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Sociedades urbanas y culturas políticas en la Baja Edad Media castellana, edited by Antón, José María Monsalvo, Ediciones Universidad de
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SOCIEDADES URBANAS Y CULTURAS POLÍTICAS
EN LA BAJA EDAD MEDIA CASTELLANA
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J. M.ª MONSALVO ANTÓN (Ed.)

SOCIEDADES URBANAS
Y CULTURAS POLÍTICAS EN LA
BAJA EDAD MEDIA CASTELLANA
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EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Sociedades urbanas y culturas políticas en la Baja Edad Media castellana, edited by Antón, José María Monsalvo, Ediciones Universidad de
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ESTUDIOS HISTÓRICOS & GEOGRÁFICOS
156

©
Ediciones Universidad de Salamanca
y los autores

Motivo de cubierta:
Ambrogio Lorenzetti (1285-1348)
Efectos del buen gobierno en la vida en la ciudad (1338/1340): fresco
Palazzo Pubblico (Siena – Italia)

1.ª edición, junio, 2013


ISBN: 978-84-9012-253-2 (Impreso) / DL: S. 168-2013

Ediciones Universidad de Salamanca


www.eusal.es
eusal@usal.es

Impreso en España – Printed in Spain

Composición
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Ficha catalográfica
CEP
Texto (visual) : sin mediación

SOCIEDADES urbanas y culturas políticas en la Baja Edad Media castellana / J. M.ª Monsalvo Antón
(ed.).—1a. ed.—Salamanca : Ediciones Universidad de Salamanca, 2013

256 p.—(Estudios históricos y geográficos ; 156)

1. Ciudades medievales-España-Castilla y León. 2. Vida urbana-España-Castilla y León-Histo-


ria-0711-1516. I. Monsalvo Antón, José María.

711.4 : 316.334.56(460.18)”07/14”

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Índice

Introducción
José María Monsalvo Antón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Obras públicas, fiscalidad y bien común en las ciudades de la Castilla
bajomedieval
Juan Antonio Bonachía Hernando . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Las villas cantábricas bajo el yugo de la nobleza. Consecuencias sobre
los gobiernos urbanos durante la época Trastámara
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José Ramón Díaz de Durana, Jon Andoni Fernández de Larrea . . . 49


Teoría y praxis política en el País Vasco a fines de la Edad Media: los
gobiernos urbanos y los vecinos de la Tierra
Ernesto García Fernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Disciplinando las relaciones políticas: ciudad y nobleza en el siglo XV
José Antonio Jara Fuente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Las funciones sociales de la plaza pública en la Castilla del siglo XV
Juan Carlos Martín Cea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Torres, tierras, linajes. Mentalidad social de los caballeros urbanos y
de la elite dirigente en la Salamanca medieval (siglos XIII-XV)
José María Monsalvo Antón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Cofradías y concejos: encuentros y desencuentros en San Sebastián a
finales del siglo XV
Soledad Tena García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

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Introducción

E NTRE LAS LÍNEAS ACTUALES sobre historia urbana, los planteamientos referi-
dos a las mentalidades y las representaciones culturales ganaron ya hace
tiempo el favor de muchos historiadores. Numerosas perspectivas han
hecho a los medievalistas interesarse por las prácticas sociales, los modelos de
convivencia, las representaciones literarias de la ciudad o la sociotopografía.
Imágenes de la ciudad y la vida cotidiana son asuntos frecuentes en los acer-
camientos que se llevan a cabo. Pero, buscando mayor concreción dentro de
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estos enfoques sobre cultura y mentalidades urbanas, nos propusimos en rela-


ción con el último proyecto de investigación1 la posibilidad de abordar en
distintos escenarios históricos los efectos que las acciones de los grupos socia-
les y poderes establecidos —concejos, Iglesia, monarquía o noblezas—, tuvie-
ron en el gobierno de las villas o ciudades, en la gestión de los espacios públi-
cos o en las relaciones con las élites locales, el común de vecinos o los oficios.
La percepción que sobre la ciudad y sus habitantes se tenía en la época, pal-
pable a través de textos y documentos, sería igualmente objeto de la explora-
ción. En la búsqueda de la conexión entre las «sociedades urbanas» y las «cul-
turas políticas» el ámbito estaba fijado en la Corona de Castilla durante los
siglos XIII al XV. Dentro de esta realidad los espacios geográficos más cercanos
a las propuestas de los proyectos de investigación originarios, el País Vasco y
la Meseta del Duero, han resultado deliberadamente priorizados, como se pue-
de apreciar en este libro, pero lo han sido tanto por una exigencia de delimi-
tación de los ámbitos geohistóricos contemplados como por el perfil investiga-
dor de varios de los autores a los que se ha pedido participar en el libro.

1. Concretamente el proyecto titulado «Culturas urbanas y percepciones sociales en los concejos


castellanos medievales durante los siglos XIII-XV» (Ministerio de Ciencia e Innovación, Plan nacional
de I+D+I 2008-2011, HAR2010-14826). Se planteaba como continuación de «Representaciones del mun-
do urbano en las fuentes escritas. Discursos y mentalidades políticas en los concejos de la Castilla
Medieval (siglos XI-XV)» (Ministerio de Educación y Ciencia, HUM 2006-02958/HIST).

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10 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Porque, en efecto, dentro de la perspectiva de enfoques y problemas se-


leccionados, y aparte de otras iniciativas relacionadas con el proyecto,2 no se
buscaba en este caso dibujar un panorama exhaustivo de las ciudades de la
Corona de Castilla. Hubiera dispersado en exceso el objetivo. Se trataba de
incluir la contribución de unos pocos autores escogidos dispuestos a ofrecer
su particular punto de vista a partir de un tema de su especialidad y encua-
drado en su trayectoria investigadora. Puesto que de eso se trataba también:
de sumar los enfoques aportados por autores relevantes, con el respaldo de
una obra científica e itinerario singularizado y reconocido en diversos cam-
pos de la historia urbana. Es decir, era importante la idea de autoría, el mar-
chamo de cada historiador, si bien, naturalmente, en el panel constituido por
la dilatada obra de cada uno de ellos, imposible de resumir siquiera por su
amplitud, la contribución aquí contenida no puede ser más que un trazo, una
pequeña muestra de un conjunto en todo caso muy sobresaliente. Confío en
que al menos esta pequeña muestra sea representativa de sus respectivos
quehaceres.
En el orden de las aportaciones reunidas, que respeta el orden alfabético
de los autores firmantes, aparece en primer lugar la de Juan Antonio Bona-
chía. Especialista puntero desde sus primeras obras de los años ochenta en
el concejo de Burgos y en el señorío que esta ciudad ejerció sobre determi-
nadas villas en la Baja Edad Media, Bonachía fue también en la década si-
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guiente uno de los pioneros en impulsar una línea de trabajo en historia ur-
bana orientada a subrayar el flanco de las mentalidades y la vida cotidiana
en la ciudad medieval. Así lo revela alguna edición colectiva, que tuvo gran
impacto en su momento y que coordinó, en la que él mismo presentaba un
trabajo muy novedoso sobre el «honor» y el imaginario de la ciudad de Bur-
gos. Ha publicado desde entonces importantes trabajos sobre el espacio ur-
bano de ella, pero más allá de esa, sobre el abastecimiento de carne y los
problemas del mercado urbano, algunos acercamientos a los conflictos socia-
les, las oligarquías urbanas en las ciudades castellanas, la justicia y el corre-
gimiento, temas todos ellos en los que se ha convertido en un autor de refe-
rencia. Se ha ocupado también de las reformas eclesiásticas de Castilla en la
época de los Reyes Católicos. Y cuenta con algunos trabajos sobre discursos
políticos, incluido un estudio reciente sobre la noción de «ciudad ideal» en
Sánchez de Arévalo. Su preocupación por este problema de los ideales urba-
nos, que ha analizado últimamente, le facultaba para plantearse un estudio,

2. Además de las publicaciones individuales de los miembros del equipo, he coordinado el dossier
monográfico de Studia Historica. Historia Medieval titulado «Representaciones culturales de la ciudad
medieval» (n.º 28, 2010), así como, recientemente, el de la revista Edad Media. Revista de Historia (n.º 14,
2013), titulado «Culturas políticas urbanas en la Península Ibérica», que recoge las contribuciones de diez
autores, pero en este caso concernientess a toda la Península, aunque con claro predominio de las re-
feridas a la Corona de Castilla. Se trata de un dossier monográfico complementario del presente libro.

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INTRODUCCIÓN 11

que es el que aquí presenta, sobre la idea de bien común, la difícil demarca-
ción entre los espacios públicos y los privados o las contingencias de la ges-
tión urbanística y de las obras públicas, con especial hincapié asimismo en
las cuestiones fiscales, temática por la que se viene interesando también el
autor en los últimos años.
La trayectoria de José Ramón Díaz de Durana ha ido jalonando con obras
de gran impacto las distintas etapas y argumentos de la historia alavesa en pri-
mera instancia, vasca o guipuzcoana en segundo término y, con mayor ampli-
tud geográfica, el ámbito cantábrico o en general del norte de la Corona de
Castilla. Además de una abundante y sistemática actividad como coordinador
y editor de importantes libros colectivos, en su producción personal se halla
una obra amplísima, centrada en varias líneas en las que ha ofrecido contribu-
ciones siempre muy relevantes: la historia bajomedieval de la ciudad de Vito-
ria; la economía, la sociedad y los señoríos alaveses en la Baja Edad Media; los
linajes, bandos y la acción de los Parientes Mayores en el País Vasco; las her-
mandades; la economía en el norte de Castilla durante el siglo XV; el medio
material y los conflictos sociales de la Guipúzcoa rural; diversos estudios sobre
Vizcaya o villas alavesas; la fiscalidad real y el nacimiento de las haciendas
provinciales vascas. Estos temas, entre otros, han venido constituyendo desde
hace años el centro de sus quehaceres y se han convertido en obras de refe-
rencia. Las estructuras familiares y la posición social y política de los pequeños
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nobles, escuderos e hidalgos rurales, así como su confrontación con las villas
en el área norteña, han sido temática frecuentada en los últimos años por el
autor, siempre con el telón de fondo de la célebre hidalguía universal, cuyo
verdadero significado el autor viene desentrañando con gran rigor. En este
camino se ha cruzado hace ya tiempo con Jon Andoni Fernández de Larrea.
Especialista este último en la guerra, las luchas sociales y la sociedad de la Na-
varra medieval, en que centró sus primeros estudios y la tesis doctoral, ha
compaginado estas líneas con estudios sobre las fronteras de este reino con
Castilla así como con numerosos trabajos sobre el ámbito vasco propiamente
dicho, en concreto las villas, los linajes y bandos, los discursos políticos al
final de la Edad Media, las violencias y los conflictos sociales. En estas últi-
mas líneas sobre discursos ideológicos, élites rurales y villas en los territorios
vascos Jon Andoni Fernández de Larrea ha convergido muy a menudo con
Díaz de Durana, ofreciendo la asociación de ambos, concretada en numero-
sos trabajos firmados por los dos, un magnífico ejemplo de los buenos resul-
tados que puede proporcionar una sólida cooperación científica entre histo-
riadores muy solventes individualmente y a la vez muy bien compenetrados.
Pero a su vez la cooperación de ambos con un nutrido equipo de investiga-
dores de la Universidad del País Vasco, aunque no sólo de ella, les han he-
cho interesarse por problemas de interpretación y comparación histórica en
toda la cornisa cantábrica, una interesante sinergia investigadora que está
proporcionando frutos notables al medievalismo actual. En el trabajo que

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12 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

aquí presentan llevan a cabo un documentado examen de los efectos que la


señorialización trastamarista en la cornisa cantábrica tuvo para las villas de la
zona, que quedaron sometidas al yugo señorial. Pero la intromisión de la
nobleza se extendió a la vida municipal de muchas otras villas, aun quedan-
do al margen del proceso de señorialización. En este sentido, los autores
plantean cómo los «parientes mayores» y linajes más destacados en la región
desplegaron redes clientelares urbanas, o fomentaron patronatos sobre igle-
sias; y muy especialmente se ahonda sobre las consecuencias que el control
de cargos principales —el prebostazgo en el caso de las villas vascas, o los
Adelantados y Merinos Mayores en el caso de Asturias o Cantabria—, supuso
para la dinámica de las fuerzas locales. Los activos bandos locales protagoni-
zaron conflictos y dieron inestabilidad a las villas, hasta que, con los Reyes
Católicos, la intervención regia propició una institucionalización y pacifica-
ción a través de la imposición de la justicia pública y la reforma institucional.
El siguiente trabajo corre a cargo de otro de los mayores especialistas en la
historia medieval alavesa y vasca en general. Se trata de Ernesto García Fer-
nández. Autor extraordinariamente prolífico, de su laboratorio de historiador
han salido obras imprescindibles para el conocimiento de las estructuras socia-
les y de poder en los territorios entre el Ebro y el Cantábrico, de Castilla a Na-
varra. Sus primeros estudios se centraron en la historia del monasterio de
Irache y la vida rural navarra medieval, un escenario que, al igual que otros
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de la actual Rioja, no ha abandonado en su larga carrera. Pero ha sido el


actual País Vasco la zona a la que más esfuerzos ha dedicado. Aparte de ha-
ber coordinado varias obras colectivas sobre temas medievales, sus investiga-
ciones han recorrido, durante varias décadas, ambientes y asuntos diversos,
siempre desde la perspectiva de trabajos monográficos y muy documenta-
dos: amplias y detalladas monografías sobre Laguardia, Labastida, Peñacerra-
da, la Tierra de Ayala, la Sonsierra y otras zonas alavesas; pero también
Portugalete, Lekeitio y otras comarcas vizcaínas; e igualmente Cestona, Gue-
taria, Fuenterrabía, San Sebastián y otras villas guipuzcoanas; trabajos espe-
cializados sobre los Guevara, los Ayala —linaje del Canciller—, los Avenda-
ño, la Casa de Murga y otros linajes vascos. Aparte de sus estudios sobre
linajes de Parientes Mayores, dentro de la historia urbana es uno de los gran-
des especialistas en el gobierno y las instituciones municipales, las élites ur-
banas, los sistemas electorales o la participación de los oficios y el común de
vecinos en los concejos de las villas; ha estudiado también las cofradías de
mareantes y pescadores; asimismo, lleva años haciendo aportaciones funda-
mentales sobre la fiscalidad y la hacienda en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Se
ha interesado igualmente por temas de Historia de la Iglesia, concretamente
en Navarra y Álava, pero también, con un alcance ampliado a la historia de
Castilla o hispánica, por la historia de la religiosidad y las mentalidades: he-
rejías, Inquisición; conversos; órdenes mendicantes. El trabajo que ahora pre-
senta se inserta en su línea sobre sistemas de gobierno, pero con un acento

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INTRODUCCIÓN 13

muy especial, el del papel de los vecinos de la Tierra, labradores y aldeanos


de las villas vascas. En un detalladísimo análisis plantea cuestiones de orga-
nización, competencias administrativas, conflictos y cultura política del co-
mún de la Tierra, así como sus relaciones con los gobiernos capitalinos. Re-
sulta interesante a este respecto comprobar cómo en sus reivindicaciones los
representantes de las aldeas y anteiglesias se sirvieron del discurso del «bien
común», pero, receptivos a la propia posición administrativa y a su ámbito
histórico, no se sirvieron de los discursos típicos del «común de pecheros» o
la confrontación estamental, lo que ofrece un magnífico contrapunto de la
cultura política de los de abajo que encontramos en muchos concejos del
centro peninsular. Lo que sería otra prueba más de la enorme riqueza de si-
tuaciones y estructuras políticas que, de región a región, encontramos en la
vasta Corona de Castilla durante la época.
José Antonio Jara Fuente comenzó su trayectoria en los noventa con una
profunda tesis sobre concejo, poder y élites en la Cuenca del XV. Esta ciudad
ha sido el observatorio prioritario de sus investigaciones. Pero sus plantea-
mientos científicos y, especialmente, sus teorizaciones colocan su trabajo pre-
cisamente en la antítesis de los enfoques localistas. Al contrario, al haber en-
contrado, y descifrado podríamos decir, en esa ciudad unas estructuras de
organización de la aristocracia urbana y un régimen de participación política
que resultan peculiares —con capas acomodadas de pecheros, privilegiados
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en el común, caballería de cuantía, ausencia de bandos-linajes, entre otras


características—, sus análisis sobre las élites de gobierno y de participación
han permitido comparar este escenario con otros de estructuración concejil
más polarizada —caballería oligárquica frente a común, elite de privilegiados
frente a pecheros, estructuras formales de linajes urbanos—, tal como ocurre
en Salamanca, Alba, Ciudad Rodrigo o Ávila, conocidos por nosotros, o in-
cluso también en Segovia o Soria, estudiadas por otros medievalistas bien
conocidos. De modo que el «modelo» conquense, si se acepta la expresión,
está contribuyendo a ampliar la profundidad de campo y los mismos límites
hermenéuticos con que hoy contamos para conocer las aristocracias y los
principios de gobierno concejil en las ciudades y villas del centro peninsular.
En concreto José Antonio Jara, en su indagación sistemática, ha dedicado
numerosos trabajos a varios flancos imprescindibles de las realidades y per-
cepciones del concejo de esta ciudad en el siglo XV: asambleas de vecinos y
concejo cerrado; composición social urbana; usurpaciones; alta nobleza y
ciudad; noción de «bien común» y de otros valores como vecindad, parentes-
co, consensos y orden urbano; léxico, lenguaje y discurso en las fuentes
documentales. Estos últimos trabajos se inscriben en una línea de investiga-
ción sobre la «identidad política urbana», que el autor, en solitario o con otros
historiadores, está desarrollando. La identidad es siempre una categoría muy
problemática, que más allá de su empleo banal, puede llevar incluso a una
utilización paradójica, ya que significa singularización si responde a la pre-

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14 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

gunta «quién soy», el yo individual, y, en cambio, remite a categorizaciones


colectivas si el interrogante es «qué soy», es decir, qué atributos y rasgos
comparto con otros. Obviamente, esta segunda idea de identidad —aplicada
a clases, culturas, minorías…— ha estado desde hace décadas en el frontis-
picio del trabajo académico de sociólogos, historiadores, psicólogos sociales,
antropólogos, etc., y es la que se emplea al examinar, en este caso, los ingre-
dientes que generaron la construcción política del común y las élites urbanas
del siglo XV. En el trabajo presente José Antonio Jara se plantea las relaciones
entre nobleza y sociedad política local. La injerencia de los poderosos nobles
del entorno de la urbe —que incluía el linaje Cerda, Acuña, alguna rama de
los Mendoza o Carrillo de Albornoz— fue combatida por la ciudad, entre
otros recursos, en el plano de la ideología, reafirmando Cuenca su posición
como ciudad realenga pero con exigencias de legitimar o reforzar según la
cultura cívica de su época, podríamos decir, su rol en la sociedad política. Y
éste es el eje en el que focaliza Jara el estudio, centrándose en los discursos
ideológicos —y el correspondiente vocabulario político— que circularon a
través de nociones como «servicio» o «bien común» o buen gobierno, así
como otras categorías propias de un lenguaje de pacificación —«amor», «amis-
tad»…— con que la ciudad buscaba ganarse el apoyo regio pero también
negociar con la nobleza, al margen de la praxis y relaciones concretas, una
línea entendimiento e incluso de valores compartidos.
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El siguiente trabajo es el de Juan Carlos Martín Cea. Este autor comenzó en


los años ochenta y principios de los noventa estudiando el campesinado caste-
llano en la cuenca del Duero, como marco de referencia general, y más espe-
cíficamente a propósito de la villa de Paredes de Nava y su entorno. El período
bajomedieval y la Meseta del Duero, que ya guiaban sus investigaciones en los
primeros libros dedicados a esas temáticas, han seguido centrando desde en-
tonces los ámbitos cronológico y espacial más intensamente tratados por el
autor. Desde entonces, Martín Cea, fiel a los temas de siempre, ha ido también
añadiendo nuevas preocupaciones, casi siempre con una tendencia a primar
cada vez más los aspectos de mentalidades y vida cotidiana. La historia rural,
la historia urbana y la historia de las mentalidades son en su oficio como histo-
riador líneas de investigación o géneros difícilmente escindibles, transitando
fluidamente entre ellos. En sus estudios se aprecia esa evolución suave entre
los temas clásicos y los nuevos matices: trabajos sobre la crisis del feudalis-
mo y el trabajo rural; sobre el control y la gestión de la vida local por parte
de las autoridades municipales, incluyendo la «política social» de los conce-
jos; o acerca de los testamentos y los rituales funerarios, incluyendo la idea
de la muerte; o los trabajos en torno a la cultura popular y la sociabilidad
vecinal; o las reflexiones teóricas sobre las mentalidades en el ámbito rural.
Ha promovido también algún volumen colectivo sobre vida cotidiana y men-
talidades en la baja Edad Media castellana, campo en el que Martín Cea es
considerado hoy día un destacado referente dentro del medievalismo. En

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INTRODUCCIÓN 15

este caso sus observaciones ofrecen una reflexión sobre la naturaleza de los
espacios públicos, específicamente las plazas públicas de las ciudades y sus
funciones, en línea con trabajos recientes sobre esta cuestión; y, como en
ellos, no se limita a la descripción de este espacio urbano y la actividad re-
guladora del poder político sino que ofrece también reflexiones teóricas y
aporta puntos de vista que refuerzan las exigencias de interdisciplinariedad
requeridas, con mayor énfasis si cabe que en otras, en esta temática.
El trabajo siguiente, sobre las actitudes y mentalidad social de la elite sal-
mantina bajomedieval, que es aquí nuestra aportación particular, se encuadra
por su parte en una línea de trabajo cultivada hace tiempo, centrada en el es-
tudio de las organizaciones y los idearios de los caballeros urbanos, así como
sobre los principios políticos que sostuvieron las acciones del patriciado frente
a las otras fuerzas sociales y frente a las influencias externas.
Finalmente, el estudio de Soledad Tena sobre cofradías y concejos cierra la
relación de los trabajos de los autores participantes en este volumen. A media-
dos de los noventa la autora publicaba su extensa monografía sobre la socie-
dad urbana medieval en las villas de San Sebastián, Rentería y Fuenterrabía.
Las investigaciones sobre la Guipúzcoa costera medieval constituyeron desde
entonces una línea de trabajo, complementada con alguna ampliación al ámbi-
to vasco en sentido más general. Trabajos sobre los conflictos en torno al Puer-
to de Pasajes, sobre los linajes urbanos de las villas costeras guipuzcoanas, las
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luchas banderizas en la provincia o las estructuras administrativas del país,


sobre el comercio y transporte marítimo o sobre cofradías de mareantes y pes-
cadores, entre otros, siguen fieles a estas preocupaciones. Recientemente aca-
ba de publicar un extenso pleito entre la villa de Fuenterrabía y la aldea de
Irún. La autora ya había publicado otras fuentes, pero en este caso la docu-
mentación, acompañada de un pequeño estudio, sobre todo pone a disposi-
ción de los historiadores una fuente muy útil para el conocimiento de la co-
marca en la Edad Media. Junto a ello, desde la década pasada la autora viene
trabajando también sobre historia de las mujeres, tanto en lo referente a las
condiciones de vida de los ámbitos geográficos que mejor conoce como, con
carácter más general, a propósito de las ideas y representaciones culturales
de la mujer en la Europa medieval. La aportación aquí incluida retoma la lí-
nea más tradicional de sus investigaciones, al intentar dar luz a la enrevesada
y compleja conflictividad política en la costa guipuzcoana a fines del XV. En
ella se vieron envueltos los hombres de la mar, las élites mercantiles y los
vecinos de San Sebastián. Sus tensiones se explican dentro de los problemas
por el acceso a los cargos o a propósito de la fijación de los umbrales de
poder de las cofradías de mareantes y pescadores, pero también debido a las
tensas relaciones con Rentería y la Tierra de Oyarzun, siempre con el telón
de fondo de los problemas en torno al control del Puerto de Pasajes y el
aprovechamiento de los recursos de la zona.

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16 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

En definitiva, este libro sobre Sociedades urbanas y culturas políticas en


la Baja Edad Media castellana permite al lector asomarse, de la mano de
especialistas, a las nociones medievales sobre el bien común, los ideales ur-
banísticos, los principios fiscales, las funciones sociales o la gestión de los
espacios públicos. Pero además le guía hacia el conocimiento de los com-
portamientos, valores y conflictos que de una u otra forma estuvieron ligados
al ejercicio del poder y las mentalidades de los grupos sociales en las ciuda-
des castellanas de los últimos siglos medievales: caballeros principales, regi-
dores, miembros de la alta nobleza, mareantes y pescadores, parientes mayo-
res, ciudadanos, gentes del común y labradores de las aldeas, grupos todos
ellos que cobran vida en los análisis pormenorizados realizados cada inves-
tigador. Se pone en evidencia, simplemente contrastando unas pocas zonas
de la corona castellana, la variedad de situaciones, la riqueza de las culturas
políticas, detectada a veces de ciudad a ciudad u observada en unas pocas
regiones urbanas histórica y geográficamente congruentes. No podemos sino
agradecer a los autores este esfuerzo por dar a conocer un poco mejor las
ideas, las actitudes, los conflictos y los actores sociales de las ciudades caste-
llanas de la época.

José María Monsalvo Antón


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Obras públicas, fiscalidad y bien común
en las ciudades de la Castilla bajomedieval1

JUAN A. BONACHÍA HERNANDO


Universidad de Valladolid
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i. INTRODUCCIÓN

El siglo XIII presencia en Europa occidental, como se ha dicho, «la madurez


del renacimiento urbano». En la Península Ibérica, y en nuestro caso concreto
en Castilla, el fenómeno de crecimiento del mundo urbano que se desarrolla
entre los siglos XI-XIII, de forma simultánea a los procesos de conquista y repo-
blación del espacio, alcanza su expresión final y más elocuente, desde el punto
de vista de la morfología de villas y ciudades, con el desarrollo, en muchas
partes, de nuevos amurallamientos, más extensos que los precedentes, que tie-
nen lugar entre la segunda mitad del siglo XIII y los primeros decenios del XIV.2

1. Este trabajo ha sido elaborado en el marco del proyecto de investigación «Poder, sociedad y
fiscalidad en la Meseta norte castellana en el tránsito del Medievo a la Modernidad», financiado por
el Ministerio de Ciencia e Innovación, Plan Nacional de I+D+i (2008-2011) (HAR2011-27016-C02-02).
Dicho proyecto forma parte de un Proyecto coordinado entre la Universidades de Valladolid y la
Universidad del País Vasco («Poder, sociedad y fiscalidad en la Corona de Castilla: un estudio compa-
rado de la Meseta Norte y de la Cornisa Cantábrica en el tránsito del Medievo a la Modernidad»
(HAR2011-27016-C02) y está integrado en la red temática Arca Comunis (http://arcacomunis.uma.es).
2. M. Á. LADERO QUESADA, ‹‹La dimensión urbana: paisajes e imágenes medievales. Algunos ejem-
plos y reflexiones››, en Mercado inmobiliario y paisajes urbanos en el Occidente europeo. Siglos XI-XV
(Actas de la XXXIII Semana de Estudios Medievales de Estella. 17 al 21 de julio de 2006), Pamplona,
2007, pp. 23-63, en concreto, pp. 24-27; y Ciudades de la España medieval. Introducción a su estudio,
Madrid, 2010, pp. 10-12.

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18 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

Ciento cincuenta años después, cuando nos adentramos en los decenios fi-


nales del siglo XV y primeras décadas del XVI, en ese amplio y complejo
período de soldadura entre la Edad Media y la época Moderna, la tónica
general de los paisajes urbanos castellanos no está definida por los procesos
de ampliación de los recintos amurallados de villas y ciudades —que no en
pocos lugares mantendrán durante muchos siglos el perfil amurallado ad-
quirido en la época anterior—, sino por dos fenómenos que inevitablemen-
te repercuten de forma directa sobre la fisonomía urbana y la transforman:
por un lado, el desbordamiento ocupacional del perímetro amurallado y la
consiguiente aparición y desarrollo de arrabales extramuros y, en segundo
lugar, la profusa actividad urbanística desplegada en todas las partes por las
autoridades locales, una actuación orientada a mejorar las condiciones de
vida de sus habitantes en el seno de ciudades más hermosas, sanas, insignes
y honorables. En este extenso marco de análisis de la evolución del paisaje
urbano entre mediados del siglo XIII y comienzos del XVI, me interesa con-
templar los procesos urbanísticos desde una perspectiva esencialmente
política,3 como reflejo de una determinada actuación del poder, aproximán-
dome, en especial, a la trascendencia que juega la fiscalidad municipal
como parte integrante de un discurso político tendente, entre otros objeti-
vos, a la formación de una identidad colectiva urbana4 y la legitimación de
la acción política de los gobiernos municipales mediante el recurso a la re-
tórica del Bien Común.5
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2. MURALLAS Y ESPACIOS PÚBLICOS EN LAS PARTIDAS

En este orden de cosas, me interesa retornar al siglo XIII y observar, más allá
de su carácter eminentemente jurídico, las consideraciones que se contienen
en las leyes de las Partidas sobre los bienes y espacios públicos, su confronta-
ción y defensa frente a los intereses privados y, principalmente, los criterios

3. Como señaló hace años J. HEERS, el urbanismo no puede «s’observer comme une pure expre-
sion artistique, fruit d’une reflexion intellectuelle, d’une simple conception esthétique; le paysage
urbain, le dessin des rues, les formes de l’habitat mêmes répondent à des besoins impérieux, plus
encore correspondent à des façons de vivre, à des structures économiques, politiques et, avant tout,
sociales» (J. HEERS, Espaces publics, espaces privés dans la ville. Le Liber Terminorum de Bologne
(1294), París, 1984, pp. 15 y ss.).
4. Una identidad urbana participada, en expresión de Y. GUERRERO NAVARRETE. Sobre estas cues-
tiones, véanse las reflexiones de esta autora en «La fiscalidad como espacio privilegiado de construc-
ción político identitaria urbana: Burgos en la Baja Edad Media», Stud, hist., H.ª mediev., 30, 2012, pp.
43-66.
5. En torno a la noción y al ideal del Bien Común, véase el reciente conjunto de estudios reco-
gidos en E. LECUPPRE-DESJARDIN y A. L. VAN BRUAENE (eds.), De Bono Communi. The Discours and
Practice of the Common Good in the European City (13th-16th c.) / Discours et practique du Bien
Commun dans les villes d’Europe (XIIIe au XVIe siècle), Turnhout, Brepols, 2010.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 19

sobre la forma de financiación de las labores de construcción, mantenimiento


y reparación de tales espacios.
Como es sobradamente conocido, el atributo decisivo que define a la ciu-
dad en el Código alfonsí no es un determinado estatuto jurídico que sirva para
diferenciar unos núcleos de población de otros, ni tampoco se articula en tor-
no a su mayor o menor grandeza, a un determinado volumen de población o
al carácter o dedicaciones laborales de sus vecinos. La descripción se realiza
en función de componentes físicos, es decir, de ciertos espacios (arrabales) y
construcciones (edificios) y, en particular, de la presencia de un elemento
urbanístico peculiar que los acoge: la ciudad es definida esencialmente por
la existencia de murallas,6 aunque eso no impide que a lo largo de la obra
exista una evidente indefinición entre villa y ciudad.7

6. «Otrosi decimos que do quier que sea fallado este nombre cibdat, que se entiende todo aquel
lugar que es cercado de los muros, con los arrabales et los edificios que se tienen con ellos» (Las Siete
Partidas del Rey Don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de
la Historia, Madrid, Imprenta Real, 1807 (ed. facsímil, Madrid, 1972), aquí Partida VII, XXXIII, VI (en
adelante, Part. VII, XXXIII, VI). R. IZQUIERDO BENITO sugiere que «la existencia de arrabales era lo que
podía dar auténtico sentido a un lugar habitado para considerarlo una ciudad» (‹‹Rasgos urbanísticos
de las ciudades del Reino de Toledo en el siglo XIII››, en M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo urbano
en la Castilla del siglo XIII, Sevilla, 2006 (2 vols.), vol. I, pp. 123-144, la cita en p. 123). La cuestión del
Urbanismo en la obra alfonsí y, más en concreto en este Código, ha sido tratada específicamente por
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M.ª DEL C. CAYETANO MARTÍN, «La ciudad medieval y el Derecho: el urbanismo en las Partidas», Anales
de Historia del Arte, 4, 1993-1994, pp. 65-70; y más recientemente por F. RUIZ GÓMEZ, ‹‹La ciudad en la
obra jurídica alfonsí: el paisaje urbano y los grupos de poder››, en GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo
urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. I, pp. 101-121; y J. A. BONACHÍA HERNANDO, ‹‹La imagen de la ciu-
dad en las Partidas: edificación, seguridad y salubridad urbanas›› Cuadernos de Historia de España,
LXXXV-LXXXVI, 2011-2012, pp. 115-134. Por supuesto, hay otras numerosas menciones en gran número
de artículos y obras monográficas sobre núcleos de población concretos o en trabajos relacionados
con asuntos puntuales (la calle, la muralla, la plaza, la vivienda…). En otro orden de cosas, en rela-
ción con los apriorismos de la historiografía respecto a la ciudad amurallada y otras interesantes con-
sideraciones sobre el papel de la cerca en la conformación del espacio urbano, véase J. M.ª MONSALVO
ANTÓN, ‹‹Espacios y poderes en la ciudad medieval. Impresiones a partir de cuatro casos: León, Burgos,
Ávila y Salamanca››, en J. I. de la IGLESIA (coord.), Los espacios de poder en la España medieval. XII Se-
mana de Estudios Medievales, Logroño, 2002, pp. 97-147, en concreto pp. 115-132. Sobre la función
simbólica y material de las murallas, seguimos recurriendo con carácter general a los trabajos y con-
clusiones contenidas en J. HEERS (ed.), Fortifications, portes de villes, places publiques, dans le monde
méditerranéen, París, 1985, en especial el de M. Á. LADERO QUESADA, ‹‹Les fortifications urbaines en Cas-
tille aux XIe.-XVe. siècles: problématique, financement, aspects sociaux››, pp. 145-176; y en C. de SETA y J.
LE GOFF (eds.), La ciudad y las murallas, Madrid, 1991, en concreto para Castilla el de J. VALDEÓN BARU-
QUE, ‹‹Reflexiones sobre las murallas urbanas de la Castilla medieval››, pp. 67-87. Véase también LADERO,
Ciudades de la España medieval, pp. 99-103.
7. Son varias las ocasiones en que la existencia de muros se vincula en las Partidas a ambas rea-
lidades, ciudades y villas: los clérigos non deben labrar «por sí mesmos en las labores de los castiellos
nin de los muros de las cibdades nin de las villas» (Part. I, VI, LI); «Honra debe el rey facer á su tierra,
et señaladamiente en mandar cercar las cibdades, et las villas et los castiellos de buenos muros et de
buenas torres (…)» (Part. II, XI, II); «Santas cosas son llamadas los muros et las puertas de las cibdades
et de las villas (…)» (Part. III, XXVIII, XV), etc. La definición no parece exclusiva, por lo tanto, de las
ciudades. Y tampoco tiene relación alguna con la presencia de murallas el hecho de que el núcleo

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20 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

De la importancia que las Partidas otorgan a las murallas da buena mues-


tra el carácter sagrado que sus autores les conceden a ellas y a sus puertas:
«Santas cosas son llamadas los muros et las puertas de las cibdades et de las
villas».8 Esa condición sacralizada las constituye como lugares inviolables.
Porque, por otra parte, su sola presencia representa a la ciudad misma y el
respeto hacia ellas simboliza el respeto que se debe a la honra y pro del lu-
gar. Nadie puede quebrantar los muros rompiéndolos y horadándolos, ni
entrar en la ciudad escalando por ellos: sólo pueden ser atravesados por sus
puertas. Guardar estos principios significa apreciar la honra y pro del lugar;
no hacerlo representa, por el contrario, la mayor agresión contra el honor y
el bien de una comunidad, implica actuar como enemigo y malhechor.9 Pre-
cisamente, uno de los deberes que tiene el rey para con su tierra es dotar a
sus ciudades, villas y castillos de buenas murallas y torres, pues ello «la face
ser mas noble, et mas honrada et mas apuesta».10 Una nobleza, honor y belle-
za que escoltan a la que, en principio, es la función primordial de los muros
de una ciudad: proporcionar seguridad y amparo a sus habitantes. Sin dete-
nernos en otros detalles,11 cabe destacar que las murallas son consideradas en

fortificado sea mayor o menor. Una villa pequeña también puede estar amurallada, aunque la fortale-
za de sus muros sea menor: «Guardábanse mucho los antiguos de poner engeños sinon á castiello ó á
villa pequeña, porque en tales logares facen mayor daño derribando los muros, et las torres et aun las
casas, et matando los homes, lo que non podrien facer en las villas grandes: ca estas de lieve nunca
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se toman sinon por fambre, ó por furto, ó por cavas, ó por feridas de bozones con que derribasen los
muros, ó por castiellos de madera que llegasen a las torres con que las entrasen por fuerza, ó por
combatirlos tan afincadamente que los subiesen por escaleras…» (Part. II, XXIII, XXVI. En el mismo
Título, también Leyes XXIV y XXV). Al hilo de todo ello, es el propio legislador quien, en alguna oca-
sión, establece una equiparación entre «ciudad» y «villa grande» por oposición a la idea de «villa peque-
ña» o «villa menor» (Part. III, XX, VII; o II, XIII, XIX, al hablar de las exequias debidas al rey).
8. No sorprende que en la representación de algunas puertas en las Cantigas aparezca, en su
parte superior, una imagen sedente de la Virgen con el niño en brazos, lo cual invoca al mismo tiem-
po la protección divina sobre la ciudad (A. ARCAZ POZO, «La imagen de la ciudad castellana en las
Cantigas alfonsíes››, en GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. II,
pp. 75-86, aquí pp. 75-77).
9. «(…) et por ende establecieron antiguamente los emperadores et los filósofos que ningunt
home non los quebrantase rompiéndolos, nin foradándolos nin entrando sobre ellos por escaleras
nin en otra manera ninguna que sea sinon por las puertas tan solamente (…) porque quien asi entra-
se en alguna cibdat ó villa non entrarie como home que ama pro et honra del logar, mas como ene-
migo et como malhechor (…)» (Part. III, XXVIII, XV). En la ley XVI se pone como ejemplo la historia
de la fundación de Roma por Rómulo y Remo, la violación de las murallas de Roma por el segundo
y su ejecución por su propio hermano. Al respecto, véase B. ARÍZAGA BOLUMBURU, Urbanística medie-
val (Guipúzcoa), Donostia, 1990, p. 109.
10. Part. II, XI, II. En el mismo sentido, Part. III, XXXII, XX: «Apostura et nobleza del regno es
mantener los castiellos, et los muros de las villas, et las otras fortalezas (…)».
11. Por ejemplo, su primordial carácter defensivo, la prohibición de construir en sus anexos por ra-
zones estratégicas, o la obligación de vigilancia y defensa de los muros que incumbe a los habitantes de
una población. La muralla es ante todo, como toda fortificación, expresión visible de la necesidad de
protección: «(…) et demas es grant seguranza et gran amparamiento de todos comunalmente para en
todo tiempo» (Part. III, XXXII, XX). Véase E. VARELA AGÜÍ, La fortaleza medieval: simbolismo y poder en la
Edad Media, Valladolid, 2002. p. 87; ARÍZAGA, Urbanística medieval, pp. 107 y ss. La fortaleza de la ciudad,

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 21

las Partidas como un bien común que sirve al Bien Común. Y si su presencia
favorecía a todos, también era responsabilidad de todos velar por ellas, de
tal modo que si la defensa de los muros ciudadanos era un deber colectivo,
también lo era, como veremos más adelante, su conservación y manteni-
miento, ya fuera a través de su financiación por el erario municipal o, a falta
de recursos en las arcas concejiles, mediante la contribución fiscal de los
habitantes del lugar.
Además de las murallas, ciertos espacios y vías de comunicación de villas y
ciudades son también un bien común y merecen igualmente la atención del
legislador: «Apartadamente son del comun de cada una cibdat ó villa las
fuentes et las plazas do facen las ferias et los mercados, et los logares do se
ayuntan á concejo, et los arenales que son en las riberas de los rios, et los
otros exidos, et las correderas do corren los caballos, et los montes et las dehe-
sas et todos los otros logares semejantes destos que son establescidos et otorga-
dos para pro comunal de cada una cibdat, ó villa, ó castiello ó otro logar».12
Como se indica en otras Leyes, las plazas, calles y caminos son bienes comu-
nales de los núcleos de población.13 Algunos otros —campos, viñas, huertas,
olivares, heredades, ganados, siervos, pegujal, navíos— podían generar rentas,
aun siendo comunales no eran de aprovechamiento particular y, en algunos
casos (siervos, ganados, pegujal, navíos), podían pasar a pertenecer, por pres-
cripción adquisitiva y con ciertas garantías procesales para el concejo, a la
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persona que los hubiera explotado durante cuarenta años.14 Los beneficios
producidos por ellos debían ser invertidos en el pago de salarios o en el
mantenimiento de bienes provechosos para toda la comunidad.15
Las calles, plazas y caminos, como las fuentes y los puentes, son espacios
públicos, bienes de uso colectivo que las Partidas protegen en su tensión frente

fruto de un emplazamiento estratégico y de unas sólidas murallas, es una característica de la imagen


urbana que resaltan los cronistas del siglo XV (M.ª I. del VAL VALDIVIESO, ‹‹Imagen de la ciudad en las Cró-
nicas castellanas del siglo xv››, en V. LAMAZOU-DUPLAN (ed.), Ab urbe condita… Fonder et refonder la ville:
récits et représentations (second Moyen Age-premier XVIe siécle), Pau, 2011, pp. 475-491, en este caso pp. 481-
482. Y son efectivamente, y sobre todo, razones de carácter militar las que conducen a adoptar medidas
orientadas a dejar expeditos los accesos a las murallas. De este modo, las Partidas vedaban la construc-
ción de casas y edificios contiguos al muro, debiéndose dejar entre éste y la obra nueva un espacio mí-
nimo de quince pies que permitiera el paso de los individuos (Part. III, XXXII, XXII). El incumplimiento
de este precepto en las ciudades castellanas de los siglos XIV y XV fue algo habitual. Por citar un ejemplo,
véase C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León en la Baja Edad Media. El espacio urbano, León, 1992, p. 55.
12. Part. III, XXVIII, IX.
13. Junto a las dehesas, ejidos y cualquier otro lugar «semejante destos» (Part. III, XXIX, VII). En
el mismo sentido, la expresión de Part. III, XXXII, XXIII: «En las plazas, nin en los exidos, nin en los
caminos que son comunales de las cibdades, et de las villas et de los otros logares (…)».
14. Part. III, XXVIII, X y III, XXIX, VII. Al común de una ciudad o villa también le puede ser
otorgado el usufructo de algún edificio, heredad o bien ajeno. Esa donación debe durar al menos
cien años, salvo que el lugar se despueble antes (Part. III, XXXI, XXVI).
15. RUIZ GÓMEZ, ‹‹La ciudad en la obra jurídica››, pp. 106-107, 111.

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22 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

a los intereses privados. Los lugares donde tienen lugar las reuniones conceji-
les, no necesariamente un edificio,16 también tienen ese carácter comunal y
público, así como aquellos otros donde se juntan los jueces para oír y librar los
pleitos, «logares señalados et comunales… do suelen judgar públicamente».17
Pero si hay unos espacios públicos prototípicos, son las calles y plazas. En el
código alfonsino la idea de lo público va muy unida a los conceptos de plaza y
mercado. La plaza, como se ha dicho, «es el lugar público por excelencia de un
núcleo urbano».18 La celebración de ferias y mercados convierte las calles y, so-
bre todo, las plazas en los espacios públicos por antonomasia, en lugares de
encuentro y sociabilidad donde hombres y mujeres afluyen masivamente a
comprar, vender y cambiar todo tipo de bienes y productos.19 Y junto a las ca-
lles y plazas, los puentes. Como he indicado en otra parte,20 su construcción

16. Lo más normal es que en esta época los municipios no dispusieran de una sede para sus
reuniones (M. MONTERO VALLEJO, Historia del urbanismo en España. I. Del eneolítico a la Baja Edad
Media, Madrid, 1996, p. 193). Los ejemplos puntuales son muy abundantes para el caso castellano,
donde estos edificios no comienzan a generalizarse hasta finales del siglo XV, aunque en algún caso
se hubieran dado precedentes, como en Toledo, Jaén o Cuenca. En esta última ciudad la corporación
contaba con casa propia desde inicios del siglo XV, cerca de la plaza de la Picota, pero un incendio
la destruyó en 1447 y no volvió a tener sede propia hasta finales de siglo, tras la disposición de las
Cortes de Toledo de 1480 (J. M.ª SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca en el siglo XV, Cuenca,
1997, pp. 71-73).
17. Part. III, IV, VII y VIII. Además de públicos, los lugares donde se realizaban los juicios debían
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ser convenientes: «De dia et non de noche (…) debe el judgador dar su juicio (…) et débelo él mes-
mo leer públicamente si sopiere leer, seyendo asentado en aquel logar do suele oir los pleytos ó en
otro que sea convenible para ello» (Part. III, XXII, V). También se dispone que el juicio no es valede-
ro «si fuese dado en logar desconveniente, asi como en la taberna ó en otro logar que fuese desagui-
sado para judgar» (Part. III, XXII, XII).
18. B. ARÍZAGA BOLUMBURU, La imagen de la ciudad medieval. La recuperación del paisaje urbano,
Santander, 2002, p. 22. Así mismo, véase MONSALVO, ‹‹Espacios y poderes››, pp. 140-142. Véanse también
las páginas dedicadas a la plaza y sus significados por HEERS, Espaces publics, pp. 135 y ss. Sobre este
particular, continúa siendo muy recomendable la obra de J. L. SÁINZ GUERRA, La génesis de la plaza en
Castilla durante la Edad Media: la plaza y la estructura urbana, Valladolid, 1990.
19. De ese modo, el lugar donde se realiza el mercado se convierte, por la masiva afluencia y
trasiego de gentes, en el ámbito idóneo donde se efectúan los pregones. Cuando una persona no
puede ser emplazada en su casa para que acuda ante el juez porque está escondida o ha huido del
lugar, el emplazamiento se puede pregonar «en tres mercados, porque lo sepan sus parientes et sus
amigos, et gelo fagan saber que vengan facer derecho á aquellos que querellaren dellos, ó que sus
parientes ó sus amigos los puedan defender en juicio si quisieren» (Part. III, VII, I). Aunque, por las
mismas razones, también se erige en uno de los espacios preferidos de tramposos, maleantes y ladro-
nes que, utilizando las más variadas artimañas —lanzando serpientes en medio de la multitud o
provocando peleas amañadas—, asustan y engañan a los asistentes y aprovechan el tumulto para
robarles (Part. VII, XVI, X). Esa imagen de la plaza como lugar de reunión de tahúres y bribones
también es reflejada por las Cantigas alfonsíes: ARCAZ, ‹‹La imagen de la ciudad››, p. 79. En fin, la plaza
se nos muestra también como el lugar idóneo, por el constante ir y venir de gentes y la consiguiente
repercusión y rapidez con que se transmiten las noticias y rumores que se propagan en ella, para dar
a la luz pública libelos difamatorios contra otras personas (Part. VII, IX, III).
20. J. A. BONACHÍA HERNANDO, «El agua en las Partidas», en M.ª I. del VAL VALDIVIESO y J. A. BONA-
CHÍA HERNANDO (coord.), Agua y sociedad en la Edad Meia hispana, Granada, 2012, pp. 13-64, en con-
creto pp. 30-32.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 23

tiene dos características centrales: por un lado, está expresamente orientada a la


consecución del bien común y, por otro, era entendida como una obra de pie-
dad. Y continuaba señalando: «la obligación colectiva que afectaba a todos los
individuos, incluidos los clérigos, de colaborar en la construcción y manteni-
miento de puentes y calzadas y la propia dimensión piadosa que adquirían al-
gunas de estas labores anticipan el deseo de protección del espacio público
frente a los intereses privados que se manifiesta de modo permanente en las
Partidas».21 En el difícil equilibrio entre lo privado y lo público hay una prioridad
y una voluntad de defensa de los bienes públicos y del interés general por en-
cima (y aun respetando sus derechos) de las aspiraciones e intereses particula-
res, y esta es una premisa que se constituye como uno de los presupuestos
fundamentales del Código alfonsí: «(…) ca non serie guisada cosa que el pro de
todos los homes comunalmente se destorvase por la pro de algunos».22 Es el mis-
mo principio que se utilizaba al impedir que nadie pudiera labrar ningún tipo
de edificio en los espacios comunales de la ciudad (plazas, ejidos y caminos).
Apostura, interés general y espacio público son conceptos que concurren en las
Partidas. Belleza y bien común son los dos caracteres fundamentales que defi-
nían y debían adornar a estos espacios y, por lo tanto, nadie tenía capacidad, a
nivel personal, para apropiarlos o edificar en ellos en beneficio particular.23
Las Partidas manifiestan una clara voluntad de preservar los bienes comu-
nes en el seno de la colectividad. La prohibición de construir en suelo público
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tiene el sentido de evitar cualquier vía que pudiera conducir a su privatización.


Había una denegación estricta de que los lugares públicos (plazas, carreras,
ejidos, ríos, fuentes…) se pudieran vender o enajenar, en perfecta consonancia
con el principio según el cual sólo había tres cosas que eran inalienables: los
hombres libres, los bienes sagrados y los lugares públicos.24 Tampoco podían
privatizarse como resultado de aplicar las leyes que permitían que los bienes
pudieran ganarse por uso de largo tiempo,25 ni podían ser legados en testa-
mento.26 Ni podía recaer ningún tipo de servidumbre sobre los bienes que
eran de uso y para pro comunal de las villas y ciudades (mercados, plazas,
ejidos y similares), servidumbres para las que, por el contrario, no había res-

21. Id., ibid., p. 34.


22. Part. III, XXVIII, VIII. Sobre la protección jurídica del espacio público urbano, véase RUIZ
GÓMEZ, ‹‹La ciudad en la obra jurídica››, p. 108.
23. En este caso, la construcción debía ser derribada, salvo que el común del lugar decidiese
incautarla. La renta que en adelante se obtuviera de la explotación de ese edificio, incorporado con
los demás bienes comunales, debía ser utilizada (como las otras rentas del Concejo) en gastos de
provecho común (Part. III, XXXII, XXIII).
24. «Home libre, et cosa sagrada ó religiosa ó santa, et el logar público, asi como las plazas, et
las carreras, et los exidos, et los rios et las fuentes que son del rey ó del comun de algunt concejo,
non se pueden vender nin enagenar» (Part. V, V, XV).
25. Part. III, XXIX, VII y III, XXXII, XXIII.
26. Part. VI, IX, XIII.

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24 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

tricciones si se trataba de edificios y heredades de propiedad particular27.


Este principio de inviolabilidad de los edificios y espacios públicos y su pre-
servación en el seno de la comunidad vendrían a refrendar el triunfo, como
se ha denominado, de lo público.28
¿Quién y cómo se financiaba el mantenimiento y conservación de los edifi-
cios y espacios públicos? Las murallas, por ejemplo, eran un elemento tan
destacado de la identidad física y simbólica de las ciudades que hasta el pro-
pio rey estaba comprometido en la promoción de su construcción y posterior
conservación. Era el monarca quien, por la honra de su tierra, debía «mandar
cercar las cibdades, et las villas et los castiellos de buenos muros et de buenas
torres» y actuar diligentemente para impedir que se derribaran por su mal cui-
dado.29 De modo parecido, era obligación del rey disponer que se labraran y
mantuvieran puentes y calzadas. Y con ese fin, las Partidas le capacitaban para
expropiar heredades destinadas a su construcción,30 de modo que el interés
colectivo y el beneficio general se hacían predominantes sobre los bienes e
intereses particulares. El monarca debía velar por el mantenimiento y repara-
ción de éstas y otras labores que proporcionaban apostura y nobleza al reino
—castillos, murallas y fortalezas, pero también calzadas, puentes y caños urba-
nos— procurando evitar que se derribaran o destruyeran.31 Para ello, «debe hi
poner homes señalados et entendidos en estas cosas et acuciosos, et mandarles
que fagan lealmiente el reparamiento que fuere meester…» y darles «lo que ho-
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bieren meester para cumplimiento de la labor».32 Pero era la comunidad ciuda-


dana la que, como en otras partes de Europa, soportaba la carga financiera de
las obras públicas.33 El coste del mantenimiento de todas estas obras recaía,
según establece el legislador, sobre las arcas municipales. Ahora bien, para
soportar una carga tan pesada había que buscar nuevas fuentes de ingreso.

27. Part. III, XXXI, XIII.


28. En relación con el carácter inalienable del espacio público,véase BENITO IZQUIERDO, ‹‹Rasgos urba-
nísticos››, pp. 139-140. Sobre la relación entre lo público y lo privado y el triunfo del primero en la Italia
del siglo XIII, véase por ejemplo, el trabajo de Heers, Espaces publics, o la más breve exposición de E.
CROUZET-PAVAN, ‹‹Entre collaboration et affrontement: le public et le privé dans le grands travaux urbains
(l’Italie de la fin du Moyen Âge)››, en Tecnología y sociedad: las grandes obras públicas en la Europa Me-
dieval, Pamplona, 1996, pp. 363-380, en especial pp. 370-375. Una visión general sobre la defensa política
del espacio público y su carácter inalienable en P. BOUCHERON y D. MENJOT (con la colaboración de M.
BOONE), Historia de la Europa urbana. II. La ciudad medieval (J.-L. PINOL, dir.), València, 2010, pp. 210-218.
29. Part. II, XI, II y III.
30. Ya fuera pagando su valor o a cambio de otro bien (Part. III, XVIII, XXXI).
31. «Apostura et nobleza del regno es mantener los castiellos, et los muros de las villas, et las
otras fortalezas, et las calzadas, et las puentes et los caños de las villas, de manera que non se derri-
ben nin se desfagan. Et como quier quel pro desto pertenesca á todos, pero señaladamiente la guar-
da et la femencia destas labores pertenesce al rey…» (Part. III, XXXII, XX). Sobre todas estas cuestio-
nes, BONACHÍA, «El agua en las Partidas», pp. 34-35.
32. Part. III, XXXII, XX.
33. BOUCHERON y MENJOT, Historia de la Europa urbana. La ciudad medieval, pp. 307-309.
CROUZET-PAVAN, ‹‹Entre collaboration et affrontement››, p. 377.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 25

Una de las vías de financiación de las haciendas municipales provenía de los


nuevos portazgos impuestos en las ciudades y villas del reino. La tercera parte
del beneficio obtenido por su arrendamiento pasaba a pertenecer a los muni-
cipios.34 También engrosaban la hacienda municipal las rentas producidas por
los bienes comunales del concejo. Según determinaban las Partidas, tanto estos
ingresos como los provenientes del cobro del portazgo debían gastarse nece-
sariamente en la reparación de los muros y torres de los lugares donde se co-
brase el portazgo o de cuyos bienes se extrajesen las rentas, así como en el
mantenimiento de sus puentes y calzadas y demás necesidades que fueran
beneficio de toda la comunidad.35 Eran fondos intocables, que no se podían
destinar a otros gastos, ni siquiera a compensar y redimir otras deudas.36
Podía ocurrir, no obstante, que las rentas concejiles no fueran suficientes.
Las Partidas recurren entonces a la contribución de los vecinos. A partir de ahí,
la financiación de las obras públicas recaía sobre todos los moradores del lu-
gar, quienes, cada uno según su haber, debían contribuir hasta obtener la
cantidad necesaria para llevarlas a cabo, sin que pudieran eximirse de ello
«caballeros, nin clérigos, nin vibdas, nin huérfanos nin ningunt otro qual-
quier por previllejo que tenga»37. La máxima es muy simple: si el beneficio de
estas labores aprovechaba a todos, era justo y razonable, en opinión del le-
gislador, que todos, sin excepciones, contribuyeran a su conservación, cada
uno en la medida de sus posibilidades38.
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3. DESARROLLO URBANO Y NUEVOS AMURALLAMIENTOS

Si, como comenté al principio, el siglo XIII es un período de consolidación


y madurez del fenómeno urbano europeo,39 no lo es menos en el caso de

34. Part. V, VII, VII. Sobre el portazgo en las Partidas, C. GONZÁLEZ MÍNGUEZ, El portazgo en la
Edad Media. Aproximación a su estudio en la Corona de Castilla, Bilbao, 1989, pp. 144-149. Véase
también M. A. LADERO QUESADA, Fiscalidad y poder real en Castilla (1252-1369), Madrid, 1993, pp. 131-139.
35. Part. V, VII, VII; III, XXVIII, X.
36. Part. V, XIV, XXVI.
37. «(…) pero si en las cibdades ó en las villas do han meester de facer algunas destas labores, si
han rendas apartadas de comun, deben hi ser pimeramiente despendidas: et si non complieren ó non
fuese hi alguna cosa comunal, entonce deben los moradores de aquel logar pechar comunalmiente
cada uno por lo que hobiere fasta que ayunten tanta quantia de que se pueda complir la labor» (Part.
III, XXXII, XX).
38. «Ca pues que la pro destas labores pertenesce comunalmiente á todos, guisado et derecho es
que cada uno faga hi aquella ayuda que podiere» (Id., ibid.). Sobre el principio de igualdad ante el
impuesto, basado en el argumento del «bien común» y utilizado igualmente en el supuesto de la
obras públicas y, en especial, de la construcción y mantenimiento de las defensas urbanas, véase,
para el caso de las ciudades catalanas, el reciente trabajo de P. VERDÉS PIJUAN, «Car les talles són difí-
cils de fer e pijors de exigir: a propósito del discurso fiscal en las ciudades catalanas durante la épo-
ca bajomedieval», Stud, hist., H.ª mediev., 30, 2012, pp. 129-153.
39. J. HEERS, La ville au Moyen Âge en Occident. Paisages, pouvoirs et conflits, París, 1990; M.ª GINA-

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26 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

Castilla. Se trata, por un lado, de un siglo en el que se enmarca una fructí-


fera y sustancial etapa en el proceso reconquistador (1224-1266) y, por lo
tanto, de un período de importantes incorporaciones para la historia de las
ciudades castellanas, tras la anexión de los territorios de la actual Extrema-
dura al Sur del Tajo, de la Andalucía del valle del Guadalquivir y de Mur-
cia. Salvo en el caso de Villa Real, fundada en 1255 por Alfonso X, los con-
quistadores desarrollaron una intensa repoblación y dieron lugar a
modificaciones sustanciales en las estructuras de la red urbana heredada de
los musulmanes, pero no tuvieron necesidad de fundar nuevas ciudades en
los espacios conquistados.40 Estas nuevas incorporaciones, fruto de la con-
quista, se venían a añadir, aunque dentro de un proceso que derivaba de
más antiguo y aún se extendería hasta mediados del siglo XIV, al amplio
fenómeno de fundación y asentamiento de nuevas villas que tuvo lugar en
los territorios castellano-leoneses, tanto en la periferia norteña como en el
interior.41 Se trata, por otro lado, de un largo período, que podemos exten-
der hasta el reinado de Alfonso XI y la instauración de los Regimientos, en
el que se está produciendo una profunda evolución y consolidación insti-
tucional de las ciudades del reino castellano y de sus estructuras sociales,
económicas y políticas; una época de reajuste social y político urbano, de
profunda efervescencia en el desarrollo y consolidación como instancia de
poder del régimen municipal de Castilla, en la que poco a poco se está
afianzando, hasta llegar a culminar institucionalmente, el largo proceso de
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TEMPO y L. SANDRI, L’Italia delle città. Il popolamento urbano tra Medioevo e Rinascimento (secoli XIII-XVI),
Firence, 1990; J. M.ª MONSALVO ANTÓN, Las ciudades europeas del Medievo, Madrid, 1997; N. COULET y O.
GUYOTJEANNIN (eds.), La ville au Moyen Âge. T. 1: Ville et space. T. 2: Sociétés et pouvoirs dans la ville, París,
1998; G. JEHEL y PH. RACINET, La ciudad medieval. Del Occidente cristiano al Oriente musulmán (si-
glos V-XV), Barcelona, 1999; BOUCHERON y MENJOT, Historia de la Europa urbana. La ciudad medieval.
40. LADERO, Ciudades de la España medieval, pp. 25-28. Sobre la fundación de Ciudad Real, véase
L. R. VILLEGAS DÍAZ, «La fundación de Villa Real y el mundo urbano manchego», en GONZÁLEZ JIMÉNEZ
(ed.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. I, pp. 51-66.
41. En este contexto es difícil obviar el papel repoblador de Alfonso X (M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ, ‹‹Al-
fonso X, repoblador››, en GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. I,
pp. 17-31), así como los fenómenos de nacimiento de nuevas villas que se vienen produciendo en los
viejos territorios al Norte del Duero desde mediados del siglo XII (B. ARÍZAGA BOLUMBURU, El nacimien-
to de las villas Guipuzcoanas en los siglos XIII Y XIV. Morfología y funciones urbanas, San Sebastian, 1978
y Urbanística medieval, pp. 13-52; J. I. RUIZ DE LA PEÑA SOLAR, Las «polas» asturianas en la Edad Media.
Estudio y diplomatario, Oviedo, 1981, o para un caso concreto, ‹‹Funciones y paisajes urbanos de las
villas marítimas del Norte de España: Avilés (siglos XII-XV)››, en Mercado inmobiliario y paisajes urba-
nos, pp. 691-735; P. MARTÍNEZ SOPENA, La Tierra de Campos Occidental. Poblamiento, poder y comuni-
dad del siglo X al XIII, Valladolid, 1985, o ‹‹Repoblaciones interiores, villas nuevas de los siglos XII y XIII››,
en Despoblación y colonización del Valle del Duero: siglos VIII-XX, León, 1995, pp. 161-187, sobre el ori-
gen y evolución de las villas del valle del Duero. Puede encontrarse una visión de conjunto en J. Á.
SOLÓRZANO TELECHEA y B. ARÍZAGA BOLUMBURU (eds.), El fenómeno urbano medieval entre el Cantábrico
y el Duero. Revisión historiográfica y propuestas de estudio, Santander, 2002, donde se recogen estudios
que abordan el fenómeno monográficamente para los distintos territorios al Norte del Duero.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 27

oligarquización de los futuros regimientos municipales.42 Es, por lo demás,


un tiempo en el que por todas partes, de forma más o menos generalizada,
se producen manifestaciones de un destacado auge urbanizador, reflejo del
dinamismo de la expansión urbana, que se expresa en la reordenación y
cambios de ubicación de las áreas de mercado, en la repercusión que ejer-
ce sobre el paisaje urbano el protagonismo adquirido por las instituciones
eclesiásticas y, en especial, por los obispos y cabildos catedralicios, y en la
ampliación del espacio intramuros mediante nuevos y más amplios amura-
llamientos: como es bien sabido, murallas y catedrales acaban erigiéndose
en la imagen de referencia de la ciudad medieval.43 Y en relación con todo
ello, es así mismo una época crucial en la conformación de un sistema im-
positivo urbano y en la madurez, alcanzada en el reinado de Alfonso XI, de
las haciendas municipales.44
En Burgos, el siglo XIII culmina las tendencias iniciadas en el siglo ante-
rior. Junto a un profundo reajuste espacial de la urbe, cuyo centro de gra-
vedad se traslada en torno al espacio donde se asentará el mercado mayor,
ubicado en el llano, al lado del río, y en el que se desarrollará la nueva
«puebla» de San Juan, otros dos fenómenos muy significativos advierten de
una cierta consumación del proceso de configuración de la ciudad medie-
val. En tal sentido cabe interpretar el significado que adquieren para ella el
inicio de la construcción de su magnífica catedral gótica o el cierre de su
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perfil definitivo, con la edificación de las nuevas murallas. A finales del si-
glo XIII y comienzos del XIV ya está esbozado el perfil característico del
Burgos bajomedieval y moderno. Junto a la nueva ubicación del mercado,
la construcción de la catedral burgalesa y la ampliación de su recinto amu-
rallado modifi can profundamente y acaban de perfi lar para el futuro la
imagen de la ciudad, y vienen a corporeizar la potencia económica y polí-

42. J. C. MARTÍN CEA y J. A. BONACHÍA HERNANDO, «Oligarquías y poderes concejiles en la Castilla


bajomedieval: balance y perspectivas», Revista d’Història Medieval, 9, 1998, pp. 17-40. Cabe plantearse,
tanto para ésta como para otras épocas, el contenido social y político de las transformaciones que se
producen no sólo en la naturaleza de las grandes obras públicas sino también en su misma concep-
ción y significado (Véase al respecto, J.-C. MAIRE VIGUEUR, «Les grandes chantiers dans les villes de
l’Italie communale», en B. ARÍZAGA BOLUMBURU y J. Á. SOLÓRZANO TELECHEA (eds.), Construir la ciudad
en la Edad Media, Logroño, 2020, pp. 423-475).
43. Sobre estos aspectos —los significados de la muralla sobre la morfología urbana, la potencia
la Iglesia y de las construcciones eclesiásticas, el papel de los concejos en la disposición de las áreas
de mercado—, véanse las sugerentes reflexiones de MONSALVO, ‹‹Espacios y poderes», en especial
pp. 114-143 (la cita sobre la imagen amurallada y catedralicia de la ciudad medieval, en pp. 134-135). Un
interesante ejemplo sobre la conexión entre desarrollo urbano y construcción de catedrales lo ofrece
M.ª J. LOP OTÍN, ‹‹Catedrales y vida urbana en el siglo XIII castellano: el ejemplo de Toledo››, en GON-
ZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. II, pp. 157-167.
44. M. Á. LADERO QUESADA, «Las haciendas concejiles en la Corona de Castilla (una visión de con-
junto)», en Finanzas y fiscalidad municipal, Ávila, 1997, pp. 7-71, para este asunto pp. 11-13; GUERRERO,
«La fiscalidad como espacio privilegiado».

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28 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

tica de dos grandes centros de poder urbanos, el de la Iglesia y el del mis-


mo municipio en expansión.45
Algo parecido, aunque con ritmos, momentos y caracteres peculiares, po-
dría decirse de los procesos de recomposición espacial y nuevos amuralla-
mientos que tienen lugar en otros lugares desde la segunda mitad del si-
glo XII y comienzos del XIII hasta las primeras décadas del siglo XIV.46 Lo
podemos comprobar en bastantes núcleos urbanos al norte del Duero y de la
Extremadura: Zamora, Toro, Salamanca, Ávila, Palencia …47 En el siglo XIII,
Oviedo está en plena construcción de sus murallas, iniciadas en época de
Alfonso IX.48 La construcción de la muralla de la cercana villa de Avilés, ini-
ciada probablemente en la segunda mitad del siglo XIII, debía estar rematada
en los años finales de esa misma centuria.49 En León la cerca nueva se cons-
truyó entre fines del siglo XIII y las primeras décadas del XIV y, como ocurrió
en Burgos, su construcción acompañó a la elevación de la nueva catedral
gótica, iniciada con anterioridad.50 Las mismas fechas hay que atribuir a la
nueva muralla de Valladolid.51 En las ciudades de herencia musulmana del

45. J. A. BONACHÍA HERNANDO, «El espacio urbano medieval de Burgos», en B. ARÍZAGA BOLUMBURU
y J. Á. SOLÓRZANO TELECHEA (coords.), El espacio urbano en la Europa medieval. Nájera. Encuentros
internacionales del Medievo, 2005, Logroño, 2006, pp. 273-296, en concreto, pp. 282-284 y H. CASADO
ALONSO, ‹‹Crecimiento urbano y mercado inmobiliario en Burgos en el siglo xv››, en Mercado inmobi-
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liario y paisajes urbanos, pp. 631-689, aquí pp. 636-638.


46. Tal vez no exista con carácter general, y habría que tenerlo en cuenta, una relación directa
entre crecimiento urbano y murallas y es posible que en los trazados murados intervengan, como
suscribe J. M.ª MONSALVO, otros factores (‹‹Espacios y poderes en la ciudad medieval», p. 127, n. 76;
pp. 129-131), pero eso no evita que ésta sea una época de amplios y generalizados amurallamientos
en el territorio del reino.
47. Una excelente panorámica general lo podemos encontrar en BENITO MARTÍN, F., La formación
de la ciudad medieval. La red urbana en Castilla y León, Valladolid, 2000.
48. ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo a fines de la Edad Media, pp. 119-120; J. I. RUIZ DE LA PEÑA SOLAR,
«Las haciendas concejiles en el Norte de la Península Ibérica: el ejemplo ovetense», en Finanzas y
fiscalidad municipal, Ávila, 1997, pp. 509-552, aquí, pp. 526-528; id., «El desarrollo urbano de Asturias
en la Edad Media», en SOLÓRZANO TELECHEA y ARÍZAGA BOLUMBURU (eds.), El fenómeno urbano medie-
val, pp. 349-366, en concreto pp. 352-356.
49. RUIZ DE LA PEÑA, «El desarrollo urbano de Asturias», p. 359.
50. Para las murallas de León, ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, pp. 41 y ss. Las murallas de
Ávila y Salamanca ofrecen modelos distintos. La construcción del recinto medieval abulense se sitúa
a finales del siglo XII, en época de Alfonso VIII, aunque en esta ocasión no se produjo ninguna am-
pliación del circuito fortificado. La nueva cerca de Salamanca, más extensa que la anterior, también es
del siglo XIII, aunque las obras comenzaron quizás a finales del XII. En ambos casos, con independen-
cia de que se produjera o no un engrandecimiento del anillo amurallado, el trazado estaba condicio-
nado por las condiciones topográficas de los asentamientos urbanos. En ambos casos también, los
procesos de amurallamiento están acompañados por cambios que afectan al mercado (Mercado de
San Pedro de Ávila, Azogue Nuevo en Salamanca) y por el desarrollo constructivo de sus respectivas
catedrales góticas (una exposición general sobre ambos núcleos, en MONSALVO, ‹‹Espacios y poderes»).
51. A. RUCQUO, Valladolid en la Edad Media. I: Génesis de un poder. II: El mundo abreviado (1367-
1474), Valladolid, 1987, vol. I, pp. 82-90; P. MARTÍNEZ SOPENA, «El Valladolid medieval», en J. BURRIEZA
SÁNCHEZ (coord.), Una historia de Valladolid, Valladolid, 2004, pp. 73-195, para nuestro caso, pp. 123-124.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 29

reino de Toledo hubo una cierta continuidad de las murallas respecto a la


época anterior, aunque también se produjeron modificaciones. En Talavera
se construyó una nueva muralla hacia 1200 con el fin de acoger los arrabales
surgidos en el exterior de la antigua cerca; Guadalajara levantó la suya en los
primeros decenios del siglo XIII52; los nuevos muros de Cuenca debieron fina-
lizarse en las primeras décadas del siglo XIII.53 Los ejemplos podrían multipli-
carse.54 Evidentemente, el fenómeno de los amurallamientos se hace extensi-
vo a los núcleos de nueva población y también a otras villas y lugares de
rango menor a los que no podemos calificar como urbanos. En 1312, por citar
un ejemplo, Fernando IV ordenó al Concejo de Lara y sus aldeas «que se çer-
quen porque sean más seguros e se puedan manparar si menester fuere de los
que mal les quisieren fazer». Es sintomático que esta disposición estuviera
contenida en el mismo privilegio por el que el monarca les concedía un mer-
cado semanal, colocado bajo su protección y exento de impuestos, excepto
de alcabala.55
Estos fenómenos ponen de manifiesto el crecimiento y, en expresión de J.
Heers, la gloria de la ciudad56 y engarzan con algunos contenidos y concep-
tos clave (apostura, nobleza, bien común) utilizados en las Partidas. Por otra
parte —y recogiendo la idea expresada en la obra alfonsina sobre la finan-
ciación colectiva de la obras públicas, sin exclusión de personas o grupos—,
lo cierto es que la responsabilidad e implicación municipal en las obras de
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construcción y reparación de las murallas es algo constatable en este período


de profundas transformaciones de la fisonomía urbana, y continuó siendo
algo habitual durante los últimos siglos de la Edad Media. De una forma u
otra —rentas municipales, imposiciones extraordinarias directas o indirectas
(sisas) sobre la población, préstamos forzosos, tradicional reserva para su
mantenimiento de una parte de las multas aplicadas …—, los gastos de edi-
ficación, pero también de mantenimiento y reparación de las murallas se
cubrían a costa de los ingresos municipales y/o mediante la contribución
fiscal de la población. Tampoco faltó la transferencia a las haciendas munici-
pales de rentas originarias de la fiscalidad regia, otorgadas a los concejos por
privilegios de la Monarquía con destino a la reparación de muros.57

52. LADERO, Ciudades de la España Medieval, p. 101; BENITO IZQUIERDO, ‹‹Rasgos urbanísticos»,
p . 1 3 3 .
53. SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca, p. 42.
54. Ya citaron varios ejemplos, hace más de veinte años, los profesores M. Á. LADERO y J. VAL-
DEÓN: LADERO, ‹‹Les fortifications urbaines en Castille››, pp. 148-151; VALDEÓN, ‹‹Reflexiones sobre las
murallas››, pp. 79-80.
55. E. GONZÁLEZ DÍEZ, Colección diplomática del Concejo de Burgos (884-1369), Burgos, 1984, doc.
172, pp. 293-294.
56. J. HEERS, ‹‹Conclusions››, en HEERS (ed.), Fortifications, portes de villes, pp. 323-340, aquí p. 326.
57. LADERO, ‹‹Les fortifications urbaines››, pp. 157-159. RUIZ DE LA PEÑA, «Las haciendas concejiles»,
p. 519. Para el territorio vasco y para finales de la Edad Media, véase E. GARCÍA FERNÁNDEZ, ‹‹Finanzas

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30 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

Veamos algunos ejemplos. En Burgos, la nueva cerca que amplió el perí-


metro amurallado de la ciudad se construyó a partir del último tercio del si-
glo XIII. Las obras comenzaron con anterioridad a 1268. Para favorecer la
construcción de las nuevas murallas, Alfonso X otorgó al concejo burgalés el
producto del cobro de la alcabala, lo cual provocó el malestar y las resisten-
cias del estamento clerical y de los vecinos del barrio de San Felices, extra-
muros de la ciudad, dependientes del Monasterio de las Huelgas. Además de
la dedicación al mantenimiento y arreglo de la muralla de una parte de las
multas y caloñas impuestas, sabemos que en 1313 el concejo de la Cabeza de
Castilla mandó hacer efectivos a los acreedores la mayor parte (en concreto,
46.667 maravedís) de los 49.216 obtenidos mediante empréstitos forzosos rea-
lizados por algo más de un centenar de vecinos, bastantes de ellos tenderos
y comerciantes de la ciudad, «para fazer la çerca»;58 o que poco después, en
1322, tuvo que recurrir a la imposición de gravámenes extraordinarios sobre
la venta del vino para hacer frente a las necesidades financieras motivadas
por el mantenimiento de la cerca. En la misma línea de actuación, los cuan-
tiosos gastos derivados de su reparación —reconstrucción de lienzos caídos,
arreglo de puertas, torres y almenas, etc.— fueron costeados por el concejo
mediante el recurso a la imposición de sisas sobre los productos de consumo
que entraban en la ciudad, especialmente sobre el vino.59
En León, la «renta de los muros» o «dineros de los muros», obligaba sin
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excepción a todos los habitantes de la ciudad y de los lugares de su Alfoz, a


pesar de la resistencia opuesta también aquí por los clérigos. La nueva cerca
leonesa inició su construcción entre los últimos años del siglo XIII y primeros
del XIV, aunque el momento que marcó un decidido impulso de las obras fue
el año 1310. Fue entonces cuando Fernando IV ordenó el nombramiento de
fieles encargados de recaudar las posturas de las «cosas que vinieren a la vi-
lla» con destino a «la çerca de la dicha villa que estaba derribada fasta que
los muros sean labrados e acabados». Este ingreso vino a sumarse a la «renta
de los muros» ya existente. Posteriormente se reguló la alcabala impuesta
para las obras de la cerca de la villa (1315), se añadieron nuevas tasas sobre el
vino (1324), y el concejo realizó derramas sobre la población «para fazer li-
brar la çerca de la çibdad» (1345) o para el «reparamiento de las torres e cara-
manchones e muros e adarves e cavas» que defendían la urbe (1354). En 1390

municipales y fiscalidad real en el País Vasco en el tránsito del Medievo a la Modernidad››, en D.


MENJOT y M. SÁNCHEZ MARTÍNEZ (eds.), Fiscalidad de Estado y Fiscalidad Municipal en los reinos hispá-
nicos medievales, Madrid, 2006, pp. 171-196, en concreto, pp. 172-173.
58. GONZÁLEZ DÍEZ, Colección diplomática, doc. 173, pp. 294-298.
59. La información aquí contenida se encuentra en E. GONZÁLEZ DÍEZ, El concejo burgalés (884-
1369). Marco histórico-institucional, Burgos, 1983, pp. 142-146. Véase también C. ESTEPA DÍEZ; T. F. RUIZ;
J. A. BONACHÍA HERNANDO y H. CASADO ALONSO, Burgos en la Edad Media (J. VALDEÓN BARUQUE, dir.),
Valladolid, 1984, pp. 107 y 224.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 31

Enrique III autorizó, a petición del concejo leonés, el restablecimiento de la


alcabalina, destinada primordialmente, al menos la mitad de su recaudación,
a las labores de la cerca. Como señala César Álvarez, «recursos específicos
del concejo, regulares o extraordinarios, gravámenes reales o de tránsito y
derramas y repartimientos de diversos tipos y cuantía proporcionaron el sis-
tema de financiación» destinado a la construcción, reparación y manteni-
miento de las murallas leonesas.60
Para financiar las obras requeridas por la muralla de Vitoria —cuya terce-
ra ampliación tuvo lugar durante el reinado de Alfonso X— se recurrió a
donaciones y transferencias de rentas regias, a repartimientos extraordinarios
sobre la población e, incluso, a la enajenación de solares concejiles. Los re-
partimientos estaban destinados no sólo al «reparamiento del muro» sino
también a otras necesidades de la villa, como la reparación «de la calçada, o
de carreras (…) o para reparamiento de fuente, o de puente…». En 1379, Enri-
que II disponía que en estos pechos contribuyeran, sin excepción, todos los
vecinos de Vitoria, incluidos clérigos e hijosdalgo.61
La construcción de la nueva cerca de Oviedo se habría iniciado en tiempos
anteriores a las obras realizadas en Burgos y León, tal vez, según indica María
Álvarez, en tiempos de Alfonso IX. No obstante, todavía en 1261 Alfonso X es-
cribía a la villa indicando los límites por los que había de transitar la muralla y
hasta el siglo XIV no se dieron por finalizadas las obras. La aportación de los
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recursos financieros necesarios para cubrir los gastos de edificación y conser-


vación de los muros recayó sobre el concejo, que contribuía con dos tercios de
los costes, y sobre la mitra ovetense, que lo hacía con el tercio restante. Tam-
bién en este caso, el concejo debió enfrentarse a las discrepancias manifesta-
das por las más poderosas instituciones eclesiásticas de la villa, la iglesia de
San Salvador y el monasterio de San Vicente, a causa, en esta ocasión, de los
conflictos entablados en torno a las propiedades de la Iglesia. Y también con-
tará el concejo, como en los casos anteriormente expuestos, con sucesivas
transferencias de rentas regias a la hacienda municipal, procedentes en su ma-
yor parte de impuestos indirectos sobre la circulación y venta de productos: la
renta durante diez años, posteriormente prorrogados, del impuesto sobre el

60. Datos extraídos de ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, pp. 41-50 (la cita en p. 50). Véase
también LADERO, ‹‹Les fortifications urbaines››, p. 158. Sobre la alcabalina, llamada así para diferenciarla
de la alcabala regia, consúltese E. BENITO RUANO, «La alcabalina», en Archivos Leoneses, XXIII, 1969,
pp. 283-299.
61. C. GONZÁLEZ MÍNGUEZ, «El nacimiento de una conciencia urbanística en el Medievo», en Boletín
de la Institución Sancho el Sabio, XXII, 1978, pp. 7-22. Avanzado el siglo XV continuaron mantenién-
dose las fuentes de financiación habituales para la conservación de los muros: aportaciones de los
reyes, derramas concejiles, multas, a las que hay que sumar donaciones testamentarias. Y contribuían
a su mantenimiento todos los vecinos, incluidos los vecinos del alfoz y señorío vitoriano (J. R. DÍAZ
DE DURANA, Vitoria a fines de la Edad Media (1428-1476), Vitoria, 1984, p. 33.

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32 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

trigo, conocida como renta de las «cuchares de la villa», los recursos proce-
dentes de la «tafurería» local —mercedes concedidas en ambos casos por
Alfonso X (1258 y 1268)—, o la donación efectuada por Fernando IV en 1299,
para un período de cuatro años, «de todo pecho et de todo pedido et de fonsa-
do et de fonsadera», como ayuda para construir la muralla. En 1305 este mis-
mo monarca convertiría en perpetua la merced otorgada al concejo de la vi-
lla de la principal fuente de financiación de las obras de construcción y
mantenimiento de la muralla, la renta de cuchares. Otra fuente de ingresos,
como ocurría en el caso burgalés, eran las multas impuesta a los vecinos de
Oviedo.62
Hacia 1300 se estaba construyendo en Valladolid una nueva muralla que,
como en otras partes, ampliaba considerablemente el espacio intramuros de
época anterior. La obra ya estaba en marcha en 1296 y aún continuaba en
1302. Su construcción también exigió importantes esfuerzos financieros: el
concejo vendió tierras para ello, se produjeron transferencias de rentas re-
gias a su favor, se destinaron a las obras —«fasta que la cerca de nuestra
villa sea acabada»— el producto de las penas impuestas a quienes contravi-
nieran la ordenanza que prohibía a los vecinos comprar vino de fuera del
término de la villa, y ésta obtuvo de Fernando IV la devolución de los dere-
chos que recaían sobre la tahurería, el pan cocido y la escribanía del conce-
jo, así como las rentas procedentes de los impuestos sobre el pan, la sal, el
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lino y la lana.63

4. EL APOGEO DE LA POLÍTICA URBANÍSTICA MUNICIPAL

El siglo XV contempló una nueva etapa de crecimiento urbano, que con-


tinuaría en el siglo siguiente y que, desde el punto de vista espacial, se ca-
racterizó por el desbordamiento poblacional de los trazados murados exis-
tentes, la expansión de los espacios suburbanos y, junto a ello, el desarrollo
de una política concejil en el terreno urbanístico que cada vez fue más in-
tensa a medida que nos aproximamos a los últimos decenios del Cuatrocien-
tos y los tiempos modernos. Una progresión de los arrabales, por un lado,
que las autoridades municipales trataron de resistir y detener en muchos
lugares, ya fuera por razones de prestancia y prestigio, por motivos pura-
mente fiscales o por ambos a la vez.64 Y, en segundo lugar, una política ur-

62. La información sobre Oviedo se encuentra en ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo a fines de la Edad
Media, pp. 119-124, 373-375. Véase también RUIZ DE LA PEÑA, «Las haciendas concejiles», pp. 526-528.
63. RUCQUOI, Valladolid en la Edad Media, vol. I, pp. 86-90; MARTÍNEZ SOPENA, «El Valladolid me-
dieval», pp. 115, 123-124.
64. Burgos ofrece un expresivo ejemplo (J. A. BONACHÍA HERNANDO, «Más honrada que ciudad de
mis reinos: la nobleza y el honor en el imaginario urbano (Burgos en la Baja Edad Media», en J. A.
BONACHÍA HERNANDO (coord.), La ciudad medieval. Aspectos de la vida urbana en la Castilla bajome-

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 33

banística conducida por los gobiernos locales, que se tradujo en el manteni-


miento y construcción de edificios públicos (murallas, puentes, fuentes,
casas de los concejos, depósitos, alhóndigas…), y en una actuación norma-
tiva orientada a salvaguardar la circulación, seguridad y salud de los habi-
tantes de las ciudades.65
Al mismo tiempo que se generalizaba el crecimiento suburbial de muchí-
simas ciudades,66 los procesos de ampliación y construcción de nuevos
amurallamientos eran, a diferencia de la época anterior, menores aunque no
escasearon. Es el caso de Cuéllar, cuyo recinto quedó integrado dentro de la
muralla realizada en el siglo XV, poco después de que la villa pasara a ma-
nos de la casa de Alburquerque en 1464.67 En Piedrahita se construyó en el
siglo XV una segunda muralla, la barrera, que rodeaba por completo a la
cerca del siglo XIII, la cual experimentó por su parte importantes modifica-
ciones en la última centuria medieval.68 En Alcalá de Henares el arzobispo
Carrillo inició en 1454 la construcción de un nuevo recinto amurallado.69
Aranda de Duero es otro buen ejemplo de ampliaciones tardías del recinto
fortificado. Tras superar los tiempos de crisis que, como al resto de la socie-
dad castellana, también afectaron a la villa durante buena parte del
Trescientos,70 el siglo XV arandino fue un período de expansión urbana, y
ese proceso fue paralelo a otros fenómenos igualmente expansivos: fue ésta
una época de crecimiento demográfico, de ocupación y roturación de nue-
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vas tierras de cultivo, principalmente de viñedo o, desde el punto de vista


político, de ampliación de los límites jurisdiccionales de la villa. El creci-
miento del asentamiento se manifestó en la construcción de una nueva cer-
ca, probablemente de finales del siglo XIV o de comienzos del XV —en todo
caso ya estaba construida en 1432—; y se reflejó, igualmente, en la compac-
tación y configuración de un espacio intramuros en el que quedaron englo-

dieval, Valladolid, 1996, pp. 169-212, en concreto, p. 199).


65. LADERO, «La dimensión urbana: paisajes e imágenes», p. 25; J. A. BONACHÍA HERNANDO, «La ciu-
dad de Burgos en la época del Consulado (Apuntes para un esquema de análisis de Historia Urba-
na)», en Actas del V Centenario del Consulado de Burgos (1494-1994). (I) Apertura del Centenario y
Simposio Internacional «El Consulado de Burgos», Burgos, 1995, pp. 69-145, especialmente pp. 130 y ss;
D. MENJOT, «L’élite dirigeante urbaine et les services collectifs dans la Castille des Trastamares», en M.
GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), La Península Ibérica en la era de los descubrimientos, 1391-1492. Actas de las
III Jornadas hispano-portuguesas de Historia Medieval, Sevilla, 1997, vol. II, pp. 873-900.
66. MONTERO, Historia del urbanismo en España, I, pp. 292-300; BENITO MARTÍN, La formación de
la ciudad medieval, pp.216-218.
67. E. OLMOS HERGUEDAS, «Urbanística medieval en una villa de la Cuenca del Duero: Cuéllar du-
rante la baja Edad Media», en BONACHÍA (coord.), La ciudad medieval, pp. 53-81, la referencia en p. 57.
68. C. LUIS LÓPEZ, La Comunidad de Villa y Tierra de Piedrahita en el tránsito de la Edad Media a
la Moderna, Ávila, 1987, pp. 49 y ss.
69. M. A. CASTILLO OREJA, «Alcalá de Henares, una ciudad medieval en la España cristiana (s. XIII-
XIV)», En la España Medieval, 7, 1985, pp. 1059-1080, la referencia en pp. 1066 y ss.
70. J. G. PERIBÁÑEZ OTERO e I. ABAD ÁLVAREZ, Aranda de Duero, 1503, Burgos, 2003, pp. 33 y ss.

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34 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

bados los grandes arrabales mercantiles surgidos en la época precedente, al


tiempo que aparecían otros nuevos, extramuros, en torno a las cuatro prin-
cipales puertas de la villa.71
Pero lo que se produjo en todos los casos, ya se tratara de nuevos o vie-
jos recintos murados, fueron permanentes y costosas obras de reparación y
mantenimiento de las cercas que implicaban pesadas cargas financieras para
los erarios municipales. Esas cargas venían a añadirse a las derivadas de los
también elevados costes generados por la ejecución, más o menos intensa
pero presente en todas las partes, de otras obras públicas (pavimentaciones,
arreglo y mantenimiento de puentes, conducción de aguas y elevación de
fuentes públicas…), que eran el fruto de la amplia actuación urbanística
puesta en práctica por los gobiernos de las ciudades.72 Una política cuya in-
tensidad también marcaba, en definitiva, una expresiva diferencia respecto a
la época en que se escribieron las Partidas. En la obra alfonsí se insertaban
disposiciones que tenían que ver con la seguridad y salubridad urbanas,73 del
mismo modo que se manifestaba un interés por la belleza y el ennobleci-
miento de la ciudad. Pero no es «menos cierto que para esta época nuestro
código estaba plasmando una gestión pública del espacio y una política de
seguridad urbanística y salubridad que aún se encontraban en una fase pri-
maria…, reflejo tal vez de unos gobiernos municipales patricios y de unas
administraciones locales aún en construcción. Una actuación que (…) ape-
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nas era un esbozo de la intensidad y del papel decididamente impulsor, in-


tervencionista y representativo de su propio poder que los gobiernos oligár-
quicos de los municipios castellanos asumirían a lo largo del siglo XV, cuando
por todas las partes proliferaron las ordenanzas reguladoras y se tornaron
mucho más perceptibles sus actuaciones en materia de urbanismo»,74 Una

71. J. A. BONACHÍA HERNANDO, «El desarrollo urbano de la villa de Aranda de Duero en la Edad
Media», en Biblioteca. Estudio e Investigación, 24, 2009, pp. 9-35, para este asunto pp. 20-22.
72. Un buen resumen de ese impulso urbanizador que se esparcía por todas las partes durante
el siglo XV, puede encontrarse en LADERO, ‹‹La dimensión urbana: paisajes e imágenes››, pp. 31 y ss., y
Ciudades de la España medieval, pp. 47-59. La producción historiográfica sobre urbanismo castellano
en el XV es muy extensa. Podemos acudir a la amplia revisión bibliográfica acerca de la investigación
desarrollada entre 1990 y 2004 sobre las ciudades hispánicas de M.ª ASENJO GONZÁLEZ, ‹‹Las ciudades
medievales castellanas. Balance y perspectivas de su desarrollo historiográfico (1990-2004)››, En la
España Medieval, 28, 2005, pp. 415-453, así como a la posterior y extensa selección inserta en la obra
de ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo a fines de la Edad Media, pp. 47-65. Complétese con la puesta al día
bibliográfica, para los territorios peninsulares entre el Cantábrico y el Duero, recogida en los trabajos
contenidos en SOLÓRZANO TELECHEA y ARÍZAGA BOLUMBURU (eds.), El fenómeno urbano medieval.
73. Medidas que pueden contemplarse recogidas en fueros municipales de la época: véase algún
ejemplo en M.ª J. PAREJO DELGADO, ‹‹Las ciudades de Baeza y Úbeda en el siglo XIII. El medio ambien-
te urbano››, en GONZÁLEZ JIMÉNEZ (ed.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, vol. II, pp. 227-
236; M.ª J. TORQUEMADA SÁNCHEZ, Derecho y Medio Ambiente en la baja Edad Media castellana, Madrid,
2009.
74. BONACHÍA, ‹‹La imagen de la ciudad en las Partidas››, p. 134.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 35

proliferación de ordenanzas y disposiciones urbanísticas que, a la postre,


estaba evidenciando los progresos de los gobiernos urbanos castellanos, de
la noción de interés general y de la «conquista lenta y paciente» del espacio
público.75
La financiación de todas estas costosas obras, en un contexto de profunda
crisis en un contexto tardomedieval de profunda crisis de las finanzas públi-
cas municipales, recayó principalmente sobre la población de las ciudades.
Además de algunas fuentes de financiación que, aunque bastante extendidas,
podemos considerar irregulares e inseguras (como la reserva con destino al
reparo de las murallas o a las obras de pavimentación de una parte de las
sanciones impuestas), y además de los recursos procedentes de los propios
municipales, la principal aportación de ingresos recaía sobre los habitantes
de villas y ciudades, bien a través de la contribución directa (repartimientos
y derramas, participación de los vecinos, en mayor o menor grado, en la fi-
nanciación de las obras), bien mediante la imposición indirecta sobre la co-
mercialización y venta de mercancías (la renta de cuchares de Oviedo, el
dinero de la cerca de Valladolid, la alcabalina de León o Astorga,76 el corna-
do de la cerca de Piedrahita77, etc.); y de forma cada vez más habitual y ge-
neralizada sobre productos alimenticios de primera necesidad, a través de
sisas.
La conservación de la cerca leonesa se costeó principalmente mediante los
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ingresos aportados por la alcabalina, un impuesto que gravaba todas las mer-
cancías que pagaban alcabala en un 3,33 %, destinándose la mitad de su pro-
ducto a las labores de la muralla. No obstante, la situación de debilidad de las
finanzas municipales en las últimas décadas del siglo xv, la necesidad de re-
paración de sus muros y la construcción o finalización de algunos edificios
públicos (como la Casa de carnicería y pescadería, o la del peso de la hari-
na), condujeron al concejo leonés a solicitar y obtener de los Reyes Católi-
cos, en 1491, la autorización para echar una sisa especial de 60.000 mrs. sobre
las mercancías «que se traygan e metan en esta çibdad e que se vengan a ven-
der en ella». Tres años antes, en 1488, les habían pedido que pudieran echar
una «ynpusiçión general».78 En general, el arreglo de los muros y puentes
leoneses se costeaba desde el siglo XIV con el producto, por sucesivas dona-
ciones regias (Alfonso XI, Pedro I, Enrique III), de la recaudación del peaje
cobrado en ellos, con parte de la alcabalina y mediante la imposición ex-
traordinaria de diversas derramas y repartimientos. Y de forma ya bastante

75. BOUCHERON y MENJOT, Historia de la Europa urbana. La ciudad Medieval, pp. 210 y ss.; HEERS,
Espaces publics, en especial p. 84.
76. Sobre la alcabalina de Astorga y sus coincidencias y particularidades respecto a la de León,
véase J. A. MARTÍN FUERTES, El concejo de Astorga (siglos XIII-XVI), León, 1987, pp. 287-290.
77. LUIS LÓPEZ, La Comunidad de Villa y Tierra de Piedrahita, pp. 296-297.
78. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, pp. 50-55.

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36 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

habitual desde finales del siglo XV, las labores de mantenimiento y repara-
ción de las murallas y puentes, así como la construcción de algunos edificios
o las obras de pavimentación de las calles, fueron costeadas mediante repar-
timientos, sisas e impuestos sobre el tránsito comercial.79
A fines de la Edad Media, una tercera parte de las multas impuestas por
infracciones se dedicaba en Toledo al mantenimiento de las murallas, o se
recurría, en momentos de especial necesidad, a la imposición de una tribu-
tación extraordinaria sobre la población (1386).80 La preocupación de las
autoridades toledanas por mantener el espacio público en buen estado de
conservación se plasmó, desde los años finales del siglo XV, en una política
tendente a mejorar las condiciones materiales de vida de sus vecinos y en
importantes obras de canalización de aguas y pavimentación de las calles.
Este tipo de obras, destinadas a «hazer las madres e empedrar las calles»,
debían ser costeadas, inicialmente, «en quanto posible sea», con los propios
y rentas de la ciudad. Pero, habida cuenta del elevado coste de las obras y
de la escasez de recursos municipales, cada vez fue más frecuente el recur-
so a la sisa o a hacer repartimientos entre los vecinos que tenían «perte-
nençias» en las calles afectadas, es decir, los beneficiarios más directos de
las obras.81
Además de la renta de cuchares, destinada a las labores de conservación
de una muralla que acaparó la mayor parte de los gastos de la ciudad, y de
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otras rentas, derechos y bienes que integraban los recursos ordinarios de la


hacienda municipal, el concejo de Oviedo recurrió en numerosas ocasiones al
cobro de impuestos extraordinarios entre sus vecinos con objeto de financiar
la realización de obras y construcciones necesarias para la urbe. También se
recurrió aquí a la imposición de sisas con destino a la edificación, manteni-
miento y reparación de edificios y espacios públicos. Y también se hizo, como
ocurrió en 1494, por idénticas razones de precariedad del erario municipal a

79. Para este asunto es imprescindible el trabajo de I. GONZÁLEZ GALLEGO, «Las murallas y los
puentes de León en el siglo XIV (un modelo de financiación de obras públicas)», en León y su Histo-
ria. Miscelánea histórica, IV, León, 1977, pp. 365-411. La imposición general solicitada en 1488 también
se destinaba al arreglo de puentes, aunque lo más normal fue que se echaran sisas (1490, 1491, 1502,
1503) o se hicieran repartimientos: en 1506 se hizo un repartimiento para la reparación del puente de
Villarente. En 1511 hubo repartimiento para arreglar los muros y la cerca y para «fazer un matadero».
Dos años antes, tras considerar que «esa dicha çibdad tenía nesçesidad de se enpedrar para estar más
sana e ennoblesçida», D.ª Juana facultó al concejo y al cabildo para que durante dos años pudieran
recaudar un maravedí de cada carro que entrase en la ciudad, destinándose el producto recogido al
empedramiento de calles. Al mismo tiempo prohibió el tránsito de carros (ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad
de León, pp. 83-89, 140-141, 143-145).
80. R. IZQUIERDO BENITO, Un espacio desordenado: Toledo a fines de la Edad Media, Toledo, 1996,
p. 22.
81. Id., ibid., pp. 57-79 y, muy en especial, pp. 76-79 sobre las labores de enladrillamiento y em-
pedrado de las calles.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 37

las argumentadas en otros lugares: «(…) a cabsa que la dicha çibdad es muy
pobre de propios, e los muros e puertas e puentes e fuentes de la dicha çibdad
están muy mal reparados, para lo qual e para una casa de consystorio e para
una puente al río de Puerto, por donde pasan los mantenimientos que vienen
a la dicha çibdad e para otras cosas nesçesarias, son menester muchos otros
maravedís».82 La denominada sisa nueva, autorizada por los Reyes Católicos y
convertida en impuesto ordinario por su continuidad, gravaba el vino, pesca-
do, carnes y paños, y su importe se destinaba al pago de los gastos origina-
dos por numerosas obras públicas: las casas del consistorio, la fuente de Ci-
madevilla, la traída de aguas, el puente sobre el río Nalón desde Puerto, la
reparación de la muralla y el empedrado de calles. El recurso a la sisa conti-
nuó entrado ya el siglo XVI.83
La nueva y definitiva cerca de Cuenca debió terminarse en las primeras
décadas del siglo XIII. Como en otras villas y ciudades castellanas, destacan
los elevados costes que supusieron su mantenimiento y las reparaciones
desarrolladas en ella, así como el importante esfuerzo financiero que impli-
caban estas labores para la hacienda municipal. Pero, en cualquier caso, se
trataba de un esfuerzo sostenido por el concejo conquense y sus vecinos
mediante la búsqueda permanente de nuevas fuentes de financiación con
las que pudieran afrontarse los gastos de conservación de una muralla que,
en algunas ocasiones, pudo llegar a absorber el 100 % del presupuesto des-
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tinado a obras: el arrendamiento de las hierbas de nuevas dehesas de la


sierra para el pasto de los ganados; la adopción de medidas sobre la venta
ciudadana de vino o la exportación de madera, con objeto, en ambos casos,
de obtener recursos destinados a la reparación y conservación de los muros;
la distribución entre las cuadrillas de la ciudad de una peonada diaria para
las obras de reparación de la muralla; o, como venimos observando en
prácticamente todas las partes, en un contexto generalizado de escasez de
los fiscos municipales, la imposición de sisas sobre bienes de consumo pre-
via solicitud y autorización de los monarcas. Realmente, el concejo de Cuen-
ca destinaba a financiar los trabajos públicos, cuando eran de muy pequeña
entidad, los 2.485 mrs. que anualmente debía entregar el almotacén para la
reparación de calles. Y, junto a éstos, una parte, normalmente escasa, de sus
ingresos ordinarios. Por eso, cuando las autoridades municipales decidieron
poner en marcha obras públicas de mayor envergadura, necesitadas de in-
versiones más cuantiosas (la nueva casa de los ayuntamientos, el empedra-
do de calles o la traída de aguas), necesariamente debieron recurrir también
al empleo de medios extraordinarios de financiación. Desde finales del si-
glo XV, el instrumento utilizado por excelencia fue la sisa, lo cual provoca-

82. ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo a fines de la Edad Media, p. 381.


