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Algunas notas sobre el amor cortés

por Esaúl R. Álvarez – (Inspiradas en el libro El amor cortés o la pareja infernal de Jean
Markale y yendo un poco más allá)
I
El amor cortés tuvo lugar entre los siglos XI y XIII y mayoritariamente entre las clases
nobles y acomodadas. No fue un fenómeno de masas sino, más bien, de élites. No deja de
sorprender que el triunfo del amor cortés coincida tan exactamente con la época de mayor
esplendor de los cultos marianos, lo que podríamos denoiminar un triunfo de la Virgen. Es
evidente la relación entre ambos fenómenos. Notre-Dame, nuestra Dama o nuestra Señora,
es también la dama del amor cortés que es su prefiguración, su materialización en la vida
del caballero. Nuestra dama universal se convierte para el caballero en mi dama.
Dama – del latín domina, femenino de dominus; dueña, señora.
Se produce en el ideal del amor cortés una unión del amor con la acción guerrera (con todo
lo que implica el ideal de la caballería). El amor pasa a ser el motivo que permite la hazaña,
la proeza, la superación de uno mismo.

El caballero nunca puede ser el marido (sería entonces el igual de su esposa). El caballero
debe estar mas abajo que la amada en la escala social y espiritual, por eso el caballero no
tiene dominios ni fortuna personal, tan solo voluntad, por ello presta sus servicios. Pero el
caballero sí ha de poseer una potencialidad, una capacidad de ser, una casta guerrera. Y
gracias a la mujer que a la que va a honrar con sus gestas y a la que servirá hasta el limite
extremo de sus posibilidades pondrá en marcha esa potencialidad, llevará a cabo proezas
que le harán ser amado por la mujer adorada y podrá recibir la recompensa que se merece.
Al hacerlo él mismo superará distintos estadios de evolución: una rigurosa iniciación
caballeresca que le llevará a un rango espiritual superior, al que no habría tenido acceso sin
la motivación, provocada exclusivamente por la mujer, su dama.
La dama por su parte nada sería sin aquel al que elige entre los pretendientes, aquel con el
que va a iniciar un verdadero ritual de posesión, un ceremonial que llevará al hombre a
transgredir los interdictos sociales, morales e incluso sexuales, para llegar a un estado de
exaltación gracias al cual todo es posible. El objetivo reconocido de la dama es ser valedora
de su amante, exigirle todo para hacerle mejor, lograr que recorra las etapas necesarias para
su desarrollo espiritual y eso al precio des las más duras obligaciones, pruebas penosas e
injusticias escandalosas en muchos casos. Se somete al amante a vicisitudes intolerables en
algunas ocasiones pues afectan a su honor. Con ello no se mide el grado de obediencia sino
la fuerza, el coraje, la virtud (del latín virtus, fuerza), la capacidad de enfrentarse con el
mejor de los ánimos a los contratiempos, a las derrotas, a los sinsabores y a pesar de todo
soportar la situación.
La noción del individuo desaparece en este juego amoroso para dejar paso a la noción
de pareja: el caballero amante no puede existir por sí solo (necesita una dama objeto de su
amor), ni tampoco la dama encuentra mucho sentido a su existencia en su orgullosa
soledad. Era un honor y un privilegio ser pretendida y para ello había también que hacerse
valer, cultivarse como dama culta. De este modo, entre las damas de la nobleza era casi
obligatorio conseguir algún caballero pretendiente, lo contrario representaba un fracaso…
¿Es esta pareja infernal paso obligado del ser que busca su plenitud? ¿Es esta pareja el
perfecto hermafrodita, el rebis alquímico de las dos caras?
Socialmente el amor cortés fue también en ocasiones un modo arriesgado de vincular la
fidelidad de un paladín a su señor a través de la esposa de éste. En la leyenda artúrica
Arturo pide a Ginebra que retenga a Lancelot en la corte como sea. ¿Cuál es entonces el
límite?
El mismo vasallo será, si es aceptado por la dama, el adicto a la dama en virtud de un
juramento de amor equivalente en todo al juramento de vasallaje a su señor. Se tejía así una
sutil red de interdependencias entre individuos en un sistema de vínculos espirituales y
relaciones de fidelidad muy estrechas, como era en el orden feudal.
El amor aparece como un estado trascendental del ser que solo puede alcanzarse siguiendo
cuidadosamente las etapas de una iniciación social, moral y psicológica al mismo tiempo. El
amor cortés es una dura y larga prueba durante la cual, sean cuales sean los sufrimientos
soportados, el amante desea con todo su ser llegar a la perfección encarnada en este mundo
por su dama y llegar a tal perfección sólo en honor a ella. Debe hacerse valedor, merecedor
de su dama. Y en último término es solo a ella a quien debe cuentas en este sentido.
La pareja del amor cortés es infernal en la medida en que es inmoral, pues está al margen
de las leyes establecidas socialmente, es subversiva; y también es inmoral en la medida en
que aporta turbación y sufrimiento sin límite a alguien, el caballero, que se entrega
voluntariamente y en plena conciencia a la mujer/dama que ha elegido.
II Preceptos del amor cortés
(tomados de Jean Markale, El amor cortés o la pareja infernal. Olañeta, 2006)
1. Huye de la avaricia y sé generoso (tanto para tu dama como para la comunidad).
2. Evita siempre la mentira.
3. No seas malediciente, evita a los calumniadores.
4. No divulgues secretos, sé discreto y furtivo.
5. No tomes varios confidentes (solo uno).
6. Mantente puro para tu amante.
7. (¿Perdido?)
8. (¿Perdido?)
9. Permanece atento al mandamiento de las damas.
10. Sé digno de pertenecer a la caballería del amor.
11. Muéstrate en cualquier circunstancia educado y cortés.
12. No sobrepases el deseo de tu amante.
13. Observa siempre cierto pudor.
III Triángulo del amor cortés
Adán – Lilith – Sammael

