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Antigua

Revista de difusión, crítica y creación literaria


El Comité
Año 2. Número 8. 2013

1973
COMITÉ DIRECTIVO COMITÉ COLABORADOR DE ESTE NÚMERO
Israel J. González S.
Marco Antonio Meneses Monroy Agustín Cadena
Rodrigo Círigo
Coordinador general Dalí Corona
Marco Antonio Meneses Monroy Guadalupe Flores Liera
Israel J. González S.
Redacción y corrección de estilo Javier Márquez
Israel J. González S. Adriana Marrufo
Marco Antonio Meneses Monroy
Arte María Elena Ortega Ruiz
Almendra Vergara Jimena Ramírez
Oscar Reyes
Diseño gráfico Laura Sofía Rivero
Israel Campos Nava

Difusión
Jorge Contreras Herrera

CONSEJO COLABORADOR
Rodrigo Círigo
Dalí Corona
Ilallalí Hernández Rodríguez
La cultura griega es uno de los momentos definitorios de la cultura
occidental. No sólo fundó muchas de las artes y prácticas de la so-
ciedad actual. También estructuró la realidad.

A pesar de ser una de las fuentes culturales, no fue un pueblo que


se distinguiera por sus conquistas militares como Roma. Con el co-
rrer del tiempo los antiguos estados griegos fueron incorporados al
imperio de Alejandro Magno en el siglo IV a.c., por las legiones de
Roma hasta el final de la Antigüedad, también fueron territorio del
Imperio Bizantino durante la Edad Media. Del siglo XV hasta fines del
XIX fue parte del imperio turco y estuvo en conflicto con éste por las
secuelas de su independencia. Incluso sufrieron un breve período de
ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.

La situación política no impidió, todo ese tiempo que los estudiosos


y los amantes de las bellas artes se ocuparan de Grecia. El Romanti-
cismo rescató y actualizó la antigüedad griega. Lord Byron y Schlie-
man, son sólo dos nombres que se pueden relacionar a ese nuevo
acmé (florecimiento).

Aunque en toda civilización hay períodos en los que son constantes


los sinsabores, en el caso de Grecia tal parece que es su carácter.
Actualmente ya no sufre ninguna ocupación militar, pero es víctima
de otros males que van de la brutal crisis económica a la xenofobia.
La situación actual de Grecia no puede opacar su perenne impor-
tancia. Este ha sido nuestro motivo para hacer un homenaje a la
cultura griega en general.

De antemano agradecemos a nuestros lectores por su atención,


a nuestros colaboradores por el deseo de compartir su obra. No está
por demás recordar que está es una publicación en la que siempre
están las puertas abiertas. De nuevo no podemos sino decir: ¡Gracias
totales!
MINIFICCIÓN.......................................................... 5

ÍNDICE
Femme fatale
Agustín Cadena

Ensayo......................................................................... 6
Apuntes sobre la dicha
Dalí Corona

Relato.......................................................................... 11
Fantasmagoría de medianoche
Oscar Reyes

Poemas......................................................................... 16
Mirada distante a una isla del caribe
María Elena Ortega Ruiz

Perséfone
Jimena Ramírez

Kimera
Marco Antonio Meneses Monroy
20
Portafolio.................................................................
Adriana Marrufo

DOSSIER....................................................................... 33
Poemas
Aris Alexandrou: Escribir con las manos laceradas
Nota introductoria, selección y traducción de los poemas directamente
del griego por: Guadalupe Flores Liera

Silvia Plath
Dos hermanas de Perséfone
Rodrigo Círigo

Ensayo
De Zero a Hero
Laura Sofía Rivero

De la reflexión como esperanza


Israel J. González S.

Publicación Bimestral Portada: Javier Márquez


Año 2. Número 8. 2013. Contraportada: Adriana Marrufo
Octubre-Noviembre
Contacto: Correo electrónico.
elcomite1973@gmail.com
Facebook: www.facebook.com/revistaelcomite1973
Issuu: http://issuu.com/revistaelcomite1973
Minificción Minificción

Agustín Cadena

La irresistible, la seductora Aracné pasó largos meses tejiendo su trampa.


Cuando por fin cayó una presa, chasqueó la lengua y quiso saltar ense-
guida a devorarla. De pronto sintió que tropezaba y cayó y se rompió la
boca. Entonces comprendió: mientras tejía se había ido enredando las
patas en su propia creación.

5
ensayo ensayo

Dalí Corona

Durante su juventud, mi abuelo perteneció al ejército mexicano, decía que lo


único bueno de haber estado ahí, fue que aprendió a armar y desarmar pisto-
las y uno que otro reloj. Al salir de la milicia pasó su vida arreglando relojes para
sobrevivir y mantener a su familia. Yo, el menor de sus dieciséis nietos, pasé las
tardes de mi infancia a su cuidado en un viejo cuarto de azotea donde, cuan-
do trabajaba, ponía una estación de radio que sólo programaba boleros: “el
Fonógrafo”. Llegada la hora de la comida, mi abuelo bajaba conmigo al co-
medor y antes de servirme prendía la televisión en el canal cuatro para ver la
película de las dos de la tarde. Así, mi educación sentimental, la obtuve del cine
de oro mexicano y de los boleros. Me acerqué al significado de la tragedia y la
desilusión al ver a Leticia Palma rechazar al compositor que la amaba profun-
damente, mientras Pepe el sabroso, interpretado por Antonio Badú, le cantaba,
“hipócrita, sencillamente hipócrita; perversa, te burlaste de mí. Con tu savia fatal
me envenenaste y sé que inútilmente me enamoré de ti”.

Lloré, también por primera vez, cuando escuché en la radio un bolero que me
ha seguido desde aquellos años y que esté donde esté, al escucharlo, me re-
gresa a aquel cuarto de azotea con mi abuelo y lloro una vez más. El bolero se
llama “Delirio” y es del compositor cubano César Portillo de la Luz.

En fin, que como dije, mi educación sentimental la obtuve de la televisión y del


bolero, así que supongo fue lógico que me dedicara, antes de hacer poesía, a
intentar hacer canciones. No hubo suerte como compositor, pero gracias a eso
me fue más fácil entrar a la poesía. Cuando llegué a Miguel Hernández y a Lor-
ca, pude apreciar de mejor forma aquellos versos que como las canciones, se
me quedaron en la mente y en el corazón. Luego, al estudiar a los modernistas
en la escuela, pude no dormirme en clase y en cambio, reproducir sus versos al
final de mis cuadernos.