83. Id., ibid., pp. 391-394.

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38 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

ría, como fue habitual en otras muchas ciudades castellanas, la oposición


del clero. La pavimentación de la ciudad, tarea que se inició a punto de
acabar 1498, se financió en una tercera parte mediante la sisa dispuesta por
el concejo; las otras dos terceras partes fueron costeadas por los vecinos de
las zonas pavimentadas, cada uno en el trozo de la calle correspondiente a
su fachada. El enorme esfuerzo económico que supuso la traída de aguas a
la ciudad contó desde 1492 con varias autorizaciones regias para que se hi-
cieran repartimientos entre el vecindario, hasta que finalmente, en 1531, se
pregonó la sisa sobre todo lo que se vendiese o entrase en la ciudad y sus
arrabales, sin ninguna exención para ningún vecino ni estamento de la urbe
y su tierra.84
Las obras de conservación de la muralla de Cuéllar suponían a menudo
una de las partidas más abultadas del presupuesto concejil. Aunque había
ciertos ingresos destinados íntegramente a la reparación de la cerca, como
los derivados de la percepción de ciertas multas, el concejo trató de aumen-
tar sus recursos siempre que tuvo ocasión para ello y, en cualquier caso,
tuvo que buscar nuevas formas de financiación, por la vía de los repartimien-
tos y de la tributación extraordinaria —con la consiguiente oposición de los
grupos clericales— para poder acceder a la reparación y mantenimiento de
las cercas, puentes y caminos.85
En Astorga se constatan caracteres que hemos visto en otras partes. La
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conservación de los muros representaba en el siglo XV el mayor porcentaje


de gasto de los recursos disponibles para obras y una parte considerable del
volumen de ingresos del concejo. A estas labores había que sumar los traba-
jos en los puentes y caminos, el empedrado de las calles, o las reparaciones
y la construcción de edificios públicos, como la casa del Regimiento, para la
que se destinaron parte de las penas pecuniarias impuestas por las autorida-
des. Si nos remitimos a los muros de la ciudad —que suponían el principal
renglón de gasto en el ámbito de las obras públicas—, a su mantenimiento y
reparación se dedicaban en exclusiva una serie de rentas de los propios con-
cejiles (la alcabalina, la renta de las torres, la renta del agua de la fuente),
una porción de las multas y, desde finales del siglo XV y ya entrados en el
XVI, el producto de la sisa de la carne y del vino.86

La construcción de las nuevas casas consistoriales de Zamora, realizada a


mediados de los años ochenta del siglo XV, se sufragó con los ingresos ordi-
narios de la hacienda concejil. Si embargo, no parece que esto fuera lo habi-

84. SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca, pp. 50-54, 88-93, 96-99. Véase también Y. GUE-
RRERO NAVARRETE y J. M.ª SÁNCHEZ BENITO, Cuenca en la baja Edad Media: un sistema de poder, Cuenca,
1994, pp. 205-235, 257-259.
85. OLMOS, «Urbanística medieval», pp. 59-60.
86. MARTÍN FUERTES, El concejo de Astorga, pp. 261-328, especialmente 320-321.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 39

tual. Por lo general, los fondos destinados a cubrir los gastos originados por
las obras públicas procedían «mayoritariamente de imposiciones extraordina-
rias solicitadas de la administración central con este objeto exclusivo». Estos
mecanismos extraordinarios de financiación, que en Zamora comenzaron a
generalizarse con la llegada de los Reyes Católicos, fueron básicamente dos:
repartimientos o derramas entre los vecinos de la ciudad y su tierra, inclui-
dos clérigos y caballeros, y sisas.87
El fuerte incremento de los gastos invertidos en estos ámbitos por la ha-
cienda concejil de la ciudad de Segovia entre finales del siglo XV y primeras
décadas del XVI fue debido al interés que mostró «el concejo por el acondicio-
namiento de algunos servicios urbanos y por la infraestructura de la misma,
empedrado, canalización de agua, sanidad y limpieza, etc., a los cuales va a
dedicar atención y dinero». Pero junto a los recursos propios de las finanzas
municipales, las autoridades segovianas también recurrieron a la imposición
extraordinaria —repartimientos y sisas—, con tal asiduidad que en algunos
momentos adquirieron rasgos de ordinariedad. Las derramas que se echaron
en la Tierra de Segovia entre 1463 y 1481 se destinaron preferentemente a obras
realizadas en puentes, muros e infraestructuras hidráulicas. Desde 1491 hasta
bien entrada la siguiente centuria, el segundo nivel en la escala de gastos de
las derramas, tanto para las solicitadas por la ciudad como por la Tierra, estuvo
ocupado por este mismo tipo de labores: construcción, reparación de muros,
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puentes y traída de agua a la ciudad. Las obras de empedrado y pavimentación


de Segovia se costearon con parte de las caloñas recaudadas por el concejo,
la cofinanciación de los propios vecinos y la imposición de sisas sobre pro-
ductos alimenticios de primera necesidad (carne, vino, pescado, pan). En
general, además del incremento de los fondos dedicados por las arcas muni-
cipales para este tipo de obras, el recurso a los repartimientos, las sisas y, en
su caso, como ocurrió en ciertas obras de infraestructura hidráulica, la copar-
ticipación vecinal en los costes de los trabajos, se transformó en un medio
habitual de financiación para la construcción de edificios (como el de la al-
hóndiga), la reparación y mantenimiento de puentes y muros, y las obras de
aprovisionamiento y abastecimiento de agua.88
Veamos un último ejemplo. A finales del siglo XV, la gestión económica de
las obras llevadas a cabo en la villa del Pisuerga era desempeñada por un
mayordomo de las labores del concejo, a cuyo lado trabajaba un obrero que

87. M. F. LADERO QUESADA, La ciudad de Zamora en la época de los Reyes Católicos. Economía y
gobierno, Zamora, 1991, pp. 240-257, la cita en p. 253, y, sobre todo, del mismo, «La remodelación del
espacio urbano de Zamora en las postrimerías de la Edad Media (1480-1520)», Espacio, Tiempo y For-
ma. Historia Medieval, 2, 1989, pp. 161-188.
88. M.ª ASENJO GONZÁLEZ, Segovia. La ciudad y su Tierra a fines del Medievo, Segovia, 1986, pp. 58-
79, 466-489, la cita en p. 468.

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40 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

actuaba diariamente como supervisor de los trabajos realizados.89 La fuente de


financiación fundamental con la que contaba este mayordomo para cubrir los
gastos ocasionados por las obras era el llamado dinero de la cerca, un im-
puesto indirecto que el Concejo arrendaba todos los años, entre las Pascuas
de Resurrección, consistente en el cobro de un dinero sobre cada libra de
todas las carnes muertas vendidas en las carnicerías públicas de la villa. Las
cantidades recaudadas y cargadas en la cuenta del mayordomo se destinaban
prioritariamente al pago de trabajos públicos: reparaciones y acondiciona-
mientos realizados en puentes y pasaderos, tanto interiores como extramuros
(puente de Cabezón, de Puenteduero); mantenimiento y reparación de las
murallas, sobre todo de sus puertas y postigos, pero también de lienzos de la
cerca, barbacanas, almenas…; aderezos, de muy diverso tipo, en las casas del
Regimiento de la plaza Mayor y de la plaza de Santa María, o en la picota;
construcción del reloj del Monasterio de San Francisco; conservación y arre-
glos de las tres Casas del Peso de la harina, la Casa del pescado, la Casa del
pan, las carnicerías públicas…; enlosamiento y pavimentación —y en algún
caso ensanchamiento— de calles y plazas, labores cuyo coste, en la mayoría
de los casos, era soportado por la ciudad en una tercera parte, quedando el
resto a costa de los vecinos cuyas viviendas colindaban con las obras; traba-
jos de conducción de aguas a la villa y de construcción y adobo de fuentes y
pozos, arreglo de albañares y tremedales… Con estos fondos también se pa-
gaban, sin embargo, otros gastos: los salarios del mayordomo y su obrero, los
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de los regidores que igualaban las obras, los de los dos escribanos encarga-
dos, respectivamente, de asentar toda la carne muerta vendida en la villa y
todos los gastos de obra cubiertos por el mayordomo; los prometidos gana-
dos por posturas realizadas en las subastas de la renta del dinero de la cerca;
indemnizaciones por desperfectos provocados en edificios y bienes privados
debido a la realización de obras u otras actividades del Concejo; y otros gas-
tos de carácter extraordinario como los que se produjeron por el recibimiento
de la princesa Margarita o los lutos que se celebraron por la muerte de su
marido, el príncipe Juan, en 1497. Además de la participación directa de los
vecinos en la financiación de las labores de pavimentación de sus calles, el
Concejo recurrió en alguna ocasión a la imposición de una derrama especial
entre los moradores de la villa, como los 90.000 maravedís que se obligaron
a entregar los mercaderes y comerciantes de Valladolid como ayuda para cos-
tear las obras de traída de agua y construcción de la fuente.90
En general, el panorama que contemplamos en Castilla en las últimas dé-
cadas del siglo XV y comienzos del XVI es el de unas ciudades y villas cuyo

89. Presenta similitudes con el sistema utilizado en otras partes, por ejemplo, el desarrollado en
Cuenca hasta los años ochenta del siglo XV (SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca, pp. 93-
94).
90. Archivo Municipal de Valladolid, Libros de Actas de 1497-1501, ff. 113 y ss.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 41

paisaje urbano está experimentando un intenso proceso de transformación


como fruto de la reorganización y ampliación del espacio ciudadano en arra-
bales que se extienden más allá de sus anillos amurallados; y como resultado
también de una política urbanística de los regimientos cada vez más decidida
e intervencionista, que se plasma en la elevación de edificios públicos y, so-
bre todo, en numerosas obras públicas de dotación de servicios a la comuni-
dad (pavimentación de calles y plazas, abastecimiento de agua, alcantarillado
y conducción de aguas residuales, construcción, reparación y acondiciona-
miento de edificios y construcciones públicas…).91 Añadamos a ello una
igualmente densa labor constructiva de las instituciones eclesiásticas y, tanto
más, de las aristocracias urbanas, exhibición ostensible del orgullo y del po-
der patricio.92
Es cierto que la actuación de las autoridades municipales fue, en líneas
generales, inconsistente, básicamente reglamentista y sancionadora; que mu-
chas medidas eran coyunturales y buscaban más que nada la solución a los
problemas más acuciantes; que no existía ningún tipo de planificación; que
los medios financieros puestos en práctica eran claramente deficientes; que
los resultados de su política fueron reducidos, poco eficaces e insuficientes.
Pero, sin embargo, se observa en esas mismas autoridades un esfuerzo gene-
ralizado por mejorar las condiciones de sanidad y seguridad urbanas, por
embellecer y honrar sus ciudades. Aunque de forma más tardía y con ritmos
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distintos a los desarrollados en otros territorios europeos, también asistimos


en Castilla, y de forma realmente intensa en todas partes, a lo que de mane-
ra expresiva se ha denominado la «laboriosa producción de un paisaje del
Bien Común».93 Aunque es muy fuerte la impresión de encontrarnos ante un
montaje escenográfico, en el que algunos edificios deslumbrantes, una arbo-
leda, unas cuantas calles pavimentadas o la construcción de una hermosa
fuente ocultan tras de sí una realidad mucho más prosaica, lo cierto es que
muy poco a poco, aunque de forma cada vez más intensa a medida que nos
acercamos a finales de la Edad Media y entramos en la Modernidad, se adop-
tan medidas que, si bien no modifican el trazado o la planta de las ciudades,
tratan de impulsar urbes más hermosas e insignes, tratan de mejorar las con-
diciones de vida de sus habitantes dentro de ciudades más bellas, sanas y
honorables.94

91. SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca, p. 93.


92. MONSALVO, «Espacios y poderes», pp. 143-147.
93. C. BILLEN, «Dire le Bien Commun dans l’espace public. Matérialité epigraphique et monumen-
tale du bien commun dans les villes des Pays-Bas, à la fin du Moyen Âge», en LECUPPRE-DESJARDIN y
VAN BRUAENE (eds.), De Bono Communi, pp. 71-88, en concreto pp. 80-85.
94. MENJOT, «L’élite dirigeante urbaine»; BONACHÍA, «Más honrada»; ASENJO, Segovia. La ciudad y su
Tierra, p. 78.

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42 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

5. CONSIDERACIONES SOBRE EL DISCURSO POLÍTICO: EL BIEN COMÚN, LA FISCALIDAD Y


LA CONSTRUCCIÓN COMPARTIDA DE LA CIUDAD

Como hemos visto, la financiación de todas esas obras públicas recaía so-
bre los recursos ordinarios de los erarios municipales y, en ocasiones, direc-
tamente sobre los vecinos, que tenían que compartir con los concejos, con
su propio peculio, el coste de la pavimentación, la limpieza o el alcantarilla-
do de la parte de la calle que lindaba con su morada u otras pertenencias.
Pero además, el alto coste de los trabajos y la delicada situación financiera
de los concejos castellanos dio lugar a que cada vez se generalizara más el
recurso a fuentes de financiación extraordinarias: derramas, repartimientos y,
sobre todo, sisas, prácticamente extendidas por todas partes —y casi conver-
tidas en ordinarias— cuando entramos en los tiempos modernos. Fueran
impuestos directos o indirectos, como las difundidas sisas u otro tipo de ren-
tas municipales destinadas a obras que pesaban sobre la venta de mercancías
y mantenimientos de primera necesidad,95 la carga de la presión fiscal —re-
cordemos el texto de las Partidas— recaía sobre todos los vecinos de las
ciudades y villas y, en muchísimos casos, sobre los habitantes de los lugares
y aldeas de sus alfoces y Tierras,96 sin que inicialmente hubiera privilegios
excluyentes de personas o estamentos.
Unas formas de financiación que, a la postre, afectaban al conjunto de
la población, pero que siempre encontraban justificación en el logro del
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bien colectivo. Las obras realizadas sobre los edificios y espacios públicos
eran útiles y necesarias para preservar y mejorar la salud de las personas,
así como para alimentar la prestancia y el ennoblecimiento de la ciudad.97

95. La renta de las cuchares de Oviedo era un impuesto sobre el grano (ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo
a fines de la Edad Media, p. 54). Como he comentado, la alcabalina de León gravaba todas las mercan-
cías que pagaban alcabala (ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, p. 54), y la de Astorga recaía sobre la
carne y la leña (MARTÍN FUERTES, El concejo de Astorga, p. 288). El dinero de la cerca de Valladolid se
imponía sobre cada libra de carne vendida en las carnicerías públicas vallisoletanas (véase p. 39). El
cornado de la cerca de Piedrahita recaía sobre el consumo de carne (un cornado por arrelde) y de
vino (un cornado por azumbre) (LUIS LÓPEZ, La Comunidad de Villa y Tierra de Piedrahita, p. 296).
96. Como se ha podido comprobar en algunos de los ejemplos expuestos, aunque, evidentemen-
te, hay excepciones: véase VALDEÓN, ‹‹Reflexiones sobre las murallas››, pp. 82-83.
97. El adelanto de las ciudades italianas en el proceso de conquista del espacio público y en este
terreno es indudable. En estos ámbitos, y aparte de otros rasgos, una de las grandes novedades de la
actuación llevada a cabo por los regímenes populares de las comunas italianas en el campo de los
equipamientos públicos fue el hecho de no disociar lo bello de lo útil (MAIRE VIGUEUR, ‹‹Les grands
chantiers››, p. 461). Véase así mismo CROUZET-PAVAN, ‹‹Entre collaboration et affrontement››, passim;
BONACHÍA, «Entre la «ciudad ideal» y la «sociedad real»: consideraciones sobre Rodrigo Sánchez de Aré-
valo y la Suma de la Política», Stud. Hist., H.ª mediev., 28, 2010, pp. 23-54; CAYETANO, «La ciudad medie-
val y el Derecho», pp. 69-70. E. GUIDONI, ‹‹Lo spazio urbano medievale in Italia e in Europa››, en ARÍ-
ZAGA BOLUMBURU y SOLÓRZANO TELECHEA (eds.), El espacio urbano en la Europa medieval, pp. 373-385,
en concreto pp. 383-385. También en Inglaterra, por citar otro espacio europeo, se constata a partir de
1300 un «change of emphasis» en la construcción de edificios públicos, una de cuyas manifestaciones

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 43

La financiación indispensable para llevarlas a cabo se convertía, en conse-


cuencia, en una obligación colectiva y solidaria, destinada a mejorar las
condiciones de vida de la comunidad. Hay una lógica que engarza el ideal
del Bien Común, la política edilicia urbana y la política fiscal y financiera
de los municipios.98 La necesaria —pero también muy costosa para sus ve-
cinos—, pavimentación de las vías públicas de Cuenca era respaldada por
los miembros del regimiento como una labor beneficiosa para la salud de
las personas.99 La licencia para imponer un maravedí sobre cada carro que
entrara en la ciudad que la reina Juana concedió a León en 1509, con desti-
no al empedramiento de sus calles, se hizo porque «esa dicha çibdad tenía
nesçesidad de se enpedrar para estar más sana e ennoblesçida».100 La solici-
tud que los ediles de Toledo realizaron en 1497 a los Reyes Católicos para
poder echar una sisa destinada a empedrar las calles de la ciudad se funda-
mentaba en «la mucha nesçesidad que avía de remediar e reparar las calles
públicas della, asy para ennoblesçer la dicha çibdad como para evitar e
quitar las dolençias e enfermedades que por non estar limpias las dichas
calles se podrían seguir e se syguían». Dos años más tarde, los monarcas
escribían a las autoridades toledanas ordenando «que de aquí adelante, en
cada un anno, proveays cómo de los propios de la dicha çibdad se reparen
las calles, madres e cannos de la dicha çibdad, en quanto posible sea, e que
no se gasten ni espendan las dichas rentas en pagar salarios demasiados,
nin en otros edefiçios menos neçesarios, salvo en aquello que cumple al bien
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e pro común de la dicha çibdad».101 El Bien Común se asocia al manteni-


miento y protección de los bienes comunes, a la conservación y mejora de
los edificios y espacios públicos, a su necesidad y utilidad para la colectivi-
dad. Es el triunfo de lo público —de la utilitas de los espacios concejiles
frente a la superbia catedralicia y la vanitas patricia102—, del gasto de los
recursos públicos en inversión pública y necesaria. En 1495 se pedía en

más ostensibles es una creciente preocupación por la belleza de la ciudad en un contexto de desa-
rrollo y mantenimiento de una retórica más sofisticada del bien común (S. REES JONES, ‹‹Civic govern-
ment and the development of public buildings and spaces in Later Medieval England›, en ARÍZAGA
BOLUMBURU y SOLÓRZANO TELECHEA (eds.), Construir la ciudad en la Edad Media, pp. 479-511, en con-
creto pp. 509-511). VAL VALDIVIESO observa su presencia, junto al honor y la honra, en las Crónicas
castellanas del siglo XV, como atributos a los que aspira toda ciudad (‹‹Imagen de la ciudad en las
Crónicas››, pp. 479 y ss.).
98. Véase P. BOUCHERON, «Politisation et dépolitisation d’un lieu commun. Remarques sur la no-
tion de Bien Commun dans les villes d’Italie centro-septentrionales entre commune et seigneurie», en
LECUPRE-DESJARDIN y VAN BRUAENE (eds.) De Bono Communi, pp. 237-250, p. 246.
99. SÁNCHEZ BENITO, El espacio urbano de Cuenca, p. 92.
100. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, p. 145.
101. IZQUIERDO BENITO, Un espacio desordenado, pp. 76-77. Parecidos presupuestos mueven, por
ejemplo, a las autoridades zamoranas en su política urbanística (M. F. LADERO, «La remodelación del
espacio»), a las burgalesas (BONACHÍA, «Más honrada», pp. 194-200), o a las segovianas (ASENJO, Sego-
via. La ciudad y su Tierra, pp. 56 y ss.).
102. MONSALVO, «Espacios y poderes», p. 146.

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44 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

Oviedo la eliminación de «las comidas que hacen los regidores a cuenta de


los propios de la ciudad, no siendo necesarias y pudiéndolas excusar (…)»,
y se reclamaba que los propios de la ciudad se gastasen en «cosas necesa-
rias y públicas».103 Y, puesto que se trata de lograr el Bien de todos, todos
—incluso los clérigos, a pesar de su permanente oposición— están obliga-
dos a colaborar, también fiscalmente, en su consecución.104 La necesidad y
la utilidad públicas se contituyen como nociones fundamentales (y eminen-
temente pragmáticas) en la construcción del concepto del Bien Común y
actúan por todas las partes como argumentos en los cuales encuentra aco-
gida y amparo la imposición fiscal, con premisas justificativas de actitudes
y decisiones financieras y fiscales.105

Retornemos un momento a las Partidas. Quien hace las leyes —esto es, el
emperador o el rey en la concepción centralizadora de las Partidas— «debe
amar justicia et el pro comunal de todos». La finalidad y el deber del buen
político consistían en gobernar por y para el bien común de las gentes. Al
contrario que los tiranos, que «aman mas de facer su pro, maguer sea a daño
de la tierra, que la pro comunal de todos», los buenos monarcas siempre de-
ben guardar el pro comunal de su pueblo más que el suyo propio.106 Pero en
la consecución del bien y provecho de las gentes no toda la labor correspon-
de al gobernante. También hay una corresponsabilidad del pueblo, una parte
de obligación que incumbe a los súbditos, a los ciudadanos. Para los autores
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del código alfonsí, todos los hombres deben esforzarse, ya sea con su propio
trabajo o mandando cómo hacerlo, para que la tierra donde habitan sea bien
explotada, produzca frutos y no quede baldía, y lo mismo cabe hacer respec-
to a las casas y edificios. Y si se hace así, ese trabajo proporcionará dos be-
neficios: el pro de los hombres y la apostura de la tierra:

Et non tan solamiente decimos esto por las heredades de que han los frutos,
mas aun de las casas en que moran et do tienen lo suyo, et de los otros edificios

103. ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Oviedo a fines de la Edad Media, p. 393.


104. Sobre el problema y los conflictos generados por la contribución de personas e instituciones
exentas, y en particular de los eclesiásticos, remito de nuevo, para las ciudades catalanas de la baja
Edad Media, a VERDÉS, «Car les talles són difícils».
105. Véanse sobre estos asuntos y como ejemplos de espacios geográficos diferenciados los
trabajos de A. RIGAUDIERE, «Donner pour le Bien Commun et contribuer pour les biens communs dans
les villes du Midi français du XIIIe au XVe siècle», en LECUPPRE-DESJARDIN y VAN BRUAENE (eds.), De Bono
Communi, pp. 11-53; y en el mismo volumen, E. ISENMANN, «The notion of the Common Good, the
concept of politics, and practical policies in Late Medieval and Early Modern German cities», pp. 107-
146; J. DUMOLYN y E. LECUPPRE-DESJARDIN, «Le Bien Commun au Flandre médiévale: une lutte discursive
entre princes et sujets», pp. 253-266.
106. Part. I, I, XI, XV y XVI; II, I, IX y X. Por supuesto, las referencias al «bien et pro» de las gen-
tes como objetivo de la acción política son mucho más abundantes a lo largo de toda la obra, espe-
cialmente en la Segunda Partida.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 45

de que se ayudan para mantenerse: ca todo esto deben labrar en manera que
la tierra sea por ello mas apuesta, et ellos hayan ende sabor et pro.107

Las casas y edificios que construyen las gentes «non tan solamente se tor-
nan en pro de sus señores, mas aun en fermosura comunal de los logares do
son fechos».108 Y no sólo las grandes obras públicas, obligación que concier-
ne más directamente al gobernante. También las construcciones privadas
debían contribuir a afianzar la belleza y nobleza de la ciudad, a incrementar
su prestigio y, con ello, a la postre, a promover una identificación entre el
grupo humano y su espacio físico, a cristalizar el proceso de construcción
de una identidad colectiva y fomentar el orgullo cívico de pertenencia a una
comunidad.109 Como se ha dicho, la «política del bien común se orienta a
hacer surgir en los ciudadanos un sentimiento compartido, el de vivir en la
misma ciudad».110 Y si es obligación de todos trabajar la tierra y mantener y
restaurar sus casas para su provecho y para apostura y nobleza de las ciuda-
des —y, con ellas, del Reino—, tanto más es deber de toda la comunidad,
sin exclusión, cooperar en el mantenimiento y conservación de los bienes
públicos. Por eso, como dije al principio, el coste de la construcción, man-
tenimiento y reparación de dichos bienes debe hacerse con cargo a los in-
gresos y rentas del Concejo. Pero si las ciudades y villas no tuvieran recur-
sos hacendísticos suficientes, los fondos necesarios debían obtenerse de la
contribución extraordinaria impuesta sobre los vecinos, sin que ninguno de
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ellos pudiera excusarse por su estado o condición. Bien o mal recibida, más
o menos rechazada, la presión fiscal sobre el ciudadano invocaba, en última
instancia, a un principio de igualdad y solidaridad social en nombre del
provecho general. La construcción de la ciudad se transformaba de ese
modo en una gran obra colectiva,111 en la que todos tenían su parte, mayor o
menor, de arquitectos. Pues, al fin y al cabo, como afirmaban los autores de
las Siete Partidas:

(…) ca pues que la pro destas labores pertenesce comunalmiente á todos, gui-
sado et derecho es que cada uno faga hi aquella ayuda que podiere.112

107. Part. II, XX, IV.


108. Part. III, II, XVI.
109. J. ESCALONA MONGE, ‹‹Territorialidad e identidades locales en la Castilla condal››, en J. A. JARA
FUENTE; G. MARTIN; I. ALFONSO ANTÓN (eds.), Construir la identidad en la Edad Media. Poder y memo-
ria en la Castilla de los siglos VII a XV, Cuenca, 2010, pp. 55-82 y, más en concreto, pp. 57-63. Véase,
igualmente, GUERRERO, «La fiscalidad como espacio privilegiado».
110. BOUCHERON y MENJOT, Historia de la Europa urbana. II La ciudad Medieval, p. 210.
111. Véase sobre estas cuestiones, CROUZET-PAVAN, ‹‹Entre collaboration et affrontement››, pp. 376-
380.
112. Part. III, XXXII, XX. Véase RIGAUDIÈRE, «Donner pour le Bien Commun», pp. 13, 23-27.

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46 JUAN A. BONACHÍA HERNANDO

Todos estos conceptos y principios servían, en último término, para avalar


un determinado orden social y para proyectar sobre el imaginario colectivo la
imagen de un buen gobierno, admitido y bendecido por todos como legítimo,
justo y eficaz: en las intervenciones urbanísticas del poder, por muy voluntaris-
tas que sean, hay siempre una lógica de dominación, un componente simbóli-
co de afirmación del propio poder. Cabría preguntarse, no obstante, qué había
en todo ello de demanda social —y por lo tanto de consenso y construcción
de la ciudad «desde abajo»—. Y en este sentido tal vez podría afirmarse que,
a punto de acabar la Edad Media en Castilla, toda una serie de conceptos
que alimentaban una determinada retórica del Bien Común utilizada por el
poder como instrumento de afianzamiento político (primacía de lo público;
protección de la seguridad y salubridad urbanas; apostura, honra y nobleza
ciudadanas, necesidad y utilidad social, etc.), acabaron siendo asumidos tam-
bién por el conjunto de la población como símbolos del ideario colectivo y
factores de cohesión identitaria. El ideal del Bien Común —y su indiscutible
primacía sobre el interés particular— legitimaba la actuación de los gober-
nantes y, simultáneamente, se convertía en el argumento que guiaba los
comportamientos y obligaciones de los gobernados.
Pero ese discurso también servía (o podía servir) para amparar intereses
privados o de grupo y ser utilizado, en caso de conflicto, en función de ellos
y en su defensa. En 1503 se desarrolló un pleito en Aranda de Duero entre los
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vecinos de la calle de Barrionuevo y los propietarios de unas casas y bode-


gas ubicadas en la calle del Pozo. Los primeros solicitaban que se abriera
esta tortuosa calle, derribando algunos edificios que impedían acceder de
forma directa y sin molestos rodeos desde Barrionuevo a la plaza e iglesia de
Santa María, el centro neurálgico de la villa.113 Era un contencioso entablado
entre particulares, en el que el concejo de Aranda no intervino como parte
implicada.
Los propietarios de la calle del Pozo basaron su defensa en las pérdidas
que esa obra suponía para su patrimonio privado. Por su parte, los vecinos
de Barrionuevo nunca alegaron, en defensa de su demanda, el beneficio par-
ticular. Lo que ellos se cuidaron por defender fue el provecho público de su
reclamación, un beneficio que, en su opinión, repercutiría sobre la calle don-
de vivían pero especialmente, por extensión, sobre el conjunto de la villa y
sobre la población arandina. Y en esa postura contaban con el apoyo de va-
rios testigos del pleito, que declaraban que la honra de las calles es ennoble-
cimiento de la villa. De ese modo, aun siendo entre particulares, el proceso
adquiría rasgos de índole y resonancia política: lo que se estaba planteando

113. El expediente del pleito ha sido publicado por J. G. PERIBÁÑEZ OTERO e I. ABAD ÁLVAREZ, Aran-
da de Duero, 1503, Burgos, 2003. Lo he estudiado, con más detalle, en «El desarrollo urbano de la villa
de Aranda de Duero en la Edad Media», Biblioteca. Estudio e Investigación, 24, 2009, pp. 9-35.

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OBRAS PÚBLICAS, FISCALIDAD Y BIEN COMÚN… 47

por los demandantes era, en última instancia, una estrategia de defensa de la


superioridad de lo público sobre los intereses privados. En ella se reiteraron
principios y conceptos ya asumidos por el conjunto de la población: la utili-
dad y el provecho públicos, el ornato, la honra, el ennoblecimiento… fueron
argumentos utilizados de modo permanente por los letrados de los vecinos
de Barrionuevo. Entre sus alegatos tuvo un importante papel el principio de
que cualquier vecino podía ser desposeído de su hacienda por el poder pú-
blico a cambio de un precio justo, siempre que la expropiación fuera nece-
saria o de ella se derivara —lo cual era sustancial en este caso— provecho
para la república.114
Es más que probable, como argumentaba la parte contraria, que los veci-
nos de Barrionuevo estuvieran defendiendo sus intereses particulares, aun-
que a lo largo del pleito se cuidaron mucho de mentarlos. Pero lo cierto es
que su demanda fue planteada en todo momento en función de la defensa
del bien común, erigiéndose de ese modo en representantes y portavoces
de los intereses colectivos. Del otro lado, los propietarios de la calle del
Pozo nunca estuvieron en posición de asumir un papel semejante, sino todo
lo contrario, de tal modo que, a lo largo del proceso, llegó a producirse
cierto intercambio de papeles: su posición acabó apareciendo no tanto
como la del propietario perjudicado por una demanda ajena, que temía per-
der una parte de su fortuna, cuanto la del agresor de los intereses colecti-
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vos, cuyo interés particular ponía límites al superior provecho público. El


esfuerzo de sus procuradores se dirigió a evitar que el litigio se llevara al
terreno de lo público contra lo privado para reconducirlo al estricto ámbito
de un conflicto entre intereses particulares. Pero, en su caso, lo fundamental
de su alegato se basó en la defensa de que los derechos privados de sus
clientes se encontraban por encima del bien general. Y en ese terreno esta-
ba decidida su derrota.115
Además de los interrogatorios presentados por las partes litigantes, tam-
bién se pidió información al corregidor de Aranda. Alguna de las preguntas

114. Como, veíamos, lo era también en las Partidas en relación con la construcción de las mura-
llas (véase p. 8). A la expropiación como aplicación jurídica del argumento del Bien Común se refie-
re G. NAEGLE, «Armes à double tranchant? Bien Commun et chose publique dans les villes françaises
au Moyen Âge», en LECUPPRE-DESJARDIN y VAN BRUAENE (eds.), De Bono Communi, pp. 55-70, en con-
creto pp. 62-63.
115. Aunque el recurso al ideal del Bien Común tenga en ocasiones un carácter ambiguo y pue-
da servir como argumento a intereses distintos, lo que, sin embargo, no admite dicho concepto es
que el bien particular pueda imponerse sobre él y superarlo: todo el mundo debe prestarse a defen-
derlo, por encima de intereses privados. Lo cual olantea la cuestión de la dificil conciliación de di-
chos intereses privados. Lo cual plantea la cuestión de la dificil conciliación de dichos intereses
particulares con la noción de interés general. Véase, por ejemplo, NAEGLE, «Armes à double tran-
chan?», pp. 56-59, 66-68, o DUMOLYN y LECUPPRE-DESJARDIN, «Le Bien Commun au Flandre médiévale»,
pp. 259-263.

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realizadas a los testigos de la probanza que éste llevó a cabo no pretendía
dejar lugar a dudas: «Yten sean preguntados sy saben e conocen que abrién-
dose la dicha calle de Barrio Nuevo por las dichas casas es universal pro a los
vecinos de la dicha villa e nobleçimiento de ella. E que es más el nobleçimien-
to de la dicha villa e pro universal que no el daño e perjuicyo que se puede
seguyr a los señores de las dichas casas pagándoles el daño». Al final, el corre-
gidor acabó emitiendo, como era previsible, una opinión favorable a la aper-
tura de la calle, ya que según su parecer, la información recogida por él
probaba que era mucho mayor el «pro universal» que recibía la villa que «el
daño e perjuizio» causado a los bodegueros. Y acababa reiterando el aserto
jurídico según el cual «la utilidad pública a de ser preferida a la privada
utilidad».116
Podría afirmarse, en fin, que el discurso del Bien Común y toda una serie
de conceptos asociados a él, utilizados por el poder como instrumentos de
cohesión social y legitimación política, ya habían sido «socializados», se ha-
bían universalizado y habían penetrado en el tejido social de tal forma que
se habían convertido en argumentos de amparo de intereses particulares. Al
fin y al cabo, la consecución del pro comunal, la misma «construcción com-
partida» de la ciudad en la que todos tenían su parte, no podían escapar a los
conflictos de intereses entablados en el seno mismo de la sociedad, no po-
dían eludir los conflictos inherentes a la propia sociedad.
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116. «Por mandado de vuestra alteza hize la presente información e, conforme a la su çedula,
reçebí los testigos que las partes quisieron presentar e, allende de aquellos, de mi offiçio reçebí doze
testigos ombres sin sospecha (…). Por la qual información se prueva copiosamente ser pro universal
de los vezinos e moradores de la dicha villa e grande noblesçimiento de ella que la dicha calle de
Barrio Nuevo se abra por las dichas casas del dicho Gonzalo Sánchez de Calahorra e de Alonso de
Moradillo, e se prueva ser más el nobleçimiento de la dicha villa e pro universal de ella que no el
daño e perjuizio que se puede seguir a los señores de las dichas casas. De manera que (…) mi pare-
cer es, por aquella razón de derecho que dispone que la utilidad pública a de ser preferida a la pri-
vada utilidad, que vuestra alteza debe mandar abrir la dicha calle, mandando pagar el justo valor de
las dichas casas a los señores de ellas» (PERIBÁÑEZ-ABAD, Aranda de Duero…, pp. 196-198. La cita an-
terior, referida a la pregunta de los testigos, está en p. 190).

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Las villas cantábricas bajo el yugo de la nobleza.
Consecuencias sobre los gobiernos urbanos
durante la época Trastámara*

JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA


JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA
Universidad del País Vasco (UPV/EHU)
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D URANTE EL REINADO DE LOS PRIMEROSTRASTÁMARA, una parte significativa


de las tierras, villas y ciudades del realengo castellano fueron entre-
gadas a los grandes señores del reino. También entre Asturias y Gui-
púzcoa, territorio objeto de nuestro estudio. Es cierto que, durante el siglo
anterior, algunos señores estimularon el nacimiento de centros urbanos en la
Cornisa Cantábrica, pero su entrada en el señorío jurisdiccional a partir de
los años setenta del siglo XIV, constituye —como en otras áreas del reino—
un fenómeno histórico sin precedentes que determinará la historia de esos
núcleos durante el Antiguo Régimen. En este texto pretendemos acercarnos
a ese fenómeno y estudiar sus consecuencias en el plano político, es decir,
en la impronta señorial sobre el gobierno de las villas —que en absoluto
responde a un único patrón— y su evolución durante el período objeto de
estudio. Ahora bien, nuestro interés no sólo gira en torno a las consecuen-
cias del dominio señorial sobre los gobiernos urbanos, abarca también el

* Este trabajo forma parte de los resultados del Proyecto de investigación «De la Lucha de Ban-
dos a la hidalguía universal: transformaciones sociales, políticas e ideológicas en el País Vasco (si-
glos XIV y XV)». Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2010-15960) y del Grupo Consolidado de In-
vestigación del Gobierno Vasco Sociedad, poder y cultura en el País Vasco (siglos XIV y XV), IT-322-10.

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50 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

análisis de otros fenómenos que tienen lugar paralelamente al anterior. Nos


referimos especialmente a dos: en primer lugar a la usurpación de algunas
villas norteñas por señores sin previa concesión del señorío jurisdiccional y,
en segundo lugar, a los instrumentos que permitieron a los linajes urbanos el
control de los gobiernos de las distintas villas hasta la reforma municipal ini-
ciada en 1476 en Vitoria por Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.
Para alcanzar los objetivos señalados hemos utilizado documentación mu-
nicipal publicada e inédita de distintas villas cantábricas, documentación ju-
dicial procedente de la Real Chancillería de Valladolid, documentación seño-
rial y la literatura histórica sobre la cuestión.1

1. LAS VILLAS DE LA CORNISA CANTÁBRICA: INICIATIVA SEÑORIAL E INCORPORACIÓN A LOS


SEÑORÍOS JURISDICCIONALES

El grueso de las villas cantábricas recibió fuero de los reyes castellanos y


navarros. El proceso de urbanización, en lo esencial, había concluido antes
de la llegada de los Trastámara y ha sido abordado por numerosos
investigadores,2 pero nos interesa destacar aunque sea brevemente, la inicia-
tiva señorial en su creación y la incorporación de las villas a los distintos
señoríos. Los dos polos señoriales que concentraron la iniciativa de creación
de las villas norteñas fueron, por este orden, el Señor de Vizcaya y el obispo
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de Oviedo. En el primer caso, los señores de Vizcaya, que ostentaban un


señorío patrimonial y estaban vinculados por lazos vasalláticos al rey

1. Nos referimos especialmente a algunos trabajos clásicos como los de J. I. RUIZ de la PEÑA, Las
«polas» asturianas en la Edad Media. Estudio y diplomatario, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1981; J.
A. GARCÍA de CORTÁZAR, «Las villas vizcaínas como formas ordenadoras del poblamiento y la pobla-
ción», en Las formas del poblamiento del Señorío de Vizcaya, Bilbao, Diputación de Vizcaya, 1978,
pp. 69-111; B. ARÍZAGA, Urbanística Medieval: Guipúzcoa, San Sebastián, Kriselu, 1990; J. Á. SOLÓRZANO
TELLECHEA, Santander en la Edad Media: Patrimonio, Parentesco y Poder, Torrelavega, Universidad de
Cantabria-Ayuntamiento de Torrelavega, 2002; E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad
Media: Oligarquías y élites urbanas en el País Vasco, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 2004; M.ª S.
TENA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval: San Sebastián, Rentería, y Fuenterrabía
(1200-1500), San Sebastián, Instituto Doctor Camino, 1997; A. DACOSTA, Los linajes de Vizcaya en la Baja
Edad Media: Poder, parentesco y conflicto, Serie Historia Medieval y Moderna, Bilbao, Universidad
del País Vasco, 2003; J. A. ACHÓN, «A voz de Concejo». Linaje y corporación urbana en la constitución
de la Provincia de Guipúzcoa: Los Báñez de Mondragón, siglos XIII-XVI, San Sebastián, Diputación
Foral de Gipuzkoa, 1995; J. R. DÍAZ de DURANA, Álava en la Baja Edad Media: Crisis, Recuperación y
Transformaciones Socioeconómicas (c.1250-1525), Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1986.
2. Junto a los citados debemos resaltar, además, los trabajos de J. Á. SOLÓRZANO TELLECHEA y B.
ARÍZAGA (coords.), El fenómeno urbano medieval entre el Cantábrico y el Duero: revisión historiográ-
fica y propuestas de estudio, Asociación de Jóvenes Historiadores de Cantabria, 2002; P. MARTÍNEZ SO-
PENA y M. URTEAGA (eds.): Las villas nuevas medievales del Suroeste europeo De la fundación medieval
al siglo XXI. Análisis y lectura contemporánea. Actas de las Jornadas Interregionales de Hondarribia
(16-18 de noviembre de 2006). Boletín Arkeolan n.º 14, Centro de Estudios e Investigaciones Histórico-
Arqueológicas-Historia eta Arkeologiako Azterketa eta Ikerketa Zentroa, 2006.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 51

castellano,3 otorgaron el fuero de Logroño a veintiún villas entre 1199 y 1376.


Las cinco últimas recibieron fuero del Infante D. Juan, titular del Señorío
desde 1375: Juan I incorporó por primera vez en 1379 el título de Señor de
Vizcaya a los que ya ostentaban los reyes de Castilla.4 Por el contrario, en el
segundo caso los obispos de la sede ovetense, que actuaban con autoriza-
ción expresa del rey, apenas fundaron cinco villas en tierras sometidas a su
señorío jurisdiccional.5
Hubo otras iniciativas señoriales singulares que alcanzaron éxito. Así, en
Cantabria, en 1308, Diego Gutiérrez de Ceballos y Ruy Gil de Villalobos ce-
dieron tierras a los de Escalante

(…) e a todos los otros de cualquier lugar que con busco quesyeren bivyr e po-
blar la nuestra heredad que nos avemos en Torre Dueles (…) y de vos amparar
e defender a los pobladores sobredichos de Escalante e a los del valle e de vos
mantener todos vuestros fueros e usos e costumbres, asy en fechos de justicia e
de los alcalldes e en todas las otras cosas como fue usado e guardado fasta
aquy (…)

A cambio exigieron que les pagaran 1.000 maravedís anuales por San Mar-
tín.6 Otros intentos, sin embargo, fracasaron. Como el que protagonizó Pedro
Fernández de Velasco, Condestable de Castilla, con formidables intereses en
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la Cornisa Cantábrica, cuando se propuso fundar en 1498 una villa en Bara-


caldo, en torno a sus torres de Luchana.7
Los resultados de la iniciativa señorial en la urbanización de la Cornisa
Cantábrica, salvo en el caso vizcaíno, son insignificantes. Sin embargo, nu-
merosas villas se incorporaron al señorío a partir de la llegada de los Trastá-
mara, un fenómeno histórico sin precedentes que marcará con su particular
sello la historia de esos núcleos durante el Antiguo Régimen. En primer lu-
gar, fruto de las mercedes que los reyes entregaron a los señores pero tam-
bién como resultado de la usurpación de la jurisdicción de las villas o del

3. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, «La creación de los perfiles físicos e institucionales del Señorio de
Vizcaya», en Les Espagnes Médiévales. Aspects Économiques et sociaux, Mélanges offerts à Jaun Gautier
Dalché, Niza, 1984, p. 9.
4. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, «Las villas vizcaínas como formas ordenadoras del poblamiento y la
población», en Las formas del poblamiento del Señorío de Vizcaya (Bilbao: Diputación de Vizcaya,
1978), pp. 69-111.
5. J. I. RUIZ de la PEÑA, Las «Polas» asturianas en la Edad Media…, pp. 65-69: la puebla de Robo-
redo (1276-1278) que fracasó, la puebla de Allande (1262-1268), la de Castropol (1298) —que sustituyó
a la de Roboredo—, la de Langreo (1338) y Las Regueras (1421).
6. J. Á. SOLÓRZANO TELECHEA, «El fenómeno urbano medieval en Cantabria», p. 263.
7. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, B. ARIZAGA, M.ª L. RIOS, I. del VAL, Vizcaya en la Edad Media, Evolu-
ción demográfica, económica, social y política de la comunidad vizcaína medieval, San Sebastián,
Haramburu Editor, 1985, I, p. 225.

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52 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

control que determinados miembros de la nobleza lograron ejercer sobre la


población y los gobiernos urbanos cantábricos.
En Asturias, junto al señorío de la mitra ovetense, destacan dos señoríos ju-
risdiccionales. En primer lugar, el de Alfonso Enríquez, Conde de Noreña, hijo
bastardo del primer Trastámara y principal beneficiario de las mercedes enri-
queñas en el territorio: las pueblas de Gijón, Siero, Allande, Nava, Llanes, Riba-
desella, Cangas, Pravia, Luarca, Salas y otros concejos hasta que en 1383 su seño-
río se repartió entre el realengo y el obispo de Oviedo.8 En segundo lugar, el
que constituyó Pedro Suárez de Quiñones, Adelantado de León y Asturias,
quien obtuvo también varias jurisdicciones sobre distintas villas: En 1369 sobre
las de Allande, Cangas y Tineo9 y en 1396 sobre Somiedo.10 Más adelante, en
1440, Diego Fernández de Quiñones, a cambio de las primeras recibió la villa de
Llanes11 y, en 1465, durante el efímero «reinado» del infante Alfonso XII, pertene-
cieron a los Quiñones Avilés, Grado y Pravia,12 pero la disputa sobre los dere-
chos que tenía sobre esas villas aún no estaba resuelta a fines del siglo XV.13 En
esos años, igualmente, se les requirió que probaran su posesión sobre la villa de
Somiedo.14 A juicio de Miguel Calleja, la acumulación de un poder excesivo y la
periódica voluntad de los Príncipes de Asturias de hacer efectivo su poder los
convirtió en una amenza y su eliminación fue uno de los objetivos de la política
antiseñorial de los Reyes Católicos que, en 1491, a la muerte de Diego Fernández
de Quiñones, les asestaron un golpe definitivo en su aspiración sobre el mante-
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nimiento de sus derechos señoriales en Asturia.15 Compraron también Navia16 y


Ribadesella17 y eran encomenderos mayores de los monasterios de Santa María
de Obona —junto a Tineo— y San Juan de Corias —junto a Cangas—.18

8. J. I. RUIZ de la PEÑA Historia de Asturias. Baja Edad Media, vol. 5, Oviedo, Ayalga, 1979, p. 138.
9. Archivo de los Condes de Luna (ACL), Pergaminos, doc. 13 (1379) y Documentos, doc. 26
(1401). Además, en palabras de C. JULAR, encuentra ratificación a todas las concesiones hechas con
anterioridad a miembros de su linaje: la merindad de la ciudad de Oviedo, el concejo de Gordón, la
martiniega y el portazgo de Astorga y otras rentas de esa ciudad. Los Adelantados y Merinos Mayores
de León (siglos XIII-XV), León: Junta de Castilla y León/Universidad de León, 1990, p. 337.
10. ACL, Documentos, doc. 19 (1396). Junto a Somiedo recibe Laciana y Ribadesil de Suso y de
Yuso que añade a otros concejos leoneses. C. ÁLVAREZ, El Condado de Luna en la Baja Edad Media,
León, 1982, pp. 65-66.
11. ACL, Documentos, doc. 133 (1440).
12. ACL, Documentos, doc. 229 (1465).
13. ACL, Documentos, docs. 414-423.
14. ACL, Documentos, docs. 430 y 431.
15. M. CALLEJA, «La Asturias Medieval», en Historia de Asturias, Oviedo, KRK, 2005, pp. 294-295
16. ACL, Documentos, doc. 147 (1442)
17. ACL, Documentos, docs. 151 y 152 (1443).
18. C. ÁLVAREZ, «La casa de Quiñones comendataria de monasterios de Asturias y León (1350-1450)»,
Semana del Monacato cántabro-astur-leonés, Monasterio de San Pelayo, 1982, p. 323. Sobre los bene-
ficiarios de las «mercedes enriqueñas» en el área asturleonesa, véase el trabajo de C. JULAR, Los Ade-
lantados y Merinos Mayores de León (siglos XIII-XV), León: Junta de Castilla y León / Universidad de
León (Biblioteca de Castilla y León. Serie Historia 12), 1990, pp. 328-333.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 53

En Cantabria, pese a la intensa señorialización del territorio, los grandes


señores no recibieron mercedes que incorporasen las villas cántabras a sus
señoríos y sólo lograron hacerse con el dominio de algunas villas bien entra-
do el siglo XV. Excepcionalmente, en enero de 1466, Enrique IV entregó la
villa de Santander a Diego Hurtado de Mendoza, pero revocó donación en
mayo de 1467.19 Los Mendoza, sin embargo, habían ocupado violentamente la
villa de Santillana en 1435 y sólo en 1444, Juan II la entregó a Íñigo López de
Mendoza.20 Potes, por otra parte, era el centro del señorío de los Mendoza
sobre la Liébana.21 Al sur, en las Montañas de Burgos, son los Velasco quienes
reciben Medina de Pomar (1369), Villasana de Mena (1398) y Frías (1446) cons-
tituyendo un gran señorío que se extiende hacia Cantabria, Vizcaya, Álava y
otros territorios burgaleses.22
Con todo, el caso alavés es quizá, por el número de burgos que pasaron
a manos de los señores —dieciocho—, el que mejor ejemplifica la entrada en
el señorío jurisdiccional de las villas. En Álava, entre 1366 y 1388, a excepción
de Vitoria, todas pasaron a formar parte de la jurisdicción señorial de los
principales linajes de la nobleza alavesa: Pedro Manrique, Juan Ruiz de Gau-
na, Ruy Díaz de Rojas, Juan de Avendaño, Pedo López de Ayala o Diego
Gómez Sarmiento.23 Finalmente, aunque resulta excepcional en la cornisa,
Vitoria, ciudad desde 1431, incorporó a su señorío en 1487 las villas de Elbur-
go y Alegría recién incorporadas ese año al realengo y tres años más tarde la
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villa de Bernedo, que en 1476 había sido entregada por Juan II de Aragón a
su hijo Fernando y más tarde cayó en manos de los Ayala.24
En el lado extremo de la escala, por el contrario, todas las villas guipuz-
coanas permanecieron en el realengo. Aquí, las élites urbanas articularon el
territorio desde sus intereses y frente a los parientes mayores hasta constituir

19. R. PÉREZ BUSTAMANTE, Sociedad, economía, fiscalidad y gobierno en las Asturias de Santillana
(s. XIII-XV), Santander, Estudio, 1979, pp. 410-418.
20. E. SAN MIGUEL, Poder y territorio en la España cantábrica. La baja Edad Media, Madrid,
Dikynson, 1999, p. 102
21. R. PÉREZ BUSTAMANTE, «El régimen municipal de la villa de Potes a fines de la Edad Media»,
Altamira, 42 (1979-1980), pp. 187-214.
22. J. ORTEGA VALCÁRCEL, La transformación de un espacio rural: Las Montañas de Burgos, Valla-
dolid, Universidad, 1974, p. 225; J. GARCÍA SAINZ de BARANDA, Apuntes sobre la Historia de las Merinda-
des de Castilla, Burgos, Diputación Provincial, 1952, p. 335. R. SÁNCHEZ DOMINGO, El aforamiento de
enclaves castellanos al Fuero de Vizcaya. Organización jurídica de los Valles de Tobalina, Mena,
Valdegobía y Valderejo, Burgos, Universidad de Burgos, 2001.
23. J. R. DÍAZ de DURANA, Álava en la Baja Edad Media…, 322-330. Se excluyen las villas bajo
dominio navarro: Laguardia, Labraza y Bernedo.
24. «(…) damos a la dicha çibdad desde agora para siempre jamas los dichos lugares y valle e sus
terminos por tierra e administraçion e jurediçion et distrito et territorio de la dicha çibdad de Vito-
ria…», J. R. DÍAZ de DURANA, Vitoria a fines de la Edad Media (1428-1476), Vitoria: Diputación Foral de
Álava, 1984, p. 38; J. R. DÍAZ de DURANA, Álava en baja Edad Media…, p. 350. También formaba parte
del Señorío Vitoriano el valle de Zuya (1484).

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54 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

una potente Hermandad.25 Únicamente en el caso de la villa de Salinas de


Léniz, los Condes de Oñate, apoyándose en una merced de 1370,26 habían
usurpado la jurisdicción real. Finalmente, en el señorío de los Guevara, aun-
que técnicamente puedan existir dudas sobre su consideración como villa,
un núcleo ejercía funciones «urbanas» para el conjunto del valle: Oñate. Al
parecer, las primeras noticias del señorío de los Guevara sobre el valle son
de finales del siglo XIII y está asentado en el ejercicio de los derechos de pa-
tronato sobre la iglesia de San Miguel. Conviene recordar en este sentido
que, en 1387, cuando los hidalgos del valle se levantaron contra su señor, le
acusaron de haber usurpado el patronato sobre San Miguel y reclamaban
que la tierra de Oñate era de abadengo,27 mientras que el señor sentenciaba:

(…) nin rrey nin otro sennor nin otra persona alguna nunca ovieron nin han
sennorío alguno nin otro derecho nin iuredisçión alguna en la dicha mi tierra
de Onnate (…)28.

Afirmar que la tierra de Oñate era abadengo fue interpretado por el conde
como un ataque directo a su señorío sobre el valle. El continuado ejercicio
de esos derechos desde tiempo inmemorial, como argumentó el Canciller
Ayala en las Cortes de Guadalajara de 1390, puso en manos de quienes osten-
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25. M.ª S. TENA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval…, pp. 148-223.
26. M.ª R. AYERBE, Historia del Condado de Oñate y señorío de los Guevara (ss. XI-XVI). Aportación
al estudio del régimen señorial de Castilla, II. Documentos, San Sebastián, Diputación Foral de Gui-
púzcoa, 1985, doc. n° 10, pp. 34-36: «(…) por fazer bien e merçed a vos don Beltrán de Gueuara, nues-
tro basallo, por muchos seruiçios e bonos que nos abades fecho e fazedes de cada día e por vos fazer
conosçimiento e dar galardón por quanto afán e trauaio abades pasado por nuestro seruiçio e por vos
honrrar e heredar en los nuestros rregnos por que baladas más vos e los que de vos deçendieren, dá-
mosvos perpetuamente por iuro de heredad para sienpre jamás para vos e para los que de vos venie-
ren, que lo vuestro ouieren de auer e de heredar, las nuestras sallinas de Léniz e los nuestros lugares
de tierra de Léniz e las ferrerías de Mondragón e la escriuanía pública de la dicha villa de Mondra-
gón. Las quales dichas sallinas e lugares e ferrerías e escriuania vos damos con todas las rrentas e
pechos e derechos e con prados e pastos e dehesas e exidos e aguas corrientes e manantes e estantes e
con todas las entradas e sallidas e con todos los otros sus derechos segund que mejor e más cunplida-
mente a nos pertenesçen e pertenesçer denen en qualquier manera e por qualquier rrazón, e con la
iustiçia çivill e criminal, alta e baxa, e con mero misto inperio, para vender e enpennar, dar e trocar
e enagenar e fazer dellos e en ellos toda vuestra voluntad, así commo de vuestra cosa propia (…).
27. M.ª R. AYERBE, Historia del Condado de Oñate…, II, pp. 38-40: «Otrosy rrespondiendo a lo que
dizen que esta dicha mi tierra es abadengo (…), digo que la dicha tierra de siempre acá fue e es con-
dado e sennorío sobre sy e esentamente siempre aquellos donde yo vengo en su tienpo e después yo en
el mi tienpo ovieron e posedieron e poseo la dicha tierra commo mi heredat e mi propio sennorío con
todas sus pertenençias e posesiones e derechos que la dicha tierra ouo e há de sienpre acá e con toda
la iustiçia çeuil e criminal, e con todo el uso que al dicho sennorío pertenesçe e con todo el vso que en
ella ouo e há e con la iglesia de Sant Miguell, que es en la dicha tierra, e que sienpre fue e es moneste-
rial e pertenesçido (…) por tienpo de la dicha tierra aquella, donde yo vengo e a mí en el mi tienpo, e
nin rrey nin otro sennor nin otra persona alguna nunca ovieron nin han sennorío alguno nin otro
derecho nin iuredisçión alguna en la dicha mi tierra de Onnate (…)».
28. M. R. AYERBE, Historia del Condado de Oñate…, II, pp. 38-40.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 55

taban el patronato sobre las iglesias un instrumento de control y dominación


social y política estableciendo una estrecha relación entre patronato y
señorío:29

(…) dícennos los letrados que los diezmos son debidos a las iglesias por una de
dos maneras: la una, por reverencia e acatamiento del servicio divinal que en
ellas se faze, e tal diezmo como éste, que es puro espiritual, non le puede aver
lego, nin levar las tales rentas; la otra, por razón del conoscimiento del señorío
general, e en este caso puede levar el lego los frutos dende; e éste es el caso por
do nosotros levamos los tales diezmos.

Por razón del conoscimiento del señorío general… Sobre esa premisa se
apoya el control que determinados linajes rurales y urbanos ejercen sobre sus
villas de referencia, particularmente en Guipúzcoa donde, como ya hemos
señalado, no se constituyeron señoríos. Si al ejercicio del patronato le añadi-
mos la concesión real del prebostazgo sobre la villa o, en su caso, otros ofi-
cios relacionados con la administración de justicia, resulta fácil entender como
fueron imponiéndose sobre las distintas villas estos señores sin señorío.30

2. LA INTROMISIÓN DE LOS LINAJUDOS EN LOS GOBIERNOS URBANOS DE LAS VILLAS CAN-


TÁBRICAS
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El control sobre los gobiernos urbanos por la nobleza no sólo se produce


con motivo de la incorporación de las villas a los señoríos jurisdiccionales en
los términos que se han señalado: las usurpaciones de jurisdicción o la inje-
rencia de los parientes mayores en la elección de los oficiales o en la toma
de decisiones de los concejos, era habitual en las villas cantábricas. La ofen-
siva había comenzado antes de la llegada de los Trastámara y, en ocasiones,
como ocurre en Avilés en 1318, para defenderse de los ataques de Lope Gon-
zález de Quirós, la reacción del concejo fue someterse a la encomienda de
otros señores bajo ciertas condiciones:31

29. J. L. MARTÍN, Pedro López de Ayala. Crónicas, Barcelona, Planeta, 1991, pp. 681-688.
30. Véase, por ejemplo, el caso de los Ugarte, en la villa vizcaína de Marquina: «(…) e despues
que perpetraron e cometieron muchos delitos (…) fueron sostenidos en el solar e linaje de Ugarte, (…)
de quien es pariente mayor el dicho Gonçalo Ybannes de Ugarte, alcalde e justiçia de la dicha merin-
dad de Marquina e su tierra, e preboste e alguacil de la dicha villa, e que sy el dicho Gonzalo Ybannes
quisyera los podiera tomar presos, e prender e faser justiçia d’ellos, o entregarlos a nos, el dicho corre-
gidor e alcaldes de la hermandad, (…) lo qual non fiso». En J. A. MUNITA, «El archivo familiar de los
Barroeta de Marquina: aportaciones para la reconstrucción de un conflicto banderizo en los confines
de Vizcaya», Castilla y el mundo feudal: homenaje al profesor Julio Valdeón, M.ª I. del VAL y P. MARTÍ-
NEZ SOPENA, vol. I, 2009, pp. 239-251.
31. M.ª J. SANZ, J. A. ÁLVAREZ, y M. CALLEJA, Colección diplomática del concejo de Avilés en la Edad
Media (1155-1498), Avilés, Ayuntamiento de Avilés-Universidad de Oviedo, 2011, doc. 102 (1318).

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56 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

(…) damos a vos don Rodrigálvarez la encomienda de nuestra villa (…). Que
vos que nos guardedes e nos amparee defendades annos e a nuestros vecinos e
a todas las nuestras cosas en quanto vos podieredes. Otrosí que recibades por
vasallo nin por acostado a Lope Gonzalez de Quiros ni a aquellos que oy dia
con el estan que foron en nos hazer mal (…)

Las agresiones se mantuvieron durante todo el período. Así, en 1444, Enri-


que IV, todavía como Príncipe de Asturias, juró proteger a los concejos del
Principado de Pedro y Suero de Quiñones y trató de evitar que pudieran re-
tener en su poder ninguna villa asturiana:32

(…) entendia e queria dar (…) como estas dichas mis tierras e Prinçipado esto-
viesesn e fuesen a mi ordenanza e mandamiento e libres e syn ocupaçion algu-
na de Pedro de Quinnones e Suero de Quinnones e de sus hermanos e escude-
ros e fijos e cunnados e sobrinos e de omnes e de gentes dellos e de cualquier
otras personas que tienen entradas e ocupadas las dichas mis tierras del dicho
Prinçipado e las rentas e pechos e derechos (…) vos envié dezir e mandar que
non oviésedes (…) por sennor nin sennores del dicho Prinçipado a nin de sus
tierras nin de las çibdades e villas e lugares del (…) nin de la jurediçion nin
justicia (…)

Los ejemplos son numerosos y se extienden por todo el territorio estudia-


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do. En Castro Urdiales, en 1402, una sentencia de Gonzalo Moro, oidor de la


Audiencia real, reconoció a los vecinos la jurisdicción sobre los términos de
los valles y Junta de Sámano. Registró también los agravios que recibían de

algunos ommes poderosos que moravan e moran dentro de los dichos terminos
que les han tomado et toman et tienen forçado la dicha su juridiçion del jud-
gado de los dichos terminos parando en los dichos terminos ciertos alcaldes de
entre sy para judgar los pleytos que entre ellos son sin querer venir al llama-
miento e judgado de los sus alcaldes de la dicha villa.33

La amenaza de los poderosos, en ocasiones, se materializaba en un ata-

32. M.ª J. SANZ, J. A. ÁLVAREZ y M. CALLEJA, Colección diplomática del concejo de Avilés…, doc. 166
(1444). Véase el trabajo de J. URÍA RIU, «Contribución al estudio de las luchas civiles y el estado social
de Asturias en la segunda mitad del siglo XV», en Obra completa, IV Estudios medievales, J. URÍA MA-
QUA, ed., Oviedo, Universidad y KRK ediciones, 2010, pp. 265-303.
33. E. BLANCO, E. ÁLVAREZ y J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, Libro del Concejo (1494-1522) y documentos
medievales del Archivo Municipal de Castro Urdiales, Santander, Fundación Marcelino Botín, 1996,
doc n.º 6. El problema no se había resuelto en 1464 cuando se dicta una provisión real contra los
regidores de la Junta de Sámano que habían usurpado las facultades de conocer las causas civiles y
criminales de los pueblos de su valle en perjuicio de la jurisdicción del alcalde de Castro Urdiales
(doc. n.º 9) y no parece resuelto hasta los años ochenta de ese siglo (doc. n.º 11).

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 57

que directo a las villas. Así sucedió en la villa guipuzcoana de Segura: Juan
López de Lazcano, al amanecer de un viernes del mes de octubre de 1448,
entró en la villa quebrando el postigo de una de las puertas. Del relato de los
testigos se deduce que su intención no era otra que demostrar su fuerza para
manifestar su poder sobre la villa en la que pretendía levantar una fortaleza
en un solar que había comprado recientemente.34
Los intentos de usurpación se extendieron también al Señorío de Vizcaya,
desde 1379 un título más del rey de Castilla. En Orduña, el mariscal Garci
López de Ayala, alcaide del rey durante la guerra civil entablada entre los
partidarios de Enrique IV y los del Infante Don Alfonso, aprovechó la coyun-
tura para hacerse por la fuerza con la ciudad. Enrique IV sancionó la
usurpación,35 iniciándose más adelante un largo pleito entre la villa y los Aya-
la que se vieron obligados a renunciar a sus derechos señoriales, pero con-
servaron la alcaidía de la fortaleza de la villa. También el concejo de Bilbao
se enfrentó con el Condestable de Castilla, Pedro Fernández de Velasco, que
pretendía hacer una villa y un puerto en Baracaldo, junto a sus torres de Lu-
chana. En este contexto, no es de extrañar que en 1479, las ordenanzas de la
Hermandad de Vizcaya, propusieran medidas contundentes para defender a
las villas en el caso de que un noble pretendiera atentar contra ellas.36
Pero la nobleza no sólo tomó posiciones en las villas utilizando la fuerza.
Los parientes mayores en el País Vasco recurrieron a otros expedientes para
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tomar el control sobre las villas:37 utilizaron un sistema clientelar en forma de


treguas con otros linajes asentados en las villas o con vecinos del interior de
sus murallas. Estas treguas no son instrumentos que registran el fin de hosti-
lidades concertado entre dos contendientes en litigio. La tregua a la que nos
referimos nos remite a un fenómeno bien conocido en el resto de Europa, y
que la historiografía, en especial la británica, ha caracterizado como propia
del bastard feudalism.38

34. L. M. DÍEZ de SALAZAR, Colección Diplomática del Concejo de Segura (Guipúzcoa). (1290-1400).
Fuentes Documentales Medievales del País Vasco, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1985, docs. 191
(1448) y 206 (1449).
35. Ordenó a los vecinos e moradores de la dicha cibdad e su tierra que vos resciban e ayan su
señor e usen e con los alcaldes e oficiales que vos pusieredes en ella (…) J. M. GONZÁLEZ CEMBELLÍN,
«Orduña en la Edad Media: del concejo abierto al concejo cerrado», Vasconia, 1990, pp. 68-69. El ma-
riscal Garci López de Ayala era señor de Ayala, de Salvatierra de Álava y de Ampudia y protagonizó
la entrada en la villa alavesa de Bernedo.
36. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, B. ARIZAGA, M.ª L. RIOS, I. del VAL, Vizcaya en la Edad Media…, III,
pp. 340-342
37. Véase por ejemplo el trabajo de C. JULAR, «La participación de un noble en el poder local a
través de su clientela: Un ejemplo concreto de fines del siglo XV», Hispania LIII/3, 185(1993), pp. 861-
884. También el imprescindible trabajo de J. M.ª MONSALVO ANTÓN, «Parentesco y sistema concejil.
Observaciones sobre la funcionalidad política de los linajes urbanos en Castilla y León (siglos XIII-
XV)», Hispania. Revista Española de Historia, LIII/ 185 (1993), pp. 937-969.
38. Contratos que presentan muchas similitudes con los feudos de bolsa, de los que se diferen-

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58 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

A tenor de las informaciones disponibles, la pertenencia a las treguas de


un linaje puede entenderse de tres modos diferentes. En primer lugar, en el
caso de los nativos de un señorío, pertenecer a las treguas de su señor era
inseparable de su condición de naturales del señorío. Así se deduce, por
ejemplo, de la declaración de los testigos en un pleito entre los vecinos de
Oñate con su señor: eran atreguados de su señor por ser naturales del seño-
río y él los debía trataba como parientes, amigos y naturales de su casa.39 En
segundo lugar, entrar en treguas de otro linaje implicaba la prestación de un
servicio militar a cambio de una contraprestación económica. El ejemplo me-
jor conocido es la alianza firmada en 1435 entre el linaje de Loyola y el linaje
de Emparan en la villa guipuzcoana de Azpeitia:

yo, el dicho Martín Peres, otorgo y conosco que desde oy dicho día para en toda
mi vyda entro en las treguas de vos, el dicho Lope García, y del dicho solar de
Loyola con todos mis parientes, para fazer guerra y paz con vos e vuestros he-
rederos e con el dicho solar de Loyola, contra todas las personas del mundo, del
rrey nuestro señor en fuera, e de guardar vuestras treguas e del dicho solar, e
de non yr contra ellas en manera alguna, antes de las tener e guardar por la
vya y manera que vos, el dicho Lope García, e el dicho vuestro solar de Loyola
otorgardes e pusyerdes, e de non aver paz nin tregua con aquel o aquellos que
vos, el dicho Lope García, e vuestros herederos e el dicho solar de Loyola ovier-
des o fizierdes guerra, e seguir vuestra opinión e manera, como de vuestras
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treguas, bien e leal e verdaderamente, con todos mis parientes e fazienda e


cuerpo e consejo e ayuda e armas e fabor que he e aver pudiera, syn arte nin
engaño nin cabtela alguna.40

En tercer lugar, entrar en treguas implicaba también un compromiso polí-


tico con las decisiones que adoptaba el pariente mayor de turno y la defensa
de sus intereses en el ámbito que fuera necesario. No contamos con muchos

cian por la inexistencia de la prestación de homenaje. Véanse las acotaciones de J. A. FERNÁNDEZ de


LARREA, «Las guerras privadas: el ejemplo de los bandos oñacino y gamboíno en el País Vasco», Clio &
Crimen, n.º 6 (2009), pp. 95 y ss. También en J. R. DÍAZ de DURANA y J. A. FERNÁNDEZ de LARREA, «Las
relaciones contractuales de la nobleza y las élites urbanas en el País Vasco al final de la Edad Media
(C. 1300-1500)», en El contrato político en la Corona de Castilla: cultura y sociedad políticas entre los
siglos X y XVI, F. FORONDA y A. I. CARRASCO (eds.), Madrid, Dykinson, 2008, pp. 283-321.
39. Así lo reconocía en su declaración, en 1512, Íñigo Pérez de Lazárraga, abad del monasterio de
San Miguel de Oñate: el Conde, sólo en una ocasión les había llamado vassallos e subitos e sobre ello
oyo deçir que fiçieran sentimiento los escuderos fixosdalgo del dicho conçejo de la villa de Oñate e
reclamaron (…) al dicho don Ynnigo (…). Pero siempre oyo deçir que el dicho don Ynnigo de Gue-
vara llamase a los dichos escuderos hijosdalgo de la dicha villa de Oñate parientes e naturales de sus
treguas (…). I. ZUMALDE, Colección Documental del Archivo Municipal de Oñati (1149-1520). Fuentes
Documentales Medievales del País Vasco, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1994, pp. 307-308.
40. C. DÁLMASES, Fontes documentales de Sancto Ignatio de Loyola en Monumenta Historica Socie-
tatis Iesu, tomo CXV, Roma 1977, pp. 97 y ss.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 59

ejemplos que iluminen este compromiso político de los atreguados y todos


ellos se concentran en el área vasca del territorio objeto de estudio. En todo
caso, las menciones recogidas en los textos permiten suponer que la tregua
formaba el armazón que soportaba la estructura de las relaciones internobi-
liarias en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. El sistema se estructuraba verticalmen-
te y los vasallos de los parientes mayores tenían a su vez sus propios atre-
guados en su extensa red clientelar y de parentesco. Adviértase que estas
redes clientelares incluían no sólo a linajes rurales. También se incorporan
a las treguas sectores no nobiliarios: los labradores vizcaínos participaron en
las treguas de los parientes mayores y así lo denunciaban, al considerarlo
una práctica ilegal, los hidalgos vizcaínos en el Fuero Viejo de Vizcaya de
145241, o los del valle de Ayala en el Aumento del Fuero de Ayala de 1469.42
Ahora bien, ¿se extendieron estas alianzas al ámbito urbano? La acordada
en Azpeitia en 1435 incluia a un linaje urbano, los Emparan, e incorporó un
acuerdo entre ambos contra otro linaje asentado en el interior de la villa: los
Anchieta. No hay una declaración expresa de los motivos pero se trata de los
adversarios políticos de los firmantes en la villa:

(…) Otrosy, por quanto muchas vezes por esperiencia ha acaescido que cabsa e
ocasyón de la devisyón e discordia de entre los dichos solares ha seydo la casa de
Anchieta, los que a ella se atienen, queriendo trabajar porque entre nosotros non
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aya concordia, e en especial al presente Lope de Anchieta e Martín Gonçales, su


hermano, e Martín Martines de Anchieta, su tyo, están dybisos de los dichos sola-
res de Loyola e Enparan e ponen divisyón quanto pueden; por ende otorgamos
los dichos Lope García e Martín Peres, por nos e nuestros herederos e por nuestros
solares y parientes que ninguno nin alguno de nos nin ellos non podamos tomar
nin tomemos a los dichos Lope de Anchieta e Martín Gonçales e Martín Martines
nin alguno dellos en nuestras treguas nin en otro cargo para los ayudar nin
defender nin les fazer otro parentesco alguno de ayuda o defendimiento (…).43

Pero los Emparan no fueron los únicos vecinos de Azpeitia que entraron
en treguas con los Loyola. Unos años más tarde, en 1441, otros cuatro vecinos
de menor relevancia entraron en treguas con el señor de Loyola44 para fazer

41. C. HIDALGO de CISNEROS, E. LARGACHA, A. LORENTE, A. MARTÍNEZ de la HIDALGA, Fuentes Jurídicas


Medievales del Señorío de Vizcaya. Cuadernos Legales, Capítulos de la Hermandad, y Fuero Viejo
(1342-1506). Fuentes documentales medievales del País Vasco, San Sebastián, Eusko Ikaskintza, 1986,
p. 179.
42. L. M. URIARTE LEBARIO, El Fuero de Ayala, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1974, p. 146
43. C. DÁLMASES, Fontes documentales de Sancto Ignatio de Loyola…, p. 99.
44. (…) entraron en las treguas de la casa e solar de Loyola e se obligaron con todos sus bienes de
fazer guerra e paz con los señor o señores de Loyola e de nunca de las dichas treguas salir (…). Lo
publica I. GURRUCHAGA, «Notas sobre los Parientes Mayores. Treguas y composiciones de la Casa de
Loyola. Documentos», Revista internacional de Estudios Vascos, 35 (1934), pp. 481-498. Publica también

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60 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

guerra e paz con los señores de Loyola. El contrato de tregua admitía también,
además de las alianzas militares, la prestación de otros servicios no detallados
que, en el contexto de referencia, no cabe imaginar sino con derivaciones en
el plano político en la propia villa en el marco de las redes clientelares del
pariente mayor de turno. La información sobre la penetración de estas alian-
zas urbanas es especialmente relevante en el caso de la villa de Bilbao duran-
te el siglo XV. La documentación bilbaína nos permite comprobar hasta qué
punto se habían extendido en el ámbito urbano este tipo alianzas:

(…) los sobre dichos linajes e bandos de la dicha villa especialmente los del li-
naje de Leguiçamon tenian e tienen su liança e ayuntamento con Gomes de
Butron e con los de sus treguas, e con Ochoa de Salazar e con los de sus tre-
guas, e con los de las treguas del solar de Salcedo, e con los Ospines; e otrosí, los
sobre dichos de Çurbaran e de Arbolancha e Basurto e Martín Sánchez de Ba-
rraondo e Martín e Diego de Anunçibai, vecinos de la dicha villa, tenian e
tienen sus liancas e confedereçiones con Johan de Bendaño e Furtun Garcia
de Artiaga e con los de sus treguas, e con Lope de Iñigo Sánchez de Nuncibay e
con los de sus treguas e con los Marroquines e de sus treguas (…).45

Y también, conocer de primera mano la actuación de los atreguados en el


interior de la villa y sus secuelas:
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Otrosí por quanto entre los dichos bandos e linajes de la dicha Villa ay muchos
omes de sus treguas mancebos y llebantados e suelen bolber escandalos e fazer
algunos daños e males quier q a los parientes mayores de cuyas treguas son
parece mal lo sobre dicho y no se atreben a castigar los tales lomes que cometen
los tales delitos por que an rrecelo que se pasaran y forman en las treguas y
bandos de los otros linajes sus contrarios e que se saliran los tales de sus tre-
guas.46

Las consecuencias en el plano político de la pertenencia a las treguas son


evidentes: quienes eran capaces de mantener más atreguados, desplegaban

algunos ejemplos: E yo el dho Ynego Sanches de Goyaz el moco escrivano por la presente fago fe que
por el dho mandamiento del dho alcallde escudriñando en los registros de Martin Sanches escrivano
que fue escripta de la propia mano de Martin Sanches segund que por ellos paresce falle que Martin de
Lorriaga e Martin fijo de Arreto e Ochoa Peres de Eyzaguirre vezinos de la dha villa el año del señor
de mill e quatrocientos e quarenta años entraron en las treguas de Johan Peres de Loyola e del dho
solar de Loyola para syenpre jamas e se obligaron con todos sus bienes de nunca dellas sallir e sy sa-
llieren el dia que sallieren fasta los ocho dias primeros seguientes de dar e pagar al dicho Juan Peres
e su boz cada cient doblas del cuño del dicho señor rey (p. 498)
45. E. J. LABAYRU, Historia General del Señorío de Bizcaya, Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca,
1968, III, p. 605.
46. E. J. LABAYRU, Historia General del Señorío de Bizcaya…, p. 605.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 61

una mayor influencia sobre la comunidad que trasladaban a la configuración


y a la toma de decisiones de los gobiernos urbanos.
Sobre la generalización de estas alianzas y las amenazas para la indepen-
dencia de las élites urbanas, nos hablan también las prohibiciones del ave-
cindamiento de atreguados en las villas.47 De mediados del siglo XV son las
primeras prohibiciones a los vecinos de la pertenencia a las treguas de los
parientes mayores,48 que más adelante se extenderán como requisito para
acceder a las alcaldías de las Hermandades de Guipúzcoa,49 Vizcaya50 o Ála-
va51 y registrará la crónica de Lope García de Salazar.52
Los grandes linajes mantenían sus torres fuera de las villas y desde ellas
desplegaban sus tentáculos en el interior utilizando sus redes clientelares

47. Especialmente visible en los avecindamientos colectivos que se producen algunas villas gui-
puzcoanas. En Segura, por ejemplo, con motivo de una sentencia dictada entre 1390 y 1405, en la que
se determinaba que los vecinos de Villarreal de Urréchua, Zumárraga y Ezquioga eran vecinos de la
villa, se detallan las condiciones de su incorporación y entre ellas las que afectan a un nuevo vecino,
Juan López de Yarza, pariente mayor del solar de Yarza, en Beasain, al que se permite que pueda
tener en sus treguas hasta diez hombres syn entrar por veçinos de Segura (…) e sy qusiesen entrar,
que entren por vesinos e que dende en adelante non sean en las dichas treguas. Los vecinos de Segu-
ra consiguen de ese modo neutralizar la influencia del pariente mayor de Yarza en la toma de deci-
siones dentro de la villa. La justicia de la villa no lo perseguirá por mal que algunos del conçejo ayan
contra el, salvo si el dicho Juan Lopes o los de su tregua fisiesen caso por qué. La sentencia, sin embar-
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go, permite al pariente mayor, si mançevos sueltos moradores en Çumarraga o en Ezquioga quisieren
entrar en sus treguas del dicho Juan Lopes que lo puedan fazer. L. M. DÍEZ de SALAZAR, Colección Di-
plomática del Concejo de Segura, II, doc. 106.
48. L. M. DÍEZ de SALAZAR, Colección Diplomática del Concejo de Segura, II, doc. 190.
49. E. BARRENA, Ordenanzas de la Hermandad de Guipúzcoa: Documentos (1375-1463), San Sebas-
tián, 1982, Ordenanzas de 1463: (…) que sea bueno e abonado e raygado en çinquenta mill mrs. a lo
menos e non de tregua nin aderente nin allegado nin afeçionado a personas poderosas nin a parien-
tes mayores.
50. Yten en esta Hermandad seran siete alcaldes porque se libren los maleficios contenidos en los
capitulos de esta Hermandad (…) e estos alcaldes que sean cadanneros e sean homes buenos e llanos
e abonados e non de tregua, C. HIDALGO de CISNEROS, E. LARGACHA, A. LORENTE, A. MARTÍNEZ de la HI-
DALGA, Fuentes Jurídicas Medievales del Señorío de Vizcaya, p. 64.
51. En el caso alavés, las Ordenanzas de 1463 no mencionan directamente la pertenencia a las
treguas: E que sean elegidos e puestos por alcaldes comisarios hombres buenos e de buenas famas e
idóneos e pertenesçientes e hombres honrados e ricos e abonados cada uno de ellos en quantía de
cincuenta mill maravedís e hombres de autoridad e de buen deseo e que non sean nin ayan seydo
malhechores nin sean aficionados ni parciales a caballeros e parientes mayores. G. MARTÍNEZ DÍEZ,
Álava Medieval, II, Vitoria, 1974, p. 273.
52. En el año del señor de mil CCCCLVII años se levantaron las Ermandades de la provinçia de
Guipúzcoa contra todos los parientes mayores, no acatando a Onas ni a Ganboa porque fazían e
consentían muchos robos e malifiçios en la tierra e en los caminos e en todos logares; e feziéronles
pagar todos los malefiçios e derribáronles todas las casas fuertes (…) E quitáronles todos los parientes
de las treguas de los solares, que no les quedó uno sólo, e feziéronse todos comunidades; e echaron
desterrados a los dichos parientes mayores por çierto tienpo de la provinçia toda e han vivido fasta
aquí en justiçia. Este texto pertenece a la Edición Crítica del Libro de las buenas andanzas e fortunas
de Lope García de Salazar [libro 22] que publicará en breve C. VILLACORTA en el Servicio Editorial de
la Universidad del País Vasco.

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62 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

tejidas con instrumentos como la tregua. Pero disponían, además, de otros


para influir en la vida política de los centros urbanos cantábricos. Considera-
mos de particular interés especialmente dos: el patronato sobre las iglesias
de las villas y el ejercicio de ciertos oficios públicos como los de preboste o
merino. En ninguno de los casos tenían una influencia directa sobre la elec-
ción de los oficiales o el gobierno de las villas pero como patronos o como
prebostes o merinos eran una referencia permanente para la comunidad y
para las élites que participaban en el gobierno de las villas: los derechos de
patronato o el desempeño de oficios públicos por delegación real eran la
expresión del poder que habían alcanzado gracias a la mercedes recibidas y
fuente permanente de nuevo poder. De algún modo, especialmente cuando
la condición de patrón y preboste o merino coincidían en el pariente mayor
de turno, el poder de los distintos linajes en cada una de las villas se asenta-
ba y perpetuaba hasta el punto de permitir al pariente mayor titularse señor.
El preboste, como representante del rey en las villas guipuzcoanas y viz-
caínas, percibía los derechos derivados de las sentencias de los alcaldes, las
rentas de molinos y montes, así como derechos derivados de la circulación
de mercancías53 y mantenía, en consecuencia, una gran ascendencia sobre la
comunidad. Su actuación es bien conocida en el caso vasco: los Leguizamón
eran prebostes en Bilbao, los Salazar en Portugalete, los Butrón en Plencia,
los Arteaga en Bermeo, Los Múgica en Durango, los Mans-Engómez en San
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Sebastián, los Iraeta en Cestona, etc. Se trataba, por tanto, de los miembros
más significados de los distintos linajes que, de uno u otro modo, controla-
ban la vida política de sus respectivas villas. Como ha señalado Soledad Tena
en referencia a los Mans-Engómez de San Sebastián, el oficio de preboste era
«una plataforma de control político envidiable» para la oligarquía donostia-
rra54. El oficio de la prebostad les permitía, además, asentar e incrementar su
dominio en las distintas villas.
En Asturias no hay prebostes en las villas. Sus funciones son asumidas
por los Adelantados y Merinos Mayores que no actúan en una única villa
sino en un amplio territorio. Es bien conocido el ejercicio de la merindad
sobre la ciudad de Oviedo por Diego Fernández de Quiñones, Merino Mayor
de Asturias que Juan II le había entregado en 141355 que los vecinos de Ovie-
do consiguieron revocar en 1428.56 Más tarde, en 1462, se acordaron unas ca-

53. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR, B. ARIZAGA, M.ª L. RIOS, I. del VAL, Vizcaya en la Edad Media…, IV,
p. 118.
54. M.ª S. TENA, «Los Mans-Engómez: el linaje dirigente de la villa de San Sebastián durante la
Edad Media», Hispania. Revista Española de Historia, LIII/3, n.º 185 (1993), p. 991.
55. MARQUÉS de ALCEDO, Los merinos mayores de Asturias y su descendencia, Madrid, Sociedad
Española de Artes Gráficas, 1918-1925, p. 61.
56. C. MIGUEL VIGIL, Colección Histórico diplomática del Ayuntamiento de Oviedo, Oviedo Im-
prenta de Pardo, 1889, p. 274: Por la qual fallo segunt lo dicho e alegado et prouado en el dicho pleito

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 63

pitulaciones en torno al ejercicio del oficio entre el merino mayor, el concejo


de Oviedo y los procuradores de la Junta General del Principado.57 En Can-
tabria disponemos de otro ejemplo de gran interés pues, por un lado, asocia
cronológicamente la fortaleza del linaje de los Villota en la villa de Laredo
con el ejercicio del oficio de la merindad y, por otro, evidencia de nuevo la
relación entre linajes rurales y urbanos, en este caso, la vinculación entre los
Velasco y los Villota, cuya procedencia está constatada en el lugar de Villota,
en las Montañas de Burgos:

Por hazer bien e merced a vos Martín de Villota fijo de Martín Sanches de
Villota, vecino de la dicha villa de Laredo por algunos buenos servicios que
vos me avedes fecho e fazedes de cada dia e en alguna enmienda e remune-
ración dellos, porque D. Pero Ferrandes mi condestable de Castilla me lo
suplico e pidio por merced tengo por bien e es mi merced que agora e de aquí
adelante para en toda vuestra vida seades mi merino de la dicha villa de
Laredo e su vecindad e juresdiçion e mi alcalde de las mis rentas e alcabalas
della en logar e por vacación del dicho Martín Sanches de Villota vuestro
padre merino e alcalde que fasta aquí hera de la dicha villa por quanto es
finado (…).58

al dicho Diego Ferrandes de Quiñones devia mantener et guardar á la dicha cibdat de Oviedo et a los
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vesjnos et moradores della et de su termino et jurdicion todos sus buenos usos et costunbres et fueros et
libertades que han segunt et por la forma que ge les guardaron los otros merinos que fueron de la di-
cha çibdat sus anteçefores et que deuia poner en la dicha çibdat (…) onbre bueno por merino que vse
del dicho ofiçio de merindat que sea vesino de la dicha cibdat de Ouiedo et ombre llano et abonado á
loamiento del dicho concejo segunt quel dicho conçejo de la dicha çibdat lo tiene por fuero et vso et
costunbre (…) J. I. RUIZ de la PEÑA, Las «polas asturianas…, pp. 274-275; J. I. RUIZ de la PEÑA, «El me-
rino de la ciudad de Oviedo a mediados del siglo XV», Anuario de Historia del Derecho Español, 39
(1969), pp. 563-575. M.ª J. SANZ, J. A. ÁLVAREZ, M. CALLEJA, Colección Diplomática del concejo de Avi-
lés…, doc. 178, p. 457. En San Vicente de la Barquera sí hay referencias al preboste: J. A. SOLÓRZANO,
R. VÁZQUEZ, B. ARÍZAGA, San Vicente de la Barquera en la Edad Media: una villa en conflicto. Archivo
de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. Documentación medieval (1241-1500), Santander,
2004, doc. 25 (1491), p. 162.
57. MARQUÉS de ALCEDO, Los merinos mayores de Asturias…, doc. 90, pp. 122 y ss.
58. Archivo Histórico Provincial de Santander, Laredo, leg. 59-14 (1477). En realidad, en las Mon-
tañas de Burgos hay dos lugares que reciben el nombre de Villota: uno en el valle de Losa y otro
en las inmediaciones de Medina de Pomar, ambas bajo la tutela señorial de los Velasco. Lope Gar-
cía de Salazar dice de los Villota: «El linaje de Villota son linaje antiguo, que poblaron en aquella
Villa, que salieron de Villota, que es fuera sobre aquella Villa, e moltiplicaron en ella…», L. GARCÍA
de SALAZAR, Libro de las Bienandanzas e fortunas, tomo IV, A. RODRÍGUEZ HERRERO (editor), Bilbao,
1984, p. 142. Los Velasco contaban con grandes intereses en la villa, donde mantenían una torre
entre la rua de Santa María, la calle del Rey (E. ÁLVAREZ, E. BLANCO y J. A. GARCÍA de CORTÁZAR, Do-
cumentación medieval de la Casa de Velasco referente a Cantabria en el Archivo Histórico Nacio-
nal, Sección Nobleza, Santander, Fundación Marcelino Botín, 1999, 2 vols., doc. n.º 35 1401) y el
puerto chico (Ibidem, docs. 274 (1525) y 277 (1526) desde los primeros años del siglo XV; rentas en las
alcabalas y tercias de la villa. (Ibidem, doc. 237 (1471) y 246 (1493) así como otros bienes —ferre-
rías— (Ibidem, doc. 16 (1379) en sus inmediaciones y en las merindades de Castilla Vieja. (Ibidem,
doc. 250 (s.f., siglo XV).

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64 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

Finalmente, entre los expedientes utilizados por los linajudos para acce-
der al control de las villas cantábricas no debe descartarse el temor de los
vecinos, el miedo que generan las amenazas de los atreguados o de los apa-
niguados de los parientes, el terror que produce el uso de la violencia pro-
tagonizada por los acotados de la justicia que se refugian en las torres de los
parientes. Algunos ejemplos ilustran hasta qué punto los vecinos de las vi-
llas eran conscientes del poder de los cabeza de linaje. En Cestona, uno de
los testigos en el pleito que enfrentaba a los vecinos de la villa con el pa-
riente mayor de los Iraeta, preboste de la villa y patrón de su iglesia, se ex-
presaba de este contundente modo: (…) non queria aver question con la
casa de Yraeta e que con lo poco que tenia se queria pasar, que el gran can
solia dar gran ladrido (…).59 Vencer al miedo, defenderse de las amenazas o
hacer frente a la violencia eran también las claves sobre las que se apoyó el
avance de la justicia pública y la victoria de las gentes de las villas frente a
los abusos nobiliarios.

3. LAS CONSECUENCIAS SOBRE LOS GOBIERNOS URBANOS DE LA INTERVENCIÓN DE LA


NOBLEZA

Entre la villa de Cangas, en el Occidente asturiano, y la de Santa Cruz de


Campezo, en la Montaña alavesa, todas y cada una de las villas que los seño-
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res incorporaron a sus señoríos jurisdiccionales a partir de la llegada de los


Trastámara, fueron entregadas por los distintos monarcas con

el mero mixto imperio e con el Señorio Real e con la justiçia çevil e criminal E
otro sí para que pueda poner e ponga por sí en los dichos lagares e en cada uno
de ellos alcalde ó alcaldes e otros oficiales quales el quisiese e entendiese que
cumplen.60

En cada caso se ordenó a los oficiales concejiles que gobernaban y admi-


nistraban justicia en las distintas villas que recibieran a sus nuevos señores:

(…) mando al conçejo, juezes, alcaldes, merinos y otras justicias qualesquiera


de la dicha villa de Llanes y su tierra y a cualquiera o qualesquiera de ellos que
vos ayan y resçiban por Señor de la dicha villa y su tierra y vos obedezcan y

59. J. R. DÍAZ de DURANA, «Patronatos, patronos, clérigos y parroquianos. Los derechos de patro-
nazgo sobre monasterios e iglesias como fuente de renta e instrumento de control y dominación de
los Parientes Mayores guipuzcoanos (siglos XIV a XVI)», Hispania Sacra, 50 (1998), pp. 467-508. A. Real
Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Zarandona y Walls, Olvidados, C 88/6 (1486).
60. ACL, Pergaminos, n.º 13 (1379) Juan I confirma un privilegio de Enrique II, dado el 15 de oc-
tubre de 1369, por el que se concedían a Pedro Suárez de Quiñones y a Arias Pérez, su hermano, las
villas de Cangas, Tineo y Allende.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 65

acaten con aquella obediencia y reverencia que deven como a Señor de ellos y
vos recudan y fagan recudir bien y cumplidamente con todos los pechos y de-
rechos y rentas que vos pertenecieren y pertenecer deben como a Señor de la
dicha villa y su tierra y vos resciban a la posesion de ella y usen con vos y con
los que vos pusieredes en la justicia civil y criminal de la dicha villa y vos recu-
dan y fagan recudir con todos los salarios dichos que por razon de la dicha
justicia debedes aver.61

Y a los señores se les otorgó la facultad de nombrar los oficiales nece-


sarios para la administración de justicia y el funcionamiento del concejo62 o
se concertó con los vecinos su nombramiento, como sucedió en Frías en
1450:63

Otrosy que los alcaldes e escribano e merino sean cadaneros e vecinos de la


dicha mi ciudad de Frias con que sean aquellos que yo nombrare.

La intervención de los señores en el control de los gobiernos urbanos fue


tan inmediata como fueron capaces de anular la resistencia de los vecinos a
aceptar el señorío. Desde ese momento, nombraron a los alcaldes, impusie-
ron merinos y asumieron directamente o, a través de lugartenientes, las ape-
laciones. La oposición de los vecinos al señorío creció durante la segunda
mitad del siglo XV. Pese a su resistencia no lograron librarse de la tutela se-
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ñorial salvo que se tratara de usurpaciones.64 En algunas ocasiones, los veci-


nos consiguieron elegir a sus oficiales,65 en otras, los señores, previa elección
por los vecinos, seguían confirmando a los alcaldes, aunque renunciaban a

61. ACL, Documentos, doc. 133 (1440). MARQUÉS de ALCEDO, Los merinos mayores de Asturias…,
doc. 157, pp. 171.
62. Archivo Municipal de Villareal de Álava, leg. 2 n.º 2 (1371) (…) e demás damos vos poder para
que pongades en el dicho logar alcalde e merino e escribanos e otros ofiçiales cualesquier que vos
quisieredes e bieredes que cumplen para el dicho logar e para su termino (…).
63. R. SÁNCHEZ DOMINGO, El aforamiento de enclaves castellanos al Fuero de Vizcaya…, doc. IV,
p. 313.
64. Hemos comprobado que, pese a la resistencia de los vecinos de Villarreal de Álava, de Sal-
vatierra, de Santa Cruz de Campezo, de Antoñana, de Contrasta, de Salinas de Añana, de Arceniega
o de Labastida, y a las demandas judiciales que interpusieron ante la Chancillería de Valladolid, no
lograron despojarse del señorío: Fallaron e declararon la dicha jurediçion ser del dicho Pedro de
Avendanno e el poder poner alcaldes e jueces quales el quisiere e por bien toviese con tanto que fuesen
ombres llanos e abonados quier fuesen pecheros o letrados (…) A. M. de Villareal de Álava, leg. 2,
n.º 11 (1487).
65. Así sucedió en Santa Cruz de Campezo, cuando los vecinos recurrieron las primeras senten-
cias desfavorables, logrando desde entonces «(…) elegir e criar en cada un anno alcaldes e regidores
e merino e los otros ofiçiales para la gobernaçion de la dicha villa (…) e para que husen de la dicha
jurediçion çevil e criminal en los dichos lugares e en sus terminos en primera ynstancia». A. M. de
Santa Cruz de Campezo, leg. 3 n.º 51 (1522). En otros casos, como en Oñate, el señor renuncia

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66 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

la primera instancia y seguían conservando las apelaciones.66 Finalmente, los


señores, apremiados por necesidades de dinero vendieron los oficios al con-
cejo.67
En otras villas de señorío, los señores permitieron inicialmente la elección
de los oficiales del concejo por los vecinos reunidos en asamblea, lo cual no
significa que no hubiera cierta tutela señorial, pero la injerencia posterior es
considerada por los vecinos como una violación de los usos y costumbres
establecidos en el fuero. Éste es el caso de la puebla de Escalante, en Can-
tabria. Cuando murió Diego Gutiérrez de Ceballos en 1364, el señorío acabó
en manos de Mencía de Ayala y Beltrán de Guevara, señores de Oñate, que
lo cedieron a su segundo hijo, también llamado Beltrán, heredero de los bie-
nes maternos.68 A partir de ese momento, de acuerdo con el relato realizado
por los vecinos en 1441, los nuevos señores endurecieron considerablemente
su dominio:

(…) no guardaron el tenor e forma de las condiciones de la carta de la po-


blaçion de quando este dicho logar e puebla fue poblado en vida de Diego
Gutierres de Çeballos; (…) [e] el dicho señor don Beltran, vuestro padre, nos
tomo el alcaldia de este dicho logar de Escalante seyendo nuestra e abiendo el
dicho conçejo uso e costumbre de poner alcalde ordinario en cada anno (…).69
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Los vecinos se quejaban ante Ladrón de Guevara, hijo de Beltrán, que


negó que su padre los agraviara e los tomara la dicha alcaldía e usara della
contra su voluntad. Argumentaba Ladrón, bien al contrario, que los vecinos
le habían traspasado la alcaldía a D. Beltrán tal como constaba en distintos
documentos del concejo e por ende que entendia que no era agravio antes
que tenia de derecho e que entendia de usar della segund el derecho del dicho
su padre usara. Pese a todo, Ladrón de Guevara se mostraba dispuesto a

66. M.ª R. AYERBE, Historia del Condado de Oñate y señorío de los Guevara (siglos XI-XVI), Aporta-
ción al estudio del régimen señorial de Castilla, II, San Sebastián, Diputación Foral de Guipúzcoa,
1985, doc. 58 (1484), pp. 245-246 —renuncian a la primera instancia y mantiene las apelaciones— y
doc. 61 pp. 255-257 —nombran alcalde ordinario de Oñate.
67. J. R. DÍAZ de DURANA, La otra nobleza. Escuderos e hidalgos sin nombre y sin historia. Hidal-
gos e hidalguía universal en el País Vasco al final de la Edad Media (1250-1525), Servicio Editorial de la
Universidad del País Vasco, Bilbao, 2004, p. 235. Se trata de Contrasta, donde los vecinos, en 1454,
llegaron a un acuerdo con el señor de Lazcano, titular de la villa: debían pagar toda una serie de
tributos a cambio de los oficios.
68. Para seguir las vicisitudes del señorío de los Guevara sobre Escalante véase M.ª R. AYERBE,
Historia del Condado de Oñate y señorío de los Guevara (siglos XI-XVI), San Sebastián, Diputación
Foral de Guipúzcoa, 1985, pp. 140-157. También, R. PÉREZ BUSTAMANTE, «El condado de Tahalú y el se-
ñorío de la villa de Escalante: configuración de un dominio solariego en la Trasmiera medieval (1431-
1441)», Cuadernos de Trasmiera, I (1988), pp. 45-64.
69. Archivo Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Fenecidos, C
2606/1, folios 13-27.

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 67

ceder y respetar el buen uso e costumbre que dezian que avia avido en razon
de la dicha alcaldia en los tiempos pasados.
Todo parece indicar que, en el contexto de la llegada de un nuevo señor,
previo reconocimiento por los vecinos del señorío de éste sobre la puebla,70
se produjo un acuerdo que relajaba de algún modo el férreo control que los
Guevara habían mantenido sobre la villa durante las últimas décadas:

(…) e luego el dicho concejo, alcalde, e merino e regidor e omes buenos de la


dicha puebla e logar de Escalante que por quanto ellos en dicho dia avian
reçebido e reçibieran al dicho don Ladron por señor natural con buena volun-
tad e por desear a el por señor natural segund donde el viene e porque Dios le
acrecentase su vida con muy mayor estado e acrecentamiento de honrra que
les fisiese enmendar algunos agravios e sinrazones que por el dicho don Bel-
trán su padre e por la dicha donna Mençia su abuela que dios aya les fueron
fechos pasando las posturas condiciones de la carta de poblaçion del dicho lo-
gar e puebla de Escalante (…) e luego el dicho señor don Ladron dixo que le
mostrasen los agravios (…).

