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Cuentos del 56

Cuentos del 56

8 de marzo de 2017
Por mi cumpleaños
Juan Carlos Rois.
8 de marzo de 2017
Por mi cumpleaños
Juan Carlos Rois.

PRISIONERO DE SU ENSIMISMADA
MELANCOLÍA
1.-

Inclinado sobre la tabla donde, concentrado, escribe su comentario sobre Job, revive
sus muchas aprehensiones y los dolores del alma por causa del infortunio que sufre,
mientas explica, aterido de frío y muy acatarrado, la dolencia del Santo Varón cuando
cayó en desgracia por las celadas del diablo

“porque su enfermedad (escribe), por ser de apotemas y llagas era, a lo que


se entiende, de humor melancólico, y ansi, por una parte, las apotemas
doliendo, y por otra, la melancolía negra y corrompida asiendo el corazón y
espantándole, hacen guerra al varón Santo”

Y mientras esto anota piensa en los surcos de negra bilis causados en su propio
pellejo por la fatalidad y la mala envidia de sus delatores y siente, como si fuere el
propio Job al que traduce, el mordisco amargo del abandono y de la dura prueba.

Prosigue su reflexión, mientras apura el amargo cáliz de sus propias tristuras

“Porque, a la verdad, en las enfermedades que son de ese humor, son


increíbles las tristezas y los recelos y las imágenes de dolor que se ofrecen a
los ojos del que padece, que sabido es que el padre de los médicos dice: ‘que
la melancolía a los que fatiga los hace tristes y muy temerosos y de ánimo vil’.
Y otro médico muy señalado: ‘Unos, dice, temen de sus amigos, otros se
despantan de cualquier hombre que sea, este no osa salir a la luz, aquel busca
lo escuro y lóbrego. Otro lo teme y lo huye; algunos se espantan del vino y del
agua y de todo aquello que es líquido, y como la melancolía sea de muchas
diferencias, pero en toda es común y general el hacer tristeza y temor, que
todos los melancólicos se demuestran ceñudos y tristes y no pueden muchas
veces dar de su tristeza razón, y todos los dichos temen y se recelan de lo que
no merece ser recelado”.

Se siente el agustino apagado y agitado en todo su cuerpo; de mohíno ánimo y algo


huraño de carácter. Y muy débil. Y sufre por el dolor de las mentagras de su mentón,
por la molestia del impétigo y la invasión de piojos que tanto le afligen y que
colonizan toda la celda. Desconsolado por la soledad y el abandono en que se
encuentra, no levanta cabeza y pierde el ánimo por horas desde que en aquel fatídico
jueves santo fue traído a Valladolid por sus captores.

Esta prisión nueva donde le encontramos está ubicada en una casa que fue del
mayorazgo de Pedro González de León y de su esposa, María de Coronel, de
ascendencia también ella maharatana, en la calle de los Moros, junto a la Iglesia de
San Pedro, a donde fue instalado el Tribunal tras el traslado desde el antiguo palacio
de los Zúñiga en que tuvieron preso al doctor Agustín de Cazalla, antes de quemarlo
en Auto de Fe, hace poco más de diez años.
Recuerda el Padre que fue conducido a este lugar a la tarde, casi la noche entrada,
sigilosamente para que no hubiera rumores y protestas, y las sombras y la
incertidumbre del apresamiento le hicieron mala impresión del caserón, viejo y
grande y lóbrego, según se vea, en esa noche fría y contrastada por el claror de la
luna. Tal vez cambiase de opinión si hubiera llegado a la media mañana, a plena luz,
y no encadenado y oculto en mantas como vino, sino como huésped o en otra mejor
condición, pues le han dicho que la casa en realidad es amplia y digna y hasta
lustrosa, lo cual, desde que entró en su celda no lo ha podido comprobar sino de la
iglesia donde, encerrado en un cubículo y sin contacto con otros presos, le dejan
escuchar misa los días de precepto.

Pero el terror se transmite en las paredes de la celda, donde hay garabatos y ruegos
escritos de los desdichados que le han precedido en el cautiverio de estas cuatro
paredes donde ahora lo tienen encerrado.
2.-

El bueno del fraile no puede olvidar, y de ello tan acongojado se encuentra como en
un sinvivir de sobresaltos, esta terrible presencia de sombras negras, este presagio
desastroso de los penitenciados que le han precedido cautivos en esta celda hasta su
ajusticiamiento.

Siente cómo un humor odorífero, podre y pésimo que se disipa por el aire. Y que es
mezcla rancia de la crueldad y la saña de los eclesiásticos, del disimulo y del cinismo
de la corte, del Rey y de sus consejeros, y del agrio humor a bascas desbordadas,
mezcla de la brutalidad y entusiasmo despiadado, del pueblo zafio y ruin y
empobrecido que aplaude estos cautiverios y acude enfervorecido a tales los autos de
fe que tanto se prodigan de nuevo.

La celda que ocupa el fraile es un cuarto de cuatro varas de largo por tres de extenso,
dentro de las que solo hay una cama de pajas y una mesa y una silla. Y una bacina
para evacuar que se recoge una vez por semana. No tiene ni ventanas ni ventilaciones
de la calle, ni le da el sol directamente, y cuenta con una pequeña puerta enrejada por
dentro y por fuera por barrotes bien espesos que encierran al inquirido.

Se encuentra la dicha celda pegada a un corredor donde se suceden otras tantas como
ella, quién sabe quién las ocupa, todo ello en el sótano del caserón. Tal vez dicho
sótano fue en su día despensa o bodega de la casa, cuando aún era señorial y la
habitaban sus primitivos dueños. Es un sótano húmedo y lúgubre y mal ventilado,
pero alejado del bullicio y muy silencioso, pues está prohibido el ruido a los presos y
el grosor de los muros impide el rumor de la calle.

Guarda, según cree, mejores habitaciones que las de las celdas de los sótanos y en
ella tuvieron preso, a decir del alcayde del lugar, al propio Arzobispo Carranza de
Toledo, que a tal punto llegó el atrevimiento y la arrogancia de los inquisidores, antes
de llevarlo a Roma a presencia del Papa tras las acusaciones de herejía.

Vuelve a su Job el desdichado.

“Así que sin duda fue gravísimo el mal de Job… Y no debe dudarse que
sachim es enfermedad de liendres y secas, y que, como son en diferentes
maneras, estas de job fueron dolorosísimas y pestilentísimas secas, y por
eso dice el texto que le hirió con secas y postemas malignas. Y como quien
sabía la fuerza mala de las enfermedades y males, escogió el demonio para
atormentar más luengamente a Job y para traer la impaciencia, entre
todos, aqueste mal, como de mayor eficacia. Porque muchas sacas
malignas y muy enconadas son clavos agudos de dolor increíble, que por í
y por la mal calidad de humor enciende fiebres ardientes. Y cuando
después se abren y rompen las llagas, hacen asco, y la materia, y suciedad
y hedor; y si cuando unas maduran, otras comienzan a reverdecer, como a
Job le sucedía, júntanse en un asco, suciedad, hedor, dolor y fiebre
continua. A los cuales males, como accidentes proprios, se le siguen otros
cien mil males de vigilia; y ansí dice Job que se le pasaban las noches sin
sueño; y de hastío, y ansí dice, que aborrecía el comer, y de falta de aliento
y estrechez en el respirar y apartamiento de la garganta, y ansí pide
también a Dios que le deje tragar su tormento; de lo cual él después se
queda amargamente.”

Y sigue el agustino comparándose mentalmente con el varón de dolores, que no los


tuvo tan distintos a su parecer. Se centra de nuevo en su escritura y continúa ahora
garabateando una estrofa

¿Cuándo será que pueda


libre desta prisión volar al cielo
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo
contemplar la verdad pura sin duelo?
3.-

Fray Luis se ensombrece más aún a medida que la tarde avanza. La fiebre ardiente le
inunda ahora de escalofríos todo su cuerpo y le embarga una desesperada aprehensión
que encoje su corazón y comprime su cerebro. Y llora.

Recuerda su primera infancia, desprevenida y gozosa de Belmonte, su lugar de


nacimiento, regido por el sol y la lluvia y el seco calor de aquel país árido, cuando
aún vivía con sus padres y su abuela Mencía, que le enseñó primeras letras y
devociones, y todos los rezos más variados para decir en el peligro y para alabar en el
gozo, y ya entonces tenía pavor el pequeño a los sambenitos amarillos y verdes que
los tenían colgados de la Iglesia, que eran de Doña Baltasara, bisabuela del pequeño.
Y la abuela Mencía le hablaba al niño bien bajito de ella y le decía que por envidias y
cosas de miseria humana la habían penitenciado, porque era hija de hijosdalgos ricos
y en los pueblos se usan de este modo las mentiras y las miserias contra los que nada
malo hacen.

Y sus padres, alegres y sanos como eran, acariciaban al pequeño Luis, y pronto quedó
la su madre encinta de su hermano y luego de la mayor de sus hermanas, y todo era
para este felicidad y holganza, antes de marchar sus padres a la corte de Madrid, que
al bueno de Don Luis, su padre, le hicieron abogado de corte y hubo de irse a ella a
ejercer, con sus endiablados bullicios y celadas y tropelías cortesanas.

Tose el agustino. Un ataque antiguo le muerde la garganta. Siempre ha sido de débil


físico y enfermizo. La fiebre vuelve a encender los calores y los calambres. Los
huesos le duelen, como le han dolido desde los tiempos de Alcalá de Henares,
cuando, aún manteísta, conoció a Fray Cipriano de la Huerga y se empeñó como
pocos en aprender suficientemente bien hebreo y griego y latín y cuanto el maestro le
fue capaz de enseñar al discípulo.

Sufren también cautiverio, a lo que le han dado a entender, sus amigos Grajal y
Cantalapiedra, que no es de extrañar, pues celada contra los doctores influidos de
Erasmo se trata, y ahora el fraile se recuerda de ellos y se entristece hasta lo más
hondo de su cerrada noche oscura.

Su dolor le desfallece el ánimo. Es hipocondríaco y ha sentido cómo retiraban a la


madrugada un hombre muerto de un cuarto contiguo. No pude dejar de apenarse y de
sentir que le cerca la peor de las desgracias.

En un billete al alcaide suplica

“Ruego de su caridad que mande avisar a Ana de Espinosa, monja del


monasterio de madrigal, que envíe una caja de unos polvos que ella solía
hacer y enviarme para mis melancolías y pasiones de corazón, que ella
sola lo sabe hacer, y nunca tuve dellos más necesidad que agora”
Se ahoga de dolor y de miedo el Agustino y no consuela ni rezo mental alguno, ni
recuerdo grato de los que en su profunda e íntima memoria guarda celoso, ni
mecánica repetición de oraciones y ruegos al Altísimo.

Malos tiempos estos en que la cólera de los miserables y mediocres se ha desatado y


convertido en razón de estado. Malos con un un Rey severo y mordido por todos los
pesimismos, suspicaz a conspiraciones que solo su cabeza siente, obsesionado con
meter las regias narices en religiones y en apoyar la lucha de los cristianoviejos por
mantener sus privilegios y su autoridad aunque sea para miseria del la república y de
las buenas gentes, cada vez más decadentes y pobres.

Y ese condenado Lutero, agustino como él al cabo, que puso en solfa tanto abuso con
vehemencia muy desbordada y desencadenó las disputas por encima de la
moderación y la paz que recomendaba en bueno de Erasmo.

Y ese Concilio que, tal como quería el Papa Clemente, que tanto se opuso al interés
del Emperador Carlos, y luego el Papa Paulo que lo llevó a cabo, debiera ser de la
conciliación y la reforma y no de la ruptura de la comunión y de aprovechamiento
para el poder terrenal y la táctica política de los reyes y potentados, incluida Su
Santidad el Papa Pío, con quien se concluyó todo.

Y las dichosas prevenciones de la autoridad romana hacia la idea de una conciencia


personal y libérrima, y recelosa hacia los textos hebreos y griegos de la biblia,
anteriores a la vulgata latina de San Jerónimo que sirve de patrón de la doctrina
canónica. Y la prohibición de lectura de conciencia de aquella, para diferenciarse de
Lutero y enfatizar el poder de la Iglesia sobre los hombres y su potestad de atar y
desatar a su placer y descaro.

Y la restauración de la inquisición para extirpar la disidencia a fuego y hierro y


sembrar la división y la guerra, gran negocio para unos cuantos grandes.

Y esta cochina costumbre española de las envidias, acrecentada con los celos y las
celadas propios de las congregaciones religiosas y de los hombres de órdenes cuando
llegan a cierta edad sin la estima que consideran les debe ser reconocida.

Y la obsesión por la pureza de sangre, por la pureza de fe, por la pureza de


costumbres cristianoviejas y por la fama, que todo lo separa, lo ajusticia y lo condena.

Y los ajusticiados aquí en Valladolid hace cerca de diez años, con Cazalla y los otros
quemados por sus solas ideas religiosas.

Y el odio desencadenado luego.

Malos tiempos, malos tiempos.


Y el bueno de Luis sospechoso de todos los recelos.

Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
4.-

Sigue el fraile, aún fatigado y tan indispuesto, escribiendo sus obras, que no quiere
interrumpirse por la adversidad que le sucede.

Escribe su epílogo al Salmo 26

Jamás yo, Padre santísimo, siquiera todos los males atropellen sobre mí,
ni menos bien por eso juzgaré de Ti, ni retiraré de Ti mis ojos ni mi
esperanza. Jamás sentiré de Ti sino lo que del mejor y más indulgente
padre justo es sentir y creer

Aunque tan confiado proclama, las fuerzas le van fallando y aún le queda largo trecho
en sus penalidades.
5.-

Años antes escribía a Arias Montano

abajo en esta atahona ocupado siempre en las letras en que menos


gusto, y cada día con más deseo de salir...de todo lo que es la
universidad y vivir lo que resta en sosiego y en secreto, aprendiendo lo
que cada día voy olvidando más

La fatalidad le abruma.

Se sabe perseguido por las envidias e injustamente traído a este estado de penuria,
preso y enfermo, por los enredos de poder del siglo.

