Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
1. BankBoston N.A.:
Los informes técnicos producidos en esta causa (pericial de ingeniería
electrónica, fs. 427/8 y de ingeniería civil, fs. 469/471) concluyeron que el
Banco cumplía con las medidas de seguridad que exige el Banco Central de
la República Argentina.
Ambos dictámenes fueron impugnados por la actora. Pero estas
observaciones no fueron materia de análisis específico en la sentencia, lo
cual generó un agravio puntual que debe ser atendido.
En principio no comparto la crítica que formuló la Cooperativa a
ambos dictámenes en punto a que concluir que la demandada cumplía con
los recaudos exigidos por la Comunicación A 2985/99 sea ajeno a su
cometido.
Ambos expertos pueden brindar su opinión técnica, obviamente
fundado en el estudio particularizado que describen previamente, cotejando
los elementos constatados con las exigencias de la norma administrativa.
Va de suyo que tal conclusión no supera el parecer técnico del experto
pero en nada vincula al magistrado que ordenó la realización del peritaje.
El dictamen sólo constituye un aporte científico que no supera una opinión.
Obviamente, al tratarse de una evaluación técnica ajena a los
conocimientos específicos de un abogado, no puede el Juez apartarse de
aquella sin razones precisas y concretas que demuestren el error en que el
experto pudiera haber incurrido.
De allí que aún cuando el perito efectúe en su dictamen algunas
apreciaciones que excedan su cometido para invadir lo que seria propio de
la función judicial, no ha de restársele valor probatorio por esa sola
circunstancia en los aspectos a los cuales se circunscribe su opinión
técnica, máxime cuando las consideraciones en que se asienta son claras,
precisas y concordantes (Enrique M. Falcón, Tratado de la Prueba, T. II,
página 229, Editorial Astrea, Buenos Aires, 2009).
Más allá de estos principios teóricos entiendo, que en el caso, tanto los
hechos que reconocidamente sucedieron, como los propios elementos
colectados en ambos peritajes demuestran, a mi juicio, lo incorrecto de
aquella conclusión.
La primera conclusión a la que arribó el ingeniero electrónico en su
dictamen fue que la cobertura del sector del Tesoro con cámaras de
monitoreo era adecuada y se ajustaba a la comunicación del BCRA (fs.
427:recuadro).
Sin embargo, para arribar a tal conclusión, parte de una premisa falsa:
que “…el acceso al Sector del Tesoro propiamente dicho es inaccesible
salvo a personal autorizado expresamente…”.
El análisis del experto debió cubrir, al referirse “al Sector del Tesoro
propiamente dicho”, tanto a su puerta de ingreso como a la escalera por la
que se accede. Lugar donde ocurrió el ilícito que dio causa a este reclamo.
Y, en este punto, el mismo perito señala en el párrafo anterior de su
dictamen, que el sector Tesoro está cubierto “…salvo el tramo de escalera
que va del 1 Subsuelo hasta la entrada del mismo…”.
Es que aún cuando algún testimonio, y la misma demandada, sostuvo
que había un cartel que señalaba que se trataba de un sector vedado a toda
persona ajena al Banco, lo cierto fue que el señor Huyema pudo ingresar
allí sin mayor inconveniente, donde fue interceptado y agredido por
terceros no identificados.
De hecho el peritaje de ingeniería civil indica, bien que en un croquis
de escasa claridad, que el acceso a la escalera desde el primer subsuelo
carece de puerta (“En primer subsuelo posee acceso por vano sin
puerta…”), cerramiento que sólo está previsto en la comunicación de esa
escalera con las cajas ubicadas en el primer subsuelo (fs. 470:séptimo
párrafo).
No soslayo que el ingeniero civil reiteró en su dictamen, que tal
acceso estaba cubierto por una cámara y un vigilador.
Sin embargo, lo cierto es que nadie detuvo al portavalores Huyema al
ingresar al sector (debió hacerlo el indicado vigilador), y menos aún
previno el acceso de los delincuentes. Tampoco la cámara parece haber
sido eficaz a fin de evitar el robo. Ni siquiera lo fue para identificar a los
ladrones.
La actuación policial ni luego de la Justicia Penal, pudo identificar los
autores del ilícito mediante la revisión de las cintas de video filmadas por
las cámaras de seguridad.
En el caso específico de estos elementos, el ingeniero electrónico
concluyó que cumplían con los recaudos de la norma administrativa, pues
el sistema cerrado de televisión “graba las imágenes de cada cámara en
'tiempo real' y en forma 'permanente' pero no en forma contínua ya que
esto es innecesario…” (fs. 428:recuadro).
