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O PALIM

SEGUNDO PALIMPSESTO
texto
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Contra la guerra

8 DE MARZO DE 2016

Regalo de cumpleaños
SEGUNDO PALIMPSESTO

Contra la guerra

8 marzo 2016

1
I
EL PALIMPSESTO DE MAI

2
1
Milán, Julio de 1812

C
orren tiempos de incierto desenlace. Se dan por liquidadas las
sólidas costumbres y las ciegas verdades con las que generaciones
enteras crecieron incólumes antaño.

Desde el regicidio del rey de los franceses a manos de los jacobinos (y tal
vez inspirados por los otros jacobinos, los del hospital de Santiago de los
Dominicos de París y sus teologales doctrinas tiranicidas) la
incertidumbre es la seña de identidad de las naciones y la guerra
permanente el azote más elocuente del viejo continente. Tal vez el
principal argumento de la política futura.

Italia entera
teme y llora:
los más
pobres lloran-
do por lo que
perdieron -lo
que es mucho-
y los privile-
giados sollo-
zando y cons-
pirando an-
gustiados por
sus prerroga-
tivas deroga-
das, que no le van a la zaga en pérdidas a los del estado llano; y aún unos
terceros, los idealistas partidarios de la novedad ilustrada, rumiando
amarga hiel y contrariados porque no avanzan lo suficiente los progresos
prometidos, cuando no retroceden a espuertas, consolidándose con la
suma de todo ello una nueva casta de oprobio y opresión tanto o más
tiránica de las abolidas (otros vendrán que malos los harán, que se dice).

Aunque en un futuro puedan cambiar las tornas en las altas políticas, es


evidente que ya nada volverá a su ser estable. Las nuevas ideas del
sensualismo y del jansenismo desbordarán el mundo tenido por sólido y
seguro. Quién sabe qué no veremos.

El emperador de los franceses ha cruzado en junio el río Niemen, camino


ya de Moscú, al frente de su imponente ejército y su cohorte de generales
engalanados y ufanos. Amenaza con tomar al asalto todo el imperio del
Zar Alejandro. Sólo Inglaterra, con su general Wellesley al frente y varios
locos desesperados y desperdigados como pollo sin cabeza se oponen al

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dominio completo de las botas militares de Bonaparte. Las ideas
revolucionarias que proclaman la destrucción de las tradiciones y la
instauración de novedades burguesas se apodera de los reinos y de los
corazones, aunque tamizadas por el capricho del tirano, con sus tramas
y embolismos, para desespero de los patriotas que vieron en el nuevo
orden la oportunidad para la libertad de sus propios pueblos.

En tales días de zozobra y en una pequeña sala de la biblioteca de Milán,


Ángelo relee viejos textos desechados por los franceses cuando saquearon
la ciudad y se llevaron a París todo lo que consideraron de su interés.

Desde hace unos meses, emboscado bajo la apariencia de un médico


acogido al mecenazgo del Conde Mellerio, sus secretos superiores le han
destinado allí, a la biblioteca de San Ambrosio, para intentar poner algo
de orden en el desastre venido tras el vendaval y el expolio sobre la ciudad
por los nuevos dueños.

Debe ordenar y catalogar cuanto queda en pie, incluidos los códices de


Da Vinci que no han sido incautados y gran parte de la antigua biblioteca
de Bobbio, que a juicio de los franceses no merece la pena por no
contener sino viejas historias de clérigos y peleas inacabables de
escolásticos, que en nada benefician al interés civilizador del nuevo
orden.

En el ajetreo de su trabajo metódico, Ángelo ha comprobado que, bajo la


escritura de un códice de actas conciliares y de viejos poemas medievales,
se encuentra el resto de una anterior escritura pagana, raspada y
aclarada para reaprovechar el pergamino antiguo.

Se trata de un viejo texto con fragmentos de correspondencia del


emperador de los romanos Marco Aurelio cuando sólo era un joven noble
de la familia imperial. Su eco vuelve ahora, poco a poco, a tomar vida y
frescor a la vista de Ángelo. Habla el texto de amores apasionados y
secretos por su maestro Frontón, una novedad que no se conocía.

Con paciencia y una esponja aplica el fraile al vetusto pergamino el ácido


gálico, extraído de agalla de nueces, como le enseñaron los expulsos
Padres Monteiro y Menchaca en Orvieto, antes del decreto de repatriación.

Allí van desvelándose las escondidas letras añejas, ocultas tras la


escritura superpuesta de viejos versos de Sedulio.

Con más cuidado aún transcribe las viejas grafías de tinta de goma y
ceniza para evitar su pérdida fatal.

Con emoción va entresacando lo viejo de lo nuevo, como si aquellos


vestigios véteros pudieran recobrar vida y hacer resonar ecos ya idos de

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un mundo esplendoroso y definitivamente finado, con todo lo bueno y
malo que del mismo se cuenta.

Ha comprobado il dottore Mai, que así es llamado, que hay otros muchos
textos sobreescritos en legajos y códices de la Biblioteca. Textos que solo
un ojo entrenado puede encontrar a la primera.

Ángelo, obviando lo escandaloso del contenido del fragmento que traduce,


piensa cómo conservar su secreto descubrimiento, pues quién sabe qué
podría pasar con los viejos palimpsestos si llega a oídos de la policía
política su existencia, o si otros sabios reunidos en el edificio ambrosiano
maquinan por envidia o por afán de notoriedad o por lucro para hacerse
con el hallazgo.

Mandó traer ayer otros muchos volúmenes olvidados a aquella mesa


donde ahora trabaja con empeño. Una labor hercúlea que requiere sigilo
y paciencia. Y fingimiento.

El ácido va haciendo el efecto deseado a medida que lo aplica sobre cada


página de pergamino. Su casi mágico efecto saca de las tinieblas escritos
de una cultura que se desvaneció en el derrumbe de su propio cimiento,
tal como ahora parece que empieza a pasar con la propia, que va cayendo
con estrépito por el empuje de los nuevos tiempos, el abandono del
respeto por las tradiciones y autoridades más veneradas y el
desmoronamiento de los saberes de siempre ante la prepotente claridad
de la historia natural y su método empírico y materialista y su aplicación,
más allá del mundo de los saberes, a la propia vida sentimental y material
de las personas, que ahora se ven sujetos de derechos imprescriptibles y
autonomía racional para gobernarse.

El emboscado fraile apila otros libros recogidos con urgencia en su


escritorio. Los amontona según su temática o su antigüedad. Los dispone
para otra jornada de despertamiento.

Ahora se lava las manos del polvo y el plomo desprendido de los viejos
códices sobrescriptos. Está declinando la tarde, lo que quiere decir que
también se desvanece la luz y no se puede ver con claridad en la Sala,
salvo con esas bujías que tan desagradable olor desprenden y tan poco le
gustan a Ángelo. Hace frío a su vez, pues se ha adelantado el otoño. Debe
apresurarse, ya que es la hora de cerrar.

Marcha Ángelo a su pobre pieza, a escasos doscientos pasos de la


Biblioteca, callejeando entre patios de altos muros, suelos sucios y
ladridos de perros. La puerta, algo desvencijada, cede al ímpetu de la
llave. Entra con cuidado el Padre. Cierra la puerta de su cuarto solitario
y húmedo y medita a solas mientras lee su devocionario.

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Al anochecer, sale despacio de su pieza hacia el Duomo, donde le esperan
otros Padres emboscados que le darán noticia de los trece hermanos
deportados de España y encerrados en Mantua, su maestro entre ellos.
Está por primera vez, emocionado, pero aterrado por el destino de
aquellos pergaminos que se encarga de desvelar, si llega a saberse su
contenido y pasan a ser presa de las intrigas palaciegas.

Camina aprisa y consternado entre vestigios del derrumbe de la antigua


Mediolanum, tantas veces saqueada desde Atila: hérulos y godos,
lombardos, francos, franceses, españoles... Consternado por la pérdida
de tantos tesoros que aún pervivían de los anteriores desaguisados y tal
vez convertidos en cenizas en los primeros días del expolio napoleónico.

Ángelo teme ahora a todo y a todos, pues se dice que medio Milán espía
al otro medio y las noticias de patriotas desaparecidos o encerrados
aumenta por días.

Teme la reacción del Papa Negro, a quien debe obediencia a pesar de estar
disuelta la Compañía en el Reino de Italia y en la mayoría de los pueblos
de Europa desde hace ya más de treinta años y de no constar él mismo
como miembro de la misma. ¿qué pensará Brzozowski cuando tenga
noticia del hallazgo de unos viejos textos paganos en la vieja ciudad de
Milán, bajo dominación de su enemigo Bonaparte?, ¿los mandará llevar a
San Petesburgo, donde mantiene la llama viva de la disuelta orden?

Teme también de la reacción de Su Santidad, ahora confinado por orden


del emperador en Fontainebleau, desde donde intenta mantener con su
frágil fortaleza la entereza de los creyentes que aún quedan y ha
declarado la excomunión de los obispos galicistas que obedecen a
Napoleón por encima de su magisterio divino.

Teme además que las noticias de sus palimpsestos lleguen al virrey de la


república italiana y al propio Emperador, empeñados en fundar su
atropello en la legitimidad del imperio romano de los paganos y el barniz
religioso de Constantino y del Sacro Imperio por aquel legado.

Teme, por último, las intrigas del emperador Francisco y de su ministro


Metternich, qué tiene miga que se disputen el vetusto imperio romano
germánico dos supuestos emperadores igual de ávidos y dispuestos para
la guerra y poco temerosos del Dios que dicen defender.

¿Qué será de estos viejos textos si entran en las disputas y cavilaciones


que han incendiado ya media Europa y amenazan con devastar la otra
media?

Cabila Ángelo preocupado y aterido por el frio del ambiente gélido de la


ciudad que empezaba a otoñar adelantadamente y huele a humedad.

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Llega al pórtico de la Catedral. Gira hacia la izquierda, hacia los
andamiajes que aún quedan de la inacabada obra que mandó hacer el
Emperador cuando se coronó con la corona de hierro de los viejos
lombardos. En aquella tramoya le espera otro fingido médico, este al
servicio del Conde Cardellino, hombre apocado y partidario en su día de
Beccaría y las novedades y, por tanto, poco sospechoso.

Suben ahora por la cuesta del barrio del Monte. Entran en el Cafe Greco,
donde no serán sospechosos, al haber fundado allí los ya finados
hermanos Verri, Beccaría y otros, en tiempos de los austriacos, la logia
del Puño y el periódico Il Caffe, desde los que denostaban a la religión y
animaban a las novedades de los enciclopedistas.

Allí podrán hablar sin miedo a ser espiados. Están en la propia boca del
lobo.

Se encuentra Mai fatigado y hambriento. Tres días sin comer son


devastadores incluso para las fuerzas y esfuerzos de un padre jesuita que
se finge científico partidario de las noveles y obsesionado por su pasión
de paleógrafo.

Conoce Mai las penurias de los explusos en Mantua y Orvieto. Las luchas
por subsistir a pesar de las privaciones y de la prisión impuesta por los
franceses a partir de la negativa de los padres a reconocer al Rey José en
España. Sabe del final penoso de su maestro, muerto hace ya más de
medio año en la tristeza y la soledad, y de la depresión general de todos
ellos, que se saben desasistidos de sus hermanos italianos, que los temen
por su número y de sus compatriotas españoles, que les acusan de todas
las conspiraciones. La perspectiva general para la Congregación no es
buena, pues los considera el Emperador como enemigos del imperio y
soldados de un soberano distinto, el Superior General de los Jesuitas.

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2
Otoño de 1812

ngelo Mai, de 23 años de edad. alto y corpulento. Nacido en

Á Schilparlo, región de la Lombardía, hoy república Cisalpina o italiana


por decisión del Emperador de los franceses. Hijo secreto desde
pocos años antes de la disuelta y no menos clandestina Compañía de
Jesús. Prófugo de Roma tras los hechos de 1808 y, como todos los frailes
de la época, profundamente desconfiado hacia la revolución. Ex-profesor
en Orvieto. Reputado por sus cualidades de paleógrafo en el pequeño
núcleo del saber de su órbita, la mayoría españoles a los que Napoleón
tiene desterrados en Mantúa o en Orvieto.
Que dice ser médico del convento de San
Ambrosio y oculta su verdadero estado por
consejo del Conde Mellerío que le protege.
De firme y recio rostro. Nariz tersa y
grande. Ojos escrutadores, vivos y
certeros. Maneras meticulosas y pulcras.
Grande vehemencia, genio violento.
Trabajador enérgico e infatigable. Frugal.
Apasionado. Pesimista. Celoso. Abatido por
la angustia del tiempo que le toca vivir y
sus esfuerzos. Paciente. Asustado.
Soberbio. Independiente. Culto como pocos.

Se debate ahora en el dilema de dar a conocer su hallazgo o silenciarlo.


De momento nada ha dicho a nadie y acopia su descubrimiento con avidez.
Teme por estos textos. Teme por su futuro propio. Teme por su vida.

Todos los allegados temen por su vida desde que el Emperador apresó al
propio Papa y los más contumaces libertinos anuncian y celebran el final
de la religión y sus supersticiones, tal como ellos dicen.

Traduce ahora otro texto recién rescatado del olvido mientras piensa en
la vigencia de su mensaje:

Sed me recreat et reficit Cn. Pompei, sapientissimi et iustissimi viri, consilium, qui
Pero me anima y fortalece el consejo de C. Pompeio, sapientísimo y justo varón, quien
profecto nec iustitiae suae putaret esse, quem reum sententiis iudicum tradidisset,
pensaba que no era propio de la justicia, a quien sometido a los jueces se había,
eundem telis militum dedere, nec sapientiae, temeritatem concitatae multitudinis
entregarlo a las lanzas militares, ni de sabios cometer la temeidad de la muchedumbre
auctoritate publica armare.
armar y dár autoridad

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Piensa en Cicerón, al que ahora traduce de otra hoja encontrada por
fortuna. Piensa en el Santo Padre. Piensa en Napoleón y la mecha que ha
encendido de la guerra sin cuartel. Piensa en Brzozowski y su
congregación provisional y a punto de caer. Piensa en el mundo que le ha
tocado vivir. En los disturbios y en la nefasta guerra: "es impropio
entregar hombres desvalidos como reos a la soldadesca y temerario
armar a la muchedumbre en nombre de la república, ya lo decía Cicerón.
Pero ese es precisamente el mal que nos asola y mucho se teme el Padre
que el estrépito de los ejércitos sea el sino de los nuevos tiempos.

Muchos desaguisados han hecho ya la guerra y las armas en los últimos


tiempos. El pueblo en armas, qué calamidad, en nombre de la razón y de
la búsqueda de la felicidad del género humano, que insensato y obsceno
desatino. Una promesa de felicidad que se derrite como azucarillo y se
vuelve su propia negación al toque de arrebato de las cornetas militares.

Recuerda la crítica mordaz, que leyó en el Convento de Roma de la mano


de Calvet, ese viejo maestro de la universidad de Cervera que hubo de
refugiarse en la Ciudad Santa tras la expulsión ordenada en España; la
crítica a que dicho Calvet se refería y ponía en boca del libertino Arouet.

“los que usurparon el poder supremo, desde los tiempos de Sila,


tuvieron ya ejércitos permanentes que pagaban con dinero de los
ciudadanos, más para sujetarlos que para subyugar a otras
naciones. Hasta el Arzobispo de Roma se paga su pequeño
ejército. ¿quién podría adivinar en la época de los apóstoles que,
andando el tiempo, el servidor de los servidores de Dios tendría
as sueldo regimientos y en la misma Roma?”

La guerra. La devastación. El desorden arbitrario y cruel. El sino del siglo


que amenaza con volver cenizas todo el legado del esfuerzo humano por
salir de la mísera condición de pobres diablos. Vuelve a su mente el impío
Votaire, al fin y al cabo, uno de los pocos de todos los filósofos
sensualistas que se ha atrevido a condenar todas las guerras sin
distinción “parece que habiendo Dios dotado de razón al hombre, debía
esta inducirle a no envilecerse imitando a los animales, y con mayor
motivo no dotándole la naturaleza de armas para matar a sus semejantes
ni del instinto de beber su sangre… Hay que convenir que la guerra
arrastra siempre en su séquito la peste y el hambre… Lo maravilloso de
esta empresa infernal es que cada jefe de los asesinos hace bendecir sus
banderas e invoca a Dios solemnemente antes de ir a exterminar a su
prójimo.”

Revisa sus textos latinos. Traduce de nuevo a Cicerón: la guerra es buena


para quien no la sufre.

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Le obsesiona el ruido de los cañones. Odia las marchas militares después
de las contiendas. Sufre el reguero de miserables que deambulan y
vagabundean, pobres, tullidos o enajenados, tras la debacle del campo de
batalla. Ha escuchado los relatos de las atrocidades que acompañan las
victorias de los soldados. ¿Cómo es posible todo esto?

Deplorable mundo que hunde su raíz en la extorsión y el poder de las


botas militares. Quia omnis caliga incedentis cum tumultu et vestimentum
mixtum sanguine erit in combustionem, cibus ignis. Pues toda bota
militar que pisa con
estrépito, todo unif-
orme empapado en
sangre serán para
quemar, pasto de las
llamas.

Ovidio dice también


Candida pax homi-
nes, trux decet ira
feras. Ora tument
ira: nigrescunt
sanguine venae: "la
paz tranquila
conviene a los
humanos, la rabia
salvaje a las fieras; la ira hincha el semblante: las venas oscurecen con
la sangre. Y en otro "pax iuvat et media pace repertus amor" la paz es mi
delicia, el amor en ella he encontrado"

Siente que el nuevo orden convertirá en dogma de fe los ejércitos y sus


tropelías y en constante trivial las guerras. En nombre de patrias
absurdas se sacrificarán pueblos a las armas y a la ambición de unos
pocos en dimensiones antes no vistas.

Lee ahora una carta póstuma, fechada dos meses atrás, de su maestro,
el Padre Ignacio Monteiro, quien acaba de morir. Dice en ella que a los
expulsos españoles les dejarán salir del presidio si juran fidelidad al
emperador. El Virrey, dice, les ha hecho llegar el mensaje de que "tendría
mucho gusto en que hiciésemos el juramento de fidelidad al emperador",
y que de hacerlo dispondrían de sus cosas y podrían vivir sin impedimento
ni molestias en Mantua y recibir una pensión igual a la que recibían los
otros jesuitas desterrados en Italia, unos cuarenta ducados por trimestre
y cabeza. Él, desde Ferrara, hace cuánto puede por los expulsos españoles
y portugueses, su nación de origen, pero emboscándose para no ser
delatado por colaborar con todos ellos. Cuenta por último que siente algo
de dolor en el pecho en los últimos días y teme padecer hidropesia y estar
en sus últimas.

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Siente Mai lástima por todos ellos y su dura condición, desterrados,
despreciados, desvalidos. Su otro maestro, el P. Menchaca, murió hace ya
unos años: Le echa de menos. No pudo acceder a una rehabilitación
honrosa como la del maestro Monteiro, ahora profesor en Mantua. Murió
antes de que se reconociera su valía. Afortunadamente, sus compañeros
pudieron rescatar gran parte de sus escritos y papeles y mandarlos a
lugar seguro antes de que la policía diera con todo en cualquier desván
pútrido.

Recuerda Mai cómo su maestro, a pesar de la tragedia de su expatriación,


y del clima general de recelo de su Compañía hacia la iluminación del
racionalismo, le hablaba con entusiasmo de Gassendo y de Renato
Descartes y del hereje Newton, y del capellán herejísimo de la reina de la
pérfida Albión Samuel Clarke y del tudesco Leibnitz, y de todos los
maestros españoles de menos de un siglo atrás, como Manuel Martí, y
Gregorio Mayáns, o el padre Isla, de su propia compañía, y otros de fuera
de ella, como Antonio de Codorniu, o el Agustino Enrique Florez, o el
benedictino Benito Feijóo, o el Franciscano Juan de Najera, o el Padre
Eximeno, o tantos otros que aceptaban las reformas y ansiaban la libertad
y la felicidad del pueblo.

Solía decir Monteiro que "la verdad no estaba en un solo sistema, sino
difusa y esparcida en todos, con mezcla de muchas proposiciones
dudosas o falsas". Y todo lo leía y acopiaba. Y ninguna afirmación le era
escandalosa, sino motivo de escrutinio y análisis. Y de todo sacaba
conclusiones de la que el mismo llamaba su nueva patria, la república de
las letras, donde ni reyes, ni tiranos, ni convenciones y ejércitos valían
nada y todo lo era la libertad del pensamiento y la vocación de verdad.

Echa de menos esa libre república, que tan poco duró, y ahora es
perseguida por el que llaman rey de los filósofos, Napoleón Bonaparte,
que más se sirve de burdos militares, zafios mamporreros y algún que
otro obispo complaciente que de verdaderos pensadores, y a todos estos
últimos desprecia, pues es la práctica de Napoleón la propia antítesis del
nuevo pensamiento.

Revisa ahora Mai otra carta, esta de la relación epistolar que mantiene
con un erudito y jovencísimo Giacomo Leopardi. Pide aquel que le corrija
y comente el poema que acaba de componer

Como un infante, con asiduo anhelo


Fabrica, de cartones y de hojas,
ya un templo, ya una torre, ya un palacio,
y apenas lo ha acabado, lo derriba,
porque las mismas hojas y cartones
para nueva labor son necesarias;
así Natura con las obras suyas,

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aunque de alto artificio y admirables,
aún no las ve perfectas, las deshace
y los diversos trozos aprovecha.
Y en vano a preservarse de tal juego,
cuya eterna razón le está velada,
corre el mortal y mil ingenios crea
con docta mano; que, a despecho suyo,
la natura cruel, muchacho invicto,
su capricho realiza, y sin descanso
destruyendo y formando se divierte.
De aquí varia, infinita, una familia
de males incurables y de penas
al mísero mortal persigue y rinde;
una fuerza implacable, destructora,
desque nació lo oprime dentro y fuera
y lo cansa y fatiga infatigada,
hasta que cae en la contienda ruda
por la impía madre opreso y enlazado.

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3
Cádiz, otoño 1812

E
n la ufana Cádiz, de la que el francés recientemente ha levantado el
sitio, el Doctor Gallardo acaba de salir libre de las mazmorras del
Castillo de Santa Catalina, donde fue llevado por los ataques de
aquél al clero en su libelo intitulado "Diccionario crítico burlesco". Allí
bien se ha descargado el Doctor del papel jugado por los religiosos y sus
doctrinas y amenazas en general y del nefasto peso de las jerarquías
eclesiásticas en particular y sus políticas: juegan en contra del progreso
de la nación y son caterva de despiadados buitres negros que no dudan
en cualquier traición en pro de sus intereses teocráticos y egoístas.

Hasta una sesión secreta del


Parlamento ha tenido lugar para
intentar expurgar la obra de quien fue
hasta no hace mucho bibliotecario de
las Cortes. Los obispos refugiados en
Cádiz, incluido el reaccionario nuncio
Pedro Gravina y el pro jansenista
Arzobispo de Toledo y Sevilla, Luis
María de Borbón, han ordenado
incluir el libro en el índice de los
prohibidos.

Escribe el Doctor con vacilante pulso,


pues su ánimo no está sereno:

Los duelos y quebrantos que la patria


padece, deben de antojárseles flores y perlas a ciertos santos varones
que, enseñados a recetar en carnes ajenas sendos y crudos azotes y a
salvo de las suyas, nunca piensan que cruje bastante recio el azote de la
desdicha. Rayos del cielo ven ellos serenos caer; y si los conjuran, no es
sino porque no caigan en su tejado; pues, aunque el mundo todo se
abrase, nada les duele mientras no les anda el fuego a quema-ropa, o
prenda a su pegujal. Con este género de indolencia hacia las ajenas
cuitas, que los hace sordos a los ayes de la humanidad, no sé decir bien
si por pique o mero floreo nos han tratado de meter en casa la guerra-
teologal, mas ominosa y mortífera aún que la napoleónica, que el tífus-
icteroídes, y que todas las plagas juntas de Faraón.

Siente que la ciudad de Cádiz, en su modernidad, verá tiempos peores y


que todo el trabajo sufrido durante el asedio por darse una constitución
que ilumine los derechos de la nación quedarán en hojarasca si nadie
combate las ideas de la superstición y desenmascara en sus barbas a la
frailuna.

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Pero sea cual fuere la causa, del efecto no hay dudar: la guerra tronó.
Días ha ya que mi corazón présago y leal me lo pronosticaba: siempre me
temí que desplumados los aguiluchos de Pirene, tendríamos por lo menos
que ponernos careta, cuando no andar a tiros, contra la negra banda de
los cuervos, que había de pugnar por sacar los ojos a los que ven claro,
para tener el orbe a media luz, o dejarle a buenas noches. La lucha de la
luz y las tinieblas había de renacer: lucha terrible y porfiada que apenas
deja tal cual respiro a las naciones, y que empezó con el mundo y con el
acabará.