Adán – Eva – Serpiente

Es el triángulo del amor cortés. Adán es el esposo, pero la esposa Lilith lo abandona y se va
con el ángel rebelde. Eva de algún modo, al caer en la tentación, también le es infiel. Es una
figura arquetípica repetida infinitamente en la mitología y que subvierte o rompe el orden
establecido, el orden moral-social.

Profundizando en el episodio el diálogo entre Eva y la serpiente es un diálogo idéntico a


aquel que mantuvo Jesús en el desierto con Satanás durante sus tentaciones. Se trata de un
diálogo puramente interno pues la voz del enemigo no es sino una parte de sí mismo, de su
persona, de su interior. Eva no es más que la imagen elaborada, socializada, civilizada de la
antigua Lilith. Es un regreso de Lilith bajo otra apariencia, donde se impone el super-yo
freudiano. A partir de ahí Eva pasa a ser doble, pues la Lilith expulsada y ocultada, no está
en otra parte que dentro de ella, en su oscuro subconsciente. La mujer es mitológicamente
un ser doble: divina y diabólica, madre y amante a la vez.

IV
El amor cortés y la Virgen María
Según Markale la palabra virgen está en relación etimológica (de las palabras celtas werg,
encerrar, wraka, de ahí bruja) con las ideas de fuerza, acción y encierro o enclaustración. La
virgen es así la mujer “cerrada” o “encerrada en sí misma”, con el sentido claramente
alegórico que ello supone. La palabra virgen parece estar incluso relacionada con la idea de
energía. Es evidente el parecido con la potencialidad, la materia o la substancia (y por tanto
con la shakti). De hecho el latín virgo no deja de estar con vir – fuerza, hombre.

Diana es siempre casta, rechaza a los hombres pero los pone a su servicio, los esclaviza. Hay
una cierta relación con la virgen también.

Dios – María

Caballero – Dama

(Lanzarote – Ginebra)

(Robin – Marian)

El caso ideal en la literatura/mitología es una pareja adúltera y por tanto subversiva del
orden social. Por ello es necesario el furtivismo, porque el amor se da sólo en peligro, en
situaciones de riesgo o gran dificultad: imposibilidad social, dificultades materiales, etc…

Pero el furtivismo del amor se asocia con otro carácter típico medieval: el esoterismo. El
furtivismo, la discreción, el ocultamiento del amor y del objeto amado, la promesa de
silencio, todo ellos nos recuerdan los ritos mistéricos e iniciáticos. La iniciación solo era
posible lo oculto, lejos de la luz, apartada de lo visible, lejos de lo que se muestra a la
sociedad. Es así el amor un rito esotérico en toda regla pues la confidencialidad de la pareja
nadie la rompe, todo sucede en lo íntimo, en el interior, en lo secreto. Las confidencias
amorosas no salen de lo íntimo como los secretos del esoterismo no pueden hacerse
públicos y quedar al alcance de los profanos. En ambos círculos se promete discreción y
guardar silencio en presencia de profanos. Vemos la interesante relación entre el amor
cortes y los rituales iniciáticos de la caballería medieval, asociado todo ello al cristianismo
esotérico, heterodoxo que abundaba en la época. El amor era sin duda una senda espiritual,
de entre otras posibles.

La mujer por otro lado pasa a ser ayuda y además motivo de la acción heroica y guerrera,
impulsora de la noble acción, acción dirigida al perfeccionamiento: vemos un reflejo del
karma yoga hindú, el yoga de la acción justa y liberadora. La mujer es el impulso divino
(shakti) que mueve a esa acción heroica cuyo fin es la superación de la condición humana y
material.

