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Hacia el siglo IV a.n.e. Roma comienza a extender sus dominios sobre el Lacio y otras
regiones de Italia y en el 270 a.n.e. ya había llegado a dominar a toda la Italia
peninsular. Durante el siglo II a.n.e. expande su poderío fuera del ámbito de la
península itálica y tras las guerras púnicas (264 – 201 a.n.e.) la república romana
domina el Mediterráneo. Paralelamente se apodera de importantes territorios del
Oriente (antiguos reinos de Alejandro Magno) y Occidente (galos, hispania, entre
otros). Esta es la época en que se produce el tránsito de la república al imperio, el
cual se extenderá desde el año 30 a.n.e. hasta el 476.
Particularmente, bajo el reinado del emperador Augusto (30 a.n.e. - 14) dentro del
judaísmo y en tiempos de la diáspora en Palestina, surgieron varias sectas
religiosas, algunas de las cuales representaban religiones basadas en la espera de
un Mesías o salvador. En esta época, según la tradición, nació y vivió Jesús de
Nazaret, quien por su prédica universalista entre el pueblo hebreo – la cual no era
coincidente con el judaísmo - fue perseguido y finalmente condenado por los judíos a
ser crucificado por el poder romano – tal y como era común en aquella época -. Para
los judíos, que sufrieron más que ningún otro pueblo el yugo del dominio extranjero
(persa, greco-sirio, etc.) la espera del Mesías se convirtió en la piedra angular de la
religión, en particular, para algunas sectas, como los esenios (también conocidos
como silenciosos, o meditadores de los misterios) y los nazarenos. De una de estas
sectas, probablemente surgió en los primeros años de nuestra era, el cristianismo
original.
Si en la primera etapa de su desarrollo, la religión cristiana no fue más que una de las
tantas sectas judías que proliferaron en ese tiempo en Palestina, ya a fines del siglo I
se había fortalecido, sobre todo al incorporar elementos de origen no hebreo.
Es por esto que Engels planteó que la condición fundamental para el surgimiento del
cristianismo fue la formación del imperio romano.[2]
Los primeros cristianos sufrieron una gran persecución por parte del imperio. Pero a
comienzos del siglo IV, el cristianismo había logrado un gran número de adeptos y
representaba un verdadero peligro ideológico para el poder imperial de Roma. Bajo el
reinado de Constantino (312 - 361) y mediante el Edicto de Milán (313) el
cristianismo es reconocido como la religión oficial del imperio romano. Años más
tarde, en el 325, en el Concilio de Nicea se formularán los dogmas fundamentales de
la fe cristiana, quedando así fundada la Iglesia como Institución.
Se trata de una sociedad, en la cual una exigua minoría pudiente impone su cultura,
su visión del mundo, sus intereses sociales y económicos. En esta estructura social se
inserta la iglesia con plenos poderes como clase dominante, que se impondrá de
forma autoritaria y coercitiva, a través de la fe y las verdades eternas, por cuanto
tiene en su poder los instrumentos de “la salvación del alma humana”.
Prácticamente, toda la vida intelectual de la sociedad (la ciencia, el arte, la moral,
etc.) en fin, todas las formas de la conciencia social se subordinan a la religión. En
particular, la filosofía llegará a convertirse en una sierva de la teología.
En concordancia con su propia definición, la Escolástica (del latín scholae; escuela)
puede considerarse como la especulación filosófica que se cultivó en el feudalismo y
su desarrollo se asocia primero a la actividad de los conventos y luego a las catedrales
y universidades. Fue un movimiento doctrinal extenso, en conformidad con la
ampliación de la base social de la iglesia.
En esta etapa, nos encontramos ante una iglesia como institución ya consolidada, que
ha emprendido campañas (cruzadas) de las cuales ha salido victoriosa. Se intensifican
las luchas entre el poder imperial y el poder eclesiástico (entre el pontificado y el
imperio). Se caracteriza por una reanimación paulatina del comercio y de la vida
urbana. Surgen nuevamente las ciudades, en las cuales las catedrales y universidades
ocuparán un lugar importante en la transmisión del conocimiento y de la fe, como
reflejo de la nueva mentalidad que se va formando. Se observa un incipiente
desarrollo de la ciencia (aritmética, álgebra, astronomía) y la técnica (navegación,
óptica, ingeniería) por una parte, y por otra, del comercio, la artesanía y la
navegación, en gran medida gracias al intercambio con el Oriente y la cultura árabe,
producto de las cruzadas.
