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SIMIENTES DE SABER
Ensayo de hermenéutica musical
Alberto Guzmán naranjo
“La forma como la estética y la filosofía abordan el mundo del arte, no es más que un abuso
del lenguaje”
Émile Cioran: “Valéry face à ses idoles”
“Bilde Künstler! Rede nicht! Nur ein Hauch sei dein Gedicht”
(¡Produce, artista! No hables! Que sólo un soplo sea tu poema”
Johann Wolfgang von Goethe
El abuso del lenguaje, que menciona Cioran, es el que se produce en los medios
académicos donde algunos especialistas hablan y escriben del arte. Lo raro,
lo menos frecuente, es encontrar a quienes tienen la capacidad de hablar y
escribir desde el arte. Esos son los artistas verdaderos, cuya obra se basta a
sí misma. La cita de Wittgenstein es un consejo para que la estética guarde
silencio mientras clarifica sus conceptos (largo silencio le espera si escucha al
maestro). Goethe no requiere comentario, es absoluto; sólo pedir una dispensa
–por una vez- para hablar de la música, desde la música, tratando de salvar
esa cojera del lenguaje cuando se aventura en su escurridiza naturaleza. Hans
Keller acusaba de falsedad a toda la musicología y toda la crítica musical; hacia
1950 propuso un método que denominó “Wordless functional analysis”. Y es que
la riqueza de lo musical hace aparecer lo verbal como una patética caricatura;
sobre todo porque lo que en los medios de comunicación aparece con la máscara
de ‘crítica’, es sólo eso: una máscara con el carácter efímero que tiene todo lo
relacionado con el periodismo y que hoy campea en la conciencia de la gente, en
las universidades, llenando cada fisura, cada resquicio o hendija, con miles de
millones de palabras que quieren hablar (y sustituir) de libros que nunca serán
leídos y de músicas que nunca serán escuchadas.
La estética que habla desde el arte sólo la pueden ejercer los que llegan a descifrar
el secreto íntimo del espíritu que engendra el poema. Paul Valéry ha señalado
que estos artistas, como el Leonardo que se manifiesta en sus diarios, no se
detienen en la producción de la obra sino que van al fondo de toda búsqueda,
sometiendo el rayo divino de la imaginación a la disciplina crítica del “conócete
a ti mismo”1
La obra se lee por sí misma, sin necesidad de ‘fuerzas sociales’ y es allí donde
se puede comenzar a hablar de una hermenéutica musical, que es esa luz de
la interpretación que se hace con arte. “Las mejores lecturas del arte son arte”
(Steiner: Presencias reales) – La pregunta esencial es si se puede decir algo,
si se puede parafrasear, sobre lo musical comprendido en el pensamiento y la
vivencia. ¿Cómo abordar el problema? ¿Cómo situar esa reflexión en nuestro
medio? De una parte, el pensamiento que ‘habla del arte’, es un fenómeno
de ocurrencia marginal, casi exclusivo del medio académico, en el que –como
4
Frith, Simon: Hacia una estética de la música popular. En “Las Culturas Musicales”, Editorial Trot-
ta, Madrid, 2001
se ha señalado al comienzo de este ensayo- intervienen mayoritariamente ‘no
artistas’. Al mismo tiempo, el pensamiento que ‘habla desde el arte’ está en las
obras y casi no condesciende con la expresión verbal. En el marasmo de nuestras
academias se manifiesta un franco desdén por la investigación teórica, con el
argumento de que la música se dirige fundamentalmente a la sensibilidad –
concepto nebuloso, si los hay- y que resulta pretenciosa y vana la elaboración de
ideas abstractas que pretenden indagar en el sentido de las obras. He escuchado
con asombro a profesores universitarios afirmar que sólo hace música quien toca
un instrumento, desconociendo la inmensa variedad de modelos conceptuales
en que se sustentan las verdaderas interpretaciones. Toda investigación que
pretenda explicar los porqués de algún fenómeno musical, pone en juego
herramientas conceptuales y metodológicas, propone construcciones, modelos,
hipótesis, etc., que no se parecen a la experiencia de tocar un instrumento; pero
no podría entender que sentir y amar la música deba proscribir la búsqueda de
su comprensión, la elaboración de una hermenéutica. El instrumentista está
siempre en función de la vivencia que se genera alrededor de un grupo de
oyentes en una experiencia de elevado contenido emocional; el analista trabaja
en solitario, animado por el deseo de saber, buscando fundamentos teóricos
o filosóficos para la comprensión de la música. Como lo ha indicado Teodoro
Adorno5, el simple hecho de leer una partitura requiere “un acto analítico” y así,
el análisis es “prerrequisito de una interpretación adecuada”.