Explicó con anterioridad que no era necesaria una grabación contínua
pues “…se produce sobre información útil…”. Esta peculiar afirmación fue
explicada del siguiente modo: “Por ejemplo, se puede tener un grabador
que registre 30 cámaras en orden secuencial; como la imagen de cada
cámara es grabada durante 1 segundo, esa cámara volverá a ser grabada
31 segundos más tarde aproximadamente, o sea, que se tiene una
grabación cada medio minuto de cada cámara, lo cual en condiciones
normales es más que suficiente” (fs. 427v).
Si bien no afirma que esa sea el sistema instalado por el Banco
demandado, parecería tácitamente afirmarlo al indicar el procedimiento
utilizado por la Policía Federal sobre la cinta madre.
Entiendo que este sistema no cumple con lo requerido en el punto
2.10.1.a. de la Comunicación A 2985/1999.
Esta exige la grabación permanente de imágenes a fin de “…permitir
la identificación fehaciente de las personas que entren a la entidad…”.
Entiendo que tal requerimiento no sólo finca en las cámaras que cubren los
accesos desde la calle, sino también todas aquellas que monitorean la
circulación del público y empleados por el ámbito del local.
Y una cámara que sólo filma (o graba) un segundo cada medio minuto
no cubre aquel objetivo. De hecho, reitero, los delincuentes no pudieron ser
identificados, como lo exige la norma.
Es evidente, entonces, que las medidas de seguridad adoptadas por el
Banco no respondían, a mi juicio, a las exigencias de la referida
comunicación del BCRA.
Por tanto debo desechar las conclusiones de ambos peritos en este
punto, pues se contradicen con los elementos que valoraron en su dictamen
(CSJN, 13.8.1998, “Soregaroli de Saavedra, M. c/B., E.C. y otros”;
CNCom. Sala C, 9.2.1989, “Del Ristoro, Antonio c/Cooperativa de
Créditos Ruta del Sol Ltda.”, LL 1991-A, p. 289, con nota de Colerio, J.,
Hacia un nuevo concepto de prueba pericial; CNEsp. Civ. Com., Sala V,
27.6.1988, LL 1989-E, p. 250, con nota de Bernal Castro, B., Eficacia
probatoria de la peritación).
Esta conclusión abonaría, por sí sola, la responsabilidad del Banco en
la producción del hecho ilícito, pues revela un actuar negligente impropio
de una institución especializada (arg. artículo 902 del código civil).
Pero, amén de ello, han sido allegadas a la causa otras pruebas que
ratifican esta inicial conclusión.
Como es de presumir en todo hecho delictivo, en particular en los que
se cometen en ámbitos en que por la actividad en que allí es desarrollada,
poseen diversas medidas de seguridad, quienes se aprestan a cometerlo
realizan tareas de inteligencia a efectos de definir la metodología que les
otorgará el éxito en su cometido. Para ello deberán analizar los mentados
mecanismos de seguridad a fin de procurar burlarlos tanto para cometer el
ilícito como luego, para retirarse del lugar sin ser identificados.
Como he dicho, en la investigación penal desarrollada en las
actuaciones copiadas en fs. 299/360, resultó imposible identificar a los
agresores, pues los mismos no quedaron registrados en las cámaras de
seguridad del Banco, ya sea a su ingreso como en su retirada.
Es evidente entonces que el lugar escogido por los delincuentes para
perpetrar el hecho, no se trataba de cualquier escalera del Banco, sino de un
acceso alternativo al tesoro de la entidad.
Pero, a diferencia de lo sostenido por la demandada reiteradamente,
ese ámbito (sin cámaras de seguridad) no estaba totalmente vedado al
público, pues era frecuentemente utilizado por los portavalores, cuando el
ascensor que debían utilizar se encontraba descompuesto.
Ello es afirmado por el titular de otra empresa transportadora de
caudales, señor Weckesser quien sostuvo que cuando se encontraba
descompuesto o inhabilitado el mencionado ascensor “….se veían
obligados a la utilización de una escalera tipo caracol…” (fs. 277);
manifestación que fue ratificada por uno de los ex empleados de la actora,
el señor Castaño, quien dijo que cuando no funcionaba el ascensor: “…se
dirigían por la escalera…” (fs. 285). En el mismo sentido también se
refirió el señor Gamarra al expresar que: “…había un ascensor y una
escalera para llegar al tesoro. Cuando funcionaba el ascensor usaban ese,
pero si no funcionaba, usaban la escalera…” (fs. 294).