No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo
cuanto más alto sube, viene al suelo

No pudo ser vencida,


ni la será jamás, ni la llaneza
ni la inocente vida
ni la fe sin error ni la pureza,
por más que la fiereza
del Tigre ciña un lado,
y el otro el Basilisco emponzoñado;

por más que se conjuren


el odio y el poder y el falso engaño,
y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,
jamás le harán daño;
antes, cual fino oro,
recobra del crisol nuevo tesoro.
6.-

Se siente el Padre en este día, y ya han pasado tantos de dolores, al borde del
precipicio.

Pocos huéspedes de la inquisición han durado vivos tanto tiempo y no cree que, en el
estado en que se encuentra, vaya a durar muchos más.

De sus amigos ha sabido la muerte de los principales, como es el caso de Fray Gaspar
de Grajal, encarcelado como él en Valladolid, o el del doctor Almeida, muerto en el
año en que fue preso Fray Luis, o Fray Pedro Chacón, que puso pies en polvorosa al
ver el desaguisado desencadenado contra los doctores salmantinos y se refugió en
Roma, y tantos otros obligados a refugiarse, a disimular o a cambiar de pareceres
para adecuarse a los tiempos de hierro que se instauraban a marchas forzadas.

Solo, sin amigos, maltratado y deprimido hasta la médula, se refugia el sabio en sus
tareas intelectuales y en sus descansos líricos.

Ha pedido que le traigan algunos libros de su casa, como los de Luis de León y
Alonso de Orozco, o la obra de Cipriano de la Huerga y la de Alonso de Zamora, que
las necesita para concluir sus tratados, o la del dominico Jerónimo de Azambuja y un
San Bernardo que tiene en su retrete y un Fray Luis de Granada y un Homero en
griego y latín, y uno de los hartos Virgilios que tiene y una gramática de Tomás
Linacro y tantos otros.

Porque piensa que ensimismado en sus trabajos no le caerá el tiempo y la


desesperación a plomo, mientras siente que la verdadera cárcel, el mayor infortunio,
no es esta de piedra donde le han metido las malas artes, sino el dejar a su mente
melancólica apoderarse de su ánimo y convertirse en su carcelero.

Huid, contentos, de mi triste pecho;


¿qué engaño os vuelve a do nunca pudistes
tener reposo ni hacer provecho?

Tened en la memoria cuando fuistes


con público pregón, ¡ay!, desterrados
de toda mi comarca y reinos tristes,
a do ya no veréis sino nublados
y viento, y torbellino, y lluvia fiera,
suspiros encendidos y cuidados.
7.-

Ya ha pasado un tiempo desde que el Padre fue liberado sin cargo alguno.

No ha dejado de hablar claro y alto desde entonces de cuanto ha tenido por


conveniente, que Fray Luis es pendenciero y orgulloso y se sabe con razón y
losmiedos que le esperan no pueden ser peores de los ya pasados.

Con Prudencio de Montemayor ha defendido en público, en el conversatorio


presidido por el Fray Francisco Zumel, de la orden de la Merced, las tesis de éste y de
Molina sobre el libre albedrío y tal plática ha levantado ampollas entre la carcuncia
siempre vigilante.

Pelagianos parecen y desvarían, han acusado sus enemigos, entre ellos el dominico
Padre Domingo Báñez, que no pierde el tiempo en encontrar atisbos de luteranos y
ateos a los que arrimar la tea, y el tema de la libertad propicia a ello, máxime cuando,
como es el caso, el hereje Lutero perteneció a la orden de Fray Luis.

Con tales cuentos le han ido a la inquisición, que le sobran ganas de inquirir a cuanto
bicho viviente se atreva a usar la mente para algo más que asentir y comulgar con
ruedas de molino.

A Montemayor ya le han apartado de la cátedra y de la enseñanza, pero con Fray Luis


no se han atrevido a tanto después del fiasco primero y solo le han dicho que no hable
en público de la libertad.

Manera elocuente, que precisamente cuando la libertad se cercena tan palmariamente


no hace falta hablarla, que se pregona sola e indignada y bien que se ve quienes la
impiden.

Fray Luis, brillante como siempre, contraataca, que para luterano el Padre dominico,
que en su afán de negar la libertad que tanto teme, viene a caer en la trampa de
afirmar que el hombre está predestinado y atado de pies y manos desde su propio
nacimiento por la culpa del pecado, de suerte que de nada le vale la vida y obras
buenas o malas que en ella disipe, como el propio Lutero sostiene.

Maldita inquisición y malditos inquisidores.

Les produce urticaria la libertad.

Y placer el fuego y la venganza.

El fraile está tal vez en sus últimos días y no piensa obedecer a la mentecatez.

Aunque le cueste la vuelta a la lúgubre cárcel de la inquisición.


Una cárcel que no desea a nadie. Ni para el fanático de Bañez quiere el agustino las
mieles de la inquisición, de la que guarda tan mal recuerdo.

Aquí la envidia y mentira


me tuvieron encerrado.

¡Dichoso el humilde estado


del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!
MAR DE MORTAJAS
1.-

El hombre miraba al mar, al despejado horizonte verde del mar abierto infinito.

Lo venía mirando absorto desde que tres días antes llegara a la orilla.

Donde dejó caer su fatigoso bulto.

Porque necesitaba descansar.

Como otros tantos hombres del interior secano, había tenido la impresión de que
necesitaba aprender a mirar de nuevo, a mirar distinto, a enfrentar al mar que sus ojos
veían sin saber ver y su cabeza se negaba a entender.

Porque el mar, como el desierto, no tiene caminos, ni referencias seguras, sino solo el
oleaje de la superficie y el viento que lo mece.

Y una terrible profundidad.

Y una inabarcable anchura.

Y el suelo de limo, peces y poseidonia.

Atrás dejaba su pasado, afectos y desafectos, recuerdos y desmemorias. Ya no valía la


pena mirar hacia las huellas que en la tierra ardiente había ido dejando en su vagar de
ave migratoria.

Delante el presentimiento del futuro, tan incierto, tan desdibujado, tan por venir y
puro humo.

Y entre ambos la enorme franja insalvable el mar y su furioso capricho de calma y


galerna.

Volver atrás era imposible. Nunca se torna al sitio que se abandona.

¿Y quedarse allí, en la arena, como pájaro que no migra?

Y luego estaban los susurros: los de quienes fueron devueltos por las olas como
peces varados y quebrados de muerte; los de los fracasados que volvieron a la colina
aquella, donde se escondían hasta el próximo intento; los de las verdades a medias
que hablaban de naufragios y desgracias… Los del lamento del propio y triste mar,
cadavero de locas ilusiones, mortaja de peregrinas ideas, catafalco de esperanzas
quebradas, hoya dolida que desenmascara la hipocresía de los de la otra orilla.
Y seguía mirando al horizonte paralizado, sin saber ver a través de sus propios
miedos.
2.-

Son sombras en la noche.

Y en el aire son lágrimas.

Lágrimas como estrellas. Lágrimas como sal marina que se mece en las olas del mar,
entre la brisa, en el azul mortal del cielo herido.

Lágrimas de rocío que el frío de la noche vuelve perlas de miedo.

Y no saben aún por qué motivo lloran, por qué dolor se afligen, cuáles son las
desgracias que ávidas les acechan esperando que den un paso en falso y sirvan de
alimento a los peces hambrientos, acostumbrados ya a cerrarles los ojos a los
ahogados.

Las brasas de una hoguera apagada a destiempo, precipitadamente, les delata y los
golpes de porras y defensas les cimbra las espaldas, las piernas, las cabezas
sangrantes, mientras huyen y gritan y los guardias se ensañan y se excitan en esa
bacanal de maltratos y terror y vileza.

A la orilla del mar los acosaban.

No podían huir, sólo esperar el turno de los garrotazos.

A la orilla del mar el miedo emerge como un pecio varado, que por arte de magia
ahora se desanclara de su mortaja lúgubre del fondo.

Los palos recibidos serán la antesala de los contrabandistas que en la sombra


acompañan a los guaridas cómplices.

Serán la camisa de fuerza que acabe por volverlos vulnerables, mentalmente


vulnerables y dispuestos para carne de cañón explotada al otro lado.

Los Guardias que los emboscan presentan sus credenciales sádicas y en la desolación
se entreabre la puerta de los piadosos mercaderes, que ofrecen a cambio de unas
cuantas monedas un camino seguro para huir del horror. Luego repartirán con los
primeros el fruto del botín de miedo y desespero y represión.

Y serán como ganado bobo traídos y llevados.

¿Qué importan los ahogados que sucumban en esta operación lucrativa y perenne?

No son nadie y nadie llorará por la pérdida.


Así se cierra el círculo que garantiza la razón de los vencedores y el anonadamiento
de los tristes vencidos.

Mercancía barata: saltar a las barcazas que avanzan al desastre por el camino más
directo o esperar que de nuevo vengan los vengadores con sus palos y artes de matar
y como en la almadraba los cacen y arponeen en su agonía tórrida y mueran como
peces asediados y solos.

Mercancía barata: los pocos que lleguen al otro lado ya no serán personas, sino mera
argamasa de músculos y miedo dispuesta a cualquier cosa, a cualquier trabajo, a ser
ahora los esclavos de los nuevos señores.

¡Por eso prefieren que vengan mujeres! Mujeres que cuiden de los vencedores
aprecio de baratija.
3.-

No amanece en la noche. Nunca amanece sobre los desgraciados.

Y solo se escuchan lo llantos y quebrantos de los humillados.

Y el piar desolado de un carbonero solitario que sobre un cedro mira horrorizado y


lívido.

Dice Deutoronomio

venietque Levites qui aliam non habet partem nec possessionem tecum et
peregrinus et pupillus ac vidua qui intra portas tuas sunt et comedent et
saturabuntur ut benedicat tibi Dominus Deus tuus in cunctis operibus
manuum tuarum quae feceris

y también

Cuando vendimies tu viña, no harás rebusco. Lo que quede será para el


forastero, para el huérfano y la viuda. Y acuérdate de que fuiste esclavo en el
país de Egipto.

Y dice el Hadith del Profeta

Ninguno de vosotros es creyente mientras no prefiera para su hermano lo que


prefiere para sí mismo.

Y luego

Que ninguno de vosotros, por espíritu de imitación diga, “Si se hace el bien
en torno a mí, haré el bien. Y si en torno a mí se hace el mal, yo haré el mal.
Al contrario, proponeos hacer el bien como se hace en torno a vosotros y no
participar en el mal que veis cometer en torno a vosotros.

Y en Sudán un proverbio advierte

Si crías una serpiente, tú serás el primero al que muerda

y en Somalia

Si alguien te ofrece veneno, ofrécele tú mantequilla.

Y en Etiopía

SI alguien habla mal de tu enemigo, escuchale como si hablara de tí.


Y en Togo

Un mal hermano es como una palmera: no puedes desecharla totalmente


pues hay que pensar en los días de lluvia.

Y en Ghana rezan

Solo cuenta el hombre, me dirijo al oro y el oro no responde, me dirijo al


tejido y el tejido no responde. El hombre o es una nuez de coco; no tiene
razón para estar centrado en sí mismo

y también

La estatura y la fuerza no deben servir para oprimir

Y en Mali dicen que el Dios Maluku pensó en hacer los hombres para que cuidaran la
tierra, que era tan bella y rica. Y cavó dos hoyos y allí que plantó las semillas, y estas
crecieron y salieron los primeros humanos, hembra y hombre. Y les dijo que cuidaran
la tierra, pero eran perezosos y olvidaron las enseñanzas de la agricultura y del
cuidado de la vida. Y todo fue de mal en peor.

Y cuando Maluku volvió y vió tal desaguisado y se disgustó y se sentó en una piedra
a pensar.

Aparecieron unos monos, mono y mona, y les dio el mismo argumento y les enseñó a
cuidar todo, y al poco, cuando Maluku volvió a la tierra, vio que los monos la
cuidaban y ésta crecía en su belleza, con lo que pensó que tal vez era mejor arrancar
las colas a los monos y hacer que estos fueran los guardianes de todo, y de ahí
descienden los hombres que cuidan las cosas y aman la vida, tal vez entremezclados
con los otros, los que matan la vida.

Y la normativa europea dice que se habrán de retornar forzosamente a los


desgraciados que quieran entrar en suelo europeo los extranjeros de terceros países
sin autorización.

Y los acuerdos de colaboración militar europeos dicen que las fuerzas armadas
vigilarán las costas para evitar la entrada por mar de los extranjeros y, escusa mal
disumulada, luchar así contra la piratería y la inestablidad.

Y ahora sobre la arena, hombres de Malí, y de Ghana, y de Togo, y de Etiopía y de


Somalia, y de Siria, cristianos y judíos, árabes y de cualquier otra creencia, lloraban
solitarios rumiando sus esperanzas y sus tradiciones sin comprender la maldad que en
torno a ellos se cernía.
4.-

Después llegó el día del gran salto.

Es la noche cerrada

A lo lejos un lucero perseguía a la luna entre nubes y amenaza de vientos.

Allí se arremolinan entre nerviosas risas más de ochenta desgraciados. La luz de un


jeep hace señales. Tras la colina donde se dirigen, encuentran a su enlace, un hombre
ralo que les indica enérgico en cuál de los siete todoterreno debe ir cada grupo de los
elegidos. Ahora sois mi rebaño hasta que os deje en la playa. Solo cabéis sesenta. Los
otros tienen que esperar.

Hay emoción, tristeza, despedidas, lágrimas.

Dos horas por la noche No había amanecido. Si amanecen los días no lo deben hacer
con tanta densidad de miedo concentrado.

Y llegan a un destino de dunas, rocas y devastación.

Escondida una barcaza desaliñada y vieja.

Una motora se acerca y amarran a su popa una soga, con la que será remolcada hacia
la marea. Si todo va bien, ella misma se encargará de lanzar la barcaza hacia la otra
orilla.

Sube el rebaño, más sumiso que nunca, a la gran barcaza.

Los acomodan a palos.

Aterra el silencio sideral entonces.


5,.

Oda al mar en 2017

Inmenso mar sin límite


a tu orilla tembló mi corazón
también sin límite.

Salado mar agraz


como saladas son
mis lágrimas amargas
que se funden ahora
con tus aguas salobres.
¿Estás hecho de lágrimas?,
¿de lágrimas antiguas de otros hombres
sepultos en el limo
fatal de tus entrañas?