El siglo XII se caracterizó por un sensible aumento de los movimientos sociales de
carácter herético, lo que generó un amplio movimiento social de emancipación contra
la iglesia, que se manifestará a través de herejías populares (cátaros, albigenses,
valdenses, etc.), cuyo telón de fondo era la predicación de un ideal de vida religiosa y
santa, volviendo a la simplicidad evangélica del cristianismo original.
Como respuesta a este hecho, el papa Inocencio III ordenó una cruzada (1207 –
1214) de gran crueldad, que en gran medida acabó con los herejes, mas no con las
herejías.
La entrada masiva de las obras greco-árabes por medio de las escuelas de traducción
y recuperación filológica (Toledo, Nápoles, Roma, Oxford, etc.) trajeron al Occidente
europeo una fuerte influencia del pensamiento escolástico árabe y judío, mucho más
tolerante que el cristiano, con relación a la ciencia y a la relación entre filosofía y
teología.
Penetran en Europa las obras de Avicena (980 - 1037) médico y filósofo árabe,
conocido por su “Cánon sobre Medicina” y sus “Textos sobre Metafísica”, en los cuales
expresa importantes ideas emanacionistas y manifiesta la coeternidad de Dios y el
Mundo.
Por su parte, otro destacado pensador árabe, Averroes (1126 – 1198) más tarde será
conocido a través de su importante obra “Compendio de Metafísica”, en la
cual, imbuido del espíritu aristotélico, expresará importantes ideas, tales como la
eternidad del mundo y su infinitud en espacio y tiempo; la coeternidad de Dios y la
naturaleza; el carácter continuo y eterno del movimiento natural; el reconocimiento
de la materia como sustrato universal de todo movimiento y la teoría de la doble
verdad, según la cual, las verdades de razón no tienen por qué coincidir con las
verdades de fe.
Penetran también las ideas de importantes pensadores judíos, como Avicebrón (1021
– 1070), portador de una concepción sobre el mundo panteísta – emanacionista
y Maimónides (1135 – 1204) quien desarrolla especialmente el racionalismo
aristotélico, en su famosa “Guía de los descarriados”.
Por cuanto en esta época, sólo el papa tenía poder de decisión sobre la enseñanza de
la teología en la universidad, Inocencio III pretendió organizar esta enseñanza, de
manera que contrarrestase por todas las vías posibles, el peligro que suponía para la
teología el desarrollo desmesurado de la dialéctica y la irrupción desmedida del
aristotelismo.
En 1219 llegaría a expresar: “la inteligencia teológica... debe ejercer su poder sobre
cada facultad, de la misma manera que lo ejerce el espíritu sobre la carne, y dirigirla
hacia el camino recto para que no se extravíe”. Más tarde, Gregorio IX en 1231
lanzaría la consigna: “que los maestros de teología no hagan ostentación de filosofía”.
Como resultado de esta política del papado, la filosofía quedaría reducida al arte de
discutir y extraer consecuencias, partiendo de premisas sentadas por la autoridad
divina. Se trataba de lograr la unidad del cristianismo a toda costa, por motivos
sociales y políticos más que intelectuales.
Durante el siglo XIII se traducen todas las obras de Aristóteles al latín (ya fuera del
griego o del árabe), proporcionando la revelación directa de un pensamiento pagano
puro, hasta entonces desconocido casi en su totalidad.
Ya desde mediados del siglo XII se había desarrollado en Toledo una escuela de
traductores bajo el auspicio del arzobispo Raimundo (1086 – 1151), que había
empezado a traducir del árabe los Analíticos Posteriores, los Tópicos y las
Refutaciones de los sofistas. Por su parte, Gerardo de Cremona (muerto en 1187)
tradujo importantes tratados, como los Meteoros, la Física, Del cielo, De la generación
y corrupción, etc.
Posteriormente, el conocimiento del griego se extendió y se hicieron traducciones al
latín de la Metafísica.
Respecto a los franciscanos, hay que decir que San Francisco de Assís, fundador de la
orden, ya habìa dado un gran impulso a la vida espiritual. Entre sus seguidores, se
destacan Juan de Parma; Alejandro de Hales (1170 – 1245); Juan de la Rochelle
(1200 – 1245) y el ya citado San Buenaventura, conocido también como el doctor
seráfico, quien con sólo 36 años, llegó a ser general de la orden y enseñó en París
entre 1248 y 1255.
