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A los pies de mi esposa

Cuando mi actual mujer aceptó casarse conmigo, estaba seguro que sería capaz de hacerla feliz por
el resto de mi vida. Yo estaba perdidamente enamorado de ella y, por consiguiente, haría todo lo
posible para satisfacer cada uno de sus deseos, anhelos y caprichos. Creía firmemente que el amor
incontenible que sentía y siento por ella podría romper con cualquier barrera que nos pusiera la
vida.

Eso era lo que pensaba cuando aún no habíamos tenido la que para ella fue una muy decepcionante
noche de bodas. Ambos veníamos de familias ultra católicas y tremendamente conservadoras, por
lo que los dos habíamos decidido llegar vírgenes al matrimonio. Aunque eso significara que nuestra
única actividad hasta la noche de bodas, durante dos años noviazgo, fuera darnos besos con lengua,
abrazos, y uno que otro toqueteo en el trasero, pero siempre sobre la ropa.

Por ello eso es que al llegar el momento de vernos desnudos, yo casi me voy de espalda al verla sin
ropa. Era espectacular, de película, a sus 22 años era dueña de una belleza fulminante. Pequeña
pero muy voluptuosa, con pechos grandes y firmes, trasero redondo y lleno de carne, cintura de
avispa, blanquita como la leche y una cara de traviesa sensualidad. Yo era increiblemente
afortunado.

El problema fue que ella no pudo sentirse igualmente bienaventurada cuando me vio desnudo. Sino
que al contrario. A los 24 años mi cuerpo estaba bien, pero ni siquiera pudo ocultar su cara de
decepción cuando vio a mi pene en su máxima expresión. Once breves centímetros que ni siquiera
eran gruesos sino que muy por el contrario, era una verga pequeña y delgada, arriba de unas
diminutas bolitas que terminaban de avergonzar tan humilde aparato..

Al frente mío tenía una belleza cinematográfica que toqué, besé y lamí por todos lados, pero cuando
llego el momento de penetrarla mis endebles embestidas no le permitieron obtener el placer que
debiera haber tenido, ni que decir de llegar al orgasmo. Pero no me preocupé en ese momento.
Dicen que el primer polvo nunca es glorioso, y este claramente no lo fue. Le salió un poquito de
sangre pero según me comentó no le dolió mucho, “sentí poquito” me dijo al confesarme que no le
había dolido casi nada su pérdida de la virginidad.

Nuestra luna de miel fue una maratón de sexo y placer para mí, pero de mucha insatisfacción para
ella. Me obsesionaba la hermosura de su cuerpo y por eso la lamia entera, desde los pies bien
formados y pequeños hasta su culo carnoso, su vagina llena de sabor, su sensible clítoris y sus
inabarcables pechos, todo. Era un lamedor empedernido y eso la hacía gozar, pero cuando se
trataba de meterle mi verga, no pasaba mucho.

Tampoco podemos decir que yo durara durante largos periodos, a lo más 2 o 3 minutos. En ese
breve momento ella sacaba un par de gemidos que más parecían emitidos por lástima que por
placer, hasta que una noche me empezó a decir.

- más adentro, más al fondo


- Estoy entero amor – le respondí avergonzado.
- Dale más adentro por favor, trata, has algo, me pica mucho al fondo – me lo dijo con un
dejo de angustia.
- Cariño no llego más adentro.
- Necesito más adentro, al fondo amor, que me pica, me pica mucho, necesito hasta el fondo
– me decía ya desesperada.

Y no alcance a responderle ya que procedía a eyacular sin haberla dejado libre de su “picazón”. Ella
quedó con una evidente cara de insatisfacción, y yo con vergüenza me fui al baño a mojarme un
poco. Nuestra vida sexual no andaba bien, pero veníamos de familias ultra-conservadoras en donde
el tema del sexo es tabú, así que no hablábamos mucho de ello.

El tiempo pasó y nuestra vida sexual no mejoró, por el contrario. Nuestros coitos fueron más
esporádicos. A ella le gustaba que yo le lamiera cada centímetro de su cuerpo, sobre todo el clítoris,
el culo, las tetas y los pies. Pero si se trataba de meterle la verga, no se entusiasmaba nada. Según
me decía, si se calentaba mucho le empezaba a picar la entrepierna, pero por el fondo, muy adentro,
y yo no llegaba ni cerca. Así que en un intento de darle un giro a nuestra vida sexual, y asumiendo
que yo no era capaz de “rascarle” su cuevita, le pedí que me contara sus fantasías (aparte de recibir
verga hasta el fondo claro), que yo trataría de hacerla realidad.

