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ANTHONY GIDDENS.

“LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN Y LA ESTRUCTURA CLASISTA”.


En: El capitalismo y la moderna teoría social, Primera parte: Marx, capítulo III,
Barcelona, Labor, 1994 [1971], pp. 81-96
Según Marx, el desarrollo de la sociedad es consecuencia de la continua interacción productiva entre los hombres y
la naturaleza.
El hombre «se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de
subsistencia».
La «producción y reproducción de la vida» es una exigencia dictada por las necesidades biológicas del organismo
humano y a la vez, lo que es más importante, la fuente creadora de nuevas necesidades y capacidades.
De este modo la actividad productiva está en la raíz de la sociedad, tanto en sentido histórico como analítico. La
producción «es el primer hecho histórico»; y «la producción de la vida material [...] es [...] una condición fundamental
de toda historia, para asegurar la vida de los hombres

Cualquier tipo de sistema productivo trae consigo un determinado conjunto de relaciones entre los individuos que
participan en el proceso de producción. De aquí parte una de las críticas más notables que hace Marx a la economía
política y utilitarismo en general. El concepto de «individuo aislado» es una construcción de la filosofía individualista
burguesa, y sirve para encubrir el carácter social que la producción siempre manifiesta. Marx alude a Adam Smith
calificándolo de «Lutero de la economía política», porque él, y después de él los demás economistas, han situado
correctamente en el trabajo la fuente de la autocreación del hombre.3
Pero los economistas no han hecho resaltar precisamente que la autocreación del hombre por medio de la
producción entraña un proceso de desarrollo social. Los seres humanos nunca producen simplemente como
individuos, sino que siempre lo hacen como miembros de una determinada forma de sociedad.

Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y
relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efectúa la
producción.

EL DOMINIO CLASISTA
Las clases surgen, según Marx, allí donde las relaciones de producción entrañan una división diferenciada del trabajo
que permite una acumulación de producción excedente; ésta puede pasar a manos de un grupo minoritario, que de
este modo se coloca en una relación explotadora respecto a la masa de productores

La insistencia de Marx en que las clases no son grupos según los ingresos es un aspecto concreto de su premisa
general, formulada en El Capital, de que la distribución de bienes económicos no es un ámbito separado de la
producción o independiente de ella, sino que está determinado por el modo de producción. Marx rechaza por
«absurda» la afirmación de John Stuart Mill, y de muchos economistas políticos, de que las instituciones humanas
controlan (y pueden modificar) la distribución, mientras que la producción viene regida por leyes precisas.11
Tal punto de vista serviría de base para suponer que las clases no son más que desigualdades en la distribución de
ingresos y, por tanto, que el conflicto de clases puede mitigarse o incluso eliminarse del todo introduciendo medidas
que minimicen las diferencias entre los ingresos. Luego, para Marx, las clases son un aspecto de las relaciones de
producción.
Las clases se constituyen por la relación de grupos de individuos respecto a la posesión de propiedad privada sobre
los medios de producción. Esto nos da un modelo de relaciones de clase básicamente dicotómico: todas las
sociedades clasistas se constituyen alrededor de una línea divisoria entre dos clases antagónicas, la dominante y la
sometida.12
Clase, tal como la entiende Marx, implica necesariamente una relación conflictiva.

ESTRUCTURA CLASISTA Y RELACIONES DE MERCADO


En la concepción de Marx, las clases forman el principal eslabón entre las relaciones de producción y el resto de la
sociedad o «superestructura» social. Las relaciones de clase son el principal eje alrededor del cual se distribuye el
poder político, y del cual depende la organización política. Para Marx, el poder político y el económico están
vinculados estrecha, pero no inseparablemente. Este teorema también debe situarse dentro de una dimensión
histórica. La forma de gestión política se relaciona estrechamente con el modo de producción y, por ahí, con el grado
de preponderancia que tengan en la economía las relaciones de mercado.
El Estado moderno aparece en conexión con la lucha de la burguesía contra los restos del feudalismo, pero viene
estimulado también por las exigencias de la economía capitalista.

ANTHONY GIDDENS.
“TEORÍA DEL DESARROLLO CAPITALISTA”.
En: El capitalismo y la moderna teoría social, Primera parte: Marx, capítulo IV,
Barcelona, Labor, 1994 [1971], pp. 97-124.
FRAGMENTOS
LA TEORÍA DE LA PLUSVALÍA
El capitalismo, como Marx pone de relieve en la primera página del El Capital, es un sistema de producción de
mercancías. En él los productores no se limitan a producir para sus propias necesidades, o para las necesidades de
los individuos con quienes están en contacto personal; el capitalismo implica un mercado de intercambio de
dimensiones nacionales, y frecuentemente internacionales. Toda mercancía, afirma Marx, tiene «dos caras»: la del
«valor de uso», por un lado, y la del «valor de cambio», por el otro. El valor de uso, que «no adquiere realidad más
que en el proceso de consumo», hace referencia a las necesidades que puede satisfacer el empleo de las propiedades
de una mercancía como artefacto físico. Un objeto puede tener valor de uso tanto si es una mercancía como si no; en
cambio, ningún producto puede ser mercancía si no es a la vez un objeto útil. El «valor de cambio» se refiere al valor
que tiene un producto cuando se ofrece en intercambio por otros productos. En contraste con el valor de uso, el
valor de cambio presupone «una relación económica determinada», y es inseparable de un mercado donde se
intercambian los artículos; sólo significa algo en relación con mercancías.

