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Conductismo social

Mientras que el conductismo psicológico


se caracteriza por utilizar el vínculo E-R
(estímulo-respuesta) para la descripción
del comportamiento individual, el
conductismo social se caracteriza por
utilizarlo a través del concepto de
actitud. Mientras que el vínculo E-R, en el
primer caso, se aplica al campo de las
respuestas de tipo emocional o
fisiológico, en el segundo caso se lo
aplica a la respuesta completa de un
individuo contemplando tanto la
interacción social como el aspecto
cultural asociado.

Relación con el conductismo


psicológico
El conductismo de John B. Watson,
aplicado al hombre, aparece como una
ampliación de su empleo en la
descripción de la conducta animal, en la
cual no existe la introspección. George
H. Mead escribió: “Quedaba, sin
embargo, el campo de la introspección,
de las experiencias que son privadas y
que pertenecen al individuo mismo –
experiencias comúnmente llamadas
subjetivas. ¿Qué había que hacer con
ellas? La actitud de John B. Watson fue
la de la Reina en «Alicia en el País de las
Maravillas»: «¡Cortadles la cabeza!»; tales
cosas no existían. No existía la
imaginación ni la conciencia”.[1]

Conductismo social y actitud


El conductismo social puede
considerarse como el ámbito adecuado
tanto para la descripción del individuo
como del grupo social. Ello se advierte a
partir de la utilización del concepto de
actitud, por cuanto implica el vínculo
existente entre el individuo y el grupo
social. “En psicología social no
construimos la conducta del grupo social
en términos de la conducta de los
distintos individuos que lo componen;
antes bien, partimos de un todo social
determinado de compleja actividad
social, dentro del cual analizamos (como
elementos) la conducta de cada uno de
los distintos individuos que lo
componen. Es decir, que intentamos
explicar la conducta del individuo en
términos de la conducta organizada del
grupo social, en lugar de explicar la
conducta organizada del grupo social en
términos de la conducta de los distintos
individuos que pertenecen a él”.[1]
En realidad, resulta difícil priorizar al
individuo o al grupo social por cuanto sin
los primeros no existe el segundo,
mientras que si no existe el grupo social,
la actitud del individuo prácticamente no
puede formarse, excepto a un nivel
cultural muy limitado. Gino Germani
escribió: “Una actitud se define como
una disposición psíquica, para algo o
hacia algo, disposición que representa el
antecedente interno de la acción y que
llega a organizarse en el individuo a
través de la experiencia –vale decir, es
adquirida- y resulta de la integración de
elementos indiferenciados biológicos y
de elementos socioculturales
específicos”.[2]
Puede decirse que, mientras el grupo
social tiende a formar las componentes
afectivas y cognitivas de la actitud
característica de cada individuo, tales
componentes se proyectan hacia el
grupo social para caracterizarlo
mediante una especie de actitud
característica grupal predominante. Sin
embargo, no todo individuo es
influenciable de la misma manera por el
grupo social ni es influyente de la misma
manera sobre el grupo, sino que existe
un equilibrio dinámico entre individuo y
sociedad. Gino Germani escribe: “Entre
otras ventajas, el concepto de actitud
presenta la de constituir el nexo entre las
dos ramas de que se compone la
psicología social actual: la psicología
social de los grupos o psicología
colectiva, y la psicología social del
individuo”.[2]

Personalidad
A partir del punto de vista de las
actitudes, puede determinarse el
concepto de personalidad. Como cada
individuo posee las mismas
componentes afectivas y cognitivas
básicas que los demás, aunque en
distintas proporciones, tales
proporciones definirían su personalidad.
Germani escribe al respecto: “Un grupo
de investigadores interpreta la
personalidad simplemente como una
colección de actitudes altamente
específicas”. “Sus principales autores,
Cattel, Woodworth y Thorndike,
sostienen que es posible reducir la
personalidad a un cierto número mínimo
de componentes básicos y uniformes,
análogos en todos los hombres”. “El
punto de vista común de los autores de
esta tendencia es que la personalidad
debe considerarse como una función de
la sociedad, pero que al mismo tiempo
es capaz de trascenderla. Afirman que si,
por un lado, ella representa el «aspecto
subjetivo de la cultura», por el otro posee
la capacidad de trascender las formas
culturales para transformarse de simple
receptora en creadora de nuevas formas.
La tarea de la psicología social consiste
justamente en describir y explicar cómo
se efectúa este incesante proceso de
transmisión y creación de formas
culturales a través de la personalidad
humana”.[2]

Conductismo e interacción
social
Lo interesante del conductismo social
aparece en la forma en que George H.
Mead describe la interacción social, para
quien el acto psíquico social “es aquel en
el que el individuo sirve en su acción
como estímulo a la respuesta de otro
individuo”. “El carácter más importante
de la organización social de la conducta
no es que un individuo en el grupo social
hace lo que los demás, sino que la
conducta de un individuo constituye un
estimulo para que otro individuo realice
determinado acto, y que a su vez este
último acto se transforme en estímulo
para una posterior reacción por parte del
primer individuo, y así continuando en
una interacción sin fin”.[1]

