura y la escritura condición que lo elevaba por sobre el común de la gente.
Esa autoridad de los más leídos se corporizaba casi siempre en los maestros, en
los patrones o en los más informados (los bolicheros).
En lo formal y represivo la Conquista del Desierto dejó una severa y discrecional
muestra de autoridad con sus “milicos”, sensación que se transfirió a la Policía Fronteriza
y luego a la Territorial simplemente porque éstas se nutrieron de los veteranos de aquel
ejército.
Don Enrique Prieto (“El Kaiser”) en 1910 gestionó sin éxito, ante la Gobernación
del Territorio Nacional, la instalación en Pilo Lil de un Destacamento Policial. Décadas
después este requerimiento dio origen a la presencia de la Gendarmería Nacional.
Por lo antedicho resulta claro que ni la policía Fronteriza ni la Territorial ejercieron
una gran presencia en Pilo Lil; sí en lugares próximos, “Las Coloradas”, por ejemplo, don-
de uno de los comisarios emblemáticos fue don Julio Villarino, el yerno de don Darío Ber-
nal.
Esta especie de nebulosa policial duró hasta la aparición de la Gendarmería Na-
cional allá por 1938 y que en Pilo Lil se concretó recién en 1943/44.
Los hijos de los primeros pobladores fueron conociendo los rudimentos de la auto-
ridad formal, que incluía el orden y la disciplina, a medida que se incorporaban al Servicio
Militar. Esta formación castrense acentuó el temeroso respeto que provocaba el Ejército;
respeto que sirvió para consolidar el sentimiento de argentinidad en aquella sociedad ges-
tada a partir de indios y chilenos.
La Gendarmería Nacional, fuerza creada en 1938 apareció en Pilo Lil en 1943/44.
Lo hizo con singular importancia ya que la Gobernación del Territorio Nacional del Neu-
quén le asignó un espacio físico y una parcela de terreno de relativa importancia, para el
mantenimiento de sus equinos.
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Para la construcción del edificio se trajeron las herramientas, el cemento, las ma-
deras y demás materiales a lomo de mula desde Aluminé. De la misma manera se traje-
ron los aperos, correajes, el mobiliario y elementos de oficina.
El edificio fue ubicado muy próximo al río y a unos 700 metros aguas arriba de la
balsa.
Esta construcción fue de piedra labrada (trajeron un picapedrero), madera de pi-
notea, aberturas “de carpintería” y mobiliario de roble americano (importado). Fue la pri -
mera construcción hecha con material que incluía cemento portland tanto para las pare -
des como para los pisos. Hasta esa época e incluso durante las décadas posteriores se
continuó construyendo con adobe y barro. El cemento resultaba particularmente caro para
el común de la gente.
El nivel de este asentamiento fue el de “Puesto” (actualmente equivaldría al de
“Grupo”), dependía jerárquicamente de la “Sección Las Coloradas” y ambos del Escua-
drón 32 Aluminé.
Los primeros integrantes de aquella Gendarmería fueron: Julierak, Aránguez, Luis
Aguilar, Sandoval, Sabarís, Estrada, Onofre García, a los que siguieron Sablino, Verdún,
Suárez, Gaetán, Bustos, Monzón y otros.
Alrededor de 1951 razones de reordenamiento de la Fuerza levantaron la dota-
ción de personal del Puesto Pilo Lil. Jurisdiccionalmente la función policial se comenzó a
ejercer y a supervisar desde Las Coloradas o desde Aluminé.
Con la Provincialización del Territorio del Neuquén (1955/56) se creó la Policía del
Neuquén en 1957.
Luego del retiro de la Gendarmería, la primera y única presencia uniformada que
hubo durante varios meses (1959/60) fue la de un agente de la Policía Provincial de apelli-
do Carrupán que dependía de la Subcomisaría de Las Coloradas y que tenía su asiento
en un galpón provisto por Doroteo Prieto en proximidades de su negocio. Este agente dis-
ponía de un caballo, su uniforme y su armamento consistía en la clásica pistola Ballester
Molina 11,25 (vulgarmente llamada 45) y una metralleta P.A.M. del mismo calibre.
En realidad la sociedad piloleña de la primera mitad del siglo XX era simple y sin
enfrentamientos ni hechos delictivos relevantes, tanto que solo se recordaban en más de
cincuenta años solo dos episodios: un homicidio por riña entre borrachos y una muerte
dudosa. El reclamo de la presencia policial tenía que ver más que nada con la previsión
de peleas y riñas en ocasión de alguna muy esporádica fiesta popular (cantina o ramada).