… el valor de cambio hace abstracción de las características específicas de las mercancías, y las considera en una
proporción cuantitativa abstracta, en la deducción del valor de cambio tenemos que considerar sólo el «trabajo
general abstracto», que puede medirse con la magnitud del tiempo empleado por el trabajador en la producción de
la mercancía

El trabajo abstracto es la base del valor de cambio. Como fuerza de trabajo: el desgaste de energía física del
organismo humano, algo común a todas las formas de actividad productiva. Y como tipo determinado de trabajo: un
conjunto específico de operaciones en que se canaliza esta energía, algo propio de la producción de cada mercancía
para un uso concreto
Todo trabajo es, de una parte, gasto de la fuerza humana de trabajo en el sentido fisiológico, y, como tal, como
trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, forma el valor de la mercancía. Pero todo trabajo es, de otra parte,
gasto de la fuerza humana de trabajo bajo una forma especial y encaminada a un fin y, como tal, como trabajo
concreto y útil, produce los valores de uso.
El «trabajo abstracto» es una categoría histórica, puesto que solamente es aplicable a la producción de mercancías.
Se afirma su existencia a base de lo que son, para Marx, algunas de las características intrínsecas del capitalismo.
Éste es un sistema mucho más flexible que cualquiera de los que le precedieron, y exige que la fuerza de trabajo sea
sumamente movible y adaptable a diferentes tipos de trabajo; como indica Marx, «la categoría “trabajo en general”,
trabajo sans phrase, punto de partida de la economía política moderna, resulta por primera vez prácticamente cierta»

Hay un problema que se nos presenta a primera vista si queremos medir el trabajo abstracto con unidades de tiempo
como procedimiento para calcular el valor de cambio. Parecería deducirse de esto que un trabajador holgazán, que se
demora mucho en producir un objeto dado, produciría un objeto de más valor que un hombre diligente, que completa
la misma tarea en menos tiempo.
Marx recalca al respecto que el concepto no se aplica a cualquier trabajo individual concreto, sino al tiempo de
trabajo «socialmente necesario». Tiempo de trabajo socialmente necesario es el que se requiere para producir una
mercancía en las condiciones normales de producción y con el «grado medio de destreza e intensidad de trabajo»
imperantes en una especialidad concreta en un época dada.

Del análisis del valor de cambio que acabamos de tratar se desprende que los valores de los productos cambian; esto
es, varían según la magnitud de trabajo socialmente necesario materializado en ellos.

En general, sostiene Marx, el capitalista compra trabajo, y vende mercancías, por lo que valen realmente. El capitalista,
prosigue Marx, «tiene necesariamente que comprar las mercancías por lo que valen y que venderlas por su valor, y, sin
embargo, sacar al final del proceso, más valor del que invirtió».

Marx resuelve esta aparente paradoja refiriéndose a la condición histórica que es la base necesaria para el capitalismo:
el hecho de que los obreros estén «libres» para vender su trabajo en el mercado abierto. Esto significa que la fuerza
de trabajo es también una mercancía, que se compra y se vende en el mercado; hasta el punto que su valor viene
determinado, lo mismo que el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su
producción. La fuerza de trabajo humano implica un desgaste de energía que debe ser recuperado. Para renovar las
energías gastadas en el trabajo, debe proporcionarse al trabajador lo que se requiera para su subsistencia como
organismo en activo: alimento, vestido y techo para él y su familia. El valor de la fuerza de trabajo del obrero es el
tiempo de trabajo socialmente necesario para producir lo que necesita para vivir. Por consiguiente, el valor de la
fuerza de trabajo se puede reducir a una cantidad determinada de mercancías: las que el obrero necesita para poder
subsistir y reproducirse. «El trabajador intercambia con el capital su propio trabajo […] lo aliena. El precio que recibe
es el valor de esta alienación».

Las condiciones de la producción industrial y de la manufactura moderna permiten al trabajador producir por
término medio en un día de trabajo mucho más de lo necesario para cubrir el coste de su subsistencia. Esto es, para
producir lo que corresponde al valor del mismo trabajador se necesita solamente una parte de día de trabajo. Todo
lo que, además de esta parte, produce el trabajador es plusvalía. Pongamos que la duración del día de trabajo sea de
diez horas y que e trabajador produce lo que corresponde a su propio valor en la mitad de este tiempo entonces, las
cinco horas restantes de trabajo son producción excedente que puede apropiarse el capitalista. Marx denomina
«cuota de plusvalía» o «cuota de explotación» a la proporción entre el trabajo necesario y el trabajo excedente.