En lo esencial, por tanto, el acuerdo consistió en la oportunidad para la


concertación que cada año se dieron el señor y los regidores del lugar para
la elección del alcalde: antes del día de año nuevo, se encontrara o no el
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señor en la villa, ambas partes debían ponerse de acuerdo para el nombra-


miento. En caso de que no hubiera consenso, el señor lo nombraba o pro-
veía su nombramiento si no estaba presente en la puebla. Además, Ladrón
de Guevara y sus herederos se reservaron el derecho de juzgar en la prime-
ra instancias judicial.71 Pero no se trataba sólo del nombramiento de los

70. Archivo Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Fenecidos, C
2606/1, folios 13-27.
71. Archivo Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Fenecidos, C
2606/1, folios 13-27: «(…) pero que a el le plazia de guardar al dicho conçejo e omes buenos de la dicha
su puebla de Escalante el buen uso e costumbre que dezian que avia avido en razon de la dicha al-
caldia en los tiempos pasados en esta manera que se sigue: que el e sus sucesores e herederos que
fueren senores de la dicha puebla e logar de Escalante estandoi en la dicha puebla e logar de Escalan-
te el señor que ponga alcalde en cada un anno el dia de anno nuevo oviendo acuerdo con los regido-
res del logar e que si los regidores del logar non nconçertaren con el sennor en la esleçion de tal alcal-
de que lo ponga sennor tanto que sea del logar e pertenesçiente e si por aventura el dicho don Ladron
e los otros sennores que después del vernan acaesçiere en no estar en el dicho logar e puebla de Esca-
lante al tiempo que se oviere de fazer la dicha esleçion del dicho alcalde o no lo dexare esleydo antes
que parta de dicho logar para el anno avenidero que pueda proveer doquier que estuviere poor su
carta de la dicha alcaldia a ome del dicho logar e puebla de Escalante que sea pertenesçiente para el
dia de anno nuevo de cada un anno acepte el dicho oficio e si por aventura non proveyera por su
persona o por su carta algund vesino del dicho logar e puebla de Escalante de la dicha alcaldia fasta
el dicho dia de anno nuevo en cada un anno que el su merino de la dicha puebla e de los otros sen-
nores que después de el venieren e los regidores del dicho logar e puebla que fueren a la sazon puedan

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68 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

oficiales. Los señores dictaron Ordenanzas que regulaban hasta el más mí-
nimo detalle la actividad de los jueces, el procedimiento judicial en la pri-
mera instancia y en las apelaciones, los derechos de los alcaldes y escriba-
nos, la prelación de determinados asuntos —viudas, huérfanos y
pobres— en la audiencia señorial, la ejecución de las penas por los jurados
y merinos, etc.72
Pero ¿qué sucedía entre tanto en aquellas villas que no habían entra-
do en el señorío jurisdiccional? Conocemos con cierta precisión cómo,
desde el último cuarto del siglo XIV y hasta finales del siglo XV , el gobier-
no de las villas cantábricas estuvo en manos de linajes urbanos organiza-
dos en bandos. En Asturias, 73 en Cantabria 74 o en Guipúzcoa y Vizcaya, el
reparto del poder municipal entre los bandos-linaje que pugnaban por
el control del poder a escala municipal es una constante que caracteriza
el modo de gobierno de las villas cantábricas durante el período objeto
de estudio. En Avilés, 75 en Santander, 76 en Bilbao, 77 en Durango, 78 en Vito-

proveer e esleer alcalde en nombre del dicho sennor (…) e que el tal alcalde que sea vecino e morador
en la dicha puebla e que sea pertenesçiente e abonado e que el tal alcalde que asy esleyere en la ma-
nera que dicho es e que el tal alcalde o alcaldes que asy fueren puestos de aquí adelante que non lie-
ben mas derechos de los que son contenidos en el dicho ordenamiento del logar e puebla de Escalante
e que ome foraneo ninguno no sea alcalde nin pueda jusgar en la dicha puebla porque sy el sennor
quisyese jusgar por su persona que lo pueda fazer cada e quando que le pluguiere».
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72. Archivo Municipal de Medina de Pomar, Sig. 3. Ordenanzas de Medina de Pomar del Condes-
table Bernaldino Fernández de Velasco. J. GARCÍA SAINZ de BARANDA, Apuntes sobre la Ciudad de Me-
dina de Pomar, Burgos, 1917, pp. 487-499.
73. J. A. GONZÁLEZ, «Luchas de bandos en Asturias durante la época de los Reyes Católicos», Isabel
la Católica y su época. Actas del Congreso Internacional, 2004, L. RIBOT, J. VALDEÓN, E. MAZA (Coordi-
nadores), Valladolid: Instituto de Historia Simancas, 2007, pp. 519-544.
74. Remito a los trabajos de J. A. SOLÓRZANO, Santander en la Edad Media…, pp. 298-304; J. A.
SOLÓRZANO, «De los fueros a las ordenanzas electorales para el bien e pro común de la buena gover-
naçion de las Cuatro villas de la Costa de la mar en la Edad Media», Altamira, 62 (2003), pp. 216-222.
J. A. SOLÓRZANO, «Élites urbanas y construcción del poder concejil en las cuatro villas de la Costa de
la Mar (siglos XIII-XV)», en Ciudades y villas portuarias del Atlántico en la Edad Media, Logroño, IER,
2005, pp. 187-230.
75. M.ª J. SANZ, J. A. ÁLVAREZ y M. CALLEJA, Colección diplomática del concejo de Avilés en la Edad
Media (1155-1498)…, docs. 193 y 204: (…) de poco tiempo a esta parte se han fecho en la villa dos par-
cialidades en forma de vandos y estos se conforman en cada un anno para repartyr entre sy los dichos
oficios.
76. J. Á. SOLÓRZANO, Santander en la Edad Media…, pp. 310 y ss.
77. En la dicha villa (…) ay dos bandos e linajes e los sobredichos [Leguizamón] de la una parte
e los de Basurto e los de Çurbaran de la otra parte e dizen que en los tiempos pasados que se usó e
acostumbró que los oficios de alcaldias e de fieles (…) esen igualmente entre vosotros e ellos del linage
al linage porque en la dicha villa non oviese nin recesçiese mal nin danno nin alborotos, E. GARCÍA
FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media…, p. 248.
78. (…) en la dicha villa, en los tienpos pasados avian seýdo quatro vandos, conbenia a saber:
Urquiaga e Muncharas e Unda e Berris, los quales diz que solian elegir e criar los oficios de alcaldia
e regimiento e fieldad e escribanias e jurados, por vandos e parcialidades, dos alcaldes los dichos dos
vandos en un ano e otros dos de los otros dos vandos en otro ano, dos regidores e un escribano cada
un vando en su vez e un jurado cada un vando, C. HIDALGO de CISNEROS y otros (eds.). Colección

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LAS VILLAS CANTÁBRICAS BAJO EL YUGO DE LA NOBLEZA… 69

ria 79 o en Mondragón 80 los linajes urbanos se repartían los oficios despla-


zando a los miembros del común —políticamente articulados en cofra-
días de mareantes y pescadores en la costa o en cabildos artesanos en el
interior— o reduciendo su representación a la mínima expresión.
La intervención de la Corona fue decisiva para superar este modo de go-
bierno impuesto por los banderizos, sostenido gracias al compromiso militar
y político de los atreguados. Se inició en Vitoria en 1476 con una reforma que
se extendió más tarde a buena parte de las villas cantábricas hasta 1504.81 Las
ordenanzas en las que se registró, fueron el resultado de la convergencia de
intereses entre la monarquía y las élites locales que, en algunos casos, logra-
rán acceder a los oficios superando el sistema de reparto de los bandos y, en
otros, legitimar su monopolio sobre los oficios y perpetuarse en el gobierno
local. La reforma se apoyó sobre tres pilares: un órgano de gobierno restrin-
gido, el ayuntamiento, del que forman parte un número de oficiales con
poder ejecutivo más reducido que en la etapa anterior; un nuevo modo de
elección para acceder a los oficios, ajeno al sistema de reparto de los bande-
rizos: la insaculación fue piedra angular de la reforma; un nuevo oficio, los
diputados, que formarán parte del ayuntamiento restringido como represen-
tantes de los pecheros.
La reforma en el modo de elección de los oficios y la progresiva imposi-
ción de la autoridad real y de la justicia pública, ejecutada por oficiales fieles
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a la Corona y ajenos a los banderizos, colaboró de un modo decisivo a la

documental del Archivo Municipal de Durango, tomo II, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1989,
doc. n.º 67, p. 369. Cit. A. DACOSTA en «El concejo de Tavira y las luchas de bandos en el Durangue-
sado en la baja Edad Media. Notas para un caso singular», en B. BENGOETXEA (ed.): Durango. 800
años de Historia. 10 años de las Jornadas de Historia del Museo de Arte e Historia de Durango, Bil-
bao, 2010, p. 45.
79. J. R. DÍAZ de DURANA, «La lucha de bandos en Vitoria y sus repercusiones en el concejo. 1352-
1476», Actas del Congreso de Estudios Históricos Vitoria en la Edad Media, Vitoria, 1982, pp. 477-501:
(…) por ocasión e causa de los vandos Aiala e Calleja que de presente an seido e son en la dicha villa,
[porque] muy a menudo, entre los homes que quieren vivir en paz e sosyego, por vandear los unos a los
otros, se perece la justicia de nuestro sennor el rey (…).
80. J. Á. ACHÓN, «A voz de Concejo»…, pp. 163-196: (…) en la dicha villa hay dos bandos; el uno
que dicen de Bañez y el otro que dicen de Guraya; y que es de uso e costumbre, de gran tiempo acá,
de poner cada año seis fieles en la dicha villa; tres del un bando e los otros tres del otro bando; los
quales dichos fieles han de nombrar y escoger dos alcaldes, el uno del un bando e el otro del otro ban-
do. Otrosí que han de nombrar y escoger tres jurados, el uno del un bando e el otro del otro bando e
el otro del común.
81. J. R. DÍAZ de DURANA, «La Reforma municipal de los Reyes Católicos: el Capitulado vitoriano
de 1476 y su extensión por el noroeste de la Corona de Castilla». La formación de Álava, I, Vitoria,
1986, pp. 213-236. R. POLO MARTÍN, El régimen municipal de la Corona de Castilla durante el reinado
de los Reyes Católicos: organización, funcionamiento y ámbito de actuación, Madrid, Constitución y
Leyes, 1999; R. POLO MARTÍN, «Los Reyes Católicos y la insaculación en Castilla», Studia Historica, His-
toria Medieval, 17 (1999), pp. 137-197.

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70 JOSÉ RAMÓN DÍAZ DE DURANA Y JON ANDONI FERNÁNDEZ DE LARREA

pacificación del territorio.82 Entre tanto, y durante los siglos siguientes, en las
villas que habían caído bajo el yugo señorial, la intervención señorial en la
elección de los oficios y en las distintas instancias judiciales apenas sufrió
modificaciones relevantes.
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82. La evolución del sistema de gobierno en las villas cantábricas puede seguirse además en los
trabajos de M.ª R. PORRES MARIJUÁN, «Sociedad urbana y gobierno municipal en el País Vasco (si-
glos XV-XVIII): el ejemplo de Vitoria», en Élites du Sud (XIVe-XVIIIe siècles): Aquitaine, Languedoc, Ara-
gon, Navarre: statuts juridiques et pratiques sociales; C. DESPLAT (dir.), S.S.L.A. de Pau et du Béarn,
1994, pp. 137-176; M.ª R. PORRES MARIJUÁN, «Oligarquías y poder municipal en las villas vascas en tiem-
pos de los Austrias», Revista de Historia Moderna, 19 (2001), pp. 313-354; M.ª R. PORRES MARIJUÁN, «In-
saculación, régimen municipal urbano y control regio en la monarquía de los Austrias (representa-
ción efectiva y mitificación del método electivo en los territorios forales)», El poder en Europa y
América: mitos, tópicos y realidades; E. GARCÍA FERNÁNDEZ (coord.), Bilbao, Servicio Editorial Univer-
sidad País Vasco, 2001, pp. 169-234; M.ª R. PORRES MARIJUÁN, «Corona y poderes urbanos en la cornisa
cantábrica, siglos XVI y XVII», Minius, Historia, Arte e Xeografía, 19 (2011), pp. 103-135 o en los de M.ª
A. FAYA «Gobierno municipal y venta de oficios en la Asturias de los siglos XVI y XVII», Hispania, 213
(2003), pp. 75-136.

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Teoría y praxis política en el País Vasco a fines
de la Edad Media: los gobiernos urbanos
y los vecinos de la tierra*

ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ


Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea UPV/EHU
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INTRODUCCIÓN

Historiadores que investigan en el ámbito geográfico de la Corona de Cas-


tilla durante la Baja Edad Media se han preocupado de estudiar la participa-
ción política en los núcleos urbanos considerando «el común» como un co-
lectivo que aparece en las fuentes documentales oponiéndose de un modo
más o menos recurrente a los gobernantes de las ciudades. Desde este punto
de vista han comprendido dentro del «común» a aquellos sectores sociales
que no formando habitualmente parte de las oligarquías urbanas pretendie-
ron incidir en las decisiones políticas de los oficiales concejiles e incluso
pugnaron por conseguir acceder a algunos de los resortes de participación
en los gobiernos de las ciudades y villas.1 Otros medievalistas han preferido

* Se inscribe en el Proyecto de Investigación financiado por el M.º de Economía y Competitivi-


dad, «Poder, sociedad y fiscalidad en el entorno geográfico de la Cornisa Cantábrica en el tránsito del
Medievo a la Modernidad», HAR2011-27016-C02-01, con sede en la UPV/EHU. Y forma parte del P.
Coordinado HAR2011-27016-C02-00, con sede en la UPV/EHU junto con el P. de I. HAR2011-27016-C02-02
de la U. de Valladolid. Participa en la Red «Arca Comunis» y en la UFI 11/02 de la UPV/EHU.
1. Véase M.ª I. VAL VALDIVIESO, del «Oligarquía versus común (Consecuencias sociopolíticas del
triunfo del regimiento en las ciudades castellanas)». Medievalismo, año 4, n.º 4, Madrid (1994), pp. 41-
58; de la misma autora «Élites urbanas en la Castilla del siglo XV (Oligarquía y Común)», en FH. THEMU-

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72 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

acercarse a dicha temática centrando su estudio en la contraposición entre


los «grupos pecheros» y los «grupos exentos, hidalgos y privilegiados.2 A decir
verdad este último planteamiento no se aleja demasiado del anterior. No fal-
tan historiadores que usan indistintamente los vocablos «pechero» y «común».3
José Antonio Jara sostiene que los planteamientos historiográficos ante-
riormente bosquejados abocan a la explicación de las relaciones políticas
que se originaron entre ambos sectores sociales como si se produjeran
«interclases»,4 lo que en su opinión es una interpretación de la realidad histó-
rica acontecida en la Edad Media castellana poco operativa. Su propuesta,
que minimiza los conflictos y luchas sociales acaecidos en las ciudades me-
dievales entre dos grupos sociales de carácter antagónico, quiere ejercer de
contrapeso a la apuesta investigadora de los historiadores que tuvieron como
hilo conductor de sus publicaciones «el común» y «los pecheros». En el mismo
sentido este historiador propone revisar el significado conceptual otorgado al
«concejo cerrado», ajustar los planteamientos cerrados en torno a lo que se

DO BARATA (ed.), Élites e redes clientelares na Idade Media. Lisboa, 2001, pp. 71-89; M.ª ASENJO GONZÁ-
LEZ, «El pueblo urbano: el Común», Medievalismo, 13-14 (2004), pp. 181-194; MUÑOZ GÓMEZ, V., «La
participación política de las élites locales en el gobierno de las ciudades castellanas en la Baja Edad
Media. Bandos y conflictos de intereses (Paredes de Nava, final del s. XIV-inicio del s. XV», Anuario de
Estudios Medievales, 39/1 (2009), pp. 275-305; J. Á. SOLÓRZANO TELECHEA, «De “todos los más del pue-
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blo”» a la “república e comunidad”: el desarrollo y la consolidación de la identidad del común de


Laredo en los siglos XIX y XV», AMEA. Anales de Historia Medieval de la Europa Atlántica, Revista In-
ternacional de la Europa Atlántica en la Edad Media, número 1 (2006), pp. 61-107; del mismo autor
«Élites urbanas y construcción del poder concejil en las Cuatro Villas de la Costa de la Mar (siglos XIII-
XV)», pp. 187-230.
2. Escribía José María Monsalvo Antón sobre los pecheros: «se trata de un grupo social real, un
“estado social”, no de una abstracción o mera construcción de los historiadores. Hay una identidad
mínima: su condición de no-privilegiados, de contribuyentes. En ella se sustentaba una toma de con-
ciencia elemental (…) sobre su situación, percibida explícitamente de manera inmediata y segura-
mente concebida bajo esquemas de estratificación social». («La participación política de los pecheros
en los municipios castellanos de la Baja Edad Media. Aspectos organizativos», en Studia Histórica.
Historia Medieval, 7 (1989), pp. 37-94-p. 40); véase del mismo autor «La sociedad concejil de los si-
glos XIV y XV: caballeros y pecheros (en Salamanca y en Ciudad Rodrigo)», en J. L. MARTÍN (coord.)
Historia de Salamanca. Salamanca, 1997, vol. II, pp. 387-478; «Gobierno municipal, poderes urbanos
y toma de decisiones en los concejos castellanos bajomedievales (consideraciones a partir de conce-
jos salmantinos y abulenses)», en Las sociedades urbanas en la España Medieval: XXIX Semana de
Estudios Medievales, Estella 15 a 19 de julio de 2002, Pamplona, 2003, pp. 409-488; y «Ayuntados a Con-
cejo: acerca del componente comunitario en los poderes locales castellano-leoneses durante la Edad
Media», en F. SABATÉ I CURULL y J. FARRÉ (coords.) El poder a l’Edat Mitjana: Reunió científica, VIII Curs
d’Estiu Comtat d’Urgell (Balaguer, 9, 10, 11 de juliol de 2003). Lleida, 2004, pp. 209-292.
3. Véase S. TENA GARCÍA La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval: San Sebastián,
Rentería y Fuenterrabía (1200-1500), Edit. Instituto Doctor Camino, Donostia-San Sebastián, 1997,
pp. 160-161.
4. El autor que de forma más extrema asume estos conflictos como una lucha de clases es C.
ASTARITA, «Representación política de los tributarios y lucha de clases en los concejos medievales de
Castilla», en Studia Historica. Historia Medieval, 15 (1997), pp. 139-169, si bien no omite los conflictos
que se dieron dentro del colectivo «tributario» o del grupo del común.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 73

entiende por clases dominantes y clases dominadas, acercarse al estudio de


las relaciones políticas desde un punto de vista prosopográfico y contemplar
la posibilidad de que los conflictos sean protagonizados por «segmentos de
una misma clase, la dominante».5 Recientemente insiste en valorar los proce-
sos de consenso que se dieron entre el «común de pecheros», el «grupo urba-
no dirigente» y las «élites dirigentes» del común, que pudieron servir para
desnaturalizar el discurso pechero antioligárquico.6 Cuando menos parte de
estas argumentaciones tampoco han estado ausentes en las investigaciones
históricas que tienen como guía al «común» y a «los pecheros».
En verdad la casuística es muy variada. Sin duda se ha de tener sumo cui-
dado en identificar al «común» y a los «pecheros» como grupos totalmente
antagónicos a los de hidalgos y exentos en el conjunto de la Corona de Cas-
tilla.7 Conviene no magnificar las luchas sociales entre contrarios, pero tam-
bién es preciso evitar caer en el riesgo de hacer desaparecer o de anular la
existencia de los conflictos entre grupos sociales contrapuestos por el sólo
hecho de que entre sus dirigentes estén presentes familias de los grupos do-
minantes, muy próximas a ellos o bastante distantes de los sectores sociales
que lideran.
En realidad la historiografía no ha dejado de lado en sus investigaciones
a aquellos vecinos, residentes en las aldeas, anteiglesias y collaciones, ubica-
dos fuera del perímetro amurallado de los centros urbanos. A menudo se ha
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recurrido a integrar a estas gentes en los mismos parámetros explicativos del


«común» o de los «pecheros aldeanos o pecheros de los pueblos», grupo que
algunos historiadores han preferido diferenciar del de los «pecheros de la

5. J. A. JARA FUENTE, «Sobre el concejo cerrado. Asamblearismo y participación política en las ciu-
dades castellanas de la Baja Edad Media (conflictos inter o intra-clase)», en Studia Historica. Historia
Medieval, 17 (1999), pp. 113-136-pp. 113, 114, 125, 135 y 136.
6. J. A. JARA FUENTE, «Posiciones de clase y sistemas de poder: vinculaciones y contradicciones en
la construcción del “común de pecheros” en la Baja Edad Media», en J. I. de la IGLESIA DUARTE y J. L.
MARTÍN (edits.) Los espacios de poder en la España medieval: XII Semana de Estudios Medievales, Ná-
jera, del 30 de julio al 3 de agosto de 2001, Edit. Instituto de Estudios Riojanos, Logroño, 2002, pp. 511-
532-p. 531.
7. En 1494 en la villa de Hernani Juan López del Puerto ejercía como procurador de los escude-
ros, hidalgos «e comun de la dicha villa» en contra de los regidores y fieles, así como de la gente más
rica de la localidad por haber acordado que tan sólo quienes tuvieran haciendas por valor de 10.000
maravedís pudieran acceder a los oficios concejiles. En esta villa la mayoría de los vecinos pagaban
los impuestos municipales y también los hidalgos. En Mondragón entre fines de los siglos XIV y XV el
«común» se refiere al resto de los vecinos que carecían de capacidades de gobierno y se contrapone
a los bandos de los linajes Guraya y Báñez que se reparten los oficios concejiles hasta 1490, año en
que fueron suprimidas estas organizaciones políticas (J. Á. ACHÓN INSAUSTI, «A voz de Concejo». Linaje
y corporación urbana… etc., pp. 94, 167, 192 y 194). En San Sebastián por «comunidad» se entiende
asimismo a fines del XV al colectivo de vecinos que no dirige por esos años la villa (E. GARCÍA FERNÁN-
DEZ, «La Comunidad de San Sebastián a fines del siglo XV: un movimiento fiscalizador del poder con-
cejil», Espacio, Tiempo y Forma, Madrid (1993), pp. 545-572).

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74 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

ciudad».8 Precisamente en este capítulo me voy a fijar de manera particular


en los vecinos de la tierra de los núcleos urbanos. Se trata de analizar las lí-
neas generales de las relaciones de los gobernantes de las ciudades y villas
con las gentes moradoras de la Tierra en el espacio geográfico de la Comu-
nidad Autónoma del País Vasco (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya).
En relación con esta temática no siempre resulta del todo fructífera la me-
todología que tiene como referencia central «el común» y «los pecheros».9 A
este respecto en la documentación analizada se alude a la existencia de pe-
cheros en la Tierra (los labradores de las aldeas de Vitoria o los moradores
en los «valles» y aldeas de Mondragón), pero también hay hidalgos en las al-
deas vitorianas, así como en las universidades, anteiglesias y vecindades viz-
cainas y guipuzcoanas.10 Además tanto los vecinos de las villas como los de
las aldeas pechaban o pagaban impuestos (Mondragón, Vergara, Villafranca
de Ordizia, Vitoria, Laguardia, Bilbao, Lequeitio, etc.). Tampoco los estudios
de carácter prosopográfico son siempre la mejor solución para conocer los
entramados socioinstitucionales establecidos entre los núcleos urbanos y la
Tierra, debido a las carencias informativas de la propia documentación. Por
estos motivos en este capítulo se persigue también identificar los discursos
políticos que se dieron en el seno de las corporaciones urbanas, constituidas
jurídicamente como un cuerpo y una universitas,11 valorar el tipo de contras-
tes políticos y las formas de participación política que se dieron entre los
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núcleos urbanos y los pueblos de la Tierra.


En todo caso la supuesta búsqueda del «bien común» fue un objetivo de
ambos «colectivos», que está relacionado con la reivindicación de un «buen
gobierno» para toda la comunidad. El presunto no cumplimiento de esta
máxima podrá ser utilizado para justificar la resistencia a los acuerdos de los

8. J. M.ª MONSALVÓN ANTÓN, «La participación política de los pecheros en los municipios castella-
nos… pp. 45 y 47.
9. E. C. de SANTOS CANALEJO, «Piedrahita, su Comunidad de Villa y Tierra y los duques de Alba en
el siglo XV», En la España Medieval, V, Madrid (1986), pp. 1141-1174. Según esta autora la mayoría de la
población residente dentro del recinto amurallado fue exenta por don Fernando en 1441 de todo
pecho real, concejil y señorial «y martiniega», así como los pecheros de la villa sólo debían pagar la
mitad de las monedas solicitadas —p. 1155—, mientras que no sucedía lo mismo con los moradores
en las aldeas de la Tierra, que sin embargo consiguieron de su señor don Fernando en 1433 «que los
concejos de la Tierra entendieran en los pleitos de sus vecinos de hasta 60 maravedís y en causas cri-
minales hasta 120 maravedís, y que la Tierra estuviera representada con uno o dos procuradores por
concejo cuando se hicieran los repartimientos, disposición que el duque don Fadrique en 1494 repeti-
ría» (p. 1150). Pese a todo hubo lugares de la Tierra que tuvieron mayores privilegios fiscales y con-
tributivos que otros por concesión señorial, aunque la Tierra estaba sometida jurisdiccionalmente a
la villa.
10. Los habitantes del valle de Legazpia se denominaban «universidad e veçinos e moradores es-
cuderos e hijosdalgo».
11. P. MICHAUD-QUANTIN, «Universitas». Expression du mouvement communautaire dans le Moyen
Âge latin. París, 1970.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 75

gobiernos urbanos o viceversa para reprimir a quienes osan no cumplir las


decisiones de los gobernantes. Estas ideas, que emanaban de las fuentes aris-
totélicas, circulaban en los ambientes jurídicoadministrativos y políticos bajo-
medievales.12 De todas formas «bien común» y «buen gobierno» no están al
margen de la aplicación de la justicia, cuya comprensión tiene asimismo una
lectura desde los escritos de los Santos Padres de la Iglesia Católica. En la
Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino se puede leer en lo que con-
cierne a la diferenciación entre la justicia general y la justicia particular que
«no es igual la razón del bien común que la del bien particular, como tampo-
co es igual la razón del todo que la de la parte».13

1. DE LA ACEPTACIÓN A LA CONTESTACIÓN POLÍTICA DE LOS POBLADORES DE LA TIERRA

Los intereses de toda índole que los residentes en los centros urbanos
amurallados tuvieron en los términos de sus jurisdicción y con sus morado-
res afectaron a ámbitos muy diversos. Es sabido que las gentes más acomo-
dadas del núcleo urbano prestaron dinero a los aldeanos, se hicieron con
tierras, casas y caserías en las aldeas o tuvieron ganados a medias con ellos.
A su vez los aldeanos vendían sus productos agropecuarios en el mercado
centralizado en las ciudades y villas, algunos de sus hijos y parientes habían
decidido buscar una nueva forma de vida dentro del perímetro amurallado y
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además dependían jurisdiccionalmente de sus dirigentes. Eran «mundos» que


se necesitaban recíprocamente, pero cuya redistribución de deberes y dere-
chos generó periódicamente polémicas y enfrentamientos entre ambos «co-
lectivos».
Es objetivo de este trabajo de investigación examinar tan sólo distintos
ejemplos referentes a aquellas ciudades o villas que contaron con aldeas,
vecindades o anteiglesias en su jurisdicción territorial. No se van a analizar
en este caso las relaciones de carácter señorial-jurisdiccional establecidas je-
rárquicamente entre villas, pues tienen unas características especiales. Me
refiero en particular al señorío conformado por la ciudad de Vitoria con las
villas y aldeas de Monreal de Zuya, Elburgo, Alegría de Álava y Bernedo que
pasaron a su jurisdicción política a fines del siglo XV o a la anexión de la villa
guipuzcoana de Alegría a la villa de Tolosa en 1391. Hubo asimismo una juris-
dicción marítima, que afectó a numerosas poblaciones de la costa cantábrica.
Esta temática que enfrentó a poblaciones costeras con las Cuatro Villas de la

12. B. BAYONA AZNAR, El origen del Estado laico desde la Edad Media, Edit. Tecnos, Madrid, 2009,
p. 379.
13. SANTO TOMÁS DE AQUINO Suma de Teología III, parte II-II (a), Edit. Biblioteca de Autores Cris-
tianos, Madrid, 2002, p. 483.

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76 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

Costa en la Comunidad Autónoma de Cantabria14 no se abordará de forma


exhaustiva en el País Vasco, aunque sí se diseñarán unos primeros bosquejos
de la situación acontecida.
Desde luego el sector de la población que residía en la Tierra, en nume-
rosas ocasiones marginado de los gobiernos urbanos, no fue en modo algu-
no un grupo uniforme. Por el contrario es un «colectivo» donde, como se
aprecia en la documentación, son visibles entre ellos las diferencias econó-
micas y las diversas condiciones sociojurídicas (hidalgos y no hidalgos).
Como el denominado sector social del «común», residente dentro del períme-
tro amurallado, reivindicó unas políticas supuestamente basadas en la defen-
sa del «bien común», una idea general que pese a pretender abarcar al con-
junto de la población, escondía con frecuencia intereses particulares muy
concretos. El «bien común» es una cuestión clara en su enunciado, pero no
siempre fácil de dilucidar en la práctica política. Dicho de otra manera, lo
que entendían por «bien común» los residentes en las aldeas no coincidía con
lo que comprendían y practicaban los gobernantes de los núcleos urbanos
de quienes tenían una dependencia jurisdiccional.
De igual modo que el sector de la población calificado de «común» en al-
gunas villas, quienes habitan en la Tierra son un «colectivo humano» distin-
guido de las oligarquías locales de las ciudades o villas de las que dependían
sociojurídicamente. Fruto de las relaciones entre los concejos urbanos y los
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concejos de la tierra, se fueron fraguando unas determinadas formas de co-


municación política, aceptadas o impuestas, entre los gobernantes de las
ciudades-villas vascas y los gobernados de las aldeas, anteiglesias, vecinda-
des o universidades. En esta comunicación política entre gobernantes de los
núcleos urbanos y gobernados de la Tierra se utilizaron los cauces estableci-
dos en los fueros, ordenanzas y acuerdos municipales o por el contrario se
recurrió al enfrentamiento entre unos y otros, bien por vías exclusivamente
judiciales, bien por caminos más tortuosos donde hicieron su aparición las
protestas políticas expresadas igualmente a través de manifestaciones pacífi-
cas o de la violencia incontrolada.
Este «colectivo aldeano» o miembros del mismo cuestionaron bastantes de
las decisiones políticas de los gobiernos urbanos que abarcaron distintos
campos de la vida social, económica y política. En el plano económico los
mercados se celebraban en las villas y ciudades y las cargas fiscales se fija-
ban y distribuían básicamente por los gobiernos urbanos. Desde un punto de

14. Véase B. ARÍZAGA BOLUMBURU, «Conflictividad por la jurisdicción marítima y fluvial en el Can-
tábrico en la Edad Media», en Ciudades y villas portuarias del Atlántico en la Edad Media. Nájera,
Encuentros Enternacionales del Medievo, Nájera 27-30 de junio de 2004, Nájera, 2005, pp. 17-55 y de la
misma autora «La actividad comercial de los puertos vascos y cántabros medievales en el Atlántico»,
Historia. Instituciones y Documentos, n.º 35, Sevilla (2008), pp. 25-43.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 77

vista más estrictamente político los vecinos de aldeas y anteiglesias encontra-


ron muchas dificultades para acceder al desempeño de los oficios concejiles
del municipio. La mayoría de estas gentes residentes en las aldeas contaron
con impedimentos importantes para acceder a los oficios concejiles, bien de
carácter económico o social. No en vano se exigía formar parte de los secto-
res de la población más acomodados desde el punto de vista económico,
pues había que ser «abonados» para tener posibilidades de acceder a los car-
gos políticos concejiles. Asimismo era preciso estar bien posicionado en la
red de las relaciones sociofamiliares de las ciudades y villas. Estas circunstan-
cias afectaron asimismo a los vecinos residentes en el exterior de los recintos
amurallados de algunos núcleos urbanos.
Los vecinos residentes en el exterior de las murallas de los núcleos urba-
nos tuvieron grandes limitaciones para participar en la vida política, pero en
cualquier caso procuraron hacer frente desde sus posibilidades a aquellas
decisiones políticas de los gobiernos urbanos que en principio pudieran per-
judicarles. En este sentido es fundamental examinar el discurso político de
los habitantes de la tierra respecto a los gobernantes urbanos, el discurso de
estos últimos respecto de los primeros y la praxis política que llevaron a
cabo a fines de la Edad Media. Al mismo tiempo es preciso analizar los com-
portamientos diferenciados entre unas y otras zonas, los logros y los fracasos
de los opositores a los dirigentes de los núcleos urbanos.
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Los gobernantes urbanos, dentro de unos cauces normativos consentidos


por la administración regia, basados en sus fueros, ordenanzas y los privile-
gios reales ejercieron en los términos de su jurisdicción o hicieron todo lo
posible por ejercer la supremacía política y judicial. Desde su posición de
oficiales concejiles, los alcaldes, los regidores y los procuradores dirigieron
la vida política local e influyeron en la vida económica, social y religiosa de
los términos que conformaban su jurisdicción. Una parte no pequeña de las
ciudades y villas del País Vasco tuvieron en sus términos núcleos de pobla-
ción aldeanos. Estas localidades periurbanas podían formar parte de los tér-
minos de las villas y ciudades desde la concesión de su carta de fuero por
los reyes navarros o castellanos o por los señores de Vizcaya o bien por pri-
vilegios posteriores.
Hubo villas que mantuvieron la mayoría de las aldeas de su jurisdicción
durante la Edad Media, como acaeció en la villa alavesa de Laguardia.15 Hubo
igualmente villas cuyos términos originarios los fueron ampliando entre los
siglos XIII y XIV. Vitoria y Salvatierra en Álava fueron incorporando numerosas
aldeas, muchas de ellas adquiridas mediante compra, saliendo de este modo

15. Tan sólo se desgajaron de dicha villa las poblaciones que pasaron a integrarse en las nuevas
villas creadas (San Vicente de la Sonsierra en 1172, Labraza en 1196 y Viana en 1219) con parte de los
términos otorgados en la carta foral de 1164. Otras villas vascas vivieron procesos similares.

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78 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

de la jurisdicción de la extinguida Cofradía de Álava en 1332. En Guipúzcoa


bastantes villas fueron progresivamente absorbiendo los pueblos de sus alre-
dedores a solicitud de sus propios pobladores (Tolosa, Villafranca de Ordi-
zia, Mondragón y Segura) y fijando por escrito entre ambas partes las formas
y condiciones en que las primeras habían de ejercitar la jurisdicción. La con-
formación diversa de las jurisdicciones urbanas de las villas y ciudades vas-
cas obedeció a contextos políticos y a realidades históricas distintas.
El desarrollo del ejercicio del poder de los gobernantes locales exigió la
toma de decisiones que afectaba a los habitantes de los núcleos amuralla-
dos, de sus arrabales y de los núcleos aldeanos de su alrededor. Estas deci-
siones políticas incidieron en los más diversos campos temáticos: licencias
de obras y asuntos urbanísticos, las formas de gobierno, el sistema penal, el
cobro y el reparto de impuestos, la protección y el aprovechamiento del
medio natural, la realización de alardes militares, etc. Los acuerdos conceji-
les no fueron siempre del gusto de todos los vecinos y moradores de las
aldeas. Éstas son algunas de las cuestiones que voy a ir ponderando a través
del estudio de una serie de casos. Porque la complejidad de los entramados
institucionales y de las relaciones sociales generadas entre los núcleos urba-
nos y sus aldeas, collaciones o anteiglesias de las ciudades y villas vascas no
puede ni debe ocultarse bajo el paraguas simplista y excesivamente genera-
lizador de la existencia de una supremacía jurisdiccional de los primeros
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sobre los segundos.

2. LOS DIRIGENTES URBANOS Y LOS VECINOS DE LA TIERRA: CONFLICTOS Y CULTURA PO-


LÍTICA

Probablemente donde se expresó con más fuerza el discurso político de


los pobladores de la Tierra respecto a los dirigentes de los concejos urbanos
fue en los conflictos entablados entre unos y otros. Las realidades políticas
de las relaciones entre villas y aldeas, sin embargo, fueron distintas. Esto se
debió a que la formación de los territorios de las villas no siguió unos mis-
mos cauces y a que los contextos históricos y sociales variaron de forma es-
pecífica de una comarca a otra.
¿Cómo intentaron resolver sus diferencias los dirigentes urbanos y los ve-
cinos de la Tierra? Los instrumentos jurídicos y las vías sociales no fueron
idénticas. La designación de jueces árbitros fue una fórmula menos agresiva
y más conciliadora.16 Las gentes de la tierra, para defender sus intereses con-

16. Vitoria y sus aldeas antes de pleitear ante la justicia ordinaria decidieron en 1464 resolver sus
disputas ante dos jueces árbitros, bachilleres en letras, propuestos cada uno de ellos por una de las
partes, pero en los años siguientes los pleitos se llevaron a los tribunales de la Real Chancillería de
Valladolid.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 79

vocaron asambleas y juntas17 o solicitaron repartimientos, que no siempre


habían sido aprobados previamente por las autoridades urbanas.18 Los veci-
nos de las aldeas, collaciones y anteiglesias se reunían en lugares conocidos
y que tenían algún significado político para ellos. Los aldeanos, como recoge
la documentación escrita, designaban a sus procuradores de forma legal o
ilegal para llevar a buen efecto la tramitación de los pleitos iniciados con los
gobernantes urbanos.19 Las reivindicaciones de los grupos opositores son
descritas en las cartas de procuración, en los memoriales de agravios y en las
respuestas dadas por los gobiernos urbanos.
Los rebeldes al poder constituido o quienes se quejan de su política afir-
man actuar en nombre del bien común, conforme a los estatutos que regulan
su vinculación jurídicoinstitucional a las villas, o frente a las arbitrariedades y
abusos de poder de los dirigentes urbanos. Por este motivo presentan su vi-
sión de la reconstrucción de los hechos defendiendo con bastante frecuencia
el rechazo de cualquier innovación, recordando que desde «tiempos inme-
morables» la realidad política había sido distinta y exigiendo cambios acordes
con sus solicitudes. Mediante la puesta por escrito de sus reivindicaciones no
sólo señalan los motivos de sus quejas, sino que también buscan generar una
determinada opinión pública que pueda ser favorable para conseguir más
adhesiones para su causa. A este respecto dicen defender la aplicación co-
rrecta de la justicia, frente a la situación irregular de los tribunales judiciales
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ordinarios o extraordinarios.
Las diferencias entre los gobiernos urbanos y los vecinos de la tierra no
sólo se movieron en el terreno de los discursos, sino que se llevaron a los
tribunales y se materializaron políticamente. Estas discrepancias se resolvie-
ron de distinta manera en unas y otras zonas, pues la actitud de los gober-
nantes no fue la misma. En unos casos el triunfo de los dirigentes urbanos
fue absoluto, en otros se aceptaron algunas de las propuestas de los oposito-
res gobernados. Los dirigentes urbanos buscaron siempre la legitimación de
sus actuaciones y el reconocimiento legal de los tribunales de justicia locales
o de la Corona (Consejo Real, Alcaldes de la Real Chancillería de Valladolid).
Los querellantes que perdieron la mayoría de sus reivindicaciones fueron

17. En 1480 los vecinos de las aldeas de Garagarza y Udala, pertenecientes a la jurisdicción de la
villa de Mondragón, celebraron una junta convocada a campana repicada para designar a los procu-
radores que les representarían, entre ellos un clérigo, en el pleito que mantenían por una dehesa que
consideraban de su propiedad. (M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; J. A. LEMA
PUEYO, Colección Documental del Archivo Municipal de Mondragon, 1471-1500, t. IV, San Sebastián,
1996, n.º 247).
18. Éste es el caso de la aldea de Irún frente a la villa de Fuenterrabía. S. TENA GARCÍA, Irún a fi-
nes de la Edad Media. Documentos para su estudio. Pleito entre la villa de Fuenterrabía y su aldea de
Irún (1328-1500), Edit. Universidad del País Vasco, Bilbao, 2011. p. 80.
19. S. TENA GARCÍA, Irún a fines de la Edad Media … etc., pp. 56-57.

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80 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

interiorizando su derrota de diversas formas. Pero hubo concejos de la tierra


que consiguieron importantes victorias (Deusto, Begoña, Abando respecto a
Bilbao). En estos casos fueron los gobernantes urbanos quienes debieron
interiorizar la sentencia desfavorable a sus intereses.
¿Cuáles fueron las principales quejas de los pobladores de las aldeas y
anteiglesias? Hay una serie de variables comunes a todos estos grupos con-
testatarios, pero igualmente problemáticas, diferenciadas entre unas y otras
poblaciones. No siempre cuestionaron formar parte de la juridicción territo-
rial de los centros urbanos. Hubo localidades que tras haber solicitado su
incorporación a la jurisdicción de las ciudades y villas, levantaron pleitos con
dichas poblaciones al considerar que su gobernación no era la más adecuada
para ellas, sin dejar constancia escrita de su interés por salir de la jurisdicción
de las villas. Las gentes de la tierra procuraron estar presentes en la toma de
decisiones de los gobiernos urbanos que directamente les afectaban. El pago
de impuestos y la protección de la economía familiar y doméstica que se
generaba en los términos donde residían son dos de las cuestiones principa-
les que pelearon con los concejos urbanos. A ellos se añadió el cuestiona-
miento de otro tipo de exigencias relacionadas con la defensa de las villas y
ciudades (la realización de rondas y velas nocturnas por la tierra y collación
de Irún), la fijación de las tasas máximas de los precios o la asistencia a los
alardes generales en las cabeceras de jurisdicción. En 1516 la universidad de
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los hijosdalgo y hombres buenos del valle de Legazpia se negó a acudir al


alarde de armas que se debía celebrar en Segura por los vecinos de la villa y
de las aldeas, de acuerdo con lo ordenado en la Junta General Provincial en
Usarraga. Para ello presentó una provisión de los reyes castellanos fechada
en 1506 en la que se consentía a los «mas de çiento e sesenta honbres de pelea»
de Legazpia a llevar a cabo el alarde en el valle que estaba a dos leguas de
la villa, siendo el alcalde de Segura quien debería convocarlos y examinar
sus características armamentísticas.20

2.1. Guipúzcoa

Los orígenes de las formas de incorporación de las aldeas por las villas y
las estructuras políticas establecidas fueron heterogéneos en el País Vasco.
Hubo villas que desde su nacimiento se hicieron con una jurisdicción territo-
rial bastante extensa conformada por los núcleos urbanos y sus respectivas

20. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Quevedo, fenecidos, c. 4480/3.
Conflictos por asistir a los alardes también se dieron en la villa y aldeas de Villarreal de Álava, si bien
la convocatoria en este caso la había hecho su señor (E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Un alarde militar contes-
tado: los vecinos de Villarreal de Álava contra su señor, Prudencio de Avendaño Gamboa», Sancho el
Sabio, 29 (2008), pp. 201-222.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 81

collaciones. Éste es el caso de la villa de San Sebastián, población cuyos tér-


minos disminuyeron durante los siglos XIII y XIV. Su núcleo territorial se redu-
jo notablemente quedando limitada su jurisdicción a fines del XV a las Artigas
y a las poblaciones de Pasajes y Alza.21 La villa de Rentería —en otro tiempo
jurisdicción del concejo de San Sebastián—, ubicada en el Valle de Oyarzun
tuvo problemas para atraer a su jurisdicción a los moradores de la Tierra de
Oyarzun, que se resistieron a ello a fines del XIV con el apoyo de la villa de
San Sebastián a la que decían pertenecer. En 1453 los pobladores de la Tierra
de Oyarzun aglutinados alrededor de la parroquia de San Esteban se desga-
jaron de la jurisdicción de Rentería mediante la obtención de una carta pue-
bla que se acoge al modelo foral de San Sebastián otorgada por Juan II de
Castilla.
En otras comarcas, por el contrario, las villas urbanizadas por los reyes
castellanos incrementaron de forma notable su expansión territorial a lo lar-
go del siglo XIV. Los avecindamientos se produjeron a través de solicitudes
individuales o en nombre del conjunto de los moradores de las aldeas. En el
primer caso sobresalen en 1348 la entrada de 87 familias en la vecindad de
Azpeitia y de otras 75 de la parroquia de San Sebastián de Soreasu, de 24
personas de las collaciones de Asteasu y Alquiza a la de Tolosa; el avecinda-
miento de otros 18 hombres a la villa de Mondragón en 1353 y años más tarde
de otras personas particulares a las villas de Vergara, Tolosa y Segura, a quie-
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nes se exige lealtad y el pecho de los tributos.22 Incluso hubo alcaldes, como
el de Arería, García López de Zumárraga, que en 1384 se avecindó en Segura
por los bienes que poseía en Lazcano y Zumárraga favoreciendo que lo hi-
cieran otras gentes de dicha jurisdicción y ordenando que le sepultaran en el
cementerio de la iglesia parroquial de dicha villa «por serviçio de Dios e del
rey nuestro sennor e por pro e mejoramiento de mi e de mis herederos e de mis
bienes, e porque yo e los dichos mis herederos e bienes sean mas anparados e
defendidos mejor de qualquier e qualesquier que contra mí e mis herederos e
mis bienes quisieren pasar no devidamente», así como se obligó a no ajuntar-
se con «señor», «señora», villas y aldeas contra lo ahora acordado.23 Quizá sus
relaciones con la poderosa familia de los Lazcano no fueran demasiado ex-
celentes. Los intentos de integrar la Tierra de Arería en la villa de Segura no
cuajaron finalmente.

21. A su costa se crearon nuevas villas (Fuenterrabía-1203, Villanueva de Oyarzun-1320, Rentería,


San Salvador de Usúrbil-1371, San Nicolás de Orio-1379 y Hernani-c. 1380). S. TENA GARCÍA, La sociedad
urbana en la Guipúzcoa costera medieval: San Sebastián, Rentería y Fuenterrabía (1200-1500), Edit.
Instituto Doctor Camino, Donostia-San Sebastián, 1997.
22. S. TENA GARCÍA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval: San Sebastián, Rente-
ría y Fuenterrabía (1200-1500)… etc., pp. 171-173.
23. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo I (1290-1400), San Sebastián, 1985, pp. 98-102.

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82 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

En Guipúzcoa fueron numerosas las uniones de aldeas a las villas de To-


losa, Segura, Villafranca de Ordizia y Mondragón. En general los vecinos de
la Tierra solicitaron, según la documentación escrita de forma voluntaria, su
inserción en el sistema político concejil urbano. La documentación municipal
es bastante explícita al respecto. Normalmente las collaciones o aldeas con-
servaban sus términos y tierras comunales, sin tener acceso a los de las vi-
llas. Los pobladores de la Tierra tenían diferentes condiciones sociojurídicas:
hidalgos y labradores. Y buscaron el amparo jurisdiccional que para ellos
suponía su entrada en el ámbito de las cada vez más poderosas villas, cuyos
fueros y exenciones serían los nuevos marcos de referencia para defender
sus intereses en las aldeas frente a cualquier tipo de agresiones externas.
La incorporación de las aldeas a las villas supuso la exigencia de lealtad a
los dirigentes de los núcleos urbanos y la ruptura de los lazos que pudieran
tener establecidos las aldeas o collaciones con otras poblaciones o con caba-
lleros guipuzcoanos. En el avecindamiento de la collación de Santa María de
Cerain a la villa de Segura en 1384 se lee lo siguiente: «(…) que de aquí ade-
lante que non seamos tenudos de fazer ajuntamiento nin trabto con sennor
nin con sennora nin con alguna villa nin aldeas de la dicha villa nin de
otras partes, nin con otras personas algunas contra cosa alguna de lo que
dicho es», con lo que se pretendía, sin duda, debilitar a los caballeros. En
general los moradores de las aldeas pretendieron resguardarse bajo el para-
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guas de la jurisdicción de las villas realengas frente a los abusos de los caba-
lleros. Por ello reclamaron a las villas la defensa y protección de las gentes
de la Tierra «de los malos omes e de los omes poderosos que lo suyo muchas
devezes les solian tomar contra su voluntad» (Cerain, 1384).24 Pero la realidad
política no siempre fue así. En 1402 las collaciones de Cegama, Ormáiztegui,
Mutiloa e Idiazábal nombraron a Oger de Amézqueta, señor de Lazcano,
como uno de sus procuradores para seguir pleitos ante los oidores de la Cor-
te y ante el Alcalde Mayor de Guipúzcoa don García Martínez de Elduayen
en relación con las diferencias que por motivos fiscales tenían con la villa de
Segura.25 Oger de Amézqueta, casado con María López de Lazcano González

24. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo I (1290-1400), pp. 113-116.
25. Los gobernantes de la villa para pagar el pedido al rey (3.300 maravedís) echaron una derra-
ma a las collaciones. Éstas se negaron al pago de la misma. La respuesta del concejo de Segura, se-
gún Oger de Amézqueta, fue dirigirse con hombres armados a Cegama tomándoles «fasta çient e ve-
ynte cabeças de ganado vacuno con sus fijos et seysçientos puercos e puercas, e seguiran a los dichos
sus costituentes e los corrieron por los matar fasta que en la eglesia de Sant Martin de Çegama los
ençerraronla toma de prendas». El concejo de Segura negó dicha versión, afirmó que sus ganados
habían entrado en los montes altos adquiridos por la villa a Fernán Pérez de Ayala y que acudieron
a defender al merino de la villa por «tentar fecho d’armas contra el dicho merino». Véase L. M. DÍEZ
de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa) (1290-1500), tomo II
(1401-1450), San Sebastián, 1993, números 94 y 95.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 83

de Mendoza estuvo en litigios con la villa de Segura por los montes, seles y
pastos de algunos términos presuntamente pertenecientes al solar de Idiazá-
bal, del señorío de los Lazcano. Su hijo Juan López de de Lazcano pleiteó
con la villa de Segura por los derechos de jurisdicción de la prestamería so-
bre las ferrerías del valle de Legazpia. Además Bernardino de Lazcano a fines
del siglo XV era «patron feudatario de la dicha anteiglesia monasterial del
sennor San Miguel de Motiloa», que se hallaba en la jurisdicción de la villa de
Segura.
En 1404 se concertaron ambas partes, villa de Segura y vecindades, estipu-
lando las contribuciones de las collaciones en las derramas generales, que-
dando exentos de pagar en los repartimientos echados para pagar el salario
del cirujano, así como dando la competencia a las aldeas de contar con un
fiel elegido por ellas con la obligación de acudir a los llamamientos del con-
cejo por asuntos fiscales con el fin de que tuvieran conocimiento de las ne-
cesidades financieras «que sean en carga et provecho comun de nos el dicho
conçejo et de nos las dichas vesindades», así como con la capacidad de «guar-
dar et tener las cuentas de los pechos et derramas et costas que nos el dicho
conçejo de Segura derramáremos et fisiéramos por nos et por vos las dichas
nuestras vezindades». Se prohíbe de forma expresa a las vecindades «faser
ajuntamientos algunos con ningunos nin con algunos cavalleros et escuderos
nin caudiellos, so çierta pena que por faser vuestros ajuntamientos et juntas
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con cavalleros et escuderos o cadiellos o otras qualesquier personas en tal que


non sea en dapno et prejuyxio de nos el dicho conçejo».26

2.1.1. Tolosa y sus collaciones

Uno de los casos más espectaculares, por el gran número de aldeas que
entraron en la jurisdicción de una villa, es el de Tolosa. Las collaciones que
se incorporaron a la villa de Tolosa entre 1348 y 1475 fueron 27, de las que tan
sólo tres salieron posteriormente de su jurisdicción (Asteasu a fines del XIV,
Alkiza en 1450 y Aduna en torno a 1450). El contexto en que fueron anexio-
nadas se llevó a cabo, salvo en los casos de Ikastegieta (año 1474) y Andoain
(año 1475), entre los años 1348 y 1391. Coinciden estos años en líneas genera-
les con una época especialmente conflictiva y difícil en la Corona de Castilla
y en Guipúzcoa. La crisis económica, el descenso demográfico y las periódi-
cas epidemias agravaron la conflictividad social. En el centro de Guipúzcoa
las aldeas añoraron la fortaleza jurisdiccional de la villas, como sistema para
protegerse de las agresiones o injerencias de otros poderes villanos, aldea-
nos o de caballeros dispuestos a entrometerse en sus tierras y presuntos de-

26. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo II (1401-1450), números 100 y 101.

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84 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

rechos. El incremento del número de fogueras en la villa de Tolosa, al sumar-


se a la primera las existentes en las aldeas, otorgó más adelante un poder
superior a la primera en las Juntas Generales de la Provincia de Guipúzcoa.
Precisamente Tolosa era una de las 7 jurisdicciones de la provincia que en
1375 contaba con un alcalde de Hermandad.

Localidades anexionadas a la villa de Tolosa en la Edad Media

Nombres Fecha de Nombres Fecha de Nombres Fecha de


anexión anexión anexión

Asteasu 1348 Alkiza 1348 Abaltzisketa 1374


Altzo Arriba 1374 Altzo Abajo 1374 Anoeta 1374
Baliarrain 1374 Belauntza 1374 Berástegui 1374
Berrobi 1374 Elduain 1374 Gaztelu 1374
Hernialde 1374 Ibarra 1374 Ikastegieta 1474
Leaburu 1374 Lizatza 1374 Orexa 1374
Orendain 1374 Albiztur 1384 Irura 1385
Amasa 1385 Aduna 1386 Zizurkil 1391
Alegia 1391 Andoain 1475
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Las cartas de avecindamiento de las poblaciones que entraron a formar


parte de la jurisdicción de la villa de Tolosa constatan los vínculos, derechos
y deberes de dichas agrupaciones respecto al núcleo urbano central. En to-
dos los casos se trató de aldeas, excepción hecha de la localidad de Alegia,
a la que por dársele la condición de villa se le permitió mantener sus propios
alcaldes y jurados, de cuyas sentencias se podía apelar al alcalde de Tolosa.
En ningún caso los vecinos de las aldeas pudieron participar en la elección
de los alcaldes de la villa de Tolosa,27 que tenían capacidad para convocarles
por motivos de carácter militar o de otra índole.28 Los hidalgos de la Tierra,

27. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La Cofradía de San Juan de «Arramele» y las ordenanzas de Tolosa de
1501», Revista Sancho el Sabio, Vitoria (1994), pp. 301-312.
28. Por si hubiera alguna duda el capítulo 11 de las ordenanzas municipales de Tolosa de 1532 fija-
ba lo siguiente: «Que ninguno que no viviere dentro de los muros de la villa pueda tener oficio (…).
Otrosi ordenamos y mandamos que ninguno que no viviere dentro del cuerpo de los muros de la dicha
villa, no pueda ser ni sea elexido ni nombrado por alcalde ordinario, ni fiel de la cofradia, ni escribano
fiel, ni regidor, ni volsero, ni jurado, ni guardamonte, ni alcalde de la Hermandad, ni manobrero ni
pueda tener ni tenga otro oficio alguno de la dicha villa e que solamente los que viven dentro del cuer-
po de la dicha villa e tienen vienes suficientes para ser oficiales e concurrieren las otras calidades que
comvienen y estan declaradas de suso sean e puedan ser elexidos e nombrados e creados por alcalde e
oficiales, porque la dicha villa se pueble y ennoblezca e no se disminuia ni despueble, e como dicho es,
otros ningunos de fuera de la dicha villa no sean ni puedan ser elexidos por oficiales, dado caso que

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 85

con excepción de los de la Casa de Yurreamendi a los que se les consintió,


quedaron excluidos del acceso a los oficios políticos de la villa.
Igualmente los dirigentes urbanos se reservaron el derecho a realizar de-
rramas fiscales a todos los pobladores de las aldeas para costear las necesida-
des financieras del municipio y posteriormente de la Hermandad Provincial.
Como ha señalado Susana Truchuelo García, estas anexiones dejaron una
cierta autonomía local a las aldeas, que conservaron sus términos anteriores,
el derecho a nombrar a sus jurados sin intromisión del gobierno urbano y la
capacidad de contar con rentas propias para financiar las mejoras públicas
que decidieran abordar (puentes, fuentes, calzadas, etc.).29 A fines del siglo XV,
una vez remitido el grave problema banderizo que irradió a la sociedad gui-
puzcoana entre mediados del siglo XIV y mediados del XV, algunas aldeas
abrirán un discurso «antivillano» por motivos fiscales, por su escasa represen-
tación en las Juntas Generales y porque cuestionaron las formas de aplicación
de la justicia.30 El control por la villa del sistema de recaudación del montante
de las alcabalas de su alcabalazgo generó un serio conflicto con las aldeas,
cuyos procuradores consideraron que estaban más gravados sus vecinos que
los de la villa. Los vecinos de las aldeas pretendieron en vano dejar de pagar
la alcabala foránea, al considerarse también vecinos de la villa.31

tengan vienes dentro del cuerpo de la dicha villa e su territorio, sin e a menos que vivan en la dicha
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villa e haian vivido un año continuo primero, e tengan proposito de vivir en ella adelante, y el ofiçial
que fuere criado por alcalde o en otro oficio alguno, e aquel aceptare e rexiere no pueda hir a vivir
fuera de la dicha villa, antes en ella viva e resida por tiempo y espacio de diez años, so pena de volver
todo lo que hubiere ganado de la alcaldia e pagar diez mill maravedis, la mitad para la Camara e la
otra mitad para las obras e reparos publicos de la dicha villa, e que los electores que salieren por suerte
para elexir e crear los dichos oficios no elixan nin nonbren por alcalde ni oficiales sino a los vecinos
inclusos havitantes dentro del pueblo de la dicha villa, según dicho es, e si elexiesen e tentaren de elegir
por oficial alguno o algunos de fuera de la dicha villa, que la dicha eleccion sea n sí ninguna, dado
caso que en concordia todos los electores nombraen que caian e incurran en pena de dos mil marave-
dis, e no sean electores por tres años, e que el dicho concexo tenga derecho de hacer nueba eleccion, e
que el alcalde no entregue la vara al tal nombrado y elexido contra el tenor de esta ordenanza, e si
alguno o algunos de los dichos electores, aunque sea la menor parte de ellos, en discordia, nombraren
y elexieren algun vesino de la dicha villa, de dentro del cuerpo de ella, que la tal eleccion valga e al tal
elexido se le dé la vara e los tales rixan e goviernen en aquel año la dicha villa e republica de ella, sin
embargo de la eleccion echa en persona que no haian vivido ni viva dentro del dicho cuerpo de la di-
cha villa, aunque sea por la mayor parte de los dichos electores, según dicho es, ecepto si el elexido
fuere Juan Ruiz de Yurreamendi e los dueños que seran de su casa de Yurreamendi, porque los señores
del consejo mandaron a su suplicacion fuesen admitidos a los dichos oficios según sus pasados». Véase
VV.AA., El triunfo de las élites urbanas guipuzcoanas: nuevos textos par el estudio del gobierno de las
villas y de la Provincia (1412-1539), Donostia-San Sebastián, 2002, pp. 375-376.
29. S. TRUCHUELO GARCÍA, Tolosa en la Edad Moderna. Organización y gobierno de una villa gui-
puzcoana (siglos XVI-XVII), Tolosa, 2006, pp. 31-33.
30. S. TRUCHUELO GARCÍA, Tolosa en la Edad Moderna… etc., p. 34.
31. Las 16 aldeas que formaban parte del alcabalazgo de Tolosa sostuvieron el pleito contra la
villa. La sentencia del corregidor emitida en 1532 obligó a que los dirigentes de la villa realizaran otro
repartimiento en el que estuvieran presentes los procuradores de las aldeas. S. TRUCHUELO GARCÍA,
Tolosa en la Edad Moderna… etc., pp. 89-90.

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86 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

Pese a que las ordenanzas de la villa de Tolosa de 1532 se hicieron en


nombre del bienestar general de la República, la realidad fue ciertamente
mucho más compleja. No se ha de pasar por alto dos fenómenos paradóji-
cos. El primero que tan sólo los más ricos tuvieron acceso al desempeño de
los oficios del concejo. Y el segundo, que salvo los miembros de la familia
Yurreamendi el resto de las familias acomodadas de la Tierra quedaron ex-
cluidas del derecho a formar parte de dicho concejo si no residían dentro del
núcleo amurallado. En última instancia la filosofía política de las ordenanzas
parecía estar relativamente clara «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

2.1.2. Mondragón y sus aldeas. Fuenterrabía e Irún

Al sur de la Provincia de Guipúzcoa en torno a Mondragón se produjo un


fenómeno bastante similar al acaecido en la villa de Tolosa. En 1353 varias
aldeas del valle de Léniz que ingresaron en la jurisdicción de la villa de Mon-
dragón lo hicieron para escapar de la «servidunbre escura e muy desaguisada
con los males e dapnos, furtos e robos e fuerças e desaguisados que resçivimos
de los ricos homes e caballeros e escuderos poderosos que viven e entran en la
dicha tierra». Todo apunta a que los aldeanos se referían fundamentalmente
a don Beltrán de Guevara, señor de Oñate y Merino Mayor de Guipúzcoa. Se
acogían al fuero de Mondragón para ser defendidos por los gobernantes de
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la villa y ser juzgados por sus alcaldes realengos, comprometiéndose a ser


«pecheros» con la villa «en todos los pechos e dineros e pedidos del rey e fa-
ziendas que nos acaesçieren a pagar en la dicha villa e fuera e ella al tenor e
en la manera que vos pechardes segund que lo havedes de uso e de costunbre
fasta aquí». En este caso en las cartas de anexión se dejó la puerta abierta a
la salida del avecindamiento, si bien se penalizaba este hecho con una multa
económica. También se acordó que el concejo de Mondragón no podría exi-
gir a los moradores de estas aldeas que se enterraran y pagaran los diezmos
en las parroquias de la villa y se determinó que los términos que poseían les
pertenecían.32 Los vecinos de las aldeas, sin embargo, no ocuparon nunca
puestos políticos en la villa de Mondragón.
A principios del siglo XV aparecen los primeros enfrentamientos entre los
gobernantes de la villa y los vecinos residentes en las aldeas, que amenazan
indirectamente con desgajarse de la villa, a causa de «la vezindad e de pechar
los pechos e derramas de la dicha villa», alegando «non ser nin querer ser vesi-

32. J. Á. ACHÓN INSAUSTI, «A voz de Concejo». Linaje y corporación urbana en la constitución de la


Provincia de Gipuzcoa, Edit. Diputación Foral de Gipuzkoa, San Sebastián, 1995, pp. 51-53 (se trata de
las aldeas de Garagarza, Udala, Uribarri, Gesalibar, Erenusketa, Isasigaña y Oleaga. Su extensión se
encuentra próxima a la mitad de todo el término jurisdiccional de Mondragón. Las cuatro primeras
localidades se constituyeron en anteiglesias al contar con parroquias).

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 87

nos de la dicha villa nin aver pagado nin pagar nin querer pagar en pechos
algunos derramados nin repartidos nin se echaren e repartieren en alguna
manera nin por alguna razón bien asy commo desimos non ser vesinos nin
tenidos a pechar por razón de tienpo, desiemos que nin por fuerça de recab-
dos que desimos que non otorgamos ser tenidos a pagar cosa alguna nin
mantener vesindad salvo tan solamente desimos e conosçemos que somos de
la juridiçion de la dicha villa (…)» (1420), distinción que no fue contemplada
por los jueces árbitros designados por ambas partes.33
En 1415 las aldeas de Guesalibar, Everuzqueta, Garagarza, Isasigaña y Uda-
la acordaron mantenerse como vecinos de la villa y contribuir a la hacienda
concejil en concepto de pechos reales, concejiles, derramas, facenderas.
Poco antes «se pusieron en rebeldía» negándose a pagar «los pechos e derra-
mas de la dicha villa» o «del dicho concejo e sus encargos, segund que los
otros vesinos del cuerpo de la dicha villa lo solian pagar e otras cosas». Para
evitar pleitos con el concejo de Mondragón decidieron entregar los «pechos
que fasta aquí en el tienpo pasado les fincaban por pagar» correspondientes a
los años anteriores. De este modo el concejo de Mondragón les perdonó las
penas en que habían incurrido por su rebeldía.34
Los encontronazos entre ambas partes no cedieron. En este pleito, los
procuradores de los vecinos de las aldeas llegaron a negar haber pagado al-
guna vez los impuestos e incluso ser vecinos de la villa, pese a que recono-
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cieron su jurisdicción. Se nombraron dos jueces árbitros, bachilleres en leyes,


Juan Pérez de Vergara, alcalde mayor de Guipúzcoa y Juan Ochoa de la Cua-
dra, vecinos ambos de la villa de Mondragón, que sentenciaron a favor de la
villa. Reconocieron, sin embargo, el deber de los gobernantes de la villa de
notificar a las aldeas tres días antes que se realizara la derrama «de commo se
ha de repartir el pecho e que envien un home bueno de los pecheros do entre
si quel entendieren de conplir, asi presente e veer el tal repartimiento».35 Este

33. J. Á. ACHÓN INSAUSTI, «A voz de Concejo». Linaje y corporación urbana… etc., pp. 185-186 y M.
A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; J. A. LEMA PUEYO, Colección Documental del
Archivo Munivipal de Mondragon, 1471-1500, t. II, San Sebastián, 1996, números 72, 75, 76 y 77).
34. «(…) e resçibida o non resçibida la graçia que sobre ello el dicho conçejo les fiziese, que se
obligavan e obligaron e se sometian e sometieron por si e sus herederos e subçesores e bienes de pagar
todo lo que les fuese mandado pagar por el dicho conçejo e alcaldes e ofiçiales e omes buenos por ra-
son de los pechos pasados que les fincaban por pagar. E en lo por venir dixieron que se sometian, se-
gund dicho es, de ser sienpre vesinos e pecheros del dicho conçejo e de pagar todos o qualesquier pe-
chos, reales e conçejales e derramas e encargos e fasenderas quel dicho conçejo, yten, los ofiçiales d’el
les echasen en qualqueir manera e tiempo e segund e por la forma quel dicho conçejo e los dichos
ofiçiales acordasen e derramasen, yten, en todos los casos e formas quel dicho conçejo e vezinos dende
lo pagasen». M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; J. A. LEMA PUEYO, Colección
Documental del Archivo Municipal de Mondragón. Tomo II. (1400-1450), San Sebastián, 1996, n.º 72.
35. M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; J. A. LEMA PUEYO, Colección Docu-
mental del Archivo Municipal de Mondragón. Tomo II. (1400-1450)… etc., n.º 77.

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88 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

hombre bueno debía ser elegido por los vecinos de las aldeas. A fines del XV
(1483) el concejo de Mondragón tensionó la relación con las aldeas al prohi-
bir la venta de cereal, vino, carne, aceite, candelas y otras mercancías en las
tiendas y tabernas de dichas localidades. En esta ocasión los jueces del Con-
sejo Real concedieron la razón a los vecinos de las anteiglesias, aunque no
por ello la regulación del mercado dejó de ser una de las atribuciones de los
gobernantes urbanos.36
Algo parecido aconteció entre la villa de Fuenterrabía y su aldea de Irún,37
donde mercaderes y comerciantes vendían sus mercancías contra la voluntad
de los gobernantes de la villa.38 El empecinamiento de la primera por defen-
der sus derechos y las reivindicaciones radicales de la segunda acabaron con
una dura sentencia contra los irundarras: elevadas multas, confiscación de
propiedades, derrocamiento de las casas levantadas en piedra sin el permiso
correspondiente del concejo urbano, etc. En 1480 vecinos de Irún atacaron
con armas a oficiales de Fuenterrabía, muriendo en la reyerta el procurador
de la villa y dejando gravemente herido al preboste. En 1481 los «hombres
buenos» de Irún no tuvieron reparos en decirse vecinos de Fuenterrabía al
juntarse «en nuestro ayuntamiento e baçarra» en el cementerio de la iglesia
de Santa María, pero en 1500 en otra de sus reuniones, donde están presentes
algunos clérigos, el escribano Ojer de Lizárraga, vecino de Oyarzun, que re-
dactó el acta de la reunión llevada a cabo en el monte de Echequilla no les
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cita como tales vecinos.39 La villa de Fuenterrabía, como cabecera de la Her-


mandad, utilizó su poder e influencia para que las Juntas Generales de Gui-
púzcoa sentenciaran a favor de la villa. Asimismo acusó a los de Irún de
querer separarse de la jurisdicción para constituirse en villa.40

2.1.3. Segura y sus vecindades

Las aldeas guipuzcoanas de Segura (Legazpia, Astigarreta, Gudugarrea,


Cegama, Idiazábal, Cerain, Mutiloa y Ormáiztegui), concertaron con la villa
el derecho a la venta de las mercancías básicas para su abastecimiento inter-
no desde su incorporación a partir de fines del XIV (carne, pescado fresco y
seco, sidras, vino blanco y tinto procedente sobre todo de Logroño, Navarre-

36. J. Á. ACHÓN INSAUSTI, «A voz de Concejo». Linaje y corporación urbana… etc., pp. 186-187.
37. Este caso ha sido estudiado con todo detalle por M.ª S. TENA GARCÍA en el libro titulado Irún
a fines de la Edad Media. Documentos para su estudio. Pleito entre la villa de Fuenterrabía y su aldea
de Irún (1328-1500), Bilbao, 2011.
38. Véase S. TENA GARCÍA, Irún a fines de la Edad Media… etc. En estas disputas desempeñaron
un importante papel los 16 «ferrones y señores de las ferrerías de Yrún Urançu» que defendieron sus
privilegios recogidos en el Fuero de Ferrerías —se citan en Irún 6 ferrerías— (pp. 53, 72-73).
39. S. TENA GARCÍA, Irún a fines de la Edad Media… etc., pp. 55-57.
40. S. TENA GARCÍA, Irún a fines de la Edad Media… etc., p. 71.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 89

te y Navarra). Sin embargo «non podian vender quintal ni libra de fierro sin
que a la dicha villa lo traxiesen e ende se pesare e della tiene previllejo el di-
cho concejo». La rentería de la villa de Segura controlaba la producción de
hierro de la jurisdicción, sin duda por motivos fiscales y comerciales. Los
problemas se generaron a principios del XVI, empero, con la «universidad del
valle y tierra de Legazpia» o «universidad y aldea de Legazpia», porque no se
había acordado en los contratos de avecindamiento que el aforamiento de
los precios fuera competencia de fieles específicos de Legazpia. El concejo
de Legazpia —así era como se denominaba—, en los últimos años del si-
glo XV decidió elegir 2 fieles y 4 diputados regidores. Los dos fieles comenza-
ron a aforar los precios de la carne, sidra y pescado que se vendía en el Valle
de Legazpia. Los cuatro diputados tenían capacidad «para que rijan e govier-
nen los negoçios e las cosas patrimoniales del pueblo e que los tales deputados
non exerçen ningund actor juridiçional sy non que rigen e goviernan en
nonbre del dicho pueblo los negoçios e las cosas patrimoniales comunes del».
El contrato de avecindamiento tan sólo les permitía disponer de un jurado
con derecho a acudir a las sesiones del Ayuntamiento en que se trataran la
solicitud de repartimientos. Y también era el encargado de recaudar los ma-
ravedís que cupieran a la universidad de Legazpia: «un jurado para las cosas
suso dichas espeçialmente para que baya a los repartimientos que en la dicha
villa se hasen e para reçebir e recabdar la rata parte que cabe a la dicha uni-
bersydad».
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Los gobernantes de la villa pleitearon para impedir estas novedades pues-


tas en marcha por los de Legazpia y para ello se sirvieron de las quejas de
vecinos de otras aldeas de la jurisdicción —probablemente quienes se dedi-
caban a la venta de los mismos productos en las mismas—, que no contem-
plaron con agrado que los precios del vino fueran más elevados en Legazpia.
Los vecinos de Segura ponían de relieve en 1505 que en la propia villa y en
las demás aldeas los precios del vino se habían establecido en 15 blancas
frente a los 16 de Legazpia, pero destacaban que en el precio de la villa se
tenían en cuenta dos imposiciones sobre la compraventa de vino: «quanto
mas que a la dicha villa a cada un açunbre de vino echan una blanca de
alcabala e otra de sysa por previllejo que tienen de sus altesas e ninguna des-
tas ynpusiçiones echan nin pueden echar en la dicha universidad e con estos
derechos se vendian en la dicha villa a quinse blancas y en la dicha univer-
sidad syn ningunos derechos a diez e seys blancas».
Las sentencias judiciales favorecieron en un primer momento al concejo
de la villa de Segura que consiguió eliminar el considerado nombramiento
ilegal de los fieles y diputados-regidores, así como imponer su autoridad a la
hora de fijar los precios, que de forma exclusiva quedó claro que era de su
única competencia. Los procuradores de Legazpia alegaron razonamientos
diversos para contrarrestar el contenido de los contratos de avecindamiento,

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90 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

arguyendo que aquello no prohibido de forma expresa en los mismos no


tenía que ser impedido «pero quien puede negar que en las cosas que no se
sometieron non pueden deputar personas para aquellos regir e executar com-
mo podrian azer todos conjuntamente…», no afectando en modo alguno a la
jurisdicción del concejo de Segura. O añadiendo que cuando «se sometieron
a la juridiçion del dicho conçejo sacaron por partido e asentaron por pacto
condiçional que ellos e cada uno dellos se sometian a la dicha juridiçion e a
las hordenanças justas qu’el dicho conçejo hiziese (…) eçeto que en quanto a
las conpras e ventas que podian haser e usar e exerçer segund que usaron e
exerçitaron antes que se sometiesen al dicho conçejo» o «porque no obedeçen
lo ynjusto por ellos mandado», refiriéndose a los dirigentes de Segura. Los
gobernantes de Segura multaron a los moradores de Legazpia por las activi-
dades de los fieles y a los diputados-regidores que habían nombrado, así
como penalizaron a los dos taberneros del valle.41 Se emitieron sentencias
que permitieron la existencia de los dos fieles del valle de Legazpia, si bien
los precios fijados por ellos no podían superar los establecidos por los fieles
de la villa, sin que incurrieran en la pena correspondiente anotada en las
ordenanzas concejiles.
Este conflicto se reprodujo en 1510 con otra variante, la imputación a los
fieles y concejo de Legazpia de utilizar sellos, pesas y medidas falsas, cuyo
control correspondía a la capacidad jurisdiccional del concejo de la villa de
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Segura. Todo lo contrario alegaban los vecinos de Legazpia, que rechazaban


las competencias de los alcaldes ordinarios de Segura para visitar y examinar
la fieldad de las pesas y medidas de Legazpia, cuestión regulada por los dos
fieles del valle, el nombrado por los ferrones y el designado por los caseros.
Los alcaldes de Segura abrieron pesquisas sobre el particular y tomaron
prendas de los hallados culpables en contra de la voluntad de quienes deten-
taban los oficios en Legazpia, que decían que esta cuestión no incumbía a la
jurisdicción de Segura, sino que estaba fuera de ella.42 No se cerró bien, por
tanto, el pleito entre la villa y los moradores en la aldea de Legazpia. La pri-
mera argumentó su intervención, a través de testigos por ella presentados, en
nombre de sus derechos jurisdiccionales y de la buena administración de la
justicia frente a los abusos de los poderosos del valle, los ferrones.43

41. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Quevedo, fenecidos, c. 955/3,
leg. 215.
42. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Quevedo, fenecidos, c. 1332/1,
leg. 296.
43. Juan López de Oria, un escribano del número de la villa de Segura de 63 años, lo expresó de
la siguiente manera: «es verdad que en el dicho valle de Legazpia ay muchos ferrones e abasteçedores
de ferreryas que son muchos dellos personas prynçipales en el dicho valle e que muchos carboneros e
venaqueros e mulateros e carreadores e otros muchos que trabajan e labran para ellos pero que este
testigo no sabe sy a los que asy trabajan por ellos sy les dan los mantenimientos ni commo ni en que
manera mas de quanto cree que según la manera e trabto de los dichos ferrones y vasteçedores de las

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 91

Lo cierto es que los pleitos entre la villa de Segura y sus collaciones por
el pago de los oficiales concejiles, el sostenimiento de las cargas financieras
del concejo y de los gastos militares soportados por el mismo fueron bastan-
te frecuentes durante el siglo XV,44 prefiriendo normalmente las collaciones
que el concejo impusiera una sisa a las viandas y bebidas para sufragar los
gastos que representaba la hacienda concejil con el fin de disminuir de este
modo los repartimientos en la villa y en la Tierra, bien por los procedimien-
tos de fogueras o de millares. Este último era un sistema fiscal más progresi-
vo al tener en cuenta la capacidad patrimonial de los vecinos y más deseado
por la mayoría de la población. En estas disputas las vecindades lograron
eximirse a mediados del XV de contribuir a los gastos generados por traer las
aguas a la fuente pública de la villa, pero se les exigió colaborar en las de-
mandas de servicio militar para las empresas de la monarquía, acudir a los
apellidos del alcalde de Segura y ayudar a costear los muros, torres y puertas
de la villa. En 1470 las vecindades seguían litigando con Segura en relación
con el pago a los oficiales concejiles, a los mensajeros y procuradores y por
la reforma de las cavas, barbacanas, muros, torres y puertas de la villa. La
sentencia arbitraria dada por el bachiller Juan Pérez de Vicuña determinó
que las vecindades debían contribuir a la financiación de todos los gastos,
salvo el referente al pago de los cuatro veladores de la villa, «porque es pro-
vecho común de la dicha villa e vezindades». En 1493 las vecindades no que-
rían contribuir en los gastos ocasionados por la traída del agua a la villa y se
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quejaban de las derramas echadas y de las sisas establecidas por el concejo


de la villa. A principios del siglo XVI algunas vecindades se resistían a pagar
la parte que les correspondía del repartimiento de las alcabalas del alcabalaz-
go de la villa de Segura.45

dichas ferrerias e segund que de contynno suelent tener vasteçidas sus casas de mantenimientos que
los dichos trabajadores tomaran dellos muchos de los dichos mantenimientos que abran menester
pero que este testygo que no lo sabe de vysta nin sabe sy los dichos ferrones ponen fyeles de su mano o
no pero que dando los dichos ferrones a los dichos trabajadores los dichos mantenymientos de su
mano commo en la dicha pregunta se contiene que sy el dicho alcalde de la dicha villa de Segura non
pudiese punir e castygar a los que tuviesen medydas e pesas falsas que exçediesen la tasa puesta en los
mantenimientos que se demynuiria la aministraçion de la justiçia e los trabajantes e poco podientes
resçibyrian mucho danno e los dichos ferrones e basteçedores e otros qualesquier del dicho valle que
dan e venden los mantenimientos a los dichos trabajadores podryan cometer muchos fraudes e dan-
nos en razon de las dichas pesas y medydas del preçio de los mantenimientos no seyendo corregidos e
punidos e castigados por ello e eque esto es lo que sabe e cree e puede dar razon a lo contenido en la
dicha pregunta». Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Quevedo, fenecidos, c.
1332/1, legajo 296.
44. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo II (1401-1450)… etc., número 162 (1430).
45. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo II (1451-1500)… etc., números 179, 180, 181 y 182(1448), 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235,
236, 237, 238, 239, 240, 241 y 254 (1470), 262 (1493) y 305 (Legazpia el año 1518).

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92 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

2.1.4. Vergara y sus anteiglesias

Lo sucedido entre la villa de Vergara y sus anteiglesias se distancia en


gran medida de lo acontecido en otras villas guipuzcoanas. El 13 de mayo de
1497 una comisión formada por varios jueces árbitros sentenció al respecto
sobre cuestiones relacionadas con el pago de tributos y la elección de los
oficios concejiles. Los jueces árbitros fueron propuestos por los gobernantes
de la villa y de sus arrabales, por «el comun e omes buenos de dentro e estra-
muros de la dicha villa e arravales», por los vecinos y hombres buenos de
Ascarrunz y Zubiaurre, y los otros moradores «de fuera de la dicha villa». Se
sentenció que cada 5 años se revisara el valor de las haciendas de los veci-
nos, que soportaría los impuestos concejiles, por una comisión formada por
6 hombres, 2 propuestos por los gobernantes de la villa y arrabales, 2 por los
moradores de fuera de la villa y de los arrabales, así como otros 2 por «el
comun de la dicha villa e arravales».
Asimismo se decidió que hubiera 3 fieles regidores, con la mismas compe-
tencias, en lugar de los 2 que había hasta la fecha. Los 2 fieles regidores so-
lían ser elegidos hasta ahora por los electores. Uno de ellos se ocupaba de
los vecinos de la Tierra y el otro de los moradores en la villa y sus arrabales.
Se señala que a partir de este momento el tercer fiel regidor debía ser nom-
brado por los vecinos de la Tierra, aunque su designación lo sería de forma
concertada antes de que se llevaran a cabo las elecciones y su nombre lleva-
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do a la convocatoria electoral que se celebraba en San Miguel en septiembre.


Se abre la posibilidad de que los moradores de las anteiglesias pudieran ha-
cer dejación de dicho derecho a favor de la designación del tercer fiel regi-
dor por los electores en las elecciones de septiembre, si bien con la condi-
ción de que fuera «uno de entre los vezinos de fuera de los muros e adarbes
de la dicha villa e arravales d’ella». Igualmente uno de los montañeros o
guardas de los montes debía ser nombrado conforme al mismo criterio entre
los vecinos de la Tierra.46 Las anteiglesias de Santa Marina de Oxirondo y de
San Juan de Uzarraga, términos jurisdiccionales de la villa de Vergara, siguie-
ron reclamando una mayor participación en los oficios concejiles.
Las ordenanzas de 1490, además de prohibir los bandos de Ozaeta y Ga-
biria, que habían copado los oficios concejiles de la villa de Vergara y sus
arrabales, habían introducido algunos cambios. Se ordenó que en lugar de 2
alcaldes sólo hubiera 1, 2 fieles en lugar de 3, un procurador síndico, un jura-
do ejecutor, un alcalde de Hermandad y 6 diputados, nombrados conforme
al sistema electoral de la ciudad de Vitoria. Se redujo de algún modo el po-

46. M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; M. LARRAÑAGA ZULUETA; J. A. LEMA
PUEYO, Colección Documental del Archivo Municipal de Bergara. Tomo I. (1181-1497), San Sebastián,
1995, n.º 38.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 93

der anterior de las anteiglesias, si bien se les consintió que designaran fieles
y jurados.47 No gustaron estos estatutos a las anteiglesias de Oxirondo y Uza-
rraga, que al sumar dos tercios de la población reinvidicaron una mayor
participación política en el concejo de la villa de Vergara y de sus arrabales.
Se buscó un cambio político.
El acuerdo producido entre la villa y las anteiglesias el 11 de julio de 1497,
en una reunión que se hizo en el cementerio de la iglesia de San Pedro de
Vergara y confirmado por los Reyes Católicos el 30 de agosto de 1497, supuso
el derecho a que los moradores de las anteiglesias pudieran estar presentes
en el concejo electoral anual celebrado en la iglesia de San Pedro de Vergara,
pero sobre todo consiguieron objetivos políticos deseados. De los cuatro
electores designados por el elector —nombrado mediante sorteo entre los
cuatro propuestos por el alcalde, los dos fieles y el procurador síndico del
concejo de Vergara— uno de ellos debía ser vecino de Santa María de Oxi-
rondo y el otro de San Juan de Uzarraga. De los otros dos, uno sería de la
villa y arrabales y el otro de fuera de la villa y arrabales. Eso sí, sólo podían
proponer para alcalde, escribano y procurador síndico a vecinos que residie-
ran «dentro del cuerpo de la villa e arrabales e non de otra parte alguna».
Uno de los logros más importante de las anteiglesias fue contar con 4 de
los 6 diputados «para entender en uno con ellos —el resto de los oficiales—
en las cosas e hazienda de conçeio (…) los que paresçieren ser ydoneos e su-
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fiçientes e sean abonados e de buena fama e conversaçion, sin aver respeto a


linaie ni a parentela (…)». De los otros dos, uno correspondería a la villa y
sus arrabales, mientras que el otro a los vecinos de fuera de la villa y de sus
arrabales. Además los dos electores de las anteiglesias designarían a los dos
fieles regidores y al jurado encargado de la cárcel entre los veinos que mora-
ran «en la dicha villa e arravales».
Asimismo se acuerda que el alcalde de Hermandad un año fuera vecino
del cuerpo de la villa, de sus arrabales o de fuera de la villa y de los arraba-
les, mientras que los dos años siguientes fuera primero de una anteiglesia y
después de la otra. Un procedimiento similar se debía seguir para designar
a los procuradores que acudieran a las Juntas Generales y particulares de la
Provincia de Guipúzcoa. Los dos tercios de los procuradores debían ser mo-
radores de las anteiglesias de Santa Marina de Oxirondo y de San Juan de
Uzarraga. En este mismo acto los dos electores de las anteiglesias habrían
de designar, mediante el sistema de insaculación, dos fieles regidores y dos
jurados.48

47. M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; M. LARRAÑAGA ZULUETA; J. A. LEMA
PUEYO, Colección Documental del Archivo Municipal de Bergara. Tomo I… etc., n.º 40.
48. M. A. CRESPO RICO; J. R. CRUZ MUNDET; J. M. GÓMEZ LAGO; M. LARRAÑAGA ZULUETA; J. A. LEMA
PUEYO, Colección Documental del Archivo Municipal de Bergara. Tomo I… etc., n.º 42.

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94 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

No sólo se trataron asuntos relacionados con la presencia en el gobierno


municipal, sino que también se dejó constancia de la intervención del alcal-
de ordinario, de los diputados y de los fieles de la villa y arrabales y de las
anteiglesias en la fijación de los precios de los productos básicos de abas-
tecimiento local (carne, pescado, aceite, etc.), favoreciendo que estuvieran
en manos de las personas que ofrecieran dichos productos a los precios
más bajos. Incluso se consensúa que los fieles de las anteiglesias, conjunta-
mente con los fieles de la villa y de sus arrabales, acudieran a ejecutar las
penas en los términos de las anteiglesias y a controlar los pesos y medidas
que allí se utilizaran, con el claro propósito de combatir el fraude a los
consumidores.
En suma, las gentes de la Tierra de Villanueva de Vergara consiguieron
una destacada participación política en el concejo de la villa hacia finales del
siglo XV. Pero no fueron las únicas.

2.1.5. Villarreal de Urréchua, Azcoitia, Elgueta y Villafranca de Ordizia

En Villarreal de Urréchua a fines del siglo XIV (1390), por una parte se
acordó apuntalar la Hermandad al ordenar que los vecinos no colaboraran
con los caballeros y escuderos de las afueras de la villa «que sean de vandos
nin de treguas nin se ajunten con ellos en los tales tienpos de discordias», sino
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que llevaran sus diferencias a las Juntas de Guipúzcoa y por otra parte se
aceptó un sistema electoral que dio un elevado protagonismo a las gentes de
la Tierra. Dos jurados debían residir respectivamente en las collaciones de
Santa María de Zumárraga y de San Miguel de Ezquiaga, frente a uno en la
villa de Villarreal de Urréchua, así como se abrió la posibilidad de que la
collación de Gabiria tuviera otro jurado, mientras estuviera en la vecindad de
la villa. Algo similar sucedió con respecto a la designación de los fieles «pro-
vehedores del estado e fasienda del dicho conçejo de la dicha Villarreal e que
estos Fieles con el alcalle e con los jurados repartan los pechos que acaesçie-
ren, e que fagan saca o sacas e todas las otras cosas nesçesarias que al dicho
conçeio recresçieren e segunt ellos ordenaren e fisieren e repartieren que vala
e tengan e guarden». Un fiel debía residir en la villa, uno en Zumárraga, uno
en Ezquiaga y otro en Gabiria. Además las tres llaves del arca de la villa,
donde se guardaban el sellos y los privilegios, habrían de estar en manos del
alcalde y de dos fieles. El alcalde «que sea syn sospecha e común, syn vande-
ría alguna e pertenesçiente para ello», sí tenía la obligación de residir de for-
ma exclusiva en la villa.49 A principios del siglo XV durante algunos años Vi-
llarreal de Urréchua entró en la vecindad de la villa de Segura, así como sus

49. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, Colección Diplomática del concejo de Segura (Guipúzcoa)
(1290-1500), tomo I (1290-1400), pp. 149-169.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 95

vecindades de Zumárraga y Ezquiaga. Finalmente Ezquiaga se quedó en la


villa de Segura, pero no así las otras dos.
En Azcoitia en 1413 se produjo un reparto de los oficios concejiles (alcal-
de, fieles, jurados y los diez hombres buenos) entre quienes residían dentro
y fuera la villa. En esta villa en 1484 se consagraba el reparto de los cargos
municipales a partes iguales entre los habitantes de la villa y las localidades
de la jurisdicción. En Cestona los diputados se nombran por mitad entre la
Villa y la Tierra. En Elgueta en 1527 los nuevos oficios concejiles estaban con-
dicionados por los electores que se designaban al efecto mediante sorteo
entre los nombres —uno por cada casa no menor de 20 años— de los veci-
nos abonados introducidos en un cántaro. De este modo se sacaban 3 elec-
tores: uno de la villa y su arrabal, uno del valle de Galoza y otro del de An-
guiozar. Alcalde y procurador debían ser ocupados cada tres años por la villa
y su arrrabal, y los valles de Galoza y Anguiozar. Los tres electores nombra-
ban también tres fieles, uno por zona. Tan sólo el jurado debía ser vecino y
morador en la villa y su arrabal.50
En Villafranca de Ordizia en las elecciones concejiles intervenían diez dipu-
tados de las vecindades junto con los oficiales del concejo saliente.51 Igualmen-
te cuando se determinaba el volumen del pecho a repartir entre los vecinos
del cuerpo de la villa y de las vecindades se convocaban a 40 vecinos, 24 de
las vecindades y 16 de la villa. Y las vecindades, que contaban con su jurado
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respectivo, designaban un fiel y procurador que atendía a las cuestiones ha-


cendísticas con los dos fieles de la villa. Pese a todo en esta localidad se pro-
dujeron conflictos entre la villa y las vecindades. A principios del XVI los pro-
curadores de las vecindades consideraron que eran excesivos los maravedís
que se debía pagar por cada fuego pechero para sufragar el «pecho de Santa
María de agosto», que comprendía el gasto ordinario del concejo, y la «foguera
de la Provincia» o para financiar la contribución al sostenimiento de las Her-
mandades guipuzcoanas. Por este motivo se negaron a pagarlo y «lo otro por-
que avian repartido el dicho repartimiento echando e cargando tanto a los
pobres commo a los ricos todo lo qual hasian por alivianar de la costa a sus
cabeças los dichos repartidores». En 1506 el alcalde de la villa, Juan Martínez de
Miranda, ordenó al fiel Lope García de Mújica que tomara prendas por el do-
ble del valor de lo debido a los vecinos de las vecindades y universidades52.

50. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La creación de nuevos sistemas de organización política en las villas
guipuzcoanas al final de la Edad Media (siglos XIV-XVI)», en J. R. DÍAZ de DURANA ORTIZ de URBINA
(ed.), La lucha de bandos en el País Vasco: de los parientes mayores a la hidalguía universal. Guipúz-
coa, de los bandos a la Provincia (siglos XIV a XVI), Servicio Edit. Universidad del País Vasco, Bilbao,
1998, pp. 365-398 (pp. 383, 384 y 386).
51. L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, «Régimen municipal en Guipúzcoa (siglos XV-XVI)», Cuader-
nos de Sección. Derecho. San Sebastián (1984), pp. 77-129.
52. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Reales Ejecutorias, caja 212/45. Las vecindades

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96 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

2.2. Vizcaya

En general las fuentes documentales de las villas vizcainas no contienen


mucha información referente a las relaciones entre ellas y los pobladores de
la Tierra. Quizá esta circunstancia se deba a la propia configuración institu-
cional del Señorío de Vizcaya, donde la Tierra Llana tuvo una fuerte perso-
nalidad, como se aprecia en el denominado Fuero Viejo de Vizcaya redacta-
do en 1452 y en los conflictos con los núcleos urbanos. Las villas vizcainas
nacieron a costa de la Tierra Llana que estaba estructurada en merindades,
cuya jurisdicción la ejercían el prestamero de Vizcaya, el merino y los alcal-
des de fuero. Las últimas concesiones de fueros a villas se produjeron en 1376
paralizándose ya el proceso urbanizador.
En Guipúzcoa y en Álava la realidad jurídicoinstitucional de la Tierra fue
muy distinta. En Guipúzcoa la Tierra Llana, jurisdicción del alcalde mayor y
de los merinos de Guipúzcoa, quedó reducida en el siglo XV a un territorio
muy pequeño debido a que la mayoría del espacio de la Provincia pasó a
formar parte de las villas o de las tres alcaldías mayores de Arería, Sayaz y
Aiztondo. En Álava ya para 1332 un número importante de aldeas se incorpo-
raron a las villas de Vitoria y Salvatierra, otras lo hicieron a las nuevas urba-
nizaciones del XIV. El resto de las gentes de la Tierra durante algún tiempo
dependieron jurisdiccionalmente del alcalde y merino de Álava, oficios que
pervivieron a continuación de la desaparición de la Cofradía de Álava en 1332,
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si bien la intensa señorialización que experimentó a lo largo del siglo XIV este
territorio restó protagonismo a esta estructura jurídicoadministrativa.
En lo que se refiere al Señorío de Vizcaya voy a comentar brevemente
sobre todo los ejemplos de Orduña y Bilbao.

2.2.1. Orduña y la Junta de Ruzábal

La villa de Orduña, que adquiere el título de ciudad hacia el año 1443,


contó con una Tierra vigorosa e influyente desde el punto de vista político-
territorial. Las ordenanzas de Orduña de 1373, que muestran las tensiones
generadas a causa del pago de los impuestos, regulan que uno de los dos
alcaldes de la villa residiera dentro del núcleo amurallado y el otro fuera. La
mayoría de la población quería que los vecinos pagaran los tributos de
acuerdo con las propiedades acumuladas por ellos, protestando que se de-
rramara a cada uno la misma cantidad. Se señala asimismo que a las aldeas
se les mantuvieran las franquezas que tenían hasta esos momentos. Estos

que pleiteron fueron Legorreta, Itsasondo, Alzaga, Arama, Goya, Beasain, Zaldibia y Ataun, que esta-
ban tasadas con 65 fuegos en la foguera de la Provincia, frente a los 35 fuegos de la villa.

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estatutos contemplan la existencia de 24 hombres buenos, ordenan que 12


hombres buenos debían ser elegidos por el «concejo común» y otros 12 esco-
gidos que «a voluntad de todos». De los dos procuradores uno debía proce-
der de la villa de fuera y era nombrado por el «concejo común», mientras que
el otro lo nombraba el concejo cerrado.53 La designación de un alcalde y de
un procurador procedentes del exterior del recinto amurallado es una mues-
tra palpable de la influencia política de las gentes residentes en la jurisdic-
ción de la villa y parece claro que debió haber algún tipo de participación de
las gentes de la Tierra en la designación de 12 de los 24 hombres buenos.
Estos hombres buenos eran los responsables de la política concejil, el alcalde
de dentro tenía una de las dos llaves del arca donde se guardaban los sellos
y otra el procurador de fuera, que igualmente contaba con una llave del arca
financiera y de los privilegios de la todavía villa de Orduña. El uso del sello
requería del visto bueno de los 24 y de los 2 procuradores, así como los gas-
tos concejiles de los 2 alcaldes. Entre las aldeas de la Tierra debieron estar
incluidas aquellas que finalmente, tras los pleitos surgidos por ellas con Or-
duña, pasaron en 1379 a a formar parte del señorío de Fernán Pérez de Ayala
(Délica, Tertanga, Urruno, Aloria, Artomaña y Arbieto).
Al menos desde mediados del siglo XV esa realidad políticoterritorial ante-
rior se plasmó en la documentación escrita en una organización política de-
nominada Junta de Ruzábal, que aglutinaba a varias aldeas de la ciudad de
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Orduña.54 La Junta de Ruzábal la constituían los concejos de Belandia, Lendo-


ño de Arriba, Lendoño de Abajo y Mendeica. Aproximadamente la mitad de
la jurisdicción territorial de Orduña. Se llamó así porque se reunían junto a
un roble que se hallaba en el campo de Ruzábal, en una encrucijada entre
los cuatro concejos. Estas vecindades orduñesas que estaban en la Tierra de
Orduña no tuvieron acceso, por el contrario, al desempeño de los oficios
políticos de la ciudad, pero contaron con una Junta donde dirimieron sus
problemas internos y buscaron los intereses comunes a los asociados, dirigi-
das por 8 fieles, 2 designados por cada concejo y donde trataron sus diferen-
cias con el concejo de Orduña por cuestiones diversas, entre otras las rela-
cionadas con el aprovechamiento de los pastos y con el pago de impuestos,
y aquellas solicitudes requeridas por la monarquía o por los gobernantes
urbanos «para hablar e azer las cosas cunplideras a nuestra republica e al

53. J. M. GONZÁLEZ CEMBELLÍN, «Orduña en la Edad Media: del concejo abierto al concejo cerrado»,
Primeras Jornadas de Historia Local. Poder Local. Cuadernos de Sección. Historia-Geografía, 15, Do-
nostia-San Sebastián, pp. 57-76; del mismo autor «El régimen municipal de la ciudad de Orduña a fi-
nes de la Edad Media», en Congresos de Estudios Históricos. Vizcaya en la Edad Media, San Sebastián,
1986, pp. 383-386 y J. L. ORELLA UNZÚE, «Régimen municipal en Vizcaya en los siglos XIII y XIV. El seño-
río de la villa de Orduña», en Lurralde. Investigación y espacio, n.º 3, San Sebastián (1980), pp. 163-245.
54. J. I. SALAZAR ARECHALDE, La comunidad de aldeas de Orduña. La Junta de Ruzábal (siglos XV-
XIX), Edit. Ayuntamiento de Orduña, Bilbao, 1989.

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98 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

servicio de dios nuestro señor (…) y porque mejor y mas cumplidamente po-
damos vivir y estar todos nosotros y los que de aquí adelante sucederan e sean
bezinos e moradores en la dicha junta a serbiçio de dios nuestro señor e al
pro comun de la dicha junta e podamos mejor ser defendidos para la Corona
Real».55 La Junta de Ruzábal se constituyó en una de las dos corporaciones
políticas existentes en Orduña, la otra, con mayores competencias, fue la del
concejo de la ciudad de Orduña.
Las ordenanzas de la Junta de Ruzábal de 1516 confirman la afirmación
institucional de esta organización, aunque la ciudad de Orduña se reservó el
derecho de convocar a Junta General a los vecinos de los concejos señalados,
que también podían ser llamados a Junta a solicitud de los concejos o de los
fieles. La Junta General estaba compuesta, según las ordenanzas, por los
«honbres yjosdalgo» de los concejos constituyentes, que tenían la obligación
de acudir a las Juntas Generales, salvo ausencia de causa mayor justificada,
bajo la pena de 5 maravedís a cada vecino que no acudiera. Según las orde-
nanzas la Junta podía imponer penas a quienes no cumplieran los diferentes
capítulos contemplados en ellas, aunque cabía el recurso y la apelación ante
el alcalde de la ciudad de Orduña y por supuesto tenía competencias para
nombrar procuradores para que fueran «a la dicha ciudad de Orduña o a otra
parte dentro de esa juridiçion (…) e fuera de la dicha ciudad y su jurediçion».56
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2.2.2. Bilbao y sus anteiglesias

Bilbao y su entorno más inmediato, que según algunos testimonios pudo


contar con unos 1.500 vecinos hacia 1503, mantuvo numerosos rifirrafes y con-
tiendas con los moradores de las anteiglesias próximas. Éstos, especialmente
durante el siglo XV, presionaron al concejo de la villa, personal o corporati-
vamente, para conseguir derechos que presuntamente monopolizaban los
bilbainos. En la anteiglesia de San Vicente de Abando el concejo de Bilbao a
fines del siglo XV no quiso consentir que Lope de Acha, maestre de nao, le-
vantara una casa torre. Sancho Ortiz de Susunaga, alcalde de Bilbao senten-
ció en 1493 a favor de que Lope de Acha continuara con la contrucción de la
casa iniciada con las consiguientes limitaciones: que fuera una casa llana
como las otras y que no se pudieran descargar en ella mercancías, excepto
las pertenecientes a él mismo y a sus herederos.57

55. J. I. SALAZAR ARECHALDE, La comunidad de aldeas de Orduña… etc., p. 155.


56. J. I. SALAZAR ARECHALDE, La comunidad de aldeas de Orduña… etc., p. 161. Véase asimismo J.
L. ORELLA UNZÚE, «Las ordenanzas municipales de Orduña del siglo XVI», en La ciudad Hispánica en
los siglos XIV-XVI, edit. Universidad Complutense de Madrid (1985), vol. II, pp. 337-375.
57. Pues «se fasia en grand perjuysio e dapno de la dicha villa e de la republica della e notoria-
mente contra los previlejos e hordenanças e franquesas e livertades de la dicha villa, porque sy aquella
se fesiese se causarian della escandalos e ruidos e vandos e recresçeria gran detrimento e danno la

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 99

El monopolio comercial fue una de las prerrogativas que con más ahínco
defendieron las villas en los términos de sus jurisdicción por motivos fiscales
ciertamente, pero asimismo para promocionar el desarrollo demográfico y
económico en el interior de su perímetro amurallado. Se trataba igualmente
de reducir la competencia económica de quienes residían fuera del recinto de
la muralla. Esta realidad se aprecia en la documentación referente a la mayo-
ría de las villas vascas (Bermeo, Portugalete, San Sebastián respecto a Pasajes,
Fuenterrabía, Vitoria, Salvatierra de Álava, Villafranca de Ordicia, etc.). Ber-
meo pleiteó a fines del XV con la merindad de Busturia a causa de la jurisdic-
ción por el control comercial de los puertos o fondeaderos de Portuondo y
Arcaeta. En 1499 el concejo de Portugalete defendió su derecho a prohibir la
venta de mercancías en los arrabales de la villa y la construcción de casas,
pues las había vacías en el interior del recinto amurallado y se quería favore-
cer su poblamiento y su desarrollo.58 Portugalete en el siglo XV solía dar licen-
cia a los taberneros y carniceros del lugar de Somorrostro para vender sidra
o para «pesar carne por libras (…) fyncando a salbo al dicho conçejo de la
dicha villa su derecho e prebillejos para adelante e dixieron que asy lo pedian
por merçed al dicho conçejo e para en este dicho anno gelo quisiesen otorgar;
e luego el dicho conçejo e ommes buenos de la dicha billa dixieron que gelo
asy otorgaban las dichas libras para en el dicho anno e non mas, salbando
beniendo las pedir todabia obedeçiendo a los prebillejos e costunbres (…)».59
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Bilbao mantuvo serias diferencias con sus anteiglesias de Abando, Begoña


y Deusto, cuyos términos formaban parte de la jurisdicción comercial de la
villa. Por ello estas poblaciones y sus vecinos estaban sujetos al control de
los mojones, de los pesos y de las medidas utilizados en los mesones y ta-
bernas, etc.60 Portugalete y Bilbao en 1505 pleitearon con las anteiglesias y

carga e descarga de la dicha villa». Que fuera «una casa llana e segund e como estan fechas otras
casas en las comarcas de la dicha villa e por su syndico e procurador en su nonvre pedido e allegado,
con las condiçiones, servidunbres e clausulas seguientes, es a saber: quel dicho Lope nin sus deçen-
dientes nin colaterales nin otra persona alguna agora nin en tienpo del ninguno en la dicha casa non
puedan faser nin fagan carga nin descarga alguna de mercaderos, salvo tan solamente de sus farde-
les e mercaderias del dicho Lope o subçesores que en ella vyvieren e moraren, conpradas de su proyo
dynero e para sy sólos, salvo que la tal mercaderia non sea nin pueda ser de ninguna pesqueria nin
sal nin legunbre, e por conseguiente mando e declaro que en la su casa pueda descargar, poner e
guradar qualesquier aparejos de sus naos». J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ; C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; A.
LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ LAHIDALGA, Colección Documental del Archivo Histórico de Bilbao
(1473-1500), San Sebastián, 1999, n.º 245.
58. C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; E. LARGACHA RUBIO; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ LAHI-
DALGA, Colección Documental del Archivo Municipal de Portugalete, Edit. Eusko Ikaskuntza, San Se-
bastián, 1987, n.º 25 (año 1499).
59. C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; E. LARGACHA RUBIO; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ LAHI-
DALGA, Colección Documental del Archivo Municipal de Portugalete… etc., n.º 33.
60. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR; B. ARÍZAGA BOLUMBURU; M.ª L. RÍOS RODRÍGUEZ e I. VAL VALDIVIESO, del
Vizcaya en la Edad Media. Evolución demográfia, económica, social y política de la comunidad viz-
caina medieval, Edit. Haranburu Editor, San Sebastián, 1985, pp. 53-59.