“En arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada”… Y ¿qué
son la teoría y el análisis sino un hablar del arte musical? Siguiendo a Isidoro
Reguera, estudioso de Wittgenstein, podemos estar de acuerdo en que el arte
en este caso es la obra musical; la estética –el hablar sobre el arte- son teoría
y análisis y que la filosofía es el hablar sobre el hablar sobre el arte. Este hablar
sobre el hablar, que es la filosofía, es uno de los más fascinantes tópicos en el
pensamiento de Wittgenstein. Uno se puede sentir muy cómodo en la morada
de Ludwig Wittgenstein cuando el objeto de sus reflexiones es la música, en
parte por su origen y formación: el hogar de los Wittgenstein era frecuentado
por figuras como Johannes Brahms y más tarde por Mahler y Strauss. Para su
hermano Paul Wittgenstein escribió Ravel el concierto para la mano izquierda. De
allí, probablemente, esa sensibilidad exquisita que le permite decir: “A algunos
la música les parece un arte primitivo por sus pocos tonos y ritmos. Pero sólo su
superficie es sencilla, en tanto que el cuerpo que posibilita la interpretación de
este contenido manifiesto posee toda la complejidad infinita que se nos indica
en lo externo de las otras artes y que la música calla. En cierto sentido es la más
refinada de todas las artes”.
7
Sebastian Aeschbach: “Peut-on dire la Musique?”
misterio de las ciencias humanas, misterio contra el que siempre se estrellan y
que guarda la llave de su progreso.
8
Hans-Robert Jauss, conocido por la Teoría de la Recepción
Hermes, mensajero entre los dioses y los seres humanos, está en el origen
de la palabra hermenéutica. Quien interpreta una obra descifra y comunica un
significado. El intérprete es el primer –probablemente el más importante- crítico
artístico. El actor que realiza un personaje o el instrumentista que da vida a
una obra musical está en la nuez, la esencia de la crítica, entendida como algo
sustancial, lo que da sentido. La hermenéutica artística está, en primer lugar,
en la representación, en la ejecución. En muchos casos la obra de arte es una
experiencia crítica: El Ulises de Joyce es una crítica de la Odisea, una lectura de
Homero (Steiner). En la educación actual se ha sustituido el ejercicio espiritual de
la memoria por las bases de datos informatizadas, un recurso fácil que remplaza
la sensibilidad y el pensamiento. Samuel Johnson hablaba de la ‘ingestión’, algo
totalmente opuesto al ‘consumo’. Ahora sólo se consume y nada se interioriza.
La hermenéutica musical, forjada por Hermann Kretzchmar (1902) [término
tomado de Dilthey, aunque sus implicaciones teóricas no tienen mucho que ver
con los instrumentos conceptuales del historicismo] abrió nuevas perspectivas
musicológicas. Su obra teórica está en la línea romántica de Adolf Bernhard
Marx y, evidentemente, en contravía del formalismo de E. Hanslick. Las prácticas
de Kretzchmar son una transposición de la estética del genio al campo de la
hermenéutica. Para él se trata del arte de interpretar, elaborado mediante la
exégesis de los textos musicales, una práctica que consistiría en descifrar el
sentido oculto de las ideas que están en la forma.