La plusvalía es la fuente de la ganancia. La ganancia es, por decirlo así, la manifestación «superficial» y visible de la
plusvalía; es «una forma transfigurada de la plusvalía, forma en la que se desdibujan y se borran su origen y el secreto
de su existencia».

La cantidad que el capitalista tiene que gastar en salarios es solamente una parte del desembolso de capital. La otra
parte consiste en maquinaria, materias primas, mantenimiento del utillaje de la fábrica, y otros elementos necesarios
para la producción. La parte de capital desembolsada en todo esto es «capital constante», mientras que la parte
gastada en salarios es «capital variable». Solamente el capital variable crea valor; el capital constante «no cambia la
magnitud de valor en el proceso de producción».

LAS «CONTRADICCIONES» ECONÓMICAS DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA


En la perspectiva de Marx, la búsqueda de ganancia es intrínseca al capitalismo; «la finalidad del capital no es
satisfacer necesidades, sino producir ganancias».23
Pero, al mismo tiempo, en la raíz de la economía capitalista se halla una tendencia estructural a la disminución de la
cuota de ganancia. La mayoría de los economistas clásicos admitieron esta idea; la aportación de Marx, expresada en
su formulación de la «ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», proviene de la integración de esta
teoría con sus análisis de la composición orgánica del capital, y la relación de esta última con la plusvalía. La ganancia
total en la economía capitalista depende de la plusvalía creada dentro de ella: la proporción entre el capital constante
y el capital variable en el conjunto de la economía determina la cuota media de ganancia. De este modo la cuota de
ganancia se encuentra en proporción inversa a la composición orgánica del capital.
Puesto que el capitalismo se basa en la búsqueda competitiva de la ganancia, el avance tecnológico, incluyendo sobre
todo la mecanización creciente de la producción, es un arma de gran importancia, por medio de la cual un
empresario puede aumentar su participación de la ganancia disponible, produciendo más barato que sus
competidores. Pero este éxito en obtener más ganancias mueve a los demás capitalistas a seguir su ejemplo
introduciendo avances tecnológicos similares, cada capitalista tiene que desembolsar en capital constante una
proporción mayor que antes de su capital. De todo esto se sigue, como consecuencia, un aumento de la composición
orgánica del capital y un descenso de la cuota media de ganancia.

Una crisis no es más que una expansión de la producción más allá de lo que puede absorber el mercado sin dejar de
rendir una cuota adecuada de ganancias. Cuando aparece la sobreproducción, aunque solamente en un sector de la
economía, puede poner en marcha un círculo vicioso de acciones. Al caer la cuota de ganancia, disminuye la
inversión, tiene que despedirse de la fuerza de trabajo, lo que a su vez disminuye la capacidad adquisitiva del
comprador y produce otro descenso de la cuota de ganancia, y así sucesivamente. La espiral continúa hasta que el
desempleo ha aumentado hasta tal grado, y los salarios de los que todavía trabajan han tenido que descender hasta
tal nivel, que ya se dan nuevas condiciones para el aumento de la cuota de plusvalía, y con ello un estímulo para la
reanudación de las inversiones. Las crisis, por tanto, no representan un «colapso» del sistema capitalista, sino que, al
contrario, forman el mecanismo regulador que permite al sistema sobrevivir a las fluctuaciones periódicas a que
está sometido.

CONCENTRACIÓN Y CENTRALIZACIÓN
En estos términos, la cuestión sobre el «carácter inevitable» de la revolución no ofrece problemas «epistemológicos»
(en cuanto opuestos a problemas «prácticos»). El proceso de desarrollo del capitalismo engendra los cambios sociales
objetivos que, en mutua relación con la creciente conciencia de clase del proletariado, crean la conciencia activa
necesaria para transformar la sociedad por medio de la praxis revolucionaria.46
La relativa pobreza del conjunto de la clase trabajadora, la miseria física del «ejército de reserva» y la rápida
disminución de los salarios junto con el súbito aumento del desempleo que se produce en la crisis, todo ello suministra
una reserva creciente de potencial revolucionario. El mismo sistema industrial ofrece un motivo para apercibirse de la
comunidad de intereses, y una base para la organización colectiva, al concentrar a gran número de trabajadores en
una misma fábrica. Las organizaciones obreras empiezan a nivel local, pero terminan por aglutinarse formando
unidades nacionales. La autoconciencia del proletariado se difunde progresivamente, a la vez que la centralización y
concentración del capital van minando la posición del capitalista empresario. La conjunción de estas circunstancias
posibilita la llegada de la sociedad socialista.

En todo el corpus de los escritos de Marx no encontramos más que alusiones de paso o fragmentarias a la naturaleza
de la sociedad que desbancará al capitalismo. Distinguiendo su posición de la del socialismo «utópico», Marx se niega
a presentar un plan general para la sociedad del futuro. El nuevo orden social, como trascendencia dialéctica del
capitalismo, se organizará según unos principios que sólo en forma vaga pueden vislumbrar los que viven en la
presente forma de sociedad. La elaboración de planes para la sociedad futura es un cometido que

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