Relee ahora el Doctor. Siente que le fallan las fuerzas, pero ha de


continuar, no puede arredrarse, pues afronta en breve un juicio por su
obra y quien se afloja se aflige.

Se siente chivo expiatorio, pues arrecia la caterva de críticas de los Pedro


Iguanzo, canónigo bien comido y de mal fuste, y del Padre Alvarado,
furibundo y rancio escupidor de truenos y condenas, o el capuchino
Rafael de Velez, inflamado siempre y buscando dónde sacramentar a un
prójimo, o el jerónimo Agustín de Castro, que pide la hoguera como
remedio a nuestras ideas, y tantos más que parecen legión bíblica
enojosa.

En estas está cuando llega a su casa Andrés Gonzalo, hombre entrado en


años e intimísimo amigo, que tanto ha hecho para conseguir sacarle del
castillo penal donde venía encerrado.

-A las buenas, Don Bartolomé.

- Un abrazo lo primero, Don Andrés, que me alegra la visita. Pero buenas


son a medias, que aún temo el olor de la chamusquina.

- Más lejos que antes la veo yo desde que conseguimos que saliese usted
del presidio, que antes dábamos por seguro que los de la tea daban rienda
suelta a sus instintos y conseguían hacer otra vez una pira con un hombre
razonable.

- Ya pasó lo peor, verdad dice usted, pero ahora viene lo más cruel, que
no le va a la zaga, que he recibido esta mañana una cédula citándome a
juicio por aquello del libelo y mucho me temo que Sus Paternidades, como
es su costumbre, acudan al mismo con todas las insidias y retóricas que
aprendieron en sus conventos y puedan de nuevo amilanar a los jueces
con sus tiquismiquis.

- Agradezca Usted que los jesuitas todos hayan sido expulsados y no pueda
contar Ayala y los de su bando con la ayuda de sus doctrinas y presiones.

- Nada se fíe usted, ¡ojo avizor!, que muerto el perro no acabó la rabia,
que aún hay entre nosotros mucho emboscado padre negro de la mala

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ralea de los disueltos y mucho me temo que ahora vuelan las negras
sombras, haciendo de este caso una excusa para una causa general
contra el progreso, en pleno debate en las Cortes sobre la abolición de la
inquisición, que tanto les tiene airados.

- No sería la primera vez que la conspiración de los padres y los obispos


lleve al traste las aspiraciones de toda la nación. Y si rodean de sus
consejos al Rey deseado, si es que al final conseguimos echar a Napoleón
por los Pirineos y traer a Fernando, quién sabe si no volveremos a
desandar el camino hacia atrás y no restauran las regalías, los diezmos
y los privilegios todos.

- Usted mejor lo debe saber, que estuvo en lo del poblamiento de Sierra


Morena con Olavide, y conoció como se tramó todo aquello para evitar el
éxito del proyecto, y cómo Don Pablo fue condenado por la inquisición
merced de las conspiraciones de los Padres Jesuitas, ya expulsos
entonces pero aún con tanta influencia el el tribunal que fue su casa y
antojo antaño.

- Y tanto que lo sé, que aquel fue el aviso que demuestra de que las tornas
pueden cambiarse y que la tierra da muchas vueltas, y ellos, que tales
traiciones tramaron, tienen la santa paciencia y la conspicua habilidad de
medrar siempre y aprovechar cualquier rendija para meter el tóxico de su
difamación y la inducción de sus intereses en cuanta persona esté
dispuesta a escuchar su maledicencia.

- Ya lo dije en el libelo, ninguna mala idea, ni absurdo moral que se piense,


ha dejado de pasar por la mente y las doctrinas de aquellos jesuitas y
paternidades de otras devociones, y como sofistas cuentan con ramillete
de argumentos para sí o para no, según convenga, y bien que pueden
ahora tengan orquestada esta nueva querella contra mi persona para
apalear con ella a todos los patriotas.

- Y tanto de razón que lleva usted, don Bartolomé, que parece que el
Nuncio y veinte de los obispos gruñones refugiados en Cádiz preparan
una asonada mayúscula desde los púlpitos para evitar el debate de la
inquisición, que, junto con la petición de restauración de las regalías y de
reintegración de las órdenes religiosas y los conventos deshabitados, son
los tres ejes del carro con el que quieren encallar la Constitución y todas
las libertades que nos hemos de dar. Y anhelan con restaurar el viejo
orden. Pero necesitan, parece ser, un chivo expiatorio y puede que vuestra
merced lo sea de su antojo y a cabalidad.

- Y de qué modo, que no lo alcanzo a entender, yo puedo valer a tal fin.

- Porque dicen que sólo rehabilitando con toda su rotundidad el Santo


Oficio se pueden frenar los ataques impíos de vuestra merced y otros
menores, que han proliferado ahora, y para ello han hecho ramillete de

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sus afirmaciones que ven más ofensivas no a ellos, dicen, sino a la fe del
pueblo llano y al propio Dios.

-Voy viendo la jugada. A la verdad, ¿en que han de aburrir el ocio que los
atedia, tantos, taumaturgos como aquí se abrigan, viviendo exentos y sin
sujeción a coro ni campanilla? - En nada mejor que en figurar guerras
galanas contra infieles y herejes. Y a mi me toman por cebadero de
borrico.

- Y es que, querido amigo,


le ha dado usted material
sobrado para la pira que
preparan, que aún me
mondo cuando
rememoro la manera de
decir de los frailes que
compuso usted en su
diccionario, que de
memoria la tengo
aprendida “Una especie
de animales viles y
despreciables que viven
en la ociosidad y
holganza, a costa de los
sudores del vecino, en
una especie de café-
fondas (así llama a los
conventos el
diccionarista en el
artículo MONASTERIO)
donde se entregan a todo
género de placeres y deleites, sin mas que hacer que rascarse la barriga".

O cuando se refiere, sin nombrarlo por su alias, al que se dice filósofo


rancio, le llama usted fanático en sus narices y le retrata, y afirma que "el
fanatismo es enfermedad físico-moral cruel y casi desesperada; porque
los que la padecen, aborrecen más la medicina que la enfermedad. Y que
es como rabia canina que abrasa las entrañas, especialmente a los que
arrastran sotanas. Y que sus síntomas son cóleras. convulsión, delirio,
frenesí: en su último período degenera en licantopía y misantropía, en
cuyo estado, verdaderamente lastimoso, el enfermo se siente con
arranques de degollar a todos los que no sienten o piensan como él,
aunque sean de su misma sangre, máxime si chocan con sus intereses y
apetitos; y aun quisiera hacer una hoguera y quemar á medio linaje
humano".

16
O Aquella otra más rotunda, que dice de la inquisición "¡chitón!" y punto
y final.

- Y que no me retracto de desenmascarar toda la hipocresía que toma


nombre y excusa para cultivar sus privilegios en deterioro del bien común,
que ya lo dije en el diccionario, donde hice de ello especial prevención y
cuidado, pues ingenuo tampoco lo soy y me veía venir la furibundia.

- Y así es, que la leo y allí pone “Sepan cuantos la presente vieren, leyeren
ú oyeren, que jamás ha sido mi ánimo (¡ni Dios lo permita!) zaherir al
estado eclesiástico en general, ni a al menor de sus individuos que con
sus virtudes y ejemplar doctrina son la edificación de las almas fuertes,
aliento de las débiles, y apoyo de la justa libertad. Yo tiro solamente á los
malos de las varias jerarquías de la Iglesia, que en la triste Sion cautiva
vuelven a Dios y al rey las espaldas para atacar y seguir á Napoleon; y en
la desolada Espada libre mueven enconosa guerra a los buenos patriotas,
prevaricando la ley divina y humana hasta el estremo de querer convertir
el Congreso de las Españas en un Divan de Turquia, y la Biblia de Moises
en el Alcoran de Mahoma."

17
4

Cádiz, Enero 1813

M
i Querido amigo Don Bartolomé José Gallardo, doctor
respetado.
Yo, don Andrés de Gonzalo, en facultades mentales optimas, de
setenta y un años según creo, y sintiendo que ya he visto cuanto
debía ver, y que mis días llegan a su final, a mi amigo querido y
correligionario Bartolomé Gallardo, le hago memoria de mis inquietudes
y recuerdos por lo que puedan servirle en su peregrinaje por el juicio que
la frailuna le tiene preparado y en el futuro que vislumbro, no sin pena,
de privaciones y quebrantos para sí y para cuanto hemos creído y
compartido.

Alabo la reciente supresión del Santo Oficio de la Inquisición, dada por


las Cortes de esta Ciudad de Cádiz con valentía, pero con pocos votos a
distancia de los reaccionarios que asonaron para su confirmación.
Inquisición deplorable, cuya pésima vida tanto ha entristecido y
emborronado a las gentes de toda condición por siglos y en los últimos
tiempos, y que tanto he odiado desde el día en que los jesuitas y los más
obscuros y vetustos y despiadados y egoístas y malvados hombres la
usaron para acabar con Pablo de Olavide y el mayor de los experimentos
sociales de buen y feliz gobierno que se han conocido en el orbe. El cual
experimento bien se han encargado los enemigos de la libertad de extirpar
y arrasar y ocultar en la tiniebla y el olvido por el miedo que le tienen a
su imitación.

18
Son mis años muchos y los he sufrido con creces y los tengo ya muy
fatigados, pero bien que se me enciende aún la llama, que no se ha
apagado en ningún momento y en algunos se aviva a pesar de estar mis
carnes exhaustas, de la gran aspiración de felicidad para el género
humano.

Conocí a Don Pablo de Olavide a los 25 años de mi edad, en el año de


1768, cuando, atraído por los seis mil tudescos que Gaspar de Thurriegel
llevó al desierto de Sierra Morena para repoblarlo, acudí presto al reclamo
de maestros que se hizo para la instrucción de los hijos de los colonos.

En aquel entonces, acogido a la pragmática de extrañamiento, había


abandonado yo la Compañía de Jesús a la que había pertenecido y me
encontraba desarraigado de mi tierra alavesa para no ser reconocido
como uno de ellos.

Dejé triste y contento mis tierras amadas donde había profesado y


aprendido mi primera escolástica de la mano del Padre Menchaca y donde
andaba destinado ahora, El cual Padre Menchaca me aproximó a la obra
de algunos novatores y modernos de la Compañía, como el Padre Esteban
de Arteaga, y el Padre Antonio Eximeno, y el Padre José Francisco de Isla,
quien una vez expulsado escribió el drama de estos primeros exiliados
políticos, y el Padre Juan Andrés, y el Padre Pedro Montengón, y el Padre
Antonio Monteiro, con quien luego de la expulsión de los jesuitas de
Portugal y antes de la definitiva salida de toda la Hispania, tuve ocasión
de colaborar por un breve pero fructuoso tiempo.

Pero déjeme, querido amigo, que evoque los años previos a los que me
llevaron, benditamente a mi parecer, a la Sierra Morena en la que
descubrí no ya una vocación, sino la experimental constatación física y
empírica de que vivir en la felicidad y la armonía no era entelequia, pues
allí ocurrió en realidad palpable y sensible. Y siendo tangible la
oportunidad de la felicidad, por tanto, la privación de la misma en que
frecuentemente coexistimos no es fruto de la fatalidad ni de condena de
la naturaleza, sino obra perversa y deliberada de la intención que a unos
pocos aprovecha en perjuicio de los demás. Y si es maquinación de unos
pocos sobre los muchos, quiere decirse que con nuestros propios afanes
podemos arrumbar la servidumbre al museo de males del pasado infausto
y cruel. Y de suyo se colige que la razón no es de los vencedores, sino de
los vencidos, que antes o después saldarán y con creces la factura
finisecular de oprobio que arrastran.

De los años previos a mi marcha a Andalucía, puedo explicar que fui ya


de niño ingresado primero en la escuela de mi localidad de origen, por
así quererlo mi padre, Javier Joaquin, que tenía mucha devoción a dicha
Compañía y a su obra en nuestro pueblo de valles y nieblas, y luego,
durante el noviciado, juniorado y tercera probación, en los Colegios de

19
mínimos de Bergara y de máximos de San Ambrosio de Valladolid y más
después en el de San Isidro de Salamanca donde hice estudios mayores y
quedé por breve tiempo de ayudante del Padre Monteiro, y luego de vuelta
a las tierras de Alava ya como Padre para el cuidado de las almas de las
aldeas de la montaña.

Mi padre era hombre muy religioso y renegaba de la guerra. Contaba


historias terribles al respecto, pues el mismo fue mutilado en la batalla
de Bitonto, cuando participaba de soldado al mando del Conde de
Montemar en la guerra contra los austriacos. De sus recuerdos de
matanzas, torturas, violaciones, estragos y penalidades me viene, creo yo,
el odio a la guerra y a los ardores militares de los poderosos. pero
pasemos a otra cosa.

Recuerdo de todo ese tiempo


que pasé en religión tanto el
tedio de los días que pasan,
como las alegrías y travesuras
de chiquillos que íbamos
creciendo, hasta que a edad más
sazonada, me vino por obra de
mis preceptores, gente buena
pero tantas veces simple y sin
letras demasiadas, el aprecio
por cuidar y amar a la gente del
común, como ovejas sin pastor,
que mucho sufrían por las
desgraciadas inclemencias de
natura que nos dejaron varias
veces con grande sequía y
devastaciones y malas
enfermedades que los
diezmaban como a chinches
tratadas a escobazos.

Y luego, cuando empecé en el


Colegium de mínimos, en la
galante Bergara, y más aún en el de máximos de Valladolid y luego en
Salamanca, el despertar al mundo del saber y al influjo de profesores de
mi misma orden, que los he mencionado arriba de los que recuerdo, y de
otros autores de fuera, como el arcediano de Evora, el barbadiño como le
llamaban, Don Loys Antonio Verney, o del jurisconsulto Gregorio Mayans,
o el Agustino Henrique Flórez, o Don Gaspar de Jovellanos, o el Padre
Feijóo y otros tantos poblaron de ideas mi cabeza y de aspiraciones mi
espíritu.

20
Me familiaricé con los escritos de autores ingleses y extranjeros no muy
bien vistos por la mayoría de los hermanos, pero que por suerte mis
maestros manejaban con fascinación, como son Don Jhon Locke, genio
de la libertad, o Don Francisco Bacon, o el Padre Pierre Gassendi, o el
Abad Etienne Bonot de Condillac, o el Marqués Destutt de Tracy y otros,
todos estos por mí leídos de primera mano, y con la obra de otros autores
franceses, estos ya sin acceso a su obra original, pues estaba bien a
recaudo publicarla en todas las Españas, desde luego apestados por la
Iglesia como impíos y ateistas, como son Don Santiago Rousseau, El Noble
Aruet, conocido Voltaire, los enciclopedistas Condorcet o Helvetius, y o
tantos otros ilustres más que conocíamos por los hermanos italianos que
nos visitaban.

Del Padre Roque de Menchaca, de mi tierra vascongada, aprendí algo de


su amor a la paleontología y el descubrimiento que desveló de unos textos
romanos aparecidos en un códice polvoriento y anodino al que aplicó
alcohol de roble hecho por él mismo, códice que luego diré y que tenía
escondido el discurso de na noble dama romana negándose con las demás
mujeres al mal de la guerra y a pagar impuestos por ella, y que me dio a
conocer el ejemplo de otros hombres antiguos hicieron comunidad de vida
pacífica y feliz, y negaron vivir como esclavos y servir a las armas de los
poderosos, dando con ello perdido pero firme ejemplo que, según lo
estudiado por Menchaca, se ha continuado cuasi secreto pero imparable
a lo largo de los siglos.

Y luego en Salamanca, donde conocí al Padre Monteiro, de la nación


portuguesa y mi maestro, quien con su ejemplo me enseño a recelar de
la vanidad del mundo y a amar más la libertad que la imposición y más la
verdad que la doctrina y más la misericordia que la ira, y por encima de
todo ello, más la promesa del bien que la resignación de su ausencia.
También me enseñó su doctrina ética, cual él mismo la enseñaba, y su
amor singular a la libertad humana y al mundo griego y latino y sus
grandes esperanzas de crear un nuevo hombre con areté virtuosa y feliz
por medio de la paideia, de la educación y la práctica de la filosofía
racional que nos acerca al Sumo bien.

Pero contra la iluminación que recibía de estos, arreciaba la peste de


carcuncia y hollín de sus detractores y furiosos enemigos, que los
proscribían y denostaban con todos los improperios y acusaciones
imaginables, y con virulencia física incluso. Y en realidad eran la mayoría
de los hermanos jesuitas, tanto de mi convento como de otros muchos,
los que así conspiraban contra todo avance del saber que fuera más allá
de repetir las encorsetadas enseñanzas de Aristóteles y Galeno y las
doctrinas silogísticas de Santo Tomás, San Agustín o Suárez; el "odium
teologicum" propuesto por el Padre Luis de Losada para remedio a los
males del mundo que a su parecer padecíamos, y las exhortaciones que
nos hacían a todos con grandes anatemas e insultos por escribir en el

21
lenguaje de los indoctos y de las mujeres, despreciando el angélico latín.
Consideraban que éramos ya pasto de los mil demonios por dar de comer
a los pueblerinos ansias de libertad como quien da a un cerdo un
diamante, y otras tantas lindezas, incluyendo la que era santo y seña de
la Compañía, los Iñigos que nos llamaban: la insubordinación que nos
reprochaban a la primacía del Papa sobre los reyes y súbditos y el ius
resistendi que permitía conspirar contra el rey o autoridad cualquiera que
se opusiera a nuestros intereses.

Era esta furibundia poderosa y soberbia, y se extendía más allá de los


propios conventos, universidades y colegios mayores donde los
escolásticos estudiábamos y nos dividíamos en bandos, según
siguiéramos a los novatores y modernos o a los tradicionales y rancios, o
a los tibios; e iba la lucha a la misma calle, por la predicación y el sermón
incendiario de los Padres y Frailes de todas las órdenes y reglas en las
Iglesias de las aldeas y ciudades por donde proliferaban y se valían de la
ignorancia y los miedos de la buena gente. Y provocaban tumultos y
algaradas, como los muy famosos y tristes que a menudo protagonizaba
el Capuchino Diego José de Cadiz, con motines incluidos por la catarsis
de su incendiaria propuesta anatemizadora de cuanto le parecía novedad
o escándalo. Y usaban estas Paternidades de la delación y denuncia a la
inquisición de cuantos consideraban sus enemigos para así satisfacer su
intolerancia.

También los obispos usaron de su poder para enconar los ánimos y la


animadversión hacia los cambios que nuestros doctos y los filósofos
proponían a fin de salir del estado de postración y decadencia del reino.
Y así lanzaban, Domingo sí Domingo no, a campana tañida y matando
velas, sus cartas pastorales condenatorias e incitadoras de todas las
furias. Cartas que eran leídas en las misas todas a una población
analfabeta y cretinizada por la pobreza y las viejas ideas descabelladas. Y
son de escándalo así las pastorales, tristemente famosas y temibles, de
eminencias como el Obispo de Salamanca Felipe Beltrán y Casanova, que
luego apoyó la expulsión de los jesuitas dictada por el rey y fue nombrado
Inquisidor General, o el Obispo de Barcelona José Climent, que luchaba
con uñas y dientes contra toda novedad y atisbo de libertad y pedía
nuestra quema, o más adelante el de Cartagena Manuel Rubín de Celis, o
el de Valladolid, donde yo estaba, a la sazón, Monseñor Tavira, todos ellos
santo y seña de la crueldad más inhumana que puede considerarse.

22
Los principales
de los jesuítas,
tanto de nuestra
asistencia de Es-
paña como de las
de Francia o
Italia, gozaban de
gran prestigio y
poder dentro de
la propia cámara
real y en toda la
corte con sus
cortesanos, y así
los padres Dau-
baton y Roubinet
llegaron a ser
principales con-
sejeros y confe-
sores del Rey
Felipe, primero, y de su mujer la reina luego. Y durante su menor edad,
fue predicador de los Infantes el Padre Gabriel Bermudez, luego confesor
del malogrado rey Fernando. Y el padre Francisco Rábago, también
confesor del Rey Fernando hasta la caída del Marqués de la Ensenada, y
así tantos otros.

Y así mismo otros muchos secretarios, cancilleres y personas de


confianza eran manejados en oculto por los religiosos, mayormente por
los jesuitas y los capuchinos, que con su discreto sigilo movían entre
bambalinas los hilos del reino y en cuanto les era posible conspiraban
contra las reformas más radicales de los ministros regalistas del rey.

Sólo los Predicadores de Santo Domingo estaban exentos de todo lo dicho,


embarcados en un propio cisma interno con la lucha entre el Maestro
General, Juan Tomás Boxadors y el Provincial de la provincia de Occitania,
Padre Raimundo de Garralón, y las disputas que todo ello trajo, que casi
llegó a la desaparición de toda la orden y les consumía todas las energías
y malignidades con que estaba predispuestos los unos contra los otros.

Los de mi compañía, como he dicho, eran en su mayoría seguidores de


las doctrinas restauradoras y devotos de las escrituras de los más
furibundos profetas de calamidades, como las obras del Hermano
Ninnotte, y de los anatemas lanzados desde el Colegio parisino de Luis el
Grande por los padres Lallemant y Le Tellier en el Journal de Trevoux, y
de sus seguidores en España. Y aplaudían la obro exhortatoria y
condenatoria de los Padres Zeballos, y de Antonio José Rodrgíguez, de
Fernández de Valcárce o de Hervás y Panduro, por citar algunos de los
luego más conocidos y furibundos.

23
El clima de cerrazón era tal que, en lo que a mí respecta, estaba
mortificado por todas las intrigas internas y por el conocimiento de la
lucha por medios inmorales incluso que la propia compañía libraba por
imponerse como educadora, con su red de escuelas y universidades, de
la nobleza y de las clases más influyentes del país, para así gobernar
indirectamente el reino, pero sin tener en cuenta el hambre de los
desgraciados y avasallados vasallos del rey. Me deprimía el esplendor y
acomodo en que vivíamos y la poca ejemplaridad de todo ello con el propio
evangelio que predicábamos.

Me hacía gran tristeza el contraste de todo ello con la paupérrima vida de


la gente llana, que ni para llenar la barriga una vez al día con algo más
que sopas de ajo tenían, que malvivía en la miseria y la enfermedad, que
moría sin remedio de cuanto podía curarse con un poco de calor y algo
de carne, que se revolcaba en la ignorancia más absoluta y cruel,
degradándose a todo tipo de vicios y corrpuciones como si fueran lo
natural, que como súbditos menesterosos era tratada por la crueldad de
los que debían velar por ellos.

Yo me revolvía de escrúpulos y vascas cuando leía la por entonces famosa


teología del Padre L´Amy do se decía, que “Está permitido que un monje
o sacerdote maté a los que están dispuestos a difamarlo a él o su
comunidad” o que “Si un Padre, cediendo a su tentación, viola a una
mujer y ella hace público lo ocurrido, deshonrándolo a él, ¡este mismo
Padre puede matarla para evitar la vergüenza!”.

Y la comparación, digo, de Epulón y el pobrecillo Lázaro, y la imposibilidad


de poner remedio, o al menos paliar en algo, todo aquel desgraciado
estado de postración desde quienes debíamos por sabiduría y medios
poner coto al desmán, me hizo ir perdiendo la confianza en la Compañía
como instrumento de Dios y en la religión toda como alivio y no
ensoñación maliciosa para el pueblo y los derechos de vivir como
personas de los hombres humildes.

Mi compañía, por aquel entonces, dominaba también, amen de las


universidades, en el Tribunal del Santo Oficio, con inquisidores y
procuradores fiscales, y notarios de secuestro y de secreto, y
calificadores y consultores y nuncios y cuantos cargos llevaban los dichos
tribunales, en muchas de las diócesis y lugares del reino y tenía en estos
situados sus más obscuros y trágicos persecutores de toda desviación y
libertad, e hizo, como pude ver, uso del tribunal para anatemizar, asustar,
reprender y acochinar a cuantos se oponían a la ambición y ansia de
poder de los más febriles de ellos y desde dicha institución controlaban
en gran parte el rumbo del reino entero, mandando aprehender a quienes
les convenía y provocando hechos de tal enjundia que ni el propio rey se
encontraba a salvo de sus intrigas y posiciones.