¿Cómo pensar la interpretación en esta segunda década del siglo XXI? Una
referencia ineludible es, probablemente, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer,
discípulo de Heidegger, para quien la hermenéutica apunta a las comprensión
de las ciencias del espíritu, más allá de sus metodologías. En su obra Verdad
y Método, se ocupa de manera muy especial en indagar sobre la verdad en
la experiencia del arte: “… la experiencia de la verdad del arte implica un
comprender, esto es, representa por sí misma un fenómeno hermenéutico y
desde luego no en el sentido de un método científico”. Esta reflexión es muy
importante para situar en su verdadero lugar a la especie que en la academia
propone asimilar la creación artística a los procesos de investigación científica.
Es inobjetable: la comprensión e interpretación de lo artístico no es el campo
de lo científico. En un pequeño ensayo9, “La Música y el Tiempo”, Gadamer dice
9
Hans-Georg Gadamer: “La Música y el Tiempo”, traducción de José Francisco Zúñiga, Barcelona,
Paidós, 1998
que el mundo de los sonidos está “allí donde el lenguaje no va por delante, sino
que queda rezagado”. La diferencia esencial que hemos señalado al principio de
este ensayo entre: “hablar del arte” y “hablar desde el arte”, es lo que Gadamer
constata como una contradicción entre sujeto y objeto con relación a la verdadera
experiencia del arte. En “La Actualidad de lo Bello”, dice que la estética clásica
no es el medio para comprender la naturaleza de esta experiencia del arte: “…
hace falta retroceder hasta experiencias humanas más fundamentales. ¿Cuál es
la base antropológica de nuestra experiencia del arte? Esta pregunta tiene que
desarrollarse en los conceptos de “juego, símbolo y fiesta”. El juego no tiende
hacia una finalidad o una meta, “sino al movimiento en cuanto movimiento” (La
actualidad de lo bello).
Esa “nueva inteligibilidad del Ser” –Gadamer (1960)- debe definir el análisis
musical como uno de los elementos formantes de una estructura curricular
compleja en la que se forma el pensamiento musical, es decir, un concepto que
10
Julio López: “La música de la posmodernidad – Ensayo de hermenéutica cultural”, Anthropos,
Barcelona, 1988
esté presente en todos los procesos de formación musical. Como disciplina, el
análisis surgió como respuesta a necesidades específicas de la musicología, y ha
experimentado un crecimiento extraordinario durante los últimos cien años, si se
observa la cantidad de corrientes teóricas que se han generado con el concurso
de otros saberes: la fisiología, la acústica, la psicología de la percepción, la
semiología, etc. En poco tiempo se ha enriquecido tanto este campo teórico que a
la idea inicial, expresada por Ian Bent en su famoso texto para el The New Grove
Dictionary of Music and Musician, (1980), según la cual el análisis sólo responde
a la pregunta “¿Cómo funciona?” sin inquietarse por saber si funciona bien o
mal, se han agregado otras preguntas que han revolucionado el pensamiento
musical: ¿Qué significa?, ¿Qué significa para una comunidad en particular?,
que son preguntas más fluidas y que han abierto nuevas dimensiones desde la
semiología y las ciencias cognitivas. El sujeto del análisis se amplía y ya no es
solamente la partitura o su representación sonora, sino, además, lo que pasa con
el compositor, las experiencias del oyente, el significado de la obra en términos
de una hermenéutica musical. El formalismo y el estructuralismo, con diversas
metodologías, se centraron en la descomposición de una pieza en segmentos cada
vez más pequeños: la exposición, el desarrollo y la reexposición en una sonata;
el antecedente y el consecuente en una frase; el tema, el motivo, los acordes,
etc., una función taxonómica11 que se propone clasificar los diferentes segmentos
musicales. Los métodos de análisis musicológico de Nicolas Ruwet (1932-2001),
fuertemente influido en su visión por las obras de Roman Jakobson y Noam
Chomsky, son una taxonomía supremamente elaborada que se fundamenta
en la obra de Saussure. Saussure distingue en el lenguaje lo que denomina
relaciones in praesentia y las relaciones in absentia. A las primeras les dio el
nombre de relaciones sintagmáticas y a las segundas relaciones asociativas que
dibujan lo que posteriormente se ha llamado eje paradigmático. Esta especie de
galimatías lo explica Jean-Jacques Nattiez con un ejemplo sencillo. Si pensamos
en el verso de Paul Éluard12: “la terre est bleue comme une orange» (la tierra
es azul como una naranja), podemos observar que los signos de ese verso se
suceden en un cierto orden sintagmático: un sustantivo que designa un planeta,
un verbo, un adjetivo que designa un color, y luego una comparación. Desde un
punto de vista semántico, es posible asociar paradigmáticamente esos signos
según dos ejes: el eje de los colores (azul/naranja) y el eje de los cuerpos
esféricos (tierra/naranja). Todo el efecto poético viene de la pertenencia de la
palabra naranja a dos relaciones paradigmáticas posibles y el poeta juega con
el contraste entre los dos colores y la analogía de forma de los dos objetos
Taxis en griego significa poner en orden, arreglar.