Asimismo el encuentro definitivo entre dama y caballero sólo puede producirse tras la
búsqueda iniciática. De ahí la necesidad de separaciones, desgarros y sufrimientos. Todo
ello pasos purificadores dirigidos a la perfección.
La diosa es la Gran Madre, madre de todo lo existente. Es por ello desde un plano superior
la puerta del mundo, por la que todos llegamos al mundo. Pero es también desde el punto
de vista contrario la “puerta del cielo” (Ianua Coeli, como reza la letanía), lo cual equivale a
la muerte, la devoradora de mundos, la diosa Kali – la pareja de Shiva –, que es como una
imagen invertida de la virgen y a la que sin embargo se debe adorar/amar igual: es la Virgen
apocalíptica. Es la puerta por la que salimos del mundo, por la que regresamos a lo
inmanifestado, al origen incondicionado. Si por un lado nos expulsa –dándonos la forma y
la existencia– por el otro nos devora.

Así el amante es la víctimasacrificial pues su objetivo último en tanto que caballero y héroe
iniciático es renunciar al ego y, librándose de él, perder su lado condicionado, social y
mundanal. Es decir, olvidar todo lo que el mundo y la sociedad le han enseñado, por ello su
carácter subversivo y revolucionario, que no se atiene a normas preestablecidas: un detalle
muy visible en el mito de Tristán e Isolda.
Este simbolismo aparece en la misma iglesia (en particular en su forma románica). En el
exterior de las iglesias románicas abundan los monstruos devoradores, las fauces que
engullen figuras humanas o las trituran entre sus dientes. Si el interior de la iglesia es como
una caverna, también es el interior del monstruo mítico: el interior de la ballena de Jonás,
el intestino del monstruo donde la personalidad del héroe se deshace de sus partes viles y
de donde la esencia (el verdadero sí-mismo) resurge transformada y purificada. Sobra
señalar aquí la semejanza entre el laberinto y el intestino. Al triturarse la personalidad
humana (el lado social y consciente del individuo) lo que se pierde es también
inevitablemente el nivel mental de la consciencia habitual. (Remitimos aquí a todo lo que ya
dijimos sobre la relación entre el laberinto y el psiquismo inferior). El resto de la aventura
heroica se efectuará en otro estado mental, la ‘pura tiniebla’, un estado de atención y
concentración especial de los sentidos que no reside simbólicamente en el cerebro sino en el
corazón.

La Virgen y la Shakti.
Por su parte María es madre de dios, ya que dios tomó forma humana en su interior;
exactamente como la presencia divina acampa y toma forma entre nosotros en el interior
del tabernáculo, el templo o santuario. María es el templo de dios por antonomasia, el lugar
donde se manifiesta la Shekinah. El espíritu es aquello cuya presencia anima el templo, el
espíritu –Purusha hindú– anima la materia/substancia –Prakriti hindú– que sin él sería
inerte .

Las catedrales góticas además que estar dedicadas a la virgen intentan ser simbólicamente
la virgen misma, la representan en tanto que lugar donde toma forma y se hace presente el
espíritu: Emmanuel -dios entre nosotros-. Tal y como el Espíritu Santo tomó forma en el
interior de la virgen. María es ella misma el templo de dios que no es otro que la catedral
gótica: el espacio donde baja el espíritu para presentarse bajo la forma e imagen de Cristo,
ante y entre nosotros. La catedral supone esa puerta de entrada-al-mundo y a la vez salida-
del-mundo.

En el diagrama cabalístico del árbol sefirótico esa puerta entre la inmanifestación y la


manifestación es Binah, la Sabiduría. Y Binah ha sido llamada en cábala Mara, la Gran
Madre. Y no es coincidencia que la virgen sea Santa Sophia, la sophis de los gnósticos, el
conocimiento que proviene de la revelación divina. La santa Sabiduría de la Escritura que
existe desde el principio mismo del mundo –cual el Verbo-. La catedral no debe contener la
sabiduría sino ser –encarnar- la sabiduría divina: debe ser su misma manifestación en la
tierra. La catedral debe ser ella misma esa sabiduría corporeizada, materializada, hecha
piedras. La catedral debe ser el libro que contenga y transmita esa sabiduría divina. Es así
como se dice que la catedral es un libro –mejor dicho dos: uno abierto a todos y otro
cerrado a la mayoría, solo abierto a los elegidos [*] –: no porque contenga múltiples
historias sino porque su misión última es transmitir y conservar un conocimiento sagrado,
la misma misión de un libro sagrado. Sabemos además que el grial tomó algunas veces en la
leyenda la forma de un libro escrito en caracteres extraños, sólo comprensibles para unos
pocos -los iniciados-, es decir un libro esotérico por tanto. Y sabemos que una de las
etimologías de grial lo emparenta con gradale, graduale, o sea libro. Sabemos asimismo que
la figura de Cristo en majestad –pantocrátor – acostumbra a portar un libro abierto: el
evangelio. En él está escrito todo lo que ha sucedido y lo que ha de suceder, del principio al
fin de los tiempos, desde la alfa hasta la omega. La catedral es ese libro, la catedral es el
grial, quien lo entiende no encuentra diferencia entre la catedral de piedra y su catedral
(templo donde se encarna el espíritu) interior.
En una última y arriesgada analogía la materia se representa sobre el plano por el cuadrado
o, en la tridimensionalidad, por el cubo. Pues bien, las catedrales con su planta de cruz
latina no dejan de ser la extensión sobre el plano del cubo geométrico. El primer chakra
(muladhara chakra) es, y no por casualidad, también representado por el cuadrado: es la
figura más fija, menos móvil, menos dinámica, la más estable de todas las figuras
geométricas y por ello representa una energía análoga. Pues bien, no podemos dejar de
advertir que la planta de la catedral no es sino la apertura del cubo, el cubo in extenso,
abierto a los cielos –y a su influencia celeste y espiritual–. El cubo deja de estar encerrado
en sí mismo, se abre: kundalini, la energía básica, primordial es despertada y sale de su
letargo para empezar su camino de perfeccionamiento y ascenso a los cielos. La propia
catedral es así el muladhara chakra que contiene dentro la energía sháktica de la serpiente.
La dama del caballero prefigura esta energía sháktica: no es más que la forma exterior de la
Kundalini interior que el caballero busca despertar/reanimar. Y los trabajos y proezas
ejecutados por su dama no son sino el régimen de ascesis guerrera y sexual necesario para
despertar la energía dormida en su interior. La dama es la prefiguración de la shakti del
caballero y por tanto una forma exterior, más material y aprehensible, de la cristiana figura
de la Virgen María.