Herida sombra, antología poética de Jorge Valdés Díaz-Vélez que este año pu-
blica Posdata Editores, en su colección “Versus”, es un sincero acercamiento a
la poesía amorosa, género poético por el que muchos lectores comienzan su
gusto por la poesía y en no pocos casos, su carrera literaria. Para gran parte de
los lectores de poesía, su primer contacto fue con algún poema amoroso, esto
debido a la cercanía emotiva que produce el verse reflejado en un argumento
tan conocido por todos como es el amor, motor del mundo y de los hombres.

Me parece altamente loable la tarea de un poeta que decide dedicar gran


parte de su obra a esta línea poética, ya que en estos tiempos tan vertiginosos
y volátiles, invita a replantearse ciertas cosas con respecto a la poesía amorosa,
me explico:

6
ensayo ensayo

Si entendemos que el corazón es el centro de la vida, reloj humano, lo llama sor


Juana; maquinaria que mide con perfección nuestro tiempo corporal, podemos
comprender mucho de su funcionamiento, pero también, y esto lo sabe cual-
quier mexicano que haya recibido su instrucción afectiva a partir de los boleros
y el cine, el corazón es el órgano del deseo (el corazón se hincha, desfallece,
se inunda, se eleva), tal y como se le maneja, aprisionado en el campo de lo
imaginario. ¿Qué es el mundo, qué es lo que el otro hace con su deseo? Esa es
la inquietud donde convergen los movimientos del corazón, todos los problemas
del corazón, y una de las interrogantes más grandes que hace girar al mundo.

Se escribe no sólo para dejar constancia de nuestro paso por la tierra, sino por-
que nuestro paso es único y vale la pena mencionarlo. Se escribe poesía no sólo
para dialogar con el tiempo, sino porque el tiempo del hombre es irrepetible; se
escribe poesía amorosa, no para prolongar lo vivido, sino para intensificarlo, ha-
cerlo lúcido y perfecto.

Herida sombra es la prueba inequívoca de esto último. El poeta Díaz Vélez ha de-
dicado gran parte de su obra a intensificar y a hacer lúcidos y perfectos esos mo-
mentos de amor que merecen ser salvados del olvido y del vértigo del tiempo.

NATURALEZAS VIVAS

Duermes. La noche está contigo,


la noche hermosa igual a un cuerpo
abierto a su felicidad.
Tu calidez entre las sábanas
es una flor difusa. Fluyes
hacia un jardín desconocido.
Y, por un instante, pareces
luchar contra el ángel del sueño.
Te nombro en el abrazo y vuelves
la espalda. Tu cabello ignora
que la caricia del relámpago
muda su ondulación. Escucha,
está lloviendo en la tristeza
del mundo y sobre la amargura
del ruiseñor. No abras los ojos.
Hemos tocado el fin del día.

Su poesía, dotada de un maravilloso rigor formal, trasciende al encontrar un ten-


so y justo equilibrio. Su hallazgo radica en encontrar el alma de las cosas, en
dotar de dignidad a las palabras y las cosas: nunca un cerillo por debajo de una
hoguera, nunca un océano por arriba de un río. Todas y cada una de las cosas
que nombra están a la misma altura.

7
ensayo ensayo
DOY FE

Donde dice la noche debe leerse el día,


donde aparezca sombra deben estar tus manos;
en donde diga brisa, ciudad que me abandona;
donde dice relámpago, memoria o travesía;
donde se nombra el fuego puede escucharse música;
el mar agonizante donde aparezca el mar;
debe decir la isla si puse ahí tu cuerpo;
la dársena o deseo, cuando la niebla diga;
debe quedar desierto donde escribí desierto;
diluvio, adonde tierra; el tren, en vez del túnel;
donde dice la playa debe decir tu sexo,
prolongación del viaje contra la luz confusa;
donde escribí la muerte, debe decir la vida;
donde dije la vida, debe decir la muerte,
máscara bajo mis huesos, desesperanza,
canto sin flor, presente simultáneo, destino.

Jamás elucubración verbal, malabar silábico que sólo maravilla y nunca alumbra.
La poesía de Díaz Vélez contiene el eco de la generación del 27, en especial de
Miguel Hernández, no se queda sólo en el canto a sus amores, trasciende al inven-
tar otros espacios, al olvidarse de la originalidad y sustentarse en el argumento de
lo auténtico. No hay nada nuevo bajo el sol, salvo que el sol que miro yo, siempre
es otro en otra parte.

ALFAMA

Atraviesa el amor, o lo que sea,


el mapa desdoblado ante los ojos
de la chica que aprieta en su bolsillo
una llave. Pasa el tráfico lento
y el espejo fugaz de la garúa;
cae desolación desde las nubes
encima de sus hombros y el destello
de su ajorca. Sujeta con firmeza
el tesoro metálico, aligera
el ritmo apresurado de sus pasos
sin mirar hacia atrás. La cerradura
queda lejos aún de su impermeable.
La puerta que ha de abrir tendrá el relámpago
de la pieza dentada entre sus yemas
y el secreto interior de la llovizna.
Afuera quedarán Lisboa y sus eléctricos,
los cálidos aromas del óxido del Tajo
corriendo inalcanzable hacia los puentes.

8
ensayo ensayo
La poesía, según López Velarde, es un ropaje, pero sobre todo una sustancia.
Es decir, que al cubrir la palabra se descubra su significado. En este sentido, las
imágenes de Díaz Vélez, descubren el significado real de las palabras. No corta
un verso sólo por cortar, encabalga para que el verso solo cobre vida, para que
brille. Su argumento retórico es sólo eso, un argumento que ayuda a potenciar el
espíritu del verso.

Al leerlo, me viene a la mente un poeta español que a últimas fechas se ha


convertido en un indispensable en mis lecturas, Gerardo Diego, y para ser más
exactos, el poema Insomnio, en el que hallo cierta resonancia con uno de Díaz
Vélez que, desde que leí la antología, me pareció cercano. El poema de Gerar-
do Diego dice:
Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.


Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
- cauce fiel de abandono, línea pura -,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

El poema de Vélez al que me refiero y en el que hallo cercanía, es el siguiente:

CUARTOS VACÍOS

Algo en la intimidad de las alcobas


guarda la emanación de lo que fueron
y son lo que ellas mismas contuvieron:
el hambre de una piel y las caobas

texturas de su voz, el paso aleve


del insomnio, las risas, el fracaso
que asumen los relojes del ocaso,
la cómplice embriaguez del sueño breve,

el olor de una noche y de la tierra


desierta en su lugar: cielos vacíos
y bocas que buscaron ser mordidas

9
ensayo ensayo
por el aire que asfixia nuestras vidas.
Hieren la soledad cuando se cierra
la puerta y sólo están sus muros fríos.

