Você está na página 1de 42

TEORÍAS SOCIALES

DEL ORDEN Y DEL CONFLICTO

núcleo temático tres

Protesta y organización social


Contenido

Introducción .................................................................................... 1
Eje temático 1: Beligerancia popular .......................................... 3
Eje temático 2: Beligerancia populae. Los movimientos sociales
en Argentina ................................................................................ 6
Eje temático 3: Modalidades de organización piquetera ........... 10
Eje temático 4: Sobre la Argentina que ya fue. Las diferencias
entre clases populares ayer y hoy .............................................. 13
Eje temático 5: Los otros efectos de las políticas neoliberales.
La privatización del espacio urbano ........................................... 21
Eje temático 6: El fenómeno de la inseguridad .......................... 26
Eje temático 7: Conceptos y enfoque teórico sobre el modelo
de la conflictividad ....................................................................... 32
Bibliografía .................................................................................. 42

Introducción

Se busca contribuir a la comprensión y debate de problemáti-


cas sobre el orden y el conflicto a fin de aportar a la formación de una
mirada crítica sobre fenómenos sociales contemporáneos que tienen
lugar en el debate de las ciencias sociales actuales. La idea es com-
prender las formas de afrontar la protesta y organización social por el
Estado, conocer el modo en que históricamente ha operado el modelo
criminológico centrado en el orden y contribuir a la reflexión sobre la

página 1
necesidad de implementar un nuevo modelo de gestión democrática
de la conflictividad.

A partir de algunos hitos bisagra, tales como el santiagazo


(1993), la pueblada de Cutral Co – Plaza Huincul (1996), la plaza del
aguante correntino (1999), las manifestaciones por justicia y seguridad
encabezadas por el Movimiento Blumberg y la Fundación Axel (2004)
y el surgimiento de nuevos agentes de seguridad (a fines de la década
del ochenta), se traza un panorama histórico y conceptual sobre dis-
tintos tipos de conflictividad asociándolos a las formas de gestión de
la seguridad y del conflicto social. El núcleo temático se divide en tres
partes. Para abordar el tema de la beligerancia popular (Auyero, 2002)
proponemos, en primer lugar, el análisis de dos dimensiones centrales:
la noción de piquete (corte de ruta) y la noción de pueblada. La primera,
refiere a una acción de base territorial que impulsa una lucha colectiva
por el acceso a bienes y servicios (Merklen, 2005). La segunda, señala
una revuelta popular que apunta a las autoridades políticas por su mal
desempeño o desinterés en los problemas de la población.

En la segunda parte abordaremos el fenómeno de la inseguri-


dad en tanto sentimiento de temor al delito urbano, que hacia fines de
la década del noventa cobra central interés en la agenda pública. El
miedo al robo y la violencia delictiva se expresa de formas diversas:
en movilizaciones de víctimas que exigen justicia y seguridad, y en la
organización de asociaciones de la sociedad civil vinculadas al sector
gubernamental.

En tercer lugar, exploraremos el patrón de gestión de la con-


flictividad a partir de las ideas de Alberto Binder. Este modelo aborda
el problema de la conflictividad desde una perspectiva dinámica del
orden social y promueve la generación de estrategias multiagenciales
y multiactorales para el cambio del modelo securitario del orden y la
emergencia de formas legítimas de conflictividad entre la sociedad civil,
el Estado y las fuerzas de seguridad.

página 2
1. Beligerancia popular. Los movimientos sociales en América Latina

A continuación abordaremos un texto del autor uruguayo Raúl


Zibechi, que analiza la forma en que repercute la nueva cuestión so-
cial en Latinoamérica. Para ello se realiza un desarrollo sobre los
movimientos sociales de la región y las nuevas formas que adquiere
la acción colectiva. Para Raúl Zibechi estas acciones son inéditas y
dividen las aguas entre las demandas del viejo movimiento sindical y
de los nuevos movimientos de los países centrales. Dichas acciones
respondieron a la oleada neoliberal que, como ya hemos menciona-
do, a partir de los años ochenta trastocaron las formas de vida de
los sectores populares descomponiendo las formas identitarias que
configuraban su entorno y su vida cotidiana.

En el texto se distinguen tres grandes corrientes político-sociales


latinoamericanas que influenciaron a estos movimientos:
1) comunidades eclesiales de base vinculadas a la teología de la
dominación;
2) insurgencia indígena portadora de una cosmovisión distinta a la
occidental;
3) el guevarismo inspirador de una militancia revolucionaria.

A partir de estas corrientes se da un “mestizaje” que es uno de


los diferenciadores de los movimientos latinoamericanos. El autor des-
taca el carácter trascendental que poseen las movilizaciones sociales
en la región, durante los noventa y destaca algunas:
1) derrocamiento de varios presidentes e inclusive desbaratamiento
de regímenes corruptos en varios países;
2) hubo algunas insurrecciones que en ocasiones llegaron a inte-
rrumpir o retrasar las olas privatizadoras;
3) instaron a las elites a negociar y a poner en consideración sus
demandas;
4) contribuyeron a instalar gobiernos progresistas en algunos paí-
ses de la región.

Ya hemos mencionado a lo largo del núcleo temático Nº 2 y el


actual, que hasta los años setenta la acción social demandaba ciertos
derechos a los Estados, en varios momentos se tejieron alianzas con
otros sectores sociales y partidos políticos y se conformaron planes

página 3
de lucha a fin de accionar en pos de estas demandas. “En consecuen-
cia la acción social perseguía el acceso al estado para modificar las
relaciones de propiedad y ese objetivo justificaba las formas estado-
céntricas de organización asentada en el centralismo, la división en-
tre dirigentes y dirigidos y la disposición piramidal de la estructura de
los movimientos.” (Zibechi, op.cit.).

Como efecto de las acciones neoliberales que se comienzan a


implementar y del desgaste que van sufriendo los sectores populares, a
a fines de la década se empiezan a visibilizar otros sectores (“sin tierra”
en Brasil, neo zapatistas, guerreros del agua y cocacoleros bolivianos,
desocupados argentinos, etc.) todos, pese a sus diferencias poseen
rasgos comunes ya que atraviesan problemáticas similares. De hecho
pertenecen a la misma familia de movimientos sociales y populares.

Características comunes:
1. Territorialización5 del movimiento: fuerte anclaje en espacios fí- 5
Retomaremos más ade-
sicos conquistados a partir de luchas como efecto de la crisis y lante este concepto para
ubicarlo en la experiencia
la incidencia de la desocupación donde los sectores populares argentina.
deben reubicarse nuevamente. Este tipo de estableciemiento re-
configuraron los espacios físicos existentes.
2. Autonomía material y simbólica: toman distancia con respecto a
los Estados y los partidos políticos ya que cuentan con la capaci-
dad de asegurar la existencia de sus seguidores.
3. Revalorización de su cultura e identidad: reafirman sus diferen-
cias étnicas y de genero (movimientos de indígenas, de mujeres,
de nuevos pobres). Según Zibechi la exclusión de estos sectores
de ciudadanía los motiva a construir su mundo de pertenencia sin
perder sus particularidades. Esto obliga a repensar el concepto
de ciudadanía ya que el mismo pierde sentido cuando la exclu-
sión está istalada en nuestra sociedad.
4. Formación de sus propios grupos de intelectuales: la masificación
de la educación permitió que se formen intelectuales provenientes
de los sectores indígenas y populares. Este grupo de intelectuales
provenientes del movimiento se mantienen vinculados social, cul-
tural y políticamente al mismo. A su vez, individuos con estudios
que formaban parte de las capas medias que se empobrecieron
también contribuyen a la autoorganización y autoformación. Esto
lo podemos ver por ejemplo en diversas formas de la educación
con contenidos pedagógicos propios (indígenas ecuatorianos di-
rigen una universidad, movimiento sin tierra cuenta con más de

página 4
1500 escuelas, muchos grupos piqueteros con formación en ofi-
cios, escuelas secundarias en fábricas autogestionadas, etc.)
5. Papel de las mujeres: en muchos casos son dirigentes sociales o
políticas con cargos destacados en los movimientos sociales y en
ocasiones hasta en el parlamento. Esta situación se propicia por
las nuevas relaciones de género que se entretejieron en los sec-
tores populares a partir de los cambios operados en los noventa
(en varios casos las mujeres son jefas de familia, se vinculan con
actividades que aseguren la subsistencia: cultivo de la tierra, edu-
cación, sanidad, emprendimientos productivos, etc.
6. Organización del trabajo y preocupación por la naturaleza: se 6
Característica de la pro-
piensa en tierras, fábricas y asentamientos como espacios donde ducción en serie con tra-
bajos jerarquizados entre
sea posible promover relaciones igualitarias y producir sin patro- quienes dirigen y quienes
nes ni capataces al tiempo que no sean depredadoras del medio ejecutan.
ambiente. Es decir, estos grupos procuran alejarse del trabajo
con relaciones de tipo taylorista o fordista6. Las fábricas recupe-
radas que funcionan como cooperativas autogestionadas son un
ejemplo de este tipo de acciones. En todos los casos estas mo-
vimientos sociales tienden a reproducir la vida cotidiana, familiar
y comunitaria asumiendo la forma de redes de autoorganización
territorial que en general apelan a la cohesión y el mantenimiento
de una vida de tipo colectiva.
7. Corrimiento de las formas de acción instrumentales anteriores (por
ejemplo las huelgas) generando nuevas estrategias autoafirmati-
vas donde los nuevos actores adquieren visibilidad y reafirman su
identidad. Por ejemplo en los piquetes se cortan las rutas porque
la policía no puede actuar y hasta tanto lo hace la gendarmería la
noticia del corte llega a los medios de comunicación. También se
evidencia en espacios que deben ser respetados por la polícía,
como es el caso de las rondas de los jueves de las Madres de de
Plaza de Mayo.

Las nuevas territorialidades distinguen a estos movimientos so-


ciales latinoamericanos que, a diferencia de los movimientos sindica-
les, suscitan un nuevo patrón de organización del espacio geográfico
en el que se dan nuevas prácticas y relaciones sociales. En definitiva,
para estos sectores la tierra no sólo es un medio de producción sino
que también es el lugar donde se organizan colectivamente y forjan su
identidad estos nuevos actores.

página 5
2. Beligerancia popular. Los movimientos sociales en Argentina

Hay un texto del sociólogo Javier Auyero titulado Los cambios


en el repertorio de la protesta social en la Argentina, que desarrolla
distintas “formas de beligerancia popular” que afloraron en nuestro país
hacia los años noventa. Eran tiempos signados por el traspaso de la
conflictividad laboral desde el sector industrial al área de la adminis-
tración pública, la disminución de huelgas y la emergencia de nuevas
modalidades de protesta, que se expresaron en tomas, ataques a edi-
ficios públicos, piquetes y campamentos en plazas centrales. Dentro
de estos nuevos repertorios de acción, el piquete fue uno de los más
frecuentes y efectivos.

