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Cuentos del 56
8 de marzo de 2017
Por mi cumpleaños
Juan Carlos Rois.
8 de marzo de 2017
Por mi cumpleaños
Juan Carlos Rois.
PRISIONERO DE SU ENSIMISMADA
MELANCOLÍA
1.-
Inclinado sobre la tabla donde, concentrado, escribe su comentario sobre Job, revive
sus muchas aprehensiones y los dolores del alma por causa del infortunio que sufre,
mientas explica, aterido de frío y muy acatarrado, la dolencia del Santo Varón cuando
cayó en desgracia por las celadas del diablo
Y mientras esto anota piensa en los surcos de negra bilis causados en su propio
pellejo por la fatalidad y la mala envidia de sus delatores y siente, como si fuere el
propio Job al que traduce, el mordisco amargo del abandono y de la dura prueba.
Esta prisión nueva donde le encontramos está ubicada en una casa que fue del
mayorazgo de Pedro González de León y de su esposa, María de Coronel, de
ascendencia también ella maharatana, en la calle de los Moros, junto a la Iglesia de
San Pedro, a donde fue instalado el Tribunal tras el traslado desde el antiguo palacio
de los Zúñiga en que tuvieron preso al doctor Agustín de Cazalla, antes de quemarlo
en Auto de Fe, hace poco más de diez años.
Recuerda el Padre que fue conducido a este lugar a la tarde, casi la noche entrada,
sigilosamente para que no hubiera rumores y protestas, y las sombras y la
incertidumbre del apresamiento le hicieron mala impresión del caserón, viejo y
grande y lóbrego, según se vea, en esa noche fría y contrastada por el claror de la
luna. Tal vez cambiase de opinión si hubiera llegado a la media mañana, a plena luz,
y no encadenado y oculto en mantas como vino, sino como huésped o en otra mejor
condición, pues le han dicho que la casa en realidad es amplia y digna y hasta
lustrosa, lo cual, desde que entró en su celda no lo ha podido comprobar sino de la
iglesia donde, encerrado en un cubículo y sin contacto con otros presos, le dejan
escuchar misa los días de precepto.
Pero el terror se transmite en las paredes de la celda, donde hay garabatos y ruegos
escritos de los desdichados que le han precedido en el cautiverio de estas cuatro
paredes donde ahora lo tienen encerrado.
2.-
El bueno del fraile no puede olvidar, y de ello tan acongojado se encuentra como en
un sinvivir de sobresaltos, esta terrible presencia de sombras negras, este presagio
desastroso de los penitenciados que le han precedido cautivos en esta celda hasta su
ajusticiamiento.
Siente cómo un humor odorífero, podre y pésimo que se disipa por el aire. Y que es
mezcla rancia de la crueldad y la saña de los eclesiásticos, del disimulo y del cinismo
de la corte, del Rey y de sus consejeros, y del agrio humor a bascas desbordadas,
mezcla de la brutalidad y entusiasmo despiadado, del pueblo zafio y ruin y
empobrecido que aplaude estos cautiverios y acude enfervorecido a tales los autos de
fe que tanto se prodigan de nuevo.
La celda que ocupa el fraile es un cuarto de cuatro varas de largo por tres de extenso,
dentro de las que solo hay una cama de pajas y una mesa y una silla. Y una bacina
para evacuar que se recoge una vez por semana. No tiene ni ventanas ni ventilaciones
de la calle, ni le da el sol directamente, y cuenta con una pequeña puerta enrejada por
dentro y por fuera por barrotes bien espesos que encierran al inquirido.
Se encuentra la dicha celda pegada a un corredor donde se suceden otras tantas como
ella, quién sabe quién las ocupa, todo ello en el sótano del caserón. Tal vez dicho
sótano fue en su día despensa o bodega de la casa, cuando aún era señorial y la
habitaban sus primitivos dueños. Es un sótano húmedo y lúgubre y mal ventilado,
pero alejado del bullicio y muy silencioso, pues está prohibido el ruido a los presos y
el grosor de los muros impide el rumor de la calle.
Guarda, según cree, mejores habitaciones que las de las celdas de los sótanos y en
ella tuvieron preso, a decir del alcayde del lugar, al propio Arzobispo Carranza de
Toledo, que a tal punto llegó el atrevimiento y la arrogancia de los inquisidores, antes
de llevarlo a Roma a presencia del Papa tras las acusaciones de herejía.
“Así que sin duda fue gravísimo el mal de Job… Y no debe dudarse que
sachim es enfermedad de liendres y secas, y que, como son en diferentes
maneras, estas de job fueron dolorosísimas y pestilentísimas secas, y por
eso dice el texto que le hirió con secas y postemas malignas. Y como quien
sabía la fuerza mala de las enfermedades y males, escogió el demonio para
atormentar más luengamente a Job y para traer la impaciencia, entre
todos, aqueste mal, como de mayor eficacia. Porque muchas sacas
malignas y muy enconadas son clavos agudos de dolor increíble, que por í
y por la mal calidad de humor enciende fiebres ardientes. Y cuando
después se abren y rompen las llagas, hacen asco, y la materia, y suciedad
y hedor; y si cuando unas maduran, otras comienzan a reverdecer, como a
Job le sucedía, júntanse en un asco, suciedad, hedor, dolor y fiebre
continua. A los cuales males, como accidentes proprios, se le siguen otros
cien mil males de vigilia; y ansí dice Job que se le pasaban las noches sin
sueño; y de hastío, y ansí dice, que aborrecía el comer, y de falta de aliento
y estrechez en el respirar y apartamiento de la garganta, y ansí pide
también a Dios que le deje tragar su tormento; de lo cual él después se
queda amargamente.”
Fray Luis se ensombrece más aún a medida que la tarde avanza. La fiebre ardiente le
inunda ahora de escalofríos todo su cuerpo y le embarga una desesperada aprehensión
que encoje su corazón y comprime su cerebro. Y llora.
Y sus padres, alegres y sanos como eran, acariciaban al pequeño Luis, y pronto quedó
la su madre encinta de su hermano y luego de la mayor de sus hermanas, y todo era
para este felicidad y holganza, antes de marchar sus padres a la corte de Madrid, que
al bueno de Don Luis, su padre, le hicieron abogado de corte y hubo de irse a ella a
ejercer, con sus endiablados bullicios y celadas y tropelías cortesanas.
Sufren también cautiverio, a lo que le han dado a entender, sus amigos Grajal y
Cantalapiedra, que no es de extrañar, pues celada contra los doctores influidos de
Erasmo se trata, y ahora el fraile se recuerda de ellos y se entristece hasta lo más
hondo de su cerrada noche oscura.
Y ese condenado Lutero, agustino como él al cabo, que puso en solfa tanto abuso con
vehemencia muy desbordada y desencadenó las disputas por encima de la
moderación y la paz que recomendaba en bueno de Erasmo.
Y ese Concilio que, tal como quería el Papa Clemente, que tanto se opuso al interés
del Emperador Carlos, y luego el Papa Paulo que lo llevó a cabo, debiera ser de la
conciliación y la reforma y no de la ruptura de la comunión y de aprovechamiento
para el poder terrenal y la táctica política de los reyes y potentados, incluida Su
Santidad el Papa Pío, con quien se concluyó todo.
Y esta cochina costumbre española de las envidias, acrecentada con los celos y las
celadas propios de las congregaciones religiosas y de los hombres de órdenes cuando
llegan a cierta edad sin la estima que consideran les debe ser reconocida.
Y los ajusticiados aquí en Valladolid hace cerca de diez años, con Cazalla y los otros
quemados por sus solas ideas religiosas.
Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
4.-
Sigue el fraile, aún fatigado y tan indispuesto, escribiendo sus obras, que no quiere
interrumpirse por la adversidad que le sucede.
Jamás yo, Padre santísimo, siquiera todos los males atropellen sobre mí,
ni menos bien por eso juzgaré de Ti, ni retiraré de Ti mis ojos ni mi
esperanza. Jamás sentiré de Ti sino lo que del mejor y más indulgente
padre justo es sentir y creer
Aunque tan confiado proclama, las fuerzas le van fallando y aún le queda largo trecho
en sus penalidades.
5.-
La fatalidad le abruma.
Se sabe perseguido por las envidias e injustamente traído a este estado de penuria,
preso y enfermo, por los enredos de poder del siglo.
No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo
cuanto más alto sube, viene al suelo
Se siente el Padre en este día, y ya han pasado tantos de dolores, al borde del
precipicio.
Pocos huéspedes de la inquisición han durado vivos tanto tiempo y no cree que, en el
estado en que se encuentra, vaya a durar muchos más.