Estoy llorando ahora.


¿Estás llorando ahora
mientras la lluvia llora?,
¿mientras gritan los vientos,
mientras los pájaros se agitan,
mientras las nubes ennegrecen de sombras
tanta desolación?

¿Estás muriendo ahora


mientras el sol poniente
arde en cárdena sangre
apagando el lamento de los ahogados?

¿Estás sufriendo ahora


mientras el griterío de los náufragos
va rompiendo la espuma
hasta que su último aliento
deja de borbotar
y los peces de plata
se horrorizan y huyen?

Se ha fraguado el desastre
De nuevo se ha fraguado el desastre
Otra vez, otra vez
se ha fraguado el desastre,
y tu cansado tálamo
¡ Oh mar sepulcral !
acoge a los ahogados.

Sírveles de mortaja
para darles descanso y reposo final
en tu cerrado huerto de anémonas y esponjas.

Oh mar como carnero donde el tablajero


de nuestro miserable
primer mundo de horror
vomita los despojos
de su impiedad de odio y violencia
¿No te cansa tal sino
de camposanto trágico
de lodazal maldito
de zambra de la muerte?

Barre, Oh mar de los dolores,


toda nuestra miseria
con tu furor de justiciera suerte
e inunda el litoral de este inmoral
primer mundo de hierro ensimismado
porque no ha de tener la última palabra
la razón de los fuertes,
y hemos de saldar la terrible factura
de oprobio a los vencidos
DEL MISTERIOSO FINAL DE LOS
INDIOS ONA
1.-

“17 de noviembre de 1832


“Estos pobres desgraciados se habían quedado raquíticos; sus horribles
rostros estaban embadurnados de pintura blanca; sus pieles eran sucias y
grasientas; el cabello enmarañado; las voces discordantes y sus gestos
violentos. Al ver tan repugnantes cataduras cuesta creer que sean humanos y
habitantes del mismo mundo. Hay quien se pregunta qué placeres puede
ofrecer la vida a ciertos animales inferiores, pero ¡cuanto más razonable
sería hacer la misma pregunta con respecto a estos bárbaros!

Piensa Charles en los sucesos recientes, cuando arribaron a cabo de San Diego, en la
punta de la tierra fueguina, y tuvieron su primer encuentro con los indios Ona.

El Beagle, dentro de la estrechez del camarote, es cómodo para el naturista y se


enuentra ahora en calma, mientras contrasta sus recuerdos y revisa notas tomadas a
vuelapluma, sobre la marcha, en la fría isla grande de tierra de fuego.

El viejo llevaba atada alrededor de la cabeza una cinta con plumas blancas,
sujetando en parte sus negros, ásperos y enmarañados cabellos. Su rostro
estaba cruzado por dos anchas barras transversales, una pintada de rojo
vivo, que le llegaba de oreja a oreja, pasando por el labio superior, y la otra,
blanca como una tiza, extendida sobre la primera y paralela a ella, de modo
que le cogía también los párpados. Los otros dos hombres se adornaban con
anchas rayas de polvo negro, hecho de carbón vegetal. El grupo se parecía
mucho a los diablos que salen a escena en Der Frieschütz”
Trae consigo el capitán Fitz Roy en el barco a tres indios rescatados de la barbarie en
el anterior viaje del Adventure, en 1826. Allí los cogieron niños como botín de guerra
y los llevaron a Londres, donde fueron educados en la civilización. Pretende ahora
devolverlos instruidos a su antiguo pueblo de salvajes.

Piensa Charles el contraste entre estos onas del barco, ahora vestidos a la europea y
lavados y repulidos con modales decentes, y sus andrajosos parientes de tierra de
fuego. Nada que ver con sus congéneres barbarizados y embrutecidos por el clima y
la hosca condición que les toca en suerte..
A la llegada del Beagle a aquella costa los indios habían hecho acto de presencia
ruidosos y extravagantes.

Sus mismas posturas eran abyectas y la expresión de sus rostros recelosa,


sorprendida e inquieta. Una vez que les regalamos alguna tela de color
escarlata, varios trozos, que inmediatamente ataron alrededor del cuello, se
hicieron buenos amigos. … El lenguaje de estos fueguinos, según nuestro
modo de pensar, apenas merece el nombre de articulado.
2.-

29 de enero de 1833
Mientras recorríamos un día la playa, cerca de la isla Wollaston, pasamos
junto a una canoa con seis indios fueguinos, y no he visto en ninguna parte,
seres más abyectos y miserables

Han atravesado el ramal que separa en dos brazos el canal de Beagle, dejando al sur
el cabo de hornos y al norte la tierra firme, con sus altas montañas del color del
berilo.

Bogan hacia el norte, atravesando el canal, hacia la parte septentrional, rodeada de la


grandiosidad de las desafiantes cumbres de nieves perpetuas y enmarañada de islas
desoladas.

El tiempo es horriblemente malo y cambiante, lo que entristece el ánimo de los


marineros.

No hay en esta parte tan austral signo alguno de presencia humana. Los fueguinos no
llevan sus expediciones tan al Sur, se dice.
3.-

6 de Febrero de 1833
Han arribado a Woolya, dicho en fueguino, el fondeadero al final del túnel.
Recuerda ahora los fueguinos de la isla grande, que tan mala impresión le causaron y
compara Charles a éstos con los otros indios que ha visto antes desde que zarpó de
Plymout, y el contraste de estos tan asilvestrados con cualquiera de ellos. No tienen,
piensa para sí, remedio

La perfecta igualdad que reina entre los individuos de las tribus fueguinas no
puede por menos que retrasar el desarrollo de su civilización. Así como los
animales cuyo instinto les compele a vivir en sociedad y a obedecer a un jefe
son más capaces de progreso, así también las razas humanas”. Bien sea
causa, bien efecto, el hecho es que los pueblos más civilizados son los que
tienen gobiernos más artificiales…En la tierra del fuego, hasta que surja
algún jefe con poder suficiente para consolidar cualquier ventaja alcanzada,
por ejemplo, la cría de animales útiles, apenas parece posible que pueda
mejorar el estado político del país. Hasta el presente hasta el menor retazo de
tela que se dé a un fueguino es hecho jirones y distribuido, de suerte que
ningún individuo puede llegar a ser más rico que otro., Por otra parte, es
difícil comprender cómo puede aparecer un jefe en tanto no se reconozca
alguna clase de propiedad por la que sea dable manifestar su superioridad y
acrecentar su poder.
Tal vez, sin saberlo ni quererlo, está poniendo la leña que alimentará el
fuego que en breve devastará a estos pueblos de desgracia. Sigue su relato

A mi juicio en esta parte de Sudamérica es donde el hombre se encuentra en


un estado de desamparo mayor que en ninguna otra parte del mundo.
4.-

Esta tierra que ahora llaman de Isla Grande de la Tierra del Fuego ha sido desde que
el hombre se sostiene sobre sus pies la tierra donde los Sel Knam, que los misioneros
llaman Onas y emparentan con los indios bolivianos, han cazado sus guanacos y sus
focas.

Donde crece el canelo, y el Ñirré, y la flor nomeolvides, y el ciprés Guaytecas, que


no hay otro más austral en el planeta. Donde planea el cóndor y chía el zorzal y
merodea el zorro.

Donde el silencio es tan extenso como la propia tierra austral y el cielo que la cubre.

Siempre ignota y en paz.


Y luego vinieron los misioneros: los misioneros anglicanos que metieron los ingleses
que buscaban la pirita y el cobre y los misioneros salesianos que metieron los
católicos antes de llenarlo todo de ovejas y de buscadores de oro. Unos y otros
obsesionados por tapar nuestras vergüenzas con las estrecheces de sus ropas decentes,
que no les gustaba que fuéramos desnudos, sin otra ropa que el mantón de guanaco
con que nos cubríamos cuando nevaba.

Y tras de los misioneros vinieron los estancieros y los comerciantes, que son siempre
la avanzadilla de la fe y el culmen de la cultura.
Y prohibieron el alcohol. Pero antes de eso trajeron el alcohol, claro, que no lo había
hasta entonces. Y metieron las escuelas de caridad, aunque antes hicieron una gran
pira con nuestros conocimientos naturales de generaciones y nos hicieron creer que
éramos ignorantes y debíamos aprender de los libros que traían. Y nos dieron
medicinas, aunque antes de eso condenaron y prohibieron que usáramos las plantas y
los sahumerios que hasta entonces nos curaban gratis. Y, no bien tiraron nuestras
cabañas nómadas, nos hicieron casas que alquilaban a precios razonables, y nos
asentaron en sitios fijos, evitando la vida buhonera que antes era nuestra costumbre,
en busca del guanaco que cazábamos de balde. Y prohibieron otras costumbres
nuestras que no eran del agrado de la recta moral y dispusieron que la igualdad que
era para nosotros tan sagrada no era de derecho natural, y debíamos atenernos a los
principios de la propiedad privada, lo que quiere decir que de tenerlo todo pasamos a
no tener nada y a ser sus sirvientes y luego a acabarnos.

Aquí en Isla Dawson, donde estamos, tocamos en el lote de los salesianos, que
cuando la matanza, intentaron resguardarnos y evitar nuestro final completo. Yo soy
mestiza, pero con más sangre Selk Nam que negra. Y ellos, los salesianos, sí que
fueron buenos amigos del pueblo Selk´Nam, aunque nos llamaron oñas, que es
nombre extranjero para nuestro idioma.
Ellos hicieron aquí su reducción, y quisieron a su modo respetarnos como habíamos
sido siempre y evitar la cacería.
Pero con los colonos primero y con los curas después vino el progreso, ese diablo al
que han vendido el alma los estancieros y los extranjeros de todos los pueblos de
Europa que asentaron en las colonias, y nos murieron uno a uno, a toditos, hasta no
quedar voz alguna para llorar tanta desgracia.

Hasta al bueno del padre Martín Gusinde, que tanto platicó a favor de nuestra causa,
lo hicieron disciplinar y doblar la cerviz y guardar silencio.

Lo que habrá llorado en su soledad el padrecito cuando le hicieron decir no donde


dijo si y sí donde dijo no.

Ahora ya solo quedo yo y algún otro más, no muchos, que ni habla tenemos del
miedo y del dolor y solo esperamos marchar pronto para reunirnos con nuestros
antepasados.
5.-

El villorrio de Santo Domingo, perteneciente a la Parroquia de Miranda, en Avilés,


contaba en 1846 con unas cuantas casuchas y una iglesia parroquial con una aguja
elevada a los cielos, en claro contraste con la verde montaña que recortaba el paisaje
y con los caseríos descuidados y pobres. Porque en ese entonces había aquí mucha
miseria.

Tierra de caldereros y alfareros que subsistía por el barro de la zona y gracias a los
calderos y mauras de cobre y latón que vendían por toda la comarca.

Allí ha sido nacido un guaje, el segundo de Manuel y María, labriegos pobres que
viven míseramente, como es de suyo en un villorrio pobre de una pobre parroquia
mísera, de una provincia olvidada de la mano de Dios.

Lo llaman José y gracias al tío José, su padrino además, que se llama como él y era
maestro en Ventosa, ha aprendido al menos las cuatro reglas para ser alguien.

José ha visto nacer y morir, que es lo suyo para los pobres en el campo, niños
pequeños, vacas y ovejas, y hasta a sus propios hermanos, y sabe en su propia piel la
feroz vida de los desgraciados. Y conoce el hambre.

Es por eso que, como tantos otros, marcha a las américas, a despistar el hambre, con
la idea de volver indiano.
De Avilés sale para junio, 14 años tiene, en La Francisca rumbo a Cuba: sus buenos
40 duros, que pagarán sus padres a plazos, le ha costado a la familia el pasaje; bien
invertidos, que es una boca menos y una esperanza más.
De Cuba a Buenos Aires, que malas han sido las experiencias y sale huido de la isla.

Y allí que se nos emplea en Corti Riva & Cía como tenedor de libros, apuntando
minuciosas las compras de ferralla y cachivaches para los barcos que hacen próspera
la ciudad de la Plata.

Al poco ha reunido un capital y salta a emprender por su cuenta. Compra un barco


medio desvencijado y marcha a Punta Arena, en la Patagonia, para hacer transportes
para los ingleses de las Malvinas.
Y amasa una pequeña fortuna.

Y se codea con otros adinerados que se han hecho a sí mismos a base de esfuerzo,
arrojo y codicia.
Intima con José Montes, natural de Mieres, en su nación de Asturias, y con el
portugués Nogueira, y con los ingleses Reynard y Felton. Y con otros hombres de
malvivir que le sirven de mandados, de cobradores, o para dar escarmientos a los que
no pagan a tiempo.
A sus negocios de flete y reque de barcos, salvando barcos encallados o llevando y
trayendo ovejas desde las islas inglesas del Sur, incorpora pronto la importación de
carneros y ovejas y crea la empresa José Menéndez y Cía y la estancia San Gregorio,
donde pone en marcha la capital de su imperio y primera de las muchas estancias y
explotaciones que luego hará realidad.

Ayuda a los salesianos con su vapor Amadeo, trayendo el material que necesitan para
la misión de Nuestra Señora de Candelaria, en río Grande, y con generosos y
calculados donativos. Lo advierte el Padre Guisande, que alerta de la codicia de José
y el interés de la ayuda envenenada que les presta.

Sus negocios prosperan y se diversifican. Barcos, transportes, ganados, préstamos,


construcción de casas… Es uno de los grandes de Río Grande y de Punta Arenas y de
toda la isla grande de tierra de fuego.

Pronto descubre la ágil mente de José la fortuna que puede depararle la ganadería. Ya
ha transportado ovejas desde las Malvinas a la tierra firme. Y las ovejas, a falta de
competidores que las amenacen, proliferan y crecen, Y los ingleses pagan muy bien la
lana. Y los rebaños, a nada que se trabaje con empeño y pasión en ellos, pueden ser
enormes. Y no falta gente que los sepan cuidar y se puedan contratar por precios
razonables.
Participa así José en la creación de la sociedad de acciones Explotadora de la Tierra
del Fuego, con 200 acciones y prácticamente el dominio de la sociedad.