24
Dicho esto, el Rey Carlos de Náploes y Sicilia, a la muerte de sus
malogrados hermanos, vino a reinar España como tercer hijo que era del
fallecido rey Felipe, y quiso emprender reformas sustanciales, en
consonancia con las ideas ilustradas que ya había puesto en pie en sus
anteriores reinos, y para
la mejora de la población
y del reino todo. Y para
ello trajo extranjeros
con ideas novedosas que
las implantaran y se
valió de las cabezas más
lúcidas del reino, e
intento soslayar los
impedimentos que el
peso de los intereses
creados de antiguo
imponían, prohibiendo y
censurando libros u
periódicos o
atemorizando a los del tercer estado con supersticiones y maledicencias.
Y dichas reformas, en lo tocante al estado de postración del pueblo,
chocaron con los intereses instalados de las tierras muertas dadas a la
iglesia y amortizadas y excluidas de todo uso sensato y de cualquier tipo
de impuestos, y de la enorme cantidad de manos muertas y parásitas que
como clerecía gozaban de rentas por nada hacer sino soplar velas, y por
las enormes riquezas que pavoneaban, y los diezmos y trabajos con que
estrujaban a las pobres gentes hasta dejarlas exhaustas, y tanta
calamidad que a gritos pedía para muchos de nosotros cambios. Y
también chocó con los intereses de los aristócratas embravecidos y
dominadores, capaces de toda arbitrariedad y capricho y que basaban su
poder en el estado de desgracia y postración del reino todo y gozaban de
tales rentas, privilegios, mayorazgos, tierras muertas y demás que los de
la propia iglesia.

Y el tal programa de reformas del rey y sus ministros chocó grandemente


con los intereses de la Compañía de Jesús, como queda referido, a la que
yo pertenecía, y esta, con el sigilo y la conspiración que luego tantos han
achacado a sus mañas y que le llevó a su desgracia, dispuso una especie
de red de araña en que enmarañarlo todo y con que hacer fracasar los
intereses del rey.

Y era eje de la tal política el uso de ese enemigo con el que tantas veces
me he cruzado luego, el Tribunal del Santo Oficio de la inquisición, que
controlaban los padres jesuitas cual he dejado referido, desde los cuales
tribunales donde atemorizaron a nuevos filósofos por hacer fracasar las
reformas del Rey, de entre los que fue inquirido y sometido a todo tipo de
tropelías el filósofo y jurisconsulto Don Gregorio de Maians, cual había

25
estudiado con nosotros en el colegio de Oliva, y luego en Valencia, y
despuntó como un grande filosofo reputado en toda Europa, al cual, por
hacer caer la reforma de las universidades que él había propuesto para
la de Valencia, fue inquirido y su obra examinada por el Santo Oficio, y
viendo peligrar su vida, se volvió cauto. Y luego, también bajo Felipe rey,
por lo que tengo leído, provocaron un gran auto de contra don Melchor
Rafael de Macanaz, para abatir la reforma de las universidades que rey
planeaba y acabar con la política regalista que proponían aquellos.

Durante el reinado de Felipe quinto, se hubieron de hacer 728 autos de


fe, según el relatorio general que en mis manos cayó y que tanto me
apesadumbro, y ya habían sido quemados vivos ciento once desgraciados
y en esfinge otros 117 que lograron, a Dios gracias, huir y hacerse
prófugos de sus designios, quién sabe en qué lugar al que lograran pasar
y esconderse de los rigores de la venganza ejercida en nombre de una fe
de amor.

Con el Rey Carlos, su tercer hijo, y bajo la batuta de su confesor y de


inquisidor de la suprema, el franciscano Padre Eleata, el furor pirómano
del Tribunal descendió y se complació más con prohibir, hasta que el
Consejo de Castilla le quitó dicha competencia, los libros y textos de su
desagrado. Y también en disciplinar las costumbres del pueblo para que
no se levantara de su postrada moral de esclavos. Y en meter las narices
en las costumbres más o menos licenciosas de los pueblerinos, más no
en preocuparse por el hambre y penurias que pasaban, promoviendo la
delación y la división entre las gentes y el miedo como arma desde la que
todo controlar, y condenando las representaciones teatrales y las
canciones paganas, la fiesta, la contaminación de ideas extranjeras, sobre
todo si provenían de las paganas Inglaterra o de Holanda, y en corregir
el barullo en las corralas, la decencia de los vestidos, el amancebamiento,
el relajo de costumbres de ir a misas o celebrar fiestas de precepto, la
blasfemia o la sátira, el onanismo, el amor al propio sexo, o la fea
costumbre de escarnecer en carnavales a los que el resto del año nos
escarian a todos.

Y discúlpame el excurso, necesario a mi parecer para entender de cuanto


viene después que existen fuerzas oscuras al acecho siempre para hacer
por cualquier medio a su alcance, y de medios poderosos hablo, todo lo
posible e imposible para embarrancar cualquier atisbo de libertad que les
despoje de un mínimo gramo de poder.

Y aquellas fuerzas usan las ideas, para meter en las cabezas de los
simples la impresión de que nada es posible y todo ensoñación. De que
no puede aspirarse sino a la conformidad con lo establecido y de que
aquello mismo es así porque así viene dispuesto y es necesidad.

26
Y usan de las influencias y las conspiraciones y extienden sus lazos
ponzoñosos por doquier, ora para vigilar y estar al acecho, ora para
enredar y hacer tropezar, acullá para maldecir y enconar o por este otro
lado para delatar y amedrentar.

Y gozan de prebendas y cargos desde los que, con caretas que los
encubren, pueden inducir a otros. Y no dudan en lo más cruel a su mano.
Y tienen impune acción. Y...saña humana.

Tanto o más he aprendido de la nefasta faz de la hidra poderosa y de sus


servidores, la primera oculta, los segundos serviles y todo ello peste para
los que nada significan y todo esperan.

Y ahora que he contado hasta tal punto de mi vida, paso a lo que en


realidad vale para el caso, que es mi segundo nacimiento, cuando fueron
expulsos los jesuitas y yo renacido.

27
Enero de 1813

D ije que conocí a Don Pablo de Olavide allá por el año del 68, a mis

25 de edad, cuando había salido, aprovechando la expulsión de los padres


jesuitas, de mi convento. Pero no con camino a Bilbao, donde el rey mandó
confinar a los de mi nación vasca para pasar a Italia, sino camino
contrario, hacia los reinos de Andalucía, en los cuales no era conocido de
nadie y, ya que había decidido dejar la regla y el hábito y declararme tan
disuelto de la compañía como esta desarraigada del reino, pasar
desapercibido y buscar un trabajo que me sustentara y dejara mi
conciencia libre de reproches.

Y en aquellas estaba cuando conocí el reclamo que, por orden de Don


Pablo, Super Intendente de las nuevas poblaciones, se hacía, buscando
maestros de primera gramática para así proveer a los colonos que venían
a las dichas colonias.

Y como nada pedían al maestro sino tener letras y ganas por enseñar, me
pareció idóneo el desempeño y marché Camino Real de Andalucía
adelante, hacia el Desierto de la Peñuela, a las Nuevas Poblaciones de la
dicha Sierra Morena.

Fui destinado a una de las aldeas pedáneas de una de las feligresías de la


capitalidad de La Carolina, donde debía enseñar a leer y escribir a los
labriegos y colonos, para así poder mejorar con las ciencias útiles y
adecuadas a sus necesidades y dotes sus industrias y su prosperidad.

28
Como se sabe, al proyecto de poblamiento acompañaba la ordenanza de
un Fuero propio que establecía las colonias desde un método racional de
aprovechamiento y organización para garantizar la subsistencia, la
prosperidad y la felicidad de los colonos, y en dicho fuero se establecía
que cada aldea debía distar de la siguiente cuarto de legua y tener una
escuela de enseñanza gratuita para el cultivo del espíritu de los
pobladores, y que aquellos deberían dedicarse a la labranza, cría de
ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado
moderno.

En los dichos terrenos se abolieron por completo los derechos de la


mesta, que los mantenía en el resto de España, y el resto de los usos
antiguos y privilegios, para así no entorpecer el progreso del proyecto. Y
debían los criar los ganados en casa y no a campo abierto, para así no
deber el éxito o el fracaso a los caprichos de lo que la naturaleza les
presentara en el campo.

Las poblaciones eran todas ellas dispuestas de modo racional. Y se


distribuyó la tierra del desierto sobre el Camino Real en pequeñas
localidades o aldeas de buena tierra. Cada cuatro o cinco de estas se
constituían en una feligresía, que contaba con alcalde y síndico
representante.

A cada familia de colonos le dieron un lote de tierras bien ventilados, sin


aguas estadizas, en terrenos óptimos para el establecimiento de los
pobladores, y a cada familia se le daba su lote de tierra y su escritura y
plano legítimo por ser dueños de pleno derecho de ellos, su ganado, sus
aperos y el grano necesario. Cada familia cincuenta fanegas de tierra para
cultivos de secano y regadío, cinco gallinas y cinco cabras, cinco ovejas y
dos vacas y una puerca de parir.

29
En los collados y laderas se repartieron terrenos para el plantío de
árboles y viñas, y libertad en los valles y montes para aprovechar los
pastos con sus vacas, ovejas, cabras y puercos, y lo mismo la leña para
los usos necesarios; plantando cada uno de cuenta propia los árboles que
quiso en lo baldío y público, para con ello tener madera a propios usos, y
para comerciar con ella.

Los asuntos comunes eran tratados en concejo por todos ellos, y las
industrias principales como el molino o el horno eran comunes, y con su
beneficio se sufragaban los gastos de la escuela y de las mejoras que
necesitaban ahorro o inversión.

Esperaba el proyecto que las manos útiles y la libertad que se daba a los
colonos para hacer su propia industria con su trabajo, y el alejarlos de
disputas y trabas en la venta de sus productos, y el alejar a los alguaciles
y justicias y todas las otras leyes y usos antiguos de aquellos terrenos por
vigencia del fuero propio, fueran la punta de lanza para arrancar de la
decadencia a la nación, demostrando como un pueblo de hombres libres
e industriosos, trabajando las tierras y desterrando el ocio inútil o
perjudicial de mirar a las musarañas o vivir a costa del vecino; de
hombres a la sazón suficientemente instruidos y cuidados en su
inteligencia y razón para que se apoyaran en ella y de su ingenio; de
hombres iguales y que de forma igualitaria resolvieran los desafíos
comunes, fueran ingredientes experimentales de la nueva prosperidad y
buen gobierno que podría lograrse para un pueblo antaño glorioso y
ahora muerto de hambre y sin salida.

Qué razón tenía el poeta Jovellanos

¿Qué importa? Venga denodada, venga


la humilde plebe en irrupción y usurpe
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda.

Y en otro lado

Todo será común, será el trabajo


Pensión sagrada para todos: todos
Su dulce fruto partirán contentos…
Una razón común, un solo, un mutuo
Amor los atará con dulce lazo.

Y también

30
Un solo pueblo entonces, una sola
Y gran familia, unidos por un solo
Común idioma, habitará contento
Los indivisos términos del mundo

Y a esas es que fui de maestro de escuela, para enseñar a los pobladores,


muchos de ellos al principio teutones que debían además aprender el
idioma del país, y luego traídos de otras regiones porque el rigor del clima
estival hacía sufrir mucho a los pálidos alemanes y algunos de ellos
desertaron del esfuerzo.

Y con sus afanes y sobresaltos, lo cierto es que para cualquiera se


evidenciaba el progreso que los poblamientos traían. Pero, como ocurre
a menudo, el progreso para muchos es perjuicio para unos cuantos, sobre
todo de los que antes se beneficiaban de la desgracia ajena.

Yo duré cuatro de mis años


de maestro, pero Don Pedro
de Olavide, un buen día
durante su revisión de la
colonia, me hizo llamar a La
Carolina y tras hablar
conmigo y entender que era
afín al ideal racional, me
llevó de secretario para sus
asuntos, de modo tal que
pude vivir en primera
persona los esfuerzos y el
avance todo de la quinta
provincia.

Don Pablo había estudiado


con la Compañía de Jesús
en Lima, donde nació, y en
la Universidad de San
Marcos, adscrita la ideal
boloñés de liberalidad en
los estudios. Y luego del
terremoto que asoló la
ciudad, fue nombrado
administrador para la
reforma y el auxilio, mediante obras pías, de la población de aquella
provincia y, después de su cometido, pasó a Europa y vivió en Italia y en
Francia, donde tomó especial inmersión en lo mejor de la cultura y
conoció a Diderot y a Voltaire, entre otras ilustres y preclaras mentes.

31
Luego volvió a España, desde donde mantuvo sus relaciones con los
dichos filósofos y mantuvo una insistente relación comercial con libreros
del continente que le iban surtiendo de cuanto libro bueno aparecía en
francés, inglés, italiano o alemán, idiomas que leía con soltura.

Participó de tertulias y de salones, alguno de los cuales él mismo


inauguró, y fue llamado en su día por el Conde de Aranda y por
Campomanes para labores de estado que desempeñó dentro del credo
racional que profesaba y con la mirada puesta en la emancipación de los
hombres de su época.

Tras azarosa vida e intensa dedicación a propagar los nuevos valores y a


luchar contra los viejos y nefastos, fue encargado de llevar adelante la
colonización de las nuevas poblaciones de Andalucía, empeño en el que
fui, como queda dicho antes, su secretario por un tiempo.

Cuando le conocí, era Don Pablo un hombre apuesto, algo entrado en


años, de ojos claros y vivarachos y pelo ya cano, recogido en lazo atrás a
la moda de Francia. Vestía todo a la moda de Paris y de Italia, como
afrancesado, que era como éramos llamados, pero con la banda de la
Orden de Santiago, a la que pertenecía y que él consideraba su escudo
talismán frente a la frailuna. Se acompañaba de un perro de nombre
Galileo, que babeaba fatigado y era bonachón y grandísimo y torpe.

Era hombre conversador y docto, ameno, inquieto, curioso a toda novedad


y tremendamente al día de cuanto acontecía en el mundo. Escribía
infatigable y ordenaba con dotes de mando precisas y dulces, pues más
que imponer era su carácter de animar y dar alas a los espíritus más
liberales. Pero era firme y enérgico, y yo vi como no se arredraba a los
intereses del Confesor del rey, inquisidor general, y de sus padres
capuchinos medrosos y malcriados, que le presionaban por entablar
conventos en las pobladuras, lo que hubiera traído división y discordias.
Tal vez dicha negativa fuera una de las causas de su desgracia. Y como
animaba a combatir las supersticiones y creencias absurdas y oscuras
que atemorizaban a las gentes.

Y cómo expulsó a los soldados suizos que acompañaron a los primeros


colonos y quiso que no hubiere más soldados en el poblamiento, por
entender que el carácter violento de estos iba en detrimento de la pacífica
posesión de industrias pacíficas. Y cómo luego se opuso a las sacas de
colonos para soldados y a la instauración de jueces y alguaciles que
molestaran a los pobladores con normas encorsetadas y fuera de lugar.
Y cómo negó la construcción de cárceles, por no necesitarse, y de
cualquier tipo de ejército ni somatén, o orden violento, pues consideraba
que la guerra y los soldados eran peste a evitar a cualquier precio.

32
Hablaba al respecto de un William Penn que hizo colonia en el nuevo
mundo, donde usando de principios racionales y humanistas, los colonos
pudieran vivir en felicidad, y para colmatar aquel idilio de feliz y nueva
Philadelphia, abolió las cárceles y los castigos y los ejércitos y cuantas
normas imprudentes e insensatas desgracian a los pueblos pacíficos, y
era este modelo a perseguir según Olavide.

Su firmeza y habilidad, y el impulso y apoyo de los consejeros regalistas


del rey, permitieron la libertad en estas tierras para que prosperaran los
colonos y todo el proyecto, que a los años de 1775 teníamos censados
más de quince mil personas con vida honrada y una producción de miles
de quintales de fanegas de trigo y otros productos y coronaba el éxito el
modo de vivir de su industria de todos ellos.

Y junto a los logros de las poblaciones, y la comprobación de que los


hombres, por su industria y sin más sujeciones que las de la razón y su
bonhomía, pueden vivir en cierta prosperidad y libertad y ser amén de ello
felices, vinieron las trabas y envidias y maledicencias que pretendieron
derribar el empeño.

Y ocurre que las tierras


donde los asentamientos se
levantaron eran antaño en
gran parte de la expulsa
Compañía de Jesús, y
aquellos y sus influencias
tuvieron el arrojo de
cobrarse venganza en el
mentor y encomendado del
proyecto, Don Pablo Olavide.
Y se vieron para ello muy bien
arropados por la inquina del
capuchino Padre Fray
Romualdo con sus otros
capuchinos, todos ellos
ciegos de vil aversión contra
la ilustración y contra
Olavide.

Fray Romualdo era altanero y egoísta y soberbio y bruto y malvado y con


todos los colonos y con todo el personal de las colonias chocaba, y más
con quien mayor autoridad tenía; martirizado por la suspicacia,
convertíalo todo en ofensa hecha a su persona; propenso a la ira,
cualquiera contrariedad le exaltaba la bilis; tenaz en el rencor, buscaba
desahogo a sus anhelos de venganza.

33
Y eran sus lecturas ínfimas y su cultura pésima y su resentimiento
máximo y su superstición superior, y por encima de todo ello, mucha y
venenosa su maldad y su lucha interna contra el género humano y contra
sí mismo.

Y también los ricohombres del país, marqueses y condes y otros


desaprensivos que se presumían mejores por su sangre y cuna, vieron
cómo el progreso de las Colonias hacía descender el número de sus
menesterosos que les trabajaban en semiesclavitud y aumentar el de
quienes soñaban con vivir sin cadenas. Y también les perjudicaba porque
incrementó el comercio, y desbarató los precios regulados que ellos
controlaban y los monopolios que tanto les beneficiaban y creó
competencia y mercado donde antaño había rapiña y usura.

Y con tantos enemigos, dieron todos en hacer blanco de diana en Don


Pedro de Olavide, envolviéndole con tretas y con infundios y medias
verdades hasta ser, uno más y ejemplo para todos, inquirido por la
inquisición y emprisionado por ella y despojado de sus cargos con el
objetivo de hacer caer todo el proyecto y volver al rey a otros menesteres,
como la caza, que en nada les perjudicaba a ellos.

Y así contribuyó de nuevo el estado clerical y el conservadurismo más


recalcitrante de los dueños del país, en un abrazo de intereses viles, en
tirar por tierra el experimento que más se pareció a una comunidad de
hombres justos y felices y libres. Y mientras que Fray Romulado y sus
capichinos enviaban, día sí día no, cartas al Tribual del Santo Oficio ya
sea acusando a Olavide por amenazarle, o por prohibir tocar campanas a
muerto, o por tener poca religiosidad, o por mantener en sus escritos
posiciones heréticas, o por leer libros y cartas venidas de países
heréticos, o por negarle el derecho a construir convento, o por cuanta
mentira y patraña era capaz de inventar Su Paternidad para sus malvados
intereses, los ricohombres de Baza y otras grandes ciudades de los reinos
de Jaén y Sevilla, hacían lo propio y mostraban el desagrado de los nobles
y ponían en alerta a los grandes de España para llegado el caso.

El prefecto de capuchinos, el malvado Fray Romualdo que en el infierno


deberá estar recalentando sus malas grasas y peores barbas, sentía cada
vez más exacerbado el corazón contra Olavide que no dejaba campo libre
a su voluntad avasalladora; y vino a parar todo en delató formalmente al
Superintendente Don Pablo por setiembre de 1775 como hereje, ateo y
materialista, aprovechando el trabajo de barbecho que los nobles hicieron
ante el rey para vencer su voluntad y dejar caer a Don Pablo.

Según su pérfida denuncia el superintendente de las colonias solo


admitía de la religión lo que clara y distintamente se contenía en sus
preceptos; decía que Dios había dispuesto las cosas de modo que no había
necesidad de Providencia para premiar lo bueno y castigar lo malo, y que

34
no era patrimonio exclusivo de los católicos la mansión celeste; negaba
los milagros; no recurría en las calamidades a la oración ni a la práctica
de obras meritorias; comía de carne en días de viernes; mientras oía
misa, no tenía reparo en sentarse y poner una pierna sobre otra; estaba
en correspondencia con Voltaire y Rousseau, y leía libros prohibidos;
defendía el movimiento de la tierra; poseía cuadros con figuras bastante
al desnudo; vedaba que las campanas tocaran a nublado y a muerto;
permitía que los colonos se divirtieran y bailaran los domingos Y días de
fiesta por la tarde, con lo que les estorbaba ir a la iglesia, y no consentía
que los cadáveres se enterraran sino en cementerios.

Y así es que, con el temor al peso de la Iglesia y la caída en desgracia de


los ministros regalistas, con la influencia en el Rey del Inquisidor y su
confesor Don Joaquín de Eleta, capuchino también, Inquisidor General de
la Suprema, íntimo amigo del secreto padre general de los jesuitas
expulsos de España y afincados en Italia, quien era a su vez hermano de
un grande de España, dio Don Pablo de Olavide, y alguno más de nosotros,
con sus huesos en la Cárcel del Santo Oficio en Madrid, para así ser
inquiridos y torturados por aquella.

Y como aviso a otros espíritus que quisieran hacer experimentos


similares, fue que se descarnó la venganza en Olavide y que se suprimió
el poblamiento de los colonos, pasando éste a perder su fuero y
restaurándose los malos usos de antes, las supercherías que Fray
Romualdo y sus pordioseros capuchinos tuvieron a bien, y las
humillaciones que los dueños y caporales de Jaén quisieron sobre todos
y cada uno de quienes un día soñaron la libes

En el mes de octubre de aquel año del 76, por encargo de Olavide escribí
la carta que trascribo, dirigida al ministro de Gracia y justicia, señor
Roda, en la que le pedía el consejo para salir del trance

«Yo no conozco los usos de este tribunal; por eso recurro a V. E.,
pidiéndole un consejo sobre lo que debo hacer en este caso. V. E. me lo
debe por su propia generosidad y porque debe ayudar a un inocente a
quien se intenta oprimir. Si yo hubiera cometido un delito, no pediría
consejo a V. E., porque, o me hubiera ido a países remotos, o hubiera
implorado la misericordia, que siempre se concede a quien la pide. Pero,
señor, ni creo que hay falta de religión en los usos de las colonias, ni,
cuando la hubiera, debería yo responder en mi particular. Cargado de
muchos desórdenes de mi juventud, de que pido a Dios perdón, no me
hallo ninguno contra la religión. Nacido y criado en un país donde no se
conoce otra que la que profesamos, no me ha dejado hasta ahora Dios de
su mano para haber faltado nunca a ella: he hecho gloria de la que, por
gracia del Señor, tengo; y derramaría por ella hasta la última gota de mi
sangre. En mis discursos no creo haber dicho nada que merezca censura,
porque nadie dice sino lo que piensa. Es verdad que yo he hablado muchas

35
veces, y con el mismo Fray Romualdo, sobre materias escolásticas y
teológicas, y que disputábamos sobre ellas; pero todas católicas, todas
conformes a nuestra santa religión. Él podrá interpretarlas ahora como
su necedad le sugiera; pero, aun dejando aparte mi religión, ¿qué prueba
hay de que yo fuera a proferir discursos censurables delante de un
religioso que yo sabía ser mi enemigo, que escribía contra mí a todos, y
que hasta en las cartas que incluyo me tenía amenazado con la
Inquisición? Pero, muy lejos de esto, el Padre Friburgo es, a mi juicio,
muy supersticioso, como lo han probado sus hechos y discursos; y me
parece que en todos casos tomaba yo el partido de la verdadera y sana
religión, que él degradaba con sus ideas. Yo no soy teólogo, ni en estas
materias alcanzo más que lo que mis padres y maestros me enseñaron
conforme a la doctrina de la Iglesia. Por otra parte, nuestras disputas no
se versaban sobre puntos fundamentales, sino sobre cosas probables y
lícitamente disputadas, en que solo la malignidad puede hallar, con falsas
y torcidas interpretaciones, motivo a la censura. Si, a pesar de todo, por
ignorancia o por error, di lugar a que se entendiera otra cosa que no
debía, puedo protestar a V. E. que ha sido sin malicia, y que yo sería el
primero que lo detestara si se me hiciera conocer el error. Yo estoy
persuadido a que en las cosas de la fe de nada sirve la razón, porque no
alcanza, y a que los que estamos en el gremio de los cristianos debemos
estar a lo que nos enseñan la Iglesia y los ministros diputados para
instruir a los fieles, siendo esta dócil obediencia el mejor sacrificio de un
cristiano. Me parece también que, así en esta comisión como en las otras
que el Rey se ha servido de poner a mi cuidado, le he servido con celo,
desinterés y acierto. A pesar de todo esto, me veo en Madrid, llamado por
una orden del Rey, noticioso de que se está examinando mi conducta,
notado por un rumor popular de que he sido llamado para asunto de
Inquisición, expuesto a que este rumor se aumente y acredite con la
verdad, siendo la resulta de todo que, aunque después se descubra mi
inocencia, quedo para siempre cubierto de oprobio. ¿No hay una manera
de cortar esto? Yo no me sustraeré al castigo, si lo merezco; pero quiero
ser oído, y si puedo, como creo, convencer en una sesión tanto mi
inocencia como la malicia de mi delator, quiero que se corte y aniquile
una causa que ella sola me deshonra para siempre. He expuesto a V. E.
con verdad todos los hechos, para que sobre ellos recaiga su consejo; yo
estoy pronto a hacer cuanto me dicte. Dirija V. E. a quien busca sus luces,
en inteligencia de que, si aún no se persuade de mi inocencia, es preciso
que el tiempo se la descubra, y que entonces se alegre de haberme dado
la mano»

De nada valió la velada retractación, pues las suertes estaban echadas y


se ordenó por el Supremo Inquisidor que en 24 de noviembre de 1776 se
hiciese auto de fe, al que invitó a gran parte de la nobleza y Grandes de
España a asistir, por que vieran el triunfo de la vetusta tradición sobre la
razón núbil, y compúsose el tribunal, y sacaron a Don Pablo los celadores
con una especie de ropa de penitenciado, raída y sucia y amarilla, a forma

36
de hábito. Y lo sentaron ante el inquisidor. Y el fiscal dio lectura, por más
de tres horas, a las acusaciones y sandeces que se le reconocían, que
eran de libertinaje y falta de fe, y por predicar la libertad de la conciencia
y la propia felicidad humana por el propio esfuerzo. Y le hicieron ponerse
de hinojos, para que así le vieran arrepentido y escarniado. Y este sollozó
como su espíritu abatido le dejó hacerlo diciendo no haber perdido jamás
la fe, aun cuando el fiscal lo dijere. Y no tuvo fuerzas para más, pues
pensaba que lo harían quemar. Y le condenaron a vivir en un convento
encerrado y a no poder vestir nunca más distinciones ni ropa que no fuera
amarilla, el color de los convictos. Y a confesar a menudo y oír la sana
doctrina día y noche de la voz de un padre escogido. Y a ayunar los viernes
si su salud se lo permitía. Y a la confiscación de todos sus bienes y
honores hasta su quinta generación, sin que ninguno pudiera obtener
título ni honor de ningún tipo, y a rezar el rosario y oír misa a diario.

