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Modelos de Orientación e Intervención Psicopedagógica

AUTOBIOGRAFÍA

YO SOY MAESTRA

Todo comenzó antes incluso de que mi hermano naciera,


cuando yo ni siquiera iba todavía a la escuela. Mi madre siempre me
ha dicho que me abalanzaba sobre los carritos en los que iban bebés
para besarlos y acariciarlos. Cuando yo tenía tres años, y después de
pedirlo incesantemente, mis padres me trajeron un bebé a casa y yo
me pasaba largos ratos observándolo o escuchando a través de la
puerta de la habitación en la que dormía para alertar a mi madre si
lloraba. Cuando creció un poco, me quitaba los juguetes y me
arañaba si no se los dejaba, pero yo no me enfadaba e incluso le
decía a mi mamá “Pobrecito, es que es pequeño y no sabe”…Luego
llegué a la escuela y mi vocación se disparó: “Cuando sea mayor
quiero ser maestra”.

Nunca tuve dudas, quizá porque tuve muy buenas experiencias


a lo largo de mi escolaridad, quizá porque tuve varias maestras que
daban buena forma a mis expectativas sobre la profesión, a las que
admiré y de las que todavía puedo sentir el afecto y la comprensión
que me inspiraban… yo siempre quise trabajar con niños pequeños y
enseñarles, potenciar su desarrollo y contribuir a su aprendizaje,
quise entenderlos, comprender cómo actuaban.

En realidad no sé dónde está la raíz, cuál fue el principio de lo


que soy hoy… pero hoy yo soy maestra. A pesar de que estoy
formándome para convertirme en psicopedagoga, nunca podré
desvincularme de mi “yo maestra”; es más, sólo me veo como
educadora infantil, que tampoco dudé en ningún momento que sería
mi especialidad.

Sin embargo, llegar a lo que soy hoy no fue fácil para mí, me
encontré en el camino con la oposición más fuerte que me cabía
imaginar. Mientras yo estudiaba la E.G.B., a mis padres no se les
ocurrió pensar que esas inquietudes hacia la docencia que yo
mostraba fueran a ser duraderas y creyeron que desaparecerían con
el tiempo. Sin embargo, llegué a B.U.P. y continuaba teniendo la
misma intención… A ellos ya no les pareció buena idea y se
esforzaron por desalentarme con las estadísticas de maestros en paro
y tratando de justificar que con mis buenas notas, yo debía acceder a
una “carrera mejor”.

A pesar de estar en plena adolescencia, yo no conocía opinión


más razonable y sagrada que la de mis padres, así que traté de
autoconvencerme de que tenían razón. Teniendo en cuenta que me
gustaban las labores administrativas y las matemáticas también,

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decidí matricularme en Administración y Dirección de Empresas una


vez superada la Selectividad.

Estaba claro que yo era capaz de aprobar aquello, de hecho lo


hice, pero con un sentimiento de angustia que revelaba que me
estaba traicionando a mí misma, lo cual era aún peor que traicionar la
confianza de mis padres.

Decidí afrontar el error y rectificar, proceso en el cual encontré


el apoyo de mi madre que era consciente de lo que me ocurría, pero
no el de mi padre, que aún hoy considera que pude ser “alguien más
importante en la vida”. No se lo reprocho, porque su propio nivel
socio-económico y su situación familiar le llevaron a abandonar la
escuela a una edad muy temprana y a trabajar desde los once años.
Él quería que su primera hija le permitiese alcanzar esos sueños a los
que él no había tenido acceso, sin darse cuenta, quizá, de que los
sueños de su hija eran diferentes.

Después de ese pequeño bache, reconduje mi carrera


matriculándome en Magisterio y disfrutando cada día de todo lo que
aprendía. Al acabar, me enfrentaba al paso más difícil, prepararme
para las oposiciones al cuerpo de Maestros que, con constancia y
actitudes positivas todos y todas somos capaces de superar. La
primera vez que me presenté aprobé pero no obtuve la plaza, por lo
que trabajé dos años como funcionaria interina. La segunda vez
conseguí la plaza y tras participar dos veces en el concurso de
traslados, ocupo ahora una plaza de maestra de infantil en un colegio
muy próximo al lugar donde vivo.

Veamos, pues, ahora, cuál ha sido mi trayectoria profesional


una vez accedí al cuerpo de maestros:

Comencé trabajando como interina pero nunca tuve que hacer


sustituciones, ya que desde el primer año pude cubrir vacantes. La
primera correspondía a una plaza de Educación Primaria en un CEIP
de linea dos de Ciempozuelos y supuso asumir la tutoría de un grupo
de 1º. Mi experiencia fue tan mala que creí haberme equivocado en
aquella decisión que tanto me había costado tomar. Descubrí que mi
formación universitaria no sólo era insuficiente sino que estaba
totalmente alejada de la realidad. Mi compañera de nivel estaba
también en su primer año de docencia y, por tanto, éramos dos
inexpertas ante un curso de alto grado de exigencia como es primero
de Primaria. Al menos nos teníamos la una a la otra y nos
ayudábamos experimentando en el aula las actividades y
comentando entre nosotras después los resultados. Contábamos
además con una enorme ilusión, que, a pesar de las dificultades, nos
llevó a desarrollar un pequeño taller de cuenta cuentos
conjuntamente en los dos grupos. Esa ilusión, entraba en conflicto
con mi desesperación ante situaciones que era incapaz de manejar, la
mayoría de ellas ocasionadas por un ACNEE al que, a lo largo del

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curso se le diagnosticó un trastorno de hiperactividad con


agresividad. Siempre agradeceré a los compañeros y compañeras
excepcionales que tuve aquel año que me ayudaran a afrontar cada
una de esas situaciones y, sin embargo, sentiré que aquellos alumnos
y alumnas no contaran con un mejor o una mejor profesional que
hubiera sabido resolver de otro modo los conflictos que allí surgían y
potenciar más su aprendizaje.

