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se interroga y estudia desde

hacia varias décadas «¿qué


es vivir?», ese «fenómeno»
que comenzó hace cuatro
mil millones de años, como
proceso evolutivo. Resume y
simplifica los resultados de
sus investigaciones en esta
respu
der».
K o n r a d L o r e n z nos relata su
vida como investigador y las
etapas más importantes de
su pensamiento, cumplidas
en amistosa relación o críti­
co enfrentamiento con los
naturistas y filósofos más
importantes de su época, en­
tre ellos Karl Popper.

"Diálogos con los testigos de nuestro tiempo"

Código: 0.115
Editorial Gedisa ofrece
los siguientes títulos sobre el
TEMA
EXPERIENCIAS, TESTIMONIOS Y
HECHOS REALES
perteneciente a sus diferentes
colecciones y series

Estos libros están especialmente dedicados al género testimonial La expe­


riencia de hombres y mujeres, públicos o anónimos, llanos o ilustrados, es
inestimable para el conocimiento de la historia y la sociedad.

A L B E R T H O FM AN N LSD

V ÍC T O R C A M C IO Vida de un emigrante
español

BARTOLOM EO VAN ZETTI Cartas desde ¡a


p risión

L E O N SCH W A R TZEN BERG Testimonios de


Y P. V lA N S S O N -P O N T É vida

B . FEEVBERG Y Bertrand Russell


R . K A S R IL S (COM PS.) responde

Martin G ray E l libro de la vida

Gilbert tordjman Conquistar la felicidad

Raymond Jean Culpable de ser mujer

N O R M A N M A IL E R Fragmentos

B . COHEN Y E l misterio de
L . R O SEN ZW EIG Kurt Waldheim

Fabrizio C alvi E l misterio de


la mafia

K onrad Lorenz/ Vivir es aprender


Franz Kreüzer
VIVIR
ES APRENDER
ReJlexion.es sobre la vida y obra
del premio nobel

por

K o n ra d L o re n z / F ra n z K reu zer
Titulo del original en alemán:
beben is Lemen
© fay R Piper & Co. Verlag, München, 1981

Traducción: Nélida M. de Machain


Diseño de cubierta: Julio Vivas

Primera edición, marzo de 1988, Barcelona, España

Derechos para todas las ediciones en castellano

© by Editorial Gedisa
Muntaner, 460, entlo., 1*
tel. 201 6000
08006 - Barcelona, España

ISBN: 84-7432-296-0

Depósito legal: B. 10.085 - 1988

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Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

Impreso en España
Printed in Spaín

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cual­


quier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o
modificada, en castellano o cualquier otro idioma.
KreuzeriK): Profesor: si en este país detene­
mos a diez personas por la calle y les pre­
guntamos si se les ocurre el nombre de
un Premio Nobel austríaco, podemos es­
tar seguros de que ocho o nueve respon­
derán: Konrad Lorenz. Usted es el cien­
tífico más popular de este país y, sobre
todo, es la suprema encam ación del
científico. Esto tiene, por lo menos, tres
razones muy concretas: no es sólo un
Premio Nobel sino que lo parece; nos ha
brindado escenas cinematográficas po-
pularísimas, que constituyen un verda­
dero estímulo para la fantasía, como las
de los gansos que marchan detrás de us­
ted; el público lo supone capaz de dialo­
gar con los animales, como Mowgli en El
libro de la selva. Y, lo que sin duda es
más importante, usted es un meritorio y
reconocido paladín del medio natural.
Expresado en términos actuales, es algo

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así como un Ayatollah de los Verdes. Eso
es lo que se sabe de usted y eso será, se­
guramente, tema de esta conversación.
Pero nos hemos propuesto algo más.
Pretendemos trazar las grandes líneas
de pensamiento en las cuales se inscri­
ben sus obras; pretendemos mostrarlo
como el hombre que mejor y con más
claridad ha formulado en este siglo lo
que es la vida; el hombre que ha estable­
cido puentes entre la comprensión del
animal y la comprensión del hombre, la
comprensión de nuestro propio yo espi­
ritual. Queremos también presentarlo
como el hombre que desde la cátedra de
Kant, Príncipe de los Filósofos, ha reela­
borado la teoría kantiana para adecuar­
la a nuestro siglo. Nos hemos propues­
to hacer muchas cosas; pero, como en
toda biografía, comenzaremos por decir
que usted llegó al mundo en 1903, en el
interesantísimo paisaje que rodeaba la
mansión de su padre, el célebre orto­
pedista Lorenz. Si he leído bien su bio­
grafía no me queda otro remedio que for­
mularle una pregunta semitécnica: ¿se
puede nacer biólogo?
Lorenz (L); A esa pregunta puedo responder
con un decidido “sí” . Y lo hago sobre la
base de una estadística. En un congre­
so de etología pudimos comprobar que

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todos los asistentes habían mostrado,
antes del quinto año de vida, un marca­
do interés por los animales. Ante esa
comprobación, el profesor Heini Hediger
de Zurich —quien siempre se había
mostrado interesado por la relación
hombre-animal— redactó un cuestio­
nario que, sin sugerir nada, demostraba
cuáles habían sido nuestros comienzos.
Enviamos este cuestionario veinte biólo­
gos de reconocida importancia. Max
Hartmann vivía aún; Alfred Kühn tam­
bién. Alistair Hardy figuraba entre los
muchos reconocidos biólogos... ¿Y sabe
usted cuántos de ellos habían escogido
su profesión antes del quinto año de
vida? ¡Todos! Los veinte respondieron
— sin preguntas sugestivas— que ha­
bían comenzado antes de los cinco.
K: Pues bien, reformulemos la pregunta
científicamente: ¿Qué condiciones son
las que llevan al niño a ser un biólogo en
el futuro?
L; Si lo encaramos desde el punto de vista
de las influencias del medio, no hay du­
da de que es importantísimo haber cre­
cido en el campo, haber entrado desde
muy temprano en contacto con los ani­
males. Pero ésa no es la única condición.
Entre esa gente hay muchos que fueron
niños de ciudad, a pesar de lo cual insis­

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tieron en tener un animal. Tengo una es­
pecie de asesoría para jóvenes que quie­
ren practicar la etología y he observado
un detalle característico en todos los fu­
turos naturalistas: no tienen perros, ga­
tos ni canarios; prefieren salamandras o
gusanos... una de esas cosas que uno
lleva en un frasco a su casa al regreso de
un paseo.
K: ¿Qué animales tenía usted?
L: Mis primeros animales fueron salaman­
dras maculatas. Mi padre había traído
consigo, de un paseo por el monte Kah-
lenberg, una salamandra maculata. T e ­
nía el firme propósito de dejarla en liber­
tad una semana después. Lo que no fi­
guraba en el contrato era lo que podía
ocurrir si la salamandra tenía cría en ese
lapso. Y eso fue lo que ocurrió. De esa
manera inicié mi primer acuario. Por­
que, como si fuera una señal del cielo, no
entregué la cría. Con ayuda de una niñe­
ra muy bien dotada para cuidar anima­
les — se llamaba Resi Füringer, y era hi­
ja de campesinos de la Baja Austria—
llevamos doce de las veinticuatro larvas
de salamandra a la metamorfosis. No es
nada fácil. Se trata de un éxito conside­
rable en el terreno de la cría de animales.
K: ¿Y qué animales se añadieron más ade­
lante?

10
L: A la salamandra maculata se añadió, en
primer lugar, un pato, un pato domésti­
co recién salido del cascarón. Son expe­
riencias que recuerdo con toda clari­
dad. .. como también las de mis primeros
gansos migratorios. Además —y aquí
encontramos una interesante conver­
gencia con Karl Popper—, el primer libro
que ejerció una influencia realmente de­
cisiva sobre mí fue El extraño viaje de
Niels Holgersson, de Selma Lagerlóf. En
aquel momento yo quería ser un ganso
salvaje.
K: ¿No sólo volar sobre un ganso salvaje si­
no ser un ganso?
L: Sí. Primero quise ser una lechuza... por­
que no necesita dormir. Pero luego pen­
sé que las lechuzas no nadaban y eso se
oponía a mis necesidades de universali­
dad. Lo que yo buscaba era un ave que,
además, supiera nadar. Y entonces lle­
gó el libro de Lagerlóf... No me permitie­
ron tener un ganso, porque habría
arruinado el jardín. Y fue entonces
cuando me regalaron un patito, En casa
de los Nagl, m uy cerca de la mía, acaba­
ban de salir del cascarón un ejército de
patitos. Una gallina había empollado los
huevos. Quise tener uno. Mi padre se
oponía. Recuerdo ese suceso como si
hubiera sido ayer. Mi madre me malcria­

11
ba más. Ella quería darme permiso pa­
ra criar el pato; mi padre se oponía por­
que odiaba que se torturara a los anima­
les. Por supuesto, triunfó mi madre. Y
ahora viene lo más interesante: entre
esos diez o doce patitos yo elegí el único
con todos los colores del pato silvestre.
¿Por qué? Lo ignoro. Quizá ya entonces
supiera que el hombre corre peligro de
ser domesticado. Volviendo la vista ha­
cia atrás, es muy difícil establecer cuán­
do fue la primera vez que asomó un co­
nocimiento.
K: Ya que ha mencionado a Karl Popper: es
realmente sorprendente que también él
en su biografía destaque la experiencia
de los gansos salvajes y de los libros de
Selma Lagerlof. Pero ustedes mantuvie­
ron contacto directo, según parece. Creo
que usted lo ató a un árbol del jardín, en
su papel de indio piel roja.
L: Esa es otra historia. Uno nunca debe
creerse demasiado original. Es curioso
que las principales ideas nuevas en ma­
teria de teoría del conocimiento que co­
menzaron a perfilarse en mí — un poco
después que en Karl Popper e indepen­
dientemente de él— se perfilaron tam­
bién en Donald Campbell. Y esos bri­
llantes chispazos, la “lamparita que se
enciende”, son muy repentinos. La con­

12
vergencia con Karl Popper es divertida,
incluso porque yo no sabía de su exis­
tencia. Luego, a través de Campbell, re­
cibí un libro que contenía un aporte de
éste: The Philosophy o f Karl Popper y
entonces envié una nota a Karl Popper:
“DearSirKarl... etcétera, etcétera”. Muy
formal. En respuesta recibí una carta
manuscrita con la curiosa escritura in­
fantil de Popper: “Mi querido Konrad:
por lo visto no te has enterado de que soy
Karli Popper” . Y desde entonces... no sé
cómo decirlo... desde entonces nos he­
mos mantenido fieles. Volvimos a estre­
char vínculos. Karli Popper siempre de­
sempeñaba el papel de “carapálida" en
nuestros juegos. El blanco que es atado
a un poste para ser torturado. Era torpe,
corría mal, disparaba mal y era de una
bonhomía conmovedora. Era mucho
más inteligente que nosotros... Porque
Popper fue precoz. A los diecisiete años,
aproximadamente, comenzó a tom ar en
broma al Grupo de Viena, al Grupo de
los Positivistas de Viena. Era mucho
más inteligente que nosotros; pero a los
indios, no sabía jugar. Y nosotros lo tor­
turábamos bastante, aunque no dema­
siado...
K: Ya que menciona ese ambiente compar­
tido, creo oportuno formularle una pre-

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gunta importante: ¿Cómo explica usted
esa estimulante atmósfera espiritual de
fines del siglo pasado y comienzos de és­
te, que tanto influyó sobre la juventud
de la época? No puede ser una simple ca­
sualidad que la clase media de esa épo­
ca haya producido tantos hombres im ­
portantes, justam ente en Viena. ¿Era el
hogar, el colegio secundario?
L: Sí, fue una época de verdadero liberalis­
mo intelectual... y al hablar de liberalis­
mo quiero decir libertad espiritual en el
más estricto sentido de la palabra. Y
cuando se toca el tema acostumbro a
contar que aprendí a conocer a Darwin
y su teoría de la Selección, no como teo­
ría sino como hecho apto para su publi­
cación en textos de enseñanza. Así me la
expuso un sacerdote benedictino, Philip
Heberdey, a quien todavía le estoy agra­
decido. Es curioso cómo el niño sabe
quién es un buen maestro y quién no lo
es. Y esa ép oca —Austria en esa é p o c a -
era una especie de Isla de los Bienaven­
turados para el libre desarrollo de la
ciencia. Yo soy bastante localista en lo
que se refiere a los científicos vieneses:
casi todos, es decir, un alto porcentaje
de los hombres más inteligentes que co­
nozco, son austríacos. Por lo general, ju ­
díos emigrados. Si me pide que mencio­

14
ne, al pasar, algunos de los hombres
más talentosos que conozco, le nombra­
ré a Karl Popper, Paul Weiss, Kurt Gom-
brich, René Spitz y muchos otros que
pertenecen, más o menos, a la misma
generación. Esto es sólo para corroborar
que fue una época inteligente. Y yo creo
que se vincula con un hecho: en aquel
tiempo se habían apagado los ecos de la
polémica sobre Darwin y la Teoría de la
Selección Natural, y el público culto de
todos los países había llegado a aceptar
como una verdad lógica la Teoría de la
Evolución.
K: Pero sin haber llegado a desarrollarla re­
almente.
L: Sí, el hecho de que se la haya dado por
sentada fue condición para que se extra­
jeran consecuencias teóricas muy preci­
sas en lo que a visión general del m un­
do se refiere y, sobre todo, en el terreno
de la gnoseología. En eso se insinuaba,
también, un principio de conocimiento
de lo que puede ser, aproximadamente,
vida.
K: Quizá convenga formular aquí una pre­
gunta. para llegar también a la base de
su teoría, desde la óptica de la fase final
de este siglo: ¿Con qué elementos gran­
des y fundamentales contó este siglo al
nacer, que hayan sido requisito previo

15
para el desarrollo de la biología, la etolo-
gía y la filosofía de la Naturaleza tal cual
usted las ha acuñado? Si no me equivo­
co: por un lado —y proveniente de la fí­
sica, encaminada por Ludwig Boltz-
mann— está la termodinámica, la pro­
blemática referente a la relación de los
procesos térmicos con la vida, y, por otro
lado, el darvinismo,
L: Sí, es una buenísima pregunta. Porque,
de alguna manera, la síntesis entre Teo­
ría de la Selección y termofisica, la físi­
ca energética de esta época, es algo
esencial para el hombre que piensa en
términos de biología. Yo diría que tomé
a los animales en serio desde mis co­
mienzos y tomé conciencia de que eran
capaces de existir independientemente
del hombre. Es decir, que el más simple
de los peces no debe su existencia a un
capricho del Creador, sino que es — si se
me permite expresarlo en términos mer­
cantiles— un negocio floreciente, que
deja ganancias, se difunde, abre filiales
y, aunque no inunde el planeta, es capaz
de existir. Y al tomar así en serio una es­
pecie animal viva —y ahora no estoy ha­
blando del individuo sino de la especíe­
se está poniendo, de algún modo, de m a­
nifiesto que la vida es, por un lado, un
proceso energético...

16
K: Un proceso en el Cual se gana energía.
L: Un proceso en el cual se gana energía y,
por otro lado, un proceso en el cual se
ganan conocimientos, pues cada adap­
tación a las condiciones del medio signi­
fica que, de alguna manera, se ha ali­
mentado el sistema del organismo con
información sobre esas condiciones.
K: Como esa tesis figura siempre al co­
mienzo de sus libros, quizá convenga
aclarar algo: lo que significa “entropía”
en el segundo principio de la “termodi­
námica”. Los televidentes atentos re­
cuerdan la interesante serie de Hellmut
Andics: “Toda vida es química” . En uno
de los capítulos se mostraba — en la fic­
ción— cómo Ludwig Boltzmann explica­
ba a U se Meitner, una de sus alumnas,
se segundo principio de la termodinámi­
ca. Y lo hacía en forma muy gráfica. De­
cía: “Aquí estamos sentados junto a una
estufa que genera calor. Advertimos que
el calor no permanece concentrado en
tom o de esta estufa; se distribuye por
toda la habitación. Tampoco puede ocu­
rrir que el calor se ju nte en un rincón.
Estamos comiendo un plato en cuya fac­
tura predomina el huevo; no hay forma
de volver a convertir esta preparación en
un huevo. Usted tiene aquí un frasquito
de perfume. Si deja escapar un poco de

17
2
fragancia de ese frasquito, la fragancia
se esparcirá por toda la habitación y
nunca encontrará el camino de regreso
al frasco. Si usted deja caer el frasco, és­
te se convertirá en astillas; si dejamos
caer un puñado de cristal, jam ás obten­
dremos un frasco”. El segundo principio
de la termodinámica dice que los siste­
mas ordenados pasan a ser sistemas
más desordenados. La entropía aumen­
ta. Ahora bien ¿cómo es posible la vida
según esto? ¿Cómo es que la vida puede
ganar energía, aparentemente en con­
tradicción con el segundo principio? Un
siglo medita sobre este punto.
L: Personamente, comencé a meditar so­
bre el tema hace mucho tiempo. Y por
entonces había en Lainz mucha gente
orientada hasta la psiquiatría, entre
ellos, Birkmayer y mi discípulo y futuro
ayudante Schleidt. Ellos discutían m u­
cho sobre ese tipo de problemas... Todos
esto ocurría después de la última gue­
rra. Y un médico de apellido Frúhmann
formuló muy bien la respuesta a su pre­
gunta cuando dijo: “La vida devora en­
tropía negativa”. Eso significa lo si­
guiente: en la corriente de la energía
universal en disipación — de esa energía
universal que se disipa como el perfume
de Lise M eitner— se interpone un apara­

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to receptor de energía, que la frena, que
la incorpora, que la aprovecha. Ese apa­
rato recibe, pues, la energía aún ordena­
da —tiene que estar ordenada aún— y
con ese orden crea orden, energética­
mente. Hay una comparación muy lin­
da. creo que debida a Norbert Bischof:
“Es como un banco de arena que se for­
ma en sentido transversal a la corriente
y retiene las partículas en suspensión, y
al hacerlo va aumentando su tamaño".
K: Aumenta el tamaño. A pesar de la ley se­
gún la cual el río corre hacia abajo.
L: Aumenta el tamaño a pesar de que el río
corre hacia abajo y tiende a arrastrar to­
do el limo al mar. El banco de arena cre­
ce a ojos vista y tanto más rápido cuan­
to mayor cantidad de arena se acumula.
K: Es decir, un proceso de acoplamiento re-
generativo positivo como se dice ahora.
L: Sí. Ese es el principio del “devorar" de la
vida. Pero la vida devora también más
cuanto mejor estructurada está, cuanto
mayor es su gran adaptación al medio.
De modo que la vida no sólo es un pro- -
ceso de asimilación de energía que, de
paso, evita su disipación; ese banco de
arena, por medio de su crecimiento, fre­
na energía, economiza energía univer­
sal, dilata la llegada de la muerte del ca­
lor, de la entropía completa. Y será tan­

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to más eficaz en su cometido cuanto más
inteligente sea la estructuración del fil­
tro de energía. Estas estructuras son las
que se seleccionan. El acierto represen­
tado por un perfeccionamiento del filtro
es tremendamente improbable. Theodo-
sius Dobzhansky ha calculado la proba­
bilidad en 1:108 ... uno en cien millones.
Pero ese acierto paga enormes dividen­
dos. Expliquémoslo así: cuando uno de
cada diez millones de animales o plantas
o virus llega a un acierto de esa natura­
leza, en ese lapso muy breve, todos los
representantes de esa especie serán
descendientes de ese único y feliz gana­
dor. Y eso aumenta las probabilidades
de que uno de esos descendientes sea el
próximo en dar en el blanco.
K: Volvamos por un instante a Boltzmann
y a su descendencia intelectual. Porque
el interrogante capital es: ¿Es una total
casualidad, una casualidad extrema, el
hecho de que aparezca la vida en contra
de este segundo principio de la termodi­
námica o existe una cierta regularidad,
una ley?
L: Existe una regularidad. Y es lo que Man-
fred Eigen ha definido con tanto acierto
como la casualidad domesticada. La ca­
sualidad ha sido domada por el éxito de
quien dio en el blanco. Lo explicaremos