No desconozco que estos dos últimos testigos están relacionados con
la actora.
Sin embargo, como lo ha destacado la jurisprudencia de esta Cámara,
esa calidad no pone necesariamente y por sí mismo en tela de juicio la
veracidad de lo declarado, en razón de tratarse testigos necesarios por su
intervención directa y personal en los hechos debatidos, lo cual le concede
un efectivo conocimiento de los mismos (CNCom. Sala D, 13.12.1990,
“Galas Color”; íd. Sala D, 25.5.2001, “Abocon S.A. c/ Blanca Nieve
S.R.L. s/ ordinario; íd. Sala D, 29.11.2006, “Ernesto Ricardo Hornus S.A.
c/ Ingalfa S.A. s/ sumario”; íd. Sala D, 14.2.2007, “Recupero Energético
SA c/ Camuzzi Gas Pampeana S.A.”; íd. Sala D, 18.4.2007, “La Equitativa
del Plata S.A. c/ EDESUR”; íd. Sala D, 19.9.2007, “Converques S.R.L. s/
quiebra s/ inc. extensión de quiebra”; íd. Sala C, 1.8.1989, “O. Ferrari
S.R.L. c/ Cía. Instrumental del Litoral S.A.”; íd. Sala C, 8.9.1989, “Heinen
de la Torre”; íd. Sala C, 29.12.1992, “Desar S.A. c/ Transporte Intercap
S.A.”; íd. Sala E, 21.3.2003, “Omega Coop. De Seg. Ltda. c/ Cencosud
S.A.”; etc.). Ello sin perjuicio de la debida ponderación de la veracidad de
los testimonios de acuerdo a lo previsto por el art. 456 del Código
Procesal…” (esta Sala, 8.3.2010, “Driollet, César Augusto c/ Village
Cinemas S.A. s/ordinario”).
Por su parte, y como ratificación de los dichos anteriores, de la
declaración testimonial del señor Fernández Latorre, jefe de seguridad de la
entidad bancaria demandada, se desprende que ante la falta de
funcionamiento de los ascensores una de las vías alternativas de acceso al
tesoro era esta escalera, bien que debía ser utilizada con medidas de
seguridad adicionales, esto es acompañado de guardias (fs. 506/507).
En rigor, más allá de lo expuesto por la accionada en su memorial, en
punto a que el Banco tenía preestablecido un método y un camino para
acceder al tesoro del Banco, lo cierto es que dentro de aquella ruta a la que
se hace referencia, se encontraba la eventual utilización de una escalera,
cuando no funcionaban los ascensores.
En consecuencia, el uso de la escalera por parte de los portavalores no
resultaba desconocida para el Banco pues, según lo dicho, era
frecuentemente utilizada por las distintas empresa transportadores de
caudales para acceder al tesoro del banco cuando no funcionaban los
ascensores.
De esta manera, aún cuando los dependientes de la actora no hubieran
cumplido el deber de anunciarse al arribar a la entidad bancaria para
eventualmente ser acompañados por la seguridad del Banco de no
funcionar los ascensores, lo cierto es que en el caso, la demandada permitió
que personas ajenas a la entidad ingresaran por la escalera, cuando de
haberse apostado un guardia en su puerta (que según señalaron los testigos,
a veces estaba), ello nunca hubiera sucedido.
De allí que la demandada no pueda pretender ser ajena a toda
responsabilidad alegando que el ilícito se produjo sólo como consecuencia
de una violación por parte de la actora a una normativa interna del Banco,
pues la misma entidad colaboró con esa infracción.
En rigor, parecería que la seguridad del Banco se había flexibilizado
en relación a las transportadoras de caudales.
En su declaración testimonial del señor Gamarra explicó que “…en la
puerta del Banco cuando había vigiladores nuevos que no los conocían les
pedían el documento, y en oportunidades no, porque ya lo conocían e igual
registraban en la planilla sus datos…” (fs. 294 ).
El testigo Castaño fue más elocuente al sostener que “…se habían
perdido las reglas de seguridad porque las cosas se iban familiarizando,
como lo conocían pasaba…sin ser anotado…” (fs. 285).
Esta familiaridad de trato puede haber justificado que Huyema hubiera
ingresado sin ningún tipo de obstáculos a la escalera donde fue atacado y,
como veremos, bien que al analizar la responsabilidad de la Cooperativa,
pudo haber generado que el custodio del portavalores hubiera relajado su
labor y perdido de vista a su custodiado.
Entiendo que todos estos factores resultaron determinantes para la
producción del ilícito.