Y le hicieron penitenciar y
abjurar en público de sus
errores, cubriendo su cabeza
con una coroza con aspa y
llevando en su mano una vela
verde. Y así lo pasearon por la
corte y lo afrentaron.

Y si esta es la historia de Don


Pedro, imagina, amigo mío, la
que nos tocó a los suyos, que
fuimos despedidos con igual
crueldad y apresados y
penitenciados de menores.

Más yo logré huir del convento


donde fui preso y salvé así mi
pellejo y pude marchar a la
pequeña aldea donde un día
fui maestro, que por ser de las más pequeñas y menos codiciadas de los
frailes, y por haberme cambiado el rostro el miedo y la angustia y ahora
tenerlo como de un viejo de cincuenta o más años, no fui reconocido y
pude subsistir con los otros colonos, ahora sigilosos súbditos de la
frailuna cruel.

Dicha aldea mantuvo, a pesar de la abolición del fuero y las demás pestes
propias de todo el territorio, los usos sobre la tierra y las industrias que
antaño la hicieron prospera, aunque disimuladamente. Y por tanto no se
redujo la felicidad tanto como en otros sitios.

37
Y así fue mi vida desde luego, subsistiendo de mi propia industria, criando
a mis hijos y compañera, porque el amor vino a verme con grande
intensidad, enseñando a los pobrecillos piojosos de la aldea en mis ratos
libres para que no se volvieran tan zafios como los capuchinos que nos
atosigaban como mosquitos veraniegos, y escribiendo anónimo en los
periódicos que aún subsistían para así divulgar la fe en la utopía de un
reino del común, de la felicidad y de la industria pacífica.

Y de ahí que escribiera anónimo esos relatos de los Ayparcontes en el


periódico de El Censor que se publicaba en Madrid donde escribían amén
los abogados Luis María García del Cañuelo y Luis Marcelino Pereira y
Castrigo y otros ilustrados, hasta que fue prohibido todo ello.

Y es así que viví ilusiones cuando se supo la abolición del viejo régimen
en Francia, aunque deploré la violencia que después se impuso y la deriva
loca de matanzas del 1792 y el terror posterior, y hasta la organización
militar de aquella república y la devaluación de los ciudadanos a soldados
de la nación.

Y luego vino Napoleón, el enemigo de las libertades, como usted, querido


amigo Don Batolomé, lo ha caracterizado en su Diccionario por su
doctrina y por sus hechos tiranos. Y da pasmo, como Usted dice, leer en
nuestros enemigos frailunos que Napoleón trae la filosofía para acabar
con la religión, como si filosofía y militarismo fueran compatibles.

Que la doctrina de Napoleón no está en los libros de filosofía: al contrario,


no se lee página en ellos que no sea una reprobación de todos los
pensamientos, palabras y acciones de ese monstruo de tiranía. De aqui la
guerra sorda que ha removido contra los filósofos, y la guerra abierta que
últimamente ha declarado a los libros y a las imprentas.

¿De qué pueden servir los filósofos a un tirano? Hombres rudos y brutales
son los que él quiere para llevar su intentona adelante, no gente racional
y pensadora. Véase, sino, que propagandas de filósofos ha esparcido por
el mundo a predicar la doctrina de su sistema continental, o séase
esclavitud del continente.; ¿Que sabios del Instituto nos ha enviado a
España á que nos adoctrinen, nos regeneren, nos bonapartizen? Un
bárbaro Murat, mas bárbaro que Muza, y otros alarbes de la misma raza,
esos son los apóstoles que no; ha mandado de misión, los cuales
seguramente no han venido al frente de filósofos éticos ni políticos, ni
armados de Rousseau ni Voltaire, sino de volteadores y gendarmes, de
fieras bayonetas y horrísonos cañones.

Pues, para sus laberintos de gabinete ¿de qué filósofos ha echado mano
Napoleón? -De ninguno. Bonaparte sabe muy bien que para sus tramas y
embolismos le pueden servir mejor un obispo de Autun y un cardenal

38
Maury, que el filósofo Carnot, y todos los de su categoría. En una palabra,
Bonaparte es harto bellaco para no saber que, para dominar, para
sojuzgar, para tiranizar, vale más declararse jefe de soldados (aunque
sean del Papa), que no jefe de filósofos.

Y así ahora he venido a conocer, y de ello os prevengo después de tanta


palabrería, que os preparan asonada y juicio como la que prepararon a
otros antes, y yo sufrí en mi pellejo. Y que dichos tribunales pretenden
prenderos de nuevo, y por todas las calumnias que tengan a bien,
acusaros de cuanto puedan, y buscar testigos nimios, o falsos, que tanto
dará y dineros tiene la conspiración para lograrlos y lavar su conciencia
si llega el caso con absoluciones y el sursuncorda, y luego enfrentaros
con amenazas de lo peor para que admitáis lo menor, pero suficiente para
la condena. Y todo eso si no os afligen antes con hambre y miedo y palos.

Y si hasta hoy no lo han hecho es porque se abolió el tribunal de la Santa


Inquisición que os tenían preparado y no pueden por ello hacerlo a sus
anchas, sino que necesitan la autoridad civil y cierto disimulo.

Y como no cejan en su empeño, que es hacer en vuestras carnes apaleo


de las de todos nosotros, y también en las de Narciso Rubio, a quien por
dos veces han sometido ya a juicio de guerra y le preparan la tercera, e
ir adelantando el camino a la venganza cuando, eso calculan, traigan al
rey Fernando y le induzcan a restaurar lo ahora desterrado por la
constitución, van a hacer decir ahora en todas las iglesias cartas
pastorales infamándoos y tratando de impíos cuantos escritos tenéis
hechos, y diciendo que francmasones y afrancesados, que así nos tienen,
traman acabar con la religión y traer el pecado y los peores males de la
condenación.

Y así el propio Nuncio apostólico ha muñido la trama con los otros obispos
renuentes, la cual empezó por prohibir leer en las misas el decreto que
abolió la inquisición, incumpliendo el mandato del Congreso, para que el
pueblo no esté enterado de que ya no tiene qué temer, y luego dirán que
las cortes traicionan a Dios y al legítimo rey y pedirán su derribo.

Y para ello cuentan con el apoyo del Consejo de la Regencia, y al Regente


Juan María de Villavicencio, que teme a las cortes y ambiciona el poder y,
se dice, ya se ha concertado con Fernando para derogar la Pepa a su
regreso y hacer escabechina de todos nosotros.

Y como por hoy, y me temo que por poco, somos más los amigos de la
libertad que los de las cadenas, hemos tenido la fuerza y la urgencia
precisas para destituir el Consejo de Regencia y quitar de en medio a
Villavicencio, tiránico y conspirador y frailuno, y en nombrar al Primado
Luis María de Borbón como nuevo Regente, pues es éste el único obispo

39
aún leal, aunque a regañadientes, el cual ha hecho publicar una carta a
sus eminencias prohibiendo las algaradas y rebeldías en público, la cual
carta habla de evitar el desorden y acatar la Constitución, que es obra de
Dios ha dicho, y advierte que la desobediencia produce la anarquía, y ésta
el desenfreno de todas las pasiones, y de ahí la disolución de la Nación y
que ello es contrario al rey y enoja a Dios.

Y aunque el Arzobispo hace estos esfuerzos, hemos sabido que tiene una
mano izquierda con la que da lo que quita con la derecha, y no es seguro
por ello el camino que os queda en el proceso a que la autoridad civil os
tiene sometido, ni el que nos queda a todos cuando Napoleón abandone
de completo el reino y se lleve a su hermano José consigo.

Son, dicho queda, muchos mis años y temo no ver el desenlace final y feliz
que me ha animado en cada uno de ellos, pues sospecho otro de pesares
y penas. Y por eso esta carta. Para preveniros a ser astuto y hábil, a la
vez que os ofrezco mi experiencia de vida, que en lo que pueda ser de
utilidad, consiste en mantener fija y viva la llama, por mucho que el pábilo
vacile, de esa república liberal y universal de utopía, la cual no tiene otra
frontera que la que separa la vida en que creemos de la que no
merecemos, donde los hombres podemos vivir la paz y la felicidad, a la
que somos llamados por natura.

Tal vez tocará exiliarse, si no es posible otra ventura, o emboscarse, o


remar con denuedo para arribar empresas esforzadas, o cualesquiera de
las vicisitudes, que la necesidad nos impone claridades y retos, pero no
cejar en el empeño. No delegar ni aflojar en la virtud. No quebrar ni
traicionar los principios de la conciencia a las imposiciones de los brutos.
No perder la esperanza.

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Qué triste suerte la de este viejo, que intuyo no el arribar a las procelosas
playas de la isla de felicidad, por al que siempre he bregado, sino el
amargo destino de los expulsos y el crujir de dientes, otros más en una
serie que será interminable, lanzados con ira por el cruel poder y la sed
de venganza y espada de los depositarios de la ranciedad y el orden que
siempre han sido en estas tierras.

Mas no es fatalidad, y tampoco, como pensara el Padre Isla, castigo de


pecados este de ser vilipendiados, que no se debe a Dios alguno esta peste
de desgracias, ni por orden de la divinidad alguna se manda expulsar, ni
dividir a las personas. Ni por pecados algunos recaen en los pueblos
males y castigos injustos e infinitos, sino que son obra y apetito del poder
y de los poderosos quienes provocan y causan tales desgracias, cuales
crean el hambre, cuales fomentan la guerra, y meten en cepo a las
personas, y las someten a férreas cadenas y las convierte en súbditos
sumisos y temerosos y resignados y las priva de la felicidad debida.

Que no es nuestra fatalidad sino provocada por la malquerencia de los


que abusan con el poder y nos consideran sus enemigos, o sus siervos o
piezas a su antojo.

Y antes bien, los reinos podridos y decadentes, cual el nuestro y sus


tradiciones y costumbres todas, son los difusores de los males todos, y
no sólo los soportan bien e incólumes, sino que los fomentan y son su
obra, pues son su semilla propia y su alimento; que viven los tales estados
de despojar de la bondad a las gentes y de encadenarlas a su fatalidad y
dictado inhumano, como dice el cuento de la ranas y la serpiente que
explicó Esopo; y la maldición que predijo el profeta Samuel a los incautos
hebreos que pedían rey que los mandara:

Hoc erit jus regis, qui imperaturus est vobis: filios vestros tollet,
et ponet in curribus suis: facietque sibi equites et præcursores
quadrigarum suarum, et constituet sibi tribunos, et centuriones,
et aratores agrorum suorum, et messores segetum, et fabros
armorum et curruum suorum. Filias quoque vestras faciet sibi
unguentarias, et focarias, et panificas. Agros quoque vestros, et
vineas, et oliveta optima tollet, et dabit servis suis. Sed et segetes
vestras et vinearum reditus addecimabit, ut det eunuchis et
famulis suis. Servos etiam vestros, et ancillas, et juvenes optimos,
et asinos, auferet, et ponet in opere suo. Greges quoque vestros
addecimabit, vosque eritis ei servi. Et clamabitis in die illa a facie
regis vestri, quem elegistis vobis: et non exaudiet vos Dominus in
die illa, quia petistis vobis regem.

Estos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos
llevará para destinarlos en sus destacamentos militares de carros
y caballería y para que vayan delante de su carroza; los empleará

41
como jefes y centuriones en su ejército, y como jornaleros de sus
campos y segadores de su cosecha, y como fabricantes de
armamentos y de pertrechos para sus carros. Y a vuestras hijas
se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Vuestros
campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos
a sus ministros y portentados. De vuestro grano y viñas se
quedará el diezmo, para mantener a sus funcionarios y ministros.
A los sirvientes y sirvientas, sus mejores burros y bueyes se los
quitará para usarlos en su propia hacienda. De los rebaños
robará el diezmo. ¡Y todos seréis sus esclavos! Entonces gritarán
contra el rey que se eligieron, pero Dios no les responderá.

Y es por todo ello el poder el causante de los exilios, de las represiones,


y de las guerras, y de las desgracias todas. Y como consecuencia de todo
ello, digo que por ello los reyes no vienen de mandato divino alguno, sino
del interés creado y del propio mal nefasto.

Y añoro, como dijo Cervantes, la antigua edad, a la que aspiramos a


parecernos

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos


pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que
en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en
aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los
que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.
Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le
era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro
trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas,
que liberalmente les estaban convidando con su dulce y
sazonado fruto.

Y luego

Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: … Entonces


se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y
sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía,
sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No
había fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y
llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la
osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto
ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún
no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces
no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. …

Y veo en mi vejez que nuestro triste sino proviene de esta desgraciada


historia nuestra, persecutora de los libros y de la educación como
sospechosos de sedición, creadora de autoridades zafias que se ufanan

42
en su ignorancia como seña de su pura sangre, plagada de afanes de
cruzada y de guerras y violencias, surcada por extraviados y crueles
héroes cuyo logro ha sido desgraciar pueblos, hacer tierra quemada y
enemigos por doquier o ajusticiar a los que diferente pensaban. ¿Quén
puede soportar que los cien Grandes y mil nobles y varias decenas de
órdenes y mayorazgos de congregaciones y obispos poseen más de 70 de
cada 100 fanegas cultivables y otras tierras que tienen vedadas? ¿Quién
puede no aterrorizarse de que, según detalló en su censo Floridablanca,
de las 20 ciudades, 2.766 villas y 10.026 pueblos del país, estén
sometidas a jurisdicción eclesiásticas 17 ciudades, 2.358 villas y 8.818
pueblos?

No descansar, amigo, y pasar la antorcha pues la mies es mucha y los


trabajadores escasos.

43
6
Octubre de 1814

L
isboa es un hervidero. Siempre lo ha sido. Todos los puertos de
mar lo son. Y más si en poco tiempo se han empeñado en abrir
una nueva avenida en su pleno meollo por donde antes discurrían
callejas reviradas. Además llueve abundante ahora y las tortuosas y
empinadas calles se vuelven penosas para el tránsito.

Después del sitio


de la ciudad hace
tres años, todo
está manga por
hombro. Parece
una ciudad a
medio hacer.

Don Bartolomé
José Gallardo
está abatido y
aburrido. Vive en
la empinada rua
do Ouro, en el
Chiado, junto a la
recién abierta
sinagoga de la calle Beco da Linheira Sha´ar Hashamaim, que quiere
decir Pórtico do Ceu, le dice el Rabino Abraham Dabella, su casero por
los días que continúe el español en la ciudad a la espera de un barco que
lo transporte lejos.

Allí sabe el fugitivo, pues con otros muchos liberales ha tenido que huir
de España, de la restauración ordenada por el Papa de las órdenes
suprimidas de religiosas. Lo confirma con la Gazeta de Lisboa, que recibió
ayer y que es, en este éxodo apresurado, uno de sus pocos contactos con
el resto del mundo:

Publicou-se hoje, en nome do Cardenal Secretario d´Estado, uma


notificacâo relativa ao restableciento dos Mosteiros de Religiosas. A
congregaçâo, diz S. Em., congregada para este negocio, tem disposto as
cousas de maneira que se poderaô abrir, sinâo todos os Conventos, al
menos parte dos que existiâo em Roma e nas outras cidádes e terras dos
Estados da Santa Sé. S. Santidade, aprobando os plenos da Congregaçáo,
nos ha ordenado que anunciemos esta feliz nova …

44
Es la secuencia lógica la rehabilitación en Agosto de la Compañía de Jesús
por el recién liberado Papa Pío.

En Austria se debate la restauración del viejo orden. Se reúnen los


vencedores de Napoleón. Como era de esperar una nueva vuelta de tuerca
y grandes ejércitos para asegurarla: se quita el pecador, pero no el
pecado.

Piensa ahora en su viejo amigo Don Andrés. No llegó aquel a ver el final
de este desastre que anunció. Razón tenía. Tiempos vendrían que nos
harían marchar para salvar el pellejo, y ahora está Gallardo a la espera
de pasar a Londres, donde tal vez sea mejor acogido y más improbable la
persecución por la recientemente creada Comisión de Causas de Estado,
el Tribunal que enjuicia y ejecuta a los liberales.

El Rey deseado ha suprimido todas las disposiciones anteriores a 1.808


y ha restituido la inquisición. y ha desatado la persecución de la
furibundia de los llamados "Persas" sobre todo atisbo de razón y libertad.

La pena embarga a nuestro amigo, quien por matar el tiempo, abre el


pequeño cofre de pertenencias del camarada fallecido, del que quedó
como depositario.

No hay muchas cosas en la arquetilla, sino un billete con un nombre y una


dirección en Milán, un viejo reloj, un par de libros que mucho apreciaba
el viejo, y un pliego cerrado con cordel que, al parecer, debe hacer llegar
a Milán.

Le pica la curiosidad del encargo. No era hombre misterioso Don Andrés


y le extraña no conocer la trama de esta manda curiosa.

Es por eso que abre el paquete. Contiene una carta donde habla de la vieja
amistad de Don Andrés, en sus tiempos de estudios, con los Padres
Jesuitas Monteiro y Menchaca, de los que piensa que debieron recluir en
Orvieto, en Italia, como expulsos, y han debido morir por sus muchos años
ya. Dice que conoce cómo éstos le transmitieron al citado receptor la
misma pasión que a él un día por los ideales humanistas y por la
paleografía, como llamaban a dicho arte de rescatar del olvido letras ya
apagadas.

Le manda un texto que Menchaca descubrió con su técnica en un viejo


pergamino de curiosidades de Galeno. Es una curiosidad extraña, ajena
al devenir de la cultura, pero da pie para rescatar una parte ocultada de
la historia, pues habla de resistencias que hubo al poder de las botas
militares y a la costumbre romana de la guerra.

45
Lo considera pertinente porque, dice, el sino de la nueva historia, salga a
delante o no la revolución, será la guerra y la fuerza militar y cree que
contra esa hidra hay que luchar por encima de todas. Afirma, razón tiene,
que mal empezó la revolución cuando dejó a un lado su ideal de dignificar
al hombre y se dio rendida al peor de los vicios del viejo orden, el de la
violencia y la dominación. Y que la revolución que aplaza su esperanza no
hace sino reforzar más aún el orden que atacaba, tornándose parte del
problema, no de la solución de este.

Aparece luego una transcripción de una parte del texto y una serie de
referencias de libros que al parecer llevaron los Padres Jesuitas a la
biblioteca de San Ambrosio y que, dicen, contienen escondida la historia
curiosa de la vieja resistencia que emprendieron primero las mujeres y
luego se hizo más poderosa, en época de Cesar.

Dice que sabe que Menchaca siguió profundizando en estos estudios y que
acopió cuantiosa información de resistentes a la guerra a lo largo de la
historia. Y que la custodiaba consigo cuando salió de España. Y que, por
un amigo, sabe que la llevó a Milán o a cualquier otro lugar cuando vió
peligrar esta investigación y a la espera de que un discípulo suyo en quien
tenía puestas sus esperanzas la recuperara algún día y supiera cómo
hacer con todo ello.

46
7
Roma, primavera del 43 AC

L
os triunviros Caio Octavio Turimo, que se hace llamar Cesar
Augusto desde la muerte de su tío Julio, Marco Antonio y Marco
Emilio Lépido han ordenado proscribir a los que se opusieron a la
continuación de la guerra contra Bruto y Casio y ya han dado órdenes
para la ejecución sumaria de varios miles de ellos.

Nadie está seguro. Una lista extensa de hombres circula ya en manos de


los ejecutores. Cicerón ha sido uno de los represaliados y de momento ha
salvado su cabeza porque se ha refugiado en Puzzeoli y no aparece por
Roma, poro poco falta para que su cabeza y manos queden expuestas en
el Senado como represalia a sus cartas filípicas contra Marco Antonio.

El edicto de

proscripción
prohíbe aco-
ger, auxiliar
de cualquier
modo u ocul-
tar a cual-
quiera de
ellos, bajo la
pena de la
muerte,
pues quie-
nes actuén
en su auxilio serán considerados cómplices de ellos, enemigos de la
república y como ellos mismos, proscritos y condenados a idéntica
suerte.

Dice el Edicto que se dará recompensa de 25.000 dracmas áticas a quien


lleve a los pies de los triunviros la cabeza de alguno de los caídos en
desgracia, un total de 1400 ciudadanos que se oponían a la guerra, y de
más de 100.000 sestercios a quien delatara a éstos en su intento de fuga.

Acaba de dar la hora cuarta en Roma. Lo ve desde la ventana en el


hemisferium contiguo a la casa, el que pende sobre una columna traída
de Egipto para el ornato público.

Julia Antonia sale furiosa de su palacio. Va acompañada de seis


porteadores que conducen su lectica y un esclavo que abre camino.

47
Va engalanada con sus ropajes de matrona principal y todas sus joyas. Se
dirige al Foro, donde su hijo Marco Antonio está sentado junto con los
otros triunviros impartiendo órdenes.

Nadie la para, pues es la madre de un triunviro, pero la vigilan todos, pues


no es usual que una mujer se dirija al foro cuando los magistrados
imparten su autoridad. La gran plaza está, como tantas veces,
excesivamente abarrotada de gente. No es fácil acceder y el fornido
esclavo tiene que abrirse paso a empujones.

Ahora sube la lectica por la vía que lleva al extremo oriental del Foro, por
donde penetra. Pasa frente al templo de Castor y Polux. Se dirige hacia la
Basílica Emilia, donde están los tribunos.

Julia sube ahora la amplia escalinata que da acceso al palacio. Va pálida


de miedo y enjuta de la ira que la enciende.

Los soldados que custodian a los magistrados conocen a la dama. No se


atreven a dar el alto, pues temen la ira de su irascible hijo.

Julia penetra en la Basílica, accede al interior y camina por su pasillo


central. El tumulto de gente hacia un corredor a la izquierda y los
soldados en las puertas le indican con certeza donde están los tribunos.

Si vacilar, irrumpe en la sala sin ser anunciada y ve a su arrogante hijo


al fondo.

Grita a su hijo.

- Miserable de tí que deshonras a tu propia familia mandando prender y


matar a Lucio Julio Cesar para saciar tu apetito de sangre y venganza.
¿No recuerdas que mi propio padre fue decapitado, para desgracia
nuestra, para así satisfacer similares ansias de poder de Mario, y que éste
mismo trajo aquí la cabeza cortada para así aterrorizar a otros muchos?
¿quieres ahora que ruede también la cabeza de Lucio Julio, mi querido
hermano, en el mismo foro, del mismo modo, ahora para cumplir tus
apetitos parricidas? ¿No respetas la sangre de tu propio tío, que ningún
mal ha hecho sino el de querer que la guerra no continúe?

Los triunviros murmuran. Cesar Augusto levanta la mano haciendo parar


a los soldados. No quiere indisponerse con su colega.