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100 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

concejos que se ubicaban entre ambas villas (San Vicente de Abando, San
Pedro de Deusto y San Vicente de Baracaldo) con el fin de monopolizar la
carga y descarga de mercancías en sus puertos. Las poblaciones que reco-
rrían «la rivera de la ria e cannal de la dicha villa de Vilvao e Porttogalete»
quisieron sacar provecho del desarrollo comercial que se produjo en su en-
torno enfrentándose a las villas y acogiendo en su costa los barcos que llega-
ban con mercancías. Al menos lograron que los barcos de su propiedad que
trajeran mercancías para ellos no tuvieran la obligación de atracar en los
puertos de Bilbao y de Portugalete.61
Los pleitos entre los moradores de las anteiglesias de Bilbao y la villa
afectaron al nombramiento de los mayordomos de la iglesia de Nuestra Se-
ñora de Begoña (anteiglesia de Begoña), a las compraventas de vino en las
anteiglesias de Abando y Begoña, a las cargas y descargas de mercancías en
el canal de la ría de Bilbao (anteiglesias de Baracaldo, Abando y Begoña),62
en Arrigorriaga y en Zarátamo. Las determinaciones de los gobernantes del
concejo de Bilbao pretendieron impedir la competencia económica de los
vecinos de las anteiglesias de Abando, Begoña y Deusto. En la segunda mi-
tad del siglo XV el concejo de Bilbao acordó que los vecinos de dichas antei-
glesias que fueran propietarios de heredades sujetas al pago del tributo del
pedido dejaran de ser tenidas en cuenta en el libro del pedido de la villa de
Bilbao para que perdieran con ello su derecho a que sus productos se pudie-
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ran vender en igualdad de condiciones que los vecinos de Bilbao en las ta-
bernas, bodegas y tiendas propias o en las de la villa de Bilbao.63 En este
sentido en 1480 se acordó lo siguiente:

(…) por quanto os vezinos e moradores de las anteglesias de sennora Santa


Maria de Begonna e sennor San Pero de Deusto e sennor Sant Biçenti de Aban-
do que non son vezinos desta villa tienen çiertas binnas suias en el pedido
desta dicha villa e en estas dichas antyglesias tienen tavernas e ventas e reben-
tas en grand dapno e perjuisio desta dicha villa e contra los previlejos della e

61. El licenciado García de Cotes, corregidor de Burgos, sentenció a favor de las villas, pero la
Tierra Llana —de donde formaban parte las anteiglesias en litigio— apeló consiguiendo que la sen-
tencia definitiva les permitiera hacerlo para su provisión. Tan sólo «para su provisión puedan asimis-
mo los veçinos de los dichos conzejos e no ottra persona alguna de fuera de ellos cargar e descargar
las mercaderias que fuesen suias propias que trujieren e llevaren e cargaren e descargaren en sus
propios navios e no en ottra manera». C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; E. LARGACHA RUBIO; A. LORENTE
RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ LAHIDALGA, Colección Documental del Archivo Municipal de Portugalete… etc.,
n.º 42.
62. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ; C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ
LAHIDALGA, Colección Documental del Archivo Histórico de Bilbao (1501-1514), San Sebastián, 2000, doc.
291.
63. Varios capítulos de la segunda mitad del siglo XV correspondientes a las ordenanzas munici-
pales de la villa de Bilbao así lo atestiguan.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 101

contra el tenor del capitulado que esta entre esta dicha villa e la merindad de
Urive, e por ebitar estas tavernas e otras muchas cosas que son mucho prove-
chosas a esta dicha villa e al conçejo e republica e vezinos della; por ende que,
los sacan del libro del pedido desta dicha villa e que non paguen pidido doy,
dicho dia, en adelante los duepnos de las tales vinas e heredades…e asymesmo
que sea plegonado por esta dicha villa, por las plaças e cantones acostunbrados
desta dicha villa que ningund vezino nin forano non fuesen ni sean ozados de
meter e alonjar nin enbazar vino de las tales vinas e heredades, so pena de la
pena del previlejo, que non sea vezino con casa e caveça e heredades en esta
dicha villa en ninguna manera, porque ninguno pretenda ynorançia.64

Los gobernantes de Bilbao actuaron con rotundidad y contundencia para


beneficiar a los vecinos de la villa en detrimento de los de las anteiglesias.
Como es sabido el impuesto del pedido se solía pagar a través de derramas
que tenían en consideración el valor de los bienes inmuebles de los vecinos.
De este modo se hacían relaciones de los bienes que estaban sujetos al pago
del tributo. Había viñas y heredades de vecinos de las anteiglesias que so-
portaban el pago del pedido de la villa. Como su producción vitivinícola
perjudicaba a los propietarios de viñas del núcleo amurallado se adoptó una
solución drástica: se sacó del libro del pedido dichas heredades. De esta ma-
nera al no estar sujetas al pago del impuesto tampoco tenían derecho sus
propietarios a disfrutar de las ventajas económicas inherentes al mismo. En
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suma, pagar los impuestos sobre una base impositiva centrada en la valora-
ción de los bienes patrimoniales otorgaba una serie de derechos. Que dichos
bienes no se tuvieran en cuenta para sufragar el pedido tenía como efecto la
pérdida de los mismos.
El ejemplo de Bilbao es, sin embargo, paradigmático, pues las anteiglesias
consiguieron finalmente desgajarse de la jurisdicción económicocomercial de
la villa. En este sentido no conviene pasar por alto que algunos caballeros
solariegos vascos (Madariaga en Deusto, Butrón en Begoña, Mújica y Butrón
en Deusto) y familias destacadas de Bilbao (Leguizamon, Arbolancha y Ba-
rraondo) tuvieron depositados intereses económicos y patrimoniales a fines
de la Edad Media en los términos de las anteiglesias de San Pedro de Deusto,
Santa María de Begoña y San Vicente de Abando. El conflicto por cuestiones
decimales entre los señores de patronato laico, el preboste de Bilbao y los
clérigos de las iglesias de Bilbao no puede sustraerse en modo alguno de las
diferencias jurisdiccionales existentes entre las anteiglesias y la villa de Bil-
bao.65 Igualmente la anteiglesia de Abando llegaba hasta la ría y no estaba

64. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ; C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ


LAHIDALGA, Ordenanzas Municipales de Bilbao. (1477-1520), San Sebastián, 1996.
65. En 1504 doña Teresa Luis de Butrón era patrona de las iglesias de Santa María de Begoña y
de San Vicente de Abando, lo que le daba derecho a percibir una parte de sus diezmos parroquiales.

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102 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

dispuesta a dejar de participar de las rentas que se generaban alrededor de


la misma. También es cierto que a fines del XIV hombres labradores de las
anteiglesias de Arrigorriaga, Galdácano y Zarátamo se avecindaron en la villa
de Bilbao para protegerse de los presuntos abusos de algunos hidalgos de
Vizcaya, motivo por el cual los labradores de algunas universidades (antei-
glesia de Santa María de Galdácano) buscaron el apoyo de Bilbao para no
contribuir en los pedidos y repartimientos del Señorío de Vizcaya, alegando
que como vecinos de Bilbao lo hacían en esta villa.
Por otra parte el concejo de Bilbao hizo todo lo posible desde fines del
siglo XV por evitar la creación de pequeños centros de redistribución comer-
cial en las anteiglesias próximas de Baracaldo y de Arrigorriaga, señalando
en el primer caso que contaba con privilegios que lo impedían y afirmando
que detrás de estos movimientos se hallaban los Condestables de Castilla,
Pedro Fernández de Velasco, fallecido en 1492 y su hijo Bernardino Fernán-
dez de Velasco y en el segundo Pedro López de Ayala, Conde de Salvatierra.
Bilbao defendía de ese modo el privilegio concedido por el infante Juan:
«que no aya venta nin rebenta desde Bilbao fasta Araeta nin fasta Varacaldo
nin fasta Çamudio y que no se pudiese alli haser puebla nin villa nueva nin
otra cosa que fuese en danno nin en perjuyzio de la dicha villa».66 Ya a fines
del XIV la villa se había opuesto a la creación de una nueva puebla en Ugao-
Miravalles por el mismo motivo.67
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Éstos son temas que conviene analizar más en profundidad. En todo caso
los hidalgos de las anteiglesias hicieron lo que pudieron para participar del
negocio económico que se generaba en estos espacios, del que resultaba
uno de sus principales beneficiarios la villa de Bilbao. A mediados del si-
glo XV el corregidor de Vizcaya ratificó los acuerdos entre Bilbao y las antei-
glesias de Santa María Magdalena de Arrigorriaga, San Vicente de Abando,
San Vicente de Baracaldo y San Llorente de Zarátamo que imponían una se-
rie de restricciones a las compraventas de mercancías en las mismas. El con-
cejo de Bilbao quiso impedir la creación de auténticas pueblas-mercado en
su entorno, lo que hubiera debilitado su desarrollo económico, fiscal y finan-
ciero. Y echaba la culpa de las irregularidades y conflictos existentes con las
anteiglesias a las discrepancias entre los linajes y bandos de la villa, así como

E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media: oligarquías y élites urbanas en el País
Vasco, Edit. Diputación Foral de Álava, Vitoria, 2004, pp. 464-465.
66. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ; C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ
LAHIDALGA, Colección Documental del Archivo Histórico de Bilbao (1473-1500)… etc., n.º 240.
67. En 1373 los procuradores de Bilbao se dirigieron al infante Juan que impidió a los concejos
de Arrigorriaga, Zarátamo, Olabarrieta y Arrancudiaga que levantaran una puebla en «Ugao ni en otra
parte desde Vilvao en Araeta, ni tengan venta ni reventa ni regateria (…)». S. AGUIRRE GANDARIAS, Las
dos primeras crónicas de Vizcaya, Bilbao, 1986, pp. 215-216. Aunque en 1375 se fundó la villa de Mira-
valles.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 103

a su escasa preocupación por «conservar el bien e interes publico de la dicha


villa, e dandoles para ello a los escuderos, sus parientes e aderentes de las di-
chas anteyglesias porque fesiesen e cometiesen las dichas fuerças e usasen
contra los previllejos de la dicha villa».68
Algunas anteiglesias lograron sus reivindicaciones más extremas. La sen-
tencia del licenciado Cueto del año 1500 significó la pérdida de la jurisdicción
sobre la Tierra donde ejercía su dominio económico-comercial el concejo de
Bilbao, que de influir sobre un territorio de unas sesenta hectáreas, quedó
circunscrito a unas 8 hectáreas, tan sólo un poco más de las 6,07 hectáreas
del perímetro amurallado.69 Lógicamente los gobernantes de Bilbao para re-
cuperar sus presuntos derechos jurisdiccionales emprendieron una serie de
pleitos que perduraban en tiempos de Carlos V. Las anteiglesias contaron
con el paraguas institucional de las Juntas Generales de la Tierra Llana. El
procurador de la villa de Bilbao, Juan Martínez de Marquina, se opuso a la
sentencia del licenciado Cueto y pidió que se retiraran los mojones que man-
dó poner dicho corregidor. Le acusó de haber acuchillado a tres clérigos de
orden sacra, siendo excomulgado por ello, y sostuvo que por este motivo
había sido anulada su capacidad para emitir sentencia alguna. Quería conse-
guir con este discurso la nulidad de la sentencia.
En este discurso el procurador de los bilbainos cuestionó el pactismo po-
lítico de los vizcainos fundamentado en la leyenda de Jaun Zuria recogida en
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las crónicas de la época70 y defendió por encima de todo que la autoridad en


el Señorío descansaba en los Señores de Vizcaya, miembros de la Alta Noble-
za y más adelante también reyes de Castilla. El concejo de Bilbao acusó al
corregidor, que sentenció a favor de los moradores de la Tierra, de servirse
de crónicas viejas y patrañas que no venían al caso. El texto es de una expre-
sividad manifiesta:

(…) porquel dicho liçençiado Cueto disando de mirar e seniar por los dichos
prebillejos presentados por los dichos mis partes tomo otro camino que fue de

68. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ; C. HIDALGO de CISNEROS AMESTOY; A. LORENTE RUIGÓMEZ; A. MARTÍNEZ LAHI-
DALGA, Colección Documental del Archivo Histórico de Bilbao (1300-1473), Donostia, 1999, número 86.
69. J. Á. GARCÍA de CORTÁZAR RUIZ de AGUIRRE, «Bilbao, 1300-1511: del vado al Consulado», en J.
TUSELL GÓMEZ (ed.) Bilbao a través de su historia. Ciclo de conferencias conmemorativas del 700 Ani-
versario de la fundación de la villa de Bilbao, Edit. Fundación BBVA, Bilbao, 2004, pp. 15-34 (pp. 33-
34) y A. M.ª RIVERA MEDINA, La civilización del viñedo en el primer Bilbao (1300-1650), Edit. UNED,
Madrid, 2011, p. 28.
70. Entre otras en la obra «Bienandanzas e Fortunas» de Lope García de Salazar. Véase L. GARCÍA
de SALAZAR Las Bienandanzas e Fortunas, edic. de Angel Rodríguez Herrero, Bilbao, 1984, 4 vols.
Sobre dicha leyenda remito al trabajo de J. JUARISTI, La leyenda de Jaun Zuria, Bilbao, 1980 y al traba-
jo de E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La Edad Media en los mitos y leyendas de la historiografía vasca», Revista
Acta Historica et Archaeologica Mediaevalia, 26. Homenatge a la profesora Dra. Carme Batlle i Ga-
llart, Barcelona, 2005, pp. 717-740.

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104 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

coronicas e viejas e patrannas que dizen que un ynfante don Çuria que vino
de Ascoçia e fue capitán de los viscaynos e peleo con el rey de castilla sobre sus
libertades e porque bençio le dieron la mitad de la tierra e la otra mitad quedo
con ellos con toda la juridiçion lo qual aunque algo dello oviese pasado e pa-
resçiese por las coronicas de Viscaya faze muy poco en este caso especialmente
para quebrantar sus prebillejos a la dicha villa porquel señor de Viscaya pudo
tener una legua enderredor de donde poblo la dicha villa de Vilvao e la juri-
diçion de todo el condado por su mismo fuero e por uso e costumbre se prueba
ser del señor e no de los hijosdalgo de la dicha tierra que claro es que los alcal-
des del fuero e prestamero e merinos los ponían los sennores de Viscaya e
endespués que fue encorporada Viscaya en la Corona Real han puesto los di-
chos alcaldes del fuero e prestamero los reyes de gloriosa memoria vuestros
progenitores e fasen merçed del los dichos ofiçios a quien quieren e de manera
quel dicho señor rey don Iohan el primero pudo muy bien dar el dicho termino
e juridiçion a la dicha villa e en querer el dicho corregidor dar mas fee e credi-
to a las dichas patrannas que a los dichos prebillejos e uso e exerçicio dellos
notoriamente lo herro e aun tento atribuir la juridiçion a los escuderos de la
dicha Tierra Llana e la quitar a vuestra altesa sy es cierto lo que dice que los
sennores del dicho condado non tenian juridiçion porquel dicho señor rey don
Iohan suçedio en el sennorio del dicho condado en la misma forma e manera
que lo tenían los sennores que fueron della e aun asy segund dicho comun
commo segund los ordenamientos destos reynos vuestra altesa tiene la juri-
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diçion fundada.71

Asimismo los conflictos entre otras villas vizcainas y las gentes de las an-
teiglesias ubicadas en su entorno por diferencias relacionadas con los térmi-
nos y la jurisdicción fueron frecuentes a lo largo del siglo XV. Guernica con
Juan Sánchez de Meceta por el patronazgo de San Pedro de Luno; Lequeitio
con los concejos de las anteiglesias de Guizaburuaga, Murelaga, Ispáster,
Amaroto y Mendeja;72 Durango con Mañaria, Izurza y Abadiano, así como
con la Merindad de Durango que disputó al concejo de la villa a principios
del XVI el arrabal de la Cruz que estaba al otro lado de la muralla, etc. La
diferenciada personalidad política existente en el Señorío de Vizcaya entre
las villas y la Tierra Llana con sus respectivas merindades que disponían de
una jurisdicción específica no sólo auspició la extensión territorial de las

71. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Sala de Vizcaya 379,1/382,1.


72. Los conflictos entre los concejos de dichas anteiglesias y los clérigos de Santa María de Le-
queitio relacionados con el interés de las primeras por desgajarse de la iglesia matriz tampoco pue-
den desligarse de la rivalidad y competencias económicas, sociales y políticas entre la villa de Le-
queitio y los pueblos colindantes. Paralelamente el concejo de Lequeitio seguía pleitos por cuestiones
de términos con los parroquianos de dichas anteiglesias, sujetos eclesiástica y espiritualmente a las
autoridades eclesiásticas de Lequeitio (E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media:
oligarquías y élites urbanas en el País Vasco… etc., pp. 485-486).

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 105

primeras a costa de las segundas, sino que tenemos casos de todo lo contra-
rio, es decir, del crecimiento de la Tierra Llana a costa de las villas que que-
daron circunscritas en gran medida al núcleo amurallado, así como de la
presión de las anteiglesias por limitar los derechos jurisdiccionales de las
villas sobre las actividades económicas desarrolladas en los puertos ubica-
dos en la Tierra Llana. De ahí que en la mayoría de los términos jurisdiccio-
nales de las villas vizcainas apenas hubiera agrupaciones de carácter aldea-
no. Los procuradores de las anteiglesias integradas en la Tierra Llana
utilizaron en bastantes ocasiones las Juntas del Condado y sus oficiales (a
fines del siglo XV contaban con dos diputados generales y dos procuradores
generales) para defender sus intereses y su propia personalidad jurídicopú-
blica frente a las villas.

2.3. Álava

En Álava hubo varios núcleos urbanos que llegaron a consensuar puntual-


mente sus relaciones jerarquizadas con las aldeas favoreciendo la formación
de Juntas en la Tierra. Me detendré a comentar ejemplos de las tres villas
más relevantes de la Provincia de Álava: Laguardia, Vitoria y Salvatierra.
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2.3.1. Laguardia y sus aldeas

En la Comunidad de Villa y Tierra de Laguardia varias aldeas fueron ad-


quiriendo algunas competencias de carácter jurisdiccional durante el si-
glo XV, si bien de las sentencias de estos jueces se podía apelar al alcalde
de la villa de Laguardia. Las aldeas de la Tierra de Laguardia formaban par-
te de su jurisdicción desde la concesión del fuero a la villa en 1164. La Co-
munidad de Villa y Tierra de Laguardia se distribuyó en el siglo XV, desde
un punto de vista políticoterritorial, en tres tercios, el de la villa, el de Cri-
pán y el de Samaniego.73 Para aquellas decisiones políticas de mayor enver-
gadura se requirió la presencia de procuradores de cada uno de los tercios
en los Ayuntamientos de Villa y Tierra: repartimientos fiscales para finan-
ciar las decisiones políticas locales, confirmación de las elecciones munici-

73. Estos dos últimos englobaban a todas las aldeas. El de Cripán comprendía las aldeas de Cri-
pán, Elvillar, Viñaspre, Lanciego, Yécora, Moreda, Oyón y Esquide. El de Samaniego las aldeas de
Samaniego, Leza, Baños (de Ebro), Villaescuerna (Villabuena), Navaridas, Elciego, Páganos y Berbe-
rana. El de la villa incluía también la aldea de La Puebla (de la Barca). Los pobladores de los tercios
de las aldeas tenían derecho a convocar a sus pobladores a reuniones para iniciar o seguir pleitos,
para solicitar repartimientos con que costearlos, o para proteger sus tierras y ganados de los ladrones
y delincuentes. Véase E. GARCÍA FERNÁNDEZ, La comunidad de Laguardia en la Baja Edad Media (1350-
1516), Edit. Diputación Foral de Álava, Vitoria, 1985, pp. 46-54.

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106 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

pales y defensa de los términos de la jurisdicción ante posibles ataques


militares.
Pero los pobladores de las aldeas no intervinieron en la elección de los
oficios concejiles de la villa y por supuesto tampoco pudieron ser elegidos a
los mismos. Tan sólo podían influir en la política impulsada por los dirigen-
tes urbanos en los concejos de Villa y Tierra, adonde podían enviar en 1438
dos procuradores por cada Tercio, y más tarde un procurador por cada una
de las aldeas de los tres Tercios en que estaba dividido el término jurisdiccio-
nal de Laguardia. La aprobación de los acuerdos tratados en el concejo de
Villa y Tierra no podía llevarse a efecto si los gobernantes de la villa no ha-
bían convocado a los procuradores de los Tercios, cuya capacidad de actua-
ción en la práctica estaba muy limitada, restringiéndose a la aprobación o
desaprobación de los acuerdos de los gobernantes urbanos. Uno de los te-
más que más quejas provocó entre los habitantes de las aldeas fue el pago
de los impuestos y el destino de la hacienda concejil. Ya en 1365 se produjo
un conflicto entre «l’alcalde e jurados el clavero de la billa de Lagoardia
d’una parte e el conceio e aldeas del dicho logar de la otra sobre çiertas espen-
sas et mesiones fechas por los dichos alcalde jurados e claver de por el dicho
conçeio».74 A fines del XIV tampoco plació a los pobladores de las aldeas la
obligación de acudir a defender la villa de Laguardia, abandonando las al-
deas donde residían.
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Los pleitos por la concesion de solares para edificar entre las aldeas y la
villa no fueron inusuales en el curso de los siglos XIV y XV , sobre todo
cuando los dirigentes urbanos recibían quejas de los lugareños. En 1500 li-
tigaban por la concesión de un solar el concejo, jurados y hombres buenos
de Elvillar, convocado a campana repicada y que solía reunirse en la iglesia
de Santa María de la localidad, y la villa de Laguardia. Los primeros adu-
cían que nunca habían intervenido los regidores de Laguardia en este tipo
de concesiones al ser términos específicos de la aldea, pero que ahora lo
habían hecho quitando dicha prerrogativa al concejo de Elvillar «contra
derecho». Como protesta los jurados de Elvillar («del logar de Byllar aldea
que es de la bylla de Laguardya») quitaron los mojones del solar concedi-
dos a un particular para que realizara una edificación en el término del
Somillo. Los dirigentes de Laguardia sostuvieron que los jurados no podían
llevar a cabo la concesión de solares, ni disponer de los suelos, montes,
prados y ejidos, ni donarlos, ni venderlos «sin dar parte nin cuenta a la
dicha villa».75

74. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, La comunidad de Laguardia en la Baja Edad Media (1350-1516)… etc.,
p. 121.
75. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Zarandona y Wlas, olvidados,
c. 393/4.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 107

2.3.2. Vitoria y sus aldeas

Los labradores e hidalgos de las aldeas de Vitoria, adquiridas entre 1181 y


1332,76 pleitearon durante el siglo XV con el concejo vitoriano no tanto por
escapar a su jurisdicción, cuanto por motivos económicos, fiscales y financie-
ros, así como porque consideraron que su participación política en los asun-
tos locales y provinciales era insuficiente. Los procesos judiciales tramitados
ante los tribunales de justicia demuestran que periódicamente se produjeron
choques entre ambas partes durante el siglo XV. En los documentos conser-
vados no se reclama en ningún momento el derecho a acceder al desempeño
de los principales oficios concejiles (alcaldes, regidores y procurador gene-
ral), pero sí lucharon por contar con diputados en el concejo, con un alcalde
de hermandad y por influir en aquellas decisiones políticas del concejo de
Vitoria que les podían atañer.
En 1463 se habían aprobado las ordenanzas de las Hermandades Alavesas
y Vitoria se había reservado el nombramiento de los alcaldes de Hermandad
de la toda la jurisdicción. Al año siguiente los procuradores de los hidalgos de
las aldeas reclamaron en vano contar con un alcalde de Hermandad. Los jue-
ces árbitros alegaron que los hidalgos de las aldeas de Vitoria pertenecían a
su jurisdicción y que por este motivo no tenían derecho alguno a tener un
alcalde de Hermandad. Los hidalgos de las aldeas no querían ser juzgados
por los alcaldes de Hermandad de Vitoria, sino por los designados por ellos
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mismos. Esta reivindicación, que posteriormente se concretará, se mantuvo


en los años sucesivos y tuvo sus frutos correspondientes. A principios del
siglo XVI, el procurador de los labradores de las aldeas, afirmó que «los fijos-
dalgo de la dicha tierra que solian tener su alcalde de hermandad, toviesen
tambien dos deputados e agora los tienen en el ayuntamiento de la dicha
çibdad».77 Y así lo reconoció en parte Diego Martínez de Álava, Diputado
General de Álava, pero dejando claro que el alcalde de hermandad de los
hidalgos era un simple ejecutor de las sentencias de los alcaldes de herman-
dad de Vitoria y que debía actuar conjuntamente con ellos y no de forma
independiente.78 Los hidalgos no consiguieron un alcalde de hermandad con

76. Las diferencias entre los hidalgos de las 41 aldeas y la villa-ciudad de Vitoria se produjeron
desde la misma incorporación. La dependencia jurisdiccional del alcalde de Vitoria desde 1332 supuso
la salida de la jurisdicción de los alcaldes de Álava, una vez desaparecida la Cofradía de Álava en
dicho año. Véase J. R. DÍAZ de DURANA, Vitoria a fines de la Edad Media (1428-1476), Edit. Diputación
Foral de Álava, Vitoria, 1984, pp. 38-46.
77. Véase, F. J. GOICOLEA JULIÁN; E. VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R.
DÍAZ de DURANA ORTIZ de URBINA, Honra de Hidalgos, yugo de labradores: nuevos textos para le estu-
dio de la sociedad rural alavesa (1332-1521), Universidad del País Vasco, Bilbao, 2005, pp. 116-122 y 176.
78. «(…) puede aver veynte e çinco años poco más o menos, que los dichos hijosdalgo se juntaban
con los caballeros e grandes de aquellas comarcas, e bevian con ellos e los servian e seguian contra el
serviçio de Vuestra Altesa, contra el bien e pro comun de la dicha çibdad; y Sus alteças, por escusar

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108 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

las mismas competencias que los dos alcaldes de Hermandad de Vitoria,


pero sí que una persona con la misma denominación, aunque con menos
competencias, colaborara con ellos.
Los hidalgos de las aldeas quisieron en 1464 ir aún más lejos en sus reivin-
dicaciones al negarse a pagar determinados tributos exigidos para el reparo
de los muros y puentes, el ensanche de los caminos, etc., a los que sin em-
bargo contribuían los hidalgos de la ciudad de Vitoria. La respuesta de los
jueces árbitros fue que debían contribuir si ya se habían gastado las «rentas
apartadas del comun, como son las rentas que la çiudad arrenda por propios
suyos, deben ser primeramente despendidas, e sy non cumplieren e non ovie-
ren otra cosa alguna del comun». Los jueces les consintieron tener pesos en
las aldeas, roturar los mostrencos y que sus ganados pastaran en las tierras
de las aldeas viejas y despobladas. Especificaron que el corregidor debía ser
pagado con «los propios del comun» y que los hidalgos habrían de contribuir
tan sólo «en los casos que los derechos ponen que los omes fijosdalgo deben
pechar». Así mismo liberaron a algunos hidalgos de las penas a que habían
sido condenados por los alcaldes de Vitoria y acordaron que se les devolvie-
ran los asnos, si el vino que en ellos se traía era para su propia provisión y
no para ponerlo a la venta.79 Desde la llegada al trono de los Reyes Católicos
los pleitos entre los hidalgos aldeanos y los ciudadanos de Vitoria no cesa-
ron. En 1475 los vitorianos acusaron a los escuderos de la jurisdicción de ha-
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ber «querido nuevamente faser e crear alcalde nuevo entre sí en perjuicio de


la dicha çibdad é en quebrantamiento de los privilegios que tenedes, lo cual
dis que han fecho e facen con intencion de se apartar e exemir de la jurisdic-
cion desa dicha çibdad e de los alcaldes e justicia della». Los Reyes Católicos
ordenaron que no se innovara al respecto.80
En 1476 en estos conflictos siguen estando muy presentes los motivos tri-
butarios: el pago de la sisa del vino, el pago de contribuciones «concernien-
tes al pro comun de la dicha çibdad e su tierra (…) e en costas de Herman-

escandalos e por los encorporar e juntar con la dicha çibdad, dieron provisyon e merced nueva para
que toviesen alcalde e dos deputados, e el dicho alcalde non puede jusgar cosa alguna salvo prender e
traer los presos a la carçel de la dicha çibdad, e conocer juntamente con dos alcaldes de la herman-
dad que ay en la dicha çibdad, e los dichos dos diputados se juntan con otros onse diputados de la
dicha çibdad e con el alcalde ordinario e dos regidores e el procurador síndico, e estos hasen conçejo
syn otro llamamiento ni ayuntamiento de personas de çibdad e tierra» (ca. 1509). Véase F. J. GOICOLEA
JULIÁN; E. VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R. DÍAZ de DURANA ORTIZ de URBINA,
Honra de Hidalgos, yugo de labradores… etc., pp. 177-178.
79. F. J. GOICOLEA JULIÁN; E. VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R. DÍAZ de
DURANA ORTIZ de URBINA, Honra de Hidalgos, yugo de labradores… etc., pp. 116-122.
80. T. GONZÁLEZ, Colección de Cédulas, Cartas-Patentes, Provisiones, Reales órdenes y otros docu-
mentos concernientes a las Provincias Vascongadas, copiados de orden de S.M. de los registros, minu-
tas y escrituras existentes en el Real Archivo de Simancas y en las Secretarías de Estado y del despacho
y otras oficinas de la Corte, Madrid, Imprenta Real, 1829-1833, n.º VIII.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 109

dad comun e otras semejantes» y el control de las mercancías a su paso por


las aldeas, pues podía suponer una disminución de los ingresos fiscales de la
ciudad.81 Por estas fechas el concejo de Vitoria prohibía que los escuderos de
las aldeas tuvieran pesos y medidas en sus casas o mesones donde se aco-
giera a los mercaderes y comerciantes.82
A la lista de diferencias enumeradas se añadieron la pertenencia y utiliza-
ción de los ejidos y de las zonas de pastos de los términos de las aldeas
viejas —las primeramente adquiridas— y nuevas a los vecinos de Vitoria y a
los escuderos de la Tierra, así como los derechos de aprovechamiento del
pasto y de la madera de las aldeas despobladas, cuestiones en las que se
favoreció los intereses de la ciudad. En este sentido los vitorianos se preocu-
paron porque los ganados de los carniceros de la ciudad destinados al abas-
tecimiento de las carnicerías pudieran pastar en los términos de las aldeas.
Todo ello implicó que se pusiera límite a los escuderos para roturar en los
ejidos «comunes e conçegiles», en las zonas de pasto, así como la exigencia a
los mismos de que devolvieran todas las tierras que habían roturado ilegal-
mente durante los últimos cuarenta años.83 Además el procurador de la ciu-
dad de Vitoria alegó ante la Corte que los escuderos de las aldeas no podían
levantar casas en solares vacíos sin su licencia, que no podían tener alcaldes
de hermandad propios y que el derecho de venta de las aldeas despobladas
era una competencia exclusiva de la ciudad.
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Los escuderos, como presuntos herederos de la desaparecida Cofradía de


Álava, argumentaron en vano los derechos que les correspondía como tales,
reivindicando contar con un fuero específico sobre todo en lo que concernía
a los alcaldes de hermandad y la exención de pagar pechos y servicios. Sin
embargo, los Reyes Católicos sentenciaron en 1476 que los escuderos forma-
ban parte de la vecindad de la ciudad y que debían someterse a su fuero en
todo, pues las 41 aldeas le habían sido adjudicadas al concejo de Vitoria, sien-
do «partidas del fuero uso e costunbre de los cofrades de Alava por donde pa-
resçe que los vesinos de los conçejos de las dichas aldeas fidalgos e labradores

81. J. R. DÍAZ de DURANA, Vitoria a fines de la Edad Media… etc., pp. 42-46. Los mulateros tenían
la obligación de hospedarse en la ciudad de Vitoria si iban cargadas sus recuas con mercancías. Los
«escuderos» de las aldeas tenían prohibido acogerlos en sus posadas y mesones.
82. En relación con el pago de los impuestos aducían que «eran tenudos e obligados a pechar e
contribuyr con los otros escuderos fijosdalgo de la dicha çibdat en todos los repartimientos e derramas
que se fisiesen para conpra e ensanchamiento de terminos e para rreparos de la çerca e cavas e calça-
das de la dicha çibdat e para fuentes e puentes e en el salario de los corregidores e en otras cosas se-
mejantes e asy mesmo eran tenudos e obligados de los ayudar en tiempo de neçesydat e de velar e
rondar con ellos la dicha çibdat e gela ayudar a defender e guardar». Archivo Municipal de Vitoria
5/25/10.
83. Véase J. R. DÍAZ de DURANA y J. L. HERNÁNDEZ, «La expansión del siglo XV en el nordeste de la
Corona de Castilla: Ocupación del suelo y rompimiento de tierras en la jurisdicción de Vitoria», Con-
greso de Estudios Históricos. La Formación de Álava, Vitoria (1984), pp. 237-257.

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110 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

son aforadas al fuero de Vitoria e deven ser regidos por el fuero uso e costun-
bre de Vitoria» y que debían contribuir del mismo modo que los escuderos de
la ciudad en todos los impuestos exigidos por sus gobernantes «conçernien-
tes al pro comun de la dicha çibdat e su tierra (compra y ensanchamiento de
términos, reparo de fuentes, puentes y calzadas) (…) e en costas de herman-
dat comun e otras semejantes neçessidades comunes», salvo en aquellos casos
relacionados con el reparo de los muros y cavas y con el pago de los tributos
regios, debido a que los escuderos de las aldeas se les aplicaba en este asun-
to el «fuero de Soportilla».84 Asimismo en la sentencia se ordenó que se devol-
vieran las tierras roturadas en los ejidos durante los últimos años «para que
todos los puedan paçer con sus ganados e aprovecharse dellos». Entre 1476 y
1480 se prohibió a los escuderos tener mesones donde acoger a los recueros
que vinieran con mercancías, pues Vitoria tenía dicho monopolio. Los recue-
ros que vinieran con sus acémilas sin carga alguna podían ser acogidos en
los mesones de las aldeas y si llegaban con mercancías a horas intempestivas,
al anochecer, podían ser asimismo acogidos, pero a primera hora del día si-
guiente debía ser notificado a los dezmeros de la ciudad.
En 1476 los escuderos de las aldeas lograron la designación por los oficia-
les de Vitoria de un alcalde de Hermandad entre las cuatro personas «ricas,
abonadas y suficientes» propuestas por ellos, con el derecho a intervenir con
las mismas funciones que los alcaldes de hermandad de la ciudad. En 1480
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los reyes confirmaron dicha designación. De este modo se pretendió evitar


que los escuderos se constituyeran en una Hermandad diferenciada de la de
Vitoria. En este sentido Fernando el Católico ordenó «que los dichos escude-
ros no entrasen dende en adelante en hermandad alguna a vos de universi-
dad salvo con la dicha çibdat», circunstancia que pudo haberse producido
en los años anteriores, lo que debilitaba la fortaleza política de los vitorianos en
las Hermandades Alavesas.
Igualmente los escuderos e hidalgos de las aldeas consiguieron en 1476 el
nombramiento de 2 diputados «de los dichos escuderos de la tierra de Vitoria
(…) de los mas ricos e abonados e sufiçientes dellos» que pudieran acudir li-
bremente a las reuniones concejiles y que debían ser convocados de forma
expresa a las mismas si se fueran a abordar cuestiones relacionadas con la
solicitud de tributos a la ciudad y a la Tierra. Sus competencias tenían el mis-
mo nivel que las de los 11 diputados de la ciudad de Vitoria, contando con
derecho a voto en las sesiones del ayuntamiento. Los escuderos lograron que

84. Parece referirse la exención sobre todo al pago del tributo del pedido, de empréstitos, ayu-
das, servicios, portazgos —salvo en ciertos lugares—, rasuras, cucharas y el pecho real. Igualmente
estaban exentos de «lievas de pan e guias e carretas e lievas de petrechos por mandado de rey e otras
semejantes cosas». Esta franqueza no atañía, según la sentencia, a la moneda forera, a la martiniega y
al yantar.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 111

los vecinos de Vitoria no pudieran cortar madera para su abastecimiento y la


contrucción de sus casas de los montes de las aldeas sin el permiso del res-
pectivo concejo aldeano. Los ciudadanos sí lo podían hacer de los «montes
altos», de la misma manera que lo hacían los aldeanos. Los escuderos de las
aldeas también obtuvieron permiso para disponer de balanzas con las que
pesar en sus casas mercancías destinadas al consumo interno, que no fueran
traídas por extranjeros. Las licencias de nuevos solares en las aldeas debían
ser consensuadas entre el concejo de Vitoria y representantes de las aldeas (2
diputados de los escuderos y 1 de cada aldea donde se fuera a levantar el
edificio). Tan sólo se reservaba este derecho a los vitorianos si las aldeas se
hubieran despoblado.
En Vitoria el 6 de septiembre de 1476 los «labradores y hombres buenos
pecheros» de la jurisdicción de la Tierra de la ciudad de Vitoria fueron conmi-
nados por el rey Fernando el Católico a limpiar los cauces de los ríos y a
contribuir en los repartimientos que a tal efecto les demandara el concejo de
Vitoria, al haberse negado a hacerlo. Los oficiales concejiles de Vitoria defen-
dieron la reclamación de peones a los labradores aldeanos para que limpia-
ran los cauces cegados de los ríos recurriendo para ello a una provisión regia
remitida a la ciudad que ordenaba su limpieza «a causa de la gente francesa
e de los movimientos de mis reinos», es decir, por motivos militares.85
La desconfianza de los gobernantes de la ciudad de Vitoria respecto a los
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escuderos de la Tierra les llevó a solicitar en 1495 la extensión a las gentes de


las aldeas de los juramentos antibanderizos que habían realizado en 1476 los
residentes en la ciudad. Se trataba de que se apartaran de dichas parcialida-
des, de los linajes y de que juraran «la comunidad», pues aunque «fuiste re-
queridos con la dicha sentencia para que ficiésedes el dicho juramento diz
que aunque la obedecisteis que no la cumplisteis». Isabel y Fernando ordena-
ron a los escuderos que realizaran dicho juramento.86 Sin duda, en una época
en que los pleitos entre la ciudad y las aldeas se hallaban en su momento
más álgido, algunos hidalgos y labradores de la Tierra no habían tenido re-
paro en asociarse y en establecer relaciones con los señores de vasallos o
con sus administradores. No en vano en los alrededores de la jurisdicción de
Vitoria había comarcas pertenecientes a los Duques del Infantado, a los Men-
doza, a los Hurtado de Mendoza, a los Ayala, a los Guevara y a los Avenda-
ño. A su vez estos señores de vasallos en sus disputas con las Hermandades
Alavesas arrastraron con ellos a gentes de Álava y probablemente asimismo
de la Tierra de la jurisdicción de Vitoria. De ahí que todavía en 1499 los Re-
yes Católicos ordenaran que nadie acudiera a sus llamamientos, opiniones y
apellidos, así como que se interviniera ante los caballeros para que despidie-

85. T. GONZÁLEZ, Colección de Cédulas… etc., n.º IX.


86. T. GONZÁLEZ, Colección de Cédulas… etc., n.º XLI.

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112 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

ran a la gente que estuviera con ellos en «las tales asonadas e escándalos e
alborotos e que despidan la gente que asi tovieren allegada e non vuelvan
mas a la Junta, nin llamar nin faser las dichas asonadas e escándalos». Se
encargó dicho cometido al Diputado General de Álava, para evitar las «aso-
nadas e escándalos de gentes en esa dicha çibdad de Vitoria e su Provinçia e
Hermandades e sus adherentes e comarcas». En la misma línea en 1500 se
prohibió que los vasallos del rey en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava vivieran con
otros señores.87
En 1509 el procurador de los labradores de las aldeas solicitó a los reyes
castellanos una solución similar a la que habían conseguido a finales del si-
glo XV y comienzos del XVI los hidalgos de las aldeas en el ámbito de las
Hermandades de Álava. Sobre todo demandaron un alcalde de hermandad y
un procurador, de igual manera que lo poseían otras hermandades alavesas,
que pudiera estar presente en los repartimientos de la Hermandad y en la
toma de cuentas de la misma. Esto hubiera supuesto una situación paralela a
la del resto de las Hermandades Alavesas, pero estos labradores pertenecían
a la jurisdicción de Vitoria.
Según la opinión de Diego Martínez de Álava dada este mismo año, «la
dicha çibdad e su tierra es un cuerpo e un conçejo (…) desque la çibdad se
fundó» y consentir dicha novedad de «haser apartamiento de dar otro procu-
rador e diputado e alcalde para las dichas aldeas seria dividir un cuerpo e un
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conçejo, quanto más que en otros tiempos antiguos la dicha tierra se quiso
poner en esto, y aun se trató pleito sobre ello con la dicha çibdad».88 Los aldea-
nos labradores no cuestionaban tanto su pertenencia a la jurisdicción de Vi-
toria, cuanto reclamaban una mayor participación política. Los dirigentes de
Vitoria por el contrario defendían una corporación centralizada que dejaba
poco espacio participativo a los pobladores labradores de las aldeas. Estas
propuestas, empero, quedaron en saco roto. Los logros de los hidalgos de la
Tierra fueron bastante mayores por su calidad social, por su influencia y por
su mayor capacidad de presión. Los hidalgos (568) significaban más del 60 %
de los contribuyentes de la Tierra (900 con los «buenos hombres»), según el
repartimiento de Vitoria de 1521.
Los labradores de las aldeas se quejaban de que los repartimientos pena-
lizaban a los labradores de las aldeas y de que los alcaldes de la Hermandad
de Vitoria no favorecían a los pobladores de las aldeas, sino todo lo contra-
rio.89 Otro de los pleitos por motivos fiscales que tuvieron con los gobernan-

87. T. GONZÁLEZ, Colección de Cédulas… etc., n.os XLIV y XLV.


88. F. J. GOICOLEA JULIÁN; E. VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R. DÍAZ de
DURANA ORTIZ de URBINA, Honra de Hidalgos, yugo de labradores… etc., pp. 176-177.
89. En 1509, Fernando de Crispijana, procurador de los labradores, expresó de la siguiente mane-
ra los conflictos de los labradores de las aldeas con el concejo de Vitoria: «(…) aunque en la Pro-

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 113

tes de la ciudad se produjo en relación con el pago del Irundiru, palabra


«vascuence» o «vascongada», que según los testigos de los labradores signifi-
caba «dinero de la harina». Este impuesto gravaba a cada casa de labradores
con 5 maravedís por cada persona mayor de 7 años de edad, hombres o mu-
jeres, que residiera en ella. De este modo quedaban exentos de llevar a pe-
sar la harina en los pesos de la ciudad. Si en dicha casa de labradores vivie-
ran algunos mozos hidalgos, también se les demandaba dicho tributo. Los
labradores iniciaron un pleito con el concejo de Vitoria para eludirlo. Alega-
ron que el Irundiru era una imposición nueva, lo que no era verdad. El Irun-
diru era una de las rentas del concejo que se arrendaba todos los años en
subasta pública. La sentencia definitiva del tribunal de la Real Chancillería de
Valladolid favoreció a los gobernantes vitorianos.90

2.3.3. Salvatierra y sus aldeas

Desde finales del siglo XIV los hidalgos de las aldeas de Salvatierra pleitea-
ban con la villa por diferencias relativas al pago de los impuestos. En 1377 no
estuvieron dispuestos a pagar la sisa del vino porque consideraban que los
«privilegios de Álava» les eximían de hacerlo. La sentencia dada ese año no les
benefició en modo alguno. Estos hidalgos se constituyeron en la Hermandad
de Eguílaz y Junta de San Millán, que se reunía en la localidad de Ordoñana.
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binçia de Alaba ayan cuarenta e dos hermandades, e cada uno tenga un alcalde e un procurador,
pero sola la çibdad de Vitoria e su tierra e hermandad tienen demas del cuerpo de la çibdad más de
cuarenta aldeas e lugares, qués poco menos que todas las otras hermandades de Alaba, y non bastan
para el probecho de la tierra e negoçios d’ella los alcaldes de la hermandad de la çibdad, ni el procu-
rador, ni estos procuran el probecho de las dichas aldeas e tierra antes procuran sus probechos e yn-
tereses particulares, e cargan a la tierra e aldeas mucho más de lo que se debrian cargar, nin les po-
dia caber si el repartimiento bien se hesyese, e los gastan en sus salarios e caminos e que a ellos les
plaze, e para probeer a estos dapnos de la tierra e a los repartimientos demasiados qu’el dicho Pro-
binçial e los otros que se juntan con él fasen sobre los dichos mis partes, pues que se haze prinçipal-
mente de su ynterese e perjuizio conforme la justiçia e derecho que mis partes sean llamadas para que
non hagan repartimientos teniendo dineros en la bolsa comun, como se han hecho e hazen, e sobre
ello ay pleyto agora en vuestra Audiençia, entre el dicho Provinçial e los dichos mis partes, sobre un
repartimiento imoderado qu’el dicho provinçial e los diputados que dizen hizieron sobre los dichos
sus partes non oviendo nescesidad para ello, pues repartiendo ellos a su grado e syn parte e procura-
dor de mis partes, e tomandose ellos mismos las cuentas de los dineros repartidos, es dar ocasión a que
mis partes fuesen muy agrabiados, e las partes del dicho ofiçial e los otros diputados tobiesen facultad
e libertad de haser todos los repartimientos como fasta aquí los han fecho en mucho agravio e dapno
de mis partes e que sobre cada repartimiento tengan un pleito (…)». Véase F. J. GOICOLEA JULIÁN; E.
VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R. DÍAZ de DURANA ORTIZ de URBINA, Honra
de Hidalgos, yugo de labradores… etc., pp. 179-180.
90. J. R. DÍAZ de DURANA ORTIZ de URBINA, «Urundiru, que queryan desir dinero de harina». Acerca
de una imposición medieval de la ciudad de Vitoria sobre los labradores de las aldeas de la jurisdic-
ción», en Sancho el Sabio. Revista de Cultura e Investigación Vasca, n.º 9 (1998), pp. 155-160 y P. MARTÍN
LATORRE, «En torno a una palabra vasca en desuso: irundiru-urundiru (impuesto municipal)», Sancho
el Sabio. Revista de Cultura e Investigación Vasca, n.º 7 (1997), pp. 347-356.

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114 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

Conflictos entre los hidalgos, los labradores de las aldeas y los dirigentes de la
villa se produjeron a principios del siglo XV a causa del aprovechamiento de
los pastos y montes, dehesas y pastos de los términos que comprendían sus
aldeas. Los jueces árbitros nombrados al efecto para consensuar a ambas par-
tes sentenciaron en 1408 que las tierras que no fueran de su propiedad priva-
da, las que no estuvieran adehesadas y los montes lindantes con la Sierra de
Encía, Oñate y Guipúzcoa serían tanto de los vecinos de la villa como de los
hidalgos de las aldeas.91 Ello significaba que a partir de este momento nadie
podía roturar o construir edificios en las tierras comunes. Las disputas por el
aprovechamiento del espacio rural son consecuencia del interés de los veci-
nos de la villa por los bienes de carácter agropecuario existentes en los tér-
minos de las aldeas. El concejo de la villa de Salvatierra recurrió a sus presun-
tos derechos jurisdiccionales para conseguir el disfrute de dichos espacios.
Estos pleitos desembocaron en desencuentros mucho más graves poco
antes de mediados del siglo XV, que se arrastraron a lo largo de todo el siglo.
Entre 1440 y 1444 los labradores de las aldeas de Salvatierra, organizados asi-
mismo de forma corporativa, tomaron la determinación de segregarse de la
villa de Salvatierra y se incorporaron a las denominadas «Hermandades de
Álava». Estas Hermandades a las que se alude son precisamente aquellas que
se sublevaron contra Pedro López de Ayala en 1443. La contundente derrota
de los rebeldes, dirigidos por la pequeña nobleza de la Llanada Alavesa, tuvo
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como efecto la reincorporación de las aldeas a la jurisdicción de la villa de


Salvatierra, a solicitud de los propios labradores. Es muy probable que los
hidalgos de las aldeas les hubieran arrastrado a su causa en su protesta anti-
señorial al reivindicar el cumplimiento estricto del denominado Privilegio de
Álava de 1332.
En 1506 los «buenos hombres» labradores de la jurisdicción de Salvatierra
se quejaron de que el concejo de la villa y su bolsero les reclamaba graváme-
nes fiscales ilegales, al solicitar repartimientos superiores a los 3.000 marave-
dís sin haber pedido antes licencia para ello al rey. Se alude a la solicitud de
repartimientos por una cuantía de 300.000 maravedís.92 Las autoridades en-

91. En 1455 a la Junta General de Ordoñana asistieron procuradores de los hidalgos de las aldeas
de San Román, Galarreta, Albéniz, Aspuru, Narvaja, Luzuriaga, Zuazo, Eguílaz, Mezquía, Ordoñana,
Vicuña y Munain. Véase F. J. GOICOLEA JULIÁN, La oligarquía de Salvatierra en el tránsito de la Edad
Media a la Edad Moderna, Universidad de La Rioja, Logroño, 2007, pp. 129-131.
92. «(…) demas e allende de los cien mil maravedís que tiene de propios la dicha villa, contra la
prohibicion de la dicha ley e sin tener para ello mi carta de licencia, e espeçialmente en este año
allende de los dichos cien mill maravedis de propios que asi tiene la dicha villa, diz que han repartido
a cada uno de los dichos sus aprtes cada tresçientos maravedis que dis que puede ser por todos los
dichos maravedis repartidos tresçientos mil maravedis, e que Pero Ruis de Herroitegui mayordomo e
bolsero de la dicha villa, so color e deciendo que por mandado de los dichos alcaldes e ofiçiales que
para ello tiene, por fuerza e contra su voluntad de los dichos sus partes, a cada uno dellos o a la ma-
yor parte dellos les ha tomado de sus arcas donde tenian, descerrajando los candados, dos fanegas de

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 115

cargadas de la recaudación, en este caso el bolsero de Salvatierra, actuaron


con contundencia contra quienes se negaron a pagar el repartimiento. En
1509 expresaron la protesta contra el concejo de Salvatierra de la siguiente
manera: que «en los años pasados han fecho grandes repartimyentos de mu-
chas sumas e contias de maravedis non avyendo nesçesidad para ello e syn
tener liçençia de vuestra altesa, e el anno que menos han repartido han re-
partido mill ducados (…) cargando la mytad a los dichos mys partes que son
labradores pobres e ynorantes (…)».93 Ahora contaron con el apoyo del señor
de Salvatierra, Pedro López de Ayala, que estaba en pleitos con la villa.
La entrada de la Hermandad de Eguílaz y de la Junta de San Millán en las
Hermandades capitaneadas por la ciudad de Vitoria a mediados del siglo XV
fue sin duda un instrumento político con el que protegerse mejor del linaje
de los Ayala que tan duramente reprimió a los rebeldes unos años antes y
del avasallamiento a que se sentían sometidos por el concejo de Salvatierra.
El concejo de Salvatierra, por el contrario, lo vio como un menoscabo de sus
privilegios y quiso devaluar la presencia de estos hidalgos en las Juntas Ge-
nerales de Álava de 1457, siendo como eran estos últimos residentes de los
términos jurisdiccionales de la villa. En este contexto los ánimos se encrespa-
ron. Hidalgos de las aldeas secuestraron a vecinos de Salvatierra (1458) o
amenazaron y persiguieron al bolsero de Salvatierra (1460).94 Ambas partes se
denuncian entre sí de estar preparándose para el enfrentamiento armado y
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los de Salvatierra acusaron en 1457 a los hidalgos de entrar en «treguas e en-


comienda del sennor de Guevara»,95 un linaje con fuerte presencia señorial en
los alrededores de Salvatierra.
En 1462 los hidalgos de las aldeas de la «Hermandad de Eguílaz y de la
Junta de San Millán» acometieron una política de protestas con el objetivo
de hacer valer sus presuntos derechos monopolísticos al aprovechamiento de
los pastos situados fuera de los términos de las aldeas hacia la Sierra de En-
cía, Guipúzcoa y Oñate, a roturar y construir edificios en sus términos, a
echar repartimientos para financiar sus necesidades, a realizar juntas, a dis-
poner de un alcalde de Hermandad y a no cumplir las ordenanzas hechas
por la villa «contra su boluntad sin su consentimiento». El concejo de Salva-
tierra no consintió en modo alguno dichas reivindicaciones, exigiendo que
guardaran «los estatutos e hordenanças que el dicho concejo hiziere para en

trigo queriéndole dar otras prendas a cuenta dello e a otros los dichos trescientos maravedis por no
perder el trigo que asi tenian para su provision e mantenimiento (…)». Véase T. GONZÁLEZ, Colección
de cédulas… etc., n.º LII.
93. F. J. GOICOLEA JULIÁN, La oligarquía de Salvatierra en el tránsito de la Edad Media… etc.,
pp. 140-141.
94. F. J. GOICOLEA JULIÁN, La oligarquía de Salvatierra en el tránsito de la Edad Media… etc.,
pp. 132-133.
95. F. J. GOICOLEA JULIÁN, Archivo Municipal de Salvatierra-Agurain, tomo III, números 30 y 44.

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116 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

hexecuçion de la justiçia e para el bien vivir de todos» y que contribuyeran


como los hidalgos de Salvatierra al sostenimiento de la Hermandad y al pago
de los impuestos debidos al rey y a su señor Pedro López de Ayala. Todavía
más, el concejo de Salvatierra les exigía que contribuyeran «en el reparo de la
çerca e torres e muros de la dicha villa, e en fuentes e en puente e ensancha-
miento de terminos e jurisdiçion, e en el conformar de los previlegios d’ella e
en defendimiento d’ellos, e prosecuçion de los malhechores e en otros fechos
e tratos comunes, y que en tiempo de guerra son tenudos de benir a belar e
goardar con ellos la dicha villa, e que deben venir a los repiques e apellydos
que el dicho conçejo e sus alcaldes hecharen e fizieren en qualquier tiempo
que sea como cada uno de los otros vezinos de la dicha villa, e a otros quales-
quier llamamientos que les fueren fechos por el dicho conçejo e sus alcaldes,
so las penas que les pusieren e fueren puestas».
Las Juntas Generales de Álava confirmaron en 1462 la sentencia arbitraria
dada por el licenciado Juan García de Santo Domingo, corregidor de Vizcaya,
Diego Fernández de Ugarte y Pedro Pérez de Lezárraga, jueces árbitros designa-
dos respectivamente por Salvatierra y las aldeas. Los tres jueces sentenciaron
que los alcaldes ordinarios y de hermandad debían ser elegidos por el concejo
de Salvatierra, pues la «juridiçion de la dicha villa e sus aldeas e tierra, ansi çebil
como criminal e mero e mysto ymperio, ser e pertenesçer a la dicha villa e conçe-
jo d’ella e no a los dichos escuderos de las dichas aldeas», prohibieron a los escu-
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deros de las aldeas tener cárceles, así como posibilitaron a los vecinos de Salva-
tierra que sus ganados pudieran entrar a comer el pasto de la Sierra de Encía al
ser comunes de todos, aunque no dentro de los términos de las aldeas. Igual-
mente revocaron las sentencias dadas por los alcaldes de la villa de Salvatierra
contra los escuderos de las aldeas por «haber nombrado y fecho alcalde de her-
mandad, e por aver fecho prisiones de hombres, e carçeles, e pribadas, e cometi-
dos e fechas prendas e resistençias e ayuntamientos de gentes, e ynsultos e otras
execuçiones contra la dicha villa e conçejo de Salvatierra, e contra los alcaldes e
merinos e ofiçiales e personas singulares e vezinos e moradores de la dicha villa»
y por los alcaldes de hermandad nombrados por los escuderos de las aldeas.96
Con todo los jueces árbitros reconocieron una serie de derechos y debe-
res a la Hermandad de Eguílaz y Junta de San Millán.
En primer lugar consintieron que se pudieran levantar edificios en los
ejidos comunes con acuerdo del concejo de Salvatierra y por el concejo de la
aldea donde se fueran a construir.

96. F. J. GOICOLEA JULIÁN; E. VILLANUEVA ELÍAS; J. A. LEMA PUEYO; J. A. MUNITA LOINAZ; J. R. DÍAZ de
DURANA ORTIZ de URBINA, Honra de Hidalgos, yugo de labradores… etc., pp. 101-115. Véase asimismo
L. M. DÍEZ de SALAZAR FERNÁNDEZ, «Diferencias entre Salvatierra y sus aldeas por el nomramiento del
alcalde de Hermandad (1457-1537)», en La Formación de Álava. 650 aniversario del Pacto de Arriaga
(1332-1982), Vitoria, 1982, pp. 267-296.

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TEORÍA Y PRAXIS POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO A FINES DE LA EDAD MEDIA … 117

En segundo lugar reconocieron la legalidad de la Hermandad de Eguílaz


y de la Junta de San Millán, su derecho a tener Juntas y a nombrar procura-
dores y diputados que asistieran a las Juntas Generales de las Hermandades
de Álava, a echar repartimientos para sus necesidades y a poner multas en
sus Juntas. En suma la hermandad de Eguílaz y la Junta de San Millán fue
reconocida como una de las Hermandades Alavesas, aunque sin capacidad
para nombrar alcalde de Hermandad.
En tercer lugar se obligó a los escuderos a acudir a los llamamientos y
apellidos del concejo de Salvatierra para perseguir a los delincuentes y mal-
hechores. Recíprocamente los vecinos de Salvatierra debían ir a los apellidos
convocados por los concejos de las aldeas.
Y en cuarto lugar estimaron la exención que presuntamente tenían los
hidalgos de no pagar el pedido conjuntamente con los vecinos de la villa de
Salvatierra por los bienes que tuvieran en la jurisdicción de Salvatierra, pues
nunca habían contribuido a sostener dicho impuesto «por el previllegio qu’el
rei don Alfonso dio a los hijosdalgo de Alava, los fizo francos e libres con to-
dos sus bienes que abian e ganasen en adelante e no pareçe que en nengun
tiempo los dichos escuderos de las aldeas e juridiçion de la dicha villa obiesen
pagado el dicho pedido contra el tenor e forma del dicho previllegio». Sí con-
tribuirían, sin embargo, en las costas de los pleitos sostenidos por el concejo
para defender sus privilegios, en la construcción y reparo de puentes y en la
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mejora de los caminos comunes, así como en el sostenimiento de la cerca y


torres de la villa, salvo si se hicieren «mas por voluntad como es por fermosu-
ra e nobleza, e en estas tales que ansi se fazen e fizieren por fermosura e hor-
nato e nobleza no es nenguno a ellas tenudo salvo aquellas que las fazen
(…)». Del mismo modo deberían velar y rondar en tiempo de guerra en Sal-
vatierra tan sólo en el caso de que tuvieran casas y heredades en la villa o se
acogieren allí para su defensa y protección personal.
Las diferencias entre la villa y la Tierra no cesaron en los años siguientes,
motivadas por la celebración de alardes en la villa de Salvatierra, por la ven-
ta de mantenimientos en las aldeas —permitida en 1496 por los Reyes Católi-
cos— y por la recusación que podían hacer los hidalgos de las aldeas de los
escribanos de la villa cuando las primeras traían pleitos con la segunda, que
obligaba a que los escribanos propusieran como su acompañante a otro es-
cribano que residiera en las aldeas y no fuera del número de la villa. Final-
mente en 1498 la Hermandad de Eguílaz y Junta de San Millán consiguieron
del Consejo Real la competencia de designar un alcalde de Hermandad entre
las aldeas de más de 30 vecinos, lo que generó en los años sucesivos encon-
tronazos entre la villa y la Hermandad. Precisamente por estos años Pedro
López de Ayala, miembro del Consejo Real de Castilla y señor de Salvatierra,
seguía pleitos en el tribunal de la Real Chancillería de Valladolid por la titu-
laridad del señorío sobre la villa con sus dirigentes. Pues bien, el señor de

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118 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

Salvatierra apoyó el derecho a la alcaldía de Hermandad reclamado por la


Hermandad de Eguílaz y Junta de San Millán. El procurador de Salvatierra
denunció públicamente que dicha alcaldía de hermandad la habían conse-
guido los hidalgos de las aldeas por la intercesión a su favor de Pedro López
de Ayala y del oidor del Consejo Real, el licenciado Illescas.97
Por tanto, las aldeas de la «Hermandad de Eguílaz y Junta de San Millán»
estuvieron sometidas a la jurisdicción de la villa de Salvatierra, pero mantu-
vieron una relativa autonomía en el plano de la institución territorial más
importante de Álava, las Hermandades Alavesas, adonde enviaban sus procu-
radores y diputados, como una hermandad más, del mismo modo que lo
hacía la villa de Salvatierra y que consiguieron a fines del XV la capacidad de
designación de un alcalde de Hermandad. Los labradores por su parte plei-
tearon con la villa por el aprovechamiento de los pastos —también los hidal-
gos— y principalmente por considerar excesivos para con ellos los reparti-
mientos fiscales solicitados por el concejo de Salvatierra. Los labradores de
las aldeas, en sus disputas con la villa en la primera mitad del siglo XV se
acercaron en busca de apoyo social a los señores de la Casa de Guevara. A
fines del XV, una vez «aparcadas» las tensiones previas que vivieron las gentes
de la Tierra de Salvatierra con el señor de Salvatierra, no dudaron en buscar
el apoyo de este Grande de Castilla en aquellas coyunturas en que los diri-
gentes de Salvatierra eran «enemigo común» para los labradores e hidalgos de
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las aldeas y para Pedro López de Ayala.

3. CONCLUSIONES

El comportamiento de los habitantes de la Tierra no fue el mismo en Viz-


caya, Guipúzcoa o Álava. En Vizcaya, en líneas generales, las villas vieron
más reducido su término jurisdiccional a causa de la forma de inserción jurí-
dicoinstitucional de la «Tierra Llana» en el Señorío de Vizcaya. En las Provin-
cias de Guipúzcoa y de Álava, con más intensidad en la primera, los térmi-
nos jurisdiccionales de las villas crecieron de forma notable a costa de las
poblaciones de la «Tierra», cuya jurisdicción previa dependía de una organi-
zación administrativa regida por los alcaldes y los merinos mayores.
Por otra parte, el análisis de la documentación escrita saca a la luz nume-
rosos y diversos conflictos entre los gobiernos urbanos y los hombres de las
aldeas, collaciones, anteiglesias o vecindades vascas durante el siglo XV. Este
dato es un claro reflejo de la toma de conciencia política de los habitantes de
estas poblaciones respecto a los gobernantes de las villas y ciudades. En es-

97. F. J. GOICOLEA JULIÁN, La oligarquía de Salvatierra en el tránsito de la Edad Media… etc.,


pp. 134-141.

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tas disputas participaron por motivos económicos o políticos otros podero-


sos agentes sociales. Me refiero, en particular en algunas zonas, a los ferro-
nes, a los caballeros y a los parientes mayores solariegos, que se sirvieron de
las propias contradicciones internas de las corporaciones urbanas para, ha-
ciéndose valedores de las aldeas o vecindades, defender sus prerrogativas y
preeminencias económicas, sociales y políticas. Ejemplos de esto son los si-
guientes: los intereses de los ferrones en Legazpia y en Irún frente a las villas
de Segura y Fuenterrabía, el apoyo que dieron los Lazcano a las vecindades
de la villa de Segura, la presunta colaboración de hidalgos de las aldeas de
Salvatierra con los Guevara y Ayala, así como de moradores de las aldeas
de Vitoria con los caballeros de su entorno.
Los logros y los fracasos de las gentes de la Tierra insertadas en la juris-
dicción de las villas y ciudades vascas no fueron los mismos. En consecuen-
cia no siempre hubo una sumisión absoluta de las gentes de la Tierra a los
dirigentes de las villas y ciudades. Visto a fortiori se podría afirmar que entre
las aldeas, collaciones y anteiglesias existió una gradación de influencias y
de la capacidad de partipación en la política de los gobiernos urbanos de los
que dependieron.
Hubo poblaciones y pobladores de la Tierra que alcanzaron más pronto o
más tarde distintas parcelas del poder concejil urbano, lo que les permitió
discutir y votar las propuestas de los gobernantes de las villas y ciudades
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antes de que se produjeran los acuerdos concejiles (las anteiglesias de Verga-


ra, Elgueta, Azcoitia, Villafranca de Ordizia, Villarreal de Urréchua, Cestona y
en Vitoria los hidalgos de las aldeas). Por otra parte, aldeas o vecindades que
tuvieron en el siglo XIV una presencia relativamente notable en el concejo
urbano fueron perdiendo capacidad de influencia a lo largo del siglo XV. Éste
es el caso de Orduña y su Tierra, aunque esta última mantuviera una organi-
zación particular aún a principios del XVI, la Junta de Ruzábal.
De otro lado bastantes aldeas de la Tierra lograron estar representadas
con uno o dos procuradores o diputados, jurados o fieles en las sesiones
concejiles porque tuvieron interés en conocer y opinar principalmente en
aquellos asuntos relacionados con el pago de los impuestos (moradores de
las aldeas de Mondragón, Segura, Villafranca de Ordicia y Laguardia). No
faltaron tampoco vecindades, anteiglesias o aldeas que obtuvieron una ma-
yor o menor capacidad legal para comprar sus abastecimientos básicos en la
Tierra (en Segura, Salvatierra de Álava, Bilbao, etc.), sin que se les impusiera
la obligación de hacerlo en la villa, tal como aconteció en Irún, aldea de la
villa de Fuenterrabía.
Igualmente contamos con términos jurisdiccionales donde las gentes de la
Tierra ni tuvieron acceso a los oficios concejiles principales ni consiguieron
el derecho a enviar diputados o procuradores a las sesiones concejiles de las

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120 ERNESTO GARCÍA FERNÁNDEZ

villas, resultando en principio para ellas más difícil vehicular de forma legal
sus propuestas y reivindicaciones políticas (Salvatierra, Fuenterrabía, Tolosa,
Bilbao, etc.). El yugo jurídico-institucional que cercaba a los pobladores de
estas aldeas, collaciones o anteiglesias fue más estrecho, aunque siempre
tuvo cabida la opción de la protesta, que no siempre cayó en saco roto, se
hiciera por unos u otros cauces de expresión.

Las aldeas, collaciones, anteiglesias o vecindades de las villas se constitu-


yeron, en uno u otro momento de su existencia, en organizaciones políticas
sujetas en última instancia en lo fundamental a la autoridad y a los poderes
de las villas y ciudades, cuyos gobernantes dirigieron el conjunto de la cor-
poración urbana, constituida por la villa y la Tierra. Los dirigentes urbanos
de las villas y ciudades vascas no tuvieron unas mismas actitudes ante los
problemas que les generaban los vecinos residentes en la Tierra. Tampoco
los moradores de la Tierra demandaron de la misma manera sus reivindica-
ciones, aunque con frecuencia fueran bastante similares las de unas y otras
jurisdicciones. La violencia armada generada entre Irún y Fuenterrabía fue
acompañada de una dura represión jurídico-institucional y penal. En una si-
tuación intermedia se halla el recurso a la fuerza armada para tomar prendas
a los rebeldes siguiendo las disposiciones concejiles de las villas (Segura con
la vecindad de Cegama). El impago de los repartimientos establecidos por el
concejo urbano solía desembocar en la toma de prendas a los moradores de
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las poblaciones de sus términos. Lo más frecuente, sin embargo, aunque no


aligerarse necesariamente las tensiones entre los pobladores de las aldeas y
de las villas, fue la búsqueda de la solución de las diferencias por la exclusi-
va vía judicial. De igual manera la contestación política de unas y otras al-
deas varió. Los habitantes del valle de Legazpia pleitearon de un modo más
intenso con la villa de Segura que las demás vecindades. La presencia de
varias ferrerías y de ferrones con poder en el valle puede ayudar a compren-
der y explicar en parte la mayor conflictividad entre Legazpia y la villa.

En algunos casos estas organizaciones aldeanas fueron pujantes y tuvie-


ron los apoyos suficientes como para arribarse en otras instituciones o como
para segregarse en los albores de la Edad Moderna de la jurisdicción villana.

En el primer caso los hidalgos de las aldeas de la Hermandad de Eguílaz


y la Junta de San Millán, pertenecientes a la jurisdicción de Salvatierra, se
conformaron a fines del siglo XV en una de las Hermandades Alavesas, con la
misma entidad jurídicoinstitucional que la Hermandad de la villa de Salvatie-
rra. En este mismo sentido los escuderos de las aldeas de Vitoria lograron
contar con un alcalde de Hermandad que compartía con los dos alcaldes de
Hermandad de Vitoria la jurisdicción competente a esta última en la ciudad y
en la Tierra de Vitoria, aunque finalmente aquéllos no se constituyeron pro-
piamente en una Hermandad específica. En Guipúzcoa las anteiglesias de

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Santa Marina de Oxirondo y de San Juan de Uzarraga enviaron sus propios


procuradores a las Juntas Generales de la Provincia.
En el segundo caso algunas aldeas se desgajaron de la jurisdicción de
Tolosa, así como la Tierra de Oyarzun de la villa de Villanueva de Oyarzun
(Rentería). Además las anteiglesias de Begoña, Deusto y Abando se separa-
ron de la jurisdicción económicocomercial de la villa de Bilbao, si bien las
disputas entre ambas partes pervivieron en el siglo XVI. Los conflictos previos
fueron numerosos. Ya en 1480 el concejo de Bilbao había dado la orden de
que se quitaran de los «libros del pedido» las viñas y heredades de los veci-
nos de las anteiglesias de Deusto, Begoña y Abando con el objetivo claro de
servir a los intereses económicos de los vecinos de la villa. Lógicamente los
vecinos de dichas anteiglesias pleitearon con Bilbao para favorecer su propio
desarrollo económico. También instrumentalizaron a su favor a las Juntas
Generales de la Tierra Llana de Vizcaya, a sus procuradores y a sus Diputa-
dos Generales. Incluso en estas disputas el corregidor de Vizcaya trajo a co-
lación, para favorecer a las anteiglesias, la leyenda de Jaun Zuria y el pactis-
mo político que de ella se derivaba.
En fin, los conflictos entre los núcleos urbanos y los moradores de la Tie-
rra se reprodujeron periódicamente a lo largo del siglo XV. Los discursos po-
líticos de los procuradores de las aldeas, anteiglesias y vecindades se inserta-
ron en una teoría y práctica políticas directamente contestataria de sus
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relaciones de dependencia jurisdiccional o económicocomercial con los nú-


cleos urbanos. Las tensiones entre ambas partes fueron extremas en algunas
coyunturas, pero al mismo tiempo las villas no favorecieron las segregacio-
nes, porque su dominio jurisdiccional implicaba un mayor poderío político,
fiscal y financiero, económico, social y a veces también eclesiástico, no sólo
en el ámbito comarcal, sino también en el provincial. Por ello defendieron
también a las vecindades de su jurisdicción de las injerencias de otras locali-
dades y jurisdicciones.
Finalmente no quisiera acabar este capítulo sin recordar que los concep-
tos «común» y «pechero» no articularon el discurso que los vecinos de las al-
deas, anteiglesias y vecindades emplearon contra los dirigentes urbanos,
aunque sí formaron parte del mismo la defensa del provecho común y de la
máxima equidad contributiva posible. Los gobernantes de las villas, para le-
gitimar su poder frente a las anteiglesias, vecindades y aldeas argumentaron
su discurso político en torno al «bien común» y a la protección y amparo de
la república. Del mismo modo lo hicieron los vecinos de su jurisdicción. Los
unos y los otros se sirvieron indistintamente de dicho concepto político. El
«bien e pro común» fue una expresión que escondía intereses específicos di-
ferenciados y contrapuestos, dependiendo de quién la utilizara. Los conflic-
tos recurrentes entre los pobladores de las villas y de la Tierra así lo demues-
tran.

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Disciplinando las relaciones políticas:
ciudad y nobleza en el siglo XV*

JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE


Universidad de Castilla-La Mancha
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E en estos tienpos su estado rreal vino en tanta diminuçión, que si alguno le


desobedeçía y le movía guerra, antes le hazía mercedes porque le dexase en sus
deleytes que le castigase por los yerros que cometía. De manera que (…) todo
casi el patrimonio real se distribuyó e destruyó en poco tiempo, e su persona
vino en estrema necesidad (…). Y de aquí se siguió que los ministros de la jus-
ticia que eran en aquellos tiempos, pensaban más en sus provechos particula-
res que en el bien general. Fervían asimesmo los deleytes ilícitos en todo género
de voluntad, y aquel era enemigo que esto reprehendía, aquel era aborrecido a
quien desplacía.1

* Este trabajo se ha realizado en el seno del proyecto de investigación Fundamentos de identi-


dad política: la construcción de identidades políticas urbanas en la Península Ibérica en el tránsito a
la modernidad (Ministerio de Ciencia e Innovación, HAR2009-08946, I.P. Dra. Yolanda Guerrero Na-
varrete, Universidad Autónoma de Madrid).
1. F. del PULGAR, Crónica de los señores reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y
de Aragón, en C. ROSELL (ed.), Crónicas de los reyes de Castilla. Desde don Alfonso el Sabio hasta los
católicos don Fernando y doña Isabel, 3 vols., Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1953, ed. en 2
vols., Granada, Universidad de Granada-Universidad de Sevilla, 2008, vol. I, cap. IV, p. 22 (cito por
esa última edición).

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124 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

1. INTRODUCCIÓN. DEBILIDAD O FORTALEZA DE UN MODELO DE RELACIONES POLÍTICAS

Las violencias que describe y de las que se lamenta Hernando del Pulgar,
representan, de manera evidente pero también intencionadamente sesgada,
el grueso del hilo narrativo del sistema de relaciones políticas experimentado
en la Corona de Castilla durante el siglo XV o, mejor, hasta el advenimiento
de la monarquía isabelina. Los reinados de Juan II y Enrique IV, sucesión de
períodos de grave conflictividad política, constituyeron etapas especialmente
aptas para la persecución de «objetivos particulares» contradictorios con un
desenvolvimiento consensuado del sistema Corona de Castilla, en el que se
persiguiera objetivos de bien común.2 Agencias y actores sociales de diversa
naturaleza y entidad política procuraron depredar aquellas áreas del sistema
a su alcance, dando lugar a un panorama político no muy alejado del dibu-
jado por del Pulgar y otros cronistas, interesados, sin duda, en distinguir, de
los períodos anteriores, la etapa política abierta con el acceso al trono de
Isabel I y Fernando V, especialmente de la etapa más próxima, representada
por la monarquía de Enrique IV.3 Aunque sesgada e interesada, sabemos que
esta imagen no era falsa, antes bien los propios contemporáneos tenían así
mismo una percepción similar de las debilidades del sistema político pre-
isabelino, aunque en algunos casos tardaran en manifestarlas —enunciar-
las— de una manera clara y abierta. Así sucedería, por ejemplo, con los nu-
merosos pleitos de restitución de tierras comunales llevados adelante
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durante el reinado de Isabel I, especialmente como consecuencia de las le-


yes de Toledo, en los que sobre todo el elemento campesino, el más perju-
dicado por las entradas y usurpaciones cometidas tanto por miembros de la
nobleza extraurbana como de la propiamente ciudadana, se expresaría en el
sentido de identificar un período de pérdida de justicia, anterior a la monar-
quía Católica, por oposición a la recién recuperada capacidad y efectividad
de la acción regia.4

2. Es así como Hernando del Pulgar caracteriza la conducta de los partícipes en la Farsa de
Ávila, cuando afirma que una parte de la nobleza invitada a sumarse a la revuelta, se negó por con-
siderar que aquellos caualleros lo hazían por sus propios intereses particulares, e no por la buena
gouernaçión del reyno que publicauan. Véase PULGAR, Crónica de los señores reyes católicos, vol. I,
cap. I, p. 7.
3. No de una manera muy diferente a como hace Hernando del Pulgar, dibuja mosén Diego de
Valera el reinado de Enrique IV: Donde ninguna justiçia se guardava, los pueblos eran destruidos, los
bienes de la corona enajenados, las rentas reales reduzidas en tan poco valor que verguença me haze
dezirlo. Donde no solamente en los canpos eran los hombres robados, mas en las çibdades e villas no
podían seguros bivir: los religiosos y clérigos sin ningund acatamiento tractados. Eran violadas las
iglesias, las mugeres forçadas, e a todos se dava suelta liçencia de pecar. Véase D. DE VALERA, Crónica
de los Reyes Católicos, ed. J. DE MATA CARRIAZO, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1927, p. 5.
4. Sobre este sentimiento véanse, entre otros, J. M. MONSALVO ANTÓN, «Usurpaciones de comuna-
les: conflicto social y disputa legal (culturas políticas, luchas del común y sistema concejil en Ávila y
su tierra durante la Baja Edad Media)», en Historia Agraria, 24, 2001, pp. 89-122; y «Raíces sociales de
los valores estamentales concejiles: la construcción de las mentalidades y culturas rurales de caballe-

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 125

En ese contexto y en paralelo a las detracciones experimentadas por el


realengo y, más en general, por la autoridad real bajo Juan II y Enrique IV,
surge la agencia urbana como gran protagonista —pasivo y activo— de ese
proceso de (re)posicionamiento de un amplio sector de la nobleza en rela-
ción con la recomposición de su patrimonio. Un reajuste que, como sabe-
mos, pasó en muchos casos por la usurpación de tierras concejiles, cuando
no por la ocupación de los propios concejos de cabecera. El proceso es ge-
neral para la Corona de Castilla, aunque por su intensidad y extensión espa-
cial afectó especialmente a algunas áreas. En la Transierra castellana —ámbi-
to donde se localiza nuestro objeto de estudio—, Toledo, Madrid o Alcalá de
Henares, constituyen ejemplos de una relativa preservación del territorio
(menor en el caso madrileño) debida a sus más estrechas relaciones (incluso
de dependencia) con sectores fuertes de la nobleza (caso del arzobispo Al-
fonso Carrillo de Acuña y del marqués de Villena Juan Pacheco); Huete o
Guadalajara representan estadios diversos en el proceso de control político
del concejo por parte de miembros de la nobleza (indirecto en el último caso,
pues Guadalajara permanecería formalmente en el realengo aunque de facto
se hallaría fuertemente intervenida por los Mendoza de Infantado, mientras
que Huete llegaría a ser ocupada por Lope Vázquez de Acuña); en este mar-
co de relaciones, el concejo de Cuenca muestra una originalidad de conduc-
ta reseñable, en la medida en que supo sobreponerse, en cada momento, a
las acciones predatorias de la nobleza, dándoles respuesta (aunque es cierto
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que no siempre exitosa).5

ros y pecheros (Ávila y su tierra, siglos XIII-XV)», en J. M. MONSALVO ANTÓN, Comunalismo concejil
abulense. Paisajes agrarios, conflictos y percepciones del espacio rural en la Tierra de Ávila y otros
concejos medievales, Diputación de Ávila, 2010, pp. 361-421.
5. Sobre el particular, véanse J. PORRES MARTÍN-CLETO, «La ciudad de Toledo a mediados del si-
glo XV», en Anales Toledanos, 28, 1991, pp. 33-54; J. M. SÁNCHEZ BENITO, «Sobre la Hermandad Vieja de
Toledo, Talavera y Ciudad Real en la Edad Media: conflictos jurisdiccionales y poder sobre la tierra»,
en Anuario de Estudios Medievales, 18, 1988, pp. 147-156; E. BENITO RUANO, Toledo en el siglo XV. Vida
política, Madrid, CSIC, 1961; R. GIBERT Y SÁNCHEZ DE LA VEGA, El concejo de Madrid. I. Su organización
en los siglos XII al XV, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1949; C. M. VERA YAGÜE,
«Los conflictos interjurisdiccionales como factor determinante de la organización espacial: los Arias
Dávila frente al concejo de Madrid en el siglo XV», en J. LORENZO ARRIBAS (ed.), Organización social
del espacio en el Madrid medieval (II), Madrid, A.C. Al-Mudayna, 1997, pp. 97-112; P. SÁNCHEZ LEÓN,
Absolutismo y comunidad. Los orígenes sociales de la guerra de los comuneros de Castilla, Madrid,
siglo XXI, 1998. Los ámbitos hoptense y conquense han dado lugar a una mayor bibliografía, cuyos
trabajos principales indicamos aquí: M. C. QUINTANILLA RASO, La ciudad de Huete y su fortaleza a fines
de la Edad Media, Cuenca, Diputación de Cuenca, 1991; id., «Reflexiones sobre los intereses nobilia-
rios y la política regia en torno a Huete en el siglo XV», en Anuario de Estudios Medievales, 18, 1988,
pp. 439-453; id., «Marcos y formas de proyección de la nobleza conquense en su entorno urbano y
territorial», en El Tratado de Tordesillas y su época, 3 vols., Madrid, Junta de Castilla y León, 1995, I,
pp. 131-154; id., «La implantación de la nobleza y relaciones de poder en la tierra de Cuenca en la Baja
Edad Media», en J. S. GARCÍA MARCHANTE y A. L. LÓPEZ VILLAVERDE (coords.), Relaciones de poder en
Castilla: el ejemplo de Cuenca, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, pp. 103-132; id., «Es-
tructuras y relaciones de poder en la tierra de Cuenca a fines de la Edad Media», en La Península

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126 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

Es esa falta (relativa) de éxito la que ha llevado a algunos historiadores a


plantear una cierta debilidad del sistema político conquense, expresada no
sólo en las dificultades experimentadas en la defensa de su jurisdicción fren-
te a las acciones usurpadoras de la nobleza comarcana (que incluía a impor-
tantes representantes de la mediana y alta nobleza del reino, como los Pa-
checo, de la Cerda, Acuña, Manrique, Mendoza de Cañete, o Carrillo de
Albornoz), sino también en su relación con la monarquía y más especialmen-
te con sus medidas de centralización política, especialmente en los ámbitos
del nombramiento de oficiales urbanos, de la designación/imposición de co-
rregidores y de la elección de los representantes ciudadanos en las Cortes
del reino.6
Si bien es cierto que la ciudad de Cuenca aceptó someterse a un cierto
intervencionismo regio en las áreas señaladas, también lo es que, en la ma-
yor parte de los casos, el concejo actuó movido por intereses tácticos que, al
menos en la corta y media duración, no sólo no afectaron a su capacidad de
acción autónoma sino que constituyeron un punto de apoyo desde el que
proyectar sus intereses políticos sobre las agencias que, en teoría, los esta-
ban cortocircuitando: la monarquía y la nobleza (esta última interesada en
obtener oficios en la ciudad e incluso ansiosa de hacerse con su representa-
ción en Cortes —no sólo por las oportunidades políticas que ello abría a
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Ibérica en la Era de los Descubrimientos (1391-1492), 2 vols., Sevilla, 1997, vol. I, pp. 707-736; J. M. SÁN-
CHEZ BENITO, Las tierras de Cuenca y Huete en el siglo XIV. Historia económica, Cuenca, Universidad
de Castilla-La Mancha, 1994; id., «Territorio y conflicto en el ámbito jurisdiccional de Cuenca (época
de los Reyes Católicos)», en Espacio, Tiempo y Forma. Historia Medieval, 9, 1996, pp. 89-118; id., «El
poder en una pequeña ciudad castellana: el ejemplo de Huete en el siglo XV», en En la España Me-
dieval, 25, 2002, pp. 177-212; Y. GUERRERO NAVARRETE y J. M. SÁNCHEZ BENITO, Cuenca en la Baja Edad
Media: Un sistema de poder, Cuenca, Diputación de Cuenca, 1994; J. A. JARA FUENTE, «La “nobilización”
de un concejo en el siglo XV: Cuenca y los Hurtado de Mendoza», en La Península Ibérica en la era
de los descubrimientos, vol. I, pp. 1025-1034; id., «Que memoria de onbre non es en contrario. Usurpa-
ción de tierras y manipulación del pasado en la Castilla urbana del siglo XV», en Studia Historica.
Historia Medieval, 20-21, 2002-2003, pp. 73-104; id., «Facing the depredations and fighting the preda-
tors. Urban Castile and the defence of municipal jurisdiction in the Late Middle Ages», en Imago
Temporis. Medium Aevum, 1, 2007, pp. 143-170; J. I. ORTEGA CERVIGÓN, «El arraigo de los linajes portu-
gueses en la Castilla bajomedieval: el caso de los Acuña en el Obispado de Cuenca», en Medievalis-
mo. Boletín de la Asociación Española de Estudios Medievales, 16, 2006, pp. 73-92; id., «Lazos cliente-
lares y bandos nobiliarios conquenses durante el siglo XV», en Espacio, Tiempo y Forma. Historia
Medieval, 19, 2007, pp. 211-231.
6. Y. GUERRERO NAVARRETE y J. M. SÁNCHEZ BENITO, «Del concejo medieval a la ciudad moderna. El
papel de las cartas expectativa de oficios ciudadanos en la transformación de los municipios castella-
nos bajomedievales: Burgos y Cuenca», en La Península Ibérica en la era de los descubrimientos, vol.
II, pp. 1013-1024; Y. GUERRERO NAVARRETE, «La política de nombramiento de corregidores en el siglo XV:
entre la estrategia regia y la oposición ciudadana», en Anales de la Universidad de Alicante, 10, 1994-
1995, pp. 99-124; y Y. GUERRERO NAVARRETE y J. M. SÁNCHEZ BENITO, «La Corona y el poder municipal.
Aproximación a su estudio a través de la elección a procuradores en Cortes en Cuenca y Burgos en
el siglo XV», en Las Cortes de Castilla y León, 1188-1988, Valladolid, Cortes de Castilla y León, 1990,
pp. 381-399.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 127

estos nobles sino por los gajes y gabelas que ello les suponía).7 Si bien es
cierto que no siempre las acciones políticas emprendidas por Cuenca tuvie-
ron éxito (hacia 1480 y como consecuencia de la violencia de las depredacio-
nes experimentadas a manos del conde —duque desde 1479— de Medinace-
li, don Luis de la Cerda, prácticamente todo el rico sexmo septentrional de la
Sierra se hallaba apartado de la jurisdicción de la ciudad), su permanente
estado de disposición para adoptar una resolución activa frente a las intromi-
siones regias y nobles sí debe ser puesto de manifiesto. Por un lado, ello
contribuye a reconducir el imaginario historiográfico desde planteamientos
de identidad política débil a otros de firmeza políticoidentitaria. Por otro,
contribuye a poner el acento en el proceso de relación política, enfatizando
el compromiso de participación en dicho campo de relaciones manifestado
por la ciudad, su habilidad para incorporarse y actuar en él, y el potencial de
su acción política en cada momento y ante cada interlocutor —más que en el
resultado alcanzado en cada ocasión, lo que afecta a la relación de fuerzas
de los actores enfrentados pero no, y esto es lo esencial, a su naturaleza po-
lítica.8
En otros trabajos he analizado este proceso de relación en el caso de la
ciudad de Cuenca y de la nobleza que actúa en el amplio espacio conquense
y en sus áreas comarcanas, poniendo de manifiesto la habilidad mostrada
por la ciudad para influir en la conducta noble mediante el despliegue de
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unos recursos discursivos construidos como plataformas de vinculación de


ambas agencias (urbana y noble) y de reconducción de aquella conducta
hacia relaciones basadas si no en la cooperación (objetivo que se alcanzó en
numerosas ocasiones), sí en el respeto. Si bien no siempre funcionó como
esperaba la ciudad, cuando lo hizo, su carácter, aunque muchas veces táctico
y coyuntural, alcanzó no sólo a Cuenca sino también a muchos de sus inter-

7. Sobre el particular, para el caso de los oficios urbanos, la entidad alcanzada por su servicio
por la nobleza y la capacidad de acción que ello confirió a estos linajes nobles (todo muy relativo
hasta, al menos, la pacificación del reino por los Reyes Católicos), así como el poder de negociación
demostrado por la ciudad, véase J. A. JARA FUENTE, Concejo, poder y élites. La clase dominante de
Cuenca en el siglo XV, Madrid, CSIC, 2000, pp. 107-122. Y sobre la capacidad de control de la agencia
regimental por parte del concejo, especialmente en períodos de alta conflictividad, véase J. A. JARA
FUENTE, «1465: para que sean e estén para la corona real. Pacto político, realengo concejil y guerra
civil en Castilla», en J. M. NIETO SORIA y O. VILLARROEL GONZÁLEZ (eds.), Pacto y consenso en la cultura
política peninsular (siglos XIO al XV), Madrid, Sílex, en prensa.
8. Una debilidad/fortaleza que no se predica ni necesaria ni exclusivamente de la capacidad
positiva de resolución de los problemas a los que se enfrenta el actor social, sino de su capacidad de
posicionamiento ante esos problemas, de la construcción de una imagen apropiada (para esa identi-
dad política) y de su habilidad para imponerla a los actores con los que interactúa. Evidentemente,
el éxito beneficia al proceso de construcción e imposición de una determinada identidad política
pero no constituye un requisito único o suficiente. Véase J. A. JARA FUENTE, «Percepción de “sí”, per-
cepción del “otro”: la construcción de identidades políticas urbanas en Castilla (el concejo de Cuenca
en el siglo XV)», en Anuario de Estudios Medievales, 40/1 (2010), pp. 75-92.

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128 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

locutores nobles, conduciéndoles a adoptar posiciones próximas a los intere-


ses urbanos.9
En el presente trabajo me centraré en algunas de las cuestiones relaciona-
das con el proceso de «influencia discursiva» ejercido por la ciudad sobre el
colectivo noble con el que habitualmente interactuó hasta el triunfo de la
monarquía isabelina, en 1480 y en algunos de los elementos que integran el
rico vocabulario político del que se sirve la ciudad, especialmente en lo que
concierne a todo un conjunto de campos conceptuales ligados a la disposi-
ción anímica e intelectual a vincularse —o ser vinculado— a la ciudad.

2. FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA ACCIÓN DISCURSIVA URBANA

El 30 de mayo de 1440, el concejo de Cuenca escribía a Juan II oponién-


dose a la intención del monarca de hacer merced de 400 vasallos de Cuenca
a Pedro de Acuña. La oposición del concejo se construía sobre cuatro líneas
argumentales, todas las cuales confluían en una misma consecuencia, la afir-
mación del deservicio que generaría la merced, y en un mismo responsable,
el propio monarca. En primer lugar, se denunciaba el menoscabo económico
que la merced supondría para las rentas reales. En segundo lugar, se afirma-
ba que la enajenación a señorío de las fortalezas situadas en la jurisdicción
de la ciudad, también menoscabaría el poder del rey. En tercer lugar, la pér-
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dida de áreas de la jurisdicción del concejo sería causa de se despoblar e


destruyr la dicha çibdat, de que se seguiría a vuestra sennoría muy grand
deseruiçio. En cuarto lugar, se alegaba todo el conjunto de fueros y privile-
gios poseídos por Cuenca, así como los propios juramentos del rey sobre
mantener la ciudad en el realengo, a todos los cuales faltaría en el caso de
efectuar la merced. Finalmente, el concejo pedía a Juan II que adoptara una
decisión

por manera que esto no pase, en lo qual faredes lo que cunple a vuestro seruiçio
e acreçentamiento desa vuestra corona e a prouecho desta vuestra çibdat, e a
los moradores della faredes mucho bien e mucha merçed. E el muy alto Sennor
Dios acreçiente los días dela vuestra vida con ensalçamiento dela vuestra coro-
na e con vitoria e triunfo de todos los vuestros contrarios al Su Santo seruiçio.10

9. Véase, especialmente, J. A. JARA FUENTE, «Vecindad y parentesco. El lenguaje de las relaciones


políticas en la Castilla urbana del siglo XV», en F. FORONDA y A. I. CARRASCO MANCHADO (dirs.), El con-
trato político en la Corona de Castilla. Cultura y sociedad políticas entre los siglos X al XVI, Madrid,
Dykinson, 2008, pp. 211-239; y «Consciencia, alteridad y percepción: la construcción de la identidad en
la Castilla urbana del siglo XV», en J. A. JARA FUENTE, G. MARTIN e I. ALFONSO ANTÓN (coords.), Construir
la identidad en la Edad Media. Poder y memoria en la Castilla de los siglos VII a XV, Cuenca, Universi-
dad de Castilla-La Mancha, 2010, pp. 221-250.
10. Archivo Municipal de Cuenca (AMC), Libros de Actas (LLAA), leg. 190, exp. 2, fols. 9v-10r.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 129

En última instancia, la decisión del rey, las consecuencias que llevaba


aparejada para la ciudad y aun para el propio monarca y, en suma, la entera
conducta de éste se entendía y juzgaba a la luz de un mismo referente polí-
tico, el servicio (un servicio que, una similar demanda de observación res-
pecto a Dios, contribuía a sacralizar.11
Aunque no me voy a extender sobre estas cuestiones, pues ya las he de-
sarrollado en otros trabajos (citados en las notas precedentes), sí expondré
los elementos básicos que las integran con el fin de contextualizar más ade-
cuadamente el siguiente apartado. De esta manera, el documento analizado
expone un servicio definido en esta ocasión por referencia a la superior re-
presentación del reino, el rey, pero cuyo examen por parte de la ciudad
mostraba diversas implicaciones. En primer lugar, la construcción del monar-
ca como representante de la comunidad política del reino y, por lo tanto,
sujeta su conducta a examen y valoración por el resto de integrantes de la
comunidad «Corona de Castilla». La ciudad no denuncia simplemente el de-
servicio en el que se incurre con la adopción y ejecución de la merced, sino
que responsabiliza directamente al rey de causar ese deservicio no a sí (al
monarca) sino a la corona a la que representa y a una de las partes que la
integran, la ciudad de Cuenca (faredes lo que cunple a vuestro seruiçio e
acreçentamiento desa vuestra corona e a prouecho desta vuestra çibdat).12 El
que la ciudad se considerara titular de una facultad de disciplinar a la máxi-
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ma representación del reino —el monarca—, resulta extraordinariamente re-


levante para cuanto aquí nos interesa pues la consideración del rey tanto
como cabeza del reino cuanto como un miembro más de la comunidad polí-
tica global, tenía implicaciones importantes en cuanto al establecimiento de
un determinado modelo de relación política didáctica, en el que la ciudad

11. Sobre esto, véase J. A. JARA FUENTE, «Commo cunple a seruiçio de su rey e sennor natural e al
procomún de la su tierra e de los vesinos e moradores de ella. La noción de “servicio público” como
seña de identidad política comunitaria en la Castilla urbana del siglo XV», en I. ALFONSO ANTÓN (dir.),
Cultura, lenguaje y prácticas políticas en las sociedades medievales, número monográfico de e-Spa-
nia, 4, 2007, url: http://e-spania.revues.org/document1223.html; «Legitimando la dominación en la
Cuenca del siglo XV: la transformación de los intereses particulares a través de la definición del bien
común», en Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 16, 2009-2010, pp. 93-109; y «Con
mucha afecçión e buena voluntad por seruir a bien público: La noción “bien común” en perspectiva
urbana. Cuenca en el siglo XV», en Studia Historica. Historia Medieval, 28, 2010, pp. 55-82.
12. Esta capacidad de «someter a enjuiciamiento» la conducta regia ha sido también puesta de
manifiesto por B. GONZÁLEZ ALONSO, «Poder regio, reforma institucional y régimen político en la Cas-
tilla de los Reyes Católicos», en El Tratado de Tordesillas y su época, 3 vols., Madrid, Junta de Castilla
y León, 1995, v. I, pp. 23-47; J. M. NIETO SORIA «Rex inutilis y tiranía», y R. MORÁN MARTÍN, «Alteza…
merçenario soys. Intentos de ruptura institucional en las Cortes de León y Castilla», ambos en F. FO-
RONDA, J.-PH. GENET y J. M. NIETO SORIA (dirs.), Coups d’État à la fin du Moyen Âge?: aux fondements
du pouvoir politique en Europe occidentale, Madrid, Casa de Velázquez, 2005, pp. 73-92 y pp. 93-114,
respectivamente; J. M. NIETO SORIA, «Corona e identidad política en Castilla», en JARA FUENTE, MARTIN y
ALFONSO ANTÓN (coords.), Construir la identidad en la Edad Media, pp. 183-207; y JARA FUENTE, «Con
mucha afecçión e buena voluntad», pp. 55-82.

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130 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

asumiría la facultad de mostrar al rey pero también a la nobleza el camino


éticamente (políticamente) apropiado en cada momento, y en el que rey y
nobleza podrían discrepar en cuanto al contenido de la acción pedagógica
(el sentido de la conducta política que se debía adoptar) pero no respecto al
derecho de la ciudad a ejercer dicha actividad «docente».
Por otro lado, la definición que hace el concejo del binomio servicio/de-
servicio, ligándolo a la satisfacción de los intereses del rey y del reino —de
la corona— y al provecho de la propia ciudad, facilitó la inserción de estas
conductas en un marco de enjuiciamiento determinado por un receptor de la
actividad servicial (positiva o negativa) de naturaleza doble y complementa-
ria: el rey y la ciudad. Servir al rey y servir a la ciudad adquirían un carácter
más que complementario, al constituir el (verdadero) servicio al rey una ex-
presión alternativa de servicio a la ciudad, y el (verdadero) servicio a la ciu-
dad, una forma de servicio al monarca (en todo caso, el problema se centra-
ba en quién definía lo que era «verdadero» y lo que el sentido que se le diera,
comportaba).13 Así se manifiesta continuamente en los acuerdos de concejo,
donde las decisiones, por nimias o trascendentes que resulten, se vinculan a
ese doble marco servicial. De esta manera, cuando el 21 de marzo de 1460, el
concejo acuerda nombrar mayordomo y receptor de la ciudad a Ferrando de
Molina, la decisión se justifica porque estauan en grand neçesidad para faser
e conplir algunas cosas conplideras al serviçio del rrey nuestro sennor e al
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pro, e bien e pas e sosiego de la dicha çibdad.14 Y cuando tres años después,
el 22 de abril de 1463, Enrique IV ordena tomar cuenta de los repartimientos
realizados en Cuenca en los últimos diez años, lo hace afirmando que regi-
dores y receptores han gastado maravedís de los propios y rentas de la ciu-
dad en cosas non conplyderas a my servyçio nin al byen (…) dela dicha çib-
dad e su tierra.15
Es así que la noción de servicio (al rey y a la ciudad) impregna el curso
del proceso de enjuiciamiento y definición de lo apropiado, de las conductas
y acciones correctas/éticas; constituyendo ambos objetos de servicio destina-

13. Como habían expresado los procuradores en las Cortes de Valladolid de 1420, al tratar sobre
las respectivas facultades, regia y parlamentaria, en materia de otorgamiento de pechos y tributos:
(…) la intençion delas çibdades e villas delos vuestros regnos e la nuestra ensu nonbre fue siempre e
es e será, de guardar e conplir atodo nuestro leal poder todas las cosas que derecha mente acataren al
seruiçio dela vuestra muy alta sennoria e proçedieren verdadera mente dela su voluntad. Aunque el
contenido de lo que derechamente acatare al servicio del rey o la definición de lo que significaba
«provenir verdaderamente de la voluntad del monarca», podían ser objeto de debate, sí resultaba
clara la intención de los procuradores de someter el proceso políticodecisional en su más alto nivel
a reglas de servicio público y bien del conjunto de la comunidad política del reino. Véase Cortes de
los antiguos reinos de León y de Castilla, Madrid, Real Academia de la Historia, 1866, vol. III, Cortes
de Valladolid de 1420, petición única.
14. AMC, LLAA, leg. 195, exp. 1, fol. 21v.
15. AMC, LLAA, leg. 196, exp. 1, fols. 51v-52r.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 131

tarios alternativos de dichas conductas. No obstante, ese proceso de enjuicia-


miento y definición de conductas y acciones no se construyó exclusivamente
alrededor del binomio servicio al rey/servicio a la ciudad, sino que, en cierta
manera, el servicio dirigido a la satisfacción de los intereses de ciertas agen-
cias particulares de poder (monarquía, ciudad), se generalizó, construyéndo-
se como procedimiento de satisfacción de los intereses y necesidades del
conjunto de la comunidad política, bien la comunidad (general) del reino
bien la comunidad (particular) urbana.16 Esto es algo que apuntan los dos
documentos citados con anterioridad (el nombramiento del receptor Ferran-
do de Molina y la toma de cuentas ordenada por Enrique IV), al referirse
ambos acuerdos al pro, e bien e pas e sosiego de la dicha çibdad, en el primer
caso, y al byen (…) dela dicha çibdad e su tierra, en el segundo.
Se perfila así un nuevo referente ideológico, desarrollado en paralelo al
referente servicial, el bien común. Un referente sobre el que, de la misma
manera que ocurre con el servicio, se procura mirar y medir toda conducta
y acción, como sucede el 2 de agosto de 1476, cuando el concejo examina y
renueva la ordenanza reguladora del oficio de almotazanía mirando a cata-
miento e justo propósito e deseo al bien público dela dicha çibdat e al buen
regimiento e gouernaçión della.17 Aquí el bien público, el bien común se
equipara a la naturaleza justa de la decisión adoptada y a la política de buen
gobierno que debe guiar el proceso político de toma de decisiones.18 Aún
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más claro resulta otro documento, de 26 de marzo de 1465, en el que los pe-
cheros de la ciudad, aprovechando la situación de debilidad política en la
que se hallaba sumido el regimiento como consecuencia de los conflictos que
azotaban el reino, acordaban nombrar tres o cuatro diputados por cuadrilla
para, con los cuadrilleros, entender con la justicia y regidores de los nego-
cios de la ciudad. Aquéllos justificaron el nombramiento acudiendo a un
para que mejor sea guardado el seruiçio del rey nuestro sennor e el pro e byen
de la repúblyca de la dicha çibdad, e la justiçia de ella sea favoresçida, equi-
parando las nociones «servicio», «bien común» y «justicia», y haciendo gravitar
alrededor de ellas la lógica y la legitimidad de la decisión.19

16. Sobre la capacidad de acción de agencias y actores, véase M. DOUGLAS, How Institutions
Think, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1987, esp. pp. 45-53. A caballo del planteamiento de Douglas
y aunque en una cronología muy anterior a la examinada en este trabajo, Casado Alonso enfatiza el
análisis de los aparatos de poder de los respectivos marcos urbanos, como representantes de éstos y
máximos beneficiarios de las políticas ciudadanas. Véase H. CASADO ALONSO, «Las relaciones poder
real-ciudades en Castilla en la primera mitad del siglo XIV», en A. RUCQOUI (coord.), Génesis medieval
del Estado Moderno. Castilla y Navarra (1250-1370), Valladolid, Ámbito, 1987, pp. 193-215.
17. AMC, LLAA, leg. 200, exp. 2, fol. 51r.
18. Sobre un proceso similar de equiparación, véase, J. WATTS, «Public or plebs: the changing
meaning of “the commons”, 1381-1549», en H. PRYCE y J. WATTS (eds.), Power and identity in the Middle
Ages: essays in memory of Rees Davies, Oxford, Oxford University Press, 2007, pp. 242-260.
19. AMC, LLAA, leg. 197, exp. 1, fols. 17r-v.