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así : la probabilidad de que la misma fa­
milia vuelva a dar en el blanco aumenta
en forma exactamente proporcional al
número de descendientes. Y como el fe­
liz ganador de esa increíble lotería ten­
drá muchos más descendientes que
aquel que no la ganó, la probabilidad de
que uno de sus descendientes sea el pró­
ximo ganador aumenta en la misma me­
dida.
K: Manfred Eigen tiene también el mérito
de haber reconstruido —sobre bases
químicas, extrayéndolo de la teoría del
ju ego— cómo podría haber sido esa ges­
tación prístina, ese formarse-por-pri-
mera-vez de moléculas de las cuales
surgen réplicas. Y aquí tenemos otro
acoplamiento regenerativo positivo: un
“hiperciclo”.
L: Sí, pero hay un punto en el cual no en­
tiendo a Manfred Eigen. Porque, a partir
del momento en el cual se presenta la
reduplicación, en el cual es, pues, posi­
ble la supervivencia, el juego es otro ju e­
go. Porque ahora se trata de un juego por
algo. Hasta ese momento había sido un
juego sin sentido de las moléculas, en el
cual — como también lo dice Manfred Ei­
gen— sólo son fijas las reglas de juego.
Pero ese ju ego se trasforma en otra cosa
desde el instante en el cual el ganar sig­

21
nifica sobrevivir y el perder significa la
muerte. Y eso no lo entiendo muy bien.
Ahí se me está exigiendo demasiado.
K: Y desde el instante en el cual comienza
la multiplicación, por supuesto.
L: La multiplicación no es indispensable.
También se puede sobrevivir sin multi­
plicarse. Sólo que, en ese caso, la muer­
te casual representa el final. La multipli­
cación es necesaria para escapar a la
siempre amenazante muerte por casua­
lidad. La casualidad —el demonio—
nunca se duerme, de modo que la m ul­
tiplicación forma parte de la vida.
K: Pero la regularidad de esa violación de
una regla aparentemente establecida
por la física parece ser algo de gran im ­
portancia. El propio Monod, premio No­
bel, en su libro Le hasard et la nécessi-
té, considera la probabilidad de apari­
ción de la vida como algo totalmente im ­
probable y, por eso, califica al ser huma­
no de “gitano al margen del universo”.
L: Exactamente lo contrario de lo que afir­
ma Manfred Eigen. Manfred Eigen afir­
ma que la aparición de la vida no es una
casualidad, sino que el juego está deter­
minado desde el principio de manera
que el resultado final sea la vida.
K: Pero eso hace suponer que esa capaci­
dad de crear vida con la cual cuenta la

22
Naturaleza material no se opone a las le­
yes de la Naturaleza sino que, en cierto
modo, está contenido en ellas.
L: Estoy convencido de ello.
K: Es decir que, en ese sentido, Teilhard de
Chardin —quien ha visto todo desde
una óptica religiosa— tiene cierta razón
cuando ve la entropía negativa, que es
casi una superación, como lo divino en
el mundo.
L: Si usted contempla en forma global el
contenido de verdad de una visión del
mundo, el contenido de verdad de la
campesina de Grünau y el contenido de
verdad de las opiniones de B. F. Skinner,
llegará a la conclusión de que la cam pe­
sina — quien cree en la Inmaculada Con­
cepción de María y en Dios y en los san­
tos— está más cerca de la verdad que el
conductista. Y Teilhard de Chardin es
un término medio. Porque Teilhard de
Chardin ha visto algo grandioso que na­
die se ha atrevido a decir: que con cada
etapa de la evolución hay un crecimien­
to de valor. Que no podemos dejar de ver
a los animales superiores como algo va ­
lioso. Por supuesto, lo que nosotros no
podemos escribir —y al hablar de “noso­
tros" me refiero a Monod, Eigen. Karl
Popper y yo, más muchos otros— es que
la evolución esté teleológicamente pre­

23
determinada.
K: Que indefectiblamente esté Dios detrás
de ella.
L: Todos somos fieles seguidores de Nicolai
Hartmann y no creemos en un orden
universal orientado hacia un fin.
K: Para volver a lo fundamental. La prime­
ra tesis desarrollada de este siglo y a
partir de las teorías de Boltzmann: la v i­
da es un procesó de ganancia de energía.
¿Qué dice al respecto la teoría de Dar-
win?
L: Darwin opina lo siguiente: sí, pero la v i­
da es también un proceso de ganancia
de información, y también la ganancia
de información y la ganancia de energía
se encuentran en una relación de retro-
acoplamiento positivo. Ya he hecho refe­
rencia al retroacoplamiento positivo en­
tre ganancia material y ganancia de co­
nocimiento: el triunfador tiene una des­
cendencia mucho más numerosa y, por
esa razón, tiene más posibilidades de lo­
grar un segundo éxito, es decir, incorpo­
rar nuevamente al sistema una informa­
ción importante para el negocio.
K: De ese modo la condición para que el sis­
tema darwiniano entre en ju ego es, por
supuesto, que la vida pueda mantenerse
y répetirse. Sólo entonces entran en ju e­
go la mutación y la selección. Es decir, la

24
pequeña trasformación de lo existente.
L: Esa es una incógnita. Digámoslo así: sin
ensayos previos para comprobar si no
hay otras maneras de hacer algo, la vida
sólo podría existir en un medio absolu­
tamente constante, en el cual nada nue­
vo sucede. Y la ganancia de información
puede lograr dos efectos: en primer lu­
gar puede aumentar la ganancia de
energía y, en segundo lugar, puede ex­
plorar un nuevo ámbito para la vida. De
modo que son dos posibilidades positi­
vas. Y, de cualquier manera, es muy
acertado lo que también Rupert Riedl
subraya a cada paso: que la vida no es
sólo un proceso de ganancia de energía
sino, esencialmente, un proceso cog­
noscitivo, es decir un proceso de ganan­
cia de conocimientos.
K: Pero, en el fondo, se trata de pequeñas
erratas en la reproducción de lo existen­
te, las que —bajo el peso de la selec­
ción— conducen a un progreso. En el
primer momento se trata, quizá, de algo
m uy negativo. Ha “ocurrido” algo, el te­
jid o tiene una falla...
L: Sí, sólo que es preciso descubrir si, por
casualidad, ese error en el proceso de te­
jeduría no mejora la manta y la hace más
abrigada. Y eso ocurre una vez en diez
millones de casos.

25
K: Y eso, a su vez, ocurre por un m ecanis­
mo negativo, el de la selección.
L. Sí. Karl Popper afirma — dejando, inten­
cionalmente, de lado los procesos racio-
morfos no conscientes, la llamada intui­
ción— que, hasta cierto punto, la hipó­
tesis es algo inventado y que el primer
paso en el conocimiento es, quizá, el de­
cir: esto es erróneo y esto es erróneo... o
bien: así podría ser, aproximadamente.
La evolución procede exactamente así.
Hace pruebas con mutaciones y se que­
da con lo mejor.
K: En este aspecto deberíamos ser más
precisos. Si decimos que hace pruebas
estamos dando algo por sentado. En
realidad, no hace pruebas; algo le ocu­
rre.
L: Sí, en realidad le “ocurre” algo.
K: Y la presión selectiva, la exclusión de los
menos aptos hace que surja algo mejor.
De modo que sólo se tiene la impresión
de que la Naturaleza hace pruebas.
L: Sí. Porque detrás de la palabra “prueba”
se supone un objetivo. Y la Naturaleza
carece de objetivos. Aparece un error y,
de tanto en tanto, éste es beneficioso. A
pesar de todo daremos una idea más cla­
ra a nuestros oyentes de nivel cultural
medio si decimos: la vida es una empre­
sa comercial: cada especie — no la vida

26
en general—, cada especie es una em­
presa comercial.
K: Sobre todo desde el punto de vista ener­
gético... hoy entiende eso casi todo el
mundo.
L: Los términos de moda son sustancia
capital, biomasa, empresa con ganan­
cias que se puede dar el lujo de arriesgar
un poco. Se puede dar el lujo de probar
a ciegas. Por supuesto, tan ciego no es
el proceso. Cuando BASF o IG-Farben
hacen grandes ganancias e invierten
una parte considerable de esas ganan­
cias en sus laboratorios, lo hacen con la
bien calculada esperanza de que surja
algo más inteligente aún, que proporcio­
ne más ganancias todavía.
K: De modo que la vida es ganancia de
energía y ganancia de información, y ga­
nancia de información para ganar más
información.
L: Es un retroacoplamiento positivo. Cada
ganancia de energía otorga nuevas posi­
bilidades para ganancias de conoci­
miento, cada ganancia de conocimiento
abre nuevas y mejores posibilidades pa­
ra una ganancia de energía.
K: Profesor: usted se ha mostrado muy m o­
desto al brindar algunas definiciones.
Porque ha atribuido a Darwin la defini­
ción de la evolución como proceso de ga­

27
nancia de conocimientos. Y eso no es
cierto: en esencia, eso le pertenece a us­
ted. Darwin definió el mecanismo: m u­
tación. selección. Pero ¿acaso la defini­
ción del proceso como proceso de ga­
nancia de energía no constituye el nú­
cleo de su propia teoría, que sirve de ba­
se a otras teorías? ¿O existen otros que
hayan pensado con usted o antes que
usted, eso de interpretar la vida como un
aprender?
L: Digamos que, por lo menos, los realistas
hipotéticos que han trabajado indepen­
dientemente unos de otros, tienen que
haberlo sabido.
K: Sí. pero, en general, se trata de gente que
ha seguido meditando sobre las teorías
de Darwin.
L: Así es.
K: En este siglo.
L: Sí, eso es, exactamente, a lo que yo alu­
día al comienzo: el dar por sentada la
teoría de Darwin fue una condición ne­
cesaria para muchos descubrimientos
nuevos. También estaba en la atmósfe­
ra que había que vérselas con Kant. ha­
bía que enfrentarse con la teoría del co­
nocimiento, etcétera.
K: Pero antes quiero formularle una impor­
tante pregunta: ¿cómo llegó usted a la
investigación del comportamiento? Eso

28
ocurrió mucho antes de enfrentarse con
las categorías kantianas.
L: Sí, mucho antes. No se trata de una fal­
sa modestia —jishingforcompliments—
cuando afirmo que varias veces en mi vi­
da... por lo menos en dos momentos de­
cisivos... tuve una suerte extraordina­
ria. Conocí animales. Era m uy niño
cuando pregunté a mi padre si la lombriz
era un insecto. Cuando me hubo expli­
cado que los insectos son artrópodos,
repliqué que la lombriz era anillada y
mucho más articulada que los insectos.
Había comprendido que esa metametría
— la articulación de la lombriz— es la
misma articulación que se encuentra en
los insectos, cangrejos, etcétera; en to­
dos los artrópodos. Pero mi padre no pu­
do responder a eso, no lo sabía.
Y, de pronto, encontré la respuesta a
mi pregunta en un trabajo de Wilhelm
Bólsche, un tomito de historia natural
que llevaba el título Días de creación. En
ese librito había un grabado del ar-
queoptérix, el pájaro primitivo. Se trata
de un pájaro maravillosamente impreso
en las pizarras jurásicas. “Un pájaro, sin
duda alguna, con plumas, patas de pá­
jaro y alas de pájaro; pero en las alas tie­
ne aún tres dedos con garras, en el pico
tiene dientes y la cola es larga como la de

29
un lagarto, con un par de plumas en ca­
da vértebra. Y allí leí que se trataba de
una transición entre el reptil y el pájaro.
Y luego recuerdo un paseo con mi padre.
Podría señalar el lugar... es muy curio­
sa esa asociación del lugar con las viven­
cias más profundas. Mientras subíamos
con mi padre hacia el observatorio Kai-
ser-Jubiláum. yo le contaba lo que ha­
bía visto en aquel libro. Mi padre me es­
cuchaba con curiosa complacencia. Yo
hablaba mucho y él, que solía decirme
“¿Por qué no te quedas callado por un
rato?", esa vez no me lo dijo. Me escu­
chaba con placer y le conté todo. De la
evolución, de Darwin... y, como le decía,
él me escuchaba de buen grado y son­
reía. Y de pronto se hizo la luz en mí: “¡Ya
lo sabe!”. Y recuerdo que experimenté
un profundo resentimiento hacia mi pa­
dre, quien enterado de una cosa tan im ­
portante. había procedido como si no va­
liera la pena comunicármela.
Y en ese momento decidí ser paleontó­
logo. La evolución es todo, pensaba. Es
la historia del mundo, es lo único real­
mente importante. Y hoy sigo pensando
lo mismo. Sé que, por ese entonces, aún
no había ingresado al colegio secunda­
rio, de modo que tenía menos de diez
años. Me compraba libros de paleonto-

30
logia, los estudiaba y quería dedicarme
a la zoología y a la paleontología. Pero mi
padre, que era un padre bastante auto­
ritario, insistía en que debía estudiar
medicina. Su argumento era que un
buen médico jam ás se muere de ham ­
bre.
Y resultó cierto. Podría haber muerto
de hambre en Rusia si no hubiera sido
médico. Pero la ventaja directa y decisi­
va fue que me puse en contacto con Fer-
dinand Hochstetter, en el Instituto de
Anatomía. Y Hochstetter no practicaba
sólo la anatomía sino también — lo que
es más— la embriología comparada. Pa­
ra ese entonces, yo ya tenía 18 años y
m uchos anim ales. A dem ás había
aprendido mucho acerca del comporta­
miento animal, sobre todo en lo referen­
te a patos y peces. Tendría que haber si­
do mucho más tonto de lo que era para
no darme cuenta inmediatamente de
que el método con el cual Horchstetter
reconstruía la historia filogenética de
las formas animales vivientes, sobre la
base de sus analogías y diferencias, po­
día aplicarse al comportamiento de los
animales sin alterar el método en lo más
mínimo.
K: En esa época, profesor, se podía probar
la evolución de tres maneras: por com-

31
paración anatómica entre las especies
existentes, por excavaciones para en­
contrar especies animales extinguidas o
sus restos y por la embriología, por la
evolución del individuo.
L: Pero la evolución del embrión no se cum­
ple exactamente siguiendo la sucesión
de formas de los antepasados, eso ya lo
sabía Karl E m st von Baer; se ajusta,
más bien, a la embriología de los antepa­
sados.
K: Pero sí confirma la idea de la evolución.
L: ¡Por supuesto que la confirma! Pero us­
ted ha omitido mencionar una cuarta
fuente de información: me refiero a la
zoogeografía, cuando ésta existe aún.
De ella también puede deducirse qué se
desarrolló en común y dónde lo hizo.
K: Pero de esa manera, los límites de la teo­
ría de la evolución estaban allí donde
ya no se los podía fijar en forma material,
allí donde comenzaban las estructuras
nerviosas que ya no podían ser objeto de
disección, pero que podían leerse en el
comportamiento.
L: Así es. Y allí subsiste aún un enorme cla­
ro. Lo más interesante es que los prime­
ros en aplicar el método comparativo, es
decir, en emprender la reconstrucción
de árboles filogenéticos, fueron los orni­
tólogos. Erwin Stresemann revolvió, in-

32
cansable, las enormes montañas de res­
tos de aves que se amontonaban en los
museos con ñnes completamente dife­
rentes, y comprobó que los responsa­
bles de la herencia de características no
son las influencias del medio, sino la
mutación y la selección. Es muy suges­
tivo que la scientia amabilis, la ornitolo­
gía, haya desempeñado un papel tan im ­
portante en la teoría de la evolución de
Darwin. Después de todo, Darwin utili­
zó los pinzones de las Galápagos para
aclararse a sí mismo el curso de la his­
toria. Por supuesto, la embriología es
una documentación que confirma el de­
venir de esa historia. Yo me irrito cada
vez que se habla de “teoría de la evolu­
ción". Y siempre repito lo mismo: existe
una teoría muy curiosa, es la referida a
la inexistencia de Julio César. Según esa
teoría, los Julianos, sus descendientes,
necesitaban un antepasado importante
y ordenaron borrar de las bibliotecas to­
do lo que contradijera esa idea e, inclu­
so, alteraron los documentos. Es una te­
oría estúpida; sin embargo, es infinita­
mente mas creíble que si se nos dice que
alguien se dedicó a colocar los fósiles co­
rrespondientes en cada estrato —los
reptiles mamíferos en el triásico supe­
rior, el arqueoptérix en el jurásico me-

33
dio, etcétera—, para lograr que coincida
con el árbol filogenético, no hago propa­
ganda a mis libros; pero aquí tengo, en
mi libro Etología comparada, el modelo
que resulta de sólo superponer las espe­
cies animales y unirlas por sus caracte­
rísticas... es decir por simple compara­
ción. La única hipótesis que incluyo
consiste en colocar más abajo las carac­
terísticas más antiguas. Así obtengo un
árbol en el cual puedo marcar las eras
geológicas y todo coincide a la perfec­
ción. ¡De modo que si eso no es históri­
camente seguro, no sé a qué se le puede
dar ese calificativo!
K: Y bien, profesor, ahora estamos llegan­
do al límite crítico. Antes de las investi­
gaciones etológicas era evidente que
existía la evolución, como lo demostra­
ron la anatomía comparada, la embrio­
logía, la paleontología, las investigacio­
nes geográficas comparadas. Pero se ha­
bía llegado a un límite extremo. Ese lími­
te en el cual fracasaban los microsco­
pios, en el cual ya no se podían observar
con precisión los tejidos nerviosos...
L: Se había llegado a otro límite: el límite
trazado por las divergencias de opinión
de dos grandes escuelas psicológicas.
K: “Heredado” o “adquirido”.
L: Sí. A comienzos del siglo, los psicólogos

34
{ formación de U placenta

( rM p ifla n o ______________

nueva articulación maxilar


{ hucaedllos del oído

í mandíbula y cráneo rimilarcs


' a loa de mamífero*

{ anulas
piel carnificada. cinco dedo»
( en extremidades anteriores y “ “
posteriores

| oído externo con tímpano

extremidad de tetrápodo*
{ (húmero, ete.|

vejiga natatoria (« pulmón)»


( extranldadea bleertalea
aparato mandibular,
{ 12 nervloa grane alea.
4 cxtremldadea
cabexa con 2 ojos, laberinto

n — ,-Tl J r&L
{ con 2 eanaJca aantdreularea
( muaculatura acimentada.
I notocerdlo con tubo neural .
protoeordadoo «¡nrjrnir■lougç;{f notocerdlo embrional
pre inteatlno con hendidura*
I ' í¡!¡ i i ' i , o < i1 -'i.rif [ branquiales

Esquema del árbol genealógico. Explicación en el texto.

fTomado de K. Lorenz: El método comparado del estudio JUoge-


nétíco, Barcelona, Paidós Ibérica, pág. 83).

35
de la escuela de McDougall, que habían
estudiado muy bien a los animales, eran
vitalistas. Para ellos, el instinto era una
fuerza extranatural, un factor que no re­
quería una explicación natural ni era ac­
cesible a la misma. Por supuesto eso es
anticientífico e impone un límite a la in­
vestigación: la renuncia a saber. La re­
nuncia a saber es el peor pecado que
puede cometer un investigador de la Na­
turaleza. Y entonces apareció la corrien­
te opuesta, la de los behavioristas, quie­
nes decían sólo es ciencia lo que puede
demostrarse en forma experimental. Y
eligieron para la experimentación algo
que se prestaba mucho a esos efectos: el
reflejo condicionado... que por entonces
ya había aparecido con Pavlov. Todo se
va dando al mismo tiempo: la teoría de la
asociación de Wundt, la teoría de los re­
flejos de Pavlovy el conductismo... Todo
eso se estructuró en pocas décadas y dio
frutos muy valiosos. Pero los vitalistas y
los conductistas se fueron colocando en
posiciones de las cuales caerían no bien
se cortara la cuerda de cuyos extremos
tiraba cada una de las escuelas.
K: De modo que ambas teorías, aunque
equivocadas, fueron provechosas al
aportar material para contradecirse en­
tre sí.