Habla ahora Antonio, engolando su voz

- No soy yo, Madre, quien incluyó su nombre entre los proscritos, pero
todos debemos ser iguales ante la ley.

48
- Mientes, Antonio, acostumbrado a la vida de soldado y acompañado
ahora de jóvenes orgullosos e inexpertos tan sedientos de sangre como
tú. Siempre mientes. Ya sé yo que es por tu interés que has mandado a
los centuriones a detenerlo, pues él mismo me lo ha comunicado, porque
a tu parecer no protestó contra el intento de declararte enemigo público
del pueblo romano cuando Cicerón lo propuso. Pero el Senado no hizo tal
declaración. Y mi hermano no ha hecho otra cosa que intentar evitar el
enconamiento y llamar a la reconciliación y a la paz, ¿qué le puedes
reprochar entonces?

- No debes inmiscuirte en cosas de hombres y de política. La suerte de


Lucio ya está echada y no puedo revocar un edicto por puro
sentimentalismo. Él es culpable contra la república, como tantos otros.
Ahora tenemos mucho que hacer, déjanos.

- De modo que cosa de hombres. De modo que un decreto irrevocable.


Pues escucha bien y que lo oigan tus camaradas y tus ayudantes y todos
los presentes. El edicto proscribe la muerte de quienes ayudan a los
proscritos. Yo misma, Julia Antonia, hija de Lucio Julio, madre del tribuno
Antonio, he ocultado y dado cobijo al proscrito Lucio Julio Cesar, mi
hermano, desobedeciendo el edicto triunviral. Merezco por ello la suerte
de mi hermano y no me iré de aquí si no es en su compañía, intacto, o
muerta por esta absurda guerra. ¿podéis perdonarme o debéis aplicarme
el castigo, tribunos de Roma?

Se ha hecho el silencio en el foro. Nadie habla.

Todos los ojos se dirigen a Marco Antonio.

El tribuno está paralizado.

Casio y Cesar Augusto asisten asombrados.

Crece el rumor en la sala.

Tuyo es el caso, Antonio, dice Augusto. En ti queda la decisión de


encarcelar o soltar al exconsul. Ahora conviene disolver esta reunión para
evitar un final imprevisible.

La matrona queda en pie. Nadie se atreve a tocarla.

La sala se va vaciando. Ella permanece a la espera horas.

49
A las vísperas, ya declinando el sol, sigue erguida, sin probar bocado,
vigilada únicamente por dos hombres que permanecen en el recinto y
sienten el fastidio de aquel trance.

Va a desfallecer.

A la vigilia un pelotón de soldados trae un hombre atado.

Lo desatan.

Te saludo, hermana.

Te saludo hermano. Marchemos antes de que salga el sol sobre el foro,


no se nos haga más peligroso regresar a mi casa.

50
8
Roma, Agosto año 43 A.C.

D os amigos caminan por el Foro. Son comerciantes. Sus negocios, a


pesar de la guerra, prósperos. Viejos amigos que se conocen bien.
En la Roma del momento no es posible mantener conversaciones
de más de dos personas, pues uno de ellos puede ser delator y esto puede
tener consecuencias desastrosas.

La calle está hoy especialmente efervescente, pues han partido Lípido y


Antonio con sus legiones hacia Macedonia para luchar contra los ejércitos
de los sediciosos, que allí se han hecho fuertes con varias legiones. En la
ciudad queda gobernante Cesar Augusto con la misión de recaudar cuanto
dinero y joyas se pueda para financiar la guerra, y eso es especialmente
pernicioso para los comerciantes, que viven de la prosperidad de la paz y
se vuelven los principales afectados por la codicia militar.

Además, en este
caso, el edicto de
proscripción, que
proscribía la
confiscación de
los bienes de los
enemigos del
triunvirato, no ha
sido tan lucrativa
para las arcas de
la república,
como se quería,
pues los tres
triunviros han
hecho suya una
gran parte de la
confiscación y muchos de los proscritos han logrado huir con gran parte
de sus tesoros, dejando sólo los bienes terrenos, menos realizables en
metálico ahora.

- Son muchas las mujeres, dice el primero, que han salvado de la muerte
cierta a sus maridos, proscritos por negarse a la guerra que promueven
los triunviros. Se rumorean casos importantes, querido amigo, de
algunos de los principales hombres de la urbe y todos ellos deben ser
ciertos. Ya sabes que los rumores no salen del humo.

- Si, se ha hecho famoso el caso de Turia, la mujer del senador Quinto


Lucrecio Vespillo, que lo escondió entre los cañizos del tejado de su casa
para que los soldados no lo hallaran y luego, cuando bajó la vigilancia,
logró sacarlo de la casa y salir al exilio con él y con todos sus familiares
y bienes.

51
También se dice de Antio, que pudo huir a Sicilia gracias a su amantísima
esposa que lo ocultó entre unas telas que mandó llevar a Ostia para
vender, y así salvó su vida. Y de Suplicia, que se las ingenió para salvar a
Léntulo, el hijo de Lentulo Spinter, de la muerte segura y escapó con él. Y
las mujeres de Sexto Apuleyo y de Regino, que hicieron otro tanto. Y la
mujer de Lucio Saenio Balbino Apiano, que vendió su honestidad
acostándose con el propio Marco Antonio para salvar a su marido y tantas
otras.

- Y entre los ciudadanos, a pesar del riesgo, se han dado casos de auxilio
a los prófugos y más de uno ha corrido la suerte de los perseguidos.

- El aire de Roma está revuelto. La guerra con Bruto y Craso está


consumiendo lo mejor de nuestro carácter y volviéndonos, de nuevo,
salvajes y despiadados. Quiera el numen que no caiga sobre nosotros la
peor de las maldiciones y que pare pronto el odio.

- Ayer se supo que el erario no cuenta ya con más recursos para la guerra,
pero Marco Antonio y Octavio ni quieren cejar ni perdonan a los
insurrectos. La reconciliación, que todos deseamos, es imposible porque
temen los triunviros perder el poder que han cimentado sobre la violencia.

- Malditas guerras. Yo en ellas perdí a mi padre, y a mi tío. Y en ellas


ahora temo por mi hijo, recientemente reclutado a la fuerza. Si pudiera
rescatarle de ese sino.

- Eso pensamos todos. Si pudiéramos librar a Roma de esta escalada


militar…

- Pero nadie actúa. Todos tememos en silencio.

La plática continúa en la vía que sube a la basílica Julia, donde se dirigen


los dos comerciantes, Lucterio, Celta de nación y con carta de ciudadanía
merced a sus riquezas y Gaio, nacido en Roma de familia emigrada del
Lacio y ahora en estado de gracia por sus riquezas, para litigar contra un
fletador que los ha estafado.

La basílica rebosa de gente. Los jueces departen justicia a ritmo frenético.


El griterío es enorme. Además, el triunviro Cesar Augusto acaba de entrar
en la sala mayor.

En la calle se oye gran griterío, por encima del de cualquier día. Por
encima incluso del que elevan las obras del templo a Cesar que se empieza
a construir.

Desde el fondo de la vía sacra viene un rumor mayor. Hay alboroto.


Suenan los silbatos de la guardia intentando poner orden. Hay carreras.
Algo singular parece que acontece fuera.

-Algo nos estamos perdiendo, amigo, allá afuera.

52
-Y algo importante. El foro se está vaciando.

-Salgamos a ver qué pasa,

De repente se ha hecho el silencio. La gente se agolpa. Mira asombrada.

Un tumulto de mujeres, más de mil, caminan parsimoniosas y se dirigen


a la nueva Curia, donde los Tribunos se encuentran ahora. Intentan los
soldados custodios cerrarlas el paso, pero vienen ellas resueltas y no
cejan. Desbaratan la fila militar. Los soldados no se han atrevido a
golpearlas, son matronas romanas, madres, hermanas… Y sobre todo,
son más de mil.

Se sitúan las mujeres a las puertas del Senado. Hay un espeso silencio.
Ellas también mantienen un silencio aterrador. Todas ellas van de luto,
portando sus túnicas luguriae y sus pullae pallae, y llevan sus cabellos
despeinados y sus caras demacradas y empolvadas de ceniza. Y van
descalzas, como cortejo fúnebre.

La gente se ha arremolinado para ver el espectáculo. ¿dónde van las


matronas de luto? ¿luto por quién? ¿qué nueva sorpresa debemos
esperar?

Como si de un cortejo fúnebre se tratara, las mujeres han venido


caminando erguidas en filas, desfilando por la vía sacra por el medio del
foro. Son más de mil. La fila es inmensa y llena ahora el foro de cabo a
rabo.

Las escolta el populacho curioso, a ambos lados, y ahora los soldados,


confundidos y desbordados, las han abierto paso.

Se trata de un cortejo poco usual. Viene encabezado, como es común, por


las antorchas y los hachones, pero no hay músicos, ni se elevan cánticos
e himnos, sino que todo lo preside el solemne silencio. Desfilan estas
mujeres enlutadas, ahora silenciosamente, con sus máscaras en la mano
y el ritmo que marca el timbal. Han desfilado hasta el Senado impávidas,
llevadas por el estandarte negro y las antorchas y se han dirigido
directamente al lugar donde se encuentra con su séquito el Tribuno que
se hace llamar Augusto Cesar.

El cortejo se ha parado a los pies de la escalinata, donde el tribuno ahora


se ha sentado en una cathedra traída allí, rodeado por sus consejeros y
acompañado por los lictores y un fuerte grupo de escolta que los protege.

De entre las filas de mujeres sale una de ellas. Una delgada y asustadiza
noble romana, pálida y demacrada. Se dirige al pie de la tribuna donde
Augusto acaba de sentarse. Eleva la mano derecha, como si quisiera
tomar la palabra al estilo de los oradores.

53
La admiración es sublime. El silencio pesa en el ambiente. Todos miran a
las matronas enlutadas y a la frágil Hortensia que se ha puesto a su
frente.

La temblorosa voz de la matrona rasga el ambiente.

- Tribuno de Roma y Pueblo romano. Escuchad a estas mujeres y juzgad


si es sensato nuestro discurso

- Mira, amigo. Creo reconocer a la mujer esa que habla. Es la hija de


Quinto Hortensio Hórtalo, el abogado.

- Hablar de abogados ahora, cuando reciente tenemos en el recuerdo las


manos y la cabeza del más afamado de ellos, Marco Tulio Cicerón,
colgadas de la puerta del Senado no es de buen augurio, amigo. Me
admira el arrojo de las mujeres, pero esto no va a acabar bien.

- Las mujeres de
Roma deploramos
la guerra y la ven-
ganza y amamos
la paz. Es por eso
que hemos acudi-
do todas noso-
tras, las nobles
hijas romanas,
como viudas de
todos los roma-
nos muertos y
como matronas
preocupadas por
los que aún viven,
a elevar nuestra
voz para que pare
todo esto.

Tú Cesar Augusto,
con los otros dos
tribunos de la
república, habéis
promulgado un
decreto que
ordena que paguemos un tributo especial para sufragar la guerra que
queréis alimentar aún contra Marco Bruto y los otros rebeldes y nosotras
venimos a pedir que lo anuléis o que conozcáis por nosotras el rechazo a
pagar ni un celemín para alimentar el monstruo de la guerra.

Nosotras, mujeres de Roma, acudimos a las principales mujeres de


vuestras familias, a la madre del tribuno Marco Antonio, Julia Antonia
Caesaris, a la hermana del tribuno Octaviano Cesar, Octavia Turina, y a

54
la madre del dicho Octavio, Atia Balba Cesonia, y a la propia esposa de
Marco Antonio, Fulvia Flacca Bambalia.

Y mientras las primeras nos comprendieron y lloraron con nosotras la


tragedia de la guerra, y prometieron hacer cuando de su mano estaba
para parar esta locura, la última Fulvia, nos despreció y nos injurió como
traidoras y nos amenazó con denunciarnos por prestar ayuda a los
prófugos.

Y por ese repudio es que nos vemos empujadas a acudir juntas al Foro y
a mostrar ante todos los testigos humanos y divinos que ahora nos rodean
nuestra determinación.

Vosotros nos habéis arrebatado a nuestros padres, hijos, maridos y


hermanos acusándolos de que habíais sufrido agravio por ellos; pero si,
además, nos priváis también de nuestras propiedades, nos vais a reducir
a una situación indigna de nuestro linaje, de nuestras costumbres y de
nuestra condición femenina. Si afirmáis que habéis sufrido agravio de
nosotras, igual que de nuestros esposos, proscribidnos también a
nosotras como a aquéllos. Pero si las mujeres no os declaramos enemigos
públicos a ninguno de vosotros, ni destruimos vuestras casas, ni
aniquilamos vuestros ejércitos o condujimos otros contra vosotros o
impedimos que obtuvierais magistraturas y honores,
¿por qué participaremos de los castigos, nosotras que no participamos
en las ofensas?

Nosotras deploramos la guerra y, como antes Lisístrata entre los


atenienses, y tantas otras mujeres hicieron a lo largo del tiempo, no
admitimos más a los guerreros en nuestras vidas

¿Por qué hemos de pagar tributos nosotras que no tenemos participación


en magistraturas, honores, generalatos, ni, en absoluto, en el gobierno
de la cosa pública, por las cuales razones os enzarzáis en luchas
personales que abocan en calamidades tan grandes? ¿Por qué decís que
estamos en guerra? ¿Y cuándo no hubo guerras? ¿Cuándo las mujeres
han contribuido con tributos? A éstas su propia condición natural las
exime de ello en toda la humanidad, y nuestras madres, por encima de su
propio ser de mujeres, aportaron su tributo en cierta ocasión y por una
sola vez, cuando estabais en peligro de perder todo el imperio e, incluso,
la misma ciudad, bajo el acoso cartaginés.

Pero entonces realizaron una contribución voluntaria, y no a costa de sus


tierras o campos, o dotes, o casas, sin las cuales cosas resulta imposible
la vida para las mujeres libres, sino sólo con sus joyas personales, sin
que éstas estuvieran sometidas a una tasación, ni bajo el miedo de
delatores o acusadores, ni bajo coacción o violencia, y tan sólo lo que
quisieron dar ellas mismas.

Y, además, ¿qué miedo tenéis ahora por el imperio o por la patria? Pues
para luchas civiles no aportaríamos jamás nada ni os ayudaríamos a

55
luchar unos contra otros. Pues tampoco lo hicimos en época de César o
Pompeyo, ni nos obligaron a ello Mario ni Cinna, ni siquiera Sila, el que
ejerció el poder absoluto sobre la patria.

Calla Hortensia y renace el silencio áspero en el Foro.

El joven Augusto vuelve a verse en el centro de todos los ojos y ahora son
miles de ojos los que le escrutan. Ahora que Antonio guerrea en
Macedonia y Lípido se ha marchado en su apoyo, es el aparente dueño de
la situación, pero Roma es explosiva y el joven sabe que los ánimos están
muy agitados y la represión y la guerra no ha traído la sumisión esperada,
sino el resentimiento y el hastío por la nueva matanza que despoja de sus
hijos a los padres y asola las casas de los pobres, obligados a ser la fuerza
de choque del capricho de los generales.

Parece Augusto enojado, pero intuye que es este mal momento para
mostrar su enfado, pues lo que las matronas acaban de decir es asentido
por muchos hombres, hartos de tanta agitación y la turba de gente
concentrada en el foro es impresionante.

La muchedumbre está asombrada y espera acontecimientos, pero se


percibe su inquietud y su resolución.

Los propios soldados parecen simpatizar con las matronas y se diría que
más que custodiar al prócer, protegen a las matronas de cualquier
impulso.

Las matronas comienzan un planto fúnebre e intenso. Despacio,


desgarrado, atronador por el número de las madres que cantan. El pueblo
reunido lo acompaña. Atruena en el Foro.

El clima de tensión se palpa-

filia cum matre est, hospes, sei forte requiris


heic situ, quam repuit mortis acerba dies...

la hija está con la madre, invitada, me preguntas tal vez,


en este sitio, arrastrada a la muerte en amargo dia

Atruena la canción, ahora seguida por el pueblo todo

ornasti et manes lacrimis, miserabilis uxor


haud optare alias fas erat inferias

ofreciste con tus lágrimas o miserable esposa


mejor sacrificio que con los ritos y cuidados

Levanta la mano Augusto, quiere hablar, pero las mujeres siguen su lloro
espectral y nadie hace caso a otra cosa que su duelo.

56
Ordine si iusto placuisset currerre fatis
hic non debuit mori annorum XX
set potius ante pater el mater debuerunt esse sepulti
la orden justa del destino
es no morir joven a los veinte años
sino dar entierro él a sus ancianos padres

El exige silencio. Pero el silencio no llega

Infelix pater et genetrix sua uolnera deflent


deflent germani tempore maesta genis

Hortensia se acerca de nuevo a la tribuna. El griterío se apaga y vuelve el


silencio espeso.

Cesar Augusto vuelve a levantar su mano. Va a hablar. Prefiere eso a que


las mujeres inciten al motín con sus cánticos desafiantes.

Matronas de Roma.

No es costumbre que las mujeres requieran a los magistrados como si de


hombres se tratara y tampoco que interfieran los asuntos de la República
ni que importunen a los Cónsules del pueblo.

La patria está en peligro. Necesita defenderse de sus agresores, que


esperan cerca para saltar sobre Roma y desencadenar el terror y usurpar
la autoridad y traer el caos. ¿Cómo pueden las mujeres pretender
excusarse de este momento?¿cómo puede Roma abandonar a Roma?

El tribuno no acaba su discurso. Arrecian los plantos de las mujeres.


Empiezan los hombres a protestar y a gritar contra los tribunos. El jefe
de la guarida sitúa sus soldados delante de éstos y los urge a salir
protegiendo al magistrado.

- Si ahora no salís, tal vez se forme un tumulto y no podremos asegurar


vuestra protección. Debéis abandonar la tribuna cuando aún hay tiempo.

El triunviro teme ahora por su vida. Ve a su madre entre las primeras filas
de las mujeres alzadas en protesta. Se va a retirar. Forma la guardia.

- No nos iremos de este foro, Cónsul de Roma, hasta que atiendas nuestras
reclamaciones.

La guardia protege fuertemente a Augusto. Sale por un lateral a toda


prisa.

Se hace la noche y las mujeres siguen apostadas el el Foro.

El pueblo romano lleva mantas y comida y agua para las matronas. Grupos
de voluntarios se apostan a las entradas y salidas del foro para evitar una

57
emboscada de los soldados.

Tres días más durará su desafío. Tres días en que su fe inquebrantable


las mantiene férreamente unidas.

Octavio Augusto hace proclamar el decreto. Las mujeres no deberán


abonar tributo alguno para la guerra salvo las mujeres de los
ajusticiados.

Octavio marcha para el frente presuroso. Espera así alejarse de la


levantisca Roma que no quiere la guerra. Si vence, por sus medios, volverá
victorioso. Y si no vence, se alejará de la ciudad maldita y vivirá en el
gobierno de su reino de Africa.

58
9
Septiembre de 1817

M ai ha recibido una carta misteriosa de un prófugo español, ahora


afincado en Londres, cuya obra ha ingresado en el index librorum
prohibitorum, lo cual es de por sí para despertar prevenciones.

EEn ella el libertino afirma remitir la misiva por cuenta de un tal Andres
de Gonzalo Ordiza. No le ha sido difícil al español dar con Mai, ahora
primer biblotecario de la prestigiosa Biblioteca jesuita de San Ambrosio,
y a su vez afamado por sus traducciones de diversos palimpsestos
encontrados en dicha Biblioteca de textos romanos y publicados por toda
Europa. Habla de libros. De libros que en su día dejó en Milán el expulso
y ya fallecido Padre Roque Menchaca, maestro del tal De Gonzalo. Libros
y algunos documentos que, a juzgar por lo que dice, pueden ser de interés
para el paleógrafo.

De las referencias que ofrece la carta, sabe que hay un trabajo curioso a
descubrir que podrá incrementar su fama y tal vez su vanidad. Habla de
una revuelta de las mujeres, encabezadas por una tal Hortensia, bajo el
triunvirato segundo, previo a la instauración del imperio por Augusto
Cesar. También de otros apuntes que hablan de hazañas similares a lo
largo de los siglos

Menchaca fue maestro de Mai en Orvieto, cuando aquel se iniciaba en la


paleografía, pero nunca habló nada de semejantes documentos ni ha
tenido conocimiento de nada semejante.

No será fácil encontrar los legajos que su maestro Menchaca dejara en su


día encomendado al erudito Girolamo Tiraboschi, dato este inseguro, o a
alguno de los expulsos de su compañía, quienes al parecer los hicieron
llegar a Milán.

59
Girolamo, quien en su día los tuvo en su residencia de Mantua, parece ser
que los entregó a un tal Padre Cerutti, que en su día estuvo de misiones
con Menchaca en Paraguai y después recaló como asistente en la
biblioteca ambrosiana. Este pudo ser quien custodió los documentos del
expulso que ahora anuncia la carta y despiertan el interés de Mai.

Cabría la posibilidad de que los documentos hubieran seguido otra vía,


pero el fallecido exjesuita, de quien ahora el exiliado español cumple la
manda, tiene la seguridad de que acabaron recabando en Milán.

Cerutti murió hace tiempo y nada podemos sacar por esa vía.

Tal vez piensa Mai, en unos viejos documentos catalogados como


materiales paraguayos, traídos por los expulsos españoles, se encuentren
los documentos de Manchuca: Tal vez entre los legajos que los expulsos
al parecer rescataron en su huida del Colegio de Alcalá y de otros colegios
jesuitas, donde se encuentra gran parte del archivo del Padre Zacaría
sobre Paraguay y mar de la plata y del Padre Joao Valente sobre Goa y
Brasil.

Pero el barullo de legajos de estos expulsos, el desorden que con las


prisas vinieron, el deterioro con el que el mal trato los ha dejado ir
perdiéndose, los hace, de encontrarse todos, prácticamente
impenetrables.

Mai, tras dos meses de búsqueda, se desespera. Ni un solo indicio de la


que, según la carta, debería ser fácil pista a seguir.

Si hay alguien en todo Milán que pueda dar con los libros indicados es
Mai, pero Mai no da con pista útil para su empeño. Nadie en la biblioteca
tiene recuerdo de aquellas épocas tan removidas.

Encuentra, no obstante, el Padre Mai, como por casualidad fragmentos


que se suponían expoliados de los franceses de los pliegos de Muratori,
que contienen el más antiguo listado de libros considerados sagrados por
los cristianos. No es para Mai un objeto especial de estudio, pues su
mayor entusiasmo está en los palimpsestos grecolatinos. Pero se trata de
un texto que legitima el canon de libros sagrados y su conservación es
vital para el Papa y una baza de poder para la Compañía de Jesús, por lo
que decide darlo a conocer al Obispo provisional de Milán; Carlo Sozzi,
quien necesita a su vez apuntarse un tanto ante el desbarajuste de la
diócesis tras la muerte del Cardenal Caprara en Francia y su
nombramiento provisional mientras la Iglesia se reorganiza y elige su
sucesor de iure.

Y es precisamente con Sozzi o, mejor dicho, con su hermano Giuseppe, el


Abad de San Egidio, en Fontanella al Monte, y preboste en Caprino
Bergamasco, como tiene noticia Mai de los textos que busca, pues el
preboste en sus tiempos asistió como ayudante de la biblioteca

60
ambrosiana cuando los documentos de los expulsos españoles llegaron
allí.

Es esa la razón, por encima del hallazgo del texto Muratori y de la


devolución a la biblioteca de los robados manuscritos de Leonardo Da
Vinci por los franceses, entre ellos el Códex Atlanticus, por lo que Mai ha
tenido tantos halagos con el obispo, pues quiere que le recomiende a su
hermano y le auxilie en un asunto particular del que, desde luego, nada
dirá de momento al Obispo, sino que se trata de cumplir un mandato
testamentario de un hermano que se lo ha encomendado.

El Obispo, un hombre simple y bonachón, accede a prestar la ayuda,


satisfecho por el logro del Ambrosiano, y se asombra de las explicaciones
del Bibliotecario respecto del avance de sus descubrimientos de la época
clásica de Roma y de las similitudes de la ética de Cicerón, hasta donde
es compatible, claro está, con el mensaje del propio evangelio y las
doctrinas de San Agustín. Tal vez, dice, si somos capaces de difundir los
valores del filósofo latino, podremos acercarnos más al ideal humano de
Jesucristo y combatir mejor la herejía materialista de los ilustrados.

El obispo no es un hombre de muchas luces, no conoce a Cicerón lo


suficiente, para entender el alcance del proyecto de Mai, pero sabe que
su prestigio puede ser un buen compañero del empeño del propio obispo
por restablecer el nombre de su diócesis, ahora en dominio de los
austriacos y a punto de acabar con la anomalía de un obispado
provisional. Sazzi necesita bazas para la confirmación definitiva que, no
obstante, nunca llegará.