Conclusiones
I
Del ‘amor cortés’ a la sexualidad moderna.
Para poner fin a estas reflexiones sobre el fenómeno del ‘amor cortés’ que venimos
compartiendo con los lectores quisiéramos analizar la profunda incidencia que el fenómeno
medieval del ‘amor cortés’ tuvo en la formación de la identidad cultural de occidente. Pero
antes de ello creemos necesario hacer unas breves matizaciones acerca del lugar en que la
postmodernidad ha desterrado el amor.

En primer lugar resulta llamativo que la psicología moderna, o mejor dicho, las psicologías
modernas, hayan despreciado sistemáticamente el fenómeno amoroso, abandonándolo a la
literatura y el cine, como algo digno de poco valor. Un hecho de por sí sorprendente, pues el
amor, si es que es algo, es una realidad plenamente psíquica, esto es del alma, y como tal
pertenece de manera natural al ámbito de estudio de una disciplina que se autodenomina
‘psicología‘ -ciencia del alma-. Tal olvido dice mucho en realidad de los intereses que
mueven esta ‘disciplina de conocimiento’ usurpadora y con pretensiones de ciencia
empírica.
Pero al margen de este significativo olvido de más de un siglo, en las últimas décadas se ha
dado un paso más allá, pasando a un ataque directo contra otro de los símbolos de la
identidad occidental. Un ataque abanderado principalmente por el feminismo radical,
desde el que se acusa al fenómeno amoroso de ser una ‘estructura de dominación’ del
omnipresente patriarcado. Ya hemos comentado anteriormente cómo el feminismo
moderno -un proyecto que promueve y celebra la extrema ‘atomización’ de la sociedad [1] –
destaca ante todo por ir contra los fundamentos de la sociedad en general y contra toda
relación de horizontalidad propia de la convivencia muy en particular -la problematización
de la convivencia o la criminalización de los sexos forma parte de esta estrategia-, por ello
no es de extrañar este odio desde el intelectualismo más progresista y nihilista contra un
fenómeno puramente relacional y transformador como éste, ya que si existe una relación
horizontal entre dos personas que trascienda toda otra categoría -riqueza, familia, sexo,
personalidad, etc.- e incluso que vaya contra los dogmas de la ideología del ‘hombre-
mercado’, según la cual todas las relaciones humanas deben estar supeditadas a la utilidad y
la rentabilidad, esta relación es precisamente la que se basa en el amor.
Y lo mismo puede decirse no solo del modelo de relación entre hombre y mujer, que ha sido
normativo en la cultura europea, sino de cualquiera de los otros ideales que han existido en
la historia basados en el amor, como la caridad cristiana o el agapé platónico.
La postmodernidad cumple a la perfección su función propagandística al desacreditar los
modelos relacionales del pasado y tratar a la vez de normalizar y justificar moralmente el
modelo de hombre insolidario, solitario, cobarde y egoísta, que por lo demás ya ha sido
impuesto más o menos por todas partes como una realidad inapelable, propiciado por el
modelo capitalista actual.

**

Para acabar estas reflexiones acerca del papel a que ha quedado desterrado el amor por la
postmodernidad no debe pasarse por alto que estos virulentos ataques contra el fenómeno
amoroso hayan tenido lugar en paralelo a la llamada ‘revolución sexual’. El término
‘revolución sexual’, pese a lo ridículo del mismo, posee un contenido de verdad mayor de lo
que parece a primera vista pues lo que implica el término ‘revolución’ es precisamente
aquello de lo que se trata: dar la vuelta o invertir el orden normal de las cosas. La relación
entre el fin de uno y el auge de la otra es tan evidente que no requiere mayor comentario: se
trata de un proceso de clara inversión anti-tradicional que sirve como herramienta de
demolición social por medio de favorecer un individualismo extremo e insolidario que
impida todo vínculo estrecho y profundo entre personas.
No se trata de ninguna casualidad, por tanto, que en el mundo capitalizado y
deshumanizado de hoy cuanta más relevancia mediática y visibilidad adquiere el sexo -tema
verdaderamente central para el ‘pensamiento débil’ de la postmodernidad-, más
profundamente quede enterrado el amor.