Resumiendo, luego de aquella presencia de la Gendarmería en la década de
1940, nunca más Pilo Lil contó con autoridad uniformada en forma permanente.
los niños con alguna curiosa y mínima habilidad. Por ejemplo sabían hacer algún juguete,
o teniendo algún conocimiento de herrería o carpintería, elaboraban pequeños objetos de
utilidad para la casa; incluso a veces eran alfabetos y ayudaban a los chicos a leer y escri-
bir.
Llegaban enarbolando siempre su mayor simpatía, solían pedir alojamiento para
sí y su caballo y casi instantáneamente arremetían con alguna historia en la que ellos re-
sultaban ser ingenuas víctimas después de haber sido casi héroes.
Se los llamaba “tumberos” tal vez porque con su conducta indefinida lograba “tum-
bear” es decir acceder a la “tumba” o puchero de capón, que bien podía ser un guiso, un
trozo de pan y el alojamiento en algún galpón. Con el avance de los tiempos esta simpáti-
ca trashumancia fue desapareciendo. Recuerdo especialmente en la década de 1950 a
Don Ulloa, a Don Rafael Domínguez, a Don Soto y algún otro.
LA ROPA Y ACCESORIOS
Si bien cada individuo tenía una impronta propia en su vestimenta, tampoco eran
épocas de exclusividades ni exquisiteces por lo que trataremos de describir el vestuario
promedio.
En una primerísima época la vestimenta no difería en nada de la de los campesi-
nos y huasos chilenos de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Eran comunes en los
varones los pantalones, generalmente oscuros y rayados, las polainas, zapatones o botas
cortas, las espuelas de rodajas muy grandes, camisa de dril, pañuelo al cuello, chaqueta y
poncho corto de tejido artesanal. Todo coronado con sombrero de fieltro de ala ancha y
en verano “chupalla” (variante chilena del sombrero de paja).
A medida que se avanzó en la argentinización, en las generaciones ya nativas los
hábitos se fueron modificando y se impuso una vestimenta más “gaucha” y menos “hua-
sa”. Las espuelas chilenas de enorme rodaja dieron paso a las “entrerrianas” de ocho
puntas o a las “nazarenas” de cinco.
A mediados del siglo XX, allá por “la época de Perón”, como vestimenta festiva
apareció la bombacha de gabardina “orientala” (ancha y plegada), la camisa de “poplin
2x2” y para el trabajo: bombacha y camisa de dril o “brin”, campera de cuero, saco de
cuero o de tela (tipo chaqueta urbana), pullover de lana cruda generalmente con dibujos o
labores de flores o guardas. Faja de lana lisa negra, blanca o con labores indígenas. Pa -
ñuelo de cuello blanco bordado (festivo) o de color oscuro (trabajo diario).
Prendas con un valor adicional eran el “Cinto pesao” y la caramañola de aluminio
(“recuerdos” sustraídos al Servicio Militar), el facón cabo de alpaca (rara vez de plata), o
de marcas consulares como Eskiltuna o Arbolito y la siempre envidiable bota vinera marca
“Pamplona” como así también la rastra de plata con tiradores.
Para el gauchaje de cierta jerarquía, adquirió un valor casi emblemático el “Pon-
cho de Castilla” por su doble condición de ser abrigado e impermeable. Por ser de origen
chileno, se lo obtenía únicamente de contrabando, circunstancia que le agregaba cierta
dosis de exclusividad y de misterio. Los más cotizados eran los de tres paños (también los
había de dos) de la marca “Víctor”. Eran felpudos e invariablemente negros con un gran
cuello protector con botones. Como detalle de elegante abrigo se usaba debajo del Pon -
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cho de Castilla otro delgado color marrón claro preferentemente marca “Campomar”.
Ya avanzada la década de 1940 se popularizó el sombrero negro marca “Lago-
marsino” modelo “estanciero”.
El paisanaje común usaba ponchos artesanales de lana de oveja con guardas;
pocos accedían al cálido poncho de lana de guanaco o al de “cuero encerado”.
La paisanada más humilde, en invierno calzaban sus pies con tamangos con arpi-
llera y en verano usaban alpargatas con suela de yute marcas: “Rueda” o “Tero”. Los le-
vemente más acomodados podían acceder a las botas altas o “acordionadas”.
En invierno se protegían de la nieve con “rodilleras” de chivo y mitones de ardillón
o gato (para la mano de la rienda) y cubrían sus cabezas con sombrero con barbijo o boi-
na vasca.
