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Nietzsche: Crítica al cristianismo

Crítica del cristianismo

[1]En opinión de Nietzsche el origen de la religión es el miedo. Es decir, los


sentimientos de angustia e impotencia que el ser humano desarrolla a lo largo de su
vida. La religión nunca ha pretendido decir la verdad; de hecho, ha caído en el
mismo error de la metafísica, reivindicando para sí la trascendencia y el mundo
sobrenatural —Dios, el más allá, etc.—. Así, Nietzsche arremete contra la tradición
judeocristiana, contra el budismo y, en general, contra las religiones. Efectivamente,
el cristianismo rechazó los valores dionisíacos de la antigüedad clásica, inventando
un mundo ideal, inexistente, alejado de todo contacto con el mundo real. Al aceptar
la inmortalidad, esta vida se convertía de hecho en mera transición hacia otra vida.
Lo cierto es que para Nietzsche el cristianismo sería un simple platonismo de
naturaleza popular, una filosofía y una moral vulgares para personas débiles y
esclavos. Por otro lado, se asegura que la religión propone valores exclusivamente
decadentes, propios de un rebaño, aptos solo para esclavos: humildad,
mansedumbre, obediencia, sacrificio. Valores todos ellos contrarios a los impulsos
vitales más elementales. Así pues, valiéndose de conceptos como el pecado, culpa o
arrepentimiento, ataca una y otra vez a la vida.
En El Anticristo se hallan, probablemente, las más duras críticas de Nietzsche
contra el cristianismo. La religión, se dice en esa obra, no es otra cosa sino la
revuelta del pueblo llano contra los señores; para la religión sólo cuentan los valores
del pueblo llano alzado contra el poderoso. Todo ello no significa que la religión no
presente también aspectos positivos; el ascetismo y la educación son, sin duda,
valiosos para Nietzsche. Ahora bien, en general, todas las religiones, y en particular,
el cristianismo y el budismo, en la medida en que en torno a ellas se han aglutinado
personas débiles y enfermas, han impedido desarrollar a los seres a los seres
humanos las herramientas necesarias para su proceso de superación personal. Frente
a una vida plena, la religión ha promulgado una vida débil y una moral mansa, las
propias de los esclavos, en las que, en vez de ensalzar valores como la fuerza y la
valentía, el individuo actúa desde el miedo.
Lo que, en definitiva, criticó Nietzsche al cristianismo fue que éste despreciara todo
aquello que el cuerpo desea y anhela: pasiones, impulsos, instintos, valores
estéticos, etc. Según Nietzsche, el mayor acontecimiento de la historia consiste en la
proclamación de la muerte de Dios, abriendo así las puertas al desarrollo pleno del
ser humano y a la liberación de su fuerza creadora, de manera que el dios cristiano
quede arrinconado junto a sus mandamientos y prohibiciones. El ser humano que
abandone definitivamente la quimera de un más allá, abandonando la imagen de ese
mundo falso y mezquino, se concentrará al fin en el mundo real.
De todas formas, el Cristo de Nietzsche y el de la Iglesia Católica poco tienen que
ver. Según Nietzsche, Jesús no fue el hijo de Dios, ni siquiera el fundador de
ninguna iglesia, sino un hombre humilde, bondadoso y sensible. Jesús despreció
toda forma de organización; su mensaje hablaba de paz y de mansedumbre. En
realidad, fue Pablo de Tarso el verdadero fundador de la Iglesia. Allí donde sólo
encontrábamos la buena nueva de Cristo, Pablo impuso la férrea estructura de la
Iglesia junto con sus componentes más característicos: milagros, sacerdotes,
premios, castigos, jerarquía… La religión inventó a su voluntad la vida más allá de
la muerte, el juicio final o la resurrección, de tal forma al bienaventurado se le
pudiera premiar su mansedumbre en una vida que nada tuviera que ver con la real.
De este modo, la Iglesia erigió una enorme estructura con el único fin de reducir a
sus miembros al estrecho ámbito del rebaño, para lo cual generó en ellos miedo y
temor. Pieza clave para ello ha sido, según Nietzsche, el pecado, que ha acabado
emponzoñado toda idea de belleza, salud y valentía.
Cuando Nietzsche ataca al cristianismo esta atacando, en realidad, a toda la
tradición metafísica de Occidente, única responsable del rechazo a todo lo real, lo
terreno, lo corpóreo, a los que ha considerado mera apariencia. Para Nietzsche, sin
embargo, sólo lo que se nos aparece a la vista es real, siendo, por tanto, la eternidad
una idea, no solo vaga, sino falsa.