De sus amigos ha sabido la muerte de los principales, como es el caso de Fray Gaspar
de Grajal, encarcelado como él en Valladolid, o el del doctor Almeida, muerto en el
año en que fue preso Fray Luis, o Fray Pedro Chacón, que puso pies en polvorosa al
ver el desaguisado desencadenado contra los doctores salmantinos y se refugió en
Roma, y tantos otros obligados a refugiarse, a disimular o a cambiar de pareceres
para adecuarse a los tiempos de hierro que se instauraban a marchas forzadas.
Solo, sin amigos, maltratado y deprimido hasta la médula, se refugia el sabio en sus
tareas intelectuales y en sus descansos líricos.
Ha pedido que le traigan algunos libros de su casa, como los de Luis de León y
Alonso de Orozco, o la obra de Cipriano de la Huerga y la de Alonso de Zamora, que
las necesita para concluir sus tratados, o la del dominico Jerónimo de Azambuja y un
San Bernardo que tiene en su retrete y un Fray Luis de Granada y un Homero en
griego y latín, y uno de los hartos Virgilios que tiene y una gramática de Tomás
Linacro y tantos otros.
Ya ha pasado un tiempo desde que el Padre fue liberado sin cargo alguno.
Pelagianos parecen y desvarían, han acusado sus enemigos, entre ellos el dominico
Padre Domingo Báñez, que no pierde el tiempo en encontrar atisbos de luteranos y
ateos a los que arrimar la tea, y el tema de la libertad propicia a ello, máxime cuando,
como es el caso, el hereje Lutero perteneció a la orden de Fray Luis.
Con tales cuentos le han ido a la inquisición, que le sobran ganas de inquirir a cuanto
bicho viviente se atreva a usar la mente para algo más que asentir y comulgar con
ruedas de molino.
Fray Luis, brillante como siempre, contraataca, que para luterano el Padre dominico,
que en su afán de negar la libertad que tanto teme, viene a caer en la trampa de
afirmar que el hombre está predestinado y atado de pies y manos desde su propio
nacimiento por la culpa del pecado, de suerte que de nada le vale la vida y obras
buenas o malas que en ella disipe, como el propio Lutero sostiene.
El fraile está tal vez en sus últimos días y no piensa obedecer a la mentecatez.
El hombre miraba al mar, al despejado horizonte verde del mar abierto infinito.
Lo venía mirando absorto desde que tres días antes llegara a la orilla.
Como otros tantos hombres del interior secano, había tenido la impresión de que
necesitaba aprender a mirar de nuevo, a mirar distinto, a enfrentar al mar que sus ojos
veían sin saber ver y su cabeza se negaba a entender.
Porque el mar, como el desierto, no tiene caminos, ni referencias seguras, sino solo el
oleaje de la superficie y el viento que lo mece.
Delante el presentimiento del futuro, tan incierto, tan desdibujado, tan por venir y
puro humo.
Y luego estaban los susurros: los de quienes fueron devueltos por las olas como
peces varados y quebrados de muerte; los de los fracasados que volvieron a la colina
aquella, donde se escondían hasta el próximo intento; los de las verdades a medias
que hablaban de naufragios y desgracias… Los del lamento del propio y triste mar,
cadavero de locas ilusiones, mortaja de peregrinas ideas, catafalco de esperanzas
quebradas, hoya dolida que desenmascara la hipocresía de los de la otra orilla.
Y seguía mirando al horizonte paralizado, sin saber ver a través de sus propios
miedos.
2.-
Lágrimas como estrellas. Lágrimas como sal marina que se mece en las olas del mar,
entre la brisa, en el azul mortal del cielo herido.
Y no saben aún por qué motivo lloran, por qué dolor se afligen, cuáles son las
desgracias que ávidas les acechan esperando que den un paso en falso y sirvan de
alimento a los peces hambrientos, acostumbrados ya a cerrarles los ojos a los
ahogados.
Las brasas de una hoguera apagada a destiempo, precipitadamente, les delata y los
golpes de porras y defensas les cimbra las espaldas, las piernas, las cabezas
sangrantes, mientras huyen y gritan y los guardias se ensañan y se excitan en esa
bacanal de maltratos y terror y vileza.
A la orilla del mar el miedo emerge como un pecio varado, que por arte de magia
ahora se desanclara de su mortaja lúgubre del fondo.
Los Guardias que los emboscan presentan sus credenciales sádicas y en la desolación
se entreabre la puerta de los piadosos mercaderes, que ofrecen a cambio de unas
cuantas monedas un camino seguro para huir del horror. Luego repartirán con los
primeros el fruto del botín de miedo y desespero y represión.
¿Qué importan los ahogados que sucumban en esta operación lucrativa y perenne?
Mercancía barata: saltar a las barcazas que avanzan al desastre por el camino más
directo o esperar que de nuevo vengan los vengadores con sus palos y artes de matar
y como en la almadraba los cacen y arponeen en su agonía tórrida y mueran como
peces asediados y solos.
Mercancía barata: los pocos que lleguen al otro lado ya no serán personas, sino mera
argamasa de músculos y miedo dispuesta a cualquier cosa, a cualquier trabajo, a ser
ahora los esclavos de los nuevos señores.
¡Por eso prefieren que vengan mujeres! Mujeres que cuiden de los vencedores
aprecio de baratija.
3.-
Dice Deutoronomio
venietque Levites qui aliam non habet partem nec possessionem tecum et
peregrinus et pupillus ac vidua qui intra portas tuas sunt et comedent et
saturabuntur ut benedicat tibi Dominus Deus tuus in cunctis operibus
manuum tuarum quae feceris
y también
Y luego
Que ninguno de vosotros, por espíritu de imitación diga, “Si se hace el bien
en torno a mí, haré el bien. Y si en torno a mí se hace el mal, yo haré el mal.
Al contrario, proponeos hacer el bien como se hace en torno a vosotros y no
participar en el mal que veis cometer en torno a vosotros.
y en Somalia
Y en Etiopía
Y en Ghana rezan
y también
Y en Mali dicen que el Dios Maluku pensó en hacer los hombres para que cuidaran la
tierra, que era tan bella y rica. Y cavó dos hoyos y allí que plantó las semillas, y estas
crecieron y salieron los primeros humanos, hembra y hombre. Y les dijo que cuidaran
la tierra, pero eran perezosos y olvidaron las enseñanzas de la agricultura y del
cuidado de la vida. Y todo fue de mal en peor.
Y cuando Maluku volvió y vió tal desaguisado y se disgustó y se sentó en una piedra
a pensar.
Aparecieron unos monos, mono y mona, y les dio el mismo argumento y les enseñó a
cuidar todo, y al poco, cuando Maluku volvió a la tierra, vio que los monos la
cuidaban y ésta crecía en su belleza, con lo que pensó que tal vez era mejor arrancar
las colas a los monos y hacer que estos fueran los guardianes de todo, y de ahí
descienden los hombres que cuidan las cosas y aman la vida, tal vez entremezclados
con los otros, los que matan la vida.
Y los acuerdos de colaboración militar europeos dicen que las fuerzas armadas
vigilarán las costas para evitar la entrada por mar de los extranjeros y, escusa mal
disumulada, luchar así contra la piratería y la inestablidad.
Es la noche cerrada
Dos horas por la noche No había amanecido. Si amanecen los días no lo deben hacer
con tanta densidad de miedo concentrado.
Una motora se acerca y amarran a su popa una soga, con la que será remolcada hacia
la marea. Si todo va bien, ella misma se encargará de lanzar la barcaza hacia la otra
orilla.
Se ha fraguado el desastre
De nuevo se ha fraguado el desastre
Otra vez, otra vez
se ha fraguado el desastre,
y tu cansado tálamo
¡ Oh mar sepulcral !
acoge a los ahogados.
Sírveles de mortaja
para darles descanso y reposo final
en tu cerrado huerto de anémonas y esponjas.
Piensa Charles en los sucesos recientes, cuando arribaron a cabo de San Diego, en la
punta de la tierra fueguina, y tuvieron su primer encuentro con los indios Ona.
El viejo llevaba atada alrededor de la cabeza una cinta con plumas blancas,
sujetando en parte sus negros, ásperos y enmarañados cabellos. Su rostro
estaba cruzado por dos anchas barras transversales, una pintada de rojo
vivo, que le llegaba de oreja a oreja, pasando por el labio superior, y la otra,
blanca como una tiza, extendida sobre la primera y paralela a ella, de modo
que le cogía también los párpados. Los otros dos hombres se adornaban con
anchas rayas de polvo negro, hecho de carbón vegetal. El grupo se parecía
mucho a los diablos que salen a escena en Der Frieschütz”
Trae consigo el capitán Fitz Roy en el barco a tres indios rescatados de la barbarie en
el anterior viaje del Adventure, en 1826. Allí los cogieron niños como botín de guerra
y los llevaron a Londres, donde fueron educados en la civilización. Pretende ahora
devolverlos instruidos a su antiguo pueblo de salvajes.