36
L: La teoría conductista obtuvo resultados
excelentes y abundantes. Lo que se re­
procha a los behavioristas no es lo que
hicieron sino lo que pasaron por alto. Lo
que escribieron sobre las diferentes m a­
neras de aprender es valiosísimo. Sobre
todo lo referente al aprendizaje por el
premio. En realidad, ése es el único te­
rreno de investigación que ellos decla­
ran legítimo. Todo lo demás permanece
vedado para ellos y, por supuesto, eso es
renunciar a saber.
K: Eso significa que ambas escuelas de
pensamiento dejaron de lado el hecho de
que la conducta — desde la ameba has­
ta el hombre— es una categoría que, en
última instancia, debe tener orígenes fi­
siológicos y, por consiguiente, ofrece a la
teoría de la evolución un complemento
de lo visible.
L: A eso quería llegar. Su pregunta era, en
realidad: ¿Por qué no se arribó antes a
ese conocimiento? Para un investigador
con sentido común, el comportamiento
es, por supuesto, la función de un
aparato neurosensor: órganos de los
sentidos, cerebro, sistema nervioso,
músculos, efectores, órganos ejecuto­
res. Ese aparato, captable en forma fi­
siológicamente objetiva, tiene una fun­
ción que llamamos conducta. De más

37
está decir que la conducta como función
de un aparato fisiológico es investigable
desde el punto de vista de las ciencias
naturales. Sólo que no podemos ha­
cem os muchas ilusiones dada la com­
plejidad de ese aparato. No podemos
hacem os muchas ilusiones dada la in­
creíble distancia que media entre las
explicaciones fisiológicas existentes y la
enorme complicación de la conducta.
Por eso es una buena estrategia de in­
vestigación el trabajar con animales
simples. Mi amigo el profesor Franzl
Huber, uno de mis sucesores en el Ins­
tituto Max Planck de Fisiología del
Comportamiento, en Seewiesen, trabaja
sobre todo con insectos, con grillos, pa­
ra aclarar las leyes fundamentales del
comportamiento y su relación con los
métodos fisiológicos. Sin duda es una
buena estrategia de investigación y a
quien duda que eso pueda tener, más
adelante, valor para el hombre, se le
puede replicar que Gregor Mendel
descubrió las leyes de Mendel en las
alubias.
K: Pero ese doloroso callejón sin salida, que
sólo pudo ser superado por lo etológico,
está comenzando a desaparecer. Por un
lado está la evolución de la genética; por
otro lado, la fisiología cerebral y, a la

38
larga o a la corta, quizá hasta la aclara­
ción de la química de la memoria. En
última instancia lo confirmará la teoría
de la conducta en el terreno de la fisio­
logía.
L: Sí, por lo menos, en principio.
K: Probablemente, dentro de cien años, la
mayor parte de lo que es ahora teoría de
la conducta pueda demostrarse en for­
ma concreta en el terreno de la genética
y de la fisiología del cerebro.
L: No sé qué decirle. En primer lugar no
creo que las informaciones puedan ate­
sorarse químicamente.
K: Por vía quimioeléctrica, por vía física.
L: No necesitaríamos tantas células si se
hiciera por medios químicos. La mayoría
de la gente que trabaja en esto cree que
la agilidad o la dificultad de las sinapsis
son lo decisivo. La memoria no ha podi­
do ser explicada hasta ahora. Pero es se­
guro que funciona así, en principio.. .eso
no lo duda ya ninguna persona con sen­
tido común.
K: Podríamos decir, profesor, que la etolo-
gía ha visto, simplemente, la relación
que antes no se veía o no se quería ver;
que el comportamiento permite extraer
conclusiones con respecto a estructuras
de nuestro cerebro, de nuestro sistema
nervioso. Es como si se descubriera que

39
las huellas dejadas por los animales en
el suelo permiten extraer conclusiones
sobre los animales; que la huella permi­
te saber de qué animal se trata.
L: Esa es una excelente comparación. Por
supuesto sabemos que esos comporta­
mientos regulares de los animales, enor­
memente bien programados, son fun­
ción de un sistema morfológico; ju sta­
mente del sistema nervioso, de los órga­
nos de los sentidos y también de los efec-
tores. Y, por supuesto, estamos conven­
cidos de que en el último resultado de in­
vestigación, en un resultado por ahora
utópico, toda conducta podría reducirse
a estructuras, sinapsis, procesos en
esas sinapsis, trasformaciones quími­
cas en esas sinapsis. Para resumir: en
última instancia podría reducirse a pro­
cesos flsicoquímicos, aunque, funda­
mentalmente, cuando se haya resuelto
el insoluble problema de entender la es­
tructura.
K: Pero si echamos una mirada hacia
atrás, desde este final de siglo, podemos
afirmar que existe la esperanza —en
parte ya concretada— de que ese claro
que llenó la etología en la teoría de la evo­
lución sea luego completado por la ge­
nética. por el desciframiento de las
estructuras genéticas, por la fisiología

40
del cerebro y, quizá, por el descubri­
miento de las bases fisiológicas de la m e­
moria.
L: Seguro. Pero al investigar, al explicar es­
tas relaciones no deben olvidarse nunca
las estructuras. Imagínese en un mode­
lo electrónico, lo tremendamente com­
plicado de un conjunto de efectos de si-
napsis, trasmisión de estímulos, tras­
misión de información, puesta en mar­
cha de los motores programados, etcéte­
ra, para que un simple pajarito reconoz­
ca una brizna de hierba, sepa adonde
trasladarla y la incorpore al nido que es­
tá construyendo. Y todo eso lo hace el
pajarito de acuerdo con reglas fijas here­
dadas y visiblemente programadas (ya
volveremos a lo de “heredado” y “adqui­
rido"). Todo está contenido en un pro­
grama cerrado, se cumple de esa mane­
ra y de ninguna otra. La ley de la Natu­
raleza es general. La forma en la cual se
cumple depende de la estructura a la
cual se aplique. Las leyes de Newton se
cumplen de manera diferente en la libre
caída de una piedra y en el movimiento
pendular. Las leyes del péndulo sólo
pueden asociarse a las leyes de Newton,
si se ha entendido la estructura eje-dis­
tancia-peso del péndulo. En biología las
cosas no son distintas: las leyes de Men-

41
del, el hecho de que el 50 por ciento de
los hijos sean un producto intermedio,
25 por ciento se asemejen a una forma
de antepasados y el 25 por ciento a la
otra, se explican a partir de la estructu­
ra de la molécula, por la división por re­
ducción. De modo que los procesos de la
fecundación explican en un sentido real
las leyes de Mendel. Usted puede referir
las leyes de Mendel a esos procesos en el
núcleo. Este es un ejemplo muy simple.
Ahora imagine lo enormemente compli­
cada que es la estructura del sistema
nervioso central; no por nada hay millo­
nes y millones de elementos neurales di­
ferentes. Yo no creo que llegue a descu­
brirse que la conversión química de la
información desempeña un papel im ­
portante en la memoria. Todavía no te­
nemos la menor idea de cómo funciona
la memoria; pero puede afirmarse, con
toda seguridad, que debemos llegar a
conocer la estructura, el cablerío, el
complejo de redes de este aparato increí­
blemente complicado, para explicar la
conducta sobre la base de la fisiología de
las distintas células nerviosas. Por eso
es una buena estrategia de la investiga­
ción, la de comenzar con modelos muy
sencillos. Siempre es una buena estra­
tegia de investigación estudiar la ley na-

42
tural que se busca, que se quisiera te­
ner, en la realización más simple de esa
ley, en la más simple al alcance. Véase si
no el caso de Gregor Mendel, quien nun­
ca habría dado con las leyes de Mendel
si no se hubiera encontrado con los bas­
tardos monohíbridos, que se lo demos­
traron en una forma tan fácil como
50:25:25. Siempre repito que no se debe
subestimar la brecha entre fisiología del
cerebro y comportamiento, entre siste­
ma nervioso y comportamiento. Por su­
puesto. yo soy morfólogo, soy morfólogo
del comportamiento y morfólogo como
anatomista y, en última instancia, es
deber de la morfología del cerebro acla­
rar esas cosas.
K: Siempre llama la atención en sus libros
esa incansable insistencia sobre una
idea ya pregonada por Nicolai Hart-
mann. Usted insiste en que no se con­
funda la actitud científica — la cual, na­
turalmente, sostiene que todo lo vivo
debe de tener orígenes químicos o físi­
cos— , con el reduccionismo, según el
cual no existe nada más que la química,
nada más que la física.
L: Eso es lo que mi amigo y maestro Julián
Huxley definía como “ nothing-else-bu -
tery” — “manía del nada-más-que"— , y
yo acostumbro a ilustrarlo en mis confe­

43
rencias con dos ejemplos. Si digo que to­
dos los procesos vitales son procesos fi-
sicosquímicos, esa frase resulta lógica a
cualquier individuo de mentalidad cien­
tífica. ¿Qué otra cosa pueden ser? Si no
creo en los milagros, tiene que tratarse
de procesos fisicoquímicos. Pero si digo:
los procesos vitales no son, en realidad,
nada más que procesos fisicoquímicos,
se trata de un evidente error, pues ju s ­
tamente “en realidad", justam ente en lo
que hay de real en ellos, son algo muy
distinto. Eso ocurre, por ejemplo, con la
estructura de la double helix, de la “do­
ble hélice", es decir, la estructura repro-
ducible de toda sustancia viviente.
K: Quizá haya llegado el momento de pre­
guntar por un concepto que penetró en
la ciencia a través de usted: el de la ful­
guración. ¿Cómo es que se producen
esos saltos en la evolución? ¿Cómo se
encienden esas fascinantes ideas como
relám pagos—y ése es el significado de la
fulguración— en la Naturaleza?
L: He dicho que la palabra fulguración me
parece un poco pretenciosa y ahora
compruebo que en un texto de etología
comparada no la he empleado. Rupert
Riedl la usa continuamente y quizá con­
venga que yo la explique. La humanidad
—incluyendo todas las culturas— sólo

44
conoce la evolución a través del ejemplo
de la evolución individual, de la ontogé­
nesis, de la formación del individuo a
partir de un embrión, de la formación de
una flor a partir de una semilla, del po­
llito a partir del huevo.
K: De ahí la palabra evolución.
L: De ahí la palabra evolución puesto que
es lo mismo que desarrollo o desenvolvi­
miento.
K: Hay algo que se desenvuelve, que se li­
bra de un envoltorio.
L: Hay algo que se desenvuelve, es lo m is­
mo. En realidad, entropía significa, tam­
bién, lo mismo: desenvolver; y la expre­
sión “emergencia” es menos apropiada
aún porque significa subir á la superfi­
cie. Una ballena, que resulta invisible
para quien la observe desde la superficie
— para la observación, literalmente, “su­
perficial”— emerge.
K: Uno tiene la impresión de que la Natura­
leza ya sabe lo que quiere y hacia dónde
va. ¡Y qué impresión más errónea es ésa!
L: Los procesos realmente encaminados a
un fin son sólo aquellos que se encuen­
tran dentro de un plan, un fotocalco
azul, en el cual se prescribe lo que se ha
de hacer, y es seguro que no hay un fo­
tocalco para planear la evolución. Es el
juego de todos con todos, y el gran paso

45
nuevo, el inesperado, no es un milagro.
Para eso no hace falta postular un factor
sobrenatural. El gran paso se produce
cuando dos sistemas antes indepen­
dientes y capaces de funcionar por sí so­
los, de pronto hacen un cortocircuito y
se “fusionan”. Mi amigo Hassenstein ha
recurrido a un magnífico ejemplo de la
electrónica. Es un ejemplo tan bueno
que hasta se lo puede mostrar con mími­
ca. Usted tiene una batería, dos electro­
dos con los cuales puede medir la ten­
sión y, entre los electrodos, intercala
una bobina de inducción. Si ahora usted
conecta, la bobina de inducción tiene, al
comienzo —por autoinducción— , una
gran resistencia y así se obtiene casi to­
da la tensión de la batería de los electro­
dos. Cuando la autoinducción cesa, cae
lentamente a cero. La segunda vez colo­
ca un condensador entre los dos electro­
dos de la batería y ahora mide. Al co­
mienzo, el condensador consume toda
la tensión de los polos, la tensión de la
batería es cero; en la medida en que el
condensador se va llenando, la tensión
va subiendo hasta llegar al máximo.
Ahora integre los dos dispositivos par­
ciales en un sistema: conecte una bobi­
na de inducción y un condensador en
yuxtaposición. ¿Qué obtiene? Algo to-
talmente inesperado: una oscilación.
Un físico teórico m uy astuto podría ha­
ber predicho lo que iba a ocurrir. En la
práctica —y sobre todo cuando se trata
de la evolución— es totalmente impre­
decible lo que puede ocurrir cuando dos
de esos sistemas se integran y constitu­
yen uno solo.
K: Dos o más sistemas...
L: Dos o más sistemas; también ocurre que
se fusionan varios. Eso es esencial en el
proceso formativo del ser humano. Las
características del nuevo sistema no só­
lo son impredecibles sino que nunca
han existido. Son algo de lo cual no exis­
ten ni indicios. Es un craso error creer
que. en la evolución, una característica
se va diferenciando paulatinamente y
sin saltos. No es así. La frase natura non
Jacit saltum es equivocada. Mi esposa
ha dicho: “Natura always Jacit saltum”
...La Naturaleza sólo se mueve a saltos.
K: En un comienzo, usted criticó a Popper
por rechazar la inducción. Pero él afirma
lo mismo: a lo largo de la evolución, has­
ta llegar al pensamiento humano, los
grandes progresos evolutivos se cum ­
plen a saltos y sus resultados quedan
expuestos, entonces, a la falsificación, a
la refutación.

47
Un
Uo-

K. Lorcnz: Die RúckseUe des Spiegels |E1 revés del espeto], 1974
pag. 49. J

48
L: Mi crítica a Popper se sitúa en otro terre­
no. Quizá eso nos lleva demasiado lejos
ahora. Yo interpreto la inducción de otra
manera. Los saltos, los saltos imprede­
cibles son, por supuesto, iguales en los
conocimientos y en la evolución. Yo lo
formularía así: en el cerebro humano,
que piensa en conceptos, los conceptos,
ideas, teorías, hipótesis se comportan
como unidades individuales. Tanto es
así que juegan entre ellos un juego no
muy distinto del juego que juegan entre
sí las especies en la evolución. Y puede
muy bien suceder que la gran “lampari-
ta" que se enciende de pronto en uno,
consiste casi siempre en que dos ideas
muy familiares, de repente se ligan y
uno comprende que, en realidad, se co­
rresponden y se explican mutuamente.
K: Arthur Koestler lo llama la “chispa divi­
na”, la bisociación.
L: Esas son las chispas divinas. Y como no
existe una palabra para eso en alemán,
yo las he llamado “fulguración” .
K: Es la palabra con que en latín se desig­
na la “chispa divina”, el relámpago.
L: Sí.
K: Un horizonte se ilumina como por efec­
to de un relámpago.
L: La expresión tiene su origen en los mís­
ticos. Y los místicos, en general, son

49
gente muy agradable e inteligente. Sólo
que nuestro punto de vista difiere un po­
co del de ellos, y cuando vemos, inespe­
radamente, una chispa en un sistema,
no pensamos en el rayo de Zeus sino en
un cortocircuito. Y esa comparación vie­
ne muy al caso.
K: Profesor: volviendo a la pregunta de por
qué ha sido tan difícil descubrir las po­
sibilidades de la etología. Usted mismo
ha señalado como causa el prejuicio de
diferenciar de manera demasiado estric­
ta lo heredado de lo adquirido. En reali­
dad, una de las teorías básicas de la eto­
logía es que no existe tal antinomia. T o­
do lo contrario: un ser viviente sólo está
en condiciones de adquirir conocimien­
tos cuando tiene la capacidad nata de
hacerlo.
L: Ahora usted está exagerando un poco
los méritos de la etología. En realidad al­
gunos errores originales ya estaban en
la investigación del comportamiento. No
lo olvide: los antiguos etólogos descu­
brieron lo heredado, que los vitalistas se
negaban a analizar. Su existencia fue
negada por los behavioristas, quienes
afirmaban que todo es aprendido. El mé­
rito de los primeros etólogos consiste en
haber descubierto la presencia de esos
mecanismos heredados y de haberlos

50
hecho accesibles a la ciencia. Y ahora
me gustaría contar algo: el instante más
hermoso de m i vida, más hermoso que el
Premio Nobel. En una oportunidad pro­
nuncié una conferencia justamente so­
bre el tema que estamos tratando. Fue
por invitación de Max Hartmann, y Max
Hartmann era m uy temido como crítico.
Hablé demasiado y expliqué que existen
esos mecanismos de comportamiento
heredados, expliqué cómo se los recono­
ce y qué características fisiológicas tie­
nen, hasta cierto punto. Estaba muy ex­
citado. El auditorio era de lo más grana­
do: estaba Hartmann, estaba Kuhn...se
trataba de una reunión conjunta de la
sociedad ornitológica y de la Kaiser Wil-
helm Gesellschaft. La última reunión de
esa naturaleza había terminado con un
ignominioso desastre para la sociedad
ornitológica. Mi amigo E m st Schütz ha­
bía pronunciado una conferencia sobre
ornitología y había hablado demasiado.
Al final nadie había pedido la palabra y,
entonces, la había tomado Max Hart­
mann. Temperamental como era, se pu­
so de pie y dijo, con su curioso acento del
Palatinado: “Si nadie pide la palabra, me
limitaré a comentar que, por lo visto, la
ornitología alemana no está a la altura
de un debate científico”. Y se volvió a

51
sentar. Esa afirmación era bastante
injusta. Podía haberse argumentado
que la conferencia se basaba en hechos
muy concretos y había evitado, a con­
ciencia, toda formulación de teorías. Yo.
por mi parte, también había hablado
demasiado. El presidente preguntó:
“¿Alguien quiere hacer uso de la pala­
bra? Ya que no es asi...". Quería irse a
comer. Y de pronto se puso de pie Max
Hartmann. Se me fue el alma a los pies.
Aún hoy recuerdo de memoria sus pala­
bras: “Yo podría añadir algo a lo que ha
dicho Herr Lorenz; sobre todo podría
añadir ilustraciones. Pero como se ha
hecho m uy tarde, sólo quería preguntar
si todos ustedes han advertido que con
esto se abre un nuevo campo de investi­
gación inductiva para las ciencias natu­
rales y en un terreno que hasta ahora só­
lo se había prestado a tropezones inte­
lectuales y a estériles especulaciones
psicológicas. Y ese campo se abre gra­
cias al camino que Herr Lorenz nos ha
señalado” .
Fue muy bonito... Hubo también una
carta de Max Planck que me hizo vivir
un instante casi tan feliz; pero aquél fue
el momento más bello de mi vida.
La aparente contradicción entre capaci­
dades heredadas y adquiridas es tam-
bién el enfoque que más atacan sus crí­
ticos ¿no es así, profesor? Sobre todo los
críticos que no han leído sus libros. Por­
que de sus libros surge, en realidad, que
mientras más es lo heredado, es decir,
mientras más complejo es el genoma,
mientras más complejo es el bagaje ge­
nético, tanto más capacidad hay para
adquirir experiencia, para adquirir li­
bertad.
L: ¡Eso es! Y los antiguos etólogos son, en
parte, culpables del gran error. Estába­
mos tan orgullosos de haber demostra­
do que existen características natas,
que el interés de nuestra investigación
se concentró en lo heredado. Habíamos
dejado el comportamiento adquirido,
sobre todo el comportamiento inteligen­
te, en el cajón de las cosas que no nos in­
teresaban. Fue un error. Y entonces lle­
garon las grandes críticas, sobre todo de
parte de los conductistas, que —aun­
que muy enconadas— fueron fecundas,
fueron constructivas. Nos echaron en
cara el haber definido, en el caso de lo
heredado y lo adquirido, una cosa por
exclusión de la otra.
K: Haber reducido el hombre al ganso
gris...
L: Por supuesto, eso significaba que los
etólogos considerábamos todo lo adqui­

53
rido como heredado y así degradábamos
al hombre. Y viceversa: todo lo que noso­
tros considerábamos como heredado,
los conductistas lo consideraban como
adquirido. Nosotros opinábamos que lo
adquirido era totalmente distinto de lo
heredado; ellos opinaban que lo adquiri­
do estaba en todas partes, porque todo
lo heredado era modificable por el
aprendizaje. Es cierto que hay parte de
heredado en lo adquirido. Lo que no es
cierto es que siempre haya algo adquiri­
do en lo heredado. Hay millares de m e­
canismos con programación fija, que no
son modificables y ni siquiera pueden
ser modificables porque son a priori, es
decir condiciones de toda experiencia
posible.
K: ¿Eso significa que la capacidad para
aprender es heredada?
L: A lo que quiero llegar es a que, como us­
ted m uy bien dijo: la capacidad de
aprender también es heredada, es decir,
representa un programa abierto, un
programa con varias posibilidades...
K: ...más complejo que uno no abierto.
L: Es mucho más complejo que un progra­
ma no abierto. El ejemplo más simple
pertenece al campo de la embriología: el
ectodermo, la más externa de las capas
de un embrión de salamandra, puede

54
hacer muchísimas cosas. Puede hacer
simplemente una capa exterior, puede
hacer un sistema nervioso, puede hacer
el cristalino del ojo. Y recibe la orden de
afuera para saber cuál de esas cosas ha­
ce, recibe la orden del medio. En esen­
cia, ahora no es demasiado importante
si el embrión recibe información de los
tejidos vecinos o si todo el organismo la
recibe del medio. Lo esencial es que el
aprendizaje, ese proceso al cual la em ­
briología denomina inducción, se apro­
xima en este aspecto a un programa que
brinda varias posibilidades, de las cua­
les una se concreta. Y cuanto más posi­
bilidades existan, es decir, cuanto más
libertad ofrezca este programa, tanto
más amplia, tanto más extensiva debe
ser su programación genética.
K: Con respecto a la importante cuestión
de nuestra propia sensación de libertad.
En ese sentido podría decirse lo siguien­
te: si vemos como ventaja que, en el cas­
tillo kafkiano de la complicada realidad,
podamos abrir la cantidad de puertas
que queramos y entrar a cuantas habi­
taciones se nos antoje — lo cual significa
libertad— , tendremos que llevar un
buen atado de llaves. Y ésa es una carac­
terística nata más complicada aún.
L: Es una espléndida comparación de la

55
cual, si usted me lo permite, me apro­
piaré.
K: Y si el manojo de llaves no fuera tan
enorme como el nuestro, no tendríamos
libertad...
L: No tendríamos libertad. “Libertad de
qué” es la pregunta de siempre. Dicho
sea de paso, en el concepto de libertad
siempre hay que incluir también el ele­
mento casualidad. En la libertad siem­
pre está contenida la casualidad, aun­
que más no sea en lo referente a la llave
que uno elige. Estoy muy lejos de poder
hablar en forma inteligente acerca de la
libertad; pero tengo la firme impresión
de que en el concepto de libertad debe
entrar un elemento de indeterminación,
como lo señala siempre Rupert Riedl. En
la evolución también tenemos en cuen­
ta la inseguridad respecto del camino
que ha de conducir a lo que, curiosa­
mente, sentimos como más elevado. Pe­
ro es muy cierto que a mayor libertad co­
rresponde un mayor número de deter­
minaciones sometidas a nuestra elec­
ción.
K; De modo que la complejidad de lo inna­
to no nos priva de la libertad, nos la brin­
da.
L: Más bien podría decirse que es requisi­
to de la libertad.