Ambos poemas, además de ser soneto, hablan de la imposibilidad de comuni-


carse con la amada, nos remiten al vacío nocturno que nos aqueja cuando re-
cordamos, o nos percatamos, que es imposible estar con ella. Además de eso,
ambos poemas utilizan como barrera el “sueño breve”, antesala del insomnio,
que es uno de los primeros síntomas de la locura. Si leemos con atención, ve-
remos que el final es lo que los hermana. En Gerardo Diego es, “Qué pavorosa
esclavitud de isleño,/ yo, insomne, loco, en los acantilados, /las naves por el
mar, tú por tu sueño”. El inicio del segundo terceto es no sólo la conclusión del
soneto, sino el reconocimiento cabal de lo fatídico: la soledad. En Vélez es el
mismo procedimiento: por el aire que asfixia nuestras vidas. /Hieren la soledad
cuando se cierra/la puerta y sólo están sus muros fríos. Otra vez la soledad.
Que manera tan maravillosa de nombrar a la amada: en lo etéreo, en el hue-
co de la ausencia. Sabemos que estamos enamorados cuando todas las co-
sas comienzan a tener el nombre del ser que más amamos, y sabemos que el
amor es bueno por que el dolor que puede producirnos nos recuerda que a
todo momento el corazón nos late, que estamos vivos.

Con cada apartado del libro descubrimos diversas formas de acercarnos al


amor y, contrario a lo que se pueda pensar, no nos confirma el sentimiento,
sino que lo amplía, lo traduce en una imagen que rompe y abre nuevas po-
sibilidades para el goce. Es sumamente interesante, pero no extraño, que un
autor dedique gran parte de su vida y su obra a la búsqueda del poema de
amor que trastoque el tiempo y genere empatía con el lector; interesante por-
que justo la proximidad de este argumento con los sentimientos puede ser una
trampa en la cual caer fácilmente, haciendo del poema no una obra necesa-
ria sino una fácilmente desechable, afortunadamente este no es el caso; y no
resulta extraño porque el poema, como declaración del tiempo, encuentra su
función más alta en la expresión más pura de afecto que tenemos: el amor. Sí,
el amor, porque la dicha también necesita celebrarse.

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relato relato
FANTASMAGORÍA DE
MEDIANOCHE
Oscar Reyes

Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?


Canto a Teresa, JOSÉ DE ESPRONCEDA

Del miedo obtuvo una fuerza que desconocía su propio cuerpo. Había
perdido el control de sus piernas, pero la autonomía que adquirieron le hizo
estar agradecido con Dios, pues así mantuvo la esperanza de seguir vivo; y
es que sólo una fuerza ajena a sí mismo podía despertarle el instinto de su-
pervivencia.

Consideró la estrecha similitud entre el sueño y la realidad: el miedo para-


liza en ambos casos; en cambio, en el intento de dar una carrera desespe-
rada, sólo es en el sueño que uno corre con todo esfuerzo sin lograr mucha
velocidad, o sin poder avanzar siquiera lo congruente con la prisa; al menos
así solía sucederle. Para alguien que siempre ha distinguido las diferencias
entre los sueños y la realidad, resultaba inútil comprar todo aquello como ba-
ratas ilusiones oníricas, porque su mente nunca había tenido la capacidad
de generar pesadillas que le evocaran el olor de la adrenalina y de la sangre,
ni nada como esos detalles que percibió cada vez que cruzaba las húmedas
calles a toda velocidad, o cuando daba intrépidos saltos para sortear los
obstáculos de su ruta improvisada. Por desgracia, nada era un sueño.

Continuó corriendo sin intentar detenerse mientras siguió escuchando la


carrera loca de las camionetas negras que iban tras de él. Los muros y el pa-
vimento le jugaban tretas tragándose el ruido para darle la sensación de sal-
vación, como conspirando para sabotear su fuga. Repentinamente, al más
mínimo intento por detenerse para contener el jadeo y así poder recuperar-
se, salían las luces altas a la vuelta de las esquinas de las calles. Al internarse
en un callejón, levantó las sospechas de un transeúnte que andaba por ahí.
Su evidente calidad de supuesto prófugo animó el desconcierto de aquella
persona para que ésta intentara delatarlo a gritos en cuanto escuchó a los
bólidos acercarse, Por acá, por acá. Acá está. No tuvo más remedio que
seguir huyendo, ya que nadie le auxiliaría en semejantes condiciones. Era im-
pensable confiar en el resguardo de los edificios que albergaban cualquier
negocio nocturno, pues se convertirían en su tumba si no les encontraba la
típica salida de emergencia que sólo la suerte de un héroe de película de
acción suele tener reservada. Aquí no sucedería así porque muchas veces
esa salida de emergencia suele compartir su puerta con la entrada.

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relato relato

Pensó que algo bueno ya había hecho en la vida para que, enmendado, pu-
diera mantener ese ritmo endemoniado. Tal vez era la gracia divina que, por su
misericordia, no se ocupó de sus blasfemias vomitadas durante el correteo. Por
lógica, advirtió que todo eso que dijo no fue a gritos, pero resonaron palabras
retumbantes desde su alma, Para algo estoy hecho… El cobijo que encontró
entre un inmenso montón de basura tras un tropiezo afortunado le bastó para
conservar el pellejo. Aguardó ahí mientras sus pulmones jalaban a bocanadas
el aire enrarecido del muladar, pero le era tan difícil usar la nariz por la aguda
pestilencia que su boca quedó abierta, dejando escapar un silbido gutural en
cada exhalación. Temía que su incontrolable temblor de brazos y piernas le hi-
ciera mover demasiado la basura como para elucidar su ubicación ante aque-
llos acosadores. Apretó los párpados y las mandíbulas tan fuerte como pudo
para contener los escalofríos. Le vino una jaqueca. De inmediato comenzó a
rezar.