Abre minas, amplía su flota, construye factorías de grasa, de carne envasada, forma
un banco… Nada se le resiste y acumula ya casi 500.000 hectáreas de su propiedad
en Tierra de Fuego.
Nada se le resiste.

Nada se le resiste.
6.-

A medida que el negocio de las ovejas prospera, los estancieros van cercando las
praderas, pues los zorros las acosan y los guanacos les comen el pasto y los indios,
esos malditos forajidos, de vez en cuando, a falta de guanacos, cazan ovejas.

Y los cercados reducen los pastos libres. Y los guanacos huyen a los sitios altos
donde los estancieros no llegan aún. Y los indios, que viven de los guanacos, van
también cediendo a la presión y alejándose de sus campos extensos, ahora cercados y
vigilados por pandillas pagadas por los estancieros.

Pero los Selk nam tienen hambre.

Los guanacos escasean.


Y al otro lado de los cercos las ovejas son multitud.

Una multitud que bala y se come el pasto.


Es pecado morir de hambre cuando la comida está paseándose al otro lado de la
cerca.

Y los Selk nam tienen hambre.

Y cazan algunas ovejas.


Cazan los cazadores las ovejas de los estancieros, cada una dos libras de lana al
semestre.
De los despiadados estancieros que no entienden otro derecho natural que el de sus
ganancias.

Que no saben de hambres.


Que desprecian a los indios.

Que desprecian a los hombres.

Que traen el progreso a la Patagonia.


Que creen en Dios y en el Progreso.

José, ese hombre egregio que admiración causa por todo lo que ha hecho por la
República Argentina, brama de ira. Hasta una libra esterlina dará por cabeza de indio
que le traigan.
Como prueba de la matanza, las manos o las orejas cortadas de los miserables.
Los salesianos intentan lo imposible e intentan llevar todos los posibles a la misión de
San Rafael, en Isla Dawson, en pleno estrecho de Magallanes, el culo del mundo.
Mac Lenan, el mayordomo escoces conocido por Chancho Colorado, administrador
de una de las estancias de José, ganó en un día 17 libras esterlinas. Otras catorce ganó
días después. Tras doce años al servicio de José se licenció sumamente rico, a libra el
par de orejas.

José Menéndez Menéndez le regaló de despedida un “valioso reloj”. Chancho


colorado y volvió a su patria escocesa con fama de cazador de indios.

Otro cazador de indios escocés al servicio de José escribe en una carta

tenemos quince soldados aquí cuyo deber es cazar indios. Ocho de


nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al sur, pasado Punta
María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más cercano al
campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y
veinte minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta.
Voy a correr el velo sobre los siguientes cinco minutos y dejarlo que
suponga el resto

Algunas mujeres
sobreviven, cautivas,
para los museos de
fieras humanas que
prosperaron en tierra
de fuego para solaz de
los colonos.
El Padre Mateo
Guisande, desde Isla
Dawson, denuncia la
tropelía
Los estancieros
montaban en
cólera, exageraban sin medida el hurto, inventaban todo tipo de cuentos
espeluznantes, describían su propia inseguridad y hablaban de espantosos
ataques de aquellos peligrosos salvajes

Denuncia en un libro a los culpables, pero de nada vale. El poder de éstos obliga,
incluso, a disciplinar al Padre y a censurar sus trabajos. La amargura lo consume y el
silencio canónico impuesto por los prudentes religiosos de su congregación acallan
las protestas y reescriben la historia: los indios morían, dice, por su debilidad física y
sus costumbres disolutas.
Veinte años ha durado la cacería. Los negocios de José Menendez, uno de los hijos de
puta más rematados de la historia reciente, prosperaron de forma inimaginable, su
fama le convirtió en uno de los próceres importantes de Argentina y Chile, su
memoria como “Rey de la Patagonia” se recuerda en su natal Santo Domingo, las
ovejas proliferaron hasta la extenuación en Tierra de Fuego, pero entre 3000 y 5000
indios Selk nam, la totalidad de la etnia, desapareció de la faz de la tierra.
7-

Otros matarifes son Julio Poppei y el capitán Ramón Lista y Mister Bond, y
Alexander A Cameron, o Samuel Hyslop y John McRae y Montt E. Wales.
Todos ellos son pobres diablos al servicio de los estancieros.

Autores intelectuales de aquel desmemoriado genocidio son el citado José Menéndez


Menéndez, egregio prócer argentino, y su nuero Mauricio Braum, miembro egregio
de la sociedad explotadora de la Tierra de Fuego, y el gobernador Señoret, y Peter H.
Mc Clalland, otro hacendado brutal, y Rodolfo Stubenrauch, y el funcionario José
Contardi
EL CIELO DESDE LAS ESFERAS
1.-

Lo señala el doctor Angélico: que el cielo en realidad tiene tres estadios, tres gradas,
tres suelos diferentes, tres cielos como quien dice, en perfecto orden y jerarquía, uno
delante, otro detrás y otro de espaldas del de detrás.

El doctor Angélico, como antes los otros teólogos, la tenía tomada con dividir todo en
tres grados, de tres en tres, a imitación de la trinidad, las tres personas del verbo, los
tres órdenes angélicos, los tres grados ontológicos del ser, la clasificación de las cosas
en modo, especie y orden; medida, peso y número, de las potencias humanas en
memoria, intelecto y voluntad, las tres marías, los tres tristes tigres, los tres tipos de
personas de la sociedad, los tres tipos de repúblicas, monarquía, aristocracia y
democracia, los tres reinos de la naturaleza, mineral, vegetal y animal, las tres patas
del banco, las tres piernas de un negro, si contamos la del medio (esto no creo que lo
pensara el doctor angélico, tan modosito él) y así hasta el infinito de tríadas.

El hijo del Conde Landolfo de Aquino, además de escribir un latín bastante tosco, era
incontinente escribiendo, por tres veces incontinente que diríamos, y la tenía tomada
con el cielo y sus divisiones y subdivisiones, siguiendo como seguía a Aristóteles y
los otros griegos disputantes y elucubradores.

Un cielo, señalaba, compuesto de una materia que no es materia al modo de lo que


conocemos, por decirlo de un modo comprensible, sino una quinta essentia, a la que
llamaba éter, en griego Αἰθήρ, y que nada tiene que ver con una flatulencia, ni
tampoco con el éter gaseoso que por aquí se comercializa, sino con una manera de
decir que la materia del cielo, en su celestidad, es un fluido luminoso y etéreo distante
de la materia pesada de la que somos hechos los mortales, pero motor que mueve los
demás elementos.

Y así expone en su Summa

Et sic dicitur caelum corpus aliquod sublime, et luminosum actu vel potentia,
et incorruptibile per naturam. Et secundum hoc, ponuntur tres caeli
2.-

Y el primer estado del susodicho cielo tomista era el luminoso, dice el doctorcito, y
empíreo, que quiere decir sublime, paradisíaco, la rehostia celestial, el sumsumcorda,
y viene en el diccionario antes que empírico, que sería, con mucha coña, como la
negación misma del cielo empíreo y no experimentable, y después de empiema, que
es algo más asqueroso, y de empinar, que según sus acepciones que se elijan puede
hacer referencia al climax que lleva al cielo empíreo.

Y en este cielo empíreo, dicho en fino, que nosotros diríamos paraíso, es donde
Guillermo de Conches, Teodorico de Chartres, Gerardo de Cremona y el obispo de
Lincoln Groseteste situaron el habitáculo de los Santos y (no está seguro si también o
en vez) de los ángeles, arcángeles y fanfarrias celestiales que luego los arquitectos
representaban en las iglesias góticas con todo lujo de detalle..

Como sigue la Summa

Primum totaliter lucidum, quod vocant Empyreum.


3.-

Y el segundo de los cielos inaccesibles, un poco menos celeste y más vacuo que el
primero; como si dijéramos un grado más degradado, una excelencia por debajo de la
del empíreo, es totalmente diáfano, acuoso y cristalino, sin dejar de ser celeste y
etéreo a su modo en su calidad y magnificencia. Acuoso como los ojos llorosos de los
cuadros románticos, tan melancólicos ellos, y límpido y rechupado, como quedan las
arcas públicas después de que por ellas pase una cuestación de virtud para labrarse el
cielo o una horda de políticos para llevarnos por el recto camino de la ortodoxia
económica hacia el bien común.

Y así lo explica el dominico:

Secundum totaliter diaphanum, quod vocant caelum aqueum vel crystallinum.


4.-

Y tras de esta segunda esfera del mismísimo cielo encontramos la tercera, que es la
más próxima a la propia y degradada tierra, esfera celeste en parte diáfana y en parte
luminosa, la cual parte llamamos el cielo sideral, o estrellado, tan presto él a poblarse
de basura cósmica por aquello de la inquieta y calenturienta actividad humana, que
no ve frontera que no quiera traspasar y ensuciar de sus propias confusiones y
pasiones vanas.

Nótese que este tercer cielo es una especie de consí-consá, como mezcla deturpada de
los otros de antes ( y la mezcla para los dominicos puristas y henchidos cual era el
teólogo imperturbable, es algo aborrecible, impuro, dado a la sospecha y después, tal
vez por degradación o por propio vicio expiatorio, al fuego que todo lo purifica y
convierte en volutas y humos vacuos).

Mezcla, retomamos la explicación, del cielo lucido y empíreo y del acuoso y


cristalino, una especie de café con leche del blanco y negro cielo que no nos sab´ra, a
la pstre, ni a café ni a leche.

Cielo estrellado, que diríamos, que es por cierto el que vemos más a plomo sobre
nuestras propias narices, y donde encontramos, eso sí, bastante caprichosas en sus
movimientos, las estrellas fijas y las móviles que nuestros engañosos ojos observan,
los planetas y otras excentricidades que pueblan el orbe y no acaban de cabernos en la
imaginación.

Así lo dice, que no me invento nada

Tertium partim diaphanum et partim lucidum actu, quod vocant caelum


sidereum,
5.-

Pero no contento con ello, el bueno de Tomás, que si no lo veo no lo creo, nos explica
también que el cielo este que nuestros pobres ojos miran abrumados o absortos, según
la sensibilidad o la mentecatez del observante, se dividen además en ocho esferas
concéntricas y jerárquicas que giran unas sobre otras sin parar y armónicamente: la
de las estrellas fijas, la más lejana, y las de los siete planetas que se observan, que
para abreviar son de más cercanos a más extremos y periféricos:

- la Luna, planeta hasta que la degradaron a mero satélite pasado el medievo,


tan voluble y falta de constancia ella que siempre está cambiando su forma y
que ya se acerca tanto a la tierra en su degradación, esta segunda tan terrenal,
cambiante, mudable, y encima compuesta de pesada materia de los cuatro
elementos (aire, agua, fuego y tierra)

- Mercurio, apegado a la fama, y el comercio y un grado más perfecto que la


luna

- Venus, amor ardiente y ejemplo de amores

- el Sol, cuyo atributo es la sabiduría, y por eso tal vez deslumbra y tanto nos
molesta cuando pega de plano su cálido resplandor

- Marte, donde reside la fuerza para la lucha y el heroísmo,

- Júpiter, sede de la justicia y la beneficencia

- y Saturno, donde hace nido la meditación y el silencio.

Refiere el libro del Picatix, escrito por el madrileño Maylama al Mayrit, traducción a
su vez del Gayat-Al-Hakim, en gerigonzo "‫”غاية الحكيم‬, que el propio Aristóteles en su
libro de las lámparas y las banderas

Dibujó para Alejandro las figuras de los astros de acuerdo con las
ocurrencias que sobre ello le habían llegado de este saber. Así pues, en él
dibujó la figura de Saturno como la forma de un hombre negro embozado en
una ropa verde, con la cabeza rapada y una hoz en la mano. A Júpiter en la
figura de un hombre bien vestido y sentado en el trono. A Marte en la figura
de un hombre montado en un león y con una lanza larga en la mano. Al Sol en
la figura de un hombre imberbe, guapo de cara, con una Corona en la
cabeza, una jabalina en la mano y a su lado una figura con cabeza y manos
humanas y las tiene alzadas y también los brazos, pero el cuerpo es como de
caballo con las cuatro patas. A Venus en la figura de una muchacha con un
peine en la mano derecha y en la otra una manzana y con el pelo suelto. A
Mercurio en la figura de un hombre desnudo montado en un águila y
escribiendo. A la Luna en la figura de un jinete montado en un conejo”

Y añade el Sabio Alfonso, rey de Castilla a la sazón y ya entrado entonces en carnes y


decepciones, en su libro del ajedrez, que Saturno era

Un hombre viejo y magro que anda inclinado y desnudo o si no en paños


menores. Y va envuelto en una manta negra que le cubre la cabeza. Y tiene la
cara triste y la mano en la mejilla como hombre preocupado

Y que júpiter

hombre de mediana edad, y cara alegre, y vestido de paños verdes, que tiene
en la cabeza una cofia ultramarina y un libro ante sí

Y el sol se presentaba en

apariencia de rey mancebo, que tiene Corona de oro en la cabeza y viste


paños de oro relucientes, y tiene en la mano siniestra una manzana redonda y
en la otra un ramo de flores, así como los emperadores cuando los coronan

y Venus

tiene figura de mujer manceba muy hermosa, con cabellos muy rubios y
largos sobre la espalda. Y tiene en la cabeza guirnalda de rosas, va vestida de
paños violetas y tiene en la mano derecha un peine y en la otra un espejo
como que se mira

Y así sucesivamente, para añadir en el libro de Astromagia, que los dichos planetas,
al igual que las plantas y los animales, puestos están para servir al hombre hasta la
parusía, del griego παρουσία, que quiere decir llegada, juicio final, como queramos
imaginar la hecatombe del fin del tiempo si antes Trump o cualquier otro mentecato
no acaba con todo; y que por tanto, al igual que animales y plantas influyen en la
salud humana, en nuestro alimento y por el beneficio de ciertos ungüentos que nos
aplicamos a ciertas partes corpóreas, o por las otras habilidades de las que somos
capaces como homos faberi que somos del tuétano al colodrillo, los astros lo hacen en
su conducta e inteligencia y por ello el llamado Rey Sabio ( que a la vista de tales
ideas debemos minusvalorar un tanto en su inteligencia salomónica), pretendía hacer
uso de estas influencias para su provecho y el engrandecimiento de su reino. Razón
por la cual, me parece a mí, se amancebó con la manceba del rey de Murcia a
escondidas de este y mientras le hacía la guerra a hurtadillas por la persona
interpuesta de su primo el rey Jaime de Aragón. Y tal vez por eso regaló a la amante
de ambos una gargantilla con una piedra acrisolada con el influjo de Venus, de luz
azul, y el de Saturno, prudente y sabio, y un diamante del tamaño de un melón, por si
la dama se amustiaba en sus ardores por el castellano y prefería repicar en morería.
Y retomando al doctor Angélico, explica en su Summa, que ese cielo último

dividitur in octo sphaeras, scilicet in sphaeram stellarum fixarum, et septem


sphaeras planetarum; quae possunt dici octo caeli
6.-

Y continua el Aquitante afirmando, con apego al libro de Aristóteles Περὶ οὐρανοῦ,


que diríamos en cristiano “Acerca del cielo”, que los dichos Cielos son esféricos y
perfectísimos, porque para los puristas como el predicador angélico, la esfera es
como el colmo de lo perfecto y no tenían mejor manera de definir la perfección del
cielo en su imaginación, a imitación de la divina esferidad oronda, que haciéndole
partícipe de la propiedad esférica del Ser por excelencia y girando con esa sacra y
celestial música de las esferas que tanto extasía a los meditabundos contemplativos
de tanta abstracción ideal. Que ya dijo mucho más tarde el pijo de Descartes,
desdiciéndose de toda su palabrería sobre el cogens de sus recelos, que le abrumaba
el sonido de las esferas, a pesar de no haberlo oído nunca sino en sus descabelladas
figuraciones.

