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Relatos con ánimo de miedo

(Cuentos por Halloween)

Edición y prólogo
José Eduardo Morales Moreno

Colegio San José


Espinardo (Murcia)
Curso 2017/2018
Relatos con ánimo de miedo
(Cuentos por Halloween)

Diciembre, 2017

Colegio San José


Espinardo (Murcia)

Edición, diseño, ilustración de portada y maquetación:


José Eduardo Morales Moreno

Licencia Creative Commons

Reconocimiento — No comercial — Sin obra derivada

Usted es libre de: copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra


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Reconocimiento. Debe reconocer la autoría de los textos o de las ilustraciones y


su procedencia.
No comercial. No puede utilizar esta obra para fines comerciales.
Sin obras derivadas. No se puede alterar, transformar o generar una obra deriva-
da a partir de esta obra.
La emoción más antigua y más intensa de la hu-
manidad es el miedo, y el más antiguo y más in-
tenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.

Howard Phillips Lovecraft


ÍNDICE

Prólogo ........................................................................................ 11

Hacía frío, por Jorge Valdés Menárguez ......................................... 13


Viaje de vuelta, por Irene Xue-Feng Lope Mateo ........................... 16
La tormenta, por Pablo Esturillo Lorente ........................................ 23
Invasión apocalíptica, por Abraham García Ibáñez ........................ 29
Tenebris, por María Lapaz Toledo ................................................. 33
Muddle, por Daniela Bayona Jiménez ............................................ 39
El armario, por Cayetano Bayona Pacheco ..................................... 46
El asesino del espejo, por María José Muñoz Manzanares .............. 51
El recuerdo de aquel día, por Diana Carolina Paniagua Gómez ...... 54
El pacto, por Antonio Guevara Sánchez.......................................... 61
El asesino del ajedrez, por Juan José Peláez Gaona........................ 63
Fear at the end of the street, por Iria Vicente Rocamora ................ 65
Poseído, por Jesús Alarcón Quijada ................................................ 67
Mariscada, por David Cacciato Salcedo ......................................... 69
Una pesadilla en Nashville, por Laura Alcaraz Caparrós ............... 72
El galeno, por Javier López Andrés ................................................ 74
La casa del piano, por María Sánchez Riquelme ............................ 78
Las cuatro ovejas, por Anaís Lastra Soriano .................................. 81
Un sueño terrorífico, por Alicia Jia Xin Sun .................................. 83

7
El asesino cocinero, por Javier López Ballesta ............................... 85
El camino de bolas blancas, por Mireia Fuentes Quereda .............. 88
El regalo maldito, por Marta Fernández Ballester ........................... 91
Ángel de amor, por Crismel Jaelka García Suazo ........................... 93
Te toca a ti, por Mª Elena Fernández Pelluz.................................... 98
El libro maldito, por Beatriz Nicolás Sánchez .............................. 101
El Centro, por Beatriz Gallego Gutiérrez ...................................... 104
El misterio del cuadro fantasma ................................................ 108
El regalo maligno, por Alejandro Caravaca Ruiz.......................... 111
Ojos claros, por Laura Mª Fernández Pelluz ................................. 114
El pacto con el diablo, por Carmen María Cárceles Gómez .......... 117
El payaso del terror, por Daniel Martínez Cañete ......................... 120
La bestia de transformador nº1, por Jonathan Gómez Villaescusa 123
El suicidio, por José María González Orenes ................................ 126
Una noche para olvidar, por Belén Ortín Hernández .................... 129
Eres especial, por Erika López Andrés ......................................... 131
Gracias por todo, amigo, por Marta Sánchez García .................... 134
La ruta, por Víctor Iglesias Stiles ................................................. 139
Lluvia temprana, por Álvaro Hidalgo Jiménez ............................. 142
El señor de la mansión, por Miguel Ángel Gómez Fernández ....... 144
La noche tenebrosa, por Álvaro de la Ossa de Moya .................... 147
El pacto incinerado, por Antonio José Ballesta Serrano ................ 150
¿Qué habrá?, por Julia Hernández Egea ....................................... 153
El alienígena, por Miguel Ángel Lozano Mateos .......................... 157
The primitive world, por Aarón Almagro Pérez ........................... 160

8
Nunca abras la puerta, por Mª Magdalena Cano Sánchez ............. 162
Terror en la noche de Halloween, por Antonio Martínez Sánchez 165
Testigo de guerras peores, por Anatoliy Lioutikov Gómez ........... 168
La comisaría fantástica, por Ramón Ojeda Calabria..................... 171
Lucy, por Brenda Suárez Flores.................................................... 173
Pequeños secretos, por Julia Drozdz ........................................... 175
La casa encantada, por Elisa Cárceles Gómez .............................. 178
El fin de semana en el lago, por Mirela Plamenova Pelovska ....... 180
Meryland, por María Zapata García ............................................. 190
Azul chillón, por Marta Soler Amat ............................................. 192
La muerte más aterradora, por Cristina Guirao Botía ................... 197
Encerrado en el presente, por Miguel Llop Benito ....................... 199
La casa de Emir, por Enrique Martínez Fenoll ......................... 203
Señor X, por Daniel Rodríguez Martínez .................................. 206
Georgie y Halloween, por Carlos Jesús Calle Rodríguez ......... 210
Hospital sangriento, por Irene Sánchez Arana .......................... 212
¿Terror?, por José Luis Fuster Reche ........................................ 214

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Prólogo

El terror siempre ha estado presente en las sociedades huma-


nas: el miedo a lo desconocido, a la posibilidad de que algo fuera
de lo habitual o alguien ajeno a lo natural irrumpan en unas vidas
que se rigen por rutinas y formas de comportamiento automatiza-
das, ha generado mundos de ficción tan asombrosos como espe-
luznantes.
La literatura que desarrolla el tema del terror tiene una larga
tradición en nuestra cultura. Aunque se consagra su nacimiento
con relatos como El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann o El
castillo de Otranto de Horace Walpole, se encuentran personajes
sometidos a encantamientos y hechizos en textos de la antigüedad
clásica como La Odisea, donde Circe convirtió en cerdos a algu-
nos de los hombres de Ulises, o El asno de oro, cuyo protagonis-
ta, por aplicar mal el ungüento de una bruja que iba a enseñarle el
arte de la magia, se convierte en asno. La propia mitología greco-
latina, con la presencia del inframundo, del barquero Caronte, del
río Leteo y de la laguna Estigia, de las Parcas o de las Erinias, ins-
tituye una serie de elementos que serán recurrentes en esta litera-
tura, cuyas máximas expresiones se encuentran en la obra de, en-
tre otros, Edgar A. Poe, Howard P. Lovecraft, Bram Stoker, Wi-
lliam P. Blatty, S. King, Anne Rice…
Los escritores han dado respuesta con sus creaciones a las in-
quietudes que desde épocas atávicas han atenazado a la humani-
dad: esta, desconocedora inicialmente de las leyes físicas que ri-
gen nuestro mundo, imaginó formas sobrenaturales de expresión
que justificasen lo que le resultaba incomprensible. Tales vías
irracionales y mágicas de conocimiento pasaron a formar parte del
inconsciente colectivo y todavía afloran en ciertas personas y en

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determinadas ocasiones como argumentos para explicar determi-
nados hechos de la realidad.
Siguiendo con esta tradición de la literatura de terror, con mo-
tivo de la fiesta de Halloween, en el Colegio San José hemos
aprovechado para que, como el curso pasado, los alumnos escri-
ban cuentos en los que desarrollen esta temática. Este libro, bajo
el título Relatos con ánimo de terror (Cuentos por Halloween),
reúne un centenar de textos de alumnos de segundo ciclo de Edu-
cación Secundaria y de Bachillerato que pondrán al lector los ner-
vios como escarpias, o como cuchillos, quizá como gritos. Basán-
dose en la literatura que conocen y en las películas que han visto,
muchos de estos jóvenes escritores demuestran que tienen una
gran competencia en el arte de narrar: entre sus creaciones, se ha-
llan versiones del mito fáustico, de muñecos diabólicos, de apari-
ciones y espectros, de emplazamientos fatídicos, de sucesos apo-
calípticos, de la locura que posee y domina a los hombres, de cria-
turas extrañas, de casas embrujadas y construcciones malditas, de
leyendas que se hacen realidad… Todo un repaso por los lugares
comunes de esta ficción literaria.
Invitamos al lector a que se adentre, sin mirar atrás, en los re-
latos de estos alumnos y que disfrute del miedo que se contiene en
sus párrafos, en sus líneas, en sus puntos suspensivos…

José Eduardo Morales Moreno


Profesor de Lengua y Literatura

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Hacía frío
Jorge Valdés Menárguez (1º Bachillerato)

Perdí la noción del tiempo en aquel barco soviético. Hubiese


jurado que llevaba allí meses.
El barco era bastante pequeño para la cantidad de personas
que éramos, esto sumado a las condiciones y las enfermedades era
una locura. Parecía un barco de muertos vivientes, lleno de la-
mentos y llantos. El olor a putrefacción y muerte ahondaba más
en mí cada día.
Nunca había comida para todos, y encima los guardias nos tra-
taban a golpes. Borrachos del diablo… Uno de esos malditos me
dejó cojo tras una paliza.
En fin, que no parecían estar transportando personas, más bien
malas bestias u objetos.
El día que alcanzamos tierra se veía a lo lejos una fortaleza,
una especie de castillo que parecía estar abandonado desde hacía
al menos dos siglos. Todos sabían más o menos lo que nos espe-
raba, sabíamos por qué estábamos ahí. Al llegar, la mitad había
muerto. Quizá más. Los vigilantes empezaron a tirar los cadáveres
por la borda, mientras los demás, débiles y exhaustos, nos limitá-
bamos a mirar impotentes cómo aquellos con quienes habíamos
compartido el poco pan existente sucumbieron al frío y al hambre.
La gente lo intentaba todo, aunque las posibilidades no fuesen
más que ínfimas. Yo les entendía, incluso les daba fuerza con la
mirada con la esperanza de que tomásemos aquella miseria de si-
tio, convirtiéndonos de presos en amos, de sirvientes en señores.
Soñaba con coger uno de esos fusiles que llevaban las nenazas de
Stalin y hacerles recordar a cada uno de ellos por qué merecían

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que les metiese el cañón hasta el estómago. Soñaba tanto que me
evadía de la cruda realidad, y de que eso no iba a ocurrir.
La faena era que cuanto más idealizaba una realidad utópica e
inalcanzable, más me gustaba. Dejé de vivir en ese mundo lleno
de dolor y sangre y explanadas de blanco hasta allá donde moría
el horizonte para crearme el mío propio. Anduve perdido durante
un tiempo. Creo que no podía aceptar que estuviera pasando
eso…
Hacía frío. Tenía hambre. Estaba cansado. ¿Por qué me había
pasado esto? ¿Realmente había sido un mal hombre y merecía es-
tar ahí? ¿Justicia divina? No… Dios no estaba conmigo.
Un día como otro, en el frío infierno, fuimos a las puertas de
la fortaleza, esperando, como siempre, nuestra harina, de la que
nos alimentábamos como cien hormigas de un trocito de hoja. No
salió nadie. No había comida. Yo fui el primero en asumirlo, pero
los demás se volvieron locos, empezaron a pelearse entre sí,
echándose las culpas unos a otros como si estuvieran convencidos
de ello. Aquel día… empezó todo.
Entre las mil disputas que ahí se armaron empezaron a engan-
charse, gastando las pocas energías que les quedaban en desaho-
gar su furia, su ira, su impotencia contenida, traspasándola a per-
sonas que estaban en su misma condición.
De pronto, mientras yo reflexionaba, como siempre, una de
esas almas perdidas empezó a gritarme. Se acercaba a mí y me
gritaba. Yo no le entendía, pero sentí toda esa furia animal que
con su mirada me traspasaba. Hice como que no le escuchaba,
nunca he sido un camorrista, siempre he pasado de asuntos así,
pero ese hombre que veía delante de mí había dejado de ser per-
sona hacía rato. Me gritaba, sonidos inentendibles propios de un
alce en época de apareamiento, y de pronto, mientras miraba có-
mo me gritaba iracundo y rabioso, comencé a sentir un asco exis-
tencial hacia él y hacia todos los que me estaban rodeando. Nunca
sabré qué me pasó en la cabeza.

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Tampoco sabré por qué me lancé hacia él y empecé a desga-
rrarle la cara hasta que se convirtió en un amasijo de carne san-
guinolenta sin sentido.
Todos los que en ese momento estaban discutiendo, peleándo-
se entre sí, se paralizaron. Cuando me levanté todas las miradas
estaban fijas en mí, preguntándose qué, pero a su vez entendiendo
la situación. Eché a correr hacia el gran bosque, no quería que hu-
biese gente. Quería estar solo. Reflexionar acerca de lo ocurrido.
Yo nunca hubiera sido capaz de matar a un hombre, y menos de
tal manera.
¿Qué estaba pasando?
Adentrándome en el bosque observé que había varios cadáve-
res de los nuestros. Era increíble lo bien que se conservaban a tal
temperatura. Si no fuera por la palidez, diría que acababan de caer
al suelo. Y los rostros… Rostros de nada. No me decían nada. So-
lo me hacían recordar el frío. Y que la grasa era un gran aislante.
Y que los cadáveres tenían grasa, piel… Podía hacerme una espe-
cie de chaqueta. Sí, sí, la hice. Aunque me costó desollarlos con la
rigidez que el frío había otorgado a sus tejidos. Y allí dormí esa
noche, con mi nueva adquisición.
Los tejidos grasos me sirvieron para enchufar un fuego, y para
cocinar la poca carne que pude sacar de los cuerpos desmembra-
dos. De repente lo entendí. Por qué no sentía remordimiento, sino
todo lo contrario. Yo era yo, y ellos eran ellos. Animales sin sen-
tido alguno, sucumbidos a la locura que este lugar te causaba más
tarde o más temprano. Se les oía gritar a lo lejos…, pobres dia-
blos.
Bueno, y esta es mi historia, la historia de cómo me convertí
en señor y autoridad de este insólito lugar. También de cómo le
cogí gusto a la carne humana y aprendí a sobrevivir cubriendo to-
das mis necesidades así. Ahora que yo era el señor y ellos los pre-
sos, presos de su existencia y de mi hambre. Presos de lo que ha-
bía pasado y de lo que pasaría. Presos de mi fémur-machete. Y
yo, al fin, era el rey.

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Viaje de vuelta
Irene Xue-Feng Lope Mateo (3ºA ESO)

Miró el reloj. Se prometió a sí misma que esa sería la última


pregunta que contestaría. Era ya tarde y había dedicado demasia-
do tiempo a aquella exposición. No contestaría ni saciaría más la
curiosidad de aquellos estudiantes incansables. Llevaba más de
diez horas exponiendo sobre “Tratados de economía en la Europa
medieval”. Se esforzó en contestar sin detalle y directamente dio
por terminada la sesión. Con la voz más aguda de lo normal soltó
un cortante “muy bien, esto es todo. Muchas gracias por vuestra
atención”. Estaba cansada y tenía ganas de llegar a casa. Sentir el
calor y el confort de su salón recién reformado y disfrutar de su
sofá nuevo, limpio, mullido, recién adquirido en aquella tienda de
muebles que a ella tanto le gustaba. Parece que los estudiantes
habían entendido la señal. Todos empezaron a removerse en sus
asientos recogiendo sus cosas. Algunos con más rapidez que
otros.
Eran las diez de la noche, una noche de invierno fría y húme-
da. Se había librado por poco de las previsiones de una nevada en
la zona en los próximos días. Sí, quería volver a casa. Se dirigió
con decisión a la puerta, casi sin mirar a nadie, para evitar que al-
guno se le acercara con una duda o comentario de última hora y le
retrasara la huida. Ni siquiera quería agradecimientos. Solo quería
irse a casa y descansar. Recorrió el pasillo mientras cargada con
sus pesadas carpetas rebuscaba en el bolso las llaves del coche.
Tenía un largo camino a casa. Una hora y media aproximadamen-
te. No quería perder ni un minuto. El camino hasta el parking se
le hizo largo. Si bien era un edificio nuevo y equipado con todos
los servicios propios de un centro de negocios, reuniones, congre-

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sos y un largo etcétera, a esas horas resultaba solitario y misterio-
so. El silencio era brutal, no se oía nada ni a nadie. Sus pasos se
marcaban en la moqueta. Pudo sentir en su espalda un pequeño
escalofrío. Paró un segundo. Silencio. Nada. Decidió reanudar el
paso. No le gustaba esa soledad. Pudo coger el ascensor que se
encontraba al final del pasillo. Los mecanismos del montacargas
se oían con absoluta nitidez. Llegó al sótano. Apenas se encontra-
ban ya coches aparcados. Lógicamente la mayoría del personal
estaba ausente. La soledad era enorme. No tenía miedo, pero la
escena sí le daba cierto respeto. Localizó su coche a lo lejos. Se
animó sola. “¿Qué puede pasar? Aquí no hay nadie”. Con un paso
rápido, como de carrerilla, metió la llave y, soltando bruscamente
las carpetas en el asiento del copiloto, se apresuró a cerrar la puer-
ta y, acto seguido, pulsó el botón de cierre automático.
Ya estaba a salvo. El coche resultó ser su protector en ese só-
tano solitario. Entonces emprendió la marcha y un contenido sus-
piro de alivio salió de sus labios. No le costó mucho salir de la
ciudad. A esas horas el tráfico era casi inexistente. Todo brillaba.
Las luces de las farolas y los semáforos se reflejaban en el suelo
bañado por la suave llovizna que había estado presente todo el
día. “Ojalá la fluidez del tráfico fuera siempre así”, se decía. Nun-
ca le había gustado la idea de depender tanto del coche para llevar
a cabo su trabajo, pero esto era lo que había. No era posible ni co-
ger el tren de cercanías ni el autobús por el horario. El interior del
vehículo estaba frío, por lo que decidió poner el climatizador y la
radio. ¿Por qué no? Buscaría alguna emisora en la que pusieran
música. Nada que le hiciera pensar ni preocuparse. Siempre le ha-
bía gustado el paisaje del camino. La carretera llena de curvas ro-
deada de altos árboles era intimidante y al mismo tiempo maravi-
llosa. Sintió la soledad en la más absoluta oscuridad. Todo a su al-
rededor estaba negro. Algo no iba bien. El acelerador no respon-
día. El coche, a pesar de pisar el pedal, no aumentaba la veloci-
dad. Algo estaba ocurriendo. Un sonido extraño que provenía del
motor auguraba lo peor. Se quedó quieta en el asiento. Notaba que

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el calor del interior estaba escapándose. Volvió a sentir un escalo-
frío que se deslizaba desde su nuca y se desplazaba poderosamen-
te hacia su espalda. Miró a los lados a través de las ventanas. To-
do era oscuridad, todo era abismo, como si tras esos cristales no
hubiera absolutamente nada.
Estuvo dudando por un momento qué hacer. ¿Salir? ¿Gritar?
¿Salir y correr? ¿Salir y gritar? ¿Salir, correr y gritar? No, había
otra salida. Se giró hacia el asiento derecho y lanzó sus manos
nerviosas al interior del bolso con el único propósito de encontrar
su móvil. Lo agarró y trató de encender la pantalla. Había cierto
temblor en sus manos. La ansiedad le impedía atinar con el uso
del aparato. Cuando después de varios segundos pudo hacer que
la pantalla se iluminase, un sudor frío surgió de todo su cuerpo
haciendo que se estremeciera. No había cobertura. Este era el
momento. Debía salir del coche. Mirar si a lo lejos se acercaba al-
gún coche o tratar de encontrar cobertura moviendo en el espacio
el móvil con el objetivo de conseguir algo de señal. De repente,
cuando su mano se encontraba sobre el dispositivo de apertura de
la puerta, notó un golpe seco. En el mismo asiento gritó y se re-
volvió echándose las manos a la cara. “¿¡¡¡¡Qué demonios había
sido eso!!!!!?”.
La lluvia caída se había acumulado en el cristal del parabrisas
y solo se apreciaba una sombra oscura deforme. Decidió salir del
vehículo para ver lo que era. Se detuvo en el lateral y pudo ver
con bastante alivio que el cuerpo deforme era una rama de gran-
des dimensiones. Se apresuró a retirarla. Mientras estaba llevando
a cabo la tarea observó unas luces lejanas que se acercaban a ve-
locidad. “Por fin un poco de suerte”. Quienquiera que la viera se
detendría y podría ayudarle. Se quedó parada, impasible, quieta
como si la realización de un sólo movimiento hubiese hecho que
aquellas luces desaparecieran. Era su oportunidad. La de ir a casa
y olvidar el mal rato que estaba pasando ahí sola, en medio de la
oscuridad más profunda. Sin embargo todas las esperanzas se fue-
ron cuando el coche, pasando de largo, hizo revolotear su pelo a

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pocos centímetros. Cuando ya estuvo alejado unos treinta metros
se detuvo en seco iluminando la carretera con las luces rojas de
freno. Como un resorte echó a correr moviendo los brazos y gri-
tando, llamando su atención, pero justo cuando se encontraba a
poco más de dos metros un acelerón brusco hizo que rodaran las
ruedas chirriando en la calzada y levantando el polvo del camino.
Y de la misma manera que apareció se fue. No se fijó en la matrí-
cula y apenas pudo reconocer el modelo.
De nuevo reparó en que estaba en medio de la oscuridad y lle-
vándose las manos a sus brazos sintió otra vez el frío. Pero esta
vez no solo era el aire gélido del invierno sino la sensación de que
no estaba sola en aquel lugar. Decidió volver al interior y res-
guardarse hasta que se le ocurriera algo para poder salir de ahí.
Había pasado una hora aproximadamente sentada en el asiento del
piloto. El sueño, el hambre y el frío empezaban a hacer mella en
su ánimo y en su cuerpo. Su única esperanza era que alguien –un
vecino, un compañero de trabajo– sospechara que le había pasado
algo por no poder comunicarse con ella y mandara a buscarla, pe-
ro a esas horas sabía que era difícil. No quería quedarse dormida
así que, para mantenerse en vela, decidió armarse de valor otra
vez y abrir el capó del coche para ver si había algo que pudiera
hacer, aunque sus conocimientos de mecánica eran nulos.
Abrió la puerta y cuando ya tenía medio cuerpo fuera oyó un
ruido de ramas que provenía de la otra parte del arcén, miró y sin-
tió una presencia oscura y grande que a su paso tumbaba los árbo-
les. Su instinto le hizo meterse de nuevo en el coche y cerrar la
puerta de golpe, sin miramiento. Esta vez no era la esperanza de
una ayuda, sino la certeza de algo que amenazaba su seguridad.
Los cristales del coche por dentro estaban empañados, pues el frío
fuera era mayor. Se revolvió girando de un lado a otro en el asien-
to intentando encontrar ese ser amenazante. Oyó un fuerte golpe
que vino de la parte del maletero. Trató de mirar por los espejos
retrovisores, pero se movía con rapidez. Nada. Luego siguieron
los golpes y zarandeos. No había duda, eso, lo que fuera, tenía

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mucha fuerza. Golpeó la ventanilla desquebrajando el cristal.
“¿Qué era aquello?”. Ahora a través del cristal delantero vio una
silueta gigantesca con lo que podía ser una cabeza y brazos unidos
a un torso descomunal. De repente el coche empezó a inclinarse
por la parte delantera haciendo que sus rodillas chocaran con el
salpicadero y que, irremediablemente, se deslizara hacia la parte
trasera del vehículo. No podía dejar de gritar horrorizada por la si-
tuación.
Cuando ya pensaba que el coche iba a rodar sobre sí mismo
notó el vacío cayendo de nuevo al suelo. La sacudida fue tan fuer-
te que su cara chocó contra el volante. Sintió que sangraba por la
nariz. De nuevo se hizo el silencio y la oscuridad. Temblaba como
una hoja. Sentía en todo su cuerpo el miedo. A través de los cris-
tales intentó mirar lo que había fuera y cuando giró la cabeza ha-
cia la ventanilla de su asiento pudo ver un rostro blanquecino de
ojos rojos como rubíes y una boca enorme con dos colmillos tan
blancos que hicieron por segundos sentir que se iluminaba el cris-
tal. Apoyaba sus manos huesudas en el bordillo de la ventanilla,
parecía llevar una especie de capa de tela negra. Nunca había vis-
to una criatura semejante.
Un grito agudo, ensordecedor, salió de su garganta y las lá-
grimas se mezclaron con la sangre que había salido de su nariz
instantes antes. Pensó que irremediablemente moriría en aquel lu-
gar, sola y muerta de frío. Aquel ser monstruoso volvió a desapa-
recer de su vista, pero su presencia se notaba porque se oía rozar
su cuerpo contra la chapa. Esperaba otra embestida, esta vez esta-
ría preparada. Así que en un movimiento ágil saltó hacia los
asientos traseros, pero sus cálculos fallaron. Esta vez el coche se
levantó por el lateral derecho haciendo que rodara hasta la parte
izquierda y de nuevo soltó con fuerza. Sintió un golpe seco en la
cabeza contra la puerta. Trató de incorporarse y a través del cristal
trasero pudo ver unas luces que se acercaban muy a lo lejos. Un
sueño profundo se apoderó de ella. Cayó inconsciente.

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Abrió los ojos. Todo era blanco a su alrededor y sorprenden-
temente luminoso. Un rostro apareció delante de ella.
—Buenos días, Amanda —porque ese era su nombre según la
documentación que encontraron los servicios de emergencia en su
coche—. ¿Cómo se encuentra? —Preguntó lo que parecía ser la
enfermera a juzgar por su uniforme.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Respondió dudosa.
—Ha estado dos días dormida debido a los calmantes por las
contusiones que sufrió. Parece que le atacó un oso. En estos últi-
mos tiempos salen a la carretera nacional para buscar alimento.
Ya han provocado incidentes en otras ocasiones, pero sin duda su
ataque ha sido el más fuerte. Suerte que estaba dentro de su co-
che. Podía haber sido algo peor...
Resuelta y mirando hacia todas partes como si se dejara algo,
la enfermera salió de la habitación. Por un instante quedó parali-
zada mirando la pared blanca que estaba frente a la cama. Sintió
que el corazón le latía con más fuerza. Y recordó.
Pasó por su mente aquel momento que sin duda le marcaría
para siempre y de alguna manera haría que cambiara su vida. Re-
pasó cada momento de lo que vivió esa noche y una lágrima res-
baló por su mejilla. Había sentido el miedo. Sobre todo recordó el
rostro que asomó por la ventanilla agarrado a su coche. Se tapó
despacio con la sábana para protegerse y pensó que aquello que
vio no fue un oso. Que ese rostro blanquecino de ojos rojos no era
el rostro de un ser de este mundo.
Pasaron los meses, las semanas, los días; y todo había cam-
biado. Por más que había hablado con los vecinos, familiares,
amigos, incluso testimonios que había dado a la policía local, na-
die le creía. Todos se miraban extrañados o bajaban la mirada in-
crédulos, probablemente pensando que era una pobre loca con una
historia increíble fruto de su imaginación. Había dejado su traba-
jo. Nunca volvió a pasar por aquel lugar. Asomada a la ventana
desde un séptimo piso, todas las noches miraba la negrura que ha-

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bía más allá de la ciudad, allí donde terminaban las luces de la fa-
rolas que iluminaban las calles. Sentía de nuevo el frío y el miedo
repitiéndose a sí misma: “No fue un oso”.

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La tormenta
Pablo Esturillo Lorente (1º Bachillerato)

Esto fue lo que ocurrió. La noche del 11 de abril en que por


fin se abatió sobre Yecla la peor tempestad que recuerda la histo-
ria de la Región de Murcia, toda la zona noroeste fue azotada por
la tormenta de mayor violencia que haya visto en toda mi vida.
Vivíamos en Calle del Salzillo, y vimos, poco antes del ano-
checer, la llegada de la primera tormenta, que avanzaba hacia no-
sotros fustigando las cosechas del campo.
Ese día merendamos a las cinco y media, en el porche que da
al patio trasero, a base de chocolate y bollería. A nadie parecía
apetecerle beber otra cosa que no fuese Coca-Cola, que guardá-
bamos en el frigorífico.
Terminada la cena, Jorge se metió en casa a jugar a la consola
en su habitación. María y yo nos quedamos un rato más en el pa-
tio, fumando, sin contarnos nada del otro mundo, con la mirada
puesta en el campo. Unas cuantas motos zumbaban por el camino
de delante de casa. Hacia el oeste las nubes de tormenta iban for-
mando torreones según se agrupaban. Los rayos relampagueaban
en su interior. En la casa de al lado vimos a los vecinos saliendo
con el coche, supongo que para huir de la tormenta que se aveci-
naba. María soltó un suspiro y se abanicó el pecho con la mano.
No sé si refrescaría mucho, pero, desde luego, no parecía calmar-
la.
—No quiero asustarte, pero creo que se avecina una tormenta
de cuidado
Me miró con expresión de angustia.

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—Anoche tuvimos nubes como esas, Pablo, y también ante-
anoche, y terminaron por disiparse.
—Hoy no pasará lo mismo.
—¿Tú crees?
—Si la cosa se pone fea de verdad, iremos al sótano.
—¿Tan mal lo ves?
—La verdad, no lo sé —respondí con sinceridad—, no ha ha-
bido tormentas de esta magnitud en Murcia, al menos que yo se-
pa. Pero el viento atraviesa, a veces, el patio como un tren bala.
Algo más tarde salió Jorge, quejándose de que la consola no
funcionaba porque se había ido la luz. Le revolví el pelo y le di
otra Coca-Cola. De algo tienen que vivir los dentistas…
Conforme se acercaban, las nubes iban tapando el azul del cie-
lo. No había duda de que la tormenta era inminente. Jorge se sen-
tó entre su madre y yo y se quedó mirando el cielo, fascinado. El
estallido de un trueno atravesó el vecindario retumbando lenta-
mente. El nublado se retorcía. Poco a poco se fue extendiendo
sobre toda Yecla, y vi descender de él un fino velo de lluvia, to-
davía lejos.
El aire se puso en movimiento con sacudidas que levantaban
el toldo. La temperatura bajó rápidamente, refrescando el sudor de
nuestros cuerpos y luego helándolo.
Jorge se levantó del sitio.
—¡Mira, papá! —Exclamó con sorpresa.
—Entremos —dije, y le rodeé los hombros con mi brazo.
—Pero ¿lo has visto, papá? Es enorme.
—Tienes razón. Entremos en casa.
Tras dirigirme una mirada de sobresalto, María ordenó:
—Venga, Jorge. Haz lo que dice tu padre. Corre. No pierdas
tiempo.
Entramos por la puerta de cristal que da a la cocina. Cerré a
nuestras espaldas y me giré para echar otra ojeada. La lluvia había
inundado dos tercios de las cosechas.

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Estaba situada casi encima de nosotros cuando cayó un rayo,
tan brillante que durante treinta segundos todo el paisaje se quedó
grabado en negativo en mis retinas. Al volverme, vi a mi mujer e
hijo asomados a la ventana que nos da visión del patio.
Por un momento me imaginé el momento en que estallara con
un seco golpe y acribillara con flechas de vidrio a mi familia.
Rápidamente les aparté de un empujón.
—¿¡Qué hacéis ahí!? ¡Quitaos de la ventana!
María me observó asustada. Jorge se limitó a abrazarla fuerte.
Los conduje al salón.
Y entonces llegó un viento aún más fuerte. Era un silbido rui-
doso, que entraba hasta lo más profundo de tu oído.
—Bajemos al sótano —le pedí a María cogiéndola del hom-
bro. Encima justo de casa estalló un trueno. Jorge se agarró a mi
pierna.
—¡Ve tú también! —Dijimos María y yo al unísono.
Tuve que desprender a Jorge de mi pierna.
—Ve con tu madre. Tengo que ir a por linternas y velas para
no estar a oscuras.
Se secó las lágrimas y fue con su madre.
Revolví los cajones del mueble del salón, apartando facturas,
cartas del día de la madre y del padre de Jorge y las fotos que nos
hicimos María y yo que siempre se le olvidaba poner en el álbum.
Encontré cuatro velas largas y tres pequeñas junto con la lin-
terna que compramos ese mismo año. Oí en el sótano cómo Jorge
se echaba a llorar y un sonido que provenía de fuera de casa. No
le di demasiada importancia y bajé corriendo al sótano cerrando la
puerta.
Jorge corrió a mi encuentro diciéndome que no me fuese más:
le agarré la cabeza y acaricié su pelo para que se tranquilizase. Al
cabo de diez minutos escuchamos cómo alguien llamaba a la
puerta del sótano. María me agarró del brazo y me pidió que no

25
abriese mientras sentaba a Jorge e su lado. Los golpes a la puerta
fueron acompañados de unas palabras de esa persona misteriosa.
—Abrid, malditos, sé que aquí hay alguien —a medida que
aporreaba la puerta, con más agresividad hablaba.
—Si no abrís os mataré. Juro por Dios que lo haré.
Por fin cesó su insistencia y dejamos de escucharle. Encendi-
mos primero las velas pequeñas que encontré para ahorrar pilas de
la linterna. Nos miramos las caras a la oscilante luz de las velas y
escuchamos los rugidos y los embates de la tormenta contra nues-
tra casa. Al cabo de unos veinte minutos oímos el desgarrado cru-
jido de uno de los árboles cercanos a casa, que cedió ante la fuer-
za de la tormenta. Luego hubo una tregua.
—¿Ha pasado ya? —Me preguntó María.
—Puede ser. Pero solo por un rato.
Subimos, cada uno con una vela, como si fuese una procesión.
Jorge sostenía la suya orgullosamente. Mirar la llama de la vela le
hacía olvidar su miedo. Estaba muy oscuro para ver qué daños
había recibido la casa. Aunque ya hacía rato que Jorge debía estar
en la cama, ni su madre ni yo hablamos de acostarle. Nos queda-
mos en el salón, escuchando el viento y mirando los rayos en la
lejanía.
Aproximadamente media hora más tarde, vimos cómo se for-
maba de nuevo la tormenta y nos dirigimos al sótano otra vez. En
uno de los destellos que producían los rayos vi la puerta de cristal
de la ventana atravesada por un tronco en una de cuyas ramas ha-
bía algo de color rojo. Con las prisas supuse que sería sabia del
mismo y olvidé el tema.
La segunda tormenta no fue tan violenta, pero oímos cómo la
casa se rajaba.
—Aguanta, campeón —lo tranquilicé.
Me dirigió una sonrisa nerviosa.

26
Poco después Jorge escuchó entre las cajas del sótano un ge-
mido y fue a investigar. Me levanté de un salto al escuchar un de-
sesperado grito de Jorge.
Dirigí mi vista hacia el sonido y vi a un hombre agarrando a
Jorge del cuello con su brazo, con un trozo de cristal apuntándole
a la cara.
—¡Siéntate o se lo clavo ahora mismo! —Gritó en ese instan-
te.
Nada más escuchar eso me senté y tanto María como yo reco-
nocimos su voz. Era el hombre que aporreaba la puerta.
—Al final os atrevisteis a dejarme ahí fuera —dijo entre ja-
deos—. Por vuestra culpa voy a morir, pero no sin antes hacéroslo
pagar.
María, muy angustiada, me agarró con desesperación del bra-
zo.
—Suéltalo, él no ha hecho nada.
—No, no, no. Todos sois culpables por no dejarme entrar y
ahora es el momento de que paguéis.
Jorge se intentó separar del hombre y él le agarro más fuerte,
no sin dejar al descubierto una herida que tenía en su abdomen.
—¡Tú! Coge esos alicates y arráncate la uña del pulgar —me
exigió.
Cogí los alicates y le miré nuevamente.
—Hazlo ya —dijo mientras clavaba ligeramente el cristal en
la mejilla de Jorge.
Los agarré con fuerza y me dispuse a hacerlo. Miré a Jorge a
la cara y le dije:
—Tranquilo, campeón.
Me cogí la uña con ellos y tiré con toda mi fuerza. Al sentir
ese dolor se me saltaron hasta las lágrimas, aunque lo hice dema-
siado flojo por el miedo que sentía. Pero debía hacerlo por mi hi-
jo. Con un seseo arranqué lo que quedaba de uña y me sumergí en
un dolor profundo.

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María fue incapaz de aguantar la mirada.
—Recomponte, que esto no ha terminado. Ahora tú, mujer,
vas a coger esa vela y vas a tirarle toda la cera a la uña —dijo
mientras reía.
Las manos de María temblaban. Con mi otra mano se las cogí
y le dije:
—Es por Jorge.
Le dirigí una mirada mientras María se preparaba y vi a Jorge
mirar el fuego de la vela con unos ojos decididos, el miedo había
desaparecido.
Raudo, saltó de golpe sin que ese hombre se lo esperase. Nada
más ver eso corrí hacia él al tiempo que Jorge iba hacia los brazos
de su madre.
Se intentó poner de pie, pero la herida de su estómago se lo
impedía. Me abalancé sobre él y estiró su brazo para intentar cla-
varme el cristal, yo puse mi mano entre medias y me atravesó la
palma de la mano, rompiendo el cristal.
Con mi otra mano formé un puño y se lo arrojé con las fuerzas
que tenía en el mentón, dejándolo inconsciente.
Durante este acontecimiento no nos dimos cuenta de que la
tormenta paró y minutos después vinieron vecinos a ver cómo nos
encontrábamos.
Las caras de asombro de la policía y de los de la ambulancia
que vinieron luego fueron lo de menos cuando vimos cómo se
llevaban al hombre que intentó acabar con mi familia.
Dos días después el oficial nos contó que era un traficante fa-
moso de la zona y que murió a causa de la herida de su abdomen.
María me dijo que quizá nada habría pasado si no me hubiese
detenido cuando fui a abrir la puerta.
—Puede que sí, puede que no. La cuestión es que ya estamos
bien y todo ha pasado. Jorge no parecía afectado pero sabíamos
que esto le marcaria de por vida.

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Invasión apocalíptica
Abraham García Ibáñez (4ºB ESO)

6 DE MARZO DE 2198

El Explorer98 llevaba ya 128 días fuera del sistema solar.


Desde la sede de la NASA en Houston, Texas, todos los operarios
estaban expectantes a la vez que nerviosos. Hasta ese momento, la
expedición iba según lo previsto pero estaban a punto de hacer
una maniobra arriesgada. Iban a pasar cerca del planeta v391 Pe-
gasi b, un planeta “similar” a la Tierra. Y no exactamente por su
apariencia física, sino por su historia. Está previsto que La Tierra
arda en cenizas en unos 5000 millones de años debido a la fase de
estrella gigante roja por la que pasará el Sol; y es que Pegasi b ya
ha pasado por esa etapa. Es por eso por lo que querían observar el
planeta de cerca y ver cuáles habían sido las consecuencias.
La nave estaba tripulada por el astronauta e ingeniero Jerry
Smith, la ingeniera Alice Porter y el doctor Nikolai Vasiliêv. Era
una expedición que llevaba muchos años intentando hacerse, y las
dos potencias más interesadas en realizarla eran la estadounidense
y la rusa. Para llevarla a cabo se necesitaban las tecnologías más
novedosas y eficientes. Apenas 20 años antes se había inventado
la supervelocidad, que funcionaba con un gas de un elemento
químico artificial, por lo que era muy inestable y peligroso, pero a
la vez necesario para viajar a distancias tan alejadas; y es que el
Pegasi b está a 4500 años luz de la tierra […].
Habían recibido la orden de acercarse a aquel exoplaneta
cuando la nave recibió una fuerte sacudida, pero su rumbo no se
modificó. Sin embrago no pasó ni un minuto cuando la nave se

29
tambaleó otra vez y comenzó a caer. La fuerza de la gravedad del
planeta era demasiado fuerte y la nave no podía retomar el vuelo.
Caían en picado. Los tripulantes mandaban mensajes de auxilio a
los centros espaciales pero sabían que eran en vano. La distancia
con la Tierra era tan grande que la señal podía tardar hasta tres
horas en llegar. La gran nave caía sin cesar ante un gran desierto
rojo devastado por el fuego ardiente de su estrella. Estaban a unos
tres kilómetros del suelo cuando el astronauta ruso se desmayó y
la ingeniera Porter no paraba de vomitar; sólo quedaba Smith, que
intentaba de todas las formas posibles elevar la nave, pero era inú-
til, no respondía. 2 km, 1 km, 500 m, 100 m, 0.
La nave había quedado intacta, de alguna forma se había
amortiguado el golpe. Los tripulantes estaban ilesos, aunque Ni-
kolai seguía inconsciente. El comandante Smith quiso salir al ex-
terior para ver cuáles habían sido los daños de la nave. Se puso el
traje espacial y salió a inspeccionarla.
Pero nada más salir, aparecieron del suelo una serie de anima-
les extraños con cabeza ovalada y dos patas, dos filas de dientes y
color negro que atraparon al astronauta y se metieron en la nave.
Despegaron y salieron de aquella gran bola roja.

25 DE ENERO DE 2203

La nave había pasado el cinturón de asteroides. La base esta-


dounidense de Marte estaba alerta por un posible ataque de los ex-
traterrestres. Tenían toda clase de armamento preparado para dis-
parar tras la orden, pero el plan A era capturar a los alienígenas
para examinarlos.
La señal con la nave la habían perdido desde el momento del
impacto en el planeta Pegasi. No sabían qué había estado pasando
en el interior del transportador. Pensaban que los monstruos sa-
bían ir a la Tierra porque había un gran mapa del Sistema Solar en
la nave.

30
En el interior del vehículo espacial se encontraban los aliení-
genas. Pero no dos o tres, sino cincuenta. No se reproducían como
los seres humanos, se reproducían mediante mitosis, y no eran
más porque no cabían en la nave. Tenían una gran cabeza translu-
cida que dejaba apreciar la forma del cerebro y muchas conexio-
nes sensoriales.
La nave llegó al planeta rojo tan conocido por las personas,
Marte, donde vivía aproximadamente el 30% de la población de
seres humanos. La Tierra se había quedado sin recursos para abas-
tecer a todos y tuvieron que ideárselas para mudarse a otro plane-
ta. Los alienígenas bajaron y no vieron a nadie alrededor. Habían
amartizado en un pequeño cráter en la cara opuesta a aquella en la
que se encontraban las personas.
Salieron los 50 invasores e iniciaron su búsqueda de carne
fresca. Pero a medida que avanzaban, se iban multiplicando en
número. Su fase reproductora no tardaba más de 20 minutos y
cuando llegaron a la civilización, ¡ya eran 1000!
Las fuerzas estadounidenses abrieron fuego, sin ningún resul-
tado destacable. Consiguieron vencer a algunos centenares pero
eran demasiados y se abalanzaron sobre ellos. La mayoría de los
soldados fueron degollados por las grandes zarpas. Los Pegasia-
nos cogieron las armas y se subieron a todos los cohetes que había
en la gran base. Despegaron y pusieron rumbo a la Tierra con la
intención de terminar con la raza humana como ya habían hecho
en Marte.

22 DE JULIO DE 2203

La gran flota de naves se acercaba a la Tierra. Los alienígenas


ya eran 100.000, y además, los heridos se habían recuperado por-
que podían regenerar las partes del cuerpo siempre y cuando con-
servaran el cerebro.

31
El mundo estaba llegando a su fin. Cuando las naves aterriza-
ron, los defensores abrieron fuego pero no tenían nada que hacer.
Los invasores usaron el armamento que habían recogido y poco a
poco fueron terminando con la vida de las personas.
Finalmente, a los 51 días terminaron con la vida de la Tierra.
Se montaron en las naves y dejaron atrás aquel planeta azul. Esa
especie superior intelectualmente había arrasado todo a su paso y
ahora seguía su camino por el Universo.
Pero antes de morir, alrededor de veinte humanos consiguie-
ron escapar sin ser vistos por el enemigo y pusieron rumbo a un
nuevo sistema planetario, que repoblarían y empezarían de nuevo.
Eso si conseguían no ser vistos…

32
Tenebris
María Lapaz Toledo (3ºA ESO)

Y aquí estoy yo sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccio-
nar ante esta situación. Siento que mis piernas tiemblan cual hura-
cán arrasando una gran ciudad, como si mi vida estuviese en una
balanza. Hasta que finalmente me desvanezco.
Henrik fue mi primer amigo cuando llegué al colegio. Nos
acabábamos de mudar a Holanda porque a mi padre lo habían
trasladado allí. Aquella mañana de otoño, mi madre me había he-
cho aquellas coletas tan monas que a mí me gustaban tanto, tenía
que causar buena impresión.
El señor Dower me acompañó a clase. Todos se quedaron mi-
rándome, a pesar de que a mí no me gustaba ser nunca el centro
de atención. Las niñas comenzaron a reírse y murmurar sobre mí.
En ese momento, creía que aquella clase de primero de primaria
era la más cruel del mundo. Sin embargo, en la hora del recreo,
Henrik fue el primero que se me acercó y que se convertiría en mi
amigo incondicional el resto de mi vida, o por lo menos hasta que
sus padres tuvieron el horrible accidente.
Los días pasaban y yo me sentía totalmente integrada en aque-
lla comunidad junto a Henrik y los hermanos Adele y Tom, que
vivían dos calles más abajo. Los cuatro éramos invencibles.
Los años pasaban felizmente para nosotros. Y por fin ¡acabá-
bamos la ESO! Se acercaba el verano y pronto nos graduaríamos.
Aunque no nos importaba demasiado porque seguiríamos todos
juntos en el mismo instituto. Pero la vida en ocasiones puede ser
muy traicionera.

