Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Desde hace cuatrocientos o quinientos años no hay ningún país del mundo —menos aun los países
euro-peos y americanos— cuya historia pueda interpretarse de otra manera que no sea
refiriéndola minuto a minuto, segundo a segundo, a la historia del conjunto de la humanidad.
Hasta el siglo XV aproximadamen-te, cuando surgió el mercado mundial, las relaciones entre los
pueblos eran accidentales y esporádicas. La sociedad incaica, por ejemplo, vivía separada del
proceso histórico mundial y recién con la colonización española se vio sumergida en él. Pero a
partir de entonces, no se puede hablar más de la civilización incaica, peruana o cuzqueña si no es
ligándola a ese proceso. Este es el profundo cambio que experimentan los países y la historia
universal en su conjunto desde hace más cuatro siglos. Analizar la historia de un país determinado
como parte de ese todo que es la economía y la política mundial es, entonces, la primera
herramienta conceptual que utilizaremos para desentrañar los fenómenos que atañen a la
Argentina.
El segundo elemento a considerar en cualquier estudio histórico serio, que generalmente ha sido
tomado sólo anecdóticamente, es el desarrollo de las fuerzas productivas. Ninguna escuela
argentina de historia toma este desarrollo como patrón de medida esencial para establecer las
etapas históricas. ¿Qué es concre-tamente el desarrollo de las fuerzas productivas? Trataremos de
definirlo diciendo que entre el hombre y la naturaleza se formaliza un vínculo para el desarrollo
material, e incluso —aunque este en discusión— cultural. Para ello se necesita cierta organización
de la sociedad una técnica y, fundamentalmente herra-mientas. Estas son las fuerzas productivas.
Por eso, al juzgar una etapa determinada debemos responder esta simple pregunta: ¿logró o no la
sociedad de ese país, en ese lapso, sacar mayores frutos de la naturaleza? Aquí reside lo
primordial, y no en las interminables discusiones entre distintos historiadores (discusiones entre
ranas y sapos, según decía Einstein al referirse a las que sostenían los físicos colegas suyos) sobre
si tal o cual hecho fue progresivo o no. Un caso típico de discusiones inútiles es el que se centra en
la figura de Juan Manuel de Rosas. Lo decisivo no es saber si el vencido en Caseros mató más que
su vencedor, Urquiza. O si éste recibió dinero brasileño. Esos elementos son importantes, pero
nunca más que el hecho fundamen-tal del desarrollo de las fuerzas productivas acaecido en el
periodo rosista o en el que le siguió.
No obstante, tenemos la obligación de alertar a los jóvenes estudiosos: la sola utilización de los
tres elementos enumerados no es suficiente “para hacer historia”. Ese es el error de muchos
historiadores que se reclaman marxistas. Con el uso de los mismos podemos encuadrar y definir
etapas. Para “hacer historia” realmente, habría que tomar en consideración una variedad de
factores subjetivos: los personajes, los pro-yectos de los partidos políticos (incluso de los
individuos), el papel de la gran personalidad, la importancia de las creencias, la vigencia de las
ideas, los detalles de las luchas, el análisis de los programas, del arte, de la ciencia, etcétera.
Entonces sí, del conglomerado de factores que actúan unos sobre otros resultaría el acaecer
histórico. Por eso es que no definirnos esta obra como un trabajo de historia argentina, ya que
nuestro objetivo central es precisar las grandes etapas de nuestra historia. Si cumplimos con
nuestra meta habremos avanzado más que muchos historiadores, incluso que aquellos que se
reivindican marxistas.
1) De la independencia y crisis total. Comienza con el surgimiento del Virreinato del Río de la Plata
y culmina con la crisis del año 1820.
5) La que se inicia en el año 1930 y dura hasta 1943. Se da un paso todavía más atrás: en 1880 se
había retrocedido de independiente a dependiente; desde 1930 —como consecuencia de la
penetración del impe-rialismo británico— se pasa a ser semicolonia. Esta época, que un sector
nacionalista católico denominó felizmente “década infame”, ha sido caracterizada como de
dominio del imperialismo inglés, pero sin pre-cisar categóricamente el hecho básico: la Argentina
deja su situación de dependiente para pasar a ser, lisa y llanamente, una semicolonia inglesa.
6) De la etapa peronista. A partir de 1943 el país adquiere una independencia relativa, retaceada,
frente al imperialismo.
7) La que se abre desde 1955 y en la que nos transformamos en una semicolonia política y
económica del imperialismo yanqui.
Aclarando que en este trabajo analizaremos las primeras seis etapas, puntualicemos que si esta
clasifica-ción global es correcta disponemos de los elementos esenciales para comprender la
historia argentina. Si así no fuera, en tanto que investigadores serios debemos tratar de dar con las
definiciones correctas de los distintos tramos por los que ha transitado nuestro suceder histórico.
Es lo fundamental, insistimos, más allá de los vericuetos de los fenómenos políticos.