Esta conclusión se potencia al tratarse de una entidad financiera, por
cuanto la diligencia que debe exigírsele es la de un profesional experto en
su actividad, lo cual agrava su responsabilidad conforme lo dispone el ya
citado artículo 902 del Código Civil, con el consiguiente efecto de que
mayor será la obligación que resulta de las consecuencias de sus actos,
debiéndose apreciar su conducta no con los parámetros propios de un
neófito, sino que debe ajustarse a un estándar de responsabilidad agravada,
ya que su condición permite juzgarla de una manera especial y le exige una
organización acorde con su objeto social (Trigo Represas, F. y López
Mesa, M., Tratado de la Responsabilidad Civil, T. IV, página 353; Barbier,
E., Contratación Bancaria, T. I, página 565; esta Sala, 19.9.2007,
“Angelini, Fernando Gabriel c/Banco de la Provincia de Buenos Aires
s/Ordinario”).
Los hasta aquí expuesto abona la confirmación del fallo en punto a
atribuir responsabilidad a la entidad bancaria, por su actuación negligente.
2. Cooperativa Solucionar:
También la parte actora apeló el fallo.
Si bien, al igual que su contraria, intentó desligar su responsabilidad
en el hecho transfiriéndola a su contraria, a diferencia del Banco, la
Cooperativa no negó haber tenido alguna ingerencia en aquel.
Su queja se enderezó a cuestionar el porcentaje que le atribuyó la
sentencia (50%), pues adujo que sus dependientes habían tenido una
incidencia mínima en el resultado, que cuantificó en no más de un 5% (fs.
667).
Veamos:
Ha sido reconocido que el portavalores Huyema ingresó sólo al Banco
pues su custodia, Julio A. Alegre, se había demorado en el automóvil
comunicándose por radio (ver declaración de Huyema en sede policial, fs.
324v).
Este último, al declarar también ante la Policía, admitió su retraso al
punto que señaló no haber encontrado a Huyema al ingresar al local
bancario, por lo que decidió descender al Tesoro por el ascensor (fs. 309v).
Es claro que la conducta del custodio se encuentra reñida con los
principios básicos de su labor.
Si bien puede ser conveniente trasladarse con algunos metros de
separación entre el vigilador y su amparado, a efectos de complicar una
eventual emboscada, el perder de vista el primero al segundo importa
llanamente negarle toda protección.
Esta conclusión, obvia hasta para un neófito en el tema, no puede ser
ignorada por un profesional como eran Alegre y Huyema, que no tomaron
los recaudos para ingresar juntos al Banco y mantenerse siempre a la vista
el uno del otro.
La actora intentó minimizar esta evidente falla de seguridad,
aduciendo que esa labor de custodia concluía cuando el portavalores
llegaba a destino. Y explicó que “…claramente, ese destino era el interior
del domicilio de la entidad bancaria demandada” (fs. 665).
A mi juicio, esta conclusión es falaz y absurda.
La tarea encomendada a la actora era trasladar sumas de dinero desde
ciertos locales (sustancialmente cajas de “Pago Fácil”), hasta el Banco
demandado para concretar su depósito en el Tesoro de la institución.
Así la labor de la Cooperativa concluía cuando el dinero era entregado
al Banco y este le otorgaba la correspondiente constancia de depósito.
Esto es confirmado por el señor Wecksser, titular de otra empresa de
transporte de caudales que hacía la misma tarea (fs. 276), por Castaño, que
además destacó que por seguridad intentaban “…lo más rápido posible
llevar el dinero o la saca al banco para dejar dicho dinero en el tesoro”
(fs. 289); y por Gamarra que reseñó todo el procedimiento que concluía
cuando “…el recolector salía del tesoro, con la saca entregada y la
documentación conformada…” (fs. 294).
Es claro entonces que la tarea de la Cooperativa como transportadora
de caudales finalizaba cuando depositaba el dinero en el Tesoro del Banco,
en la cuenta de su cliente y se llevaba el recibo correspondiente para rendir
cuentas a su mandante.
Por tanto la evidente falla de seguridad incurrida por Alegre, al no
custodiar a Huyema, es atribuible a la actora y no al Banco demandado.
Esta conclusión es avalada también con los testimonios del ya referido
personal de la Cooperativa que declaró en la causa
Véase que Castaño reconoció que “…no se manejaba con la
seguridad del banco, él lo que hacía era preocuparse por la seguridad de
él y de su personal y que el dinero se lo recibieran en el tesoro lo más
rápido posible…” (fs. 285). Esto supone que el custodio, aun sin
armamento debía seguir prestando respaldo a su compañero, lo cual
implicaba no perderlo de vista en ningún momento.
