Você está na página 1de 14

EL SILENCIO SOBRE LA PALABRA

Monomanía
para/por promocionar
la Asignatura:

FUNDAMENTOS TEÓRICOS
DE LA COMUNICACIÓN

Gabriel Amos Bellos


Noviembre de 2004
[...] caía fácilmente en la violencia y, como “sus siestas
eran más sagradas que su paternidad”, las tres -madre e
hijas- miraban la TV mientras él dormía. Veían la
telenovela, la veían solamente; con el volumen cerrado,
imaginaban las palabras [...]
(Fragmento de una viñeta clínica, 1994)

EL SILENCIO SOBRE LA PALABRA

La reciente (y prontamente olvidada) tragedia adolescente en Carmen de


Patagones reabrió temporalmente antiguos debates acerca de la violencia urbana,
escolar y familiar, la violencia lúdica, la violencia en y desde los medios de
comunicación, la violencia Real, la Imaginaria y la Simbólica...
Se escucharon y leyeron por enésima vez las mismas necedades repetidas
desde siempre por las eminencias invitadas a aportar, a través de los Media, su
opinión experta.

No debería sernos posible ya, adentrados en este nuevo siglo, creer en la


ingenuidad -y quizás tampoco en la inocencia- de quienes contra toda prueba
continúan sosteniendo supuestas argumentaciones científicas dentro del
pretendidamente neutral modelo de linealidad “causa-efecto”. Es notable,
además, que incluso las opiniones más lúcidas y críticas -salvo excepciones
honrosas- no superan el habitual y consabido reduccionismo, en el sentido que
sea: la estrategia más extendida es la descontextualización de los fenómenos,
cuando no la de las opiniones mismas.

Y un cierto reduccionismo, en particular, es lo que pretendo desnudar con este


trabajo:

No existe, prácticamente, contemporáneo que al escribir sobre el tema de los


Media, no se sienta -tal vez por estar a tono- obligado a citar a Giovanni Sartori.
Está en boga enjuiciar a la llamada “cultura de la imagen”, adjetivarla
peyorativamente de “posmoderna”, culpar a la TV (y en algunos casos
-equiparándolas- a Internet, lo que es insólito), de todos los males de este mundo
y sus alrededores.

Sospecho que se trata de pantallas... cuando no de monitores.

Parece mejor olvidar a Marshall Eric Mc Luhan y -en especial- al título mismo
que lo hizo célebre; un clásico, es decir, un libro que nadie lee...

Sólo la superficialidad característica de la lectura actual -un fenómeno que,


curiosamente, él mismo denuncia- pudo convertir al politólogo Giovanni Sartori
en uno de los popes de la opinión actual sobre el problema de los Media.

En su alegato contra el poder de la TV, contra el lugar común de que una


imagen vale más que mil palabras, hace una llamada de alerta hacia los efectos
negativos provocados sobre toda una generación que conoció las imágenes
televisivas antes que la letra impresa. Profética, apocalípticamente, nos advierte:
un mundo centrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido. Homo sapiens,
caracterizado por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo
en homo videns, una criatura que mira pero no piensa, que ve pero no entiende...

El terreno de los libros y la lectura -sostiene- es el de los conceptos abstractos,


el del mundo inteligible que se dirige a la capacidad simbólica que es lo específico
del ser humano, lo que lo hace diferente del resto de los animales. Las imágenes
quedan, en cambio, restringidas al mundo sensible, a las cosas que se perciben
visualmente y forman lo más inmediato y cotidiano de la vida. El predominio de
este segundo mundo sobre el primero puede -según Sartori- llevarnos a una
regresión evolutiva (sic), del homo sapiens al homo videns.

Insistirá, por supuesto, sobre la importancia fundamental de la lectura, sobre


el valor “evolutivo” del “llamado hombre de Gutemberg”: el señor escribe libros...