33
Al llegar a casa, mi madre me estaba esperando en la puerta.
Su cara, empañada de lágrimas, no hacía presagiar nada bueno.
Me cogió dulcemente por el hombro y me llevó al salón, pues te-
nía que darme una noticia que cambiaría por completo el rumbo
de mi vida.
—Siéntate, cariño, tengo que decirte algo muy importante.
Apenas tenía un hilo de voz. Yo no sabía qué era aquello tan
terrible que tenía que decirme, hasta que, armándose del valor que
solo las madres poseen, me desveló la cruel noticia.
—Esta mañana, cuando Johan y Mary salieron del trabajo, tu-
vieron un brutal accidente de coche. No pudieron reaccionar y…
Y han fallecido.
En ese momento me quedé helada y lo primero que me vino a
la mente fue mi amigo Henrik. ¿Lo sabría ya? ¿Cómo estaría?
Por un momento me quedé inmóvil, petrificada, no podía creer
que los maravillosos padres de Henrik hubiesen muerto. Creí que
lo mejor que podía hacer era ir a visitar a mi amigo.
Me abrió la puerta su prima Elisabeth. Su cara reflejaba el do-
lor que sentía aquella familia tras el espantoso suceso. Henrik es-
taba en el salón, rodeado de parientes: tíos, primos, abuelos… Di-
rigió la vista hacia mí. ¡Dios mío, cuánto dolor reflejaban sus
ojos! Su rostro era blanco, cual copos de nieve cayendo en un sue-
lo no muy húmedo. Rápidamente se acercó a mí, yo no me podía
mover, jamás lo había visto acercarse con tanta ira:
—¿Qué haces aquí? Lárgate a tu casa con tu encantadora fa-
milia, aquí no pintas nada.
No me lo podía creer, sabía que tendría que estar pasando
unos momentos muy duros, pero pensaba que mi amistad podría
ayudarle a pasar ese doloroso trance.
Salí corriendo y no paré hasta llegar a mi cuarto. Me tumbé en
la cama llorando como nunca lo había hecho. Aquella situación
me superaba, pero, sobre todo, la cólera con la que se dirigió ha-
cia mí.

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Al día siguiente, en el funeral, no me separé de mis padres.
Henrik siempre estaba rodeado de personas. No le vi derramar ni
una sola lágrima. Solo veía sus ojos llenos de rabia cuando nues-
tras miradas se cruzaban.
Pasaron tres meses y llegaba nuestra graduación. Durante ese
tiempo, Henrik jamás se acercó a mí, si veía a Adele y Tom ha-
blando conmigo pasaba de largo, y si era él quien estaba con ellos
y me acercaba yo, se iba. Esta situación era insostenible.
Mis amigos me contaron que Henrik era otra persona desde el
accidente de sus padres. Se había hecho amigo de un grupo de
chicos de bachiller un tanto peculiares, se decía que adoraban to-
do lo relacionado con el diablo.
Por fin llegó el gran día, aunque yo no estaba tan emocionada
como había imaginado. Mis padres, llenos de orgullo, me acom-
pañaron al evento. Allí estaban también los padres de Adele y
Tom, aunque cada uno en una punta distinta de la sala, ya que es-
taban separados y su relación era todavía peor que cuando estaban
casados. Y llegó Henrik acompañado por sus abuelos. Estos vi-
vían en México, pero se habían quedado con su nieto hasta que
terminase el curso y en verano este se trasladaría a vivir con ellos.
Tras la ceremonia de graduación, mis compañeros salieron a
celebrarlo, pero yo decidí no ir, pues me sentía muy mal por la
indiferencia de mi amigo de toda la vida y sabiendo que en pocas
semanas se marcharía para siempre.
A la semana siguiente ocurrió algo sorprendente. Henrik me
llamó por teléfono. Quería que nos reuniéramos todos en su casa
para poder despedirse y disculparse por su manera de actuar en
los últimos meses. No me lo podía creer, en un par de días volve-
ríamos a reunirnos todos, los invencibles.
Las horas se convertían en minutos, los minutos en segundos,
y los segundos en mi modo de morirme de aburrimiento lenta-
mente. Estaba deseando que llegara el gran día, con mucha más
ilusión que el día de mi graduación.

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Por fin llegó. Puntual como un reloj, creo que incluso me ade-
lanté unos minutos, me planté frente a la puerta de Henrik. Este la
abrió y me sonrió como siempre lo había hecho, en ese momento
me sentí pletórica. Mientras él cerraba la puerta yo le pregunté si
había llegado el resto del grupo.
—Sí, también se han adelantado un poco, están en el sótano,
haremos la fiesta allí para no molestar a mis abuelos —dijo mi
amigo.
A mí aquella decisión me pareció muy adecuada y me enca-
miné hacia el lugar. Me sabía muy bien el camino, ya que había-
mos pasado muchas horas de pequeños jugando allí.
Bajé las escaleras, Henrik bajaba detrás de mí. Al llegar al úl-
timo peldaño le pregunté dónde estaban los demás. Tras mi pre-
gunta solo recuerdo un terrible dolor en mi cabeza.
Y aquí estoy yo sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccio-
nar ante esta situación. Siento que mis piernas tiemblan cual hura-
cán arrasando una gran ciudad, como si mi vida estuviese en una
balanza. Hasta que finalmente me desvanezco.
Cuando me desperté estaba sentada en una silla con manos y
pies atados.
Abrí los ojos y Henrik no estaba. No podía creer lo que estaba
viendo. En una de las paredes había algo escrito con sangre:
“Tom ha muerto aquí”. Miré hacia otra pared y había otra inscrip-
ción: “Adele ha muerto aquí”. Todavía aturdida por el golpe que
Henrik me había dado intentaba entender qué estaba sucediendo,
cuando, al sacudir mi cabeza un par de veces y recobrar por com-
pleto el sentido, pude ver los cadáveres de mis amigos.
—¿Qué ocurre aquí? —Comencé a gritar con angustia.
De pronto, oí unos pasos, era Henrik que se acercaba a mí. Su
mirada había cambiado, su ropa estaba cubierta de la sangre de
nuestros amigos. Yo estaba completamente desconcertada, no en-
tendía nada, por un momento creí que estaba dormida y tenía una
terrible pesadilla.

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—¡Hombre, mirad quién se ha despertado!
Su voz era siniestra, su mirada… diabólica.
—Henrik, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué les ha pasado a Adele y
Tom? Dios mío, Henrik, ¿qué te pasa?
Yo no entendía nada, de pronto comencé a chillar y a llorar
desesperada. Había matado a nuestros amigos y yo sería la si-
guiente.
Me tapó la boca con un pañuelo y se sentó frente a mí.
—No puedo soportar que seáis tan felices. Tú y tus maravillo-
sos padres, Adele y Tom con los suyos, no tan perfectos… pero
los tienen, y yo… me tengo que marchar de la ciudad con mis
abuelos —decía Henrik enfurecido—, esta vida no es justa. No
puedo soportarlo. Acabaré contigo y luego con mi miserable vida.
Acto seguido me clavó un cuchillo. En la primera puñalada, en
el brazo, solo podía ver en sus ojos una mirada penetrante e inti-
midante, la segunda fue al corazón y después de esa ya no recuer-
do más.
Después de un largo sueño, mis ojos comienzan a despertar
pero no puedo evitar abrirlos lentamente, ya que hay una resplan-
deciente y blanca luz que me impide hacerlo con total normalidad,
por un segundo pienso que estoy en un quirófano, con lo cual mi
débil corazón late a mil por hora. Cuando veo que no estoy en un
quirófano ni en un hospital, mi corazón empieza a calmarse poco
a poco. Pero la luz desaparece y de repente me encuentro en la
oscuridad. Mi cuerpo está intacto, no siento nada. Todo son som-
bras, mi mundo ha desaparecido y ese lugar es frío y sombrío.
¡Me siento tan sola!
—¿Y mis padres? Necesito a mis padres. Este sitio es muy
frío, necesito el calor de mis padres.
Estoy sola en la más fría oscuridad ¿qué puedo hacer? Sin más
dilación creo que lo mejor es ir a buscarlos.
Sin saber muy bien cómo, aparezco en casa, no he caminado
por la calle, ni he cogido el autobús, ¿dónde estoy? Es una sensa-

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ción que nunca antes había experimentado. Quería estar en casa y
mi alma simplemente se encuentra allí. Mis padres ven una pelí-
cula en el salón. Entro en la cocina y cojo un cuchillo de un mara-
villoso juego que mis padres habían comprado y me acerco hacia
donde ellos están.
—¡Jamás volveré a estar sola!

38
Muddle
Daniela Bayona Jiménez (3ºC ESO)

El relato comienza un 31 de octubre por la noche; cuando em-


pieza a brotar una planta en la mansión de Neferet (cuyo signifi-
cado procede del egipcio y significa “bella mujer”), la más fea,
cruel, temida y poderosa bruja de todo Chesterfield. Ese mismo
día nació Robert, un niño curioso y muy miedica.
Pasaron los años y la planta creció de una forma muy extraña:
tenía una especie de cabeza y... un cuerpo; aunque no tenía ni
piernas ni pies pero parecía que le iban a crecer. Robert también
creció, pues habían pasado 12 años. Él, como todos los días a las
ocho y cuarto de la mañana, se iba al colegio, pero, cuando vol-
vía, sentía una extraña sensación. Cada día que pasaba, las calles
estaban más vacías; y él escuchaba gritos, como de gente pidiendo
socorro; además, escuchaba una vocecilla que le decía:
—¡Ayúdales!
Le preguntó a su amigo Simmon:
—¿Oyes eso? —Y Simmon le dijo que no. También sentía
como si alguien le persiguiera; cada vez que se giraba veía una
sombra y le entraban escalofríos. Simmon le preguntaba:
—¿Estás bien?
—¡Sí, sí, no es nada! —Pero en realidad, estaba muerto de
miedo.
Un día, mientras estaba jugando al frisbee en el parque, se
desmayó; perdió el control de su cuerpo y se cayó. Lo llevaron al
hospital. Allí estuvo en coma como unas dos o tres horas y de re-
pente se despertó.
—Todo perfecto —le dijo una enfermera. Simmon le dijo:

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—¡Menudo susto nos has pegado! ¡Fue como si te hubieran
electrocutado!
Sus amigos sabían que era muy miedica y siempre se burlaban
de él. Días antes de Halloween le dijeron:
—¿A que no te atreves a ir a la mansión de Neferet? —Y Ro-
bert, como se estaban burlando, se quiso hacer el valiente y acep-
tó.
Llegó la noche del 31 y él y sus amigos se fueron a pedir ca-
ramelos y después irían a la mansión de Neferet.
Llamaron a la primera casa y nadie abrió la puerta. Llamaron a
la segunda casa y tampoco contestó nadie. Hasta que... al llamar a
la tercera casa, la puerta se abrió sola y a pesar del miedo que les
dio entraron. La casa estaba a oscuras y se escuchaba a alguien
trajinando en la sala de estar. Nadie se atrevía a mirar allí, así que,
los demás empujaron a Robert. Cuando se asomó, vio a un hom-
bre encapuchado y se asustó. Robert se quiso ir sin hacer ruido,
pero al girarse, presintió que el hombre le estaba mirando. Para
comprobarlo se quiso girar otra vez y vio cómo le miraba una ca-
pucha andante; porque no se le veía ni el cuerpo ni la cabeza, solo
se veía que tenía piernas y pies. Robert estaba temblando tanto
que parecía gelatina, no le dio tiempo ni a gritar porque, de repen-
te, el encapuchado salió corriendo a la velocidad de la luz. Todos
estaban asustados y asombrados ante lo que acababa de pasar. Por
eso se fueron rápidamente a sus casas y se olvidaron de ir a la
mansión de Neferet.
Nadie podía dormir pero Robert sí se durmió, aunque un poco
asustado. Entró en un sueño profundo, en el que soñaba con una
planta, si bien no le dio tiempo a más, porque poco a poco se iba
despertando al oír otra vez esa voz que decía:
—¡Ayúdales! ¡Están en peligro! —Pero esta vez además di-
jo:— Soy yo. El de la casa.
Cuando se despertó, tenía delante la cara de un ser raro, una
planta con cabeza y cara y... Se pegó tal susto que el corazón le

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iba a mil. Se levantó de la cama rápidamente y se aprisionó contra
la pared. Él no podía creer lo que estaba viendo, una planta con
aspecto humano y ¡la planta le estaba hablando!, pero... además,
sin mover la boca. Le estaba hablando como con la mente. Robert
hiperventilaba e iba a chillar pero la planta se dio cuenta, le tapó
la boca y lo tranquilizó diciéndole:
—Cálmate; ya sé que soy una planta con aspecto humano pero
soy inofensiva. No te haré daño, solo quiero que me ayudes a
ayudarles.
Robert le hizo muchas preguntas:
—¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué clase de planta eres?
¿Por qué leo tu mente? ¿Cómo sabías que podía hacerlo?
Él le respondió:
—Soy una enredadera y no tengo nombre. Vengo de la man-
sión de Neferet, ahí es donde nací, en ese jardín tenebroso sin
ninguna planta. Soy una planta mágica y nacimos el mismo día,
¿no?
—¿Sí? —Respondió Robert.
—Por eso puedes entenderme —dijo la planta.
—Conque eras tú; y dices que no tienes nombre... ¡Te llamaré
Muddle!
—De acuerdo —respondió la planta.
—¿Y qué era eso que decías de ayudarles?
—Ven y te lo enseñaré —dijo Muddle (que significa lío o
desorden) susurrando.
Robert llamó y reunió a todos sus amigos y se los presentó,
diciendo:
—Chicos, este es Muddle —mientras, Muddle se quitaba la
capucha. Y, al igual que Robert, todos se asustaron. Robert les
explicó que venía de la mansión de Neferet, que era inofensiva y
solo venía a ayudar; que a él también le resultaba difícil de creer.
Simmon dijo:
—¿A ayudar a qué?

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Robert le dijo al oído:
—Verás, ¿recuerdas que hace tiempo, mientras subíamos a ca-
sa, te pregunté si escuchabas eso y tú me preguntaste si me pasaba
algo?
—Sí.
—Pues resulta que escuché gritos y sentía que alguien me per-
seguía; y el de la casa era él. Así que creo que tengo pistas, como
esas, para saber qué pasa o qué me pasaba.
Pusieron rumbo a la mansión de Neferet. Tuvieron que pasar
un bosque oscuro. Se escuchaban cuervos, había niebla y los ár-
boles hacían un camino: también parecían tener cara y seguirlos
con la mirada; la luna iluminando el camino con su luz... Todas
esas cosas lo hacían aún más terrorífico. Pasó una hora hasta que
llegaron. Todos iban juntos y pegados los unos con los otros del
miedo que tenían. Muddle se escondió y ellos llamaron a la puer-
ta, pero antes de llamar se escuchó una risa malvada de bruja.
Simmon dijo:
—¿Estás seguro de esto? —Y Robert respondió:
—¡No me hagas cambiar de opinión! —chillando de lo ner-
vioso y aterrorizado que estaba.
Al llamar, les abrió la puerta una mujer vieja, arrugada, bizca
y con artrosis, tanto que parecía tener pelotas de ping-pong en las
manos. Todos echaron a correr hasta no poder más; corrieron has-
ta salir del bosque. A todos les faltaba el aliento. Se pusieron a
hacer recuento y ¡Simmon no estaba! Robert no se lo pensó y
volvió corriendo al bosque a rescatarlo. Él no lo sabía pero le es-
taba haciendo frente a sus miedos. Muddle también fue y entre los
dos sacaron a Simmon, que estaba siendo absorbido por el cieno.
Tuvieron que ingeniárselas para sacarlo. Utilizaron como palanca
un árbol caído hacia el pantano donde estaba Simmon: él se subió
en un extremo y Robert y Muddle en el otro.
Al día siguiente sus amigos no paraban de presumir de que
habían ido a la mansión de Neferet, cuando ni siquiera entraron.

42
Robert no hacía más que preguntarse qué era lo que pasaba y si
tenía algo que ver con Neferet. Por ello fue al cobertizo y buscó
libros sobre brujas, hechizos... (porque a su madre le gustaba mu-
cho leer y siempre había querido predecir el futuro). Mientras,
Muddle apareció de repente:
—¿Qué haces, Muddle?
Robert dio un respingo.
—¡Qué susto! ¡Si no quieres que me muera, no hagas más
eso! Estoy informándome.
—¡Te ayudaré! —Dijo Muddle—. ¡Aquí hay uno que te puede
interesar! —Encontró uno que decía “luna llena”. Y decía que era
cuando las brujas solían hacer sus conjuros... Robert no dudó en
buscar en el calendario cuándo era el siguiente día de luna llena;
miércoles 1. “¡Esta noche!”, se dijo en su mente.
Robert se preparó su mochila, metió un bolígrafo y una libre-
ta, una botella de agua, unas linternas, una cuerda por si pasaba
algo, etc. Llamó a Simmon para que le acompañara y sobre las
ocho y media de la noche se fueron a la mansión. Entraron por la
puerta trasera que Muddle le dijo a Robert que había. La puerta
estaba en el suelo y tenía puesto un candado, así que tuvieron que
buscar la forma de abrirlo. Probaron con el bolígrafo, una rama
fina que había al lado de la puerta, un clip..., pero no se abrió. Así
que Simmon le estuvo dando vueltas al asunto y dijo:
—Chicos, si la casa es de una bruja, a lo mejor está protegida
con magia, ¿no?
—¡Eso es, Simmon! —Dijo Robert
—¡Podíais habérmelo preguntado a mí! —Añadió Muddle.
Como Robert se trajo el libro de hechizos de brujas de su madre,
probaron.
—A ver, a ver… Hechizo para abrir candados... ¡Aquí está!
Pero necesitamos una varita.
—No pasa nada, podemos utilizar la rama que cogimos antes
—dijo Simmon.

43
—Muy bien. ¡Gracias, Simmon!
—¡A la una, a las dos y a las tres, el candado se abrirá, ya lo
ves! —Conjuró Robert. El candado se abrió y entraron, pero había
un campo de fuerza que impedía pasar a Muddle, él se quedó fue-
ra intentando romperlo.
Había unas escaleras hacia abajo y la puerta estaba en el sue-
lo, o sea, que tendrían que bajar al sótano. En efecto, abrieron y
había muchos trastos, todo estaba lleno de polvo.
—¡Eh, Robert, mira esto! —Robert miró y, como sabía que
era Simmon con una careta, no se asustó.
—¡Vamos, sé que eres tú! Ya no me asustas —dijo Robert.
—¡Jo, me gustaba más antes cuando te asustabas! —Dijo
Simmon en broma. De repente, se escucharon pasos que venían
de la habitación de arriba y descendían hacia el sótano.
—¡Escóndete, Simmon! —Dijo Robert. Y se escondieron de-
trás de un montón de cajas apiladas.
—¡Quédate ahí, mengajo asqueroso! —Dijo Neferet.
—¡No me hagas nada, por favor!
Y es que Neferet había encerrado a alguien en el sótano. En-
cendieron la luz y era un niño.
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó Simmon.
—¡Me, me, me llamo Arthur! —Dijo el niño tartamudeando.
—Y ¿qué haces aquí? —Le dijo Robert.
—Nos tiene cautivos, a mí y a mis amigos. Vinimos el día de
Halloween a pedir caramelos y desde entonces no nos ha soltado,
ni creo que nos suelte. ¡Nos quiere matar!
—Tranquilo, nosotros venimos a ayudar—dijo Robert.
—¡Ah, sí! La planta nos dijo que iba a buscar ayuda.
—¡Ah! ¿Ya la conocéis? ¡Pues ahora se llama Muddle!
—¡Estupendo!
—Bueno, nosotros iremos arriba, tú quédate aquí —dijo Sim-
mon

44
—¡No! ¡Yo iré con vosotros! ¡No quiero que esa bruja me ma-
te!
—Vale, vendrás con nosotros.
Mientras tanto, Muddle seguía intentando romper el campo de
fuerza: tiraba piedras, ramas grandes y pesadas, intentaba traspa-
sarlo haciendo fuerza, pero nada, no funcionaba.
Subieron arriba y, como el suelo chirriaba, por poco los pillan,
pero se hicieron invisibles con el hechizo que había estado practi-
cando Robert, porque sabía que le iba a ser muy útil. Espiaron a la
bruja desde detrás de unas mesas con experimentos en probetas,
tubos de ensayo... Y esperaron a las diez de la noche. A esa hora
el techo se desplegó y se veía la luna llena. Neferet cogió a uno de
los amigos de Arthur y lo sentó con las manos y los pies atados a
la silla de madera, la boca también se la tapó. Neferet conjuró un
hechizo, y con ayuda de la luz de la luna absorbía la energía del
amigo de Arthur. Robert intentó impedirlo echándole un cubo de
agua que había, pero lo único que consiguió es que el agua cayera
en los cables de la luz y se quedaran a oscuras. Nada la paró, Ne-
feret seguía absorbiendo la energía de su amigo. Neferet parecía
una bombilla azul de la luz que desprendía y cada vez se hacía
más joven. Arthur estaba tan nervioso que no podía parar de mo-
verse y sin querer tiró todos los experimentos de la mesa. Fue
como a cámara lenta. Robert gritó:
—¡Cuidado, Arthur!
Y después Neferet exclamó:
—¡No!
Todos los experimentos se mezclaron y formaron una explo-
sión.
Los científicos creyeron que murieron todos pero hubo un su-
perviviente: Yo, Robert Wilson Smith. Y sobre Muddle no se
volvió a saber nada; pero entre dos ladrillos quedó una pequeña
semilla... ¿Qué pasará el próximo Halloween…?

45
El armario
Cayetano Bayona Pacheco (4ºB ESO)

Objetos. Muebles. Cosas. Cosas… Esas cosas que están ahí


por algún motivo... Y yo sé cuál es.
Me llamo Andrew Smith, vivo en la calle Roble número 12,
segundo piso, la tercera a la derecha. Vivía solo y eso me hace
ver, sentir, y oír cosas que los demás no pueden.
Desde hace un año estoy obsesionado con los muebles; ¿los
colecciono? No lo sé. ¿Los guardo para que no les pase nada? No
lo sé. ¿Son mis únicos amigos ya que estoy solo en mi casa y es-
toy empezando a perder la cordura? ¡¿ME ESTÁS LLAMANDO
LOCO?!
Perdón, a veces pierdo los estribos pero no pasa nada. Sé que
no puedes pensar en eso puesto que tú eres mi amigo y estás
conmigo.
Por cierto, ¿desde cuándo nos conocemos? ¿Cuánto tiempo
habrá pasado desde que nos conocemos?
El caso es que te he despertado, amigo mío, porque he visto
que la puerta del armario número 23 se ha movido 45 grados y
eso no me gusta, ya lo sabes. Debería ir a echar un vistazo pero
primero quería que lo vieras tú también. Sé que no te gusta que te
despierte en plena noche pero a mí tampoco y eso me ha desper-
tado.
No, no han sido imaginaciones mías. Sabes que yo creo mu-
cho en lo que veo y no lo discuto. Bueno, vamos a verlo.
¡Pero no te quedes ahí parado! Levántate ya.

46
Vale, me dispongo a cruzar, desde mi habitación, el pasillo,
pasar al lado del baño, cruzar el salón y mirar el armario número
23. También me está acompañando mi buen amigo Nomini Tuo.
Si resulta que no salgo bien de esta solo quiero decir que yo
siempre tuve razón.
A la de tres: una… dos… ¡TRES!
Puerta. Mesa. Armario. Cómoda. Puerta. Archivador. Cajón.
Puerta de baño. Silla. Sillón. Armario. Mesita. Sofá. Archivador.
A este paso no llegamos, más rápidoooo. Estantería. Armario.
Sill… ¡Ahhhhh!
¡MIERDA! La mesita, ¡¿cómo se me habrá pasado?! No todo
es mala suerte, solo estamos a dos metros y no hay moros en la
costa. Ya casi…
Din don…
¿Qué? ¿Pero quién llama al timbre en plena noche?, ¿qué hora
es? ¡Las cuatro de la tarde! No puede ser. Abriré las cortinas.
Pues sí que son las cuatro. ¿Por qué no me lo habías dicho?
Din don…
Que sí, que ya voy.
—¿Quién es?
—¡Policía!
Es la policía, qué querrá. ¿Sabrá que tengo muchos armarios y
me los querrá quitar? ¿O ha venido para llevarme porque piensa
que estoy loco? ¿O sabe que hay algún ser por aquí en mi casa
y…?
—¡Que abra de una vez!
¿Qué? Ah, sí.
—Voy. ¿Sí, agente? Buenas tardes.
—Buenas tardes, estoy aquí porque dicen que se oyen gritos
de por aquí. ¿Es así? ¿Va todo bien?
—S…Sí, va todo… perfecto. No pasa nada, agente.
—Vale, de todos modos no parece que viva usted en unas
condiciones muy buenas.

47
—¿Qué dice? Si mi casa está genial.
—Dentro de unos días vendrá un equipo para que le cambien
de casa y lo recojan todo. Señor, estas no son condiciones para
vivir.
—Vale, adiós.
¡Pum!
Ese no sabe lo que dice, ¿Que no vivimos en las mejores con-
diciones solo por tener algo un poco desordenado? ¿Tú que dices?
Bueno, déjalo.
¿Por dónde íbamos? Ah sí, estábamos con la puerta del arma-
rio… que ahora está cerrada…
¡NO ME VENGAS CON EL AIRE! Ahí hay algo y se está
moviendo por la casa a sus anchas y ¡ESO NO ME GUSTA! Y
vamos a impedírselo. Dejaremos que haga lo que quiera durante
tres días porque no hay tiempo, ya has visto que nos van a desalo-
jar de aquí, después de esos tres días le atraparemos.

¿Qué querrá de mí? ¿Por qué estará aquí? ¿Qué va a hacer?

¿Qué es esto? ¿De qué me siento culpable? ¡No! ¿¡Por qué!?

Yo no quería, me obligaron ellos… ¡AHHHH!
Solo era un sueño… ¡Qué! ¡Despierta! Mira… Ahora están
todas las puertas de los armarios abiertas. ¿Qué me querrá decir?
No puedo aguantarlo más, aunque no haya pasado el tiempo que
dije, voy a averiguar qué es lo que quiere.
Esto lo acabamos ya.
Saca la ouija. Si no tenemos dibújala en el suelo.
¿Hay alguien entre nosotros?

¿Se ha movido al sí! Eso ya es algo, bien. ¿Qué es lo qué quie-
res?

48
T
U
¿Yo? ¿Qué estará diciendo? ¿No me querrá a mí?
L
A
Tú la… ¿sabes a lo que se refiere? No, qué va.
M
A
T
A
S
¡BIEN! ¡Se acabó! Quema esa tabla AHORA.

Pasan los días y esa cosa no nos deja… parece que cada día
está más fuerte. Y el hombre que dijo que volvería no parece que
lo haga. Ya ha pasado un mes.

Hey, amigo, tras estar cerrando puertas y demás me he encon-
trado esto, es una pistola y venía con una bala.
No recuerdo haberla comprado ni haberla visto nunca. ¿Sabes
algo de esto? ¿O es nuestro amiguito?

1 MES DESPUÉS

—¿Qué dice la forense?


—Fue esa la causa de la muerte, sí. Un suicidio normal y co-
rriente.
—¿Le pasaba algo especial a este hombre?
—Sufría esquizofrenia pero eso es todo. Seguro que sería esa
la causa de la muerte. También le hemos identificado y es An-

49
drew Smith, ya sabes, el que mató a su madre y se largó después
de haber dejado la casa…
—Sí, me acuerdo, desde luego, qué sádico fue eso.
—No podría más con la culpa hasta el punto de suicidarse.
Cuando haces algo mal lo mejor es solucionarlo cuanto antes,
el peso de la culpa es cada vez más y más grande.

50
El asesino del espejo
Mª José Muñoz Manzanares (2º Bachillerato)

Reconocía que tenía un mal carácter, pero últimamente sentía


que se le había acentuado. Durante el día experimentaba sensa-
ciones de odio hacia todo el mundo, prefería estar en la más abso-
luta soledad que tener que pasarlo acompañado de gente que solo
le producía malestar y le volvía cada vez más y más agresivo.
Todos los días al llegar a casa se encerraba en su cuarto y allí
pasaba la noche en vela imaginando cómo le gustaría aliviar sus
instintos reprimidos.
Desde que sufrió aquellos horribles tratos por parte de su pa-
dre, no se fiaba de nadie y tendía a alejarse de todo el mundo, so-
bre todo de su propia familia, a la que detestaba desde entonces.
El encarcelamiento de aquel hombre no fue suficiente para él. Lo
veía por todas partes, en sus profesores, sus compañeros, incluso
en el nuevo esposo de su madre, quien se había convertido en su
padrastro.
En un principio pensó que aquella forma de ser acabaría al su-
perar, poco a poco, el mayor trauma de su vida, pero, en lugar de
esto, tomaba cada vez más fuerza y control sobre él.
Acudió a psicólogos, su madre pidió ayuda de todo tipo para
consolar a su hijo, pero este no experimentó ningún tipo de mejo-
ra. Incluso se mudaron de ciudad para cambiar de aires y poder
comenzar una vida nueva, pero nada era suficiente. Esto supuso
que perdiese los pocos amigos que conservaba en su ciudad y que
aspirase a una soledad absoluta. Cuando alguien nuevo se acerca-
ba a él, huía al instante por el carácter antisocial al que se adaptó,

51
y de forma voluntaria o no, cayó en la más profunda de las depre-
siones.
Una noche, mientras dormía, se despertó sobresaltado. De
pronto escuchó un fuerte golpe en la casa.
Se levantó confundido cuando aquel golpe volvió a sonar.
Procedía del baño de su madre y su nuevo marido. Al entrar a su
habitación, le extrañó que ellos no se hubiesen despertado con el
estruendoso ruido. Estaba asustado, y su mal humor comenzó a
surgir. Una sensación de agobio le inundaba. Al asomarse se en-
contró con la sorpresa de que todo estaba bien, nada se había roto
y todo estaba en orden. Miró el reloj. Eran las 3:33 a.m. Decidió
entonces volver a la cama con la intención de conciliar el sueño.
Era la primera vez tras muchas noches en vela que conseguía
dormirse y descansar un poco.
En el fondo a él no le gustaba ser así. Desde pequeño había si-
do buen chico, siempre estaba muy feliz y le gustaba mucho estar
con su familia y amigos. Pero la paliza que le dio su padre repeti-
das veces hasta dejarlo inconsciente, lo cambió y le hizo ver que
por muy bueno que fuese y por muy bien que actuase frente a los
demás no valía para ganarse el amor y respeto del hombre que le
había dado la vida, y decidió entonces no merecer nada.
Cuando al fin consiguió dormirse de nuevo, aquel desagrada-
ble golpe volvió a escucharse en el baño de su madre y su padras-
tro. Sin miedo y con decisión de averiguar qué causaba ese soni-
do, fue corriendo hacia allí. Ellos dormían. El pulso se le aceleró
cuando, al encender la luz, encontró el espejo roto con enormes
grietas. Entonces se sobresaltó. Tras los trozos del cristal roto, no
podía creer lo que veía reflejado. Su padre estaba detrás de él. Se
paralizó completamente, no conseguía articular palabra ni mover
un solo músculo. Se sorprendió aún más cuando el espejo le mos-
traba a alguien que empezó a pegar a su padre: puñetazo tras pu-
ñetazo, la cara de aquel hombre sangraba y sangraba sin parar.
¿Era todo producto de su imaginación? Viendo esas imágenes
sentía una sensación de satisfacción mezclada con miedo. No po-

52
día parar de mirar, disfrutaba al ver cómo aquel chico le daba la
misma paliza que le había dado a él algún día. Cuando el reflejo
mostraba a su padre inconsciente y con una continua pérdida de
sangre, consiguió ver el rostro del autor. Era él mismo. Comenzó
a hiperventilar cuando, al apartar la mirada del espejo, se miró las
manos y estaban llenas de sangre. Sobresaltado, se dio la vuelta y
encontró a su padrastro en el suelo. No cabía duda, estaba muerto.
Él lo había matado. De nuevo, había visto la figura de su padre en
otra persona. Y así siguió pasando, su instinto seguiría traicionán-
dole hasta el final de sus días. Sabía que solo había una solución,
y decidió ponerla en práctica para evitar hacer más daño a la gen-
te.
Buscó el edificio más alto de la ciudad y maldiciendo al hom-
bre que le había arruinado la vida y le había convertido en lo que
ahora era, reunió el valor para lanzarse al vacío.
No sintió miedo, solo odio, pero esta vez hacia sí mismo.

53
El recuerdo de aquel día
Diana Carolina Paniagua Gómez (1º Bachillerato)

Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las pala-


bras.
—He vivido con esto desde que era pequeño —dije tras un
largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir pala-
bra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no
me dejaría.
Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era,
se acercaba a mí y cuando me tocaba…
—Buenos días —dijo una alegre voz—, ya es por la mañana
—decía mientras me destapaba.
—¿Qué hora es? —Contesté mientras me levantaba.
—Tarde, venga, llegarás tarde a la escuela —exclamó saliendo
de la habitación.
Otra vez ese extraño sueño, todos los días igual, no lo enten-
día, pero me daba dolor de cabeza cada vez que me ponía a darle
vueltas al tema, así que simplemente intentaba olvidarlo cada ma-
ñana.
Bajé a desayunar, mi madre estaba preparándome las tostadas
de cada mañana, por lo que yo mientras me puse a hacer la mo-
chila.
—Mamá, ¿has visto mi libro de…? —Dije mientras me giraba
a mirarla.
Mi madre no estaba, caminé hacia la encimera y vi las tostadas
tiradas en el suelo, me extrañé muchísimo y empecé a llamarla, no
sabía qué estaba pasando, caminé hacia el pasillo y vi un rastro

54
rojo, me asusté, se me paró un segundo el corazón, seguí aquella
línea de gotas que me llevaba al salón; pasaron mil cosas por mi
cabeza en aquel momento y cuando entré allí lo presencié.
Me quedé perplejo y asustado, ella estaba ahorcada y mutilada
en el salón, las gotas caían una a una, haciendo una melodía, se
apagó la luz de repente, no veía nada. ¿Qué estaba pasando? Se
oía una voz, una voz melódica, avisándome, diciéndome que tu-
viese cuidado, yo cerré los ojos y grité.
—Cariño, ¿qué sucede? —Tocándome el hombro.
Me giré muerto de miedo gritando y vi a mi madre.
—Se te va a enfriar el desayuno —dijo con voz dulce.
La miré fijamente, me volví y estaba todo normal, no había
nada allí; mis manos temblaban, pero no quise decirle nada a mi
madre sobre lo que había visto y solamente la abracé, pensé que
no había dormido bien aquella noche, por esos extraños sueños
que no me dejaban tranquila.
Desayuné rápido y salí, no soportaba estar dentro de casa, cogí
mi bici y me puse a pedalear dirección al instituto.
Había vivido muchos años en este barrio, creo que fue en pri-
mer curso de primaria cuando me mudé, antes vivía en una casa
más grande, siempre venían mis amigos a jugar, me acuerdo de
que fue en ese entonces cuando me enamoré por primera vez de
una niña preciosa, tenía unos ojos que siempre me miraban fija-
mente, a veces me ponía nervioso aquella intimidante mirada, pe-
ro había algo que me gustaba en ella.
Me puse a sonreír y solté una risa llena de nostalgia recordan-
do aquellos tiempos hasta que una horrible imagen vino a mi ca-
beza; cuando me di cuenta, estaba en el suelo.
—Llamad a una ambulancia —resonó entre el silencio—, está
sangrando.
—¿Qué ha pasado? —Pregunté inquieto—. Llego tarde al ins-
tituto.

55
—Chico, ¿no recuerdas lo que te ha pasado? —Preguntó un
anciano mientras me ponía un pañuelo en la frente.
Me dolía mucho por todo el cuerpo, no era capaz de moverme,
vi a mi lado mi bicicleta, y entonces me cogieron en una camilla y
me metieron en la ambulancia, unos señores empezaron a hacer-
me preguntas, pero al no entender nada, me empezó a doler la ca-
beza y fue entonces cuando me desmayé.
—¿Te acuerdas de mí? Sé que no me has olvidado —sonaba
en mi cabeza—, sé que lo ves, siempre lo has visto.
—¿Por qué no me ayudaste, por qué? —Alguien gritaba den-
tro de mí—. Me olvidaste.
Solo oía gritos, ¿quién gritaba? Vi una silueta acercarse a mí,
levantaba su brazo y lo ponía en mi hombro, me quedé sin respi-
ración en ese momento, me apreté el cuello intentando liberarme
de lo que fuese que no me dejaba respirar, intenté dar aliento pero
algo me ahogaba por dentro, empezaba a marearme, y terminé ce-
rrando los ojos.
Cuando me desperté estaba en una camilla del hospital de la
ciudad, tenía la muñeca vendada, mi madre entró, empezó a pre-
guntarme si estaba bien, pero en realidad no tenía respuesta, me
contó lo que le habían dicho que me había pasado y me ayudó a
levantarme, me habían dado el alta, ya que no era grave lo que me
había pasado, solo me habían puesto un par de puntos en la barbi-
lla y tenía algunos rasguños en la cara, además de un esguince en
la muñeca.
Tras terminar el papeleo, me cambiaron la gasa de la barbilla y
nos fuimos. Mi madre me llevó a clase, ya que hoy tenía un exa-
men pendiente; junto con el parte médico me dejó en la puerta y
quedamos a una hora para recogerme.
Entré rápido al instituto, en la entrada no había nadie, así que
pasé sin firmar el retraso, caminaba por los pasillos, ya estaba to-
do el mundo en clase, pensé mientras subía las escaleras del pri-
mer piso, y me adentré en el ala B del instituto, al final del pasillo

56
vi a una chica rubia caminando hacia las escaleras que acababa de
subir, tenía unos bonitos andares y el uniforme le quedaba muy
bien, tenía un aire muy dulce, me quedé enamorado, cuando se
me cruzó olí su perfume y vi en mi cabeza su imagen, me paré un
segundo, me quedé en blanco, la imagen que me vino a la cabeza
era de ella muerta.
Me giré corriendo por si era verdad, pero ya había desapareci-
do.
Me puse a hacer el examen intranquilo, no me quitaba eso de
la cabeza; además, me dolía mucho todo, no sabía qué hacía en el
instituto después de todo lo que había sucedido esa mañana.
Terminé rápido el examen y sin decir palabra a nadie salí a la
hora exacta a la puerta para que mi madre me llevara a casa, no
podía más con el día, solo quería llegar y descansar.
Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las pala-
bras.
—He vivido con esto desde que era pequeño —dije tras un
largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir pala-
bra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no
me dejaría.
Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era,
se acercaba a mí y cuando me tocaba…
Otra vez el mismo sueño, pero me levanté extrañado, ¿por qué
el otro día vi aquella imagen de esa preciosa chica?, ¿tenía algo
que ver con estos sueños?
Salí de casa sin desayunar para llegar temprano al instituto,
necesitaba verla, subí las escaleras y me puse a pensar en cuál se-
ría su clase, entré en el ala B como el otro día pero no la vi. Sonó
el timbre y tuve que irme a mi clase.
El día se puso lluvioso, y yo estaba nervioso por no haber en-
contrado a aquella chica, a última hora empezó a diluviar, menos
mal que había cogido un paraguas. Cuando sonó el timbre salí rá-

57
pido de clase, me dirigí al pasillo y entonces la vi, la chica que
buscaba estaba al otro lado del pasillo, caminando tranquilamente
con su paraguas y su mochila colgada, me intenté acercar a ella
pero cuando levantó la mirada miró a mi lado y se quedó parada,
asustada, salió corriendo hacia las escaleras que bajaban por el
otro lado del pasillo, corrí en su dirección pero a ella, sin querer
girarse, al llegar al primer escalón algo la empujó.
Cayó por las escaleras, con su paraguas en la mano, que a mi-
tad de camino se abrió, y que al llegar al final de las escaleras le
atravesó el cuello, intentó decir algo pero ya se había desangrado,
me puse a vomitar, no me creía lo que había visto: aquella imagen
del otro día, aquel susto inocente que me dio mi cabeza inventán-
dose cosas, había ocurrido.
—Esto es un aviso, pensaba que solo me querías a mí —gritó
una voz enfadada sonando por todo el pasillo—, hoy te arrepenti-
rás de lo que hiciste.
Salí corriendo de allí asustado, tiré mi paraguas en el pasillo
por miedo a que me pasara a mí también lo mismo y salí del insti-
tuto mojándome con la lluvia y con mi bici, pedaleé rápido hasta
casa. Al llegar a la esquina un coche paso rozándome.
—¡Chico, lleva cuidado! —Me gritó el conductor del coche.
Tiré la bici y corrí hacia la puerta, tenía mucho miedo, no se
me quitaba la imagen de la chica muerta de la cabeza, abrí la
puerta y entré, encendí la luz, pero se volvió a apagar, cogí una
linterna entonces, llamaba a mi madre a gritos pero no me contes-
taba.
—Mamá, por favor, contesta —gritaba llorando—, ¡mamá!
Me temblaba todo el cuerpo, entré al salón esperándome lo
peor y la vi otra vez allí colgada, mutilada brutalmente. Me acer-
qué y la toqué, esta vez era real, mi mano estaba llena de su san-
gre. ¿Por qué todo esto?
—Esto es culpa tuya —dijo algo detrás de mí—, todo es culpa
tuya.

58
Giré la cabeza corriendo
—¿Por qué? —Grité dejándome el aliento en ello.
Me estaba volviendo loco.
—Sufrirás el dolor que siente la gente, la gente que ves morir
pero que no salvas —dijo ella acariciándome la cara.
Me quedé perplejo, todos los recuerdos vinieron a mi cabeza,
era ella, la tenía delante…

—Kyle, Kyle —dijo Menma—, mira qué piedras he cogido.


