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Domingo Mendoza Linares

Escrito por Leo Zavala Ramírez


Miércoles 16 de Enero de 2013 20:18
Nota del editor: Al despuntar el año nuevo, nuestro gran amigo
Domingo Mingo Mendoza Linares falleció. Durante sus exequias, celebradas el pasado
día 13 de enero, fue compartido un texto que reúne pasajes de su vida, y que ahora, en su
memoria y en agradecimiento a su generosidad, se difunde en este modesto espacio.
Domingo Mendoza Linares, Mingo, fue, sin duda, un hombre singular y querido, que
hace no mucho tiempo, al recordar su niñez, platicaba que apenas terminada la Segunda
Guerra Mundial fue traído “en brazos” desde San Lorenzo, Belisario Domínguez, a
Chihuahua, porque su madre, María de Jesús Linares Díaz, tenía que luchar en la
ciudad y esperar aquí los pocos dólares que Don Jesús Manuel Mendoza Ruiz, bracero
en Estados Unidos, le mandaba entre las cartas para mantener a los hijos todavía muy
pequeños.
La de Mingo y su familia fue una infancia de carencias y de dramas por la sobrevivencia; de
vivir en vecindades y mesones, entre la José Dolores Palomino del barrio de El Palomar, y
el Barrio Bajo, junto al Puente Negro.

El compañero fiel de su infancia fue el Río Chuvíscar, del que, asombrado, atestiguó su
canalización. Trabajó cargando naranjas en el Mercado Reforma, aunque su especialidad
fue ser yesero para ayudar a la familia que para entonces ya había crecido, y que estaba
formada por Tere, él, Chuma, Lupita, Mónica y Don Jesús Manuel y Doña María de Jesús.

Luego de una infancia difícil, pues, y apenas asomando la adolescencia, con su hermano
Chuma empezó a tocar música, primero con una marimba, luego con un tololoche y,
finalmente, con una guitarra, la cual nunca abandonó, aún a pesar de la amputación de sus
dedos sufridos en un accidente laboral a finales del año 1987. De hecho, el entusiasmo
musical llevó a los hermanos Mendoza a alternar con grupos entonces tan famosos como
los Kings y los Hitters.

Chuma y Mingo tocaban en varios lugares y, de pronto, empezaron a interpretar también


cantos religiosos, especialmente en una misa que frecuentemente celebraba el Padre Fierro
en una comunidad que se reunía en la casa de Don Liborio, entre la Julián Carrillo y la
Cuarta. Ese contacto con la liturgia lo acercó al grupo de jóvenes de Catedral, donde
conoció al P. José Cereceres, a quien quiso como un padre hasta su muerte y de quien
aprendió su compromiso perenne en la pastoral.

Después de un proceso difícil de su vida, la inquietud cristiana lo llevó a frecuentar una


comunidad de seminaristas que al terminar Filosofía habitaban una casa frente a la Plaza
San Pedro y El Plan de Alamos. Ahí se entusiasmó con la vida común de Eduardo Muñoz
Daw, Luis Raúl Gómez, “La Virgen” y Benigno Galindo. Al propio tiempo conoció a otro
seminarista, Rodolfo Aguilar Alvarez, “El Chapo” Aguilar, y mantuvo fuerte relación con su
amigo de la infancia, Martín García, de quien un día, en las torres de Catedral, se despidió
Mingo para ingresar al Seminario.

En el verano de 1973, luego de cursar el preseminario, a fines de agosto fue admitido como
alumno regular a la Facultad de Filosofía del Seminario Regional del Norte, haciendo
comunidad con compañeros de Chihuahua, Ciudad Juárez, Torreón, La Tarahumara,
Madera y El Salto Durango, la mayoría más jóvenes que Mingo. En Filosofía encontró en
Francisco Mancha, “Fraylo”, a su hermano más cercano. Con él, además de los estudios,
prestó servicios tan importantes como el diseño y construcción de una capilla para uso
diario de los seminaristas, y pintó los grandes muros del vestíbulo y la capilla grande del
Seminario en Juárez, en sacrificio de sus vacaciones.

Luego de terminar Filosofía, en septiembre de 1976 ingresó a la Facultad de Teología del


Seminario Regional en la ciudad de Chihuahua, donde realizó estudios por 3 años, y en
agosto de 1979 integró el grupo de 10 estudiantes de Teología que, con el visto bueno de
sus obispos de Chihuahua, Ciudad Juárez y Torreón, iniciaron una singular experiencia de
vida de formación sacerdotal en las Colonias San Rafael y Lealtad 2, bajo la coordinación
del P. René Blanco Vega y con la rectoría del P. Camilo Daniel Pérez.

Desde ahí, como seminarista trabajador, volvió a dar testimonio apostólico a través de su
trabajo como obrero fundador de la hoy empresa Interceramic.