Tal interacción social, denominada por


Mead como una “conversación de
actitudes”, es la que conforma la
individualidad asociada a la personalidad
de los seres humanos. Germani agrega:
“El surgimiento del «yo» obedece a un
proceso de interacción de esta misma
naturaleza. Según Mead lo característico
del «yo» es su capacidad de erigirse en
objeto para sí mismo: en ello reside su
esencia, la esencia de la individualidad
misma. Esto es lo que lo diferencia de
los animales, pues también la razón
depende de esta capacidad que tiene el
individuo de colocarse en el mismo
campo de experiencia que los demás
seres, hacia los cuales actúa en la
interacción. Con otras palabras, la
interacción social –es decir, la sociedad-
se traslada en el interior mismo del
individuo, y su esencia como ser humano
consiste en tal capacidad de interacción
consigo mismo”.[2]

Interaccionismo simbólico
Para establecer la interacción social es
necesaria una previa interacción
simbólica. Francis A. Merrill escribió: “La
interacción de los seres humanos no es
como la de las bolas de billar, que
chocan entre sí y se repelen, sino que se
realiza a través de símbolos
significativos comprendidos
mutuamente por los participantes. La
interacción social se lleva a efecto dentro
de un conjunto de expectativas, reglas y
normas aprendidas en la infancia a las
que el individuo adapta su
comportamiento después. La interacción
social se caracteriza, por tanto, por «la
presencia de actos expresivos por parte
de una o más personas, la percepción
consciente o inconsciente de esos actos
por otras y la observación final de que
esos actos expresivos han sido
percibidos por otros» (Jurgen Ruesch)”.

“Los entes sociales realizan esta


interacción conservando cada uno una
personalidad propia y la condición de
ente social adquirida a través del
contacto con otros individuos de
evolución similar. En ese proceso de
socialización, el individuo aprende a
«asumir el papel del otro» y a ponerse
mentalmente en el lugar de aquel ante el
que reacciona (George H. Mead). De esta
manera, cada uno de ellos sopesa el
impacto que producen sus propias
palabras o gestos sobre el otro y al
suponerse en su sitio se estimula a sí
mismo. Consecuentemente, la
interacción social no sólo incluye la que
tiene lugar entre dos personas, sino
también la de cada persona consigo
misma”.[3]

Formación de la
personalidad
Desde el conductismo social se
establece también la forma en que un
niño va conformando su propia
personalidad. Tal proceso ocurre cuando
el individuo “asume la actitud o emplea el
gesto que otro individuo emplearía, y
además responde o tiende a responder a
tal gesto. El niño se vuelve gradualmente
un ser social a través de su propia
experiencia y actúa hacia sí mismo de un
modo similar al que emplea cuando se
dirige a los demás”.

Germani agrega: “De ningún modo debe


confundirse este proceso con la
imitación. Mead la critica extensamente,
afirmando, entre otras cosas, que ella
supone ya la emergencia del «yo» como
cumplida. Ejemplos de esta
interestimulación se encuentran en el
comportamiento del niño hacia la madre,
o en el juego. Así, el niño adopta las
palabras, los gestos, los tonos de la
madre, es decir adopta en sí mismo el
papel de ella. En los juegos del niño
pequeño la interacción es todavía
rudimentaria. En esta fase hay ya una
tendencia a asumir un papel; así, el niño
juega a ser alguien, policía, indio, etc.”.
“En el juego organizado se pasa a un
estadio en el que la asunción de un papel
ya no se realiza al azar y al arbitrio del
individuo, en este caso es necesario
respetar ciertas reglas, las cuales
establecen claramente el conjunto de
respuestas que hay que dar frente a
determinadas actitudes. Al tomar el ego
cierta actitud se requiere en el alter cierta
respuesta definida. Por lo tanto, el niño
debe tener la capacidad de incorporar a
su propia psique las actitudes de todos
los demás incluidos en el juego. Tales
actitudes asumen en el juego una
especie de unidad organizada y esta
organización de las actitudes ajenas, de
los papeles ajenos en un todo unitario, es
lo que Mead llama característicamente
«el otro generalizado»”.[2]

Visión unificadora
Uno de los objetivos de las ciencias
sociales es el logro de una visión general
que abarque la mayor parte de los
fenómenos descriptos, es decir, se trata
de establecer una teoría general del
individuo y de la sociedad. Así, desde las
componentes afectivas de la actitud
característica (amor, odio, egoísmo,
negligencia) puede extraerse cierta ética
natural, constituyendo una teoría de la
acción ética. Luego, desde las
componentes cognitivas de la actitud
característica (referencia en la realidad,
en uno mismo, en otro o en lo que todos
dicen), y empleando el método de prueba
y error de la ciencia experimental, puede
extraerse una lógica analógica,
constituyendo una teoría del
conocimiento. Desde la interacción
simbólica y el lenguaje es posible la
interacción social y la formación de la
personalidad. Luego, la personalidad se
proyecta hacia la cultura de la sociedad.
Se advierte que, en principio, es posible
abarcar varios conceptos asociados al
individuo y a la sociedad desde la visión
descriptiva emergente del conductismo
social.

Referencias
1. “Espíritu, persona y sociedad” de
George H. Mead-Editorial Paidós-Buenos
Aires 1972
2. “Psicologías del Siglo XX” de Edna
Heidbreder-Editorial Paidós-Buenos Aires
1967
3. “Introducción a la Sociología” de
Francis E. Merrill-Aguilar SA de Ediciones-
Madrid 1967

Véase también
Psicología social
Psicología conductista
Psicología de las actitudes
Actitud
George H. Mead
Conductismo
Fundamentos de las ciencias sociales
Inercia social
Obtenido de
«https://es.wikipedia.org/w/index.php?
title=Conductismo_social&oldid=98105155»

Última edición hace 8 meses por C…

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