La muerte de Dios

En la base del cristianismo esta, obviamente, la idea de Dios, representación de todo


lo a la vida, razón por la que Nietzsche reivindicó el ateísmo como única forma de
alcanzar la fuerza, la libertad y la independencia de espíritu; las creencias no son
más que la representación de la debilidad y la cobardía humanas y, por lo tanto,
contrarias a la vida. La misma idea de Dios es, según Nietzsche, pura ensoñación;
más aún, el propio ser humano podría ocupar el espacio vacío dejado por Dios,
puesto que aquél es el único capaz de crear los valores y de legislar sobre ellos.

Resulta evidente que al desaparecer Dios deberían desaparecer también todos los
valores que se le han adscrito. Habría, sin embargo, una serie de nuevos valores
que, si bien ajenos aparentemente a la religión, sostendrían de hecho a los antiguos;
es el caso de la democracia y el socialismo. Sin embargo, en palabras de Nietzsche,
la definitiva muerte de Dios traera antes o después la muerte de los valores
absolutos y de las leyes morales objetivas. También en este punto, el rechazo de los
valores por parte de Nietzsche supone un acendrado nihilismo.

Nietzsche avanza en La gaya ciencia algo que supone un enorme paso respecto de
todo lo dicho hasta ahora. En ese libro se anuncia con gran alborozo la muerte de
Dios. Nietzsche pone en evidencia la impotencia del cristianismo para que siga
persistiendo la creencia en Dios, lo cual, según el filósofo alemán, ilumina el
destino europeo. Al desaparecer, así, los mandamientos y prohibiciones del
cristianismo, de su decadencia se seguirá inevitablemente que el ser humano
recupere su fuerza creadora y que, abandonando todo intento por alcanzar el más
allá, se concentre de una vez por todas en el mundo real.
La muerte de Dios y el último hombre

El capítulo titulado “El hombre loco” del libro Así habló Zaratustra es sumamente
significativo, pues en él se da cuenta de la enorme sacudida que ha supuesto la
muerte de Dios. Este punto resulta decisivo para que el ser humano libre alcance la
transmutación de los valores.
A juicio de Nietzsche, aunque haya ocurrido en un momento determinado, lo cierto
es que la muerte de Dios es un acontecimiento histórico. En ultimo término, todos
los hombres y niuieres han dado muerte a Dios. El primero en darse cuenta de lo
ocurrido es el hombre loco que, encolerizado y tocado por una especie de sutil
emoción, comienza a gritar, tan increíble le parece lo ocurrido.

Después de su muerte, los seres humanos no se dirigen ya a Dios; ni siquiera lo


nombran. Solo se dirigen entre ellos para comunicarse mutuamente que su pleno
desarrollo es perfectamente posible. Ahora bien, tras la muerte de Dios, existen
riesgos evidentes.

