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LIBERTADORAS BER
4

TA
De la Patria Grande

DO
Cuadernos de
1. Introducción

2. Micaela Bastidas “Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo”

3. Bartolina Sisa la generala aymara

RAS
LIBERTADORAS de la Patria Grande
4. Juana Ramírez la avanzadora

5. Manuela Sáenz envuelta en amores y revolución De la Patria Grande


6. Juana Azurduy la amazona de la libertad

7. Magdalena Güemes y las mujeres de la resistencia salteña

4
Cuadernos de

4
Cuadernos de

María Paula García


LIBERTADORAS DE
LA PATRIA GRANDE
María Paula García
LI
BER
TA
DO
RAS
De la Patria Grande

María Paula García

4
Cuadernos de
Edición y corrección: Ulises Bosia
Diseño de tapa y de interiores: Ignacio Fernández Casas
Ilustración de tapa: Paola Gigante

Se terminó de editar en junio de 2016 en la Ciudad


Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

Cuadernos de Cambio es una publicación de Patria Grande


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Patria Grande
Patria Grande
contacto@patriagrande.org.ar
www.patriagrande.org.ar

Se autoriza la reproducción parcial o total, siempre y


cuando sea sin fines de lucro y se cite la fuente.
ÍNDICE
1. Introducción

2. Micaela Bastidas “Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo”....... 15

3. Bartolina Sisa la generala aymara................................................................................27

4. Juana Ramírez la avanzadora..........................................................................................37

5. Manuela Sáenz envuelta en amores y revolución..................................................45

6. Juana Azurduy la amazona de la libertad..................................................................57

7. Magdalena Güemes y las mujeres de la resistencia salteña.......................... 69


1. INTRODUCCIÓN
Se cumplen 200 años de la declaración de la independencia
de nuestro actual territorio. Sin embargo hay tantos bicentenarios
como lecturas e interpretaciones del mismo, porque ellas son un
campo de disputa. Qué se lee y cómo, qué se narra y de qué manera,
dónde se pone el foco y dónde no, quiénes son protagonistas y quié-
nes no, son elecciones que se toman. Siempre.
Cuando titulamos a este cuaderno Libertadoras de la patria
grande la intención fue desafiar las lecturas tradicionales de la his-
toria. Una historia oficial donde los abanderados indiscutibles de
la gesta independentista fueron siempre varones y sólo ellos han
merecido el honor de ser nombrados Libertadores. Una historia no
casualmente fragmentada y construida en base a hechos que pare-
cen haberse producido por la simple voluntad de estos héroes con-
vertidos en bronce.
En la extensa historiografía disponible sobre esta gesta, casi
nunca se mencionan los roles cumplidos por las mujeres, sus his-
torias de vida, su participación en los procesos. Las mujeres y su
diversidad y los sectores subalternos, populares, dependientes, no
fueron considerados sujetos de acciones relevantes y sus nombres
fueron ignorados o eliminados de la transmisión histórica, generan-
do una grave orfandad en la construcción de nuestras identidades.

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Cuadernos de Cambio nº4

La independencia de la corona española no fue un momento


y mucho menos un momento exclusivo de nuestro territorio: fue
un largo proceso político, social y cultural, en el que hubo lucha,
resistencia y guerra. Fue un proceso continental, nuestroamericano.
La emancipación de nuestros pueblos maduró a través de
siglos de sufrimiento y genocidio. Porque la conquista europea se
impuso a sangre y latigazos, a trabajo forzado y sometimiento, con
la espada y con la cruz. A medida que el poder colonial se extendía,
se fue configurando a la par una sociedad dividida en diversos estra-
tos bajo un mismo yugo: a los pueblos originarios ya de por sí muy
diversos que habitaban el continente, se fueron sumando españoles
y españolas, criollos y criollas nacidos en estas tierras, esclavas y
esclavos comerciados desde África. El mestizaje complejizó toda-
vía más esa realidad, pero, a diferencia de la visión romántica que
muchas veces se intentó imponer, el mestizaje no fue romántico. En
parte también fue el fruto de violaciones sistemáticas.
La conquista fue la apropiación de territorios y el saqueo de
bienes naturales, y al mismo tiempo la apropiación de los cuerpos
de las mujeres. La imposición de un capitalismo depredador fue
inseparablemente la imposición de un sistema racista y patriarcal
violento, que colonizó, dominó y disciplinó a las poblaciones con-
sideradas subalternas por la Corona y especialmente a las mujeres,
tanto originarias como criollas y afrodescendientes.
El proceso independentista fue naciendo de las ideas revo-
lucionarias de tantísimos hombres y mujeres intelectuales, de jefes
militares que lideraron las operaciones armadas y de políticos que
decidieron tomar las armas, de amplios sectores del pue blo domi-
nado y violentado que vio en la lucha contra el enemigo opresor la
esperanza de una vida mejor. El carácter de la independencia fue
nuestroamericano y popular.
Las mujeres, o bien no aparecen en la historia oficial o apa-
recen como excepciones, retratadas bajo estereotipos machistas,
como hijas, madres, hermanas, amantes o esposas, casi siempre por
fuera de contexto en el proceso independentista. Muy pocas han te-
nido nombre propio e incluso no todas se mencionan; en general

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Libertadoras de la Patria Grande

sólo se ha reivindicado el valor de las damas criollas e invisibilizado


a las mujeres del pueblo. Y no podía ser de otra manera. Porque las
clases dominantes han construido una historia afín a su sistema de
dominación: colonial, capitalista, racista y patriarcal. Sin embargo
creemos que es posible calzarse otros lentes, ver otras cosas y re-
construir otra historia.
Las mujeres en su gran diversidad estuvieron allí, y no como
excepción. Originarias, mulatas, zambas, criollas y afrodescendien-
tes. Todas tenían razones para luchar contra los conquistadores y
sin su aporte nada hubiera sido posible.
Nombrarlas libertadoras implica el desafío de deconstruir la
idea de una patria que sólo tuvo padres y en donde las mujeres, en el
mejor de los casos, sólo cosieron banderas y uniformes o sólo arro-
jaron aceite caliente desde los techos.
Pero también, hablar de libertadoras de la patria grande es
un intento de ir más allá de la simple incorporación de las mujeres.
Liberarnos de las narraciones funcionales al sistema no puede sig-
nificar proponer otra construida en base a sumatorias. Ser feminis-
tas populares es precisamente asumir este reto: rescatar a las mu-
jeres permite dotarnos una lectura integral de la lucha de nuestros
pueblos por la emancipación.
Libertadoras de la patria grande intenta aportar en este
sentido. Sólo asumiendo una mirada integral puede verse que las
mujeres, de muy diversos orígenes étnicos y de clase, fueron parte
del proceso independentista a través de muy variadas acciones. Que
fueron protagonistas, e incluso, en muchos casos, motores de líneas
de acción y pensamiento más radicalizadas que la de los varones.
El enemigo lo sabía. Por eso, cuando le fue posible las torturó sin
piedad. Ser mujeres no las libró de la venganza. De igual manera lo
sabían los libertadores. Hombres de la talla de Bolívar, San Martín,
Belgrano o Güemes, entre otros, supieron reconocer el valor y el
aporte de las mujeres del pueblo.
Los capítulos que siguen hablan de algunas de ellas. Queda-
ron afuera una gran cantidad y ello será motivo, ojalá, de próximos

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Cuadernos de Cambio nº4

cuadernos. No obstante las que elegimos son representativas de un


proceso histórico en el que hubo muchas más.
Rescatar la vida de estas mujeres en este bicentenario es un
acto de justicia frente al anonimato y a la invisibilización. Si bien
todas fueron diferentes entre sí, tuvieron en común la valentía, el
coraje, el haber asumido desafíos no permitidos o no esperados
para las mujeres de su época y condición. Y también fueron muje-
res con cuerpo de mujer, con olores de mujer, con deseos, amores
y pasiones. Ellas amaron a sus hijos, pero igualmente amaron a su
pueblo y amaron a sus hombres. Combatieron literalmente contra
el enemigo opresor y a la vez debieron imponerse al interior de sus
propios movimientos revolucionarios y luchar contra todo tipo de
prejuicios, a veces con los líderes que no las escuchaban. Luchando
por su libertad nos liberaron a todos y todas. Y las que no fueron
ejecutadas murieron solas, en la más triste pobreza o sin reconoci-
miento alguno.
Ponerlas de esta manera humaniza a la historia y humaniza
al mismo tiempo a esos hombres que la historia oficial inmortalizó
como de bronce y llenos de virtudes. Así, veremos hombres que pe-
learon y dejaron todo por la causa de la libertad, pero que dudaron,
sufrieron, se obstinaron y hasta se arriesgaron por amor. Muchos
que anhelaban un futuro mejor para sus pueblos tanto como el vol-
ver a las camas a hacer el amor con sus mujeres. La historia oficial
ha omitido también, en definitiva, el componente amoroso y sexual
de todo proceso revolucionario.
En los últimos años, los procesos de lucha contra el neoli-
beralismo en nuestramérica, encarnados en figuras como Hugo
Chávez o Evo Morales, significaron una reivindicación del papel
histórico de las mujeres en la lucha por la libertad de nuestros pue-
blos. Reconocer que estas mujeres marcaron nuestra historia es
vital para avanzar en el reconocimiento actual de la participación
de las mujeres en la vida social y política latinoamericana. Nuestro
feminismo popular y latinoamericano se reconoce en ellas. Lleva la
honda de Bartolina, la espada de la Juana Ramírez y de la Azurduy,
la dignidad de Micaela, el pensamiento estratégico y feminista de

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Libertadoras de la Patria Grande

Manuela, el coraje de la Juana Moro y la determinación inflexible


de la Macacha.
Su lucha es nuestra lucha, sobre todo porque fue parte de la
que todavía aún libramos: la de la segunda y definitiva independen-
cia de nuestra patria grande.
Quiero agradecer especialmente la valiosa colaboración de
Mariel Martínez en la elaboración de este cuaderno. Sin su ayuda y
sus consejos no hubiera sido posible.

M. Paula G.

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2. Micaela
Bastidas: "Por
la libertad de
mi pueblo he
renunciado a
todo.”
…“Esta mañana voy a morir y no me asusta. Hace tiempo
que la muerte está caminando conmigo. A pesar de que estaré
en todas partes y en ninguna, extrañaré un poco las costumbres
de mi pueblo. Eso de ser llorada en Tungasuca, Pampamarca
y Surimana, de quedar entre las mantas más bellas apretadas
como un niño, con guirnaldas de flores sobre el pecho y salir al
cementerio de la iglesia con el señor cura por delante con capa
de oro, incensario y la cruz alta. Ayer noche no he podido dor-
mir tratando de coger los recuerdos más queridos. Viéndome en
Surimana, bordeando sus veredas de Qantus rojos, evocando
a mi madre en las aventuras de Marcos, el atoq, y Dieguillo, el
huk’ucha: amarrando a mis hijos recién nacidos con el chunpi
de los guerreadores Canas; escuchando de lejos el Ángelus de
las campanas sobre el campo; o subiendo el Q’oyllur Rit’i, para
dejar mi primer allwi en las faldas de la gran “estrella de nieve”,
sin saber que alumbraría mi camino hasta la horca, porque ella
me está dando la paz que ahora siento. Porque quiero creer que
seguirá proyectando su luz sobre mi pueblo para otro amanecer.
Porque quiero confiar en que esta muerte tiene que ser fecunda y
que al librarnos de ella saldremos victoriosos. Otros días y otros
hombres vendrán a realizar lo nuestro. Así tiene que ser.”

Habla Micaela, Alfonsina Barrionuevo (Fragmento)1


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Cuadernos de Cambio nº4

Estas palabras de Micaela son ficticias. Se las imaginó la es-


critora cuzqueña Alfonsina Barrionuevo plasmándolas en su novela
Habla Micaela. Pretendió escribir una biografía, pero lo poco que
se sabe de la vida de Micaela Bastidas dificultó la tarea. Entonces se
inspiró para hacerla hablar a partir de lo que sus enemigos hicieron
con ella y dijeron sobre ella. Que hable Micaela es todo un símbo-
lo, justamente porque sus verdugos determinaron que antes de ser
ahorcada se le corte la lengua.
En mayo de 1781 Micaela Bastidas fue encontrada culpable
al finalizar el juicio conducido por Benito María de la Mata Linares
y Vásquez Dávila. El visitador José Antonio de Areche pronunció la
sentencia:

“Condeno a Micaela Bastidas a la pena ordinaria de muer-


te, con algunas cualidades y circunstancias que causen terror y es-
panto al público, para que a vistas del espectáculo se contengan los
demás y sirva de ejemplo y escarmiento. Y la justicia que le man-
do a hacer es que sea sacada de este cuartel donde se halla presa
arrastrada por una soga atada al cuello, atados pies y manos, con
voz de pregonero que publique su delito, siendo llevada de esta for-
ma al lugar del suplicio en donde se halla un tabladillo en que por
su sexo y en miras de la decencia, se le sentará y ajustará el garro-
te, cortándole allí la lengua. Inmediatamente se le hará morir con
el instrumento, lo que verificado se le colgará en la horca, sin que
de allí se le quite hasta que se mande. Y luego será descuartizado
su cuerpo, llevando su cabeza al cerro de Picchu, donde será fijada
en una picota con una tarja que indique su delito; un brazo a Tun-
gasuca, otro a Arequipa, una pierna a Carabaya, y la otra a Tinta.
Conduciendo lo restante del cuerpo al cerro de Picchu, donde será
quemado junto con el resto del cuerpo de su marido en el brasero
que estará allí.”2