Tras vacilar un poco, me confesó que le excitaba mucho sentirse dominada, estar amarrada
recibiendo verga y ella siendo la esclava de un buen pedazo de…

- ¿De qué mi amor? - le pregunté intrigado.


- Eeeh, nada cariño, eso, que me gustaría sentirme dominada. – me dijo no sin un dejo de
vergüenza.

Y ese mismo fin de semana decidí llevar a cabo su fantasía, compre un par de cosas en un sex-shop
(una cadena y unas cuerdas) y me apresté a cumplirle la fantasía a mi mujer. La esperé en la casa y
al llegar la conduje con suavidad al dormitorio. No se entusiasmó mucho cuando la desnudé y la
amarré, pero se dejó hacer. Y yo más que darle órdenes como un macho dominante, parecía más
bien pidiéndole favores a un superior jerárquico.

Empecé a lamer su cuerpo desnudo y amarrado. Era la gloria. Sus pechos enormes, de esos que no
caben en una mano, con unos pezones rosados y grandes que ruegan por ser mordidos y
succionados. Un trasero que dan ganas de meter la nariz hasta el fondo, lleno de carne, parado,
redondo, grande y que pide ser langüeteado sin cesar, y como yo disfrutaba de su cuerpo al máximo,
ella se comenzó a calentar, a mover más, a pedir más placer, y yo en mi papel de “macho dominante”
no sabía muy bien qué hacer.

Le pegué una palmada tímida que no consiguió nada, y luego procedí a intentar penetrarla, pero los
nervios, y lo raro que me sentía en el papel dominante hicieron que mis once centímetros de verga
fueran ahora no más de cuatro. Por lo que yo figuraba arriba de la cama, con una verguita minúscula
y fláccida, y un pedazo espectacular de mujer amarrada pidiendo ser follada con una comezón
adentro de su vagina que la tenia desesperada, pero que yo no tenía herramientas como para poder
aplacar. No llegaba con mi verga, ni con mi lengua, ni con mis dedos. Mi cuerpo sencillamente no
podía hacer rascarle su comezón.
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Luego de ese papelón, me volví todavía más inseguro sexualmente, ya no solo me complicaba el
tamaño de mi pene y el hecho de que mi esposa estaba muy insatisfecha, con una comezón
constante en su vagina que yo no podía rascar, sino que además me rondaba la impotencia. Empezó
a pasar de forma recurrente que yo no lograba tener una erección como para penetrarla. Y por ende,
si es que era posible, mi esposa estaba aún más insatisfecha. Llevábamos más de 2 años de casados
y jamás había logrado sacarle un orgasmo con mi pene.

Nuestra vida sexual estaba llegando a niveles escandalosamente negativos, hasta que un día mi
mujer llego con una solución.

- Amor, he pasado por el sex-shop y he comprado algo que debí conseguir hace mucho
tiempo. Espero que entiendas que es algo que necesito, y confío en que seas lo suficiente
maduro como para compartir esto conmigo.

Dicho esto, saca de la bolsa un consolador que si lo comparamos con mi polla es enorme. Unos 16
o 17 centímetros y de muy buen grosor. Yo al verlo entendí de inmediato que no podía ni chistar.
Ella ha sido siempre reprimida sexualmente por su educación católica, muy moderada. Así que si ha
tenido que pasar por un sex-shop a comprar algo que le ocultaría a cualquiera de sus conocidos, es
porque realmente ella necesitaba que le metieran algo más contundente. Por lo que con la mejor
sonrisa, me presté a jugar con ella.

Debo decir que nunca jamás la había visto jadear de la forma en que lo hizo. Lo que estaba sintiendo
mientras yo le metía y le sacaba el consolador con la mano, era algo nuevo y glorioso para ella. Lo
disfrutó a más no poder, me dijo que por fin se había sacado la comezón de adentro de su chochito
(que la tenía vuelta loca), y al terminar me dio las gracias. Como si yo hubiera hecho mucho.