56
K: Creo que ésta es una buena coyuntura
para referim os a Immanuel Kant y a su
relación con él. Usted fue designado en
1941 para ocupar la cátedra que un día
ocupó el príncipe de los filósofos. ¿Cómo
se llegó a eso?
L: Es un historia m uy cómica. A mí me per­
sigue la buena suerte, como ya señala­
ra al hablar de Hochstetter, y mi nom­
bramiento en la cátedra de Kónigsberg
se debe también a un curioso golpe de
suerte. Ya era época de guerra, de lo con­
trario no habría abandonado con tanta
facilidad Altenberg. Pero uno tenía la
sensación de que era imprescindible
cumplir con su deber de alguna manera.
Por ese entonces yo trabajaba de lleno
en mecanismos desencadenantes inna­
tos, y en el reconocimiento innato de los
objetos del medio; incluso en forma ex­
perimental, bajo la influencia de Tinber-
gen, que fue mi maestro de toda la vida
en materia de experimentación. Y a mi
esposa le pareció necesario regalarme
un Kant. Y así leí, sin proponérmelo, los
Prolegómenos a la crítica de la razón pu­
ra. Pero lo leí en serio, de la A a la Z. En
realidad, es lo único de Kant que he leí­
do bien. Porque a Kant no se lo lee, a
Kant se lo traduce al alemán. Y eso fue
lo más indicado. Aunque parezca raro. Y

57
entonces ocurrió lo siguiente: Edward
Baumgarten, quien luego sería mi ami­
go, regresó de Madison, Wisconsin, a
Alemania contratado por Kónigsberg.
Baumgarten es un filósofo pragmático,
discípulo directo de John Dewey. Baum­
garten temía la sombra de Emmanuel
Kant. Conoció a Erich von Holst, en una
orquesta de cámara en la cual él tocaba
el violín y Erich von Holst era suplente
de viola. Y entonces Baumgarten pre­
guntó a Holst: “Dígame una cosa: ¿no
conoce a un psicólogo de orientación
biológica, que se interese por los a prio-
ri?". Y von Holst le respondió: “Usted se
reirá, pero conozco un pájaro así de sin­
gular: Lorenz de Altenberg”. Ambos se
aproximaron a Otto Kóhler — por enton­
ces zoólogo en Kónigsberg y más tarde
en Freiburg. Y consiguieron llevarme a
Kónigsberg. En Kónigsberg quedé direc­
tamente expuesto al fuego graneado de
las ideas kantianas...
K: A esta altura de la conversación tendría­
mos que intercalar alguna breve ficha
enciclopédica: ¿quién fue Emmanuel
Kant? Creo que el año próximo se cum­
plirán los 200 años de la publicación de
su Crítica de la razón pura. Para abre­
viar al máximo: su teoría afirma que po­
demos conocer buena parte del mundo

58
a posteriori, a través de nuestros senti­
dos; pero que a priori hay en nuestra
mente determinados contenidos —es­
pacio, tiempo, causalidad— que a ma­
nera de formas moldean esa visión del
mundo. Eso significa que, a causa de
esas categorías a priori, nunca recono­
ceremos el mundo tal cual es. Y usted ha
definido ahora — el huevo de Colón— los
contenidos apriorísticos del individuo
como experiencias apriorísticas de la
evolución.
L: Sí. Pero eso tampoco lo hice yo solo; tam­
bién Karl Popper y Donald Campbell son
de esa opinión. Quizá no lo hayan defi­
nido en términos tan precisos; pero, por
lo menos, ése fue el sentido que le die­
ron. Porque a Kant no se lo puede leer.
Es imposible leer a Kant como “tarea se­
cundaria”. Y, por eso, lo que yo hice fue
aplicar una política muy inmoral, pero
de mucho éxito: expuse, con todo desca­
ro, mi opinión y después esperé. Ya se
vería qué tenían para decir los kantia­
nos. Todo esto fue, en parte, por corres­
pondencia, desde aquí, desde Altenberg.
Y mis maestros fueron H.H.Weber, pro­
fesor de fisiología médica en Kónigsberg,
y Annemarie Koehler, ahora fallecida. A
ambos los irrité muchísimo. Me escri­
bían continuamente comunicándome

59
sus objeciones. Mi tesis era que nuestra
visión del mundo es el verdadero cuadro
de la realidad y que las formas y catego­
rías “a priori" se han ido gestando filoge-
néticamente en su enfrentamiento con
lo real, así como nuestros ojos se han ido
formando en acción recíproca con las le­
yes de la óptica. A veces me limitaba a
copiar los argumentos esgrimidos en
contra por los kantianos. Y así surgió mi
trabajo: Kants Lehre vom Apriori im
Licht der modernen biologie (Teoría
kantiana de los apriori a la luz de la m o­
derna biología]. En esas páginas decía,
más o menos, lo siguiente, una compa­
ración que puede aclarar la diferencia:
imaginemos a un individuo sin el menor
conocimiento de medicina, quien nunca
ha tenido nada que ver con los venenos
en general y menos con los venenos su­
damericanos en particular; ese hombre
se envenenaría fácilmente con curare.
Su vivencia correspondería al objeto que
está por detrás del fenómeno del enve­
nenamiento, es decir, al curare; pero el
individuo en cuestión no se foijará una
imagen del curare, porque carece de ex­
periencia previa. Así se plantea Kant la
relación entre el mundo real y el fenom é­
nico. El mundo real, que existe como co­
sa en sí, no está en relación de imagen

60
con lo que experimentamos de él. Pero
ahora yo digo: si ese mismo envenena­
miento con curare le ocurre a un farma­
cólogo, quien conoce muchos venenos y
puede haber hecho pequeños ensayos
en su propia persona con diversos vene­
nos, esa persona se hará en seguida una
imagen de lo que lo ha envenenado: “¡Ahí
¡Probablemente sea curare o un alcaloi­
de de efecto parecido!" Y esa experiencia
precedente, ese previo enfrentarse con
algo que está detrás del fenómeno es lo
que, a nuestro juicio, ha ocurrido en la
historia filogenética. Y nosotros afirma­
mos, precisamente, que nuestras for­
mas apriorísticas de ver y pensar se han
• ido formando en el enfrentamiento de lo
real dentro de nosotros, con lo real fue­
ra de nosotros, como se enfrenta el ojo
con el rayo de luz, o el movimiento on­
dulatorio de un pez que nada con la
hidrodinámica de una ola...etcétera,
etcétera.
K: Usted ha citado a Goethe de manera
muy oportuna: “Si el ojo no estuviera he­
cho para el sol, nunca podría contem­
plarlo” . Eso significa que el ojo, por aco­
modación de informaciones a través de
millones y millones de años se ha con­
vertido en la realidad de la luz hecha ór­
gano.

61
L: Se ha formado adaptándose al sol.
K: Y por lo tanto piensa que losa priori kan­
tianos, las categorías: espacio, tiempo,
causalidad, es decir lo que nosotros te­
nemos en nuestro pensamiento como
espacio, tiempo, causalidad, tienen que
estar en correlación con la verdad física
exterior.
L: En correlación con algo real.
K: Aunque es verdad que nunca podremos
saber lo que es el espacio o el tiempo en
realidad. Incluso hemos llegado a saber,
superando en forma critica nuestras po­
sibilidades de pensamiento, que no vi-
venciamos el espacio, el tiempo y la cau­
salidad, como realmente son. Pero no
cabe duda de que tam bién las caracte­
rísticas a priori de nuestro pensamiento
reflejan una realidad.
L: Así es.
K: Y así llegamos al realismo hipotético.
L: Así llegamos al realismo hipotético. A la
opinión de que todo lo que experimenta­
mos del mundo debe permanecer in­
completo como una fotografía con pelí­
cula de m uy poca sensibilidad.
L: ... aunque más no sea en razón de que el
mundo es infinito y nuestro cerebro es
muy limitado. Nuestro cerebro se ve
obligado a fijar límites. En lo esencial,
nunca podemos afirmar cuánto puede

62
haber que escape a la posibilidad de ser
conocido con este cerebro que posee­
mos. Conocemos una multitud de cosas
con las cuales nos enfrentamos. Lucha­
mos y no llegamos a nada. Y llegado a es­
te punto surge el problema cuerpo-al­
ma. Suelo señalar a los kantianos que la
visión kantiana del mundo, la imposibi­
lidad de conocer lo que es en si, no nos
explica por qué todos experimentamos
lo mismo. En una ocasión llegué a irritar
realmente a mi amigo Weber. Fue des­
pués de una reunión de la Kant Gesells-
chaft en el Parkhotel de Kónigsberg. Al
final quedábamos sólo W eber y yo sumi­
dos en una fogosa y amistosa discusión
(después de medianoche, mientras el
personal del hotel procuraba ahuyen­
tam os mediante un oscurecimiento pe­
ristáltico). Por fin, a mí se me ocurrió un
argumento y dije: “Mire, Herr Weber, si
no existe ninguna relación entre nues­
tra vivencia y la ‘cosa en sí’ respóndame
por qué nosotros dos, usted y yo, esta­
mos de acuerdo en que aquí hay cinco
copas de vino (tres colegas ya se habían
retirado). Yo no puedo encontrar —por
buena voluntad que ponga— más que
una explicación razonable de esta coin­
cidencia de opiniones: sea lo que fuere lo
que para nosotros se oculte detrás del

63
fenónemo copa de vino, aquí se encuen­
tra multiplicado por cinco". W eber se
enojó, descargó el puño sobre la mesa y
dijo: “¡Pero hombre, eso lo tienen las co­
sas en sí y basta!". Sin querer había di­
cho “...e n sí".
K: De modo que la diferencia esencial entre
el idealismo kantiano y su realismo es
que, a su juicio, también los contenidos
apriorísticos de nuestro pensamiento
son a posteriori, es decir cosas aprendi­
das a través de la evolución. Y la conclu­
sión extraída por usted es: existe un
mundo real y ese mundo nos es básica­
mente accesible.
L: Nos es fundamentalmente accesible y
su existencia se hace cada vez más pro­
bable por la coincidencia de resultados
de observaciones, de nuevos resultados,
de nuevos accesos.
K: Por eso creo que el mundo existía antes
de que existiéramos como individuos y
que seguirá existiendo cuando nosotros
no estemos.
L: El sol seguirá brillando cuando ya no
haya ojos para verlo.
K: Y es el mismo sol que todos ven.
L: Es el mismo sol que todos los ojos ven.
Usted ya sabe que grandes pensadores
han dicho: “Hay tantos soles como ojos".
Kant dice: “Quisiera saber cómo es que

64
nuestra visión corresponde adecuada­
mente a las cosas".
K: Lo que los une a usted y a Kant es la con­
vicción de que nunca podremos experi­
mentar el mundo tal cual es; pero que
podemos convencem os de que existe.
L: Tengo otra comparación. Lo que sabe­
mos del mundo siempre es sólo lo que ya
era importante para el hombre primitivo
y para el animal. Importante para la su­
pervivencia. Sabemos del mundo más o
menos lo mismo que un rústico cazador
de focas o un ballenero saben de la bio­
logía de las focas o de las ballenas. Sabe­
mos, pues, algo m uy primitivo, y todo lo
demás es trascendente para nuestro ce­
rebro, tal cual somos hoy. Yo siempre di­
go que si Kant hubiera vivido después de
Darwin, habría dicho lo mismo que de­
cimos nosotros.
K: Si podemos saber con seguridad que la
evolución nos ha modelado tanto a
nosotros como a nuestra información
— tanto a la información genética, reco­
gida por nuestra especie, como a aque­
lla que hemos cosechado como indivi­
duos— y si encontramos las huellas de
dedos en nosotros, podemos llegar a la
conclusión de que fue una mano la que
nos ha modelado.
L: Así es. Sólo que yo expresaría en forma

65
más activa eso de “ser modelado”. Noso­
tros nos hemos ido metiendo en un m ol­
de, hemos “echado raíces” en los resqui­
cios de realidad.
K: Procuremos resumir, profesor. Si nues­
tro propio aprendizaje individual —a
posteriori. según Kant— y el aprendiza­
je de nuestra especie, el aprendizaje de
la vida en general —a priori, según
Kant— han proporcionado una infor­
mación del mundo, que somos nosotros
mismos, eso permite suponer que ese
mundo que nos ha modelado en ese sen­
tido existe realmente. Sabemos con se­
guridad que existen huellas de dedos en
nosotros y de eso extraemos la conclu­
sión de que existe una mano, la mano
que nos modeló.
L: Esa conclusión es una conclusión hipo­
tética, es decir, una hipótesis que se irá
tom ando más probable a medida que se
incorpore más información. Es una hi­
pótesis que debe ser verificada por nue­
vos acontecimientos. También podría
ser falsificada por milagros. Gracias a
Dios, nunca he tropezado con esos m ila­
gros. De más está decir que una de las
suposiciones fundamentales de toda
nuestra investigación es la de que no
existen esas contradicciones que falsifi­
carían nuestro realismo hipotético.

66
K: Se llama hipotético porque usted parte
de la premisa de que somos capaces de
reconocer el mundo en su realidad, pe­
ro nunca con precisión, de modo que só­
lo podemos aproxim amos a la realidad
paso a paso...
L: La palabra “hipotético” implica también
que mi hipótesis del mundo “único" pue­
de ser falsificada o verificada por nuevos
conocimientos.
K: Popper lo denomina “realismo crítico”,
porque para él. el proceso de la crítica, la
refutación de las hipótesis, reviste par­
ticular importancia.
L: Pero Kant también lo denomina “realis­
mo crítico". Y la hipótesis que nosotros
tres hemos formulado va bastante más
allá. Yo siempre afirmé que Kant no ten­
dría nada contra esa hipótesis. Kant es­
taba tan cerca de la idea de la evolu­
ción... No sé si conoce ese pasaje de los
Prolegómenos a la crítica deljuicio , en el
cual Kant da por sentado tanto la teoría
de la evolución como la teoría de la selec­
ción. Afirma que sería una aventura del
espíritu estudiar, en una anatomía com­
parada — en la versión textual del térmi­
no— si es cierta la teoría de que los se­
res vivientes han surgido unos de otros.
Y Kant se queda ahí — cosa que también
es interesante desde el punto de vista de

67
la historia de la ciencia— porque él da
por sentado un lapso demasiado breve
para esa evolución. Los conocimientos
sobre la evolución quedaron frenados
durante mucho tiempo mientras ios in­
vestigadores se aferraron a la cronología
bíblica, que sólo deja unos seis mil años
de separación entre Adán y Jesucristo.
K: Pero aquí podría intercalarse un impor­
tante interrogante formulado por los crí­
ticos que aún subsisten. Si se hace de­
rivar todo de la teoría de la evolución, es
decir, si se confiere una fundamenta-
ción biológica a todos los contenidos de
nuestra conciencia, a nuestras capaci­
dades de pensamiento, uno se pregun­
ta: ¿y cómo llegamos a la capacidad de
cuestionamos sobre todas esas cosas?
Porque nuestro cerebro sólo puede ha­
ber sido construido por la Naturaleza co­
mo máquina de supervivencia y no como
máquina de conocimiento. ¿De dónde
surge esa capacidad de poner en duda
cosas nuestras a priori, que la Naturale­
za ha puesto en nuestro cerebro, no pa­
ra rebatirlas, sino para dejam os guiar
por ellas? ¿Cómo podemos interpretar
esa realidad? En este caso: ¿dónde co­
metió un error la Naturaleza, un salto en
la evolución?
L: Creo que esa dualidad de sobrevivir y co-

68
nocer está ya contenida en el retroaco-
plamiento positivo del cual ya hablára­
mos muy al comienzo. Lo no determina­
do forma parte de la esencia de la vida.
Desde el punto de vista puramente fun­
cional, por lo menos, se asemeja al com­
portamiento de curiosidad, al afán de
probar algo. Ya hemos hablado de eso,
ya hemos dicho que no se trata, en rea­
lidad, de probar, pero que funciona co­
mo si se probara. Y un aparato tan com­
plicado como el cerebro humano puede
hacer una cantidad de cosas para las
cuales no ha sido hecho. Puede ser que
un aparato se forme bajo una presión
selectiva muy determinada y de pronto
pueda rendir más que aquello para lo
cual se formó en el sentido teleonómico,
en el sentido de la conservación de la es­
pecie. Le puedo dar un buen ejemplo, to­
mado de la teoría de la gestalt, ya ense­
ñada por Bühler y desarrollada por no­
sotros: la percepción gestáltica ha surgi­
do, sin duda alguna, de la presión selec­
tiva impuesta por la circunstancia de las
cosas.
El hecho de que uno pueda percibir los
colores de manera constante es obra de
un aparato de regulación muy complica­
do, que excluye de la percepción el color
de la luz y abstrae las propiedades de re­

69
flexión del objeto. Y este aparato — que
seguramente fue creado en servicio de la
constancia de las cosas y con el cual ya
cuenta la abeja y muchos animales que
perciben el color—. en sus formas supe­
riores, puede hacer, de pronto, algo que
está muy por encima del servicio para el
cual fue creado. Los fenómenos de cons­
tancia han surgido, sin duda, de la pre­
sión selectiva, que me hace posible reco­
nocer a mi perro de adelante, de atrás, o
a la distancia, desde muy cerca, con luz
roja, verde o azul. Siempre lo veré como
el mismo perro. Y ese aparato puede, de
pronto —y sin que nada se lo exija—, a
partir de una determinada etapa de la
evolución, hacer algo muy nuevo: puede
prescindir de las características indivi­
duales de ese determinado perro, puede
hacer abstracción y reconocer al perro.
Eso es la percepción gestáltica. Sin mu­
chas elucubraciones, un niño llama de
pronto “guau-guau” a todos los perros.
La escala de abstracción que ha elegido
para hacerlo es impredecible. En el caso
del hijo de Eibl-Hibesfeld, “guau-guau”
significa mamífero. El avestruz era tan
“pi-pi" como el canario. La hermanita re­
cién nacida fue correctamente clasifica­
da como mamífero y colocada en la cate­
goría de “guau-guau”. Eso es histórico.