Además de la brutal ejecución, se impartió la orden de extin-


guir toda su descendencia hasta el cuarto grado, arrasar todas sus

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Libertadoras de la Patria Grande

pertenencias y demoler su casa de Tungasuca, exigiendo que, de allí


en adelante, no se erija ni edifique casa o habitación alguna.
¿Qué había hecho esta mujer de 37 años para ser sometida a
tanta crueldad? ¿Quiénes fueron su marido, sus hijos y varios de los
suyos que corrieron la misma suerte?
Micaela Puyacawa nació en 1744. Dentro de la racista catego-
rización colonial era considerada zamba, por ser afrodescendiente
por parte de padre y quechua por vía materna. Nació en el actual
territorio de Perú, pero dos localidades se disputan el honor de ha-
berla visto nacer. Si bien durante el juicio previo a su muerte decla-
ró haber nacido en Pampamarca, Cuzco, otras fuentes sostienen que
habría nacido en Tamburco, provincia de Abancay.
Se sabe muy poco de sus primeros años de vida: siendo muy
pequeña, Micaela y sus hermanos, Antonio y Pedro, quedaron huér-
fanos de padre; era analfabeta y hablaba quechua.
Se casó a los 15 años con José Gabriel Condorcanqui, un rico
propietario de haciendas y minas cuya principal actividad era el
arrieraje. Con sus más de trescientas mulas recorría frecuentemente
el camino entre Cuzco y el Alto Perú. Tuvieron tres hijos: Hipólito,
Mariano y Fernando.
Micaela y José Gabriel eran muy diferentes: mientras que él
pertenecía a la nobleza indígena y fue educado en prestigiosos cole-
gios regenteados por jesuitas, ella tiene un origen muy humilde; no
lee, no escribe, apenas entiende el español.
Las autoridades españolas mandaron a destruir todos los re-
tratos que había de ellos después de sus ejecuciones, pero por al-
gunos escritos pudieron reconstruirse sus figuras. Se dice que José
Gabriel era alto, fornido, de pelo largo, penetrantes ojos negros y
nariz aguileña. Y de ella hay menos referencias: mujer delgada, de
ademanes enérgicos, finísimo cuello y belleza singular.
José Gabriel adoptaría años después el nombre de Túpac
Amaru II en honor de su antepasado, el Inca de Vilcabamba, reivin-
dicándose como su último descendiente. Llamándose así, iniciaría
en noviembre de 1780 la mayor rebelión anticolonial que se dio en

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Cuadernos de Cambio nº4

nuestro continente durante el siglo XVIII. Micaela sería mucho más


que su esposa y compañera.
La rebelión liderada por Túpac Amaru II no fue un hecho
aislado. Desde hacía tiempo se venían dando revueltas en las que
muchos caciques, incluso descendientes del Inca como Túpac Ama-
ru I, agotaron sus esfuerzos realizando peticiones pacíficas a corre-
gidores, virreyes y a la Corona misma. Protestaban ante los abusos
y exigían la restitución de sus derechos, la abolición de los trabajos
forzados en la mita, la corrección de los altísimos tributos y la sus-
pensión de la compra forzosa de mercaderías traídas desde España,
que no tenían utilidad alguna para los pueblos originarios.
José Gabriel viaja en 1777 a Lima y, contando con el apoyo
de otros caciques, solicita a las autoridades virreinales el estable-
cimiento de una audiencia en el Cuzco: sostiene que es imprescin-
dible alguna instancia judicial en la región que controle los abusos
españoles hacia las poblaciones nativas. Pero sus pedidos no son
escuchados y su título de descendiente de los incas es desconocido.
Este viaje le sirve para darse cuenta del verdadero rostro de los es-
pañoles. En palabras de Micaela, a José Gabriel se le habría abierto
la cabeza en Lima.
La paciencia se estaba terminando y con Túpac Amaru II se
daría, parafraseando al escritor Luis Valcárcel, una verdadera tem-
pestad en los Andes. Tres años después del viaje a Lima, la rebelión
se inicia con la captura del corregidor español Antonio de Arriaga:
se lo juzga por sus abusos en un juicio popular y se lo termina ahor-
cando en plena plaza de Tungasuca. Era sólo el comienzo.
Micaela estuvo decidida desde el primer momento y tanto su
familia como la de José Gabriel se involucran en el proceso.
Túpac Amaru II obtiene su primera gran victoria en la batalla
de Sangarará: los realistas intentaron sofocar el levantamiento con
un ejército de dos mil hombres al mando del corregidor Fernando
de Cabrera, pero un batallón de seis mil rebeldes salido de Tunga-
suca los derrotó completamente.
Un levantamiento que comenzó contra los abusos y el mal
gobierno, contra la mita y los excesivos impuestos, se fue radicali-

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Libertadoras de la Patria Grande

zando poco a poco. Y al tomar cada vez más un curso campesino y


anti realista, va a provocar que mestizos, algunos criollos y ciertos
caciques le quiten el apoyo. Los blancos empiezan a sufrir la confis-
cación de sus posesiones, la destrucción de sus haciendas y obrajes.
Y el quiebre será total con la quema de la Iglesia de Sangarará donde
se habían apertrechado los realistas sobrevivientes de la batalla y se
negaban a entregarse.
Las tropas españolas estaban desconcertadas y Micaela pro-
pone atacar la ciudad del Cuzco a sangre y fuego. Terminarlos antes
de que pudiesen reaccionar. Pero su marido no está de acuerdo y
prefiere extender la rebelión hacia otras zonas.
En diciembre de 1780, esta diferencia entre ambos quedará
expresada en la carta que le escribe Micaela3:

Chepe mío,
Tú me has de acabar de pesadumbre, pues andas muy des-
pacio paseándote en los pueblos y más en Yauri, tardándote dos
días con gran descuido, pues los soldados tienen razón de aburrir-
se e irse cada uno a sus pueblos. Yo ya no tengo paciencia para
aguantar todo esto, pues yo misma soy capaz de entregarme a los
enemigos para que me quiten la vida, porque veo el poco anhelo
que ves en este asunto tan grave, que corre en detrimento la vida
de todos y estamos en medio de los enemigos, que no tenemos hora
segura de vida y por tu causa están a pique de peligrar todos mis
hijos y los demás de nuestra parte. Harto te he encargado que no
te demores en esos pueblos, donde no hay que hacer cosa ninguna,
pero tú te preocupas en pasear sin traer a consideración que los
soldados carecen de mantenimiento, y aunque se les dé plata, esta
ya se acabará al tiempo, y entonces se retirarán todos despojándo-
nos desamparados, para que paguemos con nuestras vidas.
Tu Mica

Micaela maneja la parte logística del movimiento, administra


los recursos y sigue bien de cerca todos los movimientos militares.
Si bien es analfabeta, dispone de un escribano que toma nota de sus

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Cuadernos de Cambio nº4

pedidos, confecciona sus cartas y emite sus órdenes. Estaba conven-


cida de que las tropas realistas se rearmarían en el Cuzco y le va in-
formando a Túpac Amaru la situación casi día por día, reportándole
además qué pueblos le son leales y en cuáles se presume la traición.
Mientras él está en el sur tratando de extender la rebelión,
ella está al mando del campamento de Tungasuca: otorga salvocon-
ductos, administra las provisiones, envía cartas a otros caciques y
firma edictos como parte del gobierno rebelde. No era tarea fácil
dirigir la retaguardia: había que mantener disciplinados y ocupa-
dos a miles de hombres, hacer tareas de inteligencia y manejar una
compleja red de espías.
El liderazgo de Micaela es retratado por el historiador Carlos
Daniel Valcárcel de la siguiente manera:

“La cordura de sus acciones confirió a doña Micaela un


gran prestigio entre los suyos, como es notorio en los textos de nu-
merosas cartas enviadas por caciques, gobernadores y particula-
res. En ellas más que a la esposa del jefe se dirigen a la autoridad
superior, a la ‘Reina’ y le solicitan consejos para resolver varia-
dos problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes
provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando
ciertos asuntos administrativos, dando noticias sobre envíos de
hombres o movimientos sospechosos, remoción de autoridades o
apoyo económico, atendidos invariablemente con justo criterio y
raro tacto psicológico”.4

Ella nunca estuvo en el frente, pero hubo otras mujeres que


sí se destacaron en el combate, como Cecilia Túpac Amaru, prima
de Túpac Amaru, y Tomasa Tito Condemayta. Esta última fue una
de las cacicas más pudientes entre todos los miembros que confor-
maron la dirección del ejército rebelde: disponía de tierras, bienes
cuantiosos y un numeroso ganado que le permitía llevar una vida
holgada antes de la insurrección. Literalmente entregó y dejó todo
por la lucha contra el poder español, incluso abandonó a su marido,
el español Faustino Delgado, y a sus hijos Ramón, Lorenza y Maria-

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Libertadoras de la Patria Grande

no por seguir la causa. Tenía unos 40 años cuando se convierte en


una de las primeras que organiza su cacicazgo en aras de la insur-
gencia, moviliza a sus hombres a través de los varayoq (autoridades
de las comunidades campesinas) y pone a disposición su riqueza
para financiar y sostener el movimiento. Como cacica de Acos se
encarga de organizar la elaboración de rejones, picas y lanzas, pero
también participa directamente de la insurrección dirigiendo los
ejércitos rebeldes, avanzando en la primera línea de fuego.
Entre noviembre de 1780 y marzo de 1781, Micaela le envía a
Túpac Amaru alrededor de veinte cartas. Algunas son comunicacio-
nes de guerra y en otras le pide que tenga cuidado hasta de quiénes
lo alimentan. Teme que pueda ser envenenado.
Quiere que apure su retorno a Tungasuca para sitiar el Cuzco
de una vez por todas, ya que las fuerzas realistas avanzan preten-
diendo cercarlos. Cuando finalmente llega, en enero de 1781, ya era
demasiado tarde: la ciudad se había convertido en un bastión rea-
lista y no recibe apoyo alguno de mestizos, criollos ni originarios.
Luego de la batalla de Chinchina, en Tinta, el 6 de abril de
1781, Túpac Amaru cae prisionero al día siguiente, cuando se retira-
ba camino a Langui en una emboscada, clara traición urdida por sus
propios colaboradores. El mismo día Micaela es capturada junto a
sus hijos Hipólito y Fernando cuando se disponían a partir camino
a Livitaca, también traicionados. Junto a la familia de Micaela caen
también prisioneros la cacica Tomasa Tito Condemayta, Cecilia Tú-
pac Amaru y el más leal colaborador de Túpac Amaru, el negro An-
tonio Oblitas, entre otros tantos integrantes del movimiento.
Todos son llevados a Cuzco, encadenados. La ciudad entera
presencia la entrada de los prisioneros llevados a cabeza descubier-
ta. El visitador Areche los invita a que se despidan. Sólo volverán a
verse en el patíbulo.
Areche llegó a ir al calabozo de Túpac Amaru para exigirle, a
cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión.
Pero él sólo le responderá con desprecio: “Nosotros dos somos los
únicos conspiradores; Vuestra merced por haber agobiado al país
con exacciones insoportables y yo por haber querido libertar al pue-

21
Cuadernos de Cambio nº4

blo de semejante tiranía. Aquí estoy para que me castiguen solo, al


fin de que otros queden con vida y yo solo en el castigo.”
Micaela también fue sometida a un largo martirio con el obje-
tivo de doblegarla para que delate a los que aún seguían impulsando
la insurgencia armada. Ninguno de los dos delató a nadie, se guar-
daron para ellos el nombre y la ubicación de sus compañeros. To-
dos fueron condenados a muerte, excepto el hijo menor de ambos,
Fernando, de 12 años, que fue obligado a presenciar las ejecuciones.
El 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza del
Cuzco con las milicias, se procedió a la ejecución de los prisioneros,
entre ellos varios capitanes, Antonio Oblitas (que ahorcó al general
Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru, Tomasa Tito
Condemayta, Hipólito Túpac Amaru -hijo de Micaela y Túpac Ama-
ru-, Micaela Bastidas y el mismo Túpac Amaru. Todos fueron sa-
liendo de a uno, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos
en unos zurrones, como esos en que se trae la yerba del Paraguay,
y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados por
sacerdotes y custodiados por la guardia, fueron llegando al pie de
la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes
muertes: al zambo y al hermano de Micaela, Antonio Bastidas, se les
ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente,
y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la
escalera de la horca. A la cacica Condemayta se le dio garrote. Luego
Micaela y Túpac Amaru debieron ver con sus ojos la ejecución de su
hijo Hipólito, también en la horca.
Después subió al tablado Micaela, donde en presencia del
marido se le cortó la lengua y se le dio garrote, en el que padeció
hasta el infinito, porque teniendo el cuello muy delgado el torno no
podía ahogarla; entonces los verdugos, echándole lazos al cuello,
tirando de una a otra parte, y dándole patadas en el estómago y pe-
chos, la acabaron de matar de esa manera.
El salvaje espectáculo terminó con José Gabriel, quien vio
morir a todos sin delatar a nadie, aún cuando le arrebataron a su
hijo y a su Mica, con quien estuvo unido durante veinte años, hasta
el final. Lo sacaron a la plaza, le cortaron primero la lengua y más

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Libertadoras de la Patria Grande

tarde, despojado ya de los grillos y las esposas, lo pusieron en el


suelo. Le ataron las manos y los pies a cuatro lazos, y asidos éstos a
las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro dis-
tintas partes: un espectáculo jamás visto en la ciudad.
Narra el historiador Valcárcel que en ese momento el peque-
ño Fernando Túpac Amaru, obligado a presenciar el sacrificio de sus
padres y hermanos, “dio un grito tan lleno de miedo y angustia que
por mucho tiempo quedaría en los oídos de aquellas gentes...”
Los cuerpos de José Gabriel y Micaela se repartieron por par-
tes en diversas zonas y el resto fue llevado a Picchu, a una hoguera
en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas que se arrojaron al
aire y al riachuelo que allí corre.
El hijo restante, Mariano, fue capturado días más tarde y jun-
to con su hermano Fernando fueron desterrados de por vida a presi-
dios de África. Juan Bautista Túpac Amaru, medio hermano de José
Gabriel, fue el único descendiente vivo.
A partir de allí, los españoles mandaron a quemar todo vesti-
gio de la familia, prohibiendo incluso hablar en quecha y bautizar a
los niños con nombres indígenas.
La brutal ejecución sólo tiene una explicación: crear el terror
para que nada de ello volviera a repetirse. Y el ensañamiento parti-
cular que el poder colonial descargará sobre Micaela es también un
llamado de atención para todas las mujeres, para que a ninguna se
le ocurriera alguna vez volver a levantarse.
Sin embargo, en palabras del poeta Alejandro Romualdo, la
brutalidad también evidencia el inicio de la decadencia de un régi-
men que caería décadas después.
En la rebelión conducida por Túpac Amaru II y Micaela Bas-
tidas perderán la vida unas cien mil personas. Micaela representa
a las miles de mujeres que lucharon por la justicia, sacrificando su
vida por la libertad y la dignidad de su pueblo.

