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Número 12 - Diciembre 2017

El valor del síntoma en


la especificidad de la clínica con niños
Amalia Cazeaux

El Psicoanálisis como discurso implica una subversión respecto de otros


discursos, también su praxis que, a diferencia de otros modos de abordaje del
padecimiento del hombre en la cultura, apuesta al sujeto y a su efectuación; es
decir que no va detrás de la adaptación al medio sino que la experiencia del
análisis propiciará un saber hacer con aquello que aqueja al analizante.

Podemos decir, en sentido amplio, que se suele llamar síntoma a ese


padecimiento por el que se realiza una primera consulta y de lo cual alguien
quiere deshacerse. Sin embargo, para el psicoanálisis, el síntoma tiene un
estatuto preciso que se va circunscribiendo por las palabras que se despliegan
en el lazo con el analista, en transferencia. El síntoma es una respuesta del
sujeto a la demanda del Otro, freno al goce. Su valor radica en que cifra goce.
El dispositivo analítico le hace lugar.
Otras prácticas, en cambio, proponen la eliminación del síntoma, cuanto más
rápida más efectiva, acarreando como consecuencia la forclusión del sujeto, su
punto máximo de singularidad.

En “La tercera”, Lacan plantea que el síntoma es lo que viene de lo Real, “se
pone en cruz para impedir que las cosas anden”. Bajo este argumento, el valor
del síntoma es el de hacer obstáculo a algo que viene funcionando bajo
determinada modalidad de goce que hace penar de más.

Trataré de establecer el valor del síntoma en la especificidad de la clínica con


niños.

¿En qué momento es preciso dar comienzo al análisis de un niño? ¿Cuándo se


justifica la intervención de un analista allí? ¿Cuáles son las particularidades en
la dirección de la cura?

Suele suceder que al comienzo la demanda que efectúan los padres se


corresponde con el ideal de la ciencia y la salud, ideal de “curación”. Al
ponerse en juego el discurso del psicoanálisis se van produciendo torsiones en
esa demanda, localizando qué lugar plantean fantasmáticamente cada uno de
los integrantes de la pareja parental para situar al niño que deviene sujeto al
efectuarse en sus juegos, sus dibujos, sus modos de decir. Lo que sustenta esas
otras versiones que comienzan a desplegarse es la posición del analista que, en
la dirección de la cura, apuesta a que el niño quede habilitado para su
producción sintomática, posibilidad de que el sujeto se haga representar.

Especifiquemos algunas modalidades de consulta respecto de los padres. A


veces, éstos no logran encarnar determinado lugar, lugar del Supuesto Saber,
que el niño les confiere ante las situaciones de la vida que implican irrupción
de goce desmedido. Los padres no logran significar lo que al niño le sucede y,
entonces, recurren a otro para que les aporte un saber sobre el sufrimiento.
Demandan saber. En otras oportunidades, lo que se demanda es la restitución
del niño que han imaginarizado y esperado; y en estos casos es esperable que
puedan ir tolerando el Real que presenta el niño, aceptar la diferencia. Más
complicado resulta el análisis, cuando la consulta se produce porque es un
tercero quien señala la necesariedad de la intervención. En esas ocasiones no
son los padres los que demandan una solución para los inconvenientes que su
hijo presenta, sino que el pedido se expresa por parte del colegio, del pediatra
o incluso por la vía judicial. Esto último llega a dificultar el análisis, dado que
es fundamental el aporte que los padres realizan, con sus palabras, con sus
interrogantes, con su sostén, con sus afectos, para que el niño pueda avanzar
en su constitución subjetiva y para que ellos puedan recuperar el lugar Otro
tan necesario para el hijo. El analista, con su presencia, ofrecerá su escucha y
lectura para que se produzcan los movimientos necesarios para que los padres
puedan resituarse de otro modo.

El psicoanálisis es una praxis de lo Real. Clínicamente la apuesta es a la


efectuación del sujeto. Se ingresa al mundo del lenguaje identificado al objeto
del Otro. Es decir, el modo de incluirse en esa escena que lo espera es como
niño – objeto, en las coordenadas establecidas por el amor, el deseo y el goce
de los padres.

Las operaciones lógicas que se van realizando en un análisis habilitan al


menos dos preguntas que se irán reformulando: “¿Qué niño soy para el Otro?”
y “¿Qué desea el Otro?” Es en base a esas preguntas que se irá construyendo,
fantasmáticamente, alguna respuesta que orienta el deseo. Estas cuestiones en
la infancia se hacen jugando, dibujando, creando. Esa construcción, simbólica
e imaginaria, cierne un Real singular para cada uno.