Piensa Charles el contraste entre estos onas del barco, ahora vestidos a la europea y
lavados y repulidos con modales decentes, y sus andrajosos parientes de tierra de
fuego. Nada que ver con sus congéneres barbarizados y embrutecidos por el clima y
la hosca condición que les toca en suerte..
A la llegada del Beagle a aquella costa los indios habían hecho acto de presencia
ruidosos y extravagantes.
29 de enero de 1833
Mientras recorríamos un día la playa, cerca de la isla Wollaston, pasamos
junto a una canoa con seis indios fueguinos, y no he visto en ninguna parte,
seres más abyectos y miserables
Han atravesado el ramal que separa en dos brazos el canal de Beagle, dejando al sur
el cabo de hornos y al norte la tierra firme, con sus altas montañas del color del
berilo.
No hay en esta parte tan austral signo alguno de presencia humana. Los fueguinos no
llevan sus expediciones tan al Sur, se dice.
3.-
6 de Febrero de 1833
Han arribado a Woolya, dicho en fueguino, el fondeadero al final del túnel.
Recuerda ahora los fueguinos de la isla grande, que tan mala impresión le causaron y
compara Charles a éstos con los otros indios que ha visto antes desde que zarpó de
Plymout, y el contraste de estos tan asilvestrados con cualquiera de ellos. No tienen,
piensa para sí, remedio
La perfecta igualdad que reina entre los individuos de las tribus fueguinas no
puede por menos que retrasar el desarrollo de su civilización. Así como los
animales cuyo instinto les compele a vivir en sociedad y a obedecer a un jefe
son más capaces de progreso, así también las razas humanas”. Bien sea
causa, bien efecto, el hecho es que los pueblos más civilizados son los que
tienen gobiernos más artificiales…En la tierra del fuego, hasta que surja
algún jefe con poder suficiente para consolidar cualquier ventaja alcanzada,
por ejemplo, la cría de animales útiles, apenas parece posible que pueda
mejorar el estado político del país. Hasta el presente hasta el menor retazo de
tela que se dé a un fueguino es hecho jirones y distribuido, de suerte que
ningún individuo puede llegar a ser más rico que otro., Por otra parte, es
difícil comprender cómo puede aparecer un jefe en tanto no se reconozca
alguna clase de propiedad por la que sea dable manifestar su superioridad y
acrecentar su poder.
Tal vez, sin saberlo ni quererlo, está poniendo la leña que alimentará el
fuego que en breve devastará a estos pueblos de desgracia. Sigue su relato
Esta tierra que ahora llaman de Isla Grande de la Tierra del Fuego ha sido desde que
el hombre se sostiene sobre sus pies la tierra donde los Sel Knam, que los misioneros
llaman Onas y emparentan con los indios bolivianos, han cazado sus guanacos y sus
focas.
Donde el silencio es tan extenso como la propia tierra austral y el cielo que la cubre.
Y tras de los misioneros vinieron los estancieros y los comerciantes, que son siempre
la avanzadilla de la fe y el culmen de la cultura.
Y prohibieron el alcohol. Pero antes de eso trajeron el alcohol, claro, que no lo había
hasta entonces. Y metieron las escuelas de caridad, aunque antes hicieron una gran
pira con nuestros conocimientos naturales de generaciones y nos hicieron creer que
éramos ignorantes y debíamos aprender de los libros que traían. Y nos dieron
medicinas, aunque antes de eso condenaron y prohibieron que usáramos las plantas y
los sahumerios que hasta entonces nos curaban gratis. Y, no bien tiraron nuestras
cabañas nómadas, nos hicieron casas que alquilaban a precios razonables, y nos
asentaron en sitios fijos, evitando la vida buhonera que antes era nuestra costumbre,
en busca del guanaco que cazábamos de balde. Y prohibieron otras costumbres
nuestras que no eran del agrado de la recta moral y dispusieron que la igualdad que
era para nosotros tan sagrada no era de derecho natural, y debíamos atenernos a los
principios de la propiedad privada, lo que quiere decir que de tenerlo todo pasamos a
no tener nada y a ser sus sirvientes y luego a acabarnos.
Aquí en Isla Dawson, donde estamos, tocamos en el lote de los salesianos, que
cuando la matanza, intentaron resguardarnos y evitar nuestro final completo. Yo soy
mestiza, pero con más sangre Selk Nam que negra. Y ellos, los salesianos, sí que
fueron buenos amigos del pueblo Selk´Nam, aunque nos llamaron oñas, que es
nombre extranjero para nuestro idioma.
Ellos hicieron aquí su reducción, y quisieron a su modo respetarnos como habíamos
sido siempre y evitar la cacería.
Pero con los colonos primero y con los curas después vino el progreso, ese diablo al
que han vendido el alma los estancieros y los extranjeros de todos los pueblos de
Europa que asentaron en las colonias, y nos murieron uno a uno, a toditos, hasta no
quedar voz alguna para llorar tanta desgracia.
Hasta al bueno del padre Martín Gusinde, que tanto platicó a favor de nuestra causa,
lo hicieron disciplinar y doblar la cerviz y guardar silencio.
Ahora ya solo quedo yo y algún otro más, no muchos, que ni habla tenemos del
miedo y del dolor y solo esperamos marchar pronto para reunirnos con nuestros
antepasados.
5.-
Tierra de caldereros y alfareros que subsistía por el barro de la zona y gracias a los
calderos y mauras de cobre y latón que vendían por toda la comarca.
Allí ha sido nacido un guaje, el segundo de Manuel y María, labriegos pobres que
viven míseramente, como es de suyo en un villorrio pobre de una pobre parroquia
mísera, de una provincia olvidada de la mano de Dios.
Lo llaman José y gracias al tío José, su padrino además, que se llama como él y era
maestro en Ventosa, ha aprendido al menos las cuatro reglas para ser alguien.
José ha visto nacer y morir, que es lo suyo para los pobres en el campo, niños
pequeños, vacas y ovejas, y hasta a sus propios hermanos, y sabe en su propia piel la
feroz vida de los desgraciados. Y conoce el hambre.
Es por eso que, como tantos otros, marcha a las américas, a despistar el hambre, con
la idea de volver indiano.
De Avilés sale para junio, 14 años tiene, en La Francisca rumbo a Cuba: sus buenos
40 duros, que pagarán sus padres a plazos, le ha costado a la familia el pasaje; bien
invertidos, que es una boca menos y una esperanza más.
De Cuba a Buenos Aires, que malas han sido las experiencias y sale huido de la isla.
Y allí que se nos emplea en Corti Riva & Cía como tenedor de libros, apuntando
minuciosas las compras de ferralla y cachivaches para los barcos que hacen próspera
la ciudad de la Plata.
Y se codea con otros adinerados que se han hecho a sí mismos a base de esfuerzo,
arrojo y codicia.
Intima con José Montes, natural de Mieres, en su nación de Asturias, y con el
portugués Nogueira, y con los ingleses Reynard y Felton. Y con otros hombres de
malvivir que le sirven de mandados, de cobradores, o para dar escarmientos a los que
no pagan a tiempo.
A sus negocios de flete y reque de barcos, salvando barcos encallados o llevando y
trayendo ovejas desde las islas inglesas del Sur, incorpora pronto la importación de
carneros y ovejas y crea la empresa José Menéndez y Cía y la estancia San Gregorio,
donde pone en marcha la capital de su imperio y primera de las muchas estancias y
explotaciones que luego hará realidad.
Ayuda a los salesianos con su vapor Amadeo, trayendo el material que necesitan para
la misión de Nuestra Señora de Candelaria, en río Grande, y con generosos y
calculados donativos. Lo advierte el Padre Guisande, que alerta de la codicia de José
y el interés de la ayuda envenenada que les presta.
Pronto descubre la ágil mente de José la fortuna que puede depararle la ganadería. Ya
ha transportado ovejas desde las Malvinas a la tierra firme. Y las ovejas, a falta de
competidores que las amenacen, proliferan y crecen, Y los ingleses pagan muy bien la
lana. Y los rebaños, a nada que se trabaje con empeño y pasión en ellos, pueden ser
enormes. Y no falta gente que los sepan cuidar y se puedan contratar por precios
razonables.
Participa así José en la creación de la sociedad de acciones Explotadora de la Tierra
del Fuego, con 200 acciones y prácticamente el dominio de la sociedad.
Abre minas, amplía su flota, construye factorías de grasa, de carne envasada, forma
un banco… Nada se le resiste y acumula ya casi 500.000 hectáreas de su propiedad
en Tierra de Fuego.
Nada se le resiste.
Nada se le resiste.
6.-
A medida que el negocio de las ovejas prospera, los estancieros van cercando las
praderas, pues los zorros las acosan y los guanacos les comen el pasto y los indios,
esos malditos forajidos, de vez en cuando, a falta de guanacos, cazan ovejas.
Y los cercados reducen los pastos libres. Y los guanacos huyen a los sitios altos
donde los estancieros no llegan aún. Y los indios, que viven de los guanacos, van
también cediendo a la presión y alejándose de sus campos extensos, ahora cercados y
vigilados por pandillas pagadas por los estancieros.
José, ese hombre egregio que admiración causa por todo lo que ha hecho por la
República Argentina, brama de ira. Hasta una libra esterlina dará por cabeza de indio
que le traigan.
Como prueba de la matanza, las manos o las orejas cortadas de los miserables.
Los salesianos intentan lo imposible e intentan llevar todos los posibles a la misión de
San Rafael, en Isla Dawson, en pleno estrecho de Magallanes, el culo del mundo.
Mac Lenan, el mayordomo escoces conocido por Chancho Colorado, administrador
de una de las estancias de José, ganó en un día 17 libras esterlinas. Otras catorce ganó
días después. Tras doce años al servicio de José se licenció sumamente rico, a libra el
par de orejas.
Algunas mujeres
sobreviven, cautivas,
para los museos de
fieras humanas que
prosperaron en tierra
de fuego para solaz de
los colonos.
El Padre Mateo
Guisande, desde Isla
Dawson, denuncia la
tropelía
Los estancieros
montaban en
cólera, exageraban sin medida el hurto, inventaban todo tipo de cuentos
espeluznantes, describían su propia inseguridad y hablaban de espantosos
ataques de aquellos peligrosos salvajes
Denuncia en un libro a los culpables, pero de nada vale. El poder de éstos obliga,
incluso, a disciplinar al Padre y a censurar sus trabajos. La amargura lo consume y el
silencio canónico impuesto por los prudentes religiosos de su congregación acallan
las protestas y reescriben la historia: los indios morían, dice, por su debilidad física y
sus costumbres disolutas.
Veinte años ha durado la cacería. Los negocios de José Menendez, uno de los hijos de
puta más rematados de la historia reciente, prosperaron de forma inimaginable, su
fama le convirtió en uno de los próceres importantes de Argentina y Chile, su
memoria como “Rey de la Patagonia” se recuerda en su natal Santo Domingo, las
ovejas proliferaron hasta la extenuación en Tierra de Fuego, pero entre 3000 y 5000
indios Selk nam, la totalidad de la etnia, desapareció de la faz de la tierra.
7-
Otros matarifes son Julio Poppei y el capitán Ramón Lista y Mister Bond, y
Alexander A Cameron, o Samuel Hyslop y John McRae y Montt E. Wales.
Todos ellos son pobres diablos al servicio de los estancieros.
Lo señala el doctor Angélico: que el cielo en realidad tiene tres estadios, tres gradas,
tres suelos diferentes, tres cielos como quien dice, en perfecto orden y jerarquía, uno
delante, otro detrás y otro de espaldas del de detrás.
El doctor Angélico, como antes los otros teólogos, la tenía tomada con dividir todo en
tres grados, de tres en tres, a imitación de la trinidad, las tres personas del verbo, los
tres órdenes angélicos, los tres grados ontológicos del ser, la clasificación de las cosas
en modo, especie y orden; medida, peso y número, de las potencias humanas en
memoria, intelecto y voluntad, las tres marías, los tres tristes tigres, los tres tipos de
personas de la sociedad, los tres tipos de repúblicas, monarquía, aristocracia y
democracia, los tres reinos de la naturaleza, mineral, vegetal y animal, las tres patas
del banco, las tres piernas de un negro, si contamos la del medio (esto no creo que lo
pensara el doctor angélico, tan modosito él) y así hasta el infinito de tríadas.
El hijo del Conde Landolfo de Aquino, además de escribir un latín bastante tosco, era
incontinente escribiendo, por tres veces incontinente que diríamos, y la tenía tomada
con el cielo y sus divisiones y subdivisiones, siguiendo como seguía a Aristóteles y
los otros griegos disputantes y elucubradores.
Et sic dicitur caelum corpus aliquod sublime, et luminosum actu vel potentia,
et incorruptibile per naturam. Et secundum hoc, ponuntur tres caeli
2.-
Y el primer estado del susodicho cielo tomista era el luminoso, dice el doctorcito, y
empíreo, que quiere decir sublime, paradisíaco, la rehostia celestial, el sumsumcorda,
y viene en el diccionario antes que empírico, que sería, con mucha coña, como la
negación misma del cielo empíreo y no experimentable, y después de empiema, que
es algo más asqueroso, y de empinar, que según sus acepciones que se elijan puede
hacer referencia al climax que lleva al cielo empíreo.
Y en este cielo empíreo, dicho en fino, que nosotros diríamos paraíso, es donde
Guillermo de Conches, Teodorico de Chartres, Gerardo de Cremona y el obispo de
Lincoln Groseteste situaron el habitáculo de los Santos y (no está seguro si también o
en vez) de los ángeles, arcángeles y fanfarrias celestiales que luego los arquitectos
representaban en las iglesias góticas con todo lujo de detalle..
Y el segundo de los cielos inaccesibles, un poco menos celeste y más vacuo que el
primero; como si dijéramos un grado más degradado, una excelencia por debajo de la
del empíreo, es totalmente diáfano, acuoso y cristalino, sin dejar de ser celeste y
etéreo a su modo en su calidad y magnificencia. Acuoso como los ojos llorosos de los
cuadros románticos, tan melancólicos ellos, y límpido y rechupado, como quedan las
arcas públicas después de que por ellas pase una cuestación de virtud para labrarse el
cielo o una horda de políticos para llevarnos por el recto camino de la ortodoxia
económica hacia el bien común.
Y tras de esta segunda esfera del mismísimo cielo encontramos la tercera, que es la
más próxima a la propia y degradada tierra, esfera celeste en parte diáfana y en parte
luminosa, la cual parte llamamos el cielo sideral, o estrellado, tan presto él a poblarse
de basura cósmica por aquello de la inquieta y calenturienta actividad humana, que
no ve frontera que no quiera traspasar y ensuciar de sus propias confusiones y
pasiones vanas.
Nótese que este tercer cielo es una especie de consí-consá, como mezcla deturpada de
los otros de antes ( y la mezcla para los dominicos puristas y henchidos cual era el
teólogo imperturbable, es algo aborrecible, impuro, dado a la sospecha y después, tal
vez por degradación o por propio vicio expiatorio, al fuego que todo lo purifica y
convierte en volutas y humos vacuos).
Cielo estrellado, que diríamos, que es por cierto el que vemos más a plomo sobre
nuestras propias narices, y donde encontramos, eso sí, bastante caprichosas en sus
movimientos, las estrellas fijas y las móviles que nuestros engañosos ojos observan,
los planetas y otras excentricidades que pueblan el orbe y no acaban de cabernos en la
imaginación.
Pero no contento con ello, el bueno de Tomás, que si no lo veo no lo creo, nos explica
también que el cielo este que nuestros pobres ojos miran abrumados o absortos, según
la sensibilidad o la mentecatez del observante, se dividen además en ocho esferas
concéntricas y jerárquicas que giran unas sobre otras sin parar y armónicamente: la
de las estrellas fijas, la más lejana, y las de los siete planetas que se observan, que
para abreviar son de más cercanos a más extremos y periféricos:
- el Sol, cuyo atributo es la sabiduría, y por eso tal vez deslumbra y tanto nos
molesta cuando pega de plano su cálido resplandor
Refiere el libro del Picatix, escrito por el madrileño Maylama al Mayrit, traducción a
su vez del Gayat-Al-Hakim, en gerigonzo "”غاية الحكيم, que el propio Aristóteles en su
libro de las lámparas y las banderas
Dibujó para Alejandro las figuras de los astros de acuerdo con las
ocurrencias que sobre ello le habían llegado de este saber. Así pues, en él
dibujó la figura de Saturno como la forma de un hombre negro embozado en
una ropa verde, con la cabeza rapada y una hoz en la mano. A Júpiter en la
figura de un hombre bien vestido y sentado en el trono. A Marte en la figura
de un hombre montado en un león y con una lanza larga en la mano. Al Sol en
la figura de un hombre imberbe, guapo de cara, con una Corona en la
cabeza, una jabalina en la mano y a su lado una figura con cabeza y manos
humanas y las tiene alzadas y también los brazos, pero el cuerpo es como de
caballo con las cuatro patas. A Venus en la figura de una muchacha con un
peine en la mano derecha y en la otra una manzana y con el pelo suelto. A
Mercurio en la figura de un hombre desnudo montado en un águila y
escribiendo. A la Luna en la figura de un jinete montado en un conejo”
Y que júpiter
hombre de mediana edad, y cara alegre, y vestido de paños verdes, que tiene
en la cabeza una cofia ultramarina y un libro ante sí
Y el sol se presentaba en
y Venus
tiene figura de mujer manceba muy hermosa, con cabellos muy rubios y
largos sobre la espalda. Y tiene en la cabeza guirnalda de rosas, va vestida de
paños violetas y tiene en la mano derecha un peine y en la otra un espejo
como que se mira
Y así sucesivamente, para añadir en el libro de Astromagia, que los dichos planetas,
al igual que las plantas y los animales, puestos están para servir al hombre hasta la
parusía, del griego παρουσία, que quiere decir llegada, juicio final, como queramos
imaginar la hecatombe del fin del tiempo si antes Trump o cualquier otro mentecato
no acaba con todo; y que por tanto, al igual que animales y plantas influyen en la
salud humana, en nuestro alimento y por el beneficio de ciertos ungüentos que nos
aplicamos a ciertas partes corpóreas, o por las otras habilidades de las que somos
capaces como homos faberi que somos del tuétano al colodrillo, los astros lo hacen en
su conducta e inteligencia y por ello el llamado Rey Sabio ( que a la vista de tales
ideas debemos minusvalorar un tanto en su inteligencia salomónica), pretendía hacer
uso de estas influencias para su provecho y el engrandecimiento de su reino. Razón
por la cual, me parece a mí, se amancebó con la manceba del rey de Murcia a
escondidas de este y mientras le hacía la guerra a hurtadillas por la persona
interpuesta de su primo el rey Jaime de Aragón. Y tal vez por eso regaló a la amante
de ambos una gargantilla con una piedra acrisolada con el influjo de Venus, de luz
azul, y el de Saturno, prudente y sabio, y un diamante del tamaño de un melón, por si
la dama se amustiaba en sus ardores por el castellano y prefería repicar en morería.
Y retomando al doctor Angélico, explica en su Summa, que ese cielo último
Y explica Aristóteles, a
quien el padre de los
teólogos y fundador del
tomismo incomprensible
se refiere en su visión
celestial, que es la esfera
la forma lógica del cielo
porque ella es la primera
forma de la naturaleza,
verdad tan sólida como
esa otra del mismo
filósofo de que las
mujeres, al ser inferiores
de los hombres, tenían
por eso menos dientes
que estos en la boca (no
sabemos qué no hubiera
dicho en pleno siglo XX
y para el caso de
comprobar con sus
expertos ojos el modo de
conducir los vehículos
de tracción mecánica de
hombres y mujeres).
Y añade el estegirita en
su estudio del cielo que la esfera es además perfecta porque fuera de ella es imposible
encontrar nada pleno, pues a la recta siempre se le puede endosar un tramo más, pero
al círculo no hay por dónde, pues está cabalmente cerrado en todos sus extremos, y
mientras los poliedros están delimitados por varias caras, a la esfera no le ocurre tal
despropósito y mientras que los cuerpos se pueden descomponer en superficies y
generarse a través de superficies de otros cuerpos, la esfera no participa de tal
descomposición cagalerosa, que ni es descomponible ni tiene más que una única
superficie y, para colmo, dado que el cosmos gira en circulo, como un observador
atento puede ver, es evidente que la razón del movimiento, esto es, su primer motor,
es circular, de donde queda claro, más que con Ariel, que la esfera tracatá-ta-ta.
¿Podría haber mantenido otro argumento con idéntica conclusión el bueno de Tomás,
después del argumento convincente del griego? Probablemente sí, que la solidez de la
filosofía es tal que lo admite todo y lo contrario sin que se le descomponga el moño.
7.-
Ocho esferas en movimiento, nada menos, que son siete y una. Y así hablan ahora
convencionalmente las buenas gentes, por ejemplo, de estar en el séptimo cielo,
pongamos por caso, sin saber que se están refiriendo precisamente a este
descabellado discurso de las esferas armoniosas en movimiento imitativo del
movimiento de Dios, primer motor de la arquitectura de estos filósofos algo excitados
por ideas insensatas.
Cielos esféricos y perfectísimos, porque para los puristas como el susodicho hijo del
Conde Landolfo de Aquino, la esfera es como el colmo de lo perfecto y no tenían
mejor manera de definir el cielo en su imaginación calenturienta, a imitación de la
divina esferidad oronda de su desbordada fantasía, que haciéndole partícipe de la
propiedad esférica del imposible Ser por excelencia y girando entre ellos con esa
sacra y celestial música de las esferas que tanto extasiaba a los meditabundos
contemplativos, intoxicados con tanta abstracción ideal, a pesar de no haber oído
nunca sino en sus descabelladas figuraciones la susodicha harmonia mundi.
9.-
Pero el Señor Santo Tomás no admitía, en su sapiencia obliterada, que hubiera más
cielos que estos dichos, los cuales no solo son queridos por la voluntad del Dios
todopoderoso, sino que no pudo el Ser Supremo querer otros, pues se deduce de la
propia esencia divina esa inequívoca e irrebatible voluntad como pura necesidad por
sus santas narices.
Lo cual, llegado a este punto, nos hace decirle al hasta ahora incontrovertible
Tomasito, por muy leído que este fuera en su cátedra de París y en los otros sitios
donde la lío: alto ahí, fraile frailuno. Aquí te hemos pillao.
La pifiaste.
Que si el movimiento circular se explica porque la primera causa se mueve así y atrae
a las otras a su voluntad, vale.
Que si el éter, la materia, el cuerpo cárcel del hombre, el alma que aspira a lo sublime
y como es sutil y se siente atraída, cuando la espichamos sube por los siete cielos a
acrisolarse e ir al paraíso (salvo que no pase la prueba del algodón del juicio), vamos
a pasarlo por alto.
Que si los planetas tienen influencias en el carácter y tal, venga, nos lo tragaremos
como quien se come una rueda de molino.
Que si todo el resto de la prolija obra llena de silogismos y otros grutescos de los que
le gustan a mi sobrina Eva y que no valen para nada, vale y revale.
Que si Copérnico, y Galileo y otros afrancesados la cagaron con sus ideas del
universo lleno de imperfecciones y sinsentidos, y corramos un tupido velo, de
acuerdo.
Pero eso de que no hay otros universos…
¿Cómo te explicas, sabio impenitente, que ahora en pleno siglo XX unos tipos de una
agencia que no se acreditó precisamente por sus sutilezas teológicas, haya
descubierto sin mayor esfuerzo y a menos de cuarenta años luz, como quien dice un
paseo sideral, un universo con su sol y sus siete planetas en el mismo orden
jerárquico que tú mismo has dado por bueno para el que dices único cielo y único
universo?
Y es que no hay quien se fíe de los filósofos que hablan del cielo sin haber pisado una
mierda.
CERVANTES CONTRA LA
MELANCOLÍA
Que vivimos un mundo atolondrado y desquiciado no hace falta argumentarlo con
exceso. Lo dice un tango y todo, y donde hay argentino, no manda marinero.
En las modernas sociedades uno de los efectos de esta desubicación que nos asola y
tanto malestar físico y emocional nos proporciona es, nada menos, el aumento de la
locura, de las enfermedades mentales, del desconcierto personal, del traspaso de un
límite difuso que nos lleva al desquicie y desgobierno propio y de un cierto malestar
cultural que nos expulsa del mundo, pues nos hace sufrir, y con señuelos falsos nos
prometen paraísos donde nada de esto ocurre a condición de vivir en la fantasía,
ensimismados en el olvido de todo y de perder la conciencia y a veces hasta la propia
imagen.
A todo ello contribuyen no poco las soluciones improvisadas que nuestras élites
golfantes van construyendo; soluciones precisamente pensadas para acomodarnos a
todos a este estado de cosas tan lucrativo para los cuatro cuervos que controlan el
cotarro.
Curioso consejo, a
mi parecer, pero tal
vez más sensato que otros no menos sorprendentes y más dañinos.
¿No es el propio Quijote un estrambótico zumbado?, ¿no lo son el agónico
Licenciado Vidriera o el Celoso Extremeño de sus novelas ejemplares?, ¿como
pueden ofrecer consuelo o remedio tales ejemplos de lunáticos?
Cierto es que hoy en día conocemos personas bien relevantes que podríamos sin
problema identificar como (malas) caricaturas de Don Quijote, y si no, que me digan
si no son quijotescos, no en su grandeza pero sí en su grotesco hacer, esos agentes
enferverecidos del Opus Dei que van ensuciando las calles con toda una serie de
acciones desquiciadas, la última afrentando a niños y niñas en su identidad sexual,
con la convicción de que están con ello salvando al mundo de su ruina moral y
bregando contra viento y marea por su quimera terrorífica y peligrosa, o las bravatas
de esos presidentes de estados que dicen (aunque lo hacen con cinismo mentiroso,
cierto es) luchar contra gigantes que nos acechan (gigantes tantas veces alimentados
por ellos mismos con su locura) y se presentan como paladines de todo lo digno (que
por cierto pisotean con sus actos); o el de esos otros líderes sociales y mediáticos que
quijotescamente se presentan como la antesala de la lucha en favor del huérfano y la
viuda, y claman, más bien berrean y posan artísticamente porque la imagen ahora se
cultiva mejor que antes los tomates de carretera, por la libertad del pobre encadenado,
arrastrando una pose de caballero de la triste figura que, también, es huera y a la
primera de cambio muestran ser parte del circo en que todo se ha convertido y no
unos paladines de las ideas rectas.
Devoine no es una chiflada y por eso, cuando menos, su consejo merece cierta
atención, la que me he tomado para intentar comprender esa propuesta quijotesca
como camino para nuestra salida del desquicie de mundo que entre todos, con
nuestros pequeños actos personales, con nuestras pobres decisiones anónimas,
estamos construyendo como el gran leviatán que los escritores de ciencia ficción de
otras épocas, pongamos por ejemplo al impertinente Hobbes del lobo-hombre, habían
profetizado, profecía auto-cumplida, por mas que basada en la tremenda mentira del
miedo y su excusa de la seguridad.
Aunque con ello interrumpo el discurrir lineal del cuento, me resulta llamativo cómo
es en épocas de derrumbe social y de crisis profunda y decadente, como era el tiempo
de Cervantes y lo es el nuestro, con tantas semejanzas en los grandes males, cuando
la gente se vuelve más lábil y melancólica y rompe en el desquicie.
Pero volviendo a muestro relato, la autora dice que, desde la experiencia melancólica
y traumática de Cervantes, el Quijote, libro terapéutico y balsámico, construye una
serie de escenarios curativos para recuperar el propio libro perdido de la historia
crítica del autor y frente a la crudeza de golpes morales que no se pueden decir sin
daño propio.
Todo esto, hasta ahora, no parece sino una mera palabrería de transferencias y otras
entelequias de psiquiatras, pero, y esta es la parte comprensible y tal vez
recomendable del asunto, es el contar historias el que desencadena el don de
recuperar nuestras potencias más sanatorias, las del hablar, narrar, dialogar, escuchar
y sentirse escuchados, imaginar, reír, mentir, decir verdades y descubrirlas, soñar…
como se hacía antaño a la luz de la hoguera, antes de inventarse los televisores, los
teléfonos móviles y el instagram.
De modo que un primer valor del libro, un valor que se nos antoja tendría cualquier
otro libro del mundo (siempre que entendamos por libro un libro de verdad y no esa
basura guionizada como si fuera una película yanky y escrita por periodistas
angloaburridos que nos lanzan las editoriales), cumpliría con este primer camino de
sanación.
Y en cierto modo, el libro, la lectura,
dejar volar nuestra imaginación de
forma creativa y no zombi,es mucho
mejor que ensimismarnos en la mierda
enlatada que nos presenta como oferta
vital esta cultura no ya líquida como
decía otro, sino cenagosa en que nos
embadurnamos.
También, añado de mi cuenta, la
escritura, pues tanto monta escribir
como leer como mezclar lo uno con lo
otro, con la añadida propiedad de que, al
contrario que otros remedios, no
produce secuelas ni en las mentes más
mal amuebladas.
Leer, por tanto, contra la melancolía. Hablar, oír historias, o decirlas, o contarlas, o
compartirlas. Un genérico medicinal que encima cuesta bien poco.
Pero, más allá de eso, dice la autora, el libro del Quijote tiene un camino específico
de sanación. No es un genérico, sino una fórmula magistral diríamos nosotros, que
compone, sorpréndanse, el psicoanálisis a través de la plática entre el Hidalgo
manchego y su escudero Sancho, cuando ambos están heridos, comatosos de fracaso
mutuo, o apaleados de cuerpo y alma, que es cuando, en la conversa que mantienen,
intentan comprender juntos qué narices les pasa.
De modo que seguir el Quijote y sus historias, ciertamente quitando la hojarasca que
la novela tiene, es una especie de vía gradual de sanación anímica.
Y por eso, dice, sirve el libro, tal vez preferentemente leído en grupo se me ocurre,
para aliviar los dolores emocionales que nos llevan a la melancolía, para darse cuenta
de que no somos víctimas aisladas y sin futuro, para descubrir el diálogo y la
intercalación con el mundo (no necesariamente la cháchara superficial con
mentecatos a la que algunos se han empeñado en llamar habilidades sociales) desde
nuestra fragilidad existencial que arrastramos, desde la experimentación de una idea,
de un paisaje, de un olor, de una palabra afectuosa, de un sentimiento o un deseo…
Además, uno no puede superar sus traumas solo, dice la terapeuta. Los que fueron a
la guerra así nos lo enseñan, continúa: siempre hubo un amigo, fallecido o aún vivo,
que les ayudó a sobrevivir. Necesitamos al otro, pero el otro puede ser tanto persona,
animal, cosa de la naturaleza.
Asimismo, Sancho Panza es como un espejo vital para Don Quijote. Es un
"terapeuta" que participa e interviene, una actitud que la psicoanalista francesa intenta
seguir con sus pacientes.
La lectura del Quijote, remata, es una vía para entrar en diálogo con ese mundo
silenciado que debemos reconciliar en nosotros.
Razones no nos faltan para dar un salto a un lugar emocional donde nos sintamos a
resguardo de tal crueldad vital, emocional y social, aun a riesgo de desconectarnos de
nuestra propia realidad y perder la cordura, si es que esta existe. O donde, sin saber
ya quién gobierna nuestra singladura, nos sintamos presos de un abrumador dolor y
sin sentido que nos vence y nos aplasta sin remisión.
Siempre ha existido esta melancolía y de ella nos habla el eco del paso del humano
por la historia al menos desde que tenemos memoria escrita.
Es probable que la otra cara de tal ensimismamiento, como dice en un bonito texto
que interpreto a beneficio de mi propia tesis, escribió Ortega, sea la alteración, cara y
cruz de la misma falsa moneda de nuestro mundo, y que por ello estemos al límite
frágil de la ruptura de una cierta cordura de especie. No son pocos los signos que
indican que la locura no es individual sino, como dijeron también Fromm o Marcuse,
estructural y fruto de nuestro unidimensional mundo desabrido.
De lo que vislumbro, tal vez entre tinieblas, en la realidad más honda de nuestro
propio malestar personal y social no se esconde sino la imagen omnipotente que nos
hemos labrado, como Narciso, y en la que creemos por encima de todo; imagen que
por doquier se rompe. Somos seres frágiles dentro de un mundo de fragilidad
sostenible. La fragilidad es tal vez nuestra más esencial cualidad pero, construidos
por nuestra cultura omnipotente y dominadora, la rechazamos. Cuidarla, respetarla,
aprovecharla, compartirla, son los caminos que nos pueden salvar de la imagen de
barro que nos hemos hecho. Pero hemos alzado muy alto el ídolo de nuestra
autoimagen y ahora el vértigo es apabullante.
Ni tenemos el control de una vida que siempre es azarosa y tan frágil como nosotros
mismos.
Odio la melancolía, tal vez mi carácter más propenso al lado esquizoide que al
maníaco de nuestro ser simiesco, me juegan en ello una desgraciada pasada empática,
y me dificultan comprender esa carga emocional tan paralizante y dolorosa.
Pero sí creo que el mundo ofrece signos para no dejarnos caer en el pesimismo total.
Volviendo a Don Quijote, cuya lectura es en sí recomendable, sea curativa o no, por
divertida y animadora de la utopía, recordemos los consejos de Sancho, su terapeuta,
cuando el caballero andante se ensimismó, como tantas otras veces de forma
irremisible, tras volver los malos encantamientos a Dulcinea la aldeana desabrida que
en realidad era Aldonza:
Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres,
pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced
se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte,
y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes.
Razón hay.
De Santofimia se sabe muy poco, ni siquiera el lugar exacto donde estuvo enclavada
la villa original que dio excusa al Condado y al apellido de los lugareños, en la zona
más septentrional de la Córdoba definitivamente conquistada por Fernando III,
apodado el Santo, a los musulmanes.
No importa mucho este origen, pero sí retener, de momento, que fue a los
franciscanos, recientemente venidos a Castilla, a quienes el emperador de León y sus
sucesores encomendaron la cristianización de la serranía, antes habitada
mayoritariamente por musulmanes y judíos, y que en esta cristianización ocurrieron
no pocos episodios de grandeza espiritual, como es el caso del porquero Juan
Panadero, que hizo ver al Conde que le tocó en suerte la maldad de sus fechorías, y
arrepentirse y dar doble de bienes que de males hizo al pueblo a partir de entonces, o
el de un beaterio que agrupó mujeres de tremenda caridad y ejemplaridad, a pesar de
los maledicentes que las imputaban nefandos delitos entre mujeres, junto a otros de
miseria e incluso conversiones forzadas que hicieron a la inquisición intervenir con
severidad y rigor inusitados, incluso entre las propias comunidades religiosas, donde
también se aplicó el castigo.
A lo que a nosotros importa, en los primeros años del siglo XVI, los franciscanos
recibieron la encomienda de evangelizar el Chimborazo, del quechúa Chimpu Rasu,
nieve caliente, cubierto él de glaciares y habitado por indios serranos puruháes y
pacíficas vicuñas que les daban sustento. Y cuys que les advertían del porvenir con
sus dotes adivinatorias, todo ello en la andina zona del volcán Chimborazo, la
montaña más alta del ecuador andino.
Y para allí que mandaron los Padres al fraile Fray Lázaro, de Santofilia, en la
provincia de la orden tercera de Granada, hombre hecho y derecho.
Fray Lázaro, junto con otros padres franciscanos, recaló primero en Quito, cuando el
Obispo Fray Pedro de la Peña, de la orden de los predicadores, determinó la
colonización de la sierra, hasta entonces dejada a las supersticiones de sus indiecitos,
y se la encomendó a la orden de Francisco.
Fray Lázaro primero pateó por los poblados y ejidos del territorio Puruhá, y así
aprendió, como
no podía ser
menos, de sus
costumbres y
penalidades.
Poco después se
hizo acompañar
de otro francis-
cano cuyo nom-
bre no tenemos
consignado y de
un escribano,
cumpliendo el
decreto del Go-
bernador Gil de Ávalos, para dar fe de la fundación de la ciudad de Nuestra Señora de
la Asunción de Guano, donde, además, levantó con los indios la Iglesia dedicada a la
virgen y toda la casa donde habitaron los frailes, así como otras casas donde
resguardarse los hombres y mujeres de la encomienda, aprender oficios varios y
emplearse en las industrias de la lana y de la alfarería que luego han hecho famosos a
los laboriosos indios guaneños.
El Padre siguió fundando pueblos y ciudades en torno al volcán, que era el territorio
encomendado a los franciscanos, y según dicen las crónicas de sus correligionarios,
ganando en reconocimiento de los indios y en santidad ante Dios, por su devoción y
por su preocupación hacia el bienestar del pueblo.
Incluso parece que habló no pocas veces y de forma clara y cristalina contra los
españoles que, tras la salida del fraile a visitar las otras ciudades, entraban en las
ciudades, se adueñaban de los campos, reducían a servidumbre a los indios, o los
forzaban a penalidades sin número, desanimando así las conversiones realizadas por
la benevolencia del primero, que más valen acciones que buenas palabras.
El caso es que las misiones prosperaban con suerte diversa, algunas veces mejor,
otras peor, e incluso alguna insurrección hubo de los indios que así veían como los
españoles les iban sometiendo y despojando de sus antiguas libertades y costumbres,
no siempre para bien, y cómo los que debían aparecer como más ejemplares de los
nuevos colonos, pues eran los de más dignidad y riqueza, eran los más bellacos y
desaprensivos de ellos, lo que les hizo resolver acabar en algún que otro lugar con los
colonos, y para que estos no volvieran a acosarles, también con los mansos frailes.
3.-
A la pacificación y conversión de los indios, como dejé dicho, dedicó su larga vida
Fray Lázaro, y también a componer libros de los usos de éstos y a aprender y enseñar
su idioma e incluso a explicar las escrituras y toda la doctrina en el idioma que
aquellos buenos hombres habían mamado como materna.
La comunidad de Guano creció y se hizo próspera entre tanto. Acabaron los frailes
por construir los edificios de la misión y el templo. La vida iba, como quien dice,
viento en popa a decir de las crónicas, cuando, sin saberse como, se pierde el rastro,
de forma misteriosa de Fray Lázaro.
¿Qué fue de él?, ¿se regresó a España?, ¿volvió a Quito o a cualquier otro lugar
donde le enviaran, aunque las últimas noticias le sitúan con ochenta años en la última
noticia de la que se cuenta?, ¿murió en Guano o en alguna otra ciudad del
Chimborazo?, ¿se lo tragó la tierra?
Nada se ha sabido sino hasta hace poco en que, apesadumbrado de tanta pobreza que
asola al cantón, el volcán ha bramado de nuevo y con ello la tierra ha temblado de
parte a parte.
Son muchos los interrogantes que plantea la muerte del bueno del Fraile de
Santofimia, la primera, y hasta ahora, la única momia hallada en Ecuador, ya sea de
indio o civilización antigua, ya de fraile, laico o mediopensionista, que no se ha
encontrado otra.
Y como siempre que hay misterio, por medio andan cuentos y fantasías todas, voy a
intentar resumir algunas de las teorías que, en secreto o públicas, se dicen en Guano,
pues la habladuría es, en general, deporte universal entre todos los pueblos.
Dice una primera tesis que el pobre fraile, en sus últimos años se volvió solitario y
medio demente, fruto de la desmemoria que acompaña frecuentemente a la vejez, y
que en su excentricidad dio por hablarse únicamente con un ratoncillo, al que enseñó
a seguirle cual perrito faldero. Tal vez el fraile, siguiendo el ejemplo del de Asis, y a
falta de hermanos lobos con los que platicar, dió a escribirse con el ratón y cuando,
llegado su final, pidió ser enterrado entre los muros de la iglesia que con sus manos
había ayudado a levantar, el ratón quiso acompañarle en su último viaje y, mientras
amortajaban al recién muerto y lo disponían para emparedarlo al modo que pidió en
sus últimas y perdidas voluntades, el roedor consiguió escabullirse por algún hueco y
acompañó así al franciscano hasta nuestros días.
Y hay quien insinúa pena canónica alguna por crimen del fraile, que así parece que
cuadraría lo del ratón, a modo de explicación de la sanción concreta.
Y hasta quien dice que Fray Lázaro padecía ingentes dolores de muelas, que así ha
aparecido amortajado con un paño que le rodeaba la cabeza desde el mentón al
colodrillo, y que cuando le atacaba la dolencia, se ataba la gasa porque decía que así
se aliviaba y se metía en una tinaja donde no hiciera ni frío ni calor y no hubiera luz.
Y que tal vez un dia, sin el concierto y conocimiento de sus correligionarios ni del
resto de los mortales, se coló en la tal tina, desechada ya por inservible para el vino y
arrumbada en una pared para servir de encofrado a los muros de la iglesia, y que así
lo dieron por misteriosamente desaparecido, y sin caer en la cuenta lo empalizaron
allí, con el desafortunado ratón que tuvo de desgracia de ir a mordisquear al olor del
cadáver.
Comoquiera que ahora todo se vuelve espectáculo, la momia del fraile se exhibe en
un museo y hasta ha sido investigada, escaneada y fotografiada con profusión
morbosa por el National Geograpich, que entre sus conclusiones ha explicado que la
muerte del fraile fue lenta y su agonía dura, pues además tenía una costilla rota,
fuertes dolores de reuma y otras dolencias
5.-
Por su parte, entre los españoles, eso de emparedar paisanos, clérigos o viandantes,
no se estilaba de la usanza del emparedamiento ahora encontrado, dentro de una
tinaja, si bien, a mi parecer y como veremos, tampoco es descartable cien por cien en
este caso un emparedamiento nada voluntario.
Es cierto que hasta bien entrado el siglo XVII, cuando el Sínodo del Obispo de Ayala
de 1693 lo prohibió por
completo y por extenso para
todos los lugares, existió un
castigo canónico,
fundamentalmente para las
monjas, que por mujeres
siempre han llevado la mejor
parte de los cánones, el llamado
voto de tinieblas, que
emparedaba al paisanaje
infractor hasta que moría de
hambre. Y en general y
canónicamente, existió el
parietibus recludere,
encerramiento del delincuente por sus graves desenvolturas, que explica un
diccionario canónico impreso en Sevilla en 1700, pena rigurosa pero de poco uso ya
en el siglo XVI.
¿Se trasportó esta costumbre a América?, ¿un castigo canónico de tal significado sería
imaginable para quien había fundado tantos pueblos y era reconocido como su
benefactor por tantos? No parece probable.
6.-
Y vaya que si halló, que en los calabozos del que fue tribunal del santo oficio
encontró “doscientos esqueletos acomodados, hombro con pié y pié con hombro
alteradamente”, como quien no quiere la cosa, y luego en una pared principal “que
no tenía ni puertas ni ventanas” en ciertas partes tenía los ladrillos rotos, y al
examinar más, detrás de ellos halló “unas veladas cámaras donde una persona de
estatura media apenas podría permanecer de pié” y en cuatro de estos, “tres
esqueletos de hombres y uno de mujer con un niño”, todo ellos vestidos de hábito,
que debía ser la cosa penitenciarlos de forma ritual.
De la verdad de esto no
podemos dudar, porque en
1874 William Harris Rule en
su libro History of the
inquisition, que por supuesto
no he leído porque viene en
inglés, pero he visto citado en
un libro de Montaño sobre el
santo oficio, señalaba que
estas cuatro momias se
exhibían en tal fecha en el
museo de la Ciudad de
México.
Por algunos libros antiguos que he encontrado en el despacho he podido ver cómo la
pena germánica, por ejemplo la que contempla el fuero juzgo y el recuerdo de las
leyes de los visigodos, se aplicaba a clérigos y para casos de sodomía y adulterio,
pero no así a legos y mujeres, que eran quemadas o maltratados de otros modos.
De modo que, de aplicarse pena tal, lo probable es que el fraile andara metido en
faldas, no sabemos si de hembra, monaguillesca o frailuna, lo cual, de nuevo, nos
lleva a interrogarnos, dada la edad del reverendo, sobre la consistencia de la
hipótesis. En todo caso se nos ocurre que, de ser debido el entierro singular de Fray
Lázaro a tales causas, habríamos encontrado con cierta probabilidad, cuando el
terremoto, otros cántaros con otros inquilinos, o al menos algún entierro sospechoso,
pero no es el caso.
Que el castigo, por ejemplar, lo fuera por crimen nefando con bestia nos podría
parecer probable si no fuera porque el testigo de tal hipótesis, un ratoncillo, lo hace
improbable, tanto por tamaño, como por la inquietud del bicho, que bien a las claras
se sabe que puede meterse en cualquier rincón, y por costumbres feroces. Si al menos
hubieran metido una gallina, otro gallo nos cantaría. De modo que también la
descartamos.
Pasando del ratoncito Pérez, que parece no venir a cuento en este caso a pesar de la
larga tradición de cuentos de ratones que se llevan los dientes que puebla toda
eurasia, desde Sajalín a Finisterre, tenemos primero la identificación del dios Apolo
con el ratón (por eso llamado el citado dios Apolo esminteo, que quiere decir ratonil)
co el significado de lo prolijo del animalillo, que ratones hay por todas partes y por
eso así lo asimilaban, como otros asimilaban al propio Zeus con las moscas, también
omnipresentes, que las hay hasta en la sopa.
De ser así, las conclusiones de este cuento serían muchas, pues podríamos decir que
al meter al ratón en la cántara con el Apolo de Samofilia, bien podrían estarle
diciendo al Padre que le reconocían su prolijidad espiritual sobre la tierra donde le
enterraban de tan extraña forma, lo cual es un reconocimiento y nos lleva a una de las
leyendas de Guano, la del entierro del Padre en honor a su obra y para que siempre
estuviera pegado a su amada iglesia. Pero le podrían estar reprochando también su
prolijidad, digamos más terrenal, y en ese caso el Padre sería más que padre y tal vez
sus hijos airados, en algún momento dado, le quisieron ajustar las tabas del modo que
ya conocemos.
En la edad media
abundaron, tal vez al
amparo de las pestes
que se sufrieron,
cuentos y leyendas de
ratones que se
llevaban el alma de
los desgraciados al
inframundo, y a no
pocos ahorcados se
les enterraba, se
supone que después
de convenientemente
expuestos al escarnio
y cuando ya no
podían sacar más
provecho de tal horror los que los mandaban ahorcar, con un ratón muerto, para
significar su probable paso por el infierno donde le esperarían con los brazos abiertos.
Tal vez esta hipótesis nos habla de alguna falta, sin duda de gravedad, del fraile.
Falta, por cierto, de la que no ha quedado registro en la historia ni en el recuerdo de la
Comunidad.
Pero, pásmense ustedes, que a mis manos ha venido una especie de clave para
desvelar, me parece a mi, todos los misterios.
Volvamos al inicio del cuento. El pueblo perdido de Santofimia, patria chica de Fray
Lázaro.
Entonces recomendaron a los que recogían a los enfermos, que los llevaban a un
hospital improvisado por los franciscanos, que llevaran como protección hojas de
laurel y mirto en la boca, o que fumaran (ya se conocía el tabaco) para despejar el
contagio que se suponía venía por el aire o por el vapor.
Los dichos sepultureros, recogiendo y poniendo sobre los carros los muertos,
no podían cubrirlos ni velarlos ni arreglarlos, sino que los cuerpos eran
transportados con las piernas y los brazos colgando y las cabezas pendiendo
del carro, y entre tanto, cosa que podría parecer casi increíble, los referidos
sepultureros trataban con tal familiaridad a la muerte que se sentaban sobre
los yacidos, y estando sentados, bebían sin parar. E sacaban los cadáveres de
las casas sobre las espaldas, y los tiraban sobre los carros. A menudo sucedía
que, mientras algún muerto era sacado, un brazo en ese punto putrefacto, se
desprendía del busto del muerto y entonces el hombre recogía ese peso
obsceno y lo dejaba sobre el carro,
Se ordenaron cerrar casas, con todos sus habitantes dentro, y vigilarlas par que estos
no salieran y propagaran más la destrucción.
Y se habilitó un pequeño hospital, o lazareto, en que tratar a los desgraciados aún con
posibilidades de sobrevivir, donde
Así las cosas, mal que bien, se fue poco a poco aplacando la ira de la peste, con lo
que el pueblo volvió a su anodina tranquilidad de antes, eso sí, mucho más despejado
de sus antiguos habitantes.
Pero si la muerte de los desgraciados acarreaba este desolador paisaje que hemos
comentado, con cuerpos tirados como colgajos en carretas que los acarreaban hasta
zanjas donde los enterraban con prisas y miedo, sin nadie que los velara ni que luego
pudiera siquiera saber dónde estaban, no ocurría así con los frailes, los cuales, contra
la orden del común, tenían derecho y licencia a ser enterrados in sacris. Los
amortajaban con sus hábitos y ceremonialmente eran enterrados, eso sí, rociándolos
de cal viva para que aquella ayudara a preservar al finado y a limpiar el aire, agente
supuesto del mal, evitando la corrupción del mismo y el contagio de los hermanos.
Y así es, leyendo toda esta penosa explicación, como vine a saber que, en Santofimia,
precisamente en la peste que la asoló en las juventudes de Fray Lázaro, y dado que el
templo se poblaba de frailes finados, vinieron a buscar remedio, al menos provisional,
para los apestados que iban muriendo, metiéndolos en tinajas de su bodega, conde
igualmente eran cubiertos de cal, pues ya no encontraban otro sitio.
Porque se tiene datado, a los años en que se supone muerto el fraile, que los
españoles, junto a otros males que llevaron a aquellas tierras, desencadenaron una
epidemia, no de peste, sino de viruela.
Y asi fue que el propio fraile, dolorido y en muerte nada agradable, también murió, y
como en su pueblo, dispuso su entierro en la Iglesia de Nuestra Señora de la
Asunción, del convento de la guardianía de Guano, a la usanza del lazareto de
Santofimia.
La voluntaria de Chagas
Entre las muchas cosas que la pobreza ha hecho llegar a nuestras noticias, se
encuentra una calamitosa enfermedad que, como ocurre con la mayoría de las que
padecen los pobres, tiene una fácil y rápida solución.
Así lo dice la propia OMS, que reconoce Chagas como una enfermedad olvidada y
lucha ahora por sacarla del olvido.
Da coraje saber que la referida enfermedad, si hubiera para ello interés, al parecer, no
es costosa ni en lo que se refiere a su investigación ni en lo que se refiere a sus
tratamientos. El grave problema es que la industria farmacéutica no se interesa por
otra cosa que sus cuentas de resultados y debe resultar más lucrativo vender a los
pobres cualquier mierda que no sirven para nada que tratamientos, algo más caros,
que no pueden comprar masivamente.
Pues bien, hecho este pequeño repaso del mal de Chagas resulta elocuente saber
cómo entre nosotros tanta gente se ofrece voluntaria para luchar contra el mismo. Al
parecer no todo está perdido.
Más tarde, tan obsesionada por un mal tan intolerable, y sabiendo que los
tratamientos no eran tan caros, convenció a amistades de sus círculos y fundó una
oenegé para ir al altiplano a tratar de esta enfermedad.
Hicieron dispensarios, enviaron médicos y todo ello bien que sirve aún a los
pobladores de aquellas regiones.
Incluso ella misma pidió un año sabático para marchar voluntaria a ayudar al combate
a brazo partido contra la enfermedad.
Para hacerse una idea, a su dispensario acudirían al día más de cien personas a las que
prescribía un tratamiento y les proporcionaba, gratis, su medicina.
Se toma usted una de estas en cada una de las comidas y una de estas cada tres días,
decía a uno y otro.
Por desgracia, sus pacientes, al cabo de ocho meses, no encontraban mejoría y eso la
extrañaba, pues la medicina estaba contrastada.
Porque los pobres, cuando alguien se hace causa con su causa, nos lo enseñan todo.
fin