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Cuadernos de Cambio nº4

Notas
1. Barrionuevo Alfonsina (2015), Habla Micaela, Cuzco, Perú, Dirección Des-
concentrada de Cultura de Cusco, Ministerio de Cultura.
2. Ferreyra, Norma Estela (2013), Próceres de papel y héroes olvidados en la
independencia argentina, Argentina, Lulu.com.
3. Guardia Sara Beatriz (2012), Micaela Bastidas y las heroínas de la inde-
pendencia del Alto Perú, en Visiones de la Independencia Americana,
Subalternidad e Independencias, Madrid, España, Ediciones Universidad
de Salamanca.
4. Valcárcel, Carlos Daniel (1973), “Micaela Bastidas”, en La Rebelión de Tu-
pac Amaru, Lima, Perú, Peisa.

Para profundizar recomendamos


García Jordán Pilar e Izard Miquel (1991), Conquista y resistencia en la his-
toria de América, Barcelona, España, Publicaciones de la Universidad de
Barcelona.
Mires, Fernando (2005), La rebelión permanente: las revoluciones sociales
en América Latina, Argentina, Siglo XXI Editores.

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3. Bartolina
Sisa: la generala
aymara

Bartolina Sisa, mujer


Eres fuerte como la tierra
Bartolina Sisa, mujer
Tu sangre es nuestra sangre
Las que vestimos allmillas y aqsus
Siempre te recordamos
Bartolina Sisa, mujer
Eres el aroma de nuestra tierra
De ti siempre nos recordamos
Amada Bartolina
Contigo Bartolina
Muchas veces sueño
Tu sangre también es mi sangre
Amada Bartolina

Luzmila Carpio

27
Cuadernos de Cambio nº4

Corre el mes de junio de 1781. Apenas pasaron semanas de la


ejecución de Micaela Bastidas, José Gabriel Condorcarqui y varios
de los suyos, y los habitantes de la ciudad de La Paz están desespe-
rados. Hace más de 100 días que están sitiados por tropas ayma-
ras alojadas en El Alto bajo el mando de Túpac Katari. Desde allí
bajan y realizan ataques diarios con hondas y piedras, asaltan las
viviendas de los alrededores, destruyen las acequias y evitan que los
alimentos lleguen a la ciudad. La falta de alimento hace que 30 mil
almas distribuidas en apenas 20 manzanas recurran a lo que sea;
hasta las mulas comienzan a comerse y miles empiezan a morir por
infecciones. Pero el cerco se mantiene y las milicias españolas sólo
pueden resistir.
Finalmente, llega un ejército de apoyo español, al mando de
Ignacio Flores. “¿Quién está al mando de los rebeldes?”, preguntó.
“Responden al líder Túpac Katari, señor”, le expresan tímidamente.
“¿Túpac Katari?”, dice Flores, incrédulo, “si tenemos noticias de que
se alejó hacia el norte para reorganizar tropas dispersas”, aseguró.
“Es cierto señor, pero dejó a su esposa al mando”, susurró un rea-
lista en voz muy baja. “¿Me están diciendo que no pudieron romper
el cerco de un par de indios con hondas bajo el mando de una mu-
jer?” gritó encolerizado José Ignacio Flores de Vergara y Ximénez
de Cárdenas. “Sí, señor, no pudimos; parece que ella es peor que el
marido”, apenas atinaron a decir.
Esa mujer de profundos ojos negros y de sólo 25 años de edad
era Bartolina Sisa. Aymara de pura cepa.
Como muchas, Bartolina no escapa del mote de “la mujer de”;
durante mucho tiempo la historia oficial la nombrará como la mu-
jer compañera de Túpac Katari, uno de los líderes más importantes
de las rebeliones contra la dominación española en el siglo XVIII.
Tampoco escapó del racismo, y fue llamada “chola” o “concubina”,
todos intentos por nombrarla sin nombre y todos pronunciados con
el mismo rencor.
Muy contrariamente a esa imagen, Bartolina ocupó un lugar
propio gracias a su contribución política y militar: al mando de sus
propias tropas logró asombrar tanto a los suyos como a los enemi-

28
Libertadoras de la Patria Grande

gos. El punto más álgido de esa lucha fue el sitio de la ciudad de La


Paz en 1781, donde al principio lo dirigió junto a su marido y luego
lo mantuvo sola. Justamente, al saberse que el asedio lo comandaba
una mujer, se envía un primer ejército para romperlo. Sin embargo
Bartolina resiste y logra triunfar con hondas y piedras contra un
enemigo que portaba armas de fuego. Es recién después de casi tres
meses de cerco que el ejército español comienza a debilitarse por
hambre, y la Real Audiencia de Charcas, al enterarse, envía 1.700
hombres para ponerle punto final.
Era ella quien organizaba a la gente, controlaba la provisión
de víveres, recorría los diferentes campamentos y otorgaba los per-
misos para que las personas pudieran desplazarse a través del terri-
torio rebelde.
Algunas historiadoras como Marina Ari Murillo, intelectual
afro-indígena, sostiene que:

Bartolina provenía de la línea de las Mama T’allas, mujeres


autoridades a la par de los hombres que tenían incluso divinida-
des femeninas propias. Mujeres inteligentes, laboriosas, guerreras
que eran contempladas con respeto dentro de la filosofía Aymara
de los opuestos complementarios. Lo femenino y masculino como
complementariedad necesaria para el equilibrio. La solidaridad
como principio extendido a las relaciones ser humano y natura-
leza, hombre y mujer, cosmos y tierra. La solidaridad del Ayllu.1

Reconociendo estas características, es necesario destacar la


absoluta novedad que representa el caso de una mujer que ejerce
una actividad generalmente reservada a los hombres: la guerra. Bar-
tolina cumplía con las pautas tradicionales de reciprocidad entre el
estado y las comunidades, y al mismo tiempo con el desempeño de
funciones atribuidas a los varones, como los cargos de autoridad y
de guerra. Encarna tradiciones andinas milenarias pero también las
transforma.
No hay acuerdo preciso sobre fecha y lugar exactos de su na-
cimiento. Algunos historiadores señalan agosto de 1753 en la co-

29
Cuadernos de Cambio nº4

munidad de Sullkawi, del ayllu del mismo nombre; otros afirman


agosto de 1750 en el ayllu de Uquri Q’ara Qhatu de la comunidad de
Sullkawi, provincia Loayza del departamento de La Paz, actual Bo-
livia. Lo que sí se sabe es que fue un 24 de agosto y que por ello sus
padres, José Sisa y Josefa Vargas, le pusieron Bartolina: por el san-
toral católico que establece ese día como el día de San Bartolomé.
Sus padres eran aymaras originarios del Alto Perú, y vivían
del comercio de la coca y los tejidos, actividad que les permitía li-
berarse del sometimiento al que estaban condenados todos los pue-
blos originarios de esas tierras. Es esa vida la que lleva a Bartolina a
recorrer muchas ciudades, pueblos, comunidades, minas, cocales, y
a conocer de primera mano la situación de sus hermanas y herma-
nos sometidos al yugo español. El comercio de la coca era próspe-
ro debido a que los indígenas necesitaban ansiosamente la sagrada
hoja de coca para mitigar la fatiga y el hambre. De todas maneras, la
ganancia era muy poca; aunque se trataba de una hoja originaria de
esas tierras, debían pagar un alto tributo a los españoles para poder
comerciarla.
A los 19 años se traslada con su familia a Sica Sica, y habien-
do ya adquirido experiencia en el comercio, se independiza, algo
muy peculiar en una mujer muy joven y soltera. Bartolina, descrita
como alegre, muy atractiva, esbelta, de piel morena y ojos negros,
no necesitaba de un hombre para sobrevivir económicamente.
Allí en Sica Sica conoce a Julián Apaza. Él también era comer-
ciante de coca, luego de haber realizado durante años trabajo forza-
do en la mita de las minas de Oruro. Debió dejar la mita e incluso la
ciudad porque lo iban a matar: organizaba a los indígenas para que
rechazaran las extenuantes jornadas de trabajo y el maltrato.
Cuando les llegan las noticias sobre los masivos levantamien-
tos de indígenas, mestizos y criollos pobres contra el poder colonial,
deciden sumarse a la causa organizando a los suyos. El proyecto de
Julián y Bartolina fue sitiar La Paz hasta que los realistas se rindie-
ran. El 13 de marzo de 1781, al frente de veinte mil hombres y muje-
res, empezaron las acciones militares. Para junio, se habían sumado
casi cien mil.

30
Libertadoras de la Patria Grande

Julián fue proclamado virrey del Inca, por lo cual adoptó el


nombre de guerra Túpac Katari. Bartolina, por méritos propios, fue
nombrada virreina. Las crónicas de la época la describen como una
generala en falda, una jefa, política y militar que dominaba el ku-
rawa (la honda) y el fusil y sabía montar caballos. También como
alguien que dispuso a sus tropas bajo tácticas novedosas: aunque
tenían la superioridad numérica, había que compensar la falta de
armas de fuego con las cuales atacaban los españoles.
En marzo de 1781 comienza el sitio de la ciudad de La Paz.
El ejército español, al mando de Sebastián Segurola, construyó una
gran muralla defendida también por milicias de civiles criollos jun-
to con los soldados. Desde allí podían verse las hogueras nocturnas
encendidas por los campamentos rebeldes en los cerros, mientras
repercutía el son de “pututus”, instrumentos andinos de viento con-
feccionados con una caracola que emitían un sonido muy potente.
Se combatía de día y de noche: los españoles tenían armas de fuego,
pero los rebeldes aymaras utilizaban piedras y propagaban incen-
dios a través de proyectiles de lana ardiendo lanzados con hondas.
El cerco se mantiene y los pobladores de La Paz comienzan a
morir de hambre y de infecciones. Una vez que Túpac Katari se aleja
de los campamentos y va hacia el norte a reagrupar tropas, Bartoli-
na queda a cargo. Cuando el jefe militar español comprueba que es
una mujer la que está al frente de las fuerzas enemigas, recluta a la
mayoría de hombres de la ciudad y trata de romper el cerco coman-
dado por ella. Pero tiene que retirarse.
En junio los realistas embisten a las tropas de Túpac Katari
en el norte y, si bien no lo derrotan, lo obligan a replegarse. Al mis-
mo tiempo, llegan a La Paz los refuerzos españoles.
Los conquistadores habían aprendido varias lecciones en la
guerra contra los levantamientos indígenas, especialmente contra
Túpac Amaru: sabían que no alcanzaban las armas de fuego y la
superioridad numérica; había que manipular al adversario, destruir
su moral, ganarlo u obligarlo a traicionar. Por ello comienzan a ex-
pandir el rumor de que las tropas de Túpac Katari habían sido de-
rrotadas y les ofrecen a los rebeldes abandonar el sitio de La Paz con

31
Cuadernos de Cambio nº4

la promesa de indultos para todos los que ayudaran a la captura de


los cabecillas.
Bartolina no cree en la noticia de la derrota, pero aún así de-
cide trasladar a sus tropas a zonas más seguras. Pero la traicionan:
algunos de los combatientes bajo su mando la capturan y la entre-
gan a los españoles el 2 de julio de 1781. Como era de esperar, los
traidores no recibieron indulto alguno, sino la cárcel y la muerte.
Los españoles todavía seguían sin creer que una mujer india
los hubiera enfrentado con tal bravura.
En La Paz Bartolina es recibida con insultos, escupitajos y
piedras. Estuvo presa más de un año, en una celda encadenada en la
que fue torturada y violada por haber humillado al poder. Castigos
duros que muchos no soportaron, muriendo antes.
Sólo hablaba aymara, motivo por el cual era interrogada por
un intérprete. Se intentó sacarle información bajo tormentos sobre
la insurrección. Pero no delató a nadie. Sólo afirmó: “Estoy presa
por organizar a la gente bajo las órdenes de mi esposo. Porque fo-
menté el sitio en su ausencia y porque capitaneé los combates”.
Su marido no la abandona nunca y continúa al mando de la
rebelión. Reagrupa a las fuerzas alrededor de La Paz y aprovecha la
ida de Flores para iniciar el segundo sitio a la ciudad, a principios
de agosto de 1781.
El 24 es el cumpleaños de Bartolina: los aymaras bailan y
marchan hacia las murallas con antorchas y pututus saludando a
la prisionera. Julián Apaza intenta incluso canjear prisioneros para
liberarla y amenaza con redoblar los ataques. Segurola le tiende una
trampa en octubre, sacando a pasear a Bartolina cerca de la línea de
asedio de los indígenas, sin grilletes, bien lavada, bien vestida, como
prueba de que vivía. Pero Julián no cae en el ardid. Sabe que aún si
él se entregara, a ella no la dejarían libre.
El cerco a La Paz se reorganiza, pero siete mil soldados llegan
para romperlo definitivamente. Tras un mes de intensos combates,
lo que no pudieron las armas enemigas lo logró otra traición: el 10
de noviembre Túpac Katari fue entregado.