—Menma —contesté—, son muy bonitas, pero si coges tantas
no vamos a poder llevárnoslas.
En ese momento la vi, la vi en mi cabeza, bajando por el río.
Mis ojos empezaron a soltar lágrimas.
—¡Menma, vámonos! —Exclamé preocupado—. Vámonos de
aquí.
—¿Qué pasa? —Sonrió—. ¡Es muy divertido!
Su pelo era negro y largo, el flequillo le tapaba casi los ojos
pero dejaba entrever sus preciosos ojos verdes, me miraban fija-
mente, tanto que eran capaces de entrar dentro de mí, no podía
seguirle la mirada, pero me seguía llamando la atención, éramos
pequeños pero aun así sabía que la quería.
—Voy a coger unas pocas más —dijo mirándome enfadada—,
quiero llevarme más para regalárselas a todos.
—No seas idiota, Menma, vámonos —dije inquieto por lo que
había pasado por mi cabeza.
La cogí de la mano y tiré, pero al hacerlo le tiré las piedras al
suelo, me miró con sus ojos penetrantes con odio y salió corrien-
do gritando:
—¡Cogeré piedras preciosas para todos, ya verás!
Me sentía mal porque se le cayeran por mi culpa, pero además
ya estaba oscureciendo y sólo sabíamos salir de aquel bosque por
un pequeño camino por el que solíamos venir todos, me puse a
recoger sus piedras, la verdad es que sí eran bonitas, me guardé

59
una y las demás las fui recogiendo, en verdad me gustaba cuando
me las regalaba. Quería, cuando fuésemos mayores, poder rega-
larle yo una piedra preciosa como las que se daban los mayores en
un anillo para demostrarse su amor.
Cuando me di cuenta, había estado un rato soñando despierto,
corrí hacia donde se había ido, y pensé lo peor, grité y grité pero
no me contestaba.
Vi el río tras unos árboles y cuando me asomé la vi, vi su pelo
negro bajando por el río, me quedé paralizado un segundo y, asus-
tado, salí corriendo.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dejaste allí?
Abrí los ojos y la vi encima de mí, estaba todo oscuro y lleno
de agua y me hundía la cabeza en el agua mientras me gritaba mi-
rándome con aquellos enormes ojos, ahora rojos, que eran capaces
de hacerme sentir miedo, terror y, sobre todo, agonía, me dejaba
sin respiración mientras me ahogaba en el recuerdo.
—He vivido con esto desde que era pequeño, lo siento, Men-
ma —dije tras un largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir pala-
bra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no
me dejaría, morí ahogado en el recuerdo de aquel fatal día y el re-
cuerdo de las premoniciones y sueños que no me dejaban vivir
tranquilo, ahora viviré eternamente con mi amada Menma su-
friendo por todos para toda la eternidad, morí el mismo día que la
dejé morir a ella…

60
El pacto
Antonio Guevara Sánchez (2º Bachillerato)

Jamie estaba explorando el ático de la casa que acababan de


comprar sus padres en Savannah, Georgia. Le fascinaba qué
objetos podrían guardar todas aquellas cajas, envueltas con tiras y
tiras de cinta adhesiva, procurando esconder algo en su interior.
Indagando más al fondo hubo un baúl que le llamó la atención al
chico, pero un candado le impedía abrirlo y se acercaba la hora de
comer.
—¡Jamie! —Exclamó la madre del pequeño—. ¿Dónde estás?
Tienes la comida en el plato. Tu padre y yo estamos esperándote
para comer.
—Ya voy, mamá —le respondió aquel chico, que no medía
más de 1.70, con un pelo rubio y largo que descansaba sobre sus
hombros, mientras se abría paso cajas a través.
La madre de Jamie, Bárbara, había preparado la comida
preferida de su hijo, estofado de carne. No quería que la mudanza
se le hiciera más pesada de lo que era y pensó que preparándole
un plato a su gusto se haría todo más ameno... Pero no sabía que
algo había despertado la curiosidad de Jamie en el ático. De
hecho, no sabía ni que había entrado en él. Mientras tanto, el más
pequeño de la casa no paraba de darle vueltas a aquel baúl cerrado
y quería ver lo que contenía en su interior a toda costa.
Terminó de comer, se levantó y fue directo al garaje, donde su
padre disponía de un arsenal de herramientas. Agarró la cizalla y
anduvo por su casa lo más disimulado posible hasta llegar de
vuelta al ático y vio ese candado, que se interponía entre el
interior y él. Sus ojos relucían despampanantes, abiertos como

61
platos. Se acercó al candado y ¡clac!, ya no había ninguna
frontera.
—¿Qué es esto? —Se preguntó a sí mismo mientras leía una
frase grabada en una tabla de madera, de cuyo significado no
tenía ni idea: You’ll morietur in inferno. Levantó la tabla y allí se
hallaba una pata de mono con todos sus dedos estirados. Ahí fue
cuando se extrañó de verdad.
Jamie había visto en una película hacía tres meses cómo un
chico de su edad pedía deseos que posteriormente eran cumplidos,
pero tenía un alto precio: vender su alma al demonio. Agarró la
pata y en un intento por reproducir aquella escena y reírse para sí
mismo, formuló una petición. Desde chico había soñado con tener
un monopatín pero sus padres se negaban a regalarle uno por el
peligro que acarreaba.
—Quiero un monopatín —pronunció el chaval.
De pronto, una caja volcó, abriéndose, y de ella rodó el
monopatín que tanto ansiaba. No podía creerlo, y menos lo que
iba a suceder después. Aquella mano parecida a la de un humano
pero con el doble de pelo cerró uno de sus dedos, pero Jamie no
hizo caso a qué repercusiones le traería andar jugando con
aquellos artilugios. Su inocencia mezclada con su codicia no
permitieron a su cabeza pensar y cayó en el error de seguir
pidiendo deseos, cada cual más ambicioso que el anterior. Hasta
que pidió el último: un bol de palomitas. Ya tenía todo lo que
quería: juguetes, dinero, un monopatín y hasta una consola, pero
no sabía en qué gastar el último dedo del mono.
Su vista se nubló, cada vez veía con menos claridad hasta
llegar al punto de la oscuridad absoluta. Las últimas palabras que
escuchó fueron:
—El pacto está cumplido. Un placer recibir a alguien tan
joven aquí abajo.
¿Había sido mera casualidad o el destino ya le tenía asignado
un nuevo hogar al inquilino?

62
El asesino del ajedrez
Juan José Peláez Gaona (1º Bachillerato)

Hace mucho tiempo, en un pueblo llamado Birmingham, vivía


un joven escritor de veinticinco años llamado Arturo. Además de
su gusto por la escritura, también trabajaba de fotógrafo.
Un día su editorial le encargó que escribiera una historia de te-
rror. Arturo no conocía muy bien el género, por lo que se puso a
leer el periódico para ver si encontraba algo interesante que le die-
ra alguna idea a partir de la cual poder inspirarse para escribir su
novela. De repente, una noticia le pareció interesante. En ella se
mencionaba un misterioso caso en el cual la noche anterior, a las
12:15, un fiscal había sido asesinado de camino a su casa. Este iba
en un coche blindado cuando, de pronto, una bala le atravesó el
cráneo. Las ruedas del coche también habían sido manipuladas,
provocando el descontrol del vehículo, el cual a causa de esto se
estrelló a modo de accidente. La noticia comentaba que aunque la
bala que lo mató vino de frente las cámaras no detectaron a nin-
gún tirador.
Al leer esta noticia, Arturo se propuso investigar y resolver el
misterio, así que fue al lugar de los hechos a ver si conseguía al-
guna pista de quién había podido ser el autor de semejante asesi-
nato. Una vez allí encontró en el parachoques la bala clavada, pe-
ro nada más rozarla se convirtió en polvo, desvelando en su inte-
rior una nota con una frase que decía así: Primer movimiento, el
juego acaba de empezar. Al leer esto Arturo decidió hacerle una
foto antes de irse, pero, cuando se dispuso a hacerlo, la nota que-
dó carbonizada. Decidió volver a su casa a descansar para después
seguir investigando y atrapar al misterioso asesino antes de que
muriera gente inocente.

63
A la mañana siguiente, al despertarse e ir a desayunar, encon-
tró en la pared de su salón un papel clavado con un cuchillo en-
sangrentado que decía: Abandona este caso; de lo contrario, mo-
rirás. Al ver este mensaje del asesino se planteó dejarlo, pero en
vez de eso continuó la investigación decidido a atraparlo. Se diri-
gió a la comisaría y contó lo que le había sucedido. Sin embargo,
a pesar de las fotos, las pruebas que tenía eran escasas, por lo que
no solo no le creyeron, sino que además sospecharon de él. Más
tarde fue a la biblioteca para intentar encontrar algo de informa-
ción. Mientras leía distintos tipos libros en busca de respuestas
vio en una tele que decían en las noticias que se habían producido
doce asesinatos más desde entonces. Los asesinados habían sido
políticos, abogados y fiscales. Sus muertes habían ocurrido de
manera misteriosa con arma de fuego durante una reunión de
asunto confidencial.
Tras la noticia decidió ir al lugar donde se habían cometido los
asesinatos recientemente con la esperanza de encontrar la pista
definitiva para localizar y parar los pies a ese asesino en serie. Al
llegar observó concienzudamente la sala y, tras varias horas bus-
cando, encontró una pequeña nota bajo la mesa que decía: Solo
queda un movimiento para conseguir el jaque mate.
Esa misma noche cuando llegó a su casa se encontró la puerta
abierta. Entró despacio y sin hacer ruido, pues algo no iba bien.
Inesperadamente, el asesino apareció por su espalda y se lanzó
contra él intentando apuñalarlo, pero Arturo se dio cuenta a tiem-
po y lo esquivó, acto seguido corrió hacia el jardín donde noqueó
a su asesino cuando estaba desprevenido con una pala que se ha-
bía olvidado allí el día anterior. Tras atarlo y quitarle la máscara
lo llevó ante la policía, los policías lo llevaron a un juicio en el
que le cayó condena de cárcel de por vida, aunque durante el jui-
cio el asesino dijo que él no había escrito ninguna nota.

64
Fear at the end of the street
Iria Vicente Rocamora (2º Bachillerato)

Todo comenzó aquella noche de tormenta cuando de repente


las luces se apagaron, empezamos a escuchar unos ruidos muy ra-
ros, nunca se habían escuchado en aquella casa vieja y abandona-
da que usábamos para juntarnos la pandilla del barrio.
Desde aquella noche, nuestras vidas dieron un giro inespera-
do, todo cambió en la pandilla y el barrio no fue el mismo desde
que apareció una de las chicas de la pandilla ahorcada de uno de
los árboles que había junto a la casa. El motivo sigue sin saberse a
día de hoy. Este incidente fue muy traumático para nosotros, sus
amigos, y sobre todo para toda su gente.
Tras unos meses de reflexión e intentos de asumir la situación,
los chicos y yo decidimos volver a la casa en busca de hallazgos
que nos llevaran a descubrir qué fue lo que sucedió, así que nos
pusimos de acuerdo. Cogimos todos nuestros bártulos y nos diri-
gimos al final de la calle, donde se encuentra la misteriosa y tene-
brosa casa. Andábamos sin cruzar palabra, solo mirándonos las
caras con preocupación, no podíamos ni imaginar lo que nos de-
pararía aquella noche.
Al fin llegamos al final de la calle, allí nos encontrábamos an-
te la casa, sin saber muy bien qué hacer, si continuar con el plan
establecido o volver sobre nuestros pasos. El mayor del grupo fue
el que dio el primer paso, el que tomó el liderazgo, poco a poco le
fuimos siguiendo todos. Las bisagras de la puerta chirriaban, el
suelo crujía y se oían diversos sonidos extraños. Nuestro miedo
aumentaba y con ello nuestras ganas de salir corriendo y desapa-
recer de aquel lugar lo más pronto posible; pero había algo dentro

65
de nosotros que nos empujaba a seguir adelante sin mirar atrás ni
un instante.
Continuamos avanzando y solo se escuchaba nuestra respira-
ción agitada y aquellos extraños ruidos que no cesaban ni un mo-
mento, lo que nos provocaba más angustia y deseo de marchar-
nos, pero ninguno se atrevía a dar el paso de irse porque sabía que
volvería solo a casa.
De repente, un ruido muy fuerte nos alarmó, venía del salón,
nos acercamos y el reloj de péndulo estaba en el suelo, ¡qué ex-
traño! ¿Cómo se va a caer ese reloj tan grande, con lo que pesa, al
suelo solo? Solo había una opción, alguien lo tenía que haber he-
cho, pero ¿quién? Ninguno de los chicos pudo ser porque todos
permanecimos juntos en todo momento, lo que nos llevó a la con-
clusión de que no estábamos solos en la casa. Alguien se encon-
traba en aquel lugar haciéndonos compañía sin ser visto.
Una voz tras nosotros nos alertó, nos miramos y nos dimos la
vuelta a la vez como si formáramos una peonza. Ante nosotros se
encontraba un hombre muy pálido, con diversos arañazos en la
cara y cortes en los brazos; en su mano derecha sujetaba algo pun-
tiagudo, cortante quizás, pues no podíamos observarlo bien ya
que solo llevábamos un par de linternas, las cuales enfocaban a la
cara del hombre. Este se echó sobre nosotros, y ese fue el deto-
nante para salir corriendo de aquel lugar y no volver más allí, y
así fue, todos salimos corriendo sin mirar atrás.
Siempre en nuestra conciencia quedará la pregunta sin res-
puesta: ¿Qué fue lo que ocurrió aquella noche cuando nuestra
amiga apareció muerta? Y siempre con la duda de qué sucede en
la casa del final de la calle.
Esa noche nos marcó a todos, dormíamos menos y hablába-
mos menos, esto último provoco la separación de la pandilla poco
a poco; y el no querer saber nada más de aquel sitio de por vida.

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Poseído
Jesús Alarcón Quijada (4ºB ESO)

El 25 de diciembre de 1990, el padre de cinco hijos mató a su


mujer delante de ellos, los asesinó y se suicidó. A partir de ese
día, se registraron casos muy parecidos y todos coincidían en dos
cosas: que las familias tenían más de dos hijos y que siempre se
producían el 31 de diciembre de cada año. Las investigaciones po-
liciales solo encontraron esas similitudes, pero no se les ocurría
ninguna razón por la que se produjesen esos asesinatos. A uno de
los agentes que llevaba la investigación se le ocurrió ir a pregun-
tarle sobre el caso a una vidente, que aparte de adivinar el futuro
entendía sobre temas demoníacos. Este agente se llama Gonzalo.
El lugar donde se encontraba la vidente estaba a las afueras de
la ciudad en un callejón oscuro y sin salida. Cuando Gonzalo en-
tró la vio hablando sola con un crucifijo en la mano y le hizo unas
cuantas preguntas sobre los asesinatos ocurridos en los últimos
años. La señora respondió a todas ellas con una sola respuesta, le
dijo que había un siervo del diablo llamado Azrael y su objetivo
era poseer a algún miembro de una familia para matar a todos sus
familiares y luego suicidarse. Pero esto lo haría solo cada vez que
se recordara el nacimiento de Jesús (25 de diciembre), por eso los
asesinatos tenían ese orden y la única manera de parar esto era in-
vocarlo y matarlo. De repente, la habitación donde se encontraban
empezó a temblar y se fue la luz. La vidente encendió una vela y
se podía distinguir una silueta parecida a una persona con cuernos
y una cola. La silueta desapareció y volvió la luz. La señora le di-
jo al agente que era un aviso y que tuviera cuidado.
Gonzalo llegó a la comisaría un poco asustado y les contó a
sus compañeros todo lo que le había pasado y lo que tenían que

67
hacer para resolver el caso. La verdad es que no se lo creyeron pe-
ro como no tenían otra opción decidieron que iban a hacer la in-
vocación. Los demás agentes eran Jorge, Lucas y Juan.
Esa misma noche, cuando Lucas llegó a su casa se encontró a
su mujer, Lucía, con un cuchillo en la mano y con un demonio
perfectamente reconocible al lado de ella. Su esposa se dirigió ha-
cia él corriendo para matarlo pero justo antes de que lo apuñalara
sacó la pistola y le disparó en la pierna. Como si nada, Lucía le-
vantó la cabeza, le preguntó qué había pasado, se desmayó y el
supuesto demonio ya no estaba ahí pero le dejó una nota avisán-
dole de lo que le iba a pasar si intentaban matarlo.
A la mañana siguiente, a todos les habían pasado cosas pare-
cidas a la que le ocurrió a Lucas y tenían la misma nota que le de-
jó el demonio. Todos se pusieron de acuerdo y quedaron esa
misma noche para matarlo.
Se hizo de noche y todos habían llegado ya al lugar donde es-
taba la vidente. Pusieron unas velas formando un círculo en el
suelo y dibujaron un símbolo dentro del círculo que formaban las
velas. La adivina empezó a citar unas frases que tenía en un libro
de otro idioma. Empezó a temblar el suelo y se escuchó una voz
terrorífica diciendo que los mataría si no paraban la invocación.
Del círculo que formaban las velas salió el demonio Azrael y ma-
tó a la señora, atravesándole el pecho con su brazo.
Después, se dio la vuelta y fue a matar a Gonzalo, cuando Jor-
ge se puso en medio y lo mató a él. Lucas le pegó un tiro en la ca-
beza y lo dejó inconsciente pero no murió. Gonzalo fue rápida-
mente a coger un crucifijo, cuando el demonio despertó y le cortó
la cabeza a Lucas, pero Gonzalo fue por detrás y, mientras estaba
despistado, lo atravesó con el crucifijo.
A la semana siguiente, cuando Gonzalo estaba en el funeral de
sus difuntos amigos, escuchó una voz que le decía: Gracias.

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Mariscada
David Cacciato Salcedo (2º Bachillerato)

Érase aproximadamente treinta minutos, la madre de un niño


denominado Facundo Montesinos le avisó de que tenía que hacer
un cuento. Facundo, tonto y despistado, no se acordó en todo el
tiempo que había tenido, y decidió ponerse a prueba: intentó es-
cribirlo con su móvil, aun sin tener ni idea de cómo hacerlo. Así,
Facundo comenzó su aventura entre las tenebrosas sombras de su
habitación, alumbrada tan solo por la luz lunar, tenue y muchas
veces odiada por Facundo, porque no le dejaba dormir. Mientras
escribía el cuento, oyó un ruido extraño: “ολα, σοι ελ καρτερο ι
βενγο εν σον δε παθ”, decía ese ruido (porque a los ruidos a veces
les da por hablar). Facundo se asustó tanto que saltó por la venta-
na, cogió el tranvía de la madrugada para llegar hasta el monte,
gritó a los 28 vientos Tengo sueño, pero soy fuerte como un oso
en su etapa adulta joven, volvió a su cama, y prosiguió escribien-
do su cuento, a pesar de las criaturas del averno que le acechaban,
escondidas tras un manto nocturno. Pasadas 28 horas y -27,9 ho-
ras, Facundo se consideraba lo suficientemente fuerte como para
darle un hilo narrativo lógico a su historia, y así lo hizo. He aquí
su resultado:
Érase una vez un niño llamado Pepito, al que su madre le dijo
algo de un cuento, y Pepito, somnoliento, decidió ignorarla e irse
a dormir. Y soñó. Soñó cosas muy feas. En su sueño había un ni-
ño llamado Abd Al-Rahman I, al que se le daba bien romper lazos
políticos con califatos bagdarianos, y por eso se comió un sánd-
wich de jamón con queso y mantequilla y aceite y amor y mucho
más aceite y conjunciones coordinantes por todos lados y aún más
amor. Tras esta pesadilla tan escalofriantemente escalofriante, Pe-

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pito se fue a por Facundo, a exigirle una indemnización por daños
morales, lo que le sirvió a Facundo de inspiración para irse a por
el autor de esta historia. Quince minutos después de estas catás-
trofes, el autor de esta historia decidió hacerse un vaso de leche,
sin miedo alguno.
Y así es como acaba el relato, lo que nos hace preguntarnos:
ese Facundo del cuento, ¿es el Facundo escritor, o es alguien
más? ¿Y a quién se refiere con “el autor de esta historia”, a él
mismo de nuevo o a un ente superior aburrido? Tantas preguntas
sin respuesta dan miedo, un miedo digno de cuento de terror.
Entre tanto lío, el Consejo de Monos decidió golpear el uni-
verso con su mazo de la justicia, haciendo de esta obra inútil y sin
sentido una obra de la que se hablaría durante milenios, como mí-
nimo. Por tanto, se creó una nueva obra dentro de esta obra, in-
troducida esta nueva de esta forma tan sutil, pero aun así válida,
porque el Consejo de Monos son monos y no saben cómo intro-
ducir correctamente historias, no les va el rollo narrativo:
Una bruja por su casa quería comerse a su gato, pero el gato
quería comerse a la bruja: la paradoja del tostador, por todos co-
nocida. La bruja se fue a por un palo, el gato a por un cepillo. Na-
ció la escoba. Sangre por el suelo. Terror gratuito insertado aún
más gratuitamente. Esta historia da miedo, quien diga que no, no
tiene alma.
El Consejo de Monos, nada satisfecho con su trabajo, decide
destruirlo e intervenir en la historia original, otorgándole a Fa-
cundo unas dotes de escritor infrahumanas, τενγο συενιο ι αμβρε,
περο σοι φυερτε κομο υν οσο εν συ εταπα αδυλτα τεμπρανα.
El Consejo de Monos vio que las capacidades infrahumanas
no eran del todo útiles, por lo que se las arrebataron a Facundo sin
piedad, a la par que le absorbieron el alma con una aspiradora de
última generación.
Ahora, con un escritor sin alma y un Consejo de Monos des-
piadado y descontrolado, le toca entrar en escena al creador del

70
creador de universos: Yo, más conocido como Yon Piernas Lo-
cas. Yon, que de escritura de misterio y terror no tenía ni idea, no
dudó en pasarle el trabajo a su hermano Tú, mayoritariamente co-
nocido como Tutankamon el Dueño de los Huertos de Lechugas
de las Altas Torres del Alba Invernal Allá por Torremolinos.
Tutankamon iba a escribir su nombre entero para comenzar un
cuento de verdad, pero le dio toda la pereza del mundo y se fue a
un universo paralelo.
Tantos fracasos iban a dejar al mundo sin su cuento de terror.
Es entonces cuando el universo se da cuenta de algo. La humani-
dad intenta prever todo aquello que puede pasarnos en el futuro y
cómo solucionarlo, sin apenas hacer caso a los problemas del pre-
sente. El verdadero significado del miedo es, por tanto, la insegu-
ridad de no saber la verdad, no saber qué ocurre en nuestro pre-
sente, pero aun así preocupándonos por un futuro incierto. Un
miedo que se intenta suprimir aparentando que todo está bien, y
pensando que podemos hacer que el futuro también lo esté. Lo
que todo el mundo sabe, y a la vez nadie, es que nada está bien, y
ese es el verdadero miedo. Nunca saber por qué todo no funciona
como debería.
El terror no se encuentra en este cuento, sino en la propia vida
de las personas. Una vida que no sabemos aprovechar por ese
mismo miedo que nos impide ver qué funciona mal. Un miedo
que nos impide vivir realmente. Un miedo que estará ahí para
siempre, hasta que aprendemos a aceptar que hay que arreglar las
cosas, y mirar siempre a un lado concreto, aun estando práctica-
mente ciegos.

71
Una pesadilla en Nashville
Laura Alcaraz Caparrós (3ºC ESO)

Nashville había sido una ciudad muy tranquila desde que Na-
talia nació, no había problemas, era una ciudad muy pacífica, sin
embargo esta ciudad escondía un gran secreto. Un día cualquiera
Natalia fue junto con sus amigos Shaw y Jenny a la biblioteca,
pues tenían que realizar un trabajo sobre Halloween y fueron a
buscar libros de los que sacar información. Después de un largo
tiempo de búsqueda y rebuscando entre libros viejos encontraron
uno acerca de la historia de Nashville, así que decidieron usarlo
para su trabajo.
Cuando empezaron a leerlo se sorprendieron ya que parecía
que no estaban leyendo acerca de esa pacífica y tranquila ciudad,
pues hablaba de desapariciones, catástrofes naturales, asesina-
tos… y algo más que no se podía leer del todo claro: “Tras 223
años de descanso la bestia que arrasó con el egoísmo de los hu-
manos regresaría el día de Halloween y no dejaría a nadie sin cas-
tigo”. Tras leer esto varias veces y de forma detenida, los chicos
no daban crédito y no sabían si de verdad era real lo que estaban
leyendo… ¿Una bestia? ¿Castigos? ¿El día de Halloween…?
¡¡¡Era imposible!!!
Los chicos corrieron por toda la ciudad contándole lo que ha-
bían leído a la gente pero nadie les creía, así que decidieron ense-
ñarles la prueba, el libro con la profecía. Sin embargo, cuando
volvieron a la biblioteca su sorpresa fue que el libro había desapa-
recido, ni tan si quiera la biblioteca tenía constancia de la existen-
cia de ese libro. Sorprendidos por esto decidieron prepararse por
si fuese verdad. Sin embargo cuando se rindieron de avisar a la
gente un anciano llamado Barry les dijo que él sí les creía y que

72
eso iba a suceder. Los niños, sorprendidos, preguntaron al anciano
pero él solo les dijo que a las 00:00 del día 30, es decir, el co-
mienzo de Halloween, todo empezaría; los niños, que no daban
crédito a lo que estaban oyendo, volvieron a preguntarle al an-
ciano, pero este ya no volvió a hablar y se marchó.
Pasaron los días y los tres chicos estuvieron buscando infor-
mación sobre este tema y cómo protegerse, pero fue en vano
puesto que parecía que esta historia era más difícil de encontrar
que una aguja en un pajar. El día 29 de octubre los niños estaban
muy asustados y volvieron a la biblioteca, buscaron el libro y, va-
ya sorpresa, este estaba encima de una mesa abierto por la página
3110, leyeron: “La única forma de lograr un mundo en equilibrio
y lleno de paz es castigando a los culpables y empezando de ce-
ro”. ¿Qué significaba empezar de cero? ¿Un mundo en equili-
brio…? Nada tenía respuesta…
El día 30 a las 23:50 los niños se presentaron ante el reloj de
la ciudad, allí encontraron a Barry, el anciano, que al igual que
ellos estaba esperando a lo que parecía ser el fin del mundo. Pasa-
ron los minutos y cuando el reloj dio las 23:59, los tres chicos
comenzaron a temblar… Cuando el reloj dio las 00:00 el cielo
comenzó a teñirse de color rojo, una niebla comenzó a aparecer
entre ellos y se escuchaba una risa que provenía de todos sitios.
Se escuchaban gritos de dolor por toda la ciudad, los chicos y Ba-
rry parecían estar protegidos en la plaza, sin embargo escucharon
una voz que provenía del cielo y al mirar se sorprendieron… La
luna tenía dibujada unos ojos y una boca roja, parecía el demonio,
y les dijo que el mundo comenzaría de cero, que el juicio final
había llegado y no había solución, y que ellos serían los últimos
en sufrir por meterse en lo que no debían.
Tras devastar la ciudad y el mundo, la niebla se dirigía hacia
los chicos pero Barry se interpuso sacrificándose por ellos. Tras
esto la niebla cesó y amaneció pero…, tras buscar por toda la ciu-
dad destruida no había nadie, todo el mundo había desapareci-
do…

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El galeno
Javier López Andrés (4ºA ESO)

Basado en Assassin’s Creed II

Florencia, 1476. Era una noche oscura y fría como cualquier


noche de invierno, las calles, desiertas y tenebrosas albergaban un
mal antiguo que pocos han tenido el valor de investigar.
La guardia personal de los Medici patrullaba los alrededores
de la mansión cuando, de entre la maleza, surgió una extraña figu-
ra con forma de espíritu errante. Los guardias al percatarse de tal
figura fueron en su busca, debido a que no era común ver a nadie
deambulando por la oscura y profunda noche.
Uno de ellos se adelantó para investigar por su cuenta mien-
tras el otro vigilaba. Pasaron varios minutos y no apareció el
guardia, pasó una hora y seguía sin aparecer; asustado, el otro
guardia dio la voz de alarma y salieron todos los demás en su
busca, buscaron y buscaron durante horas y al final apareció, pero
lo que contemplaron los guardias fue a su compañero degollado y
colgado en cruz en una farola con un mensaje en su ropa: Prepá-
rate, Florencia, pues he llegado.
Varios años antes en la tenebrosa ciudad de Monteriggioni ha-
bía una leyenda sobre una familia de banqueros poco común. Era
la familia más rica de toda Monteriggioni pero una de las trage-
dias más horribles de la historia la asolaría en pocos años. La vida
tal y como la conocieron los Orsi pronto tocaría su fin. La vida en
la Toscana era una vida sencilla, sobre todo para un joven Dante
Orsi da Monteriggioni, el cual era bastante conocido en el pueblo
por sus travesuras y por ser el hijo del banquero más exitoso de la

74
zona. La gloria y el prestigio de que gozaba la familia Orsi sería
lo que en un futuro le acarrearía la mayor de sus desgracias, debi-
do a que en una ciudad como Monterigionni el éxito de unos era
la envidia y el odio de otros.
Cierta noche sobre las dos de la madrugada se oyeron ruidos
de golpes y cristales rotos cerca de la villa Orsi, su propio ejército
se estaba amotinando contra la familia y pedían sus cabezas a toda
costa. Entraron en la mansión buscando a la familia cuando estu-
viera dormida pero los ruidos alertaron a los familiares, los cuales
corrieron hacia las catacumbas que estaban bajo la villa, a través
de pasadizos secretos lograron llegar al alcantarillado de la villa y
lograron escapar. Los Orsi lo habían perdido todo y aún más: ha-
bían perdido el honor del apellido, que en algunos casos era peor
que la muerte.
¿Os acordáis de que antes os he dicho que la gloria de unos es
la envidia de otros? Pues ese es el caso de Emmanuelle Barbarigo,
un banquero florentino el cual había llegado a Monteriggioni en
busca de fama y fortuna pero se veía pisoteado por la riqueza de
los Orsi.
Una noche fría y oscura de invierno Emmanuelle sobornó al
capitán del ejército personal de los Orsi para que atacara la villa y
matara a la familia, pero sus planes se vieron arruinados al desco-
nocer las catacumbas de la villa, lo cual les dio la huida a los Orsi.
Ya de nuevo en Florencia, tras pasar cuatro años en el exilio,
la familia Orsi con solo 4000 florines en la bolsa tenía que sobre-
vivir en una ciudad tan grande como esta. Las desgracias fueron
de mal en peor para nuestros queridos aunque desgraciados ami-
gos: la madre de Dante, Catalina, murió contagiada por la peste en
1474 y su hermana Aurora fue asesinada por una banda de ladro-
nes conocidos como la Volpe, los cuales mataban en la oscuridad
al amparo de la noche sin dejar rastro alguno. El padre Giovanni
abandonó a su hijo Dante con solo doce años para casarse con una
prostituta veneciana llamada Arabela. El pobre Dante se encon-
traba a merced de las calles florentinas de un Renacimiento más

75
que oscuro a la par de glorioso, con solo 12 años Dante asesinaba
a la luz de luna más por placer que por necesidad, era un mucha-
cho trastornado y traumatizado por todas las desgracias que le ha-
bían ocurrido durante estos años.
Varios meses después Dante conoció a un galeno anciano
también conocido como Dottore Peste en aquella época. El galeno
se llamaba Lucino y era un viejo sádico que llevaba años causan-
do el terror entre los barrios bajos de Florencia, Venecia y Roma,
este individuo le enseñó a Dante todo lo que debía saber para ser
un maestro del terror y, lo más importante, del miedo. Por fin ha-
bía ocurrido: el aprendiz superó al maestro y pasó a llamarse Il
Dottore Peste, más conocido como el Galeno. Dante se había per-
dido en las tinieblas y no regresaría jamás: tras años sembrando el
terror como el Galeno, nuestro amigo decidió crear el mayor de
los crímenes, el cual sería recordado por maestros del mal en el
futuro.
Una noche, aprovechando el carnaval de Florencia, ya en
1478, el Galeno sabía que todo el ejército de Florencia estaría en
el desfile y que la casa de su viejo conocido Emmanuelle Barbari-
go, también conocido como Gonfanloniere, estaría sin vigilancia.
A las tres de la mañana exactamente comenzaron los fuegos arti-
ficiales del desfile, momento exacto para romper las ventanas de
la mansión, así es como el Galeno se adentró en lo que sería su
mayor venganza. Observó durante minutos a Emmanuelle y a su
esposa mientras dormían y a continuación fue a por sus hijas, a
las cuales apuñaló y desmembró sin contemplaciones; alertado
por los gritos de sus hijas, Emmanuelle corrió en su busca pero
para cuando llegó era demasiado tarde, ya habían sido brutalmen-
te asesinadas. Después se oyeron pasos cerca de su dormitorio,
donde dormía plácidamente su mujer, por poco tiempo, ya que
murió degollada al instante mientras su esposo corría a por sus
armas. Dentro de la habitación Emmanuelle se paró junto al cadá-
ver de su esposa cuando, de repente, una figura fantasmagórica se
abalanzó sobre él, comenzaron a forcejear y tras un empujón con-

76
tra la pared del cuarto Emmanuelle le clavó su daga al Galeno,
creyendo que lo había matado, pero lo que no sabía es que el Ga-
leno lo había matado hacía diez minutos con un veneno lento
mientras dormía. Antes de poder reaccionar, el Galeno, con las
pocas fuerzas que le quedaban, logró saltar por la ventana hacia el
río y, como la niebla desapareció, nuestro querido amigo Emma-
nuelle murió a los pocos segundos.
El Galeno despareció ese día. ¿Realmente murió? No lo creo,
pero, como se suele decir, amigos míos, eso ya es otra historia.

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La casa del piano
María Sánchez Riquelme (4ºA ESO)

Como todos los años, en verano nos marchábamos al campo a


casa de mis abuelos de vacaciones, a mi hermano y a mí nos en-
cantaba ir y poder correr al aire libre, por todo el bosque, pero, de
todo, lo que más nos gustaba eran las historias que nos contaba mi
abuelo. Algunas de ellas eran reales, de hecho nos contó una que
pasó allí, en el mismo pueblo dos generaciones antes de nacer él.
Decía que había una familia adinerada que tenía dos hijas, pe-
ro que nunca salían de casa. Una de ellas estaba impedida en una
silla de ruedas, la madre estaba mal de los nervios y el padre casi
siempre estaba fuera por negocios. Vivían en una casa tipo man-
sión, enorme, con muchas habitaciones, la cual todavía se mante-
nía en pie, a pesar de estar abandonada durante muchos años. La
hija impedida siempre estaba tocando el piano y su hermana le
acompañaba para no dejarla sola, no salía a jugar con otras niñas.
Tenían un profesor que iba a darles clases a su casa, pues la ma-
dre no quería que su hija impedida saliese a la calle.
Un día, cuando el padre volvió de viaje, su mayor desgracia
fue encontrarse a sus dos hijas apuñaladas. La impedida estaba
caída encima del piano, el cual estaba todo ensangrentado, y la
otra hija tirada en la escalera, toda llena de puñaladas. La casa es-
taba bañada de sangre, las paredes manchadas, las alfombras del
salón y todo el suelo. El padre comenzó a gritar y a llamar a su
esposa, la cual no le contestaba, corrió subiendo a la planta de
arriba y encontró a su mujer colgada en la lámpara de su dormito-
rio. La madre había asesinado a sus hijas y después se había ahor-
cado.

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Desde entonces, decía mi abuelo, por las noches se oían voces
dentro de la casa y alguna gente había visto por las ventanas a la
niña impedida sentada tocando el piano, una música celestial. Mi
abuelo nos aconsejó que no nos acercásemos nunca por los alre-
dedores de la casa, pues daba un poco de miedo. Esa noche mi
hermano y yo nos acostamos un poco temblorosos pensando en la
historia que mi abuelo nos había contado.
A la mañana siguiente mi hermano y yo decidimos acercarnos
a la casa solo por curiosidad. Tenía una reja y una puerta muy
grande de hierro toda oxidada, el jardín estaba seco y lleno de ma-
leza, en medio de la entrada había una fuente de agua rota, llena
de matorrales, casi no se veían las figuras que tenía, las ventanas
tenían algunos cristales rotos. De repente mi hermano se apoyó en
la reja y se abrió, no tenía cerradura ni cadena alguna para impe-
dir la entrada. La curiosidad fue tan fuerte que decidimos entrar y
acercarnos por el camino hasta llegar a la fuente de la entrada de
la casa. La verdad, se te ponían los pelos de punta de ver cómo es-
taba todo. Mi hermano se acercó a una de las ventanas que tenía
un cristal roto y rápido me llamó para que mirase dentro y vi que
había un piano en medio del salón principal tapado con una sába-
na, igual que el resto de los muebles, yo me acerqué a la puerta y
la empujé para ver si estaba abierta o cerrada y de repente al em-
pujar se abrió, mi hermano me grito: “¡No, no pases!, ¡la casa está
encantada!, y si nos pasase algo el abuelo se enfadaría con noso-
tros”. Yo le contesté: “No pasa nada, no tengas miedo, solo voy a
mirar”.
De repente, al abrir, algo se cruzó entre mis piernas, mi her-
mano y yo salimos corriendo gritando sin mirar, después nos di-
mos cuenta de que tan solo era un gato que estaba encerrado. Esa
mañana nos marchamos a casa y estuvimos pensando en lo que
habíamos visto. Después supimos que las apariciones y la música
solo sucedían a medianoche. Fue cuando decidimos escaparnos e
ir a la casa para comprobar si era verdad la historia contada por la
gente del pueblo.

79
Cuando llegamos otra vez la reja estaba abierta, pensamos que
la habíamos dejado abierta por la mañana al salir corriendo. Todo
estaba muy oscuro, solo el sonido de los grillos y de los pájaros
nocturnos nos hacían ir mucho más despacio. Al llegar a la fuente
le dije a mi hermano: “Demos la vuelta y marchémonos”, pero de
repente se abrió la puerta de la casa como si nos estuviese invi-
tando a pasar, yo di un paso para atrás pero mi hermano insistió
en que entráramos. Nada más poner un pie dentro empezamos a
oír un pequeño susurro como de risas y voces de niños, intenté
volver y salir pero la puerta se cerró de un portazo y nos queda-
mos dentro encerrados. Yo le dije a mi hermano que saliésemos
por cualquier balcón de arriba, pues abajo había rejas. Así, sin
más, mis piernas empezaron a temblar y no me salían las palabras,
mi hermano empezó a llorar y yo para tranquilizarlo tuve que
subir el primero para intentar salir de allí. Al llegar al piso de
arriba había todo un pasillo lleno de puertas que se abrían y cerra-
ban solas, sin pensarlo entré en la primera puerta, estaba todo tan
oscuro que solo se veían trozos de cortinas viejas, y una voz que
nos decía: “Por favor, no marcharos, que no os va a pasar nada”.
Me di la vuelta y se me apareció una de las niñas con un ves-
tido blanco pidiéndome ayuda para salir de la casa, yo le dije que
no me hiciese nada, mi hermano salió corriendo hacia abajo y yo,
muerto de miedo, detrás de él. Al llegar al salón empezamos a es-
cuchar una música de piano, era ella, la niña que iba en silla de
ruedas, y una voz que le decía: “Sigue tocando, sigue tocando, no
dejes nunca de tocar”. Era la madre, que daba vueltas y vueltas en
medio del salón. Nosotros no sabíamos qué hacer, pero de inme-
diato pudimos salir corriendo sin mirar atrás. Fue la noche más
larga de mi vida, y allí juré a mi hermano no volver jamás a ese
lugar.

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Las cuatro ovejas
Anaís Lastra Soriano (4ºB ESO)

Érase una vez, en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado


Cotswolds, una encantadora familia que vivía en una apartada ca-
sa en la colina de un monte cercano. Estaba formada por un padre
que trabajaba en la mina del pueblo y una madre ama de casa, los
cuales tenían un hijo llamado Jonas.
Este era un niño antisocial que se pasaba la mayor parte del
tiempo en un descampado detrás de su casa. Como no le hacían
caso, nadie sabía a qué jugaba en ese apartado lugar, solo aparecía
su padre de vez en cuando para pegarle palizas, las cuales le fue-
ron dejando secuelas en su memoria.
Un día llamó a la puerta de Jonas una muchedumbre enfureci-
da. Reclamaban al niño, ya que era el único sospechoso de la
muerte de cuatro ovejas calcinadas que aparecieron cerca del des-
campado donde solía jugar. El padre sacó al niño fuera y ante toda
la gente lo castigó, dándole golpes con palos y piedras hasta que
este perdió el conocimiento.
Se levantó días más tarde en la cama de su habitación, con los
ojos todavía ensangrentados y unas agujetas insoportables de la
paliza, y lleno de rabia se escapó. Él no era el culpable de la
muerte de esas ovejas y eso no iba a quedar así. Se escondió en un
bosque cercano y ahí permaneció sin que nadie supiera nada de él
durante años. Aprendió a sobrevivir con las dificultades de la na-
turaleza y se convirtió en una máquina de matar.
Cuando el tiempo pasó y nadie se acordaba de él, volvió al
pueblo y sin ser visto fue ejecutando sus venganzas. Primero mató
a todo el ganado del pueblo, incendió cosechas y asesinó a un

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granjero. Todo el mundo estaba desconcertado, en un pueblo tan
pequeño donde la gente conectaba tanto empezaba a fluir la inse-
guridad.
El chico siguió permaneciendo oculto y aterrando al pueblo,
en el cual cada vez se respiraba más el miedo.
Empezaron a producirse más y más altercados y la gente no
quería salir de casa, ya que se sentían inseguros por si les pasaba
algo, aunque Jonas fue casi directamente a por los suyos. Ahorcó
a su padre y secuestró a su madre para llevarla a lo alto de la coli-
na. La ató a un tronco y la decapitó, prendió el tronco en llamas y
lo tiró colina abajo, rodando este hasta la plaza del pueblo.
La gente se quedó patidifusa, el caos empezó a reinar en el
pueblo y los habitantes perdían el control; asustados y temiendo
por sus vidas comenzaron los asesinatos entre vecinos.
Jonas continuó quemando el campanario del pueblo y el fuego
se fue extendiendo a todas partes, devorando casa por casa todo el
vecindario y matando lentamente a los habitantes. Mientras, este
disfrutaba del panorama y colgaba una cuerda a la rama de un ár-
bol centenario del descampado donde jugaba.
Cuando el fuego consumió el pueblo, y después de muchas
horas de terror, ató la cuerda a su cuello y se ahorcó dejando atrás
una vida de complejos y temores provocados por la mala gente de
su entorno.

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Un sueño terrorífico
Alicia Jia Xin Sun (4ºA ESO)

En un sábado de verano en el que hacía buen tiempo la familia


de Estela se fue de excursión a un bosque templado que había
cerca de la ciudad en la que vivía. Mientras iban paseando por el
bosque se puso a llover fuerte y tuvieron que buscar un refugio,
hasta que encontraron un castillo que parecía abandonado, que
por fuera se veía viejo, a medio construir: parecía que se iba a de-
rrumbar.
Al entrar al castillo se sorprendieron al encontrarse con una
parte muy diferente a la que se veía por fuera, se veía antiguo pe-
ro muy colorido, como si alguien hubiera estado viviendo ahí.
Empezaron a ver todo lo que había dentro del castillo, era inmen-
so, podía tener cientos de habitaciones y de cocinas. Cuando vie-
ron el comedor se sorprendieron de lo grande que era y la mesa,
que estaba hecha para cenar, era muy larga y estaba llena de pla-
tos llenos de comida, y se notaba que habían pasado varios años
sin tocar por toda la clase de polvo y de telarañas que rodeaban la
mesa.
Con el tiempo la lluvia cesó, Estela y su familia decidieron
quedarse por un tiempo en aquel castillo, salieron a ver los jardi-
nes. Al llegar al final del jardín se encontraron con un panteón
lleno de tumbas, mientras iban mirando los nombres de las tum-
bas se encontraron con uno muy particular llamado Damon Mi-
kaelson, que llevaba muerto miles de años, a diferencia de los
demás, que llevaban muertos años.
Al anochecer se encontraron con un hombre raro de piel muy
blanca, de pelo largo y negro, con una mirada que daba miedo,
parecía viejo pero tenía pinta de ser bastante fuerte, imponía solo

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con mirarlo. No sabían qué pensar al ver a ese hombre que por
donde pasaba dejaba un rastro de miedo.
Padre de Estela.— ¿Quién es usted?
Damon.— Me llamo Damon Mikaelson, iba andando por el
bosque y me he perdido y he llegado a parar a este gran y viejo
castillo.
La familia, extrañada, se dio cuenta de que era el hombre de la
tumba no solo por el nombre sino por la foto que había en ella.
Pasaron la noche con miedo, ya que en una de las habitaciones de
ese gran y viejo castillo dormía él, que podría ser un asesino. A
media noche Estela empezó a escuchar ruidos que provenían de la
habitación de Damon; salió de su habitación, mientras iba andan-
do por el pasillo seguía escuchado aquellos ruidos, hasta llegar a
la puerta de la habitación de Damon.
Cuando iba a abrirla se encontró con unas sombras y al hom-
bre lleno de sangre en la esquina, con ojos muy abiertos y blan-
cos, con una respiración muy agitada. Estela empezó a chillar y
salió corriendo hacia su habitación para llamar a sus padres, mien-
tras iba corriendo deprisa se tropezó con la alfombra que había en
el suelo y rodó por las escaleras, Damon aprovechó la caída de la
niña para asesinarla, se bebió cada gota de sangre de Estela.
Los padres de Estela se despertaron por el chillido de su hija,
en todo el castillo no se escuchaba ni un alma, al pasar por las es-
caleras vieron sangre, se asustaron y fueron bajando en busca de
ella. No la encontraban por ninguna parte del castillo hasta llegar
a los jardines, fueron al panteón, hacia la tumba, y se encontraron
con lo peor que se podían haber encontrado en su vida: su hija
muerta llena de sangre sobre la propia tumba de su asesino. De
repente apareció de nuevo el hombre y fue a por los padres de
ella, en ese instante Estela despertó con miedo, llena de sudor, to-
do había sido un sueño: en su imaginación los vampiros existían y
era víctima de uno de ellos.