El segundo año de mi experiencia profesional, también como


interina, llegué con vacante de Educación Infantil a un CEIP de linea
dos de Parla. Allí elegí la tutoría de un grupo de tres años, muy
emocionada por poder aplicar algunos de mis conocimientos sobre
metodología en infantil que había creído no poder aplicar en el nivel
de primero. Y resultó que los principios metodológicos que yo había
estudiado eran ciertos, pero no lo era mi concepción sobre los
mismos. Es decir, necesitaba hacer una lectura previa del contexto,
de mis alumnos, de los recursos a mi alcance… para poder aplicar
aquellos conocimientos. Allí no conté con el apoyo de los
compañeros/as, porque era un centro en el que se trabajaba de forma
bastante individualista, sin embargo aprendí mucho de mí misma,
porque cada día analizaba mis aciertos y mis errores para poder
mejorar en ocasiones sucesivas. Logré motivar a alumnos que habían
tardado meses en superar el periodo de adaptación, logré conectar y
ganarme la confianza de madres que veían con recelo mi juventud e
inexperiencia, logré organizar y mantener una serie de normas en el
aula, que en un grupo de tres años no siempre es tarea fácil… En
definitiva, durante aquel curso aprendí a valorarme como maestra
sabiendo que aún me quedaba mucho por aprender.

Quizá por este último motivo al curso siguiente, tras obtener


plaza en las oposiciones y como funcionaria en prácticas en otro CEIP
de Torrejón de Ardoz, decidí ocupar la plaza de Apoyo a Infantil. Ello
me permitiría recorrer las aulas de tres, cuatro y cinco años y
observar las maneras de proceder de cada una de las maestras
tutoras de esos grupos. Ese fue mi verdadero trampolín en el que di el
salto hacia lo que soy ahora. Sin dejar de lado mis aprendizajes
anteriores, fui incorporando pequeñas cosas a mi repertorio o
modificando aquello que era susceptible de mejora. Analizaba con
espíritu crítico todo aquello que hacían mis compañeras dándome
cuenta de que si se ven desde fuera es más fácil buscar los aspectos
positivos y negativos de las diferentes actuaciones. Por otro lado, tuve
además la oportunidad de desarrollar un proyecto de animación a la
lectura en el que iba poniendo en práctica todo aquello que iba
aprendiendo.

Fue entonces, también cuando los proyectos de trabajo se


configuraron como la metodología más acorde con mi manera de
entender la enseñanza en Infantil y por eso trataría después de
trasladarlos al CRA Vega de Tajuña en el que me dieron la plaza
definitiva al año siguiente. Mis compañeras, nuevas también en el

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centro, acogieron bien la idea y, aunque mantuvimos la utilización de


los libros de la editorial manejada en el colegio, desarrollamos un
proyecto de trabajo trimestral con gran entusiasmo no tanto por parte
de las familias como por parte de los alumnos/as y de nosotras
mismas. El resultado fue tan bueno, que repetimos durante el curso
siguiente. En la escuela rural aprendí que el contacto afectivo que
mantenemos con los alumnos y alumnas es esencial, nos permite
individualizar nuestro trato hacia ellos y, esto sólo es posible, cuando
la ratio es reducida. Allí tuve un grupo de nueve niños y niñas de tres
años y de doce en el curso de cuatro años. Mi clase era una familia en
la que cada miembro tenía su rol y todos nos conocíamos
profundamente. De hecho, las diferencias individuales nos
enriquecían y lo que podía parecer problemático en un principio se
convertía después en algo positivo de lo que todos podíamos
aprender. Así ocurrió, por ejemplo, con una niña que se incorporó al
grupo el segundo año; no tenía límites, hasta tal punto que podía
parecer hiperactiva y no conocía forma alguna de lenguaje. Su
comportamiento resultaba molesto al principio, pero luego
descubrimos que era muy cariñosa y colaboradora, todos aprendimos
a comunicarnos con ella mediante signos y terminó integrándose
perfectamente en el grupo, reduciéndose casi por completo sus
conductas disruptivas. Esta situación, hubiera sido poco probable,
creo, en un grupo más numeroso en el que hubiera tenido menos
cabida el contacto afectivo entre los niños/as y más los conflictos por
la falta de espacios, de recursos o de atención individualizada.

El año pasado, que volví al centro de Torrejón en el que hice las


prácticas de funcionaria, tuve un grupo de veintitrés alumnos y
alumnas de tres años y resultaba imposible mantener el mismo
contacto individualizado al que podía llegar en el CRA con todos ellos.
Sin embargo, afrontaba cada día con la seguridad que me
proporcionaba la experiencia y con la incertidumbre que,
paradójicamente, también me proporcionaba la experiencia.

Este curso continúo con los mismos alumnos, pero ya tienen


cuatro años y sé que cada situación que con ellos se me presenta es
distinta, que necesito seguir formándome para renovar mis ideas, que
hay cosas que hice y que no volvería a repetir y que cosas que repetí
porque un día tuvieron éxito otro día no lo tuvieron. Hoy no soy la
misma maestra que ayer, pero tampoco soy la misma maestra que
mañana y espero que mi formación en Psicopedagogía me ayude a
ser mañana mejor que hoy. Así como espero que, si algún día ejerzo
como orientadora, el camino recorrido hasta aquí me ayude a no
cometer los errores que desde la inexperiencia podrían cometerse.

PATRICIA RODRÍGUEZ GALLEGO


FORMACIÓN Y DESARROLLO PROFESIONAL DEL EDUCADOR
4º PSICOPEDAGOGÍA

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