Los síntomas, o cualquiera de las formaciones del inconsciente, son trazas que
retornan de ese tiempo infantil. Mientras va transcurriendo la infancia, se van
produciendo inscripciones de las que alguien podrá servirse ante el encuentro
con lo Real.
Dado que en el análisis de un niño, los padres de la infancia están aún
presentes, los incluimos en el dispositivo analítico, apostando también a que
puedan favorecer el avance en la constitución subjetiva.
Inicialmente, entonces, los padres demandan el cese del malestar ocasionado
por algo que el niño presenta en la escena familiar, piden que lo sintomático
sea eliminado.

Nos encontramos aquí con una paradoja clínica, porque el síntoma produce
sufrimiento pero también es el atisbo de que hay efectuación del sujeto,
entonces ¿se tratará de eliminarlo?
Dándole una vuelta más a esta pregunta, si en el psicoanálisis se trata de no
responder a la demanda que se le dirige al analista pero tampoco rechazarla,
qué maniobras analíticas son necesarias para propiciar que los padres acepten
la aparición de síntomas en el niño, tiempo fundamental porque es producción
del sujeto. Freud afirma que con los padres se requiere “influjo analítico”,
modo de decir que también será preciso atender a la transferencia de estos con
el análisis que allí se juega, para que habiliten al sujeto que el niño irá
produciendo.

Siguiendo esta lógica, Lacan plantea que la inhibición, el síntoma y la


angustia no deben ser entendidos en términos patológicos, sino que cumplen
una función en la constitución subjetiva, son Nombres del Padre. Alternativas
para frenar el avance de los goces desregulados. Propone servirse de ellos para
“ir más allá”, propiciar otra manera de hacer frente a lo Real.

En “Las dos notas sobre el niño” plantea dos posiciones bien diferenciadas del
niño frente a la estructura parental. Una, en la que niño se ve llevado a realizar
la presencia del objeto en el fantasma materno. Y otra, en la que el síntoma
del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la
estructura parental. Y nos aclara que si bien es esta una posición más compleja
- entiendo esto en términos de que se complejiza la posición- está más abierta
a nuestras intervenciones. El síntoma es una respuesta subjetiva frente a las
demandas del Otro. El niño se sirve del síntoma para revelar la verdad de la
pareja, para metaforizar un goce en más.

La producción de síntomas da cuenta de un avance en la estructuración


subjetiva. En la clínica con niños muchas veces nos encontramos con otro tipo
de presentaciones, donde prima más lo impulsivo, goces que es preciso
encausar por el desfiladero del significante o, en el mejor de los casos, el
recurso a otros nombres del padre: inhibiciones y angustia. La dirección de la
cura implicará la posibilidad de que un síntoma se instale para que el sujeto
pueda hacerse representar, hacer un juego más allá de lo que le ofrece el Otro.
El analista apuesta a que el sujeto avance por sobre el niño, tal como lo decía
anteriormente, para que el niño se pierda en tanto objeto y el sujeto se articule
en discurso.
Cuando los tiempos instituyentes se constatan y el sujeto se efectúa, es posible
frenar el goce que, en exceso, ocasiona padecimiento.
Retomando las preguntas: ¿Cuándo, en qué momento, es preciso dar comienzo
al análisis de un niño? Tal como nos lo dice Lacan en el Seminario “Los
cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”, nuestra intervención se
justifica cuando se “pena de más”, cuando hay demasiado sufrimiento, mal de
sobra (1). También Freud va en esta línea cuando plantea que es esperable que
los niños transiten el Complejo de Edipo y que sólo se justifica la intervención
cuando el miedo se presenta desplazado hacia otro elemento significante,
tornándose síntoma que puede llegar incluso a impedir que el niño prosiga con
la cotidianeidad de su vida, en vez de estar localizado respecto de la función
del padre (Regulador de las mociones pulsionales que se presentan
gozosamente con la madre).

Serán diferentes las intervenciones y la dirección de la cura según el tiempo


subjetivo que el niño se encuentre transitando. Cuando el padecimiento se
presenta en la vertiente del objeto se apostará a cifrar goce, inscribir alguno de
los Nombres del Padre, de allí que sea esperable el surgimiento de la
inhibición, angustia y síntoma. Distinto es cuando podemos situar un síntoma
ya en función, en la dirección de la cura se apostará a que el niño pueda
servirse de él como recurso ante cada avanzada de goce.
Les propongo un breve relato clínico para intentar transmitirles el pasaje
desde un tiempo donde prima la angustia ante la avanzada de goce del Otro
materno, a otro tiempo en que logra construirse un síntoma que representa al
sujeto y que da cuenta del lugar que la niña de la que se trata ocupaba en la
estructura familiar.