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El asesino cocinero
Javier López Ballesta (3ºA ESO)

Corría el año 1945 después de la Segunda Guerra Mundial, en


Estados Unidos, en esos tiempos el hambre reinaba entre toda la
población.
John, un hombre de gran estatura y muy delgado, estaba ham-
briento y desesperadamente buscaba algo con que alimentarse,
fueron pasando los días y este perdió la cordura, en un acto de lo-
cura le arrebató la vida a una joven que caminaba por los fríos y
oscuros callejones.
John arrastró a la mujer hacia su casa, y acto seguido le rebanó
todas las extremidades una por una, manchando toda la casa, la
cual estaba un poco derruida. Sin pensárselo dos veces, empezó a
cocinar un brazo de la chica y acto seguido se lo comió sin ningún
tipo de escrúpulo; después le cortó todos los dedos uno por uno,
comiéndoselos crudos, saciando así su hambre, y tuvo una idea: el
último día de cada semana mataría a una persona. Su técnica era
esconder el cuerpo en el garaje, comérselo y, cuando terminara,
enterrar sus restos en su propio jardín.
Fue pasando el tiempo y, casi sin darse cuenta, ya había muti-
lado y matado a 47 personas, incluyendo a tres inocentes niños.
Pronto la noticia se extendió y la gente empezaba a tener miedo,
cada vez había más personas desaparecidas...
Pasado un tiempo, sus vecinos empezaron a sospechar de él,
ya que cada domingo salía de su casa a la misma hora, volvía con
una gran bolsa, la cual tenía forma humana, y cerca de allí empe-
zaba a oler a podrido, como si hubiera una gran acumulación de
basura.

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Un día, una persona que normalmente pasaba por delante de la
casa de John, y siempre olía ese olor putrefacto, decidió llamar a
la policía.
Las sirenas empezaron a sonar por el final de la calle, John al
escucharlas huyó despavorido, cruzó la carretera rápidamente y
corrió por el bosque, intentando no ser capturado por aquellos co-
ches de policía, los cuales ya estaban llegando a su casa.
Empezó a llover, borrando así las pocas huellas que había de-
jado en su huida, resultó imposible rastrear al criminal y logró así
esquivar a sus perseguidores.
Pasaron unos años en los cuales John sobrevivió todo el tiem-
po comiendo frutos de los arbustos, cazando y pescando lo que pi-
llaba, pero un día, cansado de vivir en tan malas condiciones, vol-
vió a la ciudad ansioso de seguir la matanza que años atrás había
comenzado y tuvo una gran idea: primero se reencontró con un
antiguo conocido, el cual al ver a John vivo quedó muy sorpren-
dido. Este le propuso la idea que había tenido: hacer un restauran-
te en el que se servirían hamburguesas, pero no todo tipo de ham-
burguesas, sino que se harían con carne humana.
Abrieron el restaurante en la casa de Peter, que era el amigo
de John, y pronto empezó a ser conocido por sus grandes ham-
burguesas y lo agradable que era el trato de sus dueños.
Día tras día, los dos mataban a personas inocentes para hacer-
las comida, hasta que un día, en un cumpleaños de un niño pe-
queño, se quedaron sin carne, y decidieron cerrar las puertas de la
casa e ir matando a todos uno por uno. Enloquecieron por com-
pleto.
La sangre estaba por todas partes, solo se escuchaba el sonido
de los niños inocentes y los de algún padre, que cometió el error
de quedarse dentro de la casa. Finalmente quedaban escondidos el
niño que cumplía años y su padre, ocultos en el garaje; sin querer
el pequeño hizo un ruido al tropezar con llaves inglesas, este so-
nido les delató e hizo que los dos asesinos fueran lentamente al

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garaje. El padre desesperado tuvo una idea: cuando los asesinos
llegaron, cogió un bote de disolvente y se lo tiró a la cara a los
dos, seguidamente cogió una cerilla y quemó a los asesinos. Am-
bos comenzaron a arder, pero John antes de morir apuñaló al pa-
dre, y mirando al niño con una sonrisa tenebrosa le dijo: “¿Quie-
res ser parte de la siguiente tanda?”.

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El camino de bolas blancas
Mireia Fuentes Quereda (4ºB ESO)

Siempre he sido un niño muy reservado, no me gusta


relacionarme con gente de mi edad. Mi familia se piensa que
tengo un problema pero ¿qué mejor que estar con uno mismo y
escuchar lo que te dice tu cabeza? Mi madre estaba preocupada
por mí pero yo estaba bien, aunque no entendía por qué hablaba
solo o me encerraba en mi habitación a hablar con la pared, ¡ja! Si
ella supiera... Pues bien, no paraban de insistir durante todo el año
en apuntarme a un campamento para hacer amigos, pensé que
sería una buena idea para desconectar mi mente y, lo más
importante, para saber lo que quería Phoebe. El campamento
duraba un mes, con muchísimas actividades, tanto deportivas
como intelectuales, pero lo que más me apasiona es la noche, la
oscuridad, leyendas de terror e imaginar a criaturas monstruosas
rondando por tu cabeza e incluso alrededor de ti. El primer día fue
la presentación, yo tenía alguna esperanza de encontrar a alguien
con mis mismos gustos pero... ¿y si Phoebe se enfadaba? No,
mejor no.
Cuando llevábamos dos semanas de campamento estaba
deseando terminar, pero lo bueno que sacaba es que estaba cono-
ciendo más a la sombra que siempre me ha acompañado desde esa
noche; después de visitar a mi padre en el cementerio, al pasar por
delante de la tumba vecina, me extrañó ver grabado el apodo de
mi padre, Phoebe, y observé la foto de ese difunto hombre, tenía
una mirada sádica y maliciosa, me quedé mirándola fijamente
durante unos minutos más y me di cuenta de que la fecha de su
muerte estaba tachada con arañazos. En ese momento me vino un
escalofrío por detrás y escuché una voz tenebrosa dentro de mi

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cabeza: Te estaba esperando, me dijo. Entonces me di cuenta de
que por más que corriese o huyera estaba acabado, no podía
alejarme de él, se había metido en mi cabeza y era parte de mí.
A la mañana siguiente me desperté ansioso, con falta de
oxígeno y aliviado de pensar que todo fue una pesadilla, así que
fui al baño y cuando vi mi rostro tras el espejo, vi su reflejo detrás
de mí, no era una pesadilla, de verdad estaba pasando. Yo me
sobresalté al ver que su cara estaba magullada y descompuesta
pero no podía verle los ojos, intenté escapar pero algo me lo
impedía, no podía mover ninguna articulación y de repente sentí
una fuerza sobrenatural en mi cuello, la cual me estaba ahogando
poco a poco y escuché en mi cabeza: Si quieres jugar yo te
enseñaré cómo hacerlo. Ahí reflexioné y decidí que era mejor
hacer lo que dijera Phoebe. Día tras día me acostumbré a estar
acompañado de una sombra tenebrosa, no sabía lo que quería pero
sí sabía que iba a llegar hasta el final.
La última noche de campamento escuché un ruido fuera de la
tienda de campaña y vi una sombra pasar, era él, quería algo. Me
dispuse a salir y me percaté de un camino lleno de bolas blancas
viscosas, algo muy extraño, pero no le presté atención. Conforme
iba siguiendo ese camino, veía cómo cada vez me iba adentrando
más en el bosque y sentía la escarcha de la noche aún más helada
sobre mi piel, no había escuchado nada de Phoebe en mi cabeza ni
su presencia a mi alrededor. Empecé a tener la respiración
entrecortada debido al miedo y al mal olor que iba viniendo. De
repente llegué a un charco de sangre con bolas blancas, eran ojos.
Ahí estaba, de espaldas, mirando hacia varias cuerdas colgadas de
las ramas de los árboles, le pregunté qué quería de mí y cuando se
apartó un poco me quedé aterrado al ver a todos los miembros de
mi familia colgados y descuartizados en los árboles, todas las
personas que me querían, e incluso compañeros del campamento
que quisieron alguna vez acercarse a mí para entablar alguna
conversación.
Entendí su mensaje, me quería solo para mí y ese sentimiento

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me resultó familiar, así que le pregunté quién era y me dejó
mirarle a los ojos, lo entendí todo, esos ojos no se me olvidarán
jamás: los de mi padre.

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El regalo maldito
Marta Fernández Ballester (3ºC ESO)

Hola, mi nombre es Matilde y hoy vengo aquí para contaros


mi experiencia con un regalo que le hicieron a mi hija por su
cumpleaños.
Era el día que cumplía siete años, como todos los años el día
de su cumpleaños la despertaba temprano para disfrutar al máxi-
mo, lo primero que hice fue darle su regalo, le preparé su desa-
yuno favorito.
Su padre no estaba en casa, por motivos de trabajo siempre es-
taba viajando, no era la primera vez que se perdía el cumpleaños
de Emily.
Después de un rico desayuno, fuimos a comprar todo lo nece-
sario para la fiesta. Habíamos invitado a un gran número de ami-
gos; no teníamos suficiente espacio en casa, por lo que decidimos
celebrarlo en el parque de al lado.
Todo estaba preparado, los primeros invitados comenzaron a
llegar, Emily estaba muy contenta. La fiesta fue marchando ge-
nial, todos se lo estaban pasando muy bien, llegó el momento de
entregar los regalos. Cada niño le dio su regalo, pero sobró uno:
una caja misteriosa que no era de nadie. Emily la abrió, era una
preciosa muñeca de ojos grandes, claros, y con un brillo extraño;
a Emily le gustó tanto que se pasó todo lo que quedaba de día ju-
gando con ella. A mí no me cuadraba la situación, no sabía cómo
había llegado esa muñeca tan extraña ahí, no entendía nada.
Al llegar la noche, y ya en casa, mientras preparaba el baño,
escuché cómo Emily hablaba sola, no le di importancia, estaba
jugando. En la cena hablamos de lo bien que nos lo pasamos, que

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le encantaba su regalo sorpresa, decía que le gustaba mucho ha-
blar con ella y también que le pedía que hiciera cosas. Yo le pre-
gunté qué tipo de cosas, miró a la muñeca y me dijo que era un
secreto.
A la mañana siguiente Emily fue al colegio como de costum-
bre, yo regresé a la casa y sentí un cambio de temperatura brutal y
pensé: “¿Me habré dejado el aire acondicionado puesto?”. Fui al
comedor y no estaba puesto. “¡Que extraño!”, pensé.
Fui a ordenar la habitación de Emily. Mientras lo hacía sentía
que alguien me estaba mirando, me giré y la vi a ella, me obser-
vaba, parecía que estaba viva. La puse en una esquina mirando
hacia la pared, fui a la cocina a desayunar, el cajón de los cuchi-
llos estaba medio abierto, me giré y la vi. Estaba inerte pero con
un cuchillo en la mano. No entendía qué pasaba, la cogí y la metí
en una caja dentro del armario.
Fui a por Emily al colegio, llegué a casa, terminé de hacer la
comida y escuché a Emily gritar. ¡La muñeca había salido del ar-
mario! Fui corriendo a ver qué pasaba, y le pregunté: “¿La has sa-
cado tú?”, y me dijo que no. Estaba donde la había dejado esa
mañana.
En ese momento fui consciente de que algo no iba bien. Llegó
la hora de dormir y esperé despierta a que Emily se durmiera para
coger esa maldita muñeca y tirarla a la basura. Cuando fui a su
cuarto a la mañana siguiente, estaba allí de nuevo…, pero mi hija
no.

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Ángel de amor
Crismel Jaelka García Suazo (4ºA ESO)

OCTUBRE DE 2017

En realidad hay muchos tipos de ángeles, existen los ángeles


demoniacos y ángeles bendecidos por la mano de Dios, a ese tipo
de ángeles yo los llamo ángeles celestiales pero yo os voy a ha-
blar de uno cuyo ser es todo angelical, bondadoso, cariñoso, amo-
roso y lo más bello, se llama Ángel… Él es mi padre. Mi nombre
es Crismel, Cris para los amigos, vengo de una familia de lo más
bella. Mi madre, Melania, es una preciosidad de mujer, inteligen-
te, culta y, sobre todo, una buena madre, para mí la mejor. ¿Y qué
puedo decir de mi padre? Es simplemente brillante, se dedica a
trabajar de conserje en una comunidad de propietarios en pleno
corazón de Murcia. Desde muy pequeña me ha gustado destacar
en todo y ser el punto de atención en mucha gente, soy muy feliz,
pero como siempre y por desgracia en aquella primavera de 2016,
en aquel fatídico día todo se torció, oh, sí…, sin darme cuenta me
vi sumergida en un pozo, tan profundo y oscuro que hoy en día en
la soledad de la noche duermo con la luz encendida: un día de ma-
la suerte, una sorpresa inesperada, una noche de puro terror y,
creedme, amigos, no siempre los verdaderos miedos son aquellos
de monstruos y apariciones, sino aquellos accidentes que tenemos
en nuestra vida: un lugar equivocado a una hora equivocada fue lo
necesario para caer en un pozo, tan ancho y profundo que te sen-
tías morir de puro miedo. Esta es mi historia.

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ABRIL DE 2016

Todos estábamos eufóricos, después, claro está, de dos sema-


nas de exámenes, ya era la última semana que pasábamos en cla-
se, puesto que teníamos las vacaciones de Semana Santa para no-
sotros; oh, primavera, dulce primavera…; así que después de unas
dos semanas agotadoras, por fin las vacaciones, llegó la hora de
despedirme de todos mis amigos de clase pues, sin duda, era la úl-
tima mañana que íbamos a pasar juntos.
Siempre que nos levantamos por la mañana sabemos lo que
nos puede pasar, pero nunca lo que sí va a pasarnos y de hecho
me pasó, vaya si me pasó. Aprovecho un gran descampado para ir
y venir de clase, un descampado algo largo y tenebroso, pues en
verano te asas de calor al borde de darte una insolación y en in-
vierno el frío es insostenible. Vivo a tan solo ocho minutos de mi
colegio, en una urbanización llamada Joven Futura. Llena de ale-
gría y euforia. Como de costumbre atravesé ese descampado pero,
no sé por qué, quise pasar por la maleza en vez de pasar por el as-
falto, que hubiera sido más fácil y normal en lo que a mí respecta,
con tan mala suerte que caí en un pozo, no me percaté y en una
fracción de segundo me vi metida en un agujero oscuro y húmedo
y, para colmo, con una pierna rota, en concreto la derecha. Más
tarde supe que eran las fosas sépticas que la empresa Aguas de
Murcia estaba construyendo para hacer alcantarillados subterrá-
neos. No pude soportar el dolor, totalmente a oscuras, solamente
veía una luz al final del pozo, mientras fuera de día.
El dolor era tan intenso que temía desmayarme, había algo de
agua, claro está, teniendo en cuenta que era el mes de abril. El
agua me llegaba por las rodillas y no porque la viese, pues como
bien he dicho estaba completamente a oscuras, sino porque la sen-
tía. Lo primero que se me ocurrió fue gritar con todas mis fuerzas,
gritar de dolor, gritar de terror y gritar de angustia; estaba claro
que ahí no había nadie más que los fantasmas de mi soledad, esos
fantasmas que me susurraban al oído, diciéndome que el asunto se

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estaba poniendo muy oscuro, oh, sí…, oscuro y sin estrellas; pen-
sé en mi móvil y me puse muy contenta aun con el dolor de mi
pierna, ¡oh, Dios mío! Mi móvil no tenía datos y mucho menos
internet, por lo tanto era imposible la comunicación, okey, todo
estaba en mi contra, tú puedes, Cris, debes tranquilizarte, pero
¿cómo tranquilizarme? Estaba claro que con ese dolor tan agudo
que me causaba mi pierna era imposible hallar tranquilidad, paz y
sosiego, de pronto sonó el móvil y… ¡hurra! Era mi padre Ángel.
Tenía suficiente anchura para poder libremente estirar las manos y
coger el móvil, pero efectivamente, tal y como lo había pensado,
no había cobertura en ese agujero cilíndrico infernal.
Por otra parte la preocupación de mis padres era inevitable,
llamaron sin esperar a mis amigas, a dos en concreto: a Rosa, que
era mi mejor amiga inseparable de la infancia, y a Raquel, su pri-
ma; cuando llamaron a Rosa claramente les dijo a mis padres que
se despidieron a eso de las 14 h. de la tarde y desde entonces no
supo más de mí. El grado de preocupación de mis padres iba en
aumento progresivamente; faltaba Raquel, prima de Rosa y com-
pañera de clase, llamaron y se puso su madre, Ángel le contó lo
sucedido y la madre de Raquel, Ana, le dijo a Raquel que era el
padre de Cris, que se pusiera al teléfono. Ángel le contó lo suce-
dido y lamentablemente Raquel le contó lo mismo, poco más o
menos que su prima Rosa. Ángel y su esposa Melania decidieron
llamar a la policía nacional sin más preámbulos, contestó un agen-
te y eran ya las 20 h.
Habían pasado las horas en un abrir y cerrar de ojos, no existía
el factor tiempo, no existían las agujas del reloj, lo único que que-
ría era salir de ese inmundo agujero y que cesara ese dolor de mi
pierna rota por la parte del peroné. Enseguida mi padre Ángel tu-
vo una premonición o presentimiento, llamémoslo como quera-
mos, pero lo cierto es que sabía que yo estaba muy cerca, pero
que muy cerca. Se movilizó toda la logística del cuerpo nacional
de policía, el cuerpo militar de la guardia civil y, cómo no, los
bomberos. ¡Vaya! Sin saberlo me estaba haciendo famosa, era “la

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niña perdida de Espinardo”. Como bien dije, mi padre sabía que
me hallaba cerca; acompañado por todo el grupo de logística em-
pezaron por donde dijo mi padre Ángel, por ese descampado, ya
estaba cerca mi rescate; yo escuchaba voces, mi dulce madre Me-
lania rezando por mí, eso fue lo que mi padre Ángel le pidió que
hiciera y estoy segura de que en algún lugar del cielo los ángeles
celestiales escucharon la voz de mi madre, una madre preocupada
por su hija que yacía metida en un pozo oscuro y maloliente; las
voces ya estaban justo en la posición correcta, si yo las podía oír
entonces ellos también podrían escucharme a mí; miré hacia arri-
ba del pozo y vi que ya era de noche con la diferencia de que esta
vez estaba la luna para darme las buenas noches y justo cuando
me disponía a chillar con todas mis fuerza para que me oyeran,
una perra de raza pastor alemán, dirigida por la guardia civil, si-
guió mi rastro, tenía una blusa mía y por el olor siguió mis pasos
y me encontró.
Lo primero que vi fue la cara de una chica del cuerpo de la
guardia civil llamada Ángela, con su perrita Angie, nombre que
traducido al castellano es algo así como Ángel. Vi el rostro de mi
padre y los dos rompimos a llorar, lo primero que hizo mi padre
fue llamar a mi madre para no preocuparla más; ya no me impor-
taba mi pierna, lo único que quería era salir de ese agujero in-
mundo. Dieron paso a los bomberos, en concreto a un hombre ro-
busto de mediana edad, era sargento, llamado también Ángel; me
dio una especie de arnés para que me lo pusiera, era muy fácil; so-
lo había que meter los brazos como si fuera una blusa y los pies
como si de un pantalón se tratara, me dijo que si la pierna derecha
me dolía que no era necesario que la metiera, que con la izquierda
era suficiente y así lo hice, me subieron con mucho cuidado.
Al día siguiente yo era el tema principal de conversación de
mi pedanía. Salí en la televisión local murciana y en los periódi-
cos locales, La Opinión y La Verdad. Días más tarde encajé las
piezas: Ángel era mi padre, Ángela era la chica de la guardia civil
y Angie era su perrita pastor alemán que me encontró y también

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Ángel era el bombero que me rescató. Después de más de un año,
creo que existen los ángeles, creo en Dios pero, si queréis que os
sea sincera, lo que me salvó no fue nada de lo dicho anteriormen-
te; aquí en esta historia no hay héroes, cada uno hace su trabajo,
mi única heroína fue mi madre con el poder de su oración y estoy
segura de que en algún lugar muy remoto los verdaderos ángeles
celestiales escucharon su oración. Los ángeles existen, sí, y si no
preguntádselo a mi madre. La vida no está hecha de brujas y fan-
tasmas, el verdadero terror es enfrentarse a uno mismo en situa-
ciones que nos llevan al límite, eso fue lo que me paso a mí, y ese
es mi testimonio.

97
Te toca a ti
Mª Elena Fernández Pelluz (4ºB ESO)

Me llamo Jessica y estoy muy orgullosa de mí misma. Hace


tres meses que trabajo en una gasolinera y es mi primera noche
sola. Mi jefe, el señor Brown, vino esta mañana muy nervioso y
preocupado; Jake, quien hacía el turno de noche, había tenido un
accidente de moto y estaba hospitalizado. No podía creérmelo
cuando me lo dijo, a pesar de no llevar aquí mucho tiempo nos
hemos hecho muy amigos, siempre es amable y cariñoso conmigo
y sabe sacarme una sonrisa, por esto no dudé ni un segundo en
ofrecerme para sustituirlo, aunque ahora estoy un poco nerviosa.
El señor Brown no puede quedarse conmigo porque tiene que ver
cómo está Jake, pero me enseñó dónde estaba el botón de emer-
gencia y llevaba el móvil, así que no tenía por qué preocuparme.
Llevo aquí desde las diez escuchando la radio y entre canción y
canción se me han hecho las doce. A pesar de estar aquí dentro,
puedo oír los truenos sonar fuera, parece que el parte meteoroló-
gico no se equivocaba, iba a caer una buena tormenta.
Es casi la una y estoy muy aburrida, no hay absolutamente na-
die fuera, ni siquiera un coche, y encima el móvil lleva sin cober-
tura un buen rato y la radio tampoco coge señal. Todo está muy
tranquilo, pero hay algo que me inquieta, ¿será este silencio eter-
no junto a ese intenso sonido de la lluvia cayendo?
Desde las tres de la madrugada no para de ir todo a peor, esta
situación me está haciendo perder la cabeza. Sobre las tres y cuar-
to las luces exteriores dejaron de funcionar tras caer un colosal
rayo que hasta me hizo dar un respingo, y lo peor de todo es que
cuando miré afuera había una sombra alargada en la otra acera.
Por un momento pensé que era real, pero después de ir al baño,

98
lavarme bien la cara y volver a comprobar que seguía sin cobertu-
ra, volví y, como era de esperar, no había nadie.
La tormenta no cesa, las luces interiores de la gasolinera están
empezando a parpadear también. Y pensar que Jake tiene que so-
portar todo esto; por suerte mi turno termina a las siete, por lo que
quedan unas dos horas para poder irme por fin a mi casa.
Estoy volviendo a ver cosas, no, no veo cosas, sino a un hom-
bre. Él sigue mirando hacia aquí inmóvil; esto no es mi imagina-
ción, esto es real. Parece que se está acercando, madre mía. ¡Qué
hago! ¿Qué querrá a estas horas? ¿Es que…?
Las luces acaban de apagarse y no veo nada, estoy muy asus-
tada, necesito una linterna, voy a usar la del móvil. Ahora que la
he encendido puedo ver, pero no me siento tranquila. La ventani-
lla está justo detrás de mí y no sé si darme la vuelta, mejor dicho,
no quiero darme la vuelta. ¿Y si está ahí?
Por fin decido darme la vuelta. Cuando me giro, otro rayo
enorme cae dejando ver que ese hombre misterioso ya no está y
eso me inquieta aún más; en su lugar hay una nota que pone: Te
toca a ti.
Esto es serio, tengo que llamar a la policía, no puede ser una
broma, estoy empezando a hiperventilar, quiero irme ya. El móvil
ya funciona, será porque la tormenta está amainando, de hecho
me están llamando, voy a cogerlo.
Era el señor Brown, Jake ha fallecido en el hospital hace unas
horas a causa de sus heridas. No puedo contener las lágrimas,
siento que es la peor noche de mi vida. El jefe me dijo que cuando
terminase mi turno cerrase la gasolinera y me fuera a casa, ya
vendría el otro a sustituirme.
Cuando el reloj marca las siete siento que todo ha acabado,
decido no darle mucha importancia al asunto y no llamo a la poli-
cía, solo quiero irme de este lugar. Todavía está oscuro, así que
enciendo las luces del coche para poder ver bien, me acomodo en
el asiento y enciendo la música.

99
Por fin estoy a tan solo unos kilómetros de mi casa, qué ganas
ya. Voy a girar a la derecha pero algo me acaba de desorientar,
¿Ese es el señor Brown?
Estoy pasando por su lado pero no se inmuta; definitivamente
esto es otra alucinación de las que últimamente tengo, me estoy
volviendo loca. La radio está fallando como en la gasolinera, solo
que esta vez no hay tormenta. Intento sintonizarla cuando se escu-
cha en la radio: Te toca a ti.
En ese momento, un coche se cruza.

100
El libro maldito
Beatriz Nicolás Sánchez (4ºB ESO)

Nueva York. Un día como cualquier otro en la biblioteca del


centro se encontraba Grandis trabajando en su jornada normal, un
bibliotecario excesivamente anciano en el que se veía algo anor-
mal. Estaba ordenando el ala este justamente cuando pasó por el
aula de libros prohibidos al público y recordó que tenía que lle-
varse la llave de esa puerta para que nadie pudiese entrar a ese lu-
gar maldito.
Era tarde, aproximadamente las tres de la madrugada, y cogió
un taxi para ir a su casa, pero cometió el error de olvidarse la llave
en el taxi. La llave era antigua y bastante llamativa, pero debió de
quedarse escondida entre los asientos hasta que Beth, una chica
estudiante de Criminología, casualmente cogió el mismo taxi.
Beth vio la llave y se la quedó por curiosidad e inercia.
Unas semanas más tarde el destino quiso que Beth llegase a
trabajar como becaria sustituta de otra mujer. Grandis le enseñó
las instalaciones y le informó sobre cada una de las alas, puertas y
aulas. Beth se quedó pensando y recordó que llevaba aquella llave
en el bolso todavía cuando Grandis le comunicó que no podía en-
trar ahí por su bien y porque se suponía que era un desván, o eso
le hizo creer.
Le entregó las llaves y se dio cuenta de que una de ellas coin-
cidía con la que había encontrado. La curiosidad le invadió y
abrió la puerta, al principio se desilusionó porque solo había más
libros, pero encontró algunos muy interesantes para ella sobre
crímenes, catástrofes y sucesos paranormales extraños. Comenzó
a leer un libro que narraba un asesinato, un accidente donde moría
una familia…

101
Días después, sorprendentemente, Beth estaba en casa de sus
padres mientras en la televisión anunciaron que una familia aca-
baba de morir en un tremendo y escalofriante accidente. Beth se
acordó de que en el libro ponía que el coche se paró bruscamente
debido a una fuerza sobrenatural y la familia se encontró degolla-
da. Estaba tan cansada que se acostó pronto. Al día siguiente pen-
só que aquello fue producto de su imaginación. Para averiguarlo
leyó otro libro pero antes comprobó si lo del otro día fue una pe-
sadilla o algo real. Lo que se suponía que leyó era un asesinato
realizado por una criatura demoniaca a diez niños pequeños, se
suponía que los niños murieron en un pozo ahogados y luego des-
cuartizados.
Meses después se cumplió la maldición y Beth empezó a sen-
tirse descolocada y equivocada con la decisión de abrir aquella
puerta. Decidió que ya no abriría ni leería ninguno de aquellos li-
bros y se despidió de su trabajo en la biblioteca, pero Grandis
descubrió su secreto de haber incumplido la regla y, sobre todo,
por haber leído aquellas maldiciones. Beth le preguntó cómo sa-
bía las historias exactas y le confesó que él también pecó al abrir
el círculo del mal y le dijo que ella estaba en peligro, solo la ad-
virtió y la dejó marchar.
Beth se mudó a casa de sus padres otra vez porque encontró
otro trabajo de investigación cerca de allí y se sobresaltó con la
llegada de un paquete extraño. Era de la antigua biblioteca y le
contaban que Grandis había muerto, ella pensó que no tenía nada
que ver en su vida, solo que Grandis le dejó cierta información
sobre los dichosos libros.
Así que volvió al centro de Nueva York e investigó los casos
de los libros pero le pareció que algo no estaba exactamente como
lo había dejado y se percató de que solo Grandis pudo abrir la
puerta y, madre mía… Una de las historias describía la muerte de
Grandis, lo cual significaba que quien leía aquello firmaba su
muerte.

102
Beth huyó, volvió a casa e intentó olvidar lo que había pasado
y rehacer su vida, encontró el trabajo que deseaba, empezó a tener
mejor vida social y cumplió algunos sueños.
Todo le iba muy bien pero… Una mañana, mientras desayu-
naba en una preciosa terraza en la Gran Manzana, algo se la llevó
a…
SEGUNDA PARTE PRÓXIMAMENTE

103
El Centro
Beatriz Gallego Gutiérrez (4ºB ESO)

La psicóloga se queda mirándome… Ha intentado muchas ve-


ces hablar conmigo. Pero yo no me abro a ella, no quiero que se
meta en mi cabeza o sepa cómo pienso. No me gustan las perso-
nas que intentan psicoanalizarte y ella lo hace. Cuando me pre-
gunta respondo con monosílabos o directamente no lo hago. Es la
psicóloga del centro en el que estoy. Me metieron aquí hace dos
meses… Soy una chica con problemas. O eso dicen. Me llamo
Laila, aunque mis amigos me llaman Lai. Tengo diecisiete años,
lo que significa que dentro de un par de meses podré salir de este
asqueroso sitio. Llevo gran parte de mi vida en centros en los que
te quitan la libertad y solo puedes estudiar. Bueno, llevo desde
que mi madre empezó a aficionarse a la bebida cuando yo tenía
trece años.
—Laila, te he hecho una pregunta… No me has respondido
todavía.
—Perdona, estaba pensando. ¿Qué me has dicho?
—Te decía que qué quieres hacer de aquí a un futuro, dónde te
ves…
Me hace gracia la pregunta… ¿Que dónde me veo? Pues desde
luego metida aquí no, sin poder salir, sin pisar la calle, sin liber-
tad… Solo puedo ir de mi habitación a las clases y de las clases al
comedor, y con un poco de suerte a veces me dejan ir a la biblio-
teca, allí hay un ordenador. Me pienso la pregunta un par de se-
gundos más, para dejarle con intriga.
—Me veo fuera de España, viviendo en otro país.

104
Y está vez digo la verdad. Me veo fuera de todo lo que me re-
cuerde cosas malas y deprimentes. A lo mejor podría irme a Esta-
dos Unidos y mejorar mi inglés, o a Dinamarca…, siempre me ha
llamado la atención. De repente suena el timbre, lo que significa
que mi hora con la psicóloga ha terminado. Me levanto, cojo mis
cosas, me despido de ella y me voy. Querría fugarme y desapare-
cer, irme lejos con mi amiga Mayra. Ver mundo, poder aprender
sobre la vida con ella. Siempre ha estado en los malos momentos,
cuando he perdido mucho el rumbo, siempre me ha ayudado a se-
guir, y por desgracia lo ha tenido que hacer en varias ocasiones.
Nos conocemos desde hace muchos años. Más o menos cuando
mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. La conozco desde la
muerte de mi padre…, que tuvo un accidente. Iba con la moto,
había llovido, venía de trabajar y un coche no frenó a tiempo y se
lo llevó por delante. Murió cuando yo era pequeña. Eso fue un pa-
lo muy duro para mi madre, desde ese momento no pudo remon-
tar. Desde ese momento empezó con la bebida y no lo ha podido
dejar. Y a mí me metieron en varios centros de menores.
Estoy andando para ir a clase y me encuentro con una profeso-
ra que me hace un gesto para que vaya a verla, me acerco a ella.
—Lai, esta tarde va a venir tu madre a verte.
—Vale, gracias por recordármelo.
Se me había olvidado por completo. Viene a verme algún
miércoles a las cinco de la tarde. No he ido a verla ni una sola
vez. No quiero hablar con ella. Porque por su culpa estoy aquí.
Porque ella no sabía qué hacer conmigo. Desde que pasó lo de mi
padre no ha sabido cuidarme, solo se ha centrado en ella. Pasan
las horas de clases y suena la campana para que vayamos a comer.
Hoy tocan macarrones con carne. Y menos mal, porque desde que
estoy encerrada aquí he adelgazado bastante, lo sé porque la ropa
me está muy grande. Termino de comer, voy a mi habitación, me
tumbo en la cama y me pongo los cascos. No está mal desconectar
del mundo de vez en cuando. Me quedo durmiendo.

105
En la biblioteca…
—Elena, muchas gracias por venir. Te hemos llamado porque
estamos muy preocupados con Laila. No avanza en los estudios y
no habla con la psicóloga. Creemos que el cambio de centro le ha
afectado mucho. Tampoco quiere tomarse la medicación. ¿Tú sa-
bes quién es Mayra? Nos ha hablado muchas veces de ella.
—Mayra es su amiga imaginara de la infancia, recurre a ella
cuando no sabe qué hacer, o cuando los problemas le desbordan
—lo dice con voz preocupada.
—Sí, Laila debe de estar mal como para que te lo haya men-
cionado. Dice que con ella iría a ver mundo, que podría fugarse
en cualquier momento. Me extrañó mucho que nunca haya venido
a visitarla, así que empecé a hacerle preguntas sobre ella pero
siempre cambia de tema. Y he preferido preguntarte a ti.
—Puff… La verdad es que me has dejado helada. Nunca me
hubiese imaginado que Laila hubiera vuelto a hablar con ella. Eso
significa que las cosas no van bien, que la medicación no le está
haciendo efecto. Laila dice que Mayra le dice cosas y que ella las
hace. Por eso intentó suicidarse. Mayra le dice a Laila que soy al-
cohólica. Según mi hija no le caigo bien porque ella me echa la
culpa de que su padre esté muerto. Él tuvo que llevarse la moto
para que yo fuera al gimnasio en coche. No me puedo quitar esa
culpa. Vivo con ello y lo recuerdo todos los días. Lo he pasado
muy mal por ella. Los médicos me han dicho que si va al psicólo-
go y toma todo lo que le den podrá salir. Quizá en unos años po-
damos controlar más su enfermedad. La esquizofrenia es una en-
fermedad muy difícil, porque en cada persona se transmite de
forma diferente.
—Sí, tienes razón. Pero lo conseguiremos. Gracias por confiar
en mí, Elena, yo hago todo lo posible para que esté bien. No solo
porque es mi responsabilidad, también lo hago porque me impor-
ta. Nos ha contado muchas cosas que puede que sean mentira, pe-
ro entiendo que ella no es así, que muchas veces no habla ella,
habla Mayra. Sé que ahora mismo no le apetece verte. Ella piensa

106
que le han quitado la libertad que tenía y ha sido tu culpa. Espero
que dentro de unos años pueda entender que lo has hecho por su
bien.
—Eso espero, porque es mi única hija y la quiero muchísimo.
Me recuerda mucho a mi marido, se parece físicamente a él. Es
muy guapa, con el pelo negro y la cara redonda con los ojos ma-
rrón claro. Les echo mucho de menos, tenían pasión él uno por el
otro. A raíz de la muerte de su padre, Laila empezó con sus pro-
blemas. Fue muy duro.
—Bueno, María, me tengo que ir a trabajar, muchas gracias
por escucharme.
—No me tienes que dar las gracias por nada, es lo que tengo
que hacer. La semana que viene si quieres podemos quedar a to-
marnos un café en un sitio más tranquilo y me lo cuentas todo de-
tenidamente.
—Claro, donde me digas y a la hora que me digas.

En la habitación…
Mierda, otra vez se me ha olvidado que venía mi madre. Me
he quedado durmiendo y se me ha pasado por completo. De todas
formas es mejor así. Ella solo quiere que me tome las pastillas
porque piensa que tengo paranoias…, y eso no es verdad. Mayra
es real, es de carne y hueso…, aunque solo la pueda ver yo.

107
El misterio del cuadro fantasma
Ainhoa Pascual Alacid (4ºA ESO)

Había una vez un matrimonio que vivía en una pequeña casa


con su hijo Jaime a las afueras de París. Ellos eran muy felices
juntos, la madre se llamaba Elisa y cuando era pequeña tenía la
afición de pintar cuadros al óleo y el padre se llamaba Jesús, era
un excelente mecánico.
Un día Jesús y Elisa murieron en un accidente de tráfico cuan-
do Jaime cumplió la mayoría de edad. Jaime fue a la habitación de
sus padres para recoger sus cosas y en lo alto del gran armario que
tenían en su habitación y debajo de una gran sábana polvorienta
que lo cubría encontró, perfectamente envuelto en unos plásticos,
un cuadro con un marco que había pintado su madre cuando era
pequeña, le quitó los plásticos para verlo con mayor exactitud y
vio que se trataba de un cuadro al óleo que había pintado su ma-
dre cuando tenía doce años, en el cuadro había una casa muy
grande al estilo Tudor con cuatro ventanales grandes y en cada
uno de ellos unas cortinas muy largas y oscuras que los cubrían,
el césped estaba cubierto de flores de diversos colores y al fondo
un hombre con una gran hoz. Jaime se quedó la última hora del
sábado perplejo mirando el cuadro y recordando a sus padres, has-
ta que se quedó dormido. Cuando amaneció hizo su rutina como
todos los domingos: se levantó, desayunó y se vistió para salir a
correr como todas las mañanas; mientras se ataba los cordones de
las zapatillas estaba pensando en qué lugar de su habitación podía
colocarlo y decidió ponerlo en una pared que tenía enfrente de la
cama para así todas las noche antes de dormir poderlo ver y notar
la presencia de sus padres aunque no estuvieran presentes.

108
Una noche se dio cuenta de que las cortinas de la casa del
cuadro estaban corridas y de repente apareció una mujer con una
niña en una ventana y un hombre en la otra ventana que pedían
auxilio, él aterrado volteó el cuadro y sin querer lo tiró al suelo y
se rompió en pedazos. De la parte de atrás de su marco salió un
papel doblado en un cuadradito, en él había una carta que escribió
su madre sobre el significado del cuadro que decía:

Me llamo Elisa del pinar y tengo doce años. Ayer mis-


mo, antes de que llegara la policía, descubrí, por casuali-
dad, quién es el asesino de los Martínez. Pero él lo sabe y
me amenazó diciéndome que si se me ocurre contar algo de
lo que vi, me va a matar. Me dijo también: “Estés donde es-
tés y sea cuando sea, si alguien se entera de lo que presen-
ciaste, yo me las arreglaré para matarte apenas me delates.
Y con el mismo arma que maté a tu amiga Julia y al resto
de su familia, con esa misma arma que me viste limpiar,
con esa misma acariciaré tu cogote”.
Tengo pánico y escribo esto para aliviarlo y quitar el
peso de este secreto tan terrorífico. Le pido a Dios que me
ayude a callar y que haga justicia. El cuadro que acabo de
pintar, en su marco este mensaje voy a guardar, aparece el
asesino, su arma y el lugar donde cometió el crimen.
Firmado: ELI

Un grito araño mi garganta. ¡Era el jardinero! Fue el asesino


de la familia Martínez.
En el mismo instante en el que pronunciaba aquellas palabras
sonó el teléfono y Jaime se abalanzó sobre él, cuando comenzaba
a marcar el número de la policía, apareció una gran sombra con
una hoz que se proyectaba en su pared de enfrente, se dio la vuel-
ta y ahí estaba el viejo erguido acariciando su enorme hoz. Duran-
te un instante, Jaime creyó que estaba a salvo porque el jardinero

109
del cuadro era un muchacho joven, hasta que recordó que hacía
cincuenta años que se pintó el cuadro y entonces comprendió que
ese hombre era el jardinero.
Jaime le pidió piedad, mientras el jardinero seguía haciendo
bailar la hoz y le decía yo no cometo dos veces el mismo error, en
ese mismo instante a Jaime le dio un ataque al corazón y murió.
El jardinero y la carta de su madre desaparecieron.
Minutos después llegó la policía y dijeron que Jaime se había
quedado trastornado después de lo de sus padres y, en cuanto al
cuadro, su final fue el contenedor de basura.

110
El regalo maligno
Alejandro Caravaca Ruiz (3ºC ESO)

Érase una vez un amigo mío que tenía una vecina, una chica
de más o menos veinticinco años, no recuerdo su nombre (la lla-
maremos Laura). Laura tenía una preciosa hija, una niña de apro-
ximadamente un año, a la cual amaba y cuidaba como a su propia
vida. El padre las había abandonado al saber que estaba embara-
zada, pero esto no impidió que salieran adelante. Laura trabajaba
en una empresa electrónica de teléfonos móviles muy conocida
aquí en mi pueblo, siendo una de las mejores empresarias, hasta
tal punto que empezó a ascender rápidamente y llegó a ser la sub-
gerente de aquella empresa, algo que trajo como consecuencia los
celos y envidias de las demás empresarias, entre ellas la mejor
amiga de Laura, llamada Marta: desde siempre habían sido ami-
gas, se podría decir que eran como uña y carne, es decir, insepa-
rables. Un día, lunes por la mañana (un día anterior al cumpleaños
del bebé de Laura), como todos los días, Laura se encontraba en
su oficina, cuando esta amiga entró y empezaron a conversar so-
bre los arreglos de la fiesta de cumpleaños que se realizaría al día
siguiente, Laura muy emocionada pensaba cómo trataría a su pe-
queña.
Sin embargo ese día acontecería algo maligno y peligroso. Era
ya martes por la tarde, el ambiente era festivo, alegre e infantil,
lleno de globos, dulces, y pasteles. En realidad eran muy pocos
los invitados, la mayoría familiares y amigos. Llegó la hora de
abrir los regalos y la mayoría eran juguetes, camisetas, faldas, za-
patitos..., en fin, todo lo que utiliza una niña de un año. Entre los
juguetes se encontraba esta hermosa muñeca: ojos azules, pelo
rubio y vestido azul. ¿Adivináis de quién era el regalo? Exacta-

111
mente: era de esta mujer, Marta, quien había planeado algo horri-
ble para dañar a Laura y a su hija. La pesadilla comenzó esa mis-
ma noche. Era medianoche y la niña comenzó a llorar. Laura,
alertada, se levantó a ver qué pasaba, entró al cuarto de su hija y
se acercó a su camita. Al no ver el motivo por el cual la niña llo-
raba, permaneció con ella, hasta quedar nuevamente dormida. A
la mañana siguiente la niña amaneció con moratones en los brazos
y en las piernas. Laura, preocupada, no fue a trabajar y llevó a la
niña al médico. El doctor le dijo que esos moratones eran produc-
to de golpes fuertes, y le preguntó a Laura si su pequeña se había
caído de la cama o golpeado con algún objeto. Ella le contestó
que no, que prácticamente su madre la cuidaba todo el día mien-
tras ella trabajaba en la empresa. El médico le aconsejó que ob-
servara muy bien a su hija para que no siguiera sufriendo más
golpes. Laura le comentó este suceso a su amiga, y esta con una
reacción hipócrita le expresó su tristeza por lo sucedido, pero en
su interior gozaba, pues ella bien sabía el mal que había provoca-
do.
Esa noche volvió a suceder algo, a la medianoche la niña llo-
raba y gritaba, Laura nuevamente alarmada se levantó para ver
qué le sucedía ahora. Entró a su cuarto y observó que estaba des-
cubierta, la tapó nuevamente y se quedó con ella toda la noche. Al
día siguiente su hija volvió a amanecer con moratones, pero ahora
había algo más: Laura descubrió pequeñas mordidas en todo el
cuerpo y algunas eran muy profundas. Esto empezó a asustar a
Laura y se lo comentó a su madre. La señora, muy extrañada, se
preocupó (pues era de esas señoras que creían en maleficios y
brujerías), por lo tanto se fue inmediatamente a consultar con uno
de esos médiums (brujos), para saber de una vez por todas qué
sucedía; todo esto, claro, sin el consentimiento de Laura.
Laura estaba muy preocupada y su querida amiga gozaba más
y más en su interior. Pasaron los días y no había noche que la po-
bre niña no fuera atacada por alguien o por algo. Laura, desespe-
rada, lloraba desconsolada por lo que le pasaba a su niña. Cuando

112
su madre llegó la encontró llorando en la cama y le dijo que había
averiguado algo, que la llevaría a descubrir lo que pasaba. Laura
le preguntó que cómo había averiguado y su madre le comentó
que había visitado a un brujo para que le dijera qué estaba suce-
diendo. Laura más alterada le dijo:
—¿Brujería? ¿Mi niña está siendo martirizada por un espíritu?
La madre no le quiso comentar mucho, solo le dijo:
—Esta noche velaremos y veremos qué es lo que pasa.
Así fue, se quedaron en el pasillo frente al cuarto de la niña,
con la puerta semicerrada, lo suficiente para poder observar den-
tro de la habitación. Faltaban tres minutos para medianoche. Todo
estaba listo, ellas observaban fijamente a la nena que dormía plá-
cidamente, luego el reloj sonó dando a conocer que era mediano-
che y sucedió algo que dejó perplejas a ambas: observaron cómo
aquella muñeca se levantaba de aquel estante en donde estaba, y
caminaba hacia la niña.
Laura y su madre no lo podían creer, ¡era un juguete que tenía
vida!, y al instante observaron que aquella muñeca estaba gol-
peando y mordiendo a la niña. Enseguida la niña comenzó a gri-
tar. Laura entró corriendo y agarró a la muñeca y la tiró al suelo,
la muñeca tenía los ojos rojos como brasas encendidas, y el rostro
de la cara era demoníaco. Trataron de capturarla, pero se les esca-
pó por el pasillo y desapareció.