Para ilustrar este proceso, Auyero parte de tres acontecimientos


principales: el santiagazo (1993), la pueblada de Cutral Co – Plaza
Hunicul (1996) y la plaza del aguante correntino (1999), a través de los
cuales analiza los “repertorios de acción colectiva” procedentes de un
contexto signado por el activismo social. Basándose en Charles Tilly
(1990), Auyero entiende a estos fenómenos como prácticas culturales
y políticas, asumidas y compartidas por los manifestantes en la lucha
mediante un entramado de relaciones de poder que configuran el víncu-
lo entre la ciudadanía y el Estado. En los tres casos, los protagonistas
de las protestas fueron desocupados y empleados públicos, que ante
las políticas privatizadoras de la era menemista salieron a reclamar, no
tanto por aumentos salariales sino por salarios atrasados, la defensa
de la fuente laboral y la obtención de subsidios de desempleo.

Ahora bien, ¿las concentraciones fueron para reclamar por ne-


cesidades insatisfechas, exclusivamente? Si bien los cambios estruc-
turales jugaron un papel fundamental en el desarrollo de la protesta,
Auyero mantiene que no resultaron suficientes para generarlas: “La
beligerancia surge de procesos políticos particulares y se expresa de
acuerdo a maneras mas o menos establecidas de actuar colectivamen-
te (lo que no descarta –por cierto- improvisaciones que asociadas a
logros en la obtención de una demanda pasan a formar parte del reper-
torio)” (2002: 18).

a) El santiagazo

El santiagazo fue un hecho de importancia e influencia medular


producido el 16 de diciembre de 1993, que acabó por ramificarse en
los cortes de ruta de Cutral-Co (donde tuvo lugar el primer piquete
argentino) y de Tartagal. El atraso de un mes en el pago de salarios,
jubilaciones y pensiones fue el detonante que movilizó a empleados
página 6
municipales, maestros, estudiantes, jubilados, abogados y sindica-
listas contra el recorte estructural y la corrupción gubernamental.
El malestar se exte-
riorizó en incendios y
ofensivas a la casa de
gobierno, los tribuna-
les, la legislatura y re-
sidencias particulares
de funcionarios y em-
blemas del poder polí-
tico local, tales como el
ex gobernador de San-
tiago del Estero Carlos
Arturo Juárez.

Ahora bien, se pregunta Auyero: ¿Cómo dieron los manifes-


tantes con la dirección de las viviendas particulares de los fun-
cionarios? Y asimismo, responde: “La cartografía del fuego había
sido construida en los meses previos mediante los reiterados es-
cándalos de corrupción descritos en abundancia por el principal
periódico local” (2002: 205). De aquí que el carácter de “el san-
tiagazo” haya sido ante todo político: ni la presión de la prensa ni
el clientelismo partidario estuvieron exentos de la forma (violenta)
que adoptaron los acontecimientos. De hecho, subraya Auyero,
muchas de las viviendas embestidas eran conocidas por los mis-
mos manifestantes que actuaban como punteros, y que finalmente
acabaron por “ajustar cuentas” haciéndolas arder en llamas.

>> Fuente: Página 12.com.ar

página 7
b) La pueblada de Cutral Co – Plaza Huincul

De modo similar, en Neuquén tuvo lugar una protesta que


adopta la categorización de pueblada. La ciudad de Cutral-Co, una
localidad petrolera cuyo epicentro giraba en torno a la empresa
YPF, se levantó el 20 de junio de 1996 ante la amenaza de ver con-
cluir el desarrollo de la economía y la cultura local deterioradas con
la privatización de la compañía en 1992. La prosperidad reinante
mientras funcionó la empresa estatal (salarios altos, acceso a la
salud, a la seguridad social, a la vivienda, etc.) se desvanecía ace-
leradamente traduciéndose en crisis económica, despidos masivos
de personal y así, protesta popular.

Según explica Auyero, fue Radio Victoria el medio encargado


de anunciar el fin del convenio entre el gobierno provincial y la em-
presa canadiense Agrium, relevando la anulación de la promesa de
edificar una planta de fertilizantes y con ello, la respectiva creación
de puestos de trabajo. La incertidumbre y disgusto que provocó la
noticia sumado al llamado a la movilización del medio local y los
funcionarios políticos opositores a la gobernación de Sapag, impul-
só la acción: “Las disputas internas dentro del entonces partido de
gobierno, el Movimiento Popular Neuquino (MPN), y en particular
las acciones del ex intendente, Grittini (Línea Blanca), quien lleva-
ba a cabo su lucha interna y personal contra e intendente Martinas-
so, me dijo: ‘Grittini apoyó la protesta durante los primeros días.
¿Cómo? En primer lugar comprando un par de radios para que
convoquen a la gente a la ruta’” (2002: 197).

Veinte mil manifestantes de distinta extracción social, “el pue-


blo” como se autodenominaron los propios protagonistas, bloquea-
ron los accesos a las rutas durante siete días bajo el reclamo de
trabajo digno, el rechazo a la intervención federal y la expectativa
de negociación con el gobernador Sapag. La protesta concluyó con
la intervención y repliegue de las tropas de la Gendarmería Nacio-
nal resistidas por los manifestantes, y la concesión de sus deman-
dadas por el gobierno local.

>> Fuente: rionegro.com.ar

página 8
c) El correntinazo
La tercera protesta que retrata Auyero se origina a fines de los
años noventa. El correntinazo cobró forma en piquetes, huelgas, ma-
nifestaciones y una gran concentración en la plaza central de la capi-
tal. El conflicto fue protagonizado por docentes, empleados estatales
y otros ciudadanos extendiéndose durante 6 meses desde junio de
1999. El reclamo de salarios, la oposición a la consumación de despi-
dos, el repudio a la corrupción y el clientelismo político fueron, nueva-
mente, los motivos que motorizaron el aguante correntino.
Tal como narra Auyero, el correntinazo se produjo en el marco
de conflictos políticos entre las autoridades gobernantes del Partido
Nuevo (PANU) aliado al menemismo y una coalición opositora con-
formada por radicales, peronistas y autonomistas liberales, que ata-
caban por corrupción e ineficiencia al partido del gobernador Brai-
llard Poccard. Este último fue depuesto de su cargo y reemplazado
por el gobernador Perié. En medio de la disputa, la propagación de
hechos de violencia entre los grupos enfrentados culminó con la des-
titución del intendente local “Tato” Romero Feris y la propagación de
la creencia en una posible intervención federal. Las autoridades del
gobierno contrario al PANU fueron obligadas por el gobierno nacio-
nal (presidido por Carlos Menem) a efectuar un ajuste que implicó
despidos masivos, la disminución de gastos y privatizaciones.
En la plaza central se instalaron centenares de carpas de maes-
tros “autoconvocados” a los que poco a poco fueron sumándose em-
pleados públicos y sindicatos. La protesta fue legitimada por el nuevo
gobierno así como también por la iglesia católica. Ambos reafirmaron
la necesidad de conseguir fondos federales para el pago de salarios
y llamaron a los manifestantes a conservar la “dignidad”, tanto en la
provincia como cuando se decidió hacer oír los reclamos en Plaza
de Mayo. Luego de la realización de un piquete en el puente General
Belgrano fuertemente enfrentado con personal de gendarmería, el go-
bierno nacional intervino la provincia disponiendo de esta última fuer-
za para reprimir la protesta. El acontecimiento culminó con la muerte
de dos manifestantes: Francisco Escobar y Mauro Ojeda.

Foto: todocorrientes.com
>>
página 9
3. Modalidades de organización piquetera

Siguiendo a Svampa y Pereyra (2003), la experiencia piquetera


tiene varios marcos comunes: el piquete, el funcionamiento asamblea-
rio, la pueblada como horizonte insurreccional y el trabajo territorial a
partir de la instalación de demandas por planes sociales. Ahora bien,
es preciso distinguir que el corte de ruta puede adoptar distintas in-
flexiones: puede ser total o parcial, realizarse a modo de “acampe”,
desembocar en una toma o convertirse en una insurrección popular.
Cada una de estas posibilidades varía al interior de los movimientos
piqueteros a la hora de decidir cómo actuar. Una de las grandes polé-
micas entre las organizaciones refiere al modo en que el piquete puede
llegar a institucionalizarse y perder su carácter disruptivo. En este pun-
to, las dos principales tendencias sindicales de la época discrepan.

Para la Federación de Tierra y Vivienda (FTV), el piquete es uno


de los tantos métodos de lucha posibles cuyo fin es la negociación y
obtención de las reivindicaciones. Para la Corriente Clasista y Com-
bativa (CCC), en cambio, además de aspirar al reconocimiento políti-
co los piquetes tienen perspectivas de constituirse en puebladas: “[…]
verdaderas redes de contención antirepresivas que impidieron que los
operativos policiales o de la gendarmería fueran llevados adelante o
complementados con éxito” (Svampa y Pereyra, 2003: 186). En tercer
lugar, se sitúan los grupos piqueteros autónomos que enfatizan la di-
mensión confrontativa del corte, como son los casos del Movimiento
Teresa Rodríguez (MTR), la coordinadora Aníbal Verón, la Unión de
Trabajadores Desocupados (UTD), así como también el Movimiento
Territorial Liberación (MTL) y el Polo Obrero.

>> Fuente: tperiodismodever-


dad.com.ar


ágina 10
Un aspecto interesante que señalan Svampa y Pereyra en rela-
ción a la protesta de Cutral-Co es que el suceso puede comprenderse
como punto de arranque de la generalización de mecanismos de ac-
ción directa en los barrios y piquetes. Esto es importante, ya que: “[…]
la práctica asamblearia entraña una redefinición del quehacer político,
que apunta en especial a la revalorización del aporte individual, indepen-
dientemente de su formación previa o de su trayectoria política” (2003:
183). Una de las cuestiones centrales que emergen en las asambleas,
puntean Svampa y Pereyra, son el hambre y la desocupación. Estos
y otros problemas comenzaron aflorando a modo de desahogo de los
propios asambleístas y muchas veces acabaron politizándose. Pero,
por sobre todas las cosas, las asambleas se erigieron en espacios de
consolidación de vínculos comunitarios.

>> Fuente: poloobrero.org.ar

Por último, nos interesa resaltar con Svampa y Pereyra, el peso


que los planes sociales juegan al interior de las organizaciones pique-
teras. Pues, sin ir más lejos: ¿Sería acaso posible la existencia de es-
tas últimas sin la administración de planes?, ¿hubo algún piquete que
no haya finalizado con la entrega de planes o mercadería? La situación
de emergencia en la que se desarrollaron las protestas, así como el
sistemático incumplimiento estatal de los acuerdos arribados frente a
los levantamientos, hace imposible pensar en los grupos piqueteros sin
el establecimiento de estas demandas.