Para librar presuntamente al sexo del tabú secular que le había sido impuesto por la misma
modernidad patriarcal, la postmodernidad -profeta de todas aquellas libertades que
aniquilan al sujeto y le roban ante todo su independencia en el ámbito del pensamiento,
adoctrinándole y tutelándole como a un ser incapaz de pensar por sí mismo- hiciera recaer
ese mismo tabú, pero redoblado, sobre el amor. Ya se puede hablar libremente de sexo, más
se prohíbe hablar de amor -sutilmente eso sí, por medio ante todo del descrédito-. En plena
era de las libertades, pero donde la dictadura de la moda y de lo conveniente establece un
orden ultra-victoriano sobre el pensamiento y las emociones de los sujetos, el amor es el
nuevo tabú de la modernidad.
Ya hemos dicho en ocasiones que la diferencia entre las viejas dictaduras y la actual es que
las antiguas se dirigían a reprimir y castigar la acción del sujeto mientras la dictadura de la
postmodernidad se dirige ante todo a reprimir y castigar los pensamientos y emociones de
la persona, es decir es una dictadura interior, invisible, que socava la personalidad misma.
Una imposición tal no requiere de censura exterior, pues el sujeto la ha asumido
interiormente. Es por tanto una dictadura invisibilizada bajo la demagogia de la ‘libertad’ y
el ‘derecho a decidir’.
Y no es de extrañar que sea así, pues siendo el amor una realidad que concierne antes que
nada al alma, y siendo el alma negada y perseguida por la postmodernidad el fenómeno
amoroso no tiene cabida en el deshumanizador paradigma actual [2].
En todo caso, sorprende que gracias a esta dictadura de lo políticamente correcto,
la libertad y lo progre, en occidente no se pueda hablar ya del amor como un hecho real, de
dimensión social e individual, sino acaso como una ilusión, un espejismo emocional o
sentimental sin importancia para la vida de las personas; no digamos ya abordar su estudio
con seriedad desde el ámbito académico, lo que sería otorgarle una legitimidad que para el
discurso hegemónico no debe de ninguna manera tener. Estamos por tanto ante un capítulo
más de esa ‘Guerra de palabras’ (ver aquí) dirigido a que esta realidad transformadora del
sujeto y liberadora de las cadenas del ego, que ha existido durante siglos, desaparezca
definitivamente en el menor tiempo posible.
Si nos remontamos al modelo del amor romántico que, establecido ante todo en el
renacimiento, sobrevivió como ideal amoroso hasta fechas muy recientes en la cultura y el
arte europeos, tal modelo procede enteramente del ideal cortés medieval. Este modelo del
amor como potente vínculo ‘entre iguales’ que acerca a dos personas separándoles del resto,
estuvo muy presente en la literatura y la música del renacimiento y el barroco pero
curiosamente con el avance y la imposición del paradigma moderno aparecieron nuevos
modelos que básicamente constituían diferentes perversiones del original, sobre todo en su
fase final en la era ilustrada.

Temas como el ‘amor galante’, o el ‘donjuanismo’ personificado en las figuras legendarias


de Don Juan y Casanova, quizá su perversión más radical, donde el varón aparece como
seductor y es el dominador exclusivo de la relación. Esta evidente diferencia entre el ideal
renacentista de ‘amor entre iguales’ y el ideal ilustrado -profundamente machista- de
dominación del varón sobre la mujer, establece una vez más una profunda brecha entre la
concepción de igualdad del mundo tradicional medieval y el desviado mundo moderno. Y
todo ello viene a llamar la atención sobre el hecho de que la Ilustración -celebrada como
raíz y fundamento del occidente actual- sea uno de los periodos sobre el que menos análisis
crítico se hayan efectuado por parte de la modernidad y la postmodernidad.
*

**

Por otra parte, al abordar el amor como fenómeno particular de occidente, estamos ante
uno de los pocos casos en que la elaboración del referente moderno, durante más de dos
siglos, no pudo destruir el ideal medieval, al menos no en su totalidad, lo cual hay que
poner en relación con el hecho de que casi todas las demás concepciones ideológicas
modernas -el igualitarismo, el individualismo, la libertad y el liberalismo…- son
construcciones elaboradas en oposición a los ideales tradicionales y medievales de
jerarquía, comunidad, lealtad, fidelidad, sangre, etc… Es éste quizá uno de los pocos
aspectos en los que la modernidad ha supuesto un cierto continuismo con la tradición
medieval y no una ruptura absoluta y una inversión.
Siendo esto así, resulta entonces comprensible que una de las últimas batallas de la
postmodernidad por demoler los fundamentos de la sociedad y convertirla en la tabula
rasa inclinada a los pies del mercado que sueña, recaiga justamente sobre el amor, como
hecho social; al igual que recae con toda su retórica belicosa sobre otras concepciones o
instituciones supervivientes del pasado y que han sido herramientas útiles de construcción
social, como la familia.
II
Hechas las anteriores aclaraciones acerca del papel a que ha sido postergado el amor en la
sociedad actual, hay que destacar que en aquellas sociedades donde la comunidad posee
mucha fuerza -convivencial y cohesionadora- el amor de pareja o conyugal ha tenido un
desarrollo social mucho menor históricamente que en occidente.