113
Ojos claros
Laura Mª Fernández Pelluz (4ºB ESO)

Hola, mi nombre es Ana, tengo diecisiete años y escribo aquí


en mi diario un hecho que marcó mi vida. Podréis creerlo o no pe-
ro ocurrió tal y como os lo cuento.
Hace diez días, paseando con una amiga por detrás de la cate-
dral de Murcia, pasé por la fachada de las cadenas dirigiéndome
hacia la Platería, una mujer mayor pasaba junto a nosotras y se
quedó mirándonos… Era bajita, tenía el pelo blanco y vestía de
riguroso negro, las arrugas de su cara me indicaban que tenía una
vida muy difícil pero sobre todo me fijé en sus ojos de intenso
azul claro. Mi amiga María cogió mi brazo y aceleró el paso…
Seguimos andando, volví la cabeza para mirarla y ya no estaba.
Eran las ocho y media en Murcia, ya era de noche y refresca-
ba… Nos acercamos a Santo Domingo y mientras me despedía de
María sentí un escalofrió que me recorrió la espalda, miré a mi
derecha y entre la gente que se cruzaba vi a esa extraña anciana de
ojos claros que me miraba fijamente, así que le dije a María:
—¡Mira la vieja, está ahí!
—¿Pero qué dices?
—Mira a mi derecha.
—Yo no la veo.
Me giré y ya no estaba. Nos reímos sin darle mayor importan-
cia.
Volví a mi casa, las calles estaban desiertas, supuse que como
era hora de cenar la gente estaría en su casa. Al pasar por un calle-
jón vi una tienda que estaba cerrada y tenía las luces apagadas pe-
ro su escaparate me llamó especialmente la atención por sus pre-

114
ciosos relojes antiguos, fijé más la vista para ver la decoración
que tenían dentro y quedé inmóvil al ver frente a mí esos ojos cla-
ros, ya no podía moverme, no sabía si era mi cabeza o me estaba
volviendo loca, la señora me sonrió mostrándome sus dientes afi-
lados y nada naturales, aterrorizada eché a correr hasta llegar fi-
nalmente al portal de mi edificio y al coger las llaves me di cuenta
de que mis manos temblaban, intenté abrir la puerta pero las lla-
ves se me cayeron, al agacharme a recogerlas vi entre mis piernas
unos zatos negros. Al girarme no había nadie.
Abrí la puerta y corrí rápidamente al ascensor, pulsé el botón
de llamada, esperé a que bajara mientras yo miraba a todos lados
buscando a la señora. Por fin llegó el ascensor y pulsé el botón de
mi piso pero la puerta no se cerraba, la luz del hall se apagó y me
pareció más oscuro que nunca, pegué mi espalda a la pared del
ascensor; en ese momento unos dedos largos, huesudos y enveje-
cidos evitaban que la puerta se cerrase, grité pidiendo socorro con
todas mis fuerzas. Víctima del miedo y la desesperación dije:
—Dios mío, protégeme.
Unas lágrimas recorrían mi cara, cerré los ojos y me acurruqué
en la esquina del ascensor, mientras notaba cómo subía noté una
mano que me acariciaba el pelo.
—NO, NO, NO… ¡DÉJAME!
El ascensor ya había llegado a mi piso la puerta se abrió, corrí
a mi puerta y llamé al timbre como si me fuera la vida en ello,
cuando mi madre abrió me eché a sus brazos y comencé a llorar
desconsoladamente. Mi madre preguntó asustada:
—¿Qué te pasa?
Mientras yo balbuceaba.
—La vieja, la vieja.
Mi madre levantó la vista, la luz del largo pasillo estaba apa-
gada, de repente mi madre pegó un grito y de un portazo cerró la
puerta.
—¡La has visto! —Le dije.

115
Mi madre estaba blanca como el papel y se le notaba el miedo.
—¿Quién es? ¿La conoces?
—Me ha encontrado.
—¿Pero qué pasa? ¿Quién es, mamá?
Mi madre me explicó.
—Un día estaba paseando y a una anciana le dio un infarto y
falleció ante mis ojos. No hice nada para ayudarla, tenía tanto
miedo, era tan joven, me arrepentí toda la vida por ello, de hecho
tenía pesadillas con ella, es un recuerdo que me ha perseguido to-
da la vida.
En ese momento sonaron tres fuertes golpes en la puerta. Mi
madre y yo gritamos como nunca y sonó una voz que decía:
—¿Queréis abrirme la puerta? ¡Que voy cargado de bolsas!

116
El pacto con el diablo
Carmen María Cárceles Gómez (4ºA ESO)

La familia García, compuesta por el padre Alejandro, la madre


Esmeralda y sus dos gemelos, Martín y Florencia, estaban
deseando alquilar un barco y ponerse en marcha para ver lugares
nuevos. Para hacer realidad los sueños de su familia, Alejandro
tuvo que buscar por todos los medios un banco para que le dieran
un préstamo, pero como no lo consiguió se volvió un poco loco, y
en ese momento pidió: Ayuda, Satán. Lo que él no sabía es que al
haber pronunciado estas palabras Satán se le aparecería. Cuando
Alejandro vio que estaba delante del rey del infierno se quedó en
blanco, pero ya pasados los minutos se dio cuenta de que era ver-
dad. Satán le dijo: ¿Necesitas mi ayuda?, y él le dijo que sí. En-
tonces Satán le ofreció ayuda pero a cambio le dijo: Quiero que
me ofrezcas tu alma una semana, y él accedió porque pensó que
solo sería una semana, y que después se la devolvería, pero lo que
él no se podía imaginar era el trágico destino que acababa de pac-
tar para su familia.
La familia ya tenía un barco en el que viajar, y no era un barco
pequeño sino un velero enorme con un capitán que lo llevaría,
porque se lo había concedido Satán. Su mujer Esmeralda y Martín
y Florencia, sus gemelos, se quedaron alucinados al ver las como-
didades con las que viajarían. El viaje duraría una semana. El
primer día todo iba bien, todos contentos e ilusionados por seguir,
pero al segundo día Alejandro al despertarse vio una sombra por
el pasillo del camarote y no se asustó. Al pasar las horas volvió a
ver una sombra, y esta vez se asustó porque estaba viendo el mo-
mento en el que morirían sus hijos.

117
Al tercer día al levantarse volvió a ver una sombra y ahí no so-
lo se asustó sino que le dio un ataque de ansiedad, porque vio
unas sombras mucho más claras y realistas de la muerte de sus hi-
jos y también de la muerte de su mujer Esmeralda. Pero volvió
otra vez a calmarse, aunque esta vez le costó más.
Al cuarto día no solo volvió a ver sombras sino que vio a Sa-
tán, cubierto de sangre y con el número 666 en su pecho, y por la
boca le salía fuego, y después del fuego le dijo:
—No vas a morir tú solo, sino que me llevaré a tu familia, tú y
yo hicimos un trato que decía que durante una semana yo tendría
tu alma pero también la de tu mujer y la de tus hijos, te engañé.
Alejandro no se podía creer las consecuencias tan fatales que
le estaban pasando a su familia por hacer el pacto con Satán. Todo
lo que vio en las sombras se hizo realidad. Su mujer murió al
caerse por la borda mientras el barco estaba en marcha, y se vio
atrapada por las hélices que la destrozaron. Su hijo Martín murió
electrocutado en la ducha, porque se le cayó la lámpara, y su hija
Florencia murió porque Satán se metió en la televisión cuando
ella estaba viéndola, y salía la cara de Satán diciéndole: Clava un
cuchillo en tu corazón. Y Alejandro murió porque cuando estaba
borracho se cayó del velero y fue despedazado por los tiburones.
El único que quedó vivo fue el capitán, pero cuando volvió a tie-
rra firme contó todo lo que había pasado en el barco durante la
semana, y como la historia no era creíble, lo tomaron por loco,
aunque la realidad era que estaba muy cuerdo.
Cuando regresó lo pasó muy mal, porque nadie le creía. Este
hombre llamado Bruno fue encerrado en un lugar para personas
con problemas mentales. Él, cómo sabía que estaba cuerdo y esta-
ba muy seguro de lo que había visto, decidió tramar un plan para
escapar del psiquiátrico. El plan le costó dos meses llevarlo a ca-
bo pero al final lo consiguió. Escapó por dos razones: la primera
sería demostrar que la familia García murió por culpa del engaño
de Satán a Alejandro, y la segunda demostrar que era una persona
que no estaba loca. Su plan era el siguiente: conseguir invocar al

118
diablo; invocar un conjuro de un libro que era muy viejo pero que
contenía lo que él necesitaba; atraparlo.
Esto consiguió llevarlo a cabo, pero descubrió cosas horribles.
Descubrió que Satán había mandado desde su Reino del Infierno a
demonios horribles para que provocaran el mal en la Tierra, y lo
peor de todo era que estos demonios se convertían en jóvenes
guapos, atractivos, inteligentes, etc.
Él, para combatirlos, inventó el demonios10005p, que atraía a
todos estos. Lo logró y lo que hizo después con los demonios fue
algo muy cruel, pero estos demonios horribles y malignos se lo
merecían: los mató sometiéndolos a las torturas medievales más
horribles, sangrientas y dolorosas. Las torturas fueron: el aplasta-
pulgares, el potro, la rueda, la estaca, la hoguera, y la picota.
En conclusión, logró llevar a cabo su plan pero para ello tuvo
que hacer cosas dolorosas como emplear técnicas medievales
crueles, inventar máquinas, invocar al demonio; todo esto le llevó
a tener una conciencia muy sucia.
Y al final se acabó volviendo loco de verdad y esta vez no so-
lo acabó loco sino que también acabó muerto.

119
El payaso del terror
Daniel Martínez Cañete (4ºA ESO)

Érase la noche del 28 de octubre de 1998, una familia normal


y corriente estaba preparándose para pasar un divertido día de Ha-
lloween. Vivían en Madeira (Portugal), el padre Pedro, la madre
Ginesa y los hijos David, Luis y Ginés. Faltaban tres días y los
padres querían avisar a la familia antes de que llegara el momen-
to. Mientras avisaban, a los hermanos se les ocurrió ir al cine a
ver la película que estrenaban ese mismo día en el cine, la de It.
Al final de la película un payaso dijo una frase que a los hermanos
les llamó mucho la atención e incluso les dio un poco de miedo.
Decía: A los payasos nos gusta la víspera y el día de Halloween
para salir a cazar.
Los hermanos se lo tomaron a broma hasta que al llegar a su
casa buscaron información en internet y vieron que en la víspera y
en el día de Halloween, el número de muertes había aumentado
un 75% más que en todo el año.
Acto seguido fueron a avisar a sus padres pero se dieron cuen-
ta de que no estaban en la casa. Buscando en la cocina, el her-
mano pequeño Ginés vio una carta que ponía: “Hijos, nos tene-
mos que ir a recoger a vuestros tíos para traerlos porque están
mayores y ellos solos no pueden venir en coche, vendremos ma-
ñana por la noche, os he dejado la cena preparada, portaos bien”.
Los hermanos empezaron a cenar preocupados por la frase de
la película aunque, por otra parte, estaban tranquilos porque la
frase decía la víspera y el día de Halloween y todavía faltaba una
noche para la víspera.

120
Al acabar de cenar se fueron a dormir, o al menos a intentarlo,
ya que no paraban de darle vueltas a la cabeza y ninguno de los
tres hermanos podía conciliar el sueño. Al ver que las horas pasa-
ban se les ocurrió salir a la calle a dar una vuelta y tomar el fres-
co.
Empezaron a caminar por las calles desiertas de Madeira e
iban asustados acordándose del payaso terrorífico de la película,
de vez en cuando se daban la vuelta hasta que una de esas veces
que se giraron les pareció ver a un hombre disfrazado correr hacia
una calle estrecha y oscura.
Aterrorizados se dieron media vuelta y fueron corriendo a su
casa, en cuanto llegaron a la puerta de la casa se encontraron una
nota que decía: Mañana es el gran día.
Cuando entraron a la casa se encontraron por todas las escale-
ras restos de pintura roja y pelos rojos de peluca. Cuando los
hermanos se vinieron a dar cuenta ya estaba amaneciendo y ellos
no habían dormido en toda la noche. Los padres estarían a punto
de venir y ellos sin dormir nada.
A las 11:00 de la mañana vinieron los padres con sus tíos y se
trajeron también a sus abuelos, lo que sorprendió a los hermanos.
Ellos no podían describir con palabras todo lo que les había pasa-
do, tanto que no se atrevieron a decírselo a nadie de la familia.
Los hermanos estaban cada vez más preocupados al pensar que ya
era víspera de Halloween y que su familia iba a estar allí.
La familia celebraba todos los años la víspera de Halloween
como si fuera nochevieja, entonces se sentaron todos a cenar
mientras que los hermanos estaban en su habitación asustados,
con miedo a salir por lo que les pudiera pasar. Se intentaron dis-
traer de muchas maneras, jugando a la Play, al parchís, al veo-
veo, etc. Al cabo de dos horas y media o así, decidieron bajar al
comedor a tomar algo porque les había entrado hambre pero no
había nadie sentado ni ningún plato de la cena de la familia ni na-
da.

121
Salieron a buscar a la calle y tampoco había nadie. Luego qui-
sieron entrar a la casa otra vez y se dieron cuenta de que las llaves
se las habían dejado por dentro y al hermano pequeño, Ginés,
también.
Empezaron a llamar a la puerta con rabia y desesperación al
ver que nadie les abría. Al cabo de varios minutos alguien empezó
a abrir la puerta lentamente, cuando se abrió vieron el rostro lleno
de sangre del hermano pequeño que llevaba un hacha clavada en
la cabeza.
En cuanto el hermano mayor vio esa imagen comenzó a llorar
y a correr como si le estuvieran persiguiendo, fue a la casa de una
de sus abuelas a buscar ayuda y la puerta estaba abierta. Sin pen-
sárselo, entró y se encontró al abuelo tirado en el suelo con los
ojos más blancos que la nieve y a la abuela sangrando diciendo
sin parar: Halloween.
Cuando David, el hermano mayor, vio eso volvió corriendo a
su casa, donde Luis, el hermano mediano, había desaparecido
también. David ya desesperado decidió ir a comisaría a ver si le
podían ayudar y al llegar a comisaria había un cartel que ponía:
Cerrado por fiestas.
Ya era día de Halloween y esa noche de víspera David decidió
dormir en la calle para no entrar a su casa. Decidió volver a su ca-
sa más asustado que nunca y al entrar ya no había cuerpos en el
suelo ni nada, se dirigió al salón y de pronto se encendieron las
luces y salió toda la familia diciendo: ¡Feliz Halloween!
David comenzó a llorar de alivio al ver que su familia estaba
viva y al ver que le habían gastado la mayor broma de su vida.

122
La bestia de transformador nº1
Jonathan Gómez Villaescusa (4ºA ESO)

Cuando en una noche muy oscura y tenebrosa consiguieron


reanimar a Frankenstein él mismo se dio cuenta de que algo cam-
bió en su forma de ser, llegó a cambiar su aspecto, incluso su
forma de actuar. Pasó de estar cogiendo partes del cuerpo de
cualquier humano a tener una especie de poder eléctrico, aquí es
cuando se renombró como Transformador nº1. Se trataba de una
criatura peligrosa, se refugiaba en la oscuridad y su mayor punto
de poder era cualquier central eléctrica, ya que se alimentaba de
ella. Se comía los cables eléctricos, electrodomésticos con cargas
positivas, incluso era capaz de arrancar cualquier vía comunicato-
ria de electricidad para absorber esa energía que llevaba. No se le
veía mucho por las calles, ya que se movía de forma normal y co-
rriente, ocultando su verdadera identidad, pero tenía un inconve-
niente muy grave, y es que cuando le daba el sol en la cabeza se le
encendían los ojos con un color rojo brillante, por lo que tenía que
ponerse un sombrero siempre.
Él se dedicaba sobre todo a ir cogiendo energía y más energía,
pero llegó un momento de estado muy crítico para Frankenstein,
pues con tanta energía acumulada tenía la obligación de expulsar
algo de ella, pero no sabía dónde, hasta que se le ocurrió la idea
de expulsarla en un dragón de peluche, puesto que siempre le ha-
bían gustado, así que fue a una tienda de juguetes y lo compró. Al
comprarlo regresó a uno de los puntos donde se refugiaba cada
día y noche, y empezó a transmitirle energía al dragón que com-
pró. Después de tanta energía transmitida al dragón, lo cogió y lo
enterró en una zona de campo y se marchó.

123
Pasaron semanas, muchas semanas... “¿Qué será del dragón?”,
se preguntó Frankenstein. Sin pensarlo volvió al lugar donde lo
enterró y empezó a cavar y cavar y se dio cuenta de que no estaba
allí. Se puso muy nervioso, hasta empezó a desprender cargas
eléctricas por todo su cuerpo de lo nervioso que estaba. “¿Qué
puedo hacer?”, se preguntó Frankenstein. “¡Tengo que encontrar-
lo!”, exclamó. En un principio él no sabía nada acerca de las car-
gas eléctricas que poseía en su cuerpo, él no sabía que podría ser
muy peligroso, hasta que se dio cuenta demasiado tarde de ello.
Era capaz de dejar a la gente bloqueada en un mundo inferior con
solamente lanzarle un rayo de electricidad en los ojos, o abrir por-
tales al vacío, era capaz de muchas cosas tenebrosas, hasta que
empezó a hacer cosas así... Pasó por delante de una cafetería don-
de había una televisión, y estaban puestas las noticias donde salía
la posible amenaza de un dragón de dos cabezas eléctrico. Este
era Eléctrica.
Eléctrica era el nombre que se le había asignado a la mutación
que tuvo el dragón de peluche que Frankenstein enterró. Pasó de
ser un simple dragón a ser un dragón de dos cabezas, con un tono
azul eléctrico en su cuerpo y protegido por un gran escudo de ra-
yos como armadura. Eléctrica era capaz de mantener en situación
de coma a cualquier individuo que pasara por su camino, también
era capaz de causar una bola de rayos que usaba como escudo y a
la misma vez expulsar rayos de esa misma bola para matar o cau-
sar daño, era muy peligroso, más que Frankenstein. “¡Qué es
eso!”, gritó Frankenstein. Se asustó muchísimo, pero en verdad
sabía que él era el autor de ese hecho creado. Se dio cuenta de que
parpadeaba una pequeña luz en una parte de su brazo, lo cual era
una señal de que Eléctrica estaba yendo a su posición.
Era su mascota, la mascota de Frankenstein, tenía como fun-
ción protegerlo. “¡Eléctrica llegó!”, dijo Frankenstein. Los dos
ahora eran inmunes a cualquier daño recibido por la sociedad.
Empezaron a hacer daño y a matar, eran muy fuertes. Tras tantos
días atacando y haciendo daño Frankenstein junto a su mascota

124
Eléctrica, algo extraño, que nadie supo qué era, consiguió derrotar
de un solo golpe a Frankenstein y a Eléctrica. Al caer Eléctrica al
suelo e ir descomponiéndose y pasar a su estado real, un peluche
de dragón, un objeto extraño llamado Ojo de Garuda se quedó
junto al peluche, y un niño de unos dieciséis años que pasó con
una bicicleta lo cogió, no sabía qué era, pero quien lo tuviera en la
mano podría ser muy peligroso, más que Frankenstein y Eléctrica,
podría tener un poder muy feroz en su mente. ¿Pero qué pasó con
Frankenstein? No se llegó a saber tampoco. Tres raras incógnitas
quedaron en mente: ¿Qué pasó con Frankenstein? ¿Qué es ese ojo
de Garuda? ¿Y qué fue lo que consiguió derrotarlos? Nunca se
supo... pero podría ser terrible.

125
El suicidio
José María González Orenes (4ºA ESO)

Una noche fría de noviembre, más allá de las montañas, en un


pequeño pueblo un poco alejado de la sociedad llamado Villaroca,
una señora dio a luz a dos gemelos, ese momento fue el mejor de
la vida de los futuros y afortunados padres.
Villaroca era un poblado muy problemático, con constantes
peleas entre los habitantes y numerosas batallas con poblados del
exterior. Además de conflictivo, era un lugar donde existía abun-
dancia de robos y muertes, había poca justicia, pocas leyes, las
cuales no se cumplían apenas, ya que no iban a tener castigo los
acusados de ningún delito o crimen. Para variar, a su gobernador
no le importaba lo más mínimo lo que pasara en el pueblo, lo úni-
co que le importaba era el botín que obtenía en las guerras, donde
siempre vencía.
La señora, llamada Antonia, junto a su marido, conocido co-
mo Miguel, vivían de una manera estable en Villaroca sobrevi-
viendo gracias al ganado y recogiendo cosechas. No solían meter-
se en problemas, por eso siguieron viviendo allí durante toda su
vida desde que eran niños hasta que llegó a sus vidas el mejor
“regalo”, algo que buscaban e intentaban constantemente, hasta
que lo consiguieron. Llegaron dos preciosos niños a sus vidas.
Antonia y Miguelito decidieron marcharse sin mirar atrás ha-
cia un lugar donde nada ni nadie pudiera hacer daño a sus hijos,
un lugar donde no hubiera guerras, en el que no habitara nadie,
muy apartado de la vida social, para ellos sería un lugar perfecto
que cumpliera todos sus requisitos, aunque les costara la vida
mantener sanos y a salvo a sus niños.

126
La marcha casi empezó justo a la semana siguiente de que na-
cieran los dos hermanitos. Antes de marcharse tenían que coger
un carro donde meter los recursos necesarios para sobrevivir du-
rante el camino (alimentos, agua, etc.) y armas que usarían para
cazar animales cuando se les acabara la comida. Claro, estos no
sabían a dónde les llevaría encontrar su destino y por eso prepara-
ron tantas cosas, contando con que a partir de entonces no serían
dos, sino cuatro bocas que debían ser alimentadas.
Comenzaron el camino con gran esperanza de acabarlo sanos
y salvos, pero no sabían que el destino les iba a jugar una mala,
pero que muy mala pasada.
En un principio, todo parecía ir normal, había pasado un día y
necesitaban descansar y obtener fuerzas para el siguiente, sobre
todo los niños, por eso decidieron acampar en un bosque no muy
extenso, donde solo habitaban pequeños animales. La noche em-
pezó a refrescar y a Miguel se le ocurrió hacer fuego con Antonia
para no pasar frío. Se durmieron todos, pero en mitad de la noche
Antonia tuvo que desvelarse para amamantar a sus hijos ham-
brientos. De repente ocurrió algo terroríficamente extraño: un
fuerte soplido de viento apagó el fuego que habían hecho y eso
provocó que los pequeños se despertaran y empezaran a llorar
asustados.
Entre llantos y llantos, los padres estaban intentando encender
el fuego para que se relajaran y todo volviera a la normalidad y
justo en el primer intento de encender el fuego, todo se cubrió de
niebla, uno de los niños dejó de escucharse por completo; los pa-
dres, alarmados, lograron encender el fuego de una vez por todas
y observaron que uno de los niños ya no estaba. Muy asustados,
se quedaron sorprendidos de ver lo que acababa de pasar. El niño
que permanecía en su sitio se calmó y empezó a relajarse otra vez,
pero Antonia y Miguel no podían aguantar ni un minuto más sin
su otro niño, por ello decidieron buscarlo, pero uno de ellos se
tendría que quedar con el otro niño, y ese fue Miguel.

127
Antonia, por otro lado, salió sola por el bosque en busca de su
bebé desaparecido, pero, aunque quisiera, no podía hacerlo hasta
que se esfumara la niebla porque de esta manera no podía ver na-
da; aun así, se quedó dando vueltas recorriéndose todo el bosque
en busca de alguna señal que le llevara hacia su hijo, pues ella te-
nía claro que sería muy difícil encontrarlo.
Después de estar toda la noche buscándolo, quedaban apenas
unas pocas horas para que amaneciera, y Antonia volvió con su
marido para quedarse descansando ella y que Miguel siguiera
buscando al bebé, pero todo esto lo llevaba a la misma situación
que la de su mujer, por eso tomaron la decisión de quedarse con
su otro hijo descansando hasta el día siguiente.
A primera hora de la mañana se espabilaron y empezaron con
la búsqueda de su hijo desaparecido. Acabaron agotados de tanto
buscar, sobre todo Antonia, que se volvió a dormir y dejó a Mi-
guel que siguiera con la búsqueda. Mientras tanto el otro hermano
seguía descansando con su madre.
El sol se empezaba a esconder, Antonia descansó lo suficiente
y en un instante notó que algo iba mal, por eso fue a buscar a Mi-
guel, pero este ya no daba señal de vida por ningún lado.
Se acercaba la noche, Miguel no estaba en ninguna parte, solo
quedaban Antonia y su bebé no desaparecido, el cual se compor-
taba de una manera muy extraña desde la noche en la que desapa-
reció su hermano gemelo, su comportamiento no era el mismo
desde entonces: lloraba sin parar, vomitaba continuamente, se en-
contraba muy cansado, como si estuviera perdiendo la vida len-
tamente y justamente eso fue lo que pasó la segunda noche en ese
bosque.
A la mañana siguiente, Antonia miró a su hijo, le vio un as-
pecto amarillo, lo tocó, no reaccionaba; a la madre, casi al borde
de la locura, ya no le quedaba alguna razón por la que vivir y,
después de todo, se suicidó.

128
Una noche para olvidar
Belén Ortín Hernández (4ºB ESO)

Todo empezó la noche anterior a Halloween, eran las 18:25 de


la tarde, yo estaba con mis amigas preparando todos los adornos
para esa fiesta. Ese día me enfadé con mis padres y pensaba que-
darme en casa de Esther a dormir. Hablando con mis amigas del
tema de la pelea me di cuenta de que tenía que aclarar las cosas,
así que decidí ir a dormir a mi casa.
Eran las tres de la mañana y se les ocurrió que hiciéramos el
famoso juego de la ouija, yo les decía que no, pero ellas no me
hacían caso. Parecía que solo sabían decir “no pasa nada, si todo
esto es mentira, ya verás”; con esa frase me confié y les seguí el
rollo. Cuando terminamos estábamos todas pálidas y decidimos
no sacar el tema de lo ocurrido nunca.
En el tramo de la casa de Esther a la mía me notaba insegura
pero lo dejé pasar. Al llegar a mi casa noté que estaba todo muy
silencioso, miré habitación por habitación, y mis padres no esta-
ban, fue en ese momento cuando empecé a preocuparme. Ellos no
solían tardar mucho, y menos por estas fechas, entonces me puse
a llamarlos por teléfono, pero los dos me daban como si la línea
telefónica estuviese ocupada. “Esto es muy raro”, me dije, pero
me acosté.
No podía dormir, estaba muy tensa, las manos me sudaban,
sentía escalofríos por todo el cuerpo. Cerré los ojos. Pasaron se-
gundos y empecé a oír pasos. Me levanté sobresaltada.
Primero pensé que eran mis padres y me alivió. Pero notaba
que los pasos no acababan, después de un buen rato dejé de escu-

129
charlos, así que cerré los ojos e intenté dormir, pero sentí como si
alguien o algo estuviese presente en la habitación.
Alguien me susurró al oído: No tengas miedo, solo quiero ju-
gar. Sentía cómo el corazón se me salía de pecho, la angustia y el
pánico no me permitían abrir los ojos. En un acto de valentía los
abrí y vi cómo las paredes empezaban a derretirse, estaban ensan-
grentadas, los cuadros cobraban vida, las muñecas me miraban y
en su rostro se reflejaba una mirada sin alma y una sonrisa de me-
dia luna; las ventanas se abrían y se cerraban solas. Yo solo quería
que todo terminase, pero no iba a ser tan fácil.
Salí corriendo de la habitación, dirección al salón. La mesa es-
taba alumbrada por una siniestra luz, y encima de ella había una
carta que decía: ¿Dónde vas con tanta prisa, pequeña? En ese
momento solo quería salir de allí.
Salí a la calle pidiendo ayuda, pensaba que ya estaba volvién-
dome loca. Entonces lo vi al final de la calle, sentía que ese era mi
fin, que ya no podía escapar de allí. Él era alto, con capa negra, se
notaba que sus pies no rozaban el suelo y en las manos tenía las
cabezas de Esther, Ana, Irene y María José, mis amigas, las chicas
con las que hice la ouija. Cada vez estaba más y más cerca.
Era mi turno.

130
Eres especial
Erika López Andrés (1º Bachillerato)

No sé por dónde empezar, no sé cómo sentirme, la cabeza me


da vueltas, me estoy mareando, no puedo tenerme en pie, supongo
que estas sensaciones son normales después de lo que me acaba
de ocurrir, lo peor de todo es que no ha sido solo hoy. Ahora
mismo no sabréis qué estoy diciendo. Está bien, os lo voy a con-
tar. Me llamo Miguel, tengo 31 años y he vivido la peor experien-
cia y, a la vez, la más bonita del mundo.
Todo empezó hace aproximadamente una semana, no sé ni
cómo salí de esa, pero, bueno, no os entretengo más. Resulta que
iba yo como cada día a coger el autobús, ya que me tocaba traba-
jar; no, no uso coche, tuve una mala experiencia hace tiempo y
desde ese momento prefiero coger el transporte público, bueno,
sigo. Me monté en el autobús pero sentí algo extraño envolvién-
dome el cuerpo, fue la peor sensación que había sentido desde ha-
cía mucho tiempo, me giré en un intento de ver quién había de-
trás: nadie, no había nadie. Fue entonces cuando me giré, delante
de mí se encontraba ella, la mujer más bella del mundo, pero no
estaba viva. ¿Que cómo lo sabía? Flotaba.
No me salían las palabras, me había quedado mudo. Entonces
ella habló, tenía una voz fuera de lo común, no era grave, tampo-
co aguda, ni algo intermedio entre las dos, tampoco era una voz
dulce, era extraña, por así decirlo. Me dijo que ella no debía estar
allí, que no se lo merecía, que la ayudara. Yo no entendía nada,
creo que tampoco quería entender, de pronto algo empezó a tirar
de ella hacia abajo, y sus gritos empezaron, eran desgarradores,
no podía soportarlo, y me tapé los oídos, pero fue en vano, desa-

131
pareció de un momento a otro, sin más, y yo volví a la realidad,
pero lo otro también se había sentido real.
Intenté convencerme a mí mismo de que no, de que era mi
imaginación, debido a las pocas horas de sueño. Cuando recobré
mis sentidos todo seguía igual, el autobús, las personas, ¿nadie
había visto nada?, no puede ser, no estoy loco, no tengo alucina-
ciones, no, me niego, siempre he sido una persona con la mente
muy clara. Cuando llegué a mi trabajo todo seguía igual, nada ra-
ro, fui dispuesto a por un vaso de agua. Mi amigo Jorge me pre-
guntó qué me pasaba, si había visto un fantasma; mis sentidos
reaccionaron, volví a sentir pánico y le dije que iba al baño.
Cuando llegué al baño me miré en el espejo, no había nada ra-
ro, era yo, únicamente yo. Pero de repente unos llantos empezaron
a salir de un baño, y la puerta se abrió estruendosamente, de ahí
volvió a salir la misma chica de antes, y ya no me quedé callado,
le pregunté quién era ella, por qué estaba aquí, qué le había pasa-
do, y por qué solo la podía ver yo, era todo tan extraño... La chica
me miró, sin intenciones de hablarme, fue ahí cuando la miré más
detalladamente, era rubia con el pelo por la cintura, su cara era
pálida, no tenía toques de color, sus ojos verdes como el prado, su
boca era pequeña, llevaba puesto un vestido, roto por todos lados
y con grandes manchas de sangre. Entonces volví a mirarla a la
cara, no entendía qué le había pasado pero quise saberlo, y por fin
me habló, me dijo que no había sido responsable de lo que había
pasado, pero ella fue la que se la cargó, fue la culpable de algo
que no había hecho, y necesitaba que yo la ayudara para que las
personas que la creían culpable dejasen de creerlo, y que ella pu-
diese irse tranquila.
Al principio sentí miedo, luego pena, y más tarde la compren-
dí, pero tuve una pregunta más: ¿Por qué yo?, a lo que ella me
respondió: Porque sé que tú me ayudarás, porque tú eres espe-
cial, desde tu accidente, y ahí me quedé helado. ¿Cómo sabía ella
lo de mi accidente? Nadie lo sabía, excepto mi familia, no enten-
día nada. La chica me miró y, al verme tan alterado, decidió ex-

132
plicarme: Tú eres especial, Miguel, desde el día en que casi mue-
res, una parte de ti quedó anclada en la tierra, pero otra parte se
fue a lo que llamáis cielo, por eso puedes verme, tal vez estés al-
terado, es comprensible, pero necesito que tú me ayudes a mí a
poder ser libre, que no tenga cadenas atadas, que cada día me
aprietan más y más, me ahogan. Y así como si nada desapareció,
después de aquello mi día fue tranquilo, pero al llegar a mi casa la
volví a ver, estaba allí, y lo que me dijo me dejó loco, me dijo que
ya lo había solucionado, que no me necesitaba más, pero que gra-
cias por escucharla, y se esfumó, y no la volví a ver más.

133
Gracias por todo, amigo
Marta Sánchez García (3ºA ESO)

Hola, buenas, soy yo, Fredy Jhensen, bueno, mejor dicho, lo


que queda de mí. Como os imagináis, estoy muerto, así que voy a
empezar contándoos la causa de mi muerte. Esta carta está dedi-
cada a todos mis familiares y amigos cercanos, aunque no todos
estáis aquí por algo malo, solo uno de vosotros ha causado mi
muerte, por lo que va a pagar el resto de su vida.
Bueno, todo esto se remonta a una semana antes de Ha-
lloween. En el colegio, el profesor Elías McGregor nos puso un
examen de Ciencias Naturales un día después de Halloween, este
año esta fiesta tan aterradora caía un martes 31. Todos nos que-
jamos al profesor porque queríamos celebrar Halloween y no
quedarnos todo el día en casa estudiando. No lo convencimos, pe-
ro todos quedamos en que ese día no iríamos a clase.
Este año casi no voy a Halloween, mis padres no tenían el di-
nero suficiente como para darme para la fiesta, aunque, al final lo
consiguieron. Una cosa, papás, si estáis leyendo esto: no sufráis
por mí, vosotros fuisteis lo mejor de mi vida, gracias por siempre
estar allí, os llevaré en mi corazón.
Venga, allá vamos, llegó el martes 31 y el día empezó genial,
llegué al instituto veinte minutos antes para no perder detalle de la
fiesta de esa noche porque ya teníamos dieciocho y todo estaba
preparado para llevarlo al desfase y perder el control. Al llegar me
dice Lyan:
—Hey, Fredy, si vas a querer esta noche la bebida en calaba-
za, pon tu parte del dinero.

134
Yo, tan sutil, al llegar le di el dinero al organizador de la fies-
ta. A ella íbamos el grupo de chicos y chicas de siempre, Anna,
James, Lyan, Carla, Sam y yo, y como mi colega James era el que
lo organizaba todo, le di mi parte a él.
Al final quedamos en que realizaríamos la fiesta en la parte
más alta del pueblo, La montaña malvada. En ella se encontraba
el cementerio y a las crías no les apetecía estar allí con sus novios
en una noche tan peligrosa. Por cierto, mi novia es Carla, la chica
más guapa del instituto: gracias por todo, mi princesa, espero que
nunca te olvides de mí, yo nunca lo haré.
La hora de llegada sería las 00:30 y no dijimos hora límite
porque no sabíamos si saldríamos vivos de esa noche. James se
encargaba de llevar la bebida y unas cuantas calabazas vacías para
usarlas de cuenco y el resto lo único que teníamos que hacer era
irnos con ropa terrorífica a la zona más alta de la ciudad.
Eran ya las 22:00 horas cuando llegué a mi casa después del
día tan duro en el colegio y tenía que prepararme rápido porque a
las 23:30 había quedado con Carla para irnos juntos. Lo primero
que hice fue ducharme y vestirme, se me fueron treinta minutos
de reloj, ya eran las 22:30 y todavía tenía que cenar. Me hice un
bocadillo instantáneo y en cinco minutos terminé de realizarlo to-
do. Nos metimos ya entre una cosa y otra en las 22:40 y ya no te-
nía nada que hacer. Se me pasaba el tiempo tan lento que me puse
hasta nervioso, miré el reloj y grité:
—¿¡Las once todavía!?
Total, me puse a recoger mi habitación de lo aburrido que es-
taba y de repente llamaron al timbre, era Carla, ya había pasado el
tiempo y estaba más tranquilo.
Carla y yo empezamos a andar hacia la montaña y de camino
nos encontramos a James y Anna, los tortolitos más lindos del
grupo (les decíamos eso porque llevaban desde los tres años sa-
liendo); si estáis viendo esto, gracias por haberme hecho reír y
quedar conmigo siempre que lo necesitaba.

135
Cuando llevábamos ya cuarenta minutos andando nos encon-
tramos a Sam sola, ella es la novia de mi mejor amigo, Lyan, es-
taba apurada y no sabíamos qué decirle. La calmamos un poco y
nos confesó que había dejado a Lyan porque le habían dicho mu-
chas infidelidades, las cuales Lyan nunca había confesado. En ese
momento me preocupé por él, pero como me prometió que pasase
lo que pasase iría a la fiesta, ya hablaría con él en otro momento.
Eran ya las 00:20 horas cuando llegamos a la montaña malva-
da, rodeados de muertos y escuchando voces raras. Cada dos por
tres tenía que calmar a Carla porque se asustaba. Llegó la hora del
desfase y empezamos a sacar botellas y botellas y calabazas y ca-
labazas cuando apareció Lyan. Cogí una botella y una calabaza y
me la llevé para hablar con él y desahogarnos. Lyan me confesó
que estaba muy mal y que no podía vivir sin Sam, yo le di un tra-
go de ginebra y en qué me vi de dárselo. Empezó a beber y a be-
ber, cuando me di cuenta ya llevaba dos botellas él solo a palo se-
co, no paraba, y en el instante en que paró se volvió loco, empezó
a partir las tumbas, llorando, riéndose de los muertos, tirándonos
cosas, y tuve que decirles a Carla y a mis amigos que se fuesen,
que ya los vería luego.
Paré a Lyan pero en ese momento ya era tarde, empezó a pe-
garme, rompiendo cosas mías y hablando de cosas del pasado y
del presente muy fuertes que no me había confesado, no sabía
cómo podía haber llamado amigo a ese idiota, me confesó que era
un violador, que se adueñaba de todo lo que pillaba, por eso decía
que todas la crías le tenían respeto, desde ese momento lo entendí
todo, me pareció muy fuerte, aunque cuando me habló de Carla,
de todas las cosas que le hizo, llegó a mi límite, empecé a pegarle
como si no hubiese un mañana, tenía que pagar por todo lo que
había hecho, pero no conseguí hacérselo sufrir.
A la mañana siguiente decidí pensar en todo lo que me dijo,
no podía aguantar en mi mente tantas cosas tan feas. No fui al
examen, pasé, no me importaría nunca más nada de los estudios.
Esa misma noche cogí una silla, dos cuchillos, una cuerda, cinta

136
aislante y pegamento fuerte. Llevé a Lyan conmigo a la montaña
malvada, le di unas botellas y cuando lo vi sin fuerzas lo até a la
silla, lo pegué al suelo para que no se pudiese mover y le pegué
cinta aislante en los ojos para que no pudiese parpadear y no se
perdiese ningún detalle.
A la misma hora en que me confesó todo até un trozo de cuer-
da en mi cuello y la vez la até a un árbol por el otro extremo, cogí
dos cuchillos y a la vez que me ahorcaba me suicidaba rajándome
las venas y los ojos. En ese momento Lyan no paraba de llorar,
gritaba y gritaba para que le ayudasen, pero no, hasta pasadas
unas horas nadie acudió a mi lecho de muerte. Cuando la policía
llegó yo ya estaba sin vida y Lyan le confesó todo lo que ocurrió.
Yo ya no estaba presente en el mundo físicamente, pero mi
espíritu siempre estaría allí. Quise que Lyan pasase todo lo que yo
había pasado, así que cada noche y cada día le hacía soñar con mi
muerte y le pegaba durante horas y horas. Sí, podéis pensar que
eso no era vida, él intentó suicidarse muchas veces, pero yo siem-
pre se lo impedía para que sufriese.
Yo creo que todos sabéis ya quién es el causante de mi muer-
te, quiero que sepas que fuiste un error de amigo para mí, ya lo
sabes, que todas esas chicas a las que les hiciste daño y no pudie-
ron hacértelo a ti, ya estoy yo para hacértelo y que pagues por to-
do, que ojalá vivas millones de años y te siga torturando por todo
lo que has cometido, que no tiene disculpa alguna. Espero que vi-
vas feliz pero ten cuidado con lo que haces, que no estoy muerto
del todo, te puedo controlar.
Desde hace cinco años, Lyan no celebra Halloween ni fiesta
alguna, aunque todos los días tenga sorpresas. Bueno, Lyan, nos
veremos dentro de poco, amigo. FIN.
—Wow, abuelo, cada año me gusta más la historia que me
cuentas de miedo en Halloween.
—Claro, nieta, estas historias son superentretenidas y perfec-
tas para estas fechas.

137
—Ni que lo digas, abuelito: bueno, me voy con mis amigos a
pedir chuches. Adiós, abuelo.
—Adiós, nieta, y recuerda: lleva cuidado con los niños mayo-
res, sobre todo con los que se parezcan a Lyan.
—No te preocupes, abuelo, llevaremos mucho cuidado, te
quiero.
La niña se fue y no apareció, llamaron a la policía e investiga-
ron. Pasó un mes y no aparecía, hasta que la policía encontró un
cadáver de una niña entre los diez y catorce años en La montaña
malvada, en el mismo lugar en que se suicidó Fredy.
—Hijo, ¿es ella?, ¿es mi pequeña Dulce?
—Sí, papá, la policía dice que ha podido ser un tal Lyan.
Al instante el abuelo falleció de un ataque cardiaco; este gran
hombre, antes de que su nieta se fuese de su casa el día de Ha-
lloween, escribió unas palabras que le quería decir: Si me voy de
este mundo, será a tu lado. Por este hecho los enterraron juntos y
pusieron esta frase en la lápida de su nicho.