El trabajo territorial se constituye, entonces, en torno a los pla-


nes sociales. En ocasiones, la obtención de este recurso permitió a
muchos desocupados volverse a pensar como trabajadores, adoptán-
dolos no como una práctica asistencial sino como un sustituto del tra-
bajo genuino o restitución de derechos. Otras veces, como en el caso
de organizaciones que mantienen una línea partidaria, los planes no
significaron más que un medio para la organización. Como señalan


ágina 11
Svampa y Pereyra: “[…] no hay que olvidar que, desde el comienzo, la
estrategia estatal respecto de las organizaciones piqueteras ha ido al-
ternando una política de cooptación, de corte netamente clientelar, con
una política represiva, sobre todo en contra de los actores organizados
más movilizados” (2003: 203).

El estallido de 2001 condensa este lapso de protestas sociales


en el campo popular a través de un cuestionamiento político que mar-
có la crisis del modelo neoliberal. El afianzamiento del sentimiento de
descontento político y el agravamiento de la situación de emergencia
social termina de extenderse con el asesinato de dos militantes pique-
teros por la policía federal, el 26 de junio de 2002, acontecimiento que
puso fin al gobierno de Eduardo Duhalde. Desde 2003 el sistema de
representación política se recompone, al tiempo que varios movimien-
tos piqueteros pasan a formar parte de frentes kirchneristas.


ágina 12
4. Sobre la Argentina que ya fue. Las diferencias entre
las clases populares ayer y hoy.

Siguiendo con la experiencia argentina el sociólogo uruguayo


Denis Merklen analiza la forma en que repercute esta nueva cuestión
social en nuestro país. Para ello, realiza en primer lugar una evolu-
ción histórica sobre el devenir de la crisis del Estado de Bienestar y
cómo se manifiestan las problemáticas de pobreza, vulnerabilidad y
exclusión social entre otras.

Así, la nueva cuestión social en nuestro país surge a partir


de los cambios políticos, sociales y económicos que comienzan a
manifestarse desde el golpe de estado de 1976 concluyendo en el
2001 durante el mandato de Fernando De La Rúa. Este período
Merklen lo denomina período de “descomposición” en oposición al
inmediatamente anterior, de “construcción” que se extendió de ma-
nera discontinua desde principios de siglo hasta 1975.

El aspecto fundamental a tener en cuenta, y en coincidencia


con los planteos expuestos anteriormente por Castel y Bauman, es
el carácter radical y continuo de las transformaciones operadas en
los últimos treinta y cinco años aproximadamente. Nos referimos a
que son situaciones inéditas que al decir de Merklen nos enfrentan
con una Argentina que ya fue, en la que primaba un sistema social
integrado a través del empleo.

“…la pobreza alcanza a más del cincuenta por ciento de la


población, la proporción de desocupados se multiplicó por cuatro y
el número de trabajadores ^informales^ se volvió superior al número
de asalariados formales: a partir de la crisis, la proporción de asala-
riados ^clásicos^ no supera el 30% de la población económicamente
activa. Todo esto en un país que no había conocido el desempleo
masivo y donde la pobreza urbana era estimada en el 3% de la po-
blación (…). En la actualidad los ingresos del 10% más rico son 30
veces superiores al del 10% más pobre (…) lo cual coloca al país
entre los peores sistemas de distribución de la riqueza de la región
(…) y lo aleja cada vez más del grupo de sistemas más equitativos
en los que se encontraba (…”) (Merklen, 2005: 46).


ágina 13
Esta nueva situación que se acentuó y profundizó en los años
noventa despojando a diversas esferas vinculadas con:

• Proceso de desindustrialización: (cierre de fábricas, disminución


drástica de obreros/ puestos de trabajo).

• Reducción del sector público (achicamiento del Estado, ola de pri-


vatizaciones de empresas públicas, paridad cambiaria entre dólar
y peso que generó una burbuja que acarró graves consecuen-
cias para la economía nacional, etc. En relación a este aspecto,
la reducción del número de funcionarios estatales incidió profun-
damente en el vínculo estrecho que históricamente los sectores
populares habían mantenido desde el peronismo con la estructura
sindical y la estatal.

Así, a partir del gobierno de Carlos Menem (1989-1999) nuestro


país abandona definidamente el modelo de Estado intervencionista que
regulaba la economía y el resto de las relaciones sociales que habían
permitido modos de vida estables para los sectores populares durante
casi cincuenta años. Nuevamente, y en coincidencia con lo relatado
en el apartado anterior, esta situación era resultado de una integración
social a través de la relación salarial para la mayoría y de los beneficios
y protecciones sociales brindadas por los sindicatos y el Estado a los
trabajadores.

Tengamos en cuenta también que nuestro país históricamente


contó con los obreros mejor pagos dentro de Latinoamérica. También
que el repertorio de acción colectiva hasta ese momento se relacionó


ágina 14
4
con una serie de conquistas sociales o luchas por derechos que con-
formaron las identidades populares de la clase trabajadora. Recorde-
mos que en la Argentina, existieron fuertes mecanismos por parte del
Estado (si se quiere a partir de su conformación y de los procesos de
fomento a la inmigración que los precedieron) donde existía fuertemen-
te la perspectiva de extensión de ciudadanía a través de prestaciones
públicas tales como la salud, la educación, el acceso a la vivienda y
el voto. El siglo XX en Argentina se caracterizó por la incorporación
de la mayoría a las esferas políticas, económicas y sociales, por una
movilidad social sin precedentes (esto puede evidenciarse, por ejem-
plo en la obra “M´hijo el Dotor” del dramaturgo Florencio Sánchez en
1903). Siguiendo este desarrollo histórico, los sindicatos tuvieron un
papel preponderante en la construcción de la política nacional desde
comienzos de siglo hasta 1989, teniendo su punto álgido durante el
primer y segundo gobierno de Juan D. Perón.

Las movilizaciones sociales surgidas en nuestro país a fines


del siglo XX y principios del actual expresan ambigüedades al interior 7
En el recorrido de este
de los sectores populares. No es para menos, por un lado persiste la Núcleo Temático se abor-
dará más profundamente
identificación con una clase trabajadora que ya dejó de serlo y por el esta conceptualización.
otro existe una grave urgencia económica que obliga a articular nuevas
formas de demanda social en una lucha por la supervivencia. En este
apartado sucintamente mencionaremos los nuevos repertorios de ac-
ción colectiva7 de los sectores populares analizados por Merklen.

Entre ellos encontramos:


• Ocupaciones ilegales de tierras (asentamientos) realizados por
organizaciones barriales.
• Cortes de ruta (piquetes).
• Revueltas populares (estallidos) para exigir la renuncia de las
autoridades provinciales y hasta nacionales (como en el caso del
Gobierno nacional bajo el mandato de F. De La Rúa).
• Asaltos a comercios en situaciones de crisis aguda (saqueos).

Claves del nuevo repertorio: inscripción territorial y políticas sociales

Las nuevas formas de movilización social de las clases popu-


lares forman un nuevo repertorio ya que cuentan con características
novedosas en las relaciones que constituyen y en la orientación de las
acciones que realizan.


ágina 15
Desafiliación y políticas sociales

Haciendo un recorrido sobre la historia reciente de nuestro país,


entre los ´80 y los ´90 las movilizaciones populares cambiaron y combi-
naron dos orientaciones:

En principio las demandas y reclamos se orientaban hacia la


restauración de las conquistas sociales perdidas o amenazadas (de-
fensa de los empleos, aumento de salarios, mejoras en las condiciones
de trabajo, protecciones sociales, etc.) acciones todas que en mayor o
menor medida eran coordinadas por los sindicatos.

Es decir, en este primer momento las luchas sociales estaban


dirigidas a defender un orden social amenazado y desestabilizado que
afectaba no sólo a la mayoría que trabajaba sino también que vulnera-
ba el ejercicio de la ciudadanía en general (recordemos una vez más
que durante aproximadamente cuarenta años la mayoría de la socie-
dad se encontraba integrada a través del trabajo, en lo que Castel dio
en llamar “la sociedad salarial).

En un segundo momento, cuando esta nueva cuestión social


se evidenció con mayor claridad en torno a las problemáticas impe-
rantes de empobrecimiento, precarización de las relaciones labora-
les, desempleo masivo, etc. El eje de las luchas populares cambió
y se direccionó hacia el pedido de otorgamiento de prestaciones so-
ciales ligadas a la asistencia. En este momento comienzan a cobrar
gran relevancia las políticas sociales que son el pedido central de las
movilizaciones ya que finalizando los años noventa se comprobó el
efecto irreversible del empeoramiento en las condiciones de vida de
los sectores populares. Con esto queremos decir que la degradación
de estos grupos acentuó una nueva lucha, ahora principalmente dada
por la urgencia, por la supervivencia.

A partir de 1985, bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, el Estado


comenzó a reorientar políticas sociales mediante estrategias desarro-
lladas por el peronismo fundamentalmente en la provincia de Buenos
Aires. Dichas politicas incorporan de manera activa a las organizacio-
nes de base territorial en su puesta en marcha y este es el aspecto
novedoso. Ya durante el mandato de Carlos Menem a partir de los
años noventa, con el aumento del desempleo, las políticas de flexibili-
zación laboral, los sindicatos dejan de canalizar las demandas de los
trabajadores quedando por fuera de este tipo de movilizaciones. Pau-
latinamente, son las organizaciones barriales las que se conforman
como un nuevo actor relevante que funciona como interlocutor de los
sectores populares con el Estado.

ágina 16
Sin embargo, estas nuevas formas políticas llevaron a que se
entre en un circulo vicioso: “…cuánto más dependientes de la asisten-
cia se volvían los pobres, más disminuían los recursos disponibles del
Estado o cuánto más restringidos eran los rendimientos del sistema
político, más indispensables se volvían en los barrios pobres. La espi-
ral de la dependencia avanzaba cada vez mas en la base de recursos
cada vez más escasos.” (Merklen, op.cit.)

Otro aspecto a tener en cuenta es las diversas de características


que poseen las clases populares en este momento. Lejos de ser un
grupo homogéneo, varios autores consideran el carácter heterogéneo
de la pobreza, donde en un mismo grupo conviven situaciones sociales
específicas y estrategias de vida diferentes. Por otro lado, tengamos en
cuenta que un dentro de los sectores medios un amplio grupo “caen”
en la pobreza. Es por ello que dentro de las organizaciones barriales
coexisten múltiples sentidos de pertenencia: iglesias pentecostales,
parroquias, agrupaciones de equipos de fútbol, de madres contra las
drogas, de música, fracciones políticas, etc.

Según Merklen, hay tres rasgos comunes que identifican a algu-


nas de las nuevas formas de acción colectiva como son el piquete, el
estallido social y el saqueo:
1) estas nuevas formas de protesta están por fuera de las relacio-
nes salariales clásicas;
2) poseen un fuerte anclaje en el territorio (barrio), y;
3) establecen una nueva relación con el Estado basada en la puja
por la distribución de una ayuda social que es tan indispensable
como insuficiente.