Y explica Aristóteles, a
quien el padre de los
teólogos y fundador del
tomismo incomprensible
se refiere en su visión
celestial, que es la esfera
la forma lógica del cielo
porque ella es la primera
forma de la naturaleza,
verdad tan sólida como
esa otra del mismo
filósofo de que las
mujeres, al ser inferiores
de los hombres, tenían
por eso menos dientes
que estos en la boca (no
sabemos qué no hubiera
dicho en pleno siglo XX
y para el caso de
comprobar con sus
expertos ojos el modo de
conducir los vehículos
de tracción mecánica de
hombres y mujeres).

Y añade el estegirita en
su estudio del cielo que la esfera es además perfecta porque fuera de ella es imposible
encontrar nada pleno, pues a la recta siempre se le puede endosar un tramo más, pero
al círculo no hay por dónde, pues está cabalmente cerrado en todos sus extremos, y
mientras los poliedros están delimitados por varias caras, a la esfera no le ocurre tal
despropósito y mientras que los cuerpos se pueden descomponer en superficies y
generarse a través de superficies de otros cuerpos, la esfera no participa de tal
descomposición cagalerosa, que ni es descomponible ni tiene más que una única
superficie y, para colmo, dado que el cosmos gira en circulo, como un observador
atento puede ver, es evidente que la razón del movimiento, esto es, su primer motor,
es circular, de donde queda claro, más que con Ariel, que la esfera tracatá-ta-ta.

¿Podría haber mantenido otro argumento con idéntica conclusión el bueno de Tomás,
después del argumento convincente del griego? Probablemente sí, que la solidez de la
filosofía es tal que lo admite todo y lo contrario sin que se le descomponga el moño.
7.-

Ocho esferas en movimiento, nada menos, que son siete y una. Y así hablan ahora
convencionalmente las buenas gentes, por ejemplo, de estar en el séptimo cielo,
pongamos por caso, sin saber que se están refiriendo precisamente a este
descabellado discurso de las esferas armoniosas en movimiento imitativo del
movimiento de Dios, primer motor de la arquitectura de estos filósofos algo excitados
por ideas insensatas.

Y dice la Summa entonces.

Secundo dicitur caelum per participationem alicuius proprietatis caelestis


corporis, scilicet sublimitatis et luminositatis actu vel potentia.
8.-

Cielos esféricos y perfectísimos, porque para los puristas como el susodicho hijo del
Conde Landolfo de Aquino, la esfera es como el colmo de lo perfecto y no tenían
mejor manera de definir el cielo en su imaginación calenturienta, a imitación de la
divina esferidad oronda de su desbordada fantasía, que haciéndole partícipe de la
propiedad esférica del imposible Ser por excelencia y girando entre ellos con esa
sacra y celestial música de las esferas que tanto extasiaba a los meditabundos
contemplativos, intoxicados con tanta abstracción ideal, a pesar de no haber oído
nunca sino en sus descabelladas figuraciones la susodicha harmonia mundi.
9.-

Pero el Señor Santo Tomás no admitía, en su sapiencia obliterada, que hubiera más
cielos que estos dichos, los cuales no solo son queridos por la voluntad del Dios
todopoderoso, sino que no pudo el Ser Supremo querer otros, pues se deduce de la
propia esencia divina esa inequívoca e irrebatible voluntad como pura necesidad por
sus santas narices.

Y niega, entonces, la existencia de universos paralelos, pues considerarlos implica


pensar en dioses paralelos, y en el tema de la divinidad de los filósofos, como en la
electricidad, la cosa no va en paralelo al parecer..

Lo cual, llegado a este punto, nos hace decirle al hasta ahora incontrovertible
Tomasito, por muy leído que este fuera en su cátedra de París y en los otros sitios
donde la lío: alto ahí, fraile frailuno. Aquí te hemos pillao.

Aquí has patinao en tu inabordable Summa.

La pifiaste.

Que todo el rollo de la esfericidad del Ser y tal, vale.

Que todo se divide en triadas y demás conjeturas numéricas, vale.

Que si el movimiento circular se explica porque la primera causa se mueve así y atrae
a las otras a su voluntad, vale.

Que si la jerarquía es de la propia naturaleza celeste de lo que hay, y toda la


derivación de sometimiento a un orden autoritario y condenado, vale también.

Que si el éter, la materia, el cuerpo cárcel del hombre, el alma que aspira a lo sublime
y como es sutil y se siente atraída, cuando la espichamos sube por los siete cielos a
acrisolarse e ir al paraíso (salvo que no pase la prueba del algodón del juicio), vamos
a pasarlo por alto.

Que si los planetas tienen influencias en el carácter y tal, venga, nos lo tragaremos
como quien se come una rueda de molino.

Que si todo el resto de la prolija obra llena de silogismos y otros grutescos de los que
le gustan a mi sobrina Eva y que no valen para nada, vale y revale.

Que si Copérnico, y Galileo y otros afrancesados la cagaron con sus ideas del
universo lleno de imperfecciones y sinsentidos, y corramos un tupido velo, de
acuerdo.
Pero eso de que no hay otros universos…

¿Cómo te explicas, sabio impenitente, que ahora en pleno siglo XX unos tipos de una
agencia que no se acreditó precisamente por sus sutilezas teológicas, haya
descubierto sin mayor esfuerzo y a menos de cuarenta años luz, como quien dice un
paseo sideral, un universo con su sol y sus siete planetas en el mismo orden
jerárquico que tú mismo has dado por bueno para el que dices único cielo y único
universo?

Y es que no hay quien se fíe de los filósofos que hablan del cielo sin haber pisado una
mierda.
CERVANTES CONTRA LA
MELANCOLÍA
Que vivimos un mundo atolondrado y desquiciado no hace falta argumentarlo con
exceso. Lo dice un tango y todo, y donde hay argentino, no manda marinero.

En las modernas sociedades uno de los efectos de esta desubicación que nos asola y
tanto malestar físico y emocional nos proporciona es, nada menos, el aumento de la
locura, de las enfermedades mentales, del desconcierto personal, del traspaso de un
límite difuso que nos lleva al desquicie y desgobierno propio y de un cierto malestar
cultural que nos expulsa del mundo, pues nos hace sufrir, y con señuelos falsos nos
prometen paraísos donde nada de esto ocurre a condición de vivir en la fantasía,
ensimismados en el olvido de todo y de perder la conciencia y a veces hasta la propia
imagen.

A todo ello contribuyen no poco las soluciones improvisadas que nuestras élites
golfantes van construyendo; soluciones precisamente pensadas para acomodarnos a
todos a este estado de cosas tan lucrativo para los cuatro cuervos que controlan el
cotarro.

Y así también, una cohorte de consejeros de evidencias y simplezas, curanderos con


sus ungüentos y masajes, psicólogos que porponen Prozac y mirarse el ombligo,
parapsicólogos que nos acercan a los misterios insondables u oler flores de Bach o
comer crudo, filósofos que piden más Platón que Prozac, astrólogos que nos
alumbran con las piedras astrales y sortilegios planetarios, políticos y otros
desaprensivos que nos dicen lo que les viene en gana en nuestras propias narices, han
venido a ofrecernos remedios milagrosos, bálsamos de fierabrás y consejos patéticos
con los que sobrevivir a nuestra insoportable levedad y malestar.

Pero entre los


remedios llamativos
para afrontar este
desquicie de
mundo, destaca, a
mi parecer, por
extraño, el consejo
de toda una rama de
la psiquiatría de leer
a Cervantes,
antídoto de la
melancolía, dicen.

Curioso consejo, a
mi parecer, pero tal
vez más sensato que otros no menos sorprendentes y más dañinos.
¿No es el propio Quijote un estrambótico zumbado?, ¿no lo son el agónico
Licenciado Vidriera o el Celoso Extremeño de sus novelas ejemplares?, ¿como
pueden ofrecer consuelo o remedio tales ejemplos de lunáticos?

Cierto es que hoy en día conocemos personas bien relevantes que podríamos sin
problema identificar como (malas) caricaturas de Don Quijote, y si no, que me digan
si no son quijotescos, no en su grandeza pero sí en su grotesco hacer, esos agentes
enferverecidos del Opus Dei que van ensuciando las calles con toda una serie de
acciones desquiciadas, la última afrentando a niños y niñas en su identidad sexual,
con la convicción de que están con ello salvando al mundo de su ruina moral y
bregando contra viento y marea por su quimera terrorífica y peligrosa, o las bravatas
de esos presidentes de estados que dicen (aunque lo hacen con cinismo mentiroso,
cierto es) luchar contra gigantes que nos acechan (gigantes tantas veces alimentados
por ellos mismos con su locura) y se presentan como paladines de todo lo digno (que
por cierto pisotean con sus actos); o el de esos otros líderes sociales y mediáticos que
quijotescamente se presentan como la antesala de la lucha en favor del huérfano y la
viuda, y claman, más bien berrean y posan artísticamente porque la imagen ahora se
cultiva mejor que antes los tomates de carretera, por la libertad del pobre encadenado,
arrastrando una pose de caballero de la triste figura que, también, es huera y a la
primera de cambio muestran ser parte del circo en que todo se ha convertido y no
unos paladines de las ideas rectas.

Conocemos también mentecatos que,


extasiados por frases emigmáticas e
incomprensibles pero resultonas, se devanan
los sesos buscando tres pies al gato, el arcano
sublime que es la clave de toda comprensión y,
a su vez, el signo de identidad de moda que
nos hace poseedores de una verdad no al
alcance de cualquiera. Y así mismo le sucedía
al manchego, que se estrujaba el mollín y se
torturaba para entender la fraseología vacía e
incomprensible de los libros de caballería,
hasta enloquecer tanto como los actuales
adeptos a cualquier propaganda.

Más, pasando de los delirantes falsarios que se


nos presentan con piel quijotesca cuando, más
bien, ostentan la burla de la fina piel de los
duques, cazadores de altanería, y pasando también de los simples que se creen que
por citar tres frases de Foucault, dos de Bauman y un par y medio de De Sousa
Santos u otro santón análogo, son algo más que unos meros tontos útiles, no parece
que el donaire quijotesco y la lealtad de sus ideales inflamados, tenga mucho que ver
con los valores hoy imperantes y tampoco con el remedio a nuestro malestar vital.
Pero fue en 2008 que una tal Devoine, Francoise de nombre, escribió un libro en que
que afirma que el Quijote cervantino es un camino efectivo para librarnos de las
experiencias traumáticas, combatir la depresión y librarnos de la melancolía de
nuestro descorazonador mundo.

Devoine no es una chiflada y por eso, cuando menos, su consejo merece cierta
atención, la que me he tomado para intentar comprender esa propuesta quijotesca
como camino para nuestra salida del desquicie de mundo que entre todos, con
nuestros pequeños actos personales, con nuestras pobres decisiones anónimas,
estamos construyendo como el gran leviatán que los escritores de ciencia ficción de
otras épocas, pongamos por ejemplo al impertinente Hobbes del lobo-hombre, habían
profetizado, profecía auto-cumplida, por mas que basada en la tremenda mentira del
miedo y su excusa de la seguridad.

Francoise, dice, descubrió pronto el valor terapéutico de la lectura, de la escucha del


quijote, en su vida personal y en la gran experiencia traumática de la guerra mundial,
cuando el horror estaba a flor de piel y por doquier. Cuando era niña, su padre,
guerrillero, la llevaba a algunas reuniones clandestinas. Francia entera era la locura.
La experiencia a nivel colectivo más traumática posible, al menos que yo sepa, es la
guerra, amplificación de todos los males de que somos capaces.

Y la pequeña Francoise tenía un


disco rojo donde se contaba el
quijote. Historia que la sirvió como
escudo contra la locura del mundo de
su infancia y que luego usó para
descubrir el valor terapeútico que,
dice, el Quijote comporta, haciendo
uso de ello en sus seminarios y
pruebas académicas.