138
La ruta
Víctor Iglesias Stiles (3ºC ESO)

Era una mañana de verano en la que parte de los compañeros


de clase decidimos ir a merendar al río de un pueblo cercano, Vi-
llar de Otero, de apenas cincuenta habitantes.
Apenas llevábamos recorrido un kilómetro cuando, agotados
por el calor, decidimos darnos un descanso, y fue cuando Andrea,
una chica que conocía bien la zona, ya que su abuela residía en
Villar de Otero, nos dijo que conocía una ruta alternativa que cru-
zaba la montaña y nos recortaría una hora de camino; además, se
avecinaba una tormenta que no tenía muy buena pinta.
Ninguno nos opusimos a la propuesta de Andrea salvo Pablo,
un compañero que nos advirtió de que no era muy buena idea ya
que allí no habría cobertura y la tormenta se nos venía encima.
Nadie hizo caso a Pablo y nos salimos de la carretera para meter-
nos de lleno en un estrecho camino que bajaba montaña abajo.
Los truenos sonaban cada vez más cerca y Andrea, que había
tomado el control del grupo, aceleró el paso y se le notaba nervio-
sa. A medida que bajábamos la cobertura disminuía hasta llegar a
ser nula. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba
bien y de que me tenía que haber quedado en casa.
Llegamos al punto más bajo de aquel siniestro sendero donde
había un puente que cruzaba un arroyo.
Fue entonces cuando Pablo se sobresaltó y nos dijo que se
volvía a casa. Todos intentamos convencerle pero no fue posible,
cuando ya echó a caminar se oyó una voz que dijo:
—Yo en tu lugar no haría eso...
Todos nos dimos la vuelta: había sido Andrea la que había sol-

139
tado esas palabras tenebrosas.
Andrea nos contó una historia aterradora sobre esa ruta: nos
dijo que era un antiguo paso entre montaña muy transitado que se
cerró por la muerte de una mujer, que cayó ladera abajo y de la
que no se supo nada. Desde entonces la ruta dejó de usarse porque
había personas que aseguraban oír gritos de auxilio de una mujer.
A todos nos recorrió un escalofrío y Pablo rectificó sobre su
idea de dar la vuelta por donde habíamos venido.
Seguimos adelante ignorando la historia y llegamos a Villar de
Otero sin mayor problema. Todos nos olvidamos de la historia
hasta que llegó la hora de volver a casa. Parte del grupo se quedó
a dormir en el pueblo pero Pablo y yo teníamos que volver a casa
porque nuestros padres no nos dejaban dormir allí.
El sol empezaba a ponerse y nos dijeron que les prometiéra-
mos que volveríamos por la carretera y no por la ruta por la que
habíamos venido o no nos dejarían irnos.
Nosotros aceptamos y partimos rumbo a casa. Cuando pasa-
mos frente a la bifurcación donde se entraba a aquel camino que
nos habían prohibido tomar, Pablo dijo:
—¿Vamos?
—No, es muy peligroso, está haciéndose de noche y no me da
muy buena espina.
—Tú haz lo que quieras pero yo sí voy, mis padres me esperan
y llego tarde.
—Está bien, pero nos damos prisa, que no quiero que la noche
nos pille en ese camino.
Giramos hacia la ruta y avanzamos con paso ligero, la tormen-
ta nos pilló de lleno y nos llovió como si de un diluvio se tratase.
Cuando ya llevábamos un buen rato de camino, tomamos una
curva y vimos algo que me heló completamente. En el horizonte
había una mujer, una mujer con una mochila a la espalda, que
caminaba muy despacio, con los brazos flácidos y tambaleándose.
Pablo y yo nos miramos y compartimos la misma mirada de

140
pánico. Cada vez llovía más y ya era prácticamente de noche. De-
cidimos aminorar la marcha y dejar que se alejase y no nos acer-
camos nada a aquella mujer tan aterradora.
Cuando la perdimos de vista echamos a correr como nunca
habíamos corrido; cuando parecía que estábamos saliendo de
aquel camino infernal me caí, perdí el conocimiento.
Cuando desperté era noche cerrada, miré mi móvil y eran las
10:00 p.m. y Pablo…, Pablo no estaba. Solo quería salir de allí,
me levanté y caminé cojeando hacia la carretera.
Cuando llegué a casa me encontré a mis padres preocupadísi-
mos y llorando. Nos abrazamos y les dije:
—¿Y Pablo? ¿Ha llegado?
—No, han venido sus padres a preguntar por él.
Buscaron a Pablo durante meses, años, y no hubo rastro de él.
Se cerró esa ruta con piedras y tierra y ahora nadie se atreve a
cruzar la montaña por allí, porque dicen que se oyen gritos de au-
xilio de una mujer... y de un niño.

Continuará...

141
Lluvia temprana
Álvaro Hidalgo Jiménez (4ºA ESO)

Carlos tuvo una infancia solitaria, nunca tuvo amigos serios y


era algo tímido, de pequeño solo tuvo el calor de su madre, ya que
su padre era un enriquecido comercial que hacía diez años se
marchó y no volvió a aparecer por casa.
Un día de invierno después de una jornada de chaquetas pinta-
das con tizas, burlas y agresiones o, como lo llamaría cualquiera,
un día de instituto, llegó a su casa, como siempre sola, se tomó un
vaso de leche fría con galletas y vio la tele como de costumbre,
hasta que se durmió. Cuando se despertaba normalmente solía ser
por el ruido causado por su madre al abrir la cerradura. Carlos no
era de un sueño ligero pero las ganas de ver a la única persona
que él notaba que sentía afecto por él le hacían débil ante dicho
sonido. Ese día se despertó segundos antes del amanecer y le ex-
trañó la hora que era, ya que su madre desde que era pequeño re-
gresaba antes de la hora de cenar. Carlos se dirigió por el pasillo
pasando por la cocina, viendo aún el vaso de leche sobre la gran
mesa de cristal, eso le extrañó porque a vista ligera no encontró
indicios de que alguien hubiese cenado, ni tan siquiera de que hu-
biese estado de paso.
En ese momento Carlos se encontraba sereno y decidió entrar
al cuarto de su madre. Estaba vacío. Carlos se postró sobre la ca-
ma y se puso a reflexionar. En ese momento dio tiempo a que el
sol empezara a asomarse y a que la vecina empezara con su ruti-
nario paseo, ya empezaba a haber actividad. Cuando de repente
llamaron al teléfono, a los pocos segundos del primer toque Car-
los acudió corriendo con cierta seguridad de que era su madre. Al
descolgar escuchó una voz que no aportaba emoción y esa voz

142
decía: Hola, buenas, ¿estoy hablando con algún familiar de Ma-
ría? A lo que Carlos, como siempre sereno, respondió que sí. Era
para comunicarle una catástrofe, dijo la voz, le llamo desde la
comisaría El Pastor, esta pasada noche allá sobre las 12.00 h.
nos llamaron unos vecinos que escucharon unos gritos, acudimos
y la encontramos inconsciente, desafortunadamente no pudimos
hacer nada, tenemos a cuatro chavales menores sospechosos que
presuntamente decían querer hacer una broma a un compañero.
En ese momento Carlos cuelga.
Carlos, como de costumbre sereno, se dirige a la cocina, reco-
ge la cubertería más afilada y baja a la calle.
Desde ese momento desaparecieron 146 adolescentes de toda
la región y cada día el número va en aumento. La policía está in-
vestigando el caso y la única relación aparente que encuentran en-
tre los desaparecidos es la actitud de abuso denunciada por otros
compañeros de clase.

Ilustración del autor

143
El señor de la mansión
Miguel Ángel Gómez Fernández (4ºA ESO)

Érase una vez una familia muy pobre, eran tres miembros, los
tres eran hermanos, juntos vivían en un pequeño pueblecito de
Murcia, de cuyo nombre no quiero acordarme. Los nombres de
los hermanos eran Daniel, con diecinueve años, Jonathan, con
dieciocho y Álvaro, con trece. Ellos perdieron a sus padres en una
embarcación rumbo a Ibiza, un fuerte oleaje hizo que el barco se
rompiera en pedazos, dejando a los tres hermanos con vida pero
sin sus padres. Desde aquel suceso Daniel ha estado encargándose
de sus hermanos, dejando atrás los estudios y trabajando en una
fábrica de conservas por una miseria de dinero.
Una noche, la de Halloween, Álvaro empezó a ver cosas ra-
ras, como siluetas en su habitación y rostros distorsionados, por lo
que no tardó ni cinco segundos en gritar ayuda, pero en ese mo-
mento no había nadie en casa. Siguió gritando y gritando, hasta
que llegó un momento en el que paró, sus ojos se pusieron total-
mente azules, hizo gestos raros y empezó a hablar solo. Tan solo
tres minutos después salió de su habitación y se marchó al parque
de enfrente, donde jugaban unos inocentes niños de unos siete
años.
Al salir al parque se ocultó tras unos arbustos, esperando a que
llegase el balón. Cuando le llegó el balón, le dijo al niño de la pe-
lota que le siguiera, no eran ni las 21:00 y Álvaro ya había secues-
trado a un niño. Se dirigió a un cementerio y lo metió en un ataúd
mientras la madre lo buscaba, incluso ella le preguntó a Álvaro si
lo había visto, pero él no contestó nada, siguió su paso y con una
sonrisa en la cara fue en línea recta hasta su siguiente víctima.

144
No pasó ni una hora desde que Daniel volvió de su trabajo, y
al no ver a su hermano en casa se preocupó mucho, estuvo bus-
cando bastante tiempo, preguntó a los vecinos y al no saber su pa-
radero, viendo que ya era de noche, llamó a la policía, que no su-
po darle respuesta pero se comprometió a buscarlo. Al instante
entró Jonathan, que venía de casa de un amigo, y al no ver a su
hermano menor le preguntó a Daniel que dónde estaba, a lo que él
no supo qué responder.
Mientras tanto Álvaro ya había encerrado a cinco niños en una
cripta del cementerio, aparte del niño que estaba encerrado en el
ataúd, a quien puso con los demás. Se ocultó en una mansión
abandonada donde pasó unas horas apartado de la civilización.
Mientras tanto los hermanos Daniel y Jonathan buscaban angus-
tiados a su hermano, de quien no tenían respuesta.
Faltaba tan solo media hora para llegar a medianoche y justo
en ese momento empezó a llover. Daniel y Jonathan se ocultaron
de la lluvia casualmente en el mismo lugar donde se había escon-
dido Álvaro. Al entrar la primera impresión fue terrorífica, estaba
todo lleno de polvo y suciedad, la mansión era tan grande que se
podían perder en ella, así que decidieron quedarse en la puerta,
pero una voz les atrajo hasta el interior de la casa, una voz fami-
liar. ¡Era la voz de Álvaro! Con emoción corrió Jonathan a bus-
carle, pero se hacía imposible. La voz parecía que venía siempre
de lugares distintos, hasta llegar al punto de quedarse encerrado
en una habitación sin salida, y justo después de haberse quedado
encerado se abrió un agujero en el techo, de donde salía una gran
cantidad de agua. Desesperado, Jonathan intentó salir, pero ya sin
fuerzas paró y tras este suceso falleció ahogado.
Mientras tanto Daniel seguía buscando a Álvaro por otros la-
dos, hasta darse el caso de quedarse encerrado: a uno de esos la-
dos se veía el cadáver de Jonathan y al otro se podía ver a Álvaro
en la distancia. Daniel le preguntó a Álvaro qué pasaba, a lo que
él se acercó y no dijo nada, solo hizo una señal hacia la puerta.

145
Daniel no se iba a ir sin él, desgracia la suya, perdió su vida por
intentar salvar la de otro.
Horas después los policías habían encontrado a los niños ence-
rrados en la cripta del cementerio, pero jamás encontraron a Álva-
ro.
Desde entonces nunca nadie ha podido ver más a esa fami-
lia…

146
La noche tenebrosa
Álvaro de la Ossa de Moya (4ºB ESO)

Años atrás hubo un caso que la policía no quería investigar, se


trataba de la muerte de uno de los vecinos de un barrio de las
afueras de Madrid llamado San Mateo.
El caso trataba de un asesinato, el hombre muerto se llamaba
Jorge y sin saber por qué también mataron a su perro Toby, este
caso le sorprendió mucho a uno de los niños del barrio.
Este niño se llamaba Toni y tenía un grupo de amigos a los
cuales les gustaba visitar sitios abandonados e investigar cosas
paranormales. Este caso lo llevaban investigando más de un año y
la mitad del grupo quería ir a investigar la casa donde ocurrió el
asesinato la noche de Halloween, a la otra mitad del grupo no le
hacía mucha gracia porque le daba miedo, pero finalmente deci-
dieron ir.
El grupo de chavales estaba compuesto por cinco chicos: el
propio Toni, Christian, Manuel, Álvaro y Carlos. Todos se cono-
cían del colegio.
La semana antes de Halloween decidieron preparar cosas para
poder entrar sin ser vistos por nadie, tampoco lo tenían muy difí-
cil puesto que la casa donde iban a ir estaba en el monte, les ha-
cían falta linternas, móviles para llamar si sucedía algo y mucho
valor.
Al pasar tres días, dos no estaban muy seguros de querer en-
trar ahí pero finalmente los demás consiguieron convencerlos para
poder ir a la casa.

147
Llegó el día de Halloween y estaban muy nerviosos, esa ma-
ñana los echaron de clase por hablar mucho entre ellos, hasta que
finalmente se fueron a sus casas.
Por la tarde cogieron todos sus linternas y quedaron para ir
andando a la casa, tuvieron que quedar temprano debido a que la
casa estaba algo lejos, tardaron dos horas en llegar, estaba ano-
checiendo, llevaban todos máscaras para no ser reconocidos.
Estaban en la puerta de la casa, se pusieron todos sus másca-
ras, encendieron sus linternas y bordearon la casa para poder sal-
tar la valla. Cuando la saltaron se quedaron todos asombrados de
cómo era la casa por dentro, todos sabían que llevaba un año
abandonada pero estaba como si no hubiera pasado nada allí den-
tro.
Tuvieron que forzar la puerta con una palanca de hierro, les
costó bastante pero finalmente consiguieron entrar. La casa era
muy grande, nada más entrar tenía un gran recibidor y un gran sa-
lón donde todavía estaba la silueta del cadáver. Todos avanzaban
muy asustados y con las linternas encendidas, todos se cubrían las
espaldas, subieron por unas escaleras que daban a las habitaciones
de arriba, donde todavía estaba la ropa del muerto. Se asustaron
mucho cuando vieron una sombra que pasaba rápidamente por el
pasillo, seguramente fuera fruto de la imaginación y el miedo que
tenían todos.
Todos intentaron relajarse pero era difícil por el ruido de
aquella casa vieja en la que todos sabían que había habido un ase-
sinato.
Estuvieron varias horas investigándola. Finalmente todos se
relajaron bastante cuando se dieron cuenta de que era una casa
normal y corriente, pero Toni aún seguía muy asustado, y a sus
amigos se les ocurrió gastarle una broma.
La broma consistía en que poco a poco fueran desapareciendo
todos y cada uno de ellos, hasta que se quedara solo y asustado, y

148
minutos después aparecer todos diciendo que era una broma. Y
así fue…
Cuando estaban ya todos algo relajados, Christian tiró una
piedra para asustarlos y Manuel se metió en el armario, ahí fue
cuando todos preguntaron dónde estaba Manuel, Toni se asustó
bastante, después se escondió Álvaro, después Carlos. Ya solo
quedaban Christian y Toni. Toni estaba muy asustado y le dijo a
Christian que deberían irse, pero Christian dijo que si les había
pasado algo no los podían dejar solos.
Se quedaron ellos dos y cuando Christian vio que Toni estaba
distraído se escondió detrás de un sofá. Ahí fue cuando a Toni se
le fue la cabeza, puesto que llevaba mucho tiempo asustado, y se
puso a chillar y a romper cosas; ahí fue cuando todos salieron de
su escondite e intentaron tranquilizarlo, él estaba muy nervioso y
enfadado así que empujó a uno de ellos, era Carlos, que se dio un
golpe al caer, en la cabeza, vieron sangre e intentaron que no se
muriera pero finalmente murió.
Cuando vieron lo que había pasado se asustaron mucho y no
supieron qué hacer, hasta que se pelearon entre ellos y Christian
cayó por las escaleras.
Ya eran dos muertos y solo quedaban Toni, Álvaro y Manuel.
No sabían qué hacer y la situación se puso muy tensa, hasta que
Toni se hartó de ellos y se dejó llevar por la ira. Y acabó con las
vidas de sus dos amigos.
Al ver lo que había hecho no pudo con la culpa y decidió sui-
cidarse.

149
El pacto incinerado
Antonio José Ballesta Serrano (4ºB ESO)

Año 1743, Londres. Un hombre llamado Ray Roberts perdió a


su familia en un incendio en su granja cuando él estaba ausente,
por ello cayó en una depresión y perdió hasta su fe en Dios. Al
día siguiente, al no poder aguantar el dolor cuando estaba a punto
de ahorcarse, se le apareció Satán y le propuso dar su alma a
cambio de volver al pasado para cambiar las posiciones de su fa-
milia con él. Ray se lo pensó durante unos minutos pero aceptó,
ya que no tenía nada más en qué apoyarse. Al firmar el contrato
con su propia sangre se desmayó y despertó con su familia en su
granja, pero como un fantasma que nadie podía ver. Él gritaba sin
parar para que lo escuchasen pero era inútil, nadie lo podía ver, ni
siquiera su familia. Fue condenado a vivir como un fantasma
eternamente pero Satán le dijo que no solo tenía que vagar como
un alma pobre por su ciudad o por el mundo, sino que podía tra-
bajar para él siendo como una parca. Él preguntó:
—¿No hay ya una parca?
A lo que Satán respondió:
—No hay solo una parca, es como una secta que va repartida
por todo el mundo matando a las personas cuando les llega la ho-
ra.
Ray se lo estuvo pensando pero llegó a la conclusión de que a
todos les tiene que llegar su hora y que alguien tiene que hacer ese
trabajo. Él aceptó el pacto. Pasaron los meses y todavía seguía vi-
sitando a su familia para comprobar si estaban bien y los veía fe-
lices. Satán le dijo que tenía un trabajo duro para él, para compro-
bar si era totalmente seguro que no se negaría a matar a nadie,

150
fuera quien fuera, y le dijo que tenía que matar a la hermana de su
mujer. Él se negó al principio ya que pensaba que Satán estaba in-
cumpliendo el pacto, pero él dijo:
—No es de tu familia ni de tu sangre, los únicos que juré no
tocar eran los que pertenecían a tu familia y a tu sangre.
Satán tenía razón y él no podía incumplir el contrato. Después
de eso se fue a la casa de la hermana de su mujer, se llamaba Jes-
sica, tenía 26 años y ya tenía que morir por un infarto, esa pobre
mujer no se lo esperaba. Ray esperó en el sitio de los futuros
acontecimientos; cuando ella pasó, él le clavó la guadaña en el co-
razón, le dio un infarto, ella no notó el guadañazo pero sí le había
dado el ataque. Al terminar el trabajo vio a su mujer acercándose
a ella, él se sentía muy mal, ya que su mujer estaba llorando sin
parar, así que se fue para no ver más esa tristeza en su cara y po-
der seguir haciendo su trabajo sin preocupaciones.
Después de que pasaran dos días le aparecieron dos contratos
de muerte más: el de los padres de su esposa. Él pensó que si ha-
cía eso su mujer se pondría más triste y depresiva aún, pero no tu-
vo más remedio, ya que había firmado el pacto. Al matar a los pa-
dres de ella y terminar sintiéndose aún peor que cuando empezó
todo esto, decidió que quería romper el contrato con Satán. Él le
dijo que no, que una vez firmado ya no podía terminar, se arrepin-
tió de todo lo que hizo desde el principio. Él estaba muy triste y
cansado de ser una parca y matar a personas a las que, aunque te-
nían que morir de forma natural, no aguantaba ver morir, y el dia-
blo viéndolo apenado decidió hacerle solo un contrato más. Le di-
jo:
—Te voy a proponer un último contrato.
—¿Cuál?
—Te propongo un último contrato de terminar con una vida
más y ya te dejaré libre.
—¿Con la vida de quién?
—La vida de... tu esposa.

151
—¡No! Tú me obligaste a firmar un contrato para no matar a
los de mi familia y sangre.
—Exacto. Ella no es de tu sangre por eso tienes que hacerlo.
—Me niego, no pienso hacerlo.
—Entonces lo hará otra parca que la hará sufrir hasta que se
muera.
—No. Por favor, no, señor... Lo haré.
Ray se dirigió a la granja donde solía vivir con su mujer, tenía
miedo, no quería hacerlo pero era su deber. Cuando llegó, entró y
la mató. Era el fin de todo para él, solo quería ser libre y terminar
ya con todo, pero no podía porque su hija todavía seguía viva. Se
llamaba Jasmine, y tenía solo ocho años. Ella se fue con su tía a
vivir, pues estaba huérfana, y Ray al final consiguió ser libre, ya
que terminó el último trabajo.

152
¿Qué habrá?
Julia Hernández Egea (4ºB ESO)

29 DE OCTUBRE DE 1967

Aquel día cambió la vida de Amanda.


Todo iba bien, ella estaba muy contenta, ya que le habían dado
la nota de un control que tuvo la semana anterior y lo había apro-
bado con muy buen resultado; entró a casa con una sonrisa enor-
me, pero cuando vio a su madre llorando en el sofá esa sonrisa se
le borró de inmediato.
Estaba preocupada porque no tenía ni idea de qué le podía pa-
sar, al principio pensó que se trataba de otro problema con su pa-
dre, pues la verdad es que a Amanda no le hubiese extrañado, ya
que últimamente se estaba comportando como un…, bueno, de-
jémoslo en que su actitud como padre no era la más correcta.
Su madre, cuando la vio, le dijo que tenían que hablar y así lo
hicieron. Su madre había recibido una llamada telefónica que les
iba a cambiar la vida… La abuela de Amanda había fallecido, se
la encontraron muerta esa madrugada en su cama.
La madre de Amanda le explicó que tenían que irse al pueblo
donde vivía su abuela para el entierro, pero no solo eso, sino que
también se tendrían que quedar allí durante un tiempo por unos
motivos que Amanda no podía saber por su edad, ya que no los
iba a entender.
30 DE OCTUBRE DE 1967

Amanda decidió ir al colegio para despedirse de sus amigas,


pero no les dijo un adiós, sino que les dijo un hasta pronto, pen-

153
sando que en seguida regresarían del pueblo de su abuela. Su ma-
dre y ella cogieron todo lo necesario, se montaron en el coche y
emprendieron un viaje hasta el pequeño pueblo de su abuela si-
tuado en el norte de Galicia.
Llegaron al pueblo y hacía mucho frío, y el día era muy triste,
acorde con el estado de ánimo de Amanda y su madre. Llegaron a
la casa de la abuela de Amanda, tenía un gran jardín con muchas
hojas por el césped debido al clima de allí, la verdad es que el jar-
dín y la parte de fuera de la casa estaban bastante descuidados, se
notaba que su abuela llevaba mucho tiempo sin limpiarlo, además
la casa era muy vieja.
Amanda nunca había estado allí, ya que su abuela era la que
iba en verano a Madrid a visitarlas a ella y a su madre. Cuando
Amanda vio la casa le dio un poco de miedo porque le recordaba
a las típicas de las películas de terror, pero no quiso decírselo a su
madre, que durante el camino le había contado que en esa casa se
había criado ella y había vivido allí desde que nació hasta el día
en el que se fue a vivir a Madrid con su padre cuando tenía veinti-
cinco años.
Entraron a la casa y estaba bastante ordenada, Amanda lo ob-
servó todo con detenimiento mientras que su madre le iba dicien-
do quién era la persona de cada foto que había en la casa, le iba
contando anécdotas, le iba indicando dónde estaba cada cosa…
Amanda se fijó en una pequeña puerta que estaba cerrada con
candado, su madre le dijo que estaba totalmente prohibido abrirla,
ya que era la del sótano y ahí abajo no se podía bajar; Amanda le
preguntó a su madre por qué no se podía bajar allí, pero su madre
no le quiso dar ninguna explicación, simplemente que no se podía
bajar.
Era de noche y Amanda salió a tirar la basura, ya que su ma-
dre se lo pidió. Justo entonces salió también su vecina de al lado,
la cual era de su edad, y se quedaron hablando un rato bastante
largo, se hicieron amigas y Amanda le contó por qué estaba allí;
también le contó lo de la puerta del sótano, ya que le había llama-

154
do la atención bastante. La otra niña, que se llamaba Diana, se
quedó muy intrigada y ambas decidieron bajar la noche del 31 de
octubre al sótano sin que nadie se enterase. Cada una se metió a
su casa y se fueron directamente a dormir esperando a que se hi-
ciese el día siguiente.

31 DE OCTUBRE DE 1967. DÍA DE HALLOWEEN

Ambas niñas madrugaron con una sonrisa, ya que esa noche


iban a quitarse la intriga de qué era lo que había en ese sótano.
Amanda le dijo a su madre que la noche anterior conoció a
una niña de su edad y estuvieron hablando durante un rato y se
hicieron amigas, y que la había invitado a dormir a casa por Ha-
lloween; a la madre de Amanda le pareció bien, de hecho le hizo
mucha ilusión ver a su hija feliz después de lo que estaban pasan-
do.
Llegó la noche y Diana tocó el timbre de la casa. Amanda le
enseñó la casa a Diana y esta le dijo que le gustaba mucho porque
le recordaba a las pelis de miedo. Ambas niñas subieron a la habi-
tación de Amanda para preparar el plan de esa noche, cenaron y
esperaron a que la madre de Amanda se quedase durmiendo.
2:00 a.m.
La madre de Amanda estaba durmiendo y ambas niñas bajaron
sigilosamente las escaleras para no despertarla. Fueron a la coci-
na, cogieron la caja de herramientas y rompieron el candado de la
puerta del sótano; en ese momento una ráfaga de aire muy frío sa-
lió de las escaleras haciendo que las niñas temblasen. Se miraron
fijamente, se cogieron de la mano y las dos bajaron despacio. No-
taban que el corazón les latía muy fuerte porque todo estaba muy
oscuro y no se veía nada, la puerta se cerró detrás de ellas y ahí
fue cuando el pánico se apoderó de sus cuerpos.
Siguieron bajando y consiguieron encontrar el interruptor de
la luz, la encendieron y se encontraron con un montón de estante-

155
rías llenas de muñecas de porcelana con unos ojos muy brillantes
y realistas. En una de las estanterías había una caja, la cual cogie-
ron y en ella se encontraron un juego. Decidieron abrirlo y nota-
ron un escalofrío. En ese momento sentían que debían jugar, el
problema es que no era cualquier juego… Aquel juego te ponía en
contacto con los espíritus y te podían pasar cosas muy malas…
Empezaron a jugar y fueron pasando cosas muy extrañas en la
habitación… Todas las muñecas que tenían los ojos abiertos los
cerraron de golpe, las muñecas que estaban de pie se sentaron; las
niñas se asustaron y pararon de jugar y salieron corriendo escale-
ras arriba para salir de allí, pero la puerta no se abría; de repente
salió el espíritu de una persona, que empezó a susurrarles: De
aquí no vais a salir, os vais a arrepentir de estar en esta casa…
Se pusieron a llorar hasta que, de repente, todo se quedó en silen-
cio y la puerta se abrió, salieron corriendo de allí y prometieron
no decir nada a nadie de lo ocurrido.

6 DE ENERO DE 1998

Ha pasado mucho tiempo desde lo que vivió Amanda. Desde


que jugó a aquel juego no le pasa nada bueno, su madre falleció a
los pocos años y cada noche escucha voces horribles. Amanda no
volvió nunca a Madrid y se tuvo que quedar en Galicia y desde
hace mucho no sabe nada de Diana.

156
El alienígena
Miguel Ángel Lozano Mateos (4ºB ESO)

Era un día de verano, los pájaros cantaban, las flores florecían


y Mike en la cama, como siempre, dolorido por sus dientes, tenía
un quiste enorme debajo de una muela, medía unos tres centíme-
tros de largo y uno de ancho, tenía que ir a la mañana siguiente al
dentista para ver cómo iba su gran quiste. Se levantó, se lavó la
cara y ya está (era un chico muy sucio pero él pensaba que no lo
era); bajó las escaleras para desayunar pero como tenía el quiste
no podía, así que pensó: Me voy a ir en bici a darme una vuelta.
Cuando estaba cruzando por un camino por donde iba siempre
al colegio, se le ocurrió una muy mala idea, se fue por otro ca-
mino por donde nunca antes había pasado, tenía muchos baches y
obstáculos, y por desgracia se distrajo y se estampó contra el sue-
lo. Dolorido y soñoliento se le metió algo en la boca, una especie
de bicho feo con cola, se asustó pero no le dio importancia porque
casi ni lo notó (algo muy malo estaba dentro de él), cogió la bici y
se dio media vuelta hacia su casa, donde estaba su madre muy en-
fadada por haberse ido sin avisar. Su madre le recordó que al día
siguiente tenía dentista, que no comiera muchas golosinas ni se
rompiera ningún diente haciendo el tonto. Mike no le quiso contar
a su madre lo que le había pasado (él sabía que estaba pasando al-
go dentro de él).
A la mañana siguiente fue al dentista, el dentista le hizo una
radiografía, se sorprendió al ver que no tenía el quiste, impresio-
nante, pero le estaba saliendo algo blanco debajo, el dentista pen-
saba que era una muela, pero no, obviamente le tenía que sacar
eso que tenía debajo para que no obstruyera a las demás muelas,
así que comenzó con el procedimiento: primero le tenían que qui-

157
tar la muela que estaba encima de la cosa blanca, hasta ahí perfec-
to, no le dolió ni nada, pero cuando cortó el trozo de carne para
sacarlo vio que no era una muela como él decía, sino un huevo de
esa cosa que se le había metido dentro. El dentista lo sacó y el
huevo eclosionó, salió la cosa más horrorosa que había visto ja-
más: el huevo era una mezcla de golosinas de Mike (que no le hi-
zo caso a su madre), un palo, una cola y una cabeza de ardilla con
un búho; la madre de esa cosa se había comido a unos seres vivos
antes de entrar en la boca de Mike.
Esa cosa, ¡ese alienígena!, saltó y le arrancó la cara al pobre
dentista, se comió la muela que le habían sacado a Mike y se hizo
más grande, ya medía dos metros. Mike intentó escapar con su
madre pero por desgracia ese monstruo devoró a su madre, él se
salvó pero no podía hablar debido a la muela y al bicho que le ha-
bía salido de la boca, intentó pedir ayuda pero no podía, intentó
llamar a la policía pero no podía; esa cosa cada vez que devoraba
a gente se hacía más grande, medía dieciséis metros y seguía de-
vorando a gente, la humanidad no podía hacer nada, lo único que
podía hacer Mike era dejarse comer para que la criatura desapare-
ciera, así que lo intentó. Fue corriendo al medio de la ciudad don-
de se encontraba ese bicho y le dijo: Alienígena, me quieres a mí,
deja a los demás, monstruo inmundo.
El monstruo le hizo caso y se lo zampó, cuando estaba llegan-
do al estómago el bicho desapareció y Mike cayó al suelo desde
mucha altura; si el bicho no le hubiera hecho quemaduras de ter-
cer grado y no se hubiera caído desde diecinueve metros de altura,
Mike podría haber sobrevivido pero, por desgracia, murió antes
de llegar al suelo.
Todo acabó muy bien menos por varias cositas de nada, como
346 personas muertas en el acto al ser engullidas por el alieníge-
na, 22 edificios destruidos y 38000 vasos rotos por culpa del alie-
nígena (los vasos se rompieron porque lo ocurrido había sido emi-
tido por la televisión y lo vieron 40000 personas mientras comían:
del susto se les cayó el vaso).

158
Moraleja: si vas por un camino que desconoces y no sabes a
dónde vas a parar, no entres porque te ocurrirá esto o cosas mucho
peores.

159
The primitive world
Aarón Almagro Pérez (1º Bachillerato)

Era una cálida tarde de otoño, los niños jugaban, los pájaros
cantaban y de repente sonó un gran estruendo. Todo había queda-
do desolado debido a una gran bomba nuclear que había aniquila-
do a todo ser viviente sobre la faz de la tierra. O eso se pensaba.
Algunos grupos de personas y diversas espacies de animales ha-
bían sobrevivido. Un pequeño pueblo de España llamado Los
Ramos había sobrevivido, ya que sabían que la bomba estaba al
caer. Todos estaban refugiados en un gran búnker. Debido a la ra-
diación, el medio que los rodeaba cambió drásticamente, pero
ellos no lo sabían ya que habían pasado dos años protegidos en el
refugio.
Pasaron días y meses, hasta que un valiente hombre se atrevió
a salir. Se quedó anonadado ya que el mundo tal y como lo cono-
cía no tenía nada que ver con aquello en lo que se había converti-
do debido a los grandes cambios causados por la alta radiación
que mutaba a todo ser viviente, fuera planta o animal. Muchas
plantas habían evolucionado y se habían acostumbrado a tal am-
biente; sin embargo, los animales, insectos y hongos habían pere-
cido, solo algunos insectos y animales habían conseguido sobre-
vivir mutando bruscamente con el desarrollo de sentidos y órga-
nos que procesaban el alto grado de radiación del ambiente. El
hombre tuvo que exponerse a la radiación, y debido a esto Jesús
estuvo a punto de perder la vida, pero encontró un traje con una
protección antirradiación, el cual le fue muy útil en ese momento,
y también un medidor. Todo lo que encontró no fue por pura ca-
sualidad sino porque en el refugio estuvo hablando con un físico
que tenía grandes conocimientos sobre compuestos radiactivos y

160
sus consecuencias, ese hombre también intentó salir pero a los
dos días se dio por supuesto que había muerto a manos de alguna
alimaña mutante.
Jesús se pasó semanas buscando huellas de vida humana y lo
único que encontró fueron animales como ratas y hormigas muta-
das, habían crecido y eran mucho más grandes y fuertes. Pasaba
las noches a la intemperie porque no se fiaba de la situación ni del
instinto de las ratas mutadas, a las cuales había llamado Rad-tas.
Dedicó un corto periodo de tiempo a su estudio hasta que en una
ocasión una de ellas le mordió y entre tanto alarido apareció el
hombre con el cual había hablado en el refugio y que daba por
muerto. Intentó curarlo de forma rápida pero inefectiva, huyeron
por suerte pero dejaron un rastro de sangre. Las Rad-tas olieron el
rastro y se iban acercando poco a poco y los dos hombres huían
como malamente podían, ya que no tenían ni provisiones ni agua
potable a mano.
Pasaron los días y los dos exploradores se disponían a empe-
zar un viaje cuando, ¡zas!, las Rad-tas los alcanzaron. Esta vez no
pudieron hacer nada, los dos exploradores murieron trágicamente
a manos de semejantes animales. No se supo más de ellos y no
dejaron huella de su presencia en ese mundo, que no daba cabida
a los humanos, mundo cruel y primitivo.

161
Nunca abras la puerta
Mª Magdalena Cano Sánchez (3ºC ESO)

—Un día uno de mis tres mejo-


res amigos pensó hacer una cosa
que no creíamos que fuese a lle-
gar a ser real hasta que sucedió.
Sara, Carlos y Mateo pensaron
que sería interesante que hicié-
ramos una invocación que vie-
ron por internet, ya que ellos de-
cían que les pareció absurdo y
querían probar que la persona
que lo hizo estaba fingiendo;
mientras que Sebastián, Cristina
y yo pensamos que era mala
idea, aquellos insistieron hasta
Ilustración: Mª Carmen Cano que nos lograron convencer de ir
Sánchez (2ºA ESO)
con ellos. Carlos nos enseñó el
video de la invocación.
Estábamos listos para hacer el ritual en la casa de campo de
Carlos, ya que no la utilizaban. Nosotros íbamos a invocar a una
mujer a la que le quitaron su bebé; tenía mucho miedo, pero no
me iba a ir para que no me dijesen miedica. Al poco rato de entrar
nos fuimos al salón, apartamos unos muebles que estorbaban y
empezamos. Yo traje una tiza y una foto de un bebé, Sara trajo
cuatro velas negras, Cristina trajo sangre de cerdo de la carnicería
de su madre, Mateo trajo una linterna y cerillas, Carlos trajo un
cordón umbilical y Sebastián no trajo nada: me dijo que en cuanto
viese que algo iba mal se iba de allí. No perdimos tiempo y empe-

162
zamos a hacer el ritual, Sara cogió la tiza que traje e hizo una es-
trella satánica y le puso una vela en cada punta, después Mateo
encendió las velas y yo puse la foto junto con el cordón umbilical
para que Cristina lo rociase con la sangre de cerdo; hicimos un
círculo alrededor de la estrella, nos cogimos de las manos y reci-
tamos las palabras que salían en el vídeo de Carlos… Sonó un ra-
yo y pequeñas gotas se veían caer por la ventana, Sebastián gritó
y dirigimos nuestra mirada hacia él, estaba nervioso y se había
encogido: No me gusta esto, quiero volver a casa, dijo para des-
pués coger su móvil y darse cuenta de que no tenía cobertura. No
teníamos ninguno.
Escuchamos gritos cerca de la puerta, al principio no nos atre-
víamos a mirar pero al final yo fui la que miró. Era una mujer que
estaba andando en círculos, estaba empapada pero tenía mucha
sangre encima, sentí cómo se me encogía el corazón del miedo,
volví rápidamente hacia mis amigos y les dije que había una mu-
jer fuera, Cristina dijo que quizás necesitaba ayuda… Gritó otra
vez: ¡¡¡¡Devuélvemela, devolvedme a Celia!!!!
Esperamos a que se fuera varios minutos. Después de diez mi-
nutos en absoluto silencio, Cristina miró por la ventana y no vio
nada, probó a abrir lo suficiente la puerta como para mirar con el
rabillo del ojo el exterior. De repente al otro lado la mujer se
asomó gritando: ¡Devolvedme a Celia! Cristina nos pidió ayuda
mientras cerraba la puerta, pero ya era tarde, aquella mujer ya ha-
bía metido un brazo y media cara, dio un gran empujón y abrió la
puerta e hizo que Cristina cayese al suelo: ¡Dámela!, dijo para
luego agarrarla del cuello y darle golpes contra el suelo. Lo últi-
mo que Cristina pudo hacer fue llorar y gritar mientras moría.
El siguiente en la lista de la mujer era Sebastián, él se había
ido al trastero con la linterna que habíamos traído, supongo que le
mató con la linterna porque al cambiarme de habitación para ir
con él estaba muerto con la linterna ensangrentada al lado, tenía la
cabeza abierta y la sangre corría por el suelo. Lo que me llamó la
atención de ir allí fue que dijo: ¿¡¡Por qué abriste la puerta, Sa-

163
ra!!?, mientras le golpeaba.
Los siguientes fueron Sara y Carlos, ellos se fueron al piso de
arriba, por desgracia para mí tuve la mala y traumática suerte de
ver morir con mis ojos a Sara, ya que yo estaba buscándolos en el
pasillo para reunir a los que quedábamos vivos. La mujer ató a
Sara, la metió en la bañera y después abrió el grifo del agua, me
tapé la boca, ya que entendía que lo que quería hacer era electro-
cutarla, alguien me chistó por atrás: era Mateo, que estaba en la
habitación de enfrente. Fui con él y cerró la puerta con llave, yo
miré por la ranura de la cerradura y vi que Sara no paraba de mo-
verse, hasta que se escuchó un fuerte ruido junto con sus gritos,
que pararon en seco. Había muerto y Carlos, al que tenía la mujer
cogido del pelo, le seguía, cerró la puerta del baño y bajó las esca-
leras. Carlos solo se lamentaba y lloraba, abrí la puerta de donde
estábamos y llevé conmigo a Mateo; por un momento me paré a
mirar a Sara en la bañera… Sangraba por todas partes. Bajamos a
la planta inferior y con sigilo fuimos a la cocina, mientras Carlos
era apuñalado en el salón con el palo de metal de la chimenea:
¿¡¡Y mi bebé!!?, gritó varias veces la mujer manchada por la san-
gre de mis amigos. Le dije a Mateo que cogiera el cuchillo grande
de la carne para matar a la mujer psicópata, la acorralamos y em-
pezamos a apuñalarla y lo último que dijo fue: Mi bebé, con un
hilo de voz. Salimos de la casa y corrimos por la carretera hasta
encontrar a alguien que nos llevara a casa y ahora estoy aquí en el
psiquiátrico…
—Tuvo que ser horrible para usted…
—Sí.
—La sesión de hoy ha terminado.
—Gracias, ¿sabe?, todavía siento como si la mujer estuviera
aquí.
—Espere, señorita, ¿cuál era su nombre?
—Celia…

164
Terror en la noche de Halloween
Antonio Martínez Sánchez (4ºB ESO)

Desperté en mi habitación a las 7:00 a.m. como cada día sin


saber que ese no iba a ser uno corriente. Era el día de Halloween y
estaba deseando que llegase la noche para poder salir con mis
amigos. Iríamos Christian, Carlos, Pablo, Pablo López, Ángel,
Aless y yo para pasar un buen rato. Por la mañana desayuné con
toda normalidad y me vestí para salir a comprar con mi familia,
Comí también con toda normalidad hasta que me llegó un
WhatsApp del grupo de amigos para cambiar la hora y quedar
después en un sitio especial.
Así fue, eran las 8:00 p.m. y me preparé para salir, quedamos
en una finca abandonada cerca de la Nueva Condomina, solo fal-
taba Christian. Desde que llegamos sentí una presencia que nos
observaba con detenimiento y allí empecé a tener miedo y querer
volver pero Ángel no paraba de decir: No os paréis, cobardes,
que no os va a matar nadie, así que no iba a ser yo el cobarde que
se quedase atrás. Sin más dilación avanzamos, aquello parecía un
cementerio, no haba nadie por allí y en aquel momento nuestra
única preocupación era pasárnoslo bien porque no sabíamos lo
que pasaría después…
Entramos en una de las casas y empezamos a gastar las típicas
bromas entre amigos dándonos sustos unos a otros hasta que sa-
limos. Mientras avanzábamos por la finca encontramos tres cuer-
pos de cerdos muertos y gatos que estaban comiéndoselos, aque-
llo nos pareció un tanto extraño, no sabíamos que había gatos car-
nívoros pero no nos preocupamos por ellos, pensábamos que solo
eran gatos. Yo seguí sintiendo esa presencia desde un principio y
no paraba de mirar a todos lados preguntándome: ¿Qué podía

165
ser? Cuando vi los gatos pensé que eran ellos y por eso me des-
preocupé un poco, mas seguíamos avanzando sin parar y, aunque
estaba despreocupado, sentía que alguien o algo se nos estaba
acercando, y era al revés: nosotros nos acercábamos a él...
De una de las casas de la finca salía una luz muy cálida y en
ese momento yo pensé: Hasta aquí he llegado, me vuelvo solo,
pero sentía más miedo de volver yo solo que de quedarme con el
resto del grupo, por lo tanto me quedé con ellos y entramos en la
casa. Cuando entramos alguien se percató de nuestra entrada, así
que apagó la luz y todos comenzamos a decir: ¿Qué ha sido eso?
Vamos a volvernos ya, pero a mí, que ya se me había quitado el
miedo después de tanto tiempo, y a Ángel no nos pareció una
buena idea debido a que habíamos empezado a pasárnoslo bien, y
continuamos hacia delante todos juntos hasta que el primero de
todos se paró y alzamos la vista: encontramos una figura más alta
que nosotros que comenzó a moverse en nuestra dirección. Cuan-
do estábamos muertos de miedo salió Christian riéndose de todos
nosotros, o al menos parecía Christian.
Más tarde comenzó a comportarse de una manera extraña, pe-
ro pensábamos que seguía con la broma de meternos miedo, aun-
que llegó un momento en el que le cambió la voz y empujó a
Aless por el balcón y le rompió la rodilla. Empezó a hablar en un
lenguaje extraño, nadie le entendía y le decíamos: Christian, ¿qué
te pasa, tío? Vamos, por favor, contéstanos, y en ese momento
una brisa de aire frío nos atravesó y fue entonces cuando Christian
giró la cabeza de repente y nos dijo con una voz endemoniada:
Estúpidos niños, ¿cómo os habéis atrevido a entrar en mi hogar?,
por culpa de vuestra insensatez sufriréis mi cólera, y entonces el
cuerpo de Christian se desplomó y de él salió una sombra negra
que se dirigía hacia nosotros.
Unos corrimos para salvar nuestra vida mientras que Carlos y
Pablo se quedaron quietos porque el miedo les paralizó, Ángel y
yo cargamos a nuestras espaldas a Aless y nos escondimos en una
de las casas, pero nos encontró y empezó a reírse de nosotros.