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132 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

De esta manera, servicio y bien común (como referentes de primer or-


den), y justicia o buen gobierno (como referentes secundarios, derivados y/o
examinados a partir de los anteriores), se presentaban como el armazón
ideológico sobre el que descansaba el enjuiciamiento de las conductas y ac-
ciones de actores y agencias. Mediatizado por éstos, pero dotado de una
cierta autonomía operativa, el principio de autoridad constituía un referente
complementario último, especialmente (de la implementación) de los refe-
rentes de justicia y buen gobierno. Cuando, el 9 de octubre de 1420, se per-
sonaba ante el concejo el bachiller y alcalde de corte Juan Sánchez de Peral-
ta, mostrando su carta de nombramiento de corregidor y reclamando su
recibimiento en el oficio, Diego Hurtado de Mendoza, guarda mayor de
Cuenca y su tierra, en nombre del concejo tomó la dicha carta del dicho sen-
nor rey en la mano e posóla en somo de su cabeça e dixo que la obedesçía e
obedesçió con [¿humilde?] e deuida reuerençia, commo a carta de su rey e
sennor natural. Dicho acto de obediencia se enmarcaba, nos dice el docu-
mento, en el servicio debido al rey y al pro común de Cuenca y su jurisdic-
ción. Lo que no obstó para que, en sesión celebrada al día siguiente, el
concejo manifestara su negativa a realizar el recibimiento, señalando que
haría aquello que cumpliera al servicio del rey y al pro común de la ciudad
y su tierra, expresando una vez más su facultad de enjuiciamiento de la con-
ducta regia y de definición del contenido de lo que el servicio (incluso al
rey) y el bien común debían integrar.20 Esa dependencia del principio de
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Sobre el acuerdo de nombramiento de diputados y sus implicaciones en el desarrollo del gobier-


no urbano, véase mi trabajo «Sobre el concejo cerrado. Asamblearismo y participación política en las
ciudades castellanas de la Baja Edad Media (conflictos inter o intra-clase)», en Studia Historica. His-
toria Medieval, 17, 1999, pp. 113-136.
Sobre la construcción de un modelo similar de legitimación del sistema político, véase RIGBY, S.,
«Urban “Oligarchy” in Late Medieval England», en J. A. F. THOMSON (ed.), Towns and Townspeople in
the Fifteenth Century, Gloucester, Alan Sutton, 1988, pp. 62-86; y C. PHYTIAN-ADAMS, Desolation of a
City. Coventry and the Urban Crisis of the Late Middle Ages, Cambridge, Cambridge University Press,
1979, p. 137.
Hay que tener en cuenta que la definición del bien común no se hallaba circunscrita a delimita-
ciones de carácter global sino que, en determinadas circunstancias, podía ser objeto de acotaciones
de naturaleza particular, reduciendo así su ámbito subjetivo de construcción. Es el caso del acuerdo
de concejo adoptado el 7 de octubre de 1482, por el que se prohíbe vendimiar hasta pasado san Lu-
cas, por ser commo es bien general de todos los que tienen vinnas e han de vendimiar. Véase AMC,
LLAA, leg. 204, exp. 1, fol. 54r.
De todos modos, incluso una definición particular del bien común alcanzaba una lectura general
pues, por definición, el bien común particular no podía contradecir a la expresión general de aquél.
Véase, sobre el particular, M. A. PAPPANO, «“Leve Brothers”: Fraternalism and Craft Identity in the
Miller’s Prologue and Tale», en R. M. STEIN y S. P. PRIOR (eds.), Reading Medieval Culture: Essays in
Honor of Robert W. Hanning, Notre Dame (Indiana), University of Notre Dame Press, 2005, pp. 248-
270.
20. AMC, LLAA, leg. 185, exp. 6, fols. 21r y 23v-26v.
No obstante, la construcción de estos referentes se hallaba en gran medida sujeta a la manipula-
ción que de dichos conceptos se hiciera en cada momento. Así, para un representante del principio

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 133

autoridad queda, así mismo, patente en otro documento de 6 de octubre de


1430, por el que los cuadrilleros que entraban a servir el oficio, prestaban el
correspondiente juramento de ser obedientes a todos los mandamientos que
el dicho conçejo o los dichos regidores les fisieren, e que guardarán el pro co-
mun de la dicha çibdad (…) e otrosy que esforçarán la justiçia quando quier
que fueren requeridos.21

3. HACIA UNA PEDAGOGÍA DE LA INCLINACIÓN («POLÍTICOAFECTIVA»)

Es en el marco ideológico configurado por los discursos de servicio (al


rey, a la ciudad, a Dios), bien común, justicia, buen gobierno, y autoridad,
donde descansa el proceso de construcción del entramado de relaciones po-
líticas que construye la ciudad con, entre otros actores y agencias, la nobleza
presente en el área de proyección de los intereses del concejo. Y es, por
tanto, a ese marco ideológico al que se reconduce el examen del contenido
político que integra esas relaciones y del proceso o procesos a través de los
cuales aquéllas son puestas en acción. El éxito de Cuenca, en este caso, de-
rivó del hecho de servirse de unos elementos discursivos comprensibles para
todos, cuya sustancia intelectual y procedimental podía ser sencillamente
aprehendida por todos los actores sociales, incluso si su puesta en acción
suponía un cierto grado de manipulación del hecho discursivo, algo de lo
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que los actores podían ser o no conscientes sin afectar necesariamente al


resultado final.22

de monarquía fuerte, autoritaria, la sumisión del principio de autoridad a cuanto no fuera la voluntad
regia quedaba fuera de discusión. Así sucede, por ejemplo, en Toledo, durante la última guerra civil,
cuando, en 1478, el alcaide Gómez Manrique se hace con el control de la ciudad para el partido isa-
belino, convoca al vecindario y le expone la gravedad de su conducta. En concreto, sobre el princi-
pio de autoridad manifiesta que ¿No sabeis que en el pueblo do muchos quieren mandar, ninguno
quiere obedecer? Yo siempre oi decir, que proprio es á los reyes el mando, é á los subditos la obedien-
cia; é quando esta órden se pervierte, ni hay cibdad que dure, ni reyno que permanezca. E vosotros
no sois superiores, é quereis mandar, sois inferiores, é no sabeis obedecer, do se sigue rebelion á los
reyes, males á vuestros vecinos, pecados á vosotros, é destruicion comun á los unos é á los otros. Una
línea argumental con la que no podía estar de acuerdo el mundo urbano (ni una buena parte de la
nobleza). Véase H. DEL PULGAR, Crónica de los señores reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel de
Castilla y de Aragón, en C. ROSELL (ed.), Crónicas de los reyes de Castilla. Desde don Alfonso el Sabio
hasta los católicos don Fernando y doña Isabel, vol. III, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1953,
cap. LXXIX, pp. 333-336.
21. AMC, LLAA, leg. 187, exp. 5, fols. 17v-18r.
22. Sobre la aplicabilidad de un análisis de marcos discursivos, su estructuración y accesibilidad
al conjunto de actores, véase G. LAKOFF, No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político, Madrid,
Universidad Complutense, 2007 (Don’t Think of an Elephant! Know Your Values and Frame the Deba-
te, White River Junction (Vermont, EE.UU.), Chelsea Green Publishing Company, 2004), pp. 17 y 39; y
G. LAKOFF y M. JOHNSON, Metáforas de la vida cotidiana, Madrid, Cátedra, 8.ª ed., 2009 (Metaphors We
Live By, Chicago, University of Chicago, 1980), esp. pp. 39-45. Sobre la capacidad de manipulación del
marco de relaciones sociales, véase también R. F. E. WEISSMAN, «Reconstructing Renaissance Sociolo-

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134 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

Este grado de manipulación (consciente, generalmente, para todos) en


pocas áreas de las relaciones ciudad-nobleza se hizo presente de una mane-
ra más acusada que en el campo de la sujeción del marco, a través del cual
pretendían organizar sus relaciones políticas, a referentes discursivos vincu-
lados a los campos de lo volitivo y afectivo. Es en estos referentes donde
Diego Hurtado de Mendoza, señor de Cañete, ensaya imbricar su actitud y la
expresión práctica de su conducta para con Cuenca cuando, el 20 de julio de
1423, escribe al concejo protestando por las denuncias hechas sobre haber
ocupado ilegalmente distritos de la jurisdicción de la ciudad. Sin negar la
realidad e ilegalidad de dichas ocupaciones, en esta ocasión el señor de Ca-
ñete manifestó su deseo de retornar a Cuenca lo ocupado, señalando que
bien tengo que ha grandes días que sodes enformados e çertificados de my
buena voluntad.23 Con habilidad discursiva, Diego Hurtado esquivaba el pro-
blema planteado por la naturaleza antijurídica de las ocupaciones y muy es-
pecialmente la consecuencia fundamental que la falta de título legal/legítimo
para ello conllevaba, ser forzado, obligado a retornar lo ilícitamente adquiri-
do. De esta manera, a través del ejercicio «libre» de su voluntad, el Mendoza
no sólo enfatizaba su autonomía política sino también el grado de su vincu-
lación a la satisfacción de los intereses generales del concejo, a unas políticas
de servicio y bien común cuyo receptor, la ciudad, no venía (idealmente)
impuesto ni por ésta ni por la autoridad regia, sino «voluntariamente» recono-
cido por el noble.
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De manera similar, cuando, el 4 de junio de 1440, el concejo desea pre-


miar los servicios prestados a la ciudad por el escribano Álvar Rodríguez de
Huerta, legitima su decisión no sólo en la intensidad de la relación sostenida
con el escribano (expresada en términos temporales) o en la definición del
marco relacional al que aquélla respondía (el bien común de la ciudad), sino
sobre todo en la disposición personal del escribano para con la ciudad: (…)
de treynta annos a esta parte e mas tienpo, asy en los fechos e negoçios del
dicho conçejo de la dicha çibdat commo siruiendo a todos en general antes
que fuese escriuano e después (…) con mucha afecçion e buena voluntad.24
Afecçión, buena voluntad, estos marcos discursivos «de proximidad» per-
sonal se enuncian, por ciudad y nobleza, en toda una multiplicidad de situa-
ciones, recibiendo, en cada caso, algún matiz que contribuye a perfilar el
contenido del hecho discursivo y el desarrollo del proceso relacional. De

gy: the “Chicago School” and the Study of Renaissance Society», en R. C. TREXLER (ed.), Persons in
Groups: Social Behavior as Identity Formation in Medieval and Renaissance Europe, Binghamton
(Nueva York), Medieval & Renaissance Texts & Studies, 1985, pp. 39-46, especialmente las páginas
dedicadas al examen de la escuela de Chicago (interaccionismo simbólico) y la obra de John Dewey
y George H. Mead.
23. AMC, LLAA, leg. 187, exp. 2, fols. 22r-v.
24. AMC, LLAA, leg. 190, exp. 2, fols. 12v-13r.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 135

esta manera, el afecto/ligazón y el deseo/voluntad se configuran como refe-


rentes discursivos a través de los cuales se organiza una más amplia puesta
en escena de las relaciones políticas ciudad-nobleza.

3.1. Hacia un servicio sentido y debido

Efectivamente, alrededor del primer referente (afecto/ligazón), unos y


otros actores organizan un modelo discursivo ordenado en diversos niveles
de proximidad y vinculación política, que ilustran la disposición de un actor
respecto del otro (su disposición a responder positivamente —al menos en el
plano intelectual— a cuanto espera recibir el otro en el marco de la rela-
ción). Así, el afecto/ligazón se construye sobre un doble armazón concep-
tual, de carácter complementario (en términos de su operatividad discursiva).
Como señala Pero Carrillo de Albornoz, señor de Torralba, el 18 de enero de
1469, al referirse al grande amor e debdo y por las cosas que yo en esa çibdad
tengo juradas,25 el afecto/ligazón no es simplemente el producto de una rela-
ción esencialmente espiritual sino la consecuencia de una doble afección: de
un lado, de un referente discursivo de naturaleza espiritual-moral, construido
alrededor del campo semántico «amor» (una noción que en época pre-mo-
derna no está cargada sólo de contenido «sentimental» sino también político)
y, de otro, de un referente discursivo jurídico-material, elaborado sobre la
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base del campo semántico «deuda». El afecto/ligazón que une a ciudad y no-
ble adquiere simultáneamente una naturaleza de libre acuerdo o libre conce-
sión o reconocimiento (fundado en el amor que se siente y ofrece a la otra
parte), y una naturaleza complementaria, y paradójica, al basar también ese
reconocimiento en el respeto a ciertas obligaciones (de carácter jurídico ma-
terial o ideal).26 No otro es el sentido y fin que persigue el uso continuo de
estos referentes en la correspondencia que cruzan Cuenca y la nobleza de su
entorno (espacial y político). Las expresiones del tipo sennores e amigos,
conçejo e corregidor e caualleros e escuderos e ofiçiales e ommes buenos dela

25. En esta ocasión, Pero Carrillo de Albornoz escribía al concejo para informarle de que el Con-
de de Medinaceli estaba preparando su milicia para invadir el sexmo de la Sierra, de modo que la
ciudad pudiera prepararse para rechazar la entrada de su jurisdicción. Véase AMC, LLAA, leg. 198,
exp. 3, fol. 2r.
26. Dos meses más tarde, el 20 de marzo de 1469, Pero Carrillo de Albornoz tenía que defender-
se de la acusación de actuar en contra de la ciudad, negando que él o sus vasallos oviesen procurado
algo en deservyçio del rey nuestro sennor e en danno desa çibdad tocase, non myrando la naturalesa
mas antigua que de my e vesindad e amor e debdo que yo tengo e en my se ha fallado, e insistiendo,
como referente legitimador de su conducta, en su grand amor a esa çibdad e a los buenos de ella.
Véase AMC, LLAA, leg. 198, exp. 3, fol. 24r.
Amor y deuda (y otros referentes de segundo nivel, como la naturaleza y la vecindad) aparecen
aquí claramente ligados al servicio del rey y de la ciudad (o más exactamente a la situación de deser-
vicio que se niega).

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136 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

çibdat de Cuenca (utilizada por Diego Hurtado de Mendoza, el 20 de julio de


1423, en la protesta sobre la denuncia de su ocupación de términos de la ju-
risdicción de la ciudad, que ya conocemos), o el sennores parientes e amygos.
Conçejo, regidores, oficiales e ommes buenos dela muy noble çibdad de Cuen-
ca (usada por Lope de Alarcón, señor de Valverde, el 31 de marzo de 1467,
para protestar por las acciones emprendidas por Cuenca contra sus vasallos),
o el honorables sennores (…) nuestros espeçiales sennores e amigos (expre-
sión con la que, el 8 de abril de 1467, se dirige el concejo de Chinchilla al de
Cuenca para comunicarle que cumplirá la concordia pactada entre el mar-
qués de Villena, señor de aquella villa, y la ciudad de Cuenca), ilustran ade-
cuadamente el uso político que se concede al vínculo afectivo de la amistad
(y a la conexión que se establece entre ésta y el parentesco, cuya importan-
cia no se puede minusvalorar).27
Un uso que, en última instancia, persigue la definición y establecimiento
de relaciones sociopolíticas cargadas de valor cívico y, por lo tanto, insertas
en un marco de reconocimiento de las obligaciones morales y jurídicas que
se deben a la ciudad y su cuerpo político. Cuando, el 10 de abril de 1458, la
ciudad se obliga a devolver a Sancho Núñez de la Muela (miembro de un
linaje prominente del segundo escalón de la clase dominante conquense, la
elite de participación) los 6.000 mrs. que éste había prestado a la ciudad para
pagar a los ballesteros enviados al servicio del rey, el concejo siente la nece-
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sidad de reconocer la virtud cívica de su vecino, incorporando al acuerdo la


expresión por quanto los prestó amigablemente.28 Un préstamo forzoso (como
sabemos, un recurso de financiación para corona y ciudades nada inusual
durante el siglo XV), expresión de la necesidad que siente y la fuerza a la que
recurre la agencia prestataria, se convierte de esa manera en un acto de con-
ciencia cívica, manifestación de la disposición a servir al bien común (de la
ciudad, en este caso). Por otra parte, la necesidad de la reseña del carácter
positivamente voluntario del préstamo no se explica sólo como mecanismo
de reconocimiento de la conducta cívica sino como instrumento de emula-
ción, dirigido a mostrar la actitud/acción cívica correcta y a incentivar su
imitación, pues no siempre obtenía la ciudad una respuesta similar en cir-
cunstancias equiparables. Es el caso de la petición hecha, el 17 de febrero de

27. AMC, LLAA, leg. 187, exp. 2, fols. 22r-v; leg. 198, exp. 1, fols. 24v-25r; y leg. 198, exp. 1, fol. 32r.
Sobre la operatividad de estos referentes en el ámbito de las comunicaciones escritas entre con-
cejo y nobleza, véase JARA FUENTE, «Vecindad y parentesco», pp. 211-239; y «Consciencia, alteridad y
percepción», pp. 221-250.
Sobre el valor cívicopolítico y la función social de la amistad en época medieval, véase R. C.
TREXLER, Public Life in Renaissance Florence, Nueva York, Academic Press, 1980, p. 132; y C. KLAPISCH-
ZUBER, La maison et le nom. Stratégies et rituels dans l’Italie de la Renaissance, París, EHESS, 1990,
especialmente el capítulo «Parents, amis et voisins», pp. 59-80 (originalmente «Parenti, amici e vicini.
Il territorio urbano d’una famiglia mercantile nel XV sec.», en Quaderni Storici, 33, 1976, pp. 953-982).
28. AMC, LLAA, leg. 194, exp. 3, fol. 39r.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 137

1470, por el concejo a uno de sus vecinos, Sancho de Santodomingo, arren-


dador de la sisa de la carne, para que entregara 5.000 mrs. de la renta para
ayudar a realizar el pago de los gastos de la defensa militar de la jurisdicción
de la ciudad. Sancho no respondió positivamente a la demanda de la ciudad,
conformándose finalmente a realizar el pago pero manifestando que lo fasya
a fuerça e que el non quería dar nin pagar los dichos çinco mill maravedís
(…) que lo pedía por testimonio cómmo por fuerça e contra su voluntad se le
fasyan pagar.29
Así, la amistad y el amor adquieren un significado cívico inequívoco, ob-
jetivo que se persigue y alcanza en muchas otras ocasiones, como el 28 de
noviembre de 1468, cuando, en un momento especialmente grave de la gue-
rra civil (muerto ya el pretendiente Alfonso), el concejo y la Iglesia de Cuen-
ca se declaran una vez más partidarios de Enrique IV, signando el cuerpo
político urbano y eclesiástico una concordia construida alrededor de la cons-
tatación de que la vnión de muchos en amor e en caridad es madre de con-
cordia, por la qual las cosas (…) son alimentadas e creçen, e por la discordia
son alejadas e amenguadas, e las çibdades destruydas.30 Difícilmente se po-
dría encontrar una síntesis mejor de este proyecto cívico y de los elementos
discursivos utilizados en su construcción.31

3.2. Hacia un servicio sin constricciones aparentes


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El carácter cívico de que se dota al conjunto de referentes integrados en


estos marcos discursivos, encuentra su lógica última en la necesidad de trans-
formar dichos referentes, y las relaciones surgidas con ocasión de la opera-
ción de estos discursos, en instrumentos de control de una acción política
encaminada a satisfacer en cada caso los intereses o necesidades de la agen-
cia urbana. En este sentido, se entiende perfectamente la incorporación al
marco discursivo del referente «deuda», de la obligación de actuar, comportar-
se en un determinado sentido, definido por la ciudad. Sin embargo, lo intere-
sante de estas prácticas se encuentra en el hecho de que unos y otros actores,

29. AMC, LLAA, leg. 198, exp. 3, fol. 158v.


Sobre estos mecanismos de emulación y la manipulación de la percepción del contexto socio-
político para enfatizar el valor de la conducta cívica, véase S. H. RIGBY, Medieval Grimsby: Growth
and Decline, Hull, The University of Hull Press, 1993, pp. 138-141.
30. AMC, LLAA, leg. 198, exp. 2, fols. 58v-60r.
31. En 1469 (la data exacta está perdida), Enrique IV comunica a Cuenca que ha ordenado resti-
tuir los bienes confiscados al regidor García de Alcalá y a su hermano, Pero Suárez de Alcalá, pues
la justificación primera de la confiscación se había basado en relaçiones non deuydas nin verdaderas
e con enemystad. Véase AMC, LLAA, leg. 198, exp. 3, fols. 44r-v.
La imagen especular del referente discursivo afecto/ligazón se construye, así mismo, sobre la
base de los referentes básicos operados en su interior: la enemistad y el campo semántico «deuda».

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138 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

al tiempo que reconocían la importancia del campo semántico «deuda», pro-


curaban enfatizar su capacidad y ánimo de actuación al margen de imposicio-
nes o al menos no afectado por obligaciones u otras compulsiones que forza-
ran la adopción de conductas determinadas. Es por ello que ciudad y nobleza
incorporan a ese conjunto de referentes otros dos referentes mutuamente
complementarios, que expresan adecuadamente ese distanciamiento respecto
a la imposición de determinadas fórmulas de actuación. La voluntad constitu-
ye el primero de dichos referentes; junto a ella, a través de los campos «agra-
do» o «placer» se manifiesta la independencia de actuación del actor.
El 8 de mayo de 1420, el concejo de Cuenca llegaba a un acuerdo con el
recaudador del pedido y monedas, Pero Gutiérrez de Sepúlveda, sobre el
modo en el que se efectuaría el proceso recaudatorio en la tierra de la ciudad.
El acuerdo, muy beneficioso para las aldeas de Cuenca, suponía prorrogar, sin
sanciones, el período de pago y, además, efectuar éste en manos de dos ve-
cinos de la ciudad, evitando la intromisión del recaudador y su personal. El
mismo día, el concejo encomendaba la recaudación de dichos impuestos a
dos vecinos de la ciudad, Diego Ferrández de Molina y Ferrand Sánchez de
Moya, quienes aceptaban la comisión manifestando que les plasía de les co-
brar por seruiçio de la çibdat e porque costas non recrescan a la tierra.32 Am-
bos personajes, de un peso político menor en el concejo, muestran una cierta
presencia en áreas menores de la dominación33 pero, dado lo delicado de la
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comisión, no parece que se les encomendara sin haber precedido una nego-
ciación previa y sin verse acompañada de algún tipo de remuneración (como
sabemos que sucedió en muchas otras ocasiones). No obstante lo cual, ambos
comisionados sintieron la necesidad de enfatizar la autonomía de su decisión,
su carácter eminentemente voluntario, mediante el uso del campo semántico
«placer». No sólo asumían su deber cívico para con ciudad y tierra, sino que la
observación de esa obligación les causaba satisfacción. Y ésta era una satis-
facción de orden moral más que material pues, al vincular ese placer no a una
ganancia política o económica sino al servicio de la ciudad y de la tierra, am-
bos personajes terminaban de perfilar la tan perseguida imagen de conciencia
cívica (alejando, desde luego intelectualmente, los aspectos más prácticos de
su conducta —la recaudación de impuestos y el cobro de una remuneración
por ello— del ámbito de enjuiciamiento socio-político).

32. AMC, LLAA, leg. 185, exp. 6, fol. 3r.


33. Ferrand Sánchez sería nombrado cuadrillero en 1420, el mismo año en el que sería designado
árbitro por la ciudad en un contencioso con los arrendadores de las alcabalas, y en 1430 sería fiel de
caballero de la sierra. Diego Ferrández muestra una presencia menor en el espacio de los oficios
urbanos, donde sólo consta cómo árbitro designado por Diego Hurtado de Mendoza, señor de Cañe-
te, en 1423, para solucionar sus litigios con la ciudad; sí tuvo un mejor posicionamiento en el ámbito
de las rentas urbanas, donde arrendaría la renta del sello, en 1421, y de la correduría, en 1430. Véase
AMC, LLAA, leg. 185, exp. 6, fols. 42r y 30r; leg. 187, exp. 5, fol. 52r; leg. 187, exp. 2, fols. 16v-17r; leg.
186, exp. 2, fol. 25v; y leg. 187, exp. 5, fols. 11r-v.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 139

De manera semejante se comportarían algunos años más adelante otros


vecinos, Diego de Alcalá y Luis Chinchilla, ambos vinculados también al sis-
tema político urbano,34 cuando fueran denunciados por el concejo por in-
cumplir sus obligaciones para con la ciudad —en este caso se trataba del
incumplimiento del compromiso de abastecer de carne a Cuenca que habían
contraído. Su respuesta, el 22 de marzo de 1476, transformaba la obligatorie-
dad de la conducta que se les exigía, insertándola en el ámbito de la libre
decisión, ajeno a toda compulsión jurídica. Efectivamente, ambos personajes
vendrían a afirmar que no habían asumido ninguna obligación de abasteci-
miento sino que, en un contexto difícil (política y económicamente) para la
ciudad, habían asumido esa carga (durante todo un año, habría que indicar)
de su grado e por agradar e seruir a la dicha çibdat.35 En este caso se enfati-
zaba tanto la satisfacción intelectual que ellos y la comunidad urbana obte-
nían de la acción (conducta cívica, y servicio), cuanto el carácter absoluta-
mente voluntario de su actuación que, aquí, rechaza totalmente la sujeción a
compulsión jurídica alguna.
En todo caso, este placer resultaba doblemente instrumental, ya que se
hallaba orientado a satisfacer las necesidades de la agencia urbana y a legiti-
mar la conducta cívica del actor. Por ello mismo, se trata de una volición, de
una acción conscientemente perseguida, no de una sensación simplemente
(pasivamente) experimentada. En esta orientación hacia la acción, hacia que
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la conducta propia opere activamente en el marco de relaciones y no resulte


un mero recipiendario pasivo de sus constricciones, el referente del placer
no se hallaba sólo. Ya hemos visto cómo, en agosto de 1476, la ciudad apro-
baba una nueva ordenanza del oficio de almotazanía, mirando a catamiento
e justo proposito e deseo al bien público dela dicha çibdat e al buen regimien-
to e gouernaçion della.36 Ese deseo que se enuncia, esa expresión de volun-
tad que persigue la satisfacción del bien público de la ciudad, no se produce
en un contexto de acción acrítico o irreflexivo, o sumiso a la corriente de
actuación predominante. Antes bien, es activo y crítico pues «mirar» resulta,
por definición, un proceso dirigido de observación y análisis. Y al constituir
un acto conscientemente perseguido por el actor, su consecuencia, en térmi-
nos de cumplimiento o incumplimiento de las obligaciones cívicas contraídas
con la ciudad, resulta en un proceso incontestado de legitimación o deslegi-
timación. Mirar bien o mal constituye, así pues, una acción con una carga

34. Diego de Alcalá consta como recaudador del pedido y monedas de 1455 y 1456, y como abas-
tecedor de carne a la ciudad en 1476, en compañía de Luis de Chinchilla. Éste, además de figurar
como arrendador de algunas rentas urbanas de menor entidad económica, destaca por haber servido
la escribanía mayor del concejo entre 1453 y 1479. Véase AMC, LLAA, leg. 198, exp. 2, fols. 7r-v; leg.
192, exp. 4, fols. 59v y 61r-v; y leg. 201, exp. 2, fol. 160r.
35. AMC, LLAA, leg. 200, exp. 2, fol. 29r.
36. AMC, LLAA, leg. 200, exp. 2, fol. 51r.

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140 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

política real, positiva o negativa. De esta manera, cuando el 23 de mayo de


1479, el regidor Íñigo de la Muela manifiesta su oposición a la anulación del
arrendamiento de las maquilas de harina, acordada por otros regidores en su
ausencia, lo hace insertando la conducta de éstos en ese ámbito negativo de
la acción positiva, crítica y consciente, afirmando que actuaron non mirando
el bien de la república, es decir siendo conscientes de su actitud incívica y de
mal gobierno.37 Evidentemente, la expresión contraria, en positivo, no sólo
era posible sino, quizá, más usual, como ejemplifica la petición de recibi-
miento de Ruy Gómez de Ayala en el corregimiento de Cuenca y su tierra,
realizada en octubre de 1483, en la que, como no podía ser de otra manera,
se enfatiza la activa disposición de aquél para con la ciudad, al afirmarse que
mirará mucho por el bien e provecho della e guardará muy enteramente la
justiçia.38
De esta manera, la conducta del individuo permanece continuamente in-
serta en ese conjunto de marcos referenciales, «servicio» y «bien común», cuya
observación define el carácter cívico de esas conductas, pero enfatizando los
elementos que configuran la ausencia (real o pretendida) de compulsiones
que afecten al desarrollo de dicha conducta. Así, la voluntad con la que se
expresa este actuar, tiende a ser relacionada no sólo con un débito (moral y
jurídico) para con el concejo sino, especialmente, con una disposición libre
del ánimo.39 Así lo expresan los regidores, el 4 de mayo de 1470, al manifestar
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que su voluntad sienpre fue e es de trabajar por todos los vesinos desta
çibdat;40 o el comendador mayor de Calatrava, el 23 de mayo de 1483, cuando

37. AMC, LLAA, leg. 201, exp. 1, fol. 54r.


Es interesante constatar cómo se distingue bien entre lo que representan las acciones «mirar» y
«ver». Al implicar la segunda un nivel de acción, o de intensidad de actuación significativamente me-
nor que el «mirar», a diferencia de éste, «ver» requerirá siempre de algún matiz que introduzca la dis-
posición a asumir un mayor compromiso de actuación. Por ello, los regidores no se reúnen simple-
mente para ver los negocios de la ciudad sino para ver e negoçiar algunas cosas conplideras a
seruiçio del rey e reyna, nuestros sennores, e pro e bien de la dicha çibdat. Aquí la noción «negociar»
sirve como instrumento de afirmación de esa voluntad superior de actuación. Véase AMC, LLAA, leg.
201, exp. 1, fols. 55v-56r.
38. AMC, LLAA, 1483, leg. 205, exp.1, fol. 72r.
39. La terminología se encuentra en la propia documentación. Cuando, en abril de 1483, el con-
cejo debe comisionar a algún vecino para acompañar hasta Córdoba la dotación de gentes y anima-
les de carga pedidos por los reyes para hacer frente al esfuerzo bélico con el reino nazarí de Grana-
da, los regidores designan a Juan de Losana porque, afirman, es persona dispuesta para ello. Véase
AMC, LLAA, leg. 205, exp. 2, fol. 2r.
Por otra parte, la naturaleza libre de los actos de voluntad, no sujetos a constricciones jurídicas,
sociopolíticas e incluso intelectuales, queda patente en numerosas ocasiones, como sucede con la
denuncia hecha, el 25 de febrero de 1467, por Gonzalo Quesada sobre el modo en que el regimiento
y los oficiales de justicia habían provisto una vacante en los oficiales forales del año administrativo
1466/1467, acusando a regidores y alcaldes de usar más de voluntad que de rrasón, de fecho contra
todo derecho. Véase AMC, LLAA, leg. 198, exp. 1, fols. 9r-v.
40. AMC, LLAA, leg. 198, exp. 4, fols. 35r-v.

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DISCIPLINANDO LAS RELACIONES POLÍTICAS… 141

solicita del concejo que la ciudad respete los acuerdos de venta de pastos
realizados con su primo, Juan Osorio, pese a haber fallecido en la guerra de
Granada, manifestando su disposición a servir a Cuenca con quanta volun-
tad e gana yo tengo de faser las cosas que hordenardes e mandáredes, no será
enesto menester más desir.41
En última instancia, la definición de la correcta disposición de ánimo del
actor social se sintetizaba de manera aparentemente sencilla pero clara, a
través de la bondad de la voluntad (matizada, desde luego, en la forma en
que la hemos analizado en estas páginas), en el sentido que, sabemos, le dio
Diego Hurtado de Mendoza, señor de Cañete, en julio de 1420: bien tengo
que ha grandes dias que sodes enformados e çertificados de my buena volun-
tad.42 Esta disposición positiva del ánimo se debía construir tanto sobre las
bondades morales y jurídicas de la acción y sus elementos integrantes, como
sobre la publicidad y conocimiento, así mismo positivos, de la disposición
pues su inserción y definición en el seno de los diferentes marcos referencia-
les, de niveles diversos, en los que aquélla debía desenvolver su funcionali-
dad para los distintos actores implicados, requería la activa participación de
todos en los diversos procesos de construcción y operación de la conducta.

4. CONCLUSIONES
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A lo largo del siglo XV, el concejo de Cuenca, como la generalidad de


concejos castellanos, se vio abocado a un permanente estado de «negocia-
ción» de su realidad política en el seno del realengo y en el marco de sus
relaciones políticas con uno de los principales actores políticos, la nobleza.
La oposición a las prácticas predatorias de los linajes nobles, configuró bue-
na parte del marco de acción política de las ciudades y especialmente de una
ciudad como Cuenca, sometida a unos intensos procesos de presión/agre-
sión por parte de representantes de la alta, mediana y aun baja nobleza.
En este contexto, la ciudad no sólo aprovechó (aunque también padeció,
desde luego) cuanto podía obtener de su relación a tres bandas (monarquía-
ciudad-nobleza) en el contexto político del reino en cada momento, sino que
tendió a desarrollar unas prácticas sociales dirigidas a reconducir el debate
político, interno a la ciudad pero también externo a ella y marcado por sus
relaciones con la nobleza presente en su espacio de proyección, hacia prác-
ticas de negociación y, en la medida de lo posible, de definición de modelos
de relación y de conducta política caracterizados por su inserción en marcos
referenciales de actuación positivos para la ciudad, en esencia configurados

41. AMC, LLAA, leg. 205, exp. 2, fol. 26v.


42. AMC, LLAA, leg. 187, exp. 2, fols. 22r-v.

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142 JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE

alrededor de los referentes «servicio» y «bien común». Ese proceso de inser-


ción conducía al surgimiento de unas prácticas sociopolíticas de respeto de
la realidad urbana que, si bien tuvieron en muchos casos un simple carácter
discursivo y no se materializaron en toda su dimensión en la praxis social de
los actores, sí contribuyeron a la identificación y definición de las conductas
(cívicas) apropiadas, ayudando a reorientar las conductas, en sus diversos
estadios de producción, hacia objetivos favorables al desenvolvimiento de
los intereses urbanos.
El modo en que la ciudad logró imponer una determinada forma de per-
cibir y, por lo tanto, de construir y operar los referentes de servicio y pro
comunal, que hemos examinado en otros trabajos, facilitó una mejora real en
el proceso de relación con la nobleza, que aceptó someterse a las compul-
siones, al menos teóricas, derivadas de la aplicación de dichos referentes. Es
en el seno de este proceso más general donde debe entenderse el modo en
que ciudad y nobleza ensayan la aplicación de todo un conjunto de referen-
tes, derivados de los anteriores, entre los cuales aquí nos hemos ocupado de
los más directamente vinculados al modo en el que los diversos actores so-
ciales entendieron y edificaron el modelo teórico-práctico de la relación con-
ductual que les unía. El amor, la amistad, las compulsiones de naturaleza
moral y jurídica, el agrado o el placer, la voluntad no eran simples referen-
cias estéticas, vacías de otro contenido, sino referentes que encorsetaron, de
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acuerdo con su función respectiva, la acción social de los agentes implica-


dos.
Es cierto que el uso de estos instrumentos no eliminó el conflicto pero sí
tendió a reducirlo, generando una red de solidaridades de diverso nivel, ca-
paz de facilitar la persecución de los intereses de la ciudad (aunque, es cier-
to, de manera diferenciada según el contexto político del reino).43

43. Sobre la competencia por la persecución de objetivos políticos diversos, surgida en el contex-
to de una llamada a la observación de conductas complementarias o solidarias, véase J. G. MARCH y
J. P. OLSEN, Democratic Governance, Nueva York-Londres, Free Press, 1995, p. 53.

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Las funciones sociales de la «plaza pública»
en la Castilla del siglo XV*

JUAN CARLOS MARTÍN CEA


Universidad de Valladolid
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1. INTRODUCCIÓN

La plaza tiene un protagonismo fundamental en el mundo bajomedieval; no


es sólo un recinto o un enclave físico, sino el escenario central de la actividad
social, el «espacio público» por antonomasia en el que se congregan las gentes
de villas y ciudades para hablar, pasear, relacionarse entre sí, asistir a juegos y
espectáculos, expresar sus emociones colectivas, participar en las grandes so-
lemnidades, etc. Por eso, no es de extrañar que haya atraído la atención de
diferentes especialistas, como arquitectos, urbanistas, historiadores del arte,
geógrafos y, por supuesto, también de numerosos medievalistas, aunque, por
lo general, sus investigaciones en la Corona de Castilla se han concentrado más
en el estudio de su apariencia externa, en la fisonomía de sus edificios o en las
reformas tendentes a la implantación del futuro complejo monumental de la
Plaza Mayor que no en sus facetas propiamente sociales.1 Y, sin embargo, son

* El presente trabajo ha sido realizado dentro del Proyecto de Investigación «Sociabilidad y “co-
munidades políticas” en la Castilla bajomedieval», subvencionado por la Consejería de Educación de
la Junta de Castilla y León (VA400A12-1).
1. Dadas las limitadas dimensiones de este trabajo, resulta absolutamente imposible recoger toda
la bibliografía existente sobre la evolución histórica de las plazas castellanas; por consiguiente, nos
limitaremos a mencionar solamente aquellos trabajos que consideramos fundamentales para introdu-
cir al lector en el tema. Así, para una primera aproximación de conjunto, sigue siendo bastante útil el

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144 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

éstas precisamente las que contribuyen a hacer de la plaza el núcleo esencial


de la convivencia, las que la convierten en el epicentro constante de la socia-
bilidad vecinal, en el punto de encuentro primordial y básico de los integrantes
de una determinada comunidad. Pero ¿cómo discurría la vida en la plaza?, ¿qué
tipo de acontecimientos albergaba?, ¿cómo influía en la dinámica cotidiana de
los habitantes de los núcleos urbanos castellanos a lo largo del siglo XV? Pues
bien, estas son algunas de las preguntas a las que intentaremos buscar respues-
ta en el curso del presente trabajo, en el que procuraremos desentrañar ade-
más otras cuestiones trascendentales, como, por ejemplo, el comportamiento
de los poderes públicos con respecto a este ámbito de cohabitación comunal o
su papel a la hora de fomentar el desarrollo de la «opinión pública», un concep-
to sin duda polémico —en especial, si lo aplicamos al estudio de las «culturas
políticas» en la Edad Media—, que ha cobrado una notoria actualidad a raíz de
las consideraciones teóricas efectuadas por J. Habermas.2
Aun así, antes de iniciar nuestro recorrido por el fascinante microcosmos
de la «plaza pública», conviene dedicar siquiera unos instantes a presentar
someramente a nuestra protagonista.

capítulo de L. TORRES BALBÁS, «La Edad Media», incluido en VV.AA., Resumen histórico del urbanismo
en España, Madrid, Instituto de Estudios de la Administración Local, 1954; también es interesante,
desde esta misma perspectiva genérica, el catálogo de la exposición dirigida por C. PRIEGO FERNÁNDEZ
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DEL CAMPO (dir.), La plaza en España e Iberoamérica, el escenario de la ciudad. Catálogo de la expo-
sición celebrada en el Museo Municipal de Madrid en 1998, Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 1998. Por
su parte, los trabajos de L. CERVERA VERA constituyen, a su vez, un referente inexcusable; valgan como
ejemplo sus estudios sobre La Plaza Mayor de Ávila (Mercado Chico), Ávila, Ed. Institución Gran
Duque de Alba, 1982, «Plazas mayores en la burgalesa Rivera del Duero», en Biblioteca. Estudio e in-
vestigación (10), Aranda de Duero (Burgos), 1995, pp. 129-173 o su síntesis Plazas mayores de España,
Madrid, Ed. Espasa-Calpe, 1990. En cuanto a las contribuciones más directamente relacionadas con la
historia plaza durante la Edad Media castellana, podemos destacar las obras de J. L. SAÍNZ GUERRA, La
génesis de la plaza en Castilla durante la Edad Media (La plaza y la estructura urbana), Valladolid,
eds. del Colegio Oficial de Arquitectos de Valladolid, 1990, de J. VILLAR CASTRO, «Organización espacial
y paisaje arquitectónico en la ciudad medieval. Una aportación geográfica a la historia del urbanismo
abulense», en Cuadernos Abulenses (1), Ávila, 1984, pp. 69-89, los capítulos de A. VACA LORENZO, «La
Puerta del Sol. Un intento fallido de crear una plaza mayor» y de J. M. MARTÍNEZ FRÍAS, J. L. MARTÍN
MARTÍN y A. VACA LORENZO, «La plaza de S. Martín. La cristalización de la Plaza Mayor de Salamanca:
el tiempo de su génesis y formación», incluidos en La Plaza Mayor de Salamanca. 1, Antecedentes
medievales y modernos de la plaza, pp. 104-138 y 142-259, respectivamente, en A. ESTELLA GOYTRE (dir.),
A. VACA LORENZO y M.ª N. RUPÉREZ ALMAJANO (coords.), La Plaza Mayor de Salamanca, 3 vols., s.i., Ed.
Cajaduero, 2005, o de A. SÁNCHEZ DEL BARRIO, Historia y evolución urbanística de una villa ferial y
mercantil. Medina del Campo entre los siglos XV y XVI, Valladolid, 2 vols., tesis doctoral inédita, 2005.
Finalmente, y por su estrecha vinculación con el tema que nos ocupa, cabría recomendar el volumen
colectivo VV.AA., «Plazas» et sociabilité en Europe et Amerique Latine. Colloque des 8 et 9 mai 1979,
París, Publications de la Casa de Velázquez, Diffusion de Boccard, 1982.
2. Un breve anticipo de las tesis de J. HABERMAS sobre los conceptos de «opinión pública» o «es-
pacio público» puede encontrarse en su primera gran obra Historia y crítica de la opinión pública. La
trasformación estructural de la vida pública, Barcelona, Ed. G. Gili, 1981, aunque el original fue pu-
blicado en alemán en el año 1962; véase J. HABERMAS, Strukturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchun-
gen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft, Neuwied, Luchterhand V. ed., 1962.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 145

2. LA PROMOCIÓN DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN EL SIGLO XV

La plaza es una realidad firmemente implantada en los municipios castellanos


del Cuatrocientos; de hecho, aparece constantemente en la documentación, don-
de se nos habla no sólo de «plaças», «plasuelas» o «plaçoletas», sino también de
otros muchos lugares de propiedades similares, como los «azogues» y los «aço-
guejos» —zonas de mercado tradicionales—, los «atrios» y los «corros» —general-
mente ubicados en las inmediaciones de las parroquias—, los «rincones» y las
«rinconadas» —de reducidas dimensiones—, los «cosos» —donde se celebran
corridas de toros, justas y torneos—, los «campos» y las «explanadas» —situadas
casi siempre extramuros de las villas—, las «glorietas», etc.; a primera vista, por
tanto, su vitalidad parece indiscutible, aunque, a juzgar por las múltiples deno-
minaciones que recibe, cabe pensar que no existe un modelo uniforme de plaza,
sino más bien una amplia amalgama de espacios, de diferentes hechuras y tama-
ños que cumplen funciones y cometidos tremendamente versátiles. Esta hetero-
geneidad, que resulta especialmente ostensible en los trazados de los núcleos de
población más antiguos y populosos —como Ávila, Burgos, Salamanca, Vallado-
lid o Toledo—, responde, como es natural, a la extraordinaria complejidad que
presenta el proceso de urbanización en Castilla, fuertemente condicionado por
la dinámica que, a escala global, imprime la «Reconquista», pero también, en el
plano local, por las innumerables particularidades que intervienen en la organi-
zación y la evolución posterior de cada entramado urbano: topografía, época de
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fundación —o de repoblación—, volumen demográfico, mayor o menor presen-


cia de las estructuras heredadas —sobre todo en el caso de las antiguas ciuda-
des musulmanas—, dinamismo socioeconómico, etc. Todo ello incide, a su vez,
en la configuración de su apariencia externa y en los perfiles con que acaban
encajando dentro del paisaje metropolitano, donde nuevamente la disparidad es
enorme, ya que hay plazas ovaladas, circulares, triangulares, rectangulares, en
cuadrícula, trapezoidales e incluso un buen número que carecen todavía —en
pleno siglo XV— de un diseño claramente definido; en cualquier caso, no pode-
mos detenernos aquí en un examen detallado de su morfología, dado que esto
nos exigiría un tratamiento individualizado que escapa a todas luces de nuestras
posibilidades, pero sí es importante destacar dos aspectos: por un lado, y como
ha subrayado J. L. Sáinz Guerra, que «la evolución de la plaza se corresponde con
la de la ciudad y los elementos que la organizan»;3 y, por otro, que la plaza no es
un elemento estático, sino que está «viva», latiendo al unísono con la población,
lo que significa que permanentemente se encuentra sometida —como compro-
baremos a continuación— a constantes cambios y remodelaciones que dificul-
tan si cabe aún más el establecimiento de cualquier tipología.4

3. Véase J. L. SÁINZ GUERRA, op. cit., p. 265.


4. Aun así, es evidente que ha habido múltiples intentos de formular dichas tipologías; las más
interesantes, por su influencia en la historiografía, las podemos encontrar resumidas en J. L. SÁINZ

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146 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

Ahora bien, a pesar de contar con esta impresionante diversidad, es evi-


dente que no todas las plazas ostentan el mismo rango ni tienen tampoco la
misma importancia ni la misma repercusión en la vida ciudadana; en este
sentido, ya desde mediados del siglo XIII es perceptible una clara tendencia a
potenciar y privilegiar dentro de cada municipio a uno sólo de estos espacios
por encima de los otros; un fenómeno que a menudo se traduce en la crea-
ción de nuevos recintos, más amplios y polivalentes, surgidos al calor de la
gran expansión urbanística que se está experimentando en estos momentos:
lo vemos, por ejemplo, perfectamente materializado en la ciudad de Vallado-
lid, donde a raíz de la fundación en 1260 del convento de S. Francisco en los
terrenos aledaños al emplazamiento ocupado por las ferias —instituidas por
Alfonso VII en 1152—, se comenzarán a sentar las bases de la que será en el
futuro su Plaza Mayor, un espacio en constante promoción que muy pronto
acabará eclipsando al viejo mercado ubicado en la estratégica puerta del
Baho;5 lo descubrimos de nuevo, con una cronología bastante similar, en la
localidad de Medina del Campo, donde la periférica «plaça de Santantolin»,
inicialmente situada en los arrabales de la villa, va asumiendo un liderazgo
cada vez más patente a medida que sus habitantes se desplazan hacia la lla-
nura, superando la antigua barrera natural que marcaba el río Zapardiel;6
ocurre igualmente en ciudades como Ávila, donde las reducidas dimensiones
del Mercado Chico obligan a desplegar en las afueras de la muralla el deno-
minado Mercado Grande que poco a poco irá ganando competencias hasta
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transformarse, a comienzos del siglo XIV, según nos explicaba A. Barrios, en


el centro comercial más activo de la urbe;7 pero, sobre todo, aparece con
particular elocuencia en el caso concreto de Salamanca, donde sus oficiales
compran o permutan en 1272 numerosas casas a diferentes vecinos, radicadas
en la Puerta del Sol, con el objetivo de levantar una «plaça pora todos a proy
et a postura de toda la ciudad».8
Obviamente no se puede negar la influencia que ejerce el mercado en el
desarrollo de estas infraestructuras; lo acabamos de confirmar claramente en
varios de nuestros ejemplos, donde se aprecia con toda rotundidad el papel
dinamizador que desempeña en la promoción y organización de estas zonas,

GUERRA, op. cit., pp. 39 y ss., e incluso él mismo nos ofrece su propia clasificación de los cuatro pro-
totipos básicos que dan origen a la plaza castellana, en id., ibid., p. 61 y ss.: las plazas creadas en las
poblaciones camineras, las surgidas dentro de los núcleos de nueva fundación, las que crecen en
torno a un edificio de carácter singular —generalmente, una iglesia— y, finalmente, las plazas esta-
blecidas al amparo de la celebración del mercado.
5. Véase J. L. SÁINZ GUERRA, op. cit., pp. 236 y ss.
6. Véase A. SÁNCHEZ DEL BARRIO, op. cit., pp. 156 y ss.
7. Véase A. BARRIOS GARCÍA, «Repoblación y colonización: la dinámica de creación de paisajes y
el crecimiento económico», en A. BARRIOS GARCÍA (coord.), Historia de Ávila. II. Edad Media (si-
glos VIII-XIII), Ávila, Inst. Gran Duque de Alba-Ediciones, 2006, pp. 271-335.
8. Véase A. VACA LORENZO, «La Puerta del Sol…», ed. cit., pp. 106.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 147

pero su protagonismo no debe ocultar que el verdadero alcance de estas


iniciativas no consiste tan sólo en buscar un nuevo asentamiento para los
intercambios, sino que en realidad aspiran a consolidar un proyecto más am-
bicioso: la creación de una plaza «pública», de esa plaza común y «pora todos»
por la que apostaban los jueces y procuradores salmantinos, pensada para
servir a toda la comunidad. «Faser plaça», dotarla e investirla de un carácter
«público» —es decir, abierta al disfrute de todos los vecinos y capaz de aten-
der a sus necesidades colectivas—, va a ser sin duda una prioridad para los
responsables de los gobiernos municipales durante los siglos XIV y XV que
necesitan, como muy bien señalaba J. Gautier Dalché —sobre todo después
de la instauración de los «regimientos»—, de un lugar permanente y visible
sobre el que proyectar su acción de gobierno.9
Aun así, el proceso de afirmación de este espacio de condición «pública»
no siempre resulta sencillo: parece más fácil o, cuando menos, tropieza con
menores dificultades en las pequeñas villas y en las poblaciones de tamaño
intermedio —como Sepúlveda, Riaza, Paredes de Nava, etc.—, donde gene-
ralmente la «plaça del mercado» no encuentra apenas rivalidad para amol-
darse a estos nuevos cometidos; pero, en cambio, en las grandes ciudades
la situación se complica con frecuencia por la mayor complejidad de su en-
tramado urbano —en el que conviven, como hemos visto, numerosas zonas
y plazas susceptibles de aspirar a semejante reconocimiento— y, sobre
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todo, por la fuerte competencia existente entre las distintas instancias de


poder local, que a menudo dificultaban o entorpecían las decisiones adop-
tadas al respecto por los oficiales concejiles. Así, por ejemplo, en el caso de
Burgos, la implantación del mercado «mayor» en el entorno de la puebla de
S. Juan en 1230, como alternativa al anteriormente localizado en la plaza del
Sarmental (la Llana), no parece que llegue a desembocar en la constitución
de una «plaza pública»;10 muy por el contrario, en el siglo XV, esa dignidad
sigue siendo mayoritariamente ostentada por la vieja plaza ubicada en los
aledaños de la catedral —es decir, en el área de influencia del Cabildo—,
escenario en el que habitualmente finalizaban las grandes procesiones,
como la del Corpus Christi, las ceremonias de los recibimientos reales11 e

9. Véase J. GAUTIER DALCHÉ, «La place et les structures municipales en Vielle-Castille», en VV.AA.,
«Plazas» et sociabilité, ed. cit., pp. 53-59, en especial, las pp. 58-59.
10. Véase J. A. BONACHÍA HERNANDO, «El espacio urbano medieval de Burgos», en B. ARÍZAGA y J.
SOLÓRZANO (eds.), El espacio urbano en la Europa medieval, Nájera. Encuentros Internacionales del
Medievo. 2005, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2006, pp. 273-296 y, en particular, las pp. 282-
283.
11. Véase J. A. BONACHÍA HERNANDO, ««Más honrada que ciudad de mis Reynos…»: la nobleza y el
honor en el imaginario urbano (Burgos en la Baja Edad Media)», en J. A. BONACHÍA HERNANDO (ed.),
La ciudad medieval. Aspectos de la vida urbana en la Castilla bajomedieval, Valladolid, Secretariado
de Publicaciones, Universidad de Valladolid, 1996, pp. 169-212, y más concretamente las pp. 192-193,
donde se detalla el itinerario seguido por la comitiva real en 1483.

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148 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

incluso también en el que se llevaban a cabo las ejecuciones de carácter so-


lemne, como la del contador Sancho Fernández que fue degollado por orden
real en 1430.12 Mucho más expresivo aún, por cuanto ilustra inmejorablemente
la pugna por el control del «espacio público», será el fracaso cosechado por los
magistrados salmantinos en su intento de erigir una auténtica plaza «mayor» en
el entorno de la Puerta del Sol, malogrado, en última instancia, por la incesan-
te oposición del Cabildo catedralicio a ceder el suelo necesario para su
consolidación;13 su derrota es en sí misma particularmente llamativa, si tenemos
en cuenta que el concejo contaba con múltiples alicientes para haber logrado
sus objetivos: para empezar, ya desde 1272, los oficiales venían comprando o
permutando numerosas propiedades en la zona con el firme propósito, como
se reconoce expresamente en uno de los documentos, de construir una nueva
plaza común y «pora todos»; tenían, pues, un proyecto de intervención urbanís-
tica perfilado y, evidentemente, estaban trabajando para implementarlo; por lo
demás, los terrenos elegidos, distribuidos entre la Puerta del Sol y sus calles
aledañas —en particular, la Rúa de los Francos—, poseían un indudable valor
estratégico, ya que disfrutaban de la mayor concentración de tiendas y «boti-
cas» de Salamanca, lo que en la práctica convertía a dicho espacio en el prin-
cipal mercado permanente de la urbe; y, finalmente, y por si fuera poco, este
sector también despuntaba por su pujante protagonismo administrativo, al al-
bergar —probablemente desde antes de 1272— las casas consistoriales, en las
que semanalmente se celebraban las reuniones del concejo, y el «portal (…) de
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Santa Catalina e de Sant Çoles», donde los alcaldes despachaban los asuntos
judiciales.14 Pues bien, aun así, todos los esfuerzos desplegados al respecto
acabarán resultando estériles ante la férrea resistencia desplegada por el Deán
y el Cabildo de los clérigos —los mayores propietarios de suelo urbano—, que
se negaron a transferir los inmuebles necesarios para sacar adelante la
operación;15 habrá que esperar, por lo tanto, hasta el siglo XV —y más concre-
tamente hasta bien entrada su segunda mitad— para que un nuevo espacio
ciudadano, esta vez ubicado en la explanada de S. Martín —y presumiblemen-
te más cercano a los intereses de los clérigos y de otras instituciones urbanas,
como la Universidad—, comience a perfilarse como nueva plaza pública,16 so-

12. Véase J. DE MATA CARRIAZO (ed.), Refundición de la crónica del Halconero por el obispo Lope de
Barrientos (hasta ahora inédita), Madrid, Ed. Espasa-Calpe, 1946, p. 96.
13. Véase A. VACA LORENZO, «La Puerta del Sol…», ed. cit., p. 127.
14. Véase ibid., pp. 123-126.
15. Concretamente, y según Ángel Vaca Lorenzo, el Cabildo poseía nada menos que 21 casas en la
zona; su concurso era, por lo tanto, imprescindible para materializar la construcción de la plaza y, aun-
que inicialmente no parece que se opusieran al proyecto, luego quedó claro que no estaban dispuestos
a apoyarlo. Véase A. VACA LORENZO, «La Puerta del Sol…», pp. 126-127, en especial el plano de la p. 126.
16. Sobre el proceso de constitución de esta nueva plaza pública, su dinamismo comercial, su
protagonismo político y su conversión en el gran espacio lúdico y participativo de los salmantinos,
Véase J. M. MARTÍNEZ FRÍAS, J. L. MARTÍN MARTÍN y A. VACA LORENZO, «La plaza de S. Martín…», ed. cit.,
pp. 142-259.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 149

bre la que luego se alzará, majestuoso, el futuro complejo monumental edifica-


do en el Barroco.
De cualquier modo, y aunque el proceso avanza —como acabamos de com-
probar en el caso salmantino— con diferentes ritmos y numerosas tensiones, es
evidente que durante el siglo XV los regimientos castellanos apuestan rotunda-
mente por la creación o consolidación, en su caso, de la denominada «plaza
pública», «plaza mayor» o «plaza principal». Un último ejemplo, procedente en
esta ocasión de la ciudad de Zamora en 1484, podría bastarnos para confirmar
hasta qué punto se había generalizado entre los representantes del poder polí-
tico municipal la preocupación por mejorar, rediseñar o impulsar estas infraes-
tructuras ciudadanas; en este sentido, y al igual que sucedía en otras muchas
localidades surgidas en los primeros compases de la repoblación, el principal
problema con el que se enfrentaban los regidores zamoranos era que, debido a
la antigüedad del trazado urbano, su plaza se había quedado «muy estrecha e
corta, tanto que las fruteras e pescaderas ocupan lo más de la dicha plaça e
para los otros usos públicos estaua e quedaua muy syn prouecho de tal manera
que fasía a la dicha çibdat muy menguada»; por este motivo, y guiado por su
afán de incrementar el «nobleçimiento de la dicha çibdat e por el bien público
della», el concejo había acordado adquirir «çiertas casas que están en la dicha
plaça … junto con la calle que se dise de la Cárcaua para las derribar e alargar
e ensanchar la dicha plaça»; sin embargo, como no disponían de recursos sufi-
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cientes para sufragar su compra —tasada nada menos que en 200.000 mrs.—,
solicitaban permiso a sus Majestades para realizar un repartimiento extraordina-
rio durante tres años entre los «buenos ommes» de la Villa y su Tierra y recaudar,
así, la cantidad requerida,17 petición que naturalmente fue atendida por el Con-
sejo Real y comunicada a Pedro Manrique, en aquel tiempo corregidor de Za-
mora. Los datos son, pues, sobradamente elocuentes y reflejan con total nitidez
el valor estratégico alcanzado por la plaza, considerada ya entonces como una
pieza clave para el «nobleçimiento» y prestigio de toda la ciudad.
Por lo demás, huelga repetir que lo ocurrido en Zamora en modo alguno
puede considerarse excepcional; de hecho, es difícil encontrar una sola po-
blación en la geografía castellana que no esté acometiendo reformas simila-
res, así que la pregunta surge casi de inmediato: ¿a qué responde este cre-
ciente interés por la «plaza pública» en el siglo XV? Pues bien, para poder
contestar a dicho interrogante, tal vez convenga conocer primero qué activi-
dades se desarrollaban en su seno y en qué medida intervenían o participa-
ban en ellas los gobiernos concejiles.

17. Archivo General de Simancas (en lo sucesivo, AGS), Registro General del Sello (en lo sucesi-
vo, RGS), 1484, VI, fol. 46.

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3. FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» Y REGLAMENTACIÓN MUNICIPAL

3.1. La plaza, centro de referencia del comercio urbano

De todas las acciones que se despliegan en la plaza, la más característi-


ca y la mejor documentada es la que concierne a su dedicación comercial;
la noticia, en sí misma, no debería sorprendernos por cuanto sabemos que
la plaza y el mercado han estado estrechamente unidos desde los orígenes
del mundo medieval; es más, con el correr de los siglos, su vinculación ha
llegado a tal extremo que a menudo hasta han acabado intercambiando sus
respectivas denominaciones: así, por ejemplo, en la Paredes de Nava del
Cuatrocientos prácticamente ya nadie habla de la vieja plaza de Santa Eula-
lia y prefieren, en cambio, referirse a ella con el apelativo de «plaça del
mercado»,18 mientras que, a la inversa, en el vocabulario popular, la expre-
sión «ir a la plaza», muchas veces se confunde con acudir a hacer la com-
pra.
En cualquier caso, no parece necesario insistir de nuevo aquí en la tras-
cendencia general del mercado, puesto que esta faceta es perfectamente co-
nocida y ha sido una y otra vez puesta de relieve por la historiografía;19 lo
que nos interesa, más bien, en esta ocasión es explorar su repercusión en la
dinámica social que se genera en la plaza y cómo contribuye a promocionar-
la y a reforzarla como «espacio público» por excelencia; pues bien, desde este
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punto de vista, es evidente que las políticas emprendidas en el siglo XV a


favor de la instauración de la «plaza pública» van a tener muy presente al
mercado; de hecho, todos los concejos legislan al respecto para optimizar
al máximo las capacidades de sus mercados y lograr atraer al mayor número
de personas posible. Sus disposiciones, normalmente promulgadas en forma de
ordenanzas, son, por lo general, muy variadas y se proyectan sobre todos los
aspectos relacionados con la práctica del comercio en la plaza —instalacio-
nes, equipamientos, horarios, derechos de suelo, cuestiones de higiene y
salubridad, tasación de precios, garantías de aprovisionamiento, seguridad,
etc.— en sus tres modalidades básicas: las transacciones cotidianas, el mer-
cado semanal y las ferias. Ahora bien, aunque las normativas de cada conce-
jo responden, como es natural, a una problemática propia, producto de sus
circunstancias específicas, no es difícil, sin embargo, encontrar, comparando

18. Véase J. C. MARTÍN CEA, El mundo rural castellano a fines de la Edad Media. El ejemplo de
Paredes de Nava en el siglo XV, Valladolid, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo,
1991, pp. 134 y ss.
19. A guisa de ejemplo, pueden consultarse las monografías de T. PUÑAL FERNÁNDEZ, El mercado
en Madrid en la Baja Edad Media. Estructura de abastecimiento de un concejo medieval castellano
(siglo XV), Madrid, Caja de Madrid, 1992 y de M. VERDUGO SANPEDRO, El mercado de Logroño en la Edad
Media, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2009.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 151

los diferentes reglamentos, algunas pautas comunes a la hora de organizar


las operaciones comerciales en la plaza.
Así, por ejemplo, en el mercado cotidiano —quizá todavía poco valorado
en buena parte de nuestros estudios—, el principal foco de atención se cen-
trará en los puestos de venta al por menor; y es que, en efecto, en la plaza
proliferan todo tipo de instalaciones comerciales: desde las relacionadas con
el consumo alimentario, como las carnicerías, pescaderías, panaderías o fru-
terías —muchas de ellas de titularidad municipal o propiedad de institucio-
nes como los cabildos capitulares o catedralicios—, hasta los pequeños ne-
gocios o las abundantes tiendas y «boticas», en las que a menudo trabajan
numerosos menestrales —como los zapateros, herreros, carpinteros, alfaya-
tes, plateros e incluso cambistas, como en Medina del Campo—, que se
aprovechan, sin duda, de este emplazamiento privilegiado para la venta di-
recta de sus productos; la elevada concentración de establecimientos comer-
ciales, muchos de los cuales —como las carnicerías, las fruterías, las pesca-
derías o las alhóndigas— cuentan incluso con edificios específicos, es, pues,
una característica típica de la plaza pública castellana, hasta el punto que,
como se observa en una sentencia ejecutoria del corregidor de Oviedo en
1494, no se concibe la existencia de la misma sin esta serie de dotaciones.20
Sin embargo, la creciente aglomeración de tiendas en la plaza causará, a la
larga, serios problemas a las villas al recortar el espacio disponible para otros
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usos públicos; frente a ello, muchas ciudades, como vimos en el caso de Za-
mora o como también sucede en Tordesillas en 1493,21 optarán por ampliar,
mediante compras o permutas, sus envejecidos recintos para poder albergar
con más comodidad a un mayor número de personas y negocios y dotarse
también de más capacidad para acoger fiestas o grandes ceremonias que
simplemente antes no tenían cabida; otras, en cambio, como, por ejemplo,
Olmedo en 1495, intentarán eliminar elementos incómodos, como la picota,
para ganar algo de terreno, aunque esta decisión, adoptada unilateralmente
por uno de los alcaldes de la villa, el bachiller Pedro Maldonado, no gustó al
resto de los oficiales que inmediatamente le llevaron a pleito,22 pero, con
todo, la solución más frecuente de cara a subsanar estos inconvenientes será
la que adoptaron los oficiales de Chinchilla en 1427 ordenando que todos los
vecinos de la localidad que «tyenen casas e tyendas en derredor de la plaça»
que la hayan ocupado «con poyos e tableros, asi de espeçieros como de otros

20. De hecho, el pleito nace por la oposición de Esteban de Argüelles y su hijo Gonzalo a ceder
las casas necesarias para la construcción de la plaza, aunque sin duda lo más importante, de cara al
tema que nos ocupa, es que cuando se procede a detallar cómo debería hacerse esta «plaça pública»
se indica que en ella debería colocarse «vna picota e se pusiesen en ella las carneçerías e vna red
donde se vendiese pescado», AGS, RGS, 1494, III, fol. 181.
21. AGS, RGS, 1493, X, fol. 190.
22. AGS, RGS, 1495, V, fol. 137.

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152 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

ofiçios … que dentro de nueue días primeros siguientes los hayan desfecho e
tirado» a su costa, so pena de pagar un florín de oro por su desobediencia.23
Esta decisión, constatada igualmente en otras muchas localidades castellanas,
será, como hemos dicho, la preferida para racionalizar el uso del espacio
comercial en la plaza y obligará a minoristas y tenderos a pactar continua-
mente con los concejos las condiciones con las que podrán instalar sus mos-
tradores y estantes; aun así, habrá ocasiones en que no se podrá llegar a un
acuerdo, como ocurre con el cambista Juan Tapia, vecino de Medina del
Campo, que se quejaba ante el Consejo Real de que los oficiales de la villa
no le dejaban poner cuando llovía «vnos tableros colgados hacia la plaça ma-
yor», en contra de lo que venía siendo costumbre,24 pero, en conjunto, y a
pesar de excepciones como la descrita, podemos deducir que la intervención
concejil resultará crucial para articular y encauzar la actividad comercial en el
seno de las plazas.
Ahora bien, aparte de organizar y repartir los puestos en la plaza, los ofi-
ciales también se ocuparán de otros asuntos no menos vitales para el buen
funcionamiento del mercado; evitar, por ejemplo, el acaparamiento especu-
lativo de mercancías va a ser, sin duda, una obsesión permanente entre los
responsables de los gobiernos locales; en este sentido, las medidas contra los
«recateros», «recateras», «regatones» y «regateras» —es decir, contra los profe-
sionales de la reventa— tendrán una difusión prácticamente general; en cual-
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quier caso, y como podemos comprobar en las ordenanzas abulenses, no se


trata tanto de prohibir la práctica de la «recatería» —es decir, la venta al por
menor fuera del mercado— cuanto de garantizar el libre acceso a los pro-
ductos, al menos hasta una determinada hora —en Ávila, en concreto, «fasta
que sea la misa de terçia de Sant Salvador dicha»—.25 Con este mismo espíritu
y con idéntica finalidad, se promulgarán también ordenanzas específicas
contra los mesoneros que consienten la reventa de pescado fresco en sus
posadas o contra las personas —generalmente «regatonas»— que salen a
comprar a los caminos, para escapar de la vigilancia de los fieles.26 Es más,
incluso con los animales obtenidos de la caza, a pesar de su carácter marca-
damente aleatorio, se tomarán precauciones similares, obligando a los posi-

23. Véase A. BEJARANO RUBIO y A. L. MOLINA MOLINA, Las ordenanzas municipales de Chinchilla en
el siglo XV, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, Universidad de Murcia, 1989, p. 203.
24. AGS, RGS, 1494, XII, fol. 73.
25. Véase J. M. MONSALVO ANTÓN, Ordenanzas medievales de Ávila y su Tierra, Ávila, Institución
«Gran Duque de Alba» de la Excma. Diputación de Ávila, 1990, p. 45.
26. En este sentido, las ordenanzas de Ávila nuevamente pueden servirnos como guía; véanse,
por ejemplo, las ordenanzas sobre fieles de 1404-1410, donde se prohíbe taxativamente a los mesone-
ros «que non sean osados de consentir nin consientan vender en sus casas, nin (en) público nin en
escondido … truchas nin peçes nin otro pescado fresco alguno» o la ordenanza anteriormente citada
sobre las «recateras», en la que se las conmina a no «salir a los caminos» a comprar, en J. M. MONSALVO
ANTÓN, op. cit., pp. 52 y 45 respectivamente.

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bles vendedores a exponer, como en Chinchilla, los conejos, liebres, palo-


mas, tórtolas, gangas o perdices en una «escarpia» dentro de la plaza «ques el
lugar acostunbrado e antiguamente diputado para lo vender».27 Exigir que
todos los productos salgan a la venta en el mercado para que los comprado-
res puedan adquirirlos en igualdad de condiciones, será, por lo tanto, el
arma preferida para poner coto a la especulación.
Por lo demás, otra preocupación asimismo compartida es la que afecta a
la limpieza del mercado; también aquí la respuesta es parecida en casi todos
los ordenamientos consultados y se concentra, lógicamente, en los sectores
más contaminantes, como las pescaderías o las carnicerías, a las que se con-
mina bajo ciertas penas a guardar unas reglas mínimas de higiene, como, por
ejemplo, no verter el agua de los pescados remojados, no sacrificar reses en
la plaza —salvo corderos o cabritos en casos de necesidad extrema—o no
arrojar desperdicios o inmundicias fuera de los muladares establecidos para
ellos.28 En todo caso, este vasto conjunto de medidas, que sancionan también
a quienes dejan sueltos sus animales por las plazas —en especial, los cer-
dos—,29 suelen estar relacionadas, a su vez, con las importantes obras de
mejora que afectan al embellecimiento del entorno, como el empedrado o el
allanado de los suelos, el derribo de edificios obsoletos o la incorporación
de pozos o de fuentes de los que hablaremos al final de este capítulo.
A la vista, por tanto, de lo hasta ahora expuesto, parece claro que los ofi-
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ciales cuidaban con esmero el desarrollo de las transacciones comerciales


cotidianas, pero su celo se extremará todavía más, cuando se ocupen del
mercado semanal. También aquí la plaza se presenta como el marco ideal
que le sirve de acogida, aunque en muchas localidades, como había ocurrido
en Ávila, el recinto inicial se había quedado «chico» para acoger la afluencia
creciente de participantes y tendrá que procederse a la fundación de un nue-
vo recinto —el mercado «grande»— en el que tendrán cabida las mercancías
más voluminosas; no es, desde luego, una situación excepcional, ya que
otras muchas villas, como por ejemplo Chinchilla, de menor envergadura,
prefieren concentrar también el comercio «de los ganados, así mayores como
menores çerriles», probablemente por cuestiones de higiene y seguridad, en
lugares apartados, en este caso en la zona que abarca desde la iglesia de S.

27. Véase A. BEJARANO RUBIO y A. L. MOLINA MOLINA, op. cit., p. 238.


28. Por lo general, estas prohibiciones son bien conocidas y no presentan grandes diferencias de
unas localidades a otras; a guisa de ejemplo, pueden consultase las leyes 88 y 114 de las Ordenanzas
de Ávila y su Tierra de 1487, en las que se regulan las actividades de las pescaderas y los carniceros;
véase J. M. MONSALVO ANTÓN, op. cit., pp. 134 y 142-143, respectivamente.
29. También ésta es una disposición habitual en la mayor parte de los ordenamientos concejiles
y su castigo, la mayor parte de las veces, es similar al contemplado en Ávila: «que los puedan tomar
e matar la justiçia … por cada vez que los fallare»; véase J. M. MONSALVO ANTÓN, op. cit., p. 135.

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154 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

Cristóbal «fasta la puerta desta dicha çibdad» y las «vertientes de la sierra»;30 y


otro tanto sucede con los mercados de la leña, de la paja o del carbón, tam-
bién segregados en otras tantas localidades para no obstaculizar al de la
plaza principal.
En cuanto a las políticas de protección y control de las actividades comer-
ciales, básicamente son muy similares a las contempladas en los intercam-
bios cotidianos: vigilancia e inspección en el reparto de los puestos, compro-
baciones para que sus instalaciones no enturbien el libre discurrir por la
plaza, restricciones a las maniobras de los especuladores, cuidado y respeto
por las condiciones higiénicas hasta el punto de prohibir que las «bestias e
acémilas» permanezcan en la misma una vez que hubieran descargado sus
«mercadorías»,31 etc.; es decir, más o menos se trata de corregir todo aquello
que pudiera empañar la convocatoria exitosa de cada semana.
En este sentido, las dos mayores amenazas que podían restar concurren-
cia al mercado eran, por un lado, el cobro de peajes o de distintos impuestos
a los mercaderes —en especial, la alcabala— y, por otro, los posibles delitos,
agresiones o disturbios que pusieran en riesgo la integridad de los bienes o
de las propias personas reunidas en la plaza; y ni que decir tiene que los
oficiales se esforzaron con ahínco para minimizar ambos riesgos, luchando,
por ejemplo, como hicieron en Paredes de Nava, por los derechos de fran-
quicia o por las cartas de seguro y la «paz de mercado»;32 todo ello demuestra
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la importancia estratégica adquirida por el mercado, convertido ya no sólo


en un preciado recurso económico sino sobre todo en una de las claves so-
bre las que se cimenta el prestigio urbano.
Finalmente, en lo que respecta a las ferias, hay que señalar que, aunque
no todas las villas y ciudades castellanas disfrutaron de las mismas, aquellas
que, en cambio, sí las consiguieron las cuidaron con auténtica pasión; sin
embargo, lo cierto es que la feria casi siempre desborda los límites de la pla-
za; en Medina del Campo, por ejemplo, gracias a las «ordenanzas de aposen-
tamiento de feriantes», otorgadas por doña Leonor de Alburquerque en 1421,
sabemos que éstos se distribuían por la mayor parte de las calles de la villa,
agrupados por oficios;33 en Salamanca, en cambio, según L. Marineo Sículo,
las ferias se desarrollaban extramuros de la villa, en el arrabal del puente,34 y
algo parecido debió de suceder en Ávila, a juzgar por el amplio listado de

30. Véase A. BEJARANO RUBIO y A. L. MOLINA MOLINA, op. cit., p. 187.


31. El dato procede una vez más de las ordenanzas de Ávila de 1487, editadas por J. M. MONSALVO
ANTÓN, op. cit., p. 126, ley 73.
32. Sobre estas cuestiones, véase J. C. MARTÍN CEA, op. cit., pp. 134-136.
33. Para una información más precisa de las calles ocupadas y los oficios desplegados en las fe-
rias de Medina del Campo, véase A. SÁNCHEZ DEL BARRIO, op. cit., pp. 112-119.
34. Véase J. M. MARTÍNEZ FRÍAS, J. L. MARTÍN MARTÍN y A. VACA LORENZO, «La plaza de S. Martín…»,
ed. cit., pp. 202-204.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 155

los «derechos que se an de levar de los suelos de la feria».35 Quizá por ello, sus
huellas en la plaza no sean tan evidentes como las dejadas por los mercados
semanales o diarios, aunque cabe presumir que también la afectarían tanto
en el terreno estrictamente comercial como por parte del inmenso gentío que
lograban congregar.

3.2. La plaza, espejo público de las acciones judiciales

La faceta comercial o mercantil no es, sin embargo, la única donde la pla-


za pública brilla con luz propia; también cumple una importante misión en
el ámbito judicial como escaparate de los buenos efectos que proporciona la
correcta administración de la justicia. Es, pues, el marco ideal para presentar
ante los ojos de todos las resoluciones adoptadas por los jueces, pero sobre
todo para mostrar —con un claro carácter ejemplarizante— las duras penas
que les esperan a quienes infringen o quebrantan las leyes. Por eso, la pre-
sencia intimidatoria de la picota resulta cada vez más imprescindible, como
se demuestra en el caso de Oviedo cuando se procede a remodelar, por or-
den de su corregidor, Pedro de Ávila, la plaza pública de la villa, donde se la
define como una instalación indispensable para la propia existencia de la
misma;36 más expresivo, si cabe aún, del valor alcanzado por la picota es el
incidente documentado en Olmedo en 1495: allí, uno de sus alcaldes, el ba-
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chiller Pedro Maldonado, «sin lo consultar e acordar con el regimiento …


deshizo» la antigua «picota de gradas» de la plaza —donde estaba desde hacía
más de cincuenta años— y la «e la pasó e mudó a otra parte … a gran danno
e perjuyzio asy de la dicha villa como de los vesinos más çercanos della por
estar commo dise que está çerca de las carniçerías» y, lo que es «peor … diz
que vendió mucha parte de la piedra de la dicha picota a quien quiso e tuuo
por bien»; su comportamiento, calificado como un «agrauio e perjuyzio» a
toda la comunidad, provocó la reacción del resto de los oficiales que lleva-
ron el caso hasta el Consejo Real, donde naturalmente fue condenado a re-
hacer «la dicha picota de las mismas piedras e de la misma forma … que an-
tes estaua».37 Temida y odiada, a partes iguales, la picota se convertirá, pues,
en un elemento fundamental de la plaza pública, donde simbolizará y repre-
sentará la implacable acción de la justicia; es más, a medida que pasan los
años, no sólo consolidará su presencia, sino que además irá ganando pres-
tancia y, de hecho, son muchas las localidades que realizarán reformas en las
mismas para sustituir, como en Paredes de Nava en 1477, los viejos compo-

35. Véase J. M. MONSALVO ANTÓN, op. cit., pp. 119-125.


36. AGS, RGS, 1494, III, fol. 181. La sentencia, ratificada por el Consejo Real, detallaba precisamen-
te los tres elementos característicos que se exigían a una «plaça pública»: la «picota», «las carneçerías
e vna red donde se vendiese pescado».
37. AGS, RGS, 1495, V, fol. 137.

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156 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

nentes de madera por «vna picota de gradas» —es decir, con diversos escalo-
nes— construida de «de cal e canto» que, al año siguiente, se embelleció re-
matándola con un «chapitel».38
Por lo demás, la misión de la picota es sobradamente conocida y encaja
con los valores promovidos por la justicia medieval: por un lado, dar noto-
riedad pública a las sentencias dictaminadas por alcaldes y jueces y, por otro,
dotarse de un talante ejemplarizante, obligando a los presuntos delincuentes
a sufrir sus respectivos castigos —azotes, amputaciones de miembros, enca-
denamientos, ejecuciones, etc.— ante toda la comunidad; en palabras de
Michel Foucault, los suplicios no buscarían tanto el fin inmediato de «purgar
el delito», sino sobre todo trazar «sobre el cuerpo mismo del condenado unos
signos que no deben borrarse»; por consiguiente, los castigos deben ser reso-
nantes: «el hecho de que el culpable gima y grite bajo los golpes no es un acci-
dente vergonzoso, es el ceremonial mismo de la justicia manifestándose en su
fuerza».39
Aun así, habrá ocasiones en las que la picota no se considerará lo sufi-
cientemente apropiada para ajusticiar a determinados reos; entonces, como
sucede en la plaza mayor de Valladolid en 1453 con motivo de la ejecución
del Maestre Álvaro de Luna, habrá que proceder a levantar «un nuevo cada-
halso … guarnescido e aderesçado como convenía para tal fecho» con una
«rica alhombra», para estar a la altura de tan ilustre personaje.40 Y es que, por
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supuesto, incluso a la hora de la muerte también contaban los privilegios


sociales. En cualquier caso, este conocido episodio, quizá debido a su propia
excepcionalidad, es de los pocos en que se alude al comportamiento de los
asistentes, que abarrotaban la plaza y las ventanas de las viviendas cercanas;
aunque el cronista no tiene el menor afán en ocultar su parcialidad, sus co-
mentarios no dejan de ser elocuentes sobre la conducta de la gente que
«concurría a lo mirar … con gestos e semblantes non tristes, como aquellos
que van a mirar cosa que non aviene cada día»; una curiosidad y una enor-
me expectación que se tornaron en un «callado silençio», cuando el verdugo
esgrimió el cuchillo en sus manos, y que dieron paso, tras su degollamiento,
a un «sensible llorar e a tan alta e lastimosa grida e bozes» como si viesen
matar «cruelmente al padre suyo».41 Se trata, sin duda, de una imagen parcial

38. Archivo Municipal de Paredes de Nava (en adelante, AMPN), Cuentas de Propios (en lo suce-
sivo, CP), 1477, fragmento de los gastos realizados por uno de los procuradores de la villa en 1477
—en el que figura los 3.500 mrs. pagados a Juan de Collado, su maestre de obras— e id., ibid., 1478,
cuenta de los mrs. gastados por el procurador Juan de Herrera.
39. Véase M. FOUCAULT, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Madrid, siglo XXI de Espa-
ña Editores, 1986, p. 33.
40. Cónica de don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, Maestre de Santiago, edición y estu-
dio de J. DE MATA CARRIAZO, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p. 431.
41. Id., ibid., pp. 433-434.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 157

y expresamente manipulada para despertar la indignación del lector, pero,


en el fondo, resume muy bien la emotividad y la condición innata de espec-
táculo que acompañaban a estas demostraciones de la acción judicial en
torno al microcosmos de la picota.
Por último, la plaza es también el escenario elegido en muchas localida-
des para seguir las audiencias y la evolución de los pleitos que habitualmen-
te libraban sus alcaldes ordinarios; esta costumbre que encontramos, por
ejemplo, documentada en núcleos urbanos, como Salamanca —donde sus
alcaldes se reunían en el «portal que se llama de Santa Catalina e de Sant
Çoles»—,42 o en villas medianas, como Paredes de Nava —donde se juntaban
«çerca de las casas de Pedro Tendero, en la plaça desta dicha villa»—,43 no
parece, sin embargo, haber alcanzado una dimensión universal, ya que exis-
ten casos, como el de Burgos, en los que no se consigue un emplazamiento
definitivo, a pesar de los intentos desplegados al respecto por los miembros
de su regimiento;44 de cualquier forma, la exigencia legal de otorgar a las
vistas un carácter público sí promoverá la creciente concentración de estas
actividades en el marco de la plaza pública, cerca de los lugares en que se
reunían los concejos.

3.3. La plaza, centro neurálgico del poder político municipal


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Lo que sí parece, en cambio, tener un alcance bastante general es la pro-


pensión de los oficiales del concejo a celebrar sus reuniones y sus «ayunta-
mientos» dentro del entorno de la plaza pública; la casuística es naturalmente
muy variada, ya que responde a los propios «usos y costumbres» de las que
tan orgullosos se mostraban los munícipes bajomedievales, pero, en princi-
pio, la mayor parte de los regimientos en el siglo XV se concentran para ce-
lebrar sus distintas sesiones semanales en edificios, sedes o recintos ubicados
en sus plazas públicas o en instalaciones prácticamente contiguas. En unos
casos, como sucede en Paredes de Nava hasta la reforma de 1480, promulga-
da en las Cortes de Toledo por los Reyes Católicos —de la que hablaremos
inmediatamente—, el lugar elegido para sus deliberaciones será el «portal
dela yglesia de Santa Olalla» o, lo que es lo mismo, el atrio porticado de la
iglesia principal del pueblo que, por supuesto, estaba situado enfrente de la
plaza pública o plaza del mercado;45 en otros, como por ejemplo ocurría ini-

42. Véase A. VACA LORENZO, «La Puerta del Sol…», pp.125-126.


43. AMPN, Libro de Actas Municipales de 1427-1428, sesión del 13 de octubre de 1427.
44. Para más información sobre los diferentes asentamientos ocupados por los alcaldes burgale-
ses, véase J. A. BONACHÍA HERNANDO, El concejo de Burgos en la Baja Edad Media (1345-1426), Vallado-
lid, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones, 1978, pp. 81-83.
45. El dato se repite sistemáticamente en la documentación bajomedieval paredeña hasta prácti-
camente finales del siglo XV, cuando probablemente se procedió a construir la nueva casa del conce-

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158 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

cialmente en Ávila, sus oficiales se reunían «a la cabeçera de Sant Juan», que


evidentemente también colindaba con la vieja plaza del Mercado Chico;46 y
en otros, en cambio, como acontecía en Salamanca, los concejos contaban
con sus propios edificios, con sus particulares «casas del cabildo» —en esta
ocasión en el área de «Sant Çoles»—, desde donde intentaron promover a fi-
nales del siglo XIII la construcción de la plaza pública que, como sabemos,
no llegó a cuajar.47 La lista podría irse ampliando pueblo por pueblo, villa
tras villa o ciudad tras ciudad, pero el resultado sería siempre bastante pare-
cido: básicamente todos los regimientos buscan el amparo de la plaza públi-
ca a la hora de ejercer sus labores de gobierno. De esta forma, poco a poco
la plaza se convierte en el centro neurálgico del poder político municipal, en
el foro público o en el ágora central que sirve para comprobar cómo actúan
y cómo se comportan cada día los responsables del gobierno local.
Es más, a medida que avanza el siglo XV, la presencia de los órganos e
instituciones locales de gobierno se irá haciendo más y más visible sobre el
entramado de la plaza; de hecho, son muchos los concejos, como el de Pie-
drahíta, que deciden trasladarse desde el antiguo emplazamiento en el portal
de la «yglesia de Santa María», donde todavía continuaban congregándose a
finales de los años treinta, hasta las nuevas «casas del conçejo», que levanta-
ron en la plaza de la villa y que encontraremos ya en funcionamiento en el
año 1460;48 se trata, sin duda, de una iniciativa que cada vez contará con ma-
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yores seguidores y que, finalmente, se convertirá en norma obligatoria tras


aprobarse en las Cortes de Toledo de 1480 la siguiente ley: «Ennoblesçençe las
ciudades e villas en tener casas grandes y bien hechas en que hagan sus
ayuntamientos e conçejos … Por ende, mandamos a todas las justiçias e regi-
dores de las çibdades e villas … que no tienen Casa pública de Cabildo o
Ayuntamiento para se ayuntar que dentro de dos años primeros siguientes …
hagan su Casa de Ayuntamiento o Cabildo donde se ayunten».49 Y ni que de-
cir tiene que el asentamiento elegido fue mayoritariamente el de la plaza

jo, cumpliendo la normativa aprobada por los Reyes Católicos; a guisa de ejemplo, podemos tomar
cualquier libro de Actas, donde continuamente encontraremos anotaciones como la siguiente, extraí-
da de la sesión del 1 de enero de 1424: «En la villa de Paredes de Naua … estando el conçejo dela di-
cha villa ayuntado a campana rrepicada en el portal de la yglesia de Santa Olalla, segúnd que lo
auemos de uso e costumbre de se ayuntar …», AMPN, Libro de Actas Municipales de 1424, sesión indi-
cada.
46. Valga como ejemplo la siguiente ordenanza, promulgada el 29 de septiembre de 1490: «en la
dicha çibdat de Avila … estando el dicho conçejo ayuntado como dicho es a la cabeçera de Sant
Juan», en J. M. MONSALVO ANTÓN, op. cit., p. 178.
47. Véase A. VACA LORENZO, «La Puerta del Sol…», pp. 124-125.
48. Véase C. LUIS LOPEZ, Colección documental del Archivo Municipal de Piedrahíta, Ávila, Eds.
de la Institución «Gran Duque de Alba» et al., 1987, pp. 38 y 47, en las que respectivamente se puede
constatar el cambio de emplazamiento del ayuntamiento de la villa.
49. «Cortes de los Antiguos Reinos de León y Castilla», publicadas por la Real Academia de la
Historia, tomo III, Madrid, 1866, p. 33.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 159

pública; de este modo, acabarán estrechándose los lazos que unirán en el


futuro a las plazas mayores con los Ayuntamientos, culminando así una larga
trayectoria que se había iniciado con medidas pioneras —como la que, en su
momento, quiso impulsar el concejo salmantino— y que continuará después,
a ritmo acelerado, durante la época de la que nos estamos ocupando. Aun
así, la obligación de cumplir con el ordenamiento de Toledo también provo-
cará más de un inconveniente, sobre todo en aquellas ciudades que, como
Valladolid, disfrutaban de varias casas consistoriales; en concreto, la ciudad
del Pisuerga, que asimismo fue precoz a la hora de erigir un emplazamiento
permanente, había logrado acumular dos sedes diferentes, «vna en el merca-
do mayor e otra en la plaça de Santa María», que utilizaban de forma aleato-
ria para realizar sus reuniones; sin embargo, esta duplicidad generaba confu-
siones y era vista con recelo por algunos partidarios de la transparencia en
las sesiones, por lo que les denunciaron ante el Consejo Real y consiguieron
finalmente que este último les obligara en 1499 a efectuar «vuestro conçe-
jo e ayuntamiento en las casas que esa dicha villa tiene en la plaça del mer-
cado … pues no tenedes nesçesidad de dos casas».50
Este episodio, evidentemente menor, nos pone, no obstante, sobre la pis-
ta de la importancia que tenía el carácter público y abierto de las reuniones
municipales; aunque el concejo era una institución marcadamente oligárqui-
ca —y lo será todavía más a medida que discurra el siglo XV—, en teoría sus
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sesiones —al menos, las ordinarias— se celebraban a la vista de todos; cual-


quier persona podía, por tanto, asistir en calidad de espectador a sus discu-
siones y debates y constatar directamente in situ cómo se aprobaban las
disposiciones de gobierno; es más, las convocatorias eran anunciadas y tras-
ladadas a la población mediante el sonido de las campanas; todo ello, sin
duda, redundaba en beneficio de la imagen del «buen gobierno» que los mu-
nícipes querían transmitir —y que será una de las claves de la cultura política
bajomedieval—, pero, a la vez, abría un cauce de comunicación entre gober-
nantes y gobernados que encontrará precisamente su acomodo en el seno de
la plaza pública; por supuesto, no se trataba de un diálogo real —puesto que
mientras unos hablaban y tomaban decisiones, los otros sólo observaban—,
sino más bien de un recurso interesado en aras a legitimar los acuerdos de
gobierno, pero, aun así y a pesar de sus carencias, propiciaba, al menos, un
punto de encuentro entre los unos y los otros, aunque desde posiciones pro-
fundamente desiguales. En cualquier caso, esta peculiar forma de gobierno
que obliga al responsable público a actuar de frente ante la comunidad, será
constantemente defendida por los sectores populares y provocará en la prác-
tica más de un altercado; a guisa de ejemplo, y dado que aquí no dispone-
mos de espacio para ello, podíamos ilustrarlo con la convulsión que se vivió

50. AGS, RGS, leg. 149901, 9.

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160 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

en Paredes, cuando el concejo, profundamente dividido por un conflicto


banderizo, trató de proponer como nuevos alcaldes ordinarios a Juan Alfon-
so Tomás y Diego Alfonso Caballero en el mes de agosto de 1423; la moción,
presentada a discusión en la sesión que se estaba celebrando, como siempre,
en el portal de la iglesia de Santa Eulalia, despertó de repente tal indignación
que, de no ser porque ambos candidatos se refugiaron en el tempo, «que
bien creemos segund el mouimiento que ende ouo que fueran muertos de las
personas así souertidas e endusidas»; naturalmente, no faltaban motivos para
comprender la violenta reacción popular, puesto que tanto Diego Alfonso
como, sobre todo, Juan Alfonso, eran personas muy «banderas … e cabeça
de vando desta villa», pero, aun con todo, es muy significativo que esta reyer-
ta se genere en medio de un concejo y que sus protagonistas sean los asis-
tentes que estaban en la plaza;51 todo un síntoma de lo mucho que queda por
hacer cuando se trata de estudiar las diferentes redes y espacios de comuni-
cación política en la Castilla medieval en los que la plaza mantiene, desde
luego, una posición de indudable privilegio.

3.4. La plaza, núcleo informativo

Además de todo lo expuesto hasta el momento, la plaza pública puede


considerarse también como el principal foco informativo de los habitantes de
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las villas castellanas; en efecto, por ella circulan todo tipo de noticias, tanto las
que poseen un carácter oficial, como los rumores, habladurías y murmura-
ciones que, sin duda, se suscitan en torno a los más variados sucesos o per-
sonas.
Las primeras son propaladas y divulgadas por los pregoneros, unos de los
oficiales más omnipresentes y característicos de los concejos castellanos me-
dievales. Su misión consiste precisamente en difundir las disposiciones, or-
denanzas o decretos adoptados en los regimientos; por este motivo, en mu-
chos concejos se les exigía que estuvieran presentes en las reuniones del
concejo para poder recibir instrucciones precisas acerca de la información
que después iban a transmitir; en Paredes de Nava, por ejemplo, estas obli-
gaciones se repartían por semanas y afectaban tanto al pregonero saliente
como al que iba a reemplazarle en el nuevo turno.52 Una vez anotados sus
encargos, los pregoneros se dirigían a la plaza y proclamaban en voz alta sus
mensajes; por lo general, no lo hacían sólo una vez, sino que repetían hasta
tres veces su pregón para que nadie pudiera alegar ignorancia o desconoci-
miento. En cuanto a la fórmula, básicamente se suele ajustar a un patrón

51. Para más información sobre este incidente y sus secuelas posteriores en el devenir del pue-
blo, véase J. C. MARTÍN CEA, op. cit., pp. 57-60.
52. Sobre las obligaciones de los pregoneros, véase J. C. MARTÍN CEA, op. cit., pp. 208-209.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 161

común en todos los concejos castellanos que podemos ejemplificar a partir


del siguiente modelo procedente de Chinchilla: «E luego de contnynente fue
apregonada la dicha hordenança en la plaça publica de la dicha çindad,
donde avía mucha gente, por Diego Sánchez de Ayllón, pregonero público».53
Los rumores, en cambio, que también se propagaban por la plaza, resul-
tan, casi siempre, imposibles de reproducir; no obstante, trabajos como los
de C. Gauvard o H. R. Oliva demuestran que muchas veces tales informacio-
nes tenían más importancia de la que tradicionalmente les atribuíamos, tanto
a la hora forjar determinados estereotipos políticos, necesarios, por ejemplo,
para criticar algunos comportamientos públicos, como en el momento de
consolidar la memoria colectiva de los grupos populares.54
Por lo demás, asimismo sería interesante estudiar las diferentes fórmulas
de comunicación no verbal que se practicaban en la plaza, como el lenguaje
gestual, el papel de los símbolos o la burla y el escarnio, pero, por ahora,
sólo disponemos de pequeñas aproximaciones.

3.5. La plaza, espacio de ocio y de recreo

Finalmente, el último aspecto en el que la plaza despunta con notoriedad


es su función como escenario central del ocio y del recreo; en este sentido,
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la plaza se sitúa indiscutiblemente como el lugar preferido por los ciudada-


nos para pasear cuando tienen tiempo libre; allí se concentran, por ejemplo,
los domingos, sobre todo después de la salida de la misa mayor, y charlan o
bromean, intercambian opiniones, comentan las noticias y las novedades,
murmuran entre corros, etc.; curiosamente, este aspecto que formaba parte
de la sociabilidad más elemental, sí aparece recogido en la documentación;
valga como muestra el testimonio aportado por la ciudad de Trujillo en 1491,
donde el alguacil Gonzalo de Herrera se quejaba de la agresión cometida
contra él por uno de los jurados mientras se encontraba «paseándose por la
plaça», en presencia de dos de los alcaldes y de «de otra mucha gente»; de
hecho, si no hubiera sido por «la mucha gente que en la dicha plaça estaua
e le socorrió», que bien creyera que hasta hubiera muerto a consecuencia de
las heridas;55 el dato, en sí, corrobora, por lo tanto, el uso de la plaza como
zona de esparcimiento habitual de los castellanos y las castellanas. También

53. Véase A. BEJARANO RUBIO y A. L. MOLINA MOLINA, op. cit., p. 231.


54. Véanse respectivamente, C. GAUVARD, «Rumeur et stéréotypes à la fin du Moyen Âge», en La
circulation des nouvelles à la fin du Moyen Âge. XXIV Congrès de la SHMES, París, 1994, pp. 129-137 y
H. R. OLIVA HERRER, «Sociabilidad y comunicación política a fines de la Edad Media. Algunas reflexio-
nes previas», en J. C. MARTÍN CEA (coord.), Connvivir en la Edad Media, Burgos, Ed. Dossoles, 2010,
pp. 211-231.
55. AGS, RGS, XI, 1491, fol. 309.

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162 JUAN CARLOS MARTÍN CEA

se juega, a veces, sobre todo a la pelota, aunque este pasatiempo, practicado


por los jóvenes, se consideraba peligroso y, en consecuencia, tratará de erra-
dicarse.56
Pero además de servir de espacio de recreo, la plaza pública es también
el escenario principal de las grandes fiestas y celebraciones medievales, tanto
si éstas tienen un carácter cívico como si se relacionan con manifestaciones
religiosas; en efecto, como hemos comprobado en otros trabajos anteriores,57
la plaza acoge las principales procesiones, como las del Corpus Christi o las
del Domingo de Ramos; alberga asimismo solemnes «Te Deums» y acciones
de gracias, para festejar sucesos como las victorias sobre los musulmanes, el
nombramiento de un nuevo rey, la liberación de las pandemias de peste, el
final de una sequía, etc.; admite también a los predicadores más notables,
como por ejemplo, a san Vicente Ferrer, que era capaz de congregar a in-
mensas multitudes; sirve como marco para las grandes demostraciones de
duelo, como ocurre con la muerte de reyes o importantes dignatarios. Y, por
supuesto, acepta igualmente dentro de su espacio todo tipo de festividades
populares, como carnavales, «fiestas de obispillos», investiduras de «mayas»,
«pingados de los mayos», corridas de toros y un largo repertorio de bailes o
espectáculos.
No menos destacada resulta su función durante las ceremonias de recibi-
miento de reyes y señores o en los fastos cívicos que, por ejemplo, se orga-
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nizan con motivo del nacimiento de un infante o de una infanta, de una


boda o un enlace real o señorial o por haber logrado conquistar algún encla-
ve a los musulmanes; en fin, la lista es tan inmensa cuando se trata de abar-
car el fascinante universo de las fiestas bajomedievales que no tiene sentido
pretender agotarlas en esta breve exposición. Lo que nos interesa, por enci-
ma de todo, es resaltar el alto cometido que en todas ellas desempeña la
plaza, convertida en el auténtico epicentro de la alegría colectiva. Es más, la
propia plaza a menudo se transforma, vistiéndose de gala —como sucede,
por ejemplo, durante los «recibimientos»— o convirtiéndose en un ruedo —en
las corridas de toros— o en un improvisado campo de batalla —como ocurre
con las justas, los juegos de «cañas» o las escaramuzas de moros y cristia-
nos—; es entonces cuando la plaza resplandece con todo su esplendor, has-
ta el punto de que, con frecuencia, se quedaba pequeña para acoger al gen-
tío congregado y muchos se encaramaban a terrazas y tejados.