11
12
Paul Éluard (1895-1952) uno de los fundadores del surrealismo
comparados. Pues bien, la gran ocurrencia de Nicolas Ruwet fue introducir en
musicología una metodología de análisis similar, que consiste en reescribir, unas
encima de las otras, las unidades análogas o idénticas de una melodía con el
fin de hacer aparecer la organización estructural de la pieza según una serie de
reglas precisas que permitan construir el paradigma.
Ruwet fue una autorizada voz del estructuralismo en el análisis musical, una
tendencia que pretendía la absoluta objetividad basando sus observaciones en
la sintaxis, sin referencia a ninguna fuente externa. Sus aportes han quedado
marcados por la rúbrica del “análisis paradigmático”.
Quienes piensan que la música es algo más fluido y más complejo (un ente
histórico) que la simple partitura, el “texto”, han abierto nuevos espacios en los
que es necesario considerar el entorno de la obra, el contexto de la práctica cultural
y las transformaciones de la obra en su devenir13. Aquí se encuentran diversas
corrientes de la hermenéutica musical y la sociología de la música14, la psicología
de la percepción que ha insinuado que el sentido de las obras no está en el texto
sino en la percepción que se tiene de él, lo que involucra de manera decisiva los
mecanismos psicológicos de la audición. En los últimos veinte años la tendencia
es hacia la búsqueda de una complementariedad de estas visiones, y un rechazo
generalizado al concepto de la obra como algo autónomo y completo. Lo que
se observa es un equilibrio entre el análisis formal y la hermenéutica. Nicholas
Cook (1996) dice que la complementación de las diferentes interpretaciones
debe iluminar una gran variedad de aspectos, pues nadie tiene el monopolio
de la verdad. Desde la década de los años cincuenta la etnomusicología había
señalado que la música es una síntesis de procesos cognitivos particulares de una
cultura y de su maduramiento en el contexto social y, consecuentemente, tiene
que existir una correspondencia entre normas de organización social y normas
de organización musical.15 Este enfoque antropológico asume, además, que los
comportamientos musicales se estructuran en relación con procesos biológicos,
psicológicos, sociológicos o puramente musicales y es deber del analista identificar
todo aquello extra musical que sirva para explicar lo que ocurre en la música.
Los desarrollos posteriores han ido estableciendo que los modelos analíticos no
son autosuficientes y que requieren acciones interdisciplinarias desde la historia,
13
Borges, hablando sobre la “Comedia” de Dante, mostraba las diferentes lecturas que se han hecho
de la obra en diferentes momentos de la historia.
14
Las propuestas de T. W. Adorno en este sentido han sido muy fecundas.