61
10

San Egidio. Noviembre de 1817

M
ai sube una cuesta empinada con fatiga, pues la nieve aparece
copiosa en el monte Canto y medio tapa el camino que lleva a la
vieja abadía de la llamada Isla sobre el lago.
No lleva mucho
equipaje el Padre,
pues su intención
cuando salió era
la de un viaje
fugaz y ahora
pretende perma-
necer en la abadía
por solo el tiempo
necesario. Pero la
mula resbala so-
bre el suelo hela-
do y el paisano
que le acompaña
no es demasiado
experto en condu-
cirla.
El viaje desde Milán se ha hecho penoso, a pesar de la breve distancia de
algo más de diez leguas que lo separa de Caprino, donde esperaba
encontrar al abad, y luego desde la villa hasta la abadía de San Egidio,
donde ahora asciende en medio de la inclemencia del día.
Para llegar a la cerca de la abadía hay que pasar antes por el caserío
destartalado que compone el pequeño pueblo que otrora debió ser de
auxiliares y empleados del cenobio o del palacio de los condes que lo
mandaron levantar, y hoy son los aparceros de las extensas terrazas de
cultivo. Sin duda una tierra amable y fértil, a juzgar por sus cuidadas
laderas aterrazadas y por los frutales y viñas que se destacan entre la
nueve, ahora sin hojas, por toda la loma que sube a la abadía y más allá
aún, hacia la cima del monte.
El ejido todo huele ahora a leña y a pan cocido y tierno. Las chimeneas de
las casas humean. De sus techumbres penden carámbanos congelados,
mientras se escucha el rumor de la lenta nieve posándose a su capricho.
Pía un pajarillo. Ladra un perro a lo lejos. El vaho atestigua la fatiga y el
frío del día.
Por encima de la silueta de la abadía se ve la masa imponente del monte
Canto que corona el paisaje y lo engalana. Todo él se encuentra ahora
alfombrado por la nieve, que cubre sus laderas de blancos reflejos.

62
Desde la calle principal, la que lleva al recinto abadial y a la portería, se
contempla la imponente mole del campanario, un gran cubo de piedra
sillar que destaca sobre la nave del templo, con sus tres arcos insertos
en una hornacina en cada lateral del cubo, y el cono puntiagudo de su
pináculo que apunta a las estrellas y se remata con la cruz. Desde el
camino por el que sube Mai, el complejo de la rectoría parece, por así
decirlo, amalgamado de forma caótica y escalonado para acoplarse a la
pendiente accidentada del terreno. Parte de él está en ruina y como
expoliado, que así ocurre en los pueblos cuando la piedra antigua deja de
ser lo que era y los aldeanos precisan ahorrarse nuevas tallas para sus
casas.
Traspasan el recinto de entrada y llegan a la puerta que da paso al interior
del Cenobio. Mai golpea la aldaba del portón. Todo está desvencijado y
hay una sensación de cierto abandono y descuido. Al parecer, desde
tiempos de Carlos Borromeo, los frailes bajaron todos al monasterio de
San Giacomo, más benigno, y sólo quedaron aquí unos hermanos que
suben por turnos para evitar la desolación o el expolio total, y un par de
oficiales que cuidan de administrar las explotaciones del priorato.
Recibe a Mai un fraile alegre y alto. Hace frío. Intercambian palabras de
bienvenida cristiana. Dejan a la mula en la caballeriza. Mai entra en el
recinto, acompañado del Hermano Pietro, que le lleva por un corredor
algo obscuro hacia una puerta, ya dentro del monasterio, que conduce a
un patio enlosado. Ahora no es posible hablar con el abad, dice Pietro.
Está aquí de visita, eso es cierto, pero se encuentra con el administrador
en los campos y no regresará hasta bien entrada la tarde.
Todo a su tiempo, dice el monje. Lo primero calentarse y reponerse.
- Ahora, como estamos tan pocos hermanos aquí arriba, vivimos todos
en la hospedería. La hemos habilitado para que sea cómoda y adecuada.
Se encuentra arriba de unas cuadras, por lo que cuenta con calor
añadido. Iremos allá y se calentará.
Para llegar a la hospedería han tenido que bajar por una escalinata, en
dirección hacia el sur, dejando atrás la imponente nave del templo de
estilo benedictino y un entramado de antiguos anexos monásticos medio
caídos que lo rodea.
La celda donde alojan a Mai es simple, como todas las celdas de los
monjes, y con vistas al Sur, donde un pequeño jardín mantiene alegres
flores, a pesar del invierno, y desde donde se puede ver, ladera abajo,
todo el valle que el río Adda ha creado.
Habrá de esperar a las horas de la tarde para ver a Sazzi.
- No es día para pasear, reverendo Padre, pero el camino que lleva a la
fuente, saliendo por el paseo de detrás de los ábsides del templo hacia
arriba, es sublime. En la cima del monte se encuentra una torre de una

63
vieja iglesia ya desaparecida, desde donde parece estarse en el centro
de un anfiteatro por el que contemplar toda la vega hacia el río. Tal vez
debió esperar Su reverencia al Abad en el convento de abajo, en San
Giacomo, o en el palacio de la familia de los Sozzi en Caprino
Bergamasco.

- Gracias, Padre, pero en realidad tengo algo de prisa y me informaron


que tardaría en bajar una semana desde el monte. Demasiado tiempo.
He preferido subir a buscarlo. Ahora deseo descansar, Padre, pues la
llegada, con este tiempo, ha sido algo fatigada y me ha entrado la
humedad en los huesos. Me conformo con que hagáis saber al Abad mi
llegada y la recomendación que traigo del Obispo de Milán.

- Si, Padre, estará enterado de la presencia del Padre Mai y encantado de


hablar con tan eminente visitante. Este monasterio no cuenta con
ilustres visitantes ya y el Abad es hombre de mundo.

- Creo que trabajó en la biblioteca Ambrosiana en su tiempo.

- Así se dice, pero cuando llegó aquí fue para administrar este monasterio
medio en ruinas. Todo lo que en su día hubiera de biblioteca lo llevaron
al otro monasterio, a la ciudad. Aquí quedan solo los campos, los
terrenos, las explotaciones, la cura de almas de estos pobres aldeanos
y el tiempo que pasa y apolilla todas estas piedras del pasado y destruye
las pinturas murales del templo.

- Comprendo, Padre. Una pena. El lugar tiene aún prestancia y debió ser
en su día un priorato muy reconocido.

- Tendría que conocer la Iglesia. Es una nave imponente, todavía recia y


digna y bien cuidada. Conserva su factura original de tres naves, sobria
como todas las de los monjes de Cluny, con pinturas del cuatrocientos,
recubriendo sus muros, con sus bóvedas de piedra tosca y su sensación
maciza y profunda, de penumbra y silencio; con sus capillas absidiales
recogidas e iluminadas por la luz del levante; con su composición al
estilo de las iglesias antiguas de toda la Lombardía. Ahora la tenemos
habilitada como parroquia del pueblo, pero sigue siendo un lugar
mágico y entrañable, a la espera de un rescate que restaure su viejo
servicio.

- La visitaré, no lo dude Padre. Visitaré el viejo monasterio, si es posible,


porque me interesa, como sabéis, todo signo del pasado.

Transcurrieron varias horas hasta que Sozzi regresó.


Para entonces Mai se encontraba paseando por el antiguo claustro,
admirando la factura de la arquitectura monástica. Su antigua sala
capitular, su refectorio, los diversos recintos de la antigua gloria de este
monasterio donde permanecía enterrada Teoperga, tal vez esposa de uno

64
de los reyes lombardos, o tal vez benefactora de la fundación del
monasterio, a juzgar por la inscripción del túmulo
domine Sancte Topergie matris nostre et fondatrix.monasteri
Nuestra Señora Teoperga, madre nuestra y dundadora del monasterio
Los dos hombres se saludaron, se intercambiaron noticias y cortesías.
Mai contó el cometido de su mensaje. En un tiempo pasado los expulsos
españoles llevaron algunos legajos de interés a los jesuitas de Milán
Entre ellos tal vez algunos libros antiguos traídos en un cofre por orden
del Padre Tirabucci, o tal vez por Cerrutti. Un cofrecillo forrado de cuero
con una inscripción latina, algo así como
Aspice, respice, prospice
Mira, recuerda, observa
donde daba datos del lugar en que se encontraban otros escritos del
expulso.
El misterio puede ser tal vez resuelto, dice Guisepe Sazzi, pero con
sagacidad. Por el tiempo en que me hablas yo era un simple estudiante
que pasaba de ayudante el tiempo en la biblioteca Ambrosiana. Cuando
los expulsos españoles llegaron a Lombardía, fueron especialmente
auxiliados por el Padre Xavier de Idiáquez, hermano del Duque de Gandía.
Idiáquez se empeñó no sólo en el auxilio personal de los expulsos, sino
también en buscar recaudo para sus obras intelectuales y sus bibliotecas,
pidiendo ayuda a todas las de los estados de Italia para darlas cobijo.
Para todo ello se auxilió de los Padres Ángel Sánchez de Rioseco y
Francisco Javier Alegre, dos grandes escritores del Colegio de Salamanca,
los cuales se preocuparon de poner a recaudo todo lo de los suyos.
Alegre en concreto vino a Milán, al Colegio de los jesuitas y a la
Ambrosiana. Es sabido el recelo del prepósito General, Lorenzo Ricci, a
que los expulsos españoles y portugueses se integraran en las casas de
los italianos, por miedo a su número. Más de cinco mil, y poder. Es por
eso que, salvo algunos amigos personales de alguno de los expulsos,
Milán no acogió bien los bienes de aquellos y poco deber quedar en sus
bibliotecas que les pertenezca.
Desconozco el cofre concreto de papeles y todo lo que se refiera a los
escritos de paraguay. No recuerdo cosa alguna al respecto. Pero es cierto
que muchas de las cosas de ellos fueron llevadas a la biblioteca y allí
depositadas y catalogadas como legado de Idiaquez. Allí debieran estar, a
no ser que formen parte de los lotes que llevaron a Ferrara los
bibliotecarios del Conde Crespi, los expulsos Luciano Gallisá y Francisco
Gustá, que habían sido antes profesores de Cervera hasta su
desmantelamiento.

65
En mi opinión el material que buscáis está o en Milán bajo el nombre de
Idiaquez, o en Ferrara, en la biblioteca de Crespi.
Ahora, Padre, antes de regresar a su querida ciudad de Milán, le
recomiendo que reponga fuerzas con nosotros y que me deje acompañarlo
mañana a Caprino Bergamasco, donde mi madre estará encantada de oír
noticias de mi hermano el obispo.

66
11
Milán Noviembre 1817

L
a vuelta a Milán fue menos penosa que la ida. Una vez cruzado el río,
y a pesar de la inclemencia del invierno y del aire del Norte que
soplaba desde el Alpe, los caminos estaban transitables y el viaje se
pudo hacer en dos jornadas, la primera hasta Monza, donde fue acogido
por los carmelitas, y la segunda en la biblioteca milanesa, donde llegó
entrada la tarde.

Aunque Mai pertenecía a la compañía de Jesús y mantenía con los


hermanos de su congregación frecuente relación, lo cierto es que, desde
que se le encargó la biblioteca Ambrosiana, no vivía en la comunidad, sino
en las propias dependencias de la biblioteca. Había rechazado varias
veces los llamados de sus hermanos a habitar en la casa común. En la
práctica, no participaba de la vida de la Compañía y no podía decirse que
fuera, a estas alturas, un verdadero jesuita. Tal vez su adhesión a las tesis
del Padre Gaetano Angelini, que pretendía una restauración de la
Compañía con la sola sumisión a la regla ignaciana y sin los privilegios
concedidos por el Papa Clemente XIV, corriente perdedora en la disputa
que sucedió a la restauración de la Sociedad, y sobre todo a la muerte de
su protector, el Padre Mozzi, fueron las causas que alejaron a Mai de la
vida en comunidad, para concentrarse por entero en su cargo en la
biblioteca ambrosiana y, por qué no decirlo, en las intrigas por el ascenso
eclesiástico prometido por los Cardenales Litta y Consalvi.

67
Se dice esto porque, precavido e interesado en el prometido y misterioso
cofre, entendió Mai que necesitaba hablar con alguno de los más viejos
hermanos en Milán, los cuales vivían en la comunidad, por si sus
recuerdos relativos a los padres Idiaquez y los otros expulsos venidos en
su día a la ciudad, podían arrojar luz.
Fue así que marchó, contra su costumbre, a pasar el día con los hermanos
jesuitas que residían en el viejo colegio, una residencia con un
insoportable olor a lejías y cera de vela, plagado de sombras y ojos
escrutadores por cada pasillo.
El Padre Martini era un hombre centenario y ahora estaba medio sordo.
En otros tiempos fue profesor de latines y griego en Ferrara y acabó en
Milán, donde pasó un largo trecho de su vida estudiando en la Biblioteca
Ambrosiana. Nadie le hacía excesivo caso, pues en su ancianidad casi se
había demenciado y tan pronto podía platicar amenamente como pasar a
la más pura incoherencia, o parlotear en griego o latín versos perdidos
de su tiempo de docente, o perder por completo el curso de la
conversación, sumido en sus recuerdos.
Precisamente por su edad era mayor la curiosidad de Mai hacia el
anciano. Con él conversó sobre los expulsos y principalmente sobre dos
de sus amigos, el Padre Juan Andrés, que pasó a vivir a Mantua,
abandonando la sede de su provincia aragonesa en Ferrara, y el Padre
Montengón, que luego desertó de la compañía y se dedicó a hacer sátira
de la religión, gran dolor para Martini.
Cuando los expulsos fueron recibidos en los Estados del Papa, dice el
anciano, mandó confinarlos en varias ciudades donde vivieran, pagándose
sus necesidades de las pensiones que el rey de España remitía, pero
muchos de ellos decidieron probar suerte e independizarse de la pensión
real y es así como una gran parte se desplazó a las ciudades de
Lombardía, entonces bajo el poder del emperador austriaco, enemigo de
los borbones. Aquí vinieron pocos, más bien se fueron hacia Ferrara y
Venecia, donde pudieron mantener una libertad de estudio que el General
Ricci no quería darles, pues los temía y recelaba de las ideas jansenistas
y abiertas de muchos de ellos.
Yo trabé conocimiento con Menchaca, el padre del que hablas. Fue un
hombre de carácter fuerte, ya le conociste en tus inicios. Acabó preso,
como sabes. El mismo entregó en secreto diversos legajos de su obra y
de la de otros expulsos, y donó a la ambrosiana una parte de los libros
que pudieron sacar de España. Es cierto que trajo aquí un extraño
palimpsesto y las notas que preparara sobre el mismo en un cofre. Aún
se conserva, pero más por el interés sentimental, pues solo narra unos
materiales que luego usó Apiano para su Bellum civites y una especie de
mapa de lugares donde tenía depositados otros estudios.

68
Dado que también fuiste discípulo del mismo, te diré que has de buscarlos
entre los textos de Apiano de la biblioteca. Como tanto los reverenciaba
el pobre, y temiendo que los destruyeran, los usé para forrar varias de
las tapas de las traducciones de aquel, dándoles la vuelta, y otros los
escondí por la parte de atrás de los armarios, en un pequeño hueco que
estos tienen, de los referidos a los autores latinos. Allí estarán si nadie
dio con ellos antes. Y en ellos encontrarás instrucciones para seguir la
pista de otros.

69
11
Castel Gandolfo, 1852

M
ai, ahora cargado de años, está en pleno triunfo personal y
eclesiástico.

Su reconocimiento como paleógrafo es indiscutible. Ha publicado estudios


y ha sacado a la luz una enorme producción de conocimiento de la cultura
clásica: Su estancia en Milán y Roma, con sus grandes bibliotecas
eclesiales, con sus tesoros incalculables, con el acceso a los grandes
archivos del Conde Mallerío, de Conde de La Reina o del Duque Melzi en
Milán, con el acceso al archivo secreto del Papa y las extensas bibliotecas
vaticanas, le han dado el privilegio de acceder de primera mano a tesoros
y materiales envidiables. Su amistad con Pezzana, bibliotecario de la
biblioteca Ducal de Parma y gran historiador, le proporcionó además
intercambios de libros y consulta de incunables inimaginables en otro
caso. S contacto con eruditos de todo el continente, reconocimiento y una
amplitud de perspectivas tampoco desdeñables.
El propio Leopardi le ensalza con su cántico como un prócer principal del
resurgimiento de Italia.
Su producción ya madura
es enviadiable. Mai es una
autoridad, la gran
autoridad del momento.

Por lo que respecta a la


propia Iglesia, su éxito
también es pleno. El
cardenal Mai ha
descubierto el Codex
Vaticanus, una de las
pocas biblias en griego
que Cosntantino mandó
escribir a Eusebio de
Cesaréa. Ha sacado del
olvido obras de Hilario, de
Cipriano, de Jerónimo, de
Agustín, de Cirilo, de
Atanasio, de infinidad de
Padres de la Iglesia. Ha
aportado diversos
documentos que
legitiman la autoridad del
pontífice. Es el secretario
del Dicasterio de

70
Propaganda y Fe, que promueve la expansión misionera y proselitista de
la Iglesia.
Incluso al fallecimiento del pontífice Pío VIII, fue el encargado de tomar
la palabra ante los demás cardenales del Sacro Colegio, para resumir,
ante los polarizados bandos de cardenales, las virtudes que debería tener
el nuevo sucesor de Pedro:
Por tal motivo, oh padres, presurosamente dedíquense a cumplir
nuestros deseos, y concedednos un pontífice excelente y formado
sobre la base de las antiguas virtudes. Quera el Señor que sea un
Pedro por la fe. Cornelio por constancia. Silvestre por la
prosperidad. Un Dámaso por la claridad. Sea elocuente como León.
Pleno de conocimiento como Gelasio. Pío como Gregorio Magno.
Fuerte como Eugenio. Semejante a Adriano por la amistad con los
soberanos. Que recuerde a Eugenio IV por la reconciliación con la
Iglesia. Nicolás por la promoción de la literatura. Idéntico a Julio II
por la grandeza de sus proyectos. A león X por la generosidad. A pío
V por su santidad. A Sixto por su inteligencia. Os invito también a
no quedar en el pasado, para dar a la Iglesia un Papa que no haga
añorar la erudición de Benedicto XIV, ni la generosidad de Pïo VI, ni
el gran coraje y bondad de Pío VII, ni la atención de León XII, ni la
lealtad de Pío VIII
La hora de Mai está cerca.
Escribe ahora en su escritorio de Castel Gandolfo con mano pausada el
que parece cierre de un estudio que nunca verá la luz.
Si rastreamos a lo largo de las inmensas montañas de textos que
componen el recuerdo escrito de nuestro mundo, tanto los que
conocemos de forma cierta como los que, con la paciencia de la
nueva ciencia de la paleografía venimos sacando de la tiniebla en
las innumerables bibliotecas, conventos y vestigios arqueológicos
donde se encuentran, podemos establecer una paralela verdad. Los
libros, la historia escrita, dan noticia oficial y constante de la peor
de las pestes de la humanidad, la guerra y sus desastres, a los que
ensalza y hace pasar por los protagonistas y hacedores de toda la
historia y fatales dueños del futuro. Pero también, y a la vez, dan
noticia, como si de su sombra se tratara, de la lucha soterrada,
discreta, incluso sojuzgada, de quienes en medio de la guerra han
luchado por suprimirla por completo y desterrarla del porvenir.
Noticia que no se conforma con un velado testimonio de la
apelación de grandes almas humanas a los nobles, pero etéreos
valores de la paz y de la llamada a la concordia y la amistad, como
fue el caso de Cicerón ("que las armas cedan a las togas. Que el
laurel se dé a los méritos"), o de Horacio ("La guerra, odiada por
las madres"), o del propio Tácito ("crearon un desierto. Lo llamaron
paz"), de quien en mis estudios tanto creo haber aportado algunos

71
datos antes perdidos; sino que hablan, entre renglones, de las
innumerables luchas y esfuerzos de comunidades vivas por
construir la paz con su compromiso arriesgado y su cotidiano
modo de vivir, que la guerra negaba. Esfuerzos humanos que han
dado en ser una constante lucha y compromiso por la paz que tal
vez ahora sólo se manifiesta como semilla y ecos perdidos, pero tal
vez a futuro será árbol frondoso.
No cabe duda, por otra parte, que considerados en su conjunto los
tiempos y momentos de la guerra a lo largo del proceso de nuestra
civilización, éstos han tenido menos extensión que los muchos
momentos de la concordia, de la cotidiana paz, la cual no ha sido
ni caracterizada ni ensalzada en su verdadera eficacia.
Todo este mundo de sombra y rumores aparece entonces como un
segundo palimpsesto que descubrir en los renglones torcidos del
interesado relato de la historia, que lo raspó y obvió como si no
existiera.
De este modo, creo que es posible redescubrir, rastreándola en la
historia tal cual nos la han mostrado los hacedores de la misma
(sin duda casi siempre la voz de los que vencieron en cada
vicisitud) y en los libros que la datan y escriben, la verdadera
historia de la paz que, de ser contada en su grandeza, sería un
verdadero vuelco, según creo, a nuestra propia concepción del
mundo y a la labor del porvenir.
Tal vez esa soterrada historia no escrita aparece, y ahí el cometido
que nos queda, como ese segundo palimpsesto inscrito como ecos,
como insinuaciones, como interesadas interpretaciones de los
hechos, como lo no dicho, como lo reprimido.
Tal obra, tal vez necesaria y un acicate cuando se produzca, para
el avance espiritual de la humanidad toda, tiene sus peligros, pues
la historia de la paz pone en solfa la historia de la guerra y del
poder (de todos los poderes) y lo que con ella va añadido: la
historia de nuestros grandes hombres, lo que incluye también la
pecadora historia de la Iglesia y muchas de las legitimaciones que
han consolidado sus instituciones más sagradas. Razón por la que,
a la espera de una mayor purificación de la comunidad de los
creyentes, creo que no es maduro el tiempo, después de que la
llamada ilustración haya estado a punto de la abolición de la propia
iglesia, con el enclaustramiento por parte del general Napoleón del
propio Papa. Y por ello estas notas que ahora voy tomando, y que
podrían dar en un proyecto de nueva historia, quedarán aquí
encerradas a la espera de que alguien más adelante pueda dar a la
luz este palimpsesto de la paz, reuniendo todo el material que
refiero y aún otro que el tiempo sin duda acopiará, como

72
contribución al esfuerzo humano por hacer de la paz su santo y
seña.
Mientras tanto, en este mundo en que, como antaño, los ejércitos
cobran cada día más protagonismo y el ansia de poder impone a
los pueblos la esclavitud y la dominación, no podemos sino
contemplar como la otra cara de la moneda la de la paz que se
hace, va construyendo con sus resistencias a la guerra

73
II
SEGUNDO
PALIMPSESTO

74
1
Roma, Junio 1917

A
madeo Benavides entró por pura casualidad en contacto con el hilo
de esta historia que vamos contando a trompicones.
Eran tiempos convulsos, con la guerra devastando física y
moralmente a Europa. El Papa Benedicto clamaba por la paz y la
conciliación. Había fracasado en su intento de mediar entre los
contendientes e incluso con la propuesta de tregua de navidad, y,
resignado a la plaga de la guerra, disponía servicios para atender a los
prisioneros de uno y otro bando, asegura r intercambios de estos, ayuda
médica, pues creía que la guerra era el peor mal del siglo y del futuro.
Por consejo del provincial de su congregación marchó a Roma a estudiar.
El padre Marry del Val, Secretario de Estado con el anterior Papa y ahora
en un cargo honorifico, le recomendó como ayudante en el Archivio
segreto Vaticano, el archivo del Papa.
Obviamente, dado el interés de
este cuento, no vamos a
detenernos en la curiosidad de
la existencia de un tal archivo,
más bien un archivo privado
del Vaticano, y menos secreto
de lo que pueda parecer, o al
menos tanto de opaco y
misterios como los otros
archivos históricos mundiales
que contienen material tan
valioso. Cada cual que haga
sus conjeturas sobre el grado
de transparencia y
manipulación de una tal institución hacia documentos sensibles o tal vez
polémicos, incluidas variaciones más o menos creativas o interesadas de
los propios libros canónicos cristianos y algún que otro título esgrimido
en la antigüedad para reforzar la continuidad de la legitimidad del papado,
del sacro imperio o de otras intenciones de dominio o poder imaginables,
así como toda una serie de vicisitudes más que dudosas, que es
imaginable que acumule dicho lugar.
El caso es que Amadeo, por sí o por no, acabó compatibilizando las
tediosas clases de su estancia en la universidad romana con las prácticas
añadidas en el laboratorio de conservación, donde aprendió, como es de
suponer, al punto de convertirse en un experto.