De su lado Gamarra fue por demás explícito a detallar el número de
personas de cada equipo que ingresaban al Banco y qué tareas cumplía
cada una de ellas. Dijo, “Dos personas. El recolector que portaba la saca
con valores, y el jefe del equipo que le daba el apoyo. Esto es cuidar de
que nadie pueda arrebatar la saca y darle la seguridad que se podía
brindar” (fs. 295).
Es evidente entonces que la conducta del equipo transportador de
caudales distó de ser profesional y adecuada a la tarea que estaban
cumpliendo. Falla que, en el caso, es de crucial trascendencia dado que se
trata de una tarea de riesgo que exige de personal con extrema preparación
para sortear las múltiples y ciertas posibilidades de ser atacados por
individuos que, a su vez, poseen armamento y capacidad para un encuentro
violento.
Pero los errores de procedimiento en que incurrió el personal de la
Cooperativa no concluyen aquí.
Como han reconocido, en ningún momento los portavalores
comunicaron su llegada al Banco. En rigor, su intención era realizar el
depósito lo más rápido posible, por lo cual obviaron ese trámite. Además
actuaban sin uniforme o signos externos que permitiera identificarlos como
miembros de una transportadora de caudales, lo cual impidió que aún sin
requerirlo, el personal de seguridad del Banco les concediera un trato
especial.
Mal podían entonces los dependientes de la Cooperativa descansar en
que la seguridad de la entidad bancaria demandada los protegería con
particular cuidado dentro de la entidad, si nunca se dieron a conocer como
portavalores.
En este punto el testigo Gustavo Ricardo García ratificó que el herido
no se había identificado al ingresar al Banco como transportista de caudales
(fs. 511:pregunta 31).
En consecuencia, ante esta omisión, la actora nunca pudo activar en
forma efectiva las medidas de seguridad que el Bankboston N.A. brinda a
este tipo de empresas.
Por último, como lo destaca la sentencia, el personal de la Cooperativa
se desplazó por ámbitos que no eran los adecuados para el transporte de
valores dentro del Banco.
La escalera donde ocurrió el ilícito, no estaba habilitada para el uso
público, más allá del deficiente control que de ella hacía la entidad.
Pero además, las personas dedicadas a este tipo de trabajo riesgoso,
como son las que integran la actora, no podían desconocer que allí no
existían cámaras o dispositivos de seguridad que disuadieran a eventuales
delincuentes a cometer allí un robo.
Tampoco puede sostenerse, como lo hicieron diversos testigos citados
más arriba, que la escalera era necesariamente utilizada cuando no
funcionaban los ascensores.
Como ha sido relatado al citar la declaración policial de Alegre, este
custodio al ingresar tardíamente al Banco y no encontrar a Huyema, utilizó
el ascensor para dirigirse al Tesoro. Y sólo al llegar a él, y no encontrar a
su custodiado, empezó a preocuparse por la suerte de este.
Así, la actora tampoco puede ampararse en una circunstancia
excepcional (ascensores fuera de servicio) para justificar su intento de
ingresar al Tesoro por una vía no apta, tanto por disposiciones internas
como por carecer de sistemas de seguridad, para el transporte de valores.
Lo hasta aquí dicho justifica asignar a la actora co-responsabilidad en
el hecho que causó los perjuicios que invocó en su demanda, tanto más
cuando, al igual que la demandada, se trató de una empresa que se
desempeña profesionalmente en el traslado de valores (artículo 902 del
código civil).
Cabe recordar que la culpa concurrente procede cuando el perjuicio
sufrido por la víctima reconoce como causa fuente, además de la conducta
del victimario, su propio quehacer; pero también confluyen dichas culpas
cuando la víctima omite realizar los actos encaminados a evitar o disminuir
el daño. Y es que en la concurrencia de culpas la existencia del hecho
puede estar determinada por la imprudencia o imprevisión de ambos
agentes, de manera tal que, correlativamente, la previsión o cuidado de
cualquiera de ellos hubiera bastado para excluir la posibilidad de
producción de aquel (CNCom. Sala B, 29.9.2008, “Centro de Video SA
C/ Edenor SA s/ ordinario”).
Cabe entonces ahora determinar cómo deben distribuirse las culpas a
efectos de concluir si la solución de la sentencia en estudio fue adecuada.
Pablo D. Heredia
Gerardo G. Vassallo
Fernando M. Pennacca
Secretario