15
Ramón Pelinski: Relaciones entre teoría y método en etnomusicología: los modelos de J. Blacking
y S. Arom, Ponencia presentada en la Conferencia Europea de la Música, Toledo, 1991.
la filosofía, la antropología, las ciencias cognitivas. La “Nueva Musicología”,
una tendencia con mucha fuerza en Norteamérica, ha propuesto nuevas vías
para el análisis con una actitud francamente anti formalista y anti dogmática,
propugnando por la incorporación de recursos metodológicos de la semiología,
la narratología y el criticismo cultural. Otra reacción a la falta de historia en las
corrientes estructuralistas es la denominada “teoría de la recepción”; Carl Dalhaus
ha insistido en la necesidad de recuperar la dimensión de la experiencia estética.
Jean-Jacques Nattiez, por su parte16, ha señalado la urgencia de complementar
lo que considera las dos grandes familias en el análisis: la taxonómica, que se
ocupa de la descomposición de una pieza en segmentos cada vez más pequeños
(tema, motivo, célula, etc.) y la lineal, aparentemente derivada de los métodos
de Schenker, que no se ocupa de lo que segmenta sino de lo que une el tejido
musical. Propone como ejemplo de combinación de ambas familias, los trabajos
de Célestin Deliége, especialmente Les fondements de la musique tonale (1984)
y la Teoría generativa de la música tonal de Lerdahl y Jackendoff (1983).
17
T. W. Adorno : On the Problem of Musical Analysis
algo percibido. El modelo permite ver la obra como (1) un texto; (2) como un
proceso compositivo; (3) como un fenómeno de interpretación y percepción. La
tradición formalista reducía el análisis al hecho musical inmanente; el aporte
de la semiología es la inclusión de los procesos de creación y recepción, como
momentos constitutivos de la obra total. Estos tres niveles reciben el nombre
de: 1. Nivel neutro o inmanente, 2. Nivel poíetico, y 3. Nivel estésico.
Se trata ahora de saber cuál es el lugar del discurso en relación con la totalidad
del fenómeno musical, es decir, tanto la estructura de los objetos musicales
como el proceso creador, la interpretación y la recepción. Debemos suponer
que detrás de los sonidos hay un sistema de pensamiento, así la historia nos de
ejemplos de que la sistematización viene a veces tarde, después del concierto,
como es el caso en las teorías de Jean-Philippe Rameau, la fuga de escuela del
siglo XIX o la historia de la concepción de la forma sonata. Si el discurso sobre la
música es un metalenguaje, esto quiere decir que ese discurso no es la música
y que su manera de ser es lingüística, producido por alguien que pertenece a
un medio cultural determinado. El discurso sobre la música es, pues, una forma
18
Jean-Jacques Nattiez : « La Musique, la Recherche et la Vie », Leméac Éditeur Inc. 1999
simbólica específica, distinta de esa otra forma simbólica que es la música.
En una entrevista que Pierre Boulez concedió a Jean-Jacques Nattiez en 1992, dijo:
“A partir del inicio del siglo XX comienzan las dificultades reales y el individualismo
de los compositores se ha exacerbado al punto que hemos llegado al límite de
lo aceptable”. Dahlhaus habla del culto a la originalidad con una tendencia a
buscar cada vez más y con obsesión una separación de las convenciones en la
construcción del pensamiento musical. Esto ha producido un fenómeno muy
curioso: los análisis que se ocupan de estas obras terminan enredados en unos
niveles de exagerada abstracción y de peligrosa segmentación, con muy poca
relación con todos los niveles del discurso.
Uno se pregunta hasta qué punto los colectivos académicos de las universidades
se reúnen para proponer una reflexión sistemática sobre temas bien concretos
de la enseñanza musical. Por ejemplo: ¿A qué propósito corresponde el renovado
interés que muestran muchas universidades americanas y europeas por el estudio
del bajo cifrado? ¿El estudio de la armonía debe tener una orientación más lineal
que vertical, como lo recomiendan Edward Aldwill & Carl Schachter? ¿Se debe
enseñar el contrapunto en el marco histórico de la simulación estilística, o bien
según los procedimientos no estilísticos de la escuela de Schenker? ¿Cómo se
utilizan los materiales de la música contemporánea para el desarrollo auditivo?