El primer riesgo es que, como consecuencia de la caída de todo idealismo y del


olvido de toda trascendencia, el ser humano acabe completamente desamparado y a
la deriva. Al apagarse las luces que protegían y amparaban al ser humano, éste
puede, sin duda, verse perdido y desilusionado ante un ateísmo incapaz de ofrecerle
ningún aliciente. Por consiguiente, tras la muerte cle Dios, el mayor riesgo para el
ser humano semi, sin duda, que su vida moral se vea agitada y convulsa. Esa es,
justamente, nuestra situación; nosotros somos el último hombre del que se habla
en Así habló Zaratustra: nosotros que creemos en Dios todos los domingos,
nosotros que necesitamos que otros organicen nuestro tiempo. El ser humano que
vive sin alicientes hasta su muerte es, por tanto, un ser nihilista. Ahora bien, sería
fantástico que el superhombre se percatara de su nueva situación y se diera cuenta
de que puede desarrollar plenamente su creatividad, trayendo al más acá aquellos
sueños y anhelos que hasta ese momento proyectaba en el más allá. Así pues, el ser
humano debe crear una instancia que, sin necesidad de recurrir ni a la nada ni a la
idea de Dios, le sirva para trascenderse a sí mismo.
El Superhombre

Así habló Zaratustra es sin duda la obra de madurez de Friedrich Nietzsche, el más
profundo y conocido de sus libros; en él su filosofía alcanza la cumbre. En esa obra,
Nietzsche reunió lo fundamental de todas sus obras anteriores, a lo que añadió,
además, su teoría del superhombre. A la muerte de Dios le sigue, efectivamente, la
llegada del superhombre. Pero el superhombre no aparecerá sin más; se trata más
bien de una esperanza para el futuro. Es así como nos lo presenta Nietzsche: frente
al último hombre que, habiendo abandonado el idealismo y la trascendencia, carece
de la fuerza creadora suficiente, Zaratustra anticipa la llegada esperanzadora del
superhombre. Pero eso ocurre cuando el último hombre, que entre tanto
permanecerá quieto, abandone cualquier atisbo de intención para desarrollar no
importa qué proyecto, cuando, en definitiva, se abandone el comportamiento pasivo
del que no cabe esperar más que el puro nihilismo.
Lo cierto es que las reflexiones nietzscheanas en torno al ser humano coinciden con
las investigaciones de la biología y la antropología de la época. Según estas
investigaciones, las sociedades humanas no permanecen eternamente iguales. Como
se podrá observar, la teoría de la evolución ejerció una gran influencia en la ciencia
de la época, y como no podía ser de otro modo, también Nietzsche se vio influido
por ella. Pues bien, así como la especie humana ha ido desarrollándose tras siglos
de evolución, resulta perfectamente plausible pensar que en el futuro seguirá siendo
así. Justamente por esta razón, Nietzsche sostiene que el superhombre esta aun por
llegar. Asimismo, la antropología de la época defendió dos tesis sumamente
importantes: por un lado, que no existe distinción entre el alma y el cuerpo, y por
otro lado, que el ser humano no fue creado a partir de la nada. Ahora bien, frente a
todo ello Nietzsche constata que el propio desarrollo humano no ha ocurrido por las
buenas, razón por la cual es necesario abonar adecuadamente el terreno, de manera
que de ello resulte una tierra propicia para que el ser humano se desarrolle
plenamente según todas sus posibilidades.

Romper con el pasado significaba para Nietzsche que los hombres y mujeres
pudieran alcanzar un nuevo estadio en el que cada cual pudiera labrar su propio
futuro. Muy al contrario de lo que a veces se afirma, Nietzsche pretendió que el ser
humano rompiera definitivamente con las cadenas que lo atan al pasado para llegar
a ser, al fin, dueño y señor de su propio futuro.

Solo así se entiende lo que expresa Nietzsche a través de su teoría del superhombre:
el ser humano no avanza hacia una postrera etapa de su historia, sino a algo mejor, a
un estadio superior en que el individuo reafirmara la voluntad de superar todas las
épocas que le han precedido. El superhombre expresa, pues, el desacuerdo del ser
humano respecto de todo lo actual y, asimismo. el anhelo por alcanzar una vida
mejor.

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