32
Libertadoras de la Patria Grande

Luego de cuatro días de horribles torturas, sus extremidades


fueron amarradas a cuatro caballos hasta descuartizarlo. Bartolina
debió presenciarlo. Igual que a Tupac Amaru II, las partes de su
cuerpo fueron repartidas y exhibidas por varios lugares para que
sirviera de “escarmiento a los indios rebeldes”.
La sentencia dijo: “Ni al rey ni al estado conviene que quede
semilla, o raza de éste o de todo Túpac Amaru y Túpac Katari por el
mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los
naturales”.
Desde ese día, muchas voces comenzarán a repetir que las
últimas palabras de Túpac Katari fueron: “¡Yo muero hoy, pero vol-
veré y seré millones…!”.
Después de casi un año de encierro y sufrimiento diario, y sin
haber delatado a nadie de los suyos, al amanecer del 5 de septiem-
bre de 1782 fue ejecutada la guerrera aymara. El fundamento de la
sentencia afirmó:

“A Bartolina Sisa Mujer del Feroz Julián Apaza o Tupac Ka-


tari, en pena ordinaria de Suplicio, que sea sacada del Cuartel a la
Plaza mayor atada a la cola de un Caballo, con una soga al Cuello
y plumas, un aspa afianzada sobre un bastón de palo en la mano y
conducida por la voz del pregonero a la Horca hasta que muera, y
después se clave su cabeza y manos en Picotas con el rótulo corres-
pondiente, para el escarmiento público en los lugares de Cruzpata,
Alto de San Pedro, y Pampajasi donde estaba acampada y presidía
sus juntas sediciosas; y después de días se conduzca la cabeza a los
pueblos de Ayo-ayo y Sapahagui en la Provincia de Sica-sica, con
orden para que se quemen después de un tiempo y se arrojen las
cenizas al aire, donde estime convenir. (Archivo General de Indias.
Buenos Aires 319).

Y así lo hicieron. Los españoles debían acabarla así, pues


como había dicho la sentencia contra su esposo y la de Túpac Ama-
ru II, “de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo”. Lo mismo
ocurrió con su cuñada y amiga Gregoria Apaza; y junto a todos ellos

33
Cuadernos de Cambio nº4

un hijo de Túpac Katari y Bartolina, de diez años de edad, fue apre-


hendido y nunca más se supo de él. Se cree que los otros 3 hijos
lograron sobrevivir cambiándose el apellido.
Pasaron años, pero la semilla de la libertad no pudo ser aplas-
tada. Bartolina Sisa y toda la generación de rebeldes originarios de
nuestro continente no murieron en vano: al odio con el cual fueron
torturados y asesinados se les opuso una fuerza directamente pro-
porcional que los convirtió en inmortales. Renacieron una y otra
vez, en cada sublevación, en cada lucha contra el enemigo opresor.
El 5 de septiembre de 1983, el Segundo Encuentro de Organi-
zaciones y Movimientos de América reunido en Tihuanacu, Bolivia,
instituyó el Día Internacional de la Mujer Indígena, en honor de la
heroína Bartolina Sisa, reconociéndola como valerosa y aguerrida
mujer aymara brutalmente asesinada y descuartizada por haberse
opuesto a la dominación y la opresión de los conquistadores espa-
ñoles un 5 de septiembre de 1782.
En las elecciones presidenciales de 2005 Evo Morales ganó
con el 54% de los votos, asumiendo el poder en enero de 2006. Se
trata del primer presidente indígena de Bolivia, originario de un ay-
llu aymara del Altiplano y ligado a la hoja de coca. Desde siempre se
declaró heredero de Túpac Katari y Bartolina:

“Hermanas y hermanos, yo llego a la siguiente conclusión


sobre Bartolina Sisa: para mí Bartolina Sisa es la madre de las
madres anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas (…) y
el mejor homenaje que podemos hacerle es recuperando
sus principios, que eran una lucha anticolonial, y por tan-
to antiimperialista y anticapitalista, ésa era su lucha”2

La Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indíge-


nas Originarias de Bolivia3 lleva por nombre Bartolina Sisa. Cuen-
tan con más de un millón setecientas mil afiliadas, conocidas como
“las Bartolinas”. Hoy en día es imposible pensar en las transforma-
ciones estructurales y en la construcción del Estado plurinacional

34
Libertadoras de la Patria Grande

sin la presencia de esta organización, que se reconoce como la en-


carnación de esta heroína en millones.
Las Bartolinas son hoy una organización fuerte, posicionada
en el ámbito político y social boliviano en la defensa de los derechos
de las mujeres y en lucha por la justicia y la igualdad.
Son una clave en la participación de las bolivianas en la ela-
boración de políticas públicas y la gestión de los recursos del país,
en la equidad de géneros, la recuperación de tierras y el desarrollo
económico, productivo, industrial, social, político y cultural de las
campesinas indígenas desde sus propias comunidades.

Notas
1. Ari Murillo, Marina (2003), Bartolina Sisa: la generala aymara y la equi-
dad de género, La Paz, Bolivia, Editorial Amuyañataki.
2. Discurso del presidente Evo Morales en el acto de conmemoración de los
263 años del nacimiento de la líder indígena Bartolina Sisa, agosto 2013
http://www.vicepresidencia.gob.bo/Evo-Morales-Bartolina-Sisa-es-la
3. Agencia Plurinacional de Comunicación 2015 “Confederación Nacional de
Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia Bartolina Sisa - CN-
MCIOB-BS” en http://www.apcbolivia.org/org/cnmciob-bs.aspx

Para profundizar recomendamos


Del Valle de Siles, María Eugenia (1994) El cerco de La Paz. 1781. Diario de
Francisco Tadeo Diez de Medina, La Paz, Bolivia, Ed. Don Bosco.
Del Valle de Siles, María Eugenia (1981), Bartolina Sisa y Gregoria Apaza
: dos heroínas indígenas, La Paz, Biblioteca Popular Boliviana “Ultima
Hora”.
Guardiola, Lola Ganzález (2000), De Bartolina Sisa al Comité de Receptoras
de Alimentos de El Alto:antropología del género y organizaciones de mu-
jeres en Bolivia, Univ. de Castilla La Mancha.
Serulnikov, Sergio (2012), Revolución en los Andes: La era de Túpac Amaru,
Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial.
Sierra, Julio (2013), Mujeres sin miedo, Buenos Aires, Argentina, Javier Ver-
gara Editor
Todorov, Tzvetan (1982), La conquista de América. El problema del otro, Ar-
gentina, Siglo XXI Editores.

35
4. Juana Ramírez:
la avanzadora

¡Las mujeres, sí soldados, las


mujeres del país que estáis pisando
combaten contra los opresores, y
nos disputan la gloria de vencerlos!
Todo hombre será soldado, puesto
que las mujeres se han convertido en
guerreras, y cada soldado será un
héroe por salvar pueblos que prefieren
la libertad a la vida.

Simón Bolívar, Proclama a los soldados del Ejército Libertador


de Venezuela, Cuartel General de Trujillo 22 de junio de 1813.

37
Cuadernos de Cambio nº4

Entre una lluvia de balas, Juana avanza. Hacía tiempo ya que


había organizado la escuadrilla de mujeres esclavas, libertas, indias,
afrodescendientes, que en las filas revolucionarias codo a codo con
la soldadera patriota peleaba, organizaba y curaba. Porque a las ta-
reas tradicionalmente adjudicadas a las mujeres, las de Maturín ha-
bían sumado una: la batalla.
Al capitán realista Monteverde lo desbordaba la soberbia y la
valentía. Después de haber vencido al gran Francisco Miranda y de
haber aportado su terrón de arena en derribar la primera república,
iba por el Oriente, ultimo espacio de la resistencia republicana.
Pero bajo el mando del General Manuel Piar avanza Juana.
Las tropas republicanas pelean, repliegan, dudan, retroceden. Es-
peran. Especulan movimientos para ganar la contienda. Y Juana,
que no puede hacer otra cosa que avanzar, camina decidida. Arran-
ca con su mano derecha del cuerpo de un general realista muerto
la espada que lo había matado. La enarbola como una bandera. Su
mano izquierda se cierra en puño mientras avanza. Entre la balace-
ra que no mira, avanza y grita.
La batería de mujeres avanza detrás de ella. Los soldados pa-
triotas, detrás de las mujeres.
Y adelante Juana, con bandera de espada, que flamea metal.
Juana es hija de Guadalupe, a la cual trajeron desde África
al puerto de Cumaná como una más de las piezas a comerciarse en
América. Era tan una cosa, que ni su verdadero nombre trascendió
a su historia más inmediata. Es bautizada con ese nombre por la tra-
dición judeocristiana. Recala en una de las haciendas del territorio
que hoy es Venezuela, en Chaguaramal, situado en el sur del estado
de Monagas, en una hacienda perteneciente a la familia Ramírez.
Guadalupe es negra y esclava, por lo cual no se le pregunta
acerca de sus deseos ni de sus pareceres. Se embaraza, pero nadie
sabe de quién y tampoco importa. De la hacienda será. Y pare, el
12 de enero de 1790 a Juana Ramírez. Ramírez es, en este tiempo y
estado, su marca de pertenencia, no de identidad.
De niña no juega. Lava, cocina, trabaja la tierra, cuida al ga-
nado, monta caballos. Vive su infancia y primera juventud como es-

38
Libertadoras de la Patria Grande

clava, pero bajo la tutela de Teresa Ramírez, señora de la estancia


y patriota. De ella escucha hablar de patria y de revolución. De ella
aprende de dónde vienen todos sus males. Desde ella se transforma
en liberta. Es de la mano de otra mujer que Juana se libera.
Antes de cumplir quince años, Juana empieza a acompañar a
Andrés Rojas, señor de la estancia y también patriota, en las tareas
que la gesta independentista exigía. El hablar y el hacer junto a los
que abogaban por la república termina de forjar su espíritu revo-
lucionario y la transforman en una aliada fundamental del general
Rojas.
La primera república había caído, luego de mantenerse entre
abril de 1810 y julio de 1812. Se inició en Caracas, cuando el gober-
nador y capitán general Vicente Emparan y Orbe y otras autorida-
des españolas son derrocados y sustituidos por una Junta Suprema
de Gobierno que al comienzo se declaró "protectora de los derechos
de Fernando VII" pero cuyos actos se orientaban al logro de la inde-
pendencia absoluta de Venezuela.
Y termina con la entrada del jefe español Domingo de Mon-
teverde a Caracas el 30 de julio de 1812.
Eran muchos los patriotas que trabajaban incesantemente
por la instalación de la segunda república. Entre ellos el más impor-
tante, el libertador Simón Bolívar.
Maturín, en el oriente de Venezuela, era un punto estratégi-
co. Los realistas ya habían sido rechazados cinco veces en su intento
de doblegarlo. Y en las cinco batallas había participado Juana.
Se desempeñaba como lavandera y había llegado allí después
de la caída de la Primera República, huyendo de las confrontaciones
y persecuciones contra los patriotas que se vivían en los Llanos del
Guárico Oriental.
Sus principales acciones las desempeñó en el año 1813, cuan-
do el realista Monteverde atacó a la ciudad de Maturín y los repu-
blicanos dirigidos por José Francisco Bermúdez, Manuel Piar y José
Tadeo Monagas la defendieron. Bajo la dirección de Piar estaba la
“Batería de las Mujeres”, llamada así porque estaba formada en su
totalidad por mujeres del pueblo, que al lado de los hombres lucha-

39
Cuadernos de Cambio nº4

ron denodadamente por la independencia. Juana Ramírez estaba


entre ellas y en esa acción recibe el apodo de “La Avanzadora”,
por ser la primera en avanzar hacia el enemigo, aunque también
realizó en el campo de batalla diversas actividades, entre otras,
apertrechar los cañones y auxiliar a los heridos.
Se gana el apodo en la batalla del Alto de Los Godos, el 25 de
mayo de 1813. La batalla había comenzado a las 11 de la mañana. Al
atardecer, la lucha no daba tregua y Maturín entero recibe una preo-
cupante noticia: los patriotas se estaban quedando sin municiones.
Los realistas aún disparaban sus últimos plomos.
Entonces Juana sale de su fosa, camina, desentierra una es-
pada del cuerpo de un godo muerto y la enarbola como pabellón de
guerra. Avanza Juana y detrás de ella la tropa patriota, animada,
también avanza. La victoria es cuestión de horas.
De repente ya llegando a los altos, en columna de cuatro, con
sus tres cañones arrastrados por mulas, aparecieron: Juana Ra-
mírez comandanta, Marta Cumbale segunda al mando y al frente,
Antonia Palacios, Juanita Ramírez, Valentina Mina, Graciosa Ba-
rroso, Valencia Gómez, Rosa Gómez, Dolores Betancourt, Carmen
Lanza, Luisa Gutiérrez, Isidora Argote, Eusebia Ramírez, Guada-
lupe Ramírez, Rosalía Uva, María Romero, Josefa Barroso, Juana
Carpio y Lorenza Rondón. Mujeres con nombre y apellido. Mujeres
que existieron. Peleaban organizadas, evitando que los realistas lle-
gasen hasta donde se encontraban sus niños y sus ancianos.

- ¡Soldadas de la Patria!, las saludó Piar, que de inmediato


se puso al frente de ellas y la avanzada.
- ¡Vamos muchachas! ¡A morir por la patria! Pero antes va-
mos a cortar cabezas godas por doquier.
- ¡Mujeres a la lucha!... ¡Avanzar!

Diría Monteverde en un oficio al coronel Tiscar: "Atacamos


a Maturín con una intrepidez asombrosa: se rechazó su caballería
por tres veces; pero por último los enemigos arrollaron la nuestra, y
ambas el cuerpo de reserva, lo que causó una dispersión general. Yo

40
Libertadoras de la Patria Grande

escapé de milagro y he pasado trabajos que nadie se podía figurar,


pero felizmente lo cuento. El punto de Maturín, es de mayor consi-
deración, no como me lo han pintado siempre. Su situación local el
más diabólico." 1

La batalla concluyo al anochecer, con el triunfo de la patria.