Y en las áreas instrumentales, donde se mira con mayor desconfianza a los
teóricos, no sería importante preguntarse hasta qué punto el análisis podría ser
una herramienta de la interpretación. En un ensayo sobre las perspectivas de
la nueva música (1969), Edward T. Cone dice que el único análisis completo y
fidedigno de una obra es el que legitima la interpretación. La verdad es que la
musicología histórica no se ha interesado en las relaciones analíticas de una obra
y su interpretación. Gianfranco Vinay sugiere que hay tres niveles de relación:
1. La obra musical como objeto de arte fijado por la escritura, 2. La obra musical
como objeto sonoro constantemente renovado por la interpretación y 3. Las
reacciones perceptivas, emocionales y estéticas de los lectores de la partitura
(intérpretes y musicólogos) y de los oyentes19. Las teorías de la recepción y el
gestaltismo musical se han ocupado ampliamente de las relaciones entre la obra
musical fijada en la interpretación y las reacciones de los oyentes.
¿Cuál es la relación entre un análisis musical y la forma como se escucha la obra?
Mark DeBellis (1999) en sus “Paradojas del Análisis Musical” sugiere que tanto el
análisis como la audición de una obra son representaciones; en el primero se le
atribuyen ciertas propiedades a la obra y ciertas relaciones entre las partes que
la conforman; en la audición, similarmente, hay una representación mental en la
que los sonidos tienen ciertas cualidades que dan lugar a relaciones.
Utilizar un análisis para inducir una cierta manera de escuchar es un fenómeno
más amplio en el que se usa una representación para caracterizar otra. Es decir,
que utilizamos el significado de una expresión –lingüística o simbólica- para
explicar otra que es perceptual.
En la práctica sabemos que muchos elementos de la percepción (por ejemplo
elementos alrededor de los fenómenos tímbricos) no son objeto del análisis;
por el contrario, muchos elementos que hacen parte del análisis no se oyen.
Sin embargo, esperamos que el análisis sea iluminador, revelador de ciertos
fenómenos que deberían aparecer en la audición.
Hoy, cuando la auténtica reflexión desde el arte quiere ser suplantada por una
‘negociación’ entre la creación y la investigación, con el mero propósito de
encontrar un nicho en las estructuras gubernamentales que garantizan recursos,
puntos salariales, escalafón y reconocimiento, es necesaria una cruzada para
recuperar la plena vitalidad del arte musical en todas las fases de su existencia:
como invención y como teoría; la primera al servicio de la creación y la segunda
orientada hacia la formación de nuevas generaciones de músicos. En ambos
casos se trata de la creación de mecanismos que permitan generar acciones
comunicativas; acciones que se producen solamente cuando hay fluidez en los
eslabones que conforman la cadena creativa: el compositor, el intérprete y el
público. Un consenso racional en el campo teórico, entendido como el campo de
la reflexión y la formación, tiene que revisar los criterios de eficacia y eficiencia
que se han enquistado en la educación, la pública y la privada. No creo que sea
19
Le Teoría de la recepción surgió en el campo exclusivo de la literatura. Actualmente se ha llevado
esta vertiente filosófica a diferentes aspectos de la música.
posible la educación sin puntos de referencia en los paradigmas y cánones de la
cultura; no podemos seguir aceptando una situación en la que se convierte en
vergüenza la cultura profunda y en irrisión la verdad. Nuestras aulas de clase
se han llenado de la ramplonería de un relativismo que predica que todo se
vale, que todo es bueno, que cualquier opinión es interesante. Muchos docentes
parecen activistas –a veces sin saberlo- de esa ideología que se abrió campo en
la etnomusicología y que proclama que todas las culturas tienen el mismo valor
y que no hay nada que se pueda considerar superior o inferior. En medio de esa
objetividad ilusoria no quedan problemas por resolver; es la calma chicha en la
que no se mueve ni el viento de la verdad ni el viento de la mentira. El siglo XX
ha sido suficientemente problemático como para que la academia del siglo XXI
viva como alelada en el país de cocaña del cuadro de Brueghel y de la escala de
Do mayor de los solfeos de Lavignac.
Bibliografía