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LA COMPASIÓN DEL SEÑOR JESÚS

«Y viendo las gentes, tuvo compasión de ellas, porque estaban derramadas y esparcidas como ovejas
que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros
pocos. Rogad pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt. 9:36–38).

¿Cuáles son las virtudes que identifican al pueblo de Dios? ¿Qué cualidades demuestran que
verdaderamente somos iglesia, hijos de Dios, redimidos por la sangre de Cristo?

No podemos pretender ser lo que no somos, porque en algún momento alguien lo notará.

Anécdota – Einstein y el chofer.

Introducción

En el verso que leímos vemos que el pueblo en ese tiempo estaba sumido en la más profunda ignorancia
con respecto a la religión verdadera; los que debían enseñarle eran ineptos que se contentaban con
abrumarle con ceremonias y supersticiones, y no sólo no tenían amor para los pobres sino que los
menospreciaban. Sin embargo, el Señor «tuvo compasión» de ellos.

compasión n. f. Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su
dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo.

Compasión es el movimiento del alma que nos hace sensibles al mal que padece alguna persona: es una
combinación de tristeza, simpatía, y amor.

La palabra compasión en la Biblia está ligada al ministerio de Jesús.

LA COMPASION DIVINA

La palabra “compasión” está compuesta de dos palabras Latinas y significa “sentir con” o “sufrir con”.

Jesús sufre con el enfermo y lleva consigo todas sus heridas y dolores (Mt. 8:17; Is. 53:4).

La palabra griega para compasión es splanchnizomai (σπλαγχνίζομαι), que ofrece un testimonio


exquisito del cuidado de Dios por nuestro dolor y de su determinación de aliviarlo.

Splagchnizesthai significa “compadecerse”. Splagchnizesthai es el verbo que procede del nombre


splagchna, que significa vísceras principales, es decir, corazón, pulmón, hígado e intestino. Los griegos
sostenían que estas vísceras constituían el asiento de las emociones y pasiones, especialmente de la ira,
la ansiedad, el miedo e incluso el amor. Así, pues, en el griego clásico, las splagchna son las partes
internas del hombre y asiento de las emociones más profundas.

splagchnizesthai no describe una piedad o compasión ordinarias, sino una emoción que conmueve lo
más recóndito del ser del hombre. Esta es la palabra griega para expresar con mayor fuerza la idea de
compasión.
En las parábolas se utiliza respecto del señor que tuvo compasión del siervo que no podía pagarle (Mt.
18:33), de la compasión que hizo al padre recibir con amor al hijo pródigo (Lc. 15:20) y de la compasión
que movió al samaritano a ayudar al viajero herido en el camino de Jericó (Lc. 10:33). En el resto de los
casos, se emplea en conexión con Jesús mismo.

La compasión fue el centro del ministerio de Jesús

Jesús tuvo compasión de la multitud cuando la vio como ovejas sin pastor (Mt. 9:36; cf. Mr. 6:34). Tuvo
compasión de los hambrientos y necesitados que le seguían al desierto (Mt. 14:14; 15:32; Mr. 8:2), y
tuvo misericordia del leproso (Mr. 1:41). Jesús se compadeció de los dos ciegos (Mt. 20:34) y de la viuda
de Naín que llevaba a enterrar a su único hijo (Lc. 7:13). El padre del muchacho epiléptico apeló a la
compasión de Jesús (Mr. 9:22).

Hay dos interesantes hechos con relación al uso de esta palabra.

(I) Jesús tuvo compasión del abandono espiritual de la multitud. Eran como ovejas sin pastor. Jesús
no estaba molesto con la simpleza de la muchedumbre ni irritado con su inutilidad, sino
preocupado por ellos.
(II) Jesús se compadeció del hambre y dolor de los hombres.

(III) Jesús tuvo compasión de la aflicción de los hombres.

Pero splagchnizesthai tiene un significado de mucho más alcance que la simple indicación de que Jesús
se conmovía en lo más profundo de su ser en presencia de la situación humana. Lo notable de esta
palabra es que, para un griego, su uso en relación con alguien que fuera divino sería completa, absoluta
y totalmente imposible.