La vestimenta femenina consistía casi exclusivamente en pollera, vestido, falda
con borde siempre por debajo de la rodilla. En el torso blusa, pullover o saquito según la
ocasión. Los colores generalmente variados y fuertes, con abundancia de arabescos y flo -
reados.
Cuando la mujer se desplazaba a pie siempre usaba faldas y en el caso de cabal-
gar lo hacía con “montura de lao” (una especial silla de montar similar a un silloncito don -
de la dama se sentaba con ambas piernas hacia el lado izquierdo y separadas mínima-
mente por una especie de agarradera. Esta montura le daba a la dama, además de como-
didad, un plus de femineidad. Por supuesto la cabalgadura debía ser muy mansa, “de mu-
jer andar” le decíamos.
Aquellas que no podían acceder a tan elaborada montura simplemente montaban
a horcajadas como los varones sobre “recado de bastos” o “cangalla” pero debajo de la
falda se colocaban bombachas masculinas.
El delantal era usado casi universalmente, incluso “para salir”, quizá por la cos-
tumbre o la facilidad que brindaban sus bolsillos. Cuando evoco la memoria de doña
Evangelina Guíñez, doña Rosa Aguilera, doña. Peta, doña. Carolina Toro, doña Esther
Jara, doña Herminda o incluso mi madre todas se me aparecen con delantal…
La economía hogareña era siempre un terreno con obstáculos y las mujeres “de-
bían” necesariamente “rebuscárselas” como modistas y tejedoras improvisadas.
Uno de esos rebusques consistía en aprovechar (ahora se diría “reciclar”) las bol-
sas de harina que eran de “lienzo” de algodón y según su estado resultaban muy aptas
para la confección de distintas prendas. Generalmente con aplicaciones de otra tela o el
agregado de puntillas y bordados se atenuaba la rusticidad de la trama.
El “lienzo de bolsa harinera” servía para pañales, camisas, sábanas, fundas, de-
lantales, repasadores, etc. Para la confección de ropa más delicada debía recurrirse a los
boliches donde seguramente existían telas de distintas texturas, calidades y coloridos.
En una primera época, los medios disponibles y la escasez obligaban a usar
como cama dos o tres cueros lanudos de capón encimados; para cobertura se recurría al
poncho o a las matras o matrones artesanales.
En los años 50 lentamente se fue imponiendo el uso del colchón forrado con tela
cotín y relleno con lana de descarte bien lavada y escardada. Como complemento comen-
zaron a usarse las ya mencionadas “sábanas de bolsa”.
Comenzando la década de 1960 el uso de la bombacha en los hombres fue ce-
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diendo ante la aparición del pantalón vaquero (“Far West”, “Topeka”, “Rangers”, etc.),
también perdieron terreno las alpargatas y botas ante las zapatillas.
Ya en la segunda mitad de la década del 60 aparecieron innovaciones citadinas
en las que los productos sintéticos se imponían aceleradamente, como por ejemplo: las
“bombachas de goma” para los niños con pañales, las camperas y capas de “cuerina”, los
ponchos de lona negra engomada, las zapatillas de plástico marca Skippy, los envases y
recipientes de plástico. A estas innovaciones las seguirían los pañales descartables, el
uso divulgado del dentífrico, el blanqueador de ropa, el acero inoxidable, el desodorante,
las blusas y camisas de poliamida, “Ban Lon”, “Lycra” y similares. Las estufas y los faroles
a gas de garrafa comenzaron a suplir a los de kerosene.
LOS ALIMENTOS
La alimentación a finales del siglo XIX y comienzos del XX estaba sustentada en
la producción propia y en la recolección de frutos silvestres (animales y vegetales).
En un comienzo, previo a la instalación de los primeros almacenes, se recurría a
los derivados de la propia producción agropecuaria y ganadera.
Se producían trigo y cereales y a partir de ellos se hacían distintos tipo de harinas.
De la combinación de esas harinas con otros productos se hacían: fideos, ñoquis, sémola,
polenta, pancutras, migaos, ñaco, etc. De Chile se traían algas y mariscos secos, espe-
cialmente “cochayuyo”, “choros” y “piures”; luego con el cierre de fronteras esto desapare -
ció. Como previsión para el invierno se secaban porotos, arvejas, habas, tomates, guin-
das, orejones de manzana, pera, membrillo y otras frutas. Se elaboraba la chicha de man-
zana, “charqui” de chiva, de oveja, de “pescado”, jamones y derivados de cerdo, etc.