70
K: En este caso, la categoría del lenguaje
desempeña un papel preponderante.
L: Sí.
K: Posiblemente sea la facultad que nos lle­
ga con el habla — la capacidad de formu­
lar hipótesis— la que nos ha permitido
enfrentamos a nosotros con nosotros
mismos.
L: Yo diría lo contrario. Esa capacidad de
abstracción de la percepción gestáltica
es uno de los requisitos más importan­
tes para el pensamiento conceptual. Esa
es una típica figuración. Se reúnen una
cantidad de cosas que ya están en el ani­
mal, que funcionan independientemen­
te una de la otra y. de pronto, al quedar
integradas, dan por resultado la capaci­
dad de pensar en conceptos, como nue­
va característica del sistema y dentro de
esa capacidad está la de percibir la ges-
talt, el conjunto de características físi­
cas. Pero lo cierto es que el pensamien­
to conceptual es una de las condiciones
para el permanente cuestionamiento de
todos y de cada uno.
K: La capacidad de crítica.
L: Y la capacidad de autocrítica, de autoco-
nocimiento. El conocimiento de sí mis­
mo es algo muy, muy esencial para el
pensamiento en conceptos. Allí donde el
conocimiento no nos ayuda más, pode­

71
mos especulár. Y mi especulación es que
la autoexploración y el pensamiento
conceptual y, sobre todo, el autorreco-
nocimiento, la reflexión, se formaron
cuando el hombre se miraba en la im a­
gen reflejada del individuo de su misma
especie. La mano que aprehende, que
aferra juguetona, la mano del hermano,
conduce a que uno piense:“Sí, lo que es­
toy agarrando es algo m y semejante a
aquello con lo cual yo agarro”. Lo cual ya
se aproxima a la representación mental
abstracta de una cosa.
K: Y ahora llegamos a un tema que quizá
sea el más importante de los tratados
por usted en uno de sus principales li­
bros. Me refiero a Die Rückseite des
Spiegels [El revés del espejo], cuando di­
ce que la evolución...
L: ¡Ah, Herr Kreuzer, no sabe lo que me ale­
gra oírlo decir que ése es un libro impor­
tante!
K: Sin ninguna duda.
L: Ocurre que yo — como mi amigo Goethe,
mi amigo-enemigo, quien con gran can­
dor creyó que su teoría de los colores era
lo mejor que había escrito— considero
que mis trabajos sobre gnoseología son
mucho más importantes que la etología,
por lo cual se me otorgó el Premio No­
bel...

72
K: El hecho que Die Rückseite des Spiegels
sea su obra más importante y quizá su
libro predilecto tiene alguna relación
con su propia biografía ¿no es así? Usted
comenzó a escribirlo mientras era pri­
sionero de guerra en Rusia y bajo cir­
cunstancias muy difíciles.
L: Ya lo creo.
K: ¿Fue una prolongación de las ideas de
Kónigsberg?
L: Fue una prolongación de las ideas de
Kónigsberg. pues me había concentrado
en la teoría del conocimiento. En prisión
no podía hacer otra cosa. No tenía biblio­
teca a mi disposición, de modo que no
podía escribir nada sobre etología. Y así
comencé a escribir utilizando el papel de
las bolsas de cemento. Tuve que sobor­
nar al sastre con unas cuantas rodajas
de pan para que me prestara la plancha
y así planchar las bolsas de cemento.
K: ¿Desde cuándo estaba en prisión?
L: Caí prisionero en 1944 y en 1948 regre­
sé; de modo que estuve cuatro años en
prisión.
K: ¿Y trabajó como médico?
L: Sí, todo el tiempo me desempeñé como
médico.
K: Fue una ventaja para poder sobrevivir...
L: Fue una gran ventaja. Pensaba con fre­
cuencia en mi padre, quien siempre re-

73
petía: “un buen médico no se muere de
hambre en ninguna parte” . Empecé co­
mo conductor de vehículos de carga y
luego trabajé — ése fue otro de mis gol­
pes de suerte— como psicólogo del ejér­
cito. Luego, la psicología militar se fue al
diablo cuando Góring se enteró de que
Mólders había sido calificado por los psi­
cólogos del ejército como “totalmente in­
capaz de huir”... Y así terminé como m é­
dico. Mientras tanto, conocí a un psi­
quiatra y tuve la suerte de ser destinado
al servicio de neuropsiquiatría del I La­
zareto de reserva. Allí conocí, sobre todo,
histéricos y esquizofrénicos. Además,
mientras estuve prisionero en Rusia tu­
ve la ventaja de trabajar en un hospital
en el cual se internaba a los enfermos
neurológicos. Allí estaban los llamados
polineuríticos de guerra. A los rusos no
les ocurre porque son muy resistentes;
pero los nuestros son víctimas de una
polineuritis múltiple, una inflamación
de la médula espinal, en realidad, una
poliomielitis. Y los rusos no conocían
esa enfermedad. Yo sí, y puedo afirmar
que salvé la vida de mucha gente. Por­
que sabía que el único recurso es man­
tenerlos abrigados y administrarles m u­
cha vitamina C. Por eso, desde el co­
mienzo, caí bien entre los rusos. Apren-

74
di rápidamente su idioma — ahora lo he
olvidado por completo— y me desempe­
ñé como médico. Y en todos los lazaretos
fui siempre una mezcla de maestro, bro­
mista, payaso y cura de almas.
K: De modo que usted no sólo pudo sobre­
vivir físicamente, sino también mental y
espirítualmente. Pudo escribir.
L: Ayuda mucho poder ayudar a los de­
más. Y yo podía ayudarlos haciendo bro­
mas, pronunciando conferencias, le­
yéndoles el Fausto. El Fausto me lo re­
galó una comisaria política judía. La
conmovió tanto que yo supiera el Faus­
to de memoria que me regaló el libro. Y
eso me facilitó el escribir. Y por espacio
de casi cuatro años escribí. Un libro so­
bre teoría del conocimiento, sobre bol­
sas de cemento y con potasio hiperman-
ganésico. Fue el núcleo de Die Rücksei-
te des Spiegels. El final de mi época de
prisionero fue muy extraño. De pronto
me trasladaron a Eriwan. Eriwan está al
pie del monte Ararat. Es la montaña más
imponente que usted puede imaginarse,
pues tiene seis mil metros de altura, pe­
ro está casi a nivel del mar, y arriba, co­
mo techo, un glaciar que sobresale a ma­
nera de tejado. Parece una gorra.
K: No es de sorprender que el Arca de Noé
haya fondeado allí.

75
L: En una ocasión, un teniente distinguido
con una de las más altas condecoracio­
nes me dijo: “Dígame una cosa, profesor:
¿es verdad que un piloto hizo un aterri­
zaje forzoso sobre el Ararat?”; yo le res­
pondí: “Sí, una vez aterrizó allí un pilo­
to; lo que no me explico es cómo hizo pa­
ra bajar sus elefantes.. Pero volviendo
a temas serios: yo escribía y, a causa de
ese libro me enviaron a un suburbio de
Moscú. Así fue como vi el Kremlin. Allí
me confirieron la tarea de mecanografiar
ese libro y, si la censura lo permitía, po­
dría llevarme una copia a mi casa. Por
supuesto, el libro no volvió de la censu­
ra y en esos días partía un trasporte de
repatriados a Austria. Yo me sentía m o­
rir de tristeza al no poder integrar ese
trasporte, por aguardar la entrega de mi
manuscrito. Y entonces, el jefe del cam ­
pamento, un teniente primero, me hizo
llamar. No era muy estimulante ser cita­
do por el jefe de un campamento. Y
cuando entré a su oficina... Esa es una
de las historias humanas más conmove­
doras que he vivido; me cuesta relatar­
la sin que se me llenen los ojos de lágri­
mas... Pues bien, cuando entré, me dijo:
“Siéntese, profesor. Yo ya no soy su su­
perior. Usted ya no es prisionero de gue­
rra. ¿Puede usted darme su palabra de

76
honor de que el manuscrito que usted
envió dice lo mismo que el manuscrito
que usted conserva en su mochila?” .
“No, no puedo”, le respondí. “Suprimí
dos capítulos, abrevié muchas cosas y
añadí otras.” Y entonces él se echó a reír
ante mi ingenuidad y dijo: “No, no me re­
fiero a eso. Quiero decir si realmente no
es otra cosa que un libro científico” . En
ese momento entendí y repliqué: “Sí
puedo darle mi palabra de honor: no
contiene nada político ni informativo".
Nos estrechamos la mano y él me firmó
un propusk. Firmó un propu.sk para el
manuscrito, para un ave — un estornino
domesticado— y para una escultura, un
pato tallado en madera dura. Pero im ­
partió órdenes orales al jefe del traspor­
te: que le dijera al próximo jefe del tras­
porte, y éste, a su vez, al próximo jefe del
trasporte, etcétera... que no me revisa­
ran y que podía llevar conmigo todo. Ese
hombre me economizó años de vida,
pues así llegué a casa con un manuscri­
to. Imagínese lo que eso significa en con­
fianza espontáneamente brindada a un
hombre que era un total desconocido
para él.
K: En eso se pone de manifiesto el gran res­
peto de los rusos por la ciencia.
L: Sin duda. Además me apreciaba porque

77
yo tenía aves en el campamento y pose­
ía un estornino amaestrado y se me con­
sideraba loco. Al comienzo me citó por­
que le habían informado que en el cam­
pamento andaba un loco suelto, que ca­
zaba moscas y las encerraba en cajitas
de cerillas. Aún no estaba enterado de
mi llegada, la llegada del “profesor loco".
Por eso comentó: “Ese no puede ser otro
que el tan esperado profesor". Me hizo
llamar y me dio una enorme cantidad de
alimento para pájaros... Tanto, que yo
podía complementar muy bien mi ración
con eso. Un hombre magnífico.
K: De modo que usted regresó de prisión en -
Rusia con un libro casi terminado, el
que luego se llamaría Die Rückseite des
Spiegels.
L: Con el libro casi terminado. Por supues­
to, en casa pude comparar con lo que ya
figuraba en otros escritos míos; pero, en
esencia, se trataba de Die Rückseite des
Spiegels.
K: El intento de brindar su interpretación
del pensamiento kantiano, no diré para
divulgación, pero sí para exponerla de
manera comprensible.
L: Sí, no sólo comprensible para el público
en general, sino ajustado a los concep­
tos del realismo hipotético: primero,
condición; después, conclusión. Los

78
fundamentos del realismo hipotético es­
tán ya contenidos en mi antiguo traba­
jo “Kanta Lehre vom Apriori” [La teoría
de Kant sobre los a priori]. Pero en ese
trabajo coloqué como condición, lo que,
en realidad, debía ser la consecuencia
de toda la argumentación.
K: Idea fundamental: si uno quiere enten­
der sus sobreentendidos, tendría que
estudiar la historia filogenética de ese
sobreentendido, el aparato de cognición.
L: Exactamente, ése es, en realidad, el te­
ma fundamental de todo el libro. Ese
aparato de cognición es, precisamente,
“el revés del espejo”.
K: La cara anterior del espejo es la imagen
que tenemos de nosotros mismos.
L: La cara anterior del espejo es la imagen
del mundo. Incluyéndonos a nosotros
mismos. El espejo refleja todo el mundo
fenoménico. Pero esa imagen especular
tiene un revés real que la coloca en la
misma categoría de cosas que las cosas
reflejadas. La tarea del espejo es enfren­
tar lo real con lo real. Esa es la tesis fun­
damental del realismo hipotético. Ese
enfoque está, sin haber sido reflexiona­
do y verbalmente expresado, en las ba­
ses de toda investigación en el terreno de
las ciencias naturales.
K: Conocemos su opinión: Popper y Camp-

79
bell llegaron a conclusiones similares,
en parte idénticas a las suyas, en forma
independiente, paralela...
L: Sí, y sin que jam ás lo haya escrito, ya an­
tes lo había hecho M ax Planck. Poco an­
tes de que yo publicara “Kanta Lehre
vom Apriori” en Natunvissen-schaften,
Max Planck publicó en esa misma revis­
ta un trabajo cuyo contenido era casi
igual...
K: Estaba en la atmósfera.
L: Por suerte, el suyo apareció dos sema­
nas después que el mío. Que yo me co­
piara de Planck era verosímil; que él se
copiara de mí era más improbable. Eso
demostró la independencia de mi traba­
jo. Y, luego, me atreví a enviar una sepa­
rata a Planck. En respuesta, recibí una
carta de seis carillas, que lamentable­
mente se perdió. Fue el único cajón que
se perdió en el envío de Kónigsberg. Con­
tenía mis separatas. Pero me sé la carta
de memoria y le puedo asegurar que no
exagero. Para terminar, Planck escribía:
“Es para mí una gran satisfacción com­
probar que, a partir de dos bases de for­
mación tan totalmente distintas como la
suya y la mía, se puede llegar a opinio­
nes tan coincidentes respecto de la rela­
ción entre mundo fenoménico y mundo
real, como hemos llegado nosotros...”.

80
K: Esa es una dimensión del conocimiento:
se trata de un mundo en el cual vivimos,
el mundo que existía antes de nosotros
y el que existirá después, existirá con in­
dependencia de nosotros. El segundo
gran problema —y yo me pregunto si
queda así solucionado— es el problema
de nuestra conciencia del propio yo. Us­
ted se aproxima a él; pero, en realidad,
no trata de solucionarlo en forma defini­
tiva.
L: Yo rondo ese problema como el gato ron­
da la comida caliente. Porque uno pue­
de hacer más verosímil la existencia del
mundo real; pero uno no puede aproxi­
marse a la relación que existe entre la
realidad subjetiva de la vivencia y la re­
alidad objetiva de los procesos fisiológi­
cos en los órganos de nuestros sentidos.
Mi amigo Gustav Kramer lo formuló muy
bien en una oportunidad, cuando dijo:
“Aun cuando se llegara a un resultado fi­
nal totalmente utópico de la investiga­
ción fenomenológica, es decir, psicológi­
ca subjetiva, por un lado, y de la inves­
tigación fisiológica objetiva, por el otro,
no tendríamos derecho a formular más
que una conclusión: que el paralelismo
psicofisiológico es, en efecto, muy para­
lelo".
K: Pero cuando se cree en la evolución —y

81
usted no la pone en duda—, existe un
plano en el cual aparece esta división
entre sujeto y objeto. Más abajo no está,
¿no es así? ¿O existe algún indicio aba­
jo?
L: Yo diría que "muy abajo" no existe. Es­
toy convencido de la posibilidad de que,
por una fulguración, se forme algo has­
ta ese momento inexistente. Tendría que
dejar totalmente de lado mi instintiva
comprensión del animal, del vegetal y
del hombre, para suponer que un m o­
lusco tiene vivencias subjetivas.
K: Si pensamos en términos de fulguracio­
nes, de repentinas iluminaciones del
horizonte evolutivo, eso significaría que
quizás existen dos superfulguraciones:
aquella que da origen a la vida, en gene­
ral, y la que señala el paso a la concien­
cia del yo.
L: Pero es posible que la fulguración hacia
la vivencia subjetiva se haya producido
mucho antes. Nadie puede saber cuán­
do ni dónde.
K: Popper supone que coincide con el ha­
bla. con la adquisición del lenguaje oral.
L: No, es preciso establecer una diferencia
entre reflexión consciente y simple con­
ciencia. La vivencia subjetiva, la capaci­
dad de experimentar alegría y pena no es
muy diferente entre el perro y nosotros.

82
Eso es explicable, puesto que se cono­
cen los centros cerebrales en donde es­
tán radicadas nuestras emociones. T o ­
do eso está localizado en el hipotálamo y
en el sistema limbico. Y en los animales
superiores ocurre lo mismo; la diferen­
cia anatómica no es tan grande.
K: ¿Cómo imagina usted la forma en la cual
un animal superior siente su vida inte­
rior, si es que esa vida interior existe?
Porque en ellos no está aún ligada con
eso que nosotros llamamos “yo” y que
tiene requisitos vinculados con el habla.
L; No sé. Sin embargo el animal superior
tiene muchos atributos del “yo” . Es
orgulloso, trata de imponerse, tiene
sentido de la posesión, aspira a adquirir
un status entre sus congéneres y, se­
guramente, siente —con esos aspec­
tos— lo mismo que nosotros. La refle­
xión es una nueva fulguración que se
produce más adelante. Pero la fulgura­
ción más enigmática es la de la concien­
cia, es decir la de la vivencia subjetiva,
curiosamente idéntica a los procesos fi­
siológicos, pero sólo en parte. Pues to­
dos los procesos de vivencia son, sin du­
da alguna, procesos fisiológicos en un
aspecto de su esencia, pero no todos los
procesos fisiológicos son conscientes,
gracias a Dios.

83
K: ¿Puede emprenderse el intento de retra­
ducir nuestros conceptos expresados en
palabras — sobre todo el concepto cen­
tral “yo”— a la fase sin habla del mundo
animal? ¿Existe la posibilidad? ¿Cómo
siente un animal el “yo" sin palabras?
¿Es posible que, cuando algo lo hace su­
frir, el perro experimenta un sentimien­
to que pueda traducirse en algo así co­
mo: “El mundo hace doler" o “Hay dolor
en el mundo"?
L: No. Escúcheme: ¿a qué llamamos con­
ciencia del “yo”? Un hombre con con­
ciencia del “yo" hace lo mismo que un
gallo en el gallinero. Levanta la voz, se
pavonea, quiere impresionar a las hem­
bras, quiere humillar a los machos. Y
con el dolor sucede lo mismo. Un ex­
perimento involuntario me ha hecho
pensar que el dolor de los animales es
más insoportable que el nuestro. Porque
ellos no tienen el consuelo de la razón.
Mi ejemplo es el siguiente: estaba en el
barco que hace el cruce de Dover a
Calais y me sentía horriblemente mal.
Me sentía tan mal que hubiera deseado
morirme; pero veía el muelle de Calais y
pensaba que, cinco minutos después, el
barco estaría protegido por el muelle y
volvería a la normalidad. En otras pa­
labras: me sentía tan mal que hubiera

84
preferido morir antes que seguir vivien­
do así; pero no estaba triste.
K: ... mientras que un perro que ha queda­
do solo, cree que seguirá solo por el res­
to de sus días...
L: Y ahora la contraprueba; se trata de una
experiencia humana: en un viaje en au­
tomóvil tuve un dolor de muelas muy
agudo. Llevaba somníferos, pero no cal­
mantes para el dolor. Y cometí la locura
de tomar un somnífero para mitigar el
dolor de muelas. Los somníferos actúan
sobre los centros más evolucionados y
no sobre el dolor y, en ese caso, se sufre
horriblemente debido a la falta de con­
trol de los otros centros.
Y estoy convencido de que cuando mi
mujer y yo estamos ausentes, los perros
caen en una depresión tan profunda que
algunos de ellos morirían si no regresá­
ramos. Ni siquiera entienden que regre­
samos en el día... mejor dicho, un poco
sí lo entienden, porque se muestran me­
nos tristes cuando nos vamos sin empa­
car ropa. Y cuando preparamos maletas
se alejan y se sientan en una actitud de
profunda depresión en el rincón más os­
curo y ni siquiera nos dicen “adiós”. Eso
significa que cada vez que emprende­
mos un viaje, los perros sufren como si
hubiéramos muerto. De más está decir

85
que un animal así tiene vivencias subje­
tivas. Sólo que nosotros no somos capa­
ces de reproducir esas vivencias subje­
tivas, porque son diferentes de las nues­
tras, porque también van acompañadas
de otros procesos nerviosos. Ya volvere­
mos sobre eso. Si una gallina tuviera
una palabra para expresar “miedo", no
se las arreglaría con ella, porque la reac­
ción ante un ave de rapiña es muy dife­
rente a la que demuestra ante un animal
de rapiña no volador. Si hablara, la ga­
llina emplearía dos palabras distintas
para el miedo al ave y el miedo a lo que
puede ocurrirle en el suelo.
Y ahora volvamos a los procesos ner­
viosos que acompañan a las vivencias
subjetivas. Se puede afirmar que son
coincidentes o paralelos. El paralelismo
—como toda comparación— es relativo,
porque, de ninguna manera, todo lo que
se desarrolla en el plano fisiológico se
pone de manifiesto en el subjetivo. Lo
que vivenciamos es siempre una infor­
mación simplificada, pero densificada,
del plano fisiológico. En un trabajo so­
bre la vivencia subjetiva me he valido de
una comparación militar: El soldado
Müller y el soldado Meier tienen dolores
abdominales. Se lo comunican al cabo,
el cabo se lo comunica aljefe del pelotón.