Por otro lado este autor menciona la existencia de dos tenden-


cias (que no son excluyentes) en estos movimientos y que en base a
ella dichos movimientos “se juegan” su propia continuidad:
1) Lo urgente: las movilizaciones son una estrategia de superviven-
cia, una forma más de las herramientas utilizadas por una familia
para sobrevivir (lo urgente)
2) El proyecto: Cuando las movilizaciones son conducidas por or-
ganizaciones que perduran se propone construir un proyecto co-
lectivo que organice a las bases y también que responda a las
urgencias producidas ante el empeoramiento de las condiciones
de vida.


ágina 17
La protesta y las demandas hacia el Estado se combina con
la participación activa en estas mismas políticas sociales, es decir,
por un lado se depende del Estado y por el otro lado se debe nego-
ciar con él.

En relación a esta situación problemática que viven las organi-


zaciones sociales de los sectores populares: “…la exterioridad con la
que se relacionan con las instituciones los lleva a proceder como ca-
zadores en busca permanente de una presa para llevar a su colectivo
de pertenencia. La acción individual o colectiva es al mismo tiempo
tanto “estratégica” como “ideológica” o expresiva..es posible, al mismo
tiempo, participar en una red clientelistica y reclamar por los derechos
o protestar por la corrupción”. (Merklen, op. cit.)

Esta analogía que el autor utiliza para pensar a los actores de


las clases populares como “cazadores” que van tras una presa dadas
sus condiciones de vida sumamente inestables como una forma de ac-
ción habitual en los barrios populares donde se debe tomar todo lo que
se les ofrece, en un medio hostil y sumamente informal. De este modo
y en coincidencia con el contexto relatado por Castel y Bauman acerca
de la modernidad contemporánea y se evidencia en el caso argentino
en la reciente introducción de nuevas fuentes de inestabilidad y preca-
riedad tanto en el plano laboral como en el de las instituciones en los
sectores populares. Estos sectores serán los “perdedores” que surgen
a partir de la nueva cuestión social que hemos relatado, la relaciones
inestables generan una situación de incertidumbre que es diametral-
mente opuesta a la esperanza de progreso, y a la planificación.

Inscripcion territorial

Un aspecto interesante que rescata Merklen acerca de los nue-


vos movimientos sociales en estos grupos donde predomina la des-
ocupación y la instabilidad, es que, lejos de la situación de anomia
descripta por Durkheim (que hemos desarrollado en el Núcleo Temá-
tico Nº 2), estos grupos intentan recomponer el lazo social. Para ello,
los barrios constituyen un medio de integración social, de sostén de
muchos individuos. El barrio permite estructurar solidaridades y formas
de relacionarse mediante la acción colectiva.

Así, a partir de los años ochenta se desarrollan situaciones que


hacen a la cooperación, la movilización y las protestas colectivas or-
ganizadas desde el barrio. Ahora lo local, el barrio, es el componente
fundamental en la inscripción social de estos individuos que perdieron

ágina 18
el status social que tenían a través del trabajo. En términos de Castel,
estamos refiriéndonos al proceso de desafiliación que, en alguna me-
dida, es reemplazado por la reafiliación de estas personas mediante
su inscripción territorial. Con esto queremos recalcar que la inscripción
territorial tiene que ver con ciertas formas específicas de solidaridad
y normatividad que surgen en los barrios y que permiten que las cla-
ses populares puedan conformarse como un conjunto social que ya no
comparte vínculos a través del trabajo pero sí los establece al interior
del barrio.

El barrio en alguna medida permite afrontar de manera colectiva


los problemas engendrados por la precariedad, así como reducir los
estados de vulnerabilidad.

De modo que el barrio ofrece:


1) un marco de inscripción social territorializada en la que los habi-
tantes encuentran una estructura relacional que les sirve de so-
porte (la solidaridad y la posibilidad de organizarse junto a sus
vecinos);
2) un lazo con los servicios, la ciudad y las instituciones (casa, es-
cuela, hospital, etc.);
3) una fuente probable de identidad (ya sea de prestigio o de estig-
ma) otorgada por la reputación del barrio.

Los individuos reciben del barrio dos clases de soporte:


a) Un sistema de solidaridades que lo afianzan en lo cotidiano y le
otorgan un sentido de pertenencia, “…si consideramos el tema
del ingreso, en un barrio popular la gente vive parcialmente de
salarios pero tambien de robos, de participación en diversas re-
des de clientelismo, de las iglesias, de las ONGs y de los partidos
políticos. Las relaciones fundamentales siguen siendo a través de
la familia pero en un entorno tan inestable la caza aparece como
una forma de dominar la precariedad.” (Merklen, op.cit.)
b) Un punto de apoyo para la acción colectiva, los barrios también
dependen de la acción política generada en el mismo barrio, de-
ben gestionar / luchar para que el Estado les otorgue el acceso a
los servicios urbanos más elementales.

Una cuestión esencial que plantea Merklen, alguna formas de


acción colectiva se sustentan en una falla en la legalidad, como por
ejemplo, las tomas de tierras o asentamientos ilegales, sin embargo,


ágina 19
afirma este autor, “la acción de los ocupantes carece de legalidad pero
el Estado también está en falta porque debería garantizar una serie de
derechos y no lo hace.” (pp.: xx)

Por último queremos rescatar otra vez más que estos cazadores
logran obtener algunas formas de afiliación y de inscripción territorial
a través de su pertenencia al barrio, de su sistema de intercambios y
solidaridades. Estas cuestiones hacen que no se encuentren comple-
tamente excluidos de la vida institucional ni de la actividad económica.
Si bien estos individuos de las clases populares forman parte de la so-
ciedad a través de estructuras inestables las organizaciones barriales
deben lidiar de manera cotidiana con cuestiones que hacen al territorio
del que forman parte (lucha por una escuela o un centro de salud) al
tiempo de tener la necesidad de buscar de manera continua los recur-
sos para sobrevivir.


ágina 20
5. Los otros efectos de las políticas neoliberales. La pri-
vatización del espacio urbano.

Hemos mencionado a lo largo del apartado anterior, y también en


éste, que la nueva cuestión social en la Argentina -fundamentalmente a
partir de los años noventa-manifestó cambios profundos en la estructura
social. También tematizamos sobre cómo durante dicha década los sec-
tores populares, y parte de las capas medias, han sido subsumidos en
el empeoramiento de sus condiciones de vida materiales y simbólicas,
o llanamente, en la pobreza. Podríamos llamar a estos grupos sociales
como los “perdedores” que surgieron con motivo de la implementación
de las políticas neoliberales en nuestro país. Por otro lado y a raíz de es-
tas políticas, se registraron transformaciones al interior de las clases al-
tas y fundamentalmente clases medias que sí fueron las “ganadoras” en
el sentido de haber sido beneficiadas por el modelo. Así, frente al retiro
del Estado y la crisis de las instituciones públicas, parte de los sectores
ganadores eligieron adoptar un estilo de vida que combinó un estricto
marco de seguridad y el contacto con la naturaleza.

En un contexto crecientemente mercantilizado y con una frag-


mentada clase media fue una combinación que evidenció el incremento
de las desigualdades que se estaban acentuando en nuestro país. Es
fundamental que tengamos en cuenta que la expansión de estos ba-
rrios privados y countries es un fenómeno inédito en Argentina y expre-
sa el aumento de la brecha de las desigualdades entre los que ganaron
y los perdieron, entre los que más tienen con respecto a los que menos
tienen. Dicho fenómeno además se vincula con el frenético proceso de
privatización que se vivió en los noventa.

Volviendo a las clases medias argentinas tengamos en cuenta


que históricamente tuvieron un papel relevante en la estructuración de
la sociedad y la ruptura operada en su interior durante el neoliberalismo
fue mucho mas acentuada que en otros países. Este proceso multi-
plicó la brecha existente entre los diferentes sectores de servicios en
el ámbito público y el privado, es decir, entre los que se adecuaron a
los cambios tecnológicos y los que quedaron descalificados, entre los
ganadores y los perdedores del nuevo modelo en consonancia con las
pautas de integración y exclusión del nuevo orden global.

Principales características del fenómeno de segregación urbana:

Para desarrollar la temática sobre este nuevo fenómeno de se-


gregación urbana abordaremos otro texto de Maristella Svampa llamado
“Los que ganaron. La vida en los countries”, publicado en el año 2001.

ágina 21
La autora hace un recorrido por los efectos del proceso de ur-
banizaciones privadas, también denominadas countries, clubes de
campo, barrios cerrados o privados. En líneas generales plantea que
el fenómeno de segregación comprende grupos heterogéneos en tér-
minos de sectores sociales (desde clases medias urbanas a clases
altas), pero en su mayoría lo conforman las denominadas “clases de
servicio”: profesionales o no profesionales con cargos jerárquicos en
empresas privadas. En todos los casos estos grupos poseen buenas
credenciales educativas y en muchos ambos cónyuges trabajan. Prin-
cipalmente son matrimonios jóvenes que tienen entre 30 y 45 años,
con dos o más hijos.

La diferencia entre los countries y los barrios privados se re-


flejan claramente en los costos (precio del lote, cuota de ingreso en
algunos casos, expensas, etc.) además los segundos se extienden en
una superficie más reducida con respecto a los primeros y son próxi-
mos a los centros urbanos y las vías de comunicación. Los countries
en cambio, cuentan con equipamiento deportivo (natación, tenis, golf,
y los más exclusivos equitación y polo e inclusive deportes náuticos).
En algunos casos poseen escuelas bilingües, iglesias y comercios.

Esto es un fenómeno novedoso, hasta hace no tanto el estilo de


vida country continuaba siendo un tópico restringido a las grupos más
acomodados de la sociedad dichos espacios funcionaban como casas
de fin de semana, principalmente para el esparcimiento. Actualmente
existe una fuerte expansión inmobiliaria que apunta a otro perfil. En
este caso se trata de lotes de pequeñas dimensiones, son destinados
a una clase media con acceso al crédito que no cuenta con la totalidad
del capital requerido para la inversión. También se está consolidando
la compra de la casa terminada con el terreno incluido.

De manera que, la ampliación de la población interesada en


vivir en una urbanización privada se tradujo en la creación de barrios
con viviendas más “económicas” a fin de promover el ingreso de ca-
pas medias con un presupuesto más ajustado. Actualmente, la mayo-
ría de estos emprendimientos funcionan como viviendas permanen-
tes. El boom inmobiliario reciente y la huida de manera vertiginosa de
miles de familias de clases medias y altas desde la ciudad hacia estos
nuevos emprendimientos privados en busca de mayor seguridad y un
nuevo estilo de vida ligado con el “verde” también expresa cambios
vertiginosos en la vida cotidiana que se ha ido privatizando.


