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El compañero fiel de su infancia fue el Río Chuvíscar, del que, asombrado, atestiguó su
canalización. Trabajó cargando naranjas en el Mercado Reforma, aunque su especialidad
fue ser yesero para ayudar a la familia que para entonces ya había crecido, y que estaba
formada por Tere, él, Chuma, Lupita, Mónica y Don Jesús Manuel y Doña María de Jesús.
Luego de una infancia difícil, pues, y apenas asomando la adolescencia, con su hermano
Chuma empezó a tocar música, primero con una marimba, luego con un tololoche y,
finalmente, con una guitarra, la cual nunca abandonó, aún a pesar de la amputación de sus
dedos sufridos en un accidente laboral a finales del año 1987. De hecho, el entusiasmo
musical llevó a los hermanos Mendoza a alternar con grupos entonces tan famosos como
los Kings y los Hitters.
En el verano de 1973, luego de cursar el preseminario, a fines de agosto fue admitido como
alumno regular a la Facultad de Filosofía del Seminario Regional del Norte, haciendo
comunidad con compañeros de Chihuahua, Ciudad Juárez, Torreón, La Tarahumara,
Madera y El Salto Durango, la mayoría más jóvenes que Mingo. En Filosofía encontró en
Francisco Mancha, “Fraylo”, a su hermano más cercano. Con él, además de los estudios,
prestó servicios tan importantes como el diseño y construcción de una capilla para uso
diario de los seminaristas, y pintó los grandes muros del vestíbulo y la capilla grande del
Seminario en Juárez, en sacrificio de sus vacaciones.
Desde ahí, como seminarista trabajador, volvió a dar testimonio apostólico a través de su
trabajo como obrero fundador de la hoy empresa Interceramic.
Unos meses después, y luego de una profunda reflexión, abandonó la comunidad y empezó
a tomar diversas actividades laborales, ya fuera del Seminario, pero sin dejar nunca sus
actividades pastorales.
En este contexto, Mingo tuvo una gran aportación en la planeación y diseño del Modelo de
Primera Comunión en Familia y participó activamente en reuniones nacionales y a nivel de
la Provincia Eclesiástica de Chihuahua. Siempre fue parte del equipo promotor de la
Catequesis “Del Buen Pastor” en la Ciudad de Chihuahua y permaneció en Evangelización
y Catequesis, en la que, al lado de Eva trabajó hasta los últimos días de su vida. Durante
años, colaboró también en la Pastoral Social Arquidiocesana, apoyando a grupos de laicos y
sacerdotes e impartiendo innumerables cursos en parroquias y en la Escuela de Pastoral.
Incluso, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Chihuahua, Domingo realizó el
diseño de un folleto relacionado con la orientación al Pueblo acerca de tan importante
acontecimiento.
Mingo fue, durante años, maestro formador del Seminario, donde impartió la cátedra de
Doctrina Social de la Iglesia a muchos de los ahora sacerdotes que siempre lo saludaban
agradecidamente como sus exalumnos.
Sin duda, Mingo fue siempre un laico comprometido, un amigo, creyente y colaborador fiel
de su Iglesia de Chihuahua y la Iglesia Universal, a las que aportó creatividad y numerosos
planteamientos serios para la pastoral en general.
Ahí Mingo fue visto siempre como un personaje importante por su actitud de servicio y por
su gran disposición a ir con los damnificados; él asistía, verificaba, recogía opinión, pedía
más recursos de los solicitados para satisfacer mejor las necesidades de los otros. Le daba
seguimiento a los recursos, equilibrando la supervisión entre lo solicitado y lo ejecutado.
De verdad, Mingo metía ánimo y ganas de trabajar. Estiraba el recurso. Fue un diligente
gestor, que gracias a los informes que ofrecía, hizo desarrollarse a los damnificados en
muchos otros aspectos.