86
Este, a través de otro cabo, que hay va­
rios hombres con dolores de barriga. El
jefe de la compañía se entera de algo
más: sabe que algo anduvo mal en la co­
cina. está más informado aún: sabe que
un furriel ha trabajado mal. Sería un
craso error buscar el dolor de barriga del
soldado Müller en el espectro de imáge­
nes del general. Eso ya no existe en ese
plano. Esa sería mi objeción al paralelis­
mo psicofísico. Por otra parte, soy ene­
migo acérrimo de toda toma de posición
en materia de teoría del conocimiento
cuando no se está realmente convenci­
do. Si yo digo: “Aquí está sentado Herr
Kreuzer", no me estoy refiriendo a su
corporeidad fisiológica investigable ni
me refiero a sus vivencias subjetivas,
que no he puesto en duda en ningún mo­
mento; me estoy refiriendo exactamente
a la unidad constituida por ambas. No
creo que el solipsista esté realmente
convencido de ser el único en el mundo;
de ser así, no lo irritaría tanto mi incre­
dulidad.
K: Volvamos ahora a la evolución, profesor.
De modo que, entre las fulguraciones de
variada dimensión —porque también
hay superfulguraciones— existe, a su
juicio, una esencial, colocada más o me-
ncs en la mitad de la evolución: aquella

87
con la cual aparece en el mundo el em ­
brión de la conciencia. ¿Antes no estaba
presente?
L: Sí, llega al mundo el embrión de la con­
ciencia. Y cuando uno no sabe nada,
puede especular, y lo que yo le digo aho­
ra es especulación cien por ciento. En la
evolución aparece la necesidad de un
aparato que coloque todo lo bueno, todo
lo agradable y todo lo desagradable ba­
jo el signo del más o del menos, a partir
del instante en que yo aprendo algo.
Cuando el organismo aprende que el
comportamiento lo ha conducido a ex­
periencias ingratas, no vuelve a hacer lo
mismo; cuando la conducta lo ha lleva­
do a experiencias gratas, se siente esti­
mulado, reinforced, a repetir lo que ha
hecho.
K: Allí donde comienzan los programas
abiertos, pues.
L: ...Allí donde comienzan los programas
abiertos. Donde comienza el más y el
menos, donde comienza la capacidad de
gozar y de sufrir. Esta suposición se ve
confirmada por un hecho: los perros
—y hasta los gansos— usan un mismo
sonido para expresar dolor. Un gansito
llora cuando está solo, cuando tiene
miedo, cuando ha perdido a sus padres,
cuando una fina capa de hielo se ha que-

88
bracio bajo su peso y no se le ocurre in­
mediatamente recurrir a las alas, al vue­
lo, para salir de la situación. Y el llanto
más expresivo que he oído fue el de un
ganso blanco domesticado. Yo le llevaba
siempre un puñado de trigo a manera de
premio, y llevaba ese trigo en el bolsillo.
En una ocasión, llevé avena en lugar de
trigo. El ganso corrió a mi encuentro lle­
no de ansiedad y le di la avena. La miró
y se echó a llorar a gritos como un niño
decepcionado. Esa expresión sonora pa­
ra todo lo que es doloroso me demostró
que, al emitir dicho sonido, sentía algo.
K: Por lo que veo. profesor, usted no le con­
cede al habla, a la formación del lengua­
je oral, tanto en la historia filogenética
como en la evolución del individuo, esa
categoría altísima que le otorga, por
ejemplo, Karl Popper para explicar el
“yo”; pero sí le concede gran importan­
cia.
L: ¡Por supuesto! Pero ésa es otra fulgura­
ción.
K: ¿Está usted de acuerdo en que la adqui­
sición del lenguaje es la última y más im ­
portante de las fulguraciones, un verda­
dero “rayo” dentro de la evolución?
L: ¿El rayo de la evolución? Yo diría que sí,
aunque con eso estoy sobrestimando un
poco al hombre. El hombre no es tan im-

89
portante. El hombre puede degenerar,
quizá ya esté degenerado. Pero me gus­
ta la pregunta porque siempre se nos
echa en cara a los etólogos una subesti­
mación de la diferencia entre el hombre
y la bestia. Ante esa acusación cabe ar­
gumentar lo siguiente: la calidad de úni­
co del hombre, la inexistencia anterior
de algo como él es subestimada ju sta­
mente por quienes formulan tal acusa­
ción. Tenga presente esto: desde el orga­
nismo semejante al virus que existe en el
precámbrico, hasta nuestro antepasado
más próximo, hasta el terciario, en el
cual ya andaban dando saltitos por ahí
los distintos antropus, el genoma con el
antiquísimo método de modificación de
la herencia y de la selección era el único
aparato que recopilaba información, la
almacenaba y la trasmitía. Sin duda
existía el aprendizaje: pero el aprendiza­
je individual muere con el individuo y
aquello que el individuo puede trasmitir
en materia de información es una parte
infinitesimal de lo que contiene el geno­
ma. Lo contenido en el genoma colma
volúmenes, aunque sólo se trate de la
bacteria Coli. Y de pronto, a fines del ter­
ciario, aparece un mono y dice: Haremos
las cosas de otra manera; ahora pensa­
remos en conceptos. Pensamiento con-

90
ceptual, que es una típica fulguración de
integración. En ella intervienen la per­
cepción, la reflexión y la conducta explo­
ratoria. Ya hemos hablado del naci­
miento de la reflexión, del “verse-a-sí-
mismo" en la imagen reflejada...
K: Pero la razón por la cual este último des­
cubrimiento, este rayo de la evolución,
haya sido tan efectivo, tiene que haber
sido una enorme ventaja para la super­
vivencia ¿no es así?
L: Una ventaja para la supervivencia de
una importancia incalculable. Pues lo
que pasa con eso no es ni más ni menos
que la fulguración de la herencia de ca­
racterísticas adquiridas...
K: Que antes no era posible.
L: ... que antes no existía. Tengo un aforis­
mo por el cual siento un gran cariño:
Muchas veces, sólo tomamos conciencia
de que algo nunca se produce, en forma
general, cuando la excepción nos de­
muestra lo que podría ocurrir si se pro­
dujera siempre. Y sólo se advierte con
claridad que no se heredan las caracte­
rísticas adquiridas cuando se toma con­
ciencia de que eso ocurre en el hombre,
justam ente por el pensamiento concep­
tual y el lenguaje oral. Pues cuando el
hombre inventa el arco y la flecha, de ahí
en adelante poseen esa herramienta no

91
sólo ese hombre sino su familia, su tri­
bu y, probablemente, toda la humani­
dad. Y la probabilidad de que eso sea ol­
vidado no es mayor que la probabilidad
de que un órgano del cuerpo con el m is­
mo valor para la supervivencia se vaya
atrofiando.
K: Eso sería válido también para el desa­
rrollo del cerebro: el cerebro creó los ru­
dimentos del idioma; pero, a partir de
entonces, el lenguaje oral va creando,
por presión selectiva, el cerebro adecua­
do.
L: Sí, de eso no hay duda.
K: Por lo tanto eso sería un proceso de re-
troacoplamiento enormemente intenso.
L: Un proceso de retroacoplamiento, y el
tamaño del cerebro...
K: ... es una consecuencia del lenguaje.
L: Usted lo ha dicho. Con toda seguridad es
consecuencia del pensamiento concep­
tual. Este constituyó una ventaja de se­
lección enorme. La más pequeña, la más
pobre, la más débil de las culturas hu­
manas es superior al más grande de los
animales de rapiña. Se ha ido tan lejos,
que el hombre ya está en peligro de per­
der la selección natural. Si un biólogo
moderno tuviera que definir la vida, sin
duda incluiría en su definición la “doble
hélice” de la molécula de a d n , que con­

92
tiene información y la puede trasmitir.
Pues en la vida humana hay otro apara­
to que hace lo mismo, pero mucho más
rápido, como un diez por ciento más rá­
pido.
K: Profesor: antes de llegar a los peligros
que todo eso significa para la humani­
dad, cosa que para usted es un tema
m uy importante, quiero formularle una
última pregunta referida a la conciencia
del “yo", a partir de suposiciones como
las formuladas por ejemplo, por Karl
Popper — cuya línea es, evidentemente,
paralela a la suya— en su último libro
The Self and its Brain, escrito en colabo­
ración con Eccles. Repito: él supone que
la conciencia del “yo” bien diferenciada,
la separación de sujeto y objeto, está li­
gada al lenguaje oral.
L: Yo diría lo siguiente: el “yo" es indepen­
diente del lenguaje oral. Todo el mundo
tiene un “yo”; pero sólo puede decirlo
quien dispone de un lenguaje oral. La
conciencia del “yo” se forma...
K: El opina exactamente lo contrario...
L: El no conoce los animales. No está habi­
tuado a un gallo, un perro o, mejor aún,
un mono con conciencia del “yo".
K: No es lógico que la fascinación idiomáti-
ca de la vivencia del “yo" nos haya hipno­
tizado a tal punto, en este último segun­

93
do de la evolución — porque no hace más
tiempo que el idioma ejerce su acción so­
bre nosotros—, que estemos bajo los
efectos del shock provocado por el chis­
pazo de la fulguración. Que estemos re­
produciendo el destino de Narciso,
quien al ver por primera vez su imagen
en el agua se ahogó bajo la presión del fe­
nómeno...
L: Eso es muy cierto. Exactamente lo m is­
mo escribí no recuerdo dónde: que nos
volvimos locos de orgullo a causa de
nuestra razón, de nuestra capacidad de
pensar en conceptos. Porque con el pen­
samiento en conceptos viene también la
previsión, viene el planteo kantiano:
“Puedo convertir en máxima de mi ac­
ción”, etcétera, etcétera... Dicho en tér­
minos vulgares: “No hagas a otro lo que
no quieres que te hagan” . Hasta qué
punto ha sido alterado el curso de la evo­
lución por el pensamiento conceptual,
por la reflexión — como usted mismo lo
ha señalado— se advierte en el estímu­
lo ejercido por el habla sobre el cerebro.
El explosivo crecimiento del cráneo, del
cerebro, es sin duda alguna, una conse­
cuencia de la selección, ejercida por el
pensamiento conceptual.
K: Pero volviendo a este punto en que el
pensamiento de Popper y el suyo se en­

94
frentan: usted dice que, probablemente,
él no piense lo mismo porque no conoce
a los animales. El podría decir que, a tra­
vés del idioma, se implantó en el cerebro
humano una fascinación tal, que al m i­
rar atrás el hombre se engaña en lo que
respecta a los animales...
L: No voy a negar eso. Para colmo puede
pasar esto —y una vez más recurro al
ejemplo de la moral—: hacemos algo
animal, algo que surge de nuestra sa­
ludable conducta instintiva, genética­
mente fijada...Por ejemplo: un niño se
cae al agua. Sin llegar a pensar nada, yo
me arrojo tras él y lo saco. Visto desde un
punto de vista kantiano eso significaría:
cuando un macho de homo sapiens ve a
un cachorro de su especie en peligro de
ahogarse, lo salva...sobre todo si él
mismo no corre peligro. ¿Puedo elevar
eso a la categoría de ley natural? jSí,
puedo! Pero resulta que yo me envanez­
co, me felicito a mí mismo y creo que lo
hice por responsabilidad moral. Ana­
lizamos una conducta saludable, ge­
néticamente programada, para ver si
puede ser una ley natural. Y he ahí: no
es que pueda ser una ley natural: lo es.
La fascinación ejercida por nuestro
pensamiento conceptual es tan grande
que, como acabo de decirle, nos felicita­

95
mos y decimos: “Una vez más he actua­
do por motivos morales y racionales".
Estoy seguro de que ese caso es m uy fre­
cuente.
K: Vamos a simplificar la pregunta: ¿Es po­
sible que la existencia de nuestro len­
guaje oral, sobre todo el conceptual del
“yo”, nos impida entender la form a en la
cual el animal se mira desde dentro?
L: Uno ni siquiera es capaz de entender el
interior de su mujer o de su amigo más
íntimo. Yo no puedo reproducir lo que
siente el perro cuando se enoja y ladra,
porque tengo órganos fisiológicos de
enojo m uy diferentes y ni siquiera pue­
do ladrar. Eso es lo que no puedo, en
esencia. Pero sí puedo afirmar, con gran
seguridad, si conozco muchos animales
y muchas analogías, es que el animal ex­
perimenta placer y dolor. Aunque tenga
dos expresiones generales para placer y
dolor, como es el caso del ganso — para
qué hablar del perro— puedo decir: tie­
ne algo así como una vivencia subjetiva.
Con la misma seguridad puedo negar
que tiene capacidad de reflexión, porque
la conciencia del yo es el punto de par­
tida de la reflexión. La reflexión es la
raíz, es parte y acto decisivo en la forma­
ción del pensamiento conceptual.
K: ¿Cómo se llega a la vivencia del “yo" pro­

96
píamente dicha, cómo se llega a la sub­
jetividad del hombre?
L: Prefiero que no me lo vuelva a preguntar.
En este punto discrepo mucho con lo
que afirman Eccles y Popper en su libro
The Self and its Brains. Ellos creen ha­
berse aproximado, por lo menos, a la so­
lución de esa incógnita y yo considero
eso imposible. Creo que el hiato entre
cuerpo y alma es de una naturaleza di­
ferente a la de los demás escalones...
K: Hiato: el abismo, el espacio intermedio.
L: El abismo. El abismo entre lo físico y lo
psíquico está en otra parte, quizá en án­
gulo recto respecto de los abismos que
separan lo orgánico de lo inorgánico, al
animal superior de los animales inferio­
res y al hombre de la bestia... quizá los
atraviese en forma vertical.
K: Pero en ese caso hay que suponer un
panpsiquismo. Tendríamos que supo­
ner que todo a lo largo de la Naturaleza
hay un lado interior.
L: Eso es exactamente lo que supone Weigl
en su espléndido libro Geborgtes Leben
[Vida oculta]. En esa obra desarrolla el
problema cuerpo-alma y una especie de
credo de panpsiquismo que atribuye un
alma incluso al átomo más pequeño.
Aquí vuelvo a estar de acuerdo con Ec­
cles, quien considera que la vivencia psí-

97
quica ha comenzado a un determinado
nivel de la evolución orgánica, en un de­
terminado peldaño de la integración.
Porque la fulguración puede crear ca­
racterísticas sistém icas totalm ente
inesperadas e imprevisibles. Respecto
del problema cuerpo-alma se pueden
asumir diferentes posiciones y cada
cual tiene derecho a creer en la legitimi­
dad de su propio enfoque. Yo no lo creo.
Yo sólo creo que poseemos dos órganos
muy diferentes para captar dos aspectos
inconmensurables de la misma reali­
dad. Entre los dos aspectos — el subjeti­
vo y el objetivo— se interpone una pared
impenetrable para nosotros; por eso,
Erich von Holst y yo hemos tomado có­
mo símbolo de esa forma de paralelismo
e identidad la mano colocada vertical-
mente entre los ojos. Puede suponerse
que existe una interacción entre lo físi­
co y lo subjetivo. Yo creo que es un error.
Atravesamos con mucha facilidad ese
muro impenetrable en sí y lo hacemos
con un salto no autorizado. Puedo des­
cribir las vivencias subjetivas que expe­
rimento al recibir una bofetada. Siento
dolor, me siento estremecido, me quedo
indeciso, trascurrido un rato se rebela
mi yo contra esa humillación y devuelvo
la bofetada. Puedo explicar la misma vi-
vencía desde un punto de vista fisiológi­
co. Puedo decir: los órganos de los sen­
tidos que acusan dolor han reacciona­
do, eso provoca una fuerte inhibición del
simpático y excita al parasimpático, pa­
raliza los movimientos voluntarios, me
quedo como petrificado, con la cabeza
gacha, y entonces, por un conocido efec­
to fisiológico, la excitación del parasim­
pático se trasforma en una excitación
del simpático. Los ojos se me salen de las
órbitas, la sangre se me sube a la cabe­
za, la parálisis motriz se convierte en ex­
citación motriz y devuelvo el golpe. Más
de uno dirá: se paraliza porque experi­
menta un dolor...Pero no es así, se para­
liza porque...bueno, me siento tentado
de saltar de una cadena causal a otra,
porque una es m uy clara y la otra no...
K: Pues bien, pasamos del aspecto gnoseo-
lógico al ético y moral, que en su vida ha
desempeñado un papel tan importante
como en la de Kant. Por un lado la Crí­
tica de la razón pura, por el otro lado, el
imperativo categórico. En su caso tam­
bién Los ocho pecados mortales de la
humanidad civüizada debería constituir
el segundo tomo de El revés del espejo.
Es la fase en la cual vuelve a cobrar im ­
portancia el médico que hay en usted.
¿Tiene algo que ver con la influencia de

99
su padre? Cuando uno madura recuer­
da más al padre ¿no es así?
L: Eso es seguro.
K: El fue un gran ortopedista ¿alguna vez
se le cruzó a usted la idea de enderezar
la desviada columna vertebral de este
mundo?
L: Gracias por la comparación. Ojalá pu­
diera hacerlo. Mi padre fue uno de los
pocos médicos que no se vieron motiva­
dos por la curiosidad de la investigación
sino por el afán de ayudar. Por eso, su
autobiografía se llama Ich durfie helfen
(He podido ayudarJ. Conozco otro por el
estilo: es René Spitz, quien ayudó a tan­
tos niños desdichados, gracias a sus
descubrimientos sobre hospitalismo.
No cabe la menor duda de que yo me im ­
pregné en moral médica desde pequeño,
a través de mi familia. A eso se suma el
establecimiento neuropsiquiátrico de
Posen, al cual ya he hecho referencia, en
él se me brindó la oportunidad de estar
en contacto, muy especialmente, con la
histeria y se me ayudó a ver la esencia de
la neurosis. En esas circunstancias,
cualquier hombre que tenga ojos para
ver y oídos para oír habrá comprendido,
en las últimas décadas, que el mundo
está totalmente loco. No sólo se vuelve
cada vez más feo, sino también más ma­

100
lo y más inmoral. Hasta los términos
“Bien" y “Mal”, “Bueno” y “Malo” han de­
saparecido de los medios. Ya no existen
los hombres malos sino hombres a los
cuales el mundo ha tratado mal; y ya no
hay hombres buenos sino bien condicio­
nados, etc. Y no se advierte que de esa
manera se está quitando al hombre la
esencial decisión que significa optar en­
tre el bien y el mal.
K: ¿Y ése es el diagnóstico fundamental de
esa enfermedad? ¿El paro de la evolu­
ción, la problemática surgida de esa su-
perfulguración del ser humano?
L: Exactamente. Yo suelo repetir en forma
metafórica: La selección levantó al hom­
bre y lo puso de pie, luego retiró las m a­
nos de él. Y ahora: Quédate en pie o cá­
ete ¡es cosa tuya! Y el peligro de caer es
muy grande, por cierto.
K: Quizá convenga señalar los principales
peligros: uno de ellos es la masificación,
la supresión de las limitaciones cuanti­
tativas...
L: Sin duda, la masificación es un factor.
Masificación incluso en el sentido de
que libera al individuo de responsabili­
dad...
K: Llegados a este punto podríamos m en­
cionar, aunque más no sea de paso, su
teoría de la agresión. Para usted, la agre­

101
sión es algo totalmente natural.. .la agre­
sión dentro de la especie. La agresión es
el “llamado mal”. Sirve para mantener
separados a los animales.
L: Sirve para mantener separados a los
animales y conduce, por supuesto, a fe­
nómenos de competencia que son muy
peligrosos en la masa.
K: ¿Significa eso que la masa no está pre­
vista?
L: Yo suelo decir: El hombre no es malo
desde su infancia. Es bueno para la so­
ciedad de once miembros para la cual
está programado.
K: ¿Funciona algo en ese tipo de sociedad?
La inhibición...
L: En ella funcionan todas las inhibicio­
nes. En ella funcionan los diez manda­
mientos. No matarás al mejor amigo en­
tre los once, no robarás su pan, ni le qui­
tarás la mujer, etcétera, etcétera. Pero si
lo que tenemos es una sociedad masifi-
cada, el hecho de que un hombre total­
mente desconocido...
K: La inhibición sólo es posible entre seres
humanos que están m uy próximos.
L: La inhibición existe ya en los perros y en
los lobos, sólo en relación al comporta­
miento respecto del conocido personal,
del individuo con el cual se mantiene un
contacto directo.