Según los estoicos, los pensadores griegos más eminentes de la época del NT, la suprema y esencial
característica de Dios es la apatheia. Por apatheia ellos no querían dar a entender apatía en cuanto
dejadez, falta de vigor o energía, sino “ausencia de inquietudes”, “impasibilidad”, y argumentaban así: Si
Dios sintiera tristeza o alegría de algo que le sucediese al hombre, esto significaría que el hombre puede
causar efecto sobre Dios, que el hombre tiene el poder de afectar a Dios; pero es imposible que alguien
tenga poder sobre Dios, pues nadie es más grande que Dios; por tanto, Dios no puede tener emociones;
es esencialmente imposible; es, por naturaleza, apático. Los griegos creían en un Dios que no era
emotivo. No concebían que el ser divino pudiera ser movido a compasión.

Lo terrible de la ética pagana era lo que pensaban los estoicos de que el hombre debe procurar hacerse
como Dios, y no tener preocupación alguna ni cuidado. Si un hombre quería vivir en paz, decían, debe
abstenerse de todo sentimiento y de toda emoción (de todo lo que altere la tranquilidad del ánimo, N.
del T.). El pensamiento religioso pagano creía en un Dios cuya esencia era ser incapaz de sentir piedad;
la ética pagana enseñaba a aspirar a una clase de vida de la que, al final, toda piedad y compasión se
hubieran desvanecido.
La manera de pensar de hoy día (cosmovisión) es que solo importan las emociones. Tomamos decisiones
basados en nuestras emociones (hedonismo).

La compasión era lo dinámico del ministerio del Señor Jesucristo: enseñaba, predicaba y sanaba …

«El espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me
ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los
ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados; para predicar el año agradable del Señor».

Sanaba a los cojos, a los sordos, a los ciegos, a los paralíticos, los leprosos eran limpiados, los muertos
eran resucitados: tenía compasión de las multitudes hambrientas y con dos peces y cinco panes
alimentó a cinco mil personas. Tuvo compasión de la ingrata Jerusalén y lloró sobre ella. Tenía
compasión de las almas esparcidas como ovejas sin pastor.

El mundo necesitado de compasión: el mundo en los días de Jesucristo no estaba sin lugares de
reuniones religiosas. En Jerusalén había 460 sinagogas, pero no había compasión. Había también
directores religiosos, los escribas y fariseos se sentaban en la cátedra de Moisés (Mt. 23). En esos días
las gentes no estaban sin tradiciones: había en ese tiempo 614 mandamientos y tradiciones. Cuando el
doctor de la ley hizo la pregunta al Señor: «¿Cuál es el más grande mandamiento en la ley?» no se
refería a los diez mandamientos, sino a los 614.1

Los compasivos

Dios bendice a los compasivos, porque serán tratados con compasión. Mateo 5:7

Tener ‘compasión’ es tener misericordia por la gente en necesidad. El sustantivo eleos (compasión) …
siempre tiene que ver con lo que percibimos de dolor, miseria y aflicción, todos ellos resultado del
pecado.

Jesús no especifica la categoría de las personas que tiene en mente y a quienes sus discípulos deben
mostrar compasión. No da indicación alguna sobre si está pensando en primer término en aquellos
agobiados por el desastre, como el viajero de Jerusalén a Jericó a quien los ladrones asaltaron y de quien
el buen samaritano ‘se compadeció’, o en los hambrientos, los enfermos y los marginados de quienes él
mismo de manera habitual tuvo piedad, o en aquellos que nos agravian, de modo que la justicia clama
por castigo, pero la compasión por perdón. Jesús no tuvo necesidad de elaborar esto en detalle. Nuestro
Dios es un Dios misericordioso y muestra su compasión continuamente; los ciudadanos de su reino
tienen también que mostrar compasión.

Por supuesto que el mundo no es misericordioso, como frecuentemente tampoco lo ha sido la iglesia
por su mundanalidad. El mundo prefiere aislarse y ponerse a salvo de los dolores y calamidades de los
hombres.