El consolador trajo vientos frescos a nuestra relación. Empezamos a tener sexo más seguido y
siempre, pero siempre teníamos que terminar con el consolador adentro de ella. Incluso se puso
más atrevida y me pidió que compráramos uno de los canales porno del tv cable, “para aliñar un
poco las cosas” según dijo. Yo no me compliqué así que gustoso acepté comprarlo. Y obviamente
que lo primero que hicimos al comprarlo fue verlo y ponernos a hacer el amor.

La lógica de ahora era que yo la lamia por todas partes, luego la penetraba con mi pene (ella ni se
molestaba en fingir), la lamia un poco más y posteriormente, entraba el consolador. Pero ahora nos
pusimos a ver la porno y mientras ella estaba encima de mí, recibiendo una verguita que apenas
sentía, en la pantalla había un tipo muy bien dotado que recibía una felación de una linda rubia. La
escena era tranquila. La verga en primer plano y la mujer chupando y lamiendo con calma. Y ante
eso, mientras yo estaba adentro de ella, mi mujer comenzó.

- Mi amor, mira esa verga – me dijo golosa.


- Ssssi linda, si la veo – le respondí
- Es grande, gorda, linda.
- Bueno mi amor. – le dije para decir algo.
- Que rica se ve, yo nunca he visto una verga así. – me dijo con un pucherito.
- Hey!! Has visto la mía
- Jajaja, pero no compares ternura, lo tuyo es como un juguetito al lado de eso. Eso es una
verga de verdad – hasta gesticuló mostrando la tele.
- Pero la mía también puedes lamerla así. – le dije sin convicción.
- Noooo, eso es imposible, ahí hay mucho más para lamer, para englutirse, uff, que rico seria
lamer esa verga mi amor. -y empezó a calentarse- ay lindo me encantaría poder lamer esas
vergas, debe ser tan rico sentir la boca llena de carne, y no estar como ahora, que siento
que salto encima de nada amor.

Yo solo pude escuchar un poco más y ya me estaba corriendo, no pude aguantar más. Así que como
todas las veces que teníamos sexo, agarré el consolador y me puse a metérselo, pero ella no sacaba
la vista de la pantalla.

- Quiero una verga así, mi amor, necesito una verga así.


- Pero mi amor, con este juguete estás bien, ahora tienes orgasmos, ahora puedo rascarte.
- Nooo, yo quiero chupar una verga, sentir la carne dentro de mí. Mi amor, yo necesito sentir
una verga de verdad, soy una mujer candente, lo merezco – afirmó con convicción.

Ahí fue cuando me desarmo, “lo merezco”. Era la mujer más sexy que podía imaginar, por supuesto
que merecía lo mejor, lo mejor en todo. Y eso incluía la parte sexual.

Pasaron un par de días y la pornografía se instaló en nuestro hogar. A veces yo llegaba a la casa y
ella estaba viendo una porno con su juguete adentro de ella, y con total desfachatez me decía “amor,
mira que rica se ve esa verga, ufff, como están follando a esa mujer, que envidia”

Y yo simplemente agachaba al cabeza, aunque debo reconocer que me excitaba mucho ver a mi
mujer así de caliente, y fue en esa circunstancia cuando me di cuenta que había sido reemplazado
completamente por ese pedazo de plástico. Ella estaba masturbándose viendo una porno de tipos
que dominaban a mujeres esclavas sedientas de verga, y cuando yo me acerque para penetrarla,
me paró en seco.

- ¡¡No!! Que no ves que estoy gozando – me dijo en tono de reto.


- Déjame metértela un poquito amor – le rogué.
- Sí sé que sería un poquito, siempre es solo un poquito, porque tienes poquito cariño. Ven,
mejor lámeme mi cuerpo, que en eso eres bueno, y si quieres puedes pajearte. – me dijo
con un tono magnánimo mientras seguía jugando con el consolador.

Y eso hice, me puse a lamerla. Primero el coño, después el culo, le chupe las tetas, y terminé
lamiendo sus pies. Los succionaba, lamía, y me metía los dedos a la boca mientras ella seguía
metiéndose frenéticamente el consolador, y en la tele un tipo le pegaba con la verga en la cara a
una hermosa y sumisa mujer.

Al terminar cada uno y al bajar el calentón, nos dimos cuenta de la posición en la que habíamos
terminado. Ella estaba sentada en el sofá, y yo de rodillas aun besando sus pies. Me miro hacia
abajo y mientras movía su pie refregándomelo por la cara, me dijo.