102
K: De modo que es un error decir homo ho-
mini lupus. En realidad deberíamos de­
cir: el lobo que mata a su hermano se
comporta como un hombre. Los lobos no
matan a sus hermanos...
L: Lo hacen, pero con menos frecuencia
que el hombre. En general, el lobo mata
fuera del clan. Allí desaparecen las inhi­
biciones. Un lobo perdido que penetra
en el territorio de un clan ajeno, es des­
pedazado sin la menor piedad. Lo mismo
ocurre con un león o con una rata.
K: Y nosotros nos hemos escapado de ese
círculo.
L: Es que nadie nos selecciona. Podemos
hacer lo que se nos antoje. Lamentable­
mente somos tan estúpidos que hace­
mos una porción de tonterías, pues no
nos basta conocer la estructura de
nuestra propia sociedad.
K: Ese es un aspecto: el hombre que aban­
dona el grupo, que se masifica, pierde
las inhibiciones que funcionaban en el
grupo. El segundo aspecto es, natural­
mente, el aspecto instrumental: ni si­
quiera la piedra en la mano ha sido pre­
vista por la Naturaleza, para qué hablar
de la bomba atómica.
L: Mi ejemplo es siempre el fusil. Nuestra
parte emocional no puede creer que con
sólo doblar un dedo se pueda destrozar

103
las entrañas a un prójimo. Lo sabemos
racionalmente, pero la razón no domina
las emociones. Los norteamericanos
han efectuado experimentos muy preci­
sos acerca de los delitos que pueden ser
sugeridos. En la época del nazismo se
puso de manifiesto hasta qué punto
puede la autoridad suprimir sus propias
inhibiciones. El señor Eichmann era un
funcionario ideal. No sentía la propia
responsabilidad y mataba con la con­
ciencia tranquilísima. El no se sentía
malo.
K: Entre sus “ocho pecados mortales” ése
es el complejo vinculado con la agresión.
El otro es la pérdida de control de la m a­
sa en el sentido de la relación con el con­
sumo de energía.
L: En primer lugar se trata de un curioso
desplazamiento de la realidad, conse­
cuencia de la acción de la ciencia. Al
hombre se le ha subido a la cabeza el po­
der que le pusieron en la mano las lla­
madas ciencias exactas, la física y la
química. Esa soberbia, esa megaloma­
nía de la humanidad se expresa ahora
de dos maneras. En primer lugar, con la
conciencia de la realidad. Es una autén­
tica enfermedad mental de la humani­
dad de hoy el creer que sólo tiene exis­
tencia real aquello que puede expresar­

104
se en el lenguaje de las ciencias exactas,
y puede verificarse en forma cuantitati­
va. Vale decir que lo emocional, el senti­
miento de lo bello y de lo bueno, las emo­
ciones en general... no existen, nada de
eso es real, son ilusiones. Podemos leer­
lo textualmente en Skinner. Y eso es
consecuencia de una demencial sobre­
estimación de lo cuantificable y una so­
breestimación igualmente enorme de lo
factible. El hombre cree poder hacerlo
todo y pierde el respeto a lo naturalmen­
te surgido. A eso se suma el desplaza­
miento de la conciencia de la realidad.
La mayoría de los seres humanos sólo se
encargan, en sus tareas diarias, de co­
sas hechas por el hombre; han olvidado
tratar con lo hecho por la Naturaleza. Y
como no saben tratar con esas cosas las
hacen desaparecer no bien entran en
contacto con ellas. Creo que ahí está la
raíz psicológica de la destrucción del
medio natural.
K: ... La raíz psicológica. Pero existe otra ra­
íz que penetra muy hondo en la esencia
de la evolución. Creo que al comienzo de
esta conversación dejamos muy en cla­
ro que la vida es un proceso en el cual se
gana energías y, por añadidura, con re-
troacoplamiento positivo. El término
utilizado para eso en inglés es snowba-

105
lling. Es m uy expresivo, implica algo así
como “formadora de aludes". La vida,
por su naturaleza, es formadora de alu­
des. Y ahora se nos escapa la función
formadora de aludes de la vida.
L: Esa función de la vida fue dominada y no
provocó daños mientras muchas espe­
cies de seres vivientes constituyeron un
sistema autorregulado...un ecosistema.
La humanidad, la única que domina el
planeta, ha dejado de ser un sistema au-
torregulado. Un sistema feedback posi­
tivo se mantiene siempre en un equili­
brio lábil. Pero ese sistema inestable no
causó daños mientras la vida estuvo
frente a una preponderancia del mundo
inorgánico.
K: Todo alud se detiene en algún momen­
to...
L: Todo alud se detiene siempre en algún
momento, un ser viviente depende del
otro y, hasta ahora, sólo el hombre no ha
sido forzado a detenerse por factores se­
lectivos. Pero en la próxima centuria se
verá forzado a detenerse de manera ca­
tastrófica si continúa haciendo tonte­
rías.
K: ¿Si no se controla a sí mismo de esa ma­
nera?
L: Sí. Yo digo que la selección ha retirado
sus manos de él. En otras palabras: el

106
hombre debe hacerse cargo él mismo de
la función de la selección, pero de modo
inteligente, pensando con visión de fu­
turo biologicoecológica. Y eso es una exi­
gencia muy dura, porque cada vez esta­
mos peor criados y cada vez soportamos
menos el rigor.
K: Usted se refiere, sobre todo, a nuestra
relación con la energía, ¿no es así?
L: Sí. Estamos habituados a disipar ener­
gía, a derrochar energía. Esta mañana
me enojé porque apagaron demasiado
pronto el termotanque y me vi obligado
a afeitarme con agua fría. Y entonces
pensé: he ahí un ejemplo típico de cómo
una situación totalmente innecesaria,
que nos ablanda la vida, se trasforma,
de pronto, en una costumbre y un dere­
cho y nos irritamos cuando no la pode­
mos repetir.
K: Usted señala siempre hasta qué punto
la vida entera en este planeta depende
aún de la sustancia verde que es la ba­
se de todo.
L: Sí y la gente que cree que todo se puede
hacer no sabe que, como dicen los viene-
ses: no se puede comer fideos de oro. La
gente no comprende que sólo se puede
comer lo producido por la planta por fo­
tosíntesis, con ayuda de la luz solar. Es
el único bien de consumo realmente le­

107
gítimo y no lo ven. Creen que se va a pro­
ducir una innovación, que vamos a in­
ventar algo, que vamos a poder. Y eso es
un error, pues es un hecho que, en la
práctica, toda ama de casa conoce: no se
puede gastar por encima de los ingresos.
El único ingreso legítimo de nuestro pla­
neta — dinero y energía es lo mismo, el
dinero es un símbolo de la energía— es
la luz del Sol. Aun cuando se pueda pro­
vocar la fotosíntesis artificialmente, pa­
ra hacerlo se requiere energía, y la úni­
ca energía de la cual disponemos para
eso es la luz solar.
K: Y tiene ciertos límites...
L: No se puede gastar por encima de los in­
gresos. El segundo hecho simple — com­
prensible para cualquier escolar que ha­
ya entendido el cálculo de intereses, pe­
ro que la humanidad no quiere com­
prender— es que un crecimiento expo­
nencial, es decir un crecimiento tipo in­
terés compuesto, tiene que desembocar
en la catástrofe en un espacio limitado.
Sea a causa del crecimiento en el núme­
ro de seres humanos o por el creciente
desaprovechamiento del individuo: el
crecimiento es exponencial. Tenemos
que comprender que si hay más seres
humanos en el mundo, la cuota de ener­
gía. dinero y comodidades de todo tipo

108
que consume el individuo debe reducir­
se en proporción a ese crecimiento del
número de hombres.
K: ¿“Curva de intereses" es otra expresión
para "alud”?
L: Sí, es lo mismo.
K: Para pasar a otro punto importante de
sus “ocho pecados mortales”. La pérdida
de relación con la evolución da origen a
otro de nuestros problemas: el de la fal­
seada relación entre padres e hijos, en­
tre generaciones, el de la pérdida de la
relación natural, el de la relación proble­
mática que mantenemos con eso que lla­
mamos progreso.
L: Sí, lo cual trae consigo un grave peligro
para la cultura, pues una cultura es un
sistema viviente que se asemeja en mu­
chos puntos a una especie, a un indivi­
duo, a una especie zoológica, incluso en
lo referente a los factores que gobiernan
su evolución. En toda especie animal
hay un tironeo entre los factores conser­
vadores, que quieren retener lo obteni­
do, y los nuevos factores revolucionarios
que quieren romper con eso para incor­
porar algo nuevo. Toda estructura —y
una tradición no es otra cosa que una
estructura— se adquiere al precio de la
rigidez. En otras palabras: el gusano se
dobla en donde él quiere; nosotros, en

109
cambio, sólo podemos doblam os en las
articulaciones. A cambio de eso pode­
mos m antenem os en pie y el gusano no
puede hacerlo. Una cultura necesita,
naturalmente, de tradiciones rígidas y
también necesita de la ruptura con las
tradiciones para continuar siendo plás­
tica. Eso ocurre con todos los sistemas
vivientes. Y en la sociedad humana las
cosas están, indudablemente, progra­
madas, genéticamente programadas,
para que los más viejos representen la
tendencia conservadora y los jóvenes, la
revolucionaria. Ni a los viejos ni a los jó ­
venes les gusta saber que ambos cons­
tituyen, conjuntamente, un sistema ar­
mónico, adaptado a los cambios del m e­
dio.
K: De modo que, en este sentido, su teoría
no puede definirse ni como revoluciona­
ria ni como conservadora. Postula el
equilibrio de ambas funciones.
L: Por eso no gozo de popularidad ni entre
los conservadores ni entre los revolucio­
narios, gracias a Dios. Soy el paño rojo,
para ambas partes.
K: En sus libros utiliza usted un ejemplo
muy gráfico sobre el crecimiento de los
huesos. Creo que aquí viene m uy al ca­
so...
L: Señalo que los huesos sólo pueden ere-

lio
cer si son destruidos por los osteoclas-
tos — elementos celulares destructores
del hueso—, al mismo tiempo que son
construidos por los osteoplastos, célu­
las productoras de tejido óseo..
K: Eso significa que el crecimiento es una
ininterrumpida demolición de estruc­
turas y una igualmente ininterrumpida
creación de nuevas estructuras.
L: Todo crecimiento significa un ininte­
rrumpido proceso de destrucción de
estructuras y construcción de nuevas
estructuras. Pero la construcción no
puede cumplirse sin un plan; de lo con­
trario aparecería un carcinoma. Esas
son mis comparaciones: cuando hay de­
masiados elementos conservadores la
estructura se fosiliza; cuando hay de­
masiado poco elemento conservador,
cuando se arroja por la borda demasia­
da información, la estructura se con­
vierte en un monstruo y, en el plano ce­
lular, un tumor canceroso. Ninguna de
las dos cosas es deseable. Y el logro de
un equilibrio entre ambas es uno de los
puntos más importantes de mi prédica.
K: ¿Cómo ve usted, desde ese punto de
vista, la problemática de la educación
autoritaria y, por otro lado, permisiva?
L: La veo así: como todo, depende de un
equilibrio. Se puede llegar a resultados

111
desastrosos tanto por la educación au­
toritaria como por la educación total­
mente antiautoritaria. Porque el hom­
bre está programado de manera tal que
sólo puede recibir la tradición de otro
miembro de su especie por el cual siente
afecto, en primer lugar, y ante el cual ex­
perimenta respecto, en segundo lugar.
Eso significa que es un craso error el
creer que no se puede amar a alguien y
respetarlo al mismo tiempo al mismo
tiempo. Recuerdo que de niño quería
más a los compañeros que me inspira­
ban un poco de respeto y temor. Cristo
habla del temor de Dios y, al mismo
tiempo, lo ama. Esa, exactamente, es la
posición correcta ante la figura paterna.
K: De modo que la educación autoritaria,
en el mal sentido, podría prestarse para
destruir las posibilidades de libertad...
L: Para hacer fósiles...
K: ...La educación permisiva, por su parte,
impide la formación de las estructuras
necesarias para adquirir libertad.
L: Necesarias para mantener en pie la cul­
tura. Es un cálculo muy simple. No es
necesario azotar a los niños. Basta con
mantener las jerarquías. Mi hija menor,
que es psicóloga y cría sola a sus hijos,
casi nunca les imparte una orden; pero
está presente, existe como figura mater­

112
na y paterna. Y los chicos sienten un
enorme respecto por ella. Su disgusto
equivale a un castigo. Sería un error
creer que ese tipo de educación es auto­
ritaria.
K: Para simplificar, profesor, podríamos
decir que el pecado de la educación
autoritaria puede ser la privación de la
necesaria libertad, y el pecado de la edu­
cación permisiva puede ser la privación
de los requisitos para la libertad.
L: Puede ser la privación de la base tradi­
cional, del apoyo. Sin estructura no hay
libertad. Por otra parte, como acabamos
de comentar, la libertad es, a su vez, la
negación de la estructura. En los funda­
mentos de lo estructurado siempre tiene
que existir un espacio para el desarrollo
de la libertad dentro del cual nada sea
fijo. Lo que hace falta es lo que Mandred
Eigen ha definido tan bien como un
juego en el cual nada sea fyo, salvo las
reglas.
K: Lo importante son las reglas del juego.
Por ejemplo, un extremo en la privación
de los requisitos para la libertad sería no
ayudar a un niño en el aprendizaje del
lenguaje oral y dejarlo que se las arregle
sólo basándose en un falso concepto de
libertad: “¡Aprende por tus propios m e­
dios!”.

113
L: Si. Habría que ver si aprende a hablar. Si
se tratara de varios niños, probable­
mente lo lograrían. Un rey persa crió dos
niños aislados del medio. Aparentem en­
te los niños hablaron en arameo y así
extrajo la conclusión de que ése había
sido el primer idioma. Sea como fuerte,
el hecho de privar del lenguaje oral a un
individuo no contribuiría a su libertad;
más bien lo privaría de ella. El hombre
ideal de Juan Jacobo Rousseau no sería
un salvaje feliz sino un pobre idiota.
K: De modo que todo lo que la etología
considera “programas abiertos", requi­
sitos que sólo se convierten en apoyos
para la vida una vez que han quedado
acuñados, también son válidos para el
ser humano.
L: Y también válidos para la cultura, para
la libertad cultural.
K; La adquisición del lenguje oral es el ca­
so típico de programa abierto: el niño no
aprende a hablar, sólo aprende voca­
blos; pero debe aprender los vocablos
para poder hablar.
K; Y en eso hay algo más que el lenguaje
oral en sí.
L: Hay mucho más que el lenguaje oral en
sí. Chomsky cree que la gramática filo-
genéticamente programada se ha for­
mado en beneficio del pensamiento con­

114
ceptual y no en beneficio de la comuni­
cación. Yo creo que han intervenido tim­
bos factores. El pensamiento concep­
tual ha avanzado de la mano con el len­
guaje oral.
K: Si miramos problemática de la educa­
ción como un todo: sólo se puede educar
para la libertad cuando, junto con esa
educación, se brindan los requisitos bá­
sicos.
L: Así es. Como síntoma de los peligros que
acechan, tome usted por ejemplo la ac­
tual degeneración del idioma alemán.
¿Cuántos jóvenes de los más destacados
escriben bien el alemán? Un profesor de
la Universidad de Freiburg, a quien co­
nozco, ha realizado un estudio sobre
tres o cuatro idiomas modernos — ale­
mán, inglés, francés, español— y ha
contado los vocablos usados en 1880,
creo, y los empleados en 1940. El resul­
tado es una alarmante decadencia del
vocabulario...con excepción del francés.
También se comprobó un marcado des­
cuido de las reglas gramaticales. El des­
cuido de la lógica del idioma en la pren­
sa actual es para llorar a gritos. Y, por
supuesto, eso no aumenta la libertad: la
limita. Si no puedo decir con precisión lo
que tengo que decir, estoy limitando mis
posibilidades más íntimas.

115
K: Profesor: hemos hablado de Los ocho
pecados mortales de la humanidad civi­
lizada, ese libro en el cual usted esboza
un apocalipsis, una profecía negativa.
Por otro lado, sus libros más importan­
tes señalan un aspecto enormemente
positivo, al subrayar que el hombre es­
tá abierto, que tiene la capacidad de
mostrarse curioso, la capacidad de ju ­
gar, aun en un sentido espiritual, y que
en eso están contenidas todas las espe­
ranzas de la humanidad.
L: Se me considera un pesimista de la cul­
tura, lo cual es un disparate. No predi­
caría si no creyera que puedo abrigar al­
guna esperanza de ser escuchado. Y en
lo que respecta a la libertad, creo que
ninguna cultura anterior ha dispuesto
de una investigación tan eficaz como
aquella con la cual cuenta la cultura ac­
tual. Y la investigación y la evolución, la
curiosidad del hombre y el nacimiento
de la vida en sí guardan un curioso pa­
rentesco con el juego. Manfred Eigen di­
ce: Un juego en el cual hay una interac­
ción entre todos los elementos, un juego
en el cual lo único fijo son las reglas. Es
probable que nuestra sensibilidad para
la evolución esté tan desarrollada por­
que en nosotros mismos, en nuestro
querer conocer, en nuestro innato afán

116
por entender el mundo, hay mucho de lo
que hay en la evolución. Ningún hombre
normal puede menos que interpretar de
diferente manera el curso de la evolu­
ción. Ya Nicolai Hartmann decía, sin
más explicaciones: “La capa superior”.
¿Qué significa superior? ¿Por qué un
chimpancé es superior a un molusco?
Pero el hecho de que esta valoración es
real para todos nosotros desde un pun­
to de vista fenoménico quedaría demos­
trada si usted le presenta a un hombre
cualquiera una serie de seres vivientes,
desde el molusco hasta el hombre, pa­
sando por el insecto, la rana y el mono,
y le dice: “¡Mate a uno de estos seres!" A l­
guien que mate con la misma facilidad al
molusco que al chimpancé es un mons­
truo; no va a encontrar a nadie así.
La curiosidad es apertura al mundo,
así la define A m old Gehlen. La curiosi­
dad y el juego, el comportamiento de cu­
riosidad, la investigación y el arte están
estrechamente vinculados y existen por
sí mismos, no para alcanzar un objetivo
cualquiera ni para ganar algo.
K: Según su teoría, el hombre es el único
animal que puede mantener la curiosi­
dad hasta una edad avanzada...
L: En realidad esa idea no me pertenece; ya
la había enunciado Gehlen.

117
K: Pero usted es un ejemplo.
L: Sí, eso espero. Goethe también ha dicho:
“Si le digo al instante: detente...etcéte­
ra". ¡Por favor, impídame recitar el Faus­
to ! Al menor estímulo, acostumbro a re­
citar el Fausto, I Parte, de la A a la Z. Por­
que lo sé de memoria. Pero el juego es la
libertad de determinación y en nuestra
valoración emocional seguimos los m is­
mos procesos del mundo exterior, de la
evolución y los procesos en nosotros
mismos. Las teorías se comportan en
nuestro espíritu como un juego de pom­
pas de jabón, m uy similar a la manera
en que se comportan las especies en la
evolución.
K: Eso significa que su pesimismo se basa
en la comprobación de que la evolución
en el hombre amenaza detenerse; su op­
timismo, en cambio, en que el hombre
puede estar en condiciones de continuar
esa evolución espiritualmente.
L: Mi pesimismo se basa, en parte, en el he­
cho de que la evolución avanza demasia­
do rápido en el hombre y se pierde con
excesiva facilidad en callejones sin sali­
da no probados, en especializaciones.
K: Digámoslo así: su pesimismo se basa en
que la evolución del hombre está su­
friendo una crisis...
L: Sí, y justamente ahora, precisamente

118
ahora, en nuestro siglo, en nuestra dé­
cada.
K: Pero usted se muestra optimista en
cuanto a la posibilidad de que el hombre
se haga cargo mentalmente de la evolu­
ción y que, mentalmente pueda experi­
mentar futuras fulguraciones...
L: Estoy convencido de que el hombre es
capaz de eso y de que con ello produci­
rá una metaevolución, una metaselec-
ción mediante la cual, quizá, pueda evi­
tar el naufragio de nuestra cultura, de la
actual cultura... sería la primera en no
perderse. Si usted lee Los pecados mor­
tales verá que he adoptado el tono de un
predicador en el desierto. Ahora eso pa­
rece tonto y soberbio, porque hoy hay
mucha gente que ya lo entiende. Y ade­
más afirmo —y en eso soy optimista; de
lo contrarío no me quedaría ronco ha­
blando— que si se muestra en millares
de libros las curvas del derroche de
energías, de la fiebre de velocidad, del
dispendio de bienes de consumo, del
crecimiento de la población, etcétera (to­
das ellas curvas exponenciales colma­
das de pesimismo), podría argumentar­
se que, sin duda alguna, el reconoci­
miento de los peligros está creciendo a
interés compuesto como los peligros
mi irnos y, sobre todo, que el número de

119
individuos que lo entienden también
crece a interés compuesto.
K: ¿Y la consecuencia no podría ser — ha­
blando en términos de evolución— una
fulguración, una iluminación repentina
de la conciencia colectiva?
L: Existe la esperanza de que se produzca
una fulguración, un relámpago, un
chispazo — un rayo, como dijo usted—
en la conciencia colectiva de la humani­
dad y eso actúe sobre la voluntad del
hombre. Sólo cabe desear que ese pun­
to, esa fulguración, se produzca antes
de que sea demasiado tarde y ya no se
pueda volver atrás.
K: ¿Podemos decir que usted no ve a la hu­
manidad como un condenado a muerte?
L: De ninguna manera la veo así, para na­
da.
K: Pero la supervivencia de la humanidad
tampoco está asegurada.
L: No, no está asegurada. Pero ¿sabe una
cosa? Desde el invento de la primera pie­
dra tallada que facilitó el matar hasta el
de la bomba atómica y lo que sigue, la
humanidad está haciendo equilibrio so­
bre el filo de una navaja; de un lado, el
abismo y del otro, el paraíso. Lamenta­
blemente, ese filo se ha hecho más del­
gado aún; pero las posibilidades de una
grandiosa supervivencia y de una total

120
destrucción son, más o menos, las m is­
mas que en tiempos del descubrimiento
de la piedra para matar.