75
Y es aquí, en el centro neurálgico de Roma, donde, al calor de los legajos,
se dio el encuentro, fortuito de Amadeo con el hilo perdido de estos
relatos.
Un buen día, curioseando entre interminables salas de legajos, accedió a
un rincón, más bien un gran almacén situado en un segundo sótano de
dimensiones colosales, donde se mantenía material de diverso orden, algo
así como una miscelánea de siglos y secretos.
Allí tuvo el repentino encuentro con un cartapacio abigarrado de papeles
y notas que hablaban del misterio de la sublevación de las mujeres en los
estertores de la roma republicana en contra de las guerras.
La cosa no hubiera pasado de curiosidad. Apiano, en el siglo II ya habría
relatado el caso en uno de sus libros sobre la guerra civil entre el segundo
triunvirato y los asesinos de Julio Cesar. Pero este material era inédito,
anterior a los escritos de Apiano. Tal vez el material usado por éste para
componer y amañar su relato, dejándolo en un mero episodio sin otra
consecuencia que la exoneración de las rebeldes a colaborar con aquellas
guerras.
El material hallado por Amadeo, extenso como se dice, se debía al
Reverendo Cardenal Angelo Mai, el mismo que en su día fue afamado por
sus descubrimientos paleográficos en la ambrosiana de Milán y luego
trasladado como bibliotecario de los estados pontificios a esta Biblioteca
Vaticana por expreso deseo del Papa Pio VII.
Mai, al parecer, acumuló, quién sabe si por devoción a sus iniciadores en
la paleografía en Orvietto, los expulsos españoles ya referidos. o por
interés por el tema, copiosa información no sólo de la revuelta de las
matronas romanas, sino de su verdadera repercusión, la creación de un
verdadero movimiento de rechazo de la guerra en plena época de la
expansión militarista de Roma y, más allá de ello, otras referencias
anteriores y posteriores de esa soterrada, y a veces no soterrada, lucha
contra la guerra a lo largo de los tiempos.
En uno de los trabajos del que vamos a llamar “archivo Mai” se
comprendía un listado bibliográfico de libros curiosos, todos ellos
clasificados de los archivos vaticanos y con puntual referencia a otras
bibliotecas, donde se reflejaban antecedentes anti guerreros en la Grecia
Clásica.
Este primer cartapacio, atado con una cinta de color rojo, cuenta además
con un estudio autógrafo que Mai conservaba de sus maestros Monteiro
y Menchuca, en el que traducen algunos palimpsestos de la biblioteca del
Colegio Mayor de Alcalá, al parecer rescatados y llevados a Milán, sobre
la obra trágica de esquilo, del que hacen una traducción que discrepa en
parte del texto habitualmente al uso, para señalar y enfatizar la impiedad
militar de los principales héroes de las tragedias helénicas y el

76
disparatado estado de cosas en que la razón del Estado, razón de fuerza
y ejércitos, pone al propio bien común perseguido por los hombres.
Sobre dichas
traducciones, Mai
propone en unas
cuartillas donde las
estudia, el protago-
nismo de las mujeres
en el rechazo de la
guerra y en la
resistencia contra su
nefasta persistencia y
apunta que la lucha
por la paz puede
seguirse más en las
concinas y el
quehacer de las
mujeres que en los
libros y las
proclamas de los
filósofos y teólogos.
En otro cartapacio,
este atado en una
cinta de color blanco,
al que rotula como
Segundo eco, se
refiere a diversas
heroínas.
Habla en él de la
virgen Ifigenia, degollada en ofrenda a los dioses de la ira, cual si fuera
una cabra, para favorecer la guerra que su padre Agamenón quiso
emprender contra Troya, y refiere que la tragedia habla principalmente
de la abominable pasión por la guerra de los hombres, capaces por causa
de ésta de romper cualquier vínculo, sentimiento de compasión y
moralidad, e incluso dispuestos a buscar justificaciones y engaños de
cualquier tipo que hagan pasar por aceptable su voraz e ilimitada ansia
de exterminio.
Habla también de la lucha de las mujeres atenienses, con Lisístrata como
referente de todas ellas, por acabar con la perpetua guerra de los
hombres, Lucha en la que niegan todo tipo de colaboración al orgullo
militar y a sus propósitos. Documenta con textos antiguos encontrados
por Mai tanto en Milán como en Roma, la efectiva revuelta de tales mujeres
contra le militarismo ateniense y la continuidad de dicha lucha a lo largo
del tiempo.

77
Lucha esta, podemos añadir, luego silenciada por la historia oficial.
En el mismo cartapacio señala el referente de la Antígona de Sófocles,
obra en la que el autor critica de nuevo el militarismo de dos hermanos
tebanos dispuestos a hacerse la guerra por el poder y que pierden la vida
en la lucha, uno a manos del otro, y la decisión de Antígona de enfrentarse
al orden militar del nuevo rey Creonte, su tío, que niega la sepultura a
uno de los hermanos muertos de forma absurda y cruel. Mientras el rey
Creonte ve en el muerto un enemigo, Antígona ve un simple muerto.
Mientras éste es incapaz de reconocer el humano y exige el exterminio
aleccionador, aquella se remueve en sus entrañas y sólo ve los despojos
de la locura militar y se niega a reconocer un enemigo en el muerto.
Antígona se enfrenta a la orden militar de impedir que se entierren los
despojos de Polinices, y rechaza con ello las leyes salidas del rey soldado
y de su orden de guerra: La tragedia explica la espiral de desgracias
sucesivas que la guerra y el militarismo trae consigo en términos de
trágicas muertes de todos los demás.
En un tercer cartapacio se encuentran otras notas donde pacientemente
se recopilan dataciones concretas de miles de personas en contra de las
miles de guerras del mundo antiguo y ofrece nombres y hechos
desconocidos de rebeliones contra las guerras planteadas por
conscriptos, familiares de estos y pueblos enteros que se opusieron al
orden militar. Revueltas una y mil veces sofocadas a sangre y fuego y una
y mil veces reiniciadas por las gentes de todos los lugares, pues a la plaga
de la guerra ha seguido como una sombra acusadora y constante la lucha
por la paz de los débiles y justos.
Un cuarto núcleo de documentos, este muy voluminoso, contiene
traducciones de diversas lenguas de escritos que podríamos llamar
heterodoxos, pues tenemos que tener en cuenta que se trata del trabajo
de todo un cardenal de la Iglesia en su día encargado de la congregación
Propaganda Fide, lo que resalta más el valor que da a textos de autores
condenados por la propia iglesia.
Destaca entre estos la traducción de textos no dados a conocer antes
escritos en siríaco y atribuidos al parecer al Parto Mani. Párrafos
perdidos de su "tesoro de la vida", en los que refiere la condenación a
todas las guerras y el deber de abstenerse de la violencia, deber ineludible
para todos los creyentes en sus doctrinas. Traduce varios textos del
propio Mani y algún otro que narran la construcción de verdaderas
comunidades de resistencia a la guerra y a la participación en estas.
Detalla la continuidad de estas comunidades en el reino de Palmira, bajo
la monarquía de Septimia Bathzabbai Zainib, conocida como Zenobia, que
intentó extender la fe noviolenta de aquel maestro herético más allá de
Egipto. Cuenta igualmente con un texto donde un escritor oficial de dicho
reino narra, ante el desastre de la tropa romana que invadió y extinguió

78
su reino, de la negativa de la reina a la lucha armada y de su afirmación
del triunfo de la doctrina del amor sobre el odio.
También aparece en este legado una serie de referencias de los cristianos
de los primeros tiempos, con su testimonio y negativa a participar de los
ejércitos romanos y servir a la ley de la conscripción, así como revueltas
contra la guerra por parte de ciudades del Asia y de occidente y de la
hospitalidad dada por muchos pueblos y comunidades a quienes las
sufrían o a los desertores de tales tragedias.
Aparece aquí una lista de sentencias dadas en tiempos de loas
emperadores Séptimo Severo y más adelante, con el emperador
Vespasiano, ordenando la muerte de quienes se negaban, y no eran pocos,
a tomar las armas.
Cita en otro caso al montanista Quinto Sépttimo Florente Tertuliano, hijo
nada menos que de un centurión, del que traduce un fragmento de su
libro “de corona” en cual, además de afirmar la incompatibilidad de
ejércitos y fe, refiere entre renglones muchos casos de resistentes a la
guerra de su tiempo, lo cual nos ofrece, dice Mai, noticia de la soterrada
práctica de la paz y de la resistencia en pugna siempre y silenciada
siempre, con la nefasta violencia y la guerra como su clímax.
Y lo mismo refiere de los textos de Origenes Ademantius, en su texto
Contra Celso explica que No desenvainaremos más la espada contra un
pueblo, ya no aprendemos a guerrear”

Y del abogado Minucio Félix, que en su Octavio niega toda colaboración


con los ejércitos y afirma que “Todo lo que los romanos ocupan, cultivan
o poseen, es fruto del botín de su prepotencia. Todos los templos son
producto del saqueo, de destrucciones de las ciudades, de expoliaciones
de los dioses y de estragos de los sacerdotes

O Hipólito de Roma, en su comentario a Daniel, donde no se priva de


críticas al militarismo romano, al que señala en su perversión que
recogiendo de todas las gentes los hombres más insignes, los prepara
para la guerra, y los llama romanos para señalar más adelante que
“Cuando Dios prohíbe matar, no sólo prohíbe el bandidaje, que las
propias leyes públicas no permiten, sino que nos advierte que ni siquiera
hagamos lo que los hombres consideran lícito. Así, a un hombre justo no
se le permitirá servir como soldado, ya que su servicio militar es la
justicia.

Otra carpeta habla de tradiciones dentro de la propia Iglesia y reseña a


muchos de los Padres de la Iglesia, así como actas de concilios locales y
regionales, como el Sínodo de Arles del siglo IV, de cuya condenación a
los pacíficos deducimos una práctica contra el ejército muy extendida, al
menos tanto como para que la autoridad eclesiástica se viera en la
necesidad de lanzarles la condenación por su resistencia. “De his qui

79
arma projeciunt in pace, placuit abstineri eos a comunione, de los que en
tiempo de paz arrojan las armas, que sean apartados de la comunión.

En el mismo explica el ejemplo de Martín, en tiempos de Constancio y de


Juliano, que renunció al ejército tras de su bautismo.

Contiene también textos sobre instituciones creadas para preservar a los


pueblos de la peste de la guerra, como la tregua de Dios, de la que aporta
un documento de un tal abad Oliva de Elna, que la estableció para todo el
Rosellón, o las actas de un Concilio de Vich que llamaron a la práctica de
la paz en dicho condado, y de otras paces similares ordenadas en
Occitania bajo el nombre de concilio de paz o en Narbona, o en Niza del
mismo sentido.
También refiere a la abadesa de Rupersberg Bingen, que apoyó el
moviiento de desobediencia a las guerras de los nobles y acogió en su
convento a desertores y refugiados de las guerras y anota algunos textos
de ésta condenando la guerra y a su encarnación en los hombres
violentos, los guerreros de su tiempo.
Traduce varios textos de aquella, de los que afirma que narran el anhelo
de paz y caracterizan a la guerra y la violencia bajo la apariencia del varón
y de su ideal militar, por contraposición a la mujer, artífice de paz.
Esta imagen tiene la cara
de un varón; nace en el
hombre porque el varón
porque éste conoce el
mal.
Sus ojos están tan
deformados que lo
blanco es más grande
que las pupilas, porque
la rabia muestra más la
virulencia del furor que
la rectitud de la
tranquilidad. Cuando
una persona está
enojada, no piensa en
nadie, sino que derriba
la justicia como si
estuviera ciego, porque
produce tormentas de
rabia. Sus brazos se parecen a los de un varón, porque el poder de la
cólera privado del temor de Dios, se suma al poder del hombre en la
ciencia del mal, que influye el diablo con su malicia para hacer lo que le
gustaría hacer, aunque a veces no pueda llevarlo a término.

80
El varón, sin embargo, logra dar cumplimiento a su maldad por su
pensamiento, por sus planes, y por su obra, haciendo que su perversidad
se manifieste abiertamente. El hombre, sin embargo, en cuando tiene
odio, usa su cólera maliciosa para despedazar a veces incluso al que
quiere, y a menudo produce el mal a quien le beneficia, devolviéndole mal
por bien.
Y en respuesta configura la paz con cuidados y entrañas de misericordia,
pero sobre todo con prácticas que son bien a las claras las cotidianas
prácticas de las mujeres, siempre en lucha contra la guerra
Eres parecida a un nido de gusanos que a menudo procuran la muerte a
los hombres. Por tanto eres sombra de muerte, pésimo veneno y rápida
perdición de los hombres.
Yo, en cambio, soy medicina para todo, ungüento para los que persigues
y cura para los que hieres. No estimo para nada las guerras injustas y la
inclinación a la disputa eterna.
Soy un monte de mirra, de incienso y de todos los demás aromas. Soy un
pilar de nube sobre la montaña más alta porque atraigo todos los bienes
y sobre todos los cielos prosigo mi camino. Por eso también pasaré por
encima de tí, seguiré perjudicándote sin tregua y no te concederé ningún
sosiego”
Y acaba este legajo con referencias a Francisco de Asís, del que aporta el
testimonio de su propia regla donde exhorta a sus hermanos a que,
cuando vayan por el Mundo, “no litiguen, no se enfrenten a nadie de
palabra, ni juzguen a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados,
mansos y humildes...».
Otro de los legajos. Este atado con cintas negras, acopia información
sobre deserciones y rechazos de la guerra durante los siglos VIII a XIV,
con centenares de testimonios de acogida en monasterios de refugiados
y desertores
Otro de ellos, cerrado con vintas cruzadas de color verde, explica la lucha
pacifista que llama “de herejes”, donde detalla, entre otros, las noticias
antiguerreras que se conocen de los seguidores del bohemio Jan Huss,
rector de la Universidad de Praga, que negaban obediencia a las ansias
de poder de los nobles y predicaban la negativa a los ejércitos y la
abstención de la violencia. de estos conservaba Mai fragmentos de un
manuscrito de un tal Petr Chelčický, quien, tras el ajusticiamiento de su
maestro, se retiró a un terreno en su localidad de Chelčice a partid del
cual fundó comunidades de vida pacifista, quien escribió,
Todo lo que los primeros cristianos consideraron reprensible e inmundo:
unirse al ejército y asesinar, o andar por los caminos con armas, ustedes
lo juzgan bueno. Por eso creemos que ustedes, junto con otros maestros,
solo comprenden a medias las palabras proféticas: Allí quebró las saetas

81
del arco, el escudo y el cuchillo y la guerra (Salmo 75). Y estas otras: No
harán mal, ni causarán daño en todo mi santo monte, porque la tierra
será llena del conocimiento del Señor, (Isaías, capítulo 11)."
Y otros escritos de un tal Sattler Michel, de los llamados anabaptistas,
que refiere la lucha de su comunidad de creyentes contra la guerra. Y de
la oposición a la guerra de las comunidades de Nueva Holanda, que
reflejan Menno Simonsz y Waterlanders.
Y otros muchos nombres de testigos de esta lucha constante y soterrada
por la paz y contra la lacra de la guerra, como Pausl Felenhauer, con su
obra "perspectiva de la guerra" llamando a desobedecer los mandatos de
los príncipes a guerrear en la de los 30 años, o Christian Hohburg, o
Annecken Hoogwand, o Gerrard Winstanley, o Penn, o tantos otros.
El joven Padre visita al Cardenal del Val para darle cuenta de su
descubrimiento. Todos saben de la preocupación del Santo Padre por
parar la guerra. Este esfuerzo puede serle de utilidad.

El Santo Padre trabaja en un plan de paz para parar la guerra, a la que


considera el peor mal de la humanidad. Un plan que conlleva
reconciliación y reconstrucción y perdón mutuo del odio infligido, pero
que, de nuevo, será rechazado por las potencias.

Acabada la guerra, la misma preocupación, tal vez influida por la idea de


los cuidados soterrados que reparan la paz, proclama en la carta pastoral
Pacem Dei Munus Pulcherrimum, la paz, el hermoso regalo de Dios, pide
un compromiso amplio por la restauración de la paz

Os suplicamos y os conjuramos a que consagréis vuestros más


solícitos cuidados a la labor de exhortar a los fieles que os están
confiados, para que no sólo olviden los odios y perdonen las injurias,
sino además para que practiquen con la mayor eficacia posible todas
las obras de la beneficencia cristiana que sirvan de ayuda a los
necesitados, de consuelo a los afligidos, de protección a los débiles,
y que lleven, finalmente, a todos los que han sufrido las gravísimas
consecuencias de la guerra, un socorro adecuado y lo más variado
que sea posible...

82
2
Montevideo, 28 de febrero de 1929

S
obre el gran estuario, abierta al mar discurre, colgada de algún
encanto, la pequeña ciudad de Montevideo.
Al lado del Stadium pasean varios hombres morochos, vestidos de
americana, sindicalistas venidos de Paraguay. Han llegado
tortuosamente, con gran esfuerzo, pues las comunicaciones no son tan
plácidas entre los pueblos cuando no abunda la plata y obra la gente como
sospechos y especialmente peligrosa.
Están cansados. Les guía Ciriaco, un hombre entrado en años pero con
asombrossa vitalidad, por unas callejuelas bulliciosas. Ciriaco ha sido
deportado varias veces y conoce de sobra la ciudad y sus recovecos: dónde
meterse y dónde no dejarse ver.
Pasan ahora frente
al estadio donde en
breve tendrá lugar
el campeonato
mundial de balon-
pié . En las paredes
permanecen
pegados carteles
que llaman al
encuentro
sindical. En uno
pone "A los
trabajadores
bolivianos y
paraguayos nada
los separa. Todo
los une”. Y en otro
“Los proletarios no tienen patria, no se les puede quitar lo que no tienen”.
En un tercero “Guerra a la guerra. Viva la confraternización de obreros,
campesinos y soldados”
Ayer se acabó el Congreso convocado por el Comité Pro-Confederación
Sindical Latinoamericana, la representante de la III Internacional en
América Latina, con sede en dicha ciudad, al que han sido llamados
delegados de todos los países americanos.

83
Mandaron al encuentro su saludo de apoyo la gran Internacional Sindical
Roja, la Liga de Educación Sindical de Estados Unidos, la Confederación
General del Trabajo Unitario de Francia, el Secretariado Sudamericano de
la Internacional Comunista, la Internacional Juvenil Comunista, la Liga
Antifascista Italiana en Buenos Aires, el Secretariado Sindical Pan-
Asiático, el Secretariado Sudamericano del Socorro Rojo Internacional,
todos ellos grandes estructuras del comunismo internacional.
El gran Congreso antiguerrrero que ahora ha acabado con tan rotundo
éxito responde al llamamiento de la Unión Obrera del Paraguay, que
agrupa a comunistas y libertarios y prácticamente unifica al sindicalismo
del país.
La pugna entre Bolivia y Paraguay por los campos yermos del Chaco está
a punto de desencadenarse de forma completa. Se ve venir. Lo han
decidido los grandes intereses petrolíferos en liza. A los gobiernos
liberales corruptos les viene muy bien exacerbar el odio nacionalista para
luchar contra las reivindicaciones campesinas y obreras internas y
desencadenar la respuesta represiva contra sus propios pueblos. La
prensa internacional, que responde a los intereses del dinero, espera día
y hora para la confragración.

Rufino Recalde,
Daniel Villalba,
Gregorio Galeano
y Francisco
Gaona entran
ahora con su
cicerone a un
boliche donde
comerán unas
empanadas y
tomarán unas
cervezas. Hablan
de sus asuntos.
Se vigilan, pues
es verdad que
entre ellos la
concordia es un
pacto de no agresión y reina, como en toda la casa comunista, el recelo
mutuo. Pero por encima de todo esperan la alianza antiguerrera para
luchar contra la guerra que se avecina.

84
Ellos mismos hicieron el manifiesto que desencadenó este encuentro.
El consejo de la Unión Obrera del Paraguay y resuelve: “1. Lanzar su
voz de protesta contra la amenaza de guerra o la guerra misma. 2.
Sugerir a las organizaciones obreras y campesinas del continente y el
mundo como asimismo, a todos los partidos de ideales avanzados y a
todos los grupos sociales que se esfuerzan por el reinado de la
cooperación y la solidaridad humana, la iniciativa de realizar en
conjunto o por continente, un Congreso Extraordinario, o
cualesquiera otra acción pacifista, a fin de evitar el conflicto
armado...que no tendrá otros resultado que la miseria, el exterminio
y la devastación...como aconteciera en la monstruosa guerra europea
de 1914...”
Han logrado lo principal. Obreros y sindicalistas de la CUT y de la UOP
paraguaya trabajarán conjuntamente para boicotear la guerra y, si llega
el caso, para infiltrarse entre la tropa y animarla a la deserción de la
misma.
Ahora conocen a los bolivianos. Han confraternizado con Tristán Marof, y
con José Aguirre y Alipio Velencia, y Eduardo Arza, los principales
activistas antiguerreros de Bolivia.
Leen el manifiesto recientemente aprobado por el Congreso, que
asombrará al mundo y definirá, esos esperan los ilusos, la lucha por la
paz del movimiento comunista a partir de ahora
el latente conflicto boliviano-paraguayo, cuyo origen se halla
aparentemente en la cuestión de límites y de cuya 'solución'
depende la anexión a uno de los dos países de una amplia zona
del Chaco Boreal, aun en el caso de que una de las naciones
salga 'triunfante', en realidad no pasará a ser propiedad de los
paraguayos o bolivianos, sino de la Standard Oil -imperialismo
americano- o de las sedicientes empresas argentinas que tienen
grandes extensiones de terreno en dicha zona y tras las cuales
se encuentra el imperialismo inglés. Los países capitalistas
tienen como agentes en esa política de penetración a los
gobiernos burgueses de Bolivia y Paraguay

Llama a luchar contra la preparación ideológica de la guerra,


“cada uno de los países beligerantes se ha presentado frente a
la clase laboriosa como país agredido y amante de la paz y ha
planteado la necesidad de la defensa de la patria
agredida...para asegurarse el apoyo de las masas trabajadoras

85
y evitar el conocimiento del contenido real de los móviles que
determinaban la guerra”

Propone tareas a desarrollar por los sindicatos de Bolivia y Ecuador para


desenmascarar y abortar el intento militarista del capital mediante
-Acciones contra la preparación ideológica de la guerra.
-La necesidad de estudiar el contenido de clase de cada guerra y sus
causas.
-Acciones y denuncias contra “la fiebre armamentista”.
-Una política para atraer a la juventud a la lucha contra la guerra.
-Creación de organizaciones especiales de obreros y campesinos para
la lucha contra la guerra.
-Desarrollo de una política de transformación fundamental de la
guerra (“de una guerra imperialista a una guerra contra el
capitalismo”) y de fraternización en el frente.
- Tener en cuenta la posibilidad de una huelga general.

Poco después, los antiguerreros paraguayos desencadenarán una lucha


desobediente para lograr la negativa de la población a participar de las
"contribuciones populares" ordenadas por el gobierno de Eusebio Ayala
para la compra de armamentos.

Más tarde, cuando el conflicto militar estalla, muchos de ellos serán


duramente represaliados, cuando no ajusticiados, al ser descubiertos
infiltrados entre las filas para convencer a los soldados del rechazo a la
guerra y del abandono del frente.

86
3
Abril 1930

Los pies arden. La fatiga arde. El sol arde. La emoción arde.


Todo arde al llegar a la arena de la playa.
raghúpati rághava raya ram,
patita-pávana sita-ram
sita ram sita ram,
bhash piare tu sita-ram
ishuara allah tere nam,
sabako sanmati de bhagaván.

Protector de los raghús, descendiente de Raghú, señor Rama,


dueño de la casa de Raghú,
purificadores de los caídos, Sita y Ram,
Sita-Ram, Sita-Ram,
amado, alabemos a Sita-Ram,
Dios o Alá es tu nombre,
bendición de sabiduría, dé, Señor.

Atruena el cántico
de los congregado,
cántico repetido
como desafío a los
ingleses y como
bálsamo a los
comunicantes de
los más de
trescientos
kilómetros a pié
que desde
Sabarmati vienen
hacinado a pié los
peregrinos.

Han llegado a la ciudad de Dandi y ahora la multitud es imponente.

También es imponente el despliegue de fuerzas policiales y militares, pues


la marcha en sí es una prueba de fuerza, una fuerza imparable y
desarmada.

El flaculento y frágil Mohandas Karamchad entra ahora en el agua del


mar, en la antigua salina en desuso: Recoge Sal con sus manos.

Los otros peregrinos le imitan.