Esto puede ser debido a diferentes factores, pero en general parece confirmar nuestra
hipótesis, ya planteada en otro lugar, de que el desarrollo del amor conyugal o de pareja -no
solo como hecho vivido individualmente sino en tanto que fenómeno articulador de la
sociedad- responde a un grado de deterioro social bastante avanzado en que los lazos
comunitarios pierden fuerza y el individualismo aumenta, por lo que el amor puede
funcionar como marco cohesionador y protector, de identidad y de referencia, cuando las
otras referencias de la sociedad amenazan desaparecer. Los sujetos que sufren la
descomposición de su sociedad, al verse cada vez más carentes del entorno integrador
proporcionado por su comunidad, buscan la seguridad de manera radical en un vínculo
afectivo único y poderoso, vivido como providencial, apoyados en el cual son capaces de
‘enfrentarse’ al mundo.

En efecto, en el ideal del ‘amor cortés’ encontramos cómo el amor por la dama se convierte
en la excusa perfecta para que el caballero se enfrente a gestas impensables y se supere a sí
mismo, como si el amor le dotara de un valor y una audacia excepcionales. Así es
presentado en toda la literatura caballeresca medieval.
Semejante centralidad del hecho amoroso en la sociedad medieval así como el fenómeno de
su expansión más allá del ámbito privado hasta ocupar y alterar toda la vida social y su
significado no tiene equivalente en ninguna otra parte y supone de hecho una cierta
alteración de la ‘normalidad social’. No encontramos en la antigüedad clásica nada
semejante a lo que el amor significó en la sociedad medieval, nada que lo acerque a su
cualidad cuasi sagrada de devoción del caballero a su dama, ni tampoco nada de su carácter
social un tanto revolucionario y subversivo.
Si atendemos a la estructura interna podemos aventurar las siguientes conclusiones acerca
del significado y el valor que le era otorgado al ‘amor cortés’. En primer lugar el ideal cortés
se movía entre dos límites claramente establecidos:

• Por un lado el hecho de ser vivido el amor como una relación de fidelidad y confianza, que
era un perfecto reflejo de la fidelidad que suponía el vasallaje feudal en el ámbito público.
Una relación de fidelidad por la cual el caballero quedaba ligado de forma indeleble
a su dama. En ocasiones también la dama al caballero, pero esto al parecer no sucedía
siempre, de modo que debía estar sujeto a una norma electiva [3].
Encontramos innumerables -y bellísimos- ejemplos de cómo la fidelidad era considerada la
categoría central del compromiso amoroso en la poesía trovadoresca medieval. Esta ligazón
entre caballero y dama constituía verdaderamente un vínculo sutil e inmaterial pero muy
real que dotaba al amor de un valor ciertamente sobrenatural, tal y como era sentido por
sus protagonistas. Este hecho, la creación de un nexo sutil -inmaterial y por ello mismo
superior- y eterno con el otro, nexo que era imaginado como un vínculo casi espiritual que
se extendía más allá de la muerte de los amantes, situaba el amor en una realidad superior a
todas las otras, en un orden de realidad radicalmente diferente de la realidad cotidiana, casi
del orden de las realidades sagradas. Así, el amor de un caballero por su dama era un hecho
metafísico que solo podía poseer para los amantes un sentido espiritual y divino, de
religazón con lo Superior. Lo cual nos conduce inevitablemente a la segunda característica
intrínseca al fenómeno del amor cortés:
•El hecho de que tal relación amorosa era situada por encima de todo compromiso o escala
social. Esta cualidad, consecuencia de la anterior -la naturaleza sobrenatural adjudicada al
amor- es la que marca el carácter netamente subversivo y cuasi revolucionario,
potencialmente peligroso para la marcha normal de la sociedad, del ‘amor cortés’.
La suma de ambos factores suponía que la relación amorosa constituía un absoluto para los
amantes, se debía fidelidad antes al amante que a cualquier otra instancia de la sociedad
-incluida la familia- por lo cual todo sacrificio que la relación amorosa implicara -incluso la
eventual muerte por esa relación-, no era -no podía serlo- visto como una carga, sino como
un hecho connatural a la misma naturaleza del hecho amoroso, que ya hemos dicho era
considerado de naturaleza cuasi sagrada.
*

**

Pero el presente análisis estaría incompleto si no atendemos igualmente a un punto de vista


diferente al que ya hemos hecho alusión: el hecho de que socialmente tal relación hombre-
mujer -a menudo polémica e inconformista con el orden social en que se daba- fuera como
poco consentida socialmente y frecuentemente celebrada, cantada y puesta en valor por
artistas de toda índole y sobre todo poetas, lo cual no deja de resultar sorprendente.

Hay que señalar a este respecto que semejante ideal de relación amorosa se legitimó ante
todo en y por el arte, donde alcanzó una relevancia inaudita que sobrevivió en varios siglos
al mundo medieval que lo vio nacer y donde su importancia como tema central del arte
europeo puede rastrearse en toda la modernidad al menos hasta el romanticismo. Algo
bastante inédito en la historia del arte y la creación humanas, por más que al hombre
moderno le parezca algo natural.
Atendiendo a este carácter subversivo y revolucionario que presentaba sobre todo en su
origen, resulta cuanto menos chocante que una determinada sociedad promoviese un
modelo de relación que claramente ponía en peligro el statu quo y la cohesión comunitaria
-siquiera psicológicamente- al situar a los amantes fuera de la esfera social y al ser amado
por encima en importancia de todo vínculo familiar o comunitario.
Por otra parte, cuando nos referimos al carácter profundamente controvertido que supuso
el ideal amoroso cortés debe repararse por ejemplo que algunas fases de la relación
amorosa como el cortejo dejaron de ser exclusivamente privadas y pasaron a ser aceptadas
públicamente, lo cual debió ser motivo de escándalo y tuvo por efecto cambiar para siempre
las costumbres de la sociedad occidental al respecto. Es evidente que en lo que se refiere a
muchas conductas de afecto la sociedad occidental ha sido históricamente mucho más
permisiva que otras [4].
Otro fenómeno indudablemente controvertido del amor medieval que cabe citar es el poco
conocido tema del ‘rapto’. Este fenómeno, por llamarlo de alguna manera, se sabe que debía
contar con el consentimiento por parte de la dama -sin el cual el ‘rapto’ carecía de valor
jurídico y pasaba a ser un secuestro constitutivo de delito- y que era frecuentemente
aceptado y aprobado por la autoridad eclesiástica, lo cual no deja de sorprender. Dado que
es fácilmente imaginable que en más de una ocasión los ‘raptos’ se cometieran para evitar
un enlace pactado por la familia o simplemente para normalizar socialmente la situación de
los amantes, resulta llamativo que la sociedad no lo persiguiera sino que incluso lo elevara a
derecho.
*

**

Por último hemos de referirnos a su aspecto inversor, el hecho de que el hombre se sitúe
consciente y voluntariamente por debajo de su dama en derechos y deberes, lo que nos
recuerda una vez más la idea de ‘pareja infernal’. Este hecho supone a todas luces una
‘inversión del orden normal’, pero tal inversión de la relación ‘normal’ es difícil de explicar.
Sin duda tuvo que causar escándalo en muchos sectores de la sociedad -aun aceptando que
aquella sociedad no era tan conservadora, machista ni puritana como se nos ha querido
hacer creer- y por ello es todavía más sorprendente la aprobación social que muy pronto
gozó el amor cortés no solo como nuevo modo de relación entre los sexos sino incluso como
modo de ser y de presentarse en sociedad, pues muchos caballeros hacían público el
nombre de su dama.
En cierto sentido tal inversión de las relaciones hombre-mujer consideradas ‘normales’
podría resultar inseparable del carácter y la idiosincrasia de los ‘pueblos del norte’ y se hace
difícil pensar que pudiera originarse fuera de los mismos. Esta hipótesis de una influencia
de los modos de relación hombre-mujer propios del norte en el ideal del amor cortés y
caballeresco parece encajar con la idea general de la mayor libertad, valoración e igualdad
de que disfrutaban las mujeres en el modelo social nórdico y germánico frente a las
sociedades mediterráneas, generalmente consideradas como mucho más desiguales. Dicha
hipótesis también es acorde con el hecho de que el ‘amor cortés’ aparece precisamente
cuando mayor es la influencia de los pueblos del norte en el arte y la literatura europeos, en
plena época de síntesis entre las dos tradiciones, así por ejemplo cabe citar el desarrollo de
los mitos griálicos y artúricos, contemporáneos del fenómeno que venimos analizando.

Y quizá tampoco sea erróneo poner en relación el mito del amor caballeresco medieval con
los mitos griálicos, que, como acabamos de decir, eran contemporáneos. Sin duda guardan
relación entre sí, no solo por su coincidencia en el tiempo y en el espacio, sino que incluso
sería posible vincularlos si se interpreta el ideal amoroso en un sentido esotérico, que sin
duda era atribuido en la época: la dama medieval podría prefigurar la Shakti del tantrismo
hindú y la ‘Bella Durmiente’ de los cuentos populares europeos, personaje este último cuyo
sentido esotérico es manifiesto. Se sabe de ciertas escuelas tántricas, contemporáneas al
fenómeno europeo del ‘amor cortés’, donde se dotó de una cierta sacralidad a la relación
caballero-dama, y donde además se desarrollaron complejos rituales que giraban en torno a
esta cuestión.
En tal caso, cabría la posibilidad de que tal inversión de las jerarquías -masculino vs.
femenino y pareja vs. sociedad-, no fuera en sí algo tan anti-tradicional como a simple vista
parece -aunque la feminización moderna de la sociedad ha sido entendida en este sentido
por diversos autores, p.e. Evola-, sino un modo un tanto subversivo de disponer una vía,
quizá en algo paralela a la del tantrismo pero en todo caso perdida.
*

**

En todo caso y volviendo al aspecto más social, no deja de ser cierto que la idea del ‘amor
cortés’ implicaba en sí una rebelión contra el orden. Que el ideal del amor medieval era
vivido como una transgresión de las normas familiares y comunitarias -y a veces incluso
religiosas- es algo evidente que se aprecia perfectamente cuando dirigimos la mirada a la
literatura amorosa occidental -no solo medieval-. Si, en sentido psicológico, el amor
siempre supone un inconformismo, una forma de protesta ante la realidad, en sentido
político el ‘amor cortés’ suponía un acto verdaderamente revolucionario por su
cuestionamiento explícito al orden establecido. Por ello resulta todavía más sorprendente
que tales actitudes no fueran socialmente condenadas y perseguidas sino, por el contrario,
consentidas e incluso jaleadas y promovidas por poetas y artistas.

Estas últimas características que hemos señalado del ideal amoroso occidental no resultan
para nada fáciles de interpretar ni de comprender. En el hecho de tener un cierto carácter
revolucionario así como en la inversión que suponen de los roles tradicionales podrían ser
entendidas como un paso más hacia la desintegración del orden social tradicional. El hecho
de sustituir la comunidad o la familia en tanto redes afectivas amplias por una
relación inter pares -lo que constituye una relación reducida a la mínima expresión viable-,
puede ser interpretado en el mismo sentido: como una separación explícita y voluntaria del
orden tradicional comunitario y como un paso más hacia el individualismo moderno,
egoísta, atomizador y disgregador. Sin duda la sociedad ha articulado de muy diversos
modos esta dialéctica entre pareja y comunidad pero el hecho de que la pareja, -al menos
idealmente si no en la práctica- simbolizara la relación humana ideal y arquetípica por
encima del compromiso con la comunidad de iguales o la obediencia a los poderosos -el
señor feudal, etc…-, nos habla sin lugar a dudas de un debilitamiento de las redes
comunitarias. Pero, dado que cabe la posibilidad de tomar como causa lo que bien pudiera
ser un efecto, habría que analizar cuidadosamente si no sería tal debilitamiento de las redes
sociales lo que empujó a ciertos sectores de la sociedad a buscar refugio en la nueva figura
del amor cortés. No tenemos respuesta para ello.
Notas:
* Por lo demás es así como lo vemos en la conocida figura de la Sabiduría que guarda la
entrada de Notre-Dame de París.
[1] Aquello cuya misión es dividir y separar puede calificarse de diabólico, en el sentido
estricto del término, del griego Διάβολος, lo que arroja, lo que destruye; contrario a lo
simbólico, de σύμβoλoν, lo que une. Sobre nuestra tesis acerca del feminismo moderno
como inversión del arquetipo femenino ver aquí.
[2] Queremos hacer reparar al lector además en que ambos términos se refieren al ‘pilar de
la emancipación’.
[3] Quizá esta correspondencia solo sucedía cuando la situación social de la dama lo
permitía, es decir cuando no contando con otros compromisos la dama tenía libertad para
involucrarse o vincularse. En todo caso este aspecto, como tantos otros en lo que se refiere
al amor medieval, está lleno de incógnitas.
[4] Acerca de este tema, habría que entender el puritanismo burgués, que comenzó a
extenderse a partir del siglo XVIII por toda Europa, precisamente como la excepción que
confirma la regla. El puritanismo constituyó un potente movimiento político de cambio
social al cual se ha prestado una nula atención desde las ciencias sociales. Un movimiento
de naturaleza claramente liberticida, dirigido a restringir la libertad de los sujetos en
muchos aspectos de su vida cotidiana y no solo en los afectivos, eróticos o sexuales como se
suele pensar. Todo ello dirigido, como es fácil advertir, a limitar la capacidad de acción y de
respuesta contra la estructura de poder unilateral de esa sociedad. Gracias a la ayuda que
presta la perspectiva histórica puede afirmarse que lo que trajo consigo el ‘nuevo régimen’,
paradójicamente burgués y revolucionario a la par, fue una aniquilación programada de
todas las libertades, sobre todo en el plano afectivo y emocional, que conllevó un deterioro
psicológico evidente en la población. Repetimos que este es un tema habitualmente
ignorado pro las ciencias sociales.

https://culturatransversal.wordpress.com/2015/09/10/algunas-notas-sobre-el-amor-cortes/

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