En la plaza de Maturín, el general Piar montado en su caba-
llo diría a su tropa expectante:
- ¡Compatriotas!, acabáis de escribir otra página gloriosa
en los anales de la Patria. Maturín, será recordada para siempre
como el abismo fatal de los tiranos.
- Pelotón Femenino de Artillería, os declaro Heroínas de la
Patria y os bautizo como Las Avanzadoras. En los anales de la his-
toria humana, no encuentro parangón para ustedes, ¡mis soldadas
inmortales!

Atardecía el 25 de mayo de 1813.


Los muertos que peleaban por la república y los que peleaban
por la corona española, fueron velados en el rancho de Juana. Orga-
nizó para todos ellos digna muerte y cristiana sepultura.

El proceso de la independencia duró muchos años, y muchas


derrotas antes del triunfo definitivo. El siguiente año Maturín cayó
en manos españolas al mando de Morales. Juana deja la ciudad,
huye a las montañas y sigue desde allí combatiendo. No es hasta
1816 cuando, con el patriota Andrés Rojas a la cabeza, regresa y co-
labora en la reconstrucción del poblado. El 24 de junio de 1821 Ve-
nezuela logra su independencia.
Juana habitó en la calle Real de Maturín, actual calle Bolívar,
hasta que obtuvo su liberación por los servicios prestados a la fami-
lia patriota a la cual servía, y se retira a vivir al desaparecido caserío
de Guacharacas, hoy San Vicente, a pocos kilómetros de la ciudad
capital, donde muere en el año 1856, a la edad de 66 años, dejando
como descendencia cinco hijas.

41
Cuadernos de Cambio nº4

Su tumba fue, durante muchísimos años, la señal de dos


cardones.
Monumentos y plazas la recordaban, pero fue durante el pro-
ceso de la Revolución Bolivariana cuando recibió un poco del reco-
nocimiento merecido…
Pasaron 147 años hasta que el presidente Nicolás Maduro
decretara el traslado de los restos de Juana Ramírez al Panteón Na-
cional. Allí descansa desde 2015, junto a Simón Bolívar, a quien ella
siempre respetó y admiró.
“Todos los 23 de octubre tenemos que venir a rendirle home-
naje”, afirmó Maduro en la ocasión.
Juana la Avanzadora se convirtió en la sexta mujer que ingre-
sa al Panteón Nacional y la tercera que es honrada por la Revolución
Bolivariana. La primera fue Manuela Sáenz y la segunda, Josefa Ca-
mejo. Además, es la primera afrodescendiente que es llevada al Pan-
teón de los próceres de Venezuela.
Reflexionar sobre Juana Ramírez es reflexionar sobre el lu-
gar de anonimato que la historia oficial relegó a las mujeres, pero
también sobre el rol de las mujeres africanas y afrodescendientes en
el proceso independentista. Se omitió a las mujeres en general, pero
a las africanas y afrodescendientes en particular. Y participaron en
todos los procesos que barrieron a la dominación colonial, permitie-
ron la independencia y consolidaron las naciones.
Luchadoras, solidarias y resistentes, ellas supieron convertir
su situación de esclavitud en un medio de liberación. Desde el inte-
rior de la sociedad esclavista apoyaron activamente la lucha por la
Independencia y se incorporaron a la misma, siendo reconocidas
por los libertadores bajo cuyo mando pelearon. Sucedió con el Bata-
llón de las Mujeres que integraba Juana y también con las denomi-
nadas lanceras de Artigas, el líder de la Banda Oriental.
Los libros de historia nombran como al pasar la presencia de
africanos y afrodescendientes. Había zambos, mulatos, negros, se
esboza.
Durante el proceso de independencia se plantearon muchas
propuestas de abolición de la esclavitud que, luego de la victoria,

42
Libertadoras de la Patria Grande

fueron olvidadas en muchos casos. No se concretó la abolición y


para conseguirla hubo que transitar un largo proceso. No hubo re-
parto de tierras, ni educación igualitaria en mucho tiempo. La in-
dependencia significó seguir luchando contra la exclusión que, en-
gendrada en la época colonial, no se modificó radicalmente con las
nuevas repúblicas.
Esta exclusión generó la invisibilización del colectivo afro-
descendiente en los procesos de construcción sociocultural de paí-
ses como Argentina, Uruguay y tantos otros. Las mujeres afrodes-
cendientes luchan y han luchado siempre por su derecho a una vida
digna. Hablar de independencia es también nombrarlas y reconocer
su gran aporte a la libertad de nuestros pueblos.

Notas:
1. Baralt Rafael, María (1841), Resumen de la historia de Venezuela, París,
Imprenta H. Fournier.

Para profundizar recomendamos


Duque Castillo, Elvia (2013), Aportes del pueblo afrodescendiente. La histo-
ria oculta de América Latina, USA, iUniverse.
Perdomo Escalona, Carmen (1994), Heroínas y mártires venezolanas, Cara-
cas, Ediciones Librería Destino.
Natera Amundaraín, Francisco, Juana Rámirez, la avanzadora. Un home-
naje al glorioso pueblo de Maturin. En Aporrea.org http://www.aporrea.
org/actualidad/a171045.html
Juana Ramírez “La Avanzadora” al Panteón Nacional, en Portal de la cul-
tura patrimonial del Estado de Monagas, http://historiadematurin.com.
ve/?p=1587
Mujeres afro uruguayas, raíz y sostén de la identidad, Instituto Nacional de
las Mujeres, Uruguay, Ministerio de Desarrollo Social, 2011.

43
5. Manuela
Sáenz: envuelta
en amores y
revolución

Tú fuiste la libertad,
libertadora enamorada.
Entregaste dones y dudas,
idolatrada irrespetuosa.
Se asustaba el búho en la sombra
cuando pasó tu cabellera.
Y quedaron las tejas claras,
se iluminaron los paraguas.
Las casas cambiaron de ropa.
El invierno fue transparente.
Es Manuelita que cruzó
las calles cansadas de Lima,
la noche de Bogotá,
la oscuridad de Guayaquil,
el traje negro de Caracas.
Y desde entonces es de día.

Pablo Neruda, “La insepulta de


Paita”, fragmento.

45
Cuadernos de Cambio nº4

Manuela estaba en pleno viaje cuando le entregan la carta


con la noticia que nunca hubiera querido recibir. Corría el 17 di-
ciembre de 1830. Y Bolívar había muerto.
Le había salvado la vida en dos oportunidades, cuando des-
cubrió que la traición se había colado al interior del propio círculo
de confianza. Dos veces impidió que Bolívar fuera asesinado, y no
sólo porque lo amaba, sino porque estaba dispuesta a defender
el proyecto de una América libre que él encarnaba. Hasta con su
propia vida si era necesario. Tenía la ilusión de que mediante la
llegada a su lado iba a lograr protegerlo como antes. Pero no llegó.
Se fue a los 47 años fruto de una enfermedad y del desasosiego que
le causó ver tantos traidores a la causa, en la Quinta de San Pedro
Alejandrino, en Santa Marta, Colombia. “A la una y tres minutos
de la tarde murió el sol de Colombia”, según constó en el comuni-
cado oficial.
Muerto Bolívar, pronto vendría el destierro de Colombia y la
imposibilidad de volver a su Quito natal. Pero ni el exilio forzado ni
la condena al olvido doblegarán a Manuela: “Vivo lo adoré, muerto
lo venero” afirmó sin temor.
Manuela Sáenz Aizpuru había nacido en Quito, Ecuador, un
27 de diciembre de 1797, en ese momento Virreinato de Nueva Gra-
nada. La moral de la colonia la marcó como bastarda o ilegítima
desde que asomó a este mundo, ya que fue el fruto de una “relación
prohibida” entre Joaquina Aizpuru, una joven soltera criolla, y Si-
món Sáenz, español casado y regidor de Quito.
La muerte de su madre la llevó a ser entregada a temprana
edad al Convento de las Monjas Conceptas, aunque completó su edu-
cación en el monasterio de Santa Catalina de Siena también en Quito,
junto con las señoritas de las más importantes familias de la ciudad.
Fue una mujer que vivió plenamente su tiempo, pero que, a la
vez, fue más allá de él. Gracias a la historia oficial, Manuela quedó en
los libros como “la libertadora del Libertador” en el mejor de los casos
y por haberle salvado la vida, pero mayoritariamente como “la amante
de Bolívar”. Si bien es plenamente cierta la gran historia de amor que
vivieron, ampliamente reflejada en las numerosas cartas que se inter-

46
Libertadoras de la Patria Grande

cambiaron, ello no puede tapar la vida y el pensamiento de una de las


mujeres más importantes e interesantes del proceso independentista.
Aún con buenas intenciones, muchos historiadores preten-
dieron reconocerla, pero resaltando fundamentalmente su belleza,
su inteligencia y su entrega en el amor. Muy pocos han ahondado
en su vida transgresora y en su pensamiento político en pos de la
unidad de los pueblos latinoamericanos, su actividad revolucionaria
y su participación activa en la batalla.
Manuela rompió el molde colonial al que estaban sujetas las
mujeres de buena posición. No cocinó dulces, no zurció tapices, no
se dedicó a formar una familia. Ya a los 17 años escapó del Convento
de Santa Catalina de Siena con un enamorado. Y volvió a desafiar
la moral de su época cuando abandonó a su esposo James Thorne
y Wardlor, un acaudalado inglés 26 años mayor que ella, al enamo-
rarse perdidamente de Simón Bolívar.
Cuando Manuela y Simón se conocen en 1822, ella ya tenía
mucha lucha y militancia sobre sus espaldas. Abrazó la causa de Bo-
lívar más allá de amarlo.
La primera gran influencia política la recibió cuando se con-
formó la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito en 1809,
evento conocido en Ecuador como el Primer Grito de Independen-
cia Americano. Este memorable grito constituyó el inicio del proce-
so de emancipación de la región, se extendió entre 1809 y 1812, tuvo
amplia repercusión en todo el continente y fue el germen de la Repú-
blica del Ecuador. En el proceso participaron muchas mujeres, como
Manuela Espejo, Manuela Cañizares (en cuya casa se realizaban las
reuniones de los conspiradores), Josefa Tinajero, Mariana Matheu
de Ascásubi (gran escritora de la época), María Ontaneda y Larrayn,
Antonia Salinas, Josefa Escarcha, Rosa Zárate, María de la Vega,
Rosa Montúfar y Larrea y mujeres del pueblo como María de la Cruz
Vieyra y muchísimas más que han permanecido en el anonimato.
Manuela tenía apenas 12 años y se maravillaba con las ha-
zañas de su vecina Manuela Cañizares, a quien tomó como heroína
al enterarse de que los conspiradores se reunían clandestinamente
en su casa.

47
Cuadernos de Cambio nº4

Su actividad política inició en Perú, lugar donde residió con


su esposo inglés poco después del casamiento. Comenzó a asistir a
las tertulias de Rosita Campuzano y otras mujeres independentistas
que se reunían en Lima, a partir de las cuales desarrolló tareas de
espionaje entre los oficiales realistas y realizó trabajos de propagan-
da acerca de la urgencia de la independencia.
Ya en 1819, Manuela y su amiga Rosita brillaban en los gran-
des salones de Lima, mientras la gesta de Simón Bolívar había libe-
rado el territorio de Nueva Granada. Otro libertador, José de San
Martín, se encontraba camino a Perú, y ella ya era una de las prin-
cipales conspiradoras contra el orden colonial. Las reuniones se ha-
cían en su casa, bajo la fachada de grandes fiestas; Manuela actuaba
de dama al tiempo que espiaba y pasaba información. Participó de
las negociaciones con el batallón de Numancia y una vez liberado
Perú fue condecorada por el propio San Martín como “Caballeresa
de la Orden del Sol de Perú”, el cual además le asignó la banda deco-
rativa, por su patriotismo y lealtad a la causa. Junto con ella fueron
condecoradas como caballeresas treinta y dos monjas y doce laicas,
entre las que se encontraba su amiga Rosita Campuzano.
Luego del reconocimiento redobla la apuesta. Se entrevista
con oficiales del ejército libertador de Quito, entre ellos con el gene-
ral Antonio José de Sucre, con quien establece una estrecha amistad
que durará hasta el fin de sus días, dona dinero para insumos milita-
res y realiza apoyo logístico y humanitario en la Batalla de Pichincha.
Más tarde, comienza a participar en los preparativos para re-
cibir a Simón Bolívar.

Simón Bolívar hace su entrada triunfal en Quito un 16 de ju-


nio de 1822. Manuela escribe en su diario1:

“Qué emocionante conocer a este señor, a quien llaman el


‘Mesías Americano’, y del que tanto he oído hablar.
La caravana entró cerca de las ocho y treinta de la mañana
por la calle principal, Bolívar, Libertador y presidente de Colombia
estaba acompañado por el general Sucre. Las campanas reventa-

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Libertadoras de la Patria Grande

ban y junto a la pólvora hacían coro a los redobles de los tambores


de la banda de guerra. La excitación desbordaba y una hilera de
vivas a la República y al Libertador se colgaron de las nubes. El
corazón me palpitaba hasta el delirio, creo que esto de ser patriota
me viene más por dentro de mí misma que por simpatía”.

Y continúa el relato:

“(…) de los balcones llovían flores y se fue formando en el ca-


mino una alfombra de pétalos. En este ambiente festivo y desde el
balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé
para que cayera al frente del caballo de Su Excelencia; pero con tal
suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca,
justo en el pecho de S.E. (…) pero S.E. se sonrió y me hizo un saludo
con el sombrero pavonado que traía a la mano (…). La caravana
prosiguió hasta llegar a la plaza donde estaba un sillón para reci-
bir al Libertador y donde fue coronado 12 veces. En la noche hubo
fiesta para el pueblo y fuegos artificiales.”