- Cariño, yo no puedo seguir así, estoy cansada del juguetito.

Yo avergonzado solo atinaba a seguir lamiendo sus pies, sentía que mientras más lamiera, más
satisfecha iba a estar, pero aunque a ella le encantara que yo le lamiera sus pies, no necesitaba un
lamedor, necesitaba verga, nada más que eso , mucha, mucha verga.
- Amor, tu sabes que te amo, eres el hombre de mi vida, pero mira (mientras dijo esto, con
su otro pie se puso a tocar mi miembro), mira esta cosita, este gusanito. Es tan pequeño,
tan blandito, liviano, flaco, mi amor, lo siento pero tu gusanito es insignificante. – No lo
decía con rabia, ni con pena, era simplemente una afirmación.

No sé porque, pero mientras dijo eso nuevamente se me puso dura. Ella jugueteaba con “el
gusanito” por entre sus dedos, y me seguía diciendo lo mucho que necesitaba algo de verdad. Pero
yo deje de prestarle atención ya que mientras ella agarraba al gusanito con su dedo gordo, vi la
oportunidad de agarrar su pie, y meterle el gusanito entre el dedo gordo y el dedo que lo sigue, y
me puse a “follarle” su pie.

- Jajajaja, mi amor, que estás haciendo, uuuy , no tan brusco que me haces daño jajaja – me
dijo con carcajadas.

Mientras ella se burlaba de forma juguetona, yo empecé a calentarme como pocas veces. Estaba
follándome a su pie derecho, al izquierdo lo lamia de forma frenética, y ella aprovechó mi calentón
para continuar diciéndome que necesitaba verga, y que quería mi aprobación.

- Amor, mientras tú me follas mis deditos, mi chochito y mi boca siguen con ganas de verga,
no de gusanito. ¿qué vamos a hacer? -Yo seguía lamiendo y follando.
- Responde cariño, ¿qué vamos a hacer? Sigo con ganas de verga, estoy caliente cariño, muy
caliente. – me dijo poniendo tono de calentura.

Al ver que no había respuesta, saco su pie follado y dejó solo el que estaba siendo lamido. Ante lo
cual yo me angustié, estaba demasiado caliente y le empecé a rogar de forma desesperada que me
dejara seguir follando. Mi posición de inferioridad era absoluta, y mis ruegos me hacían aún más
sumiso

- Déjame seguir, por favor, haré lo que quieras – le supliqué.


- No quiero que hagas nada lindo, solo tienes que dejarme hacer. –afirmó con autoridad.
- Sí amor, lo que tú quieras hazlo, pero déjame seguir follando por favor - a estas alturas yo
lamia y lamia su pie para buscar su aprobación.
- Bueno, entonces vas a tener que aceptar que venga un macho de verdad, y me dé a probar
de una vez por todas lo que es una buena verga. Quiero lamerla, quiero que me follen,
quiero sentirme mujer. Algo que tu jamás has logrado hacerme sentir.
- Si amor, dale, haz lo que quieras, que te folle quien quiera, pero déjame seguir metiéndosela
a tus deditos. – mi angustia era real.
- Bueno futuro cornudín, ahí tienes. Tú me follas los pies, y algún macho vendrá a follarme
todo el resto de mi cuerpo. – dijo satisfecha.

Y diciendo eso me pasa su pie y yo me pongo a bombear como loco. Era un placer indescriptible, ya
que su vagina siempre la había sentido un poco ancha, no tenía mucho rose, pero ahora sus dedos
apretaban al gusanito abarcándolo entero de carne que le quedaba apretadita voviéndome loco de
placer. A los pocos segundos de eyacular explosivamente, me di cuenta de lo que había dicho, y
mientras ella se paraba, me dice: “ya no hay vuelta atrás cariño”.
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Al terminar esta extraña sesión de sexo, tuvimos varias más del mismo tipo. Ella disfrutando de su
consolador y de su marido lamedor. Se metía el consolador por la vagina y yo le lamía el ano, o el
clítoris, le apretaba sus enormes pechos, e indefectiblemente terminaba lamiendo y follando sus
pies. Esa era mi forma de hacerle el amor. Ya ni siquiera le pedía que se pusiera en cuatro, o que se
montara encima de mí ya que siempre, pero siempre iba a preferir a su amigo de plástico. Y siempre
también, me decía lo mucho que quería tener una buena verga.