Insistamos que la citada Francoise es


una acreditada psicoanalista y ha
llegado a dar charlas por el mundo
entero, incluido Buenos Aires, el no
va más de la charlatanería
psicoanalista y, también, de lo que de
bueno tiene esta metodología.
Dice la autora que la propia vida,
ingrata y llena de traumas que nos
quitarían el hipo, hizo que Cervantes
escribiera el libro, como tantos otros
escritores, para salvarse de su bilis negra, de su melancolía, del dolor de los recuerdos
de la guerra, del hambre, de la esclavitud que padeció, de la tortura por la que pasó,
del abandono, del derrumbe del mundo que conoció.
Debió conocer Don Miguel, pues tuvo estudios aunque no tantos como se suponen, y
era hipocondríaco e hijo y nieto de barbero, los médicos de su época, lo que se
consideraba “melancolía” por su siglo, que según el granadino Pedro de Mercado,
médico y gran humanista que tanto la estudió antes de que tuviera fama la caterva de
franceses, alemanes y austriacos que luego la cacarearon era

una mudança de la imaginación de su curso natural a temor y tristeza"


y

un humor obscuro y negro, por el qual se hacen los hombres temerosos y


tristes

Aunque con ello interrumpo el discurrir lineal del cuento, me resulta llamativo cómo
es en épocas de derrumbe social y de crisis profunda y decadente, como era el tiempo
de Cervantes y lo es el nuestro, con tantas semejanzas en los grandes males, cuando
la gente se vuelve más lábil y melancólica y rompe en el desquicie.

Pero volviendo a muestro relato, la autora dice que, desde la experiencia melancólica
y traumática de Cervantes, el Quijote, libro terapéutico y balsámico, construye una
serie de escenarios curativos para recuperar el propio libro perdido de la historia
crítica del autor y frente a la crudeza de golpes morales que no se pueden decir sin
daño propio.

Fabrica Cervantes un cuerpo plural en el caballero de la triste figura y sus aventuras,


donde aparecen como otras caras del personaje el caballo Rocinante como guía,
Sancho Panza como su terapeuta y Dulcinea como su horizonte.

Todo esto, hasta ahora, no parece sino una mera palabrería de transferencias y otras
entelequias de psiquiatras, pero, y esta es la parte comprensible y tal vez
recomendable del asunto, es el contar historias el que desencadena el don de
recuperar nuestras potencias más sanatorias, las del hablar, narrar, dialogar, escuchar
y sentirse escuchados, imaginar, reír, mentir, decir verdades y descubrirlas, soñar…
como se hacía antaño a la luz de la hoguera, antes de inventarse los televisores, los
teléfonos móviles y el instagram.

De modo que un primer valor del libro, un valor que se nos antoja tendría cualquier
otro libro del mundo (siempre que entendamos por libro un libro de verdad y no esa
basura guionizada como si fuera una película yanky y escrita por periodistas
angloaburridos que nos lanzan las editoriales), cumpliría con este primer camino de
sanación.
Y en cierto modo, el libro, la lectura,
dejar volar nuestra imaginación de
forma creativa y no zombi,es mucho
mejor que ensimismarnos en la mierda
enlatada que nos presenta como oferta
vital esta cultura no ya líquida como
decía otro, sino cenagosa en que nos
embadurnamos.
También, añado de mi cuenta, la
escritura, pues tanto monta escribir
como leer como mezclar lo uno con lo
otro, con la añadida propiedad de que, al
contrario que otros remedios, no
produce secuelas ni en las mentes más
mal amuebladas.

Por paradojas de la vida, lo que no


puede ser dicho, que decía el vienés
Wittgenstein, no podemos guardarlo en silencio y de ahí la necesidad del diálogo.

Leer, por tanto, contra la melancolía. Hablar, oír historias, o decirlas, o contarlas, o
compartirlas. Un genérico medicinal que encima cuesta bien poco.

Pero, más allá de eso, dice la autora, el libro del Quijote tiene un camino específico
de sanación. No es un genérico, sino una fórmula magistral diríamos nosotros, que
compone, sorpréndanse, el psicoanálisis a través de la plática entre el Hidalgo
manchego y su escudero Sancho, cuando ambos están heridos, comatosos de fracaso
mutuo, o apaleados de cuerpo y alma, que es cuando, en la conversa que mantienen,
intentan comprender juntos qué narices les pasa.

De modo que seguir el Quijote y sus historias, ciertamente quitando la hojarasca que
la novela tiene, es una especie de vía gradual de sanación anímica.

Y por eso, dice, sirve el libro, tal vez preferentemente leído en grupo se me ocurre,
para aliviar los dolores emocionales que nos llevan a la melancolía, para darse cuenta
de que no somos víctimas aisladas y sin futuro, para descubrir el diálogo y la
intercalación con el mundo (no necesariamente la cháchara superficial con
mentecatos a la que algunos se han empeñado en llamar habilidades sociales) desde
nuestra fragilidad existencial que arrastramos, desde la experimentación de una idea,
de un paisaje, de un olor, de una palabra afectuosa, de un sentimiento o un deseo…

Además, uno no puede superar sus traumas solo, dice la terapeuta. Los que fueron a
la guerra así nos lo enseñan, continúa: siempre hubo un amigo, fallecido o aún vivo,
que les ayudó a sobrevivir. Necesitamos al otro, pero el otro puede ser tanto persona,
animal, cosa de la naturaleza.
Asimismo, Sancho Panza es como un espejo vital para Don Quijote. Es un
"terapeuta" que participa e interviene, una actitud que la psicoanalista francesa intenta
seguir con sus pacientes.

La lectura del Quijote, remata, es una vía para entrar en diálogo con ese mundo
silenciado que debemos reconciliar en nosotros.

Por mi parte pienso que vivimos, sí, tentados de desespero y culturalmente


ensimismados y encima nuestro ingrato mundo nos ofrece mil y una razón para el
malestar y el desaliento. Tal vez el derrumbe de nuestra autoimagen y estima tenga
mucho que ver con el colapso creciente de nuestro sistema mundo. Lo uno y lo otro,
árbol y semilla del mismo desatino.

Razones no nos faltan para dar un salto a un lugar emocional donde nos sintamos a
resguardo de tal crueldad vital, emocional y social, aun a riesgo de desconectarnos de
nuestra propia realidad y perder la cordura, si es que esta existe. O donde, sin saber
ya quién gobierna nuestra singladura, nos sintamos presos de un abrumador dolor y
sin sentido que nos vence y nos aplasta sin remisión.

Siempre ha existido esta melancolía y de ella nos habla el eco del paso del humano
por la historia al menos desde que tenemos memoria escrita.

Es probable que la otra cara de tal ensimismamiento, como dice en un bonito texto
que interpreto a beneficio de mi propia tesis, escribió Ortega, sea la alteración, cara y
cruz de la misma falsa moneda de nuestro mundo, y que por ello estemos al límite
frágil de la ruptura de una cierta cordura de especie. No son pocos los signos que
indican que la locura no es individual sino, como dijeron también Fromm o Marcuse,
estructural y fruto de nuestro unidimensional mundo desabrido.

De lo que vislumbro, tal vez entre tinieblas, en la realidad más honda de nuestro
propio malestar personal y social no se esconde sino la imagen omnipotente que nos
hemos labrado, como Narciso, y en la que creemos por encima de todo; imagen que
por doquier se rompe. Somos seres frágiles dentro de un mundo de fragilidad
sostenible. La fragilidad es tal vez nuestra más esencial cualidad pero, construidos
por nuestra cultura omnipotente y dominadora, la rechazamos. Cuidarla, respetarla,
aprovecharla, compartirla, son los caminos que nos pueden salvar de la imagen de
barro que nos hemos hecho. Pero hemos alzado muy alto el ídolo de nuestra
autoimagen y ahora el vértigo es apabullante.

No lo podemos todo. Y afortunadamente no lo podemos todo.

No somos casi nada. Y afortunadamente no lo somos.


No tenemos un derecho omnímodo de someter a nuestro descabellado antojo cuanto
nos rodea, ni de cargárnoslo.

Ni tenemos el control de una vida que siempre es azarosa y tan frágil como nosotros
mismos.

Somos vulnerables, pero eso no es


excusa para volvernos tiránicos a
causa del miedo, sino ocasión
para descubrir el tremendo secreto
de la relación cooperativa con los
demás y con la naturaleza.

Y vivimos en este gran


malentendido de mundo de cuya
trama y desenlace somos
responsables tan evidentes aunque
nuestra autosuficiencia y
solipsismo nos hace creer que no
es cosa nuestra. Y, lo que es una
gran noticia, tal mundo nos ofrece, junto a sus males, la enorme posibilidad de
desinventarlo poco a poco, respetando los ritmos de las cosas, como desmadejando
una enmarañada madeja de lana.

Odio la melancolía, tal vez mi carácter más propenso al lado esquizoide que al
maníaco de nuestro ser simiesco, me juegan en ello una desgraciada pasada empática,
y me dificultan comprender esa carga emocional tan paralizante y dolorosa.

Pero sí creo que el mundo ofrece signos para no dejarnos caer en el pesimismo total.

Volviendo a Don Quijote, cuya lectura es en sí recomendable, sea curativa o no, por
divertida y animadora de la utopía, recordemos los consejos de Sancho, su terapeuta,
cuando el caballero andante se ensimismó, como tantas otras veces de forma
irremisible, tras volver los malos encantamientos a Dulcinea la aldeana desabrida que
en realidad era Aldonza:

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres,
pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced
se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte,
y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes.

Razón hay.

El libro de Cervantes es un bálsamo para el malestar emocional.


LA MOMIA DE FRAY LÁZARO
1.-

De Santofimia se sabe muy poco, ni siquiera el lugar exacto donde estuvo enclavada
la villa original que dio excusa al Condado y al apellido de los lugareños, en la zona
más septentrional de la Córdoba definitivamente conquistada por Fernando III,
apodado el Santo, a los musulmanes.

Es probable que se tratara de la medina árabe de Sant Quiniyah o del pueblillo de


Fimiyah, muy próximo, conquistados según la leyenda por treinta caballeros
calabreses (de ahí la advocación a la Santa Eufemia de Calcedonia que le da nombre)
a la cora de los Fash al-Ballut en nombre de Alfonso el VII de León, llamado el
Emperador por su reconocimiento como primus inter pares por los otros reyes
peninsulares. Tal vez alguna otra aldea de adobe que ahora ha desaparecido por
completo, volviendo el barro al barro, como dice el poeta Jayyan.

Perteneció más adelante la ciudad y


toda la región de los pedroches al
Infante Juan Manuel, pero luego le
despojaron de estos territorios el
rey y los suyos, que le temían de
altanero y brabucón y encima de
sangre azul, y se fundó el condado
para tener los terrenos más
apegados al interés del rey y de su
vasallo, el conde.

Más tarde, desde que los Condes de


Santofimia emparentaron con la
casa de los Fernández de Córdoba y
dejaron la vieja atalaya de
Miramontes, el declive del
primitivo Santofimia fue en crecimiento y desapareció engullido por la fama de las
otras villas de la sierra morena cordobesa donde se enclava.

No importa mucho este origen, pero sí retener, de momento, que fue a los
franciscanos, recientemente venidos a Castilla, a quienes el emperador de León y sus
sucesores encomendaron la cristianización de la serranía, antes habitada
mayoritariamente por musulmanes y judíos, y que en esta cristianización ocurrieron
no pocos episodios de grandeza espiritual, como es el caso del porquero Juan
Panadero, que hizo ver al Conde que le tocó en suerte la maldad de sus fechorías, y
arrepentirse y dar doble de bienes que de males hizo al pueblo a partir de entonces, o
el de un beaterio que agrupó mujeres de tremenda caridad y ejemplaridad, a pesar de
los maledicentes que las imputaban nefandos delitos entre mujeres, junto a otros de
miseria e incluso conversiones forzadas que hicieron a la inquisición intervenir con
severidad y rigor inusitados, incluso entre las propias comunidades religiosas, donde
también se aplicó el castigo.

De singular memoria, para mal, es el recuerdo del inquisidor Padre Roidriguez


Lucero, que hizo quema de personas como si fuera de brasas para calentarse, hasta
que los habitantes de Córdoba la sultana, hartos del rufián, lo intentaron sacar del
Alcázar real donde había establecido su sede y pegarle un remojón en el
Guadalquivir, a ver si se le apagaban los arrebatos incineradores, y consiguieron que
huyera y no mostrara más sus narices por la región.
2.-

A lo que a nosotros importa, en los primeros años del siglo XVI, los franciscanos
recibieron la encomienda de evangelizar el Chimborazo, del quechúa Chimpu Rasu,
nieve caliente, cubierto él de glaciares y habitado por indios serranos puruháes y
pacíficas vicuñas que les daban sustento. Y cuys que les advertían del porvenir con
sus dotes adivinatorias, todo ello en la andina zona del volcán Chimborazo, la
montaña más alta del ecuador andino.

Y para allí que mandaron los Padres al fraile Fray Lázaro, de Santofilia, en la
provincia de la orden tercera de Granada, hombre hecho y derecho.

Fray Lázaro, junto con otros padres franciscanos, recaló primero en Quito, cuando el
Obispo Fray Pedro de la Peña, de la orden de los predicadores, determinó la
colonización de la sierra, hasta entonces dejada a las supersticiones de sus indiecitos,
y se la encomendó a la orden de Francisco.

Fray Lázaro primero pateó por los poblados y ejidos del territorio Puruhá, y así
aprendió, como
no podía ser
menos, de sus
costumbres y
penalidades.

Poco después se
hizo acompañar
de otro francis-
cano cuyo nom-
bre no tenemos
consignado y de
un escribano,
cumpliendo el
decreto del Go-
bernador Gil de Ávalos, para dar fe de la fundación de la ciudad de Nuestra Señora de
la Asunción de Guano, donde, además, levantó con los indios la Iglesia dedicada a la
virgen y toda la casa donde habitaron los frailes, así como otras casas donde
resguardarse los hombres y mujeres de la encomienda, aprender oficios varios y
emplearse en las industrias de la lana y de la alfarería que luego han hecho famosos a
los laboriosos indios guaneños.

El Padre siguió fundando pueblos y ciudades en torno al volcán, que era el territorio
encomendado a los franciscanos, y según dicen las crónicas de sus correligionarios,
ganando en reconocimiento de los indios y en santidad ante Dios, por su devoción y
por su preocupación hacia el bienestar del pueblo.
Incluso parece que habló no pocas veces y de forma clara y cristalina contra los
españoles que, tras la salida del fraile a visitar las otras ciudades, entraban en las
ciudades, se adueñaban de los campos, reducían a servidumbre a los indios, o los
forzaban a penalidades sin número, desanimando así las conversiones realizadas por
la benevolencia del primero, que más valen acciones que buenas palabras.