1
Vila, S. (2001). 1000 bosquejos para predicadores (pp. 21–22). Viladecavalls (Barcelona) España:
Editorial CLIE.
Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión. La misma verdad resuena en el
siguiente capítulo de Mateo: ‘Si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre
celestial.’ Esto no se debe a que podamos merecer compasión por compasión o perdón por perdón, sino
que no podemos recibir la compasión y el perdón de Dios a menos que estemos arrepentidos, y no
podemos pretender habernos arrepentido de nuestros pecados si no tenemos compasión hacia los
pecados de los demás. Nada nos mueve tanto al perdón como el maravilloso conocimiento de que
nosotros mismos hemos sido perdonados. Nada demuestra más claramente que hemos sido
perdonados que nuestra propia disposición a perdonar. Perdonar y ser perdonado, mostrar compasión y
recibirla: van indisolublemente juntos, como Jesús lo ilustró en su parábola del siervo carente de
compasión. O, interpretado en el contexto de las bienaventuranzas, ‘los humildes’ son también ‘los
compasivos’. Porque ser manso es reconocer ante los demás que nosotros somos pecadores; ser
misericordioso es tener compasión de otros, porque ellos también son pecadores.2

Jesús actuó de esta manera por amor hacia los seres humanos.

Ken Blue: “El tipo de compasión que Jesús tuvo por la gente no fue meramente una expresión de su
buena voluntad, sino una erupción de lo más profundo de su ser. La palabra utilizada para describir su
compasión expresa el involuntario suspiro de dolor agudo de un hombre abrumado por una gran pena o
el gemido de una mujer asaltada por los dolores de parto. Fue de esta profunda compasión que
surgieron las obras poderosas de Jesús de rescate, sanidad y liberación.”3

Una actitud de cuidado y preocupación, basada en la compasión y la solidaridad hacia los demás. La
compasión cristiana hacia los demás debe reflejar la compasión de Dios por su pueblo.4

Jesús es la personificación de la compasión del Creador, y por medio de esa personificación enseña a sus
seguidores que la compasión caracteriza la manera cristiana de vivir.5

Dado que Dios los eligió para que sean su pueblo santo y amado por él, ustedes tienen que vestirse de
tierna compasión, bondad, humildad, gentileza y paciencia.6 (Col 3:12).

2
Stott, J. (2007). El Sermón Del Monte. (A. Powell, Ed., C. P. de Camargo, Trans.) (3a ed., pp. 44–45).
Barcelona;Buenos Aires;La Paz: Ediciones Certeza Unida.
3
Deiros, P. A. (2008). Sanidad Cristiana Integral (1a ed., pp. 162–163). Buenos Aires: Publicaciones
Proforme.
4
Manser, M. H. (2012). Diccionario de temas bíblicos. (G. Powell, Ed.). Bellingham, WA: Software Bíblico
Logos.
5
Gunter, W. S. (2009). COMPASIÓN. In R. S. Taylor, J. K. Grider, W. H. Taylor, & E. R. Conzález (Eds.), E.
Aparicio, J. Pacheco, & C. Sarmiento (Trans.), Diccionario Teológico Beacon (p. 134). Lenexa, KS: Casa
Nazarena de Publicaciones.
6
Nueva Traducción Viviente. (2009). (Col 3:12). Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, Inc.
(I) La compasión es un requisito fundamental en el carácter cristiano

Ef 4:32; Col 3:12 Ver también 2 Co 1:3–5; 1 P 3:8

(II) La compasión debe mostrarse en acciones

1 Jn 3:17 Ver también Is 58:6–7; Mt 10:42 pp Mr 9:41; Mt 25:35–36; Hch 20:35

LAS VIRTUDES QUE NECESITAMOS EN LA IGLESIA (Col. 3:12-15)

Dado que Dios los eligió para que sean su pueblo santo y amado por él, ustedes tienen que vestirse de
tierna compasión, bondad, humildad, gentileza y paciencia. 13 Sean comprensivos con las faltas de los
demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que
ustedes deben perdonar a otros. 14 Sobre todo, vístanse de amor, lo cual nos une a todos en perfecta
armonía.15 Y que la paz que viene de Cristo gobierne en sus corazones. Pues, como miembros de un
mismo cuerpo, ustedes son llamados a vivir en paz. Y sean siempre agradecidos.

1. Tierna compasión

La primera de estas características es literalmente «entrañas de compasión»; es decir, «compasión


entrañable» o compasión sentida profundamente en las entrañas. Se trata de la capacidad para
identificarnos de tal manera con nuestros hermanos que sentimos lo que ellos sienten, nos alegramos
con sus alegrías y lloramos con sus tristezas (Romanos 12:15). Se trata de un sentimiento tan profundo
de afecto fraternal que disfrutamos sinceramente de su compañía, nos conmovemos en el corazón al
pensar en ellos y los añoramos cuando están ausentes.