Estuvimos haciendo esto durante unas 3 semanas, hasta que llegó el momento de hablarlo
seriamente. Con un café sobre la mesa ella me dijo que me amaba, que quería estar conmigo para
siempre, pero que necesitaba sexo de verdad. Que la situación era insostenible, que llevaba años
pensando esto, y que no quería mentirme. Prefería que yo fuera consciente de que mi mujer
buscaba por otro lado lo que yo no era capaz de darle.

Lloré. Como un pobre hombrecillo, pero lloré mucho. Es cierto que me calentaba la idea de
imaginarla follando con otro tipo, pero de todas formas me sentía como la mierda. Ella me consolaba
y me decía que me seguiría amando, que nada la haría dejarme, y que esto sería solo sexo. La
conversación duro varias horas, y al final terminé consintiendo definitivamente que mi mujer se
acostaría con otro.

Apenas le dije que lo aceptaba prendió la porno y empezó a masturbarme con dos dedos de su
mano. Me tocaba mientras susurraba, “mi amor, al fin tendré una verga grande, te va a encantar
ver cómo me follan, igual que a ella (la de la porno), me portare muy puta y tú si quieres puedes
ver”. Y no pudo seguir masturbándome ya que con solo dos deditos hizo que me corriera. Se rió, me
dijo que lo pasaríamos muy bien, y se fue.

Luego de esta conversación, llego el primer sábado de esa semana y tipo 9 de la noche la veo salir
de la ducha con una lencería digna de la mejor modelo de victoria secret. Era ropa nueva y que
dejaría vuelto loco a cualquier hombre o mujer que la viera. Era un conjunto blanco, que le quedaba
ajustado en el escote por lo que las tetas parecía que se le desbordaban, rebosaba carne por sobre
la tela, parecía que sus pechos iban a romper el sostén y se notaban suavemente esos hermosos
pezones rosados. El colaless era igual de diminuto y dejaba marcada toda la redondez y perfección
de su trasero. Estaba espectacular, además olía delicioso, era embriagadora su belleza. Al verla le
agradecí a la vida que fuera mi esposa, y que tuviera el privilegio de tenerla en mi cama. Pero
inmediatamente me di cuenta que yo no sería quien disfrutaría de ese bon-bon.

Me acerque para tocarla y me paró en seco.

- Amor –me dijo- hoy es la noche, este cuerpo será follado por algún tipo que me pille en la
disco.

Pero yo no hice caso y me arrodille para lamer su culo.

- Basta, que me vas a dejar aún más caliente – me dijo con una risa coqueta, pero yo seguía,
le lamí su culo, le saque las pantaletas y le lamí su conchita.

Se la langüeteaba con frenesí hasta que momentos antes de que ella llegara al orgasmo, me aleja y
me dice
- Ternura, me dejaste súper caliente, eso es lo que necesitaba de mi lindo marido. No me
esperes, llegaré tarde…y no te pajees mucho jajaja – me dijo luego de darme un beso en la
frente mientras yo la miraba irse arrodillado.

Eran las 2 de la mañana y yo estaba histérico. No sabía qué hacer. Estaba angustiado y a la vez
caliente, me había masturbado ya 2 veces y seguía excitado pero a la vez confuso y muy tenso. No
había sabido nada de ella, y no había tenido los cojones para llamarla, así que cuando escuche el
sonido de “mensaje recibido” salté a leer la pantalla del celular para ver con sorpresa que decía
“métete debajo de la cama, y no hagas ningún ruido. Pase lo que pase”.

Quedé de piedra pero no dude en hacerlo. Me metí debajo de la cama y a los 10 minutos de una
espera tortuosa escucho que se abre la puerta y llega mi esposa, evidentemente bebida, con un tipo
que la venia besando y tocando.

Escuche que decían algo como “vamos a la pieza” y al instante siento encima de la cama a mi esposa
con alguien, y a este tipo alabando su belleza y su pasión. Escuche como hubo unas sacadas de
camisa, como se bajó un cierre, y algo que me dolió en lo más profundo de mi orgullo.

- ¡¡Al fin veo una verga!! – Le salió del alma

El tipo se rio, y lo próximo que escuche fue el glup glup de mi mujer mamándole la verga.
Sacándosela de la boca cada cierto tiempo para decir cosas como “qué maravilla”, “está deliciosa”,
“ojalá mi marido tuviera esto” pero no duró mucho chupándole la verga ya que su chochito debía
estar ardiendo. Al parecer se dio vuelta, dejando ese culo majestuoso a disposición para ser
penetrado tal y como lo había deseado durante varios años.