El caso es que las misiones prosperaban con suerte diversa, algunas veces mejor,
otras peor, e incluso alguna insurrección hubo de los indios que así veían como los
españoles les iban sometiendo y despojando de sus antiguas libertades y costumbres,
no siempre para bien, y cómo los que debían aparecer como más ejemplares de los
nuevos colonos, pues eran los de más dignidad y riqueza, eran los más bellacos y
desaprensivos de ellos, lo que les hizo resolver acabar en algún que otro lugar con los
colonos, y para que estos no volvieran a acosarles, también con los mansos frailes.
3.-

A la pacificación y conversión de los indios, como dejé dicho, dedicó su larga vida
Fray Lázaro, y también a componer libros de los usos de éstos y a aprender y enseñar
su idioma e incluso a explicar las escrituras y toda la doctrina en el idioma que
aquellos buenos hombres habían mamado como materna.

La comunidad de Guano creció y se hizo próspera entre tanto. Acabaron los frailes
por construir los edificios de la misión y el templo. La vida iba, como quien dice,
viento en popa a decir de las crónicas, cuando, sin saberse como, se pierde el rastro,
de forma misteriosa de Fray Lázaro.

¿Qué fue de él?, ¿se regresó a España?, ¿volvió a Quito o a cualquier otro lugar
donde le enviaran, aunque las últimas noticias le sitúan con ochenta años en la última
noticia de la que se cuenta?, ¿murió en Guano o en alguna otra ciudad del
Chimborazo?, ¿se lo tragó la tierra?

Nada se ha sabido sino hasta hace poco en que, apesadumbrado de tanta pobreza que
asola al cantón, el volcán ha bramado de nuevo y con ello la tierra ha temblado de
parte a parte.

Y es que al temblar de tal modo toda la tierra, la propia iglesia de la Asunción


levantada en los tiempos del franciscano fray Lázaro, se ha venido debajo de forma
irremisible, y en el derrumbe ha aparecido, metido en un cántaro de vino en posición
erguida, y recubierto de cal, el bueno de Fray Lázaro que, por razones sorprendentes
y desconocidas, había sido allí emparedado no sabemos en qué estado, junto con un
ratoncillo que murió a su regazo.
4.-

Son muchos los interrogantes que plantea la muerte del bueno del Fraile de
Santofimia, la primera, y hasta ahora, la única momia hallada en Ecuador, ya sea de
indio o civilización antigua, ya de fraile, laico o mediopensionista, que no se ha
encontrado otra.

Y como siempre que hay misterio, por medio andan cuentos y fantasías todas, voy a
intentar resumir algunas de las teorías que, en secreto o públicas, se dicen en Guano,
pues la habladuría es, en general, deporte universal entre todos los pueblos.

Dice una primera tesis que el pobre fraile, en sus últimos años se volvió solitario y
medio demente, fruto de la desmemoria que acompaña frecuentemente a la vejez, y
que en su excentricidad dio por hablarse únicamente con un ratoncillo, al que enseñó
a seguirle cual perrito faldero. Tal vez el fraile, siguiendo el ejemplo del de Asis, y a
falta de hermanos lobos con los que platicar, dió a escribirse con el ratón y cuando,
llegado su final, pidió ser enterrado entre los muros de la iglesia que con sus manos
había ayudado a levantar, el ratón quiso acompañarle en su último viaje y, mientras
amortajaban al recién muerto y lo disponían para emparedarlo al modo que pidió en
sus últimas y perdidas voluntades, el roedor consiguió escabullirse por algún hueco y
acompañó así al franciscano hasta nuestros días.

Dice otra tesis que eso de meter un


cura en un cántaro no parece de
suyo muy cristiano y que por eso
mismo el hecho debe refutarse
felonía, quién sabe si de los frailes
frailunos, que no sería la primera
vez que por estas o aquellas
disputas despiden para el más allá
a uno de ellos.

Muchos hablan de un sentido


homenaje de los indios, que no quisieron despegarse de su benefactor y así lo
empaderaron para tenerlo siempre consigo en el sitio más sólido de su cantón.

Y hay quien insinúa pena canónica alguna por crimen del fraile, que así parece que
cuadraría lo del ratón, a modo de explicación de la sanción concreta.

Y hasta quien dice que Fray Lázaro padecía ingentes dolores de muelas, que así ha
aparecido amortajado con un paño que le rodeaba la cabeza desde el mentón al
colodrillo, y que cuando le atacaba la dolencia, se ataba la gasa porque decía que así
se aliviaba y se metía en una tinaja donde no hiciera ni frío ni calor y no hubiera luz.
Y que tal vez un dia, sin el concierto y conocimiento de sus correligionarios ni del
resto de los mortales, se coló en la tal tina, desechada ya por inservible para el vino y
arrumbada en una pared para servir de encofrado a los muros de la iglesia, y que así
lo dieron por misteriosamente desaparecido, y sin caer en la cuenta lo empalizaron
allí, con el desafortunado ratón que tuvo de desgracia de ir a mordisquear al olor del
cadáver.

Comoquiera que ahora todo se vuelve espectáculo, la momia del fraile se exhibe en
un museo y hasta ha sido investigada, escaneada y fotografiada con profusión
morbosa por el National Geograpich, que entre sus conclusiones ha explicado que la
muerte del fraile fue lenta y su agonía dura, pues además tenía una costilla rota,
fuertes dolores de reuma y otras dolencias
5.-

En realidad el enterramiento en tinajas no parece una práctica habitual ni de los


españoles que conquistaron América, ni de los pueblos que allí se encontraban antes.

Narra Pedro de Mercado, el jesuita del XVII, no el médico del XVI, en su


monumental “Historia de la Provincia de Nuevo Reino y Quito” que entre los indios
de la amazonía, taironas, cocamas y roamaynas, se enterraban los huesos de los
muertos eminentes en cántaros o vasijas, pintados los dichos huesos, pero no narra
ningún otro ejemplo o costumbre similar entre los andinos, a los que pertenecía la
etnia de Guano.

Por su parte, entre los españoles, eso de emparedar paisanos, clérigos o viandantes,
no se estilaba de la usanza del emparedamiento ahora encontrado, dentro de una
tinaja, si bien, a mi parecer y como veremos, tampoco es descartable cien por cien en
este caso un emparedamiento nada voluntario.

Es cierto que hasta bien entrado el siglo XVII, cuando el Sínodo del Obispo de Ayala
de 1693 lo prohibió por
completo y por extenso para
todos los lugares, existió un
castigo canónico,
fundamentalmente para las
monjas, que por mujeres
siempre han llevado la mejor
parte de los cánones, el llamado
voto de tinieblas, que
emparedaba al paisanaje
infractor hasta que moría de
hambre. Y en general y
canónicamente, existió el
parietibus recludere,
encerramiento del delincuente por sus graves desenvolturas, que explica un
diccionario canónico impreso en Sevilla en 1700, pena rigurosa pero de poco uso ya
en el siglo XVI.

Junto de la pena canónica existía otro emparedamiento voluntario, llamado


“muradas” también de monjas por lo general, que consistía en encerrarse entre
paredes, dentro de una iglesia o convento, y vivir allí como beguinas, sin respirar otro
aire del que entraba al escaso recinto ni ver otra luz de la de su opaca habitación que
únicamente tenía una abertura para echarles de comer. Gonzalo de Berceo narra uno
de estos casos
Una manceba era que avie nomne Oria
niña era de días como diz la historia
fazer a Dios servicio essa era su
gloria…
Era esta manceba de Dios enamorada,
por otras vanidades non dava ella
nada,
más querrie seer ciega que veerse
casada….
fo end a pocos diás fecha emparedada,
ovo gran alegría cuando fo encerrada
Y luego
Desemparó el mundo Oria, toca
negrada,
en un rencón angosto entró
emparedada,
sufrié Grant astinencia, vivié vida
lazrada,
por ond gano en cabo de Dios rica
soldada.
Quiso seer la madre de más aspera
vida,
entró emparedada, de celicio vestida,
martiriava sus carnes a la mayor
medida,
que no fuesse la alma del diablo
vencida

¿Se trasportó esta costumbre a América?, ¿un castigo canónico de tal significado sería
imaginable para quien había fundado tantos pueblos y era reconocido como su
benefactor por tantos? No parece probable.
6.-

Si tomamos el ejemplo del fin de la inquisición en Mexico, ya libre de los españoles,


se sabe que cuando esta fue abolida, el palacio que fue su sede cayó en manos de un
reverendo inglés, de la iglesia metodista episcopal, de apellido Butler, pastor Butler,
quien, obsesionado por las historias que de la inquisición se contaban, se dedicó a
remover el palacio para hallar pruebas de la crueldad de los papistas con las que hacer
su apologética de su propia secta incruenta.

Y vaya que si halló, que en los calabozos del que fue tribunal del santo oficio
encontró “doscientos esqueletos acomodados, hombro con pié y pié con hombro
alteradamente”, como quien no quiere la cosa, y luego en una pared principal “que
no tenía ni puertas ni ventanas” en ciertas partes tenía los ladrillos rotos, y al
examinar más, detrás de ellos halló “unas veladas cámaras donde una persona de
estatura media apenas podría permanecer de pié” y en cuatro de estos, “tres
esqueletos de hombres y uno de mujer con un niño”, todo ellos vestidos de hábito,
que debía ser la cosa penitenciarlos de forma ritual.

De la verdad de esto no
podemos dudar, porque en
1874 William Harris Rule en
su libro History of the
inquisition, que por supuesto
no he leído porque viene en
inglés, pero he visto citado en
un libro de Montaño sobre el
santo oficio, señalaba que
estas cuatro momias se
exhibían en tal fecha en el
museo de la Ciudad de
México.

Del emparedamiento penal se sabe poco. En realidad su crueldad ha sido de tal


envergadura que se ha borrado, deliberadamente, su rastro en los anales, cosa que no
se pudo hacer con otro tipo de torturas y horrores, pues su abundancia y pujanza fue
tal que hasta en las literaturas saltó y se usaba, a diferencia del primero, de forma de
escarnio público y para publicitar el castigo y la ideología que lo sustentaba, pues
como bien explican Las Partidas, la escenificación de las penas públicas tenía dos
motivos:

porque reciban escarmiento de los yerros que l´izieron. La otra es porque


todos los que lo oyeren y vieren, tomen exemplo e apercibimiento, para
guardarse que non yerren, por miedo de las penas
lo que en el caso de empalado no se hacía, pues era más bien pena secreta y privada
y se buscaba afligir al malvado y correr un tupido velo en ese uso tan sabio de la
doble moral de nuestra cultura jurídica y religiosa.

Por algunos libros antiguos que he encontrado en el despacho he podido ver cómo la
pena germánica, por ejemplo la que contempla el fuero juzgo y el recuerdo de las
leyes de los visigodos, se aplicaba a clérigos y para casos de sodomía y adulterio,
pero no así a legos y mujeres, que eran quemadas o maltratados de otros modos.

De modo que, de aplicarse pena tal, lo probable es que el fraile andara metido en
faldas, no sabemos si de hembra, monaguillesca o frailuna, lo cual, de nuevo, nos
lleva a interrogarnos, dada la edad del reverendo, sobre la consistencia de la
hipótesis. En todo caso se nos ocurre que, de ser debido el entierro singular de Fray
Lázaro a tales causas, habríamos encontrado con cierta probabilidad, cuando el
terremoto, otros cántaros con otros inquilinos, o al menos algún entierro sospechoso,
pero no es el caso.

Que el castigo, por ejemplar, lo fuera por crimen nefando con bestia nos podría
parecer probable si no fuera porque el testigo de tal hipótesis, un ratoncillo, lo hace
improbable, tanto por tamaño, como por la inquietud del bicho, que bien a las claras
se sabe que puede meterse en cualquier rincón, y por costumbres feroces. Si al menos
hubieran metido una gallina, otro gallo nos cantaría. De modo que también la
descartamos.

Pero como explicación debe de


haberla, hemos intentado fijar
nuestra atención en otros datos
contextuales, el primero referido al
animal, el ratoncito, para el caso de
que aquel no se metiera al agujero
bien antes de que lo ocuparan con el
fraile, bien después para hociquear y
comérselo.

Y como el humano, cuando quiere


esmerarse en aplicar su visión penal
al otro, suele hacer las cosas con
cierta simbología, como cuando al
nazareno le pintaron en la cruz lo del
inri, o cuando a Don Rodrigo lo metió el ermitaño en una cueva con una bicha de
aquí te espero para que lo comiera por do más pecado había, hemos acudido a la
simbología del ratón.

Pasando del ratoncito Pérez, que parece no venir a cuento en este caso a pesar de la
larga tradición de cuentos de ratones que se llevan los dientes que puebla toda
eurasia, desde Sajalín a Finisterre, tenemos primero la identificación del dios Apolo
con el ratón (por eso llamado el citado dios Apolo esminteo, que quiere decir ratonil)
co el significado de lo prolijo del animalillo, que ratones hay por todas partes y por
eso así lo asimilaban, como otros asimilaban al propio Zeus con las moscas, también
omnipresentes, que las hay hasta en la sopa.

De ser así, las conclusiones de este cuento serían muchas, pues podríamos decir que
al meter al ratón en la cántara con el Apolo de Samofilia, bien podrían estarle
diciendo al Padre que le reconocían su prolijidad espiritual sobre la tierra donde le
enterraban de tan extraña forma, lo cual es un reconocimiento y nos lleva a una de las
leyendas de Guano, la del entierro del Padre en honor a su obra y para que siempre
estuviera pegado a su amada iglesia. Pero le podrían estar reprochando también su
prolijidad, digamos más terrenal, y en ese caso el Padre sería más que padre y tal vez
sus hijos airados, en algún momento dado, le quisieron ajustar las tabas del modo que
ya conocemos.

En la edad media
abundaron, tal vez al
amparo de las pestes
que se sufrieron,
cuentos y leyendas de
ratones que se
llevaban el alma de
los desgraciados al
inframundo, y a no
pocos ahorcados se
les enterraba, se
supone que después
de convenientemente
expuestos al escarnio
y cuando ya no
podían sacar más
provecho de tal horror los que los mandaban ahorcar, con un ratón muerto, para
significar su probable paso por el infierno donde le esperarían con los brazos abiertos.