Entre los dominicos se destacan particularmente, dos pensadores. El primero fue San
Alberto Magno (1206 –1280) - doctor universal -. Iniciador del movimiento intelectual
de los peripatéticos cristianos, fue profesor de Teología en la Universidad de París, de
1245 a 1248 y lector en Colonia, de 1258 a 1260 y desde 1270 hasta su muerte.
El segundo Santo Tomás de Aquino (1225 – 1274) - también conocido como el doctor
angélico -. Discípulo de Alberto Magno, fue Santo Tomás quien en su pensamiento
expresa el esplendor y madurez de la Escolástica, por cuanto su sistema se presenta
como la síntesis intelectual más completa de la dogmática del medioevo.
Esta distinción entre filosofía y teología será el punto de partida metodológico, para
dar respuesta al problema de la relación entre la fe y la razón. Al respecto, Aquino
planteará:
1) La fe no anula la razón.
2) La ciencia divina no destruye la ciencia humana, antes bien, la perfecciona, la
dignifica, la libra de errores.
3) La razón es auxiliar de la fe, así como la filosofía es auxiliar de la teología.
4) La razón debe argumentar, demostrar, aclarar las verdades de la fe y debe rebatir
opiniones contrarias a la fe por medio de la argumentación teórica.
5) Las verdades de razón deben coincidir con las verdades de fe.
6) Existe una relación doble de concordancia y subordinación entre la razón y la fe,
entre filosofía y teología.
7) No existe contraposición entre la fe y la razón.
Así, según él, la idea preconcebida por Dios, la encontramos posteriormente en las
cosas naturales y por último, el entendimiento humano las elabora mediante un
proceso de abstracción.
3) Escolástica Decadente (fines siglo XIII – XIV).
El fundador de esta corriente fue Roger Bacon (1214 – 1294), conocido como “doctor
admirable”. De espíritu ardiente, fogoso e indomable, fue discípulo de Roberto
Grosseteste. En 1278 fue condenado por el general de la orden a la pena de cárcel y
estuvo recluido durante 14 años en las prisiones de la iglesia, debido
fundamentalmente a sus concepciones astrológicas, sus ideas en favor de la ciencia
experimental y por su denuncia ante la corrupción y falsedad del clero.
Otro de los maestros de Oxford es el franciscano Duns Escoto (1265 – 1308) “doctor
sutil”. De vida breve, nació en Escocia. Estudió Artes y Teología en las universidades
de Oxford y París, donde fue doctor en 1306. Fue excomulgado y expulsado de la
iglesia. Murió en Colonia en 1308.
1) Los universales son signos o significaciones, imágenes que representan a las cosas
singulares. El universal es siempre un predicado que puede decirse de muchas cosas.
Su universalidad consiste sólo en su función significante, por la cual el concepto es un
símbolo natural predicable de muchas cosas. Los universales existen sólo
subjetivamente, en el entendimiento humano y sólo en éste poseen realidad mental.
2) La naturaleza constituye la única realidad cognoscible por el hombre a partir de
la experiencia y es ésta la fuente de todo nuestro conocimiento (externa e interna).
3) Las verdades de la teología (unidad de Dios, su infinitud, su trinidad...) son puros
artículos de fe. No son evidentes por sí mismas. La teología constituye un acervo de
nociones prácticas, desprovistas de evidencia racional y validez empírica.
4) Declara insoluble y estéril, el problema de la relación entre la fe y la razón. La
filosofía tiene por objeto la naturaleza, mientras que la teología constituye un
conjunto de verdades prácticas sólo válidas para el creyente. Teología y ciencia se
oponen, así como la fe se opone a la razón.
5) Se pronunció contra el absolutismo y la supremacía papal, idea a la cual opuso la
propuesta de libertad de conciencia religiosa y de investigación filosófica.
6) Apelando a la tesis de la pobreza de Cristo y sus apóstoles, combatió al papado, en
particular al de Avignon, rico, despótico y autoritario. En tal sentido, planteó que el
poder absoluto del papa representa la negación del ideal cristiano de la iglesia como
comunidad libre, en la que el poder del papa sólo debe representar la libre fe de sus
miembros.
7) Planteó que al papado no le pertenece el poder absoluto, ni en materia espiritual ni
en materia política, por cuanto el poder papal fue instituido históricamente en
provecho de los súbditos y no para que les fuese quitada a ellos la libertad que la ley
de Cristo vino más bien a perfeccionar.