Escucharla desde abajo gemir como una verdadera perra en celo, pidiendo más y más verga, y
gritando a los cuatro vientos lo maravilloso que era recibir ese pedazo de carne, era algo que me
tenía con una calentura tan intensa como desconocida, estaba desesperado por verla, pero no me
atrevía a salir de mi escondite, así que desde abajo imaginaba lo feliz que estaba siendo mi mujer, y
me masturbaba frenéticamente.

Ella tuvo varios orgasmos, y apenas el tipo fue al baño, asomó su cabeza por debajo de la cama con
una gran sonrisa para decirme “amor, esto ha sido maravilloso, te amo, gracias, gracias” y cuando
su amante volvió del baño ella se arrodilló, dejando sus pies a la entrada de la cama, y haciéndolos
accesibles para que yo los besara, y se puso a mamarle la verga.

- Déjame darte una última mamada para agradecerte por lo que me diste- se puso a mamarle
la verga mientras yo lamia y lamia sus lindos pies, hasta que escuche el gemido del tipo,
dando cuenta que se corría.

Yo por mientras seguía besando y lamiendo sus pies desde mi escondite hasta que su amante se
fue, y pude salir de la cama. No fue menor mi sorpresa cuando vi mi mujer, mi esposa, el amor de
mi vida, tenía semen por toda la cara.

El semen le corría por la nariz, los pómulos, el ojo izquierdo y la boca la tenía prácticamente blanca.
Le habían tirado una corrida entera en la cara, y ella se relamía de gusto. Estaba con una sonrisa
angelical, con una cara de felicidad inconmensurable, y se le notaba satisfecha como nunca lo había
estado. Yo pensé que se iba a limpiar el semen, pero al verla ir al sofá a sentarse sin hacer ni el
amago de limpiarse, me di cuenta que seguía disfrutando de esto.
Yo tenía ganas de tocarla y hacerle el amor, pero ella estaba llena de semen, tanto en su vagina
como en su cara, y me daba un poco de escozor tocarla. Así que no atinaba a nada, hasta que me
dijo “cariño, arrodíllate ahí para que hablemos”, así que lo hice, me arrodille en frente de ella, y
mientras ella, generosa, me acercaba una teta a la boca para que la mamara como cual niño, se
pone a decirme lo glorioso que fue esto, lo mucho que lo necesitaba, y que no había ninguna
posibilidad de que dejara de follar con vergas de verdad.

- Vas a ser muy cornudito mi amor, porque francamente, ni siquiera había soñado que podía
sentir algo así de rico. Fue maravilloso. Y eso que no la tenía como los negros de las pornos,
sino que era más bien una verga normal, y aun así fue espectacular.

Yo seguía lamiéndole una teta, no paraba de hacerlo, hasta que ella me guio hacia su chochito
para que le diera besos

- Dale besitos mi amor, míralo bien, porque acaban de darle lo que tú jamás podrás darle, lo
que mi chochito necesita, y va a necesitar siempre, eso, muy bien, dale besitos.

Estuve besándole el chochito usado por un buen rato, hasta que me levantó, me puso de frente a
su cara, a escasos centímetros, y mientras yo veía como aun habían gotas de semen bajando por sus
mejillas, me dice: “fóllame cariño, méteme el gusanito para no sentir nada”

Y se lo metí, y ella no hizo ni una mueca, solo mantenía la sonrisa que tuvo desde antes que se la
metiera. Me puse a darle fuerte y ella se empezó a reír.

- Mi amor, lo tuyo son los besitos no más ah. Hasta antes de esta noche te sentía algo, pero
ahora es mínimo, apenas me entero que está ahí ¿tú sientes el roce?
- No mucho pero igual es rico - le respondí mientras seguí dándole hasta que me corrí.

Al darse cuenta de que me fui, se rio. Y luego, con dulzura y semen en la boca me dio un largo beso.

- Cariño, eso sí, este machote no tomó en cuenta mis pies que a ti tanto te gustan, anda y
dale besitos hasta que me quede dormida, eh, y prepárate, porque esto recién comienza –
decretó con varias cachetadas despacitas en mi mejilla derecha.

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