Tal vez esta hipótesis nos habla de alguna falta, sin duda de gravedad, del fraile.
Falta, por cierto, de la que no ha quedado registro en la historia ni en el recuerdo de la
Comunidad.

Pero también el ratón se ha asociado, a lo largo de toda la cultura popular que ha


recorrido Europa, con la sabiduría providencial, con el compañerismo y el buen
consejo. O con la humildad. Y en ese caso podría el ratón, último compañero del viaje
del fraile, haber sido la explicación de respeto que le dispensaba la comunidad en su
entierro.
Entre los indios americanos, para más desconcierto, también se ha asociado al ratón
con la medicina. Animal sanador, animal conectado con los arcanos de la madre
tierra. Animal fetiche cuya presencia, y tal vez su propio cuerpo, tiene cualidades
curativas, como le ocurre también al rinoceronte, o a otros bichos que, por tal causa,
hemos ido maltratado y extinguiendo a placer.

Muchas hipótesis. Muchas incertidumbres. Así no hay manera.


7.-

Pero, pásmense ustedes, que a mis manos ha venido una especie de clave para
desvelar, me parece a mi, todos los misterios.

Volvamos al inicio del cuento. El pueblo perdido de Santofimia, patria chica de Fray
Lázaro.

En tiempos de la juventud de aquel, se desató en la villa, y en otras del entorno, una


verdadera crisis sanitaria. La peste asoló la zona.-

Al principio, como es natural,


pensaron que los tristes judíos,
marranos en la fe como eran, tenían
algo que ver con el asunto y, como no
podía ser menos, los empezaron a
atosigar e incluso a llevar a la Iglesia
Mayor de Córdoba a desfilar en auto
de fe , abjurando de sus errores,
confesando sus crímenes e incluso
recibiendo penitencias más rigurosas.

A un tal Acisclo de Castro le


reprocharon “echarse con una mujer
pegándoselo2 y vistió de capirote por
los r3estos, amén de perder gran
parte de su herencia. Y a un Jimeno
Peña le pentenciaron porque a su
paso se corrompía el agua. Y aun
tercero le hicieron abjurar de levi y
salir en cuerpo con una vela verde en
la mano y una mordaza, porque era
impetuoso y a la primera que le
dejaban usar la lengua, atizaba unas
palabrotas indescriptibles contra las madres de los inquisidores.

Las rogativas y paseos procesionales de nada valieron, ni tampoco las advertencias,


tan comunes a la infantil mentalidad que achaca todo mal al castigo divino, que por
aquel entonces representaba una eminencia muy famosa y justiciera, quien dijo que

Diga Cordova entera la su desdicha, y tome escarmiento de si mesma. Y


mírese en sus adentros. Y advierta, que Dios, aunque por su misericordia ha
alzado la mano del castigo, aun se ha quedado con la vara de la Iusticia en la
otra.
Pero pasado el furor de los conversos, cuando alguien cayó en que la peste se cebaba
por igual en ellos que en los otros, y sobre todo, teniendo en cuenta que la
persecución hizo poner pies en polvorosa a los dos médicos que, también de la raza
de Raquel, hasta entonces se habían prodigado en cuidados para paliar el desastre, los
vecinos, y sobre todo las nefastas autoridades, recobraron el sentido común y se
pusieron a buscar soluciones a sus males en el lado de la medicina.

Entonces recomendaron a los que recogían a los enfermos, que los llevaban a un
hospital improvisado por los franciscanos, que llevaran como protección hojas de
laurel y mirto en la boca, o que fumaran (ya se conocía el tabaco) para despejar el
contagio que se suponía venía por el aire o por el vapor.

Como era tanta la mortandad,


extramuros de la ciudad se enterraba
al común de los caídos, en fosas
comunes a las que eran conducidos
por acarreadiores de muertos,
mientras los frailes, en un abrir y
cerrar de ojos, les daban unos rezos
apresurados, pues ni funeral era
prudente tener, y mucho menos que
los familiares allí se acercaran, y
enseguida les daban tierra, en muerto
al hoyo y el vivo al bollo, y a otra.
A estos los enterraban cuatro
sepultureros que se designaron, que
debían llevar una capa azul y vivir
apartados del pueblo y en un relaato
que se conserva en el archivo
diocesano de Córdoba, referido a la sierra morena, dice de ellos que

Los dichos sepultureros, recogiendo y poniendo sobre los carros los muertos,
no podían cubrirlos ni velarlos ni arreglarlos, sino que los cuerpos eran
transportados con las piernas y los brazos colgando y las cabezas pendiendo
del carro, y entre tanto, cosa que podría parecer casi increíble, los referidos
sepultureros trataban con tal familiaridad a la muerte que se sentaban sobre
los yacidos, y estando sentados, bebían sin parar. E sacaban los cadáveres de
las casas sobre las espaldas, y los tiraban sobre los carros. A menudo sucedía
que, mientras algún muerto era sacado, un brazo en ese punto putrefacto, se
desprendía del busto del muerto y entonces el hombre recogía ese peso
obsceno y lo dejaba sobre el carro,

Se ordenaron cerrar casas, con todos sus habitantes dentro, y vigilarlas par que estos
no salieran y propagaran más la destrucción.
Y se habilitó un pequeño hospital, o lazareto, en que tratar a los desgraciados aún con
posibilidades de sobrevivir, donde

determino la junta, que un Ministro Alguazil, y a quien dieron toda autoridad


fuesse donde los curas, médicos y cirujanos le dixessen, y llegasse a las casas
y llevasse consigo y rmeoviera al enfermo o enfermos que hallasse, y assi
ponellos en el Hospital, lo cual se facía de noche por no dar escándalo

Así las cosas, mal que bien, se fue poco a poco aplacando la ira de la peste, con lo
que el pueblo volvió a su anodina tranquilidad de antes, eso sí, mucho más despejado
de sus antiguos habitantes.

Pero si la muerte de los desgraciados acarreaba este desolador paisaje que hemos
comentado, con cuerpos tirados como colgajos en carretas que los acarreaban hasta
zanjas donde los enterraban con prisas y miedo, sin nadie que los velara ni que luego
pudiera siquiera saber dónde estaban, no ocurría así con los frailes, los cuales, contra
la orden del común, tenían derecho y licencia a ser enterrados in sacris. Los
amortajaban con sus hábitos y ceremonialmente eran enterrados, eso sí, rociándolos
de cal viva para que aquella ayudara a preservar al finado y a limpiar el aire, agente
supuesto del mal, evitando la corrupción del mismo y el contagio de los hermanos.

Y así es, leyendo toda esta penosa explicación, como vine a saber que, en Santofimia,
precisamente en la peste que la asoló en las juventudes de Fray Lázaro, y dado que el
templo se poblaba de frailes finados, vinieron a buscar remedio, al menos provisional,
para los apestados que iban muriendo, metiéndolos en tinajas de su bodega, conde
igualmente eran cubiertos de cal, pues ya no encontraban otro sitio.

Tinajas que luego se adosaron, para enterramiento in sacris, en el propio templo y


que, al no haber ocurrido que se sepa terremoto alguno, y no siendo al parecer el
lazareto uno de los que se perdieron tras la desamortización, aún siguen allí como si
fueran parte de la mampostería.
8.-

Y tras toda esta recopilación de informaciones, ahora es cuando, me parece a mí,


puedo explicar, expurgando sospechas desquiciadas, lo ocurrido a Fray Lázaro,
cruelmente expuesto ahora en un museo, muerto con sus ochenta y tantos tacos de
terribles dolores y enterrado en una cántara que luego formó parte del encofrado de la
iglesia de la Asunción de Guano y hasta el derrumbe de este por mor del volcán
Chimborazo.

Porque se tiene datado, a los años en que se supone muerto el fraile, que los
españoles, junto a otros males que llevaron a aquellas tierras, desencadenaron una
epidemia, no de peste, sino de viruela.

Y de ella fueron muchos los muertos.

Y los frailes, probablemente también el ya muy anciano e impedido fray Lázaro,


tuvieron que cuidar y acoger a muchos desgraciados.

Y, a la usanza de su pueblo, enterrarlos y embadurnar de cal sus cuerpos como


remedio, pobre remedio pero único de que podían disponer estos pobres hombres,
para evitar la propagación del mal.

Y asi fue que el propio fraile, dolorido y en muerte nada agradable, también murió, y
como en su pueblo, dispuso su entierro en la Iglesia de Nuestra Señora de la
Asunción, del convento de la guardianía de Guano, a la usanza del lazareto de
Santofimia.
La voluntaria de Chagas
Entre las muchas cosas que la pobreza ha hecho llegar a nuestras noticias, se
encuentra una calamitosa enfermedad que, como ocurre con la mayoría de las que
padecen los pobres, tiene una fácil y rápida solución.

Una enfermedad que, según descubro en un informe de la OMS, afecta a más de 7


millones de personas, personas pobres en su mayoría.

Según un diccionario médico es una enfermedad infecciosa producida por la


inoculación en la mucosa conjuntiva de un parásito harto cabrón, el cual viene en las
deyecciones de un tipo de chinche que hasta hace poco ha vivido solo en América del
Sur,

Se manifiesta, dice el diccionario, por un pequeño edema en la cara, el cual comienza


en un párpado (lo cual es lógico, pues la chinche caga enb el ojo y desencadena todo
el proceso), sigue con conjuntivitis intensa aunque no purulenta, inflamación de la
glándula lacrimal y con la inflamación posterior de otras glándulas, acompañada de
fiebres, hipertrofia, tiroidea, hepática y esplénica, problemas de corazón, digestivos,
dolores múltiples, estigma social, problemas psíquicos, y, definitivamente, la muerte
en otros casos.

Muchos otros “portadores” no llegan a desarrollar la enfermedad.

La enfermedad de Chagas, la peste de la chinche, es una enfermedad de pobres. De la


pobreza viene su principal caldo de cultivo y, como no puede ser menos, su principal
maleficio, pues a los pobres nadie los quiere y, por ello, nadie se interesa por sus
enfermedades o por su cura, dado que no pueden pagarse muy probablemente la
investigación que requiere su tratamiento.

Así lo dice la propia OMS, que reconoce Chagas como una enfermedad olvidada y
lucha ahora por sacarla del olvido.

Es probable que el tiempo y el desastre de planeta que están dejando nuestras


profilácticas políticas ahonde el interés por la enfermedad, pues la chinche, como
nuestra propia ruina moral y social, avanza irremisible en la medida en la que vamos
cargándonos y ensuciando el planeta, y también la movilidad humana de los esclavos
funcionales que nuestro opulento occidente necesita para sus trabajos sucios, y la
enfermedad ya ha rebasado su ámbito andino y suramericano de su principal
reservorio, y la tenemos entre nosotros.

A nuestro conocimiento ha llegado la dicha enfermedad por el gran número de


personas, principalmente mujeres, venidas del eje andino para trabajar con nuestros
ancianos o en el servicio doméstico que, venidas de zonas de contacto más frecuente
con la enfermedad, la han traído consigo y ahora son tratadas en la medicina
española. En algunos casos, las dolencias de las desgraciadas han supuesto una
empatía y solidaridad admirable de sus empleadores y en otros mucho más
numerosos una mayor marginación, fruto de la ignorancia y del egoísmo, porque
trabajadores con muchas bajas y enfermedades que nos desconciertan son,
frecuentemente, pasto del despido.

A lo mejor el desastre de Chagsa para tantos millones de pacientes acaba siendo, al


menos en parte, la suerte de los pobres, y acaban pensando los ricos en algún remedio
para luchar contra un mal que, al son de los mercados, también puede globalizarse y
afectar a los emplumados ejemplares de homo egoísta que pueblas occidente.

Da coraje saber que la referida enfermedad, si hubiera para ello interés, al parecer, no
es costosa ni en lo que se refiere a su investigación ni en lo que se refiere a sus
tratamientos. El grave problema es que la industria farmacéutica no se interesa por
otra cosa que sus cuentas de resultados y debe resultar más lucrativo vender a los
pobres cualquier mierda que no sirven para nada que tratamientos, algo más caros,
que no pueden comprar masivamente.

Pues bien, hecho este pequeño repaso del mal de Chagas resulta elocuente saber
cómo entre nosotros tanta gente se ofrece voluntaria para luchar contra el mismo. Al
parecer no todo está perdido.

Me cuentan de una médico española de buena familia y creencias firmes que,


impresionada por el goteo de bolivianas con un diente de oro que iban a su consulta a
tratarse de dolencias hasta entonces desconocidas por estos pagos, decidió primero
informarse y luego tratar con toda la pasión de su profesión a estos enfermos.

Más tarde, tan obsesionada por un mal tan intolerable, y sabiendo que los
tratamientos no eran tan caros, convenció a amistades de sus círculos y fundó una
oenegé para ir al altiplano a tratar de esta enfermedad.

Hicieron dispensarios, enviaron médicos y todo ello bien que sirve aún a los
pobladores de aquellas regiones.

Incluso ella misma pidió un año sabático para marchar voluntaria a ayudar al combate
a brazo partido contra la enfermedad.

Para hacerse una idea, a su dispensario acudirían al día más de cien personas a las que
prescribía un tratamiento y les proporcionaba, gratis, su medicina.

Se toma usted una de estas en cada una de las comidas y una de estas cada tres días,
decía a uno y otro.

Por desgracia, sus pacientes, al cabo de ocho meses, no encontraban mejoría y eso la
extrañaba, pues la medicina estaba contrastada.

 Pero vamos a ver, ¿se toma usted la medicina?


 Si, señorita
 ¿Cada comida?
 Si doctora
 Pues no puede ser, debería mejorar usted
 Si doctora
 ¿Tres veces al día?
 No, no, doctora una vez a lo sumo
 ¿Cómo una vez, no te dije en cada comida?
 Si, doctora, cada comida pues,

Y la doctora reparó, conoció en su orgullo médico, la realidad del Chagas,


enfermedad de los pobres. De los pobres que a lo sumo comen una vez al día.

Si ahora lo podemos contar es porque la decencia de la médica la hace decirlo para


prevenirnos de nosotros mismos.

Porque los pobres, cuando alguien se hace causa con su causa, nos lo enseñan todo.
fin

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