87
Coger sal está prohibido por la ley, pues existe un monopolio para us
extracción.

Su gesto se repite por toda la india.

La desobediencia noviolenta acaba de asestar un certero golpe a la razón


colonial de Inglaterra. Acaba de dar un golpe mortal a la razón y ala
verdad del poder y de las armas.

Tal vez tardemos aún mucho tiempo en asumir esta victoria simple y
humilde.

El reino de la violencia tiene los pies de barro.

88
4
Madrid, finales de 1936

S
e puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas, mujer.

Si, pero no llevar a rajatabla lo de morir por las ideas, que parece que
estás llamando a que Stepanov y José Cazorla busquen tu desgracia, que
ya te significaste cuando impediste las sacas de presos a Paracuellos que
a estos tanto les gustaba y cuando te enfrentaste a la junta de Defensa de
Madrid y a Carrillo, para seguir ahora dando refugio a todos los
perseguidos por estos.
Y lo seguiré
haciendo, aun a
riesgo de mi vida,
que ya también he
sido preso, 29
veces nada menos,
y sé que es esperar
el odio y la muerte.
Y lo dicho, que se
puede morir pero
no matar por las
ideas, ese es el
ideal libertario y el
que nos diferencia
de los salvajes, de
los fascistas y de
los comunistas.
Maldita guerra y
maldito ejército.
Melchor, que nos
van a acabar matando a todos, que tú no te das cuenta. Que a los que tú
salvas no dudarían en ajusticiarte a ti si estuvieran en tu lugar. Que
estamos en medio de una guerra de asesinos. Mira que tú y Celedonio
Pérez y Salvador Canorea, y los otros compañeros estáis jugándoos el
pellejo con estos tipos sin excrúpulos.
Que sí mujer, que sí, una lucha fratricida y unos salvajes. Pero nosotros,
los libertos, seguiremos llevando adelante nuestro ideal fraternal por
encima de todo. Aunque nos cueste lo que nos cueste.
Acuérdate de lo que escribí

89
Y si un paria de la tierra
te pregunta lo que encierra
dentro de sí el anarquismo
explícaselo tu mismo
como su doctrina indica;
anarquía significa:
Belleza, amor, poesía,
igualdad, fraternidad,
sentimiento, libertad,
cultura, arte, armonía,
la razón, suprema guía,
la ciencia, excelsa verdad,
vida, nobleza, bondad,
satisfacción, alegría.
Todo esto es anarquía
y anarquía, humanidad.

Melchor, que nos van a matar a todos. Los comunistas o los fascistas. Que
tú no has nacido en el país que te mereces.
Que sí mujer, confía, que lo que no hagamos nosotros se quedará sin
hacer y hay que bregar ya para el futuro mejor que ha de venir, aunque
no lo veamos.
Este Melchor Rodriguez, militante de la FAI, fue condenado a muerte por
los tribunales de Franco. Su pena conmutada por 30 años de reclusión.
Murió en la indigencia y el olvido.

90
5
Vallecas, 1938

A
mós Acero, alcalde de Vallecas, ha evitado con su sola palabra que
los milicianos quemasen el colegio de las monjas del Ave María. "Si
alguno de vosotros se atreve a lanzar la antorcha para quemar este
edificio, dijo, tendrá que lanzarla conmigo dentro, porque yo soy tan
hermano como estas hermanas. Quemadlo si queréis, pero entonces me
quemaréis a mí, porque yo estaré dentro unido a las hermanitas. Así que
podéis empezar cuando queráis. Y después cuando intentaron quemar el
convenito de las Marianas, en el Puente de Vallecas.
No es la primera vez que el
alcalde socialista actúe en
contra del odio y la
venganza. Son muchos los
que podrían dar cuenta de
los salvoconductos que ha
firmado para que
quintacolumnistas
perseguidos por las checas
pasaran al otro lado del
frente y salvaran la vida.
Hace un par de años ha
intentado parar a los
milicianos que pararon los
trenes con 200 prisioneros
de Jaén para custodiarlos en
Madrid. Los milicianos
tenían sed de muerte.
Mataron a la mayoría. Amós
llegó tarde y a punto estuvo
de caer por la furia de los
milicianos. Desde entonces
su preocupación es salvar
del cruel ajusticiamiento a cuantos vecinos de derechas o por
malquierencias pudiera.
Se enfrentó abiertamente y desarmado con los soldados que le
encañonaban. Sólo su arrojo y el respeto que todo el mundo le tiene al
maestro que durante los tiempos de hambre ha dado de comer en su casa
de la calle de los Abades, la que sirvió de escuela, a todos los chavales del
pueblo. han hecho que aquellos se volvieran por donde vinieron y que
Acero salvara el pellejo de los otros.
Odia la guerra. Odia toda la locura de la guerra y espera que todo esto
acabe pronto.

91
Muchos de ello podrán, más tarde, dar cuenta de todo esto ene l juicio
sumarísimo 48.043/1939-1941 que se le sigue. El juez determinó
rechazar los avales, incluido el de la Superiora del convento que Amós
salvó del fuego.
Muere poco después con los ojos abiertos, mirando de frente, como
siempre hizo por la vida, al pelotón que le fusila, en la tapia del cementerio
de la Almudena.

92
6
Sotto il Monte año 1992

E
l anciano Loris riega unas plantas. Lleva en la mano una enorme
regadera de latón y va distribuyendo agua por aquí y por allá.
Ahora se dedica a ver crecer las plantas, a contemplar cómo visten
el campo. Ya no lee la prensa, no le importa demasiado, ni escucha las
noticias, dice que le aturden y que son lo de siempre.
No añora su vida de antes: ni
cuando asistió como capellán
militar de las tropas fascistas
italianas, ni cuando entró a
formar parte de la resistencia y
su vida corrió verdadero
peligro, ni cuando fue
secretario de Giovanni, el papa
bueno, ni tampoco cuando salió
de Vaticano algo decepcionado
de los círculos del poder y la
intriga, ni nada de nada.
Ahora sólo riega las plantas y
contempla el misterio
silencioso de la vida, el ciclo de
las estaciones, la persistencia
del verdor., el rumor del viento
y de las hojas de los árboles,
los caprichos de las formas de
las nubes... Las preciosas
plantas de Sotto il Monte, el pueblo lombardo donde nació el bueno de
Angelo Giuseppe Roncali, por encima de todo su amigo, y donde que ha
venido a terminar sus días él.
Tiene recuerdos, vaya si los tiene, y alegrías. Y dolores, vaya que sí, por
la marcha de las cosas, pero su salud es delicada y no escucha demasiado
las intrigas que se producen en torno a la decadencia del 264 Papa
católico y el ascenso de los movimientos neoreaccionarios y rancios del
interior de la Iglesia. Ni siquiera permite a sus visitas, que aun cuenta con
algunas, hablar de estos temas. El ya no está en ese juego. Ya dimitió de
honores y zarandajas y ahora solo cuidad de las flores del jardín y se
extasía con el rumor de los pájaros o con el paisaje de la montaña que
lleva hacia el Alpe.
Cuando el amable Jesús Despierto le fue a visitar, hizo una confidencia al
joven: Lo importante, lo verdaderamente importante, es esto: los
cuidados, las plantas que contemplas, la vida discreta que crece a nuestro

93
alrededor. Lo otro, todo lo otro, es sólo ruido, mal ruido, ruido de la
codicia y del orgullo. Violencia, nada más que violencia intolerable.
Loris no quiere hablar del pasado. Y eso entorpece el trabajo del pobre
Despierto, pues ha venido aquí, precisamente, porque está haciendo su
tesis sobre la enclítica Pacem in Terris del año 63 y necesita precisar
cómo se fraguó esta y, sobre todo, por qué después la Iglesia no avanzó
en algunas de sus intuiciones más importantes, como la necesidad de
emprender una completa transformación del mundo, como la necesidad
de cambiar por completo la idea de autoridad política para que esta sea
sobre todo promotora de la paz con justicia, o su negativa a considerar
que la guerra pueda ser justa en las circunstancias de ejércitos del Siglo
XX, o la urgencia de cambiar los regímenes políticos existentes para que
su fin principal sea preservar la paz y la justicia, o la justicia como fruto
de la paz, o la idea de que la paz consiste, más allá de un don, es también
el esfuerzo y la lucha por la justicias y contra la violencia que ahora
llamaríamos estructural, o su apoyo a los movimientos de resistentes a la
guerra.
- Pues por qué va a ser, hijo, porque el Papa Bueno murió poco más de
un mes después y nadie más le dio esa centralidad a la idea de la paz;
porque el nuevo Papa tuvo miedo de emprender esa revolución de la paz;
porque el mensaje cayo en la tierra árida de la curia y fue deficientemente
regado; porque la potencia de la guerra y de la violencia es tan inmensa
y sus hojas tan frondosas que no nos deja ver cómo crece, discretamente
en el subsuelo, el fruto de la paz; porque la idea de la violencia y de la
guerra está tan arraigada en todos nosotros que nos resulta casi
imposible pensar en desenterrarlas del todo. Porque, y perdona que te
digas esto, los obispos creen más en el universo de la violencia y la guerra
que en el Evangelio. Y lo mismos les ocurre a las creencias de todo tipo:
comunistas, liberales... Porque, mientras la firme convicción de la
violencia nos salta a todos automáticamente desde las entrañas, para
creer en la paz hay que hacer un esfuerzo por encima de nuestras propias
creencias.
Pero mira estas plantas, el misterio de esta montaña, la calma del
amanecer, la bendición de la lluvia, o del sol tórrido, o del viento cuando
sopla... La vida sigue su paso, sigue rompiendo con toda la obra de la
destrucción, sigue construyéndose para la paz, sigue desmintiendo los
frutos de la guerra. Si en vez de encíclicas y proclamas y manifiestos
hubiéramos aprendido a regar las plantas, a ofrecer los cuidados, a servir
a la naturaleza, la humana y la de todo el orbe, con entrañas de
misericordia y en la práctica, la paz florecería, rompería más aún la
sombra de la guerra, aunque nos pondría en entredicho en el mundo.
- En aquellos días, Padre, les ayudó a elaborar el documento el Padre
Paván, por entonces profesor en la Universidad Letranense.

94
- Si, el bueno de Paván, un hombre muy formado. Me escribió la carta que
desencadenó todo y que logró reafirmar la idea del Papa sobre la carta
de la paz.
El Papa andaba preocupado por el curso de los acontecimientos. Le
horrorizaba el paisaje de las dos guerras que conoció y la fragua de un
nuevo militarismo que se estaba desencadenando y asolando el mundo.
Un buen día lo habló con Paván. Aquel debió quedar impresionado. Al cabo
me escribió una carta, sería hacia finales del año 62. en la que me decía
que, mientras se encontró en casa indispuesto por una enfermedad, había
estado dándole vueltas a la idea de hacer una carta Encíclica en el campo
socio-político, al igual que ya se había hecho la del ámbito económico,
Mater et Magistra. Pedía que tal carta fuera en un lenguaje comprensible
para la gente y dirigida a todos los hombres de buena voluntad, no solo a
la curia o a los obispos o a los creyentes, y que no debía tener forma de
cánones o decretos, sino de carta dialogada. Establecía un índice de su
contenido, centrado en el don de la paz y pedía una reunión para
explicarse en extenso.
Ello provocó la reunión, primero conmigo y luego con el Papa, al que le
pareció de los más oportuno.
Así es como Paván, oyendo las sugerencias constantes del Papa, elaboró
los primeros borradores y finalmente el texto sobre el que se hizo la carta
pastoral más adelante.
Y ahora mire cómo continúa el mundo, empezando por la propia Iglesia.
Ya le digo, si en vez de declaraciones hubiéramos aprendido a regar y
cultivar las plantas, ... a ser como ellas. Y te diré un secreto: durante todo
este tiempo, por todos los lugares hay miles de personas que construyen
la paz con los hechos, con los cuidados que le prestan a los demás, con...
su vida.
Ayúdeme ahora a podar estos rosales. Debemos prepararlos para la
primavera. ¿Has subido a la abadía de San Egidio? Al Papa Giovanni le
gustaba subir allí a escuchar el reposo y la paz del lugar.
-Subiré, Padre.
- Y dime, hijo, ¿a qué tanta pasión por aquella Enciclica?
- Padre, es mi trabajo de tesis. Reflexiono sobre la paz. Trabajo en Roma
por la resolución de conflictos. Veo todos los días la catástrofe. Me
pregunto por qué no es la principal preocupación acabar con todo esto y
encuentro en esa carta claves no exploradas que nos permitirían dar un
vuelco a la situación, desbordando las políticas actuales y las
mentalidades vigentes.
Y, también en parte, porque necesito explicaciones. Explicaciones de por
qué fue cruelmente asesinado Ignacio Ellacuría, cuando yo era estudiante

95
en la Universidad de San Salvador y él regresó para intentar mediar, de
nuevo, en la guerra entre el ejército y la guerrilla. el invocaba esta
encíclica y el esfuerzo por la paz. Necesito saber si mereció la pena. Si
merece la pena.

96
7
Vallecas, 1981

V
arios jóvenes releen algunos libros destartalados y recortes de
prensa. Seleccionan los que van a formar parte de una revista que
están componiendo.
Están reunidos alrededor de una mesa grande y vieja llena de papeles. La
casa es pequeña. La luz es tenue y triste. Unas bicicletas comparten el
espacio con varias sillas y unos carteles esparcidos por el suelo. La
pintura de las paredes está demasiado gastada. Se necesita, por así
decirlo, una mano de pintura y un par de manos más de limpieza general,
así como algo de ventilación.
Uno de ellos
mantiene un
listado de
personas en
prisión: Julián,
detenido en
Viator, José Luis,
en la prisión de
Almería, Juan, en
Melilla, Ángel y
José Francisco,
en Las Palmas de
Gran Canaria, José Ángel, en Córdoba… Piden cartas de apoyo y
telegramas pidiendo la libertad.
Otro cuenta con un listado de direcciones de lugares donde se reúnen
antimilitaristas: Calle Cenicientos de Madrid, Calle Carnicería vieja de
Bilbao, calle Bruc de Barcelona, Calle Bario del Cristo de Quart de Poblet,
Rua do Home Santo de Santiago de Compostela, Calle del Puente de la
Palmilla de Málaga, Carretera de Cubillos de Zamora...
Otro de ellos está releyendo e intentando traducir un cuadernillo con
textos de Jean-Marie Muller, animador del Mouvement pour une Alternative
Non-Violente. Lo que ahora le trae entre manos recalca sus divergencias
con Lanza del Vasto, líder de las comunidades del Arca, recientemente
fallecido. Muller enfatiza el enfoque radicalmente político de su visión
noviolenta, frente al escepticismo político del segundo, que entiende la
noviolencia más bien como una práctica personal y espiritual de cambio.
La diferencia entre la visión estratégica y la visión espiritual, las dos
líneas de tensión de todo un movimiento que procede de Gandhi en su
origen más cercano y de siglos y siglos de acumulación de prácticas
resistentes y creativas si vamos a rastrear esta tendencia hasta lo más
remoto.

97
Otro de ellos recorta tiras de texto ya corregido y pasado a ciclostil para
su imprimación en formato de lo que será una revista llamada Oveja
Negra.
Ríen y oyen la radio. Cuentan chistes. Bromean. Cotillean. Nada particular
si los comparamos con el resto de la gente de este pueblo de Vallecas,
acosado por la pobreza y el abandono, torturado por la droga y el dolor.
Redimido por la lucha en la calle de los corajudos vallecanos que
reivindican la dignidad que los poderes les niegan.
Con medios modestos y pobres difunden una visión de la lucha social y de
la paz centrada en la cooperación y la noviolencia, otro renglón oculto del
segundo palimpsesto oculto entre los intersticios dela historia oficial y
del orden de dominación.
Un esfuerzo minoritario, insignificante, titánico. Impagable.
Son un grano de arena contra un mar abrumador.
Pero si se mira hacia atrás, los granos de arena son infinitos.

98
8
Lakka, año 2000
Su nombre es Suluku. No llega a los 18 años y ha vivido todo el terror que
cabe vivir en cuatro vidas.
Era muy pequeño, el tercero de los hermanos. Hijo de campesinos al Norte
del país.
Llegaron los militares. Iban bebidos
y drogados. Se querían saciar de
sangre y de venganza y mataron a
muchos. A mi madre también.
Entonces nos capturaron a mis
hermanos y a mi.
Toda la aldea ardía y solo se
escuchaban gritos de espanto.
No pudimos hacer nada. Nos
capturaron y nos pegaron. A mi me
molieron a palos. Me hicieron una
brecha en la cabeza.
Nos obligaron a cargar con los bultos del expolio. Yo caí no me podía
tener en pie.
Pasé mucho miedo y muchas penalidades. Las pasé entonces y las he
pasado todo el tiempo.
Luego me adiestraron para ser uno de ellos.
Ha visto mucho dolor y mucha sangre. Y he matado sin siquiera
preguntarme qué estaba haciendo. Es la ley de la guerra y no quería
morir.
No sé cómo escapé de todo esto. Aún me asalta el terror.
Me asalta a pesar de estar aquí, en este centro.
Aquí voy a la escuela y recupero mi vida.
Aquí estamos más de cien niños soldado rescatados. Aprendiendo de
nuevo a ser humanos.

99
10
Isla de Lesbos, Julio de 2016

E
l día es algo gris para estas alturas del año. El cielo se ha
encapotado y la mar se agita.

Eso es malo, dice Emilio. Nos va a complicar la tarea.


Al menos el sol no picará como ayer, dice Irene. Era insoportable.
Tienen la radio a todo meter. Vomita noticias como ecos lejanos. "El
presidente de la Comisión ha vuelto a recordar que Europa no es un
destino para los refugiados e inmigrantes que buscan un futuro. Aquí no
hay posibilidades y no merece la pena el riesgo que corren, ha dicho".
Se miran los dos bomberos estupefactos y apenados.
Estos tipos no
saben lo que se
dicen.
Deberían
pasarse por
aquí, o
escuchar las
historias que
nos cuentan
antes de
hablar, dice
Irene. ¿No
caben en
Europa? Pero
si es Europa la
que les expulsa
de sus territorios. ¿no son europeas las armas de los soldados? ¿no son
europeos los intereses que se juegan en el campo de batalla?
Apaga ya la radio esa, pide Pedro. Nos va a amargar la mañana.
La playa de Tsonia, al noreste de la Isla, mantiene la mayor parte del
dispositivo de vigilancia de estos jóvenes bomberos voluntarios. Desde
ella pueden controlar gran parte de las playas del Sur del distrito de
Ayvacik, en la provincia turca de Canakkale.
Desde allí contemplaba hace más de dos mil trescientos años Aristóteles
la costa del oriente, antes de ser llamado por Filipo para educar ¿educar?
a su hijo Alejandro, otro vil guerrero. A tal isla llegó huyendo, como otros

100
refugiados, cuando Mentor, en nombre de Artajerjes, desencadenó la
guerra contra los atenienses.
Ayer fue un día duro. Dos salidas, sesenta personas desesperadas y
huyendo del terror de la guerra.
Miles de guerras, miles de personas huyendo de las guerras, porque la
sabia decisión de la gente, de una gran mayoría de la gente, es huir de la
guerra. Negarla el propio esfuerzo. Negarse a sus atrocidades. Decir que
en el sitio donde esta siembra su fruto no hay futuro tampoco, no merece
la pena esperar nada.
Entre los refugiados de ayer uno, Akram, nos cuenta que pertenecía a
Syria Untold, una organización que luchaba desde dentro por la paz:
artistas que reconvertían chatarra militar en jardineras y que pintaba
murales por las calles para desacatar el orden de la guerra, escritores
que hacían narrativas diferentes, protestas noviolentas en la calle… Tres
veces le incendiaron la casa. Decidió salir con sus hijos para lograr un
futuro seguro para ellos.
La brutalidad del régimen, los intereses de las grandes potencias, la
llegada del fanatismo religioso en un contexto de impunidad sin límite, la
palabrería diplomática, los avances militares y la destrucción de las
ciudades, leemos en un díptico que trae, eclipsan los esfuerzos de
creación y reconstrucción asociados al movimiento de desobediencia civil
sirio, que resiste a pesar de la militarización del conflicto.
Pretende ahora difundir esa lucha pacífica de la sociedad Siria para
contribuir así a la solución de la guerra.
Junto a él venía Aisa, con tres hijos aterrados y hambrientos. Y otros
muchos más. Todos ellos sin nada, desechables. Huye de dos guerras,
porque además de la guerra de las armas, existe en el planeta la más
extendida guerra de la pobreza y el hambre, que impone la violencia oculta
y estructural a la mayoría del planeta.
Otros miles de hambrientos intentan atravesar la frontera del hambre por
las costas de Europa, donde los opulentos han distribuido sus barcos de
guerra para evitarlo.
Miles de pobres que por todas partes realizan pequeños actos heroicos,
como acoger un niño sin familia abandonado por el terror, o crear una
pequeña escuela al aire libre donde los soldados bombardearon la que
existía de adobe, o creando redes de solidaridad discretas, o manifestarse
desafiantes frente a los fusiles de los represores, o miles y miles de
pequeñas luchas, hasta desbordar el orden de la dominación y la guerra.
La guerra, la violencia, los argumentos terribles de la historia.
La guerra, la violencia, los argumentos de los vencedores.

101
Y el segundo palimpeseto de su desacato pacífico que se escribe con
renglones torcidos.
Que habla ya del imparable fin del viejo orden.
Cuando este se muestra tan seguro y ufano, sin saber que sus pies son
de barro.

102
11
Mujeres de pa<
¡Volver la vista atrás¡
Volver la vista atrás permite ver las huellas de un largo camino en las
arenas donde no hay caminos hechos.
Volver la vista atrás permite ver la hilera de caminantes que persiguen la
misma senda.

No estamos solos. No estamos solas.


Federica Bremmer, desde su llamado a parar la guerra de Crimea hace
siglo y medio nos anima “por separado somos débiles y solo podemos
conseguir poco, pero si extendemos nuestras manos por todo el mundo
podemos coger la tierra en nuestras manos como un niño”.
Berta von Suttner, sufragista por la pazcon su linbro “¡Dejad las armas!”
convenció a Alfred Noble a establecer el premio por la paz. Su lucha
precursora es infatigable.
Jane Addams, feminista, desde su casa de acogida de inmigrantes y
fundando la Liga de Mujeres por la paz, origen del movimiento pacifista,
nos anima a seguir adelante
Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, enfrentadas al militarismo alemán de
sus correligionarios, afirman nuestros pasos.

103
Las escritoras Virginia Wolff y Helena Swanwick, afirman la fuerza de la
mujer en la lucha por la paz.
Betty Williams y la organización Gente de Paz de Belfast también caminan
en nuestra memoria.
Desde Líbano Evelyne Accad denuncia la fascinación de los hombres por
la guerra y el poder y desenmascara el componente machista de la guerra.
La abogada iraní Shirin Ebadi y su lucha por la paz y los derechos
humanos sigue los pasos.
Desde Guatemala Rigoberta Menchú o desde Kenia Wangari Maathai, o
las liberiana Leymah Gbowee y Asatu Bah-Kenneth, o la israleí Amira Hass,
o la palestina Nurit Peled-Elhanan, o la yemení Tawakul Kerman, o la
pakistaní Malala Yousafzai, o la serbia Stasha Zajovich, o la abogada
Ofelia Mosquera en Colombia, o Susana Chavez en México, o la japonesa
Kozue akabayasi, o una fila inerminable de mujeres anónimas.
O las treinta activistas sin nombre que cruzaron la frontera de Corea del
Norte para reunirse con mujeres de ese país, o las Dignas en Salvador, o
Mujeres de Negro en Belgrado o en Israle o en Zaragoza, o las activists
contra las armas nucleares de Greenhan Common, o la unión de familias
afligidas de Palestina, o WomenCrossDMZ, o la Ruta Pacífica de las
mujeres en Colombia, o los miles de grupos de cuidados, de servicio, de
lucha radical, que pueblan el mundo.
Si miramos atrás en el desierto, en el desierto no hay caminos. Las
infinitas huellas de quienes lo transitamos nos indican que el camino es
la paz.

104
12

U
n palimpsesto vivo, un segundo palimpesto que continúa
escribiéndose donde la letra dominante dicta y canoniza el orden
de poder y borra las huellas de la lucha por la paz. Un palimpsesto
que se niega a no dejar rastro, que al primer descuido reaparece una y
otra vez, que ha desbordado los libros y se escribe en los murales, en las
paredes prohibidas, en las cárceles, en los rincones, en los cuerpos
humanos, en las canciones y en los cuentos, en el teatro y las
performances, en las relaciones humanas y, sobre todo, en las esperanzas
y las utopías que hacen avanzar al mundo, un lugar inaccesible para los
dueños de las verdades.

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