166
Cuando estaba a punto de clavar una daga en mi corazón apareció
Carlos para salvar la situación y despistar al espectro, pero para
salvarnos él tuvo que morir. Mientras escapábamos oíamos los
gritos de sufrimiento de los demás y no podíamos dejar de pensar
en qué sería de ellos ahora, pero bajamos la guardia demasiado
pronto y antes de llegar a la Nueva Condomina los cuerpos ya
muertos de Carlos, Pablo y Christian nos atraparon.
Pensé que ahí era mi muerte, que no me había despedido de
mi familia, que mis últimas palabras con mi madre fueron un has-
ta luego, no pude despedirme de ninguno de mis amigos e iba a
morir solo en un sitio alejado de la civilización, pero ante mí se
apareció una oportunidad que no podía dejar escapar: mientras los
cuerpos muertos de mis amigos estaban entretenidos con Ángel y
Aless, decidí que era el momento de ser egoísta y dejarles atrás
para poder salvarme yo, y así fue como me salvé de una noche de
Halloween terrorífica.
Quién sabe si este año te puede pasar a ti…

167
Testigo de guerras peores
Anatoliy Lioutikov Gómez (4ºB ESO)

Este es un mundo que ha sido testigo de numerosas guerras,


las cuales han ido a peor con el paso del tiempo. Ahora este mun-
do se define por una sociedad en la que reina el más fuerte, solo
aquel capaz de superar los desafíos que le plantea la vida. Y la vi-
da a veces te sonríe y otras solo te mira con una mirada fría y
desafiante. En este caso nuestro protagonista desafía y le devuelve
las miradas fulminantes y le dice: No, no voy a aguantar lo que
me eches encima, yo escribo mi propio destino. Este espécimen,
este sujeto, se llama Joel.
Joel se encontraba saqueando un refugio sin ninguna alma y
descuidado que con falsas ilusiones esperaba poder protegerse de
las bombas que antaño cayeron. Entró por la puerta, grande de un
acero corroído por la explosión. Llegó a un gran pasillo, a cada
dos pasos que daba no podía parar de imaginar los niños corre-
teando, los padres y madres que vivían ahí con la esperanza de
salvarse, pasó a lo largo de una habitación normal de un residente,
en ella encontró un diario en el cual ponía: Otro día más en este
condenado refugio, no sé si podré aguantar más, las paredes de
este sitio noto como si cada vez se hicieran más pequeñas, y la
posibilidad de no salvarme me carcome por dentro.
Esta es la última página que quedaba pegada al diario, al cual
parecía que le habían arrancado las demás con prisa. Joel siguió
avanzando por el pasillo pero un pilar se interpuso en su camino,
así que decidió registrar en la sala de máquinas en busca de com-
ponentes útiles que le sirvieran para su supervivencia. Afortuna-
damente se encontró una caja de filtros para el agua, su cara ex-
presó alivio, miró el resto del lugar y pensó que no había mucho

168
más allí, así que se marchó. Al salir por esa puerta gigantesca se
topó con una panda de seres con pintas harapientas, lo que más le
llamó la atención fue que uno de ellos llevaba una escopeta recor-
tada atada a su espalda, testigo del tiempo, ya que parecía que es-
taba a punto de romperse. El sujeto de la escopeta se acercó a Joel
y le dijo: Soy el líder de Los Lagartos Rojos, supongo te habrás
fijado en que no somos muy amigables, pero tú puedes solucionar
esto: o me das lo que has recuperado de ese museo o tú no sales
de aquí vivo.
Joel con una expresión miedosa se lo dio, a continuación el lí-
der de Los Lagartos Rojos dijo: Vamos, muchachos, que no se le
olvide nuestro nombre a este necio. Acto seguido se abalanzaron
sobre Joel y empezaron a soltarle patadas, puñetazos y, por últi-
mo, una cuchillada en el brazo. Joel respondía a todo esto con gri-
tos fulminantes, los cuales iban a parar a la nada, al yermo de-
solador. Entonces el líder dijo: No olvides mi nombre, me llamo
William y espero que después de esto no vuelvas a meterte en
nuestro territorio. Acto seguido William soltó una carcajada y
Joel se desplomó en el suelo perdiendo el conocimiento. Joel
abrió lentamente los ojos viendo una casa típica construida con
chatarra y basura recolectada. No parecía muy estable pero sí era
acogedora.
Joel ve que su brazo estaba vendado y con una especie de me-
junje en la herida, salió de la habitación para encontrarse un salón
con una chimenea encendida y lo que quedaba de una desfasada
televisión hecha pedazos. Joel escuchó cómo se movía el pomo de
la puerta lentamente, tras la puerta se encontró con una anciana.
Esta le dijo: ¿Cómo estás, querido? Yo me llamo Anabel y te he
encontrado mientras salía a regar mis plantas, así que le pedí a
mi nieto que te trajera a mi casa. Acto seguido Joel salió de la ca-
sa agradeciendo a aquella amble señora su ayuda. Joel había teni-
do suerte, podía haber muerto en el desamparado desierto.
Una vez que Joel salió de la casa anduvo y anduvo sin rumbo
ni destino. Se encontró con un supermutante, era verde, medía dos

169
metros y tenía forma humanoide. Joel cayó en sus manos, el mu-
tante le estampó un palo con clavos en la cabeza y murió en ese
instante.
Y así termina una historia de otra desdichada persona, como si
una estrella se apagara en el inmenso universo.

170
La comisaría fantástica
Ramón Ojeda Calabria (1º Bachillerato)

Desde hacía varios años corría el rumor de que en el cuartel de


policía de Molina de Segura sucedían actos extraños, esto llegó a
tal punto que hicieron un reportaje de los Cazafantasmas de Dis-
covery Max.
Aquí empezó la historia de Javier Ortín, conocido como el
Chuti. Era un día normal y él fue al Parque de las Fugas como de
costumbre a tomarse unos litros con unos amigos, cuando de re-
pente aparecieron tres furgones de la policía local. Se bajaron del
coche patrulla dos agentes y le pidieron la documentación, todo
iba normal hasta que descubrieron que el Chuti portaba un arma
blanca, el agente procedió a retirársela. Para Javier esta navaja era
de gran valor, ya que se la dio su abuelo antes de morir. El agente
dijo que le era irrelevante y que se la diese o procedería a su de-
tención, y fue entonces cuando el Chuti apuñaló ferozmente al
agente.
El compañero del agente fallecido en el acto trasladó al preso
a comisaría para que prestase declaración; durante el trayecto, el
policía repetía constantemente: No sabes lo que has hecho, Luci-
fer te castigará como es debido. El Chuti no le dio gran importan-
cia, ya que era un tío duro. Llegó a comisaría hacía las 00:30 ho-
ras. Le tomaron declaración, pasó a disposición judicial y tuvo
que dormir en el calabozo esa noche. Al llegar al calabozo se cru-
zó con varios agentes que hablaban un idioma extraño, le pareció
que era latín, y al agente que le estaba trasladando al sucio aguje-
ro donde iba a pasar la noche le preguntó qué hablaban estos dos
agentes en ese extraño e incomprensible lenguaje. Estos son los

171
guardias de noche, dijo, y ahí fue cuando realmente empezó a
sentir pánico.
Al llegar al calabozo estuvo varias horas escuchando voces,
ruidos extraños y constantemente escuchaba a gente gritar en
aquel extraño idioma, y el joven Javier estaba asustado perdido
cuando de repente escuchó Ispunx repetidas veces y con distintas
voces. De repente se apagaron las luces y volvió a escuchar Is-
punx Ispunx Ispunx, cada vez más fuerte, y empezó a sentir una
fuerte presión en el pecho hasta que estalló y gritó: ¡Quién eres,
qué quieres, déjame en paz o te rajo!, manteniendo su postura de
tipo duro, y de repente oyó risas, muchas risas, y dijeron: Ispunx
eres tú, Javier, significa bastardo, el agente al que has matado
era el mismísimo hijo de Satán y pagarás por ello.
Volvió la luz, el Chuti recordó las antiguas leyendas sobre
aquel cuartelillo. De repente se oyó cómo un agente se dirigía ha-
cia su celda, golpeando cada barrote con la porra, ese sonido era
esquizofrénico. Llegó el guardia, desnudó al Chuti y le dijo: ¿Tus
últimas palabras? El guardia se transformó en el mismísimo Lu-
cifer: Pagarás caro lo que has hecho. De repente sacó su tridente
y cuando lo iba a matar, nada.
Despertó en la camilla del hospital. Había sufrido un coma etí-
lico, pensó que todo fue fruto de su imaginación, se rio contándo-
selo a sus padres. Vino el médico para darle el alta y cuando llegó
a la habitación era el policía que hablaba ese extraño idioma; él,
asustado, no quiso decir nada y el médico le dijo: Ya te puedes ir,
Ispunx. El Chuti gritó desesperadamente, se tiró por la ventana de
la habitación y murió.

172
Lucy
Brenda Suárez Flores (3ºC ESO)

Kathy acababa de mudarse a un pueblo llamado Lamburgo,


con su hija Sofía de seis años. Kathy era una mujer viuda de trein-
ta años que quería con locura a Sofía. La casa era de dos plantas,
con patio, estaba amueblada y tenía unos veinte años de antigüe-
dad.
Al instalarse todo parecía ir bien, hasta que una noche Kathy
se despertó al oír un ruido proveniente del baño, era como si estu-
vieran dando golpes al cristal, pero al entrar no había nada, le pa-
reció extraño pero no le dio mucha importancia.
A la mañana siguiente, al terminar de preparar la comida,
Kathy llamó a Sofía para que bajara a comer y al ver que esta no
respondía decidió subir a ver qué sucedía. Al llegar a su dormito-
rio oyó a su hija hablar con alguien y al abrir la puerta se encontró
a Sofía en frente del espejo hablando sola. Kathy le preguntó:
¿Con quién hablas, Sofi? Y esta le respondió: ¡Con mi amiga! Es-
ta se acercó y vio que en él aparecía reflejada la sombra de una
persona. Sofía le dijo: Se llama Lucy. Entonces Kathy cogió a So-
fía y la llevó a su dormitorio. Esta tapó todos los cristales y cerró
la puerta.

POV Kathy
Estaba muy asustada, no sabía qué hacer, sabía que a Sofía le
sucedía algo, estaba extraña, andaba metida en su habitación y
siempre llevaba un espejo consigo. Y ahora sé por qué. Decidí de-
jar a Sofi en mi habitación, mientras que cogí un bote de pintura y
fui pintando todos los cristales de la casa, incluido el de la habita-

173
ción de mi hija. Al terminar oí un grito que provenía de mi cuarto
y al entrar encontré a Sofía llorando en frente del espejo que esta-
ba situado al lado de mi cama. Me dirigí hacia el espejo y le grité:
¿Qué quieres de nosotras? Y esta me dijo: Quiero a tu hija.
Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pero todo me daba
igual con tal de salvar a Sofía.
—No te la llevarás, me entrego a cambio de que la dejes en
paz.
POV_

Desde ese momento Kathy permaneció detrás de los espejos,


acompañando a Lucy, mientras observaba cómo Sofía crecía al
lado de una familia de acogida.

174
Pequeños secretos
Julia Drozdz (3ºC ESO)

Basado en la serie Pequeños mentirosos

La noche del 22 de julio cinco amigas están emborrachándose


en una casa que está en medio de un bosque, cuando todas están
dormidas dos de ellas desaparecen. Cuando una de las desapare-
cidas regresa y despierta a las demás, les dice que no ha podido
encontrar a la que falta. Así, las demás, pensando que su amiga
desaparecida quiere asustarlas, lo dejan pasar y no se preocupan,
pero tres horas después la amiga no aparece y ahí es cuando em-
piezan a preocuparse.
Las cuatro chicas empiezan a buscarla y no la encuentran, pe-
ro encuentran una bolsa negra con algo dentro: un cuerpo inerte
idéntico al de su amiga desaparecida. Las cuatro chicas asustadas
llaman a la policía y a los padres de su amiga para comentarles lo
que ha pasado, aunque ellas no saben qué había ocurrido en reali-
dad, no saben quién la mató, quién fue el asesino.
Las cuatro chicas al siguiente día decidieron mudarse a otra
casa, puesto que todas vivían cerca del hogar de la fallecida, aun-
que seguirían yendo al mismo instituto y a la misma clase, puesto
que tenían la misma edad, diecisiete años. Ese día debían asistir al
entierro de su amiga. Sus amigas todavía no podían creer lo que
había pasado, cómo pudieron haberle hecho algo así a su amiga,
pero, bueno, tenía un poco de lógica, pues su amiga era muy po-
pular y se burlaba de sus inferiores, aunque seguía siendo algo in-
comprendido. Ya en el entierro las cuatro amigas se encontraron
con una de las enemigas de su amiga fallecida y su hermanastro,
Luke. Allí las cuatro se acordaron de lo que su amiga le había he-

175
cho hacía años a ella: quemó su casa sin saber que ella se encon-
traba dentro y la dejó ciega, y su hermanastro era como su perro
guía, la acompañaba a todos sitios. Aunque no entendían por qué
habían aparecido en el entierro de su amiga, si se odiaban entre
ellas, pero podía ser que estuvieran felices por no volver a verla
más.
La verdad era que las cuatro amigas no conocían muy bien a
Ashley, su amiga fallecida. Siempre creían que ocultaba algo pero
no sabían qué era. Cuando acabó el entierro y los discursos de
apoyo para los familiares de su amiga, el policía que estaba a car-
go del caso quiso interrogar a las cuatro chicas porque sospechaba
que podía haber sido una de ellas. Después de hacerles el interro-
gatorio a las cuatro, todas salieron de la comisaría. Justo al salir, a
todas les llegó al mismo tiempo un mensaje que decía: Os estoy
viendo aunque vosotras no me veáis ya nunca más. Firmado por
A.
Las cuatro chicas se asustaron y la primera persona que creye-
ron que podría haber sido fue su amiga Ashley, aunque eso era
imposible, ella estaba muerta, no solo por la A, que era la letra
inicial de ella, sino por lo que ponía en el mensaje: Aunque voso-
tras no me veáis ya nunca más. Pero luego se rieron de su pensa-
miento, era imposible que fuera ella, pues estaba muerta, ella ya
no existía, aunque muchas personas la siguieran recordando. Ella
sabía todos los secretos de todas sus cuatro únicas amigas: Scar-
lett, Laura, Becky y Nataly.
Una semana después a las cuatro les seguían llegando mensa-
jes de A, algunos de esos mensajes hablaban sobre los secretos de
algunas de ellas, que solo Ashley sabía, pero no creían que su
amiga pudiera revelar sus secretos a otras personas, así que empe-
zaron a investigar sobre esa persona anónima: A. Después de unos
sucesos muy fuertes las cuatro amigas, para olvidarse un momen-
to de A, fueron a una fiesta para despejarse. Pero al día siguiente
después de la fiesta, donde se emborracharon un montón para ol-
vidarse de todo lo que les preocupaba, se encontraron en unas ha-

176
bitaciones iguales a las suyas, solo que vestidas con ropa de pri-
sioneras o algo parecido y encerradas con llave, hasta que escu-
charon una voz robótica y escalofriante que les decía que era A y
que tenían treinta segundos para escapar, pero que si se encontra-
ba con una de ellas la mataría. Las chicas idearon un plan pero no
les funcionó, así que todas decidieron quedarse calladas y ence-
rradas en sus nuevas habitaciones.
Al día siguiente A las invitó a celebrar una fiesta de máscaras
con él y sus cómplices pero, claro, dentro de una de las salas que
tenía esa casa para que no intentaran escapar. En la fiesta las chi-
cas pensaron un plan para escapar y lo lograron, aunque al salir
escucharon unos gritos y sollozos, así que fueron en esa dirección.
¿A que no sabéis a quién se encontraron ahí? Sí, a su amiga falle-
cida Ashley, con rasguños, moratones y golpes, pero estaba viva,
o a lo mejor solo eran sus mentes creándoles unas falsas ilusiones,
pero no, la verdad es que era ella en carne y hueso.
La que en realidad había muerto era su hermana gemela, idén-
tica a ella, pero sus amigas no sabían que tenía una. Nunca nadie
supo quién era A pero encontraron a muchos de sus cómplices. A
otros todavía siguen buscándolos pero nadie los volvió a ver más,
aunque pueden ser personas muy cercanas a nuestra protagonista
Ashley. Y solo ella sabe quién se esconde detrás de la máscara de
A.

177
La casa encantada
Elisa Cárceles Gómez (3ºC ESO)

Érase una vez una pareja de recién casados que acababa de


venir de su viaje de novios, estaban buscando una casa donde
formar una familia, ya que Emily estaba embarazada de una niña.
Jack, un médico muy importante, había encontrado una hermosa
casa para Emily y para la niña que estaban esperando. Era una
hermosa casa con un jardín espléndido donde podría jugar su niña
cuando naciera, se la enseñó a Emily y le encantó. Dijo: Parece
una casa de ensueño. Y es que era verdad, esa casa era tan her-
mosa que parecía de cuento de hadas.
Pero lo que no sabían era que esa casa estaba maldita por una
mujer que había sido muy infeliz allí porque su marido la maltra-
taba. Cuando murió, el alma de aquella señora quedó vagando por
esa casa. Jack, sin saber de esa maldición, compró esa casa para
darle una sorpresa a Emily, ella se emocionó porque no se lo es-
peraba. Pasados los ocho meses Emily dio a luz a una pequeña y
hermosa niña a la que llamaron Sara. Cuando llegaron a su casa
con la niña la maldición hizo efecto sobre ellos porque la maldi-
ción decía que nadie podría ser feliz en esa casa. Y así fue: esa
noche cayó la maldición, esa noche empezaron a oír ruidos en el
salón, Emily los escuchó y fue a ver qué ocurría pero no vio nada
sospechoso.
A la mañana siguiente, cuando Emily se levantó y fue a ver la
tele al salón, se lo encontró todo patas arriba con el suelo rascado
y las paredes pintadas con sangre. Emily se asustó y fue corriendo
a llamar a Jack para que fuera a ver lo que había pasado, pero
Jack solo pensó que se había colado un gato en casa. Cuando Jack
fue a trabajar, Emily se quedó en casa con la niña. Cuando estaba

178
durmiendo a Sara escuchó un ruido en el cuarto de su hija y fue a
ver lo que ocurría: cuando vio al espíritu de la mujer maldita
rompiendo todas las cosas de su hija, ella lo único que pensó fue
en salir corriendo de esa casa para buscar a Jack. Cuando vio a
Jack y le contó lo que había ocurrido este no la creyó, pensó que
eso eran imaginaciones que le había producido el cansancio.
Cuando volvieron a casa para cenar todo estaba de vuelta a la
normalidad. Emily fue a acostar a Sara a su cuarto para hacer la
cena.
Mientras Emily hacía la comida y Jack preparaba la mesa, es-
cucharon llorar a Sara. Jack fue a su habitación para ver lo que le
ocurría y ahí vio al espíritu de la mujer intentando llevarse a su hi-
ja, no logró llevársela porque Jack llegó a tiempo y la mujer desa-
pareció, ahí fue cuando creyó a Emily, así que no tardaron ni un
segundo en marcharse de esa casa, se fueron a un hotel mientras
que buscaban casa.
Después de unas semanas encontraron una casa en el centro de
la ciudad, ahí Jack sí que se informó de todo lo que tenía que ver
con la casa porque no quería volver a correr el riesgo de que estu-
viera maldita o tuviera algún riesgo maléfico. Y así encontraron
una casa donde poder vivir bien y sin ninguna maldición.

179
El fin de semana en el lago
Mirela Plamenova Pelovska (4ºA ESO)

En las primeras fechas del mes de octubre los cinco amigos de


un pueblo tenían pensado ir a celebrar el cumpleaños de uno de
los chicos, Pablo, a una casa que tenía su familia en el bosque
junto al lago.
Los dos hermanos, Clara y Pablo, salieron del pueblo el vier-
nes 27 a las 8:30 para preparar las cosas para el fin de semana y
sobre las 9:15 llegaron los demás: Alejandra, Joaquín y Sergio,
que fueron los que traían las pizzas para aquella noche, la bebida
y las películas.
Pasaron la noche hablando y riendo pero ese buen momento
cesó cuando a las dos de la madrugada escucharon un fuerte ruido
en la puerta principal. Sergio bajó para comprobar que todo estaba
bajo control y cuando subió les informó de que únicamente había
una ventana rota por la fuerte tormenta de aquella noche. Todos
se quedaron más tranquilos y continuaron con su charla. Con el
paso de los minutos Alejandra observaba la manera en la que ha-
blaba Sergio y cómo se desenvolvía con los demás, y vio que algo
había cambiado, pero pensó que sería por el cansancio.
Al amanecer Alejandra se despertó y se dio cuenta de que su
amigo Sergio no estaba. Decidió bajar las escaleras para buscarlo,
lo vio en la orilla del lago sentado tapado con la manta, Alejandra
se aproximó a él y este se sobresaltó. Alejandra se dio cuenta de
que algo no iba bien en él, ella intentó hablar con él pero él se ne-
gó poniéndole excusas, al final Sergio decidió contarle lo que ha-
bía pasado la noche anterior.

180
Cuando Sergio bajó las escaleras sí que era verdad que vio la
ventana rota, pero no fue solo eso, también había un trozo de pa-
pel y vio cómo una silueta se alejaba de la casa a paso muy acele-
rado. Alejandra se quedó perpleja pero aún más cuando vio lo que
ponía en el papel: Alejaos de aquí. Los dos amigos decidieron
compartir lo que pasó anoche, especialmente con Pablo y Clara,
porque su familia era la propietaria de la casa.
Cuando se despiertan todos se reúnen en el porche junto a la
ventana rota para desayunar y Sergio les cuenta lo sucedido. To-
dos quedan perplejos y deciden dar una vuelta por la zona para
ver qué es de lo que se tienen que alejar pero no encuentran nada
fuera de lo normal, así que las dos amigas deciden ir a la bibliote-
ca para ver si pueden encontrar algo. Al llegar a la biblioteca las
chicas van a buscar algo que haya ocurrido en el lago y únicamen-
te descubren dos asesinatos de un matrimonio. Deciden que eso
no les sirve de mucho.
De vuelta a la del lago las dos chicas se perdieron por el bos-
que y encontraron una casa abandonada medio rota, pero pensa-
ron que no tenía importancia hasta que vieron una sombra escon-
derse tras la ventana. Las chicas decidieron disimular y hacer co-
mo que se iban, así que aparcaron el coche alejado de la casa y
avisaron a los chicos para que fueran. Clara les dio la indicación
de que debían ir al parque donde jugaban en los veranos de pe-
queños con Pablo.
Cuando llegan los tres amigos no encuentran rastro de las chi-
cas y deciden entrar en la casa para ver si están dentro. Cuando
cruzan el umbral no ven nada fuera de lo normal pero Pablo ve
algo que le resulta muy familiar: una foto de un matrimonio y un
bebé. Entonces recuerda que su hermana, él y esa niña de cuyo
nombre no se acuerda jugaban juntos cuando eran pequeños.
Mientras siguen dando vueltas alrededor de la casa recuerda que a
esa niña hace muchos años que no la ven y encuentra un periódico
del 2005 cuyo titular dice: Se encuentra matrimonio asesinado a
las afueras de la ciudad. Pablo continúa leyendo: Una de las

181
principales sospechosas es la madre de la mujer. Los tres amigos
quedan sorprendidos y deciden llamar a las chicas, pero ninguna
de ellas contesta, así que deciden volver a casa pensando que esta-
rían allí.
Una vez en la casa las chicas siguen sin dar señales y deciden
dispersarse para buscarlas, al cabo de dos horas Alejandra llega a
casa llena sangre por toda la ropa y con los ojos rojos de tanto llo-
rar. Los chicos preocupados le preguntan por Clara pero la chica
está en shock y no abre la boca. Pablo enfurece por no saber nada
de su hermana y cuando despierta Alejandra decide contar qué fue
lo que pasó.
Cuando las amigas entraron en la casa no encontraron a nadie
y bajaron al sótano, donde había una enorme sala llena de armas,
cuchillos e instrumentos de tortura. Las chicas se asustaron y sa-
lieron corriendo, pero al llegar al coche vieron que estaba abierto
y destrozado por dentro. Alejandra se giró para hablar con Clara
sobre cómo salir de ese sitio pero Clara no estaba y decidió ir a
buscarla. Llegó a un granero viejo que parecía inhabitado y cuan-
do entró encontró el móvil de Clara roto y lleno de sangre y en-
cima una nota: Deja de buscarla. La amiga salió del granero y de-
cidió volver a la casa para ver si había algo que le pudiese ayudar
pero antes de conseguir entrar le llegó un mensaje: Te estoy avi-
sando, pero ella hizo caso omiso, entró y encontró un charco lleno
de sangre en la entrada y notó cómo alguien se aproximaba por
detrás, la golpeó y cayó al suelo, haciéndose una herida.
Los chicos quedan petrificados ante la historia de Alejandra y
deciden ir a buscar a Clara. Los cuatro amigos salen de la casa en
dirección al granero y cuando llegan Sergio y Joaquín se van por
un lado y Alejandra y Pablo por otro. Mientras Joaquín está bor-
deando junto a Pablo el granero en busca de información escu-
chan un grito que proviene del interior. Cuando entran los dos
chicos encuentran a Sergio tirado en el suelo inconsciente, rodea-
do de sangre, pero no hay rastro de Alejandra. Pablo se aproxima
a Sergio y descubre que no tiene pulso, los dos chicos salen co-

182
rriendo en busca de Alejandra y la encuentran tirada en el suelo,
inconsciente. En ese momento encuentra un papel encima de su
cuerpo: Cuidad vuestras espaldas. Los chico salen corriendo ha-
cia la casa del lago para dejar a Alejandra y que Joaquín cuide de
ella.
Pablo se aproxima hacia la casa abandonada en busca de su
hermana, decide bajar al sótano para inspeccionar la zona y ve
que está todo lleno de polvo excepto una parte con forma de nava-
ja, y recuerda el corte que vio en el cuerpo de su amigo Sergio.
Pablo se preocupa por su hermanastra y decide ir a la casa del la-
go para llevarse a Alejandra si ha despertado. Cuando llega al
porche encuentra otra nota en el pomo de la puerta: Vais a ir ca-
yendo uno a uno. Pablo sube las escaleras rápidamente y va al
cuarto donde estaban todos reunido la noche anterior, no encuen-
tra a nadie, el chico llama a Joaquín y a Alejandra pero ninguno
contesta. Pablo, preocupado sin saber qué hacer, decide llamar a
la policía, pero cuando va a desbloquear el móvil le llega un men-
saje: Si quieres volver a ver a tu hermana ni se te ocurra marcar
el número de la policía. El chico se da cuenta de que sea quien
sea el de los mensajes y cartas en ese momento le estaba vigilan-
do, así que sale al porche y da una vuelta alrededor de la casa, pe-
ro no ve a nadie, por lo que decide ir a buscar a sus amigos. En el
momento en el que se gira ve una silueta alejarse y sale corriendo
tras ella, pero la persona de negro se da cuenta y saca una pistola,
así que el chico afloja y para a unos poco metros de ella, la silueta
dispara apuntando al árbol tras él. Pablo se distrae pensado que la
bala iba en su dirección y después se gira en dirección al árbol y
de un momento a otro la silueta ante él desaparece. El chico, ca-
breado consigo mismo, entra en la casa y recibe otro mensaje:
Qué poco ha faltado para que ganes el juego, otra vez. Pablo se
cabrea aún más al pensar que un loco está jugando con su vida.
Joaquín y Alejandra entran por la puerta de la casa en el mo-
mento en el que termina de leer el mensaje. Pablo les pregunta
que dónde habían ido y Joaquín le cuenta que Alejandra quería

183
tomar el aire porque se sentía agobiada, así que salieron a dar una
vuelta y se sentaron en la orilla del lago y estuvieron hablando y
al final se durmieron. Pablo asiente ante los hechos que le cuenta
su amigo y les cuenta lo que le ha pasado a él, los dos amigos se
preocupan tremendamente ante la historia y deciden volver a in-
vestigar la casa y el granero. Cuando los tres amigos llegan al si-
tio se dispersa cada uno por un lado para poder encontrar más rá-
pido a Clara. Pablo baja al sótano pero nada ha cambiado, todo
sigue tal y como estaba la última vez que fue. Alejandra está en la
planta de arriba intentando buscar alguna señal que la lleve donde
su amiga, y Joaquín está en el granero pero ve que algo no está
como estaba dos horas antes: el cuerpo de Sergio ha desparecido y
en el sitio donde estaba situado hay una nota, pero esta vez no hay
nada escrito, lo que hay son pequeños dibujos sin importancia.
Joaquín decide guardar la nota y enseñársela después a sus ami-
gos.
Al tiempo los tres amigos se vuelven a juntar, Pablo ha encon-
trado un juego de cuatro llaves escondidas en una caja que ha de-
cidido llevarse para ver qué más puede encontrar, porque en la ca-
sa abandonada hay demasiada oscuridad y no puede ver nada.
Alejandra no ha encontrado nada y Joaquín solamente les cuenta
que el cuerpo de su amigo Sergio ha desparecido. Llegan a la casa
del lago sobre las dos de la madrugada y deciden ver qué contiene
la caja que se ha llevado Pablo de la casa. Esta, aparte de contener
el juego de llaves, también contiene unas fotos del matrimonio
con su hija, el matrimonio asesinado resultó ser el mismo que vi-
vía en esa casa, también hay información sobre la niña que quedó
huérfana, la pequeña se quedó bajo la tutela del estado, estuvo
yendo al psicólogo durante un tiempo y al final fue adoptada por
una familia, se trasladaron al pueblo y ya no se volvió a saber na-
da sobre ella.
La caja también contenía unos dibujos de la niña. Pablo no se
centraba mucho en ellos pero a Joaquín le resultaban muy familia-
res. Sacó de su bolsillo la nota y se la enseñó a sus amigos. A

184
Alejandra no le resultaban familiares pero a Pablo sí, y fue enton-
ces cuando hizo memoria y se acordó de que cuando eran peque-
ños y jugaban con la niña siempre solían dibujar los mismos dibu-
jos, que eran exactamente los que figuraban en la nota. Pablo miró
la parte de atrás de una de las fotos donde salía la pequeña y des-
cubrió el nombre, Eva. Los tres amigos no encontraban sentido a
que fuese ella porque hacía años que los hermanos no sabían nada
sobre ella.
Joaquín y Alejandra se quedaron dormidos pero Pablo no po-
día pegar ojo, sabía que se le pasaba algo en esos dibujos, sabía
que esas dibujos tenían un significado para Eva, para que los di-
bujara tanto, y también sabía que Eva se lo contó a él y a su her-
mana pero no recordaba nada, hasta que vio dónde fue tomada la
foto de la pequeña Eva y recordó que esos tontos dibujos tenían
que ver con el sitio en el que jugaban de pequeños, así que deci-
dió despertar a sus amigos y contarles lo que había pensado y los
chicos vieron coherencia, pero Pablo no se acordaba de dónde es-
taba el sitio. Alejandra le contó que le sonaba ese sitio por el gran
árbol del fondo de la foto y el cartel, así que los llevó hasta allí.
Una vez que llegaron a unas mesas de picnic ya estaba salien-
do el sol, así que ya había más luz. Pablo sacó la foto para situarse
y vio que estaba en el sitio correcto. Los tres amigos dieron una
vuelta por la zona y vieron una trampilla en mitad de la nada, los
chicos intentaron romperla pero no había manera. Pablo recordó
que tal vez el juego de llaves que encontró en la vieja casa pudie-
se abrirla, pero lo había dejado en la casa de al lado, así que dejó a
sus amigos allí y fue a por las llaves. De camino a la casa recibió
dos mensajes, uno de ellos era de un número privado: Jajaja, es-
tás demasiado cerca, eso no es bueno, y el otro era de Joaquín:
Alejandra está diciendo cosas demasiado raras. A Pablo le hizo
gracia porque siempre había sabido que se gustaban, así que le
contestó: Jajajajajaja… ¿Qué tipo de cosas?
Minutos después Pablo llega a la casa del lago, coge las llaves
y cuando está saliendo por la puerta recibe un mensaje de su ami-

185
go Joaquín: Está hablando de recuerdos de cuando ella era pe-
queña y venía aquí los fines de semana. Pablo le contesta: ¿Y qué
es lo que hay de raro?, y al instante le contesta Joaquín: A mí me
dijo que antes de mudarse al pueblo vivía en la capital. Cuando
Pablo lee el mensaje entra corriendo a la casa y registra lo más rá-
pido posible las pertenencias de Alejandra, no encuentra nada fue-
ra de lo común, pero cuando se le cae el bolso su monedero cae y
Pablo decide abrirlo, encuentra una foto de cuando Alejandra era
pequeña con sus padres, pero la foto es exactamente la misma que
encontró en la casa. Pablo le envía un mensaje a su amigo: Ten
cuidado con ella, esconde algo, pero este no le contesta. Preocu-
pado, Pablo sale corriendo en dirección a las mesas de picnic.
Cuando llega no hay rastro de Alejandra pero se encuentra a
Joaquín tirado en el suelo, inconsciente. Pablo se abalanza sobre
él, preocupado, y al cabo de unos minutos despierta y le cuenta lo
sucedido: Alejandra se percató de que Joaquín estaba demasiado
tiempo con el móvil así que se pelearon porque ella decía que
Joaquín ya no mostraba interés por ella, él le dijo que se equivo-
caba y ella se relajó hasta que comenzaron a hablar sobre el tema
de Clara, porque Joaquín y Clara tuvieron un corto pero intenso
romance, así que ella se cabreó y lo golpeó.
Pablo, asombrado, le cuenta lo que ha descubierto sobre Ale-
jandra, así que comienzan las dudas sobre Alejandra-Eva. Los dos
amigos decidieron entrar en la trampilla. Cuando bajan unas pe-
queñas escaleras ven que es un pasadizo oscuro, conectan las lin-
ternas de sus móviles y comienzan a caminar. Al final del pasadi-
zo encuentran una sala enorme con una cama, una mesa, una silla
y un par de bandejas con comida que no han sido tocadas, y en
una de las esquinas visualizan la cara ensangrentada, mucha de
esa sangre estaba seca. Se acercan a ella y ven que está incons-
ciente. Al cabo de treinta minutos se despierta. Los chicos siguen
pensando dónde estará la otra “amiga”.
Clara les cuenta qué fue lo que pasó: cuando las dos amigas
volvieron de la biblioteca y se perdieron, Clara no vio ninguna

186
sombra en la ventana, la vio Alejandra, Clara tenía miedo de lo
que podía pasar si bajaban del coche pero de todas formas lo hi-
cieron. Cuando entraron en la casa a Clara muchas de las cosas le
resultaron familiares pero hizo caso omiso; cuando salieron de la
casa y fueron en dirección al coche Clara sintió un golpe en la ca-
beza y se desmayó, y al cabo de unas horas se despertó en la sala
en la que estaba actualmente. Clara sigue contando lo que pasó
con ojos vidriosos: cuando despierta visualiza a Alejandra en la
silla y le pregunta qué es lo que ha pasado y como han llegado a
ese sitio, Alejandra se ríe, da media vuelta y se va.
Los chicos quedan impresionados por la historia de su amiga y
deciden contarle lo que ha pasado mientras que estaba desapare-
cida. Los chicos ayudan a Clara a ponerse en pie y a irse a la casa
del lago para recoger las cosas y denunciar lo ocurrido aquel fin
de semana. Cuando llegan a la casa encuentran a Alejandra, Pablo
enfurecido la acorrala y le exige que le cuente lo ocurrido aquel
fin de semana. Alejandra, vacilante, asiente y comienza a contar
lo ocurrido desde el principio.
Llevaba planeando hacer eso durante varios meses y cuando
dijeron de ir a pasar el fin de semana al lago vio la oportunidad de
comenzar con su plan. La primera noche cuando terminaron de
cenar y subieron a la planta de arriba a acostarse y hablar, Alejan-
dra bajó sobre la 1:30 a por un vaso de agua para Sergio y para ir
al aseo y aprovechó y dejó la nota en el sitio, la chica sabía que
cuando se escuchase el ruido la primera persona que se ofrecería
para bajar sería Sergio, porque siempre había sido un chico muy
valiente y fuerte, así que aprovechó para meterle alucinógenos en
el vaso de agua. Cuando se escuchó el ruido, como era de esperar
el primero en ofrecerse fue Sergio, el chico en ningún momento
vio ninguna silueta, era una alucinación. Alejandra al día siguien-
te habló con él para saber si su plan iba correctamente y se alegró
al saber que sí, después se fue con Clara y sabía exactamente có-
mo actuar. Cuando se perdieron, Alejandra sabía perfectamente
hacían dónde conducir. La chica no vio ninguna silueta, solo le

187
quería hacer el lío a Clara para poder secuestrarla y matarla, pero
esto último no lo pudo llevar a cabo. Cuando fueron al granero a
buscar a Clara no tenía planeado matar a su amigo Sergio, pero
mientras estaban buscando alguna prueba que los llevase hacia la
chica Sergio descubrió una prueba que lo llevaba directamente
hacía Alejandra, así que Sergio destapó la mentira de la chica y
Alejandra no vio otra salida que matarlo. Le preguntaron dónde
estaba el cuerpo de Sergio y ella contestó que lo había tirado al
lago. Los chicos, muy cabreados, no sabían cómo actuar ante esas
declaraciones.
Joaquín le preguntó que cómo pensaba acabar ese fin de se-
mana y ella contestó: Tenía en mente matar a Pablo y a Clara.
Los dos hermanos impresionados le preguntaron por qué, por qué
tenía tanta rabia acumulada hacia ellos. La chica les sonrió triun-
fante y les dijo que cuando eran pequeños les tenía mucho amor
pero no pensaba que cuando sus padres murieran dejaría de tener
noticias de ellos. Con el paso del tiempo se le fue acumulando la
rabia. Cuando vio la cara de confusión de los tres amigos decidió
empezar desde que se trasladó a la ciudad.
La chica no tenía ni idea de que coincidiría con los hermanos,
pero cuando escuchó los nombres de ellos pensó que era dema-
siada coincidencia, cuando fue a la casa de los hermanos recono-
ció a sus padres al instante y cuando vio las fotos de cuando eran
pequeños en la casa del lago confirmó que eran ellos.
Su principal problema fue con Clara, siempre le había tenido
mucha envidia y cuando comenzó el romance con Joaquín ese
odio hacia ella aumentó. Clara se sorprendió cuando se dio cuenta
de que su amistad de seis años había sido una conspiración contra
ella y su hermano. Pablo le preguntó qué tenía contra él y dijo que
era lo mismo, en un principio le gustaba pasar el rato con Pablo
pero él se comenzó a distanciar con el paso del tiempo y Alejan-
dra se cabreó y decidió conspirar contra él también.
Mientras que los hermanos estaban atentos a las revelaciones
de Alejandra, Joaquín decidió salir y llamar a la policía, esta llegó

188
al cabo de quince minutos y detuvo a Alejandra, la chica también
confesó que drogó a Joaquín para que se quedase dormido en el
lago mientras sacaba el cuerpo de Sergio del granero y aterraba a
Pablo. Los policías les contaron a los chicos que Alejandra desde
la muerte de sus padres se mostraba agresiva y había estado más
de una vez en orfanatos. Clara pasó una revisión médica tras el
secuestro. Pablo se acercó a Alejandra para preguntarle sobre el
asesinato de sus padres y ella dijo que no tenía nada que ver, que
la asesina fue su abuela porque tenía un problema psicológico, al
igual que su madre y, al parecer, al igual que ella.
Alejandra fue condena por el asesinato de Sergio, por el inten-
to de asesinato de Clara y por el abuso hacia los tres amigos. Los
demás intentaron seguir con sus vidas.

189
Meryland
María Zapata García (4ºA ESO)

Érase una vez una niña llamada Emma, rubia, con ojos grises,
que vivía en una casita en una ciudad muy grande. Emma llevaba
muy poco tiempo viviendo en esa ciudad llamada Meryland, al
llevar tan poco tiempo ni Emma ni sus padres sabían que desde
hacía meses habían sucedido ciertos secuestros. Quedaba un par
de días para que llegara el día de Halloween.
Emma estaba ansiosa porque era su fiesta favorita, le encanta-
ban los disfraces y las chuches. Esa misma tarde Emma y su ma-
dre fueron de compras. En una tienda muy particular del centro
comercial que estaba cerca de la tienda en la que estaba compran-
do su madre, Emma conoció a un chico, más bien un joven de
unos veintipico años llamado Danny que se mostraba de una ma-
nera demasiado cariñosa hacia una niña que podría tener seis o
siete años menos que él.
Danny.— ¿Te gustaría pasar el día de Halloween conmigo?
Emma.— ¿No eres un poco mayor para mí?
Danny.— Será divertido.
Emma.— Bueno, me tengo que ir —la niña pensativa decidió
buscar a su madre.
Danny.— Te encontraré.
Llegó la noche de Halloween. Emma estaba muy animada, ya
tenía la bolsa llena de chuches, había pasado por un montón de
casas en las que todos eran bastante simpáticos pero se comporta-
ban de una manera bastante rara hacia los niños. La noche estaba
funcionando muy bien. Cuando la madre de Emma ya estaba can-
sada habían pasado por casi todas las calles de Meryland. Al lle-

190
gar la medianoche la madre dejó ir a Emma sola con sus amigos.
Pasaron por un par de casas más, al llegar a la que sería la última
casa de la noche les abrió una chica muy simpática que les invitó
a entrar. Emma nada más entrar se fijó en la puerta del patio, del
que sobresalía un perro pequeñito de color blanco con manchas
marrones. La dueña al darse cuenta de la atención de la niña hacia
el perro la invitó a ir al patio; al salir al patio Emma se encontró al
perro y al joven raro que había conocido hacía un par de días en el
centro comercial. La niña al verlo se sintió muy desconcertada, no
entendía por qué aquel chico que se mostraba muy encariñado por
ella estaba en aquella casa.
Pasó un tiempo y Danny pasó a la acción, de un salto agarró a
la niña con fuerza del brazo; Emma, asustada, empezó a gritar.
Cuando el joven le tapó la boca, Emma le mordió en la mano, el
joven aguantó y le pegó un buen puñetazo en la cabeza, ella cayó
inconsciente, el joven la metió en una bolsa negra y se la llevó en
el coche. Al estar en el patio ni la mujer ni sus amigos se dieron
cuenta de la violencia que tenía lugar a sus espaldas.
Al llegar al coche se la llevó al pantano más oscuro de Mery-
land, en el que no la encontrarían jamás. Danny no era un chico
normal, estaba trastornado por la muerte de su hermana pequeña
fallecida hacía un par de meses, estaban muy unidos y a causa de
su muerte intentó sustituir a su hermana, pero le salió mal, las ni-
ñas huían de él, así que empezó a matar en el mismo lugar dónde
su hermana murió: la ciudad de Meryland.
Al cabo de un par de meses encontraron todos los cadáveres
de las niñas que mató Danny y en especial el de Emma, todas las
niñas tenían un increíble parecido a la hermana de Danny. Pasó el
tiempo y la policía descubrió al joven, que fue condenado a pena
de muerte y a ser enterrado en el mismo sitio donde había empe-
zado todo: en la ciudad de Meryland.