56. Así, por ejemplo, en la «noble çibdad» de Chinchilla se prohibía, por el riego que implicaba
para los transeúntes, que «ningún vezino nin barrano de doçe años arriba no sea osado … de jugar
a la dicha pelota en la dicha plaça e portales», so pena de 60 mrs. Véase A. BEJARANO RUBIO y A. L.
MOLINA MOLINA, op. cit., p. 210.
57. Véase J. C. MARTÍN CEA, «Fiestas, juegos y diversiones en la sociedad rural castellana de fines
de la Edad Media», en Edad Media. Revista de Historia, 1 (1998), pp. 111-141.

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LAS FUNCIONES SOCIALES DE LA «PLAZA PÚBLICA» EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV … 163

4. CONCLUSIÓN: LA PLAZA, ¿«ESPACIO PÚBLICO» EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL?

En fin, una vez llegados a este punto, en el que hemos constatado el di-
namismo de la plaza pública tanto en el terreno mercantil o comercial, como
en el jurídico y jurisdiccional, en el plano institucional y su papel como cen-
tro informativo o como espacio festivo por antonomasia, es hora, pues, de
retomar nuestro interrogante inicial y de preguntarnos a qué responde esta
indudable apuesta concejil por promocionar semejante espacio ciudadano
durante el siglo xv. Pues bien, básicamente podemos contestarlo si tenemos
en cuenta que los municipios castellanos van a utilizarla como escaparate del
poder urbano y como imagen primordial de su buen hacer al frente del go-
bierno; en este sentido, es evidente que su postura se incardina dentro de
esa nueva «cultura política» que está emergiendo en el período bajomedieval
y que ya no se conforma con imponer leyes u ordenanzas, sino que aspira
también a lograr el consenso ciudadano para legitimarse como «buenos» go-
bernantes. Desde esta perspectiva, la plaza «pública» cobra una nueva dimen-
sión, que se irá reforzando progresivamente a lo largo de todo el Cuatrocien-
tos; es objeto de un cuidado permanente y se la mima y embellece como
símbolo del «honor», del orgullo y del prestigio colectivo. Por eso, a medida
que transcurre el siglo XV, se multiplican las acciones para mantenerla limpia
y ordenada —incluyendo, por ejemplo, las obras de empedrado y de pavi-
mentación— y para dotarla de las infraestructuras adecuadas —instalando
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pozos, acometiendo traídas de agua o incrementando el número de fuen-


tes— que le permitan cumplir con los mencionados cometidos. No conten-
tos, sin embargo, con mejorar su eficiencia en todos los sentidos, también se
esforzarán por hacerla más bella y atractiva colocando relojes mecánicos o
desarrollando una activa política urbanística que muy pronto se traducirá en
la búsqueda de un espacio equilibrado y armonioso —derribando, por ejem-
plo, los edificios más antiguos u obligando a colocar soportales homogé-
neos— lo que anticipa claramente el modelo que después conoceremos
como la emblemática «plaza mayor».
A la vista, por lo tanto, de lo expuesto, quizá tenga sentido preguntarse:
¿no estaremos asistiendo al primer paso de la constitución de ese «espacio
público» del que hablaba J. Habermas, situándolo en la Modernidad?

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Torres, tierras, linajes. Mentalidad social
de los caballeros urbanos y de la élite dirigente
en la Salamanca medieval (siglos XIII-XV)*

JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN


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C UALQUIER POSIBLE CARACTERIZACIÓN DEL PATRICIADO urbano salmantino,


desde cualquier óptica, se encuentra con el problema de la falta de
datos, incluso para el siglo XV, a salvo quizá de sus últimas décadas.
Hay escasez de información sobre la composición de las familias de la aris-
tocracia salmantina y sus orígenes son oscuros. Existen, pese a todo, referen-
cias documentales de diverso tipo y estudios ya publicados, aparte de docu-
mentación de archivo, que son imprescindibles para acercarnos a la cuestión.1

* El trabajo se inscribe en el proyecto de investigación «Culturas urbanas y percepciones sociales


en los concejos castellanos medievales durante los siglos XIII-XV» (Ministerio de Ciencia e Innovación,
Plan nacional de I+D+I 2008-2011, HAR2010-14826, IP J. M.ª Monsalvo).
1. Aparte de los trabajos que contienen fuentes, que se irán citando en estas páginas, menciono
algunos estudios locales sobre Salamanca de lectura obligada. El más clásico historiador de Salamanca
es uno de éstos: G. GONZÁLEZ DÁVILA, Historia de las Antigüedades de la Ciudad de Salamanca (ed. B.
Cuart), ed. facsímil de la obra de 1606: Salamanca, 1994. Imprescindible es M. VILLAR Y MACÍAS, Historia
de Salamanca, Salamanca, Graficesa, 1973-1975, 9 vols. (1.ª ed. orig. 1887), esp. vols. IV y V. Otros estu-
dios contemporáneos se han tenido en cuenta: J. ÁLVAREZ VILLAR, De heráldica salmantina. Historia de
la ciudad en el arte de sus blasones, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1997 (1.ª ed. 1966); N.
CABRILLANA, «Salamanca en el siglo xv: nobles y campesinos», Cuadernos de Historia, Anexos de Hispa-
nia, III, 1969, pp. 255-295; M. GONZÁLEZ GARCÍA, Salamanca en la Baja Edad Media, Salamanca, Univer-
sidad, 1982; C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios en Salamanca al iniciarse la Edad Moderna, Sala-
manca, 1983; Historia de Salamanca. Tomo II. Edad Media, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos,

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166 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

El déficit empírico obstaculiza la observación de los valores y actitudes del


grupo social, que es la cuestión preferente que más nos interesa aquí. En la
medida de lo posible, ya para fechas tardías de la Edad Media es factible tratar
con alguna precisión la situación de los nobles salmantinos, e incluso acercar-
nos con adecuadas herramientas hermenéuticas a los comportamientos y opi-
niones directas de los afectados, que muestran las mentalidades y actitudes
colectivas del grupo. Procuraremos acercarnos a estas no sólo como deduc-
ción de las realidades estructurales sino como observación de conductas pal-
marias y manifiestas. Por ello, y dado que otros trabajos previos han fijado ya
el punto de observación en algunos componentes organizativos y funcionales
de las élites de poder y del sistema político,2 podemos estructurar ahora el
recorrido por esta etapa a partir del énfasis en las percepciones y los valores,
aunque sin obviar el contexto de las relaciones de poder realmente existentes.
Hemos planteado ya la cuestión de la mentalidad social y los valores en esos
trabajos previos, pero incluso más específicamente como objeto directo en el
caso de los pecheros,3 de modo que resulta pertinente ahora ahondar un poco
más en el ambiente social de los caballeros urbanos desde esta perspectiva.
No obstante, y dado que el propósito es analizar la cultura política, es pre-
ciso señalar previamente algunos aspectos que, aunque estén presentes más

1997, con capítulos de J. L. MARTÍN MARTÍN, J. L. MARTÍN RODRÍGUEZ, A. BARRIOS, J. M.ª MÍNGUEZ y J. M.ª
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MONSALVO ANTÓN; A. VACA LORENZO, «La oligarquía urbana salmantina en la Baja Edad Media. Caballeros
y escuderos en pugna por los cargos del Concejo (1390-1408)», Anales de Historia Antigua, Medieval y
Moderna (U. Buenos Aires), 31, 1998, pp. 63-93. Se citan otros trabajos a lo largo de estas páginas.
2. J. M.ª MONSALVO, «Parentesco y sistema concejil. Observaciones sobre la funcionalidad política
de los linajes urbanos en Castilla y León (ss. XIII-XV)» Hispania, 185, 1993, pp. 937-970; id., «Panorama y
evolución jurisdiccional en la Baja Edad Media» y «La sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballe-
ros y pecheros (en Salamanca y en Ciudad Rodrigo)», en J. L. MARTÍN RODRÍGUEZ (dir. de la obra), J. M.ª
MÍNGUEZ FERNÁNDEZ (coord. del vol.), Historia de Salamanca. Tomo II. Edad Media, cit., pp. 331-386 y
389-478; id., «Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisiones en los concejos castellanos
bajomedievales (consideraciones a partir de concejos salmantinos y abulenses)», en Las sociedades
urbanas en la España medieval (XXIX Semana de Estudios Medievales Estella, 2002), Pamplona, 2003,
pp. 409-488; id., «Aspectos de las culturas políticas de los caballeros y los pecheros en Salamanca y
Ciudad Rodrigo a mediados del siglo XV. Violencias rurales y debates sobre el poder en los concejos»,
en I. ALFONSO, J. ESCALONA y G. MARTIN (eds.), Lucha política. Condena y legitimación en la España
Medieval. Annexes des Cahiers de Linguistique et de Civilisation Hispaniques Médiévales, n.º 16, 2004,
pp. 237-296; id., «En torno a la cultura contractual de las élites urbanas: pactos y compromisos políti-
cos (linajes y bandos de Salamanca, Ciudad Rodrigo y Alba de Tormes)», en F. FORONDA y A. I. CARRAS-
CO (dirs.), El contrato político en la Corona de Castilla. Cultura y sociedad políticas entre los siglos X al
XVI, Madrid, Dykinson, 2008, pp. 159-209; id., «Violence between Factions in Medieval Salamanca:
some Problems of Interpretation», Imago Temporis. Medium Aevum, n.º 3, 2009, pp. 139-170.
3. Aparte de referencias en algunos estudios anteriores (véase nota anterior), algunos de nuestros
trabajos se han centrado más directamente en la cuestión de los «valores estamentales» de los peche-
ros. En concreto, «Percepciones de los pecheros medievales sobre usurpaciones de términos rurales
y aprovechamientos comunitarios en los concejos salmantinos y abulenses», Edad Media. Revista de
Historia, Univ. de Valladolid, n.º 7, 2005-2006, pp. 37-74; id., «Ideario sociopolítico y valores estamen-
tales de los pecheros abulenses y salmantinos (ss. XIII-XV)», Hispania. Revista Española de Historia,
vol. LXXI, n.º 238, 2011, pp. 325-362.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 167

o menos implícitamente, no son objeto de estudio directo aquí: la composi-


ción de las familias de la aristocracia, sus redes y relaciones; la formación de
sus fortunas, aunque sí resaltaremos algunos rasgos genuinos de su composi-
ción y valoraremos los efectos subjetivos de la propiedad en la conciencia
como grupo social privilegiado; las instituciones concejiles y sus fundamen-
tos, aunque se tienen en cuenta; los acontecimientos de la historia salmantina
bajomedieval; o la reconstrucción integral de las actitudes y valores de la ca-
ballería de la ciudad —estilo de vida, costumbres, actitudes religiosas, vida
social, etc.— referidos a aspectos no directamente relacionados con los obje-
tivos aquí propuestos, que tan sólo pretenden acercarse, como indicamos, a
la «cultura política». Pero incluso en relación con esta última, tampoco preten-
demos ser exhaustivos, sino centrarnos en las principales ideas y actitudes
políticas de este grupo social.

1. PERCEPCIONES Y SIGNOS VISIBLES DE «SUPERIORIDAD» DE LOS CABALLEROS PRINCIPALES

Hemos sugerido en alguna ocasión que las reformas del régimen munici-
pal llevadas a cabo por la monarquía fueron determinantes en la estructura-
ción de la oligarquía local. En el caso del Regimiento esto es muy evidente.
El Regimiento había supuesto la eliminación en la toma de decisiones de
todos los resortes asamblearios, vecinales y abiertos que aún persistían a
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mediados del siglo XIV, aunque ya con seguridad entonces en franco declive.4
Además, al haberse constituido como un gobierno muy reducido de magis-
traturas municipales vitalicias —si no lo eran inicialmente, pronto lo fueron—,
el nuevo órgano había catapultado a unos pocos a la cima del poder. No ha-
blamos del estamento, en este caso, sino sólo de la parte más conspicua del
mismo. Por una carta de 22 de octubre de 1345 sobre términos del alfoz conce-
jil sabemos que la reina doña María, que tenía Salamanca entonces por parte
del rey, se dirigía a los «omes bonos que an de veer fazienda del dicho conçejo»,5
que era la fórmula que se empleaba para denominar a los regidores. Otra car-
ta de julio de 1354, ya en el reinado de Pedro I, ofrece una primera relación de
una docena regidores.6 Sabemos que desde las décadas siguientes el número
oficial de regidores de plantilla fue de 16. Auque en la práctica el número se

4. A mi juicio, el período 1250-1350, en general en las ciudades castellanas, fue de declive prolon-
gado de las instituciones concejiles abiertas, asamblearias o vecinales. Lo comentamos en J. M.ª MON-
SALVO, «“Ayuntados a concejo”. Acerca del componente comunitario en los poderes locales castellano-
leoneses durante la Edad Media», en El poder a l'Edat Mitjana, Lleida, 2004, pp. 209-291, pp. 261-272.
5. AMS, R/ 2598.
6. La relación incluía, si no la totalidad, sí la mayor parte de los que había, AMS, R/ 2334. Eran
los siguientes: Gonzalo Rodríguez de Santo Tomé, Diego Álvarez de Sotomayor, Diego Gómez, Al-
fonso Pérez de Tejeda, Gonzalo Rodríguez el Mozo, Alfonso Sánchez, Gonzalo Bernal, Pedro Álva-
rez, Alfonso García, Domingo Pérez, Domingo Benito, Diego Gil.

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168 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

desbordó por los célebres «regimientos acrecentados» —llegaron a ser 26 o


más en la segunda década del siglo XVI—, no hay duda de que fueron cargos
enormemente restringidos desde el principio de la institución del Regimiento.
Era tan difícil alcanzar una regiduría, un cargo para toda la vida, y recaía tanto
poder e influencia en el organismo de gobierno, que la pertenencia al mismo
se convirtió indudablemente en un sesgo de distinción entre la minoría de
gobierno patricia y el resto del estamento privilegiado o caballeresco. Ser o no
ser regidor marcaba el éxito o el fracaso en la carrera política de un caballero
urbano. Los mismos apellidos y familias se repiten en estos cargos a lo largo
del tiempo: Anaya, Solís, Maldonado, Tejeda, Villafuerte, Paz, Corvelle, Aceve-
do, entre otros. Puede verse esta continuidad a propósito del reinado de Juan
II,7 pero también en los siguientes, incluyendo el de los Reyes Católicos.8

7. En 1408 se documentan los siguientes regidores: Pedro Enríquez, Pedro Rodríguez Monroy,
Simón Garcés, Alvar Rodríguez, Suero Alfonso de Solís, Gómez Gutiérrez de Herrera, Alvar Pérez de
Paz el Viejo, Benito Fernández Maldonado, doctor Alfonso Rodríguez, Gómez González de Anaya,
Sancho Sánchez de Arcano, Velasco Fernández de Portillo, Ruy Fernández, Alfonso Arias de Corvelle,
Juan Arias, AGS, Consejo Real, leg. 746, doc. 20, ref. A. VACA LORENZO, «La oligarquía urbana salman-
tina en la Baja Edad Media. Caballeros y escuderos en pugna por los cargos del Concejo (1390-1408)»,
Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna (U. Buenos Aires), 31, 1998, pp. 63-93, docs. pp. 85-92.
En 1421 se documentan los siguientes regidores: Pedro Rodríguez, Ruy Fernández, Juan Arias Maldo-
nado — hijo de Arias Pérez—, Juan Arias —hijo de Rodrigo Arias—, Pedro Maldonado, Alfonso Ál-
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varez de Anaya, Juan Gutiérrez, Gómez García Maldonado, Gómez Gutiérrez de Herrera, Rodrigo
Álvarez de Anaya, Pedro Álvarez de Anaya, doctor Alfonso Guedeja, bachiller Gonzalo Rodríguez
—hijo del doctor Alfonso Rodríguez—, Juan Cornejo, bachiller Luis Álvarez de Paz, Diplomatario del
Archivo de la Universidad de Salamanca. La documentación privada de época medieval, ed. A. VACA
LORENZO, Salamanca, Universidad, 1996, ed. electrónica, docs. 6 y 7. En 1433-1434, entre otros, eran
regidores: Suero Alfonso, Juan Arias Maldonado —hijo de Arias Pérez Maldonado—, Diego de Ace-
vedo, Rodrigo de Acevedo, Rodrigo Álvarez de Anaya, Pedro Álvarez de Anaya, Gómez García Mal-
donado, Pedro Maldonado, Ruy González, Juan Gutiérrez, Diego de Sotomayor, Diego Flores, Juan
Vázquez Coronado —hijo de Pedro Vázquez Coronado— Gómez Gutiérrez de Herrera, Juan de Vi-
llafuerte, «Pesquisa sobre términos usurpados 1433-1453» (BN, Ms. Res n.º 233), fol. 99v, 172v-173, 203v,
219, 227v. Todavía algunos de éstos se documentan en 1452-1453 en la pesquisa: Diego Álvarez Maldo-
nado, Juan de Villafuerte, doctor Arias Maldonado, Alfonso Enríquez, Juan Gutiérrez, «Pesquisa sobre
términos usurpados 1433-1453» (BN, Ms. Res n.º 233), fol.1-1v.
8. En 1475 los regidores salmantinos eran los siguientes: Juan de Villafuerte, Gonzalo de Villafuer-
te, su hermano, Rodrigo Maldonado, Rodrigo Arias Maldonado, doctor Rodrigo Maldonado de Tala-
vera, Juan Pereira, Pedro de Vega, Alfonso de Almaraz, Diego Álvarez de Salamanca, Fernando de
Hontiveros, Gómez de Anaya, Diego de Tejeda el Mozo, Alfonso Lobera, Gonzalo Vázquez Corona-
do, Luis de Acevedo —hermano del arzobispo de Santiago Alonso Fonseca—, Pedro de Miranda,
Pedro Ordóñez de Villaquirán, Lope de Sosa, AMS, R/ 166; AMS, leg. 2985, n.º 23. En 1493 eran regido-
res: Juan de Almaraz, Alfonso Enríquez, Íñigo López de Anaya, Diego Ordóñez de Villaquirán, Rodri-
go de Valle, Rodrigo Maldonado de Monleón, doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, Diego de
Anaya, Alfonso de Tejeda, Juan de Paz, Alfonso de Almaraz, Alfonso Puertocarrero, Rodrigo Álvarez
Maldonado, Juan Arias Maldonado, Luis de Acevedo, hermano del arzobispo Fonseca, AGS., Diversos
de Castilla, leg. 10, n.º 36 y documentación coetánea. Y en 1499, por poner otra fecha un poco poste-
rior, Juan de Villafuerte, Cristóbal de Villafuerte, Rodrigo Álvarez Maldonado, doctor Rodrigo Maldo-
nado de Talavera, Rodrigo Maldonado de Monleón, Juan de Tejeda, Luis de Acevedo, Diego de
Anaya, Ruy González, Alfonso Puertocarrero, Diplomatario del Archivo de la Universidad, cit., doc. 155.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 169

Ciertamente, hay otras diferencias, pero podríamos decir que por sí mis-
mo el Regimiento marcaba y definía el corte social y político entre el esta-
mento caballeresco en su conjunto y la élite estricta de gobierno, es decir,
una parte muy reducida del mismo. Fue ésta a mi juicio una diferenciación
que determinó una fractura importante en la sociedad urbana. Más adelante
se interpretan algunos efectos de esta grieta en la sociedad política urbana.
No era lo único que separaba «estamento» y «élite de gobierno». La llegada
al Regimiento estaba condicionaba por la pertenencia a determinadas fami-
lias. Este selecto grupo de familias aristocráticas desde la segunda mitad del
siglo XIV exhibían ya signos externos identificativos. Aunque la construcción
de apellidos de la aristocracia urbana era poco regular normalmente en Casti-
lla, y Salamanca no es una excepción, ya que no se seguía siempre la regla
del patronímico, ni siempre había un cognomen o apellido de linaje,9 lo cierto
es que este último fue empleado cada vez más frecuentemente por algunos
miembros del grupo caballeresco salmantino desde la segunda mitad del XIV
y cada vez más en el siglo siguiente. Así vemos las denominaciones «Paz» o
«Páez», «Maldonado», «Solís», «Anaya», «Varillas», «Corvelle», «Enríquez», «Monroy»,
«Godínez» o «Tejeda», entre otros, empleados sistemáticamente, aunque no de
modo automático. En ese umbral de uso frecuente, pero no sistemático, se
pueden considerar apellidos de linaje. Como tales linajes desplegaron sus
blasones correspondientes. No obstante, hay que tener en cuenta que bajo
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estos «apellidos de linaje» se hallaban diferentes ramas familiares, es decir, li-

9. Un ejemplo: Juan Rodríguez de las Varillas, que falleció en 1380, dueño de Villagonzalo, casa-
do en primeras nupcias con María Fernández de Monroy y más tarde con doña Aldonza Suárez de
Solís, tuvo varios hijos, que llevaron los nombres siguientes: Pedro Rodríguez de las Varillas, Fernán
Rodríguez de Monroy, Ruy González de Salamanca, Alvar Rodríguez de Monroy, Juana de Monroy,
Catalina de Monroy —del primer matrimonio— y Suero Alfonso de Solís, del segundo. De la descen-
dencia de Pedro Rodríguez de las Varillas, el primogénito y regidor, llamado Pedro Rodríguez Caba-
llero y casado antes de 1388 con María Álvarez de Grado y Ulloa, nacieron Lope Rodríguez de las
Varillas, Ruy González de Salamanca, Suero Alfonso de Solís el Mozo, Isabel Rodríguez y María de
Ulloa. Sin salir de este mismo tronco familiar, los hijos del primogénito Lope Rodríguez de las Vari-
llas, que casó con María de Ovalle y que vivió en el reinado de Juan II, se llamaron: Gonzalo Rodrí-
guez de Ovalle, Fernán Rodríguez de las Varillas, Ruy González de Ovalle y Pedro Rodríguez. Aun-
que la referencia es de un manuscrito posterior, éste recopilaba datos de la época (Linajes de
Salamanca, Ms. del Archivo de la Catedral, del siglo XVIII, ed. J. Sánchez Vaquero, Salamanca, UP,
2001, pp. 205, 208, 209) y resulta significativa de los vaivenes de algunos apellidos. Éstos reflejan fi-
liaciones bilaterales o denominaciones poco ortodoxas si se comparan con las reglas patronímicas
de la nobleza territorial característica. Todo esto dificulta la identificación y el seguimiento de los
personajes de la nobleza urbana. No siempre se halla, no obstante, esta variedad en el seno de la
misma familia, pero lo cierto es que la falta de reglas estables en la formación de los apellidos no
era nada anómalo, sobre todo en fechas tempranas de la Baja Edad Media. En cualquier caso, la
tendencia a heredar el apellido paterno, y especialmente en el caso de los primogénitos, sin ser
contundente, se fue imponiendo. Y no faltan casos de temprana tendencia centrípeta en los nom-
bres y apellidos. Un ejemplo: desde principios del siglo XV los titulares de la casa de Villafuerte, y
regidores de la ciudad, se llaman sucesivamente —padre, hijo, nieto y biznieto— «Juan de Villafuer-
te», ibid., pp. 217-220.

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170 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

najes familiares propiamente dichos, en torno a caballeros concretos. Y eran


éstas las unidades cohesionadas que tenían autonomía de acción. Hasta cua-
tro o cinco ramas familiares llevaban a finales del XV el apellido de linaje
Maldonado, y cada una era autónoma y estaba bajo un caballero importante.
Pero además en aquella época había otra acepción más amplia y arraigada de
la palabra «linajes»: en las fuentes salmantinas de la época se llamaba así a los
agrupamientos más amplios o partes, las de San Benito y San Martín y la per-
tenencia a estos dos grandes partidos o macroadscripciones urbanas10 nacía
en las unidades familiares, no en los apellidos de linaje, aunque tendía a ha-
ber proporción o correspondencia entre unas y otros.11
El selecto puñado de familias dirigentes se distinguía en el propio léxico
del resto del estamento de caballeros, escuderos e hidalgos, entendido como
un conjunto al que también, naturalmente, pertenecían sus miembros. El re-
ducido segmento más alto del estamento lo constituían los «caballeros prin-
cipales» o las «personas principales», como a veces se les denominaba. Al va-

10. En relación con las estructuras de linajes hace tiempo establecimos cuatro posibilidades, aun-
que no tienen que darse todas ellas en las mismas ciudades y a la vez. En primer lugar, la familia ca-
balleresca, propiamente dicha, que era un linaje familiar o «linaje corto» compuesto por padres, hijos,
parientes cercanos y clientelas directas, formando un núcleo en torno a un cabeza de familia destaca-
do y a una residencia, casa o palacio concreto. En segundo lugar se halla el linaje suprafamiliar, llama-
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do genuinamente «linaje», que con fuertes dosis ya de pseudoparentesco y alianzas políticas era un
agrupamiento o adición de varias unidades familiares, o linajes cortos, y que en el caso de Salamanca,
aunque podía dar cohesión a grupos amplios (los «Maldonado», los «Tejeda»…), quedó normalmente
subsumido o relativizado por formas de alianza más amplias equivalentes al tipo siguiente. En tercer
lugar, en efecto, lo que suele denominarse «bando-linaje», era una especie de parte o partido urbano,
generalmente con estructura binaria, un entramado preponderante de parentesco artificial o solidari-
dad meramente política y que no necesariamente existía en las ciudades de la época, pero que concre-
tamente en Salamanca fue un tipo de solidaridad muy potente que se correspondió con los alinea-
mientos de San Benito y San Martín-Santo Tomé; hay que tener en cuenta que estos alineamientos eran
llamados también «linajes», con independencia de que el conflicto en sí que protagonizaron se ajustara
léxicamente a las tensiones entre «bandos» o «banderías». Finalmente, cuando estos partidos urbanos se
implicaban en disputas externas al sistema urbano se habla generalmente de «bando-parcialidad», que
implicaba ya alianzas y pactos totalmente políticos con fuerzas externas, luchas dinásticas, bandos
nobiliarios del reino, etc. Véanse las referencias que hacemos a estas organizaciones en J. M.ª MONSAL-
VO, El sistema político concejil. El ejemplo del señorío medieval de Alba de Tormes y su concejo de villa
y tierra, Salamanca, Universidad, 1988, cap. 8.º; asimismo, id., «Parentesco y sistema concejil», cit. Las
denominaciones historiográficas de bando-linaje y bando-parcialidad, aunque aplicadas a otro contex-
to, proceden de M.ª C. GERBET, La noblesse dans le royaume de Castille. Étude sur les structures sociales
en Estremadure, 1454-1516, París, 1979. Los casos de estructuras de linaje en diversas ciudades cuentan
con numerosos estudios y han sido objeto de análisis por muchos medievalistas —Quintanilla Raso,
Ladero Quesada, Díaz de Durana, García Fernández, Rucquoi, Diago Hernando, Jara Fuente, Solórza-
no, entre otros—; doy cuenta de buena parte de ellos, a cuya referencia bibliográfica me remito, en J.
M.ª MONSALVO «Violence between Factions in Medieval Salamanca», cit., pp. 152-153, n. 39.
11. En nuestro trabajo «En torno al Triunfo Raimundino. Notas sobre el imaginario nobiliario en
la Salamanca de 1500» (Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna, BA, en prensa) puede apre-
ciarse que algunos apellidos, como Maldonado, Solís o Enríquez, aunque tendían a estar más relacio-
nados con uno de los dos bandos, se hallaban en los dos. Véase infra.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 171

lorar la mentalidad colectiva de esta pequeña fracción de la sociedad


aristocrática no es difícil encontrar evidencias de su posición no ya dominan-
te sino subjetivamente considerada superior en el medio social en que vi-
vían. Poder exhibir una regiduría, como sus padres, hijos o hermanos, un
bien muy escaso, como acabamos de decir, les distanciaba visiblemente del
resto. Pero los niveles de fortuna también les distinguían. Eran ricos. Cono-
cemos más o menos la composición de los patrimonios de los caballeros
principales salmantinos en el siglo XV, en el que, además de inmuebles nota-
bles, destacaban sus propiedades rústicas repartidas por Tierra de Salamanca,12
unos y otras acogidas al régimen de mayorazgo.13 Excuso subrayar los bien
conocidos efectos de concentración y robustecimiento patrimonial en manos
de los primogénitos que implicaban los mayorazgos.
Algunos datos permiten valorar cuantitativamente sus fortunas. Una he-
rencia por la que litigaban con Alfonso Maldonado en 1478 Gonzalo Vázquez
Coronado y su esposa María Hernández, «muger muy principal», se estimaba
en dos cuentos, es decir dos millones de maravedís.14 La misma cifra aproxi-
madamente valía la fortuna de aquel con quien litigaban por la herencia,
Alfonso Maldonado. Dos millones de maravedís valía también a principios
del XVI la hacienda del regidor Pedro Bonal.15 Juan Maldonado de Hontiveros
hacia 1498 tenía una fortuna propia de cinco cuentos de maravedís personal-
mente y otros tres más asignados a sus hijos.16 Cifra superada por los bienes
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de Rodrigo Álvarez Maldonado, según el testamento más o menos de esa


época. Otros testimonios avalan estas impresiones.17 En definitiva, en una épo-

12. Véase Anexo, aunque sólo se han consignado en él los términos enteros o sobre los que te-
nían control, no las numerosísimas propiedades —de varias yugadas de heredad habitualmente—
dispersas por otros muchos lugares.
13. Varios regidores salmantinos y otros importantes caballeros obtuvieron licencia y crearon
mayorazgos en la segunda mitad del siglo XV. Entre otros, 26-7-1454, ARCHV, Pergaminos Caja 22, 9
(Enrique Enríquez y María de Monroy); AGS, RGS, febrero 1490, fol. 44 (Alfonso de Tejeda); ibid.,
15-03-1475, fol. 290 (Diego de Acevedo); ibid., 17-10-1478, fol. 12 (Gonzalo Vázquez Coronado); ibid.
19-11-1480, fol. 9 (Rodrigo Godínez, señor de Tamames); ibid., 16-09-1995, fol. 271 (Juan de Villafuerte);
ibid., 20-09-1480, fol. 7, 19-12-1488, f. 13 (Rodrigo Álvarez Maldonado); noticias sobre el mayorazgo de
Enrique Enríquez y su esposa María de Monroy en 1454 sobre Villalba de los Llanos, M. VILLAR Y MA-
CÍAS, Historia de Salamanca, V, p. 54; y sobre el de Alfonso de Solís de 1476 sobre Moncantar, ibid.,
V, p. 45; sobre el que el regidor Alfonso de Paz hizo en 1479 ref. en «Linajes de Salamanca» (Ms. Arch.
Cat.), pp. 145, 151. Asimismo, M.ª R. Y. PORTAL MONGE, «Sepulcro de los Maldonado en la iglesia de San
Benito de Salamanca», Salamanca. Revista Provincial de Estudios, ns. 22-23, 1986-1987, pp. 21-55.
14. AGS, RGS, 17-10-1478, fol. 12.
15. M. SANTOS BURGALETA, «La reproducción social del poder. Teoría y realidades particulares en
España al inicio de la Edad Moderna. El mundo del escudero Luis de Villazán», Cuadernos del Mar-
qués de San Adrian, n.º 6, 2009, p. 3 (rev. electrónica).
16. AGS, RGS, 26-10-1498, fol. 152.
17. Algunas referencias pueden verse en C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, cit., p. 142; de la
misma autora, La nobleza salmantina ante la vida y la muerte (1476-1535), Salamanca, Diputación,
1991. Interesan también los documentos y datos contenidos en M.ª R. Y. PORTAL MONGE, «Sepulcro de
los Maldonado en la iglesia de San Benito de Salamanca», cit.; M. GONZÁLEZ GARCÍA, Salamanca en la

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172 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

ca en la que un buey costaba dos mil maravedís y un buen caballo de mon-


tar seis mil, estos caballeros de la élite salmantina gozaban de patrimonios
familiares valorados en dos, cuatro o seis millones de maravedís. Salvo por
los inmensos juros y transferencias millonarias hechas por la fiscalidad regia
a las más grandes casas nobles de Castilla, en realidad no diferían mucho
estos niveles de fortuna de la nobleza urbana salmantina de los que eran tí-
picos de la nobleza territorial, dejando al margen, por supuesto, un puñado
de grandes casas altonobiliarias del reino.18
Los ingresos anuales que producían estos bienes, aparte de los inmuebles,
eran un elemento tan distintivo del grupo que un documento de enero de
1477 permite saber que alcanzar o no una determinada cantidad de renta
anual otorgaba la condición de ser o no ser «persona prinçipal». Esta última se
diferenciaba tanto del «escudero» como del «ome de pie», estos últimos llama-
dos también «peones» u «ofiçiales»: «e entiéndase ser persona prinçipal el que
tiene treynta mill maraveís de rrenta, e sus fijos e el que fuere fijo de persona
que tovo los dichos treynta mill maravedís de rrenta».19 Esta discriminación fue
establecida por los propios caballeros salmantinos, no por otras instancias.
Estatus y fortuna estrictamente enlazados, por tanto. La taxonomía refleja un
condicionante material tangible y formalmente elitista de entender la sociedad
local. Ellos, los «principales», eran los más ricos. Y eso tenía que hacerse pa-
tente, concretarse, medirse, hacerse visible.
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También se hacía manifiesta la consideración social distinta de que eran


objeto unas y otras categorías sociales. Y no nos referimos tanto al vocabula-
rio de los diplomas administrativos, sino de nuevo a opiniones propias de los
patricios sobre sí mismos y los demás. En la concordia de septiembre de 1476
para pacificar los bandos, que fue precisamente el hecho precedente que dio
pie a la citada aclaración de enero siguiente,20 se encuentra expuesta una gra-
dación de trato judicial diferente según la condición: «E sy alguno lo contrario
fiziere, si fuere persona prinçipal, que sea desterrado e vaya fuera desta dicha
çibdad y sus arrauales por treynta dias; e si fuere escudero, que pierda las ar-
mas y sea desterrado de la dicha çibdad e sus arrauales por sesenta días; y si
fuere omme de pie o ofiçial que pierda las armas y sea desterrado de la dicha

Baja Edad Media, cit.; y múltiples referencias de M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, vol. V,
passim.
18. Entre una amplísima bibliografía, hay dos buenos acercamientos al poder material de la alta
nobleza: A. FRANCO SILVA, La fortuna y el poder (col. arts. del autor), Cádiz, 1996; M.ª C. QUINTANILLA
RASO (ed.), Títulos, grandes del reino y grandeza en la sociedad política. Fundamentos en la Castilla
medieval, Madrid, Silex, 2006.
19. Archivo de la Casa de Alba, C. 62.19.
20. Ajustamiento de Paz entre los caualleros de los bandos de San Benito y Santo Thomé (trascrip-
ción F. Marcos Rodríguez), Salamanca, 1969 (reed. 1983). Asimismo M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de
Salamanca, lib. V, ap. doc. XIV, pp. 147-151. Véase nota anterior sobre las «personas prinçipales».

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 173

çibdad y sus arrauales por noventa dias», señalaba la concordia de 1476, y la


citada tregua de enero siguiente indicaba: «sy la persona que la quebrantare
[la tregua] fuere peón, o ofiçial o otro çibdadano de semejante condiçión, que
sea allegado o servidor de su casa de qualquier persona de las dichas partes,
que aquél, cuyo allegado o servidor fuere, sea obligado a lo entregar a la jus-
tiçia dentro de terçer día, para que se le dé la pena que meresçiere. E, sy el que
la dicha tregua quebrantare fuere escudero o de condiçión de escudero, quel
señor con quien bive sea obligado a lo entregar a la justiçia dentro del dicho
terçero día (…) que sy alguno fiziere injuria de fecho a qualquier prinçipal,
que sea entregado por aquél cuyo fuere o a quien se allegare, dentro del tienpo
e en la manera que dicha es», aclarando inmediatamente que el «principal» era
el que disponía de la mencionada renta de treinta mil maravedís.
Interesa destacar el hecho de que la propia estructura familiar de los patri-
cios, por su misma amplitud, hacía que estos grupos de parientes, flanquea-
dos por extensas redes de criados, escuderos y hombres que les servían, es
decir, clientelas poderosas, fueran percibidos como «hombres poderosos» en su
medio. Había conciencia de que, debido a las influencias en el concejo tanto
de los parientes como de los clientes de los patricios, se daban situaciones
fácticas de impunidad. De ahí derivaban las quejas contra los caballeros «tan
bien emparentados» en la ciudad, a quienes, según se decía, la justicia no les
alcanzaba.21 Y por eso mismo las cautelas de las autoridades públicas para
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evitar que los allegados de los caballeros regidores actuaran como su fuerza
de choque o como prolongación impropia del poder de aquéllos, con una
capacidad de generar violencia que las opiniones de la época reconocían.22
Es importante, con todo, señalar que había visibilidad, o conciencia social,
respecto a esa condición social preminente, prepotente a veces, que arropaba
las conductas de los poderosos. No olvidemos que tanto las tipificaciones de
estratificación socioeconómica, que acabamos de mencionar, como las alusio-
nes a la impunidad de los poderosos las podemos encontrar en opiniones di-
rectas23 de los propios caballeros —o sus antagonistas—, y no sólo a través
del léxico administrativo estándar. Éste, por otra parte, también refleja esa
posición de superioridad del grupo social. Y a esa misma semántica social
recurrían por su parte los demás grupos sociales cuando se referían al sector
patricio, como revelan testimonios y escritos de pecheros en pleitos y en otras
actuaciones: los «principales» eran también los «omes poderosos», los «mayores»,
los «señores» —los llamaban así porque eran dueños de lugares, incluso algu-

21. Véase infra, nota 43


22. Véase infra, nota 61.
23. Destacamos mucho este aspecto de las «opiniones directas» para conocer los valores de los
grupos sociales: J. M.ª MONSALVO, «Ideario sociopolítico y valores estamentales», cit., en ese caso refe-
rentes a los pecheros.

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174 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

nos también señores propiamente dichos—, y —podrían haberlo dicho igual-


mente— los «mejores», aunque esta última expresión, si la pensaban, no la
empleaban sus antagonistas, aunque tampoco los patricios mismos.
De manera que había una prácticamente explícita y compartida idea de
que apenas unos pocos alcanzaban esos niveles superiores de renta y de po-
der. La pugna por los oficios menores, a que luego se aludirá, también revela
esta conciencia de superioridad de una reducida minoría. Pero el desprecio
patricio hacia los de inferior condición se acentuaba, naturalmente, si se pro-
yectaba no ya hacia el estamento de privilegiados-jurídicos-sin poder político,
es decir, los otros caballeros e escuderos, sino hacia los pecheros, la gran
masa contribuyente y antagonista por antonomasia de los caballeros urbanos.
En rigor, apenas hay indicios de conflictos abiertos entre caballeros y peche-
ros, al menos en lo referente a grandes desgarros sociales y violencias signifi-
cativas. El único testimonio cronístico que sugiere un enfrentamiento entre los
caballeros urbanos y los sectores populares procede de la Crónica incompleta
de los Reyes Católicos, escrita a principios de este reinado, y sugiere que cau-
saron grandes daños en la ciudad. La crónica muestra una hipersensibilidad al
vacío de poder del reinado de Enrique IV. Tras mostrar el fracaso de las her-
mandades que se formaron en el reino para intentar poner orden, la crónica
daba gran relevancia a lo acaecido en Salamanca: «(…) que en la çibdad de
Salamanca se leuantaron caualleros y hidalgos contra el pueblo, y vnos con
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otros con grand enemistad pelearon, y el pueblo fue vençido y muchas casas
dellos quemadas y robadas, y quedaron hidalgos y caualleros señoreantes so-
bre los comunes y la çibdad quemada, robada y destroyda». La noticia es du-
dosa24 si es que se refiere —desgraciadamente en el relato falta el contexto
local— a algo diferente a las violencias rurales y a las violencias banderizas,
de las que tenemos noticia, de las que luego daremos cuenta y que no enca-
jan en esa idea difusa de lucha abierta entre caballeros y pueblo. La destruc-
ción y quema de la ciudad es una indudable exageración igualmente. El pasa-
je refleja, en cualquier caso, como era percibida en la época, en este caso en
círculos cultivados, la cúspide de una sociedad salmantina agresiva social-
mente y distanciada de la masa de población.

24. Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476), ed. J. Puyol, Madrid, 1934, t. LI, p. 305.
Hay que tomar con mucha precaución el relato y cuestionar sin duda los sujetos políticos en liza a
los que se refiere el texto, ya que el propósito del anónimo cronista —y que podría haberle alejado
de un diagnóstico exacto de la realidad conflictiva salmantina, pese a recrearla a su modo en ese
pasaje—, era justificar la capacidad de Isabel para reinventar con éxito las Hermandades, tras el fra-
caso anterior de estas organizaciones. Para ello era preciso sostener en el discurso la tesis de la inefi-
cacia y el infortunio de Enrique IV, «como él no tenía hijo a quien el reyno dexar, no sólo no se apia-
daua de su destruyçión y males, mas avía plazer quando empeorados los veýa, de manera que con el
mal remedio y castigo que puso en Salamanca, las Hermandades de ay adelante en todo el Reyno
cayeron y de suyo se desbarataron», ibid., p. 306.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 175

La distancia era percibida también localmente, sin duda, en términos sub-


jetivos. Por unos y otros. Acabamos de mencionar la exigente selección eco-
nómica, el nivel de renta, que se requería para ser considerado «principal».
Significativamente, escandaloso les parecía a los regidores de Salamanca que
la monarquía concediese a los pecheros de la Tierra en 1483, como solía ha-
cerse por entonces en otros concejos, el derecho a reunirse anualmente para
hacer repartimientos fiscales. Los regidores decían, protestando, que si tal
cosa ocurriera, «¡que los labradores e conçejos de la Tierra oviesen de ser seño-
res sobre los caballeros e escuderos!».25 ¡Qué insolencia la de los pecheros,
pretender decidir sobre los pechos que pagaban!, ¡cómo consentían los reyes
ese mundo al revés! Los regidores salmantinos olvidaban que en aquellos
años era habitual que se concediese a los pecheros de muchas ciudades y
villas del reino el derecho de participación en la gestión tributaria que les
afectaba. No me parece especialmente difícil hallar la explicación social de
estas ideas de superioridad y conservadurismo social que exhibían los caba-
lleros patricios, y para las que no hemos hallado, en su discurso estamental
como caballeros o patricios, contrapunto alguno, o posible controversia o di-
sidencia interna entre los miembros de este sector social. El complejo de su-
perioridad era percibido abiertamente. No se detecta un discurso consistente
de camuflaje social, de fetichismo ideológico de las relaciones sociales —por
emplear los términos clásicos—, de encubrimiento intencionado. Por el con-
trario, el orden desigual, además de una relación social, se presentaba como
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un mensaje explícito y se utilizaba como justificación de ese abierto prejuicio


de desigualdad que se admitía como algo natural.26
Las mejores casas y palacios de la ciudad, donde ostentaban sus blasones,
mostraban también en el lenguaje de la piedra dorada salmantina esa superio-
ridad social de los «principales», preservando en el patrimonio monumental lo
que era ya patente en las regidurías, haciendas y rentas. Las casas de la alta
aristocracia urbana eran inmuebles caros. Una buena residencia familiar de
este sector social podía alcanzar el umbral de los quinientos mil maravedís en
época de los Reyes Católicos. Eso costaban, por ejemplo, las cuatro casas que

25. AMS, R/ 245. La exclamación, que ponemos lógicamente nosotros, la suponemos por el presu-
mible tono con que expondrían el argumento. El envés de esa respuesta prepotente de los regidores
era que en materia de gobierno ellos consideraban que sólo ellos habían de tomar las decisiones de
gobierno más importantes unilateralmente. También aplicaban este discurso a otros asuntos, como se
lo reprochaban en 1492 los pecheros de la Tierra de Salamanca, que decían que los poderosos no les
permitían llevar su ganado a los comunales y que habían elaborado ciertas ordenanzas, que «los dichos
regidores e cavalleros fezieron por sus propios intereses», 13-3-1492, AGS, RGS, 1492, fol. 145.
26. Véase la nota anterior. En un memorial de Ciudad Rodrigo de 1455, que analizamos exhausti-
vamente, también a partir de «voces directas» de los regidores de esa ciudad —en contraposición a
las de los pecheros—, se aprecia cómo entendían aquéllos la superioridad natural y la noción de que
eran una élite exclusiva de gobernantes por encima del resto de la sociedad; véase «Aspectos de las
culturas políticas de los caballeros y los pecheros de Salamanca y Ciudad Rodrigo», pp. 272-273.

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176 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

en 1481 compró al cabildo en la Puerta del Sol el doctor Rodrigo Maldonado


de Talavera, cuyo alquiler podía rentar al propietario unos 16.000 mrs.27 Hoy
sabemos por testimonios del pasado que, además de los palacios que aún
pueden verse en las calles salmantinas, hubo otras soberbias residencias hoy
no conservadas de los patricios de aquella época: casas de los Acevedo en
San Benito, casa torre del licenciado Antón Núñez de Ciudad Rodrigo en la
calle Herreros, la torre de los Tejeda en la calle Prior, la casa de Juan de Villa-
fuerte en San Martín, o la casa y torre de los Solís cerca de la iglesia de Santo
Tomé, en un área —la hoy llamada «plaza de los Bandos»—, que era en el XV
una animada plaza con varias torres y residencias patricias, como lo era tam-
bién el entorno de San Martín y el de la plazuela de San Benito. Pero además
de esta arquitectura civil ya desaparecida, existen aún en la Salamanca monu-
mental actual las huellas de ese esplendor arquitectónico del siglo XV y prin-
cipios del XVI. Algunos edificios presentan todavía la fisonomía esencial de
casas nobiliarias y palacios típicamente del Cuatrocientos, como la casa de
María la Brava o familia Enríquez-Monroy, la Torre de Anaya o «Palacio de
Abrantes», la «Torre del Aire» —edificada por los Castillo Puertocarrero—, la
Torre del Clavero —Francisco de Sotomayor, clavero de Alcántara— o la lla-
mada «Torre de Villena», entre otras construcciones con aire de fortalezas o
casas-palacios góticos. Hay que señalar que muchos edificios estuvieron afec-
tados durante un tiempo por los efectos, decorativos más que funcionales,
que el ambiente de lucha de bandos imprimió a los edificios: almenas, trone-
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ras y saeteras, muros reforzados, ventanas y salientes amatacanados o, en


general, elementos constructivos característicos de las fortificaciones. Las resi-
dencias nobiliarias, desde las construcciones con esa fisonomía al modo de
castillos urbanos y casas de «cal y canto» con «torres», fueron evolucionando
hacia 1500, o poco antes, a otro aspecto más genuinamente palaciego, con
impresionante hechura y dignidad edilicia, como revelan los palacios de los
Abarca Alcaraz, el de los Maldonado o el de Solís en la plaza de San Benito,
o la imponente y vecina Casa de las Conchas, que hizo construir el doctor
Rodrigo Maldonado de Talavera muy cerca de la Puerta del Sol. Estos nuevos
palacios platerescos de finales del siglo XV y principios del XVI presentaban
vanos y ventanales mucho más amplios y decorativos, desplegaban galerías
abiertas elegantemente porticadas e incluían soberbios patios italianizantes.
En cualquier caso, góticas o platerescas, estas estructuras de piedra, con
su significación de vanguardia y lujo arquitectónicos que en su momento
tenían, así como las piedras armeras exquisitamente talladas en sus muros,
dejan bien patente también, en el lenguaje visual, la impronta del grupo di-

27. AC 8, f. 95v, AC 9, f. 58v, entre otros. Véase Los libros de Actas Capitulares de la Catedral de
Salamanca (1298-1489). Colección Instrumentos del AC de Salamanca, ed. R. Vicente Baz, Salamanca,
Archivo Catedral, 2008, n.º 1481, 1600.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 177

rigente, de la Salamanca de notables que ocupaba el restrictivo gobierno


urbano, detentaba el poder social y disfrutaba la mayor riqueza material.28

2. LOS EFECTOS SOCIALES DE LA PROPIEDAD: ACTUACIONES CONTRA LOS CAMPESINOS Y


RAÍCES AGRARIAS DE LAS VIOLENCIAS RURALES

Un rasgo específico de la oligarquía urbana, que también hemos resaltado


para otros ámbitos de la época, como el de Ávila, fue el empleo de la violen-
cia como recurso genuino de acción social. Aparte de la banderiza, a la que
más adelante se hace referencia, la violencia que emplearon contra labradores
y pecheros de las aldeas fue un distintivo del grupo, en el sentido siguiente:
sólo los sectores caballerescos urbanos se sirvieron de ella para resolver liti-
gios o tensiones en el ámbito rural. Por el contrario, los campesinos pecheros
se remitían para incidir en los conflictos a la ley y a la actuación de la justicia,
que constituyó así su modus operandi en los conflictos rurales, y por ello esos
pecheros rurales no ofrecieron desde abajo una resistencia homóloga en agre-
sividad física a la desplegada por los desmanes de aquéllos. Por ello el em-
pleo de la violencia, según hemos sostenido, y pese al cliché historiográfico
de los «movimientos sociales» bajomedievales, con violencia por ambas partes
como reflejo de la lucha de clases, fue en esta zona, como regla general, un
potente elemento de diferenciación y contraposición entre los valores de los
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caballeros y los valores de los pecheros.29


En el caso de Salamanca el mejor testimonio es el que ofrece la pesquisa

28. J. M.ª MONSALVO, «La sociedad concejil en los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros», cit., y como
efecto urbanístico de las luchas de bandos y contexto de las residencias patricias en el conjunto de los
espacios urbanos; id., «Espacios y poderes en la ciudad medieval. Impresiones a partir de cuatro casos:
León, Burgos, Ávila y Salamanca», en J. I. DE LA IGLESIA (coord.), Los espacios de poder en la España me-
dieval. XII Semana de Estudios Medievales (Actas Congreso de Nájera, 2001), Logroño, 2002, pp. 97-147.
Existen muchas referencias monográficas y estudios especializados sobre los palacios y la arquitectura
privada de la Salamanca de la época y fundamentalmente ya para el siglo XVI. Véanse entre otros, a
partir fundamentalmente de testamentos de las primeras décadas del siglo XVI, C. I. LÓPEZ BENITO, La
nobleza salmantina ante la vida y la muerte (1476-1535), Salamanca, Diputación, 1991, esp. 60 y ss.; C. I.
LÓPEZ BENITO, M.ª N. RUPÉREZ ALMAJANO, «Aportación al estudio de la nobleza salmantina en la Edad Mo-
derna a través de sus casas», Studia Historica. Historia Moderna, n.os 10-11, 1992-1993, pp. 149-168; M.ª E.
GUTIÉRREZ MILLÁN, Imagen de la ciudad de Salamanca (1500-1620) a través de los papeles del legado Ricar-
do Espinosa Maeso, Salamanca, 2008; V. MARTÍN HERNÁNDEZ, Fragmentos de una historia sociourbanística
de la ciudad de Salamanca, Salamanca, 1992; M. GONZÁLEZ GARCÍA, Salamanca en la Baja Edad Media,
cit.; y, por supuesto, muchas referencias en M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, cit., esp. vol. V.
Aporta información sobre las calles y parroquias donde tenían sus casas los caballeros que se reseñan
en el ms. incluido en Linajes de Salamanca (Ms. del Archivo de la Catedral, siglo XVIII), ed. J. SÁNCHEZ
VAQUERO, Salamanca, UP, 2001. Para los blasones, J. ÁLVAREZ VILLAR, De heráldica salmantina. Historia de
la ciudad en el arte de sus blasones, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1997 (1.ª ed. 1966).
29. J. M.ª MONSALVO, «Ideario sociopolítico y valores estamentales de los pecheros abulenses y
salmantinos», cit.

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178 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

sobre usurpación de términos que se llevó a cabo en Tierra de Salamanca a


mediados del siglo XV. Estas usurpaciones llevaban aparejados abusos y vio-
lencias. Ya en un trabajo en gran parte dedicado a esa pesquisa30 nos planteá-
bamos la posible explicación del porqué de estos abusos sobre los campesi-
nos. Me parece adecuado valorar de nuevo aquí, subrayando algunos datos y
su contexto, el fenómeno de la violencia vertical protagonizada por los caba-
lleros y sus causas.
El afán de acaparar bienes es condición necesaria pero no suficiente para
comprender plenamente las actitudes de los caballeros patricios o, al menos,
no explica el grado o magnitud concreta de los comportamientos. Mi opinión
es que el sistema agropecuario de la zona, raíz de la violencia rural, por la
historia y la multiplicidad de derechos de uso era profundamente contradicto-
rio, era un sistema muy elástico y repleto de posibilidades diferentes para los
caballeros, desde las propiedades privilegiadas en aldeas, o los términos re-
dondos o incluso posibles señoríos privados, a los que algunos aspiraron,
hasta las ventajas colectivas del comunalismo, que a su vez podía ser aldeano
o intercomunal, pasando por múltiples posibilidades de acumular propiedades
agrícolas en unas determinadas aldeas pero no para labrarlas sino para, con
los derechos que proporcionaban, aprovechar los pastos y bosques a costa de
los más modestos vecinos comarcanos. Esta complejidad hizo endémica la
conflictividad rural. Sabemos que los caballeros principales salmantinos logra-
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ron controlar muchos lugares, incluso enteros, sobre todo en la Tierra de Sala-
manca.31 ¿Cómo lo hacían? Normalmente conseguían ampliar y concentrar en
ciertas aldeas o incluso comarcas sus propiedades mediante compras, y ésta
fue una estrategia que solía dar buenos resultados, aunque fuera paciente y
derivada de muchas compras. El caso de Cabrillas puede servir de ejemplo de
este afán de concentración patrimonial.32 La vinculación de algunos caballeros

30. BN, secc. Ms, Res. 233. Una pequeña parte del manuscrito de 274 fols. fue publicada en el
trabajo de N. CABRILLANA, «Salamanca en el siglo XV: nobles y campesinos», CHE, 1969, III, pp. 255-295.
La pesquisa se llevó a cabo entre 1452-1453, pero incluye procesos anteriores, de 1433, y otros docu-
mentos. La Pesquisa sobre términos 1433-1453, como solemos denominarla, la hemos analizado en al-
gún trabajo, entre ellos «Aspectos de las culturas políticas de los caballeros y los pecheros en Sala-
manca y Ciudad Rodrigo a mediados del siglo XV», cit.; asimismo «Percepciones de los pecheros», cit.
31. Ver el anexo adjunto, donde se hace una relación —no exhaustiva— en los casos en que los caba-
lleros eran los dueños de un lugar íntegro o herederos mayores o casi únicos en él. El valor de los lugares
era alto. Por un pequeño lugar con apenas un puñado de yugadas de heredad, que incluían tierras y pas-
tos, se podían pagar doscientos mil, medio millón o más de maravedís en época de los Reyes Católicos.
32. Este lugar, en Tierra de Ciudad Rodrigo pero próximo a Tierra de Salamanca, muestra bien la
estrategia de concentración de tierras por parte de los caballeros, con una escala que no siempre se
completaba, sobre todo en el último paso (compra de heredades—> conversión en heredero único o
claramente heredero mayor del lugar—> declaración de término redondo, uso exclusivo del lugar—>
posibilidad, aunque no fácil, de señorialización del lugar). Gómez González de Anaya, de familia
prestigiosa salmantina, adquiría en 1384 una heredad que tenía otra familia en el lugar; en 1399 este
caballero cambiaba una propiedad suya por otra en Cabrillas, Documentación medieval del Archivo

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 179

a ciertos lugares —a ser posible a ciertas comarcas, agregando núcleos de


ellas— era tan alta que algunos apellidos se formaban con los sobrenombres
toponímicos: Maldonado «de Monleón», Rodríguez «Villafuerte», «Tejeda»… Pero
a veces las compras no bastaban para culminar el control completo de un lu-
gar. Esto debió obsesionarles, porque el objetivo era ése. Lo cierto es que
acaparar propiedades y pretender hacerse con el control de aldeas y pastos, o
del término entero, les llevó a colisionar con el estatuto jurídico abierto de los
términos rurales, con la normativa y las costumbres, con las resoluciones judi-
ciales, con otros terratenientes rivales, con los pequeños o medianos propieta-
rios locales y con las organizaciones pecheras.33
A mi juicio, fue en ese contexto, y por tanto como algo derivado de un
determinado sistema agropecuario y de distribución de la propiedad, como
fruto de las múltiples posibilidades contrapuestas que se les ofrecían a los
grandes propietarios, en el que se explican las tropelías y abusos cometidos
por varios importantes caballeros salmantinos en tres zonas de la Tierra: en el
llamado Campo de Muñodoño, en las aldeas próximas a la Sierra Menor, lla-
mada también Sierra de Frades, y en los lugares próximos a la Sierra Mayor,
localizada en el área de las sierras de Linares, Valero y Quilamas, al sur de la
Tierra de Salamanca.34 Entre las acciones destacaron las protagonizadas por
algunos individuos.
Así, hacia 1450, con el objetivo de reforzar su «señorío» sobre Tejeda, decla-
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rado ilegal,35 Fernando de Tejeda, así llamado por su arraigo en el lugar, obligó

Municipal de Ciudad Rodrigo, ed. A. BARRIOS, J. M.ª MONSALVO, G. DEL SER, Salamanca, 1988, docs. 28, 47
y 48. Unas décadas después, entre 1421 y 1426, documentamos nada menos que una docena de com-
pras efectuadas allí por Pedro Álvarez de Anaya, ibid., 97, 100, 101, 102, 114, 115, 116, 117, 122, 123. El re-
sultado final era que el caballero acababa controlando el lugar íntegramente. Era una forma de conse-
guir legalmente el control de los lugares, mediante compras y permutas. La otra vía, muy frecuente
también, fue la usurpación, la ocupación ilegal de términos.
33. Explicamos los intereses puestos en juego en «Aspectos de las culturas políticas de los caballe-
ros y los pecheros de Salamanca y Ciudad Rodrigo», cit., esp. pp. 254-259; asimismo en el trabajo «Co-
munales de aldea, comunales de ciudad-y-tierra: algunos aspectos de los aprovechamientos comunita-
rios en los concejos medievales de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Ávila», A. RODRÍGUEZ, ed., El lugar del
campesino. En torno a la obra de Reyna Pastor, Madrid, Universidad de Valencia-CSIC, 2007, pp. 149-
177. No obstante, donde explicamos con mayor detenimiento y matices todos los entresijos y contradic-
ciones del sistema social agrosilvopastoril —términos redondos, propiedades de vecinos y herederos,
comunalismo aldeano, comunalismo interterminal, organizaciones de pecheros, campesinos ricos, usur-
paciones, papel de la ley, naturaleza de la costumbre y acción de la justicia— es en relación con el caso
abulense. Véanse los trabajos que recopilamos en el libro: J. M.ª MONSALVO, Comunalismo concejil abu-
lense. Paisajes agrarios, conflictos y percepciones del espacio rural en la Tierra de Ávila y otros concejos
medievales, Ávila, Diputación Provincial, 2010.
34. Ofrecemos un mapa detallado de los lugares afectados en «Aspectos de las culturas políticas
de los caballeros y los pecheros de Salamanca y Ciudad Rodrigo», cit., p. 257.
35. Tejeda había sido un término redondo en manos de la familia Tejeda desde el siglo XIV. Pero
en el segundo tercio del siglo XV quisieron hacerlo señorío primero Alfonso de Tejeda y luego Fer-
nando de Tejeda.

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180 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

a casi una decena de familias de la aldehuela próxima de Los Arévalos a aban-


donarla para acudir a vivir a la «villa» de Tejeda, que pretendía señorializar su
dueño. Y consiguió el desplazamiento de la gente, de modo que «todos los
vezinos del dicho lugar de Arévalo los pasaron a bevir al dicho lugar, Texeda, e
fizieron ende casas». La migración fue forzada por la acción de los hombres
armados del caballero, que era regidor salmantino. El pequeño lugar quedó
despoblado. Quiso hacer lo mismo con la aldea de Navarredonda, contigua a
Tejeda, verdadera puerta a los extensos robledales y buenos pastos de la Sierra
Mayor que aquél ansiaba también. Los hombres de Fernando de Tejeda roba-
ron y saquearon casas de Navarredonda, rompieron las puertas, apresaron a
varias personas y las trasladaron cautivas a Tejeda, llevando también masiva-
mente ajuares y ropa de casa de campesinos a esta localidad, con el objetivo
de forzar la marcha de la población hacia la nueva villa señorial.36 Un vecino de
Navarredonda, llamado Francisco Martín, se quejaba de la ausencia de justicia,
ya que el caballero cometió tropelías sobre la población pese a ser ellos parte
de la Tierra de Salamanca: «e que porque un Françisco Martín, vezino del dicho
lugar, dixo que pesase a Dios porque syn justiçia de Salamanca, seyendo ellos
de la dicha çibdad, les rrobaran las casas, que lo traxieran preso a Texeda».37 En
este caso la justicia logró impedir el propósito. Todavía cuando fueron a resti-
tuir el lugar a la jurisdicción salmantina se encontraron gente en la iglesia de
Tejeda atemorizada y refugiada en el templo y otros huidos porque Fernando
de Tejeda les había inducido maliciosamente a temer represalias.38
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Otros caballeros mencionados en la Pesquisa sobre términos de esos años


cometieron atropellos semejantes sobre campesinos de ésas u otras comarcas.
El regidor Enrique Enríquez, esposo de María de Monroy, quiso fundar un se-
ñorío junto a las aldeas donde concentraba una parte de sus propiedades,
cerca del llamado Campo de Muñodoño. Era gran propietario en Cojos de Ro-
bliza y tenía los términos aldeanos de Castro —llamado «Castroenríquez»—,
Bóveda, Aldehuela de la Bóveda, la Maza y Muñodoño. Desde ahí sus hom-
bres se dedicaron a ocupar ilegalmente comunales próximos.39 Pero sobre todo
quiso fundar un señorío. Según los testimonios, adquirió un pequeño lugar
llamado Garcivelasco, cambió su nombre por el más sonoro de Villalba de los
Llanos y declaró el lugar «villa sobre sí», pasando de los 10 o 12 vecinos a 20 o
30 en pocos años, pretendiendo alcanzar los 150, digna cifra —debió pensar—
para una cabecera de señorío rural. ¿Cómo lo pretendía conseguir? Llevando
por la fuerza a esa villa la población de los pequeños lugares cercanos de los
que era dueño o gran propietario: «quería despoblar los dichos tres lugares e

36. Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 39, 43v, 52v, 55-55v, 59v, 228-229v.
37. Ibid., fol. 229-229v, 232.
38. Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 64v-65v, 67v-68.
39. Lo revelan averiguaciones de 1433-1434, sentencias de 1442 y carta regia de 1445, Pesquisa sobre
términos 1433-1453, fols. 56v, 60, 134v y ss., 142 y ss., 260, 267.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 181

traer los vezinos dellos a bevir al dicho su lugar de Villalva e fazer en él un


grand pueblo que fuese nonbrado en toda la Syerra». El intento de traslado
obligado y señorialización se quedó a medio camino, consolidándose el seño-
río de Villalba, pero sin lograr crecer excesivamente a costa de los pueblos
vecinos.40
Otro importante caballero salmantino, Diego de Solís, actuó de forma se-
mejante. Pertenecía a una de las más importantes familias de regidores sal-
mantinos, era guarda y vasallo del rey, fue fundador de un mayorazgo en
1444 y era dueño de varios lugares en la Tierra de Salamanca. Quiso también
en pleno Campo Charro fundar un señorío a partir de una pequeña aldea.
Desde 1447 o antes había usurpado la jurisdicción de Cojos, «çerca de Rollán»,
al concejo de Salamanca. Quiso despoblar varios lugares y coaccionó a los
campesinos comarcanos para forzarles a emigrar a esa localidad de Cojos,
donde antes no había más de dos o tres familias. El propósito fue abortado
por la justicia en 1453.41
Hay más evidencias de abusos por aquellos años, según revela la pesqui-
sa de términos de mediados del siglo. Es el caso de las coacciones efectua-
das por Gómez de Benavides o Rodrigo Godínez.42 Lo mismo se comprueba
en algún otro período posterior documentado. Pero pienso que ya no es ne-
cesario subrayar con más datos estos comportamientos violentos de los caba-
lleros asociados al fenómeno de las usurpaciones, fenómeno arropado por
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una cierta impunidad de la que había conciencia en la época43 y que también

40. Actuaciones judiciales de 1453 evitaron que despoblara lugares próximos en esa comarca del
Campo de Muñodoño, Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 38-38v, 49, 52, 55, 56v, 60, 134v y ss., 142
y ss., 260, 267. Hubo más tarde, en 1455 y 1456, sentencias en esta línea, ya contra su viuda, María de
Monroy, AMS., R/ 2994, n.º 32; M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, cit., V, ap. doc. XIII.
41. Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 38v, 43v, 52, 52v, 59, 268, 268v, 269. Véase algunos datos
sobre esta familia en J. ÁLVAREZ VILLAR, De heráldica salmantina, passim; M.ª R. Y. PORTAL MONGE,
«Sepulcros de la familia Solís en la capilla mayor del convento de Santa Isabel de Salamanca», Sala-
manca. Revista Provincial de Estudios, n.º 14, 1984, pp. 177-188.
42. «Aspectos de las culturas políticas de los caballeros y los pecheros de Salamanca y Ciudad
Rodrigo», cit., p. 258n.
43. La influencia que los grandes grupos familiares tenían en la ciudad, que afectaba al ejercicio
de la justicia, era algo que se reconocía en la época. Lo expresaban bien los labradores de Navarre-
donda, en la Sierra Mayor de Salamanca, cuando dudaban que pudiera hacerse algo contra Fernando
de Tejeda, usurpador en la zona: se habían quejado al concejo, pero el «dicho conçejo non les provee
por rrazón de los muchos parientes que tiene en el dicho conçejo, que lo favorecen», 1453, BN, Pesqui-
sa términos Sal., 1433-1453, fols. 55-55v. O cuando, muchos años después y en otra zona un habitante
de Fuentesaúco al que el regidor Rodrigo Arias Maldonado le había tomado «por fuerza de armas» 18
vacas en 1480 dudaba que se hiciese justicia, refiriéndose a la restitución y al pago de la fuerte multa
puesta por la justicia, ya que «diz que vos soys regidor de la dicha çibdad de Salamanca e muy rico e
enparentado en ella; tanto e por tal manera que de vos allá non podría aver nin alcançar conplimien-
to de justiçia ni las justiçias desa dicha çibdad ge la farían nin podrían fazer de vos aunque quesye-
sen», AGS, RGS, 21-10-1480, fol.232. Otro ejemplo: en 1492 un vecino de Alba de Tormes, Juan de Var-
gas, había adquirido una dehesa y otros bienes que habían sido ejecutados tras una sentencia a

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182 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

hemos documentado en otras ciudades. Podemos considerar el fenómeno


prácticamente endémico y característico de estas élites caballerescas conceji-
les de la región meridional del Duero.44

3. ACTITUDES HACIA EL ORDEN Y LA JUSTICIA: LAS FORTALEZAS REBELDES

En sus intentonas para apropiarse de términos o lugares, como acabamos


de ver, los caballeros más poderosos colisionaron frecuentemente con la ley,
trasgrediendo el estatuto jurídico y agrario de los lugares y vulnerando la nor-
mativa. A diferencia de las actitudes de los pecheros, quienes no la discutían
sino que apelaban decididamente a ella, los poderosos ofrecieron no pocas
veces resistencia a la justicia. Son muchas las evidencias. Un buen ejemplo lo
ofrecen los citados caballeros salmantinos dueños de Tejeda en los sucesos
contemplados en la pesquisa de términos de 1433-1453. Alfonso de Tejeda y
luego su sobrino, propietarios del lugar, quisieron convertir éste en señorío,
como dijimos. El primero había ocupado hacia 1433 varios lugares próximos a
esa aldea y tomado «una gran parte de la Syerra Mayor». Pues bien, cuando se
le exigió restituir los términos, se presentó «armado, ençima de un cavallo e
un omne de pie çerca de sý, con una lança e una adarga, e venían con el di-
cho Alfonso de Texeda diez omnes de armas, armados, ençima de cavallos e
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costa de los intereses de Diego de Tejeda y su procurador Fernando de Monroy —la justicia confiscó
a Fernando de Monroy los bienes de una herencia en favor de los hermanos de Diego de Tejeda y su
madre (AGS, RGS, 7-6-1480, f. 162), quienes habían procedido a arrendarlos—, tras lo cual Fernando de
Monroy quiso recuperar los bienes arrendados; Juan de Vargas encontró el amparo en la justicia regia,
quejándose de las dificultades que pasaba, hasta hacer peligrar la seguridad personal, dadas las in-
fluencias y «parientes» que Fernando de Monroy, caballero de la ciudad, tenía en ella: «diz que aora de
un año acá poco más o menos tienpo diz quel dicho Ferrando de Monrroy amenazando a los renteros
que del dicho Juan de Vargas tienen arrendada la dicha dehesa…que los dichos arrendadores de la
dicha defesa están amedrentados (…) e diz que ansymesmo su muger del dicho Ferrando de Monrroy
le ha perturbado e perturbaba la propiedat posesyón y señorýo de las dichas casas, vyñas y eredat del
dicho lugar de Muelas con favores que diz que tyene en la dicha çibdat de Salamanca donde el dicho
Juan de Vargas no osa andar (…) seguro para pleytear o demandar la fuerça que le está fecha, a cab-
sa del dicho Ferrando de Monrroy e de sus paryentes», AGS, RGS, 2-4-1492, fol. 151.
44. También se daba en Ávila. véase al respecto, entre otros, J. M.ª MONSALVO, «La ordenación de
los espacios agrícolas, pastoriles y forestales del territorio abulense durante la Baja Edad Media», en
VV.AA. Historia de Ávila. IV. Edad Media (siglos XIV-XV, segunda parte), coord. G. DEL SER QUIJANO,
Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 2009, pp. 349-497, pp. 470-489. Sobre Ciudad Rodrigo, véase
A. BERNAL ESTÉVEZ, El concejo de Ciudad Rodrigo y su tierra durante el siglo XV, Salamanca, Ed. Dipu-
tación, 1989; asimismo J. M.ª MONSALVO, «La sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballeros y pe-
cheros (en Salamanca y Ciudad Rodrigo)», cit., donde presentamos el cuadro completo de referencias
de archivo, casi todas inéditas, en torno a las usurpaciones en Tierra de Ciudad Rodrigo del siglo XV,
pp. 414-425. Después hay algún otro trabajo sobre este asunto a propósito precisamente de Ciudad
Rodrigo, que no ofrece datos nuevos pero que sorprendentemente, y pese a ser el objeto del estudio,
también omite los datos y referencias aportados por nosotros en el cuadro y la obra antes citada, C.
LUCHÍA, «Los pleitos por los términos comunales en el concejo de Ciudad Rodrigo en la Baja Edad
Media», HID, 35, 2008, pp. 269-290.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 183

lanças en las manos».45 Cuando el corregidor le preguntó «que cónmo venía


ansý, en asonada. E el dicho Alfonso de Texeda dixo que venía a defender su
tierra, que le avía dexado su padre (…) quel señorío era del dicho Alfonso de
Texeda». Es un buen ejemplo de resistencia a la justicia, que continuó cuando
le dijo al corregidor que se fuera de «su territorio» y «por ende dixo que dezía
e dixo al dicho corregidor que se fuese con Dios».46 El problema no se resolvió.
Hacia 1450 el sucesor de Alfonso, el regidor salmantino Fernando, volvió a
intentar convertir Tejeda en señorío. Por esos años construyó una «casa e torre
fuerte», llamada en otra ocasión «torre e cortijo». Pese a que el rey prohibió
levantar esa edificación, según cartas de 1451 y 1453,47 el caballero salmantino
siguió desatendiendo la orden regia y había colocado «en la dicha Texeda
forca e çepo e alcalldes, e usa de la jurediçión çevil e criminal e de las otras
cosas contra voluntad de la dicha çibdad». Horca, cepo, alcaldes, así como la
picota o el rollo jurisdiccional eran, como es sabido, los símbolos jurisdiccio-
nales, que además llevaban aparejado el título de villazgo. Pero en este caso
era todo ilegal. Como hemos indicado más arriba, el caballero cometió abusos
y coacciones contra la población de aldeas próximas. La justicia y Juan II im-
pidieron al final la señorialización de Tejeda y se restituyó el lugar a la juris-
dicción de Salamanca.48 El episodio de resistencia a la justicia por parte del
caballero fracasó finalmente en este caso, pero enmedio había quedado una
migración de campesinos hecha a la fuerza, un pequeño lugar despoblado
—Los Arévalos—, varias familias humildes violentadas y la población de tres
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pueblos, el citado Los Arévalos, Navarredonda y la propia Tejeda, atemoriza-


da.49 Pero incluso después de que en 1453 se anulase la señorialización ilegal
de Tejeda y la apropiación de parte de la Sierra, amojonándose los límites
entre el lugar y los comunales de ésta, todavía hombres de Fernando de Teje-
da se dedicaron a derribar dichos mojones y más aún, cuando pastores de la
comarca acudían a la Sierra a aprovechar con sus rebaños los pastos, la pes-
quisa señala que «salieron a ellos Alfonso de Enzinas e Juan Montejo, escude-

45. Pesquisa sobre términos, 1433-1453, fol. 210v. Intentaba por entonces anexionarse el lugar de
Navarredonda, en la Sierra Mayor, cercano a Tejeda, ibid., fol. 207-209. Ibid., fol. 211.
46. Ibid., fol. 211. Este mismo caballero había declarado también Campocerrado, en Tierra de
Ciudad Rodrigo, pero contiguo a la Tierra de Salamanca, señorío suyo. En julio de 1434 el juez de
términos le mandaba derribar la horca que había puesto en el lugar, Documentación medieval de
Ciudad Rodrigo, ed. A. BARRIOS, J. M.ª MONSALVO, G. DEL SER, doc. 247.
47. AMS, R/ 2328 y AMS, R/ 2331. Asimismo, Pesquisa sobre términos 1433-1453, fol. 63v, 209. La
justicia mandó echar abajo la torre levantada. Como exteriorización simbólica de ese acto de restitu-
ción, el procurador pechero del concejo salmantino, Diego García, daba unas vueltas a la torre y
luego lanzaba tres piedras contra ella, Pesquisa sobre términos de Salamanca 1433-1453, fols. 73-73v. El
lanzamiento de piedras era el signo ritual de que la jurisdicción ilegal usurpada por el caballero era
«destruida» y que la aldea quedaba reintegrada en el realengo salmantino.
48. Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 64v-65v, 67v-68, 73-73v, fol. 232-232v. Asimismo, con la
carta de Juan II de 1453, AMS, R/ 2332.
49. Véase supra, nota 36.

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184 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

ros de Fernando de Texeda, e que ge los tomaran e llevaran por fuerça (…) e
que dezían que, sy aý fallaran a este testigo, que lo mataran (…) e que esto
que ge lo avían fecho asaz vezes».50
En esa misma pesquisa otros caballeros dieron también muestras de resis-
tencia a la justicia. Quizá otro buen ejemplo es el de Diego Solís en el men-
cionado intento de convertir el diminuto lugar de Cojos en rutilante villa se-
ñorial. No lo consiguió, pero en su propósito dejó clara la impronta del típico
caballero poderoso que se tomaba la justicia por su mano, se arrogaba un
poder jurisdiccional que no tenía, se servía de símbolos de soberanía que no
le correspondían e impedía por la fuerza que los agentes de la justicia legal
hicieran su trabajo. Diego de Solís, antes de 1450, había levantado una torre en
Cojos, con su alcaide y guarnición, una «casa fuerte», como dicen los testigos,
«e el dicho Diego llámala villa, e tiene en ella çepo e cadena, e pone alcalldes,
e fázelos librar pleitos e prender omes, e non consiente a los escrivanos de la
çibdad nin a los andadores e a omes de la justiçia ir allý e enplazar por los mis
pechos rreales, nin por los conçejales desa çibdad (…) e a fyn de usar por la
dicha jurediçión e rresistirla a la dicha çibdad fizo la dicha casa fuerte. E aun
se dize que non es contento con ese agravio, que aun ha tentado de fazer o
querer despobrar tres o quatro aldeas que parten término con el dicho Coxos,
e fazer ende un gran pueblo; en el qual lugar de Coxos ha más de ochenta
años que non moraron en él más de dos o tres vezinos arriba porque su térmi-
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no non pudo levar más». El testimonio sobre esta grand torre, según dijeron
otros testigos, fue ratificado por la pesquisa, que también da cuenta de cómo
sus hombres «corrieron» a los agentes judiciales que acudieron a imponer la
justicia. El escribano Alfonso Sánchez fue incluso amenazado de muerte en el
propio lugar; y luego, ya «estando en la plaça de la dicha çibdad» de Salaman-
ca, reiteró dicha amenaza ante muchos asistentes.51
Hemos visto que la construcción de torres y casas fuertes en aldeas de la
Tierra salmantina aparece entre las típicas conductas arrogantes y de resis-
tencia a la justicia, como las mostradas por los Tejeda o los Solís en los epi-
sodios citados. La asociación de los caballeros con las fortalezas «rebeldes», si
podemos llamarlas así, se dio en realidad con bastante frecuencia a lo largo
del siglo XV. Y no sólo al levantar estas torres rurales ilegalmente sino al re-
fugiarse en ellas o en castillos existentes desafiando la acción de la justicia.
Justo el comportamiento contrario al típico de los pecheros, leal y respetuo-
so hacia el orden legal. Los caballeros, cargados de prepotencia y complejo
de superioridad, ponían cepo y cadena, o la horca, y resistían al orden en
esas fortalezas en rebelión. Aparte de que también se recurrió en ocasiones

50. Ibid., fols. 59v, 72, 73, 228v.


51. Pesquisa sobre términos 1433-1453, fols. 38v, 43v, 52, 52v, 59, 268, 268v, 269.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 185

a «encastillamientos» en campanarios de iglesias52, lo cierto es que también se


hicieron fuertes en castillos, si bien, como decimos, la acción más genuina y
característica fue levantar torres ilegales en el campo.
Además de los caballeros de mediados del XV citados en las pesquisas de
1433-1453, vemos que otros poderosos patricios salmantinos en los reinados de
Enrique IV y Reyes Católicos volvieron a enfrentarse a las autoridades del rey
levantando fortalezas y plantando cara desde ellas a la justicia. Hacia 1463, en
el contexto de parcialidades del reino, Pedro de Hontiveros y los del bando de
San Benito se hicieron con el alcázar salmantino, que era el castillo del rey en
la ciudad, y resistieron allí frente a los partidarios de Enrique IV, los del bando
de Santo Tomé. Unos años después, entre 1467 y 1472 —esa habría sido la cau-
sa de la destrucción del gran castillo urbano—, dice Gil González Dávila que
el alcázar fue derribado para evitar que los enemigos del rey tomaran la ciu-
dad. Otro de los episodios más conocido, y del que dio cuenta Hernando del
Pulgar, se dio en 1477 cuando el regidor salmantino Rodrigo Maldonado, que
tenía la tenencia del castillo de Monleón se rebeló. Se trataba del castillo de
esta localidad adscrito al concejo de Salamanca y situado a más de 50 km de
la ciudad. Rodrigo Maldonado se hizo fuerte en él con sus hombres y quiso
usurpar el lugar, desde donde cometía robos e tiranía, según el cronista. Tuvo
que entregarlo al final pero sólo tras una peripecia algo novelesca, según la
cual el propio rey Fernando acudió a la casa salmantina del caballero, esca-
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pando éste por los tejados y refugiándose en el convento de San Francisco,


siendo capturado pero resistiendo aún sus hombres en el castillo durante un
tiempo. Cartas regias de dos de julio de 1477 corroboran que la monarquía
tuvo que intervenir activamente, aunque no se sabe de qué modo, para que el
arrogante caballero devolviera el castillo a la soberanía de la ciudad.53
El episodio no puede considerarse hecho aislado ni siquiera en aquellos
momentos de fuerte autoridad regia. En la época de los Reyes Católicos, en
que los monarcas se enfrentaron en muchos sitios a desafíos banderizos, solie-

52. Aunque era arcediano, Juan Gómez de Anaya, en plena refriega banderiza por las parciali-
dades de la época, se hizo fuerte en 1439 en la torre de la catedral salmantina y no permitió que allí
entrase el mismo rey, Crónicas de los reyes de Castilla, Crónica de Juan II, t. 68, cap. XVI, p. 558. A
finales del siglo XV, tras un encastillamiento acaecido en 1498 en la iglesia parroquial de Tarazona de
Guareña, aldea de Salamanca, los reyes establecieron con valor general «que agora de aquí adelante
ningunos caualleros nin otras personas de esa dicha çibdad nin de su obispado [Salamanca] non sean
osados de meterse con gente armada (…) en las yglesias del dicho obispado (…) ni las tengan encas-
tilladas nin ocupadas», E. COOPER, Castillos señoriales en la Corona de Castilla, Salamanca, Junta de
Castilla y León, 1991, II, n.º 235, p. 1066, n.º 238, p. 1067.
53. Todos estos episodios del alcázar salmantino y del castillo de Monleón en M. VILLAR Y MACÍAS,
Historia de Salamanca, V, pp. 22-24; G. GONZÁLEZ DÁVILA, Historia de las Antigüedades, pp. 370, 424-
428; E. COOPER, Castillos señoriales en la Corona de Castilla, I, p. 435, II, n.º 26, p. 973, n.º 54, p. 985;
HERNANDO DEL PULGAR, Crónica de los Reyes Católicos (ed. J. MATA CARRIAZO), Madrid, Espasa-Calpe,
1943, cap. LXXXVI, pp. 301-303; AMS, R/ 246 bis, R/ 253, R/ 2219.

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186 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

ron los monarcas mandar desmochar las casas fuertes y torres, y algunas de las
de la ciudad de Salamanca —varias de la plaza de San Benito, por ejemplo—
sufrieron la drástica amputación. Pero también los reyes persiguieron fortale-
zas ilegales levantadas en localidades fuera de la ciudad. En 1475 prohibieron
al caballero salmantino Francisco Maldonado levantar una fortaleza en Porque-
riza, entre Ledesma y Salamanca, y más tarde, en 1494, de nuevo reiteraron la
prohibición a propósito de algunas casas fuertes que había hecho en ese lugar,
cuando era gobernador de Canarias. Ese mismo año otro caballero, Francisco
de Sotomayor, quiso levantar otra fortaleza en Zarapicos, en Tierra de Ledes-
ma, no lejos de la de Salamanca. Y se sabe también que en 1487 los habitantes
de Pedroso, en Tierra de Salamanca, pidieron el derribo de la torre e casa fuer-
te que el caballero salmantino Suero de Solís construía en el lugar, desde la
que «les han seýdo fechos algunos agravios», y que cada día se fortalesce más,
de manera que esta fecha tan fuerte que en ella se podría rreçebtar e defender
cada e quando quisyere». Y otro caso más. Por un documento veinte años pos-
terior, en que se le obligaba a derribarlo, sabemos también que el padre de
Gonzalo de Ovalle, al que se le exigía entonces echarla abajo, había hecho
una fortificación en 1489 a partir de otra, inicialmente casa llana, en Aldearru-
bia, aldea salmantina, que él —Juan de Urrea se llamaba— convirtió luego en
casa fuerte. Juan de Urrea era rival del doctor Maldonado de Talavera, herede-
ro importante en otra aldea salmantina vecina, Babilafuente. De manera que la
rivalidad de la ciudad se trasplantaba a las aldeas donde tenían propiedades
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los caballeros urbanos.54


Pienso que las citadas son suficientes referencias para darse cuenta de la
importancia que tuvieron los castillos y fortalezas en la percepción del poder
de los caballeros urbanos. Desde los recios muros de estas fortalezas ilegal-
mente levantadas u ocupadas ofrecían una bella estampa de sí mismos como
nobleza prepotente, indómita en su trato con los débiles y díscola hacia la jus-
ticia, dotando a estos ídolos de piedra de argumentos suficientes para marcar
esa identidad aristocrática y altanera, pero también desafiante, que les caracte-
rizaba.

4. EL ESTAMENTO CABALLERESCO MODESTO: LAS MATRÍCULAS DE LINAJES Y LA PUGNA CON


EL PATRICIADO

Desde hace años venimos subrayando para las ciudades castellanas una lí-
nea de tensión que quizá pueda considerarse secundaria pero que enfrentó en
la época del Regimiento al conjunto del sector de privilegiados jurídicos, esto

54. Documentación medieval del Archivo Municipal de Ledesma, ed. A. MARTÍN EXPÓSITO, J. M.ª
MONSALVO, docs. 114, 118; AGS, RGS, 20-4-1475, fol. 369; 2-7-1494, fol. 134; ibid., 4-2-1487, fol. 38; E. COO-
PER, Castillos señoriales en la Corona de Castilla, vol. II, n.º 88, n.º 168, n.º 176.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 187

es, «caballeros, escuderos e hidalgos» de la ciudad, con la minoría dirigente, es


decir, con el reducido círculo de las familias patricias o de regidores. Me pare-
ce que este conflicto, intraestamental, no siempre detectado en otras ciudades
de la época, es una pieza esencial de la sociedad política urbana en la época,
una pieza que impide ver el bloque social caballeresco como un resorte unita-
rio de acción y que aporta muchos matices a los conflictos de la época. El es-
tamento caballeresco «modesto», que sería el de los «privilegiados sin poder»,
por así decir, pese a su situación jurídica privilegiada, acabó rebelándose con-
tra el exclusivismo patricio, o al menos buscando una cuota de poder propia a
costa de los todopoderosos regidores. Seguramente se había forjado desde
antiguo una conciencia de grupo específico a partir de condición más baja y
básica de nobleza jurídica, la que nacía de la condición de exentos. ¿Desde
cuándo? A mi juicio, el punto de inflexión habrían sido los privilegios de me-
diados del XIII. Con el tiempo estos caballeros de alarde o de privilegio halla-
ron un resquicio para la disonancia cognitiva cuando se creyeron nobles de
verdad y al mismo tiempo comprobaron cómo unos pocos regidores patricios
dirigían la ciudad. Quién sabe si muchos acabaron pensando que tenían dere-
chos de nobleza casi ancestrales. Un documento de Enrique II de 1369, pienso
que con valor más ideológico que jurídico, al justificar una exención de pe-
chos regios que se otorgaba a los habitantes de muros adentro —incluía a los
pecheros—, señalaba que Salamanca era algo así como tierra de hidalgos, «por
fuero que antiguamente ovo, en el qual es fallado que fue poblada a fuero de
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fijosdalgo».55
Al margen de lo que pensaran sobre sí mismos y sus orígenes, lo cierto es
que la tensión entre los caballeros no patricios y los regidores se daba en
muchas ciudades y alcanzó en cierto momento un punto de ebullición polí-
tico. A mi juicio, en Salamanca dicho conflicto se hizo sustantivo con las lla-
madas «ordenanzas» dadas por Juan I a Salamanca en 1390 desde la localidad
segoviana de Sotosalbos, en las que se daba cierto control a los caballeros y
escuderos de los linajes sobre los mayordomos del concejo y sobre otros
oficios municipales menores. Además en ese documento aparecen ya institu-
cionalizados los linajes de San Martín y San Benito. No se sabe desde cuán-
do existían.56 Pero al margen de que hubiera dos, lo interesante de las orde-
nanzas de 1390 es que atribuían ciertas prerrogativas y competencias
municipales a los simples caballeros, considerados como estamento y organi-

55. M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, V, Ap. doc. XI, pp. 139-140.
56. La primera mención no al linaje pero sí a la parte de San Benito, que seguramente es algo
diferente, es un documento sobre la hueste de 1292, sobre el servicio de hueste de ese año, donde se
decía, tras señalar la obligación de servicio militar, que «nos, la parte de Sant Beneyto, otorgamos que
este ordenamiento…» y luego se indicaba que «nos, la otra parte, otorgamos este mismo ordenamien-
to», AMS, C. 2.845, doc. 27; fue editado por A. VACA LORENZO, «Los bandos salmantinos. Aportación
documental para su estudio», p. 443. No se mencionaba el nombre de la otra parte.

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188 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

zados en esos dos linajes. Y que eran prerrogativas y competencias logradas


a costa de los caballeros regidores. Refrendaron luego este estatus las confir-
maciones de las Ordenanzas de Sotosalbos en 1394, 1437, 1440, 1483 y 1496.
Otras medidas posteriores a 1390 creo que realimentaron esta tensión en-
tre estamento y regidores, aunque no tenemos indicios de quejas explícitas.
Sería el caso de una concreción hecha en 1401 por Enrique III sobre oficios
menores, otorgando cierto papel de designación a los linajes de caballeros.
Tendría este sentido también, a mi juicio, la iniciativa para la elaboración de
las matrículas de linajes, de las que se conocen la efectuada de 1408 y sólo
por noticias parciales la matrícula en 1484. Asimismo, formaría parte de la
misma tensión intraestamental la medida sobre reparto de escribanías en
1440. Y por supuesto se encuadraría igualmente en esta línea, pese a que se
ha considerado a veces lucha de bandos, la llamada Concordia de 1493.
Para todas estas medidas57 la historiografía salmantina venía interpretando
tradicionalmente como leitmotiv el reparto de poder entre los bandos o lina-
jes de San Martín y San Benito e incluso se han visto como instrumento de
pacificación entre ellos. Villar y Macías escribió que las ordenanzas de 1390 se
habían dado «para terminar las discordias que, sobre el repartimiento de ofi-
cios, había entre los caballeros de los linages de San Martín y San Benito».58
En mi opinión, sin embargo, aunque en estas medidas se distinguían los lina-
jes y estos formaban parte de las mismas, no fueron las «discordias» entre ellos
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el principal motivo de la medida. Al contrario, pienso que en este asunto los


dos linajes estaban unidos. Y aquí entraría la disociación entre estamento y
élite de gobierno. El principal motivo habría sido la lucha y la búsqueda de
reconocimiento político de los caballeros e escuderos, es decir, el estamento
privilegiado, y sus aliados sociales, pero por obtener cierta cuota de poder.
¿Frente a quién? Frente a los regidores o patricios, que pretendían ejercerlo

57. Las Ordenanzas de Sotosalbos, dadas por Juan I, en M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca,
lib. IV, ap. XII, pp. 113-115 (confirmadas en 1394, 1437, 1440, 1483, 1496). En mayo de 1401 Enrique III otor-
gaba una ordenanza en que se encargaba a dos regidores de cada linaje que pusieran orden en el re-
parto de oficios municipales menores, ibid., lib. V, p. 8, 44, y doc. en ARCHV, Pleitos Civiles, Pérez
Alonso (F), caja 1290,1. La matrícula de 1408 (AGS, Consejo Real, Leg. 746, doc. 20) fue publicada por A.
VACA LORENZO, «La oligarquía urbana salmantina en la Baja Edad Media. Caballeros y escuderos en pug-
na por los cargos del Concejo (1390-1408)», Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna (U. Buenos
Aires), 31, 1998, pp. 63-93, docs. pp. 85-92. En 1440 la reina doña María acordaba con el concejo de Sala-
manca que este último designara dos comisarios de cada linaje para escoger los veinte escribanos de
la ciudad, M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, lib. V, p. 8, 14, 44. De la matrícula de 1484 se tiene
noticias por M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, V, p. 27; también aporta noticias de caballeros
matriculados el ms. «Linajes de Salamanca» (Ms. Arch. Catedral), passim. En cuanto a la Concordia de
1493 (AGS, CCA, Diversos de Castilla, 10, 36) fue editada por C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, ap.
doc. pp. 182-187.
58. M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, V, p. 25. La interpretación, aunque con matices,
fue asumida por C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, cit.; asimismo M. GONZÁLEZ GARCÍA, Salaman-
ca en la baja Edad Media, cit.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 189

únicamente ellos. He propuesto esta interpretación en varios trabajos pre-


vios59 y ahora sintetizo lo fundamental de la misma en varios puntos.
a) Un primer elemento destacable es que estas regulaciones contaron
siempre con el impulso del poder regio. Es importante reconocer este factor
porque demuestra la implicación de los monarcas en la institucionalización
tanto de los bandos-linajes como de la fracción modesta del estamento y por-
que refleja el pacto o contrato político entre caballeros urbanos y poder regio.
Entiendo que fue un marco de relaciones de poder urbano con carácter gene-
ral en Castilla en el que brillaron los Trastámara y su concepto de monarquía
centralizada e intervencionista. En concreto, de todas esas medidas salmanti-
nas, la primera y referente de las demás, las citadas Ordenanzas de Sotosal-
bos, la adoptó en 1390 Juan I, aunque es cierto que fue a petición de los ca-
balleros salmantinos que no eran patricios; su hijo Enrique III fue quien
refrendó estas decisiones confirmando en 1394 la carta de 1390. Y de esas dos
cartas de Juan I y Enrique III derivó precisamente la redacción de la matrícula
de 1408, conocida por sus traslados en 1472 y 1493. Por su parte, la ordenanza
de 1401 fue otorgada por Enrique III. Asimismo, del entorno de Juan II —de
nuevo, el rey— nacía en 1440 el acuerdo entre regidores y estamento sobre
las escribanías.60 E incluso un par de años antes de que los linajes se avinie-
ran al pacto 1493, así como justo inmediatamente antes de acordarse éste, los
reyes se decidían, para evitar ruidos, a prohibir que los caballeros y regidores
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tuvieran allegados.61 De modo que hay suficientes datos para sostener que
existió una línea trazada por el poder regio —tanto para evitar luchas como
para reconocer al estamento como tal—, a la que tuvieron que atenerse las
fuerzas locales, tanto los regidores, al verse obligados a acatarla, como los
caballeros e escuderos, al buscar actualizarla siempre que fue posible.
b) En segundo lugar, hay que subrayar que estas decisiones regias, aun-
que eran convergentes con la política concejil de los Trastámara, no nacían
genuinamente de demandas específicas de la monarquía, aunque ésta las

59. Esencialmente los citados en nota 2. Dejamos al margen de las consideraciones siguientes no
sólo las luchas banderizas, propiamente dichas (es decir, los bandos-linajes), a las que se alude en el
apartado siguiente, sino la noción de los «bandos» entendidos en otra acepción no como conflicto o
alineamiento voluntario de individuos y familias, sino como áreas topográficas de la ciudad. Véase in-
fra, nota 83.
60. Véanse refs. nota 57.
61. «A nos es fecha relaçión que vos los dichos regidores e cavalleros de la dicha çibdad tenéys por
allegados a muchos çibdadanos e ofiçiales della (…)», que intervienen en «vuestras questiones e dife-
rençias que unos con otros tenéys e vosotros los ayudáys e favoreçéys en las suyas», lo que provocaba
muchos «ruydos e escándalos e males e diferençias en la dicha çibdad e que muchos dexan sus ofiçios
e lavores», AGS, RGS, 29-3-1491, f. 461; ibid., 6-3-1493, f. 120. La propia Concordia de 1493, aunque fuese
un acuerdo local, fue algo en realidad propiciado y tutelado por la voluntad de la monarquía (AGS,
CCA, DIV, leg. 10, n.º 36), de acuerdo con una política general de pacificación que, para bandos y
otros conflictos locales, impulsaban para todo el reino.