Como se ha podido apreciar, el nacimiento y desarrollo de las tendencias
nominalistas; la aparición del interés por el conocimiento experimental de la
naturaleza; el comienzo de la emancipación de las ciencias naturales del dominio de la
teología y la difusión de los conocimientos científicos incipientes, conducirían
paulatinamente a la disolución de la escolástica y proporcionarían el terreno fértil para
el surgimiento de las múltiples corrientes de pensamiento que aparecerán en el
Renacimiento.[4]
Disputa de los Universales.
El primer autor medieval que opinó sobre la cuestión fue Roscelino, que sostuvo la
tesis de que los universales son sólo una «emisión de voz», acentuando que los
predicables no son sino sonidos, (flatus vocis), nombres (fonemas). Abelardo,
discípulo primero de Roscelino y luego de Guillermo de Champeaux, se opuso
tenazmente a la postura de realismo exagerado sostenida por este último. Para
Abelardo, sólo existe lo individual, y sólo las palabras pueden ser universales; es el
significado lo que les da universalidad.
Al realismo se opone la nueva lógica de Guillermo de Occam. Igual como sostenían los
nominalistas anteriores, no existe nada fuera de la mente que sea universal; todo lo
que existe es individual. Para explicar, no obstante, el conocimiento, además de crear
un nueva teoría del conocimiento intuitivo del singular, crea una teoría lingüística de
los términos lógicos. Un término, un nombre, es una vox (voz), en el sentido de
producto fonético, o un sermo, o vocabulum, emisión de voz con significado; éste
convierte una vox en un sermo. El significado le llega a un término por la suppositio
simplex [sobre esta teoría véase Occam]: capacidad de un término para significar a
muchos individuos concretos. La mente posee la capacidad natural de convertir en
signo de muchos lo que ha sido conocido intuitivamente como un objeto particular.
Así, lo universal es sólo mental y, en los individuos, nada hay de universal o común,
de la misma manera que no hay «esencias». A un universal de la mente sólo le
corresponde, por una parte un nombre y, por otra, una colección de individuos.
Realismo.
(del latín realis, de res, cosa, objeto, realidad) Creencia en que existe un mundo
externo (realismo ontológico) y que puede ser conocido (realismo epistemológico).
Estas tesis pueden son una simple afirmación ingenua y acrítica, si no
se fundamentan más que en la aparente evidencia de los sentidos (realismo ingenuo)
o bien incluyen una fundamentación más o menos crítica. El realismo filosófico
sostiene con argumentos la existencia de un mundo real independiente del
pensamiento y de la experiencia, pero no afirma que percibamos el mundo tal como
es en realidad. Es, pues, ante todo, una afirmación de tipo ontológico (acerca de que
las cosas son), que implica una determinada teoría del conocimiento, así como una
teoría sobre la percepción (acerca de que las cosas no son tal como aparecen).
Nominalismo.
Según él, los universales no son ni cosas (res) ni simples fonemas (voces), sino
nombres (nomen, sermo) con significado, teoría que puede considerarse precursora
de las teorías de Guillermo de Occam, en cuanto trata los universales como entidades
lingüísticas y lógicas. Su afirmación, ambigua en realidad, de que en ética lo que más
cuenta es la intención o la conciencia le acerca también en cierto modo a Kant.
Bernardo de Claraval, reformador del Císter, se opuso decididamente al enfoque
dialéctico y racionalista de la filosofía de Abelardo, y los sínodos de Soissons (1121) y
de Sens (1140) condenaron algunas de sus tesis teológicas.
Tomás de Aquino (santo) (1225-1274).
Las ideas de Tomás de Aquino sobre el hombre son igualmente innovadoras, respecto
de las de Aristóteles: el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero el alma no
es la mera forma del cuerpo, que perece con él; es su forma, pero le da además el ser
y la individualidad: el hombre existe y es individuo por el alma, principio de vida
vegetativa, sensitiva e intelectual; cada alma posee, a diferencia de lo que sostenían
Averroes y Avicena, su propio entendimiento agente y su entendimiento posible; cada
alma es por lo mismo depositaria de su propia inmortalidad. La autonomía que
atribuye a la razón humana, aun siendo limitada, plantea en principio la posibilidad de
una auténtica actividad filosófica independiente de la fe que, no obstante, Tomás de
Aquino no llega a desarrollar. Escribió comentarios sobre diversas obras de Aristóteles
y practicó todos los géneros literarios escolásticos de cuestiones disputadas,
cuestiones cuodlibetales, tratados, etc.; destacan, además de las mencionadas, De
veritate y De regimine principum.