Manuela llegó cerca de las ocho de la noche al baile en honor


al Libertador en la casa de Juan Larrea. El propio Larrea la recibió
y la llevó hasta el salón donde estaba sentado Bolívar conversando:

“… Al ver que nos acercábamos se levantó, disculpándose


muy cortésmente y atento a nuestro arribo se inclinó haciendo una
reverencia muy acentuada. (…) S.E. Bolívar me miró fijamente con
sus ojos negros, que querían descubrirlo todo, y sonrió. Le presen-
té mis disculpas por lo de la mañana, y él me replicó diciéndome:
“Mi estimada señora, ¡Si es usted la bella dama que ha incendiado
mi corazón al tocar mi pecho con su corona! Si todos mis soldados
tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas”.

El baile de esa noche cambiaría sus vidas. Bailan toda la no-


che, se enamoran y comienza entre ellos un amor que será muy cri-
ticado debido al estado civil de Manuela. Pero a ella no le importa

49
Cuadernos de Cambio nº4

y vuelve a desafiar la moral colonial: abandona a su marido y se


entrega a esa relación hasta su muerte.

La lucha por la independencia continúa y ella prosigue tam-


bién con sus actividades militares, obteniendo diversos títulos y
rangos como el de húsar, capitán de húsar y teniente de húsar. La
valentía de Manuela provoca muchas discusiones con Bolívar. Él no
quiere que participe en las batallas y ella le reclama fuertemente:

Cuartel General en Huaraz, a 9 de junio de 18242

Manuelita:
Mi adorada:
Tú me hablas del orgullo que sientes de tu participación en
esta campaña. Pues bien mi amiga. Reciba usted mi felicitación y
al mismo tiempo mi encargo. ¿Quiere usted probar las desgracias
de esta lucha? ¡Vamos! El padecimiento, la angustia, la impotencia
numérica y la ausencia de pertrechos hacen del hombre más vale-
roso un títere de la guerra […] Tú quieres probarlo […] Por lo pron-
to no hay más que una idea que tildarás de escabrosa: pasar al
ejército por la vía de Huaraz, Olleros, Chovein y Aguamina al sur
de Huascaran. ¿Crees que estoy loco? Esos nevados sirven para
templar el ánimo de los patriotas que engrosan nuestras filas. ¡A
que no te apuntas! [...]
A la amante idolatrada,
Bolívar

Huamachuco, 16 de junio de 1824

Mi querido Simón:
Mi amado: las condiciones adversas que se presenten en el
camino de la campaña que usted piensa realizar, no intimidan mi
condición de mujer. Por el contrario. ¡Yo las reto! ¿Qué piensa us-

50
Libertadoras de la Patria Grande

ted de mí? Usted siempre me ha dicho que tengo más pantalones


que cualquiera de sus oficiales ¿o no? De corazón le digo, no tendrá
usted más fiel compañera que yo y no saldrá de mis labios queja
alguna que lo haga arrepentirse de la decisión de aceptarme. ¿Me
lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria ésta, sino
de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso).
Suya siempre,
Manuela

Sin embargo, la relación amorosa entre ambos no es fácil.


Está llena de dificultades y, sobre todo, de ausencias y soledad. La
mayor parte del tiempo vivirán separados, debido a los compromi-
sos militares de Bolívar.

Cuartel General en Ica, a 26 de abril de 1825

Mi adorada Manuelita:
Mi amor, marcho hoy con destino al Alto Perú, a Chuquisa-
ca, lleno de proyectos que son mi ilusión de crear una nueva Repú-
blica. Y por lo tanto, la demanda ha de ser mucho trabajo que rea-
lizar con la dirección de la Providencia y donde alcanzaré lo más
grande de mi gloria, que me tiene pensando en ti, a cada momento
en que tu imagen me acompaña a todo lado, haciendo de ideas vi-
vas el palaciego almíbar de mi vida y mis labores.
Sin embargo, soy preso de una batalla interior entre el de-
ber y el amor; entre tu honor y la deshonra, por ser culpable de
amor. Separarnos es lo que indica la cordura y la templanza, en
justicia ¡Odio obedecer estas virtudes!
Soy tuyo de alma y corazón,
Bolívar

51
Cuadernos de Cambio nº4

Lima, a mayo 1 de 1825


A S.E. General Simón Bolívar
Muy señor mío:
Recibí su apreciable, que disgusta mi ánimo, por lo poco que
me escribe; además de que su interés por cortar esta relación de
amistad que nos une, al menos en el interés de saberlo triunfante
de todo lo que se propone. Sin embargo yo le digo: no hay que huir
de la felicidad cuando esta se encuentra tan cerca. Y tan sólo debe-
mos arrepentirnos de las cosas que no hemos hecho en esta vida.
Su Excelencia sabe bien cómo lo amo. Sí, ¡con locura!
Usted me habla de la moral, de la sociedad. Pues, bien sabe
usted que todo eso es hipócrita, sin otra ambición que dar cabida
a la satisfacción de miserables seres egoístas que hay en el mundo.
Dígame usted: ¿Quién puede juzgarnos por amor? Todos
confabulan y se unen para impedir que dos seres se unan; pero
atados a convencionalismos y llenos de hipocresía. ¿Por qué S.E. y
mi humilde persona no podemos amarnos? Si hemos encontrado la
felicidad hay que atesorarla. Según los auspicios de lo que usted lla-
ma moral, ¿debo entonces seguir sacrificándome porque cometí el
error de creer que amaré siempre a la persona con quien me casé?
Usted, mi señor, lo pregona a cuatro vientos: «El mundo
cambia, la Europa se transforma, América también»… ¡Nosotros
estamos en América! Todas estas circunstancias cambian tam-
bién. Yo leo fascinada sus memorias por la gloria de usted.
¿Acaso no compartimos la misma? No tolero las habladu-
rías, que no importunan mi sueño. Sin embargo, soy una mujer
decente ante el honor de saberme patriota y amante de usted.
Su querida, a fuerza de distancia,
Manuela

Bolívar tenía un proyecto, la creación de la Gran Colombia,


una gran nación lo suficientemente fuerte como para competir con
las potencias europeas y mantener su independencia. Sin embargo
no prosperó, y su desintegración culminó con la creación de tres
estados, Venezuela, Ecuador y Nueva Granada.

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Libertadoras de la Patria Grande

Cuando esto se precipita, Bolívar decide abandonar Colom-


bia, “para que mi permanencia no sea un impedimento a la felicidad
de mis conciudadanos”. Pero a los pocos días, en La Gaceta de Ve-
nezuela un artículo de opinión lo declara traidor a dicho país y pide
que sea proscrito. Ésta fue una gran puñalada contra quien había
liberado cinco naciones. El 8 de mayo decidió emprender viaje sin
saber que sería el último de su vida. Se despidió de sus amigos más
cercanos y de su amada Manuela, quien nunca imaginó que ése era
su último abrazo. Ella creía que muy pronto Bolívar volvería triun-
fante a Bogotá. Pero en Colombia empieza una campaña de despres-
tigio y Manuela no duda en enfrentar tamaña afrenta. Cuando los
pueblos venezolano y colombiano se levantan en apoyo a Bolívar,
ella se compromete apoyando la insurrección. Se le pide a Bolívar
que vuelva a Bogotá y se haga cargo del poder, pero él se niega ter-
minantemente, está desencantado de todo y muy cerca del final, que
se produce el 17 de diciembre de 1830.
Al día siguiente es desterrada de Colombia y no le permi-
ten volver a Quito. El gobierno de Perú acepta recibirla, pero no
en Lima sino en Paita, un pequeño pueblo del norte. Allí vivió des-
de entonces, y allí también falleció, a los 59 años en noviembre de
1856, durante una epidemia de difteria. Su cuerpo fue sepultado en
una fosa común del cementerio local y todas sus posesiones fueron
incineradas, incluyendo una parte importante de las cartas de amor
de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía
bajo su custodia. “No hay tumba para Manuelita, no hay entierro
para la flor”, escribió Pablo Neruda en su memoria en la recordada
elegía La insepulta de Paita.
Manuela Sáenz fue una de las mujeres más destacadas de la
lucha por la independencia latinoamericana. Sus detractores la de-
nigraron por ser una trasgresora para la época. Porque no se limitó
al rol tradicional otorgado a las mujeres: no confeccionó uniformes
ni banderas, no fue una simple acompañante del ejército, no fue co-
cinera, ni prostituta, fue mucho más que enfermera o espía. Y aun-
que quisieron mantenerla en el conocido lugar de ser “la amante
de”, no lo lograron.

53
Cuadernos de Cambio nº4

Tuvo ideas muy avanzadas sobre la integración latinoameri-


cana y los derechos de las mujeres. Intercambió sobre ello incluso
con Juana Azurduy a través de varias cartas.
Bolívar fue el primero en reconocer su compromiso. En una
carta al general Córdova, le recuerda a este el respeto que se merece:
“Ella es también Libertadora, no por mi título, sino por su ya de-
mostrada osadía y valor, sin que usted y otros puedan objetar tal.
[…] De este raciocinio viene el respeto que se merece como mujer y
como patriota”.3
El 5 de julio de 2010, durante la celebración del 199° ani-
versario de la firma del Acta de Independencia de Venezuela, fue
colocado en el Panteón Nacional un cofre con tierra de la localidad
peruana de Paita, donde fue enterrada Manuela Sáenz. Sus restos
simbólicos fueron trasladados desde Perú, atravesando Ecuador,
Colombia y Venezuela hasta arribar a Caracas por vía terrestre, don-
de reposan junto al Altar Principal, donde yacen los restos de Simón
Bolívar. Luego de 180 años, los restos de Simón y Manuela descan-
san juntos en el panteón.
Además, se le concedió póstumamente el ascenso a generala
de división del Ejército Nacional Bolivariano por su participación
en la guerra independentista, en un acto al que asistieron el presi-
dente Rafael Correa de Ecuador y Hugo Chávez, entonces presiden-
te de Venezuela.
“Manuela Sáenz es una de esas mujeres inmortales, que aún
después de muerta sigue naciendo todavía. Manuela, la despatria-
da, la consecuente revolucionaria que siempre estuvo dispuesta a
jugarse por la libertad, ha vuelto a tener patria”, afirmó Correa en su
discurso. “Con este acto libertario podemos decir que no sólo la es-
pada de Bolívar camina por América Latina”, agregó, “Manuela, con
su claridad manifiesta, con el amor, con la valentía y la conciencia,
cabalga de nuevo por la historia”. Valoró especialmente su mirada
continental, integracionista y su sueño de unidad de los pueblos di-
versos cobijados por una América unida, libre y soberana.

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Libertadoras de la Patria Grande

Hugo Chávez, por su parte, celebró el acto de homenaje a Ma-


nuela Sáenz como una reivindicación histórica al papel de la mujer
en nuestros pueblos, a esas mujeres que siempre se las minimizó y
se las excluyó de las páginas de la historia. “Manuela no es Manue-
la”, culminó Chávez: “Manuela son las mujeres indígenas, las mu-
jeres negras, las mujeres criollas y mestizas que lucharon, luchan y
seguirán luchando por la dignidad de sus hijos, de sus nietos, de la
patria”.

Notas
1. En Perú de Lacroix, Luis (2005), Diario de Bucaramanga, Fundación Edi-
torial El perro y la rana, República Bolivariana de Venezuela, Ministerio
de la Cultura.
2. En Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia (2010), Las
más hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón. Ediciones de la
Presidencia de la República, Caracas, Venezuela.
3. En Manuela Sáenz, la prócer que batalló por la soberanía y libertad de
América, en Venezolana de Televisión, http://www.vtv.gob.ve/articu-
los/2014/12/26/manuela-saenz-la-procer-que-batallo-por-la-sobera-
nia-y-libertad-de-america-5729.html

Para profundizar recomendamos


Bruzzone, Elsa María (2010), Semblanza de Manuela Sáenz. El pensamiento
de Nuestra América, en Separata N° 9 Revista Aquelarre, Ibagué.
Sierra, Julio (2013), Mujeres sin miedo, Buenos Aires, Argentina, Javier Ver-
gara Editor
Valcárcel, Isabel (2004), Mujeres de armas tomar, Madrid, Algaba Ediciones
SA.
Von Hagen, Víctor W., Las cuatro estaciones de Manuela, Editorial Sudame-
ricana.

55
6. Juana Azurduy:
la amazona de la
libertad

Agosto de 1825. El general Antonio Sucre


se apresta a declarar la independencia de Bolivia
en gran ceremonia. Una nueva porción de territo-
rio fue liberada del yugo español y se suma como
gloriosa nación del continente. En las calles hay
emoción y algarabía. Se vive una verdadera fiesta
popular. La libertad se respira en el aire. Más aún
cuando se espera la presencia de Simón Bolívar
como invitado de honor. Pero su llegada sorpren-
de. Bolívar no sube al palco con los demás y enfila
directamente hacia uno de los barrios más humil-
des de Chuquisaca, a un mísero rancho de adobe
donde vive Juana Azurduy. Sucre lo sigue. No se
sabe a ciencia cierta qué se charló allí. Años más
tarde trascendería que dos de los militares más
poderosos de América se mostrarían avergonza-
dos ante la situación de esa mujer y que Bolívar le
comentaría a Sucre luego de ascenderla a Coronel:
“Este país no debería llamarse Bolivia en mi ho-
menaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos
los que lo hicieron libre”.

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Cuadernos de Cambio nº4

Tiempo después, Juana recibiría una carta de otra coronela1:

Charcas, 8 de diciembre de 1825

Señora Cnel. Juana Azurdui de Padilla


Presente.
Señora Doña Juana:
El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción
que vivió al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Ma-
yor del Ejército Colombiano, la visita que realizaron para recono-
cerle sus sacrificios por la libertad y la independencia.
El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a
Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de
su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la
abnegación que identificaron a su persona durante los años más
difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la me-
moria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los
recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona.
Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos
y mueven mi sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando us-
ted disponga, para conversar y expresarle la admiración que me
nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de ver convertida en
realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos
le han ganado.
Téngame, por favor, como su amiga leal.
Manuela Sáenz.