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190 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

avalaba, sino que se corresponden con unos determinados flujos políticos


del sistema concejil, nacidos de fuerzas locales que conseguían allegar inter-
vención del poder superior. «Sepades que los escuderos é homes buenos peche-
ros del común de la dicha çibdat de Salamanca é de su tierra se me enviaron
querellar, e dicen que en la dicha cibdat que hay dos mayordomos (…)». Así
comenzaba la carta de Juan I de 1390: acerca del reparto de las mayordomías,
que los regidores querían acaparar, le habían pedido al rey los caballeros e
escuderos —aliados con los pecheros— que les permitieran tener cierto con-
trol, como ahora indicaré. Nuevamente la confirmación de 1394 por parte de
Enrique III, donde se hablaba de «agravios e sinrazones», o las medidas de
1401, y otras, nacieron también de estas reclamaciones.
¿Cómo explicar la gestación de estas últimas medidas en la sociedad polí-
tica concejil? Los regidores se habrían opuesto a cumplir las ordenanzas ante-
riores, concretamente las de 1390 desde que se dieron. En consecuencia, los
afectados no se conformaban. Pero, naturalmente, era imposible que en el
Regimiento sacaran adelante la queja. De modo que recurrían a una instancia
externa al Regimiento, pero activa en el sistema político. Técnicamente, según
nuestro esquema de flujos decisionales, el proceso de toma de decisiones re-
vela que el sistema concejil, una de cuyas piezas era precisamente esta entra-
da de los sectores no gubernamentales —no «regimentales», si aceptamos esta
expresión— en el poder municipal, era permeable a flujos sistémicos exter-
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nos: en este caso lo que solemos llamar el «entorno I», es decir, la monarquía
centralizada en el caso salmantino. Estos inputs, nacidos localmente pero lan-
zados al sistema desde la monarquía, atravesaban con facilidad el circuito del
sistema político concejil. Los regidores bloqueaban, pero el poder regio, con
su soberanía superior, desactivaba dicho bloqueo. Gracias al particular diseño
del sistema político concejil el estamento privilegiado modesto, así como los
pecheros, conseguían hacer política sin estar en el gobierno municipal.
c) En tercer lugar, importa también destacar que para lograr el éxito en su
incorporación al organigrama institucional urbano —aunque fuera parcial y
limitada— el estamento caballeresco modesto pudo contar como «compañe-
ros de viaje», por así decir, con los homes buenos pecheros, tal como se acaba
de mencionar. Esta alianza puede considerarse o no algo circunstancial. Los
pecheros también estuvieron interesados en acceder o controlar mayordo-
mías, oficios de fiel, tasadores y otras responsabilidades menores. Esta alianza
consta expresamente en las medidas de 1390, 1394 y en la Concordia de 1493, y
me parece determinante para que fuera atendida por el poder regio, ya que
en Castilla los reyes fueron a menudo proclives a aceptar reclamaciones polí-
ticas de los contribuyentes. Caballeros-escuderos y pecheros formaron así una
alianza interestamental urbana para recabar del exterior algún poder político
en el concejo, todo ello frente al afán exclusivista de los regidores. Precisa-
mente el sistema político concejil era muy sensible al circuito de toma de

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 191

decisiones nacido de la lucha de los pecheros locales —el «entorno II» o en-
torno local del sistema— pero canalizado a través de la monarquía.62
d) En cuarto lugar, conviene destacar que para que todo este entramado
de institucionalización propiciada por los reyes y de estrategias políticas o
coaliciones entre grupos sociales se hiciese viable, como se ha dicho, era ne-
cesaria una organización previa del estamento caballeresco. Una organiza-
ción, digamos, específica y difeenciada, aparte de la propia estructura de los
linajes patricios que pudiera darse. No sabemos desde cuándo estaría organi-
zado el estamento como algo independiente de los patricios. Es posible que
la carta sobre la hueste de 1292, antes citada, donde se habla de partes, así lo
indique, pero es hipotético. Lo aconsejable es entender esta institucionaliza-
ción del estamento modesto, y sobre todo la relevancia en la acción social
municipal, como algo activado con posterioridad a la implantación del Regi-
miento, ya que fue ésta la reforma municipal que habría sellado formalmente
la segregación por elevación de los regidores. De modo que en Salamanca
entre esta fecha, hacia 1345, y la de 1390, la de las Ordenanzas de Sotosalbos,
es cuando suponemos que se hiciese significativa la cesura entre los caballe-
ros regidores y los caballeros restantes del estamento.
Desde 1390 en la documentación aparecerá ya sistemáticamente el esta-
mento de «caballeros e escuderos» dividido en dos linajes, San Benito y San
Martín, nacidos con esos nombres en fecha desconocida. Entre ellos se re-
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partirían algunos oficios menores del concejo, según señala el documento de


Sotosalbos, y más o menos ésa sería la pauta de las otras concordias y pactos
posteriores. La fecha de 1390 puede, en consecuencia, ser referente a la vez
tanto de la institucionalización de los bandos-linajes —llamados «linajes»—
como del estamento no regimental, es decir, el colectivo concejil de caballe-
ros e escuderos e hidalgos.
El estamento, dividido en los dos linajes, adoptó formalmente la horma
de «corporación», «universidad», «cofradía de linajes», «cofradía e cabildo de
linajes», «junta de linajes», «matrícula de linajes», o cualquier otra expresión,
registro o actuación que, como en otras ciudades, fueron modalidades de
organización colectiva que utilizó el estamento en la sociedad política urba-
na de aquella época.63 Este tipo de organizaciones estamentales tenía una

62. Destacamos el secreto del éxito pechero (según determinados «modelos de flujos» h o i, se-
gún nuestro esquema) en J. M.ª MONSALVO, «Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisio-
nes en los concejos castellanos bajomedievales», pp. 460, 464, entre otros trabajos.
63. Los casos conocidos para otras ciudades castellanas al sur del Duero en lo que respecta a
estas organizaciones del estado de caballeros e hidalgos organizados en juntas de linajes no son es-
casos. Por citar algunos de ciudades cercanas, y con cofradías de linajes en cierto modo afines a las
salmantinas, podríamos mencionar los casos de Segovia o de Soria. Véanse M.ª ASENJO GONZÁLEZ.,
Segovia. La ciudad y su tierra a fines del Medievo, Segovia, 1986, pp. 285-294; DIAGO HERNANDO, M.,
«Estructuras familiares de la nobleza urbana en la Castilla bajomedieval: los doce linajes de Soria»,

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192 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

proyección social diversa, pero también se orientaron, en Salamanca desde


luego, a conseguir que los regidores no acapararan todo el poder municipal.
Hay que pensar que la matrícula de 1408 se elaboró precisamente para cum-
plir las cartas del rey y «por quitar contienda e debate entre los regidores e los
dichos escuderos de la dicha çibdad». De modo que el estamento se constitu-
yó —digamos desde antes de 1390, por dar una fecha redonda y significati-
va— como una fuerza organizada autónoma e independiente de los regido-
res patricios. Tuvo su patrimonio común, su vida social propia, con alardes
para exhibir su condición de caballería urbana, una identidad reconocida en
la ciudad e incluso una pequeña hacienda y tributación específica como cor-
poración caballeresca. Reivindicaron, sí, su espacio político vital —1390,
1493—, pero también fueron una institución social característica y genuina
del estamento, una cofradía de estatus o corporación formal de los caballe-
ros e hidalgos salmantinos,64 defensora de estos últimos como estado social y
donde la afección partidista quedaba en segundo plano, supeditada a los
intereses como grupo.
e) Ahora bien, y en quinto lugar, el hecho de que el estamento estuviera
organizado unitariamente como cofradía o corporación estamental, como aca-
bamos de apuntar, era compatible con el hecho de que internamente la corpo-
ración se estructuraba en dos linajes, que además duraron siglos. Esto quiere
decir que había una polaridad explícita, aunque se basara en cierto conven-
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cionalismo y artificialidad. Olvidémonos ahora de las luchas de bandos. La

Studia Historica. Historia Medieval, 10, 1992, pp. 47-71; id., «El papel de los linajes en las estructuras
de gobierno urbano en Castilla y en el Imperio alemán durante los siglos bajomedievales», en la Es-
paña Medieval, n.º 20, 1997, pp. 143-177. En Cuenca, aparte de los linajes de regidores y las élites de
poder, el resto de la nobleza local está organizada en instituciones diferenciadas de tipo estamental:
cabildo de caballeros y escuderos y cabildo de guisados a caballo, J. A. JARA FUENTE, Concejo, Poder y
élites. La clase dominante de Cuenca en el siglo XV, Madrid, 2000, pp. 353 y ss.; esta ciudad, con todo,
presenta una estructuración estamental diferente a la de Salamanca, Soria o Segovia, ya que no es tan
evidente en Cuenca la contraposición entre privilegiados y común, que sí se observa en las urbes
castellanoleonesas. Lo ponen de manifiesto, aparte de los trabajos J. A. Jara, entre ellos el citado, de
Y. GUERRERO NAVARRETE y J. M.ª SÁNCHEZ BENITO, Cuenca en la baja Edad Media: un sistema de poder
urbano, Cuenca, 1994.
64. No conocemos para el siglo XV actas de reuniones u ordenanzas que muestren el funciona-
miento interno de la «cofradía de los linajes» de Salamanca. Pero por la documentación antes referida
es obvio que tenían que funcionar según ese patrón organizativo para elegir mayordomos, organizar
las finanzas, establecer reglas de funcionamiento interno, derramas fiscales, participación en fiestas y
eventos… Se conservan unas ordenanzas de 1527 que tratan sobre estas cuestiones. Tratan sobre todo
de la recaudación de las cuotas y derramas. Aunque son tardías, dan una idea de cómo pudo haber
sido la modesta vida institucional de esta entidad desde su institucionalización, aunque habría habi-
do, probablemente, cambios entre esta fecha tardía y la de su temprana institucionalización. Estas
ordenanzas, llamadas «Estatuto de los nobles linages y hidalgos de Salamanca» o «Cofradía de los lina-
ges de los nobles de la ciudad» (ACS, caj. 43, leg. 2, n. 64) pueden verse en el libro «Linajes de Sala-
manca», ed. J. Sánchez Vaquero, cit., pp. 521-529. Reflejan un contexto histórico algo diferente pero
son también evidencia del mantenimiento de la institución de los linajes del estamento hidalgo de la
ciudad, que además sabemos que se extendió un par de siglos más.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 193

existencia de dos linajes era una fórmula de adscripción tasada y legal de es-
tructurar administrativamente el estamento. Nada tenía que ver con parentelas
en sentido biológico, aunque adoptasen el lenguaje de éste; sí, en todo caso,
parentelas entendidas como un discurso del parentesco, como ideología de
integración de parientes artificiales, y en el que los lazos consanguíneos se
hibridaban con los de amistad y adscripción voluntaria, que además, precisa-
mente por eso, podían incluso cambiar.65 Como tales parentelas socialmente
construidas y convencionales, debía imperar el equilibrio entre ellas. Al menos
ésa era la aspiración, por encima de las amenazas que, de hecho, existían.
Esto es válido para la lucha de bandos pero también para la propia organiza-
ción del estamento caballeresco al que nos estamos refiriendo ahora.
Pero ¿quiénes formaban las matrículas de los linajes?. La matrícula de 1408
incluía 55 miembros del linaje de San Benito y 42 del de San Martín. La de 1484
incluiría 132 de San Benito y 140 de San Martín. La simple cifra releva que la
adscripción al linaje no era natural y universal para el grupo social. Aunque
no era la organización de todo el estamento, sino de los miembros adscritos,
sin duda sí era representativa del mismo. Para tener un oficio menor del con-
cejo hacía falta estar inscrito formalmente en las «matrículas de los linajes», de
modo que no había un automatismo por nacimiento o parentesco para la en-
trada en ellas de todos los integrantes del estamento. Seguramente, eso sí,
descender de un miembro adscrito o ser su yerno, además de ser vecino y de
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condición hidalga, abriría las puertas. No es una mera suposición. Nos consta
que las citadas eran precisamente las exigencias en Ciudad Rodrigo.66
La propia discrepancia de cifras entre las dos matrículas salmantinas revela
también que los linajes se ampliaban —o restringían, aunque esta tendencia
fue menor— de acuerdo a conveniencias, lo que revela que estas organizacio-
nes de linajes devenían estructuras cambiantes. Varios pleitos de los años 1487-
1488, tras haberse producido intentos de expulsión de miembros que habían
entrado en décadas anteriores, revelan que la apertura o cierre de las matrícu-

65. Conectada la idea de parentela con la de alianza como se ve en una tregua parcial de 1473,
«sy ellos, o alguno dellos, o de sus onbres o de sus parientes, ansý de Sant Adrián [parroquia] commo
de Santo Tomé, con que están aliados e en parentela», Salamanca en la documentación medieval de
la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA, doc. 72. Y la Concordia de 1476 en que acordaron la paz
los dos bandos —véase infra— menciona el resultado como una parentela identificada con la amis-
tad entre todos y con la supresión de los bandos: «todos de aquí adelante buenos amigos y estar y ser
todos en vna parentela y verdadera amistad y conformidad y vnión», Ajustamiento de Paz, cit.; M.
VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, lib. V, ap. doc. XIV, pp. 147. Y en las treguas de enero de
1477 vuelve a aparecer la idea de parentela como una alianza de amistad: «Los cavalleros, e escuderos
e otras personas del linaje e vando de Santo Tomé e Sant Benito de la çibdad de Salamanca, que están
en una conformidad e parentela», Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds.
A. VACA y J. A. BONILLA, doc. 88.
66. Según el acuerdo de los linajes de 1414, Documentación medieval del Archivo Municipal de
Ciudad Rodrigo, eds. A. BARRIOS, J. M.ª MONSALVO y G. DEL SER, doc. 77

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194 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

las podía obedecer a factores circunstanciales, entre otros, las necesidades de


los bandos-linajes de ampliar su fuerza de choque en la calle, por imitación
uno y otro bando de estas ampliaciones, o por cualquier otro motivo poco
sustancial,67 lo que revela en el fondo lo dúctiles que eran estas organizacio-
nes. Pero lo eran precisamente por su carácter artificial y convencional, aun-
que en su conciencia sus miembros creyeran que su estado era algo natural.
No puede olvidarse tampoco que, aunque estaban en el mismo estamento
organizado con los mismos intereses estamentales, la tensión partidista entre
los linajes condicionaba la composición de éstos en cada momento. Se supo-
ne que pudo haber un liderazgo en cada linaje, que suponemos estaba en
relación con la conflictividad banderiza y que recaía en los caballeros más
poderosos. Por eso éstos podían favorecer la entrada de la matrícula de nue-
vos miembros en ciertos momentos, para reforzarse como parte o facción
política en sus luchas de bandos.68 Y por eso también se explica, a mi juicio,
que los regidores no hayan querido perder el control de las matrículas. Signi-
ficativamente, se dice en la Concordia de 1493 —a pesar de que reconocía
cierta autonomía de los linajes respecto a los regidores de los mismos— que
los regidores supervisarían, como mínimo, el acceso a los linajes, eso sí, en
un diálogo con sus integrantes: «que en ese mismo tienpo los regidores non-
bren dos regidores para reçibyr los que ovieren de entrar en la cofradía de los
dichos lynajes; e quando alguna cosa acaeçiere sobre que ayan de ocorryr al
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regimiento, que vayan a estos dos regidores e ellos provean con los cavalleros e
fidalgos lo que vieren que cunple».

f) Finalmente, y por lo que respecta a los contenidos normativos concretos


o reivindicaciones del estamento organizado, ya se ha dicho que la participa-
ción que lograron los integrantes del estamento caballeresco o hidalgo fue re-
lativa y parcial. Afectó a controles en algunas políticas municipales y a cierta
presencia como elegibles para algunos oficios menores, como mayordomos,
fieles, escribanos y otros. Por el contrario, el reparto de regidurías, es decir, el
núcleo del gobierno local, quedó fuera de su alcance. No se planteó que la

67. Se dice que los linajes, debido a las «roturas» o «bandos» que había habido en la ciudad, «los
metieron en los dichos linajes non seyendo dellos», porque necesitaban ampliar su fuerza y contingen-
tes. Luego, al apaciguarse algo la situación, se supone que ya en los años ochenta, los miembros
antiguos quisieron expulsarlos. Entre los que pleitearon por permanecer dentro estaban los casos de
Pedro de Huelmes, Alonso de Miranda, Martín González, Martín de Cetina, Francisco de Montesino,
Pablo de Villalobos, Pedro de Orgaz, Alfonso de Vera, Martín Sánchez Ruano y Diego Fernández,
ARCHV, Reales Ejecutorias, caja 8 n.º 37, c. 10, n.º 28; c. 11, n.º 23; c. 16, n.º 4 y n.º 50; c. 17, n.º 5, n.º 6,
n.º 10, n.º 33; y c. 22, n.º 21 y n.º 48.
68. La dinámica es clara: los caballeros principales mueven la acción de los caballeros, escude-
ros e hidalgos de sus respectivos linajes, sirviéndose de la capacidad de atracción clientelar. De ahí
las precauciones de la autoridad frente a los allegados de los regidores y poderosos, porque a través
de la solidaridad del linaje podían mover las pugnas banderizas. Véase nota 61.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 195

organización corporativa de los caballeros, escuderos e hidalgos, el segmento


modesto del estamento, tuviera control de las regidurías. Aparte de reivindica-
ciones típicamente pecheras que se conseguían a la vez, las Ordenanzas de
1390, en lo que afecta al estamento caballeresco, querían evitar la situación
según la cual «los regidores de la dicha cibdat, que reparten entre si todos los
oficios que son en la dicha cibdat, fuera de sus regimientos (…)». Según las
Ordenanzas de 1390, habría dos mayordomos, pero serían de los linajes, no los
que arbitrariamente pusieran los regidores. Ahí entraban en juego las matrícu-
las de linajes, para que rotaran entre sus miembros, entre los adscritos a ellas,
los oficios menores vacantes. En cuanto a los otros oficios menores, los regi-
dores —ellos mismos adscritos también a uno u otro linaje—, tendrían que
poner por mitad entre ellos a miembros inscritos en los linajes para ocupar
tales oficios, se sobrentiende que atendiendo a reglas internas o consensos
entre ellos, para que «non los repartan para sí mesmos nin para sus familiares»,
es decir, para evitar la patrimonialización o virtual privatización de los oficios
menores, que es lo que al parecer pretendían los todopoderosos regidores o lo
que se temía el segmento no regimental del estamento. Las medidas de 1390, o
por lo menos su espíritu, estuvieron siempre vivas en la Salamanca del siglo
xv. Los caballeros y escuderos —además de los pecheros—, cuando vieron
peligrar este estatus reconocido en esas ordenanzas, consiguieron confirma-
ción de las mismas, como hemos dicho, y fue la referencia de doctrina jurídica
municipal para el reparto de cargos menores durante varios siglos.
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En cuanto a otras medidas posteriores, la ordenanza de 1401 aseguraba


que cada año cuatro regidores, dos de cada linaje, «sin arte e sin engaño e
sin bandería, eligirían a los escuderos que fuesen pertenesçientes para ello de
los ofiçios [los oficios menores] de la dicha çibdad cada linaje como en el
otro», si se ponían de acuerdo; si no, que «hechen suertes entre sý». Estos
cuatro encargados, a modo de colegio de electores, pondrían al salir a otros
cuatro que harían lo mismo al año siguiente. También los procuradores de
Cortes serían puestos por los regidores. Y así se hizo durante el siglo XV.
Por su parte, la ordenanza de 1440 se refería en términos semejantes a los
escribanos, que saldrían elegidos tras intervención de los dos linajes. Mientras
que en la Concordia de 1493, respaldada por los representantes de los linajes,
aparte de reclamaciones pecheras aceptadas, y de respetar el acuerdo binario
entre San Martín y San Benito, aspectos ambos que la Concordia contempla-
ba, se perfilaban las mismas cautelas y controles estamentales de la tradición
inaugurada en las ordenanzas de Sotosalbos: la matrícula en los linajes se
exigiría a los que aspirasen a ocupar cargos menores; se impedía que los re-
gidores nombrasen arbitrariamente fieles; se prohibía que los caballeros y
escuderos que ocuparían el oficio de fiel hubieran recibido salario, es decir,
se buscaba que éstos y otros oficiales no dependieran de los principales, evi-
tándose que los regidores colocasen en los oficios menores a allegados y pa-

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196 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

rientes; se establecía «que sea llamado un procurador de los lynajes y que ante
el escrivano de los lynajes jure las hordenanças de los dichos lynajes de guar-
darlas»; se decía que los dieces y «juezes de los linajes» tendrían competencias
en asuntos relativos a oficios menores; mientras que en las guías o misiones
fuera de la ciudad tendría que haber miembros del estamento, aparte de regi-
dores: «que este tal regidor non pueda yr syn fidalgo de los dichos lynajes, e sy
fueren dos regidores que vayan dos fidalgos e esto se a de entender asy mismo
quando fueren a los términos, que asy mismo vayan regidor, un cauallero, e
sy dos regidores, dos fydalgos»; además, para nombrar dieces, mayordomos de
los linajes y otros responsables o representantes de éstos, así como para con-
cretar la entrada de los miembros «en la cofradía de los dichos lynajes», se
prescribía que los regidores se concertasen o «provean con los cavalleros e fi-
dalgos». En definitiva, medidas todas ellas de corte estamental, de participa-
ción relativa en algunos cargos, de control —por parcial que fuese— por
parte de los inscritos en la matrícula de hidalgos, de limitación del poder de
los regidores, a quienes como mínimo se les reconocía un papel como elec-
tores, pero no el capricho de poner en los oficios menores a sus hombres,
hijos o yernos. En definitiva, el estamento caballeresco modesto luchaba y en
cierto modo conseguía corregir la monopolización, el acaparamiento patrimo-
nial de los cargos y la privatización, que eran las prácticas políticas a las que
propendían los regidores y los otros caballeros principales de la ciudad.
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5. LAS VIOLENCIAS BANDERIZAS Y LA INTROMISIÓN DEL CONDE DE ALBA: ALTERACIÓN DE


LAS LEALTADES DE LOS PATRICIOS

Las violencias banderizas exigirían aquí y ahora un acercamiento específi-


co. No quiero entrar en este apartado en su descripción exhaustiva, sino re-
saltar la conexión que tuvieron con un componente que, desde el exterior
del sistema de poder urbano, afectó a las luchas y los alineamientos de la
aristocracia urbana y que forma parte también de su cultura política, aunque
suele ser menos conocido dentro de la fenomenología banderiza. Se trata de
la relación de los patricios con la alta nobleza.
Tras los alineamientos de la guerra civil y los primeros Trastámara, donde
ya se asistió al encumbramiento de un personaje llamado Diego Arias Maldo-
nado69 y que provocó la polarización entre partidarios de Tejeda y de

69. Diego Arias Maldonado, que fue arcediano de Toro y canónigo salmantino, había logrado que
Alfonso XI legitimase a su hijo Arias Díaz y le diese exenciones en 1334, según documentación catedralicia.
El personaje sirvió luego a Pedro I. Pueden documentarse varios diplomas en 1350 en los que, en calidad
de tutor del infante don Juan, hijo de Alfonso XI, Pedro I le entregaba varios concejos de villa y tierra que
habían pertenecido a la familia de Alfonso XI. Los habitantes de estas villas, en nombre del menor, rendi-
rían pleito homenaje al arcediano. Diego Arias Maldonado obtuvo por aquellos años otros favores del

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 197

Maldonado,70 de nuevo en las ligas y parcialidades ya del reinado de Juan II,


con los conflictos entre Álvaro de Luna y los infantes de Aragón, las noticias
cronísticas indican que los linajes salmantinos, identificados como Santo
Tomé y San Benito, o sus caballeros más destacados, se comprometieron con
las partes en liza, entre 1439 y 1453 aproximadamente.71
Hacia 1464 las luchas dinásticas desgarraban de nuevo los bandos salman-
tinos,72 hasta el punto que en el conflicto dinástico iniciado en 1465 los cronis-
tas presentan la ciudad dividida en dos parcialidades, «en aquella ciudad, que

monarca. Pero después debió caer en desgracia y Pedro I ordenó su muerte en Burgos en 1360. Diego
Arias yace enterrado en uno de los sepulcros del presbiterio de la Catedral Vieja de Salamanca. La horna-
cina de su túmulo custodia también los restos de su hijo Arias Díaz Maldonado, muerto en 1374. Véase M.
GONZÁLEZ GARCÍA, Salamanca en la Baja Edad Media, p. 27. La referencia de los sepulcros en D. SÁNCHEZ
Y SÁNCHEZ, La Catedral Vieja de Salamanca, Salamanca, 1991, pp. 97-98. El Cabildo mantuvo hacia 1378 un
pleito con la familia Maldonado por el destino de los bienes de Arias Díaz Maldonado, ACS, cj. 5, leg. 1,
n.º 12 y 14bis. Ref. Los libros de Actas Capitulares de la Catedral de Salamanca (1298-1489). Colección Ins-
trumentos del AC de Salamanca, ed. R. Vicente Baz, Salamanca, Archivo Catedral, 2008, p. 142.
70. Las crónicas de Pedro I y de Enrique II permiten tener noticia de los sucesos de aquellos años.
Pedro I se apoyó en Salamanca en el alcaide del alcázar de la ciudad Juan Alfonso de Tejeda —alcai-
de entre 1354 y 1366— y en su hermano Alfonso López de Tejeda. Pero hacia 1366-1367 la ciudad se
decantaba por la causa enriquista, apoyada en Salamanca por el obispo y por los hijos de Diego Arias
Maldonado, esto es, Arias Díaz Maldonado y Juan Arias Maldonado. Villar y Macías, y en cierto modo
ya antes González Dávila, supusieron que aquí radicó un primer gran enfrentamiento entre bandos
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salmantinos, con las parcialidades de los Tejeda y los Maldonado. Véanse Crónica del rey don Pedro,
en Crónicas de los Reyes de Castilla (ed. BAE) t. 66, cap. V, p. 202, cap. XXXVI, p. 579; Crónica de
Enrique II, ibid., t. 68, cap. I, 2; M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, IV, pp. 13-14, 17-19, 20; M.
GONZÁLEZ GARCÍA, Salamanca en la Baja Edad Media, p. 27. El cronista González Dávila es quien ofre-
ció otra noticia relativa al caso y es la orden que dio Enrique II al llegar al poder para que los Tejeda
fueran degollados, G. GONZÁLEZ DÁVILA, Historia de las Antigüedades de la Ciudad de Salamanca (ed.
B. Cuart), ed. facsímil de la obra de 1606: Salamanca, 1994, lib. III, cap XI, pp. 278-279.
71. Crónicas de los Reyes de Castilla. Crónica de Juan II, ed. C. Rosell, BAE, Madrid, 1953, t. 68,
XVI, p. 558; Crónica del Halconero, ed. JUAN DE MATA CARRIAZO, Madrid, 1946, p. 309; Crónica de don
Álvaro de Luna, ed. JUAN DE MATA CARRIAZO, Madrid, 1940, pp. 253. Según esta crónica, «Dos vandos
eran a la sazón en la çibdad de Salamanca, en que avía muy buenos caballeros, que tenían casas de
asaz gente d’armas: el un vando se dezía de San Benito, e el otro de Santo Tomé. Así los unos caballe-
ros como los otros de estos dos vandos, e todos los otros caballeros de la çibdad, eran en su casa e vi-
vían con él. E los prinçipales del vando de Sant Benito eran Diego de Anaya e Gómez de Anaya, Diego
de Acebedo e Juan Palomeque. Del vando de Santo Tomé Pedro de Solís, Diego de Solís, Fernán Rodrí-
guez de Sevilla, Juan de Arauço su fijo», Crónica de don Álvaro de Luna, p. 447. Lo que no está claro
es la adscripción de unos y otros con las parcialidades del reino en aquella época. Los alineamientos
banderizos se dieron en muchas ciudades y a menudo en algunas de ellas se aprecia la sombra de la
alta nobleza Véase nota 10. Con carácter general, M. A. LADERO QUESADA, «Linajes, bandos y parciali-
dades en la vida política de las ciudades castellanas (siglos XIV y XV)», en Bandos y querellas dinásti-
cas en España al final de la Edad Media (Coloquio, 1987), París, 1991, pp. 105-134.
72. El bando de San Benito apoyó a don Alfonso contra Enrique IV, M. VILLAR Y MACÍAS Historia
de Salamanca, lib. V, p. 16; Crónicas de los reyes, Crónica del rey don Enrique IV, atribuida a Enrí-
quez del Castillo, BAE, t. 70, cap. LXXV, p. 142. El caballero Pedro González de Hontiveros, que
murió en 1468, apoyó a los enemigos de Enrique IV, entre ellos el Conde de Plasencia, que le recom-
pensó con el cargo de alcaide del castillo de Monleón, E. COOPER, Castillos señoriales en el reino de
Castilla, p. 435.

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198 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

de tiempos estava en grandes contiendas y bandos, y entonzes estava partida


en dos parcialidades, la una siguía al Conde de Plasencia y la otra al Conde
de Alva, donde de cada día avía grandes debates y peleas por la poca justicia»,
según la crónica atribuida a Galíndez de Carvajal.73 A pesar de que la política
de los reyes desde 1475 fue reprimir con firmeza las luchas banderizas74, ya
que implicaban hechos violentos, normalmente de baja intensidad,75 no lo
consiguieron totalmente y no evitaron que los grandes se inmiscuyesen.
Desde 1465 a 1477 se observa que el componente de compromisos externos
se centró fundamentalmente en los Álvarez de Toledo. En efecto, la interven-
ción de los miembros de la Casa de Alba, una familia noble de ascenso fulgu-
rante en Castilla y concretamente en la región,76 debemos entenderla como la
de un actor político en principio externo al sistema concejil salmantino. Lo de-
cía el Memorial de Diversas Fazañas refiriéndose al afán del Conde de Alba de
controlar Salamanca: «Y el conde, como fuese tan vezino, vino allí con color de
los poner en pie, con intención de se apoderar de aquella ciudad, y después que
alli ovo estado algunos días mostrándose amigo de todos, habló con algunos di-
ziéndoles la merced que el rey le avía hecho, creyendo atraellos a su querer». La

73. Crónica de Enrique IV, atribuida a GALÍNDEZ DE CARVAJAL, ed. J. TORRES FONTES, Estudio sobre la
«Crónica de Enrique IV» del Dr. Galíndez de Carvajal, Murcia, 1946, cap. 62, p. 232. La misma idea
señala ALFONSO DE PALENCIA, Crónica de Enrique IV, ed. A. PAZ Y MELIA, Madrid, 1904-1409, reed. Ma-
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drid, BAE, 1973-1975, 3 vols., vol. I, década I, lib. VII, cap. VI, p. 164.
74. Sobre todo la reina Isabel trató de atajar ese tipo de violencias. La política regia de pacifica-
ción la marcaba en 1475 la pesquisa contra los alborotos que mandaron hacer los reyes, AGS, RGS,
3-2-1475, f. 148, ibid., 13-11-1475, fol. 759. Se prescribieron altas penas y destierros, si bien en medidas
posteriores fueron alzados estos destierros. Hubo en definitiva, entonces y en años posteriores, otras
intervenciones regias de tipo pacificador, AGS, RGS, 26-10-1475, f. 665; ibid., 21-10-1476, f. 675; ibid.,
3-10-1477, f. 37. La persecución regia contras los bandos salmantinos se mantiene en los años ochenta
y noventa: AGS, RGS, 26-4-1484, f. 11; ibid., 29-3-1491, f. 461; ibid., 6-3-1493, f. 120.
75. En general sobre las violencias banderizas me remito al trabajo «Violence between factions in
medieval Salamanca», passim. En particular, sobre los episodios del intenso período 1469-1493, ibid.,
pp. 160-162. Hay que señalar que hubo unas pocas muertes y sobre todo heridos y altercados callejeros,
esporádicos y trufados por unas más o menos ineficaces, parciales e incumplidas treguas. Un buen
ejemplo es lo acaecido en el siguiente caso: en marzo de 1478, según la querella del regidor Alonso
Maldonado contra sus agresores —Fernando de Varillas, Diego de Valdés— se decía que yendo el regi-
dor «por la dicha çibdad caualgante salvo e seguro (…) e estando los caualleros del vando de Sant Beni-
to de la dicha çibdat, sus parientes e él en tregua con los caualleros fijosdalgo del vando de Santo Tomé,
de cuya parentela e valía diz que con otros soys, syn le desafiar nin tomar aquella palabra e fe que se-
gund ley de fidalgos los caualleros deven fazer, diz que sobre fabla e consejo avido, diz que veniendo
amos a dos a cavallo armados, dando vos favor el uno al otro e el otro al otro, con otros omes, que
conbusco traýades, con yntençión e propósyto de lo ferir e matar, diz que recudiérades contra él e po-
niendo vuestro mal propósyto por obra echárades mano a las espadas e arremetiérades sobre él e le dié-
rades dos golpes e feridas, la una en el braço derecho de que le salió sangre, que por vosotros non quedó
que consumar e acabar el dicho delito, salvo porque Dios lo quiso guardar e de librar e por otras perso-
nas que se ende atravesaron e porquél se salvó lo mejor que pudo (…)», RGS, AGS, 26-6-1478, fol. 132.
76. Véase el cuadro cronológico sobre el ascenso de la Casa que presentamos en El sistema po-
lítico concejil. El ejemplo del señorío medieval de Alba de Tormes y su concejo de villa y tierra, Sala-
manca, Universidad, 1988, pp. 42-52.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 199

presencia del Conde de Alba se ajusta a un tipo de intervención que no se ba-


saba en la legalidad y legitimidad institucional. Este tipo de intervención la he-
mos denominado hace tiempo «injerencias bastardas de la nobleza en los
concejos»:77 miembros de la nobleza territorial que, sin autoridad legal para ello
al tratarse de ciudades de realengo, intervenían en ellas aprovechando su poder
fáctico, influencia política y redes de patronazgo y clientelismo. En el caso de
Salamanca, desde 1465 a 1477 fundamentalmente, don García Álvarez de Toledo
—conde y desde 1472 duque de Alba— aparece implicado en estas acciones: en
enero de 1470 los del bando de Santo Tomé se encomendaban al conde; hacia
1472 miembros de este bando se quejaban de que les menospreciaba apoyando
como regidor a alguien contrario a su parte; el 29 de diciembre de 1473 y princi-
pios del 1474 el duque era escogido por varios caballeros de Salamanca como
árbitro y garante de sus treguas; actuaciones como garante de treguas y actua-
ciones de pacificación en la ciudad en 1475 y 1477. No entro en todos sus deta-
lles ahora,78 pero sí importa destacar lo que representó esta influencia «externa»
en las actitudes de las élites caballerescas salmantinas: relación fundamental-
mente contractual de caballeros salmantinos con el duque; pago de acosta-
mientos; promesas a miembros de alguno de los bandos, a veces incumplidas;
designación de regidores sin respetar los compromisos con los bandos-linajes.
Llama la atención que fuera el conde quien consiguiera un regimiento para el
doctor Maldonado de Talavera hacia 1472,79 pese a que era una típica prerroga-
tiva de los linajes de regidores locales —y de hecho estos controlaban global-
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mente los relevos y cuotas de regidores entre ellos—, así como el hecho de que
en 1494, cuando quedó vacante otro regimiento en Salamanca, los reyes men-
cionaban la vacante —fallecimiento de Juan de Almaraz— y dejaban el nombre
en blanco, para, en una nota marginal poco visible al final del documento, es-
cribir: «Al duque de Alva: se hace la merçed para uno suyo».80 Es decir, el duque
de Alba en esa ocasión dispuso a su voluntad de la designación de un cargo tan
sensible y tan nuclear dentro del poder patricio local como el de regidor. Aun-
que sólo hiciera uso de esa prerrogativa de facto en contadas ocasiones, el he-
cho es representativo de la injerencia altonobiliar en el poder local.

77. J. Mª. MONSALVO, «La sociedad política en los concejos castellanos de la Meseta durante la
época del Regimiento medieval. La distribución social del poder», en Concejos y ciudades en la Edad
Media Hispánica, León-Ávila, 1990, pp. 359-413, pp. 392-393. El nombre se debe a las resonancias con
el feudalismo bastardo inglés y quiere evocar varias situaciones: cierta ilegitimidad institucional de la
intervención de los miembros de la alta nobleza, que sin ser cargos municipales intervenían en la ciu-
dad; el patronazgo que ejercían sobre una parte de las élites patricias locales; el uso del dinero de los
acostamientos que fidelizaba el clientelismo de los caballeros remunerados. Era un típico ejercicio de
la combinación de dinero, servicio y política que, a mi juicio, define el comportamiento de la alta
nobleza en el siglo XV, en este caso en su proyección sobre ciudades.
78. «En torno a la cultura contractual», cit., pp. 189-194. Las referencias documentales en Salamanca
en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA, docs. 53, 56, 57, 75, 88.
79. Véase infra.
80. RGS, AGS, 10-1-1494, f. 23.

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200 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

A mi juicio, la atracción espuria de la alta nobleza sobre los patricios aca-


rreó dos efectos sobresalientes en la sociedad política y las propias mentali-
dades caballerescas: el primero, haber activado las violencias banderizas y,
de hecho, hemos sostenido que las más virulentas entre ellas se remitían en
el fondo, más que a factores locales o de reparto de cargos, que normalmen-
te no hicieron correr la sangre, a las confederaciones, parcialidades y alian-
zas de los patricios locales con las facciones del reino;81 y segundo, que la
relación de clientelismo y patronazgo hacia un referente externo, como fue
sobre todo en Salamanca el duque de Alba, introdujo inestabilidad interna en
los propios alineamientos de la aristocracia urbana, los desarmó y los puso en
entredicho, siendo así un potente factor de desvertebración de los mismos.

6. ¿HACIA UNA DESNATURALIZACIÓN DE LOS BANDOS Y LINAJES? EL PAPEL DISOLVENTE DE


LAS CONCORDIAS Y DEL SISTEMA POLÍTICO

La injerencia altonobiliaria, e incluso el servicio al rey,82 fuente este últi-


mo, como es lógico, de lealtades no exclusivamente centradas en la vida lo-

81. Las crónicas de la época ofrecen los principales datos sobre la violencia que arrastró el intento
del Conde de Alba de controlar la ciudad de Salamanca y el pertinaz deseo de inmiscuirse en asuntos
locales, todo ello entre 1469 y 1477: ALONSO DE PALENCIA, Crónica de Enrique IV, ed. A. Paz y Melia,
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Madrid, 1904-1409, reed. Madrid, BAE, 1973-1975, 3 vols. vol. I, década I, lib. VII, cap. VI, p. 164, década
II, lib. II, cap. VI, p. 298, vol.II, década III, lib. II, cap. VIII, p.195; Crónica de Enrique IV, atribuida a
Galíndez de Carvajal, ed. J. TORRES FONTES, Estudio sobre la «Crónica de Enrique IV» del Dr. Galíndez de
Carvajal, Murcia, 1946, cap. 62, p. 232, cap. 117, pp. 271-272; Crónica anónima de Enrique IV de Casti-
lla, 1454-1474 (Crónica castellana), ed. M.ª P. SÁNCHEZ-PARRA, Madrid, 1991, I parte, cap. LXIIII, p. 156,
cap. LXVII, pp. 161-163, II parte, cap. XVII, p. 290; Crónicas de los reyes, Crónica del rey don Enrique
IV, atribuida a Enríquez del Castillo, BAE, t. 70, cap. LXXV, p. 145; DIEGO DE VALERA, Memorial de diver-
sas hazañas, Crónicas de los reyes de Castilla, Madrid, 1953, BAE, t. 70, p. 55. Aparte de las crónicas las
informaciones sobre la violencia en las décadas finales del siglo se documentan en el Archivo de la
Casa de Alba, el Archivo Catedralicio, el Archivo Municipal y el Archivo General de Simancas, funda-
mentalmente. Recojo estas referencias en «Violence between factions», pp. 160-162, n. 60 a 63 de ese
trabajo. Véase C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, cit. véase también Salamanca en la documenta-
ción medieval de la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA, docs. 53, 56, 57, 75, 88. En cuanto a los
motivos de las violencias, nuestra interpretación es que, aunque en la percepción de la época se arro-
pó todo como conflicto «de bandos», al discernir nosotros los móviles de unos y otros casos —vengan-
zas privadas, luchas por cargos, motivos patrimoniales, alianzas exteriores—, los últimos fueron los
que atrajeron las convulsiones más fuertes; de todos modos, a efectos de discurso, lo verdaderamente
importante es que todas las violencias, con raíces y causas muy diferentes, acabaron etiquetadas, ideo-
lógicamente unificadas, como luchas de bandos y así lo percibieron incluso las fuentes de la época, J.
M.ª MONSALVO, «Violence between factions», p. 165. En ese trabajo se hace un recorrido por las principa-
les violencias banderizas de la ciudad, sus distintos motivos y sus posibles explicaciones.
82. No olvidemos que entre la aristocracia salmantina había gentes vinculadas a la corte. El más
notable de la época de los Reyes Católicos fue Rodrigo Maldonado de Talavera, destacado miembro
del Consejo Real, a quien luego me refiero. Asimismo, Diego Arias Anaya fue corregidor en Vélez a
finales de los ochenta y Alonso Enríquez en Córdoba a finales del siglo. Y Francisco Maldonado,
gobernador de las islas Canarias en 1496. Otros fueron jueces de términos y tuvieron, en definitiva,
contacto con la corte. Hubo en el siglo XV varios miembros de las familias Paz, Varillas y Acevedo

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 201

cal, no fueron los únicos elementos disolventes de los alineamientos de lina-


jes y bandos urbanos. Pese a que la polaridad entre San Martín —llamado
también Santo Tomé— y San Benito se mantuvo siglos y además como unas
entidades estables y reconocidas en la topografía urbana,83 es decir, al mar-
gen de los compromisos como facciones urbanas, en la medida en que tam-
bién eran esto último, hay que destacar que su identidad se vio cuestionada
por otros fenómenos organizativos que, a mi juicio y paradójicamente, pare-
cían anidar en su propio seno. Me refiero a las treguas y concordias, en este
caso no de reparto de poder entre «linajes» y regidores, como las citadas me-
didas de 1390 y 1493, sino las genuinas treguas y concordias de pacificación
de los «bandos», entendidos estrictamente aquí en el sentido de lucha, agita-
ción, «ruido», «alboroto», «contienda», «pelea», «bando» —en léxico de la época,
linaje era la adscripción legal y bando, el conflicto—, «enemistad», entre
otras maneras de denominar al conflicto abierto, que como ya indicábamos
fueron endémicas en la Salamanca del siglo XV.84 Las treguas parciales de
1473, 1474,85 147786 y, sobre todo, la concordia o Ajustamiento de 1476,87 mues-
tran el compromiso de «autopacificación» que adoptaron los caballeros para
disipar las disputas.
Es cierto que en aquellos años determinadas familias solieron estar alinea-
das con un bando-linaje concreto. De modo que en el último tercio del si-
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que fueron letrados destacados de la corte y consejeros regios. Por no hablar de varios miembros del
patriciado que fueron procuradores de Cortes. Pero incluso unos y otros recibían dinero o acosta-
mientos militares por parte del rey. Villar y Macías publicó un repartimiento militar de 1483 en que el
rey pagaba unas ciertas cantidades a 25 caballeros salmantinos, entre ellos varios regidores, para
aportar a la guerra con hombres de armas y jinetes. A razón de 3.000 mrs. la lanza gineta, las cifras
del acostamiento oscilan para caballero entre los 6.000 por dos lanzas y los 24.000 mrs. por 8. Véase
M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, V, pp. 123-124.
83. Y en ese sentido funcionarían como una estructura pública de base parroquial, municipal,
administrativa y totalmente convencional, funcional incluso para fijar tasaciones y otros asuntos que
no tenían que ver con la vida caballeresca. Entre otros, documentos de 1524 y 1545 (AMS, R/ 2194;
AHP, Prot. Notariales 3152, fols. 170-173) revelan que incluso la división en dos mitades de las parro-
quias de la ciudad servía entonces como base para los distritos electorales y de otro tipo a los pro-
pios pecheros específicamente. Por tanto, la polaridad Santo Tomé/San Benito no tendría sólo un
significado banderizo, de conflicto entre caballeros, sino que sería una institución administrativa mu-
nicipal. Lo comentamos en «La sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros», cit., en
Historia de Salamanca, pp. 464-467.
84. No sólo las crónicas sino hasta las propias Cortes de Castilla se refirieron a los bandos de
Salamanca (Cortes de Toledo de 1462, pet. n.º 8, Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, ed.
RAH, Madrid, 1881-1903, vol. III, pp. 707-708). Véase supra, notas 69 a 75 y 81, sobre las violencias
en el siglo XV.
85. Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA,
docs. 72, 73, de 29 de diciembre 1473 y 14 enero de 1474 —no se hace explícito el año de este docu-
mento—, o bien 1474 y 1475, según interpretemos la datación del primero de estos documentos: 29 de
diciembre «año [del nacimiento] de setenta e quatro»; me inclino por datarlo en 1473.
86. Ibid., doc. 88.
87. Ajustamiento de Paz, cit. Historia de Salamanca, lib. V, ap. doc. XIV, pp.147-151.

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202 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

glo XV puede sostenerse cierta afección de las familias principales a un deter-


minado bando en liza: aunque había elementos discordantes, podría decirse
que a los Anaya, Acevedo, Godínez, Maldonado o Paz solemos encontrarlos
en el bando de San Benito, mientras que a los Monroy, Portocarrero, Almaraz,
Solís, Tejeda, Valdés, Villafuerte-Varillas y Vázquez Coronado los podemos
asociar a las partes de San Martín o Santo Tomé.88 Habría que tener en cuenta
que la pertenencia a un bando podría referirse a alineamientos topográficos,
según lugar de residencia y parroquia. Pero, como decimos, bando era tam-
bién alianza, compromiso voluntario e implicación en los conflictos. Son estas
banderías las que interesan aquí, las que lideraron a lo largo del XV los Anaya,
Acevedo o Maldonado en San Benito y los Solís, Tejeda o Villafuerte en Santo
Tomé. Pues bien, hay que señalar que los compromisos adquiridos por los
caballeros y sus hombres con sus linajes tuvieron cierta consistencia aún, al
menos antes de finales del XV y principios del siguiente, cuando cambiaron
las familias hegemónicas. La identificación de las facciones con determinadas
ubicaciones topográficas era posible, aun tratándose de realidades diferencia-
das, ya que la residencia de los caballeros en ciertas áreas de la ciudad com-
prometía de algún modo la identidad de éstas. Existía en las familias aristocrá-
ticas una conciencia clara de pertenencia y afección hacia estas estructuras
topográficas y familiares urbanas, que se respetaba y se heredaba.89
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88. Una referencia es el Triunfo Raimundino, poema de tipo heráldico escrito en la primera
década del siglo XVI (M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, cit., V, apéndice XIX, pp. 165-180;
hay una edición reciente de A. Barrios, Salamanca, Caja de Ahorros, 2005). Ofrece una o varias estro-
fas sobre las armas de cada apellido. Serían de San Benito: Fonseca, Acevedo, Maldonado, Enríquez,
Anaya, Cerda, Arias, Guzmán, Nieto, Figueroa, Pereira, Bonal, Dávila, Arias Maldonado, Estúñiga,
Cabeza de Vaca, Palomeque, Godínez, Maldonado de Monleón, Paz, Sotomayor, Porras, Fontiveros,
Tejeda —sólo alguna rama minoritaria—, Yáñez de Ovalle, Suárez, Mejías, Osorio, González y «Casa
de Alba», que incluye en la relación. Y en el bando de Santo Tomé: Guzmán —otra rama—, Manri-
que, Lara, Villafuerte, Rodríguez, Miranda, Fonseca —sólo una rama familiar—, Ferrera, Araúzo, Solís
—varias ramas—, Ordóñez, Tejeda —alguna rama de este apellido—, Villafuerte, Monroy, Aldana,
Díaz, Viedma, Ovalle, Urrea, Rodríguez, Manzano, Maldonado —aunque sólo una rama menor—, Paz
—alguna rama—, Corvelle, Luna y Cornejo. Otra referencia podría ser la de tomar los datos de los
implicados en los conflictos documentados. Así, C. I. LÓPEZ BENITO observó la presencia de apellidos
familiares en las tensiones acaecidas entre 1476 y 1507, aunque en realidad las noticias a veces eran
muy escuetas y aleatorias. En todo caso, observó que fueron 72 individuos los participantes, en los
que era imposible trazar cuadros genealógicos o lazos de parentesco. La autora recurría al apellido,
en la medida en que a esas alturas era una buena referencia, aunque realmente los criterios son im-
precisos y los actos evaluados eran heterogéneos. En cualquier caso, de los 72 individuos, el apellido
Maldonado era el que más aparecía, con 19 miembros. Hubo, además, 9 Monroy, 8 Enríquez, 6 Cor-
nejo, 5 Nieto, 8 Paz, 7 Solís, 5 Tejeda, 4 Villafuerte, 5 Anaya-Pereira o 6 Acevedo, apellido éste cuya
influencia crecerá a principios del XVI porque a esa familia pertenecieron los Fonseca, que tuvieron
el arzobispado de Santiago, C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, pp. 103-114, 169.
89. Cito para marcar esta idea dos ejemplos significativos, que menciona Villar y Macías, y que
sirven para ilustrar cómo se realimentaba en las decisiones privadas y familiares la solidaridad de
bando y linaje. Aldonza Rodríguez de Ledesma, viuda del doctor Arias Maldonado, en 1474 hacía
testamento y, al designar beneficiarios de algunos bienes, señalaba que sería con la condición si-
guiente: «viviendo a San Benito, y ayudando al linage de los Maldonado». En el otro caso encontra-

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 203

Pues bien, entre los recursos que todavía en el último tercio del siglo XV se
establecían como instrumento de pacificación de los bandos, todavía se pro-
ponía la solución de la tregua o concordia pactada entre los dos linajes.90 El
alcance variaba, tanto por los implicados —pequeños grupos o segmentos
amplios de los bandos— como por la ambición del pacto, desde un simple
compromiso ad hoc y particular hasta el sobreseimiento del conflicto que im-
plicaba una tregua de gran calado en la ciudad o, en los casos más ambicio-
sos, la gran Concordia o pacificación general. Esta última, en realidad, nunca
se consumó en la práctica. La de 1476 nacía de una voluntad explícita de
acuerdo entre ambas partes: «Lo que esta asentado e otorgado y prometido en-
tre los cavalleros e escuderos y otras personas de los vandos de sant Benito e
santó Thome de la çibdad de Salamanca, que aqui firmamos nuestros
nonbres».91 Todo formaba parte de un deseo, de una ficción asumida según la
cual las mismas fuerzas que provocaban el conflicto se avendrían para solucio-
narlo, en exclusiva, o con ayuda de arbitrajes externos o mediante la implica-
ción de la autoridad pública. Tales instrumentos existieron, pese a que las so-
lidaridades de linaje banderizo no se extinguieron de pronto. Pero hay que
subrayar al mismo tiempo que no todo lo que provocó conflicto, y aunque así
fuera percibido incluso en su época, era en realidad alineamiento de los caba-

mos a Diego López de Tejeda, dueño de Santa Olalla y Ribas, que en una cláusula sucesoria entre
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descendientes, dejaba parte de los bienes al pariente varón más cercano, «que se llame del apellido de
los Tejedas, e que sea de Sancto Tomé desta cibdad de Salamanca por quanto es mi voluntad e quiero
e mando esta mejoría de los dichos mis bienes no la pueda haber ni heredar hombre de Sanct Benito».
Ref. en M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, V, pp. 48-49. Imaginemos el efecto durante gene-
raciones de decenas y decenas de voluntades y decisiones de este tipo, tomadas en el seno de las
familias, en la consolidación y arraigo de los linajes o bandos en la ciudad.
90. Pero en realidad el recurso nacía ya con una inevitable tara de insuficiencia como instrumen-
to eficaz o suficiente de pacificación. Como garantía de la tregua de finales de 1473 o 1474 se señalaba
«que todas las otras cosas de diferençias, de daños, e debates e otras cosas que son entre los dichos
cavalleros e bandos, que los vean dos cavalleros, uno de cada linaje, e los determinen». Pero, inmedia-
tamente a continuación, «E, sy éstos dos non se conçertaren, que tomen por terçero al dicho señor du-
que o a otro qual se conçertaren. E para lo que por los dichos cavalleros, con el terçero o syn él, fuere
visto e sentençiado quede, que sea executor el dicho señor duque de Alva», Salamanca en la documen-
tación medieval de la Casa de Alba, doc. 72. Es decir, se recurría en última instancia al gran noble
externo, el poderoso duque de Alba; en sus manos quedaba la última palabra, como lo demuestra la
renovación de la confianza en él para hacer la pesquisa, ibid, doc. 73 (véase el apartado anterior).
Pero es que cuando el rey encargaba en 1475 a Rodrigo de Ulloa perseguir los alborotos banderizos,
el compromiso de los caballeros de los linajes consistió en ayudarle, por más que se aseguraran no
atacar a los suyos: «Que los dichos cavalleros, e escuderos e personas del dicho vando de Santo Tomé,
los que buenamente lo podrán fazer con sus personas, e todos con su gente a cavallo, armados, ayan
de yr e vayan a ayudar e de fecho ayuden al dicho Rodrigo de Ulloa en qualesquier sus debates e quis-
tiones que tiene o toviere, con tanto que non sea contra persona alguna de los del dicho linage e
vando nin contra sus señores, o parientes o de su parentería», compromiso de colaboración que se
haría extensivo al otro bando: «Esto se entienda ser fecho con los cavalleros e personas del linage de
San Benito que estovieren en conformidad e amistad con los cavalleros e personas del dicho vando de
Santo Tomé», ibid., doc. 75.
91. Ajustamiento de Paz, cit.

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204 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

lleros con estas facciones partidistas, como ya hemos indicado en otras ocasio-
nes. No quiero ahora insistir en el hecho del fracaso relativo que supusieron
las treguas, entre otras razones porque no se implicaron en ellas más que unos
pocos caballeros, como lo demuestra el hecho de que la misma concordia de
1476, considerada la más importante y general, la firmaran menos de 20 caba-
lleros, pero con predominio de San Benito,92 mientras que la tregua de enero
de 1477 iba rubricada también por muy exigua proporción de caballeros.93
Pero es que además muchos conflictos, pese a las apariencias, no eran
realmente banderizos sino que tenían otras causas: podría decirse esto de la
venganza de María la Brava hacia 146494 o del asesinato en 1484 del caballero
Pedro de Miranda por su pariente Diego de Villafuerte;95 o bien habían surgi-
do por conflictos patrimoniales particulares;96 o se daban porque los indivi-
duos habían tenido enfrentamientos personales o por lealtades que no se
ceñían a su bando-linaje, como el enfrentamiento que se dio hacia 1478 entre
Diego de Anaya y Alfonso de Almaraz;97 o, en general, porque los acuerdos

92. 30-IX-1476, Ajustamiento de Paz entre los caualleros de los bandos de San Benito y Santo Thomé, cit.
Parece ser, a tenor del documento conservado —otra cosa es que no se haya conservado el ejemplar fi-
nal— que no se recogieron más que estas firmas: Melén Suárez de Solís por parte de Santo Tomé, repre-
sentación de la parte verdaderamente exigua, máxime porque se decía que «en todos nuestros capítulos
non puedan ser acogidos para firmar en ellos Alfonso de Solís y Alfonso de Almaraz y a sus fijos dellos»; y por
San Benito firmaron un tal Acevedo, Íñigo López de Anaya, Gómez de Anaya, Rodrigo Arias Maldonado,
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el doctor Martín Dávila, Alfonso Enríquez, dos llamados Alonso Maldonado, Francisco Maldonado, Payo
Maldonado, Pedro de Acevedo, dos individuos llamados Pedro Maldonado, Rodrigo Maldonado, Antón de
Paz y Luis de Paz; hay otros nueve más sin adscripción conocida, Arnaldo, deán Álvaro de Paz, Juan Díez,
Fernando Nieto, el arcediano de Camaces, Diego de Madrigal, García de Ledesma, Juan Nieto, Pedro Ro-
dríguez. Aparecían, además de los firmantes y como juezes nombrados para allegar las firmas, Fernando
de Hontiveros y Pedro de Acevedo, se supone que por Santo Tomé y San Benito respectivamente.
93. El acuerdo se hacía entre «Los cavalleros, e escuderos e otras personas del linaje e vando de
Santo Tomé e Sant Benito de la çibdad de Salamanca, que están en una conformidad e parentela»,
pero no sabemos su alcance concreto ya que la tregua concreta mencionada lo era sólo expresamen-
te entre Alfonso Maldonado y Gonzalo Vázquez Coronado y entre Alfonso Maldonado y Pedro Suá-
rez de Solís, Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, cit., doc. 88.
94. El cronista Alonso Maldonado, que a principios del siglo XVI narró la venganza de María
Monroy, esposa de Enrique Enríquez, por la muerte de sus hijos a manos de los Manzano, no ligaba
el hecho con las luchas de bandos, A. MALDONADO, «Hechos de don Alonso de Monroy, Clavero y Maes-
tre de la Orden de Alcántara», Memorial Histórico Español, Madrid, RAH, 1853, VI, pp. 1-110, pp. 17-19.
95. AGS, RGS, 15-3-1485, fol. 114.
96. Así revelan los implicados en las treguas parciales de 1473 y 1474 —las fechas podrían ser 1474
y1475, dependiendo de la interpretación sobre la datación, véase supra— acordadas por unos pocos
caballeros: Juan Pereira, Pedro y Rodrigo Nieto, por un lado, Gómez de Anaya, Alfonso Enríquez,
Alonso Maldonado, Íñigo de Anaya, Fernando Nieto, por otro lado, enfrentados por conflictos priva-
dos entre ellos, de origen no conocido. Se pusieron en juego 500.000 mrs. en prenda sobre sus bie-
nes como garantía de la tregua, Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds.
A. VACA y J. A. BONILLA, docs. 72 y 73. En realidad, la documentación sobre estos litigios privados y
patrimoniales es amplísima. Mucha de la información sobre lugares (véase anexo adjunto) y hereda-
mientos nacía por litigios y pleitos entre caballeros y rara vez tenía relación con las luchas de ban-
dos, aunque éstos estuviesen adscritos.
97. Era una disputa por los derechos sobre el marco de plata, una contribución o multa urbana

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 205

de pacificación, como la propia conciencia de pertenencia y lealtad, lo eran


en el seno del linaje familiar y no sólo del bando-linaje98 y además porque se
dieron en contextos contingentes y que cambiaban.99
De modo que el fenómeno llamado banderizo era en realidad poliédrico
y de complejas derivaciones. Pero, aparte de esto, como propuesta más hipo-
tética podemos entender que las concordias, y así creo que lo sugiere la de
1476, la más ambiciosa, llevaban consigo seguramente de forma no intencio-
nal el germen de la propia desnaturalización y hasta destrucción de los ban-
dos. En efecto, las concordias establecían una jerarquía de compromisos en
los que el acuerdo escrito, privado y personal de los caballeros desplazaba,
ponía en suspensión, acorralaba, las propias disciplinas de los bandos-lina-
jes, los linajes. Esto llevaba a que la firma del acuerdo comprometía al indi-
viduo por encima de la toma de partido del bando-linaje. No hasta el punto
de plantear de una manera absoluta y drástica la abolición de estas organiza-
ciones colectivas —las cuales además tenían otras funcionalidades en la ciu-
dad—, pero sí lo suficientemente sustantiva para permitirnos interpretar que
las concordias voluntarias, al convertir en algo personal un pacto de paz,
actuaban como un potente disolvente tendencial de los linajes, al menos en-
tendidos éstos como facciones —«bandos»— y como patrón de actuación
único para los caballeros patricios. La Concordia de 1476, y muy específica-
mente el estatuto de los neutrales que preveía, lo ponen de manifiesto.100
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sobre barraganía que había en la ciudad. Primero Juan Pereira y luego su hijo Diego de Anaya, de
San Benito, ocuparon el cargo y los de Santo Tomé arremetieron contra ellos acusándoles de que
orientaban su acción recaudatoria y fiscalizadora contra los miembros de Santo Tomé. Diego de Ana-
ya, defendiéndose de las diatribas de Alfonso de Almaraz, venía a decir que, además de ser rivales
banderizos, lo eran —subrayemos esto— de persona a persona: «(…) como enemigo capital mío e de
mis parientes, no solamente de bando a bando como se acostunbrava hacer en la dicha çibdad, mas
de su persona e casa a la persona e casa de mi padre han tenido e tienen grandes enemistades», AGS,
CCA-Pueblos (Salamanca), leg. 16, fols. 11v-13v, cit. C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, p. 73.
98. Si observamos bien lo que señalan las cláusulas sucesorias mencionadas (véase supra, nota
89) comprobamos cómo se reparte la fidelidad o lealtad: en el primer caso se decía que el compro-
miso era con los Maldonado, que vivían en San Benito. Indirectamente estaba el «linaje» de San Be-
nito, pero en primera instancia lo que importaba era el apellido Maldonado; y en el caso de Tejeda,
están claras las dos capas superpuestas de lealtad: a los Tejeda como apellido de linaje —pongámos-
lo sin cursiva— y, a escala mayor, a Santo Tomé como «linaje». Véase igualmente nota anterior.
99. De hecho, volvió a haber luchas de bandos en 1507 y con otros protagonistas, véase C. I.
LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios, cit. Cuestiono que todas las luchas que se documentan se puedan
interpretar estrictamente como «banderizas» en J. M.ª MONSALVO, «Violence between factions in Medie-
val Salamanca», pp. 156-164.
100. Lo explicamos en el trabajo «La cultura contractual», pp. 200-201. Linaje y Concordia acaban
así siendo elementos contrapuestos. El fragmento de la Concordia permite verlo: «Item, si algunos
parientes, así de una parte conmo de otra quisieren estar neutrales non ayudando a ninguna de las
partes, que non les ayudemos nin seamos contrarios, aunque ayan questión con alguno de nosotros,
en esta manera: que si alguno de los neutrales fuere de Santo Thomé e touiere questión con el de Sant
Benito que aquí tiene firmado, non sean obligados ayudar al de Sant Benito los de Santo Thomé que
aquí tienen firmado, salvo si el neutral se ayudare de alguno que aquí no tiene firmado, que en este

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206 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Pero ¿cuál sería la causa de fondo de esta desnaturalización que, a nuestro


juicio, se percibía ya a finales del siglo XV? Quiero apuntar tan sólo de modo
sintético el cuadro general de principios políticos que nutrían el sistema con-
cejil, ya propuesto hace tiempo, para explicar este fenómeno. Dejemos al
margen los valores compartidos por todos los poderes. La cuestión clave es
que, lejos de ser un vector uniforme en el sistema político, las élites patricias
se hallaban bajo la influencia de varios principios que sostenían su acción. Y
que además no necesariamente eran complementarios. La disciplina de los
bandos-linajes, a los que pertenecían o que lideraban, la que les había servi-
do y servía para acumular poder en forma de hombres leales y alborotos
rentables en presencia y prestigio, era tan sólo uno de esos principios, im-
portante desde luego. Pero tan potentes o más podían ser también otros re-
sortes capaces de impulsar la acción de los patricios: dejando aparte el linaje,
debe tenerse en cuenta el clientelismo o vasallaje externos hacia la alta no-
bleza, por ejemplo, como se ha dicho, o entre ellos. Y también hay que tener
en cuenta otro principio que en otras partes fue importante —pero menos en
Castilla—, el poder empresarial o económico de los patricios a través de los
gremios —este principio es poco potente y bastante espurio en las ciudades
de la Meseta castellana—. Y finalmente, hay que valorar la conciencia de
pertenecer al estamento privilegiado, por una parte, pero específicamente al
sector más conspicuo de los principales, como veíamos al principio, un valor
de tipo estamental-elitista y privado.101 Son, por consiguiente, varias posibili-
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dades y vías de toma de conciencia, de recursos políticos y de compromisos


de los más poderosos con valores diferentes. Diferentes y contrapuestos.
A menudo, todos o parte de los principios que sostenían a la aristocracia
colisionaban. Los más poderosos personajes salmantinos se movieron a ve-
ces buscando satisfacer sus intereses como patricios ricos, colocar a sus pa-
rientes u obtener beneficios individuales. Y esa búsqueda del interés como
minoría distinguida y rica, o simplemente como interés privado, no era con-

caso los de un vando et del otro que aquí tenemos firmado seamos contra él; e asimismo, si alguno o
algunos de los neutrales de Sant Benito oviere questión con el de Santo Thomé que aquí tienen firma-
do, non sean obligados de ayudar al de Santo Thomé los de Sant Benito que aquí tienen firmado,
salvo sy el neutral se ayudare de alguno de los que aquí non tienen firmado, que en este caso los de
un vando e del otro que aquí tenemos firmado seamos contra él. Enpero, si el de Santo Thomé que
aquí tiene firmado, peleare con el de Santo Thomé neutral, que los de Sant Benito que aquí tienen
firmado sean obligados de le ayudar contra el neutral de su linaje. E si el de Sant Benito que aquí
tiene firmado, peleare con el de Sant Benito neutral, que los de Santo Thomé que aquí tienen firmado
sean obligados de le ayudar contra el neutral de su linaje».
101. Como individuos, como estamento de privilegiados o como segmento conspicuo de este
último. En este sentido, la lucha de la fracción más modesta de los caballeros, escuderos e hidalgos
por rozar algo de poder municipal, que hemos analizado antes, se ajustaba también al principio de
disciplina como estamento, no como bando-linaje, véase supra. Lógicamente, en el caso de los caba-
lleros más poderosos, aparte de la pertenencia al segmento más alto del estamento, les condicionaba
el potencial privado y de su familia directa.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 207
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208 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
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vergente con las reglas y las dependencias linajísticas o banderizas. Estas úl-
timas se basaban en un esquema constituido por enjambres de pirámides
disciplinadas verticalmente de arriba hacia abajo por vínculos de lealtades. El
principio de élite privada era, por el contrario, un estrato horizontal pero de
impronta oligárquica. El dibujo de la simple pertenencia al estamento era
también horizontal, pero no oligárquico. Había, por así decir, una profunda
asimetría geométrica entre unos y otros principios. Los más poderosos com-
prendieron que contaban con suficiente riqueza privada en la ciudad para
tener clientelas personales ajenas a los bandos, con apoyos de influencias
exteriores, con sus propias fortunas y sus casas para pensar sólo en ellos
mismos. Las colectividades formales a las que estaban adscritos, es decir, los
linajes estamentales y los compromisos banderizos, podían ser un estorbo.
Una buena evidencia de ello eran las renuncias de regidurías y otros car-
gos en hijos, yernos o sobrinos: aunque la adscripción a los linajes no se que-
braba, en la práctica los relevos obedecían a impulsos particulares, de la per-
sona y la familia del regidor, no del linaje. No es preciso insistir demasiado en

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 209

esta práctica,102 pues es conocida en todas partes. Podríamos señalar además


otras muchas evidencias de estas conductas personalistas que resultaban con-
tradictorias con los alineamientos banderizos. Cuando en las treguas parciales
de 1473-1474 firmaron varios caballeros,103 todo indica que el compromiso era
únicamente el de los firmantes, ajeno al linaje o bando-linaje, era a título per-
sonal, «cada uno por lo que fiziere él e los suyos, e non de mancomún», llegan-
do Alfonso Maldonado, uno de los benitinos firmantes, a afirmar, que, si bien
avalaba con sus bienes el acuerdo, «la obligaçión que fazía de sus bienes que se
entendiese quebrando él los dichos capítulos o persona de su casa».
«De su casa», no del linaje. En el fondo era el mismo espíritu del famoso
Ajustamiento de 1476, que, aunque presentado como gran «Concordia entre
los Bandos» de la ciudad, en realidad comprometía «a todos los que aquí fir-
man o han de firmar sus nonbres cada vno por sí», lo que introducía una
grieta en la línea de flotación de la lealtad al bando-linaje.104
También es un buen ejemplo de estos nuevos desajustes la propia trayec-
toria de Rodrigo Maldonado de Talavera, un personaje que en pocas décadas
descolló en el patriciado salmantino, actuó en el bando de San Benito, pero
logró éxitos personales gracias al apoyo del duque de Alba y de la corona,105
incluyendo su entrada en el Estudio Salmantino como catedrático hacia 1468
—parece que el bando de Santo Tomé consintió en ello— y siendo benefi-
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102. Sí destacar el reconocimiento que los reyes tuvieron de la misma. Véase, por ejemplo, la
aceptación por los Reyes Católicos no ya de la renuncia sino de la facultad para hacerlo que los
monarcas otorgaban en 1475 al doctor Rodrigo Maldonado de Talavera para dejar a su voluntad su
regimiento con total disponibilidad, renuncia que se efectuaba años después en favor de su hijo
Gonzalo Maldonado, AGS, RGS, 15-11-1475, fol. 682; AGS, RGS, 10-5-1490, fol. 41; o la renuncia en 1486
del regidor Francisco de Villafuerte en su sobrino Juan de Tejeda, AGS, RGS, 6-5-1486, fol. 8, entre
otros casos.
103. Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA,
docs. 72 y 73. Véase nota 96.
104. Véase supra, nota 100.
105. Rodrigo Maldonado de Talavera, que comenzó su carrera fuera de Salamanca, en el séquito
del obispo de Sevilla Alonso de Fonseca, tras ser primero alfonsino y luego enriquista, se vinculó
hacia 1467-1468 al duque de Alba, lo que le facilitó ser oidor del Consejo Real (AGS, RGS, 8-1-1475, fol.
49), así como alcalde de casa y corte, S. DE DIOS, El Consejo Real de Castilla (1385-1522), Madrid, 1982,
pp. 261, 305-307, 310. Desde entonces estuvo muy unido a la capital del Tormes. Pero se convirtió
además en uno de los cortesanos más influyentes. En 1476 recibía 10.600 mrs. de juro de heredad en
la renta del vino de Salamanca, AGS, RGS, 31-3-1476, fol. 118. Evidentemente, este tipo de rentas y fa-
vores sólo estaban al alcance de miembros de la oligarquía con conexiones en el exterior, y de hecho
acabó siendo beneficiario de numerosas rentas regias, que podían ascender hacia 1480 a unos 350.000
mrs. anuales, AGS, CCA, DIV, Leg. 5, fol. 116. Véase al respecto M. SANTOS BURGALETA, «Extensiones de
poder: una propuesta de análisis en torno a la articulación de los espacios de poder. La valía del
doctor de Talavera en Salamanca (1475-1521)», en J. BRAVO LOZANO (ed.), Espacios de poder: cortes, ciu-
dades y villas (siglos XVI-XVIII), Madrid, 2002, II, pp. 73-92; id., «Conchas adentro. Política, familia y
patrimonio en casa del doctor Rodrigo Maldonado de Talavera (1468-1542)». Salamanca, Revista Pro-
vincial de Estudios, 50, 2003, pp. 13-50.

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210 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

ciario de jugosas rentas,106 mostrando así que las posibilidades de éxito de los
grandes patricios no sólo no tenían que pasar por la organización de los li-
najes locales, sino que para los más ricos éstos podían ser algo perfectamen-
te prescindible. Tanto es así —siguiendo con este personaje— que el duque
de Alba quiso en 1472 que el citado Rodrigo Maldonado de Talavera, pese a
estar vinculado al bando de San Benito, obtuviera el puesto de regidor, aun-
que existía un compromiso y una vacante previa que correspondía al bando
de Santo Tomé. Este tipo de repartos y equilibrios entre bandos era una pau-
ta de reparto de poder sobre la que existía el consenso municipal normal-
mente, pero que en este caso ni el doctor ni su mentor quisieron respetar.
Los de Santo Tomé protestaron, probablemente tanto por el hecho de que el
regimiento les correspondía ponerlo a ellos como por pertenecer el benefi-
ciario al bando contrario, según los típicos cupos entre linajes: «en este caso
deste rregimiento paresçe que plaze a vuestra señoría quererlo quitar a dos
prinçipales parientes nuestros e lo fazer menos a nuestro linaje e bando para
lo dar e acreçentar al bando contrario e al doctor de Talavera, que es persona
prinçipal de él, deziendo que tyene vuestra merçed de él grandes cargos».107 Es
sin duda otro buen ejemplo de la fragilidad estructural a que quedaban so-
metidos los bandos-linajes cuando los intereses privados, familiares u oligár-
quicos, amén del patronazgo exterior, conseguían imponer su específico po-
tencial en el entramado de poder urbano. Ahí estaba Rodrigo Maldonado de
Talavera, persona principal del bando de San Benito, pero por encima de
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eso protegido del duque de Alba, miembro del Consejo Real, activo hombre
de la corte, regidor y catedrático, pendiendo con sus enormes influencias
sobre los equilibrios tradicionales de los bandos y las fuerzas vivas locales.
Es más, la rivalidad entre el doctor de Talavera y el arzobispo Fonseca en
la ciudad poco después de 1500, cuando se convirtió ya en la fuente de ten-
sión primordial, es en realidad buena prueba de que las lealtades y discipli-
nas de los linajes no determinaban mecánicamente los alineamientos patri-
cios. El potencial particular de ambos personajes les permitió a cada uno

106. Véase nota anterior. Una carta anterior a 1472 dirigida al Conde de Alba —ese año fue hecho
ya duque— muestra cómo los del bando de Santo Tomé habían ayudado a Talavera, porque así se lo
pidió el de Alba, a entrar en la Universidad, al tiempo que el conde también le había ayudado a
obtener otros ingresos. Habría ocurrido hacia 1468: «(…) ca non ha mucho tienpo que al dicho doctor,
por mandado de vuestra merçed, que nos lo mucho rrogó e mandó, nosotros fuemos cabsa e fezimos
que él oviese e ovo la cátreda de Bísperas, que él tyene en este Estudio. E demás della, ovo e le fueron
dados por cabsa de nosotros más de setenta mill maravedís en dineros de otra cátreda de Prima, que
entonçes avía vacado. E alliende desto, ha rresçebido de vuestra señoría otras muchas merçedes de
maravedís de juro e otras cosas, tanto que de la dicha cátreda e juro que vuestra merçed le dio, tyene
cada año de rrenta en esta çibdad más de çient mill maravedís», pero luego «que oy ha quatro años
él non morava en Salamanca», Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds. A.
VACA y J. A. BONILLA, cit., doc. 57. Véase nota siguiente.
107. Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba, eds. A. VACA y J. A. BONILLA,
docs. 56 y 57.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 211

generar una potente pero nueva «valía». El término valía a lo largo del si-
glo XV había venido siendo sinónimo de «bando», de modo que «parentela y
valía» podían significar lo mismo.108 Pero con el tiempo se había convertido en
alineamiento nuevo. Interesa destacar que las nuevas influencias y valías
rompían ya al final del reinado de Isabel el tradicional enfrentamiento San
Benito/San Martín. O se solapaban a él, para ser más exactos, ya que tanto el
doctor Maldonado de Talavera como Alonso de Fonseca Acevedo tenían am-
bos raíces en San Benito, pese a lo cual no se sometían a la disciplina de este
bando.109 Al final, sus potentes valías, al superponerse al patriciado local y
desplazar las antiguas solidaridades de linaje, conseguían reestructurar las
pirámides de encomendación, clientelismo y patronazgo: hacia abajo, vampi-
rizando caballeros aliados, a menudo al margen de los bandos tradicionales,110
aunque contando con ellos y sus fuerzas de choque, ya que seguían existien-
do; hacia arriba, gracias a la relación con la alta nobleza o las altas esferas de
la monarquía, como en el caso del doctor Talavera y el Consejo Real.
Esos intereses particulares y directamente familiares, pero no ya de ban-
do-linaje, debemos entenderlos como uno de los principios estructurante del
sistema concejil,111 es decir, uno de esos componentes que lo alimentaban y
que sostenían la acción social. Por eso mismo hemos visto comprometida en
la Concordia de 1476 la lealtad a los viejos linajes, por eso las treguas priva-
das y sesgadas de unos pocos a título personal, y por eso también las trayec-
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108. Véase supra, nota 75 donde se comprueba cómo en una querella por agresión se cita en 1478
valía y parentela como sinónimo de bando.
109. El potencial desestabilizador de estas grandes influencias privadas sobre los bandos tradicio-
nales llegaba al punto de que, en los conflictos que se dieron en Salamanca en 1507, los alineamien-
tos de San Benito y San Martín no habían desaparecido, pero en realidad el peso de las tensiones lo
llevaron personajes que lideraban facciones de nueva configuración. Son, como decimos, por un
lado, la de Alonso de Fonseca y Acevedo, arzobispo de Santiago desde 1460 a 1507, que mediante
influencias familiares —los Acevedo, o Anaya-Acevedo, con miembros en el Regimiento, pero tam-
bién aliándose con Solís y Paz, así como varios Anaya-Pereira—, así como el apoyo de varios Maldo-
nado y de otros, se había hecho fuerte formando una facción del patriciado y condicionaría la vida
de la ciudad en aquellas décadas; y por otro lado, liderando la otra gran facción, la valía del citado
doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, del Consejo Real y gran cortesano, que lideraba la otra parte
y que logró allegarse varios destacados miembros del patriciado, incluso entre antiguos rivales, entre
ellos Enríquez o Tejeda, Gómez Enríquez, Juan Mejía, el clavero Francisco de Sotomayor o fray Alon-
so Monroy, comendador de La Magdalena. La ruptura con el pasado lo demuestra el hecho de que
varios caballeros apellidados Maldonado, antes generalmente adscritos a San Benito, se hallaban
ahora en las dos facciones —varios hermanos Maldonado apoyaban a Fonseca, por ejemplo—, aje-
nos a las viejas divisiones. Véase sobre los hechos de 1507, C. I. LÓPEZ BENITO, Bandos nobiliarios,
pp. 88-93; y testimonios documentales de estos hechos, ibid., ap. doc., pp. 210-218; M. VILLAR Y MACÍAS,
Historia de Salamanca, V, p. 109. Véase asimismo, A. SENDÍN CALABUIG, El Colegio Mayor del Arzobispo
Fonseca en Salamanca, Salamanca, 1977, p. 28, 40; asimismo, M. SANTOS BURGALETA, «Extensiones de
poder», cit.
110. Es decir, los que habían sido preponderantes durante buena parte del XV con sus viejos lide-
razgos: los Maldonado y Anaya en San Benito; los Solís o los Tejeda en Santo Tomé.
111. Véase el cuadro sobre principios vertebradores incluido unas páginas atrás.

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212 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

torias personales o pactos privados realizados al margen de las disciplinas de


los linajes, como las que hemos señalado antes a propósito de los Fonseca o
de Maldonado de Talavera.
Todo esto era posible porque el sistema concejil era una encrucijada de
influencias que condicionaba las mentalidades de todos los grupos implica-
dos, entre ellos, cómo no, las de los principales. La polaridad entre los parti-
dos o bandos de San Benito y Santo Tomé seguía existiendo y lo hará mucho
tiempo después. E igualmente el estamento privilegiado organizado, la cofra-
día o estado de los nobles linajes, también ajustado a la división de San Beni-
to y San Martín, seguiría sirviendo durante mucho tiempo para integrar al
grueso de los colectivos caballerescos o hidalgos de la ciudad, incluso los
más modestos. Pero además de estos principios se habían desplegado otros
diferentes, que imponían por su parte otros patrones de acción política dife-
rentes, disolventes incluso, de aquéllos.
Y ésta sería la última reflexión, o conclusión, de este apartado del trabajo.
En efecto, la acción política de las élites urbanas, a la postre, no puede ser
entendida más que como resultado de ese complejo e intrincado juego de
principios políticos concurrentes que circulaban por los circuitos del sistema
concejil. Unos se anclaban a las luchas facciosas de los «bandos», tanto en la
calle como en el municipio, otros se remitían al estamento de los «linajes» de
caballeros e hidalgos, cauce organizativo de los que eran privilegiados jurídi-
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cos de la ciudad pero carecían de poder efectivo. Pero además de estos re-
glados y convencionales linajes y bandos, otros principios impulsaron tam-
bién a los caballeros urbanos: el dinero familiar abundante, los intereses
privativos de la estricta «casa» familiar o la influencia política local en círculos
muy restringidos, los de los «principales», aquellos plutócratas que poseían
rentas cuantiosas y haciendas de primer nivel por toda la Tierra de Salaman-
ca, protagonistas a veces de pactos o acuerdos privados y personales; pero
igualmente influyó la atracción externa, con las «parcialidades» de la alta no-
bleza o de la «corte» en el horizonte de la privanza y las disputas políticas del
reino. En definitiva, estos últimos principios de riqueza, oligarquía, acciones
personales, patronazgo y alianzas externas disputaban a los ortopédicos, lo-
calistas, tradicionales y estamentales linajes la supremacía, la hegemonía,
dentro de la constelación de valores y actitudes de las élites de la ciudad.

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Anexo
Lugares controlados por grandes propietarios salmantinos:
«herederos mayores» de los lugares señalados y dueños (llama-
dos «señores») de términos redondos 112

Lugar Propietario Algunas referencias documentales2

Abusejo • María de Monroy y Enrique En- • 1466, AMCR, leg. 300 (leg. 17,
ríquez de Sevilla n.º 8)
Término redondo (en 1466 ven-
den la mitad a María Pacheco y
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Rodrigo Pacheco, de Ciudad Ro-


drigo, por 180.000 mrs.)

1. Con asterisco los señoríos propiamente dichos, es decir, lugares sobre los que tuvieron plena
jurisdicción reconocida.
2. Refs. documentales: DMCiudad Rodrigo = Documentación medieval del Archivo Municipal de
Ciudad Rodrigo, eds. A. BARRIOS, J. M.ª MONSALVO y G. DEL SER, Salamanca, 1988 (hasta 1442); AMCR=
Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo (doc. de archivo, desde 1442); «Linajes de Salamanca» = Linajes
de Salamanca (Ms. del Archivo de la Catedral, del siglo XVIII), ed. J. SÁNCHEZ VAQUERO, Salamanca, UP,
2001; AGS, RGS= Archivo General de Simancas, Registro General del Sello; ARCHV= Archivo de la
Chancillería de Valladolid; AMS= Archivo Municipal de Salamanca; AMAT, LAC= Archivo Municipal de
Alba de Tormes, Libro de Acuerdos del Concejo; DHAT= Documentación histórica del Archivo Muni-
cipal de Alba de Tormes (siglo XV), ed. J. M.ª MONSALVO, Salamanca, 1988; DCasaAlba-Sal = Salamanca
en la documentación medieval de la Casa de Alba (eds. A. VACA y J. A. BONILLA), Salamanca, 1989;
Catálogo de documentos del Archivo Catedralicio de Salamanca= Catálogo de documentos del Archi-
vo Catedralicio de Salamanca (siglos XII-XV), eds. F. MARCOS RODRÍGUEZ, Salamanca, 1962; LActasCap.=
Los libros de Actas Capitulares de la Catedral de Salamanca (1298-1489). Colección Instrumentos del
AC de Salamanca 2, ed. R. VICENTE BAZ, Salamanca, Archivo Catedral, 2008; Test. F. Sotomayor= C. I.
LÓPEZ BENITO, «Don Francisco de Sotomayor —clavero de Alcántara—, un prototipo de caballero en
la temprana Edad Moderna», Studia Historica. Historia Moderna, IX, 1991, p. 218-221. Test. Álvarez
Maldonado = M.ª R. Y. PORTAL MONGE, «Sepulcro de los Maldonado en la iglesia de San Benito de
Salamanca», Salamanca. Revista Provincial de Estudios, ns. 22-23, 1986-1987, pp. 21-55; M. VILLAR Y MA-
CÍAS, Historia de Salamanca= M. VILLAR Y MACÍAS, Historia de Salamanca, Salamanca, Graficesa, 1973-
1975, 9 vols. (1ª ed. 3 vols., 1887), esp. vols. IV y V.

Sociedades urbanas y culturas políticas en la Baja Edad Media castellana, edited by Antón, José María Monsalvo, Ediciones Universidad de
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214 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Alberguería, Tie- • Alonso Maldonado, regidor de • 1472, LActasCap. (AC 4, f. 112)


rra de Salamanca Salamanca. Término redondo n.º 1156
• Gonzalo Vázquez Coronado, • 1480, AGS, RGS, 11-10-1480, fols.
caballero salmantino 66; 28-3-1480, fol. 134
Término redondo-heredero prin-
cipal del lugar

Alcornocal, Tierra • Juan de Tejeda, hijo de Fernan- • Fines siglo XV, «Linajes de Sala-
de Ledesma do de Tejeda, dueño de Tejeda manca» (Ms. Arch. Cat.), p. 349.

Aldeanueva, des- • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.


poblado de la Tie- Vecinos, San Muñoz, Matilla de 1433-1453
rra de Salamanca, los Caños y Zarzoso (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 42v, 101v
cerca de San Mu- Término redondo despoblado (no y ss., 111 y ss., 251
ñoz reconocido)

Aldehuela (Alde- • Gonzalo de Villafuerte. • Pesquisa términos Sal. 1433-1453


huela de los Guz- (BN, Ms. Res n.º 233), 37v, 50, 56,
manes), junto a 60, 64v
Cabrerizos, cerca
de Salamanca
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Aldehuela, cerca • Fernán Nieto, caballero • 1473-1474, «Linajes de Salaman-


de Almenara, Tie- ca» (Ms. Arch. Cat.), pp. 255-259
rra de Ledesma • AHN, Sección Nobleza, Archi-
vo Condes de Alba de Yeltes,
caja 7, docs. 8-9, 10, 12

Aldehuela de la • Enrique Enríquez, caballero y • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-


Bóveda, Tierra de regidor salmantino, esposo de nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
Salamanca, cerca María de Monroy n.º 233), 62v, 129 y ss., 267
de Villalba de los Término redondo
Llanos

Altejos, Tierra de • Rodrigo Godínez, señor de Ta- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
Salamanca, junto mames nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
a la villa de Ta- n.º 233), fols. 223 y ss., 253 ss.,
mames. 252v y ss.
• 1459, AMCR, leg. 305 (leg. 22)
• 1485, AGS, RGS, 6-7-1485, fol.
107

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 215

Araúzo,* antigua • Juan Sánchez de Sevilla, caba- • 1407, AMAT, LAC, 1407, f. 15v
Tierra de Alba llero salmantino
Término redondo
• Fernán Rodríguez de Sevilla, • 1428, AMAT, LAC, 1428, f. 70v
caballero
Término redondo
• Juan de Arauzo, regidor de Sa- • AGS, RGS, 25-9-1498, fol. 153;
lamanca ibid., 15-2-1499, fol. 34

Los Arévalos o • Alfonso de Tejeda • 1433, Pesquisa términos Sal.


Arévalo (con Are- Término redondo (no reconocido) 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
valillo) lugarejos • Fernando de Tejeda, regidor, y fols., 207v y ss.
junto a Navarren- luego sus sucesores • c. 1450-1453, Pesquisa términos
donda, Tierra de Salamanca (BN, Ms. Res n.º 233),
Salamanca 1433-1453, fols. 38v, 44, 63v, 64v
y ss.228v y ss.
• Litiga Diego de Tejeda, primogé- • 1480 AGS, 7-6-1480, f. 162
nito, con el resto de la familia

Arganza, en la • Alfonso Álvarez Anaya, caba- • Med. siglo XV Pesquisa térmi-


Sierra de Frades, llero salmantino nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
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Tierra de Sala- Término redondo n.º 233), fols. 184 y ss.


manca

Babilafuente, Tie- • Pedro Suárez de Solís y María • Antes de 1480, AGS, RGS, 7-3-
rra de Salamanca del Águila 1480, fols. 21; 28-9-1480, fol. 115;
ibid., 6-7-1485, fols. 99; 20-3-
1486, fol. 78
• Adquirida por doctor Rodrigo • Finales siglo XV, AGS, RGS, 15-
Maldonado de Talavera, regi- 6-1486, fols. 131; 19-12-1494, fol. 1.
dor y del Consejo Real (señor • AGS, RGS, 18-11-1500, Ejecuto-
de Avedillo, en Zamora) rias, caja 153,7
• RGS, CCA,CED, 9, 105, 6

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216 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Baños, en Tierra • Diego Álvarez de Sotomayor, • Med. XIV, «Linajes de Salaman-


de Ledesma caballero y regidor de Sala- ca» (Ms. Arch. Cat.), p. 495
manca
Sigue en la familia • 1487 «Linajes de Salamanca» (Ms.
• Francisco de Sotomayor, clave- Arch. Cat.), p. 498
ro de la orden de Alcántara, re-
gidor en época de los Reyes Ca-
tólicos
La mitad de Baños • Test. F. Sotomayor

Barbalos, Tierra • Doctor Rodrigo Maldonado de • AGS, RGS, 11-6-1492, fol. 79.
de Salamanca Talavera, en disputa por la ad- RGS, CCA, CED, 9,105,6
quisición con Juan de Solís. Ha-
bía pertenecido a Juan Maldo-
nado de Hontiveros

Bárregas, Tierra • Diego Álvarez Maldonado • 1341-1350, Villar y Macías, Histo-


de Salamanca ria de Salamanca, IV, p. 11
• Alvar Páez Maldonado • 1402, «Linajes de Salamanca»
(Ms. Arch. Cat.), pp. 106-107
• Rodrigo Álvarez Maldonado, • 1480-1501, AGS, RGS, 20-9-1480
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caballero salmantino, regidor (fol. 7), 19-12-1488 (fol. 13);


Término redondo integrado en Test. Álvarez Maldonado
mayorazgo, que pasó a su hijo
Juan Álvarez Maldonado

Berrocal de Pa- • Rodrigo Álvarez Maldonado, • 1480-1501, AGS, RGS, 20-9-1480


dierna, Tierra de caballero salmantino, regidor (fol. 7), 19-12-1488 (fol. 13);
Salamanca Término redondo integrado en Test. Álvarez Maldonado
mayorazgo, que pasó a su hijo
Juan Álvarez Maldonado

Bóveda, junto a • Enrique Enríquez, caballero y • Med. siglo XV Pesquisa térmi-


Aldehuela, Tierra regidor salmantino, esposo de nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
de Salamanca María de Monroy n.º 233), fols. 162 y ss., 264, 267
Término redondo-heredero mayor

Buenabarba, luja- • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450 Pesquisa términos Sal.


rejo despoblado Vecinos, San Muñoz y Matilla 1433-1453
de la Tierra de de los Caños (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 42v, 115,
Salamanca, al sur Término redondo despoblado (no 259
de San Muñoz. reconocido)

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 217

Buenamadre, lí- • Diego Arias Maldonado, arce- • 1341-1350, Villar y Macías, Histo-
mite entre Tierras diano de Toro, canónigo de Sa- ria de Salamanca, IV, p. 11.
de Ledesma y Sa- lamanca • 1374, «Linajes de Salamanca»
lamanca • Arias Díaz Maldonado, (hijo de (Ms. Arch. Cat.), p. 273
Diego Arias Maldonado)
Término redondo
• Posteriormente pasaría al seño-
río de la Iglesia catedral salman-
tina (siglo XV).

Cabrera, en la • Alfonso Álvarez Anaya, caba- • Med. siglo XV Pesquisa térmi-


Sierra de Frades, llero salmantino nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
Tierra de Sala- Término redondo n.º 233), fols. 184 y ss.
manca

Cabrerizos, Tierra • Gonzalo de Villafuerte (intento • Pesquisa términos Sal. 1433-1453


de Salamanca de privatizar) (BN, Ms. Res n.º 233), 37v, 50,
56, 57, 60, 64v

Cabrillas, Campo • Pedro Álvarez de Anaya (aca- • 1421-1426, DMCiudad Rodrigo,


de Yeltes, en Tie- paramiento de compras en la docs. docs. 47, 48, 97, 100, 101,
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rra de Ciudad Ro- aldea) 102, 114, 115, 116, 117, 122, 123
drigo, cerca de Término redondo, no reconocido • 1482, AMCR, leg. 302 (leg. 19,
Tierra de Sala- • Gómez de Anaya, regidor de n.º 2 A)
manca Salamanca, privatiza ilegalmen-
te el lugar
Lo posee el linaje Enríquez, que
enlazó co Anaya. • AGS, RGS, 20-6-1497, fol. 93; 27-
• Alonso Enríquez Anaya, caba- 10-1497, fols. 172; 2-10-1498, fol.
llero salmantino 343; 11-10-1498, fol. 46

Campocerrado, • Alfonso de Tejeda, caballero sal- • 1434, DMCiudad Rodrigo, doc.


Tierra de Ciudad mantino 247
Rodrigo, en la co- Término redondo (intentó hacer • 1475, AGS, RGS, 21-12-1475, fol.
marca de Yeltes, señorío) 769
cerca de Tierra de • Rodrigo Álvarez Maldonado,
Salamanca regidor salmantino, lo recibe
tras ser declarado desleal Die-
go de Tejeda por la guerra con
Portugal, que lo tenía
• El regidor Fernando de Tejeda • 1480 AGS, 7-6-1480, fol. 162
y luego sus sucesores

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218 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Campocerradillo • El regidor Fernando de Tejeda • 1480 AGS, 7-6-1480, fol. 162


y luego sus sucesores

Campo de Mu- • Enrique Enríquez, Fernán Nie- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
ñodoño (véase to, caballeros salmantinos nos Sal. 1433-1453, (BN, Ms. Res
Muñodoño) n.º 233), 135v y ss., 148, 151v-152

Cañedo de las • Antón de Paz, caballero, regidor • 1455, col. Salazar y Castro, RAH,
Dueñas, lugar jun- • Su hijo Lorenzo de Paz, regidor t. XXVIII, Madrid, 1961, n.º 44.876,
to a San Pelayo de Término Redondo p. 230
Guareña • Med-finales siglo XV, «Linajes
de Salamanca» (Ms. Arch. Cat.),
pp. 41, 43

Casasola, Tierra • Diego de Solís, caballero sal- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
de Salamanca mantino nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
Luego sus descendientes (hijos n.º 233), fol. 168
Alfonso de Solís, Pedro de Solís, • 1444-siglo XV, «Linajes de Sala-
María de Solís) manca» (Ms. Arch. Cat.), pp. 413-
414
• María de Solís, casada con Gon- • c. 1500 «Linajes de Salamanca»
Copyright © 2013. Ediciones Universidad de Salamanca. All rights reserved.

zalo Maldonado. Su hijo Pedro (Ms. Arch. Cat.), p. 415


González de Solís y Maldo-
nado

Castro (llamado • Enrique Enríquez, caballero y • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
hoy Castroenrí- regidor salmantino, esposo de nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
quez), Tierra de María de Monroy n.º 233), 135v, 263 y ss., 267
Salamanca Término redondo-heredero ma-
yor

Castroverde (con • Juan Arias Maldonado, caballe- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
Aldehuela), en la ro salmantino, hijo de Rodrigo nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
Sierra de Frades, Arias, dueño de El Maderal n.º 233), fols. 188v y ss.
Tierra de Sala- Término redondo
manca

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 219

C e m p r ó n c o n • Juan Rodríguez de Varillas, ca- • Med. siglo XIV, Villar y Macías,


Bernoy, Tierra de ballero salmantino, hijo de Historia de Salamanca, IV,
Salamanca, junto Gonzalo Rodríguez de Varillas, p. 11
a San Pedro de de quien lo hereda
Rozados • Suero Alfonso de Solís, hijo de • c. 1400-1418 «Linajes de Sala-
Aldonza Suárez de Solís y Juan manca» (Ms. Arch. Cat.), 204,
Rodríguez de Varillas 205, 369-372
• Descendencia de Suero Alfon- • Siglo XV, «Linajes de Salaman-
so de Solís (Pedro de Solís, ca» (Ms. Arch. Cat.), pp. 146,
Juan de Solís) 184, 349

Centerrubio, Tie- • Melén Suárez de Solís, caballe- • 1484, Villar y Macías, M., Histo-
rra de Salamanca ro salmantino, hijo de Francis- ria de Salamanca, V, p. 27
co de Solís • Fines siglo XV, «Linajes de Sala-
manca» (Ms. Arch. Cat.), p.
389-390

Cojos de Rollán, • Diego de Solís, caballero sal- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
Tierra de Sala- mantino nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
manca Término redondo n.º 233), fols. 38v, 43v, 52, 52v,
57, 59, 62v, 168, 268-268v, 269
Copyright © 2013. Ediciones Universidad de Salamanca. All rights reserved.

• Luego sus descendientes (hijos • 1444-siglo XV, «Linajes de Sala-


Alfonso de Solís, Pedro de So- manca» (Ms. Arch. Cat.),
lís, María de Solís) pp. 413-414
• María de Solís, casada con Gon- • c. 1500 «Linajes de Salamanca»
zalo Maldonado. Su hijo Pe- (Ms. Arch. Cat.), p. 415
dro González de Solís y Maldo-
nado

Coquilla de Hue- • Gonzalo Vázquez Coronado, • 1480, AGS, RGS, f. 66, 11-10-
bra, Tierra de Sa- Juan Vázquez Coronado, caba- 1480; 28-3-1480, fol. 134
lamanca lleros salmantinos • 1483, «Linajes de Salamanca»
Término redondo-heredero prin- (Ms. Arch. Cat.), p. 117
cipal del lugar

• Pedro Vázquez Coronado • ARCHV, 14-14-1495, Ejecutorias,


82, 41

Cortos, en la Sie- • Diego Arias Anaya, caballero • 1433, Pesquisa términos Sal.
rra, Tierra de Sa- salmantino 1433-1453
lamanca Heredero mayor-Término redondo • (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 195v
y ss.

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220 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

El Cubo, sur de la • Fernán Martínez Nieto, hijo de • Fines siglos XIV-XV «Linajes de
Tierra de Ledes- Martín Fernández Nieto Salamanca» (Ms. Arch. Cat.),
ma Sucesión en la familia Nieto (Fer- pp. 273-279
nán Nieto el Viejo y descendien-
tes), familia de caballeros exten- • Med. siglo XV, «Linajes de Sala-
didos por Ledesma, Ciudad manca» (Ms. Arch. Cat.), p. 325
Rodrigo y Salamanca

Don Andrés, lu- • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.
garejo despobla- Vecinos, San Muñoz y Matilla 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
do de la Tierra de de los Caños fols. 38, 43, 107v y ss., 112, 115,
Salamanca, cerca Término redondo despoblado 258v-259
de los señoríos (no reconocido)
de San Muñoz

Espinarcillo, des- • Pedro de Paz, caballero sal- • Antes de 1428, AMS, caja 2985,
poblado cerca de mantino n.º 13
Tardáguila, al Termino redondo
norte de la Tierra • Benito Fernández Maldonado • Med. siglo XV, «Linajes de Sala-
de Salamanca manca» (Ms. Arch. Cat.), p. 145
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Espinillo, lugarejo • Gómez de Benavides • c. 1450, Pesquisa términos Sal.


junto a San Mu- Término redondo despoblado 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
ñoz, Tierra de Sa- (no reconocido) fols. 38, 42v, 52, 54, 101v, 259
lamanca

Espino Rapado, lu- • Antón de Paz, regidor de Sala- • Med.-finales siglo XV, «Linajes
gar junto a San Pe- manca, y sus descendientes de Salamanca» (Ms. Arch.
layo de Guareña Cat.), pp. 41, 43

Fresneda, límite • Gómez de Anaya, regidor sal- • 1473-1474, DCasaAlba-Sal, doc.


entre las Tierras mantino 72
de Ciudad Rodri- Término redondo
go y Salamanca

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 221

Gallegos de Hue- • Transitoriamente, Gómez de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.


bra, Tierra de Sa- Benavides, señor de Vecinos, 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
lamanca San Muñoz y Matilla de los Ca- fol. 51v
ños
Término redondo despoblado (no
reconocido), adquirido por com-
pra a Enrique Enríquez
• Diego López de Tejeda • Segunda mitad siglo XV, «Lina-
Término redondo jes de Salamanca» (Ms. Arch.
• Su hijo Juan López de Tejeda. Cat.), pp. 337-339
Más tarde Francisco López de • Último tercio siglo XV «Linajes
Tejeda de Salamanca» (Ms. Arch.
Cat.), p. 340

Garcigalindo, en • Juan Arias Maldonado, caballe- • 1433, Pesquisa términos Sal.


la Sierra de Fra- ro salmantino, hijo de Rodrigo 1433-1453
des, Tierra de Sa- Arias Maldonado el Viejo • BN, Ms. Res n.º 233, fols. 201 y
lamanca Heredero mayor del lugar ss.

Gargabete • Rodrigo de Fontiveros, hijo del • 1449, «Linajes de Salamanca»


regidor Gonzalo de Villafuerte (Ms. Arch. Cat.), p. 239
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Garriel, en la Sie- • Pedro González, canónigo, hijo • 1433, Pesquisa términos Sal. 1433-
rra de Frades, Tie- del doctor Alfonso Rodríguez 1453
rra de Salamanca Heredero mayor en el lugar (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 193 y
ss.

Huerta, Tierra de • Rodrigo de Acevedo • Último tercio siglo XV «Linajes


Salamanca de Salamanca» (Ms. Arch. Cat.),
p. 325

Linejo, o Lainejo, • Enrique Enríquez, regidor de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.


Tierra de Sala- Salamanca 1433-1453, fol. 138
manca, junto a
Villalba de los
Llanos

Llen (o Laýn), en • Alfonso Álvarez Anaya, caba- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
la Sierra de Fra- llero salmantino nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
des, Tierra de Sa- Término redondo n.º 233), fols. 187v y ss.
lamanca

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222 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

El Maderal (Za- • Diego Arias Maldonado, arce- • c. 1360-1374, Cat. Vieja de Sala-
mora) diano de Toro, y luego su hijo manca, epitafio; Villar y Ma-
Arias Díez Maldonado cías, Historia de Salamanca,
IV, p. 18
• Juan Arias Maldonado, hijo de • 1433, Pesquisa términos Sal.
Rodrigo Arias Maldonado, el 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
Viejo fol. 188v-189
• Rodrigo Arias Maldonado • AGS, RGS, 3-12-1492, fol. 2
Luego Juan Arias Maldonado

El Marín, cercano • Diego Álvarez de Sotomayor • Mediados siglo XV , Pesquisa


a Salamanca (en términos Sal. 1433-1453 (BN, Ms.
los cotos de la Res n.º 233), 37v, 50, 56, 57, 60,
misma) 64

La Mata, o La Maza, • Enrique Enríquez, caballero y • Med. siglo XV Pesquisa térmi-


Tierra de Sala- regidor salmantino, esposo de nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
manca María de Monroy n.º 233), fols. 138, 148, 267
Término redondo-heredero ma-
yor
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Matilla de los Ca- • Juan Alfonso de Benavides • 1341 (inserta en AGS, RGS, 17-
ños* 11-1496, fol. 3
(Valdematilla) • Gómez de Benavides, mariscal • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-
11-1496, fol. 4
• Med. siglo XV Pesquisa térmi-
nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
n.º 233), 54v, 62, 121
• Gómez de Benavides, sobrino • 1490, ARCHV, Reales Ejecuto-
de Gómez de Benavides, maris- rias, caja 31, 16; AGS, RGS, 17-11-
cal 1496, fol. 4

La Matilla • Rodrigo Álvarez Maldonado, • 1488 LActasCap. (AC 12, f. 15)


regidor de Salamanca n.º 1849; LActasCap. (AC 12, f.
27v) n.º 1867

Membribe de la • Luis Yáñez • Med. siglo XV


Sierra, en la Sierra Heredero mayor Pesquisa términos Sal. 1433-1453
de Frades, Tierra (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 179 y
de Salamanca ss.

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 223

Miranda de Azán, • Alfonso Maldonado, regidor • 1473-1474,


Tierra de Sala- salmantino DCasaAlba-Sal, doc. 72
manca Término redondo

Moncantar, Tierra • Alfonso de Solís, caballero sal- • 1476, Villar y Macías, M., Histo-
de Salamanca mantino ria de Salamanca, V, p. 45
• AHN, Secc. Nobleza, Duques
Fernán Núñez, caja 1079, doc. 2

La Moral, cercano • Doctor Alonso de Paz, caballe- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
a Salamanca (en ro salmantino, y su mujer nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
los cotos cercanos n.º 233), 37v, 50, 56, 57, 64v
a la misma)

«Mozárabes» (¿Mo- • Alfonso Enríquez, caballero • 1473-1474, DCasaAlba-Sal, doc.


zarbitos?), junto a salmantino 72
La Bóveda, Tierra Término redondo
de Salamanca

Munita, lugarejo • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450. Pesquisa términos Sal.


despoblado de la Vecinos, San Muñoz y Matilla 1433-1453
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Tierra de Salaman- de los Caños (BN, Ms. Res n.º 233), fols. 114v y
ca, cerca de San Término redondo despoblado (no ss., 258v
Muñoz y Vecinos reconocido)

Muñodoño, Tierra • Enrique Enríquez, caballero y • 1433-1453, Pesquisa términos Sal.


de Salamanca, en- regidor salmantino, esposo de 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
clavado en el Cam- María de Monroy 38, 56v, 60, 64v, 135v y ss., 148,
po de Muñodoño Término redondo-heredero ma- 151v-152, 260.
yor • 1456, AMS, caja 2994, n.º 32
(Parte del Campo de Muñodoño,
lo ocupa este caballero, así como
Fernán Nieto)

Navahermosa, en • Gómez de Benavides, señor de • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-


la Sierra Mayor, San Muñoz, Vecinos, Zarzoso y nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
Tierra de Sala- Zarzosillo n.º 233), 256v-257
manca Término redondo-gran dehesa

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224 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Navarredonda, • Alfonso de Tejeda • 1433, Pesquisa términos Sal.


Tierra de Salaman- Término redondo (no reconoci- 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
ca, en la Sierra Ma- do) fols. 207v y ss.
yor • Luego su sobrino Fernando de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.
Tejeda, regidor 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
• Descendencia de Fernando de fols. 39, 44, 59v, 64, 79-81, 229-
Tejeda. Pleito familiar por el 229v, 232
lugar • 1480 AGS, 7-6-1480, f. 162

Olmedilla,* Tierra • Gómez de Benavides • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-


de Salamanca 11-1496, fol. 4)
• Gómez de Anaya, regidor de • 1484, LActasCap. (AC. 8, fol. 84)
Salamanca, comprado con sus n.º 1461
hijos • AGS, RGS, 27-8-1486, fol. 7
• Alonso Enríquez, regidor de • 1486, LActasCap. (AC. 10, fol.
Salamanca lo adquiere luego, 15v) n.º 1630
pero hay pleito con el Cabildo • 1488, LActasCap. (AC. 12, fol. 15)
n.º 1849

Oteruelo, lujarejo • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450 Pesquisa términos Sal.


despoblado de la Vecinos, San Muñoz y Matilla 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
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Tierra de Sala- de los Caños fols. 42v, 51v-52, 54, 112, 115, 258v-
manca, cerca de Término redondo despoblado (no 259
San Muñoz y Ve- reconocido)
cinos

Padierno, Tierra • Doctor Pedro de Paz, regidor • 1405, «Linajes de Salamanca»


de Salamanca hacia 1373 (Ms. Arch. Cat.), p. 64
• Rodrigo Álvarez Maldonado, • AGS, RGS, 20-9-1480, fols. 7; 19-
caballero salmantino, regidor 12-1488, f. 13
Término redondo-Gran heredad Test. Álvarez Maldonado
Integrado en mayorazgo, que pasó
a su hijo Juan Maldonado

Panaderos, próxi- • Pedro Suárez, Fernando de Sal- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
mo a Salamanca, daña y el alcaide de Villanueva nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
situado en los cotos de Cañedo n.º 233), fols. 37v, 44v, 50, 56, 64
de la misma y pro- • Fernando de Araújo • 1482, AMS, Inventario Tumbo,
pio del concejo fols. 277-278; AMS, R/ 2.338

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 225

Parada de Rubia- • Alonso de Almaraz • Finales del siglo XV, ARCHV.


les, Tierra de Sa- Reales Ejecutorias, caja 199,2
lamanca

Pitiegua, c o n • Francisco de Solís, hijo de Sue- • 1443, «Linajes de Salamanca»


Ventosa de Armu- ro Alfonso de Solís (Ms. Arch. Cat.), p. 397.
ña, Tierra de Sala- • Su hijo Suero de Solís • 1481, «Linajes de Salamanca»
manca (Ms. Arch. Cat.), p. 399
• AHN, Secc. Nobleza, Duques
Fernán Núñez, caja 1079, doc. 2

Porquerizos, en la • Alfonso Rodríguez • 1433, Pesquisa términos Sal.