Recibo la consulta de la madre de Ana (2), una niña de 7 años. No sabe qué
hacer con los comportamientos de su hija, no logra “dominarla”, “le hace
caprichos” y no respeta las normas de convivencia necesarias para que
puedan llevarse bien. El padre de Ana sufre una adicción desde hace años y
termina “tirado en una cama” por la medicación sedante que toma para
contrarrestar los efectos del consumo. Están separados aproximadamente
desde el nacimiento de Ana, tiempo en que la madre descubre la adicción.
La madre rivaliza con la niña como si fueran hermanas. Ana se angustia, y
esto se registra en el consultorio con importantes desbordes, llora a gritos
cuando la madre le saca, sin su permiso, objetos que son de ella, regalos que
le hace su padre.
El padre vive con sus padres, ubicándose como un hijo más. Es su madre,
abuela paterna, quien se encarga de Ana en los días correspondientes al
régimen de visitas. La abuela encuentra dificultad para frenar los
“caprichos” de Ana, los berrinches por la mañana provocan llegadas tarde
al colegio, tampoco logra hacer las tareas escolares. Ana va de un lado al
otro con su mochila, bajo la ilusión de que no hay otra cosa más que ella
para su madre y para su padre.
La consulta se efectúa por la vía de una demanda: la madre pide que su hija
se adecue a las normas que ella establece caprichosamente. La transferencia
se presenta imaginaria. Hay confianza en el análisis, aunque no suposición de
saber, la madre no maneja ninguna hipótesis respecto de la angustia
desmedida y de las crisis de llanto que presenta su hija.
En las entrevistas efectuadas con la madre se trató, cada vez, de situar la
función materna, nominándola madre puede perder su lugar como hermana
de Ana, espejo que las enfrentaba a una rivalidad permanente. Por otra parte,
en las entrevistas sostenidas con ella apostaba a acotar su goce, desde la
separación con su esposo dormía con su hija, aunque eso no solucionara su
soledad.
Como decía antes, la presentación de la niña es por la vía de la angustia que
se juega ante el avasallamiento de la madre que no es acotada por el padre.
En este tiempo en la cura se incluye al padre en entrevistas, intento de
hacerle un lugar en lo Real, puesta en acto de su función.
Un síntoma se constituirá en el recorrido del análisis. En determinado
momento Ana empieza a tener inconvenientes en matemáticas, buscará
soluciones que no encuentra. En el consultorio comenzará a introducir en el
juego ecuaciones matemáticas que los niños de 13 años sí pueden resolver,
edad estipulada por ella como ideal que promete que, en algún momento,
habrá solución. Incluye en sus ecuaciones una X a despejar, función del
enigma que, paralelamente en las entrevistas que mantengo con su madre
comienza a quedar circunscrito: Ana se pregunta por el deseo materno a
partir de que la madre ha iniciado un vínculo amoroso con otro hombre.
Llevábamos varias sesiones de juegos y problemas matemáticos cuando en
una oportunidad Ana logra formular una pregunta: “¿Cuál es la solución?”
Primer interrogante que se dirige al Otro y al que luego le sucederá una
asociación: “Es mi familia la que no tiene solución”.
Como efecto, los goces se articulan de otro modo, logra hacerse de un grupo
de amigas, lazo social que antes no lograba instalar, sale de la cama materna
y empiezan a espaciarse nuestros encuentros... Poder situar este punto de
imposible le posibilita hacer otra cosa, dejar de ubicarse completando al
Otro. Será otro tiempo el de Ana cuando logre interrogar al padre.

En este recorte partimos de una demanda de restitución narcisística por parte


de la madre que demandaba que la niña colme su deseo. Del lado de la niña,
las crisis de angustia como intento de establecer un freno ante el goce que
avanza. El haber transitado un tiempo en el análisis donde se le hizo lugar a
los “problemas” posibilitó el surgimiento de una pregunta del sujeto, pregunta
que le es propia, invención subjetiva que le permite hacer su juego
descontándose del campo del Otro. Síntoma que viene a metaforizar goce: el
de la madre que la avasallaba con sus demandas y el goce del padre, goce
mudo, que lo deja tambaleando en su función. Es ante la pregunta “¿Cuál es la
solución?” Y el saber inconsciente que se articula “mi familia no tiene
solución” que Ana podrá correrse del lugar de ser la solución para el Otro.

Amalia Cazeaux.
Bibliografía
Sigmund Freud, "Análisis de la fobia de un niño de cinco años". 1909,
Amorrortu Editores, Tomo X.
Jacques Lacan, "Intervenciones y textos 2". "Dos notas sobre el niño". Ed.
Manantial.
Jacques Lacan, "Intervenciones y textos 2". "La tercera". Ed. Manantial.
Jacques Lacan. Seminario 11 “Los cuatro conceptos del psicoanálisis”.
Editorial Paidós.

Notas

(1) Jacques Lacan. Seminario 11. “Los cuatro conceptos fundamentales del
Psicoanálisis”. Clase del 6 de mayo del 74. Editorial Paidós.

(2) Los nombres de la paciente y sus padres, han sido modificados para
mantener a resguardo la privacidad.

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