La tierra de por sí, sin intervención humana, según la época del año proveía (par-
camente): piñones, manzanas, nalca, llocón (papita silvestre parecida al macachín), berro,
vinagrillo, achicoria, almejas de agua dulce, pescado (perca, bagre, salmón, puye, etc.),
carnes de guanaco y choique.
De los productos agro ganaderos se consumía: carne de “oveja vieja”, capón,
“chiva vieja”, capón cabrío, y más inusualmente cordero, chivito, lechón, derivados de cer -
do y excepcionalmente carne vacuna. Por supuesto verduras y productos frutihortícolas
de propia producción.
En una próxima recopilación de costumbres piloleñas ampliaremos un poco sobre
el tema alimentos y su preparación.
LA INVERNADA
Aquel auspicioso terruño de principios del siglo XX, lo era justamente porque la
virginidad de su suelo toleraba todo, incluso los abusos y exageraciones. La tierra tenía
sobre sí milenios de fertilidad e ingenuo letargo, sus únicos ocupantes los indios jamás la
habían lacerado para arrancarle un solo fruto que no fuera espontáneo. Pero llegaron los
blancos, los “huincas”, lo hicieron en su mayoría desde Chile y con ellos llegó también un
nuevo concepto que desechaba el nomadismo, ese concepto fue arraigarse al suelo, que -
darse en él y quedarse con él, labrarlo, ocupar su espacio con ovejas, vacas, caballos y
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cabras, manipular sus aguadas, desviar sus arroyos e implantar especies, no siempre
compatibles con las autóctonas. Nadie asesoraba, nadie podía aprender de quien nada
sabía; nadie enseñaba, todo surgía de la experiencia; el costo de ese aprendizaje se co -
noció seis décadas después cuando la tierra “se cansó” y la desertificación inició su de-
moledora tarea de erosión y aridez. En aquel principio, tratándose de tierras fiscales nadie
pedía permiso a nadie, convenía sí la mirada complaciente de los vecinos, especialmente
los más próximos y acomodados, luego simplemente se buscaba un cañadón, una agua -
da, algún mallincito y allí se armaba el “ruco” y se pastoreaban los pocos animales en el
ámbito que ellos mismos fijaban, lo demás, los límites y esas cosas eran simples cuestio-
nes de buena vecindad y convivencia. Recién en 1948 comenzaron a registrarse en la Di-
rección de Tierras de Neuquén muchas de esas ocupaciones de hecho.
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LA VERANADA
Era la contrapartida de la invernada y su imprescindible complemento, la consti-
tuían campos mucho más altos donde en pleno invierno resultaba imposible permanecer
por el aislamiento y la acumulación de nieve. Este exceso de humedad provocaba en la
parte alta de la cordillera una exuberancia notable de pastos, por ello, pasado el invierno y
luego de realizar las principales tareas de señalada, marcación y zafra se llevaba a tales
lugares el ganado.
No todos los crianceros tenían su campo de veranada, situación que les provoca-
ba graves reveses por el deterioro de su campo de invernada. Era común entonces que
los más audaces y desaprensivos adelantaran su “subida” a las veranadas y al no estar
alambrados tales campos pastorearan en una especie de trashumancia. Había quienes
arrendaban estos “derechos de veranada” y los menos los compartían.
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cuno, los cueros del consumo, tres o cuatro bolsas con piñones, algún yugo de lenga re -
cién hecho o simplemente un montón de anécdotas y contadas.
Los crianceros de Pilo Lil en su gran mayoría veranaban en la parte alta del Cor -
dón de Catan Lil, compartiendo pasturas con pobladores de Las Coloradas. No obstante
había quienes cruzaban el río y veranaban en la zona de Nahuel Mapi.
El “baño” de las ovejas se convirtió en una tarea periódica no tan sencilla y para
nada económica.
Hoy en día la medicina veterinaria ha reducido todos aquellos engorrosos esfuer -
zos a una simple, práctica y económica vacuna antisárnica.
LA MARCACION
Consistía en aplicar a los animales grandes (vacunos, equinos y mulares) la mar-
ca a fuego del propietario. Esta marca para tener validez al igual que las “señales” debía
estar debidamente registrada en el Registro de Marcas y Señales de la jurisdicción.
Como la cantidad de animales de este tipo era generalmente reducida, el hecho
no tenía entidad suficiente para constituirse en fiesta; si bien se invitaba a presenciarlo a
los vecinos.
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PIÑONEANDO
Eran las clásicas excursiones de recolección de piñones a los bosques de pehue-
nes. Generalmente se organizaban cada dos años ya que el pehuén es “añero”. Vulgar-
mente se decía: “ir a los pinos”. En Pilo Lil, los pehuenales más próximos estaban en Bo -
tas Largas o en el valle de la Magdalena.
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Vale destacar que el pehuén, árbol tan emblematizado actualmente, no fue justa -
mente “cuidado” por el aborigen a pesar de ser el proveedor de tan precioso recurso ali-
menticio. Fue común que el indio para “piñonear” acampara debajo de las araucarias y
que el fogón lo hiciera adosado al tronco del árbol por lo que la base se quemaba forman-
do los conocidos huecos luego utilizados como refugio. Esta práctica muchas veces pro-
vocó importantes incendios.
MANZANEANDO
Los míticos manzanares que dejaran los jesuitas y los mapuches, cesaron de pro-
pagarse por la desafortunada invasión de la liebre europea, que ramonea los renovales
hasta su extinción.
Llegada la época de la maduración de las manzanas (marzo/abril) se armaban ex-
cursiones con “cargueros” para embolsar y acarrear la fruta, para la elaboración de chicha
y para consumo..
Ya en la casa, se seleccionaban aquellas manzanas sanas y sin parásitos a las
que se guardaba en cajones llenos de avena para ser consumidas en el invierno. Los gra -
nos de avena le aseguraban un nivel óptimo de humedad y aireación.
Con las demás se hacían orejones (se los desecaba en grandes parrillas de ma-
dera colgadas del techo dentro del rancho) o se elaboraba la chicha de manzana.
LA CHICHA
Durante la elaboración de tan preciada bebida era fundamental evitar el contacto
del jugo con cualquier elemento metálico que lo “alumbrara” (oxidara ferrosamente). Por
ello se desechaban los recipientes de chapa, hojalata, aluminio, o elementos con alam-
bres o clavos. Este condicionamiento dificultaba notablemente la elaboración (en esa épo-
ca no existían ni el plástico ni el acero inoxidable).
Para obtener cantidades considerables de chicha, el método más común consistía
en machacar las manzanas con un pisón de madera dentro de una gran batea de madera
o de una canoa (ambas hechas de una sola pieza).
A la pasta obtenida se la colocaba en una especie de canasta de madera o en
bolsas de arpillera gruesa y se la prensaba con un varal de lenga y una soga o con gran -
des piedras, todo sobre una escurridera de madera o de piedra laja grande. El líquido ob-
tenido era la tan ansiada chicha, dulce, turbia y exquisita cuando nueva y más clara y lige-
ramente ácida luego de fermentada. Se la envasaba en grandes damajuanas de 10 y 20
litros o en simples botellas. Para la fermentación se las dejaba destapadas o apenas cu-
biertas con un trapo; finalizado el proceso de la fermentación se las tapaba y guardaba a
la sombra.
Había quienes para conservar el dulzor del zumo y gasificarlo interrumpían el pro-
ceso de fermentación mediante la cocción. Para ello se embotellaba la chicha, apenas ini-
ciada la fermentación, se tapaban las botellas asegurando los corchos con un refuerzo de
alambre y se las acomodaba paradas dentro de un medio tambor (de los legendarios “ba-
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rriles” de YPF), se cubría con agua fría y haciéndole fuego por debajo se las llevaba a
punto de hervor y luego simplemente se las dejaba enfriar, sin tocarlas en absoluto. Una
vez frías las botellas se las guardaba celosamente a la sombra. Como se carecía de ins -
trumentos adecuados que regulasen la temperatura y la cantidad de gas en cada botella,
solía ocurrir que algunas se rompían. Pero la finalidad justificaba el riesgo y el producto
obtenido era realmente delicioso, siempre dispar por ser artesanal pero exquisito. Era en
realidad una sidra casera, muy apetecida y atesorada para las eventuales reuniones en el
invierno. Había quienes exageradamente a esta sidra artesanal la llamaban “champaña”.
Cuando la cantidad a elaborar era pequeña, se rallaban las manzanas con un ra -
llador de madera dura que no era ni más ni menos que la parte interna de un trozo de cor -
teza de araucaria (le llamaban “trola”). A esa pasta se la colaba con un trapo limpio y la
chicha estaba lista.
