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El año cincuenta – y, antes del 60 (no recuerdo la fecha) – acabé de leer meditadamente
el gran tratado de Kirkegord “Posdata definitiva no científica a las Nonadas Filosóficas”,
después de haber leído otras obras menores para alcanzar su comprensión. El libro me
fascinó (o más elegante me impactó) de tal modo que ese mismo día escribí el poema
kierkegordiano Jauja, el mejor de los míos (esto quizá no sea decir mucho) con una
facilidad no ordinaria, como si alguien me lo dictase.
Uso allí la alegoría de un viaje arriscado por mar a una de las Islas Afortunadas para
corporizar el “Itinerarium Mentis” del místico danés; como Fray Juan de Yepes usó la de
una subida a la montaña, Santa Teresa el ingreso a la cámara más íntima de un palacio,
el Inglés Bunyan el de un viaje a pie plagado de obstáculos y peripecias alegóricas; y así
otros poetas místicos.
La escrición del poema, que va aquí en apéndice, me dejó la impresión de que el danés
me había ayudado, como se lo pedí, lo cual significaba que se había salvado y estaba con
Dios, lo cual se puede tener por superstición (y Uds. caros lectores pueden tenerlo) pero
en mí es convicción soberana.
El poema comienza:
JAUJA1
1
LEONARDO CASTELLANI, Su majestad dulcinea, Patria grande, Buenos Aires, 1974, p. 101-103
pero arriesgarlo todo sin saber, es locura…”
Pero arriesgarlo todo justamente es el modo,
pues Jauja significa la decisión total,
y es el riesgo absoluto y el arriesgarlo todo,
es la fórmula única para hacerla real.
Oración.