Sierra de Frades, Heredero mayor del lugar 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
Tierra de Sala- fols. 198v y ss.
manca

Pozos de Hinojo, • Payo Maldonado el Viejo • 1474 «Linajes de Salamanca»


sur de la Tierra (Ms. Arch. Cat.), p. 325
de Ledesma

Quemada, Tierra • Rodrigo Álvarez Maldonado, • 1480-1501, AGS, RGS, 20-9-1480


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de Salamanca caballero salmantino, regidor (f. 7), 19-12-1488 (f. 13)


Término redondo Test. Álvarez Maldonado
Integrado en mayorazgo, que
pasó a su hijo Juan Álvarez Mal-
donado

La Regañada, Tie- • Rodrigo Álvarez Maldonado, • 1480-1501 AGS, RGS, 20-9-1480


rra de Salamanca caballero salmantino, regidor (fol. 7), 19-12-1488 (f. 13)
Término redondo Test. Álvarez Maldonado
Integrado en mayorazgo, que
pasó a su hijo Juan Álvarez Mal-
donado

Salvadorique, lu- • Arias Maldonado • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-


gar cerca de Sala- nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
manca n.º 233), f. 58

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226 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

San Muñoz,* Tie- • Juan Alfonso de Benavides • 1341-1350,Villar y Macías, Histo-


rra de Salamanca ria de Salamanca, IV, p. 11
• Mariscal Gómez de Benavides • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-
11-1496, fol. 4)
• DMCiudad Rodrigo, doc. 101.
• Med. XV (BN, Ms. Res n.º 233),
fols. 38, 43v, 52, 54v, 111v y ss.
• Gómez de Benavides, su sobri- • AGS, RGS, 17-11-1496, fol. 3, fol. 4
no, mariscal

Sancho Bueno, • Gonzalo de Villafuerte, regi- • 1449, «Linajes de Salamanca»


Tierra de Sala- dor, hijo de Juan Rodríguez de (Ms. Arch. Cat.), p. 227
manca Villafuerte

Sanchón, Tierra de • Suero Alfonso de Solís el Mozo, • 1446, «Linajes de Salamanca»


Salamanca, junto caballero salmantino, hijo de (Ms. Arch. Cat.), p. 209
a Peralejos de Solís Pedro Rodríguez de las Varillas

Santa Olalla, con • Diego López de Tejeda, hijo • «Linajes de Salamanca» (Ms.
Ribas (y la aceña bastardo de Alfonso de Tejeda, Arch. Cat.), p. 365
de La Flecha, cer- señor de Tejeda • 1489, Villar y Macías, Historia
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ca de Cabrerizos), de Salamanca, V, p. 48
Tierra de Sala-
manca

Santibáñez de Ca- • Pedro de Paz, hijo del regidor • Finales siglo XV, «Linajes de Sa-
ñedo, cerca de Antón de Paz lamanca» (Ms. Arch. Cat.),
Villanueva de Ca- Término Redondo pp. 42, 123
ñedo

Segoviela de la • Pedro Bonal, caballero de Sala- • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
Sierra, junto a Fra- manca nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
des, Tierra de Sa- n.º 233), fols. 181 y ss.
lamanca

Tamames,* Tierra • Rodrigo Godínez, caballero sal- • Med. XV, Pesquisa sobre térmi-
de Salamanca mantino, señor de Tamames nos (BN, Ms. Res n.º 233), 221-
223v, 254v-255v
• 1458, DHAT, doc. 154
• 1459. AMCR, leg. 305 (leg. 22)
• AGS, RGS, 19-11-1480, fol. 9

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 227

Tardáguila, Tierra • Doctor Alfonso de Paz • Med. siglo XV, «Linajes de Sala-
de Salamanca manca» (Ms. Arch. Cat.), p. 151
• Su hijo Juan de Paz, regidor • Fines siglo XV, «Linajes de Sala-
manca» (Ms. Arch. Cat.), p. 152

Tejeda, Tierra de • Alfonso López de Tejeda, caba- • 1341-1350, Villar y Macías, Histo-
Salamanca llero salmantino ria de Salamanca, IV, p. 11
Término redondo (intento de ha- • 1433, Pesquisa términos Sal.
cer señorío) 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
• Alfonso de Tejeda fols. 207v y ss.
• Fernando de Tejeda, sobrino • 1450, AMS, R/ 2328
de Alonso de Tejeda, caballero • 1453, AMS, R/ 2332
salmantino • 1453, Pesquisa términos Sal.
Término redondo (intento de ha- 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
cer señorío) fols. 43v-45, 59, 63v, 64v y ss.,
230v, 246v y ss.
• Sucesores de Fernando de Te- • AGS, RGS, 7-6-1480, fols. 162,
jeda. El hijo mayor, Diego de 164
Tejeda, litiga con sus herma- • AGS, RGS, 3-3-1491, fol. 417
nos. • AGS, RGS, 6-5-1497, fol. 173
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Terrados • Pedro Rodríguez de las Vari- • 1412, «Linajes de Salamanca»


llas, caballero salmantino. Para (Ms. Arch. Cat.), p. 207
su hermana Juana Rodríguez
de Sevilla

Tornadizo • Ruy González de las Varillas • c. 1400, «Linajes de Salamanca»


• Alonso Rodríguez de las Vari- (Ms. Arch. Cat.), pp. 205, 217
llas, caballero salmantino

Torre de Juan Pa- • Gómez de Benavides, señor de • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
checo, despobla- Vecinos, San Muñoz y Matilla nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
do cerca de Veci- de los Caños n.º 233), fol. 118
nos, señorío de
Gómez de Bena-
vides.

La Torre, Tierra de • Gonzalo Vázquez Coronado, • 1480 AGS, RGS, 11-10-1480, fols.
Salamanca caballero salmantino 66; 28-3-1480, fol. 134
Término redondo (la mitad)

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228 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Trinteras, lugar cer- • Diego de Acevedo, caballero • Med. siglo XV, Pesquisa térmi-
ca de Salamanca salmantino, hacendado en el nos Sal. 1433-1453 (BN, Ms. Res
lugar n.º 233), fol. 58

Valverde de Gon- • Gonzalo Yáñez de Ovalle, ca- • 1411, AMAT, LAC, fol. 52
zaliáñez,* sur Tie- ballero salmantino • 1414, «Linajes de Salamanca»
rra de Alba (Ms. Arch. Cat.), pp. 208, 422
• Sucesión dentro de la familia • 1458 DHAT, doc. 154
Ovalle • Fines siglo XV, «Linajes de Sala-
• Gonzalo Yáñez de Ovalle manca» (Ms. Arch. Cat.),
pp. 224-225

Vecinos* • Gómez de Benavides, señor de • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-


(Vecinos de Ol- San Muñoz y Matilla de los Ca- 11-1496, fol. 4)
medilla) ños • DMCiudad Rodrigo, doc. 101.
• Med. XV (BN, Ms. Res n.º 233),
fols. 38, 43v, 52, 54v, 111v y ss.
• AGS, RGS, 17-11-1496, fol. 3, fol. 4
• c. 1450
Pesquisa términos Sal. 1433-1453
(BN, Ms. Res n.º 233), passim
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• 1458
DHAT, doc. 154
• 1493, ARCHV. Reales
• Su sobrino, Gómez de Benavi- Ejecutorias, caja 53, 16; AGS, RGS,
des 17-11-1496, fol. 4

Velacha, lugarejo • Gómez de Benavides, señor de • c. 1450, Pesquisa términos Sal.


despoblado de la Vecinos, San Muñoz y Matilla 1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
Tierra de Sala- de los Caños 51v-52, 54v, 62, 121
manca, cerca de Término redondo despoblado
Matilla de los Ca- (no reconocido)
ños.

Villafuerte, Tierra • Doctor Juan Rodríguez de Vari- • c. 1420, «Linajes de Salamanca»


de Salamanca llas (llamado de Villafuerte) (Ms. Arch. Cat.), p. 217
• Su hijo Juan Rodríguez Villa- • 1421-1500, «Linajes de Salaman-
fuerte, luego su hijo mayor y ca» (Ms. Arch. Cat.), pp. 218-221
luego el primogénito de éste,
homónimos

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TORRES, TIERRAS, LINAJES… 229

Villagonzalo, Tie- • Juan Rodríguez de las Varillas, • 1345, «Linajes de Salamanca»


rra de Salamanca hijo de Gonzalo Rodríguez de (Ms. Arch. Cat.), p. 204
las Varillas • Siglos XIV-XV. «Linajes de Sala-
• Familia Varillas manca» (Ms. Arch. Cat.),
pp. 204-210, 369
• Gonzalo Rodríguez de Ovalle, • 1484, Villar y Macías, M., Histo-
regidor ria de Salamanca, V, p. 27
• 1480, «Linajes de Salamanca» (Ms.
Arch. Cat.), p. 210

Villalba de los • Gómez de Benavides • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-


Llanos* (llamado 11-1496, fol. 4
antes Garcivelas- Enrique Enríquez, regidor de Sa- • c. 1450, Pesquisa términos Sal.
co). Y lugarejos lamanca, y su esposa María de 1433-1453, fols. 38-38v, 43, 49, 52,
próximos al lugar. Monroy. Al comprarla a mediados 62v, 124v
del siglo cambió de nombre a Vi- • 1454, Historia de Salamanca, V,
llalba p. 54
Luego su hijo Alfonso Enríquez • 1454, 26-7-1454, ARCHV, Perga-
de Monroy minos, caja 22, 9
Familia Enríquez de Anaya
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Villar de Leche, • Pedro Ordóñez • 1478, «Linajes de Salamanca»


Tierra de Sala- (Ms. Arch. Cat.), p. 190
manca, entre Fra-
des y Monleón

Villar de Los Ála- • Fernán Nieto • 1459 «Linajes de Salamanca»


mos, Tierra de Sa- Término Redondo (Ms. Arch. Cat.), p. 325
lamanca

Villares de Yeltes, • Francisco de Paz, hijo del regi- • Finales siglo XV, «Linajes de Sa-
Tierra de Ledes- dor Antón de Paz lamanca» (Ms. Arch. Cat.),
ma, limítrofe a la Término Redondo pp. 42, 111
de Salamanca

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230 JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN

Villoria de Buena- • Arias Díaz Maldonado (hijo del • 1374, «Linajes de Salamanca»
madre, Tierra de arcediano de Toro Diego Arias (Ms. Arch. Cat.), p. 273
Salamanca Maldonado) • Catálogo de documentos del
Término redondo. Reclamado has- Archivo Catedralicio de Sala-
ta 1383 por Fernán Martínez Nieto. manca (ed. F. Marcos) n.os 945,
En litigio con el Cabildo salman- 948, 962, 977-981, 995, 996, 1004
tino, lo tuvo Fernán Nieto de Le-
desma (lo perdió en pleito de
1449-1463)

Villoruela • Alonso Portocarrero, regidor • 1499, ARCHV. Reales Ejecuto-


de Salamanca rias, caja 140, 30
• AGS, RGS, agosto, 1499, fols.
122, 174, 195

Vitonuño, Tierra • Gonzalo Vázquez Coronado, • 1480, AGS, RGS, 11-10-1480, fols.
de Salamanca caballero salmantino 66; 28-3-1480, fol. 134
Término redondo-heredero prin-
cipal del lugar

Zarzoso* y Zarzo- • Gómez de Benavides, señor de • Reinado de Juan II AHN, Secc.


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sillo, sur de la Tie- Matilla de los Caños, San Muñoz Noblezas, Duques de Frías,
rra de Salamanca. caja 1681, doc. 12
Alrededores de • 1420 (inserta en AGS, RGS, 17-
los lugares 11-1496, fol. 4)
• 1421 DMCiudad Rodrigo, doc. 101.
• med. XV (BN, Ms. Res n.º 233),
fols. 38, 43v, 52, 54v, 111v y ss.
• AGS, RGS, 17-11-1496, fol. 3, fol, 4
• c. 1450, Pesquisa términos Sal.
1433-1453 (BN, Ms. Res n.º 233),
fols. 251 y ss.
(Posteriormente señorío eclesiás- • Med. siglo XV (villazgo en 1453)
tico) H. Almeida, El Cabaco, Salaman-
ca, 1993, p. 289
• 1477 AHN, Códices L. 1419

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Cofradías y concejos: encuentros y desencuentros
en San Sebastián a finales del siglo XV

SOLEDAD TENA GARCÍA


Universidad de Salamanca
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E N ESTE BREVE TRABAJO1 pretendemos presentar algunos de los numerosos


conflictos que tuvieron lugar a finales del siglo XV, a caballo entre los
reinados de Enrique IV y los Reyes Católicos, en el seno de una villa
costera cantábrica y motivados tanto por el intento de control de las activida-
des económicas de la villa como por el deseo de acceder a los cargos conce-
jiles. San Sebastián es la villa elegida y su oponente es la vecina Rentería. Y
sus principales protagonistas son los vecinos de la villa, enfrentados entre sí
por el acceso a los cargos concejiles, pero unidos contra los enemigos exte-
riores. Una contradicción en sus comportamientos personales y grupales que
intentaremos analizar a partir del conflicto existente con la vecina villa de
Rentería por el control del Puerto de Pasajes. Es interesante comprobar
cómo, en estos momentos, los vecinos de la villa están sometidos a presio-
nes desde diferentes instituciones y grupos de poder urbano y más interesan-
te aún es comprobar los alineamientos que se producen a partir de estas

1. Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación HAR2010-14826 (HIST).

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232 SOLEDAD TENA GARCÍA

presiones. Oficiales del concejo, mayorales de las cofradías, patronos de em-


barcaciones, la Hermandad de Guipúzcoa, confluyen sobre los trabajadores
de la mar y vecinos de la villa, a veces con intereses comunes o, al menos,
eso parece deducirse de los alineamientos producidos, y otras veces, con
intereses enfrentados y violentos choques internos. La documentación que
utilizaremos en este estudio son los acuerdos, arbitrajes y reuniones de los
vecinos de San Sebastián, Rentería y de la Tierra de Oyarzun, como conse-
cuencia de los duros enfrentamientos que tuvieron lugar en el Puerto de
Pasajes por el control del misma2 y las ordenanzas de la villa de 1489 y las de
las cofradías de pescadores y mareantes de esas mismas fechas.
La actividad económica fundamental en las villas cantábricas estaba rela-
cionada con la explotación del espacio marítimo. Pesca y transporte de mer-
cancías eran las principales actividades de los habitante de las villas y colla-
ciones de toda la zona.3 Ya en las Cortes de Jerez de 1268 se señalan los
principales puertos de la cornisa cantábrica y fachada atlántica4 y San Sebas-
tián está entre ellos. Todos contaban con cofradías de pescadores y
mareantes,5 que agrupaban a los diversos oficios de la mar y lo relacionado
con ellos.6 Estas cofradías, sin representación concejil en un primer momen-

2. Desgraciadamente no se han conservado las declaraciones de testigos que hubieran permitido


profundizar en los enfrentamiento en sí mismos y también nos hubieran permitido reflejar y medir el
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grado de violencia que se dio en ellos. Parece que fue elevado pero no tenemos datos sino indirec-
tos.
3. Buena muestra de ello es el número de vecinos de Santander que pertenecían a la Cofradía de
San Martín. En 1504, 800 de los 1.000 vecinos de la villa estaban integrados en ella. J. A. SOLÓRZANO
TELECHEA, «Santander, puerto atlántico medieval», en F. GÓMEZ OCHOA (ed.), Santander, puerto, histo-
ria, territorio, Bilbao, 2011, pp. 93-125 y p. 119. O los 700 vecinos de San Vicente de la Barquera, de un
total de 800, que en 1494 formaban parte de la Cofradía de pescadores. Id., «Linaje, comunidad y
poder: desarrollo urbano y consolidación de identidades urbanas contrapuestas en la Castilla bajome-
dieval», Familia y sociedad en la Edad Media. Siglos XII-XV, Zaragoza, 2007, pp. 71-94, 91-92.
4. Los cita J. A. SOLÓRZANO TELECHEA, «Las nereidas del norte: puertos e identidad urbana en la
fachada cantábrica entre los siglos XII y XV», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval,
16, 2009-2010, pp. 39-61, p. 46. Son, de este a oeste, los puertos de Fuenterrabía, San Sebastián, San-
tander, Laredo, Castro, Avilés, Ribadeo, La Coruña, Vivero, Betanzos, Ortiguiera, Cedeira, Ferrol, Ba-
yona, Laguardia, Padrón y Noya.
5. Excelentes análisis del papel de las agrupaciones de oficios en Castilla y de su casi nulo peso
en el gobierno urbano en J. M.ª MONSALVO ANTÓN, «Los artesanos y la política en la Castilla medieval.
Hipótesis acerca de la ausencia de las corporaciones de oficio de las instituciones de gobierno urba-
no», en S. CASTILLO y R. FERNÁNDEZ (coords.), Historia social y ciencias sociales, Lleida, 2001, pp. 292-
319; ID., «Aproximación al estudio del poder gremial en la Edad Media castellana. Un escenario de
debilidad», En la España Medieval, 25, 2002, pp. 135-176.
6. Hay numerosas publicaciones sobre las cofradías del Cantábrico en la Edad Media editadas en
los últimos años. Aquí solamente citaremos algunas de las que consideramos fundamentales. J. I.
ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de la cofradías de mareantes del País Vasco, Vito-
ria, 1991; E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Las cofradías de oficios en el País Vasco durante la Edad Media (1350-
1550)», Studia Historica, Historia Medieval, 15, 1997, pp. 11-40; id., «Las cofradías de mercaderes, ma-
reantes y pescadores vascas en la Edad Media», en B. ARÍZAGA BOLUMBURU y J. A. SOLÓRZANO TELECHEA
(coords.), Ciudades y villas portuarias del Atlántico en la Edad Media, Logroño, 2005, pp. 257-294; id.,

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 233

to, se van a ir consolidando como plataforma de defensa de los intereses del


común, comandadas por sectores intermedios, que intentarán, ya a finales de
la Edad Media, dar el salto hacia el gobierno urbano.1 Pero estos intentos se
verían frustrados por diversos medios que, aunque aparentemente permitie-
ran acceder a algunos cargos concejiles, de facto impedirían su participación
en la toma de decisiones y frenarían la propia labor de las cofradías, consi-
deradas peligrosas para la buena convivencia y relegadas, cada vez más, a
labores de tipo asistencial y religioso.
En la villa donostiarra existían tres cofradías de mareantes y pescadores,
la de Santa Catalina parece que englobaba a comerciantes y marinos
mercantes,2 la de San Nicolás y la de San Pedro,3 donde predominaban los
oficios relacionados con la pesca,4 agrupando a todos aquellos que trabaja-
sen en todo lo relacionado con la mar.5 Tenemos noticia de ellas también

«Las cofradías de pilotos, mareantes y pescadores vascas siglos XIV al XVI)», 118, Congress National des
sociétés Historiques et scientifiques, 1995, pp. 357-375; J. L. CASADO SOTO, «Pescadores y linajes: estratifi-
cación social y conflictos en la villa de Santander (siglos XV-XVI)», Altamira, 40, 1976-1977, pp. 185-229;
J. A. GARCÍA DE CORTAZAR, B. ARIZAGA BOLUMBURU, M.ª L. RÍOS RODRIGUEZ y M.ª I. VAL VALDIVIESO, Bizca-
ya en la Edad Media, San Sebastián, 1994, II, pp. 94-117; M.ª J. SUÁREZ ÁLVAREZ, «Ordenanzas del nobi-
lísimo gremio de mareantes y navegantes fijosdalgo de la villa y puerto de Luarca y Tierra de Valdés,
del año 1468», Asturiensia Medievalia, 2 1974, pp. 251-257; J. J. PÉREZ VALLE, «El noble gremio de la mar
de la villa y puerto de Ribadesella», Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, 50, 1996, pp. 99-
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164; J. ARAY SALAZAR y R. OJEDA SAN MIGUEL, Proa a la villa: Notas históricas del Noble Cabildo de Pes-
cadores y Mareantes de San Andrés y San Pedro de Castro Urdiales, Bilbao 2003; M. SERNA VALLEJO,
«Una aproximación a las Cofradías de Mareantes del Corregimiento de las Cuatro Villas de la Costa»,
Rudimentos Legales 5. Revista de Historia del Derecho, 2003, pp. 299-347; J. A. OLÓRZANO TELECHEA, «Las
ordenanzas de la Cofradía de Mareantes de San Vicente de la Barquera (1330-1537): un ejemplo tem-
prano de institución para la acción colectiva en la Costa Cantábrica en la Edad Media», Anuario de
Historia del Derecho Español, 81, 2011, pp. 1029-1050; M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articu-
lación interna de las cofradías de pescadores y mareantes. (Un análisis de la explotación de los re-
cursos marítimos en la Marina de Castilla durante la Baja Edad Media)», Espacio, Tiempo y Forma.
Serie III, Historia Medieval, 8, 1995, pp. 111-134.
1. Algo que ya habían conseguido algunos lugares, aunque los problemas continuaron por la
escasa legislación al respecto. Véase por ejemplo, lo ocurrido en Santander entre 1418 y 1431, siguiendo
el capitulado de Vitoria, en J. A. SOLÓRZANO TELECHEA, «Élites urbanas y construcción del poder conce-
jil en las Cuatro Villas de la Costa de la Mar (siglos XIII-XV)», en B. ARÍZAGA BOLUMBURU y J. A. SOLÓRZA-
NO TELECHEA (coords.), Ciudades y villas portuarias del Atlántico…, op. cit., pp. 187-230, 203-204.
2. J. L. BANÚS Y AGUIRRE, «Ordenanzas de la Cofradía de Santa Catalina», Boletín De Estudios Histó-
ricos De San Sebastián, 8, 1974, pp. 73-106 con parte de las ordenanzas de 1489, y P. M. SORALUCE, «Las
cofradías de mareantes de San Sebastián desde la Edad Media hasta nuestros días», Euskal Erria, XX-
VIII, 1983, pp. 380-384, 407-414 y 459-466.
3. La transcripción de las ordenanzas de la de San Nicolás en 1491 en ibidem. Habla de la exis-
tencia de la de San Pedro E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media. Oligarquías y
élites urbanas en el País Vasco, Vitoria, 2004, p. 238.
4. Un excelente estudio sobre la actividad pesquera y todo lo relacionado con ella en el Cantá-
brico de los últimos siglos medievales en B. ARÍZAGA BOLUMBURU, «La pesca en el País Vasco en la
Edad Media», Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 3, 2000, pp. 13-28.
5. J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vascas…,
op. cit., p. 84.

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234 SOLEDAD TENA GARCÍA

para la villa de Fuenterrabía,6 no así para Rentería.7 Sus cargos directivos, de


mayordomo,8 van a ser capitalizados por los maestres mercaderes en un pri-
mer momento pese a la anualidad de los mismos. Está clara la identificación
que se produce desde la fundación de la villa entre las élites villanas, dedi-
cadas al comercio marítimo, y la funcionalidad de las cofradías, por lo que su
control no fue difícil desde el momento de su fundación. Solamente en oca-
siones los más poderosos y ricos de entre los pescadores desempeñaron esta
función.9
La documentación conservada de las cofradías donostiarras para el perío-
do anterior a 1500 es muy escasa, algunas referencias y documentos de fina-
les del siglo XV, cuando comienzan a plantear problemas al concejo de la
villa en la que se asientan y poco más.
Así, un importante sector de estas villas, y concretamente de la de San
Sebastián, objeto prioritario de nuestro estudio, conformado por personas y
grupos familiares que se habían ido enriqueciendo a lo largo de los años,
que desempeñaban actividades económicas de primer orden e imprescindi-
bles para el buen desarrollo de la vida urbana como mercaderes, transportis-
tas, pescadores, además de otros oficios, y que contaban con amplias redes
clientelares de personas que trabajaban para ellos, se veían marginados de
un poder político al que, teniendo en cuenta los sistemas de elección de ofi-
cios en la villa donostiarra,10 anuales salvo el preboste, en teoría, podrían
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acceder, pero que, en la práctica, veían frenado una y otra vez.11 Es lógico
que estos grupos intermedios utilizarán otras plataformas de poder para in-
tentar acceder al gobierno urbano, siendo las cofradías de oficios de la mar
el instrumento más factible a lo largo de toda la costa cantábrica,12 y que,
frustrados, provocaran problemas en el seno de la villa.

6. La Cofradía de San Pedro, cuyas ordenanzas datan de 1379. V. J. HERRERO LIZEAGA, «Transcrip-
ción de las ordenanzas de la Cofradía de Mareantes de San Pedro de Fuenterrabía (1361-1551)», Cua-
dernos de Sección. Historia-Geografía, 10, 1985, pp. 315-334.
7. Cuya cofradía data de 1799. J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las co-
fradías de mareantes vascas…, op. cit., p. 71.
8. Lo describe en profundidad ibidem, pp. 139-203.
9. S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna de las cofradías…», op. cit., p. 126.
10. M.ª S. TENA GARCÍA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval. San Sebastián,
Rentería y Fuenterrabía (1200-1500), San Sebastián, 1997, pp. 314-317. Las transformaciones sufridas con
las reformas desde 1488 en E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La Comunidad de San Sebastián a fines del siglo XV:
un movimiento fiscalizador del poder concejil», Espacio, Tiempo y Forma. Serie III. Historia Medieval,
6, 1993, pp. 543-572.
11. M.ª I. VAL VALDIVIESO, «Élites urbanas en la Castilla del siglo XV. (Oligarquía y Común)», en FH.
TEMUDO (ed.), Élites e redes clientelares na Idade Media, Lisboa, 2001, pp. 71-81.
12. En las villas cántabras tuvieron algunos éxitos. J. A. SOLÓRZANO TELECHEA, «Élites urbanas y
construcción del poder concejil en las Cuatro Villas de la Costa de la Mar (siglos XIII-XV)», en B. ARÍ-
ZAGA BOLUMBURU y J. A. SOLÓRZANO TELECHEA (coords.), Ciudades y villas portuarias del Atlántico…, op.
cit., pp. 187-230.

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 235

Y no es menos cierto que una buena parte de los habitantes de las villas
se mantuvieron al margen de estos intentos de acceso al poder. Eso sí, que-
rían ver defendidos sus intereses, que sintonizaban con los de los grupos
intermedios en las cofradías,13 y que los abusos de los poderosos no fueran
muchos. Su fácil manipulación se pone manifiesto en todos los conflictos
entre cofradías, sus dirigentes, intitulados como defensores del común de la
villa14 y otros poderes, sean el propio concejo urbano, los vecinos, reyes,
Hermandades, los denominados Parientes Mayores, etc.
La imagen que de sí mismos proyectaban los dirigentes de las cofradías
quería estar en consonancia con la de sus subordinados,15 en una sintonía
que agrupaba como un «todo» a diferentes sectores de las villas, donde las
relaciones socioeconómicas que enlazaban a sus miembros se complican con
otras vinculaciones de tipo personal, caritativo, asistencial, religioso, moral,
político,16 difíciles de desenmascarar.17
Las cofradías se convirtieron en el siglo XV, sobre todo en la segunda par-
te del mismo, para la zona que estudiamos, en un instrumento en manos de
sectores en alza en las villas que deseaban acceder a un poder político con-
cejil que se les estaba cerrando y veían una posibilidad a través de la integra-
ción de los cargos directivos de las mismas en puestos de gobierno urbano,18
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13. Fundamentalmente en la defensa de la libertad de venta de los productos obtenidos de la


mar.
14. «E agora por parte de los cofrades de San Martín de la mar que es el comun de la dicha villa
(…)», en J. A. SOLÓRZANO TELECHEA, «Élites urbanas y construcción del poder concejil en las Cuatro
Villas de la Costa de la Mar…», op. cit., p. 209. Para los conflictos en la villa de Laredo entre la Cofra-
día, autorrepresentada como común y el concejo, en los 90 años (1407-1497) en que no contaron con
representación en el mismo, véase id., «De “todos los más del pueblo” a la “república e comunidad”:
el desarrollo y la consolidación de la identidad del común en Laredo en los siglos XIV y XV», Anales
de Historia Medieval de la Europa Atlántica, 1, 2006, pp. 61-107.
15. M.ª I. VAL VALDIVIESO, «La identidad urbana en la Edad Media», Anales de Historia Medieval de
la Europa Atlántica, 1, 2006, pp. 5-28.
16. Trata este tema E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Las cofradías de oficios en el País Vasco durante la
Edad Media…», op. cit., pp. 18-23 y, específicamente para las cofradías de oficios de la mar, id., «Las
cofradías de mercaderes, mareantes y pescadores vascas en la Edad Media…», op. cit., pp. 266-271.
17. Así lo ponen de manifiesto las ordenanzas de la cofradía de mareantes de Santa María de
Iciar: «(…) lo uno y principal porque los que fueren en esta confradia vivan honestamente según las
buenas costumbres habiendo piedad y misericordia con los menesterosos y para los sostener y mante-
ner y ayudar y por dar orden a la dicha confradia y acrescentar el servicio de nuestro señor el Rey y
dar favor a la su justicia y al bien publico de la dicha villa y pueblo della; lo cuarto por dar orden al
oficio de marear y maestres y mareantes de las naos y otros navios de la dicha villa y su tierra y al
bien venir della (…)», E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Las cofradías de mercaderes, mareantes y pescadores…»,
op. cit., p. 261.
18. «(…) e los cofrades e de ellas con sus Mayorales venían a estar e entrar en el Concejo e regi-
miento, donde los alcaldes e jurados (…) se juntaban de manera que en los Concejos que se hacían
havía grande ayuntamiento de gente (…) et grande confusión… lo qual ha redundado en daño e
detrimento de la república de la dicha villa y de los vecinos y moradores della, y por se haber surgido
e tolerado como se sufrió e toleró la dicha desorden e turbación de pueblos, se proveían (…) algunas

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236 SOLEDAD TENA GARCÍA

ya que no conseguían ser elegidos por otros medios con los consiguientes
enfrentamientos. Y la consecuencia lógica: las ordenanzas villanas son duras
en extremo con aquellos que perturbasen con su presencia o actuaciones la
paz de las reuniones del concejo,19 prohibiendo cualquier otro tipo de
reunión sin autorización y presencia concejil.20 Una asimilación de estas éli-
tes, como ocurrió en otras villas, hubiera frenado los conflictos, reduciéndo-
los al mínimo.
El reinado de Enrique IV ya se muestra tumultuoso, con numerosos pro-
blemas e intentos de anular las cofradías mediante el recurso al amparo real21
o a instituciones de carácter superior al concejo,22 que intentaron prohibir la
presencia de las cofradías en las reuniones del concejo cuando no eran invi-
tados, pero que no consiguieron frenarlas pese a las reiteradas cartas reales.23

cosas con gran desacierto y se han seguido muchos inconvenientes y dado causa a muchos escándalos
y disenciones de que se pudieran seguir muchas muertes y total destrucción del pueblo». J. I. ERKOREKA
GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vascas…, op. cit., p. 471.
19. 10.000 mrs. de multa y dos años de destierro de la villa en caso de que no hubiera heridos
entre los cargos y oficiales de la villa, puesto que en ese caso la pena sería de muerte. Ibidem, p, 41,
tít. 20 de las ordenanzas de la villa de 1489.
20. «(…) por evitar los daños e inconvenientes que dello se podrían seguir, ordenamos y manda-
mos que ninguno ni algunos vecinos y moradores de la dicha villa ni otras personas no sean osados
en la dicha villa e su juridición de se juntar a voz de cofradía ni fazer comidas ni comer en uno en
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nombre de cofradía ni fazer ayuntamiento alguno de gente so color que los facen para algunas cosas
necesarias… no lo puedan fazer (…) sin que primero requieran a los Alcaldes y Jurados que estuvie-
ren en el Regimiento (…) que non estén más en el regimiento de cuanto propongan su fabla aquello
a qué vienen, e despues, en ausencia, se provea en ello en el dicho regimiento como entendiesen que
cumple». Ibidem, p. 471. Otro título de las ordenanzas regula esta misma cuestión más adelante. Ibi-
dem, p. 473.
21. Las cortes de Toledo de 1462 prohibieron todas aquellas que que no tuvieran fines estricta-
mente piadosos. Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, Madrid, 1861-1903, tomo III, pp. 719-
720.
22. Unos años antes, en el Cuaderno de Ordenanzas de la Hermandad de Guipúzcoa de 1457, se
prohibían todas las cofradías realizadas en villas costeras no sancionadas por el monarca, ordenando
su disolución porque «(…) al prinçipio parezcan ser fechas a buen fin pero a las bezes recreçen dellas
desseruiçio al rey nuestro señor e daño a la dicha provinçia (…)». Ordenanzas de la Hermandad de
Guipúzcoa (1375-1463), ed. E. BARRENA OSORO, San Sebastián, 1982, p. 132 (tít. CXXXVI). Y en 1463, en
el nuevo cuaderno de ordenanzas, permitió la posibilidad de disolver aquellas que plantearan con-
flictos por el buen gobierno de las villas. «CLXXVII Que en toda la dicha provincia nin en las villas et
logares de ella con confradia nin confederaçion nin liga alguna so ningund color salvo ssy fuere fe-
cha por mandamiento del Rey et con abtoridad del Obispo de la dicha tierra et que sea en casos pia-
dosos et que las fechas fasta aquí se den et las damos por ningunas et las desatamos et de aquí adelan-
te non se faga so pena de qualquier que en ello entrare o fuere caya en pena de cinco mil maravedís
para la dicha provincia». Ibidem, p. 194. Se prohíben, igualmente, las reuniones de las consideradas
no convenientes. «CLXXX Et mandamos que ningunos confrades non se lleguen nin ajunten nin se
ajunten en las dichas confradias so pena de confiscaçion de los bienes para la dicha Hermandad e de
perdimiento de los cuerpos salvo las que fueren aprobadas por el dicho señor Rey e por el prelado e en
cabsas piadosas como dicho es». Ibidem, p. 194.
23. Éstas aparecen recogidas en J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las
cofradías de mareantes vascas…, op. cit., p. 400.

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 237

Los enfrentamientos llegaron a su punto álgido durante el reinado de los


Reyes Católicos, en 1489,24 y no se consiguió, para la mayoría de los trabaja-
dores de los oficios de la mar, ninguna ventaja evidente; al revés, el control
cada mayor por parte del concejo de su actividad llegaba a dificultar la mis-
ma.25 La instrumentalización de los miembros del común de la cofradía por
sus dirigentes fue clara y sus resultados muy escasos o nulos. Pasaron de ser
plataformas de sectores laborales del común a ser el instrumento utilizado
por los grupos intermedios en su ascenso político.26 Se llegó a un choque
frontal evidente entre concejo y cofradías27 cuando éstas ya no eran intere-
santes para las élites villanas No aparecerán, como no lo hacían antes, inte-
grados en las estructuras institucionales de poder de las villas. Es más, los
concejos regularon, como instancia superior, muchas de actividades relacio-
nadas con los oficios de la mar,28 como lo muestran varios artículos de las
Ordenanzas aprobadas en ese mismo año, prohibiendo también la formación
de ligas y monipodios,29 sometiendo a tasas fijas todos los precios de los ví-
veres y las soldadas de todos los oficios.30 También cobraban el abasteci-
miento y venta al por menor de los bastimentos llegados a la villa, ordenan-
do que, de todos los víveres llegados a los puertos de la villa, tanto los
situados en la propia San Sebastián como el del Pasaje, la mitad se vendiesen
al por menor en la villa y la otra mitad permaneciese durante tres días en
espera de compradores al por menor antes de su venta al mayor, sin que los
compradores pudiesen revenderlo a más precio,31 y, por último, en torno a la
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venta del pescado, aspecto fundamental para la supervivencia de los pesca-


dores de la villa y mayoría de la cofradía, prohibían la elaboración de con-
servas o la extracción de pescado fuera de la villa, lo que obligaba a los

24. «Otrosi por quanto de mucho tiempo a esta parte muchos del pueblo así por vía de cofradías,
como por ligas e monopolios, que entre sí tenían acostumbrado (…) de levantar contra los alcaldes e
jurados de la villa a son de escándalo y alboroto, e iban al concejo deziendo que lo que los dichos
jurados acordaran (…) era en daño e detrimento del pueblo (…) por evitar lo sobredicho ordenamos
e mandamos que de aqui adelante ninguna ni algunas personas no sean osadas por vía de cofradía,
ni de ligas, ni de monipodios, ni de otra manera de se juntar ni se junten para escandalizar ni albo-
rotar al pueblo, ni para dañar ni contradecir ni resistir lo que los Alcaldes e Regidores de la villa
ovieren acordado (…)», ibidem p. 470.
25. M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna de las cofradías…», op. cit.,
p. 112.
26. Ibidem, p. 127.
27. José M.ª Monsalvo estudia las fórmulas organizativas no integradas en las estructuras políticas
concejiles en «La participación política de los pecheros en los municipios castellanos de la Baja Edad
Media. Aspectos organizativos», Studia Historica. Historia Medieval, 7, 1989, pp. 37-93, p. 91.
28. Las ordenanzas más conocidas al respecto son las de venta al por menor del pescado en la
villa. En el caso donostiarra las ordenanzas 110 a 116 regulan esta temática. Colección de documentos
históricos del Archivo Municipal de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, ed. B. ANABITARTE, San
Sebastián, 1895, pp. 77-79.
29. Títs. 40 y 41.
30. Títs. 48 y 49.
31. Títs. 97, 98, 99, 100, 101.

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238 SOLEDAD TENA GARCÍA

moradores en el Pasaje32 a vender todas sus capturas en la villa y a los com-


pradores al por mayor a dar pescado a las regateras al mismo precio en que
ellos lo adquirieron.33 No será hasta 1511 cuando estos sectores intermedios
puedan aspirar a entrar en el gobierno de la villa.34
Estas ordenanzas fueron un duro golpe para estas cofradías que veían
muy reducido incluso el control de los oficios que le eran propios y la ges-
tión de sus recursos y ganancias. Pese a todo, los Reyes Católicos les recono-
cían ciertas atribuciones jurisdiccionales.35
Con estas ordenanzas el concejo, sus oficiales, intentaron, de manera evi-
dente, controlar a los maestres de lancha pesquera36 para que no pudieran
acceder a los cargos de gobierno del concejo villano y para que su actividad
e influencia se viera reducida y controlada por el gobierno urbano pese a
que contaban, y aquí está, en nuestra opinión, la clave del problema y la
explicación de los conflictos, con los recursos económicos y el peso social
en la villa adecuados para poder entrar a formar parte del gobierno urbano.
Buena muestra de este control y eliminación de la carrera por los cargos
de peso político en el concejo es la actualización de las ordenanzas de las
cofradías y de las propias ordenanzas de la villa,37 planteadas sus modifica-

32. Pasaje de Aquende, collación pertenciente a San Sebastián y situada a pie de puerto.
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33. Títs. 103, 104, 105, 110, 111, 112, 113, 114, 116, 117.
34. La reforma de 1511 permitió, a través de un sistema de electores abonados, participar en la
elección de éstos a todos los vecinos con suficiente cuantía económica. J. A. LEMA, J. A. FERNÁNDEZ DE
LARREA, E. GARCÍA, M. LARRAÑAGA, J. A. MUNITA y JR. DÍAZ DE DURANA, El triunfo de las élites urbanas
guipuzcoanas: nuevos textos para el estudio del gobierno de las villas y de la provincia (1412-1539), San
Sebastián, 2002, pp. 56-57. Estudia en profundidad las transformaciones que supuso esta reforma E.
GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media. Oligarquías y élites…, op. cit., pp. 233-246,
analizando las ordenanzas electorales de las villas guipuzcoanas, con un interesante cuadro en la
p. 243 en el que se resume la reforma de comienzos del siglo XVI.
35. Tanto en materia de justicia «Es nuestra merçed e voluntad que los dichos maestres e pescadores
hayan facultad de elegir y elijan un mayordomo en cada un año y que el dicho mayordomo pueda en-
tender juzgar et determinar solamente entre los dichos maestres et pescadores de la dicha villa e su juris-
diçion en los cassos y cossas que por razon del dicho offiçio de pescar nasçieren entre unos y otros fasta
en quantia de tres mill maravedis y no en mas». A. ARAGÓN RUANO y X. ALBERDI LOMBIDE, «El proceso de
institucionalización de las cofradías guipuzcoanas durante la Edad Moderna: Cofradías de mareantes y
de podavines» Vasconia, 30, 2000, pp. 205-222, p. 214 como de derechos sobre las mercancías que entra-
sen y saliesen por el puerto. J. L. BANÚS Y AGUIRRE, «Ordenanzas de la Cofradía de Santa Catalina de San
Sebastián…», op. cit., pp. 73-106. Enumera los derechos a cobrar por el mayordomo de la misma E. GAR-
CÍA FERNÁNDEZ, «Las cofradías de mareantes, mercaderes y pescadores…», op. cit., pp. 279-280.
36. Un análisis de los mismos en M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna
de las cofradías…», op. cit., pp. 121-122 y en id., «Comercio y transporte marítimo en San Sebastián
durante la Edad Media (1180-1474)», Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco.
Transporte y comercio marítimo, 4, 2003, pp. 129-145. Maestre es sinónimo de propietario de dueño de
barco. J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vascas…,
op. cit., pp. 87-89.
37. Un estudio de las mismas para el ámbito guipuzcoano se encuentra en E. GARCÍA FERNÁNDEZ,
«Para la buena gobernaçion e regimiento de la villa e sus veçinos e pueblo e republica: de los fueros

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 239

ciones con el fin de adecuar a los nuevos marcos de control estas institucio-


nes que podían resultar, al menos, molestas, para los concejos villanos, en
un proceso que es recurrente en toda Castilla.38 Las ordenanzas de 1491 de la
Cofradía de San Pedro así lo demuestran,39 y la reforma de 1489 de la de San-
ta Catalina también, apreciando, en ambos casos, la utilización política de
estas cofradías por parte de sectores emergentes de las mismas que quieren
utilizarlas como trampolín político y también el freno puesto desde dentro a
sus aspiraciones. Ya no serán todos los cófrades los que elijan a sus oficiales
sino que habrá 30 electores.40
También las Ordenanzas de la villa donostiarra41 incidían, como hemos
señalado más arriba, sobre aspectos antes controlados de forma exclusiva
por las cofradías con el fin de restar protagonismo político a éstas además de
económico,42 prohibiendo a los cófrades convocar reuniones sin autorización
del concejo43 o penas muy graves —destierro y muerte— en caso de ocasio-
nar tumultos o asesinato de oficiales en las reuniones del concejo,44 además
de controlar la venta de los productos obtenidos por la pesca y la caza de
ballenas, aquellos que más afectaban a los miembros emergentes de las co-
fradías.
Eso sí, parece que en un jugada de propaganda política, por contraposi-
ción, la política del concejo se presenta como proteccionista hacia los veci-
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a las ordenanzas municipales en la provincia de Guipúzcoa…», en J. A. LEMA, J. A. FERNÁNDEZ DE LA-


RREA, E. GARCÍA, M. LARRAÑAGA, J. A. MUNITA Y J. R. DÍAZ DE DURANA, El triunfo de las élites urbanas
guipuzcoanas: nuevos textos…, op. cit., pp. 27-58.
38. Véase al respecto J. M.ª MONSALVO ANTÓN, «Solidaridades de oficio y estructuras de poder en
las ciudades castellanas de la Meseta durante los siglos XIII al XV (aproximación al estudio del papel
político del corporativismo artesanal)», El Trabajo en la Historia, Séptimas Jornadas de Estudios Histó-
ricos, 1996, pp. 39-90.
39. J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vas-
cas…, op. cit., pp. 461-477.
40. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la ciudad en la Edad Media. Oligarquías y élites urbanas…,
op. cit., p. 393.
41. Datan del 7 de julio de 1489, en un momento especialmente dificultosos para la villa. Unos
meses antes, el 28 de enero de ese mismo año, había ardido en su totalidad. Solamente 3 casas intra-
muros se salvaron, las únicas construidas en piedra, de un total de 600 edificaciones. Las labores de
reconstrucción fueron muy lentas y el concejo abusó de las necesidades de los vecinos, cobrándoles,
por ejemplo, un censo por obtener piedra para la construcción de las casas, obligatoriamente, de las
canteras de Igueldo, hasta entonces de libre disposición. Éste fue, con diferencia, el más grave de los
incendios que asolaron la villa en la Edad Media, ya que hubo otros incendios en los años 1397, 1433,
1483, 1486 y 1496. Historia de Donostia-San Sebastián, M. ARTOLA (ed.), San Sebastián, 2000, pp. 48 y
83. En estos momentos la villa contaba con 3.000 habs. intramuros y otros 1.500 situados en las aldeas
y collaciones cercanas. Ibidem, p. 47.
42. Véase supra.
43. J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vas-
cas…, op. cit., p. 400.
44. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Las cofradías de oficios en el País Vasco…», op. cit., p. 34.

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240 SOLEDAD TENA GARCÍA

nos de la propia villa, hacía todos, envolviendo la defensa de los intereses


del grupo gobernante con el pro común y limitando a los levantiscos. De
hecho, como hemos señalado, se permitió el acceso de miembros de la co-
fradía, mayordomos y atalayeros fundamentalmente, con el fin de que pre-
sentasen quejas legítimas y buenas maneras,45 que solían estar, las más de las
veces, relacionadas con abusos cometidos por foráneos, pidiendo ayuda,
para su solución al concejo y a sus oficiales.46
Estos conflictos entre cofradías y concejo se enmarcan dentro de los gene-
rales de la propia villa con la presencia del pesquisidor real Diego Arias de
Anaya, que llevaba desde 1488 investigando los posibles conflictos derivados
de la elección de oficiales47 y que tuvieron como resultado la aprobación de
las primeras ordenanzas concejiles que conocemos para San Sebastián, re-
dactadas bajo su supervisión.48
Pero las victorias obtenidas a través de esta instrumentalización de los
intereses vecinales y de los cófrades son de carácter local, generales de los ve-
cinos de la villa, y no de las cofradías de oficios del mar. Las propias relacio-
nes entre los miembros de la cofradía, de dependencia entre unos y otros
por el control de las herramientas de trabajo,49 hacían que los intereses de
clase, las relaciones económicas, de carácter meramente laboral,50 quedasen
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45. «(…) estando en el dicho su ayuntamiento e honestamente sin escándalo ni movimiento algu-
no del pueblo mirando la honra e acatamiento que se debe a los dichos alcaldes e regidores, les pue-
dan decir e digan, según su parescer e según su consciencia, el daño e inconviniento que la dicha
villa rescibió o podria rescibir de lo que así fuere acordado o se queria acordar porque los dichos al-
caldes e regidores sepan mejor proveer y provean lo que conviniere al bien público de todos». Id., «Las
cofradías de mercaderes, mareantes y pescadores vascas…», op. cit., p. 281. Véanse al respecto, los
títulos 92, 104, 107, 110, 111, 112, 113, 114, 115 y 116. Colección de documentos históricos del Archivo Muni-
cipal de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, ed., B. ANABITARTE, op. cit., pp. 69, 75 y 77-79, encar-
gados de regular y asegurar el abastecimiento de la villa y la venta al exterior de los productos
obtenidos del mar, incluida la grasa de ballena.
46. M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna de las cofradías…», op. cit.,
p. 128.
47. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La comunidad de San Sebastián a fines del siglo XV…», op. cit., pp. 552-
553.
48. En concreto las relativas a la elección de cargos concejiles en adelante en ibidem, pp. 554-556
y la reformas fundamentales de 1492, valederas para los oficios entrantes desde 1493, en ibidem,
pp. 556-557. Estudiamos las consecuencias de estos problemas con la pérdida del prebostazgo por el
linaje Engómez en M.ª S. TENA GARCÍA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval…, op.
cit., pp. 325-326.
49. Pinazas, aparejos, barcos de transporte, contratación para las diversas labores de astilleros y
carga-descarga en los puertos, fórmulas de explotación del espacio costero, venta al por menor, se-
cado y venta en el exterior de las capturas…
50. Para las relaciones laborales entre dueños de embarcaciones y personal encargado de ellas,
bien fueran barcos mercantes, bien bajeles de pesca, véase por ejemplo, el título 12 de las ordenanzas
de la Cofradía de Fuenterrabía. «Iten ordenaron que si algunos mareantes o marineros de dentro de la
dicha villa dieren palabra a algún maestre de dentro del cuerpo de la dicha villa (…) que irá con el
en su navío a navegar e servir el viaje que el tal maestre le dijere, si después de prometido dejare de ir

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 241

sometidas a otro tipo de relaciones verticales y, a veces, también a relaciones


personales que interferían y contaminaban las plataformas del común para
obtener una integración en el aparato de gobierno villano.
A ello hemos de sumar la conciencia de pertenecer a una unidad determi-
nada, la villa propia, ser vecinos, en este caso, de San Sebastián, en compe-
tencia directa con las villas vecinas por los mismos recursos.
A la personalidad jurídica se suma la identitaria propia del lugar, el origen
gascón pudo tener que ver en esta idea de grupo diferente de los habitantes
de la villa donostiarra sobre los vecinos, claramente autóctonos, o los pro-
pios habitantes de las aldeas colindantes. Pese a las diferencias existentes, se
veían como una unidad con carta jurídica propia, el fuero, y otras normativas
complementarias, desde las ordenanzas concejiles hasta las cartas reales, sen-
tencias, pleitos ganados… La idea del bien común, esgrimida por gobernan-
tes y gobernados, también hace unión entre los vecinos, bien debida, por
ordenanza, bien voluntaria.51 La normativa comercial, que defiende los inte-
reses de los vecinos con un proteccionismo muy marcado y que complemen-
ta la de las propias cofradías, es fundamental en este sentido. También con-
forma esta identidad propia la petición de mercedes varias a los reyes,
pedidas por el gobierno urbano pero deseadas por toda la población que lo
ve como una victoria propia.52 Es evidente que la búsqueda de las mejores
condiciones, por ejemplo de abastecimiento para la propia villa, mueven a
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los gobernantes y benefician a todos, pero no tenemos que olvidar que siem-
pre hay unos más beneficiados que otros. Los reyes participan de esta idea
de comunidad y la fomentan por tres medios, los corregidores,53 apoyo a las
oligarquías y llamamientos al buen gobierno y pro común de todos los veci-
nos.54
Y, por supuesto, a todo lo expresado anteriormente, se suma el proteccio-
nismo característico de cada una de estas villas y de sus gobernantes, dis-
puestos a defender a los suyos a costa de los vecinos.55

a servir el dicho viaje sin tener justa causa de excusación, que pague por ello seis ducados por cada
vez cada uno de los que así faltare de cumplir la promesa e palabra; y si el maestre o maestres que no
tomaren o echaren al tal compañero o compañeros, después de así concertado e dado palabra, que
pague la misma pena». J. I. ERKOREKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de
mareantes vascas…, op. cit., p. 446.
51. M.ª I. VAL VALDIVIESO, «La identidad urbana en la Edad Media…», op. cit., p. 16.
52. Ibidem, p. 21.
53. En el caso guipuzcoano sería la Hermandad de Guipúzcoa.
54. M.ª I. VAL VALDIVIESO, «La identidad urbana en la Edad Media…», op. cit., p. 26.
55. Todas las ordenanzas concejiles se hacen eco de esta necesidad. Véanse por ejemplo, las
Ordenanzas de Bilbao al respecto, en las que se reconoce: «(…) por quanto esta dicha villa estava
fundado trato e en ella avía muy pocos legunbres, de que la dicha villa e revales e otros comarcanos
hera neçesario de se mantener con trigo que de Castilla venía en bestias mulares e azemilas (…)»,
Ordenanzas municipales de Bilbao (1477-1520), eds. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ, C. HIDALGO de CISNEROS

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242 SOLEDAD TENA GARCÍA

Junto a este interés podía haber razones más crematísticas, relacionadas


con los sistemas de cobro de impuestos por el concejo a sus vecinos y a los
foráneos con los que se relacionaban, evitando así excesivas derramas con-
cejiles.56
Todos estos factores muestran unas cofradías apartadas del formato con-
cejil de funcionamiento de la villa57 pese a los intentos de éstas en sentido
contrario. Es más, el concejo regula con una normativa de rango superior las
actividades de las cofradías que podían resultar peligrosas o excesivas para
el considerado buen gobierno. Están instrumentalizadas y son marginadas de
la vida concejil.
Las causas de esta falta de entendimiento entre cofradías y concejos son
varias. El acaparamiento de los cargos de gobierno por parte de las élites
mercantiles es un hecho58 y la identificación de sus intereses con los del con-
cejo, entendido como los vecinos de la villa, también. A ello ayudaba la
inexistencia de un representante de los pecheros. A la marginación de los
puestos de gobierno de buena parte de los vecinos de la villa ayudaba la
legislación regia, tendente a entregar el control, sobre todo en la segunda
mitad del siglo XV, a concejos y Hermandad y a frenar, en toda la Corona, el
corporativismo socioprofesional que podía resulta peligroso.
Los vecinos de la villa, adscritos profesionalmente a las cofradías, depen-
den de los dirigentes de éstas o de los grupos intermedios, confundiendo
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intereses de clase, personales, vecinales, profesionales… muy difíciles de


diferenciar por la escasa documentación que ha llegado hasta nosotros. Nu-
merosos son los elementos que confluyen. Entre ellos se pueden destacar las
estrechas relaciones personales y económicas, las vías de intercomunicación
establecidas con poderes superiores, la Hermandad y los reyes fundamental-
mente, el cierre de las oligarquías urbanas, muy patente desde finales del
siglo XIV, el control del capital mercantil, de las inversiones, la propiedad de
los medios necesarios para obtener riqueza del mar y de su comercialización,
relaciones todas ellas que pueden explicar por qué las relaciones de clase
quedaban desdibujadas completamente en estas villas, no solamente en la
donostiarra.59

AMESTOY, A. LORENTE RUIGÓMEZ y A. MARTÍNEZ LAHIDALGA, San Sebastián, 1995, p. 148. Lo mismo se repi-
te, por ejemplo, para las sardinas, ibidem, p. 95, y para otros productos de primera necesidad.
56. Para los sistemas de reparto de derramas concejiles en San Sebastián, véase E. GARCÍA FERNÁN-
DEZ, «Génesis y desarrollo de la fiscalidad concejil en el País Vasco durante la Edad Media (1140-1550)»,
Revista d’Historia Medieval, 7, 1996, pp. 81-114, pp. 100 y 108-113.
57. M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna de las cofradías…», op. cit.,
pp. 129-130.
58. Id., La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval…, op. cit., pp. 297-346.
59. M.ª S. TENA GARCÍA, «Composición social y articulación interna de las cofradías…», op. cit.,
pp. 132-133.

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 243

Por ello se puede afirmar que las cofradías, y con ellas el amplio grupo
de habitantes de estas villas que estaban agrupados en las mismas, queda-
ban fuera, una vez más, de la vida política de la villa. En los últimos años
del siglo XV vieron reducidas sus atribuciones a la regulación de los oficios
en sí mismos, siempre que no entrasen en colisión con intereses generales
de la villa,60 su buen funcionamiento y, tareas onerosas61 y, sobre todo, labo-
res asistenciales y piadosas, que irán ganado importancia en épocas poste-
riores.
Un suceso ocurrido en San Sebastián a fines del siglo XV puede dar algu-
nas pistas sobre los enfrentamientos que existieron en el seno de los conce-
jos entre los miembros de las cofradías y del gobierno concejil, mostrando
cómo, pese a éstos, se podían aunar voluntades cuando se trataba de defen-
der los derechos de propios frente a extraños, en este caso los vecinos de las
villas contiguas.
Los conflictos por el puerto de Pasajes, considerado de primera
importancia,62 por la jurisdicción de sus aguas,63 habían estado presentes en-
tre las villas que confluían en él, latentes, desde el momento en que se fundó
la segunda de las villas con acceso al puerto, Fuenterrabía,64 y el comercio
había comenzado a activarse en la cornisa cantábrica.65 Estos conflictos se
incrementaron sobremanera en el momento en que una tercera villa, Villa-
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60. Por ejemplo, cada vez más las reglamentaciones concejiles hacen referencia a asuntos como
la venta al por menor de la pesca de sus vecinos. Títs. 92, 104 y 110-117 de las ordenanzas de la villa
de San Sebastián en Colección de documentos históricos del Archivo Municipal de la M.N. y M.L. Ciu-
dad de San Sebastián, ed., B. ANABITARTE, op. cit., pp. 69, 75 y 77-79.
61. Como el mantenimiento en buen estado de las infraestructuras portuarias, para lo que reci-
bían pagos, el 1% de lo comerciado por los vecinos de la villa y 1/5 del quiñón de los pescadores.
Todo ello era recaudado por el mayordomo de Santa Catalina. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, Gobernar la
ciudad en la Edad Media. Oligarquías y élites urbanas…, op. cit., pp. 372-373.
62. «El puerto de Oyarçun qui hera mas seguro et meior», L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Navegación y co-
mercio en el Golfo de Vizcaya. Un estudio sobre la política marinera de la Casa de Trastámara, Ma-
drid, 1959, p. 162.
63. Llegando al extremo de intentar cobrar rentas a vecinos de Fuenterrabía que ocupaban casas
a las que llegaba el agua con la marea alta. M.ª S. TENA GARCÍA, La sociedad urbana en la Guipúzcoa
costera Medieval…, op. cit., pp. 539-540.
64. Aunque su lejanía al puerto y la dificultad de transportar las mercancías por tierra, pudiendo
recibirlas directamente en la propia villa, en el puerto de Asturiaga, en la desembocadura del río
Bidasoa, hará que los conflictos por las cuestiones que aquí estudiamos sean mucho menores.
65. Este puerto, el del Pasaje, compartía jurisdicción en sus orillas de las tres fundaciones antes
citadas y era el mejor acondicionado para la recepción y salida de todo tipo de bienes. Ya en el si-
glo XIII su actividad era importante: L. M. DÍEZ DE SALAZAR, «El comercio y la fiscalidad de Guipúzcoa
a fines del siglo XIII (según las cuentas de Sancho IV)», Boletín de la Real Sociedad Bascongada de
Amigos del País, XXXVII, 1981, pp. 85-148. San Sebastián contaba, además, con otros tres puertos, el de
Orio hasta la fundación de la villa en 1379, mucho menos utilizado, y los situados en la propia villa,
el de Santa Catalina, en la desembocadura del Urumea, y el Puerto Mayor, en la falda del Monte Ur-
gull y junto a la puebla.

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244 SOLEDAD TENA GARCÍA

nueva de Oiarso66 entró en conflicto, dispuesta a defender sus intereses, tan-


to de abastecimiento de materias de primera necesidad, fundamentalmente
cereales, como de aprovechamiento para exportar todo el hierro producido
en las ferrerías de su término, privilegiado por el Fuero de Ferrerías concedi-
do pocos años después de su fundación a los vecinos del Valle de Oyarzun
y extensivo a todos los ferrones guipuzcoanos 10 años después.67 Los fueros
no eran muy claros respecto a las zonas inundadas con la marea alta conce-
didas a cada villa. Parece que el límite jurisdiccional lo ponía la costa68 en las
tres villas,69 en una delimitación similar a la encontrada en otras villas de la
cornisa cantábrica cuyo término llegaba hasta el mar salvo contadas excep-
ciones.70
La defensa del agua cercana, en constante disputa con las villas vecinas o
con las aldeas ribereñas, bien propias, bien de otras villas, siempre está pre-
sente71 y se acentúa en el caso de Pasajes porque las dos villas fundadas por
reyes castellanos desgajaron términos que inicialmente habían sido concedi-
dos a San Sebastián.
Tanto los concejos como las cofradías consideraban propios los términos
marinos cercanos a ellas72 y por eso se atribuían todo tipo de derechos sobre

66. Actual Rentería. En 1340 el privilegio real les aseguraba el abastecimiento y la exención de
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impuestos salvo los reales con ese fin. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería.
Tomo I, eds. M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, San Sebastián, 1991, p. 14. Di-
cho privilegio es confirmado por los monarcas posteriores.
67. L. M. DÍEZ DE SALAZAR, Ferrerías en Guipúzcoa (siglos XIV-XVI), San Sebastián, 1983.
68. Sin especificar, evidentemente, si era la correspondiente a la bajamar o pleamar.
69. Se desgajaron, paulatinamente, los territorios de Fuenterrabía, con Pasajes de San Juan e
Irún, hacia 1202 y Rentería, con Lezo y Oyarzun en 1320. En el caso de Fuenterrabía aparece clara-
mente señalado el término que le correspondía en detrimento de San Sebastián: «Dono etiam vobis
(…) istos terminos (…) de ribo de Oyarzun vsque ad ribum de Fonte Rabia, et de Pena de Aia usque
ad mare, et de Lesaca usque ad mare, et de Belfa usque ad mare, et terminum de Yrum cum onmibus
inde habitantes. Et dono uobis Guillelmum de Lacon et socios suos, ut sint uestri uicini. Et concedum
uobis illum portum de Asruuiaga». Colección de Documentos Medievales de las Villas Guipuzcoanas
(1200-1369), eds. G. MARTÍNEZ DÍEZ, E. GONZÁLEZ DÍEZ y F. J. MARTÍNEZ LLORENTE, San Sebastián, 1991,
p. 20. Lo mismo ocurre con Rentería, que define así sus límites: «Desde la (…) penna llamada Penna
d’Aya a la costalada que es ençima del logar llamado Alçibiguira (…) E dende a do e por do es el
termino e tierra desmasgo de la yglesia de Leço, fincando todo el río e braço de mar que entra e sale
por do es la penna… de Arando, con todo lo que debe e toma la subida de la marea desde los dichos
límites (…)». Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds. M. A.
CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, San Sebastián, 1997, pp. 16-18.
70. Motrico incluía la jurisdicción sobre cierta parte de la mar, al igual que Zumaya. B. ARÍZAGA
BOLUMBURU, «Conflictividad por la jurisdicción marítima y fluvial en el Cantábrico en la Edad Media»,
en B. ARÍZAGA BOLUMBURU y J. A. SOLÓRZANO TELECHEA (coords.), Ciudades y villas portuarias del Atlán-
tico…, Logroño, 2005, pp. 17-56, p. 23.
71. Estudia algunos conflictos, como el que enfrentó a Fuenterrabía y Francia por la ribera del
Bidasoa, ibidem, pp. 24-26.
72. Hace interesantes aportaciones a este tema, señalando como de 55 km mar adentro la juris-
dicción marítima de las villas cántabras ibidem, passim. Igualmente es muy interesante para ver las

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 245

los mismos, al igual que los vecinos de las zonas costeras73 y aguas aleda-
ñas.74 Derechos, impuestos, actividad comercial, pesquera y control de las
mercancías eran disputados a pie de agua.75
Tres villas con intereses comunes disputando un espacio común de apro-
vechamientos económicos y recaudaciones monetarias importantes, funda-
mentales para su desarrollo y supervivencia.76 Y a ello debemos añadir el
tema de estudio en este artículo, los intereses, particulares y grupales de los
diversos sectores que confluían en un mismo espacio. Enrique II marcó un
hito con la delegación de todas sus atribuciones en el puerto en manos de la
villa de San Sebastián, obligándose ésta a respetar los derechos de los otros
vecinos del puerto.77 La sentencia de 1376 se repetirá a lo largo de todo el
período medieval.78 La dinámica era siempre la misma: abuso de San Sebas-
tián con incumplimiento de las cartas de privilegio de las villas vecinas; que-
ja del concejo agraviado ante instancias superiores; renovación de la misma
sentencia con posterior incumplimiento por parte de la villa donostiarra.79
El hecho al que nos referíamos anteriormente tuvo lugar en los últimos
años del reinado de Enrique IV, período en extremo conflictivo, llegando a

diversas jurisdicciones que confluían sobre el agua del puerto de Burdeos M. BOCHACA, «El control del
puerto de Burdeos y de su tráfico mercantil del siglo XIII al XV: jurisdicciones y estructuración del
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espacio», en B. ARÍZAGA BOLUMBURU y J. A. SOLÓRZANO TELECHEA (coords.), Ciudades y villas portuarias


del Atlántico…, op. cit., pp. 91-114.
73. Tan importantes eran los recursos derivados del mar que solamente la pesca suponía más del
50 % del montante total de la alcabala en las cuatro villas cántabras a finales del siglo XV. B. ARÍZAGA
BOLUMBURU, «Conflictividad por la jurisdicción marítima y fluvial en el Cantábrico en la Edad Me-
dia…», op. cit., p. 37.
74. Sirva como ejemplo el arrendamiento de las nasas salmoneras del Bidasoa realizado por el
concejo de Fuenterrabía como si de un propio más se tratase, realizado el año 1299 con el señor de
Lastaola. Colección Documental del Archivo Municipal de Hondarribia. Tomo I. (1186-1479), eds. M.
LARRAÑAGA ZULUETA e I. TAPIA RUBIO, San Sebastián, 1997, pp. 11-15.
75. Algunos de los capítulos de las Ordenanzas de la Cofradía de San Pedro de San Sebastián,
aprobados por los Reyes Católicos en 1491, obligaban a los pescadores desde Fuenterrabía hasta Ber-
meo a pagar ciertas cantidades por «aprovecharse» de las allas o señales luminosas realizadas por los
cófrades donostiarras. Se presentan testigos de la costumbre inmemorial de dichos pagos. J. I. ERKO-
REKA GERVASIO, Análisis histórico-institucional de las cofradías de mareantes vascas…, op. cit., p. 464.
76. Cobro de derechos concejiles, impuestos indirectos y buen funcionamiento de los negocios
propios de las oligarquías, además del bien común simbolizado en el abastecimiento de la propia
villa frente a extrañas, aunque vecinas, resumen este interés.
77. La sentencia, fundamentada en las Partidas, en Colección Documental del Archivo Municipal
de Rentería. Tomo I, eds. M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., pp. 34-44
y la regulación del uso del Puerto por las villas aledañas en ibidem, pp. 48-51.
78. En 1456 comenzó un nuevo proceso entre ambas villas por los límites de una y otra en el
Puerto. Ya había un vecino de Rentería muerto, Miguel Ibáñez de Alcibía y varios heridos y destrozos
cometidos por ambas partes. Se nombraron dos árbitros, vecinos de Usúrbil, Martín Martínez de La-
sarte y Miguel Martínez de Urdayaga, que renovaron la sentencia de Enrique II. Ibidem, pp. 188-195.
79. Se puede ver una relación de estos conflictos en S. TENA GARCÍA, La sociedad urbana en la
Guipúzcoa costera en medieval, pp. 557-566.

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246 SOLEDAD TENA GARCÍA

enfrentamientos armados con asesinatos de vecinos. Veamos el desarrollo de


los acontecimientos.
Ya desde 1469 aproximadamente, aprovechando el clima de descontento
generalizado existente en el reino, las disputas alcanzaban graves conse-
cuencias: «(…) puede aver quatro años que los conçejos de las villas de San
Sebastián e Villa Nueva e Tierra de Oyarzun (…) se lebantaron e alboroça-
ron, e fizieron grandes ayuntamientos de gentes e compañas (…) Abrieron
guerra entre los conçejos e sus vezinos, e moradores, e valedores (…) abieron
de morir en poco tienpo, de entre amas partes, fasta número de çient omes
prinçipales de las (…) villas e probinçia, allende de se aver fecho (…) ynfinitos
(…) rrovos, e tomas de fustas e bienes, e quemas de casas, e talamiento de
heredades. E todo a causa (…) de la jurediçión, puerto, e agua, e rribera de
mar llamado Pasaje».80 El concejo denomina al puerto de Pasajes como pro-
pio81 y sanciona positivamente las actuaciones delictivas de los vecinos
como el embargo de un navío inglés y su carga82 que salía de la zona rente-
riarra sin pagar las correspondientes tasas a San Sebastián ni descargar parte
del cereal en la villa.83 Igualmente, comete abusos en defensa de los vecinos
de la propia villa84 a la vez que defiende el aprovisionamiento privilegiado
aun a costa de las villas vecinas.85

80. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds. M. A. CRES-
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PO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., p. 47.


81. «(…) sobre el nuestro puerto del Pasaje…», ibidem, p. 21.
82. «(…) la dicha nao fue tomada por çiertos vezinos de la dicha villa de San Sebastian e presen-
tada a la justiçia de la dicha villa en tienpo e forma de derecho por aver yncurrido diz que el maestre
e sennores de la dicha nao e marcadurías en ella contenidas e cada uno dellos en la dicha pena de
las dichas dozientos mill maravedis, por non aver guardado el tenor e forma de la dicha sentençia en
la descarga de la dicha nao (…)». Ibidem, p. 21. Estaba acusado de descargar mercancías sin permiso
y debía pagar por ello una multa muy cuantiosa. Véase infra.
83. Ya en 1338, 18 años después de fundada, la villa de Rentería habían conseguido la exención
de sisas y derechos para aquellas mercancías que transportasen sus vecinos por el Puerto. Colección
Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo I, eds. M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y
J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., pp. 8-10. Los abusos continuaron durante todo el período bajomedieval
hasta los estallidos de violencia que estudiamos más arriba.
84. Embargo de redes de vecinos de Rentería alegando que perjudican el trabajo de los pesca-
dores donostiarras.
85. Este aspecto era fundamental en un territorio tan falto de cereal y sobre habitado como la
Cornisa Cantábrica. Había que asegurar la llegada frecuente de cereales, descargados en la propia
villa y evitar las carestías por almacenamientos indebidos. Eran medidas populares, que redundaban
en beneficio de todos los vecinos y aseguraban a las élites concejiles el apoyo total de éstos. Todos
argumentaban el derecho a la descarga del 50 % del cereal llegado desde el exterior y sistemática-
mente San Sebastián obligaba a descargar en su propia lonja, a pie de puerto, una parte de éste, tal
y como se aprecia en el tít. 97 de las Ordenanzas de la villa. Colección de documentos históricos del
Archivo Municipal de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, ed. B. ANABITARTE, op. cit., p. 70. No era
la única villa que hacía esto. Las ordenanzas de Deva de 1412 señalan: «Otrosi ordenaron que todo el
trigo e centeno e otra qualquier çebera que entrare en el puerto y canal de esta villa sea descargada
en la dicha villa y en sus lojas e que ende sea vendida y no la puedan lleuar a fuera a vender syn
mandamiento y liçençia del dicho conçejo». Archivo Municipal de Deba. (1181-1520). I, eds. V. J. HERRE-

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 247

Los jueces árbitros elegidos para solucionar el conflicto ante las denuncias
de Rentería son Juan Martínez de Rada,86 nombrado por parte de San Sebas-
tián, y Miguel Sánchez de Ugarte,87 vecino de Fuenterrabía, elegido por parte
de Rentería y Tierra de Oyarzun. Las alegaciones de unos y otros muestran
dos versiones totalmente opuestas de los hechos. San Sebastián alega sus
derechos inmemoriales a la gestión y cobro de derechos portuarios y reales,
así como los privilegios de abastecimiento, defendiendo el abastecimiento
para la villa sobre los productos de primera necesidad que se transportasen
hacia las vecinas Rentería y Valle de Oyarzun.88 Además culpa a los vecinos
de Rentería de todas las destrucciones.89 Es evidente que Rentería alega lo
contrario, justificando su derecho y jurisdicción sobre el puerto.90
Las alegaciones, presentadas en la Junta Especial de la Hermandad de
Guipúzcoa reunida expresamente para ello en Usarraga, fueron falladas por
la Hermandad fuera de plazo,91 aunque se mandaban respetar los derechos
adquiridos por Rentería, así como los que poseían los privilegiados por el

RO y E. BARRENA, San Sebastián, 2005, p. 82. Lo mismo aparece en las ordenanzas de 1486 de Lequeitio,
con obligaciones aún mayores: «(…) toda nave o baxel o pinaça que llegare con trigo o con otra çebe-
ra en Luçaar o en otro logar do es nuestro termino, que los jurados e los ofiçiales de las villa fagan
descargar la meytad a la villa; et si la tal villa oviere tanmanna mengoa de pan que aya menester
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toda la carga, e que ge lo fagan descargar aun la otra meytad (…)», Colección documental del Archi-
vo Municipal de Lequeitio. Tomo II. (1475-1495), eds. J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ, C. HIDALGO de CISNEROS, A.
LORENTE RUIGÓMEZ y A. MARTÍNEZ LAHIDALGA, San Sebastián, 1992, p. 382. Siguen otras ordenanzas regu-
lando el tráfico de cereales, de carne, reventas, asegurando el abastecimiento y regulando actividades
propias de la cofradía. Ibidem, pp. 369-399.
86. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds. M. A. CRES-
PO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., pp. 20-22.
87. Ibidem, pp. 22-26.
88. Todos aquellos abastecimientos que fueran descargados en la zona de Rentería sin ser traídos
por vecinos de la misma, declarados y demostrando ser para vender en la villa o sus ferrerías, debe-
rían pagar una multa, por cada vez, de 200.000 mrs. Ibidem, p. 28.
89. «(…) ruydos y escandalos e muertes e feridas e quemas e dannos e prisiones e robos e fuerças
(…)» Ibidem, p. 28.
90. «Visto como por parte de los conçejos de las dichas Villa Nueba e Tierra de Oyarçun y hera
suyo, asi por se llamar el dicho puerto de Oyarçun como porque el rio por donde entra la creciente de
la mar por el dicho puerto naçe en la dicha tierra de Oyarçun, e la dicha creciente que entra por el
dicho puerto sube por el dicho rio fasta ençima de la dicha Villa Nueba por termino de las dichas Villa
Nueba e tierra de Oyarçun; e porque de tiempo inmemorial a esta parte an tenido e poseydo el dicho
puerto e agua por suyo e como suyo, paçificamente e sin contradiçion alguna (…)», ibidem, p. 41.
91. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds., M. A.
CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., p. 29. La Hermandad tenía la atribución
de juzgar todos los pleitos en los que fueran parte un concejo o collación guipuzcoano. «CXCII. Et
otrosy que la dicha provincia e juntas e procuradores de ella puedan coñosçer e coñoscan en quales-
quier pleitos e cabsas e questiones çeviles e criminales qualesquier conçejos o collaçiones un consejo
con otro una collaçion con otra collaçion o consejo tanbién asy en las questiones o debates que una
persona singular oviere con algund consejo o universidad». Ordenanzas de la Hermandad de Gui-
púzcoa (1375-1463), ed. E. BARRENA OSORO, op. cit., p. 198.

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248 SOLEDAD TENA GARCÍA

Fuero de Ferrerías.92 La sentencia fue emitida por dos jueces árbitros impar-
ciales traídos por la Hermandad expresamente para ello desde Salamanca,
los doctores Juan de La Villa y Gonzalo García de Villadiego. Tardaron dos
meses en estudiar y sentenciar el caso93 tras la presentación de pruebas y
testigos por parte de las partes,94 llegando a recorrer, personalmente, las zo-
nas problemáticas en barco.95
Dicha sentencia fue aceptada como válida por los dos jueces árbitros
nombrados por las partes que declararon que el puerto y su jurisdicción
no pertenecía a ninguna de las dos villas, aunque cada una alegaba ser
suya exclusivamente, sino que era «…público…» 96 por lo que podía ser
usado por los vecinos de ambas villas con total libertad,97 siendo la juris-
dicción del mismo compartida relativamente. San Sebastián tenía la jurisdic-
ción sobre su parte del puerto y Rentería sobre la suya. 98 Los guardas y
cogedores de pechos serían nombrados, exclusiva y anualmente, por San
Sebastián, respetando los derechos de los vecinos de la otra villa y no co-
brando cayage en ningún caso.99 Se mantenía el derecho a obligar la des-

92. Se prohibía a Rentería y el valle de Oyarzun colocar guardapuertos y recaudar derechos


portuarios, siendo San Sebastián la única que mantenía estas atribuciones, aunque todos los vecinos
de todas las villas con territorio en el puerto tenían derecho a usar del mismo.
93. La sentencia se dio el 5 de mayo de 1475. Colección Documental del Archivo Municipal de
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Rentería. Tomo II (1470-1500), eds., M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit.,
pp. 40-45.
94. Ibidem, pp. 29-30.
95. «(…) bieron y esaminaron el dicho proçeso, e por más ser justificados de la justiçia e meritos
de dicho pleito, fueron personalmente a ver el dicho puerto, e vieronlo e andobieron por el fasta entrar
en la mar alta e andobieron e lo mismo por las riberas del dicho puerto por todas, e vieron la entrada
del dicho puerto fasta donde llegaba la creçiente de la mar que entra por el dicho puerto e sube por el
rio de Oyarçun (…)», ibidem, p. 29.
96. Ibidem, p. 43.
97. «(…) los bezinos de la dicha villa de San Sebastian como los bezinos e moradores de las di-
chas Villa Nueva e tierra de Oyarçun e sus ferrerias, tener uso e libre exerçiçio en el dicho puerto, ansi
en poder en el pescar qualesquier pescados con qualesquier redes e aparejos, como en entrar y salir
libremente por el dicho puerto e agua con sus naos e baxeles e fustas e con otras por ellos e qualquier
dellos afleytadas, e tener las dichas naos e fustas en el dicho puerto como quisieren (…)». Ibidem,
p. 43.
98. «(…) Çerca de la juridiçion del dicho puerto e agoa… pronunçiamos pertenesçer enteramen-
te, quanto a la juridiçion çebil e criminal, mero misto ynperio, al dicho conçejo de la dicha villa de
San Sebastián (…) desde la entrada del boçal del dicho puerto por donde entra la mar por el dicho
puerto fasta Molinao, e dende arriba fasta donde atienen los terminos e juridiçion de la dicha villa de
San Sebastian en la tierra firme e junta con la dicha ribera por donde sube la creçiente de la mar
fasia la dicha Villa Nueva de Oyarçun, salvo en los vezinos e moradores de la dicha Villa Nueva de
Oyarçun e de su jurediçión en los quales ni en sus fustas e mercadurias que al dicho puerto aportaren
o en el estobieren, no tiene jurediçion alguna el dicho conçejo (…) de la villa de San Sebastian por
razon del dicho puerto e agoa (…)». Ibidem, pp. 43-44.
99. «(…) mandamos que el dicho conçejo (…) de San Sebastian pueda poner guardas e cogedo-
res en el dicho puerto en cada un anno para que cojan los tributos e derechos del dicho puerto de to-
das e qualesquier personas e naos e fustas e baxeles que al dicho puerto venieren e aportaren, guar-

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 249

carga del 50 % del cereal en la villa donostiarra, dando libertad para la


venta del resto, con algunas excepciones ventajosas para los vecinos de
Rentería y los ferrones.100 Por último, se eximía de culpa a los vecinos de San
Sebastián y al concejo, tanto en la cuestión del apresamiento de la nave
inglesa como en la confiscación de redes a pescadores de Rentería y, lo
que es más grave, también se eximía de buscar culpables o castigar por las
peleas, muertes, robos… subsiguientes,101 con la excepción de acusaciones
particulares.102
Y, paralelamente a esta sentencia, más bien favorable a la villa donostia-
rra, continuaron los enfrentamientos entre vecinos y oficiales concejiles. El
tira y afloja entre ambas villas y todos los interesados en controlar el espacio
portuario dio una nueva vuelta de tuerca cuando a comienzos de 1477 los
Reyes Católicos permitían a San Sebastián imponer un impuesto nuevo, co-
bradero en la lonja del puerto, con el fin de amurallar mejor la villa103 des-
pués de los ataques franceses infringidos el año anterior, impuesto que se
sumaba al arancel renovado por Enrique IV en 1463 con el fin de construir un
nuevo muelle.104

dando a los vezinos y moradores de las dichas Villa Nueva y tierra de Oyarçun e de las dichas sus
ferrerias sus prebilegios y esençiones que çerca de los derechos e tributos del dicho puerto tiene e han
tenido (…) en los tienpos pasados (…) E que los dichos concejos de la dicha Villa Nueva e tierra de
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Oyarçun (…) no se entremeta a poner guardas en el dicho puerto ni a coger ni recaudar por si nin
por otros derechos en el dicho puerto (…) no lieben cayage en el dicho puerto de Oyarçun de las per-
sonas e naos y otras fustas que al dicho puerto bieneren e aportaren, por quanto no paresçe titulo al-
guno sufiçiente (…)». Ibidem, p. 44.
100. «(…) çerca de la descarga de çebera e otras probisiones que aportan al dicho puerto de
Oyarçun… la meytad de la dicha çebera e provision se lleben a la dicha villa de San Sebastián por
mar o por tierra, por todos e qualesquier que con la tal çebera e probisiones al dicho puerto binieren
(…) descargue e benda en la dicha villa, salbo sy los vezinos de la dicha Villa Nueva e tierra de
Oyarçun e sus ferrerias o alguno dellos o en sus naos e fustas o en otras por ellos o qualquier dellos
afreytadas traxieren la dicha nao probision, ca de la tal çebera e probision non serian ni son obli-
gados a llebar parte alguna a la dicha villa de San Sebastian (…) fagan fee a las dichas guardas del
dicho puerto (…) por escriptura publica e juren ante ellos en forma de derecho (…) E que de la otra
meytad. que non se descargare en la dicha villa de San Sebastian que se pueda llebar a bender ende
libremente». Ibidem, p. 44.
101. «Çerca de las dichas redes e nao inglesa e costas e dannos, muertes y males, dannos, feridas
e robos que entre los dichos conçejos ynterbinieron, (…) damos por quitos e libres al dicho conçejo y
omes buenos de San Sebastian de lo pedido por los conçejos de las dichas Villa Nueva e tierra de Oya-
rçun (…)». Ibidem, p. 44.
102. Ibidem, pp. 44-45.
103. Ibidem, pp. 46-47.
104. «(…) en el puerto de la dicha villa, por no aver en ella muelle donde se pudiese acojer las
fustas e barcos e nabios que benian a descargar las mercadorias e las otras cosas que trayan, peligra-
ban muchas personas e asymismo se perdian las dichas fustas e las mercaderias que en ellas venian,
de lo qual a mi se recresçia mucho desseruiçio e a la dicha villa e vezinos de ella e a los estrangeros
que a ella venian que se seguia mucho danno (…)» Colección documental del Archivo Municipal de
Lequeitio. Tomo I. (1325-1474), eds., J. ENRÍQUEZ FERNÁNDEZ, C. HIDALGO de CISNEROS, A. LORENTE RUIGÓ-
MEZ y A. MARTÍNEZ LAHIDALGA, San Sebastián, 1992, pp. 175-180, p. 176.

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250 SOLEDAD TENA GARCÍA

El Valle de Oyarzun, recientemente independizado de la tutela de la villa


matriz, Rentería,105 llegó a un acuerdo con la villa donostiarra, que parecía
favorable para el resto de la villas, buscando su propio interés al margen de
Rentería. La Tierra de Oyarzun acató la sentencia,106 al igual que San Sebas-
tián, a quien beneficiaba, como todas las anteriores, aunque con algunos
matices.
A petición de la Hermandad de Guipúzcoa, reunida en Junta General Or-
dinaria en Vergara, se solicitó a los Reyes Católicos que ratificasen la senten-
cia dada por los doctores salmantinos con el fin de terminar con las disputas
entre las dos villas, que iban subiendo, una vez más, de tono y en la que las
alzadas ante la Corte auguraban nuevos problemas.
La vía legal siguió su curso y Rentería apeló ante instancias superiores.
Acusó a los jueces árbitros de no presentar copia para alegaciones de las
declaraciones, privilegios, documentos varios, presentados por cada una de
las partes, aprovechando para declarar nulo el fallo y pidiendo que se diera
nueva sentencia conforme a derecho, respetándose los plazos, presentacio-
nes de documentos, testigos, etc.
El 8 de septiembre de 1478107 se reunió el concejo de San Sebastián, am-
pliado a los vecinos, para elegir procuradores que ratificasen la sentencia
renovada por los Reyes Católicos. Aparecen los nombres de ¡nada menos!
que 104 vecinos, la reunión más multitudinaria de la que tenemos noticia en
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todo el período medieval. Entre ellos están los mayorales de las cofradías de
la villa108 y algunos cuyo oficio estaba relacionado con el mar.109 La elección
de procuradores también muestra cómo, cuando era conveniente, se permi-
tía a los miembros de la cofradía y de la villa en general, participar en las
decisiones concejiles.110 Entre los procuradores elegidos por esta multitudina-

105. Estaba avillazgada desde 1453 pero Rentería no respetó la sentencia real y la Hermandad de
Guipúzcoa, competente en el caso, intentó llegar a un acuerdo que no contentó a nadie. Archivo
General de Guipúzcoa 1/11/11. No será hasta la sentencia de los Reyes Católicos consecuencia del
pleito mantenido entre 1491-1495, cuando alcance definitivamente la independencia.
106. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds. M. A.
CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., pp. 34-36.
107. Ibidem, pp. 50-55.
108. Están presentes los jurados menores y guardapuertos Iñigo de Alquiza y Juan de Iraurgui y
los mayorales de la Cofradía de Santa Catalina Pedro de Echanbe y de la de San Pedro, Martín del
Río, además de los 3 mayorales de la de San Nicolás, Juan de Uacue, Domingo de Hernialde y Nico-
lás de Sagastizar. Ibidem, p. 51.
109. Entre los oficios recogidos para algunos vecinos (hay un aciclador) aparecen dos maestres,
Juan de Sopuerta y Martín de Córnoz. Ibidem, p. 51.
110. Más arriba hacíamos referencia a esta utilización de los vecinos en general por parte de sus
gobernantes, apartando, a la vez, a los que se autodenominaban sus defensores, en un golpe político
que consideramos maestro. Supieron «vender» muy bien los acuerdos como defensa del pro común,
ganando gran número de adeptos a su causa y perjudicando la de los grupos intermedios más pro-
blemáticos en el concejo.

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 251

ria reunión se encuentran los mayorales de las Cofradías de la villa además


de los oficiales del concejo.111
La reunión para la elección de procuradores de la tierra de Oyarzun tam-
bién fue multitudinaria, acudieron un total de 76 vecinos además de los ofi-
ciales concejiles,112 aunque es menos extraña esta alta participación ya que en
otras reuniones también acudieron numerosos vecinos.
Reunidos los 6 representantes de cada lugar propusieron una iguala que
incluía algunas modificaciones menores en la sentencia dada unos años an-
tes: imposibilidad de castigar a los que actuaron contra la ley en las asona-
das, ni civil ni militarmente; posibilidad de descargar en los 12 primeros días
el cereal en la tierra de Oyarzun y después en San Sebastián;113 construcción
de un almacén a pie de puerto a medias entre ambos concejos;114 respeto
total a los derechos y privilegios obtenidos por Oyarzun; además de ratificar-
se las jurisdicciones existentes con anterioridad sobre tierra y agua y el cobro
individualizado de las alcabalas por lo descargado en cada una de las villas.115
Todos los vecinos de San Sebastián fueron invitados a la ratificación como
una fórmula altamente propagandística de sellar el acuerdo.116 Igual ocurrió

111. Además del alcalde, Antón Gómez, el lugarteniente del otro alcalde, Juanes de Roncesvalles,
dos jurados mayores —Juan de Laguras y Juan de Echabe—, los bachilleres Juan Sánchez y Martín
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Ruiz de Elduayen y el hijo del preboste Miguel Martínez de Engómez, Amado de Engómez. Ibidem,
p. 53.
112. Aparece el preboste, el alcalde ordinario y dos jurados mayores y fieles. Ibidem, pp. 56-57.
113. «(…) otorgamos e conosçemos (…) para agora e para syenpre jamas que dentro en los doze
dias primeros syguientes ynclusibe contando del dia que entrare e aportare qualquier fusta e nabio
estrangero con çebera en el dicho puerto del Pasaje, quel maestre e mercaeros e marineros del tal
nabio puedan, si querran, descargar libremente a la dicha tierra de Oyarçun la mitad parte de la
dicha çebera (…) E que pasados los dichos doze dias, los dichos estrangeros ayan de descargar e des-
carguen la dicha mitad parte de la dicha çebera ante e primero a la dicha villa de San Sebastian (…)
pero en qualquier manera la mitad parte sienpre se aya de descargar a la dicha villa de San Sebastian
(…)», ibidem, p. 65.
114. «(…) que los dichos conçejos ayan de fazer y edificar una casa e loja sobre el dicho puerto y
pasaje en la ribera en la parte e jurediçion de San Sebastian, a donde por la boz de los dichos conçejos
se hordenare para que se pueda descargar la mitad de la dicha çebera que los dichos estrangeros
querran descargar para la dicha tierra de Oyarzun y el fierro que de la dicha tierra biniere e de otras
qualesquier partes. E que los dichos derechos e probechos que de la dicha loja y casa probinieren ayan
de ser y sean a medias para los dichos conçejos, quedando la propeidad y sennorio e jurediçion de la
dicha casa al dicho conçejo de San Sebastian salbo sobre las personas y bienes de los vezinos y mora-
dores de la dicha tierra de Oyarzun, los quales ayan de ser y sean hesentos e libres e quitos de la dicha
jurediçion (…)», ibidem, p. 63.
115. «(…) los derechos de las alcabalas que se fizieren en la dicha casa e loja se ayan de pagar e
paguen por los dichos de la dicha tierra de Oyarçun en la dicha tierra y en su alcabalazgo e non en
la dicha villa de san Sebastian (…) todabia que el alcabala de todos los estrangeros que non fueren
vezinos de la dicha tierra de Oyarçun ayan de pagar y paguen a los arrendadores de la dicha villa de
San Sebastian (…)», ibidem, p. 66.
116. En el acuerdo, ratificado el 10 de septiembre de 1478, se encuentran los procuradores de la
villa (véase nota 117), 1 alcalde y el lugarteniente del otro alcalde, 2 jurados mayores, los 5 procurado-

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252 SOLEDAD TENA GARCÍA

con los vecinos de la Tierra de Oyarzun.117 También los juramentos, realiza-


dos en el interior de la iglesia de Santa María de Murguía118 fueron solemnes
y con testigos ajenos a las dos villas.119
Las sentencias reales eran de obligada aplicación por la Hermandad de
Guipúzcoa120 y así lo solicitó San Sebastián, ganándole por la mano a la villa
de Rentería.
Y no pudiendo esperar a que la Hermandad obligará al cumplimiento de
la misma, procedió al embargo de bienes y toma de prisioneros por su
cuenta,121 en suma, se tomó la justicia por su mano aprovechando su poder
en el seno de la Hermandad,122 a la vez que Rentería aprovechaba las circuns-
tancias derivadas de los ataques franceses a la zona para obtener algunos
derechos comerciales similares a los donostiarras.123
Era un callejón sin retorno que no tendrá solución hasta más de cien años
después.124

res síndicos, los 2 jurados menores y guardapuertos, 7 jurados menores, 2 mayorales y numerosos
vecinos, un total de 39, desplazados a Astigarraga para sancionar el documento. Ibidem, pp. 69-70.
117. Acudieron los 2 alcaldes, 2 jurados mayores, el preboste, 4 procuradores síndicos y 38 veci-
nos de la dicha Tierra. Ibidem, p. 70.
118. «(…) nos y cada uno de nos juramos a Dios y a Santa Maria e a la senal de la cruz (Cruz) en
que corporalmente tocamos con nuestras manos derechas y a las palabras de los Santos Ebangelios
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(…) que nos y cada uno de nos ternemos e guardaremos (…) e faremos tener (…) e pagar a los dichos
conçejos, nuestros costituyentes, e vezinos e moradores dellos (…) e a sus herederos e deçendientes
dellos (…) todo lo contenido en el dicho publico ystrumento de contrato e conpusiçion contenido (…)
dentro de la dicha yglesia de Sennora Santa Maria de Murguia que es çerca de la casa e solar de
Murguia e açerca de la tierra e Astigarraga (…)», ibidem, pp. 70-71.
119. Son testigos un importante vecino de Hernani, el bachiller Juan Martínez de Ayerdi, además
de otro vecino de Hernani, el vicario de Oyarzun, otro clérigo, 3 vecinos de San Sebastián y Oger,
señor de Murguía. Ibidem, p. 71.
120. La sanción a los acuerdos y sentencia emitida por los jueces árbitros y los doctores salman-
tinos fue otorgada en Valladolid el 28 de abril de 1479. Ibidem, pp. 75-79.
121. «(…) fue presentada en la (…) Junta e por todos obedesçida e por algunos dellos conplida, los
quales diz que proçediendo apartadamente en el negoçio, non guardando la forma e mandamiento
por nos dado, syn conosçimiento alguno si la dicha sentençia hera pasada en cosa alguna juzgado,
proçedieron a dar mandamientos para faser la (…) execuçión y fysieron prendas y tomaron bienes e
a los (…) secrestados los açotaron y desterraron porque (…) non executaban sus mandamientos
(…)». I. ZUMALDE, «Algunos documentos de los Reyes Católicos relacionados con San Sebastián, (1474-
1480)», Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián, 3, 1969, pp. 223-2240, p. 232.
122. En estos momentos San Sebastián tenía un importante peso en la Hermandad de Guipúzcoa,
contando con alcalde perpetuo en la misma desde 1449. Ordenanzas de la Hermandad de Guipúzcoa
(1375-1463), ed. E. BARRENA OSORO, op. cit., pp. 174-175.
123. Exención de alcabala, diezmo y otros impuestos durante 20 años como consecuencia de la
quema de la villa por los franceses, concedida en 1489, y construcción de una lonja propia para el
cobro de impuestos a mercaderes foráneos y la obligación de mejorar sus infraestructuras portuarias,
concedida en 1497. Colección Documental del Archivo Municipal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds.
M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op. cit., pp. 92-93 y 159-160 respectivamente.
124. Todavía a comienzos del siglo XVII se seguía acusando a san Sebastián de abusos sobre los
demás. El juez Ribera, en su pesquisa provincial dice que «…los de San Sebastián querían tener el pie

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COFRADÍAS Y CONCEJOS… 253

Eso sí, se puede apreciar, del estudio de la documentación conservada125 una


serie de constantes interesantes para el estudio de los comportamientos colecti-
vos de los vecinos de una villa del Cantábrico. Todos ellos conforman, en cada
caso, un bloque común126 frente a los considerados extraños,127 los vecinos de las
villas cercanas, pese a que los intereses podían ser coincidentes entre ellos si
nos atuviésemos a criterios que no tuvieran que ver con la vecindad o lugar de
residencia, sino a otros factores, tanto o más aglutinantes, como la dedicación
profesional o la situación económica en que se hallaban los diferentes vecinos,
así como a la posición que ocupaban las diversos sectores aglutinados bajo la
bandera del vecinazgo, en el reparto de poderes y cargos de cada concejo.128
Los más poderosos, con cargos permanentes en cada villa, y, además, los
más ricos, defendían el control cuanto más exclusivo mejor de los navíos,
propios y extraños129 y el cobro de todo tipo de impuestos, tasas y derechos
derivados del uso, carga y descarga de mercancías. Los maestres de pinaza,
propietarios de las lanchas pesqueras, interesados en hacerse un hueco, a
costa de utilizar, si era necesario, a la propia cofradía, en el gobierno urbano,
estaban interesados en controlar los espacios pesqueros y en acceder a los
canales de exportación y venta de pescado en conserva o fresco, bien hacia
el interior de Castilla y Navarra, bien por mar hacia áreas más lejanas.

sobre el pescuezo de todo el mundo». S. TRUCHUELO GARCIA, «En liza por la capitalidad guipuzcoana: la
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consolidación política de San Sebastián en la Alta Edad Moderna», en E. GARCÍA FERNÁNDEZ (ed.), Bil-
bao, Vitoria y San Sebastián: espacios para mercaderes, clérigos y gobernantes en el Medievo y la
Modernidad, Vitoria, 2005, pp. 339-378, p. 350. Trata los problemas por el uso y jurisdicción del puer-
to y los abusos cometidos, de forma sistemática, por San Sebastián en él, ibidem, pp. 370-376.
125. Las pesquisas e interrogatorios no se han conservado, como hemos señalado más arriba.
126. El 12 de julio de 1474 se reúnen en San Sebastián «(…) en conçejo general en la nuestra casa
conçegil de Sennora Santa Ana (…) en nuestro conçejo general espeçial, e nonbradamente seyendo
presentes e juntos en el dicho lugar e conçejo el bachiller Juan Sanchez d’Elduayn e Anton Gómez,
alcaldes hordinarios (…) e Miguel Martinez d’Engomez, preboste (…), e Martin Bono d’Oquendo,
jurado mayor del dicho conçejo, e Juan Bono de Arangure, lugarteniente de Joan Martinez de Beras-
tegui, jurado mayor, (…) e Joan Perez de Oquendo e Joan de Segura Pero Ybannez de Salbatierra e
Juan de Laguras e Martín Sanchez d’Estiron e Ochoa Martinez de Ybarbia e Joan de Echae, dicho
Martino, e Pero de Segura, e otros muchos omes buenos e gran partida de la comunidad del pueblo de
la dicha villa de San Sebastián (…)». El 18 de septiembre del mismo año se reúnen los vecinos de
Rentería y cita expresamente a un buen número de ellos, además de a los oficiales, y a «(…) e otros
del dicho conçejo e más de las dos partes del pueblo (…)». Colección Documental del Archivo Munici-
pal de Rentería. Tomo II (1470-1500), eds. M. A. CRESPO RICO, J. R. CRUZ MUNDET y J. M. GÓMEZ LAGO, op.
cit., pp. 21 y 23 respectivamente.
127. «E de la otra mitad parte puedan disponer libremente los dichos estrangeros e descargar y
llebar donde quisieren e por bien tobieren, salbo que lo no puedan descargar ni descarguen a la Villa
Nueva de Oyarçun.» Ibidem, p. 64.
128. Respecto al País Vasco véase el interesante estudio de J. R. DÍAZ DE DURANA y J. A. FERNÁNDEZ
DE LARREA, «El discurso político de los protagonistas de las luchas sociales en el País Vasco al final de
la Edad Media», M. I. ALFONSO, J. ESCALONA y G. MARTIN, coords., Lucha política, condena y legitima-
ción en la España medieval, Lyon, 2004, pp. 313-336.
129. No debe olvidarse que estos propietarios de navíos son, fundamentalmente, transportistas
de bienes ajenos.

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254 SOLEDAD TENA GARCÍA

Y los vecinos, trabajadores en los oficios de la mar, o en el propio puer-


to130 necesitaban de la mayor disponibilidad posible de trabajo, además de
sentirse solidarios y defendidos por aquellos para quienes trabajaban y que
les gobernaban. Por supuesto que el resto de los vecinos de las villas nece-
sitaban del apoyo de un concejo fuerte que defendiera el abastecimiento y la
buena marcha de su propia villa,131 aún a costa de las vecinas.
Este hecho nos muestra la mezcla de intereses colectivos, vecinales, de
clase y personales que contaminaban las actuaciones de los concejos y de las
cofradías de los mismos, donde era muy difícil dilucidar a qué sectores privi-
legiaban o perjudicaban cada uno de ellos.
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130. Tanto los encargados de labores de carga y descarga como los de los astilleros, y los pesca-
dores y marineros.
131. Todas las villas guipuzcoanas recogen en sus ordenanzas esta política proteccionista, desti-
nada a evitar intermediarios y a ajustar precios para evitar abusos, además de intentar asegurar, por
todos los medios, la existencia de productos de primera necesidad en las villas, incluso a costa de las
aldeas vecinas, como ocurre en Azpeitia según el articulado de 1483. E. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Para la
buena gobernaçion e regimiento de la villa e sus vecinos…», op. cit., pp. 40-41. Un estudio, general,
de estas políticas en las villas vascas en id., Gobernar la ciudad en la Edad Media…, op. cit., pp. 121-
137. También lo hacen el resto de las villas cantábricas, faltas, como es de sobra conocido, de mate-
rias primas de primera necesidad. Las villas vizcaínas las estudió B. ARÍZAGA BOLUMBURU, «El abasteci-
miento de las villas vizcaínas medievales: Política comercial de las villas respecto al entorno y a su
interior», La ciudad hispánica durante los siglos XIII a XVI, Madrid, 1985, pp. 293-316.

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