Ni Bolívar ni Manuela exageraban. Esas tierras eran libres en


gran parte gracias a la lucha de Juana y su familia.
El destino de esta increíble mujer estuvo marcado desde el
nacimiento: llegó a este mundo en Toroca, Intendencia de Potosí,
Virreinato del Río de la Plata, un 12 de julio de 1780, el mismo año
en que Túpac Amarú II y Micaela Bastidas comenzaban la gran re-
belión anticolonial en el Perú.

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Libertadoras de la Patria Grande

Era mestiza, hija de una madre pobladora originaria y un pa-


dre español. De chica, esta Juana tampoco juega; trabaja en el cam-
po de su padre junto a campesinos originarios a quienes siempre
considerará como sus hermanos. De ellos aprenderá el quechua y
el aymara.
Chuquisaca fue el lugar donde creció y se educó. A los doce
años ingresó en el prestigioso Convento de Santa Teresa para ser
monja, pero debido a su comportamiento rebelde la expulsaron a
los diecisiete años. Como dijo el historiador Rogelio Alaniz, el ba-
lance es limpio: la iglesia perdió una monja y la revolución ganó una
heroína.
Vivir en Chuquisaca durante los primeros años del siglo XIX
era estar en un hervidero. A la par de las conspiraciones revolucio-
narias avanzaban las ideas que cuestionaban el viejo orden y crecía
el deseo de libertad política y social.
No se tiene información precisa de cómo se conocieron Jua-
na y Manuel Padilla, pero sí que se casaron en 1805 y vivieron en
una quinta en las afueras de Chuquisaca. Él venía de enterrar a su
padre, que murió preso por levantarse contra los españoles; ella ve-
nía inspirada por los escritos de Voltaire y Rousseau, leídos clan-
destinamente en el Convento. Los unirá el amor y la pasión, pero
también los ideales revolucionarios.
Ambos se sumarán a la Revolución de Chuquisaca del 25 de
mayo de 1809, aquella que destituyó al presidente de la Real Au-
diencia de Charcas, Ramón García de León y Pizarro, precisamente
un año antes de los acontecimientos de mayo de 1810 en Buenos
Aires. Pero el levantamiento, liderado por un Bernardo de Montea-
gudo de apenas 20 años y el militar Juan Álvarez de Arenales, ter-
minará derrotado. No obstante, la chispa de la lucha en el Alto Perú,
actual Bolivia, volvería a encenderse y esta vez no se apagaría.
El después de la derrota no fue fácil. Las propiedades de los
Padilla, junto con las cosechas y sus ganados, fueron confiscadas;
asimismo, Juana Azurduy y sus cuatro hijos fueron apresados, y
aunque Padilla logró rescatarlos, tuvieron que huir y refugiarse en
las alturas de Tarabuco. A las penurias se le sumaron las enferme-

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Cuadernos de Cambio nº4

dades, y los cuatro niños murieron enfermos, uno tras otro. Emba-
razada de su quinta hija Juana siguió combatiendo. Y cuando nació
la niña, la puso al cuidado de una familia para continuar la batalla.
Nada la detiene.
Producida la Revolución de Mayo en Buenos Aires, plena ca-
pital del virreinato del Río de la Plata, Juana y Padilla se unen al
Ejército Auxiliar del Norte enviado desde Buenos Aires, para com-
batir a los realistas del Alto Perú, recibiendo a los jefes revoluciona-
rios Juan José Castelli, Antonio González Balcarce y Eustoquio Díaz
Vélez en las haciendas de Yaipiri y Yurubamba.
En 1812 se pone bajo las órdenes del general Manuel Belgra-
no, nuevo jefe del Ejército Auxiliar del Norte, llegando a reclutar
10.000 milicianos. También prestó colaboración durante el Éxodo
Jujeño, y recién después de la popular entrada de Díaz Vélez en Po-
tosí el 17 de mayo de 1813, se reencontrará con Padilla.
Juana no estuvo en la derrota de la batalla de Vilcapugio,
pero organizó el “Batallón Leales” que participó en Ayohuma en no-
viembre de 1813, otra derrota que significó el retiro temporal de los
ejércitos rioplatenses del Alto Perú. Desde allí, Juana y Padilla se
dedicaron a realizar acciones de guerrillas contra los realistas.
La historiografía oficial llamará despectivamente a esa gue-
rra de guerrillas como Guerra de Republiquetas. Sin embargo, esa
táctica que libraron los caudillos del Alto Perú es la que impidió el
avance de los ejércitos realistas y mantuvo viva la llama de la revo-
lución. Cada caudillo comandaba un pueblo y sus tropas estaban
integradas mayormente por pobladores originarios. De los 102 cau-
dillos que combatieron sólo sobrevivieron nueve.2
El 8 de marzo de 1816, Juana atacó y tomó el cerro de Poto-
sí, un lugar estratégico. Y tras el triunfo logrado en el combate del
Villar, recibió el rango de teniente coronel por un decreto firmado
por Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. En reconocimien-
to a su contribución, el general Belgrano le entregó su sable.
Pero en noviembre de 1816 Juana fue herida en la batalla de
La Laguna, y cuando su marido corrió a rescatarla una bala realis-

60
Libertadoras de la Patria Grande

ta lo hirió de muerte. Se llevaron su cuerpo, lo decapitaron y pu-


sieron su cabeza en una pica, como hacían con todos los caudillos
capturados, como escarmiento y para infundir terror a las fuerzas
patriotas. Pero Juana no iba a permitir que después de todo lo que
había perdido, el enemigo le quitara también el cuerpo de su ama-
do. Decidida, recuperó la cabeza de su marido para darle sepultura,
combatiendo, como tenía que ser. Ella no conocía otra vida que la
lucha y el combate. Por eso no hay tiempo para los lamentos, y poco
después de la muerte de Padilla se suma a las huestes de Martín Mi-
guel de Güemes. Combatirá a sus órdenes hasta que éste fallece en
1821 y desde allí se verá reducida a la pobreza.
Cuando Bolívar y Sucre la visitan en 1825, la vergüenza que
sienten se debe a que reconocían la enorme injusticia que se estaba
perpetrando con Juana. Bolívar la asciende a Coronel y Sucre le au-
menta la pensión, que apenas le alcanza para comer.
A pesar de todo ello, Juana no se arrepiente de nada. Y res-
ponde a la carta de Manuela Sáenz con estas líneas3:

A la coronela Manuela Sáenz, Cullcu, 15 de diciembre de 1825

Señora Manuela Sáenz.


El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales, conva-
lidaron el rango de Teniente Coronel que me otorgó el General
Pueyrredón y el General Belgrano en 1816, y al ascenderme a Co-
ronel, dijo que la patria tenía el honor de contar con el segundo mi-
litar de sexo femenino en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó
su entusiasmo cuando se refirió a usted.
Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como
sombra, no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando
compruebo como los chapetones contra los que guerreamos en la
revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bo-
lívar. López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en com-
bate; Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina;
Tardío contra quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa

61
Cuadernos de Cambio nº4

Verde y la Recoleta, cuando tomamos la ciudad junto al General


ciudadano Juan Antonio Álvarez de Arenales. Y por ahí estaban
Velasco y Blanco, patriotas de última hora. Le mentiría si no le
dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Ca-
margo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate
y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra con-
ciencia de libertad.
No me anima ninguna revancha ni resentimiento, solo la
tristeza de no ver a mi gente para compartir este momento, la ale-
gría de conocer a Sucre y Bolívar, y tener el honor de leer lo que
me escribe.
La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el
gusto de compartir nuestros quereres.
Dios guarde a usted.
Juana.

En 1830 dejará de percibir su pensión a causa de los vaivenes


políticos bolivianos. Y en otra carta escrita en ese año, cuando vaga-
ba por las selvas del Chaco argentino, expresará4:

“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana


Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supre-
mo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Char-
cas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H.
y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte,
juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. (…)
Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdi-
da de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte
y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los
tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a
mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados
todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en
fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no
tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me
revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lá-

62
Libertadoras de la Patria Grande

mina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se


digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo
que por mi propia graduación puede corresponderme”.

Pasará varios años en Salta, solicitando al gobierno boliviano


sus bienes confiscados y la pensión por su marido militar. Y tan pa-
triota fue la Juana que murió un 25 de mayo de 1862, cuando estaba
por cumplir ochenta y dos años, en total indigencia. Fue enterrada
en una fosa común.
Sus restos fueron exhumados cien años después y deposita-
dos en un mausoleo que se construyó en su homenaje en la ciudad
de Sucre.
La historia liberal de la Argentina nunca reconoció a Juana
Azurduy. Se desentendió de Bolivia, por entonces el Alto Perú, como
si nunca hubiera pertenecido a las Provincias Unidas, a pesar de
que las provincias del Alto Perú enviaron diputados al Congreso de
Tucumán, que declaró la independencia de las Provincias Unidas de
América del Sur. Se borró cualquier conexión con el Alto Perú y por
lo tanto con Juana y otros tantos revolucionarios.
En 2009, la presidenta argentina Cristina Fernández ascen-
dió post-mortem a Juana Azurduy a general del Ejército Argentino
y colocó su retrato en el “Salón de las Mujeres Argentinas” de la
Casa Rosada. Cuando el entonces presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, visitó ese año la Casa de Gobierno saludó militarmente su
imagen y la presidenta argentina le comentó: “Hacés muy bien en
hacerle la venia. Perdió cuatro de sus cinco hijos en la guerra por la
Independencia.”
En marzo de 2010, la misma presidenta entregó personal-
mente el sable y las insignias de general del Ejército Argentino ante
sus restos, resguardados en la Casa de la Libertad, en Sucre. Y junto
al presidente boliviano Evo Morales firmaron un tratado que ins-
tituyó el día del nacimiento de Juana Azurduy como el “Día de la
Confraternidad Argentina-Boliviana”.
También dispuso que en la plaza Colón, contigua a la Casa
Rosada de Buenos Aires, se ubique una estatua en honor a la figura

63
Cuadernos de Cambio nº4

de Juana Azurduy y que se reemplace el monumento a Cristóbal


Colón, emplazado desde su inauguración, en 1921.
Pero Juana tuvo que seguir combatiendo después de muerta.
Y además del olvido y de la miseria, se vio increíblemente envuelta
en una polémica en la cual los sectores conservadores de la Argenti-
na osaron enfrentarla nada menos que con Colón; ese personaje que
trajo la dominación a nuestra patria grande fue casi parificado a la
amazona de la libertad.
Y como si ello fuera poco, la llegada de otro gobierno liberal
en Argentina hizo desaparecer la Galería de los Patriotas Latinoa-
mericanos del Bicentenario. Mauricio Macri mandó a retirar el cua-
dro de Juana, junto con los de otros patriotas de la talla de Belgrano.
No obstante Juana, la combatiente, la flor del Alto Perú, vie-
ne ganando, por ahora, la batalla contra Colón. Y puede vérsela en
el hermoso monumento del escultor Andrés Zerneri. De espaldas al
río, mirando el continente, Zerneri la representó con una espada en
su mano izquierda, como símbolo de liberación; un niño sostenido
por un aguayo por la espalda y la mano derecha extendida en un
gesto de protección hacia el niño y hacia el pueblo, al igual que el
poncho que la cubre, que imita los pliegues de las lanas de etnias
indígenas americanas.
De los diversos homenajes folklóricos a Juana Azurduy, tal
vez el más conocido sea la canción con letra de Félix Luna y música
de Ariel Ramírez, magistralmente interpretada por Mercedes Sosa.
Sin embargo no es el único. Vaya esta zamba de Roberto Rimoldi
Fraga, que también la homenajea:

64
Libertadoras de la Patria Grande

LA JUANA AZURDUY

Mujer brava en Chuquisaca,


once leguas al este en Villar,
desafiando la muerte te fuiste
la roja bandera del godo a arrancar.

Piedras, flechas, palos, chuzas...


Todo sirve cuando hay que pelear.
Maturrangos no van a mandarnos;
nos sobra la Juana pa'l norte cuidar.

Montonera de un tiempo de gloria:


Tu renombre en los cardos golpeó.
Amazona valiente y guerrera:
Alzada entre el Pueblo te armaste la voz
con la fuerza de la tierra joven
que en filo levanta la nueva canción.

Vienen desde el Potosí


los refuerzos que manda Tacón
degollando indefensas mujeres,
robando y matando, frío el corazón.

Vamos Juana, que Aguilera


con pistola mató a tu Manuel;
lo degüella y su cabeza lleva
clavada a una lanza en Laguna a exponer.

Montonera de un tiempo de gloria:


Tu renombre en los cardos golpeó.
Amazona valiente y guerrera:
Alzada entre el Pueblo te armaste la voz
con la fuerza de la tierra joven
que en filo levanta la nueva canción.

65
Cuadernos de Cambio nº4

Notas
1. En Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy (2001), Mujeres
de la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.
2. Reportaje a Araceli Bellota, Amazona de la libertad, en Página/12, 14 de
julio de 2013.
3. En Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy (2001), Mujeres
de la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.
4. En Cantier, Joaquín (1980), Doña Juana Azurduy de Padilla, La Paz, Edi-
torial Ichtus.

Para profundizar recomendamos


Alaniz, Rogelio (2005), Hombres y mujeres en tiempos de revolución. De
Vértiz a Rosas, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral.
Macyntire, Iona (2012), La independencia. La participación de la mujer en
las guerras de la independencia del Río de la Plata, en “Visiones y revi-
siones de la independencia americana. Subalternidad e Independencia”,
Madrid, Ediciones Universidad de Salamanca.
Valencia Vega, Alipio (1981), Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy. Los
esposos que sacrificaron vida y hogar a la obra de creación de la patria,
La Paz, Editorial Juventud.