Escuchó de cerca pasar las camionetas que iban escoltadas por una moto-
cicleta de la cual no había notado que igual le perseguía, como tampoco se
percató del tiempo que había permanecido allí acostado con media espalda
empapada por algún líquido descompuesto. La motocicleta dio un leve derra-
pe en cuanto pasó aún más cerca de él; luego, sólo una camioneta por detrás.
Mientras rondaban como zopilotes, intrigado, esperó a que pasara la segun-
da… Nada. Cuando decidió abrir los ojos lo hizo tan despacio que parecía que
esperaba lo peor. Era la luz de la lámpara de la calle la que le daba de lleno en
la cara y no la de la esperanza que se le iba apagando de a poco, porque así
son las travesuras del pavor. A pesar de que ya no oía más que el transitar nor-
mal de los contados automóviles, vaciló en levantarse cuando de pronto sintió
que la humedad le llegaba hasta los pantalones. Sabía que, de prestarse a la
incredulidad, se convertiría en una presa fácil, pues la obstinación profesional
de sus perseguidores los orillaría a regresar a esa calle donde yacía tirado entre
desperdicios, como dispuesto a tomar el sol. Para encontrarme tendrían que
peinar la zona con una pala mecánica. Toda esta basura los desalentará, eso
le gustaba pensar. Quién creería que de tal contaminación se puede obtener
el beneficio mismo de la salvación. Su cuerpo, que en parte quedó cubierto y el
resto a cielo abierto, fue recuperando el aliento. No se confió y decidió perma-
necer ahí todo el tiempo que fuese necesario, hasta que le abrazó el entumeci-
miento. Al mover la cadera, le vino un dolor punzante e insoportable a la altura
del riñón izquierdo, dejándolo paralizado por completo. Cuando pudo aflojar el
dorso trémulo, logró relajarse para hacer otro intento por incorporarse.

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relato relato

Recapituló lo ocurrido: Poncho y Gabriel fueron los primeros rezagados. De


Gabriel oyó un grito. Seguramente, lo atraparon, dedujo. Leticia tomó su pro-
pia ruta de escape, aunque anduvo junto a él antes de que la perdiera de
vista. De Lemus recibió una mochila durante el primer tiroteo que los separó.
Charly, el novato, iba por delante hasta que decidió guarecerse dentro de
una oscura vecindad que tenía sus rejas abiertas de par en par. Así la libró
para hacerse un testigo muerto de miedo, totalmente mudo. Nos vemos en la
central fueron las últimas palabras que le escuchó decir a Lemus mientras se
dirigía a los demás que se apresuraban en bajar por las escaleras del motel.
Oye, tú eres joven; contigo podremos evitar que destruyan nuestra informa-
ción. Cuida esto lo más que puedas, le suplicó Lemus en lo que le colgaba
al hombro la mochila entreabierta. Aunque estaba ligera, sintió la inmensa
carga de su contenido. Como no procuraron cerrarla bien, en la carrera fue
perdiendo las notas, algunas fotocopias de varios oficios, la cámara fotográ-
fica, la grabadora portátil y hasta una memoria USB. Trató de recuperar algo,
pero el estruendo de los disparos de armas de alto poder que rebotaban por
todas partes le hizo preferir su vida. Nada de lo que conservara la mochila
valdría su sacrificio. Lamentó la pérdida, mas no le quedó otra opción que
arrojarla al solitario arroyo vehicular de medianoche.

Maldita sea la invitación que me hizo Lety para venir a husmear en esa
vulgar rueda de prensa. Me cegó mi obsesión por seguir esas tetas. Qué ilu-
so fui al hospedarme en el mismo motel que los demás reservaron; imbécil,
todo por atajar la suerte de meterme en la cama de Leticia. Si no hubiera
ignorado el comentario del portero del motel que consideré desvariadas elu-
cubraciones…

Ay, joven. Sólo dígales a sus amigos que no se vayan a meter en problemas
con toda esa gente, que es de mucho cuidado… Y es que ciertas personas
se vuelven fantasmas antes de convertirse en meros muertitos. Aquí ya varios
se llamaron.

Maldita sea mi necedad por cazar la nota del año y permitir que el trabajo
me sedujera en plenas vacaciones… Vaya ingenuidad a pesar del advertido
peligro que todo esto representaba… Maldito mi egoísmo que me hizo infiel
a mi compromiso con la sociedad. No puedo creer que un periodista de mi
clase se prestara a semejante bajeza… Sin tener vela en el entierro, llegué a
la cita para reservar mi propio sepelio…

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relato relato

Nadie me ahorcará para dejarme colgado de un puto puente. Nadie me mu-


tilará, ni intentará bañarme en ningún ácido. Jamás. Antes dejaría que mi cuerpo
se pudriera en este apestoso lecho. Pero… para algo estoy hecho.

Se sentía bendecido por una cosa: por la basura misma entre la que se encon-
traba.

Flexionó la cintura para enderezar la espalda. El dolor aún era agudo; sin em-
bargo, ya no estaba dispuesto a seguir ahí. Quería palpar lo que tenía en el dor-
so mojado. Medio erguido, apoyado en una bolsa rellena de desechos sólidos,
logró llevarse la mano al riñón, pero el dolor le puso tieso otra vez. Palpó y notó
su mano completamente ensangrentada, creyendo tener enterrado un trozo de
vidrio. Aunque estaba empapado, no pensó que estuviese desangrándose, pues
su movilidad se conservaba regular; y por eso creyó que Dios no le abandonaría,
ya que sus escasas fuerzas le bastaron para abrirse paso entre la vasta basura has-
ta ponerse de pie a fuerza de gemidos. La sangre de la cabeza se le agolpó tan
fuerte que se atarantó. Se mantuvo en pie, constreñido, y al fin dio algunos pasos
para alcanzar a apoyarse en la acera. Por la calle pasaban los automóviles como
a cada diez minutos e iban tan rápido que no lo veían, o aceleraban en cuanto
lo vislumbraban; y es que su aspecto era similar al de un ebrio. Entonces, con tre-
mendo esfuerzo, logró alzar una mano para pedir auxilio hasta que se detuvo un
automóvil grande que le encimó las luces altas. Ayúdeme…, le dijo al conductor
que tardó un poco en salir del auto; y cuando lo hizo fue muy despacio. Oyó la
parsimonia de los tacones de unas botas vaqueras que se le acercaron. Ayúde-
me, por favor, imploró. Otra persona que salió del coche se mantuvo detrás de la
puerta del copiloto. Estoy malherido… necesito un médico, les afirmó. Al parecer
había otras personas dentro de la camioneta, y una de ellas apagó los faros. En
ese momento, trató de alzar la mirada para verles las caras, pero el dolor lo dobló
nuevamente y lo tumbó de rodillas. Distinguió el color del automóvil. Estaba segu-
ro que era una camioneta. Permaneció agachado mientras un segundo golpe
de sangre se le arremetió en la cabeza; el dolor fue aún más intenso. Presintió es-
tar alucinando, siendo esto la antesala de la pérdida del conocimiento. Las per-
sonas de esa camioneta negra seguían ahí, inmutadas, pero intentó comprender
que, ante alguien tan extraño, sólo trataban de tomar precauciones. La distancia
que conservaban ante él no les permitía ver su ensangrentada espalda, aunque
su mano enrojecida no los alertó en ningún momento. Sintió sobre la nuca sus
miradas contemplativas, tan frías como los cañones de unas pistolas. Su cuerpo
se venció hasta quedar tendido bocabajo. El lejano sonido de las sirenas de al-
gunas patrullas se mezclaron con el chasquido parecido al que produce el corte
de cartucho de una arma corta, mientras las imágenes del día anterior le vinieron