Sin duda, Mingo estuvo lleno de amigos, de compadres y de afectos sinceros. Cada año, en
el 3er domingo de diciembre, junto con Eva, convocaba a sus amigos y sus familias, y
hacían el milagro de que alojar a casi 80 personas entre su casa y el patio trasero, sin que a
nadie le faltara comida ni bebida. En las reuniones siempre tomaba la palabra para
agradecer a Dios y a sus amigos e, invariablemente, en su buen discurso, ponderaba las
virtudes de otros, aunque fueran éstas muy pocas.
Mingo siempre fue amoroso y solidario con sus Papás, con su hermano Chuma y con sus
hermanas Tere, Lupe y Mona, con sus muchos sobrinos,y sobrinas y con su familia política,
especialmente con su suegro.
A pesar de que tenía afecto para todos y especialmente por los y las catequistas, en
distintas épocas de su vida, en el corazón de Mingo destacaron, entre otros, en su infancia,
Martín García; en su adolescencia y juventud El P. José Cereceres y el P. Rodolfo Aguilar
Alvarez; en su juventud y madurez, Francisco Mancha, Arnoldo Bencomo y el Padre Lalo
Estrada; en su edad adulta y hasta la fecha, fue gran amigo y compañero solidario e
inseparable del P. J. Agustín Becerra Esparza
Pero su amor y su razón de vivir siempre fue Eva Nevárez, de la que fue esposo y
confidente, compañero de trabajo y amigo comprometido en las buenas y en las malas
hasta su muerte. Si Mingo entregó toda su vida a Dios y a los otros, a Eva, desde que la
conoció, le entregó, completa la segunda parte de sus 64 años de existencia terrenal.
Hace poco más de 2 años, al celebrar el 30 aniversario del inicio de la experiencia de vida
de seminaristas viviendo en las Colonias San Rafael y Lealtad, Mingo escribió a sus
compañeros las siguientes palabras:
Es bueno dar gracias a Dios, no sólo por haber compartido unos cuantos meses fuera del
seminario en la colonia, sino toda la experiencia de Filosofía y Teología, que marcaron
mi vida de manera positiva y le dieron un sentido y una referencia que pocas
experiencias pueden igualar… Tocado en lo profundo de mi ser, quise entregar mi vida al
sacerdocio, pero fui como semilla que pronto se marchitó y que fue por mi propia
decisión, sin culpar a nadie… Hoy soy feliz con la parte de mi herencia, y no añoro de
manera nostálgica tiempos pasados. Ni siquiera me he puesto a imaginar lo que hubiera
sido de mí si me hubiese aferrado a conquistar algo que es gracia dada gratis, y que se
gana a base de esfuerzo y de la oración de muchos…
Las palabras de Mingo en esa ocasión valen, sin duda, para los que hoy estamos en esta
reunión Eucarística convocada por el Padre Dios y por él, en descargo de la reunión a la
que no pudo convocarnos hace un mes. Hoy a nosotros nos dice Mingo estas palabras que
escribió:
Existen muchas razones para estar agradecido con Dios Nuestro Señor: una de esas es
haber tenido la oportunidad de compartir con ustedes una parte importante de mi vida…
El haber logrado crear lazos de fraternidad que aún después de tanto tiempo nos han
vuelto a reunir, no se debe a mis méritos, sino a la Gracia de Dios, que me concedió
conocerlos… Con ustedes soñé un ideal, que por lo lejano, no deja de tener vigencia hasta
hoy… Con ustedes aprendí a aceptarme y aceptarlos como son, y a conocer y aceptar la
voluntad del Padre… La verdad es que he sido muy feliz y más cuando tengo la
oportunidad de estar con ustedes, mis hermanos. Más, cuando los veo realizando con
gusto lo que han elegido libremente; más, cuando sé que todos sus esfuerzos por cumplir
sus objetivos, tienen sentido e iluminan como un gran faro nuestras vidas…
Por casi 5 años, Mingo fue asiduo integrante fundador de un grupo de exseminaristas que
se reúnen todos los viernes primeros de mes. Un día pidió hablar de su vida ante el grupo,
y presentó un escrito cuyo título suena hoy inefablemente sabio, y que decía con letras
grandes a la cabeza de la hoja: “Vida, Nada me Debes…” Así tituló Mingo este escrito del
que se destaca la siguiente reflexión, insisto, escrita por él: