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ad & Richard Overy > Dictadores oy ms o ¢ Ey is Py E a 9 cs Pa o mated fae) ied a 5 Bat aes Bg Ean) 5 ro 5 emcee esfuerzo por alcanzar semejante utopia fracasara debido a la derrota militar en 1945, porque esta era la légica del darvinismo vulgar en que ‘se apoyaba la empresa: victoria o derrota en la lucha por la existencia. El experimento soviético duré mis y sus logros fueron més numero- sos. Al morir Stalin la estructura de la sociedad y la prevision social ya hhabian cambiado en lo esencial desde los afios veinte, con un inmen- so coste social y elevados niveles de coaccién y discriminacién. Des- , el Partido cambié mucho. El aborto se .galiz6 en 1955; la arquitectura moderna reemplazé al barroco revo 0; millones de personas encarceladas por antisociales 0 por icos fueron puestas en libertad. Pero la ambicién de crear tuna comunidad comunista, exclusiva y socialmente exigente, con sus miembros formados por las «condiciones concretas» del mundo comu- nista, continué existiendo hasta su caida final en 1989." 322, a: El universo moral de la dictadura [Nuestra éticaes un instrumento para desta sociedad de explotedores; una lucha por la consol- dacién y la realizacién del Comunismo es la base de la etica comunista, V. Lenin, Obras competes, XXVE Lo principal no es la ley formal, sino la raza; Ia ley yy la vida de la raza no deben separare, Hermann Goring, agosto de 19347 Hay una pregunta relativa a las dos dictaduras que raramente se hace, pero que es fundamental para comprender cémo pudieron com- portarse como se comportaron con las poblaciones sometidas a su poder: épor qué pensaban que tenian razon? En ninguno de los dos casos los que dirigian el régimen consideraban criminal o inmoral la safiuda persecucién que desataron contra los enemigos, tanto los rea- les como los imaginarios. Es improbable que Stalin y Hitler pasaran noches de insomnio atormentados por el pensamiento de los millones de victimas perseguidas por orden suya. Ninguno de los dos dictado- res mostré dudas visibles sobre la justicia de su causa particular, La falta de conciencia no era meramente resultado del poder excepcional ejercido sin escripulos, expresién de la razén de la fuerza. En cada una de las dos dictaduras se construyé un universo moral singular con el fin de justificar y explicar lo que, por lo demés, parecen los actos mis sérdidos y arbitrarios. iadores se han guardado de tratar de reconstruir la acti- dictaduras, porque sus pretensiones éticas raras veces se consideran algo mas que recursos ret6ricos 0 demagégicos con los ‘que se queria endulzar el agrio sabor de la represién estatal. Sin embar- 0, no tomar en serio el discusso ético de ambas dictaduras tergiversa gravemente la realidad histérica y perjudica todo intento de compren- der el funcionamiento de las dos dictaduras en sus propios términos. 323 Ambos regimenes eran impulsados por poderosos imperativos morales que desafiaban y trascendian las normas heredadas de la antigiiedad romana y del cristianismo. No se limitaban a depender de la existen- cia de un despiadado poder coactivo para imponer sus valores, sino que refutaban directamente las pretensiones morales que comprome- tieran su propia pretensién de legitimidad y valia moral. Los ejemplos mis evidentes de esta pugna moral se encuentran en sus actitudes ante corganizada y la ley. Ambas instituciones estaban enraizadas en tradiciones morales muy anteriores a la dictadura; ambas oftecian una esfera o punto de referencia moral a quienes quisieran permane- cer fuera de la ideologia predatoria de los sistemas. El plano moral de la dictadura no era algo ajeno a la cuestién, sino un campo de batalla entre interpretaciones diferentes de la justicia y la certeza moral. ‘Ambos sistemas estaban convencidos de que las normas morales no son universales ni naturales, ni fruto de la revelacién divina. El universo moral de ambas dictaduras no se fundamentaba en valores morales absolutos, sino en valores relativos cuyo origen eran circuns- tancias histéricas en particular. La tinica realidad absoluta que recono- cian los dos sistemas era la naturaleza misma. En la Unién Soviética todo el sistema de pensamiento marxista-leninista se basaba en el con- cepto del «materialismo dialéctico», expresién que ejercié una autori- dad excepcional durante todo el periodo estalinista. El mismo Stalin lo definié oficialmente en un ensayo titulado Materialismo dialético histérico, que publicé en 1938, Su esencia filoséfica era simple, inclu- so simplista: todo lo que hay en la naturaleza forma parte de un mundo material objetivo que esté totalmente integrado y a la vez sometido constantemente a cambios. Los cambios se producen «dia- lécticamente», término que usd por primera vez en la era moderna Georg Hegel, el muy poco marxista filésofo alemén del siglo x0x, para describir las contradicciones dinémicas que propulsan todos los fené- menos de las formas inferiores a las superiores de la existencia. Los marxistas afirmaban que el materialismo dialéctico pod{a utilizarse para describir no s6lo la evolucién del mundo natural, sino también la de la historia como una serie de sucesivos sistemas econémicos, cada uno de ellos con sus propias contradicciones sociales generadas por el conflicto de clases. Stalin tomé de! marxismo la idea de que estos cambios podian definirse en términos de leyes observables y cientificas de la historia, del mismo modo que habia leyes cientificas que gobemaban el comportamiento del mundo natural. Estas leyes, segiin escribié Stalin en 1952, son «el re‘lejo de procesos objetivos que tienen lugar con independencia de la voluntad del hombre>.’ La unién 324 de la ciencia natural y la historia social, que Lenin fue el primero en formulas, hizo que la aparicién del comunismo no fuera sencillamen- te un accidente histérico, sino un destino histérico, fruto de la natu- raleza esencial de las cosas.‘ Las leyes de la evolucién dieron a la Revolucién un aire irresistible de legitimidad. Se veia el comunismo como la etapa mis progresista y més desarrollada de la historia y, en consecuencia, por definicién, ét- camente superior a todas las otras formas de sociedad. La moral sovié- tica, segiin Lenin, era determinada por la lucha histérica del proleta- riado. Lo moral era todo lo que sirviese a «los intereses de la lucha de clases; lo inmoral era todo lo que obstaculizara la marcha historica hacia el comunismo. Esta formulacién dio al Partido Comunista, como vanguardia de la lucha revolucionaria, la oportunidad ilimitada de determinar qué formas de accién y pensantiento eran las mas apro- piadas para la etapa en que se encontrara la evolucién histérica. Pri- mero Lenin y después Stalin subvirtieron la tesis fundamental de’ Mare, que decia que la superestructura que formaban la politica, la cultura, el pensamiento, etcétera era determinada enteramente por la naturale- za del sistema econémico. La aportacién més original de Stalin a la filosofia marxista fue insistir en que la construccién del comunismo dependia no sélo de condiciones materiales concretas, sino también del papel subjetivo del Partido en la tarea de «organizar, movilizar y transformar la sociedad. Estas funciones del Partido llevaban apareja- dos actos de voluntad revolucionaria cuys finalidad era reflejar la rea- lidad histérica subyacente y, por tanto, no eran meramente capricho- 05; pero también era posible en estos términos presentar tédo crimen cometido en nombre del Estado como nada més que una iniciativa oportuna al servicio de la Revolucién.é Hitler usé la naturaleza y la historia de manera diferente. Donde Jos marxistas vefan la lucha de clases como el instrumento de la trans- formacién histérica, Hitler veia el conflicto entre las razas. Sacd su visién histérica de un darvinismo crudo, casi seguramente de la obra de Emst Haeckel, que interpret a Darwin para el publico alemén en el decenio de 1860 y recalcé la importancia de la seleccién natural para las poblaciones humanas tanto como para los animales. Para Hitler el rasgo principal de la naturaleza no era, como decia Stalin, la interdependencia de los fendmenos naturales, sino exactamente lo contrario: «la segregacién interna de las especies de todos los seres vivos». Hitler crefa que en la naturaleza las especies se mantenian bio- légicamente exclusivas gracias a un instinto primordial de conserva- cidn, «La pureza racial es la ley suprema>, escribié en los primeros 325 afios veinte en su sinopsis de una Historia monumental de la bumanidad que no llegé a escribir.” La lucha natural por conseguir alimentos y territorio, que describian los bidlogos, alteré con el tiempo el equili- brio de las especies a favor de las mas poderosas. «La naturaleza es totalmente inflexible», prosiguié Hitler, elo cual significa: la Victoria de los més fuerte Hitler aplicé indiscriminadamente las leyes de la naturaleza a la historia humana. La humanidad se dividia en razas, en lugar de en especies, pero también en este caso le naturaleza habia renunciado a la mezcla de una raza superior con una raza inferior». La consecuen- cia de esto fue una reproduccién regresiva, una forma dé «desevolu- cién». La realidad histérica predominante fue siempre «la lucha de la nacién por la existencia» contra otras razas y la amenaza de contamina- cién biolbgica, amenaza que 41 asociaba en particular con los judios. La historia no contenia verdades eternas, sino que era condicionada por la eterna pugna de los pueblos superiores (las razas que Hitler lla- maba «formadoras de cultura» 0 «portadoras de cultura») contra pue- bios mas débiles o degenerados que ellos. La logica de hierro de la his- toria impulsaba a las naciones capaces de lograr una poblacién sana y una cultura superior a imitar al reino animal y apoderarse de territorio. y alimentos. La nacién o la raza no era justificada por principios mora- les externos o absolutos, que los filésofos del nacionalsocialismo recha- zaban undnimemente, sino por la medida en que podia defender su propio derecho a existir. Alemania hizo frente a estos imperativos his- t6ricos como todas las demés naciones: «el instinto de conservacién y Ja continuacién son los grandes impulsos que subyacen en todos los actos», escribié Hitler en 1928." Pero la diferencia era que el pueblo alemn 0 «ario», que habia subido la «interminable escalera del pro- greso humano», representaba el pindculo de los logros historicos, del mismo modo que el comunismo representaba para los socialistas la forma mis elevada de evolucién humana. La Alemania de Hitler se encontraba ante un destino ineludible, legitimado por la légica de la naturaleza y la historia. Hitler creia también que sélo mediante actos supremos de voluntad superaria el pueblo ario los obstaculos ‘que lo rodeaban y cumpliria su misién histérica."* En ambos casos la dictadura no era justificada por factores subje- tivos (la ambicién de hombres poderosos, por ejemplo), sino por las leyes objetivas de la naturaleza y la historia, El resultado fue tun des- plazamiento moral que relevé a los regimenes y sus agentes de la res- ponsabilidad directa de sus actos: podia argitirse, y asi se hizo, que la necesidad biolégica 0 histérica, y no el capricho humano, produjo el 326 nuevo orden moral y goberné el comportamiento humano. Estas fuer- as historicas fueron la fuente de lo que Stalin llamé «conocimiento auténtico» y «verdad objetivar, o Hitler denominé wseveras y rigidas leyes de la naturaleza».!* Ambos hombres rechazaron la idea de que sus sistemas eran accidentes hist6ricos; eran «apropiados» para su tiempo. Dado el poder excepcional que ejercieron ambos dictadores, estas cosmovisiones personales proporcionarian gran parte de la base ‘moral para sus respectivos sistemas. Su abrumador sentido de la certe- za histérica fomenté los numerosos abusos de la dictadura, pero tam- bign hizo necesaria una pugna por la esfera moral que ya estaba ocu- pada por la ética absoluta de la religién organizada y las leyes convencionales. A finales'de 1930, en una. capilla dedicada a la Virgen Maria a la vera de un camino.en el ceste de Ucrania, se produjo un milagro: alguien vio a la imagen de hierro colado derramar lagrimas de sangre. Miles de peregrinos salieron de los poblados cercanos bajo el frio del otofio. Algunos murieron por el camino. Finalmente las autoridades comunistas locales pusieron una valla y vigilancia alrededor de la capi- lla, pero la gente aparté la valla y ahuyenté a los milicianos. Acto seguido se envié a un comité de cientificos a examinar la imagen para demostrar que el milagro era una supersticién y nada més, lo que harfa que la multitud acampada en los alrededotes se dispersara. Los expertos descubrieron que la cabeza estaba tan corrofda que el agua de lluvia lena de orin se filtraba por el rostro y creaba Ia ilusién de lagri- ‘mas sanguinolentas, Los expertos legaron juntos al lugar, provistos de botellas de agua verde, azul y amarilla. Desde lo alto de una escalera de mano vertieron los liquidos en la cabeza y la Virgen empezd a derramar lagrimas multicolores. Al principio la multitud guard6 silen- cio ante este nuevo milagro, pero, cuando uno de los cientificos traté de explicar que se trataba de ciencia y no de Dios, los peregrinos cam- pesinos atacaron al grupo y mataron a golpes a dos de sus miembros. Al cabo de unos dias llegaron tropas para proteger a una segunda dele- gacién de cientificos. La multitud atacé en seguida y durante la lucha la estatua fue derribada y se rompié en pedazos. Un simplén local resulté muerto en el tumulto y su entierro brindé la oportunidad de organizar una vasta procesin encabezada por sacerdotes y monjes que portaban incensarios y pendones sagrados. La paciencia de los comunistas se agotd y la milicia disolvié la procesién a punta de bayo- neta, segtin los informes, y hubo centenares de muertos." 327 El conflicto entre los dos sistemas de ideas raramente fue tan direc to 0 sangriento como en este cas0, pero las discusiones sobre mi permitian ventilar de forma muy publica la pugna entre el mo cientifico del nuevo Estado comunista y la fe que seguia si do gran parte de los habitantes de la Unién S . El cristianismo era fundamentalmente incompatible con el comunismo. No obstante, Ja relaci6n entre el movimiento revolucionario y Ia religién era ambi- gua. Antes de la primera guerra mundial habia socialistas prominentes que argifan que la naturaleza del cristianismo original era socialista ¥y que era apropiado considerar a Jestis como el primer revolucionario proletario."*:Los movimientos milenarios proliferaron en los tiltimos afios de la monarquia y nutrieron la apocaliptica lucha revolucionaria, 08 participaron en la cri- orden y en las promesas de un 7 dej6 claro que la relacién seria de enfrentamien' icablemente a todo sentimiento religioso, idea religiosa», es asquerosidad més peligrosa, la aba el culto como «necrofilia EI nuevo régimen comunista no se tomé muy en serio la amena- za del cristianismo. Los comunistas interpretaban la religién en térmi- nos de clase; las iglesias era nante utilizaba para vender sentado que, con la destruccién del viejo sistema, las creencias reli- giosas se desvanecerian. Los eclesiésticos eran enemigos de clase, pero no se les consideraba rivales que trataran de ganarse a las masas, a las que la historia haria ahora socialistas.,Los cristianos rusos -y el pufia~ do de bolcheviques mesidnicos capitaneado por Anatoli Lunacharski y Nikoléi Berdiaev comprendian de forma mucho mds clara los térmi- nos de la batalla. El Sobor (consejo) de la Iglesia ortodoxa rusa pro- clamé en noviembre de 1917 que el bolchevismo «descendia del anti- cristo» y procedié a anatemizar el movimiento unas semanas después.” Se recordé al clero que el cristianismo era una «verdad sin- gular» que estaba por encima de los avatares de la politica. Unos cuan- tos afios més tarde se publicé una carta de un grupo de obispos encar- celados que reiteraba la creencia de la Iglesia de «que los principios de la Moral, de la Justi mientras que los del comunismo eran condi Iglesia se veia a si 328 nis, una lucha esperada duante mucho tiempo, nada menos que por el alma de Rus | régimen comunista trataba a la Iglesia como una institucién ica més que como una serie de creencias. El 28 de enero de 1918 acién oficial de a Iglesia ortodoxa rusa y el Estado; nazasen el orden piblico o invadieran el terreno politico. Se liquida- ron las propiedades de-la Iglesia y se puso en marcha un programa de cierre de templos que duraria 20 aiios. Se prohi escuelas, El Estado y el Partido eran oficialmente ateos, aunque en ambos servian cristianos practicantes. La fe religiosa, mas que las ins- que las revelaciones de la cienci Los jovenes revolucionarios se deleitaban colt una blasfemia mali sa. En Navidad brigadas del Komsomol recorrian las calles cantando villancicos irreverentes y portando Arboles de Navidad de color rojo. En Bakdi se animé a un grupo de escolares a poner a prueba la ver pidiendo el almuerzo. Al no aparecer nada, les dijeron que se lo pidie- ran a Lenin y a los pocos minutos legaron al parque camiones carga~ dos de pan, queso y fruta: «Ya veis», les dijeron, «no es Dios quien os da pan, sino Lenin»2” ‘Burlarse de la religién result contraproducente. Poco a poco el régimen se dio cuenta de que la fe religiosa era una poderosa realidad moral que afios de revolucién y guerra civil no habian conseguido régimen abandoné la represion ica y empezd de ideas. Lenin pidi6 que el Partido adoptase un programa de «atefsmo militante» y «materialismo militante>.”* La reli- gidn debia ser derrotada por la fuerza de la explic tifica, que representaba una «verdad tinica». En junio de 1923 el Pat cred la Liga de los sin Dios encabezada por Emilian Yaroslavski, bolchevique "jo que por breve tiempo habia precedido a Stalin en el puesto de secretario del Comité Central del Partido y era el més declaradamente ateo de los nuevos lideres del régimen. En 1929, la Liga ya tenia 9000 células de agitadores ateos y.465.000 miembros.” En 1924, se fundé la Sociedad de Materialistas Militantes. El Partido emprendié un pro- grama nacional de propaganda atea y demostraciones cientificas. Se abrieron las tumbas de 58 santos para demostrar a la poblac contenian sencillamente huesos y polvo (aunque, segiin encontré a san Sergio de Radonezh perfectamente preservado, lo cual provocé gran alegria entre los espectadores y consterné al custodio 329 comunista dél monasterio, que a continuacién fue apaleado por la multitud)? En 1922, se publicd por primera vez el semanario ateo Bezbozhnik (Los sin Dios}, cuya circulacién pronto se contaria por centenares de miles; una revista mensual, Bezbozhnik ustanka (Los sin Dios en el lugar de trabajo], iba dirigida al proletariado; la revista Auist, fandada en 1924, contenfa articulos cientificos més complejos que ponian en entredicho las pretensiones morales y metafisicas de la intelectualidad eclesial Durante la mayor parte de los afios veinte los dos bandos estu- vieron enzarzados en debates, a veces literalmente. En universidades ¢ institutos se organizaron enfrentamientos cara a cara entre ateos y creyentes que dieron a la rcligién una tribuna publica que dificilmen- te hubiera podido esperar. Las Escrituras fueron objeto de una decons- truccién insidiosa en la edicién de 1922 de una Biblia para ereyentes y no creyentes, El panfleto de Peter Pavelkine «Hay un Dios?» refataba los cimientos mismos de la creencia. Se alentaba a los agitadores antirre- ligiosos a formular preguntas embarazosas en los encuentros: «es posible resucitar de entre los muertos?».”* La cuesti6n de la inmorta- lidad incluso se sometié a experimentos cientificos. Con la esperanza de demostrar que era la ciencia y no la religion la que podia ofrecer vida perpetua, algunos bi6logos soviéticos empezaron a buscar mane~ ras de detener el proceso de envejecimiento y de «revitalizar» Srganos humanos. La labor del Departamento de Materia Viva del Instituto de Medicina Experimental se centré en aislar los elementos bioqui- micos que impidieran la descomposicién. Uno de los prominentes «constructores de Dios», Alexandr Bogdanov, murié en 1928 durante una transfusion de sangre cuyo objetivo era asegurar su inmortalidad fisica.® ‘AI mismo tiempo el régimen sovigtico busc6 formas de obligar a las iglesias a aceptar la existencia del nuevo orden y reconocer su su- bordinacién politica a él. En 1922, el Gobierno encontré un asunto para poner a prueba el equilibrio de poder entre los dos sistemas, que aument6 espectacularmente lo que estaba en juego entre los dos ban- dos ¢ hizo que un resultado violento fuera casi inevitable. Se ordend a las iglesias que entregasen todos sus tesoros sagrados, incluidos los clices y las vestiduras que se usaban para el Santo Sacramento. El pretexto era venderlo todo con el fin de obtener dinero para las victi- ‘mas de la hambruna, pero era evidente que en realidad la cuestién de fondo era la relacién entre la Iglesia y el Estado. El patriarca Tijon ordené a regafiadientes que se cumplicra la orden, exceptuando los objetos sacramentales. El Estado procedié entonces a incautarse de 330 ellos por la fuerza. Durante las expropiaciones resultaron muertos inas de ocho mil sacerdotes y hubo més de mil cuatrocientos choques vio- lentos con feligreses enfurecidos. El régimen organizo 55 procesos de clérigos recalcitrantes de todas las confesiones y ejecuté a varios ecle- sidsticos destacados; incluido el metropolitano Benjamin de Leningra- do, eclesidstico popular y modesto que era célebre por su lealtad a sus feligreses mas pobres.* El propio patriarca fue encarcelado brevemen- te por la policia secreta, que le acus6 de actividades contrarrevolucio- narias, pero salié en libertad después de acceder a firmar una confc- sidn que se publicaria en el periédico gubernamental /svestia: «Declaro por la presente a las autoridades soviéticas que desde ahora no seré mas enemigo del Gobierno soviético».” Mientras Tijon estaba en la carcel, un grupo de clérigos radicales que querian una Iglesia més acorde con la era moderna ocup6 las o} cinas del patriarca y declaré un cisma respecto de la ortodoxia. El grupo fundé, con la aprobacién oficial del Gobiemo, la Iglesia reno- vacionista o «viva», declaré que el cristianismo era, después-de todo, compatible con las aspiraciones morales del socialismo («todo cristia- no honorable deberia... usar todos los medios para realizar en la vida Jos grandes principios de la Revolucién de, Octubre») e introdujo una liturgia modernizada y procedimientos democriticos.* Aunque en 1925 la Iglesia viva ya contaba 12.593 parroquias y 192 obispos, su ctistianismo renacido tenia poco atractivo para los fieles y el Gobier- no le retiré su apoyo. Dos afios més tarde, ent 1927, el metropolitano Sergéi Stragorodski, que era él prelado mas importante después de la muerte de Tijon en’1925, fue reconocido como cabeza en funciones de la Iglesia ortodoxa rusa después de que él también sufriera los rigo- res de fa circel y el interrogatorio. El 29 de julid de 1927 el metropo- litano declaré piblicamente que la Iglesia reconocia la Unién Soviéti- ca como su «patria civil», cuyos «gozos y éxitos son nuestros goz0s y éxitos».* Centenares de clérigos se negaron a dar al césar lo que era del césar; se calcula que en'1930 una quinta parte de los presos del complejo de campos de Solovki, en el norte lejano, eran victimas cle- ricales de la persecuci6n religiosa. A finales de los afios veinte la religion ya habia renunciado a toda lucha politica con el comunismo, pero la religiosidad de gran parte de la poblacién soviética cra muy evidente. Se decia que Stalin estuvo informado en todo momento del «milagro» de la Virgen que loraba y de la manifestacién de entusiasmo religioso que desperté. En el XVI Congreso del Partido, en 1930, anuncié amenazadoramente que la religidn era «un freno para la construccién del socialismo», pero el 331 Comité Central ya habia decidido el afio anterior que el fracaso del intento de eliminarla por medio de argumentos requeria una revisién general de la campaia antirreligiosa.®” Bajo Stalin la vida cultural e institucional de todas las religiones de la Unién Soviética fue atacada despiadadamente y miles de clérigos fueron asesinados 0 desterrados. ‘A partir de 1929 la guerra ideolégica contra la religién se intensificé utilizando crudas consignas inspiradoras: «golpead la cabeza de la reli- gidn todos los dias de vuestra vida.” Se consideraba que la religién ra el principal obstaculo para la modernizacién de la sociedad sovié- tica y la construcci6n de una economia comunista, y se trataba a las comunidades religiosas como si fuesen partidarias politicas de un capi- ee a la seligién significé el cierre 0 la confiscacién de iglesias, capillas, mezquitas, sinagogas y monasterios. Tras empezar en 1928 con el cierre de la modesta cifra de 532 locales religiosos, en 1940 la abrumadora mayoria ya habfa sido dinamitada, clausurada o destinada a muchos otros fines por las autoridades civiles. El famoso monasterio de Strastnoi en el centro de Mosc fue convertido en el Museo Antirreligioso Nacional, donde carteles y artefactos recalcaban el mensaje de que todas las religiones provenian de una antigua fuen- te de supersticiones primitivas; exposiciones mas pequefias de impie- dad ~Museos de Ateismo Cientifico— proliferaron en toda la Unién Soviética® Los cierres afectaron a todas las confesiones. La Iglesia ortodoxa rusa tenia 46.457 templos y 1028 monasterios cuando la Revolucién; se calcula que en 1939 la cifra oscilaba entre 100 y menos de mil. En Moscit habia 600 comunidades religiosas de todo tipo en 1917, pero en 1939 s6lo quedaban 20. Ni siquiera la pro comunista Iglesia viva se libré. En Leningrado, donde més éxito habia obtenido en la-captacién de seguidores entre los ortodoxos, sélo una iglesia seguia abierta en 1940. El numero de clérigos oficiantes también des- cendié: de 290 obispos ortodoxos y 400 renovacionistas consagrados en los afios yeinte y treinta, s6lo 10 de cada rama conservaban su cargo en 1941. Algunos habfan muerto en los campos de prisioneros, otros habian sido ejecutados por contrarrevolucionarios y otros, no se sabe cudntos, se hallaban escondidos. E! niimero de pirrocos cayé de 40,000, que, segtin los célculos, habia a finales de los afios veinte, a alrededor de cuatro mil en 1940. Miles de clérigos catélicos, baptistas, judios y musulmanes sufrieron la misma suerte.* Stalin también impuls6 una campefia antirreligiosa magnificada, El punto de partida fue una nueva ley sobre organizaciones religiosas que entrd en vigor el 8 de abril de 1929. La ley modificé el estatus 332 residual que se concedié a la religion en los acuerdos constitucionales de 1918. En lo sucesivo no se permitiria a ninguna religién hacer lo que de forma poco rigurosa se llamé propaganda religiosa; se prohi- bieron todos los grupos de estudio y circulos biblicos, movimientos de juventudes y mujeres religiosas, salas de lectura y bibliotecas de la Iglesia, todas las formas de educacién religiosa y de proselitismo. Los clérigos s6lo podian celebrar el oficio divino y nada més. Los oficios ~ debian celebrarse en locales religiosos designados a tal efecto y estar 2 cargo de clérigos que residieran cerca de ellos, y en las iglesias no odian mostrarse ni guardarse més libros que los de liturgia.» Se subie- ron los niveles de impuestos que pagaba todo el clero hasta el punto de hacer que entregase al Estado todo lo que ganaba: el 80 por cien- to en concepto de impuesto sobre la renta y otro 20 por ciento por no servir en las fuerzas armadas. Se alteraron las reglas sobre los derechos de residencia de los clérigos, lo que obligaba a la mayorla de ellos a vivir de la generosidad de los feligreses que pudieran ofrecerles una habitacién privada y alimentarles regularmente. Para comprar alimen- tos en tiendas del Estado los sacerdotes tenian que pagar un depésito especial. E15 de agosto de 1929 se promulg6 una ley subsidi privaba al clero de todos sus derechos a recibir asistencia social, pen- siones y seguro de enfermedad, con el fin de evitar que los clérigos indigentes se convirtieran en una carga econémica para el Estado. La nueva ley sancionaba especificamente el derecho a hacer pro- paganda antirreligiosa y, durante los afios treinta, una marea de activi- dades destinadas a fomentar el atefsmo inundé la Unién Sovietica. El Comité Central cred lo que daria en lamarse «Comision de Culto» el mismo dia que la nueva ley sobre organizaciones religiosas, con el fin de que supervisara la liquidacién gradual de la religidn organizada, La labor educativa se encargé a la Liga de los sin Dios, que en 1929 expresé su creciente apetito de lucha contra la fe religiosa cambiando su nombre por el de Liga de los sin Dios militantes. En 1932, los 465.000 afiliados de 1929 ya se habian convertido en un movimiento’ de masas de 5,6 millones. La agitacién antirreligiosa —«el manual de los agitadores»— se recibia del aparato propagandistico central del Esta- do para usarla en mitines regulares que la Liga otganizaba en todos los poblados, fabricas y oficinas. Vuestra tarea>, decia una ambiciosa cir- cular del Partido en 1937, «es explicar a las’ masas el cardcter clasista eaccionario de la Pascua y las festividades religiosas en general y de la religién en su conjunto.»” Sélo en 1920, el Partidé organizé 230 con- ferencias antirreligiosas; en 1940 se pronunciaron 239.000, ante un piiblico que se calculé en 11 millones. Se promovié el materialismo 333 cientifico como el camino verdadero. El dia de Navidad se rebautiz con el nombre de Dia de la Industrializacién. Se ensefié a los campe- sinos «meteorologia atea» y las granjas colectivas crearon «hectareas ateas» para demostrar a los campesinos escépticos o supersticiosos que la ciencia podia producir cosechas mis abundantes que las plegarias. En 1929, se introdujo la «semana laborable continua» para impedir que la gente fuera a la iglesia; después de cuatro dias de trabajo habia uno de fiesta y Ia mayoria de los domingos se transformaron sencilla- mente en otro dia laborable.* La nueva oleada de educacién atea y supresion de la religién tuvo efectos diversos. Las iglesias sobrevivieron improvisando dentro del espacio limitado que les habian asignado. Un tedlogo holandés que visité Mosci en 1930 se alojé en un hotel situado enfrente de una pequefia capilla. Observé que numerosos transetintes inclinaban dis- cretamente [a cabeza 0 el torso al pasar por delante de la capilla. E] tedlogo cruzé la calle para ver ¢l motivo y se encontré con que en el umbral del templo habia un cartel de gran tamafio con la famo- sa maxima de Marx que decia LA RELIGION ES EL OPIO DEL PUEBLO. En el interior, un sacerdote que levaba unas vestiduras andrajosas predi- caba en medio de los constantes berridos y abucheos de un grupito de jovenes activistas ateos, apostados a un lado. El sacerdote dijo a su visitante que la capilla no tardarfa en ser convertida en un centro cul- tural y que la vecina iglesia de San Viadimiro era ahora un cine donde todavia era posible ver a espectadores que hacfan la sefial de la cruz en el lugar del vestfbulo donde antes habia un icono de la Virgen.” El culto y las creencias religiosas persistieron durante todo el perio- do de Stalin, El censo de 1937 revel6 que més de la mitad de la pobla- cidn (el 57 por ciento) segufa definiéndose como creyente. El régimen soviético reaccioné con titubeos a esta realidad. Stalin pidié que se relajara temporalmente la persecucién religiosa en los primeros afios treinta, pero en 1937 monté en célera al ver que la Liga de Yaroslavs- ki o la Comision de Culto no erosionaban las creencias religiosas mas ripidamente y la Liga fue objeto de una purga salvaje junto con otras instituciones del Partido. En 1936, la Constitucién de Stalin dio a los sacerdotes el derecho al voto, que habian perdido en 1918, cambio de politica que sembré la confusién entre los comunistas ateos. A veces se arguye que Stalin, que habia sido seminarista, albergaba residuos de sentimientos religiosos que podian explicar las interrupciones periédi- cas de la campaiia, por lo dems sin tregua, contra la cosmovisién reli- giosa. No hay pruebas que corroboren esta conclusién. Stalin defen- dié siempre la base cientifica y materialista de todo el conocimiento. 334 Sus concesiones a la religidn obedecian a motivos técticos y oportu- nistas, pero no daban a los eclesidsticos ninguna inmunidad frente al Estado revolucionario. En enero de 1937 el metropolitano Sergéi y 51 obispos fueron reconocidos oficialmente como la autoridad central de la Iglesia ortodoxa, pero durante el mismo afio. 50 obispos fueron detenidos por actividades ‘contrarrevolucionarias y espionaje y fusila- dos 0 encarcelados.” La «relajacién» de la persecucién detectada en 1936 fue seguida de los tres afios més intensos de cierre de iglesias, detenciones de clérigos y terror antirreligioso. Para Stalin la Iglesia ortodoxa (aunque no las sectas ni Ia Iglesia cismética, ni el judaismo) era itil como instrumento décil del régimen. La respuesta a toda mani- festacion de desafio a la cosmovision del comunismo soviético era una hostilidad implacable. El oportunismo de la politica religiosa de Stalin resulté evidente cuando en 1941 se reavivé la ortodoxia como parte del esfuerzo de guerra patriético y como medio de seducir a los aliados de los sovié- ticos. Los lideres ortodoxos produjeron una antologia en inglés titula- da The Truth about Religion in Russia [La verdad sobre la religién en Rusia] en la que argiiian, bajo epigrafes truculentos como «Ultrajes contra santuarios y fieles» o «Los fascistas le quitaron la manta a un nifion, que el verdadero enemigo de Ia religién era el nacionalsocialis- mo. Un obispo servicial escribié que, bajo el comunismo, «nadie nos impide confesar libremente nuestra fe».*! Se imprimieron miles.de ejemplares con las mismas prensas que utilizaba la Liga de los sin Dios. No cabe duda de que las autoridades permitieron la reapertura de iglesias; se calcula que en 1947 ya habié 20.000, junto con 67 monasterios.* Pero la pugna moral con la religién apenas remitié. En septiembre de 1944 el Comité Central pidié que se reanudara fa pro- paganda «cientifico-educacional» contra las creencias religiosas y, en 11947, se fundé 1a Sociedad para la Difusién del’ Conocimiento Politi- co y Cientifico, que se encargarfa de la labor de la Liga, que habia dejado de existir en 1943. Un grupo de estudiantes que se reunié en 1948 para hablar de la existencia de Dios fue detenido por hacer al marxismo-leninismo objeto de «criticas hostiles».* La pugna con la religién por cuestiones fundamentals relaciona- das con la verdad no se resolvié nunca bajo Stalin. Los comunistas albergaban la esperanza de que la erradicacién fisica de las institucio- nes religiosas y el silenciamiento de la ensefianza de la religién acaba- rian gradualmente con el atraso cultural de la sociedad soviética y sus- tituirian la supersticién por las certezas de las ciencias naturales y sociales, y asi ocurrié en medida muy considerable. La Unién Soviéti- 335 ca no fue descristianizada, pero era un Estado totalmente secular en el cual todos los ciudadanos estaban expuestos a afirmaciones dogméti- cas de la cosmovisién comunista; un estudio de los habitantes de Voronezh en 1964 comprobé que sélo el 7,9 por ciento estaban dis- puestos a reconocer que crefan firmemente en Dios, mientras que el 59,4 por ciento eran ateos convencidos." Los que profesaban la reli- gién estaban a la defensiva y corrian siempre el riesgo de ser persegui- dos. El metropolitano Sergéi, durante una entrevista privada en 1936, reconocié que esperaba pacientemente «el dia del triunfo de Cristo» en Rusia, pero en publico la Iglesia ortodoxa aclamaba a Stalin como «el elegido de Dios».' El lugar de la religién en la dictadura alemana parecia ser muy diferente. El nacionalsocialismo no era oficialmente un movimiento ateo, aunque muchos de sus miembros eran radicalmente anticristia- nos. El articulo 24 del programa del Partido afirmaba que el nacional- socialismo se construitia «sobre la base de un cristianismo positivor y fen marzo de 1933, poco después de subir al poder, Hitler aseguré a las Iglesias alemanas que la religién era uno de «los factores mas impor- tantes en la preservacién del pueblo aleman».* El régimen no dinami- 16 ni confiscé templos ni empobrecié al clero. La observancia religio- sa estuvo permitida durante toda la dictadura (con las excepciones de 3s judios y los testigos de Jehova, que se negaban a cumplir el servi- cio militar). Millones de miembros de! Partido eran y siguieron siendo catdlicos © protestantes evangélicos. Muchos cristianos alemanes encontraban pocas cosas incompatibles entre sus creencias y su afilia- cién politica y apoyaban con entusiasmo la revolucién nacional. El tenemigo, a ojos de muchos creyentes alemanes antes y después de 1933, era el bolchevismo sin Dios. En 1939, el ala exiliada de la Igle- sia ortodoxa rusa, en su sinodo de Yugoslavia, publicé el «Discurso de agradecimiento a Adolf Hitler por su lucha contra el anticristo bol- chevique.” ; En Alemania la relacién entre la celigign y la dictadura era en rea- lidad més compleja y menos compatible de lo que inducen a pensar las condiciones de su supervivencia. Las principales confesiones ya tenjan graves problemas mucho antes de 1933. A partir de finales del siglo xix tuvo lugar un declive progresivo de la lealtad a las Iglesias a la ver que la secularizacién iba en aumento. Millones de alemanes abandonaron el cristianismo tanto formalmente como en la prictica. De acuerdo con la ley alemana, las personas podian notificar su reti- 336 rada de la confesién con la que estaban inscritas. Entre 1918 y 1931, 2.420.000 dejaron las Iglesias protestantes evangélicas y 497,000 hicie- ron lo mismo con el catolicismo. Las cifias de asistencia a la comu- nién indicaban que varios millones més eran, en el mejor de los casos, cristianos pasivos. En Prusia s6lo el 21 por ciento comulgaba con regularidad en 1933 y ensHamburgo (la cifra més baja) s6lo el 5 por ciento.* En 1919, las Iglesias evangélicas, a las que pertenecian dos tercios de la poblacién, se separaron del Estado y perdieran asi el apoyo del que venian gozando desde Ia Reforma. El protestantismo alemén se encontraba en una encrucijada histérica, que se reflejaba en la busqueda de lo que el lider de la Iglesia evangélica Karl Barth llamé una teologia de crisis», para afrontar el relativismo moral y la pérdida de valores de'la era moderna.” La dificil situacién del cristianismo alemian provocé reacciones parecidas a las que hubo en Rusia. Alemania tenia sus «constructores de Dios», que preconizaban la idea de un nuevo hombre cuyo heroi- co enfrentamiento con la vida y profunda fuerza espiritual superarian el anhelo debilitador de la otra vida y revelarian c6mo el hombre se convierte en Dios». Entre los tedlogos jévenes se advertia un tono fuertemente apocaliptico. «En todo el mundo no vemos ninguna forma de vida que no se esté disolviendo», afirmé Friedrich Gogarten en un ensayo, Enire los tiempos, que escribié en 1920 como reaccién a la derrota alemana. «Esta guerra es el principio del fin de un periodo de la historia, incluso de una era de la humanidad.»* Algunos ecle- sidsticos protestantes vieron la guerra y la derrota como un castigo infligido a Alemania por no sostener la creencia en el Dios de los ale- manes. Existia.en la devocién protestante alemana una larga tradicién que asociaba a Dios a la nacién; servir al Volk era también servir a un Dios determinado, histérico, y no a los valores abstractos, absolutos, de una comunidad cristiana mas amplia. Después de la guerra la devo- cién nacionalista resurgi6. En 1925, se fundé un movimiento partida- rio de un cristianismo alemén distinto. Adopté el nombre de Iglesia alemana (Deutscbkirche) y sus principios incluian «el énfasis en el pen-» samiento de la patria alemana». Defendia la idea de un salvador ger- minico —Jesis “el Héroe®, el luchador por Dios» en lugar de un Jesiis cosmopolita envuelto en humildad, pacifismo y abnegacién.® La teologia nacionalista veia a Dids manifestado en el alma y Ia sangre del pueblo alemén: «el reino de los cielos esta dentro de nosotros», esctibié Emst zu Reventlow, «y no fuera de nosotros». El ala nacionalista radical del protestantismo alemén tenia mucho en comin con los puntos de vista nacionalsocialistas sobre la prima- 337 cia de la raza y la misién especial del pueblo alemén. El Movimiento de Ja Fe Alemana (Deutsche Glaubensbewegung), dirigido por un profesor de teologia de Tubinga, Wilhelm Haver, surgié a finales de los aftos veinte y defendia la idea de que el Dios aleman era la expresién de la espiritualidad particular del pueblo alemén y no «el Dios partidista de otros». La fe en un Dios revelado a los alemanes sustituy6 la fe en un Dios inmanente, trascendente, Cuando Hitler subié al poder en 1933, el Movimiento de la Fe Alemana tenis medio millon de seguidores y solicité en vano su pleno reconocimicato como religién oficial. Mas numeroso todavia era el movimiento de los Cristianos alemanes (Deutsche Christen), fundado en el seno de la Iglesia evangélica en 1932 para representar los intereses del nacionalsocialismo. El nombre lo sugirié el propio Hitler. Inspirado por el pastor Friedrich Wieneke, uno de los primeros candidatos nacionalsocialistas en unas elecciones municipales, a partir de mayo de 1932 lo dirigié un joven clérigo pro- testante y ex combatiente del Freikorps, Joachim Hossenfelder. Miem- bro del Partido desde 1929, Hossenfelder se convirtié en su asesor para asuntos eclesiales. Su visién de la teologia era vigorosa y militar: sLa fe cristiana es algo varonil, heroico»; Dios, segin crefa, hablaba mis poderosamente mediante «la sangre y la raza» que mediante «el concepto de la humanidad»..* Un millén de protestantes evangélicos se afiliaron al movimiento antes de 1934, porque creian que un cris- tianismo heroico y nacional era compatible con el nacionalsocialismo. Hitler vela la relacién en términos politicos. No era cristiano prac- ticante, pero habia logrado ocultar su propio escepticismo religioso ante millones de votantes alemanes. Aunque con frecuencia se ha pre- sentado a Hitler como neopagano o como elemento central de una religign politica en la que interpretaba el papel de Divinidad, sus opi- niones tenian mucho més en comiin con la iconoclasia revolucionaria del enemigo bolchevique. Sus escasos comentarios privados sobre el cristianismo revelan un desprecio y una indiferencia profundos. Al cabo de cuarenta afios atin recordaba que en la escuela habia planta- do cara-a un clérigo-maestro que le dijo que seria muy infeliz en la otra vida: «He ofdo hablar de un cientifico que duda de que haya otro mundo». Hitler crefa que todas las religiones estaban «en decaden- cia»; en Europa era «la caida del cristianismo lo que estamos experi- mentando ahora». La causa de esta crisis era la ciencia. Hitler, al igual que Stalin, tenia una opinién muy modema de la incompatibilidad de las explicaciones religiosa y cientifica. «El dogma del cristianismo», dijo a Himmler en octubre de 1941, «desaparece ante los avances de Ja ciencia.» No habla mentiras en la ciencia como si las habia en las 338 ideas religiosas sobre la otra vida; «La verdad [cientifica]», declaré Hitler en una conversacién de sobremesa unos meses més tarde, «es la formulacién indispensable» No habfa nada que ofrecer a quien bus- cara «necesidades de naturaleza metafisica» en el Partido. La verdad radicaba en las ciencias naturales, y para Hitler eso queria decir las ver- dades de la biologia racial: [a seleccién natiral, la lucha racial, «la identidad de la especien.** Hitler era un politico lo bastante prudente como para no pregonar sus opiniones cientificas a los cuatro vientos, entre otras razones, por- que tenia que mantener la distincién entre su propio movimiento y el ateismo del comunismo soviético. Tampoco era un ateo absoluto. Sus declaraciones piiblicas estaban salpicadas de referencias a «Dios» y el espiritus. Para Hitler las verdades escatoldgicas que encontraba en su percepcién de la raza representaban la verdadera «voluntad eterna que gobierna cl universo»; en el valor infinito de Ia raza y la lucha por sos- tenerla, los hombres encuentran lo que podrfan llamar Dios, una com- prensién intema de la unidad y el sentido de la naturaleza y la histo- ria. Semejantes opiniones podian detectarse en la evolucién de le teologia critica en Alemania antes de la primera guerra mundial, que sugeria que Dios debia experimentarse como sentimiento interno en vez de como moral extéma; también se encontraban entre los valores del movimiento juvenil alemén de antes de la contienda, en el que la comunién con la naturaleza, la contemplacién interior y las lealtades de grupo tenfan por fin dar forma a una espiritualidad secular. Lo que Hitler no podia aceptar era que el cristianismo fuese capaz de offecer algo que no fueran «ideas falsas» para sostener su pretensién de certe- za moral. La actitud del resto del Partido distaba mucho de ser uniforme, pero existia en él una fuerte corriente de anticlericalismo desaforado. ‘A los radicales antirreligiosos que rodeaban al autoproclamado filéso- fo del Partido, Alfred Rosenberg, no les gustaba el cristianismo por su internacionalismo, su pacifismo y su humanismo, y por sus raices corientales» en la obra del apéstol «judeo-sirio» Pablo. Rosenberg, ale- man baltico que huyé al oeste de Europa a raiz de la Revolucién rusa ¥y que, en 1919, pas6 meses de penuria en una biblioteca publica de Minich leyendo todo lo que pudo sobre los judios, los francmasones y los bolcheviques, como «enemigos» de lo alemén, era uno de los pocos lideres del Partido que definian el nacionalsocialismo en térmi- nos de un choque histérico entre culturas y sistemas de valores. En 1930, publicé por fin EI mito del siglo xx (Der Mythus des 20. Jabr- bunderts), que se convirtié, junto con Mi lucha, en lectura obligatoria 339, para los incondicionales del Partido. Rosenberg identificé el cristianis- mo como arffremd 0 «extrafio» a los valores alemanes, lo cual fomen- té el anticlericalismo del Partido, incluso su paganismo. El Movi- miento de la Fe Alemana rechazé el Antiguo Testamento por «judio» y buscé formas germdnicas tradicionales de expresién religiosa, entre ellas himnos vikingos y la simbélica bandera-sol. «La Cruz debe caer, decia su propaganda, «si se quiere que Alemania viva.» El atractivo del paganismo y de los ritos de culto, aunque restringido aun ala extrema de la religiosidad del Partido, encontré ecos en el ritual pibli- co del mismo y en la actitud de muchos de sus seguidores religiosos, pero no en Hitler, que en Mi lucha habia desechado los cultos popu lares, por considerarlos propios de locos, y rechaz6 piiblicamente toda asociacién con «cultos misticos» una vez en el poder. Al convertirse en canciller en 1933, Hitler tuvo que ocuparse usgentemente de las relaciones con la religién. La mayoria de los cris- tianos alemanes, tanto catélicos como protestantes, no apoyaba a los nacionalistas religiosos més extremistas y muchos no habian votado a Hitler. El nuevo canciller querfa neutralizar toda amenaza politica pro- veniente de la religién organizada. El primer paso fue llegar a un acuerdo con la Iglesia catélica alemana, cuya teologia no se prestaba a las nuevas tendencias nacionalistas y cuya principal lealtad espiritual era para con el Papado. Después de tres meses de negociaciones, el 20 de julio de 1933 se firmé un concordato en Roma; a cambio del ‘compromiso de no inmiscuirse en la politica alemana, el Gobierno de Hitler confirmé todos los derechos confesionales de la Iglesia y el derecho a una educacién catélica. Hitler albergaba la esperanza de que los protestantes alemanes siguieran el ejemplo de los catdlicos y crea- ran una sola Iglesia del Reich a partir de las 28 Iglesias evangélicas pro- vinciales, una Iglesia que fuera leal al nuevo régimen y gobemase sus propios asuntos. La iniciativa correspondié a los Cristianos Alemanes, que convo- caron un concilio el 5 de abril de 1933 en Berlin, donde hicieron un Ilamamiento a favor de la creacién de una Iglesia protestante fiel a los principios del nacionalsocialismo, incluida la limpieza «aria» de la Iglesia. El 25 de abril Hitler nombré a un destacado cristiano aleman, el ex capellin del ejército y nacionalsocialista entusiasta Ludwig ‘Miiller, representante suyo en el proceso de unificacién. Dos meses después Miller logré redactar una constitucién para una nueva Iglesia del Reich que se convirtié en ley el 14 de julio. El 27 de septiembre se celebré en Wittenberg un sinodo nacional en el que Miiller fue ele- gido obispo de una Iglesia evangélica unificada del Reich. El ex cape- 340 Ilan del ejército, que era hijo de un trabajador ferroviario y partidario decidido de una religién de estilo militar, sin zarandajas, lleg6 para confirmar su eleccién en la’misma Seblosskirche en cuya puerta habia clavado Lutero sus 95 tesis cuatro siglos antes. Le precedian pendones ceclesiales y grandes banderas con la esvastica; detris de él iban lideres religiosos vestidos con uniformes de color pardo de la SA y un con- tingente de soldados que lucfan uniforme de gala con una divisa blan- ca de ribetes.verdes en la que aparecia una esvastica entrelazada con un crucifijo. Unas cuantas semanas més tarde, con motivo del 450.° aniversario de Martin Lutero, el niievo obispo del Reich dijo a los fie- les que la Iglesia protestante consideraba a Hitler «un don de la mano de Dios» detrés de cuyo Gobierno se encuentra Ia Iglesia, «firme ¢ invenciblemente>.® ‘ La realidad era muy diferente. La ambicién de lograr que las Igle- sias alemanas apoyaran incondicionalmente Ja dictadura encontré resistencia casi inmediata. En mayo de 1933 varios eclesidsticos evan- gélicos fundaron un_grupo de trabajo ~el Movimiento Joven de la Reforma— que rechazé los esfuerzos del Estado por imponer una Igle- sia unitaria y reglas de etnicidad a los fieles. En septiembre de 1933, ante la eleccién del obispo del Reich, el pastor Martin Nieméller, que habia sido capitén de submarino durante la primera guerra mundial, fandé la Liga de Emergencia de los Pastores, que a principios de 1934 ya contaba con 7000 miembros, alrededor del 40 por ciento de ellos clérigos evangélicos. Nieméller pertenecia a la misma genera- cién de cle 9s de primera linea que Miiller; incluso se habfa afiliado al Partido Nacionalsocialista. Era un patriota leal y estaba dispuesto a respetar un Estado legitimo. Lo que él y sus compaiieros no podian aceptar era la insistencia del Estado en que la Iglesia Ilevara sus asun- tos en contra de las Escrituras y las confesiones de la Reforma y, entre otras cosas, excluyese a los judios cristianizados. El resultado fue un cisma protestante. Rechazando a autoridad del nuevo obispo’ del Reich y los cristianos alemanes, representantes de casi la mitad de las Iglesias evangélicas se reunieron en Barmen, Vestfalia, el 30 de mayo de 1934, donde proclamaron una «lglesia confesional» (Bekenntniskirché) fundamentada en una declaracién teolégica que Karl Barth y dos jéve- nes clérigos habian redactado en una habitacién de hotel en Francfort del Meno unos dias antes. Le esencia de la declaracién era una reafir- macién de la fuerza moral de las Escrituras y el rechazo de todas las demis fuentes morales. «Repudiamos la falsa ensefianza», decia la pri- mera de las seis tesis, «de que la Iglesia puede y debe reconocer otros acontecimientos y poderes, imagenes y verdades como revelaciones 341 divinas al lado de esta tinica palabra de Dios...» Durante el debate, Hans Asmussen, pastor de Schleswig-Holstein, dijo a los delegados que «la sabiduria del Estado en su forma presente no es la sabiduria de Dios». El cisma creé una situacién de confusién total en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Los cristianos alemanes se vieron perjudi- cados por un discurso imprudente que pronuncié uno de ellos, Rein- hold Krause, en el Sportpalast de Berlin en noviembre de 1933. Krau- se expresé el compromiso incondicional con las leyes y los valores nacionalsocialistas, inst6 a rechazar la Biblia por ser una coleccion de supersticiones judias («historias sobre tratantes de ganado y proxene- tas») y rechazé el precepto de «amaris al préjimo» por un heroico Jestis combativo».” Resulté demasiado para otros cristianos naciona- listas. Hossenfelder dimitié al cabo de unas semanas. No fue posible confirmar al obispo Miiller como cabeza de la Iglesia del Reich a pesar de la detencién y la intimidacién de clérigos hostiles, y en diciem- bre de 1934 fue substituido finalmente por un ministro de Asuntos Eclesidsticos, Hans Kerrl. El 24 de septiembre de 1935 Kerrl nombré un Comité de la Iglesia del Reich para que supervisase los comités locales de las distintas Iglesias evangélicas, pero todos los nuevos inten- tos de crear una Iglesia protestante unitaria fracasaron a causa de las profundas diferencias teolégicas y politicas que provocé la reforma. Hitler se mantuvo apartado de las luchas intestinas ~“Dejad que las religiones se devoren a si mismas», comenté durante la guerra, pero no podia permanecer indiferente ante el desafio moral que represen- taba la insistencia cristiana en que los tinicos valores absolutos estaban en la enseftanza de la Iglesia. El cristianismo resulté en tltima instancia tan incompatible con el nacionalsocialismo como con el comunismo soviético. El articulo 24 del programa del Partido aceptaba el «cristianismo positivo», pero tam- bién pedia a las Iglesias que no hiciesen nada que ofendiera «el senti- do de la moral de la raza alemanay." Este precepto colocaba la pers- pectiva moral del Partido por encima de la de todas las religiones. Esa perspectiva moral estaba enraizada en «el reconocimiento y la explo- tacién implacable de las leyes de hierro de la naturaleza».” La ley fundamental y «fuente de toda autenticidad y verdad» era la defensa incondicional de la raza y su sangre. La moral y la verdad estaban, ‘como dijo un critico catélico italiano, «ligadas a la raza y dependen de Ja raza», Para el «ario», la certeza moral de su raza «es valida s6lo para lv." Esta era la cosmovisién que refutaban numerosos tedlogos ale- manes. Seguian la iniciativa de Karl Barth, que habia afirmado que ni 342, Ja naturaleza ni la ciencia podian proporcionar una moral absoluta: «Sdlo Dios es el Sefior».” E] 5 de marzo de 1936 la Iglesia confesante publicé una declaracién que rechazaba la ambicién nacionalsocialista de ser «la autoridad suprema y iiltima en todas las esferas de la vida e invocé el castigo divino a sus pretensiones». Aunque la Gestapo la pro- hibid, 700 pastores leyeron la declaracién en ¥oz alta y fueron deteni- dos.” La primavera siguiente el Papa promulgé una enciclica «con ardiente preocupacion» (mit brennender Sorge) que se ley6 en voz alta en todas las iglesias catélicas el 21 de marzo de 1937. Gran parte de ella se referia a infracciones de los acuerdos del Concordato sobre educa- cién y libertad religiosa provocadas por anticlericales del Partido («espe- ramos el cese total de la propaganda anticristiana»), pero la enciclica también rechazaba la postura moral nacionalsocialista a favor de los absolutos de la tradicién de la ley natural y pedia a las comunidades catélicas que reafirmasen «la verdad» y un «sentido de la justiciay.” El régimen y el Partido reaccionaron ante la pugna moral de forma muy parecida a como reaccionaron el régimen soviético y el Partido Comunista. Por un lado, medidas de represién politica y persecucién directa, suavizadas de vez en cuando por la prudencia ante las creen- cias generalizadas; por otro lado, un enfrentamiento directo en el ‘campo de la educacién y la propaganda. La represién politica se inten- sificd al consolidar el régimen su posicién; la suerte que corrid Martin Nieméller es un ejemplo de este cambio. Al ser detenido por primera vex en enero de 1934, pronto fue puesto en libertad debido a la pré- sién popular. A rafz de un sermén franco que pronuncié en Berlin el 27 de junio de 1937, en el cual dejé claro que el cristiano estaba obli- gado a «obedecer 2 Dios y no al hombre», fue detenido por activida- des contra el Estado.y condenado a siete meses de carcel en marzo de 1938; Hitler intervino para asegurarse de que después de cumplir su condena en la crcel fuera enviado a un campo de concentracién, del que tuvo la suerte de salir vivo en 1945, Durante la dictadura més de seis mil clérigos fueron encarcelados o ejecutados por traicién, algunos de ellos, como Nieméller, ex miembros del Partido.” Las Iglesias éran vigiladas con regularidad por la Gestapo; en 1936 se organiz6 una rama aparte para «iglesias, sectas y francmasones» que recordaba la division de asuntos religiosos» de la GPU en la Unién Soviética. ‘A partir de 1938 Martin Bormann, jefe de la cancilleria del Partido y destacado ateo, interpreté un papel prominente en el intento de cor- tar todo apoyo econémico del Estado a las Iglesias y limitar su situa- ci6n juridica y sus actividades, pero la necesidad de movilizar el apoyo eclesial al esfuerzo de guerra a partir de septiembre de 1939 dio por 343 resultado, como ocurrié en la Unién Soviética después de 1941, una tregua politica limitada entre la Iglesia y el Estado.” ‘Las Iglesias abandonaron la lucha politica como hicieron en la Unién Soviética. En lo teferente a la conciencia, muchos cristianos se encontraron en tierra de nadie entre su hostilidad al anticlericalismo del Partido y sus simpatias por el anticomunismo y el nacionalismo del movimiento. Cuando Stefanie von Mackensen, que estaba afiliada al Partido, pero era activista de la Iglesia confesante, comparecié ante un tribunal disciplinario del Partido por quejarse cuando su Gauleiter local dijo publicamente que las iglesias eran una «gran pocilgay, le pregun- taron sin rodeos si en un conflicto de conciencia obedeceria al «Judio. Cristo 0 a Adolf Hitler. Al contestar que «s6lo a Cristo», le pidieron que se diera de baja en el Partido (aunque apelé y le permitieron seguir militando en €)).” Los fieles de las Iglesias, tanto catélicos como pro- testantes, afiliados 0 no al Partido, se pusieron a la defensiva ante la represién politica y el anticlericalismo, reacios a provocar nuevos con- flictos, preocupados por la supervivencia de la fe en una época secular y, en muchos casos, leales a gran parte de la politica del Partido. Cuan- do en noviembre de 1941 un grupo de obispos catdlicos intenté hacer publica una condena de todo lo que sepresentaba el régimen (excepto su antisemitismo) —«iQué exige la conciencia? (Que... espera Dios?»—, el cardenal Adolf Bertram, primado de Alemania, se lo impidié ale- gando que era politicamente inoportuno. Bertram siguié deslumbrado por el antibolchevismo de Hitler y, al recibir en mayo de 1945 la noti- cia del suicidio del Fihrer, ordend a las iglesias de su didcesis que cele- braran «un réquiem solemnee por el lider caido.” A partir de mediados de los afios treinta aumenté mucho el domi- nio que sobre el régimen y el Partido ejercian los prominentes anti- cristianos que figuraban en sus filas —Himmler, Goebbels, Bormann, Heydrich-, aunque Hitler, a pesar de sus propios sentimientos antirre- ligiosos, les impidié que pusieran en marcha un programa radical de descristianizacién. No obstante, el Partido empez6 a limitar la ense- fianza religiosa y a promover su propio idealismo. Los movimientos de juventudes religiosas se disolvieron o se fundieron con las Juventu- des Hitlerianas, en las que toda instruccién religiosa estaba excluida En agosto de 1937 Himmler prohibié totalmente los seminarios y la instruccién de la Iglesia confesante. Las universidades cerraron sus puertas a los protestantes disidentes. En 1939, ya se habian clausurado las escuelas confesionales patrocinadas por el Estado, junto con las escuelas privadas de las Iglesias. Se climiné la educacién religiosa a cargo de clérigos. Se impidid que las religiones hicieran colectas publi- 344 ‘cas para obras benéficas.” Se ensefié a la nueva generacién de alema- nes a despreciar las caracteristicas del hombre cristiano, porque, segin se aleg6, estaban contaminadas por un degenerado afeminamiento judio. En vez de ello, se alenté a los jévenes alemanes a buscar den- tro de si mismos la fuerza necesaria para afirmar y defender la raza. El disidente prusiano Friedrich Reck observé las consecuencias de este choque de valores durante una estancia en Miinich en agosto de 1936. Vio cémo un miembro de las Juventudes Hitlerianas que se alojaba en un aula durante una concentracién del Partido fulminaba con la mira- da el crucifijo que habia en la pared y, con «su rostro juvenil y toda- via terso deformado por la furia», lo arrancaba y lo echaba por la ven- tana al tiempo que gritaba: «iAhi te quedas, sucio judio!». Unas semanas después, Reck, compungido, anoté en su diario que «Dios esté dormido en Alemaniay. Bajo la dictadura Alemania no fue mas descristianizada que la Union Soviética. La persecucién religiosa fue menos sistemética y vi Ienta en Alemania, porque Hitler esperaba que «el fin de Ja enferme- dad del cristianismo» se produjera de forma natural cuando sus false- dades resultasen evidentes. Durante la guerra pens6 que, a la larga, «el nacionalsocialismo y Ia religion no podrén seguir coexistiendo». Tanto Stalin como Hitler querian una religion neutralizada, al servicio del Estado, mientras el lento programa de revelaciones cientificas des- truia los cimientos del mito religioso. En Alemania eso fue més facil de lograr, toda vez que en los afios veinte el proceso de secularizacién habia llegado més lejos que en Rusia; también habia una coincidencia evidente entre la perspectiva ideolégica de muchos cristianos alemanes y la ideologia del Partido, mientras que esta convergencia apenas exis tia en la Unién Soviética, No obstante, en ambos casos la’ Iglesias se dieron cuenta del carécter histérico de la pugna més amplia entre la tradiciOn cristiana y las exigencias morales de la necesidad revolucio- naria o racial, aunque estuvieran demasiado intimidadas politicamente 6 temieran oponerse por completo. En Alemania y la Unién Soviéti- ca tanto los partidos como los lideres también reconocieron la impor- tancia mas honda del enfrentamiento moral, pero daban por sentado que la moral religiosa era fruto de una etapa de la historia que iba des- vaneciéndose y estaba destinada a ser abolidg por la certeza cientifica y el entusiasmo de los partidos. El principal terreno de pruebas de las exigencias morales de ambas dictaduras no fue la pugna con la religién, sino la relacién entre la ley 345 y el Estado. Es aqui donde se ve més claramente la diferencia entre la ddictadura modema y la democracia liberal modema. Bajo la dictadura el Estado no se hallaba sometido a ninguna forma de control judicial. Los que hacfan las leyes eran también los encargados de hacerlas cum- ir. La ley era impredecible y se aplicaba de manera desigual. Los jue- ces estaban supeditados a sus jefes politicos. Las personas que tuvieron la desgracia de verse atrapadas en el sistema judicial sovittico o ale- man durante las dictaduras pudieron comprobar que los procedimien- tos judiciales favorecian abrumadoramente al ministerio fiscal y que las autoridades politicas podian alterar a voluntad las penas que dicta- ran los jueces. A los historiadores occidentales del Derecho no les cabe ninguna duda de que los conceptos convencionales de la justicia que en Occidente estin consagrados en arraigadas tradiciones de Dere- cho natural y derechos civiles no existfan en ninguna de las dos dicta- duras. El argumento moral parece indiscutible en este caso. El abuso de la ley ha sido el sello caracteristco de la tirania mundial, Esta opinién no la hubieran aceptado muchos juristas sovidticos 0 alemanes en los afios treinta y cuarenta. No percibian la justicia en tér- minos de teorias abstractas sobre el Derecho, sino como fruto de un momento especial de la historia que conferla a la ley de la dictadura su propia validacién. Habia jueces, fiscales y legisladores (la propor- cién no se conoce con exactitud) que daban por sentado que fo que hacian no sélo era legal en términos formales, sino también funda- mentalmenite justo. A su modo de ver, el Derecho normativo del Occi- dente liberal no podia pretender tener una autoridad moral superior, porque parecia basarse en los intereses occidentales y-no tenia nada que ofrecer a un Estado revolucionario. Los tebricos juridicos sovieti- cos definian todos los sistemas de Derecho como expresién de una sociedad de clases en particular; rechazaban el legado juridico ruso, porque consideraban que la ley zarista, al igual que la religién zarista, era una institucién concebida para oprimir precisamente a las clases que se suponia que la Revolucién ibs a liberar. La idea de que habia una moral juridica superior que trascendia los cambios histéricos y estaba por encima del Estado era tachada de fantasia idealista y recha- zada; los Estados hacian e imponfan la ley en beneficio de determina- dos intereses de clase y siempre lo habian hecho.” «Las ideas sobre lo moral y lo inmoral, lo justo y lo injusto, el bien y el mal no son inna- tas, escribié A. Denisov en 1947, «no pueden deducirse de supuestos “principios etemos”.»® Mucho antes de 1933 los tedricos juridicos alemanes se estaban apartando del concepto que habian formulado los liberales alemanes 346 del siglo xix, en el sentido de que los Estados se hallaban obligados por una serie de normas juridicas abstractas y externas que garantiza- ban los derechos civiles de los individuos y un sistema judicial inde- pendiente. Esto era en parte una reaccidn al deseo de los aliados vic- toriosos de imponer, en nombre de la justicia internacional y de una diplomacia liberal, lo que muchos alemanes pensaban que era la mayor de todas las injusticias, la cléusula sobre la «culpa de la guerra» en el Acuerdo de Paz de 1919. También reflejaba la hostilidad de muchos tedricos juridicos y jueces 2 la forma en que los gobiernos republicanos de después de 1919 habian utilizado la ley para ampliar los derechos individuales e incluir en ellos la asistencia social y la pro- teccién en el trabajo. Pero el problema principal era una creciente division dentro de la teoria juridica que resultaba evidente desde, como minimo, el decenio de 1870 y reflejaba las discusiones entre internacionalistas y nacionalistas que también tenfan que afrontar los cristianos alemanes. Gran parte de la abogacia era nacionalista y con- servadora. Hubo llamamientos a volver a una forma m4s auténtica- mente alemana de Derecho, en lugar de una tradicién juridica que, como se quej6 un joven jurista, Hevaba «estampado el espiritu de la Tustracién»M Hans Gerber, jurista académico, describié el nuevo. espi- rita de la ley alemana después de 1933: «El nacionalsocialismo insiste en que la justicia no es un sistema de valores abstractos y auténomos tales como los diversos tipos de sistemas de Derecho Natural». Gerber aBiadié que cada Estado «tiene su concepto propio de la justicia».® Los nacionalsocialistas podian referirse al articulo 19 del programa del Partido, redactado en 1921, que pedia «un Derecho germénico tnicos que sustituyera la tradicién juridica romana «dominada por una con- cepcién materialista-del mundo». Los legisladores del Partido rechaza- ron el Cédigo Civil de 1900, que se basaba en dicha tradicién, por considerarlo «oriental», incluso judio." El rechazo de criterios universales de justicia hacia que el Derecho fuese contingente desde el punto de vista histérico, fruto de su época y su lugar propios. En ambas dictaduras, el Derecho no se considera- ba como algo engastado en piedra, sino como algo que habia evol cionado y cambiado al variar las circunstancias histéricas. Se argiifa que la realidad histérica dictaba la naturaleza de los sistemas juridicos y gobernaba su valia moral. Los Estados hacian las leyes que querfan a su propia imagen, Este argumento seguia dejando sin resolver la dis- tincién entre lo que era legal y lo que era leg{timo, entre la ley y la usticia. Si los Estados formulaban leyes elegidas por ellos mismos, en agar de leyes nacidas de arraigadas tradiciones juridicas, estas leyes no 347 eran, por definicién, leyes justas. El problema se resolvié por medio de complicadas tautologias. En la Union Soviética la Revolucién fue justa; la ley la promulgaba el Estado revolucionario; por tanto, la ley también era justa. En el Tercer Reich la justicia més clevada era la pre- servacién de la vida de la nacién; la nacién era la fuente de fa ley; por ende, la ley también era justa. Estos «circulos virtuosos» permitieron 2 ambas dictaduras rechazar los absolutos morales del Derecho abstrac- to, al tiempo que afirmaban el absoluto moral de su propia labor legis- lativa. Sobre estos fundamentos casuisticos construyeron ambos siste- mas la arquitectura de la legitimidad. Las similitudes terminan aqui, de momento. En lo que se refiere al Derecho, el Estado soviético hizo tabla rasa en 1917, El 24 de noviem- bre se abolieron los tribunales y los cédigos zaristas. Se ordend 2 los jueces soviéticos que utilizasen lo que necesitaran de la antigua legis- laciéa, pero que se guiaran por la conciencia revolucionaria a la hora de dictar sentencia.” El Derecho se vefa como una extensién de la politica, que en un Estado socialista pronto adquiriria la forma de simples reglas técnicas y acabaria desapareciendo al declinar el poder del Estado. «El comunismo», escribié Piotr Stuchka, uno de los teéri- cos juridicos més destacados de la Revolucién, «no significa la victoria de las leyes socialistas, sino la victoria del socialismo sobre cualquier ley» Dio por sentado que, una vez se lograra crear una sociedad sin clases, ela ley desaparecerd por completo».* La figura mas importante de la teoria juridica soviética en los atios veinte, Evgeny Pashukanis, consideraba las leyes del periodo de cransicién de la Revolucién al ‘comunismo principalmente como una serie de reglas econémicas que cambiaban de acuerdo con las prioridades de la economia. La ley era meramente un problema que era «politico en un 99 por ciento»; la legalidad revolucionaria poseia una flexibilidad y una adaptabilidad que reflejaban su carécter temporal.” Ei Primer Plan Quinquenal trajo grandes expectativas de que el Derecho se transformara en una rama de la planificacién econémica, «la administracién de las cosas», como habia dicho Marx. Esta concepcién utépica del Des.is0 no concordaba con la reali dad, toda vez que continuaban cometiéndose delitos; habia que forzar el cumplimiento de los contratos y era necesario reprimir las activida- des contrarrevolucionarias. La administraci6n de la justicia, que nomi- nalmente correspondia al comisario de Justicia, Nikoldi Krylenko, era rudimentaria. Los tribunales revolucionarios estaban a cargo de hom- bres nombrados por el Partido que ten‘an escasa o ninguna formacién juridica; los tribunales dependian de la interpretacién contradictoria y 348 arbitraria de la «conciencia revolucionari» que Lenin les habia orde- nado seguir en 1917” Pronto result6 evidente que los cédigos juridi- cos volvian a ser necesarios. Se introdujo un Cédigo Penal en la Repi- blica rusa en junio de 1922 y un Cédigo Civil, cuatro meses mas tarde. Ambos tuvieron que basarse en gran medida en modelos prerre- volucionarios y se ordené a los jueces que usaran reglas burguesas en los casos en que estuvieran suficientemente de acuerdo con los «obje- tivos sociales» de la Revolucién.”' A finales del decenio de 1920 el Derecho soviético apuntaba en dos direcciones: la teoria juridica marxista queria echar los sistemas juridicos formales al cubo de la basura de la historia; la prictica juridica indicaba que la ley era més necesaria que nunca para regular la sociedad y protegerla de la delin- ccuencia, : La paradoja la resolvi6 el propio Stalin. Rechazé la idea de que el Derecho o el Estado desapareceria mientras atin se estuviera constru- yendo el comunismo; de hecho, en el XVI Congreso del Partido, en 1930, pidi6 «la mayor potentiacién de la autoridad del Estado». No tuvo reparos en admitir que esto significaba sustituir una paradoja por otra («iEs esto “contradictorio”?», pregunté retéricamente, «Si, es “con- tradictorio”»), pero arguyé que la desaparicién podia producirse como respuesta dialéctica a la «méxima intensificacién» de la autoridad del Estado.” Stalin rechazé el concepto de ia ley como mera serie de reglas econdmicas; en los afios treinta la ley debia convertise en una serie de normas que determinaria el Partido en beneficio de la lucha por construir el comunismo. Su legitimidad provenia de esta ambi- cién revolucionaria: «la ley socialista», escribié Andréi Vishinski, el jurista que dirigié la transformacién estalinista del Derecho, «no cono- ce ningiin objetivo que no sea ayudar a destruir el mundo-capitalista y construir una nueva sociedad comunista».” Bajo Stalin, la historia dicté que el Derecho debia elevarse «al nivel més alto de evolucién, porque era el instrumento de un «Derecho superior» de la Revolucién, cuya virtud era indiscutible. «Por primera vez en la historia», de nuevo Vishinski, «las disposiciones juridicas coinciden con principios mora- les generales, porque el Derecho soviético encamna la voluntad del pueblo» Era una voluntad interpretada por el Partido, pero en reali- dad por el propio Stalin, Vishinski, més que cualquier otro jurista, dio forma a la teorfa jus! dica de la dictadura de Stalin. Tavo suerte de haber sobrevivido tanto tiempo, porque sus antecedentes eran pésimos. Era de origen polaco, hijo de padres burgueses, y se sacé el titulo de abogado antes de la guerra; socialista activo, se unié a los mencheviques en lugar de los 349 bolcheviques'y sirvié en calidad de diputado menchevique y lider de Ia milicia bajo el Gobierno provisionel, y en el desempeiio de este cargo ordené la detencién de los bolcheviques de Moscti después de su fracasado golpe en julio de 1917. En 1918, fue acusado de contrarre- volucionario y detenido, se libr6 de ser castigado y se afilié al Partido ‘Comunista en 1920, pero fue purgado dos veces bajo la acusacién de ser poco de fiar antes de ser rehabilitado.”* Era todo un dandi; pul- cramente afeitado, con sus elegantes trajes y camisas, no -hubiera des- entonado en ninguna ‘ala de tribunal occidental. Era el modelo mismo de los oportunistas enemigos de clase que fueron eliminados a miles durante las purgas de los afios treinta. Se salvé por que tuvo la suerte de leer las sefiales provenientes de Stalin mds claramente que sus colegas de profesién. En 1932, escribié un libro titulado Legalidad revolucionaria en el periodo contempordneo, en el cual puso los cimientos de la teoria juridica que determiné el Derecho en la era de Stalin, Vishinski partia de la base de que 1a ley era fruto directo de la dic- tadura del proletariado: en esencia, uns ley de clase. Por consiguiente, el mero formalismo legal estaba siempre sometido a lo que él llamaba cmentalidad de Partido». La legalidad no tenfa ningin valor, si contra- decia lo que el momento revolucionario requeria. En los primeros atios treinta la ley soviética necesitaba ser reforzada no s6lo en términos de administracin de justicia y procedimientos juridicos formales, sino también como instrumento activo para la construccién de la sociedad comunista. «La ley y el Estado no pueden considerarse por separado», escribié, «La ley recibe su poder y su contenido del Estado.»™ La ley no era auténoma; su legitimidad nacia del hecho de que era el Estado fevolucionario el que «crea, garantiza, regula y utiliza la ley».” Diferia de la ley burguesa precisamente por esta razon: en los sistemas bur- gueses, la ley era un medio de limitar y regular el poder del Estado, de acuerdo con un concepto superior del derecho individual; la ley sovié- tica tenia por fin asegurar que las normas del Estado revolucionario se hicieran cumplir de manera inexorable contra el comportamiento obs- tinado de criminales y contrarrevolucionarios individuales. En 1934, Vishinskd fue recompensado con el puesto de fiscal adjunto y un aiio mis tarde se convirtié en el fiscal general de la Unién Sc fica, cargo que le permitié regular, centralizar y estabilizar el sistema judicial y mejorar las capacidades técnicas de una profesién en-la cual sélo el 1,8 por ciento de sus miembros habia asistido a cursos avanzados de formacién juridica.* También se encargd de que los tedricos juridicos de los afios veinte, condenados durante las purgas como utdpicos incomre- gibles o legalistas burgueses, 0:2 veces ambas cosas, fueran las victimas 350 de su nuevo tipo de legalidad revolucionaria. Pashukanis desaparecié en enero de 1937; Krylenko fue detenido y fusilado en 1938. E] Tercer Reich era un caso muy diferente. En Alemania existia yn cuerpo de leyes consolidado y consagrado en €| Cédigo Penal de 1841 y el Cédigo Civil de 1900. El sistema judicial estaba muy arraigadoly contaba con personal bien preparado. La teorfa juridica era objeto de debate por parte de un numeroso cuerpo de juristas académicos, pei pocot condenaban abiertamente las vitudes acreditadas del imper. de la ley y la imparcialidad judicial, ni siquiera los juristas jovenes que abogaban por un Derecho basado en tradiciones nacionales. Alemanfa era, sobre todo, un Rechsstaat, un Estado que se fundamentaba principios generales de respeio a la ley y la proteccién legal de sus cit dadanos. Durante los republicanos afios veinte los reformadores prt sentaron argumentos a favor de un régimen penal més indulgente; Derecho civil y constitucional reforz6 los derechos y las oportunial des de la gente corriente. En 1922, el jurista Hans Kelsen publicd teorta pura del Derecho, obra en la que argiifa que el Derecho se basa en.una serie de normas estables que no se velan afectadas por los al bajos de la politica ni por el entusiasmo moral del momento.” Casi todo este rico legado fue anulado durante los primeros aiids de la dictadura, al tiempo que se destrufa el principio general de u Estado sometido a la ley. La ley fue reducida a formulas simplistds cuyo origen estaba en la cosmovisién del nacionalsocialismo: «la ley o que es util para el pueblo aleman» o «toda ley proviene del derech| del pueblo a la vida».'® Se cambié radicalmente el fundamento jurid| co del Estado: en la jurisprudencia nacionalsocialista la ley se convitti en la expresion de la moral superior de la raza —«la proteccién absoh ta de la vida de la nacién»— y, por ende, se subordiné a la voluntad d} la raza y su liderazgo politico." «La ley», comenté Franz Giirtné ministro de Justicia en el primer gabinete de Hitler, «tenuncia a su p: tensin de ser la nica fuente para decidir lo que es legal y lo que ¢ ilegal.» En vez de ello; la base moral de la ley tenia que ser el «orde ético del pueblo», fundamentado en su «sano’ sentido comin» racial Se arguyé que s6lo entonces coincidirian la moral y la ley; la ley naci nalsocialista representaba «el cédigo moral de la nacidn».i® La ley raci desemperiaba el papel que-correspondia a la ley de clase en la jurispro} dencia soviética; ambos sistemas afirmaban que la justicia auténtics sélo podia nacer de la voluntad popular interpretada y mediada por IJ suprema autoridad del Estado. Estas ideas no salieron de plumiferos del Partido que trataraii dj justificar el répido derrocamiento del imperio de la ley que hicieros 35: posible los decretos que otorgaron al Gobiemo poderes de emergencia y habilitacién en febrero y marzo de 1933. El fundamento intelectual de la teoria juridica de Ia dictadura de Hitler lo aporté una fraccién importante del circulo de juristas académicos que dieron forma al nacionalsocialismo, a la vez que éste influfa en ellos. El mds impor- tante de ellos fue Carl Schmitt, de 45 aiios, profesor de Derecho en la Universidad de Berlin, que se habia convertido en un astro intelectual de la derecha radical en los aftos veinte por su hostilidad intransigen- te a la democracia parlamentaria y al liberalismo «sin raices».!" El 1 de mayo de 1933 sé afilié al Partido y puso asi su imprimatur en las ambiciones juridicas y constitucionales de Hitler. La idea que Schmitt tenia del Estado procedia del filésofo politico inglés del siglo xvi Thomas Hobbes: el poder soberano es indivisible y absoluto, quien- quiera que haga la ley la ejecuta y juzga también. «E] Fihrer no es ningtin érgano del Estado», escribid Schmitt, «sino el juez supremo de la nacién y el legislador supremo.»"™ En 1935, escribié que la ley no era una abstraccién, sino que debia reflejar «el plan y el objetivo del legislador. Sobre todo, la ley servia para aislar y excluir a los enemi- 40s del Estado; éste definia quién era «amigo» y quién era «enemigo» (Freund oder Feind), y la ley imponia la exclusién. Schmitt aplaudia al der que en momentos de crisis nacional fuera capaz de aprovechar la oportunidad y actuar con férrea decisién para convertir estos objetivos en disposiciones legales concretas. La ley reflejaba la primacia del lide- razgo politico y de esta manera proporcionaba «una idea més profun- da de la legalidad»."% Se ha discutido mucho sobre hasta qué punto Carl Schmitt fue responsable de la destruccién del imperio de la ley después de 1933. No cabe duda de que no era ningun Vishinski, que se alegré de la eli- minacién fisica de sus antiguos colegas en los grandes procesos de las, purgas. A partir de 1936 empezé a caer en desgracia, debido a la com- petencia de juristas poseedores de mayor astucia politica. Después de 1945, las acusaciones de Schmitt contra el constitucionalismo liberal siguieron analizandose y estudiéndose en Alemania y sus flirteos con Hitler pasaron a sey considerados como una aberracién en una larga y fructifera carrera académica." Hubo otros prominentes juristas acadé- ‘micos que abrazaron el nuevo régimen con més entusiasmo politico y sofisteria intelectual que Schmitt. A pesar de ello, fue un lider acadé- mico y una distinguida figura publica que de buen grado y sin ambi- giiedades sancion6, con centenares de colegas suyos, la destruccién de To que consideraba como una concepcién desfasada del Derecho. En julio de 1934, unos dias después de que Hitler anunciara en el Reichs- 352 tag que la necesidad le habia obligado a actuar fuera de la ley y ord nar el asesinato de Emst Réhm y un circulo de supuestos oes eS res, Schmitt escribié un articulo en la revista de los juristas alemz con el titulo de «El Fihrer protege el Derecho». Explicé que en la p| sona de Hitler se combinaban dos poderes supremos, el politico y|el judicial; asi pues, la purga no fue un acto ilegal, sino una expresidp, como dijo Schmitt, de «justicia suprema» administrada por el «jubz supremo» de la nacién.!* Esta vision al revés de la ley encontré mucha aceptacién. Errfst Forsthoff, profesor de Derecho en Kiel con fama de liberal, dio la bieh- venida al nuevo orden juridico como primer paso hacia la creacién fe un verdadero «Estado de Derecho». La abogacia acaté la nueva lege- lidad. En abril de 1933, 120 de 378 académicos de Derecho fuerdn expulsados, debido a su raza o sus ideas politicas, y reemplazados pbr colegas mucho mis jévenes que aceptaron gustosamente el cambio fe clima juridico. En 1939, dos tercios de todas las facultades de DerecHo habian sido nombrados después de 1933. En ese aiio habia ya 9943 juk ces en el Partido; en 1942, habia 16.000." Se obligé a los abogados afiliarse a la Liga de Juristas Nacionalsocialistas y, a los que se man! vieron distanciados de ella, se les privé de trabajo y sometié a un cor tante acoso politico. Alrededor de mil quinientos fueron purgados 1933, la mayoria de ellos abogados alemanes de origen judio que t bajaban para el Estado; en septiembre de 1938, a los restantes judi alemanes que siguieron ejerciendo, se les prohibié hacerlo: Todos demis abogados fueron requeridos a prestar juramento de fidelid. directa: «Juro que seguiré siendo leal a Adolf Hitler, lider de la naci y el pueblo alemanes...».!" La nueva legalidad debfa codificarse. En 1935, una comisién Derecho penal empez6 sus trabajos bajo la direccién del envejeci ministro de Justicia, Franz Giirtner, uno de los pocos conservador que retuvieron su cargo hasta finales de los afios treinta, gracias, en caso, a su entusiasmo por el nuevo Estado. Su secretario de Estad Roland Freisler, desempefiaria un papel fundathental en la imposici| de valores nacionalsocialistas inientras la comisiOn terminaba su tare En 1934, Freisler inst a los jueces a abandonar la imparcialidad y ju gar «sblo con espiritu nacionalsocialista>."!? Un borrador de la nuey Ley Popular (Volksgesetzbuch) quedé listo antes de 1942, pero la lab definitiva de codificacién tuvo que suspenderse a causa de la guerr4, ‘Como gran parte de la ley formal todavia se basaba en cédigos herd- ‘dados de antes de 1933, Freisler recordd a los juristas que incluso sip tun nuevo cédigo penal todos los conceptos juridicos debian tratars} 35 de acuerdo con «el mas alto valor vital posible para la comunidad ger- minicar." En realidad, «comunidad germénica» significaba Hitler, que era su figura representativa. La ley, segin escribié otro jurista en 1939, es «una orden del Fahrer».!" Hans Frank, jefe de la Liga de Juristas del Partido, pidié a los abogados que pusieran a prueba todos los fallos como si fueran Hitler en persona: «Antes, soliamos decir esto esta bien o mal; hoy, consiguientente, debemos formular la pre- gunta ¢Qué dirfa el Fihrer?»." cn : ‘Ahora se comprende por qué los teéricos juridicos y los juristas de ambas dictaduras pensaban que su sistema era no sélo legal, sino tam- bién legitimo. Las consecuencias para ¢l funcionamiento de la ley fue- ron profundas y notablemente parecidas. Dos principios generales se hhallaban debajo de la evolucién de la prictica juridica: el primero era la afirmacién rotunda de que el Estado se encontraba por encima de la ley. Habia en esto una distincién entre el Estado comunista, como repre- sentante de las masas revolucionarias, y el Tercer Reich, como Estado en ‘el que Hitler era «el representante de todo el pueblo».'* Aunque en rea- lidad Stalin interpreté un papel dominante en las tareas legislativas, se mantuvo la ficcién de que «la autoridad del Estado» 0 «la dictadura del proletariado» era la fuente de la ley.'” Con todo, en ninguno de los dos casos se vio e| Estado sometido a sus propias leyes ni a control judicial y, en ambos, las autoridades estatales podian apelar a las exigencias de las ficciones historicas —la «ley» de la Revolucién o las «leyes» de desarrollo racial~ para explicar su estatus especial. Bajo semejante sistema los derechos individuales estaban siempre subordinados a los intereses de la colectividad, ya se tratara del Esta- do comunista o de la comunidad racial. «Ti no eres nada», rezaba otra consigna nazi, «el Volk lo es todo.»"* Se decia que la ley representaba tuna «voluntad piiblica» ficticia; la libertad individual no nacia de dere- chos que pudieran defenders contra e! Estado, sino de la obligacién de cumplir esa voluntad y obedecer estrictamente sus reglas. Los fallos de los casos individuales dependian de la funcién politica de la ley: los casos no se veian atendiendo a sus méritos juridicos, sino en términos de su concordancia con lo que requeria la justicia popular. «Podria haber choques y discrepancias entre la orden formal de las leyes y las de la revolucién proletarian, escribié Vishinski en 1935. ‘Este choque debe resolverse solo mediante la subordinacién de las érdenes formales de la ley a las de la politica del Partido»! Curt Rothenburger, presidente de un tribunal de Hamburgo, escribié apro- batoriamente sobre la desaparicién del «juez neutral, apolitico de la época liberal» y el nacimiento de jueces que eran «politicamente cons- 354 ee cientes hasta la médula, firmemente ligados a la cosmovisién del legis- lador. Se animé a los jueces a pronunciar sentencia contra legem, si la dictaba su «conciencia racial».!™ El segundo principio consistia en ver la ley como instrumento en la guerra contra los enemigos de la sociedad. La ley podia definir quign merecfa que se le incluyera en el Estado de clases 0 en la comu- nidad racial y a quién habia que excluir de ella. El concepto de «amigo © enemigo» que propuso’ Carl Schmitt ha. tenido validez universal para todas las dictaduras modemnas. La teoria juridica en los dos siste- ‘mas tenia poco interés en proteger al individuo contra el Estado y, en vez de ello, se preocupaba fundamentalmente por la proteccién de la comunidad contra individuos empefiados en delinquir o én desviacio- nes politicas. En Alemania, a un traidor al pueblo, se le calificaba de «el més abyecto de los criminales»; el abogado Georg Dahm incluso sugitié que el sencillo-robo era deslealtad al VolR. Los procesos crimi- nales llegarian a verse como la prueba decisiva de las perspectivas del acusado de seguir siendo miembro de la comunidad." En la Unién Soviética, el robo se definia como acto politico. El decreto «Sobre la Proteccién y Fortalecimiento de la Propiedad Publica (Socialista)», pro- mulgado el 7 de agosto de 1932, declaraba solemnemente que la propiedad estatal era «sagrada ¢ inviolable»; todos los ladrones eran por definicién «enemigos del pueblo». La pena méxima era de muer- te por fusilamiento; la minima, de 10 afios en un campo. Dos afios después, en junio de 1934, se afiadié al Cédigo Penal soviético de 1926 un exhaustivo «Estatuto de Traicién» que incluia la pena de muerte obligatoria para el traidor y cinco afios en Siberia para cada uno de los miembros de su familia. Gran parte de la ley que era nueva en ambas dictaduras tenfa por fin encontrar y castigar a los enemigos. “El senemigo» se definfa politicamente: contrarrevolucionario en la Unidén Soviética, enemigo de la raza y la nacién en Alemania. Para tener la seguridad de que la ley pudiera ocuparse de ellos hasta en los casos en que no se hubiera cometido ningtin delito, ambos sistemas judiciales introdujeron el principio juridico de la «analogia». Los tri- bbunales zaristas habian utilizado este recurso para condenar a elemen- tos que eran considerados socialmente peligrosos, pero que no habian inftingido ningin articilo especifico del Cédigo Penal. Su comporta- miento se criminalizaba por «analogia». Tras ser abolido en 1917, el recurso fue resucitado en 1922 y se utilizé mucho para condenar a presuntos criminales politicos durante los afios treinta. Al ser detenida y acusada de actividades contrarrevolucionarias en 1937, Evgenia Ginz- burg, militante leal del Partido, ret6 a los jueges a decirle qué crimen 355 real habla cometido. Los jueces, desconcertados, contestaron: «No sabes que el camarada Kirov fue asesinado en Leningrado2». Las pro- testas de la acusada en el sentido de que nunca habia estado en dicha ciudad, y de que el asesinato habia tenido lugar tres afios antes, fue- ron desechadas con impaciencia: «Pero lo mat6 gente que compartia tus ideas, ast que compartes la responsabilidad moral y politica». EL sprincipio de analogia» daba al Estado una oportunidad casi ilimitada de meter en la red judicial a cualquiera a quien viese como una ame- naza social, Paso a formar parte de las leyes alemanas en junio de 1935. Hasta entonces la «analogia» habia estado prohibida especifica- mente en el Cédigo Penal. Su prrafo 2, tras la correspondiente modi- ficacién, permitia incoar proceso en Jos casos en que «la opinién popu- lar consideraba que una acto merecia ser castigado, aunque no estuviera definido como ilegal. «Si se comprueba que ninguna ley penal determinada es til para el acto en cuestién», decfa la enmien- da, «entonces el acto debe castigarse de acuerdo con la ley cuyos prin- cipios parezcan més pertinentes.» L2 tradicional maxima juridica de que «no podia haber castigo sin una ley» fue sustituida, como dijo de manera aprobatoria Carl Schmit, por la maxima «ningan cri- ‘men sin castigo». Ambas dictaduras practicaron lo que se ha llama- do «una jurisprudencia politicar. Se sometié la ley a la voluntad arbitraria de las autoridades supremas del Estado, pero se disimulé la arbitrariedad