14
relato relato

desordenadas a la mente, haciéndole concluir que todo era una confusión, aun-
que esa razón no le explicaba las represalias tomadas en contra del grupo. Luego
de esa balacera de recuerdos sólo le quedó uno bien fijo: el del instante en que le
expresó a Lemus su parecer sobre la extraña manera en que se había desarrollado
la rueda de prensa de la tarde anterior, así como también había indagado sobre
la forma en que algunos colegas propalaron sentencias amañadas disfrazadas de
preguntas. A alguien no le pareció tal actitud. Y a todo eso, como si fuese una re-
gla de oro, la respuesta de Lemus le sería inolvidable hasta ese fatídico momento
de medianoche, Si sorprendes a uno… inquietas a todos.

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poemas poemas

María Elena Ortega Ruiz

Bordeamos al amanecer la costa de la isla que canta, para llegar


a la ciudad, el apacible mar de olas verde turquesa, de vez en vez
nos saludaba, al golpear la roca caliza. Sólo había que mirar al otro
lado del camino para ver el mar de pastizales, palmeras reales y ár-
boles cobijados por la hiedra. Rompimos el ritmo del paisaje cuando
hablamos y hablamos para tratar de explicar esa alianza entre un
sendero de cielos limpios y la tierra del tirano.

El sol estaba en lo más alto cuando entramos a la vieja ciudad. Nos


alcanzó el pasado, brotó con escozor el silencio. Moradas de puertas
abiertas, nos mostraron el abandono húmedo y rancio incrustado en
la piel de sus muros. Fue necesario atrasar el reloj para comprender
que su presente esta postrado sobre las lápidas de héroes ficticios.

Llovía y el calor al tornarse tibio permitió que voces sigilosas se aso-


maran para mirar las calles cansadas del ir y venir de extranjeros que
miran curiosos sus rostros de arena. Su voz enmudece pero las pa-
redes hablan entre contrastes de verdes y rojos: gritan a través de
pinceladas libres y los cuerpos inertes dentro de un trozo de cedro,
hablan al ser cincelados.

Al caer la tarde, hombres y mujeres se entretienen arrojando sus sue-


ños sobre la marea y desean que la corriente los lleve hasta donde
sol duerme. Algunos resignados, han dejado ahogar sus deseos, solo
esperan pacientes que el abrazo fraterno del caribe los consuele y
piadoso derroche su manto de agua, para salpicarles la herida con
sal. El viento suelta un olor a orines, esencia de quimeras atrapadas
entre los pliegues del innavegable mar de espuma.

La noche se vuelve carnavalesca, no hay caretas que cubran los


semblantes tristes: cantan sus sones y brazos con alas de telas multi-
colores vuelan bulliciosos. Un sollozo se apaga entre los sonidos del
bongó.

Hasta la madrugada, bailamos y cantamos en complicidad con ellos,


luego… guardamos silencio.

16
poemas poemas

Jimena Ramírez

Lo supe muy tarde


pero yo nací con el canto del buitre
resonando en mis oídos

El sexo, recién confeccionado,


ignoraba la fragilidad de sus instintos
jamás quiso entenderlos

El dolor
yacía oculto bajo los poros de la piel,
aguardando el momento en que lo nombraría
por vez primera

la seducción de la serpiente también acechaba


en el rincón menos esperado del universo

El cordón umbilical fue ese cadáver


que me trajo a la vida
la única promesa de retorno

Ya no lo recuerdo
pero el primer sonido que desgarró mis tímpanos
fue el lamento de mi madre
ese bramido que ella escondió en su vientre
y recordó años después
cuando la tierra se abrió como una herida
para engullirme

17
poemas poemas

Me lo dijo muy tarde


pero el día que partí
ella compuso una elegía
con la que cubrió a todo el mundo
Lo obligó a vestir un luto blanco
seco, amargo, gélido…

la seducción del dios llegó de golpe


sabía a frutos agrios y tierra quemada

Nací añorando el silencio que lo precedió


el que ignora la miseria de lo eterno

Crecí con las cenizas del mundo


bordadas a mis vestidos
aguardando el regreso del buitre,
la paz de quienes no han nacido
y nos miran desde arriba

Ojalá no lo supiera
pero la caricia de un dios
es la canción más triste
que jamás se ha escuchado

18
poemas poemas

Marco Antonio Meneses Monroy

Según Hesíodo
Refiere en su Teogonía
Hija de Ekidna y Tifaón.
Enorme, horrenda y cruel
Poseedora de tres cabezas,
La primera de león,
La segunda de cabra
Y la postrera de dragón.

Kimera, - continua Hesíodo -


No soplaba, lanzaba llamas ardientes,
Siendo muerta por Pegaso y Belerofonte.

Yo, la imagino majestuosa


Madre ideal para Esfinge,
Eterna como el sol, única.

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Adriana Marrufo muestra en este portafolio parte de su trabajo en papel
florido en la colección pictórica Xochiquetzalamatl de la raíz náhuatl del
sufijo amatl representa al papel, soporte orgánico con el cual la artista ex-
plora la técnica del grabado y evidencia la amplitud de recursos y varia-
bles de impresión. El contenido encarna mariposas prehispánicas y colo-
ca a la naturaleza como “materia de transformación”. Xochiquetzalamatl
alude a la sutileza de las mariposas en vuelo, pero también a las hojas
maduras que caen de los árboles cubriendo calles, banquetas, camello-
nes o parques urbanos; objetos que al ser recontextualizados de manera
artística, activan la posibilidad de diversas lecturas estéticas.

Adriana Marrufo nació en el Distrito Federal pero circunstancialmente llegó


a Hidalgo para estudiar la licenciatura en el Instituto de Artes de la UAEH,
donde hizo artes visuales, de igualmanera estudió la maestría en la Escuela
Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la UNAM.