ágina 22
Ya nos hemos referido al aumento de las desigualdades y de la
violencia y a las características heterogéneas que adquiere la pobreza,
que ya no comprende sólo a los sectores populares, sino que además
incluye a parte de los grupos medios donde la inseguridad se convirtió
en un tema central para muchos.

Pero contrariamente a este propósito de lograr un mayor orden,


Svampa nos advierte que esta idea de comunidad aislada y segura es
utópica. Así nos relata la que en los nuevos barrios privados existe una
serie de reglamentaciones excesivas con el propósito de fundar una
nueva sociedad en base a nuevas reglas. Las mismas encarnan todo
lo que los nuevos habitantes de estos emprendimientos rechazan de
la sociedad externa, que es una sociedad desorganizada. No obstante,
surge el problema que en la mayoría de los lugares esas reglamenta-
ciones son violadas constantemente.

La autora menciona varios episodios de vandalismo infantil cu-


yos protagonistas son niños entre ocho y diez años que habitan estos
espacios. En dichas situaciones estos chicos entraban a las casas
recién terminadas y las dañaban. Esto puede estar en relación con el
modelo de socialización que proponen los countries llamados de au-
tonomía protegida. Los niños que viven en estos espacios se desen-
vuelven con total libertad dentro del country, los padres los controlan
menos ya que se pueden despreocupar un poco de su cuidado porque
el entorno es seguro. Otra problemática ligada con la socialización de
los chicos es que no saben moverse afuera, en la ciudad.

Traspasar las puertas del afuera del country en muchos casos


significa un miedo e inseguridad exacerbados generando una estructu-
ra psicológica distinta, con una desmesura muy marcada entre la liber-
tad y el temor:

Puertas adentro reina la seguridad y la sensación de libertad


total; puertas afuera se acrecienta el temor.

El vinculo con el afuera y con otras capas de la sociedad es un


vínculo difícil. Predominan los estereotipos sobre los sectores popula-
res, en general negativos (clases peligrosas) y sin incluirlos desde una
perspectiva ciudadana (con igualdad de derechos por ejemplo), el úni-
co intercambio que realizan es manteniendo una relación en términos
de cliente-proveedor (personal que trabaja en los countries: mucamas,
seguridad, mantenimiento, etc.).


ágina 23
Svampa retoma la hipótesis de Richard Sennett, pensador con-
temporáneo que tiene una perspectiva similar a la de Castel y Bauman
en relación a la nueva cuestión social que vimos en el núcleo anterior.
Para Sennet el nuevo modelo de acumulación flexible a nivel mundial
lleva implícita la consigna “nada a largo plazo”, esto desorienta la pla-
nificación tanto en el corto como en el largo plazo y también diluye
los vínculos de compromiso y confianza entre los individuos. Así, la
incertidumbre es moneda corriente en el sistema capitalista actual y la
inestabilidad se vive con normalidad. Estas cuestiones las habíamos
analizado anteriormente pero para definir a los sectores populares. Es
llamativo como los cambios en el sistema capiltalista contemporáneo
impacta en las formas de vida de todos los grupos sociales.

Existen distintos actores intervinientes en la construcción de estos


emprendimientos: abogados, desarrolladores urbanos, agentes inmobi-
liarios, inversores, arquitectos y políticos. Las acciones que llevan a cabo
estos actores cuenta con diferentes grados de poder y participación y
se vinculan con acciones que van desde la formulación de legislaciones
que minimizan el impacto urbanístico y ambiental que estas urbanizacio-
nes pueden tener a mediano plazo a la construcción de barrios cerrados
con distintos inversores creando y alentando un discurso a favor de un
estilo de vida “verde” y seguro. Los actores políticos de mayor presencia
en estos casos son funcionarios públicos a nivel de los municipios por
tratarse de quienes ven conveniente la instalación de barrios cerrados y
countries como inversión inmobiliaria favorable para la zona como tam-
bién por la conveniencia de poder recaudar mayores impuestos.

8
Un ejemplo de esto son las quejas y litigios que se manifiestan Para ampliar esta infor-
mación puede consultarse
en los barrios aledaños a estos emprendimientos privados que constru-
la nota periodística dis-
yeron canchas de golf o lotes subiendo y rellenando tierras. Esto gene- ponible en: http://24con.
ró que muchos lugares más bajos cercanos, generalmente ocupados infonews.com/conurbano/
nota/31490-Advierten-
por sectores populares, se inunden.8
que-el-country-que-hicie-
ron-Sabatini-y-Nicklaus-
inunda-la-zona/

En el barrio La Lomita (Pi-


lar, provincia de Buenos Ai-
res) es inundado frecuente-
mente porque desaguan las
aguas servidas del country
Pilará. Fuente: 24 Conur-
bano on line, Disponible en:
http://24con.infonews.com/
conurbano/nota/31490-
Advierten-que-el-country-
que-hicieron-Sabatini-y-
>> Nicklaus-inunda-la-zona/

ágina 24
4
Las consecuencias:

Las consecuencias del fenómeno de segregación urbana dan


cuenta de una nueva relación entre lo público y lo privado, se tratan
de juna ciudadanía privatizada erigida sobre la figura del ciudadano
contribuyente y autorregulado que beneficia a quienes cuentan con
el capital necesario para llevarlos a cabo. Es decir, es un tipo de ciu-
dadanía donde los derechos económicos están por encima de los
derechos sociales y políticos.

Por otro lado, la intromisión de lo privado reconfigura las mi-


rada que se tiene sobre el “otro”. Las fronteras físicas y rígidas entre
zonas altamente reguladas (espacio cerrado) y zonas desreguladas
(espacio abierto) provocan cortes tajantes que van desde la libertad
dentro de los márgenes del country y el miedo incontrolable al traspa-
sarlos potencia la noción de riesgo. Generando, como ya hemos men-
cionado, una nueva configuración psicológica que tiene correlato con
el sentimiento de inseguridad y las experiencias reales y concretas de
inseguridad que se acrecientan en un contexto de profundización de
las desigualdades.


ágina 25
6. El fenómeno de la inseguridad

Es interesante destacar que con la crisis del neoliberalismo sur-


gen otras formas de protesta encabezadas por los sectores medios de
la sociedad, que se mueven sobre otro eje: la dimensión securitaria.
Alrededor de la década del noventa y sobre todo a partir del año 2004,
se consolida en nuestro país la demanda contra la inseguridad: ¿Qué
significa este concepto? ¿Cómo emerge el reclamo? ¿Qué condiciones
hacen posible la flamante protesta?

El fenómeno de la inseguridad surge en los países centrales


entre los años sesenta y setenta a partir del abandono de las políticas
benefactoras y su reemplazo por otras centradas en la dimensión pe-
nal. La renuncia generalizada a cohabitar con la alteridad desplaza la
atención de los gobiernos de la inseguridad existencial (producida por
el mercado) hacia la cuestión de la seguridad. (Bauman, 2011). Poco
a poco, el paradigma securitario se extiende al resto del globo afian-
zándose en nuestro país a fines de la segunda presidencia menemista.
En este momento, el aumento de la cantidad de delitos urbanos aflora
como una de las principales consecuencias neoliberales. Los medios
de comunicación exhiben esta tendencia promoviendo reclamos de ley
y orden como solución necesaria para “combatir” la crisis securitaria.

Sin embargo, la sensación de inseguridad no guarda correla-


ción con la cantidad de delitos que ocurren en un momento particular.
Tampoco atañe a todos los tipos de criminalidad ni refiere solamente
a los transgresores de la ley penal. Se atribuye, también a cartoneros,
piqueteros, “trapitos” como generadores de desorden en la ciudad. El
riesgo se estructura en torno a percepciones relativamente autónomas,
que manifiestan la angustia y el temor en un sentido preformativo. De
este modo, surge y se asienta el tópico sobre si la inseguridad es una
sensación o es una realidad, pregunta que es interesante desentrañar
a partir del cuestionamiento e intento de ruptura con ejes binarios.

Para comprender este proceso nos vamos a apoyar en las ideas


de Kessler (2009). Empecemos indagando cómo opera el índice de
victimización en relación a la configuración del sentimiento de insegu-
ridad. Kessler señala que si queremos determinar de la manera más
objetiva posible la relación entre delito y temor, tenemos que adoptar
una escala territorial y comparar regiones con tendencias distintas. Así
se puede develar, por ejemplo, que tanto en Europa como en América
Latina la tasa de temor tiende a duplicar a la de victimización.


ágina 26
Entre 1991 y 2002 se produce en Argentina un aumento aproxi-
mado del 300% para delitos urbanos sucedidos en Buenos Aires con
una suba del 12.7% entre 2000 y 2003 y una leve baja entre el 2º
semestre de ese año y el 1º de 2004. Sin embargo, desde 2003 el por-
centaje de individuos que perciben a la inseguridad como el principal
problema del país se duplica. Hacia 2004, el tema supera a cuestio-
nes mucho más arraigadas como el desempleo convirtiéndose en el
principal factor de legitimación/ deslegitimación gubernamental.

Fuente: periodicotribuna.
>> com.ar

Para indagar los factores que contribuyen a generar inseguri-


dad debemos tener en cuenta un mecanismo que Kessler denomina
“victimización indirecta”. En sus propios términos: “Cuando en una so-
ciedad hay más personas victimizadas, circula más información sobre
estos hechos, una mayor cantidad de conocidos o relaciones indirec-
tas se enteran y lo difunden en sus conversaciones cotidianas, y así
se intensifica la preocupación por el tema, más allá de haber sufrido
o no un delito. La información sobre delitos actúa como anticipación
de una eventual victimización personal futura y, de este modo, se
convierte en una fuente de temor” (2009: 70-71). De aquí, el planteo
de cuestionar las políticas basadas en la fabricación de inseguridad
en cuyo desarrollo los medios masivos cumplen un rol esencial.

Siguiendo a Kessler (2009), durante la vuelta de la democracia


hasta la hiperinflación de 1989 y la salida anticipada del gobierno de
Raúl Alfonsín, los delitos que mayor interés concitaron en los medios
fueron aquellos que evidenciaban alguna vinculación con la dictadura
militar. La inseguridad como problemática y sección mediática no exis-
tía. Los diarios de tirada nacional se ocupaban de casos, ordenados
según el grado de proximidad con el gobierno militar y el terrorismo de
Estado. La referencia recurrente era a la “mano de obra desocupada”
de ex represores y “servicios” que realizaban acciones desestabiliza-
doras. La figura más reiterada fue la del secuestro seguido de muerte,


ágina 27
un crimen paradigmático de la dictadura que sólo comenzó a ocupar la
agenda mediática cuando afectó los intereses de los sectores de clase
social alta y no cuando fue objeto de temor de los sectores populares,
que previamente constituyeron el grupo más temeroso.