creando la ilusién de que la ley soviética o nacionalso- Cialista era fruto de una justicia superior representada por el Estado. Se dijo que la justicia superior provenia en ultima instancia de la volun- tad popular o «sana opinién publica». Los juristas de ambos sistemas emplearon este concepto juridicamente impreciso para legitimar prac- ticas judiciales que, en realidad, mermaban los derechos individuales y la perspectiva de obtener reparacién en los tribunales. Ninguno de los dos sistemas queria, sin més, hacer caso omiso de la ley. En vez de ello, se modificaron los cimientos morales de la ley para hacer que el piblico comprendiese que la préctica judicial bajo la dictadura era justa, porque tenia sus raices en la «usticia popular. Las dos dictaduras crefan dar expresién a una moral superior. El origen de esta presuncién moral era la crisis de la primera guerra mun- jal. La hostilidad dirigida contra la cosmovisién liberal era resultado directo del conflicto. Al finalizar éste, existia la honda sensacién de que las certezas morales de antes de la contienda habian desaparecido e iban a ser reemplazadas por muchos tipos opuestos de moral, uno de 356 los cuales era el liberalismo occidental. La Unién Soviética salié del caos de la posguerra convencida de ser el Estado més avanzado de! mundo. Los‘comunistas creian representar el triunfo de la tltima clase ‘oprimida; su nueva sociedad era por definicién la etapa més progresis- ta de la historia. Los marxistas argiifan que el capitalismo era respon- sable de los males del mundo y, por tanto, fundamentalmente inmo- ral, Alemania salié de la guerra amargada por la derrota y por una paz que se consideraba casi universalmente injusta. Los alemanes estabin seguros de que sus valozes se veian amenazados por el liberalismo occi- dental; las cualidades que se pensaba que distinguian la cultura alema- na de las demds se juzgaban moralmente supetiores a los valores de los Estados occidentales, impuestos por medio de la guerra. A partir de 1918, con la publicacién del primer volumen de la obra de Oswald Spengler La decadencia de Occidente, un grupo de jntelectuales alemanes pidié que la cultura alemana redimiese a Europa, tomando la iniciati- va en una revolucién moral contra el comunismo y el capitalismo. ‘A ojos del resto del mundo los dos paises no eran faros morales ue iluminaban el futuro, sino Estados parias que tendrfan que ganar- se su pasaje moral de vuelta a la comunidad internacional. En Alema- nia y la Unién Sovietica invirtieron esta acusacién: era el orden libe- ral el que habia demostrado su bancarrota moral al hacer frente a los desafios de la era modema. Los nacionalistas alemanes y os revolu- cionarios soviéticos estaban unidos por el convencimiento de que no tenian nada que aprender de Occidente; ambos consideraban Jos valo- res eburgueses» como corrompidas y corruptores, impulsores de una moral socialmente destructiva, una moral de egoismo y hedonism sin restricciones, y apenas disimulados por un racionalismo y un univer- salismo momificados. «Occidente ya ha dicho todo lo que-tenia que decir, escribid el novelista ruso Mijail Bulgikov en 1920. «Ex oriente lx [del este, luz} »™ Ninguno de los dos regimenes veia ventaja algu- na en la adopcién de una moral occidental que les era ajena y de la ‘que parecia haber poca demanda popular o necesidad social. Cuando, en 1947, el fildsofo soviético G.S. Alexandrov tuvo la temeridad de ar una historia de la filosofia occidental, Andréi Zhdanov con- ‘voc a 90 académicos para hablar del hecho de que su colega no habia reconocido que, por progresistas que pudieran parecer otros sistemas de pensamiento, el marxismo era una filosofia «que diferia cualitativa- mente de todos los anteriores sistemas filos6ficos."* «Nuestra moral», escribié Zhdanov en un ensayo sobre la ética soviética, «censura... la busqueda del placer y el descuido de la obligacién por parte de los burgueses.»* 357 Las elites educadas de Alemania daban por sentados el caricter distintivo y el mérito moral de los valores alemanes. El fildsofo Ernst Troeltsch contrasté la moral racional, mecanicista, humanitaria de Occidente con la vitalidad singular del «espiritu histérico y producti- vo» alemdn."° Wilhelm Stapel, destacado cristiano aleman, arguyd que «las naciones varian en cardcter y, por consiguiente, en capacidad y cualidades», de lo cual sacé esta conclusion: «Los alemanes no esta- ‘mos en el mismo nivel que las otras naciones; tenemos un Derecho que no puede compararse con el de nadie mas». Carl Schmitt con- trasté el «poder de la vida real», que expresé la respuesta alemana a la ctisis de la posguerra, con el «mecanismo» de los valores universales de Occidente; otro jurista, Wilhelm Siebert, calificé las actitudes occi- dentales ante los asuntos morales de «expresién de impotencia, raigo y debilidad»; y asi sucesivamente.' Las pretensiones éticas jeralismo occidental se desecharon por interesadas ¢ hipécritas: whasta que los anglosajones no lo juzgaron conveniente, no se elevé el moralismo politico a la “validez universal», escribié un critico ale- ‘man que veia la autosatisfaccién moral de los occidentales como una miscara del imperialismo sin escripulos." En vez de ello, el orden moral se consideraba como el fruto de cir cunstancias histéricas concretas y exclusivas de pueblos y sociedades, en particular. Las dos dictaduras justificaban una perspectiva moral {que rechazaba las verdades o los valores universales, afirmando que el orden moral era legitimado por la necesidad superior de la historia. El resultado fue una paradoja filoséfica: la moral era determinada por el devenir histérico y, por ende, era relativa, pero los sistemas de valores producides por 1a historia posefan un mérito absoluto, precisamente porque eran realidades histéricas en lugar de principios abstractos. Esta paradoja la explicé un joven académico nacionalsocialista en 1935 arguyendo que la tinica «verdad» era lo que beneficiaba a «la sangre y la vida» de la raza: «sin tener que creer en verdades absolutas, uno puede reconocer valores absolutos».™ La idea de valor histérico abso- luto es fandamental para comprender cémo el universo moral de la dictadura pudo aplicarse con tanto rigor fanitico. Roland Freisler insté a sus colegas de la judicatura a incluir los valores nacionalistas en las leyes, porque la necesidad hist6rica lo exigfa: «la historia continéa siendo implacable e incorruptible... porque es la verdad»."** La ética sovidtica se basaba en un sentido similar de la certeza histérica. El problemas las tensiones entre la historia y el valor: «Todas las tesis fun- damentales del marxismo-leninismo.... de la filosofia, las ciencias eco- 358 némicas y la teoria del socialismo y la lucha de clases... todas estas verdades son absolutas, confitmadas hasta ahora por la prictica,.de tal modo que nada en el futuro podra refutarlas»."%* Las caracteristicas de la nueva moral en ambos sistemas represen- taban un hondo rechazo del humanismo. En contra de una perspecti- va ética que promovia el valor intrinseco de lo individual y de. los derechos personales, las dos dictaduras construyeron érdenes morales que predicaban el valor absoluto de lo colectivo y la obligacién abso- uta de abandonar la preocupacién por el yo, en nombre del conjun- to. El tedlogo alemin Michael Miiller dio la bienvenida al fin del rela- tivismo ético bajo Hitler, porque habia inculcado en el pueblo aleman la idea fundamental de que «el individuo debe servir al grupo» y el principio de que «la vida no es felicidad, sino sacrificio».!"” El despre- cio de lo individual fomentaba una dureza moral deliberada. «Un bol- ~ chevique debe ser duro, valiente ¢ inflexible, dispuesto a sacrificarse por el Partido», dijo Kaganovich a un camarada del Partido que se queié de casos de injusticia. «Si, dispuesto a sacrificar no sdlo su vida, sino también su amor propio y su sensibilidad.»"® En 1961, el Partido Comunista soviético publicé oficialmente los 12 mandamientos de! Cédigo moral de constructor del comunismo, que inscribié en piedra algu- nos de los severos principios de la ética comanista heredados de los afios de Stalin: «trabajo por el bien de la sociedad... el que no traba- je tampoco comera»; «una actitud inflexible ante los enemigos del comunismo», La supuesta virtud de lo colectivo daba fuerza moral al carécter exclusivo y brutal de los dos sistemas. Ambas dictaduras se caracteri- zaban por un profundo resentimiento histérico contra los que pensa- ban de otra manera, mas acentuado y violento en la Unién Soviética, porque tuvo que derribar la religion organizada y construir un sistema judicial empezando casi desde cero. El castigo se revistié de rectitud. «Un odio implacable contra los enemigos del pueblo», escribié Vi- shinski en 1938, «ése es uno de los principios més importantes de la 4tica comunista.»" Los odios del nacionalsocialismo eran fundamen- tales para el propésito del régimen, y el lenguaje moral de la dictadu- ta lo reflejaba. La violencia que ambas dictaduras dirigieron contra aquéllos a quienes deseaban excluir se presentaba deliberadamente como algo que distinguia sus valores morales del insipido humanismo de Occidente. Victor Kravchenko, director de industria que tuvo la suerte de librarse de las purgas, recordé que en un mitin de purga det Partido le dijeron que «no habia lugar para el “liberalismo podrido” y al *sentimentalismo burgués"» al desenmascarar a cenemigos», Werner 359 Best, funcionario de las SS y protegido de Himmler, dijo: «en la época del Estado nacional sélo una ley es valida: iSé fuerte!». Rosenberg se jactaba de que los hombres fuertes eran fuertes, porque eran «hombres absolutamente duros».'*! El imperativo de perseguir y excluir se veia como una de las virtudes de la dictadura y no como uno de sus vicios. Las certézas morales de la dictadura no eran compartidas univer- salmente por sus stibditos. En ambos sistemas era posible vivir procla- mando adhesién a la moral oficial al tiempo que se mantenia la con- ciencia privada; era posible considerar parte de lo que hacia el régimen como injusto, pero aplaudir la cosmovisin general; era posible luchar contra el clima moral imperante, aunque el precio era el castigo inexo- rable. En ambas dictaduras millones de personas aceptaron el. nuevo ‘orden moral tal como era. Ambos sistemas desplegaron una feroz ‘energia moral en la construccién del nuevo orden y Ia destruccién de quienes supuestamente lo obstruian o subvertian. El régimen ensalza- ba como héroes a Jos guerreros de la nueva moral. Los jévenes nazis que murieron en reyertas por motivos politicos en calles o bares antes de 1933 se convirtieron en los mértires y santos del movimiento. En. el caso sovietico, algunos funcionarios del NKVD recibieron la codi- ciada medalla de «Héroe de la Unién Soviética» por el suftimiento inacabable que causaban a sus victimas. El universo moral de la dicta- dura permitia explicar los crimenes de Estado no como crimenes, sino como precauciones necesarias para impedir una injusticia mayor. De hecho, para Hitler y Stalin mayor pecado hubiera sido no proteger a la raza o al Estado socialista contra la amenaza de destruccién. Esta inversién moral hizo posibles los regimenes mas asesinos del siglo. Protegidos por esta armadura moral perversa, los perpetradores de crimenes de Estado obedecfan érdenes cuyo cumplimiento es, por lo demés, incomprensible. Durante sus interrogatorios en Nuremberg el comandante de Auschwitz, Rudolf Héss, afirmé tener muy claro lo que era moral y lo que no lo era. Cuando el interrogador le acusé de hurtar bienes de los judios, reaccioné con sincera indignacién: «pero, si hubiese ido contra mis principios... no habria sido honrado»." En relacién con el exterminio en masa de més de un millén de judios, gitanos y prisioneros soviéticos en Auschwitz, Héss no mostr} ni asomo de remordimiento ni de sentido de haber cometido una falta moral. La moral superior que dictaban los imperativos de la historia y Ja naturaleza se consideraba distinta del trato que se dispensaba a los delitos convencionales. En ambos sistemas los asesinos y los ladrones eran enviados a la circel, pero quienes asesinaban a judios a sangre fia y robaban sus objetos valiosos para la Tesoreria del Estado, 0 quie~ 360 nes confiscaban tesoros de la Iglesia y asesinaban a los sacerdotes que oponian resistencia, no corrfan la misma suerte. Las dos dictaduras utilizaban esta distinciéa moral para ganarse la aprobacién de! pue- blo, legitimar el ejercicio del poder estatal, aplaudir la brutalidad y la ilegalidad que desataba ese poder, pero, sobre todo, porque ambas daban por sentado que los imperativos de la historia les habjan dado la razén. «Sélo la necesidad», dijo Hitler en 1942, «tiene fuerza legal»; 0 Stalin en 1952: «La historia sobre todo na_hace nada esencial, a menos que exista necesidad especial de ello»."* Ni las dos dictaduras ni el comportamiento de los dos dictadores pueden comprenderse, sin reconocer que para ellos era esencial que se les viese como instru- mentos morales de un movimiento histérico irreprimible y redentor. 361

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