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poemas poemas

Nota introductoria, selección y traducción de


los poemas directamente del griego por: Guadalupe Flores Liera

En Grecia los años posteriores a la segunda guerra mundial y a


la cruenta ocupación alemana son conocidos como “los años
ESCRIBIR CON LAS MANOS LACERADAS

de piedra”. Esta época se caracteriza por el tutelaje inglés, que


pronto pasó la estafeta a los estadunidenses. Los ingleses pro-
movieron y apoyaron la instalación de un gobierno de derechas
en Grecia, afín a sus intereses en el Mediterráneo oriental, e im-
pusieron como condición a la ayuda para la reconstrucción del
país la eliminación de los comunistas, quienes habían asumido la
defensa del territorio ante los nazis, en contraste con el gobierno
oficial que se exilió en Egipto. De esta manera, el final de la se-
gunda gran guerra dejó en Grecia el camino abonado para la
guerra civil que la sucedió.

Aris Alexandrou, espíritu independiente, crítico y lúcido, sufrió por


sus ideas el exilio y la cárcel, pero además la execración de sus
ARIS ALEXANDROU:

propios compañeros de ideología, sobre todo los afiliados al Par-


tido Comunista, porque chocó con el dogmatismo de que hicie-
ron gala, además de con la política de concesiones y el doble
discurso.

Este autor creó una obra sólida a contracorriente de todas las


imposiciones. Su obra se enmarca en la posguerra y, sin formar
parte de grupo alguno, su nombre figura al lado de otros auto-
res ─como Manolis Anagnostakis, Tasos Livaditis o Giannis Ritsos─
que, como él, se empeñaron en permanecer fieles a sus princi-
pios: la dignidad humana, la libertad de pensamiento.

Aris Alexandrou (seudónimo de Aristotelis Vasiliadis) nació en Le-


ningrado en 1922, su padre era griego y su madre rusa. Cuando
él tenía seis años la familia se estableció en Grecia, primero en
Tesalónica y poco después en Atenas. Cursó la educación me-
dia en el Colegio Varvakeio. Abandonó los estudios universitarios
de Ciencias Económicas y se dedicó a escribir artículos y tradu-
cir, básicamente del ruso para la editorial Govostis, desde 1943.
Es traductor de Dostoievski, Tolstoi, Chejov, entre otros, además
de muchos autores ingleses, estadunidenses y franceses.

En la juventud formó con unos amigos un grupo de orientación


marxista, con ellos participó en la Resistencia contra los alema-
nes. Luego se integró a una organización comunista, de la que
se desligó unos años después por diferencias inconciliables. En
1944 fue arrestado por los ingleses y enviado a un campo de

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poemas poemas

concentración en África del Norte. Durante la guerra civil griega


(1945-1949) estuvo en el exilio en islas de castigo griegas: Moudros
(1948-1949), Makrónisos (1949), Agios Evstratios (1950-1951). Du-
rante quince años vivió la persecución y el exilio y fue confinado
en cárceles para prisioneros políticos por negarse a renegar de
sus convicciones políticas.

Por no haber hecho el servicio militar fue condenado a diez años


de prisión; las autoridades obviaron el hecho de que no se pre-
sentó a filas por hallarse en el exilio. Estuvo en la prisión Averof y
luego en las islas de castigo de Egina y Giaros. Considerado un
insumiso permaneció encarcelado hasta 1958.

Poco después de ser liberado contrajo matrimonio con Keti Dro-


sou. Cuando los coroneles impusieron la dictadura en Grecia me-
diante un golpe de Estado (1967-1974) se exilió en París, para evi-
tar nuevas persecuciones.

Su poesía se caracteriza por un fuerte carácter autobiográfico,


en ella relata sus experiencias como perseguido y encarcelado,
además de su decepción de los dirigentes políticos y, sobre todo,
de sus líderes ideológicos, a los que fustiga con ironía. Recibió
fuerte influencia de Mayakovsky.

Es autor de: Todavía esta primavera (1946), Travesía No Rentable


(1952), Rectitud de vías (1959), Poemas 1941-1971 (1972); la cró-
nica La rebelión de Kronstandt (1975); La colina con el surtidor
(guión basado en la obra teatral de G. Ritsos del mismo título)
(1977); Hablando en plata (1937-1975) (1977), y de la novela El
arca (1975), considerada la obra tal vez más importante de la
narrativa de posguerra, en donde vierte la experiencia del des-
engaño ante el fracaso de la ilusión de construir una sociedad
justa.

Los años en París fueron muy duros para él y su esposa, mientras


ella limpiaba casas, él realizó todo tipo de trabajos desgastan-
tes, desde mozo de tiendas, hasta limpiacalles, velador, mesero,
transportista de libros, lector de autores rusos para editoriales. Vol-
vía a casa con las manos heridas, agotado y robaba horas de
sueño para poder escribir y organizar su obra. Murió de un infarto
el 2 de julio de 1978, tenía 56 años. Alcanzó a ver la edición en
francés de su novela El arca. En 1962, en el Festival de Moscú, re-
cibió el Premio por la Paz.

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poemas poemas

VENTANA

Aquí la luz es dura


se vuelve difícil atarla junto con las cortinas en el extremo de la ventana
y en el antepecho una flor
igual que un heliotropo se vuelve al Primero de Mayo del año pasado.

Cuando comienza a anochecer


permaneces ahí de pie contando los barcos cargados de huesos
la transformación de la zona muerta que vuelve fosforescente a la lluvia
cual marfil olvidado.

No te decides a mirar de frente a la calle.


Nuestra voz no es siquiera una gota
una gota que levantaría la ola
para cubrir un guijarro.

Una hoz lunar siega farolas.

Esperamos a que alguien


nos enseñe cómo silban las cañas en los dedos del viento
cómo el día se convierte otra vez en día y la estrella en estrella.

Esperamos que la luz penetre por la ventana


como un beso de mujer por entre la camisa rota.

ASCENSO

Todo fue maravilloso ayer por la noche


tanto que el mar se cristalizó en las rocas
y se volvió sal
tanto que las nubes se cristalizaron en lo alto del cielo
y se volvieron estrellas
tanto que nuestro silencio se cristalizó aquí abajo
y se volvió beso.
Todo fue maravilloso ayer por la noche
nada más que tal vez llegaron con algo de retraso
como llega al caído en combate
la orden de ascenso a cabo segundo.

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poemas poemas

PROCURA

Procura que tus versos se unan


a las articulaciones de las duras palabras precisas.
Esfuérzate para que sean una extensión de la realidad
igual que cada dedo es una extensión en tu mano derecha.
Únicamente así lograrán como la palma del médico
hacer que se recuperen a bofetadas
quienes se desmayaron
al enfrentar su rostro vacío.

EN LAS PIEDRAS

Y sin embargo no me suicidé.


¿Han visto alguna vez a un abeto descender por su propio pie al aserradero?
Nuestro sitio está aquí en este bosque
con las ramas podadas los troncos semicalcinados
y las raíces hundidas en las piedras.