Sentir tierna compasión implica identificarnos con los demás, convivir con ellos y compartir sus
situaciones. Cuando los miembros de una iglesia sólo se ven en el culto del domingo por la mañana,
difícilmente practican la compasión. Las virtudes de esta lista presuponen un alto grado de
convivencia.

2. Bondad

La bondad es la compasión en acción. Los buenos sentimientos conducen a la formación de un carácter


bondadoso, amable y cariñoso; y éste, a su vez, conduce a una vida de buenas obras. Fue porque tuvo
«tierna compasión» por lo que el buen samaritano mostró bondad al hombre herido (Lucas 10:32–37).
Muchas veces se nos dice que Jesús mismo ejerció su ministerio de predicación y sanidad «movido a
compasión» (Mateo 9:36; 14:14; Marcos 1:41; 6:34). Y es cuando la compasión nos conmueve a
nosotros al ver las desdichas materiales, morales y espirituales de los demás, cuando entonces sentimos
la necesidad de hacer todo lo posible por remediar su situación. La bondad no es sino la virtud de la
persona para la que el bien del prójimo le es tan deseable como el suyo propio.

Una persona «buena» puede ser una persona recta, justa e íntegra, pero un poco rígida y austera. La
palabra empleada aquí, sin embargo, indica la «bondad amable» y cariñosa que brota de la compasión y
que, sin consentir el pecado, siente un profundo amor para con el pecador. Así, los creyentes que
sienten misericordia hacia sus hermanos lo demuestran por medio de su bondad (2 Corintios 6:6). De la
misma manera que una actitud de ira hacia el prójimo engendra actos de malicia (3:8), una actitud de
compasión engendra actos de bondad.

3. Humildad

Quien siente compasión entrañable y practica buenas obras es una persona que se está emancipando de
su egocentrismo. Aquella «avaricia» (3:5) que endiosa el «yo» y exige la satisfacción de todo apetito
carnal cede ante un nuevo anhelo: el de agradar en todo a Dios, dejando de buscar los intereses propios
y considerando al otro como más importante que uno mismo (Filipenses 2:3–4). Dios ocupa su lugar
correcto y el «yo» queda destronado. En otras palabras, esta persona se vuelve humilde.

En nuestra generación, la humildad no se considera una virtud de mucha importancia. Se mira al que no
defiende sus propios intereses como un pobre necio. Los mejores puestos de trabajo se conceden a los
que ofrecen el mejor «currículum vitae», es decir, a los que hacen más alarde de sus propias proezas. En
esto, como en otras tantas cosas, nuestra sociedad se parece cada vez más a la sociedad de tiempos de
Pablo, en la que la humildad era percibida más bien como un defecto o una debilidad.

Sin embargo, en torno a la humildad, el ejemplo de Jesucristo es contundente para todos los creyentes:

Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma
de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:5–8).

Si aquel que existía en forma de Dios no tuvo reticencia ante la necesidad de humillarse para lograr la
redención de su iglesia, ¿cómo podemos nosotros, miserables rebeldes perdonados por pura gracia,
sostener actitudes prepotentes de soberbia carnal? Si nuestra conversión comienza cuando decimos con
sinceridad: «Dios, ten piedad de mí, pecador», ¿no sigue que, en lo sucesivo, toda arrogancia nuestra es
aberrante? La humildad de saber que «en nosotros no mora el bien» nos ayudará a sentir compasión
por los demás, y la humildad de considerar lo mucho que Dios nos ha perdonado nos ayudará a
mostrarles mucha paciencia.

4. Mansedumbre

Si la humildad es la ausencia de orgullo, entonces la mansedumbre es la ausencia de pasión. En realidad,


los dos conceptos son muy parecidos. Si acaso, la humildad nos habla de una disposición a dar
preferencia a los demás, mientras que la mansedumbre nos habla de aquel carácter apacible y tranquilo
que adquirimos cuando somos humildes.