66
7. Magdalena
Güemes y las
mujeres de la
resistencia
salteña

Cuentan que en medio de una batalla,


un escuadrón de gauchos retrocedía ante
el avance de un grupo de realistas… y que de
pronto una mujer se adelantó y les gritó:
¡Cobardes, vean cómo pelean las mujeres
en mi tierra!, empuñó su lanza criolla y se
dirigió a todo galope hacia el enemigo. Y en-
tonces los gauchos volvieron sus caballos y
la siguieron… peleando hasta que no quedó ni
un soldado realista. Era Magdalena Güemes,
apodada la Macacha.

69
Cuadernos de Cambio nº4

Si bien esta mujer quedará por mucho tiempo en la historia


como la hermana del caudillo salteño Martín Miguel de Güemes,
tanto ella como muchas otras mujeres de la zona serán piezas fun-
damentales de la resistencia a los realistas por la frontera norte de
nuestro actual territorio.
José María Paz relata en sus memorias cómo la caída de Na-
poleón y la restauración de Fernando VII al trono de España, son
hechos que provocarán que la guerra por la independencia en Amé-
rica tome otro carácter. Era necesario que viniesen más tropas a en-
frentar el avance de los patriotas y junto con ellas llegaron muchos
jefes y oficiales de mérito, instruidos en las más modernas tácticas
de combate. Sin embargo, estos militares tenían una gran desventa-
ja: no conocían el territorio ni a sus pobladores.
La guerra de guerrillas encabezada por los caudillos en el
Perú les complicaba los planes, pero pudieron derrotarlos, resulta-
do que les hizo creer que sería fácil conquistar las provincias bajas.
Llenos de confianza y orgullo avanzaron hacia Salta. Pero no conta-
ron con Güemes.
La valiente población salteña, y principalmente los gauchos
acaudillados por Güemes, les opusieron una resistencia heroica.
Agrega José María Paz1:

“No tenían los invasores más terreno que el que material-


mente pisaban […] En un combate regular era indisputable la su-
perioridad de la caballería española; pero, después de agotar sus
fuerzas ensayando cargas sobre unas líneas débiles, que se les es-
capaban como unas sombras fugitivas, concluían por haber su-
frido pérdidas considerables en esas interminables guerrillas, sin
haber obtenido ventaja alguna.”

Para enfrentar a las poderosas fuerzas realistas, Güemes se


instalaba en la Quebrada de Humahuaca y desde allí sus gauchos
aparecían y se esfumaban en un abrir y cerrar de ojos, sin que los
enemigos atinaran a defenderse o contraatacar. Pero no estaban so-
los. La guerra de guerrillas se complementaba con una amplia red

70
Libertadoras de la Patria Grande

de mujeres espías, muy audaces e ingeniosas. Damas, niñas, mu-


jeres de la servidumbre y hasta esclavas, se disfrazaban, seducían,
ocultaban papeles en el ruedo de la pollera, montaban a caballo y
recorrían largas distancias para obtener información y transmitirla
al ejército patriota. Los realistas no podían respirar sin que se ente-
rara una de ellas y se activara la red de comunicación hasta llegar a
oídos de los jefes independentistas.
En 1814, después de invadir Jujuy y Salta, el jefe realista,
Joaquín de la Pezuela, le informará sobre ello al virrey del Perú2:

“Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra len-
ta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos
perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movi-
mientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias
y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía
vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas
de éste Ejército”.

La Macacha Güemes era una de ellas. De nombre completo


María Magdalena Güemes, había nacido en Salta el 11 de diciembre
de 1787, del matrimonio conformado por María Magdalena Goye-
chea y de la Corte y por Gabriel Güemes Montero, tesorero de la
Real Hacienda. En su diario describe cómo se despidió de su herma-
no con un abrazo interminable cuando, aun siendo una niña, Mar-
tín Miguel fue llamado a cumplir obligaciones militares en Buenos
Aires. El amor hacia él siempre fue enorme y su vida estará unida a
la suya y a su causa.
A los dieciséis años se casó con el militar Román Tejada, con
quien tuvo una hija, Eulogia.
Tenía veintitrés cuando llegó a Salta la noticia sobre los acon-
tecimientos de mayo de 1810 en Buenos Aires y no dudó, su adhe-
sión fue total. Con un grupo de amigas y primas armó un taller en
su casa y empezaron confeccionando uniformes para los soldados
del Escuadrón de Salteños. Pero sus acciones trascendieron amplia-
mente la costura. No tuvo una participación directamente militar,

71
Cuadernos de Cambio nº4

como sí la tuvo Juana Azurduy, pero fue una habilidosa espía que
aprovechó su lugar social destacado. Y también una gran operadora
política. Toda la información que recababa se la transmitía a su her-
mano; era sus ojos, sus oídos y sus brazos en la ciudad; lo protegía y
lo ponía sobre aviso de cualquier cuestión urgente. La Macacha no
le tenía miedo a nada. Fue capaz de ir sola, embarazada y de noche,
a galope de caballo por los caminos que conocía desde niña hasta los
campamentos rebeldes para avisar de alguna emboscada.
Desde 1810, cuando se había formado el Ejército Auxiliar del
Perú para recuperar las cuatro Intendencias Altoperuanas anexadas
al Virreinato del Perú, las tropas provenientes de Buenos Aires riva-
lizaron con las comandadas por Güemes. Los motivos eran diversos,
pero lo cierto es que los oficiales veían con recelo tanto las tácticas
militares del caudillo como la composición gaucha de sus escua-
drones. Cuando la Jefatura del Ejército es asumida por Rondeau,
la rivalidad aumentó junto con las difamaciones. La prensa porteña
denostaba a Güemes, llamándolo caudillejo, cacique, demagogo, ti-
rano. Sus tropas eran calificadas como repletas de bandidos, saltea-
dores y montoneros.
Y la cosa empeoró todavía más cuando Rondeau, volviendo
del Alto Perú derrotado en la batalla de Sipe Sipe, no tiene mejor
idea que invadir la Salta gobernada por Güemes en marzo de 1816.
Al encontrarse las negociaciones entre el jefe salteño y el general
Rondeau en un punto muerto y se avizoraba una ruptura, fue la Ma-
cacha en persona quien destrabó la situación y consiguió que se lle-
gara a un acuerdo, conocido como el Pacto de los Cerrillos.
La noche del 7 de junio de 1821 sería trágica. Cuando ella se
encontraba en su casa, llegó Güemes respondiendo a un supuesto
llamado suyo, pero pronto se dieron cuenta que era parte de un ar-
did de los realistas para atacarlo. Al abandonar la casa, escoltado
por sus “Infernales”, fue herido gravemente y murió diez días des-
pués. Dicen que en los brazos de su hermana.
Ya sin don Martín, Macacha continúo participando de los su-
cesos políticos de la provincia, con la valentía que la distinguía. Mu-
rió en su ciudad natal, un 7 de junio, en el aniversario en que Güe-

72
Libertadoras de la Patria Grande

mes fue herido de muerte, pero de 1886. Su pueblo la llamaba "la


madre del pobrerío", por su generosidad con los más necesitados.
La chacarera Señora Macacha Güemes, de León Benarós y
Agustín Carabajal, pinta cabalmente la manera en que permaneció
en la memoria de su pueblo:

A ver Magdalena Güemes


por lindo apodo Macacha
ahí andan los Infernales
cayendo de puta y hacha.

Salteña de pura cepa


aparcera de su hermano
cuando luchó por los libres
bien supo darle una mano.
También lució en los salones
pero según y conforme
al soldado de la patria
haciéndole el uniforme.
Que viva Macacha Güemes
por su valor y coraje
revistando de a caballo
las tropas de su gauchaje.

Señora Macacha Güemes


mujer de Román Tejada
la patria le debe gloria
por noble y determinada.

Bien haiga la chacarera


de aquella dama patriota
manteniéndose en el triunfo
creciéndose en la derrota.

Bondades fueron las suyas

73
Cuadernos de Cambio nº4

la llaneza fue su escudo


porque usted trató al humilde
lo mismo que al copetudo.
Que viva Macacha Güemes
por su valor y coraje
revistando de a caballo
las tropas de su gauchaje.

Todas las revoluciones, conjuraciones y sediciones ocurridas


en Salta, desde el comienzo de la guerra de independencia hasta la
caída del gobernador Latorre, en 1835, fueron hechas por las mu-
jeres, que habían tomado la política como oficio propio de su sexo,
afirma el historiador Bernardo Frías3.
A la par de la Macacha estaban otras valientes, como María
Loreto Sánchez Peón de Frías.
María dirigió a un grupo de mujeres amigas de su mayor
confianza, como Juana Moro, Petrona Arias y Juana Torino, entre
otras. Las apodaban las Bomberas, porque ayudadas por sus hijos
pequeños y sus criadas espiaban al enemigo realista e informaban a
los patriotas, aprovechando de su sociabilidad y afición a las fiestas.
Secretamente pasó a ser la Jefa de Inteligencia de la Van-
guardia del Ejército del Norte y como tal fue autora de un plan con-
tinental de Bomberas, aprobado y autorizado por Güemes. Para
cumplir con ello se contactó con otros patriotas del Norte, como por
ejemplo Juana Azurduy.
En estas actividades estuvo desde 1812, en tiempos del Gene-
ral Belgrano, hasta 1822, en todo el periodo de la guerra de guerri-
llas comandada por Güemes.
Para tener una comunicación rápida y frecuente desarrolló
un simple e ingenioso sistema: un buzón natural en medio de la
nada. Un árbol al que se le había hecho un hueco y luego vuelto a
tapar con la misma corteza, cerca de donde las criadas iban todos
los días a lavar la ropa y a buscar agua. Ellas transportaban el papel
con la ropa sucia y lo dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, el

74
Libertadoras de la Patria Grande

jefe patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su vez instrucciones y


pedidos de información.
No se les escapaba nada. Ni siquiera la cantidad de soldados
realistas que había en cada momento. María se disfrazaba de vian-
dera e iba con su canasta de comida en la cabeza y granos de maíz en
los bolsillos a sentarse a la plaza donde estos acampaban. Cuando
aparecía el oficial y empezaba a cantar uno por uno los nombres,
ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente
y luego enviaba esa información a través del buzón del árbol. Cada
vez que había un cambio, por deserciones o llegada de refuerzos,
repetía la operación.
En 1817, el General realista La Serna planeó una entrada al
Valle Calchaquí y para distraer a los salteños organizó un baile. Pero
enterada María de la expedición por boca de un oficial atontado por
su belleza, sin demora y en medio de la noche, montó un caballo
para dar aviso a los patriotas, que pudieron organizar la defensa y
derrotar al enemigo.
En otras oportunidades, vestida de gaucho, salía a cabalgar
en plena noche internándose en el monte, por senderos que sólo ella
conocía, para encontrarse con sus compañeros de causa. También
se disfrazó de india, y se sentaba en los portales a vender pasteles y
espiar. Sus criados llevaban a las “Bomberas” sus mensajes. Al-
guna vez tuvo que llevar la información ella misma porque no había
tiempo para hacerlo de otro modo. Conocía ese territorio arbusto
por arbusto y montaba a caballo como una amazona.
Los realistas entraron en sospechas de las actividades de las
damas salteñas y comenzaron a vigilarlas. Así es como María estuvo
presa en el Cabildo.
Vivió muchos años y llevó la insignia celeste en el pelo hasta
el final.
A los realistas los desvelaba la actuación de las mujeres. Y
otra que los preocupaba muchísimo era Juana Moro, que también
lideró con María Loreto la red de espías. Juana, humildemente ves-
tida, se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del

75
Cuadernos de Cambio nº4

enemigo. Era criolla, había nacido en Jujuy en 1785, se radicó con


su familia en Salta desde pequeña.
La primera vez que la apresaron, la obligaron a cargar pesa-
das cadenas, pero no delató a los patriotas. A la segunda vez el cas-
tigo fue más grave: cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta, fue dete-
nida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar.
Por suerte, unos días más tarde una familia vecina horadó la pared
y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expul-
sados. Intentaron matarla a los 29 años, pero murió de anciana. A
consecuencia de la difícil situación que atravesó recibió el apodo de
“La Emparedada”.
Ella también es recordada en una canción folklórica que lleva
su nombre, una zamba entonada por Roberto Rimoldi Fraga y cuyas
letras pertenecen a Chazarreta y Giménez:

LA JUANA MORO

Era la Juan Moro


criolla de Salta;
del fondo de la historia
trae su memoria la zamba.
Cuando fue sometida
la tierra gaucha
llevaba los mensajes
al paisanaje en batalla.
Llegando al río Arias
desde Quebrada del Toro
con un parte guerrero
la sorprendieron los godos,
pero guardó el secreto
a los nuestros la Juana Moro.
El 20 de febrero
del año “13
recuperaban Salta

76
Libertadoras de la Patria Grande

las fuerzas gauchas de Güemes.


La libertad fue el grito
bravo y sonoro,
y en la prisión se oía
el “¡viva!” de Juana Moro.
Llegando al río Arias
desde Quebrada del Toro
con un parte guerrero
la sorprendieron los godos.
Fue mujer y leona
entre todas la Juana Moro.

Notas
1. Memorias de José María Paz en: Graciela Meroni (1981), La Historia en
mis documentos. Desde la Revolución de Mayo hasta el triunfo federal de
1831, Buenos Aires, Huemul.
2. En Frías, Bernardo (1971-1972), Historia del General Martín Güemes y
de la Provincia de Salta, o sea de la independencia argentina, Depalma,
Buenos Aires.
3. Idem.

Para profundizar recomendamos


Drucaroff, Elsa (2002), Conspiración contra Güemes: una novela de bandi-
dos, patriotas, traidores, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
Drucaroff, Elsa (1999), La Patria de Las Mujeres: Una Historia de Espías en
la Salta de Güemes, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
Deleis, Mónica; de Titto, Ricardo y Arguindeguy, Diego L. (2001), Mujeres de
la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.
Vitry, Roberto (2000), Mujeres Salteñas, Salta, Editorial Hanne.

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