Las preguntas que siguen corresponden a un cues­


tionario presentado por la televisión alemana, “ruti­
nariamente”. a todos los entrevistados en la serie
“Testigos del siglo*. Las publicamos a continuación de
la entrevista efectuada por Franz Kreuzer, por consi­
derarlas un interesante complemento.

121
K: ¿Cómo soporta usted el paso de los
años? ¿En qué advirtió que comenzaba
a envejecer, de qué padece usted, cómo
contrarresta usted el envejecimiento?
¿Hay alguna ventaja que haga más livia­
no el peso de los años?
L: El envejecimiento es una enfermedad
progresiva con pronóstico infausto. No
hay quien la haya sobrevivido. Las des­
ventajas del envejecimiento — las que yo
experimento y cada uno sólo puede ha­
blar de lo suyo propio— son más de na­
turaleza física que mental. Me hace pa­
decer mi artrosis, me molesta tener que
andar con bastón, y me canso con faci­
lidad, ya no puedo trabajar tanto como
antes. Las ventajas son que uno olvida
con mayor facilidad lo que carece de im ­
portancia, de modo que el mar del olvi­
do permite asomar algunas cumbres

122
aisladas, lo cual facilita la visión pano­
rámica. En pocas palabras: ésas son las
ventajas y desventajas del envejeci­
miento.

123
K: ¿Piensa usted en la muerte? ¿Le teme?
L: Pienso mucho en la muerte, pero no le
tengo mucho miedo. Creo que el hombre
medio teme demasiado a la muerte, por­
que estamos filogenéticamente progra­
mados para temerle. En realidad no hay
razones para suponer que la muerte sea
más molesta que una narcosis.
K: Pero ocurre que el ser humano tiene dos
muertes: la muerte animal, la que pro­
duce miedo, y la muerte humana, es de­
cir, la desaparición de algo que uno ape­
nas puede explicarse: el “yo“.
L: Sí, la desaparición del “yo" es inimagina­
ble. Pero ni se me ocurre pensar en que
la conciencia va a seguir viviendo eter­
namente.
K: ¿Considera usted que ese doble final fa­
cilita o dificulta al hombre la muerte?
L: Sin duda la dificulta. Los animales m ue­

124
ren con más facilidad. Porque no lo sa­
ben. Porque no lo pueden prever. ¿Sabe
usted que. en realidad, cada uno de no­
sotros cree ser la excepción y que no ha
de morir?
K: “Todos los hombres son mortales y qui­
zá también yo lo sea...”
L: Es genial: “Todos los hombres son mor­
tales y quizá también yo lo sea.. Gran­
dioso.
K: ¿Cree usted en algo después de la muer­
te? Desde un punto de vista religioso-
metafisico o científico....
L: No. Creo, como mi padre, que el alma es
más mortal que el cuerpo. Si usted ve
morir a un anciano que padece de arte-
riosclerosis, comprenderá que su perso­
nalidad ha desaparecido hace mucho y,
sin embargo, él continúa respirando.
K: ¿Pero no podría haber una categoría de
existencia inconcebible en vida, que só­
lo se puede vivenciar en la muerte...?
L: No lo sé. Yo le diría que es como dormir­
se. Y la inmortalidad potencial nos ha si­
do dada, en primer lugar, filogenética-
mente en los descendientes —yo tengo
once— y, luego, a través del idioma, de la
escritura, que conservan lo realmente
esencial de un individuo, siempre que
no haya muerto antes de escribir lo que
uno tiene que escribir. ¡Un hombre co-

125
mo Nicolai Hartmann sigue viviendo pa­
ra mí!
K: Pero visto en profundidad: ¿No es posi­
ble que. en términos de los a priori kan­
tianos, la extinción del concepto de
tiempo nos lleve a la eternidad?
L: Sí. Ese es el único enfoque de eternidad
que reconozco. Es posible que el tiempo
se detenga en el instante en que dejo de
vivir, en que se detiene mi metabolismo,
en el instante en que no vivencio nada
más. Y eso, a su vez, tiene la terrible con­
secuencia de que quizá mi último y an­
gustiante momento se prolongue por la
eternidad...
K: Pero, según nos dice la fisiología, el últi­
mo instante es, más bien, de euforiá.
L: Sí, si. eso lo sabemos pero sólo a través
de quienes han vuelto a vivir.
K: Eso, de hecho, podría ser el Paraíso.
L: Sí. Sea como fuere, estoy convencido de
que uno teme demasiado al último ins­
tante. Además se piensa demasiado en
él.

126
K: Una pregunta difícil: ¿cree, usted, que la
vida tiene un sentido?
L: Por cierto que no un sentido teleológico
dado, como opina Teilhard de Chardin.
Por otra parte, vemos, naturalmente,
que toda teleología me priva de la liber­
tad. En otro aspecto sí, por supuesto
que la vida tiene un sentido para todo
hombre que tiene un órgano por el cual
el ser humano es un ser viviente situa­
do por encima de la ameba o de un alga.
La evolución tiene un sentido después
de todo.
K: Sí, ésa es justam ente la cuestión, si la
evolución tiene un sentido o si lo que no­
sotros percibimos como sentido es uno
de esos autoengaños nuestros provoca­
dos por la evolución.
L: ¡Por supuesto, siempre debemos incluir
eso en nuestras consideraciones! Da­

127
mos categorías de valor a lo que la evo­
lución siempre ha hecho. Es decir el ju e ­
go libre, que con frecuencia lleva hacia
abajo, pero, en el éxito final, conduce
hacia arriba.
K: El profesor Frankl dice que la sed es la
prueba de que existe algo así como el
agua, y la existencia de nuestra necesi­
dad de sentido debería, en términos de
realismo hipotético, ser la prueba de que
fuera de nosotros en el mundo real exis­
te una correlación...algo que, en el m un­
do, significa “sentido".
L: Esa consideración lleva a una especie de
panteísmo. Yo no creo en nada no-real.
No creo en los milagros. Los milagros en
plural hasta me incomodarían desde el
punto de vista religioso. Hay una m ara­
villosa novela corta de Kurt Lasswitz, el
padre de la ciencia ficción, en la cual el
demonio se lleva a un profesor. El profe­
sor advierte, en seguida, que eso va a de­
sembocar en una ju sta de la razón, en­
tre el demonio, relativamente tonto, y el
hombre, que es muy inteligente. Advier­
te que esa competencia adquiere la for­
ma de un examen de física. Y lanza una
pregunta: “Señor Demonio: ¿es usted
capaz de hacer milagros?”. Y el diablo le
responde: “Miserable gusano terrestre,
¿pretendes clasificar las acciones de es-

128
píritus infinitos como milagros y no m i­
lagros? Por supuesto que puedo realizar
milagros. Todo lo que vosotros no enten­
déis es para vosotros un milagro". A lo
cual replica el profesor: “Quiero precisar
mi pregunta. ¿Es usted capaz de des­
truir energía o materia, sin que una se
trasforme en la otra?” (El relato fue es­
crito en 1899, eso es genialidad del au­
tor.) El diablo dice: “No, en realidad, eso
no puedo hacerlo”. El profesor pregunta
entonces: “Usted ha hablado hace unos
instantes de ‘espíritus infinitos’, eso
suena como si hubiera más de uno".
“Sí”, dice el diablo. “Uno de ellos soy yo
¡y del otro no me gusta hablar!” Cuando
el profesor le pregunta si el otro hace m i­
lagros, el diablo se enfurece, se eleva del
suelo, escupe fuego y grita: “¡No sé; por­
que no los hace!”
Si usted me pregunta por qué no creo
en la telequinesis y en todas esas cosas
le responderé que porque perturban mi
religión. Tengo un blind spot, un escoto-
ma. para los milagros; porque no me
gustan. En realidad debería decir que mi
rechazo a los milagros es de naturaleza
religiosa.

129
K: ¿Cree usted que alguna vez en la vida tu­
vo actividad política o deseó tenerla?
L: Durante toda mi vida, desde la infancia,
he deseado no tener actividad política.
Ni siquiera participaba en las excursio­
nes escolares. En este momento la si­
tuación me obliga — en interés de mis in­
vestigaciones— a ser extremadamente
apolítico, pues los principales auspi­
ciantes de mis investigaciones son la es­
posa del ministro Fim berg y el príncipe
de Hannover.
K: Si a los Verdes se les hubiera cruzado la
idea de presentar un candidato para la
presidencia de Austria, ¿se hubiera
prestado a la candidatura?
L: No. Respeto mucho las iniciativas de los
Verdes; pero nunca actuaría en política.
Tengo otras cosas que hacer; no puedo
ser presidente de la República. He entra-

130
do en pánico porque se aproxima la ho­
ra del cierre y no sé si podré terminar los
libros que me he propuesto.

131
K: ¿Qué experiencias ha tenido usted en la
vida con el nacionalsocialismo y con el
comunismo, es decir con los sistemas
políticos extremos?
L: Lo interesante de esta pregunta es su
formulación. Ambas orientaciones polí­
ticas tienen técnicas extremadamente
eficaces para captar a la juventud. T o­
dos los adoctrinadores de profesión sa­
ben hacerlo...Los jesuitas ya sabían ha­
cerlo. Conozco ese rostro de héroe entu­
siasta, de barbilla desafiante; lo reco­
nozco en los jóvenes cristianos, socios
de la Y o u n g M e n -s A s s o c i a t i o n de Esta­
dos Unidos; en los jóvenes nazis y en los
jóvenes bolcheviques. No sé si sigue
siendo así, pero cuando yo era prisione­
ro de guerra, los jóvenes ciudadanos so­
viéticos más decentes y agradables ha­
cían serios esfuerzos por convertirlo a

132
uno a su religión política, porque es una
religión.
K: A usted siempre le molestó ese tipo de
heroísmo.
L: Ese tipo de heroísmo siempre me ha pa­
recido muy peligroso; porque es muy se­
ductor. En los rostros de esos mucha­
chos se advierte que su total entrega a
una doctrina produce en ellos, curiosa­
mente, los más regocijantes sentimien­
tos de libertad personal... es decir, un
sentimiento de lo que justam ente no es,
pues se trata de un adoctrinamiento ex­
tremo.
K: ¿Tuvo que llegar a algún tipo de compro­
miso en la época del nacionalsocialis­
mo?
L: Llegué a pensar que el nacionalsocialis­
mo traería algo de bueno, en lo que se re­
fiere a la valoración del aspecto biológi­
co del hombre, a la resistencia contra la
domesticación, etcétera. En ese enton­
ces no creía que esa gente quería decir
“asesinato” cuando hablaban de “mejo­
ramiento” o de “selección”. Tan ingenuo,
tan estúpido, tan de buena fe...llámelo
usted como quiera.. .era yo en ese enton­
ces.
K: ¿Y cuándo comenzó a ver claro?
L: Ya era soldado. Y en Posen vi, por prime­
ra vez, un trasporte, no de judíos, sino

133
de gitanos. Los pelos se me pusieron de
punta.
K: Una pregunta que vuelve al asunto co­
munismo. ¿Cree usted que — puesto que
el nacionalsocialismo ha desapareci­
do— el comunismo tiene posibilidades
de imponerse en este mundo, que pue­
de triunfar? ¿Se imagina a usted mismo
viviendo en un país comunista, en un
mundo comunista?
L: Prefiero no imaginarlo. Viví cuatro años
en Rusia. Sé lo que es despotismo moral,
esa violencia que llega a lo más íntimo
del hombre. El asunto es hasta cuándo
el bolchevismo va a conservar esa capa­
cidad religiosa para forzar las concien­
cias. Porque es sabido que los poderes
de sugestión de las grandes religiones
van disminuyendo con el tiempo. No sé
si, con el tiempo, el comunismo resulta­
rá soportable. Una vez en mi vida — fue
en una conferencia de Stam berg— me
lancé impulsivamente a protestar con­
tra el American way oflifey contra el bol­
chevismo en la misma medida. Y enton­
ces se puso de pie un joven socialista y
me preguntó: “¿Y entonces, cuál es su
postura política?” “Soy partidario de
Dubcek”, repliqué. Eso fue en la época
de la primavera de Praga.
K: ¿Representó eso para usted una espe­

134
ranza de que el comunismo llegara a al­
go?
L: Sí, en ese momento creí que el comunis­
mo podía llegar a algo.
K: ¿Lo cree aún, por ejemplo en materia de
eurocomunismo?
L: Mi hijo dice siempre: el American way o f
Ufe tiene la desventaja de formar una
oposición débil, haragana; el despotis­
mo moral del bolchevismo forma gente
grandiosa, gente como Solshenizyn o
Dubcek. Desde ese punto de vista, el
bolchevismo puede ser, a la larga, más
meritorio que la comodidad y la mala­
crianza de los norteamericanos. Lo cier­
to es que estimula como ninguna otra
orientación política la aspiración a la li­
bertad.

135
K: ¿Le dice hoy algo el concepto “Alem a­
nia"? ¿Guarda, para usted, alguna rela­
ción con el concepto “patria”? ¿Desea
usted que aquello que fuera algún día
Alemania o que lo ha sido en el ínterin,
pueda volver a constituir una unidad
política?
L: Si me guío puramente por sentimientos,
respondería: sí. Porque la división polí­
tica es artificial. En realidad, todos los
hombres que consideran a Goethe como
su máximo poeta, constituyen una uni­
dad...cultural, no política. Por otra par­
te, pienso que esa unión es posible aun
sin unificación política. Pero, sea como
fuere, estoy en pro de la conciencia de
una nación común.
K: ¿Cree usted posible que otros procesos
evolutivos, distensiones-desarrollos eu­
ropeos, pueden producir una especie de

136
reunión de esos hombres lectores de G o­
ethe? ¿Una unión que ya no sea nacio­
nal?
L: Yo diría que la sensación de pertenencia
a algo de los lectores de Goethe y de los
lectores de Shakespeare no se excluyen
una a la otra. Hay quienes leen a Goethe
y a Shakespeare, como lo hacemos todos
nosotros.
K: Es decir, ciudadanos del mundo, desde
el punto de vista intelectual...
L: Hay que aspirar a que todos seamos ciu­
dadanos del mundo. Después de todo es
el requisito para un gobierno inteligen­
te de la humanidad en total. Si se quie­
re evitar la superproducción hay que
crear una ciudadanía mundial. Mien­
tras no exista una población mundial de
gente con un nivel de vida más o menos
parejo, no logrará convencer al pobre ti­
po que se muere de hambre en la zona de
Sahel de que la cumbre de la felicidad
humana no es tener un abdomen protu­
berante y desplazarse en Cadillac.
K: ¿Qué es, a sus ojos, el progreso?
L: Progreso es lo contrario de lo que define
como progreso la actual tecnocracia.
K: Con eso ha respondido también a la pre­
gunta respecto de su opinión sobre la
técnica.
L: Por favor, de ninguna manera quisiera

137
desechar la técnica. Lo que menos se me
ocurre es hacer retroceder la rueda de la
historia. No podemos renunciar a la téc­
nica si queremos solucionar los actuales
problemas de la humanidad: hiperpo-
blación, aumento de la demanda, etcé­
tera. Se parte de un gran error cuando se
afirma que yo soy un “nostálgico”. No se
me pasa por la cabeza desear un retor­
no a la técnica odontológica del siglo pa­
sado. Es lo último que desearía pues soy
muy sensible al dolor. Progreso signifi­
ca, por supuesto, desarrollo artístico,
que en este momento está muy deteni­
do. Hay épocas en las cuales la evolu­
ción científica es muy creativa y la artís­
tica muy pobre. No se puede prever el fu­
turo desarrollo. Yo diría que el progreso
— con el máximo aprovechamiento de la
técnica— está en el terreno de la inves­
tigación curiosa, del arte creativo.

138
K: ¿Qué opina, usted, de la radio, de la te­
levisión, de los medios masivos en gene­
ral?
L: Lo mismo que de la técnica en general.
Potencialmente es un medio grandioso
para el auténtico progreso y, al mismo
tiempo, un grave peligro para ese autén­
tico progreso. La televisión es, sin duda,
una “caja para idiotas” si se la mira de
manera constante y sin espíritu selecti­
vo. Tengo un televisor desde hace una
semana, aproximadamente. ¿Sabe por
qué lo compré? Porque un buen amigo,
Bernd Lotsch, me contó que la serie so­
bre los viajes de Darwin era excelente.
Me apresuré a comprar el aparato para
poder ver los tres últimos capítulos de la
serie. En efecto, eran emisiones muy a
propósito para la televisión. Lo mismo
ocurre con muchos filmes sobre la Natu-

139
raleza, incluso los malos... sobre todo
éstos últimos. Vale la pena comprarse
un televisor para eso. Pero, eso sí, no so­
porto los avisos y me enfurezco cuando
veo una comedia.
K: No cabe duda: si usted piensa en inver­
tir la escala de valores, eso no puede lo­
grarse sino a través de los medios masi­
vos.
L: Sí. Y así como no tengo el menor deseo de
renunciar al tom o refrigerado a agua,
así tampoco — en mi carácter de mej ora­
dor del mundo, pues eso es lo que me
considero— quisiera renunciar al medio
por el cual más puedo acercarme al pú­
blico. Esta serie, “Testigos del siglo", da
por sentada la existencia de un público
muy inteligente. No sé cuántos oyentes
la siguen. Pero la mayoría de las em isio­
nes, incluyendo los auisos, subestiman •
la inteligencia del público; el público es
mucho más inteligente de lo que cree la
mayoría de los medios. Prueba de ello es
que Los pecados mortales de la humani­
dad civilizada ha sido un bestseller. No
es un tema atractivo y se ha vendido no­
tablemente bien. Eso habla en favor del
público.
K: ¿De modo que los medios masivos son
para usted una esperanza más?
L: Los medios masivos son una esperanza

140
y. en parte, un peligro. Necesitan, como
toda técnica, ser manejados por un ser
humano que conozca los auténticos va­
lores y condene los valores equivocados.

141
K: ¿Qué es la “felicidad” en su vida? ¿Cuán­
do ha creído o cuándo cree ser feliz?
¿Qué es la felicidad personal?
L: Distintas cosas. La felicidad personal es
amistad y amor. Es tener y conocer gen­
te que experimente afecto por uno. que
se acerque a uno; eso brinda una increí­
ble seguridad. Creo que es indispensa­
ble para el equilibrio interno del hom­
bre. Por eso, el lavado de cerebro hace
todo lo contrario cuando lo aísla y le
arrebata todo.
K: Para explicarlo desde un punto de vista
biológico: un solo chimpancé no es un
chimpancé...un solo hombre no es un
hombre.
L: Un solo hombre no es realmente un
hombre. Tampoco es un hombre quien
no experimenta curiosidad y quien no
trabaja. La mayor felicidad — una felici­

142
dad pura e infantil— es para mí ver al­
go nuevo. El hecho de desembalar un
animal que nunca he tenido, sigue sien­
do para mí una felicidad como la que ex­
perimentaba para Navidad en mi más
tierna infancia. Otra gran felicidad es,
sin duda alguna, concretar algo. Cuan­
do uno consigue concretar una formula­
ción, cuando termina un libro. Pero la
mayor felicidad es, quizá, una fulgura­
ción; cuando uno dice; “Ajál”...cuando
se “enciende la lamparita” .
K: El vivir la “chispa divina”.
L: Sí, el vivir la chispa divina. Quizás ésa
sea la m áxima felicidad que se nos ha
concedido.

143

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