No debemos confundir la mansedumbre con la debilidad. Algunas personas son cobardes por
naturaleza. No se atreven a afrontar situaciones difíciles ni a confrontar a personas conflictivas. Suelen
refugiarse en excusas acerca de su supuesta humildad y mansedumbre. Pero la mansedumbre auténtica
no es cobarde. Se trata más bien de la determinación de devolver bien por mal, de negarnos a nosotros
mismos y de sufrir daño antes de inflingirlo.
La mansedumbre es lo opuesto a la afirmación propia y al propio interés; es una ecuanimidad de espíritu
que ni se desborda en euforia egoísta ni se hunde en depresión auto-compasiva, simplemente porque no
se ocupa en absoluto del propio yo.

Aparte de Jesús mismo (Mateo 11:29), Moisés es el gran ejemplo bíblico de mansedumbre (Números
12:3) y él no fue cobarde en absoluto. No rehuyó las situaciones difíciles, sino que se atrevió a desafiar a
Faraón en su propia corte. No evitó a las personas conflictivas, sino que intervino con contundencia cada
vez que el honor de Dios era amenazado (por ejemplo, en la rebelión de Coré; Números 16). Pero, a la
vez, no se defendió a sí mismo ante las acusaciones injustas de Miriam y Aarón, sino que dejó su causa
en manos de Dios (Números 12:1–10); y no guardó rencor contra sus hermanos, sino que intercedió por
la sanidad de Miriam (Números 12:11–15). Era manso.

5 Paciencia

Hay dos palabras griegas que suelen traducirse como «paciencia». Una se refiere a la capacidad para
aguantar las circunstancias difíciles con confianza en Dios. La otra, empleada por Pablo aquí, se refiere a
la capacidad para aguantar a personas difíciles y se traduce con frecuencia como longanimidad. La
primera clase de paciencia soporta los males de la vida; la segunda soporta a los malos. En esta vida
estamos condenados a recibir diversas clases de afrentas y provocaciones por parte de la gente. Como
partícipes de la nueva humanidad, debemos seguir el ejemplo de Cristo y responder no con represalias,
sino con paciencia.

Hay que tener mansedumbre de carácter para poder mostrar paciencia. La longanimidad no es posible
sin humildad. Como ya hemos dicho, estas virtudes se dan la mano. Forman una cadena continua e
inquebrantable: la compasión conduce a la bondad; la compasión y la bondad destierran el
egocentrismo y fomentan la humildad; y la práctica de la humildad forma un carácter manso capaz de
soportar con paciencia a los demás.

¡Qué hermosa sería nuestra comunión fraternal si todos nos caracterizáramos por la compasión, la
bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia! Y así debe ser. Pablo no está proponiendo una
opción atractiva que podemos abrazar o rechazar a nuestro antojo, sino la consecuencia necesaria de
habernos vestido del hombre nuevo. En realidad, no manifestar estas características es poner en tela de
juicio la autenticidad de nuestra nueva vida en Cristo. Estas características no son opcionales, sino una
parte intrínseca del fruto que el Espíritu cultiva en todo verdadero hijo de Dios. Si una iglesia no se
caracteriza por estas virtudes, da a entender que contiene más cizaña que trigo limpio, por muy bíblica
que sea su doctrina.

La iglesia de Cristo tiene que ser para sus miembros un oasis de paz y amor, de aceptación mutua y
generosidad de espíritu, en medio de un mundo turbulento y violento. Tiene que manifestar los valores
del reino de Cristo y de la nueva vivencia en Cristo reflejados en este versículo.

Así pues, tomemos la determinación, por la gracia de Dios, de que cada mañana, al levantarnos y
vestirnos antes de salir de casa, nos vistamos también de estas virtudes. Pidamos al Señor los unos por
los otros (como lo hizo Pablo por sus lectores; 1:9–12), para que su Espíritu vaya haciendo crecer este
fruto en nuestras vidas de día en día: que ablande nuestros corazones para hacerlos tiernos y
compasivos, a fin de que amemos a nuestros hermanos con un amor más entrañable que el de ayer; que
él ponga en nuestra mente aquellos actos de bondad que quiere que hagamos para su gloria y para bien
de otros; que nos ayude a comportarnos con humildad ante los demás y así a desarrollar un carácter
manso; y que nos capacite para mostrar toda paciencia aun con los hermanos más tediosos y difíciles de
soportar.7

Dios bendice a los compasivos, porque serán tratados con compasión. Mateo 5:7

7
Burt, D. F. (2006). Cristo nuestra Vida: Colosenses 2:20-3:17 (pp. 136–142). Barcelona: Publicaciones
Andamio.

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