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Kitsch: el mal gusto que nadie define

Umberto Eco aprovecha la relación que existe entre las perspectivas de los Apocalípticos
(conciben a la cultura como algo exclusivo de la élite: aristocracia) e Integrados (ven al
consumo de la cultura como algo que debe ser democratizado) para sacar a colación un
concepto que podría encontrarse precisamente entre ambos niveles de cultura: el mal
gusto, también conocido por los alemanes como Kitsch.

Este término (Kitsch) tiene como fin provocar un efecto. Sólo persigue una aceptación
comercial. “el Kitsch se nos presenta como una forma de mentira artística, o, como dice
Hermann Broch, "un mal en el sistema de valores del arte.”1 La cultura media y popular,
cuyo objetivo es no vender obras de arte sino solo efectos dio como consecuencia que
incluso los artistas se replantearan el objetivo del arte estética.

Otro término que utiliza el autor es Midcult (cultura media), y lo define como una obra de
arte que no quiere ser comprendida, “el que emite el mensaje no pretende que el que lo
recibe lo intérprete como obra de arte; no quiere que los elementos tomados en préstamo
a la vanguardia artística sean visibles y gozables como tales.”2 Se enumeran algunas
características presentes en el Midcult, uno de ellos es que intenta tomar características de
la vanguardia y adaptarlas para que el mensaje sea digerible para las masas. También
impone cierta idea al consumidor de que ha tenido un encuentro con la cultura y que no
debe cuestionarse o ir más allá de lo que ha consumido.

El problema no reside en si el Kitsch busca exclusivamente provocar efectos y un éxito


comercial, sino que tanto Apocalípticos como Integrados son perspectivas radicales que a
su vez conviven con al Kitsch; el mal gusto forma parte de ambos lados. Por lo tanto, de qué
sirve provocar una emoción si el mensaje es superficial y busca un fin comercial. Y por otra

1
Ibídem p. 84
2
Ibídem p. 93
parte, qué sentido tiene mostrar un mensaje crítico y profundo si no es difundido ni provoca
nada en los espectadores.

Este problema es recurrente en la mayoría de las obras, por ejemplo, una pieza musical
realizada con una técnica magistral, un ritmo y armonía que van de la mano, pero con un
mensaje superficial o vacío termina convirtiéndose en una obra incompleta y no en una
totalidad. Por otro lado, si un libro cuyo mensaje trasciende el nivel narrativo, ofrece un
aporte significativo a la literatura pero que casi nadie consigue descifrar de nada va a servir.

Esto se convierte en una paradoja o contradicción, donde el punto medio es la respuesta.


Realizar una obra donde la parte técnica y el valor del mensaje sean relevantes. Si se busca
vender algo, que sea en verdad significativo para el consumidor y para su beneficio. O si se
busca mostrar más que vender, que el mensaje tenga las pistas mínimas de ser
comprendida y no caiga en la ambigüedad.

El kitsch necesariamente es un constructo social válido o no en ciertas culturas. Por dar un


ejemplo burdo, en México es visto como educado el gesto de pedir por favor las cosas, sin
embargo, en España donde predomina el mismo idioma es de mal gusto decir por favor.
Otra posible solución a este problema es conocer la intención del artista o autor de la obra,
pues de esta manera se puede inferir si su trabajo es de mal gusto o en verdad aporta algo
más que una emoción.

Si la intención del autor (artista) es exclusivamente provocar un efecto pero no tener éxito
comercial, tal vez no sea Kitsch, pues busca un reconocimiento artístico y no monetario.
Pero insisto, es un problema demasiado complejo que dependerá del contexto social en el
que la obra se encuentre, la intención del artista y la interpretación de los espectadores.

REFERENCIA
Eco, U. (1968). Apocalípticos e Integrados. (pp. 79-152) España: Lumen

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