LA CINCHADA
Era simplemente un juego para demostrar la fuerza y “maña” de los caballos. Se
“apigüalaba” un lazo en cada recado (se lo ataba del pegual) y se hacía tirar a ambos ani-
males en sentido contrario, quien hacía retroceder al otro o lo derribaba era el ganador.
En Pilo Lil lo practicaban como reminiscencia de una costumbre chilena propia de
los “rodeos” de aquella tierra. Adquiría visos de crueldad cuando la “cinchada era a toda
juria”, es decir con un envión previo de cada caballo. El más afecto a esta práctica y su
principal impulsor era Leonidas Prieto (balsero), el hijo de Don Hernán (Jefe de balseros).
TIRADA DE RIENDA
Se trataba de un alarde, de una demostración de la “blandura de boca” (obedien -
cia al freno) de un caballo. Para ello se hacía desarrollar al animal la máxima velocidad
posible, en corto trecho, y se lo obligaba a frenar abruptamente “tirándole la rienda”.
Para competir y establecer un ganador se hacía una raya en el suelo y se frenaba
sobre ella, por lo que el caballo dejaba un largo rastro al arrastrar sus cascos. La compa-
ración del largo de esas “arrastráas” establecía al ganador.
SORTIJA
Es un juego de coordinación y puntería típico de la llanura bonaerense. En Pilo Lil,
se lo practicó muy esporádicamente en alguna que otra ramada para las fiestas popula-
res. Consistía en colgar de alguna rama horizontal y alta, un hilo con una argolla y echado
al galope, el jinete con un palito debía embocar y arrancar la argolla.
TRUCO
El difundido juego de barajas cuyas reglas resultaban generales. La adaptación
local tenía que ver con los modismos y “versitos” propios del envido, flor, etc.
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TEJO
Juego similar al que aún se practica en las playas. En Pilo-Lil se lo jugaba con he-
rraduras.
CUADRERAS
Era sin duda el juego de mayor envergadura y verdadera pasión entre sus adep-
tos. Consistía en la competencia de velocidad entre dos caballos en una distancia medida
en “cuadras”, generalmente entre 200 y 300 metros.
En una próxima recopilación de costumbres piloleñas ampliaremos al respecto.
TABA
El típico juego de la llanura. Se practicaba sin ningún tipo de modificación local.
Como todo juego de azar, estaba prohibido en el Pilo Lil de los años 50; quizá la prohibi -
ción era razonablemente preventiva ya que jugar por dinero y emborracharse a la vez
constituía una mezcla demasiado explosiva en lo que a peleas y reyertas se refiere. La
prohibición duraba tanto como la discrecionalidad policial lo determinaba. La fuerza del or -
den era entonces la Sección de Gendarmería Nacional con asiento en Las Coloradas,
años después, con el advenimiento de la provincialización, apareció la Policía del Neu -
quén.
Mitos, triquiñuelas y trampas envolvían el rudimentario juego; los “buscas” eran
sus mentores. Había entre éstos, quienes “preparaban” la cancha colocando en determi-
nados sitios arena apisonada o ripio para que la taba al caer “se clavara” o “rebotara en -
culándose”. Los más pícaros y fulleros llegaban a “cargar” el maldito hueso, de tal manera
que según la forma en que se arrojara o la cantidad de vueltas que diera en el aire, cayera
de “culo” o “clavada”.
Atesoro aún una vieja taba, hecha de madera dura, que perteneció a mi tío ma-
terno don Segundo Luis Ramírez, sargento de la Policía de Río Negro.
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En ejercicio del Poder, únicamente nos visitó Don Felipe Sapag siendo Goberna-
dor, fue para inaugurar el puente en 1972. En esa oportunidad visitó también la Escuela.
Cuando no había caminos Pilo Lil era solo un desconocido paraje y luego siguió
siendo un paraje, pero de paso…Tal vez por eso nadie le otorgó demasiada importancia,
tal vez…
EPILOGO
Antes de ver la luz (octubre de 1945) me fui de Pilo Lil, lo hice en el vientre de mi
madre; me llevaron a nacer a Buenos Aires.
Al cumplir los cuarenta días volví a Pilo Lil, era un 13 de febrero de 1946. Desde
Catan Lil me trajo a caballo “por delante” mi tío Segundo Prieto, en caballo aparte venía
mi madre.