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ensayo poemas

Hay dos jóvenes: dentro de la casa


se sienta una de ellas, afuera la otra.
Todo el día, un dueto de sombra y luz
resuena entre ambas.

En su oscuro cuarto revestido de madera,


la primera resuelve operaciones
con un artilugio aritmético.
Secos tictacs marcan el tiempo

con cada suma que completa.


Sobre esta empresa estéril
se clavan sus bizcos ojos de rata astuta,
su magra complexión de raíz pálida.

Broncínea igual que la tierra, la segunda yace;


oye los tictacs como soplos de oro
o polen en el viento iluminado. Adormecida
cerca de un lecho de amapolas,

ve cómo el fulgor rojo seda


de sus sangrientos pétalos
centellea abierto a la espada del sol.
Arriba de aquel altar verde,

libremente convertida en la novia del sol,


la segunda crece deprisa con las semillas.
Sentada en el pasto, orgullosa de su labor,
da luz a un rey. Amarga

y cetrina como cualquier limón,


la otra, virgen mordaz hasta el último momento,
va hacia la tumba con los despojos de su carne;
esposa de los gusanos, pero no una mujer.

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ensayo ensayo

DE ZERO A HERO !"#$"%&'()"%*+,-$'%

Los dioses descontinuados andan entre los hombres.


A veces una uña
les recorre la espalda:
es el miedo, transparente y helado,
de que los hombres vuelvan
a creer que sí existen.

Eduardo Casar, Dioses que no.

Las figuras mitológicas griegas forman parte de nuestra “cultura gene-


ral”. Sabemos que Zeus es el dios del rayo, que Neptuno domina los
océanos y que Hades, como un paria desolado, el inframundo. Sin em-
bargo, estos conocimientos frecuentemente son adquiridos de segunda
mano y, por esta razón, acuden a nuestra mente las imágenes vistosas
de las películas Disney, los personajes del manga de Kurumada y un sin-
fín de representaciones y recreaciones más.

Pareciera que la inmortalidad de los dioses se justifica en este afán por


continuar sus historias míticas sin importar el momento histórico. Zeus, tan
voluble como Zelda Fitzgerald, pasa de ser un padre bonachón de me-
jillas rosadas al anciano terrible e iracundo que goza de su poder y do-
minio sin mesura. Tantos disfraces que ha usado a lo largo de los años lo
confunden y a veces intercambia sus barbas con el dios de los judíos.

Porque lo que fue religión para los griegos se convirtió en un recipiente


donde se vierten los valores y frustraciones de cada época. Esta es-
tructura sígnica se matiza con las adaptaciones de sus elementos. Deja
entrever mucho más que un ajuste a las formas preestablecidas y, entre
sus bordes, se dibujan los sentidos que particularizan el pensamiento del
contexto en cuestión.

Basta con contraponer las dos versiones de Furia de Titanes: la primera


de ellas revela la imagen de un Zeus entronado, con areola dorada en
su cabeza, manto blanquísimo y barbas plateadas. De seguro le quita-
ron alguna cruz a su vestuario para no balconear el reciclado de sím-
bolos. Por el contrario, la cinta de 2010 presenta dioses de cejas angu-
ladas con una vestimenta que bien podría funcionar para alguna serie
de extraterrestres. Ellos dominan el mundo mediante objetos mágicos,
a veces imperceptibles, muy parecidos a los avances tecnológicos de

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ensayo ensayo
poemas

nuestra época. Si hubiera sido filmada en este año, no dudaríamos al ver a


Hades controlando sus huestes malvadas mediante una aplicación instalada
en un iPad gigante.

El ejemplo de Hércules, película animada para niños, es transparente en su


parodia. El personaje principal pasa por una transformación que lo convierte
en héroe verdadero. En menos de cinco minutos se narran algunos de los
famosos doce trabajos. Y ellos le sirven a Hércules lo mismo que algunos cua-
drangulares a la estrella de beisbol. Los motivos de su trascendencia quedan
hechos añicos, apilados bajo los autógrafos, las fotos y los muñecos de ac-
ción.

Liberar a los demás de sus pequeñas calamidades no tiene valor verdadero.


Salvar al cosmos de su fatal destino proporciona, al menos, un póster mucho
más grande que el anuncio de la Gran Manzana; la figura del fortachón se
dibuja en las estrellas del cielo y así se vuelve perdurable, como los símbolos
grecolatinos. No momentánea, como la de deportistas y cantantes famo-
sos.

Hércules hace lo que ni los dioses pudieron hacer. Sin embargo, la felicidad
está en aferrarse a la vida mundana y en no tener aspiraciones mayores a
encontrar el amor. Ni siquiera la eternidad es apreciable, el secreto de la
felicidad es afianzarse al mundo tangible y disfrutar el momento. Las castas
quedan anuladas mediante el mágico pase de manos que consiste en igua-
larse al ser amado. Nada más importa.

Porque la vida sin mi amada Meg, incluso la vida inmortal, estaría vacía. Y
con esta frase melosa el cierre de la película culmina en la mayor enseñanza
de nuestra cotidianidad: sujetémonos a los deleites y gozos sin importar lo
efímeros que sean. Luego que nadie se queje al escuchar que nos llaman
sociedad de consumo.

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ensayo ensayo

Israel J. González S.

En estos días tan aciagos, me vuelvo a preguntar acerca del aún para qué de
algunas prácticas humanas. Más asertivamente hablando, incluso ya no sobre su
finalidad, sino acerca de su permanencia, pues a pesar de que pueda parecer-
nos no ser demasiado clara se comprende, incluso sin saber muy bien por qué
pueda parecer extraordinario tal hecho o sea, en todo caso, una situación que
a nadie importe. Quizás, por esas razones tan distintas, uno se termine pregun-
tando a qué causas se debe tan tenaz supervivencia. Una de esas prácticas es
la reflexión filosófica. La pregunta al cruzarnos por la cabeza, no puede soslayar
el hecho de que este tipo de reflexión, ha perdurado alrededor de tres milenios,
por lo menos en Occidente.

Es en la cultura que hoy conocemos como griega, donde nace un pensa-


miento que trata de contestar las preguntas humanas trascendentales, sin ha-
cer uso del pensamiento mítico-religioso. No es que en los primeros balbuceos
de esta forma de interpretar el mundo, se haya desprendido por completo del
bagaje de los dioses y el mito, pues aún hoy existe entre nosotros, la duda de ha-
berlo hecho de una vez por todas. Sin embargo, aun cuando tales explicaciones
del mundo tengan un rasgo mítico, esas primeras filosofías tienen por lo menos, la
intención de ser de talante secular.