Unos meses después, y luego de una profunda reflexión, abandonó la comunidad y empezó
a tomar diversas actividades laborales, ya fuera del Seminario, pero sin dejar nunca sus
actividades pastorales.

El separarse de la comunidad de seminaristas de San Rafael, no impidió que Mingo


continuara con su interés por las actividades apostólicas que venía desempeñando
intensamente desde 1976 en Catequesis. De hecho, al casarse con Eva Nevárez, su gran
compañera y maestra en el apostolado, vio reforzada su vocación apostólica.

En este contexto, Mingo tuvo una gran aportación en la planeación y diseño del Modelo de
Primera Comunión en Familia y participó activamente en reuniones nacionales y a nivel de
la Provincia Eclesiástica de Chihuahua. Siempre fue parte del equipo promotor de la
Catequesis “Del Buen Pastor” en la Ciudad de Chihuahua y permaneció en Evangelización
y Catequesis, en la que, al lado de Eva trabajó hasta los últimos días de su vida. Durante
años, colaboró también en la Pastoral Social Arquidiocesana, apoyando a grupos de laicos y
sacerdotes e impartiendo innumerables cursos en parroquias y en la Escuela de Pastoral.
Incluso, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Chihuahua, Domingo realizó el
diseño de un folleto relacionado con la orientación al Pueblo acerca de tan importante
acontecimiento.

Mingo fue, durante años, maestro formador del Seminario, donde impartió la cátedra de
Doctrina Social de la Iglesia a muchos de los ahora sacerdotes que siempre lo saludaban
agradecidamente como sus exalumnos.

Sin duda, Mingo fue siempre un laico comprometido, un amigo, creyente y colaborador fiel
de su Iglesia de Chihuahua y la Iglesia Universal, a las que aportó creatividad y numerosos
planteamientos serios para la pastoral en general.

En 1981, Mingo se integró a Centro de Estudios Generales, CEG, en el programa de


Primarias Intensivas para Niños Desertores. En este Centro, Mingo, sin duda, fue todo un
pilar; destacó su vocación de servicio, su entusiasmo y su serenidad para tomar decisiones;
fue conciliador, armonizante y de trato cálido y sencillo; tenía gran habilidad para hacer
“clik” con la gente. Más tarde fue llamado al Consejo Nacional de Fomento a la Educación
CONAFE, motivo por el cual viajó impulsando proyectos educativos en zonas rurales de 12
estados y zonas urbanas de otros 9 estados del país, para lo cual vivió largas temporadas en
la ciudad de México.

Más tarde, durante la tromba de septiembre de 1990 en la cd. de Chihuahua, Mingo


trabajaba con el P. Agustín Becerra en la Comisión de Pastoral Social, y desde ahí logró
impulsar y apoyar proyectos de remodelación y ampliación de viviendas para
damnificados, con recursos de la iniciativa privada. Los recursos fueron administrados por
Mingo, representante de la Pastoral Social de la arquidiócesis y como coordinador
operativo de todo este proceso, siempre se mostró muy sensible al difícil problema de más
de 80 familias de damnificados y por casi 2 años apoyó estas actividades.

Ahí Mingo fue visto siempre como un personaje importante por su actitud de servicio y por
su gran disposición a ir con los damnificados; él asistía, verificaba, recogía opinión, pedía
más recursos de los solicitados para satisfacer mejor las necesidades de los otros. Le daba
seguimiento a los recursos, equilibrando la supervisión entre lo solicitado y lo ejecutado.
De verdad, Mingo metía ánimo y ganas de trabajar. Estiraba el recurso. Fue un diligente
gestor, que gracias a los informes que ofrecía, hizo desarrollarse a los damnificados en
muchos otros aspectos.

Sobra quien se atreve a afirmar que, con su desempeño comprometido, profesional y


cristiano, Mingo fue uno de los principales impulsores en el nacimiento de la Fundación
del Empresariado Chihuahuense, demostrando que proyectos de este tipo podían servir
para ayudar al desarrollo de los más desprotegidos y como forma cristiana de distribución
de la riqueza. De hecho, sus cualidades profesionales y honestidad hicieron que meses más
tarde fuera llamado a incorporarse a esta fundación empresarial, donde destacó su
conducta de pensar en los demás antes que en sí, y de ver siempre por ayudar al más
necesitado a través de la promoción de actividades de bienestar social.

Sin duda, Mingo estuvo lleno de amigos, de compadres y de afectos sinceros. Cada año, en
el 3er domingo de diciembre, junto con Eva, convocaba a sus amigos y sus familias, y
hacían el milagro de que alojar a casi 80 personas entre su casa y el patio trasero, sin que a
nadie le faltara comida ni bebida. En las reuniones siempre tomaba la palabra para
agradecer a Dios y a sus amigos e, invariablemente, en su buen discurso, ponderaba las
virtudes de otros, aunque fueran éstas muy pocas.