27 años después, un 13 de enero de 1973, me fui definitivamente de Pilo-Lil, ese
fue año de elecciones; me designaron Presidente de Mesa y por tal razón volví en tres
ocasiones el 11 de marzo, el 15 de abril y el 23 de setiembre. Las elecciones se hicieron
en la Escuela, me acompañaron en la mesa creo que don Tomás Moscoso, Dionisio Prie-
to y Laura Guaymas, como fiscal por el Partido Justicialista actuó Abelardo Coifín, quien
quedó ungido como Diputado Provincial y por la Unión Cívica Radical don Marciano Prie -
to.
En 1982 volví para acampar a orillas del río con mi mujer y mis 3 hijos menores;
dio la coincidencia que cuando elegimos el lugar para armar la carpa se retiraba del mis -
mo un hombre canoso de voz ronca y apagada era Don Marcelo Berbel con su esposa y
con su hija Marité. Tengo el honroso recuerdo que Don Marcelo me ayudó a buscar leña
para el campamento mientras compartíamos el recuerdo ya nostálgico de otra época. Le
recordé y él aprobó con su sonrisa y con su voz gastada el episodio aquel cuando estuvo
en mi boliche esperando la balsa y dejó un vaso de vino inconcluso y un amago de poema
en su despedida. Apoyando su mano y su afecto en mi hombro me dijo: “¡Eso fue hace
más de diez años! y vos sabés, que ahí fue que se me ocurrió esa milonga, que a mí me
gusta mucho: Balsa de Pilo-Lil” y siguió: “esa milonguita también le gustó mucho a La-
rralde y en una de esas la graba, ¡ojalá!”. Larralde nunca grabó esa milonga, pero a mí me
quedó el afecto grabado en el abrazo que me dio don Marcelo al despedirnos. Lástima
que yo por ser joven no dimensioné lo importante de ese abrazo. Ahora a la distancia lo
veo como si me hubiese abrazado Neuquén y toda su historia. Al tiempo por Canal 7 de
Neuquén, en un reportaje, don Marcelo mencionó aquel episodio; para mí fue otro abrazo.
En aquella ocasión no visité a nadie, quizá por temor a la venganza de la nostal -
gia que suele derretirse en lágrimas… Volví si en enero de 1996, me acerqué hasta el
puesto de Jara, pero en ese momento no había nadie; intenté luego en la Escuela y ahí
me atendió una docente joven, era una de las hijas menores de Marciano, creo que se lla -
maba Mary. El tiempo que había transcurrido (23 años) era mucho y me conocía apenas
“de mentas”. Me acerqué luego al rancho de mi primo Lenco, estaban él y su señora Sara
Muñoz muy viejos; los acompañaba su hijo David Prieto, “El Ñato”. Compartimos algunos
mates, algunos recuerdos, una gran emoción y un manojo de lágrimas. Desde el fondo de
su pobreza, quiso agasajarme y me regaló una bolsita con guindas maduras; son del
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“puesto viejo”, me dijo y los dos nos abrazamos… Creo que con ese abrazo, abracé a
todo Pilo Lil, a mis recuerdos y a mi infancia…
El que fuera nuestro campo hacía ya varios años que se había vendido, pero a
mis recuerdos, a mis nostalgias y a mi tiempo piloleño nunca los vendí; porque después
de todo “la tierra no pertenece al hombre, es el hombre quien pertenece a la tierra”.
Y siguió pasando el tiempo, al momento de escribir estas líneas transcurrieron ya
45 años desde que me fui…
NOTA: Durante las primeras seis décadas del siglo XX la grafía del nombre Pilo-Lil
incluía el guión (-); hoy se lo eliminó…
FUENTES:
ORALES:
Recopilaciones propias tomadas de nuestros peones: Valentín Infante, Fortunato
Gutiérrez, Domingo Muñoz, Fernando Godoy, Carlos Rivera, Facundo Figueroa, etc.
A mis tíos, primos y parientes: Valentina Prieto, Segundo Prieto, Rogelio Gutié-
rrez, Amado “Lenco” Prieto, Marciano Prieto, Roberto Prieto, Dionisio Prieto, Fernando
Prieto, Leonidas Prieto, Joaquín Prieto, Don Hernán Prieto, Atilano Prieto, Eliseo Jara, Er-
nestina Prieto, Francisco “Pancho” Prieto, Gregorio Prieto.