En el transcurso de los dos períodos presidenciales de Carlos


Menem (1989/1995-1995/1999), el gobierno de la alianza (1999-2001)
y la caída de la convertibilidad, el tema dejó de ocupar las secciones
policiales de los diarios que mantenía hasta entonces, y escaló a la
sección política. A la vez, en esta época se produce un pasaje de la
cobertura de “casos” a “olas de violencia”. A medida que el delito se
incrementa en paralelo a la pobreza, la desigualdad y el desempleo,
se llega a un consenso por el cual el problema delictivo es conside-
rado una consecuencia de la situación de vulnerabilidad social. No
obstante, las demandas de inseguridad hacen eclosión a mediados
de los años noventa, momento en el cual la crisis de desempleo y la
situación económica muestra estabilidad.

Desde 2003 hasta principios de 2009, la inseguridad se conso-


lida como problema público central. El incremento del temor al delito
se convierte en una categoría de descripción y comprensión de la
realidad: los diarios ubican al tema en una sección fija que se extien-
de a otras secciones y suele ocupar la portada; los noticieros abren
sus emisiones con el “saldo de inseguridad” de la jornada y difun-
den formas de delito novedosas (“hombre araña”, “secuestro expres”,
etc.) jerarquizando esta clase de noticias por sobre otros temas. Las
coberturas periodísticas emplean discursos altamente selectivos res-
pecto a la “calidad” de algunas víctimas y enfatizan la imagen del
joven anómico (varón, morocho, pobre, adicto) como el rostro visible
de la amenaza.

Teniendo en cuenta todos estos factores, Kessler se interroga:


¿Qué sucede cuando se alcanza un consenso mayoritario en cuanto
a que la inseguridad es un problema de primera instancia? Como
hemos mencionado, la percepción del incremento de la delincuencia
contribuye a extender una sensación de peligro aleatorio presente en
la cotidianeidad. Este sentimiento, se proyecta en una pluralidad de
figuras de lo temible dispuestas en el espacio público, que varían de
acuerdo a la pertenencia social y ubicación regional de los individuos.
Como hemos dicho anteriormente, el temor no alude solamente al
delito, también se criminaliza la protesta social.


ágina 28
Fuente: asosiacionmadres-
>> deldolor.blogspot.com

La ideología previa y las experiencias de clase conllevan dis-


tintas formas de procesar la sensación de mayor inseguridad, que a
su vez influye sobre las creencias pudiendo implicar deslizamientos
hacia un mayor autoritarismo y apoyo a medidas punitivas: “[…] la
extensión del sentimiento de inseguridad marca el fin de la tensión
hobbseana entre seguridad y libertad, entre autoritarismo y preocu-
pación por la seguridad. En la relación entre política y temor se ad-
vierte un desajuste entre la preferencia de medidas que pueden im-
plicar la libertad individual y un endurecimiento respecto del delito”
(2009: 100).

A medida que la impresión de desprotección se generaliza, la 9


En 1997 se implantan en
ciudadanía comienza a autopercibirse como víctima y reclama al Es- el país Consejos de Segu-
ridad y Prevención de la
tado una suerte de seguridad absoluta que no puede convivir con la Violencia viabilizados en
legalidad de un orden democrático. Para dar un ejemplo, podemos Centros de Gestión y Par-
pensar en el caso Blumberg. La puesta en agenda del secuestro y ticipación de la Ciudad Au-
tónoma de Buenos Aires,
muerte de Axel Blumberg generó un clima de conmoción, mediática- se lleva a cabo el Progra-
mente promovido, que a partir de la consecución de marchas masivas ma de Seguridad Ciuda-
logró motorizar el “endurecimiento” de penas en 2004. En las con- dana (1998) que incorpora
Foros Vecinales, Munici-
centraciones por el problema de la inseguridad, la imagen del Estado pales y Departamentales
se reconstituye como la de aquél que debe volver a proteger a una de Seguridad en la Provin-
ciudadanía víctima: del riesgo económico, de la violencia social y, cia de Buenos Aires y se
introduce el Programa Na-
sobre todo, de la violencia delictiva. Los ciudadanos y ciudadanas, cional de Prevención del
cansados del vértigo que envuelve la desintegración social, exigen Delito (en 2000, rediseña-
orden, administración y eficacia a los funcionarios encargados de go- do hacia 2003 y desmante-
lado en 2008) comandado
bernar la convivencia en la ciudad. De aquí, que el temor ciudadano por la Dirección Nacional
se vuelva un imperativo de gestión fundamental9. de Política Criminal. Tam-
bién se producen intentos
de modernización del sis-
tema policial bonaerense
en 1998-99 y 2004-2007,
respectivamente.


ágina 29
Modalidades de organización de ciudadanos-víctimas

El problema de la inseguridad en las clases medias no se


afronta de manera homogénea. Como señala Brescia (2009) en un
estudio abocado al análisis de los "procesos de construcción y repre-
sentación de la (in)seguridad”, existen coincidencias y diferencias en
el modo de relacionarse con el Estado entre el Movimiento Blumberg
y la Fundación Axel y los agentes sociales que se organizan para la
prevención del delito.

En principio, las tres asociaciones de ciudadanos y ciudadanas


víctimas coinciden en desvalorizar lo político frente a lo espontáneo.
Sus reclamos se legitiman en la incertidumbre y el miedo, que les lleva
a organizarse. Sus prácticas y demandas por mayor seguridad se con-
ciben como “auténticas” e “incontaminadas”, despojadas de intereses
políticos. En segundo lugar, sostiene Brescia, los tres recurren a la
opinión pública apelando a la idea de mérito y al esfuerzo que les con-
cierne como sujetos responsables, honrados, laboriosos; a diferencia
de los sectores populares, a quienes se concibe como vagos, oportu-
nistas, delincuentes.


ágina 30
Sin embargo, la manera de vincularse con el sector público del
Movimiento Blumberg y la Fundación Axel es distinta de la que se valen
los “nuevos agentes de seguridad”. Por un lado, el movimiento Blum-
berg emplea relatos afines a sus respectivos intereses contra un otro
negativo identificado con el Estado y los sectores excluidos. En cambio, 10
El modelo implementado
los agentes que se organizan para la prevención del delito apuntan a un por los nuevos agentes
victimario que no excede el ámbito local. Por otro lado, los ciudadanos securitarios se basa en
organizados en asociaciones barriales actúan con miras a confeccionar la participación en foros,
charlas con técnicos e in-
un plan “alternativo” al de “mano dura” de Blumberg, sin lograr tanta telectuales de distintas
repercusión mediática como el grupo al que representa este último sec- disciplinas, el intercambio
tor. Si el Movimiento Blumberg y la Fundación Axel consiguen difundir entre ONGs y agrupacio-
nes diversas a partir de
en los medios demandas que bregan por el “endurecimiento” de leyes, convocatorias constituidas
los “nuevos agentes de seguridad” se organizan “hacia adentro” para desde el Estado. Las po-
hacer cumplir las normas vigentes mediante el establecimiento de un líticas que se desarrollan
en estos encuentros par-
vínculo con el Estado, que intentan fortificar a partir de la implementa- ten de un diagnóstico de
ción de diferentes iniciativas. situación elaborado con
la colaboración de ciuda-
danos y ciudadanas que
Las Organizaciones de la sociedad Civil (OSCs) a través de las aportan información, re-
cuales se reúnen estos últimos sectores, componen un espacio de en- clamos y posibles solucio-
cuentro entre vecinos, jóvenes y especialistas de distintos rubros, que nes al interior de un nuevo
espacio público de gestión
participan de un proceso de monitoreo securitario y elaboran técnicas de la conflictividad. Para
que permitan hacer frente a los conflictos locales, en el marco de un mencionar algunas de las
modelo de contención del delito y la violencia promovido desde el Esta- medidas y prácticas adop-
tadas hasta entonces, se
do. Esta matriz no enmarca las políticas de gestión del conflicto secu- puede aludir: la confec-
ritario en la idea de orden ni apunta a la idea de castigo, como proce- ción de “mapas del delito”,
diera el “paradigma punitivo” predominante en las formas de afrontar el la formulación de políticas
de carácter “situacional-
problema por el Movimiento Blumberg y la Fundación Axel.10 ambiental” (establecimien-
to de mayor iluminación en
El diseño de políticas que operen contra el delito sin causar ma- las calles, poda de árboles,
organización de cuadrillas
yor exclusión es un tema complejo cuya respuesta permanece abierta. vecinales de vigilancia,
Para intentar aproximarnos a una posible estrategia de abordaje, el etc.), la implementación
siguiente apartado retoma las ideas de Alberto Binder (2010), formula- de mecanismos de super-
visión hacia los agentes de
das en Análisis Político Criminal. Bases Metodológica para una política seguridad, la planificación
criminal minimalista y democrática. de criterios de rotación de
las “paradas policiales”, la
instalación de cámaras de
vigilancia en sitios estraté-
gicos, la programación de
rutinas de ingerencia po-
licial, la estructuración de
proyectos de reinserción
en el mundo educativo y
laboral dirigidos hacia jó-
venes provenientes de
zonas marginales, entre
otras.


ágina 31
7. Conceptos y enfoque teórico sobre el modelo de la
conflictividad

Fuente: homodefectus.
>> com

A la hora de pensar en la determinación de políticas públicas


democráticas de intervención en los conflictos y, dentro de ellas,
una política criminal en relación al delito y la violencia urbana, Bin-
der (2010) mantiene que es preciso comenzar esclareciendo qué es
lo que realmente interpretamos por política criminal: de qué tipo de
política estamos hablando, qué cometidos le atribuimos a la interven-
ción gubernamental, a qué metas apuntan las tácticas y estrategias
impulsadas en el desarrollo de la misma. Uno de los grandes proble-
mas que se presentan en el debate sobre las políticas públicas es el
ocultamiento del marco de referencia del que parten muchos de los
análisis, que bajo el argumento de una presunta “neutralidad” atentan
contra la discusión y gestión democrática de los conflictos y hechos
delictuosos en tanto modos de conflictividad social.

El velamiento de la cosmovisión a la que (quiérase o no) se


asiste cuando se realiza un estudio criminológico es el principal fac-
tor, que ha contribuido al estancamiento del propio campo de las po-
líticas de gestión de los conflictos: “[…] la PC – Política criminal- ha
girado por siglos en falso, con posturas que no debaten entre sí, ni
alrededor de “grandes” problemas particulares ni en sus concepcio-
nes generales. Ello ha generado (también por falta de un adecuado
APC) un bloque de prejuicios que es algo muy diferente a un conjunto
de consensos” (2010: 2. Subrayado en el original. La aclaración es
propia). De modo tal, que resulta necesario esclarecer el abordaje a
emplear, insertarlo en el contexto donde tiene lugar y construir sabe-
res específicos en un sentido político definido.