191
Azul chillón
Marta Soler Amat (4ºA ESO)

Aquel día me desperté cansado sin acordarme de qué había


hecho el anterior, últimamente vivía como si nunca me acordara
de nada. Me dispuse a ir a clase, pero la pereza me pudo, me que-
dé durmiendo toda la mañana; apenas iba al instituto.
—No quiero repetir otra vez... —me compadecí de mí mismo
por un momento.
Mi madre llegó. Le comenté que me encontraba mal y sin vol-
ver a preguntármelo me dijo que hiciera lo que me diera la gana, a
veces siento que ya no le importo. Bueno, hoy es viernes, quedaré
con mis amigos, últimamente Raúl me está sacando de quicio, pe-
ro bueno, es parte del grupo, si tengo que aguantarlo lo haré.
Ya eran las dos de la tarde, había estado toda la mañana dur-
miendo y con el móvil; a veces pienso que soy inútil pero, aunque
suene cómico, se me pasa en un rato. Me entró hambre, así que,
como es normal, fui a comer, nada más abrir la puerta chirriante
de mi habitación oí un fortísimo:
—¡Ivaaaaaaaán! —Cómo no, procedente de mi querida madre.
—Jajaja —me reí de mi propio pensamiento. Sí, lo sé, soy
idiota, me río de mis propios comentarios sobreactuados.
Nada más oír eso, me puse un pantalón de calle, el primero
que vi, cogí cinco euros de la habitación de mi hermana y me fui
de mi casa, me dirigí hacia la casa de Lucía, toqué a su timbre pe-
ro no estaba, me cabreé, me enchufé un cigarro y justo cuando es-
taba sentado en su portal apareció su padre, me miró con cara de
enfado y se dispuso a reñirme, cuando me salió una lágrima. En-
tonces se calló, me saludó y me dijo que Lucía vendría en cinco

192
minutos. No sé qué me pasó, sentí muchísima frustración. Lucía
bajó y me abrazó, no me dijo nada más, simplemente se dedicó a
hablarme de la fiesta. Yo asentía. Nos encontramos con todos. Era
como si estuvieran raros, la manera que tenían todos de dirigirse
hacia mí era indiferente, sobre todo la de los tíos. Me enfadé, pero
no se lo dije a nadie.
Haríamos el plan de todos los viernes, ir a casa de Raúl, que la
tiene libre, y ponernos ciegos. Raúl me odia desde que le tiré una
botella de vodka por el fregadero, suena gracioso pero ese tío es-
taba al borde del coma etílico. Sentía que todos me odiaban, que
no me comprendían, por mucho que mi mejor amigo me lo des-
mintiera. Nunca me había sentido del todo a gusto.
Llegamos a aquella casa, creo que conocía mejor la casa de
Raúl que la mía. Empezaron a sacar todas las botellas y un chico
sacó una bolsa con una sustancia extraña, era un polvillo de un
color azulado, yo seguí bebiendo y hablando con Lucía, hasta que
el chico se iba acercando a nosotros, yo no sabía quién era, pero
su pinta era muy extraña, llevaba unos pantalones verdes, una
camiseta manchada de colores, parecidas a las que llevan los pe-
rroflautas, lo recuerdo también con una cara muy particular, con
los ojos grises y las pupilas superdilatadas. Yo le pregunté a Lucía
que si lo conocía:
—¿A quién? —Dijo como si no lo viera.
Pensaba que me estaba tomando el pelo, cuando volví a mirar
el chico ya no estaba. Me levanté anonadado y me dirigí al baño.
Me encontré a aquel chico tan raro al final del pasillo, fui ha-
cia él pero ya había girado la esquina, aumenté la velocidad y
conseguí alcanzarlo. Me miró con una mirada muy rara y le dije
fingiendo tranquilidad:
—Tío, ¿qué llevas ahí?
Él simplemente se rio, de una forma muy incómoda, y sacó un
espejo pequeñito, abrió la bolsa con la sustancia azul extraña, la
separó y esnifó mientras clavaba la mirada en mí, luego me son-

193
rió, movió el brazo ofreciéndome probarlo, yo puse una sonrisa
falsa y le indiqué moviendo la mano que no, el volvió a repetir el
gesto y me eché un poco en la bebida, volví con Lucía al salón pe-
ro no estaba, no había nadie. Vi a Lucía en las escaleras que se di-
rigían al segundo piso, parecía como si estuviera huyendo de mí.
Subí al segundo piso y estaba en una esquina de la cocina, lloran-
do y pidiéndome que no le hiciera nada, a saber qué se habría to-
mado, yo le dije que no pasaba nada, que qué se había tomado. De
repente sentí una presencia detrás de mí, me giré y allí estaba,
aquel chico, con cara de psicópata.
—¿Quién eres? —Le dije.
Él se limitó a reírse.
Ya me estaba entrando el pánico.
—¿Quién eres? —Le dije más fuerte.
Él se acercaba cada vez más a Lucía.
—¿Qué haces? —Le grité.
Lucía no podía parar de llorar. Cuando estaba muy cerca de
ella empecé a forcejear con él, pero tenía una fuerza increíble, y
me apartó. De repente sentí un dolor en mi ojo. Cuando me quise
dar cuenta el chico estaba ya encima de Lucía.
—¡Para! —Le grité.
Él ni me miró.
No podía acercarme, no podía, por más que intentaba mover-
me algo me lo impedía, quizá fuera el miedo o el shock.
Sacando la fuerza de alguna parte salí corriendo de allí, fui a
buscar a Raúl o a alguien, pero no encontraba a nadie, la música
ya no estaba puesta y todas las luces estaban apagadas.
—¡Raúl! —Grité desesperadamente.
Volví a gritar y oí un llanto por la zona del pasillo.
—¿Dónde estás? —Volví a gritar.
Entré a su habitación y miré debajo de la cama: allí estaba, llo-
rando desconsoladamente.

194
—¿Qué está pasando? ¿Quién es ese? —Le dije desconcertado
y muy asustado.
—No me hagas nada, por favor —me dijo con los ojos cerra-
dos y sin parar de repetir esa frase.
—¿Quién es el tío ese? ¿Por qué le hace esto a Lucía? —
Empecé a llorar.
De repente lo volví a sentir detrás de mí, ahí estaba en la puer-
ta, y empecé a gritarle otra vez, pero no me daba respuesta.
—¡¿Qué le has hecho?! —Cada vez me latía el corazón más
rápido.
—¡¿La has matado?! —Seguí llorando de la impotencia que
sentía.
—¡¿La has violado?! —Grité más fuerte.
—¿Por qué nos haces esto? —Me derrumbé en el suelo.
Él siguió acercándose, creando tensión, yo me levanté y en un
arrebato de rabia intenté pegarle un puñetazo. Se apartó. Ni si-
quiera le di. Raúl seguía llorando del pánico. Él le arrastró de de-
bajo de la cama y se pudo oír cómo sus uñas se clavaban en el
suelo mientras este le arrastraba. Volví a salir corriendo, esta vez
para llamar a la policía, no encontraba su teléfono fijo o cualquier
teléfono, empecé a buscar a los demás, a gritar sus nombres, pero
no estaban, habrían salido corriendo. Todo me daba vueltas, y mi
modo de visión se estaba distorsionando.

Abrí los ojos desubicado y miré a mi alrededor. No me acor-


daba de nada, estaba en una habitación blanca. Cuando me intenté
incorporar de la cama no podía, estaba atado de pies y manos. Re-
cuerdo que había una canción puesta, no recuerdo muy bien cuál,
pero parecía antigua, cada vez iba sonando más alta, hasta que
sentí un pitido en mis oídos y volví a caer desplomado.
Me volví a levantar a saber cuánto tiempo después. Un señor
mayor con bata y con gafas estaba plantado fumándose un cigarri-
llo. Estaba observándome.

195
—Perdón, pero aquí no se puede fumar —le dije desperezán-
dome.
—En tu situación eso es lo que menos me preocuparía —miró
un tablón de apuntes, que al parecer era mi ficha—, Iván.
Me levanté rápidamente, aun sintiendo el dolor de los cinturo-
nes que me aprisionaban.
—¡Lucía! ¿Dónde está Lucia? —Dije paranoico.
Aquel señor abrió la puerta y dos policías me desataron, me
esposaron y me acompañaron a un lugar muy confuso, yo solo me
limitaba a preguntar dónde estaban mis amigos. No me contesta-
ban. Me llevaron a una habitación completamente negra y cerra-
ron la puerta, estaba todo oscuro, me choqué con lo que parecía
ser una silla y tomé asiento, sin saber qué hacía allí. Se proyectó
el vídeo de seguridad de casa de Raúl. No podía creer lo que veía.

196
La muerte más aterradora
Cristina Guirao Botía (4ºB ESO)

Anochecía en el parque y como era habitual Billy y sus ami-


gos estaban jugando. Los niños estaban esperando a que sus pa-
dres vinieran a recogerlos. Sonó una alarma que procedía de un
colegio cercano al parque.
A la vez que Billy y sus amigos iban al colegio a ver lo que
pasaba, se escuchaba a personas gritando como si las estuvieran
torturando. Al entrar en el colegio Billy y sus amigos iban co-
rriendo por todas las partes para encontrar a todas las personas
que estaban gritando para ayudarlas. Después de estar mucho
tiempo buscando, los niños no sabían de dónde procedían las vo-
ces, por lo que decidieron separarse en parejas para buscar.
Billy y sus amigos hacían un grupo de ocho niños, cuatro chi-
cas y cuatro chicos. Billy iba con su mejor amiga, Verónica, la
chica que no tenía miedo de nada.
Cada pareja tenía asignado una parte del colegio a la que te-
nían que ir, y a Billy y a Verónica les tocó la parte del comedor, la
cafetería, y el patio más grande.
Durante unos segundos se volvieron a oír voces, las mismas
voces que gritaban antes de que los niños entraran al colegio y
¡oh, qué sorpresa se llevaron Billy y a Verónica al comprobar que
era su amigo Eduardo, que venía corriendo hacía ellos! Eduardo
les contó que todos sus amigos habían desaparecido y, por des-
gracia para ellos, sabían que eran los siguientes en desaparecer.
Corrían por todo el colegio para escapar de las personas que ha-
bían capturado a sus amigos, pero al llegar al comedor Verónica
se dio cuenta de que allí estaban sus amigos, atados de manos y

197
de pies, con vendas en los ojos para que no pudieran ver dónde
estaban y con trapos en la boca para que no pudieran hablar.
Rápidamente, Billy, Verónica y Eduardo desataron a sus ami-
gos y les ayudaron a escapar de allí, pero antes de que pudieran
salir del comedor las personas que los habían capturado estaban
con ellos y no podían escapar.
Se quitaron las máscaras que llevaban para que los niños vie-
ran quiénes habían sido y, ¡sorpresa!, no te lo podrás creer: eran
los padres de los niños, que habían capturado a sus propios hijos
para matarlos.

198
Encerrado en el presente
Miguel Llop Benito (4ºB ESO)

No me sentía realmente en peligro hasta que vi que parecía


todo normal.
Todo eran cosas buenas, la gente actuaba con normalidad
como si nada estuviera pasando, parecía el único que se daba
cuenta de lo que estaba ocurriendo. La gente estaba demasiado
confiada y eso me asustaba. Nadie, excepto yo y mi grupo, sabía
cómo era la vida ahí fuera, siempre habían estado protegidos
detrás de esos muros de chapa de hierro. Nunca se habían
enfrentado a ningún ataque ni tampoco habían sido instruidos
para defenderse en el caso de que se diera la situación. Pasaba
más miedo dentro que fuera.
Llegó el día de la salida como todos los meses. Nuestra única
misión era llegar al distrito seis, a la parte inexplorada para ser
más exactos, y buscar recursos y suministros. Todos esperábamos
que fuera una salida como tantas otras que ya habíamos hecho, sin
embargo nada fue como lo planeado. Llegamos al distrito cuatro
(uno de los distritos ya explorados que había que atravesar para
llegar al seis) y el terror inundó nuestras almas. Todos los puestos
de control, zonas seguras y estructuras habían sido destrozados,
todos habían muerto excepto los encargados del almacén en La
Torre, que habían estado atrincherados desde lo ocurrido. Las
calles estaban inundadas de activos en primera fase, algunos en
segunda e incluso en tercera. Era un suicidio intentar atravesar esa
zona por mucho armamento que tuviéramos.
Obviamente todos nos hacíamos a la idea de que en esta salida
no iba a ser posible llegar al distrito seis por culpa de lo sucedido.
Primero teníamos que salvar a los supervivientes del almacén y

199
llevarlos a casa. Tendríamos que atrasar lo del distrito seis, aparte
de que habría que limpiar también el cuatro. Eran las 18:40 y en
poco tiempo iba a empezar a anochecer. Teníamos que actuar
rápido. Brad propuso entrar por la avenida 59, ya que se
encontraba en la periferia y no nos iba a dar muchos problemas
para entrar. Y así lo hicimos. Brad, Anaïs y yo entramos en el
almacén por la parte trasera después de limpiar la zona, mientras
Jorge y Richard se quedaban fuera para vigilarla y mantener a
raya a los activos que se iban acercando.
Entramos y lo primero que vimos fue a tres en segunda fase de
infección cebándose con un cuerpo muy reciente, no tardaron más
de dos segundos en darse cuenta de nuestra presencia y en
atacarnos debido al ruido que habíamos hecho al forzar la entrada.
Los activos en fase dos son de los activos más peligrosos pero
fáciles de esquivar, basta con no hacer ruido, ya que se guían por
el oído debido a que la infección lleva tanto tiempo apropiándose
de su cuerpo que ha afectado a la capacidad de la vista y se
encuentran en un estado de ceguera. Eso sí, tienen un oído
escalofriantemente potente y al más mínimo ruido ya salen a por
ti; en cambio, los de primera fase son los infectados más recientes
y a la vez más estúpidos y débiles, aunque conservan todas sus
capacidades. Los de tercera fase son unos monstruos humanoides
recubiertos de una espesa armadura de hongos debido a que al
pasar tres años desde que el huésped fue infectado, el parásito
empieza a hacerse visible y sale al exterior destrozando por
completo cualquier parecido con el humano que era antes.
Conseguimos eliminar sin problema a los tres activos de un
tiro cada uno. Ingenuos de nosotros, ya que no eran los únicos que
había en el interior del edificio. Un rebaño entero de ellos bajó del
segundo piso y nos empezaron a acorralar, estábamos todos muy
nerviosos, éramos muy pocos para semejante horda. Nos
escondimos en unas oficinas un poco lejos de la salida, ya que
esta se encontraba bloqueada por la inmensa masa de carne
muerta que nos estaba acorralando. Anaïs intentó comunicarse

200
con Jorge por medio del walkie pero la antena había sido dañada
en el ataque por varios agarres. Estábamos en estado de shock,
nos encontrábamos los tres encerrados en una oficina de unos
quince metros cuadrados esperando a que el destino derrumbara la
puerta y muriéramos ahogados entre disparos y gritos.
La puerta estaba a punto de ceder y se me ocurrió encerrarme
en uno de los armarios que había dentro. Brad intentó sacarme
para ocupar mi sitio y así tener una mínima posibilidad de
sobrevivir. Me abrió la puerta, pero yo le di una patada en la
rodilla, desafortunadamente se la disloqué, no quería llegar a tal
punto. Brad se encontraba en el suelo gritando de dolor mientras
Anaïs, agachada, lloraba debajo de la mesa y seguía probando el
walkie. Cerré, cerré la puerta con una angustia que me recorría
por todo el cuerpo. Cerré los ojos y ahora todo dependía de mi
oído.
Escuché la puerta derribarse, un conjunto de gritos que se
acercaban a nosotros, no pasó mucho hasta que escuché a Brad y
Anaïs morir descuartizados por miles de manos inertes que abrían
sus tripas con el único fin de alimentarse hasta de los huesos de
ellos.

No sé qué hacer, no puedo hacer nada, me encuentro


encerrado en este armario de oficina esperando mi muerte,
retrasando lo inevitable. Cada hora que pasa son días aquí dentro.
Hace unas horas escuché a los demás que habían entrado a
buscarnos pero no podía llamarles, no puedo hacer ningún ruido,
ya que desvelaría mi escondite y sería el final. Mi salvación había
pasado por delante de mí y no podía hacer nada, como si a un
niño le quitas el caramelo de la boca. Sé que estos son mis
últimos momentos, pasarán los días, no tengo agua ni comida y
los activos no se mueven a menos que escuchen o vean algo que
les llame la atención.
El grupo de la base central es imposible que sospeche nada de
lo que ha pasado, ya que el viaje hasta el distrito seis es de más o

201
menos una semana, y dudo mucho que llegue a estar vivo para
entonces cuando vean que aún no se han recibido noticias de
nosotros. Voy a parar de escribir, dejaré esta nota encima de mi
cadáver para que se sepa mi historia y que mis compañeros, si
llegan a encontrarme, puedan saber lo que pasó.
Hola, me llamo Tom y ya estoy muerto. Buenas noches y
buena suerte.

202
La casa de Emir
Enrique Martínez Fenoll (4ºB ESO)

Basado en la saga Geralt de Rivia

Era una noche oscura y fría en Velen, Geralt estaba paseando


montado en su caballo Sardinilla cuando se encontró un tablón
donde había varios contratos para cacerías de monstruos. Una que
sorprendió a Geralt decía que en casa de un granjero llamado
Emir estaban pasando cosas paranormales, Geralt cogió el contra-
to y fue en dirección a la casa de Emir. Cuando llegó vio que el
dueño estaba en la puerta sentado en un banco:
—Vengo por el contrato —dijo Geralt sacándolo del jubón.
—Sí, lo intuía, eres un brujo, los brujos cazan monstruos a
sueldo —dijo Emir con cara de preocupado.
—¿Desde cuándo llevas así?
—Desde hace dos semanas —dijo Emir.
—¿Qué ocurre dentro de la casa? —Dijo Geralt sacando una
agenda de sus bolsillos.
—Bueno, ¿por dónde empiezo? Primero notaba una presencia
muy extraña, como si de un fantasma se tratase; luego empecé a
oír voces por toda la casa; posteriormente los cuadros y fotos em-
pezaron a arder y, por último, por la noche oía pisadas en el ático,
pero nunca me atreví a subir e investigar —dijo Emir mientras
Geralt lo apuntaba todo.
—Bueno, podría tratarse de una aparición, vamos a entrar —
dijo Geralt cerrando la agenda.
—Vale —dijo Emir asustado.

203
Geralt abrió la puerta y de repente salió una brisa acompañada
de un susurro terrorífico. Emir y Geralt se quedaron pasmados
mirando hacia el pasillo que desembocaba en la entrada. Geralt
sacó un frasco de color blanco con un líquido plateado y una es-
pecie de bombas caseras.
—¿Para qué necesitas eso? —Dijo Emir muy asustado.
—Este frasco con el líquido plateado es para crear una trampa
alrededor de la aparición y las bombas en caso de que la trampa
falle; también tengo la espada de plata, que impregnaré con un
aceite especial para la criatura.
—¿Pretende pelear con la criatura? —Dijo Emir sorprendido.
—¿Cómo quieres, si no, que acabe con una aparición?
—Por cierto, ¿qué es una aparición? —Dijo Emir cambiando
de tema.
—Las apariciones son criaturas que salen de los túmulos por
sí solas, son criaturas inertes que buscan absorber el miedo y el
alma de los humanos, dichas criaturas antaño eran magos que jua-
gaban con la magia oscura y murieron condenados a ser esas co-
sas.
—Maldición —dijo Emir preocupado.
—Vale, ya he impregnado la espada con el aceite, vamos a ca-
zar a ese monstruo.
Geralt y Emir se dispusieron a entrar hacia el salón de la casa,
allí vieron la palabra FUERA escrita con sangre en la pared. Emir,
asustado, se puso detrás de Geralt.
—Vamos a seguir —dijo Geralt muy dispuesto.
Geralt y Emir se dirigieron al ático, donde Emir escuchaba los
pasos; al llegar vieron un montón de sangre por toda la habitación
y una especie de criatura dentro de un baúl. Geralt se dispuso a
abrirlo pero, antes de que Geralt lo alcanzase para abrir, el mons-
truo salió por sí solo, Geralt desenvainó la espada de plata y logró
darle un golpe certero en la zona del pecho, dejándole una herida.
Emir, asustado, salió corriendo hacia la salida, dejando al mons-

204
truo y al brujo a solas. El monstruo corrió hacia Geralt y le atacó,
provocándole una herida en el pecho, pero Geralt se precipitó es-
quivando un segundo ataque y consiguió herir a la criatura en la
pierna, provocándole una leve cojera.
Geralt cogió el frasco y lo tiró al suelo formando un aro de
poder lila. La criatura, muy lista, decidió esquivar el círculo pero
Geralt rápidamente cogió la bomba y se la arrojó al monstruo di-
rectamente, y explotó, lo que hizo al monstruo retroceder hacia la
trampa, dejándole paralizado durante un motón de tiempo. Geralt
se relajó y envainó la espada, se puso de rodillas frente al mons-
truo y pronunció unas palabras en lenguaje oscuro. Cuando termi-
nó, el monstruo soltó un grito escalofriante y desapreció hecho
cenizas. Geralt, decepcionado, salió de la casa y habló con Emir.
—Tú eres un maldito cobarde —dijo Geralt frunciendo el ce-
ño—, nada más que por eso me tienes que pagar mil coronas.
Emir le dio las mil coronas, un poco triste, pero eso a Geralt
no le importaba.
—¿Y qué vas hacer ahora? —Dijo Emir como si estuviese
preocupado por Geralt.
—Yo, yo iré hacia donde me depare el destino —dijo Geralt
dirigiéndose hacia Sardinilla.

205
Señor X
Daniel Rodríguez García (3ºA ESO)

Realmente no sé cómo he acabado aquí. Todo empezó hace


menos de doce horas, con una invitación que me llegó a casa para
pasar un fin de semana firmada por Sr. X. Pero yo ya tenía mis
planes, era la primera vez que íbamos a estar los dos a solas, mi
pareja y yo.
La alegría dura poco en casa del pobre. Mi exmarido, Jacobo,
descubrió que mi actual pareja vive con otra mujer mientras yo
los escuchaba. Así que decidí aceptar la invitación, y alguien más
me acompaño, Martin, mi compañero de trabajo.
Ya en la casa conocimos a los demás invitados: Francisco, un
médico; Yolanda, una escritora; Nicolás, un policía; Vera, una he-
redera del patrimonio de sus padres; Elisa, una adivinadora; Gui-
llermo, un detective, al igual que yo; Javier, un informático; y Al-
berto, un periodista.
A las tres estábamos todos comiendo en el comedor cuando,
de repente, un gramófono que estaba en la sala empezó a sonar:
—Os agradezco de todo corazón que hayáis aceptado la invi-
tación. Aunque no lo creáis, todos tenéis algo en común. Tomad
esto como si fuera un juego, estáis en una mansión, incomunicada
en un radio de cuarenta kilómetros y os separa una valla electrifi-
cada. Solo hay una regla en este juego: resolver por qué estáis
aquí.
Y fue ahí cuando la cosa se torció. Encontramos a Alberto de-
gollado en su cama, cuando de repente sonaron nueve campana-
das de un reloj antiguo de la casa. Fue ahí cuando pensé que lo
único que podíamos hacer era encontrar a nuestro anfitrión. Y es-

206
tuvimos muy cerca de atraparle. Guillermo estuvo muy cerca de
desenmascarar al Señor X, pero cuando estaba a punto de decirlo
se fue la luz, y se escuchó un disparo traspasar una ventana, sona-
ron de nuevo las campanadas, esta vez ocho. Cuando volvió la luz
Guillermo estaba tendido en el suelo con la marca de una bala en
la frente. El Señor X nos estaba vigilando.
Entonces descubrí que el asesino era uno de nosotros, porque
los cristales de la ventana por la que paso la bala no estaban den-
tro sino fuera de la casa, o sea, que la persona que disparó estaba
en la sala.
Martin y yo fuimos a la librería, el último sitio donde estuvo
Guillermo. Nos pusimos a buscar algo extraño, fuera de lo co-
mún. Encontramos unos libros de misterio en la estantería de li-
bros de ciencia. ¡En sus portadas aparecían imágenes exactamente
iguales que las muertes de Guillermo y Alberto! Esa noche dor-
mimos todos juntos para no estar separados.
Por la mañana sonó una explosión en el comedor, todos fui-
mos rápidamente, era un casete en un estante que la había repro-
ducido, sonaron de nuevo campanadas, esta vez siete, ¡el Señor X
nos estaba distrayendo! Faltaba alguien. ¡Elisa! Fuimos hacia su
habitación y allí estaba, tumbada en la cama con el cuello acuchi-
llado.
Cuando volvimos descubrí que había un único teléfono en la
casa, aunque era muy antiguo. Le pedí a Javier que si podía hacer-
lo funcionar, dijo que lo intentaría. Entonces fuimos a la habita-
ción de Elisa para que nadie nos molestara. Martín entró y pre-
guntó por Vera, pero yo le dije que estaba con él, entonces salió a
buscarla rápidamente. A los segundos sonaron seis campanadas,
se escucharon dos disparos en el pasillo. Salimos y vimos a Vera
en el suelo sentada con el hombro sangrando, dijo que solo vio el
cañón de una pistola salir por una puerta. Martín estaba al final
del pasillo, fuimos corriendo hacia él, estaba vivo, lo llevamos
hacia el salón para curarle.

207
De nuevo sonaron seis campanadas, ¡dejamos solo a Javier!
Le habían golpeado la cabeza con un trofeo. Cada vez me sentía
más impotente…
Martín y yo fuimos a ver si Javier había podido arreglar el te-
léfono, ¡y sí! Llamamos a Jacobo y le conté que estábamos en una
mansión pero no podíamos sal… Alguien cortó la línea. Supuse
que Jacobo había localizado la llamada.
En la librería encontré unos documentos de un asesinato y las
fotos que aparecían en él coincidían con el asesinato de Javier.
Reuní a todos los integrantes de la casa que quedaban y les dije
que ya había resuelto el crimen de una persona que todos cono-
cían y la asesina era Yolanda. Ella dijo que tendría que demostrar-
lo. Nicolás se levantó del sillón en el que estaba sentado y dijo
que no había tiempo para eso, sacó una pistola, ¡mi pistola! Apun-
tándonos a todos preguntó quién era el Señor X, pero todos tenían
coartada, mientras yo intentaba tranquilizarlo, hasta que Jacobo y
el cuerpo de policías entraron en la casa y le dispararon en la
mano.
Cuando ya estaban todos preparados para irse, Jacobo y yo les
dijimos que se había encontrado un teléfono con un único número
registrado como X, entonces solo teníamos que marcar y a quien
le sonara el móvil sería el Señor X. Marqué y sonó un teléfono, el
de Yolanda. Una policía le abrió la maleta y se veían documentos
y fotos de todos los invitados junto a una pistola.
—¡Todo eso no es mío, es una trampa! —Exclamó Yolanda.
—Usted quería ser descubierta, y forrarse con el libro que va a
escribir —afirmó Jacobo.
—Contrataré a los mejores abogados, no probarán nada —
afirmó Yolanda.
Se la llevaron arrestada.

Al día siguiente en la comisaría…

208
Martín había llamado a Vera. Cuando vino, le dijo que le es-
perara en una sala, donde también entramos Jacobo y yo. Le diji-
mos que le habíamos descubierto, que ella había organizado todo,
porque cuando era pequeña encarcelaron a su padre inocente, que
se suicidó. Los invitados eran familiares de los responsables de
hacer que lo encarcelaran, por lo tanto ella era el Señor X, y esa,
su forma de vengarse.

Y hasta aquí mi fin de semana.

209
Georgie y el Halloween terrorífico
Carlos Jesús Calle Rodríguez (4ºA ESO)

Georgie era un niño totalmente normal, él tenía quince años,


tenía el pelo negro, los ojos marrones oscuros y los labios grue-
sos. Él vivía en Murcia, una ciudad de España. Vivía con sus pa-
dres, los cuales se llamaban María y Pedro, y ellos también eran
unas personas totalmente normales.
Georgie iba a 4º de la ESO, era un chico normal, con sus ami-
gos se divertía mucho y lo pasaban realmente bien.
Él tenía cuatro amigos, uno de ellos se llamaba Ricardo, y los
otros eran Roberto, Abraham y Fernando. Se llevaban realmente
bien y se ayudaban los unos a los otros.
Pero ellos tenían una peculiaridad, y era que les gustaba todo
el tema del terror, visitaban sitios abandonados, veían películas de
terror, y creían en todo el tema de espíritus, fantasmas, payasos
asesinos, etc.
Ya se iba acercando el 31 de octubre, es decir, Halloween, el
día de todos los santos, ellos estaban muy ilusionados porque iban
a poder disfrutar de su día favorito.
Ellos iban a quedar, pero no tenían muy claro lo que querían
hacer, Georgie decía que los amigos se quedaran en su casa y vie-
ran una maratón de películas de terror, pero Abraham decía de ir
pasando por las casas pidiendo caramelos y diciendo truco o tra-
to.
Ya era el día, ya era Halloween, al final decidieron ir pasando
por las casas y pedir caramelos disfrazados.

210
Decidieron salir, todo parecía normal, iban por las casas dis-
frazados de fantasmas y vampiros, tan alegremente pidiendo ca-
ramelos, pero la cosa se torció de repente…
Empezaron a notar como si algo les estuviera siguiendo, nota-
ban una presencia muy rara, ellos estaban cada vez más asustados,
hasta que pasó lo peor que les podría haber pasado…
Se metieron a un callejón a intentar esconderse, pero una cosa
enorme, como de tres metros de altura, maquillado y con dientes
grandes y puntiagudos se dirigía hacia ellos.
¡Era un payaso asesino! Este llevaba un cuchillo con sangre…
Los amigos empezaron a gritar y a huir pero desgraciadamente
el callejón era sin salida…
El payaso se acercó a ellos lentamente, los amigos estaban
tremendamente aterrorizados…
Y el payaso le clavó un cuchillo a cada uno de ellos. Lastimo-
samente todos murieron en su día favorito.

211
Hospital sangriento
Irene Sánchez Arana (4ºA ESO)

A principios de octubre del año 1940 se abrió en el centro de


Murcia el primer hospital, ya que había tantos heridos por la guerra
que los demás hospitales estaban siempre llenos y no podían atender
a los centenares de heridos que llegaban todos los días.
Especialistas de toda España acudieron para ayudar, porque cual-
quier ayuda era necesaria en esa época.
El día de la apertura ya incluso se habían quedado sin recursos
suficientes de todos los heridos que llegaron, algunos con balazos,
otros a punto de morir y sin embargo otros con solamente unas heri-
das leves.
Poco después se habilitaron varias ambulancias, aunque más que
ambulancias eran sólo unas camionetas sin nada de material sanitario
dentro, que solo servían para transportar a los heridos más graves rá-
pidamente al hospital.
Las camas del hospital estaban todas juntas y siempre ocupadas,
con el riesgo de poder coger alguna enfermedad contagiosa en cual-
quier momento.
Poco a poco conforme pasaba el tiempo iban quedando cada vez
más camas libres y menos enfermos, lo que era un suceso extraño, ya
que las guerras seguían en todo su apogeo.
Por las noches los enfermos que estaban ingresados desaparecían,
pero no se les daba demasiada importancia porque debido a las en-
fermedades contagiosas o la guerra moría muchísima gente.
A la vez veían síntomas raros en los pacientes ingresados: cam-
bio de color de piel, marcas raras...

212
La noche del 31 a las 12 horas todos se empezaron a convertir
poco a poco en zombis y a levantarse de las camas y destrozar todo
lo que veían a su paso.
Los médicos crearon el pánico en el hospital y empezaron a bus-
car refugio donde esconderse, ya que estaba todo cerrado con llave;
para no ser contagiados cogieron material sanitario como bisturíes o
agujas para defenderse.
Pero al final los zombis los pillaron porque olían a carne fresca,
así que les mordieron muy violentamente y no se pudieron defender,
y a continuación consiguieron romper puertas y ventanas del hospital
para escapar y contagiar a más personas en la calle, cosa que les fue
muy difícil porque al estar en tiempos de guerra la ciudad estaba
muy preparada con armas y material peligroso, por lo que rápida-
mente consiguieron extinguir a todos los zombis.
El hospital quedó en ruinas y abandonado por miedo de la gente a
acercarse y ser contagiada de nuevo por los restos de allí.
Actualmente, este acontecimiento se suele recordar el día 31 de
octubre, llamada noche de los muertos vivientes por dicha historia.
¿Terror?
José Luis Fuster Reche (2º Bachillerato)

¿Terror?
¿Qué os voy a contar del terror? ¿La historia de un payaso ase-
sino que acecha a los niños? ¿La de un alma errante con un pasado
muy turbio en busca de venganza? O casi mejor: ¿La del asesino en
serie que mutila y desperdiga las tripas de sus víctimas? En realidad,
hay un momento en que ni siquiera todo aquello que creías temer pe-
sa más que un suspiro, harto de todos esos intentos inútiles por
transmitir ese oscuro y amargo sentimiento.
Cuando pasas de estar envuelto en el terror a sentirlo vibrar den-
tro de ti es cuando la noción del miedo se distorsiona.
Ese momento en que la voz del mal y el dolor no te enseñan la
cara, no te miran de frente, sino que solo eres capaz de verlos al mi-
rarte al espejo. Te miras y ya no estás tú ahí. Hay otra cosa. Algo que
por alguna razón te resulta familiar. Algo que debería preocuparte,
pero ya no lo hace. Mirarse fijamente y ver vacío, como un pozo os-
curo donde gritas y gritas, y no oyes nada. Solo tu eco sin respuesta.
Más adelante, empiezas a darte cuenta de la gravedad de la situación.
Estabas gritando porque sabes que el que hay dentro eres tú, y repites
lo mismo porque ya ni tan solo el hecho de saber que estás atrapado
te da ánimos a intentar subir por los ladrillos del pozo. Treparlos te
rompería las uñas, te desgarraría la piel de los brazos y las manos.
No tiene sentido llenar esas paredes de sangre, hasta que al fin lo ha-
ces.
Lo haces y te das cuenta de que pintas recuerdos, trazas líneas
sobre la suciedad de esa prisión, y te percatas de cómo todo está te-
ñido de sangre, porque es lo único que aprecias ante ti, y es lo único
real.

214
—La sangre existe… qué raro… si yo le tenía miedo hace tiem-
po…
—De nada. ¿Quién eres?
—Ufff… cómo explicarlo. Soy tu verdadero tú, esa cara que no
muestras a nadie, que estaba escondida, pero me has llamado y aquí
estoy. Dispuesto a ayudar.
—¿A ayudar a qué? ¿De qué hablas? Eres un embaucador. Yo
soy yo y nadie más.
—Te equivocas, pequeño. Voy a mostrarte algo.
Tras cerrar los ojos te das cuenta de que el tiempo y el espacio te
otorgan el placer de ver un espectáculo terrorífico. Esas agujas cla-
vándose en tu piel, esa llama deshaciendo tu carne, ese líquido car-
mesí que brota de tus orificios y salpica en el suelo. Esa oscuridad
que está a tu alrededor, que ya no es temida por lo que hay detrás,
sino por lo que la observa con ojos desquiciados inyectados en san-
gre. Pero no estás incorporado. Más bien en un trance relativo, difícil
de definir.
—Levántate. ¿Ves esa puerta de delante? Pasa y verás.
—No. ¿Por qué me estás haciendo esto?
—Tú te lo has hecho. Es un mecanismo de defensa. Toda mente
tiene un límite, y tú lo has roto, así que solo puedes seguir o retrasar
lo inevitable.
—Vale, entraré… Espera, es una habitación. Hay un chaval dur-
miendo.
—Oyes sus ronquidos, ese sucio aire que exhala de su boca no
hace más que ensuciar el mundo. Tienes que matarle. Extirpa uno de
los muchos tumores que consumen el mundo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Cómo voy a matarle? Ni si-
quiera sé quién es.
—Tienes los ojos cerrados. Ábrelos de una vez.
—No puede ser. ¿Por qué estoy haciendo esto?
—Le has reconocido, ¿verdad? Le odias. Desde el primer mo-
mento en que osó mirarte a los ojos has sabido que sería tan grato
matarle que no querrías rechazar una oferta así por nada del mundo.
Es más, puedo recordarte tus fantasías. Cuando pasabas por detrás de
él, tenías la tentación de atravesarle el cuello con ese compás tan afi-
lado. Querías abrirle un suculento agujero en el cuello y regocijarte
en el río de sangre que ensucia las páginas de tu blog de notas. Tam-
bién has soñado con pelearte con él. Sabes que si realmente quisie-
ras, podrías aplastarle la cabeza contra el suelo. Deformar su abe-
rrante y hediondo rostro para que nadie más vuelva a mirarle de la
misma forma, y vea su verdadera naturaleza, la de un monstruo.
—…
—Ese silencio me gusta. Empiezas a entenderlo. Ya no eres el
mismo pringao de antes. Has trascendido. Estás por encima, y eres la
persona perfecta para iniciar esa purga. Ha sido por ellos que he ter-
minado aquí, y es por ello que vas a obtener tu venganza. Coge esa
navaja, la de su mesita de noche, y empieza a jugar con su cuerpo. Es
un lienzo, y tú tienes el pincel entre tus dedos. Deja que tu vena ar-
tística haga de este inmundo despojo una bella obra de arte.
No sé si habéis estado en una matanza. Si habéis oído algún ani-
mal gruñir desconsolado mientras los carniceros lo despiezan. Fue
tan agradable… tan gratificante… cada grito, cada gesto de resisten-
cia, cada súplica… La navaja con la que siempre había jugueteando
abriéndose paso entre la carne de su propio dueño. Él sintió terror.
Sin lugar a dudas. Terror cobarde, porque hasta quien merece el do-
lor y la muerte la teme.

—Maldición… ¿por qué mi boca saliva?


—Creo que le has pillado el gusto a esto de purgar. Al fin tu tris-
te existencia tiene algún valor. Solo tienes que seguir.
—¿Qué debo hacer ahora?
—Tenemos el control de tu mente, de modo que voy a volver a
ahorrarte el trabajo sucio de ir hasta el objetivo. Solo tienes que ce-
rrar los ojos.
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Así lo hizo. Y volvió a envolverse en la misma oscuridad. Una
infinidad de veces. Las víctimas eran infinitas, y cada una de ellas
era eliminada de un modo más sanguinario. Pero hubo una que abrió
un boquete en el espesa y sólida pirámide de justicia, sobre la que se
posaba como el eje del bien, donde se sentaba en su trono de subjeti-
vidad y se acomodaba como señor de la justicia autoproclamada. Se
posó ante sus ojos la silueta de una camilla, con muchas luces leves
alrededor. Había un sonido paulatino, continuo e irritante. Un pitido
que no dejaba fluir bien sus movimientos. Sus ojos estaban acostum-
brados a la oscuridad, pero no a la luz, hasta que pudo apreciar al fin
que los números emanaban de máquinas dispuestas alrededor de la
camilla, con numerosas cifras y gráficos que describen parábolas
inestables.
—Céntrate. Recuerda que tienes una misión.
Había nerviosismo en su voz. En la voz del demonio. ¿Qué ocu-
rría? En realidad no importaba ya. No dependía de él en absoluto.
Desenvainó el arma que llevaba consigo, una óptima para poder ha-
cer su labor de un modo impecable o desastroso. Se acercó a la cami-
lla, y cuando el filo estaba a punto de tocar el cuello de la víctima, se
detuvo en seco, cortando de manera sutil y accidental un mechón de
pelo.
—¿Qué haces?
—Es una niña. ¿Qué puede haber de impuro en un niño?
—Qué puede haber de puro en el sufrimiento. Ese esperpento es
un error. No debería existir, ni tan solo haber nacido. Fue un error
querer salvarla, y mírala. Ahí está, sufriendo por el error de quienes
le negaron la libertad.
—Te equivocas en algo. Si hay algo más puro que la inocencia es
el sufrimiento. Mira su cuerpo, lleno de cicatrices. Lleno de intentos
por otorgarle un derecho. Por obsequiarle con una prolongación o
mejora leve de su vida. ¿Qué ves de impuro? Veo una superviviente.
Veo una muestra del contraste entre todo lo que hemos estado ha-
ciendo hasta ahora, otro caso. No seremos nosotros quienes hagamos
esto.
—No me puedo creer que seas más retorcido que un demonio.
¿En serio vas a permitir que siga sufriendo, que su martirio sea una
noche más extenso?
—¿Sabes una cosa? Me acabas de convencer de algo que debí
haber hecho hace mucho tiempo. Hemos hecho pagar el precio de la
libertad a muchos que no lo merecían. A muchos que deberían haber
permanecido en este infierno. Lo has hecho para purgar el mundo del
mal, pero esto cada vez carece más de sentido. Siempre me pides que
cierre los ojos. Ahora yo te obligo a abrirlos.
Como si volviéramos atrás en el tiempo, o se pasaran al reverso
las páginas de un libro, o se rebobinara una película, volvieron por
un momento al punto inicial. El psicópata ante su reflejo en un espe-
jo.
—Dime lo que ves.
—Te veo a ti. Nos veo a nosotros.
—Te equivocas. Desde hace tiempo, el de ahí delante no soy yo.
Es una marioneta. Es tu marioneta, y me he cansado de que un titiri-
tero me sople en la oreja todo lo que tengo que hacer. Voy a cortar
los hilos.
—No puedes. Formo parte de ti. Ni aunque quisieras podrías im-
pedir que te acompañara. Desde que el mundo te hizo aquello, ya no
eres tú, sino un tú superior, unido a la fuerza que desencadenaron en
ti. Mira tu mano derecha, esa con la que empuñas las herramientas.
¿Realmente te crees capaz de detenerla? ¿Crees que acaso tienes al-
gún control sobre esto? ¿Crees que aún estás a tiempo de expulsar-
me?
—Lo he decidido ya. Yo te he creado, y yo te voy a arrancar de
mi aquí y ahora.
El filo se alzó, mostrando su reflejo a través del espejo, que acto
seguido se tiñó de rojo. Su brazo derecho se desprendió del cuerpo y
cayó a plomo, empapando el suelo y moviéndose con espasmos irre-
gulares, como un gusano revolviéndose en el lodo.

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—¿Crees que basta con eso para matarme? Aunque esté en tu
hemisferio izquierdo del cerebro, cortarte un brazo no va a hacer que
desaparezca.
—Tienes razón. Los problemas hay que eliminarlos desde la raíz.
Ojalá nunca te hubiera conocido.
Y, con una sonrisa de liberación en la cara, llenó los pocos hue-
cos del espejo que seguían limpios.

¿Es esta la historia que buscáis? El despertador acaba de sonar y


es hora de levantarse, porque después de cada noche movida y llena
de pesadillas hay un amanecer cálido donde los pájaros cantan y el
viento silba entre las hojas de los árboles, pero hay veces que no
puede ser así. Hoy ha sonado un graznido estridente. No suele haber
cuervos por la zona, pero puede haber alguna sabandija muerta. Al-
guna rata o conejillo que los haya atraído. Al levantarme estaba pe-
gado a las sabanas. Después de tanta pesadilla le puede pasar a cual-
quiera, ¿no? Despertar empapado en el sudor del agobio de una no-
che intensa. En fin, la gracia viene cuando tras encender la luz ves en
un golpe de imagen todas esas dudas y paranoias concluir en un pun-
to. Ante el espejo no estás tú. Era el asesino de tu pesadilla. Todo ha
sido real, pero sin dejar de ser mentira.
Terrorífico, ¿no crees? Para qué voy a mentiros. No tengo ni la
más remota idea de qué entendéis los lectores por miedo. Por cierto,
¿quién era el narrador? ¿La carcasa del trastornado o su personalidad
profunda? ¿Quién lo ha escrito? ¿La mente consciente o la incons-
ciente? Empiezo a cansarme de esto. No tiene sentido. Intentáis en-
tender algo que ni yo mismo capaz de entender. El terror es tan re-
moto y abstracto…, es tan personal y tan ajeno… Si realmente tuvie-
ras algún interés en el terror más allá de entretenerte con una historia
espeluznante, te habrías percatado de que ni la más turbia de las
obras de Lovecraft puede compararse a la realidad. Odio admitir que
la realidad supere a la ficción, pero la última vez que recuerdo haber
temido algo era al mañana. Un mañana dudoso, incierto. Un mañana
donde los pilares que sostienen los cimientos de tu cordura pueden
agrietarse hasta reducirse a meros retazos de recuerdos rotos y una
ligera esencia de terror. No lo entendéis, ¿verdad? No os lo deseo en
absoluto. Solo espero haber escrito lo suficiente como para que este
caótico e incoherente texto sea válido. Seguiría escribiendo sobre ese
esquizofrénico de arriba, pero hace ya tiempo que dejé atrás esa psi-
cosis, y tampoco debería retomarla para hacer un relato realista de
mi punto de vista sobre el miedo. Hay ciertas historias que quizás por
miedo no se narran. Para no traer al ahora ese ayer que tanto es temi-
do.
La verdad, hace un rato que podría haber parado de escribir, pero
mis dedos siguen percutiendo las teclas del teclado redundantemente.
¿Tendré miedo a parar de escribir sobre el miedo y enfrentarme al
aterrador examen de la semana que viene? Creo que casi mejor lo
voy a dejar ya y voy a dormir antes de que se me vuelva a contagiar
la psicosis de la que tanto miedo tengo cuando escribo sobre el mie-
do. Joder, estoy empezando ya a delirar y todo. Vaya desastre de re-
lato. Miedo me da cuando el profe lea este pedazo de chapuza...

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