Recopilaciones hechas en nuestro boliche a los clientes, amigos y parientes: Ro-
mán Alfaro, Ismael González, Luciano Huenufil, Marcos Parra, Rosa Alsina, Adrián
Contreras, Tomás Moscoso, Miguel Moscoso, Nicolás Toro, Adolfo Rodríguez, Elías Se -
púlveda, Marcelino Infante, Armando Toro, Bernabé Pinto, Paulina Pintos, Diógenes To-
rres, Segundo Figueroa, Octavio Ramírez, Juan Arriegada, José Ferrada, Evangelina Guí-
ñez, Eufemio Rodríguez, Luis Figueroa, Petronila Infante, Miguel “Peto” Gutiérrez, Esther
Jara, Luis Cisterna, Segundo Sánchez, Segundo Ocares, Adolfo Rodríguez, Juan de Dios
Ocare, Juan Bautista Aguilera, Rafael Domínguez, Ignacio Huenufil, Francisco Linares,
Ceferino Huenuquir, Juan Prado, Francisco Tripailaf, Aurelio Tripailaf, Horacio Antimán,
Juana Garrido, Aurelia Pintos, Herminda Figueroa, Sabina Rodríguez, Francisco Queu-
pán, Felisa Figueroa y tantos más…
BIBLIOGRAFIA:
* Apuntes y manuscritos de mi padre.
* U.C.A. “Historia de la Patagonia” (Facultad de Derecho y Ciencias Políticas)
* “Portal Informativo de Salta”.
* Wikipedia – Provincia de Neuquén
* “Reseña Histórica de la Provincia del Neuquén” (Carlos Agustín Ríos)
* “Caciques y Capitanejos en la Historia Argentina” (Guillermo Alfredo Terrera)
* “Donde estuvo El Paraíso” (Gregorio Alvarez)
* “El Tronco de Oro” (Gregorio Alvarez)
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* “La Mañana del Sur” (16 noviembre 2008) * diario “La Cordillera” del 8 de marzo
de 1941.
* (Arze Bastidas, 1; Kruuse y Arze de Soriano, 15)
* Revista Machete (24/junio/2016) (22/mayo)
* Fuente: Lic. Ricardo Koon (Revista Machete)
* www.revistamachete.com.ar
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A la Izquierda: los hermanos Teo y Griselda Prieto en la cuesta entre su casa y el río. Los álamos al fondo referencian la
ubicación de la balsa. 1947. –
A la Derecha Don Doroteo Prieto vestido de “pueblero” con traje y corbata en Bs. As. 1954.-
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1970 - A la izquierda María Bogdanich en el “alazán” y con “poncho de castilla”. Atrás el río y la Piedra de Pilo Lil.
1972 – A la derecha María Bogdanich, en el zaino de Andrés Herrera luciendo el apero y el juego de sogas “chapeao”.
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Julio de 1968 – La “maestrita” Mary cruzando en la Balsa con la camioneta Studebaker de Kogan.
DEUDA DE AFECTO
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Diciembre/68 – Doña Mónica, Javier, Dora Toro, Sonia y Mary junto al río.
NOSTALGIAS DE FOGON
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30/12/68 – 1er. Cumpleaños de Sonia en Pilo Lil (3 años) – (1) Eneas; (2) Javier; (3) Sonia; (4) Nieves; (5) Susana “Cota”
(6) Manolo; (7) Víctor; (8) Dora; (9) Hijo de Don Tomás.
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“La arboleda de Don Doroteo” - Dibujo de mi amigo el artista plástico Joaquín Bocho Izco (San AntonioOeste- Río Ne -
gro) en base a una fotografía.
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Enrique Prieto
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Disculpas finales:
Escribí todo esto para que mis añoranzas de hoy no sean los olvi-
dos del mañana… Creo que la finalidad fue buena, no se si la logré, tal vez esto sea
parcial y si así lo fuera estaría bueno que alguien aumentase el caudal de la info-
mación.
En mi intento de robarle recuerdos al olvido, quizá por la prisa, la
torpeza o el peso de la vida a muchos de esos recuerdos los arranqué truncos, in-
completos o deformes. Pido perdón por las omisiones y por la abundancia de mis
“no me acuerdo”. De todas maneras esta es mi verdad.
Seguramente, en mi caso, irán apareciendo testimonios fotográfi-
cos, en la medida que ello ocurra los agregaré, si puedo…
Sé que el interés que esto pueda despertar estará ligado exclusi-
vamente a la nostalgia y otro poco a la curiosidad.
A quienes les interese este olvidado tema, pueden ofrecer correc-
ciones, aportes, ampliaciones y opiniones a:
ruca-pilolil.blogspot.com
Gracias.
DOROTEO OSCAR PRIETO
“Ruca-Ló” – Las Grutas (R.N.)
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