ágina 32
Dicho esto, Binder procede a explicitar su mirada cuyos funda-
mentos se inscriben en el “modelo de la conflictividad”. En principio,
es preciso reconocer que no ha habido ni habrá sociedad sin conflic-
tos: éstos existen permanentemente, en mayor o menor medida, en
un orden social donde afloran y sobre el cual operan. ¿Acaso es lo
mismo un orden democrático que un orden autoritario? La cuestión
puede desenmascararse si atendemos al patrón de funcionamiento
social que se pretende impugnar: “[…] Partir de una visión conflicti-
vista de la sociedad significa, antes que nada, repudiar una visión de
la sociedad fundada en la idea de orden” (2010: 3. Subrayado en el
original). Pues, ¿podría existir un orden sin cambio, sin movilidad?,
¿podría existir un orden sin intereses en pugna, sin expectativas con-
tradictorias, sin conflicto?

Pensemos, por ejemplo, en la inseguridad en tanto conflicto


social. Como hemos visto con Kessler, este fenómeno es paradójica-
mente una característica constitutiva del Estado moderno. Si bien este
último se ocupa de garantizar seguridad a la ciudadanía de diferentes
maneras, el conflicto no se puede hacer desaparecer totalmente a me-
nos que se instaure un orden absolutista o ajeno a los principios que
fundan un Estado de derecho. Sin embargo, el conflicto se puede iden-
tificar, analizar, transformar.

El punto de inicio para encarar la gestión de la conflictividad re-


quiere de la elaboración de un diagnóstico de situación que permita
definir si tal o cual fenómeno se trata realmente de un conflicto, y en tal
caso, del tipo de conflicto que representa. Enfocándonos puntualmente
en el fenómeno de la protesta social, podemos afirmar que la interven-
ción en el mismo depende de una multiplicidad de factores vinculados
al modo en que se define la conflictividad en cada caso. En ese sentido,
Binder subraya la importancia que conlleva la interpretación de lo que
se constituye en conflicto y lo que no se visibiliza como tal.

Para trazar algunos rasgos que asume el concepto de conflic-


to, sustentaremos con Binder los supuestos de base que estructuran
el modelo de la conflictividad. El primero de ellos, estipula que todo
conflicto implica cuanto menos algún tipo de iinteracción interpersonal
entre dos o más partes. A la vez, las posiciones en conflicto suponen el
establecimiento de un contacto y un mínimo de visibilidad.

Como hemos visto durante el análisis de las distintas protestas


expuestas, las acciones se exteriorizaron en un espacio y un tiempo
particular donde se puso en juego una relación entre distintos acto-


ágina 33
res: manifestantes, funcionarios públicos, medios de comunicación,
agentes de seguridad. Cada grupo actuó recíprocamente en relación
a los demás en función de expectativas, necesidades y condiciones
de posibilidad.

Retomando a Binder, podemos apuntar que la mayoría de las


veces el desenlace de la lucha ocasiona efectos adversos entre las
partes que buscan predominar. La conflictividad es una experiencia
signada por la contradicción de recursos, de posiciones, de perspecti-
vas, de usos, de valores. De aquí, que si una de las fracciones triunfa
la otra inevitablemente se vea disminuida.

Es el caso de la pueblada de Cutral Co – Plaza Hunicul, que


culminó con el retroceso de las fuerzas de la gendarmería nacional y
la obtención de las reivindicaciones de los manifestantes. El impulso
insalvable que orienta la disputa, entraña la conquista de un sector a
condición de que otro pierda, con los matices, graduaciones y especifi-
cidades que reclama el desenvolvimiento de cada caso particular.

Otro de los rasgos elementales del conflicto es la búsqueda de


desplazamiento. Cualquiera sea la pugna de que se trate, lo que sub-
yace al antagonismo es la competencia por el logro o forma de ejercitar
el poder, ya sea con un propósito tentativo o por el solo hecho de des-
empeñarlo. Sin ir más lejos, en relación a la última protesta menciona-
da hemos visto cómo algunos funcionarios integrantes al Movimiento
Popular Neuquino se opusieron a la gobernación de Sapag velando por
removerlo a partir de prácticas clientelares y la compra de medios de
comunicación que llamaron a la revuelta popular.

Al mismo tiempo, puntea Binder, el conflicto obedece a funcio-


nes sociales que coexisten entre individuos pertenecientes a distintos
sectores de la sociedad. Más allá de las apreciaciones que se les
pueda arrogar, el desarrollo de todos y cada uno de los papeles que
encarnan los sujetos en la organización social comporta un costo.
Como referimos durante la exploración de “el santiagazo”, el temor a
la pérdida de puestos de trabajo o el malestar suscitado por el atraso
en el pago de salarios fueron algunos de los desencadenantes de la
protesta social. Las valoraciones acerca del trabajo, las condiciones
laborales, la relación obrero-patronal pueden resultar inconciliables u
opuestas, así como también, involucrar interpretaciones compartidas
o universos de sentido incompatibles.


ágina 34
4
Lo mismo sucede con el fenómeno del delito. Si partimos de la
idea de que las sociedades se hallan sujetas a una tracción perma-
nente entre el orden y el conflicto de donde deriva un tipo de sociedad
(Kessler, 2009) podremos advertir al delito como un hecho eminente-
mente social, cuya significación no puede desconocer el carácter arbi-
trario de la tipificación penal: ésta, considera como delictuosos aquellos
actos que atentan contra el orden de la democracia liberal.

Hemos visto también, que cada una de las manifestaciones es-


tudiadas fueron fenómenos de diferentes orígenes, desarrollo e inten-
sidad. Existen objetos de disputa diversos, incluso cuando no prevén
la consecución de resultados concretos (es decir, cuando el objeto de
la lucha es la lucha misma). De aquí, la importancia de las políticas
públicas a la hora de diferenciar e interpretar las clases de conflictos
emergentes. El reconocimiento, registro y análisis de las regularidades
que exhibe un tipo de conflictividad permite planificar estrategias de
gestión y aplicarlas en contextos específicos.

Para indagar las fuentes de la conflictividad, Binder propone par-


tir de un modelo multifactorial y abierto capaz de obstruir la abstracción
del problema e impedir la adopción de una mirada unidimensional. La
contextualización del conflicto en un escenario histórico, político, social
y cultural es fundamental para comprender que no necesariamente las
fuentes de la conflictividad se constituyen en causas o condiciones de
aparición del mismo. Si pensamos en el santiagazo podemos interpre-
tar, que las fuentes del conflicto refirieron al temor a que se produjese
un plan de ajuste estructural. Sin embargo, para canalizar la protesta
las prácticas clientelares de algunos funcionarios opositores al gobier-
no local fueron decisivas en tanto herramientas tendientes a favorecer
el desarrollo de la conflictividad.

Así como existen los más variados factores que pueden conlle-
var a que las fuentes de beligerancia se erijan en causa de un conflic-
to particular, puede que esta situación no suceda: “En definitiva –dice
Binder- fuente, condición y contexto son analíticamente separables
en el conocimiento del conflicto, por más que las fronteras entre uno
y otro concepto se desdibujen totalmente en el desarrollo social de
los conflictos” (2010: 10. Subrayado en el original). Si pensamos en
las manifestaciones de inseguridad, podemos deducir que el temor al
delito urbano en tanto fuente de las demandas por justicia y seguridad
puede implicar un descontento o cuestionamiento político hacia la ad-
ministración estatal.


ágina 35
Así como hemos advertido que todo conflicto cumple una fun-
ción positiva al interior del orden social, diremos por último que no to-
dos los sucesos conflictivos contribuyen a generar estabilidad. En la
propia definición de la idea de conflictividad existen disputas por dotar
de significación e impulso a los acontecimientos, que impiden lograr un
consenso pleno o acabado acerca de los mismos. Binder explica este
punto remitiéndose a los autores Mack y Synder: “[…] parte del proble-
ma de diferenciar los aspectos funcionales y disfuncionales del conflicto
consiste en identificar las condiciones en las cuales las consecuencias
disfuncionales pueden ser minorizadas. Una cuestión fundamental que
hay que averiguar es, entonces, ¿cómo y por qué las consecuencias
disfuncionales de un conflicto llegan a predominar?” (2010: 11).

Nuevamente, el papel de las políticas públicas en la sistema-


tización de las modalidades de intervención en los conflictos permite
contribuir a la consolidación de un modelo democrático de gestión de
la conflictividad social, al tiempo que favorece su resolución y compro-
miso en el plano gubernamental. Como hemos esbozado previamente,
en la medida en que no es posible resolver el conflicto en partes igua-
les, la ingerencia será necesariamente parcial. La intromisión puede
efectuarse desde la perspectiva del orden o desde la perspectiva de la
conflictividad.

En la primera, se parte de una noción de sociedad inamovible:


es decir, preconcebida como un ordenamiento natural o teológico en
cuyo seno el poder se mantiene estable. La viabilidad de este modelo
sellado con el imperativo de la seguridad y la sujeción perpetua no sólo
impide comprender las transformaciones intrínsecas al propio dinamis-
mo social sino que se muestra incompatible con una organización de-
mocrática: “[…] a lo largo de la historia esa idea de orden ha estado
vinculada a principios trascendentes a la propia vida social que, en el
fondo, han significado que un grupo social determinado tiene que un
grupo social determinado tiene mejor capacidad para comprender y for-
mular los valores del orden que el resto de la vida social” (2010: 13).

En contraposición al carácter autoritario que asume este último


modelo, la matriz conflictivista plantea que si existe una cualidad com-
partida por todo tipo de sociedad refiere al carácter vital del conflicto
en tanto motor del cambio social. El modelo de gestión democrática
rechaza la imposición del orden establecido por sectores de influencia
que alcanzan la dominación a costa de una heterogeneidad de grupos
subyugados, y promueve la intervención a través del Estado para que
no prevalezca el abuso de poder. En términos de Binder, lo que es


ágina 36
preciso apuntar es “[…] la imposibilidad de sostener una intervención
en los conflictos sobre la idea de orden desde el punto de vista de
una perspectiva democrática de esa intervención” (2010: 13). La matriz
conflictivista reconoce la propagación de pautas materiales capaces
de contribuir a solventar los conflictos, incluso por medio de la fuerza,
priorizando que en la mediación prime la contención de la violencia.

A modo de cierre, nos interesa retomar la pregunta por el modo


de trazar políticas públicas que no impliquen mayor exclusión social. La
adopción de una perspectiva democrática de la conflictividad permite
comprender las distintas dimensiones que subyacen a los conflictos e
intentar resolverlos en perjuicio de la arbitrariedad de la intervención
autoritaria. El alcance del modelo de la conflictividad radica en impulsar
un cambio en las modalidades represivas de gestión gubernamental
atendiendo a la emergencia de conflictos hasta el momento relegados
de la agenda pública. En el propio fundamento según el cual sin dispu-
tas es inimaginable el desenvolvimiento del proceso social descansa
el mayor desafío que supone la superación del modelo de ley y orden
vigente desde la modernidad.