Mingo siempre fue amoroso y solidario con sus Papás, con su hermano Chuma y con sus
hermanas Tere, Lupe y Mona, con sus muchos sobrinos,y sobrinas y con su familia política,
especialmente con su suegro.

A pesar de que tenía afecto para todos y especialmente por los y las catequistas, en
distintas épocas de su vida, en el corazón de Mingo destacaron, entre otros, en su infancia,
Martín García; en su adolescencia y juventud El P. José Cereceres y el P. Rodolfo Aguilar
Alvarez; en su juventud y madurez, Francisco Mancha, Arnoldo Bencomo y el Padre Lalo
Estrada; en su edad adulta y hasta la fecha, fue gran amigo y compañero solidario e
inseparable del P. J. Agustín Becerra Esparza

Pero su amor y su razón de vivir siempre fue Eva Nevárez, de la que fue esposo y
confidente, compañero de trabajo y amigo comprometido en las buenas y en las malas
hasta su muerte. Si Mingo entregó toda su vida a Dios y a los otros, a Eva, desde que la
conoció, le entregó, completa la segunda parte de sus 64 años de existencia terrenal.

Hombre discreto, Mingo vivió sin aspavientos ni protagonismos el compromiso cristiano;


con su vida, dentro y fuera del ámbito eclesiástico, anunció siempre la Buena Nueva y
luchó por un mundo mejor.

Lo dicho hasta aquí, es la expresión testimonial de algunos de sus amigos y compañeros o


compañeras, y que se ha plasmado de manera sutil y desordenada, pero tratando de
respetar las expresiones originales. Cierto es que mucho más se podría anotar de lo que
opinan los demás, como sus cualidades artísticas, histriónicas, poéticas o de escritor, pero
¿qué dijo Mingo de él mismo?

Hace poco más de 2 años, al celebrar el 30 aniversario del inicio de la experiencia de vida
de seminaristas viviendo en las Colonias San Rafael y Lealtad, Mingo escribió a sus
compañeros las siguientes palabras:

Es bueno dar gracias a Dios, no sólo por haber compartido unos cuantos meses fuera del
seminario en la colonia, sino toda la experiencia de Filosofía y Teología, que marcaron
mi vida de manera positiva y le dieron un sentido y una referencia que pocas
experiencias pueden igualar… Tocado en lo profundo de mi ser, quise entregar mi vida al
sacerdocio, pero fui como semilla que pronto se marchitó y que fue por mi propia
decisión, sin culpar a nadie… Hoy soy feliz con la parte de mi herencia, y no añoro de
manera nostálgica tiempos pasados. Ni siquiera me he puesto a imaginar lo que hubiera
sido de mí si me hubiese aferrado a conquistar algo que es gracia dada gratis, y que se
gana a base de esfuerzo y de la oración de muchos…

Las palabras de Mingo en esa ocasión valen, sin duda, para los que hoy estamos en esta
reunión Eucarística convocada por el Padre Dios y por él, en descargo de la reunión a la
que no pudo convocarnos hace un mes. Hoy a nosotros nos dice Mingo estas palabras que
escribió:

Existen muchas razones para estar agradecido con Dios Nuestro Señor: una de esas es
haber tenido la oportunidad de compartir con ustedes una parte importante de mi vida…
El haber logrado crear lazos de fraternidad que aún después de tanto tiempo nos han
vuelto a reunir, no se debe a mis méritos, sino a la Gracia de Dios, que me concedió
conocerlos… Con ustedes soñé un ideal, que por lo lejano, no deja de tener vigencia hasta
hoy… Con ustedes aprendí a aceptarme y aceptarlos como son, y a conocer y aceptar la
voluntad del Padre… La verdad es que he sido muy feliz y más cuando tengo la
oportunidad de estar con ustedes, mis hermanos. Más, cuando los veo realizando con
gusto lo que han elegido libremente; más, cuando sé que todos sus esfuerzos por cumplir
sus objetivos, tienen sentido e iluminan como un gran faro nuestras vidas…

Por casi 5 años, Mingo fue asiduo integrante fundador de un grupo de exseminaristas que
se reúnen todos los viernes primeros de mes. Un día pidió hablar de su vida ante el grupo,
y presentó un escrito cuyo título suena hoy inefablemente sabio, y que decía con letras
grandes a la cabeza de la hoja: “Vida, Nada me Debes…” Así tituló Mingo este escrito del
que se destaca la siguiente reflexión, insisto, escrita por él:

Si alguien ha aprendido a valorar a las personas, a respetar su entorno y su experiencia,


y ha tenido que adquirir actitudes de agradecimiento y de servicio y, además ha
aprendido a sentirse protegido y amado, y a ser testigo de la Misericordia de Dios, ese
soy yo… Domingo Mendoza Linares.

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