¿Cuál fue la intención de buscar respuestas a partir de una perspectiva crí-


tica? Si bien tal noción es demasiado problemática por su propio periplo en la
historia de las ideas, en este momento es útil como punto de partida. Crítica lo
entiendo aquí, no sólo como un análisis, sino también la duda como un malestar.
Los primeros diálogos platónicos tienen esa impronta, quizás de una forma no
muy marcada. Sin embargo, a lo largo del pensamiento helenístico tal malestar
no deja de estar presente. Muy probablemente esa fuera la razón por la que las
diversas corrientes de las escuela filosóficas post aristotélicas, tengan la necesi-
dad de dejar en claro su finalidad terapéutica.

Sin embargo, el camino de la reflexión filosófica comenzó en un momen-


to anterior. Si se quisiera ponerle una fecha de nacimiento más exacta con los
hechos, se podría remontar a períodos aún muy anteriores. Ya decía el poeta
Horacio que la poesía es la educadora de la humanidad. Asunto que fue insis-
tentemente reiterado a partir de la Ilustración. ¿A qué apuntaba Horacio con
esa afirmación? Hasta donde nos es posible comprender, parece que el poeta
latino señala que la creación de los dioses, del mundo y del hombre, había sido
recreada por el mito, es decir cantada y contada por los poetas anónimos del
pasado primordial. Afirma la poesía como la dadora de sentido y legitimidad del
estado de cosas en que vive el hombre. La poesía inventó el origen.

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ensayo ensayo

El interés que posteriormente tuvo la Ilustración acerca de la cultura griega, se propició


en un ambiente de escepticismo respecto a la mayor parte de los conocimientos y las
costumbres. La Ilustración no sólo fue un proceso de sofisticación tecnológica y científi-
ca. También fue el inicio de un proceso introyectivo humano.

Que se haya planteado continuamente la pregunta acerca de qué es el Hombre,


expresa la preocupación por no haber encontrado una respuesta concluyente, pues
cada nuevo replanteamiento, indicaba conocimientos recién adquiridos y por lo tanto,
aunque no dejaba de resultar inquietante, nuestra visión del mundo a pesar de ser más
sofisticada de forma progresiva –o por eso mismo-, sufriera de ajustes crónicos. Con la
Ilustración esta situación dejo de serlo y se volvió una característica del mundo. Muy al
contrario de los deseos del propio proyecto ilustrado, incluso a contracorriente. El Ro-
manticismo fue esa primera reacción consciente desde sus inicios de que el hombre
ilustrado era un hombre incompleto.

Ciertamente tal crisis de la visión anterior del mundo tuvo la intensión de compren-
derse secular. Esta situación fue una de las causas por las que el hombre ilustrado pudo
acercarse a la religión y al mito como un fenómeno social, convirtiéndolos a ambos en
objeto de estudio, no sin dejar de cuestionarse cuáles eran las razones por las que estos
fenómenos aún permanecían a pesar de todo, arraigados en el imaginario del hombre.
En ese momento incluso, los románticos se encontraban ante la posibilidad que no fuera
algo deleznable o superfluo en el hombre, sino que formara parte esencial de la huma-
nidad.

Esta posibilidad, que poco a poco fue convirtiéndose en certeza, se debe al revisar
de nueva cuenta las fuentes de la cultura occidental, sobre todo la griega. Este perío-
do no sólo contó con nuevas herramientas, sino con una disposición distinta: no desde
la certeza, sino a partir del aprendizaje. Sin embargo la esencia de este pensamiento
analítico ya se encontraba de forma germinal en la posición de Platón ante el pensa-
miento mítico, representado por el personaje de Sócrates. Y por otro lado mucha de la
obra aristotélica, se caracteriza por estudiar algunas de las típicas prácticas griegas. El
ejemplo más emblemático es ofrecer un análisis de la tragedia. La tragedia concebida
como una festividad ritual, y que Aristóteles, con su análisis termina por darle legitimidad
como obra literaria.

Es importante señalar que en estos estudios romántico-ilustrados, la perspectiva históri-


ca le otorga una ventaja respecto al pensador antiguo. Fueron los estudios de la cultura
griega durante los siglos XVIII y XIX, en concreto sobre la mitología, los que fomentaron
la idea de identidad nacional moderna. Esto causó un gran impacto sobre todo en

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ensayo ensayo

Alemania, que tenía en lo político y social, algunas situaciones similares a la que tuvo en
algún momento la cultura griega como el idioma – variantes dialectales-, y la relación
de varios estados independientes entre sí, pero más o menos homogéneos culturalmente
hablando.

La importancia de este hecho llevó a intentar comprender, cuáles eran los lazos que
efectivamente habían logrado una cultura homogénea en los múltiples estados griegos.
En muchos sentidos, el rasgo importante de esa unión consistía en sus mitos. Durante el
Romanticismo, fue evidente que la poesía, efectivamente había sido la educadora de
la humanidad, si se aceptaba la idea de que el mito, es Poesía. Una poesía sacra que
funda y legitima, es decir da sentido a la existencia de los hombres, porque no sólo habla
de la existencia en cuanto tal sino de sus fines. Los románticos, hombres ilustrados al fin
y al cabo, se vieron en la disyuntiva de plantearse un ideal mítico para salvaguardar un
proyecto nacional o, bien aceptar que el mito sólo podía ser objeto de estudio, y con ello,
comprender que el mito también está incrustado en la racionalidad, aunque sólo como
su detonante.

Saber algo no significa de forma necesaria que ese conocimiento sea factible en
cuanto a su posibilidad ejecutiva. ¿Cómo sería posible volver a ese estado de inocencia,
es decir a la experiencia del “mundo encantado”, después de la misma Ilustración? ¿En
realidad qué era lo que había provocado la reflexión respecto de ese mundo mítico? Para
el mundo occidental, ya le era imposible a pesar de todos sus esfuerzos volver a ese mun-
do mítico. En gran parte los sucesos que transformaron nuestra realidad durante el siglo
XX es una muestra de ese enloquecido afán. En ese aspecto nuestro mundo tiene rasgos
muy parecidos al griego, y a la actitud de la época ilustrada. Sólo que nuestra cultura está
veinticinco siglos por delante, es posterior a varias guerras devastadoras, y es un mundo
esencialmente injusto, aunque en este sentido no es muy distinto al de la antigüedad. Lo
que nos salva ahora como entonces a los griegos es la reflexión, aun si a veces no puede
ofrecernos consuelo, por lo menos, otorga la oportunidad de ser razonables sin ser cínicos.
No será mucho, pero para algunos será suficiente.

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