Cierre

El objetivo de este núcleo conceptual fue contribuir a la compren-


sión sobre las formas de protesta y de organización social emergentes
durante y en las post-simetrías del período neoliberal, favoreciendo el
abordaje de políticas de gestión democrática de la conflictividad. Fruto
resultante de una coyuntura específica, las formas de conflictividad tra-
zadas develan modos de comportamiento y de sociabilidad al interior
de una trama compleja de significaciones y prácticas que gravitan en el
orden social.

Para meditar sobre los modos en que se afrontó la protesta


durante la época neoliberal, podemos establecer un punto de conver-
gencia entre el santiagazo, la pueblada de Cutral Co –Plaza Hunicul
y el correntinazo en cuanto a la aplicación del paradigma del orden.
Los tres sucesos se abordaron como si fuesen destructores de una
idealizada armonía social. Teniendo en cuenta los corolarios de los
acontecimientos, podemos advertir además, que los conflictos produ-
jeron repercusiones incongruentes entre los bloques que pretendían
imperar. La muerte de dos manifestantes y la represión de la acción
social constituyen un claro ejemplo del sector que resultó perjudicado
por el tipo de método y enfoque procedimental empleado en la ges-


ágina 37
tión de los conflictos mediante el uso de la violencia. Probablemente,
los crímenes y los enfrentamientos podrían haberse prevenido si se
hubiese recurrido a una perspectiva democrática al momento de defi-
nir los conflictos como negativos para cierto tipo de formación social.

También, podemos distinguir una concurrencia en los antece-


dentes que impulsaron los acontecimientos en forma recíproca. En
principio, creemos necesario subrayar que el contexto en que se pro-
dujeron las protestas fue un tiempo caracterizado por el incremento
del desempleo, la caída de la esfera pública, la descentralización ad-
ministrativa de los servicios de salud y educación, las privatizaciones,
entre otros factores que actuaron como fuentes de conflictividad. Sin
embargo, los cambios producidos en la acción colectiva y la aparición
del piquete como método típico de este período no pueden desvincu-
larse del descontento de la ciudadanía en el marco del proceso polí-
tico general, las formas de lucha previas y las respuestas suscitadas
desde el Estado.

Los cambios estructurales y culturales se yuxtapusieron y die-


ron forma a cada una de las experiencias de lucha en su propio des-
envolvimiento. Y a la vez, los conflictos funcionaron efectivizando las
vivencias aprehendidas por los manifestantes y las enseñanzas mo-
deladas por el desarrollo de la acción social. De aquí, la constitución
de la identidad piquetera y el emprendimiento de la organización te-
rritorial. La disputa subyacente en las prácticas de protesta se plasmó
en improvisaciones y expectativas compartidas sobre la necesidad de
movilizarse para obtener visibilidad.

A medida que las réplicas gubernamentales les resultaban be-


neficiosas, los manifestantes recurrieron cada vez más al reclamo por
planes sociales. En este punto, hemos visto que al interior de los mo-
vimientos piqueteros no prevaleció un consenso sobre las formas de
concebirlos y utilizarlos. Esto se vincula con las cosmovisiones de la
conflictividad que signan la heterogeneidad del campo popular.

Como señalamos con Svampa y Pereyra en relación a la pue-


blada, la CCC fue la organización de mayor “horizonte insurreccional”.
Esto se debe a su concepción del cambio histórico en tanto impulsado
políticamente desde la acción social con miras a la toma del poder. A
diferencia del FTV, que no vio en la pueblada un aporte a su forma de
construcción política, pues la interpretó como un exceso opuesto a la
organización. La coordinadora Aníbal Verón, por su parte, la concibió
como emblema de autoorganización.


ágina 38
El valor de la gestión pública no es otro que el de identificar el
tipo de relación social a establecer con cada sector en conflicto a par-
tir de la sistematización de las uniformidades que presenta la acción
social, así como las perspectivas de los actores que la protagonizan.
De este modo, el Estado puede conocer, prever y orientar convenien-
temente una política pública capaz de impactar en el campo social.

En lo que hace a los reclamos promovidos en torno a la segu-


ridad, hemos visto que el conflicto se asocia tanto a hechos delictivos
como a la idea de caos urbano; ambos, a su vez, atribuidos primor-
dialmente a la noción de degradación social. En principio, podemos
observar que este abordaje implica valores, intereses, tradiciones,
que devienen del modelo del orden. Es decir, se perciben a las accio-
nes de protesta popular no como problemas públicos sino como una
cuestión penal.

Simultáneamente, estos conflictos in-homologables (el com-


portamiento delictivo y la protesta social) se reducen a una condición
de carencia o inestabilidad social. Por un lado, hemos visto que no
siempre las causas estructurales de la conflictividad originan un con-
flicto: conviven múltiples elementos que pueden operar (o no) en dis-
tintas circunstancias y escenarios histórico-políticos. Así como pue-
den existir prácticas clientelares o desestabilizadoras que fomentan
la conflictividad social, en las fuentes de un acontecimiento criminal
pueden concurrir actuaciones ilegales y delictuosas de sectores de
poder no necesariamente ubicados en una situación de pobreza o
inseguridad social.

Para aportar a la disminución de los conflictos desde una pers-


pectiva democrática, es preciso profundizar la mirada y admitir en cada
situación particular el abanico de posibles procedencias del conflicto
mediante políticas públicas (incluyendo dentro de las mismas a la po-
lítica criminal) que se correspondan con objetivos de inclusión social.
Esta meta es incompatible con los fines y formas de accionar del mo-
delo del orden, que rrefuerza las relaciones de poder en defensa de un
equilibrio mitológico.

En las marchas realizadas por el Movimiento Blumberg y la Fun-


dación Axel, vimos que las proclamas bregan por protección, moralidad,
tranquilidad, identificando el problema de la insuficiencia de seguridad
con la falta de norma y el imperativo de castigo. A la hora de planificar
el modo de intromisión que merece la cuestión criminal, no se puede
olvidar la selectividad de los mecanismos basados en el paradigma del


ágina 39
orden hacia el sujeto depositario de riesgo social. La estigmatización
de sujetos dotados de peligrosidad legitima la exclusión, al tiempo que
contribuye a extender el conflicto relegando su dimensión social.

En este sentido, se ha considerado el rol de los massmedia en


la construcción de inseguridad. Como observamos con Kessler (2009),
la información sobre la propagación de delitos actúa como fuente de
temor al pronosticar la fatalidad del riesgo delictivo, que produce sen-
timientos de victimización anticipados. De hecho, la jerarquización del
tema como problemática esencial no puede desvincularse del modo en
que se realizan las coberturas informativas. Al respecto, hemos visto
que en sus orígenes el temor al secuestro seguido de muerte concernió
a las clases populares. La tematización de la cuestión en la agenda
mediática se produjo con posterioridad: logró comportar atención perio-
dística sólo cuando afectó a los sectores de clase social alta, tardando
en entreverse como un asunto de relevancia general.

De aquí la incompatibilidad de intereses, que hemos visto con


Binder como un factor intrínseco a la conflictividad. El reconocimiento
de preocupaciones se mueve en un forcejeo de tensiones por la defi-
nición y escenificación del conflicto como tal. Podemos vincular esta
cuestión con la función perturbadora que cumplen algunos conflictos
en relación a la gobernabilidad. Si tenemos en cuenta que desde la
apertura del ciclo moderno el Estado se legitima a través de su capaci-
dad de eludir la consecución de conflictos que atentan contra la vida, la
propiedad y la libertad, las demandas securitarias parecerían subrayar
una insatisfacción con la administración gubernamental.

Tal como pudimos ver con Brescia (2005), la cobertura preferen-


cial de acontecimientos protagonizados por el Movimiento Blumberg
y la Fundación Axel sobre qué hacer con el problema de la inseguri-
dad, alimenta las propuestas punitivas que reclaman estos grupos, al
tiempo que contribuye a acelerar el temor y el descontento social. La
imagen del Estado como incapaz de brindar seguridad, no se advierte
en el enfoque que mantienen los “nuevos agentes de seguridad”, que
afrontan de otra manera el conflicto securitario y reciben menor difusión
mediática. En estas agrupaciones, la cooperación entre la ciudadanía
y el Estado resulta fundamental para abordar los problemas públicos,
tratándolos de contrarrestar y contribuir al afianzamiento de la respon-
sabilidad y el compromiso social.

Con lo cual, podemos deducir que no es sólo el factor de clase


el que opera en la preocupación por la seguridad: los modelos de abor-


ágina 40
daje empleados para enfrentar el conflicto conllevan repercusiones dis-
tintas del orden social. El reconocimiento de conflictos y el grado de
tolerancia a la conflictividad se hallan íntimamente ligados al modelo
institucional que se intente fortalecer o debilitar. El alcance de las polí-
ticas democráticas de gestión de la conflictividad recae en que operan
sobre las reglas del juego que orientan la organización social mediante
el diseño de normas de tolerancia que favorecen un orden dinámico,
abierto y con inclusión social.


ágina 41
Bibliografía Obligatoria

• AUYERO, Javier. “Los cambios en el repertorio de la protesta social


en la Argentina”, en Desarrollo Económico, Vol. 42, Nº 166, 2002.

• BRESCIA, Florencia. "Procesos de construcción y representación


de la (in)seguridad: el movimiento Blumberg y su relación con otros
protagonistas urbanos en la lucha contra la inseguridad". Terceras
Jornadas de Jóvenes Investigadores, Instituto de Investigaciones
Gino Germani (FCS-UBA), 2005. En línea http://webiigg.sociales.
uba.ar/iigg/jovenes_investigadores/3JornadasJovenes/Templa-
tes/Eje%20representaciones/Brescia%20Discursos.pdf.

• BINDER, Alberto. Análisis Político Criminal. Bases Metodológica


para una política criminal minimalista y democrática. Buenos Aires:
Astrea, 2010.

• KESSLER, Gabriel. El sentimiento de inseguridad. Sociología del


temor al delito, Buenos Aires, Paidós, 2009.

• MERKLEN, Denis. Pobres ciudadanos. Las clases populares en la Era


Democrática (Argentina, 1983-2003). Buenos Aires: Gorla, 2005.

• SVAMPA, Maristella. Los que ganaron. La vida en los countries.


Buenos Aires, Editorial: Biblos, 2001.

• SVAMPA, M. y PEREYRA, S. Entre la ruta y el barrio. La experien-


cia de las organizaciones piqueteras. Buenos Aires: Biblos, 2003.

• TILLY, Charles. “Modelos y realidades de la acción colectiva po-


pular”, en Zona Abierta 54/55, Madrid, 1990.

• ZIBECHI, Raúl. “Los movimientos sociales latinoamericanos: ten-


dencias y desafíos”. En: OSAL: Observatorio Social de América
Latina. No. 9, 2003. Buenos Aires: CLACSO. En línea: http://biblio-
tecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/osal/osal9/zibechi.pdf

Bibliografía Complementaria

• BAUMAN, Zygmunt. Daños colaterales. Desigualdades sociales en


la era global. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2011.


ágina 42

Você também pode gostar