En el que lo catapultó a la gloria intelectual, afirma:

“La radio es el primer gran difusor de comunicaciones; pero un


difusor que no menoscaba la naturaleza simbólica (sic) del hombre. Ya
que, como la radio “habla”, difunde siempre cosas dichas con
palabras. De modo que libros, periódicos, teléfono, radio son todos
ellos -en concordancia- elementos portadores de comunicación
lingüística.
“La televisión -como su propio nombre indica- es 'ver desde lejos'
(tele), es decir, llevar ante los ojos de un público de espectadores
cosas que puedan ver en cualquier sitio, desde cualquier lugar y
distancia. Y en la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hecho
de hablar [ ¿no debía decir oír? ], en el sentido de que la voz del
medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen,
comenta la imagen [ ! ]. Y, como consecuencia, el telespectador es
más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas
representadas [ ! ] en imágenes cuentan y pesan más que las cosas
dichas con palabras. Y esto es un cambio radical de dirección, porque
mientras que la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del
animal, el hecho de ver lo acerca a sus capacidades ancestrales, al
género al que pertenece la especie del homo sapiens.”
G.Sartori, Op.cit, p. 26 -7

No se me malentienda: no pretendo defender a una por demás indefendible TV


de los ataques de Giovanni Sartori u otros bienintencionados críticos de la
“cultura de la imagen”; estoy poniendo en cuestión, tanto en estrategia como en
contenido y móviles, la modalidad de un ataque que -por decir lo menos- ha
olvidado a don Ortega y Gasset y su Meditación de la Técnica.

"Mientras la realidad se complica […] las mentes se simplifican y nosotros


estamos cuidando a un video-niño que no crece, un adulto que se configura para
toda la vida como un niño recurrente […] un demos debilitado […] en su
capacidad de tener una opinión autónoma […] pérdida de comunidad […]".

Sartori no solo nos dice que todo tiempo pasado y todo Homo de la generación
anterior a la actual fueron mejores; se erige además en profeta de la letra
impresa, en representante lúcido, sapiens, pretelevisivo y -en consecuencia- voz
(¿boss?) legitimada para instruirnos acerca del buen vivir, del bienpensar y del
mejor votar...
"Leer a menudo equivale a ser embaucado".
Raimond Roussell,
Nuevas impresiones de Africa

Para refutarlo alcanza con recordar lo que él “olvida”, a saber: que la TV no


solo exhibe, sino que -ostensiblemente- habla, y que últimamente también
escribe, para decirnos -aún si fuésemos sordos- cómo ver lo que miramos.

Y de paso, podríamos recordarle a nuestro profeta que para el “animal


simbólico” (que por simbólico ha sido privado de la posibilidad de ser animal,
dicho sea sin menoscabar el valor de las sesudas disquisiciones del Profesor Ernst
Cassirer) no existe nada que no sea significante, que para el homo sapiens toda
imagen es irremediablemente imagen de otra imagen, y que (obviamente no lo
ha notado) una letra se percibe visualmente; vale decir que no significa lo que
significa ni a causa del sistema perceptivo humano que la capta, ni debido a su
forma o su soporte material.

Sin contar con que aprendemos a leer (los que podemos) alrededor de los seis
años de edad: supongo que podremos ser considerados sapiens antes de eso...

En otras palabras: Giovanni Sartori haría bien en leer alguna otra cosa que sus
galeradas. O peor: porque si no puede justificarse en la ignorancia, habremos de
reflexionar sobre las intenciones con que encubre el auténtico problema
silenciando la importancia de la palabra en la TV... es decir, tendremos que poner
sus opiniones en el contexto -más amplio y complejo- en que las enuncia.

El contenido de “Homo Videns”, mientras simula atacar a la televisión, disimula


el hecho de que ésta no sólo escoge -y muy cuidadosamente- las imágenes que
hemos de ver, sino que -más totalitaria aún, si cabe- nos dice cómo debemos
interpretarlas...
Esas selecciones, esas instrucciones, nos explica Saperas “...determinan las
formas de orientación de la atención pública, la agenda de temas predominantes
que reclaman dicha atención y su discusión pública posterior, la jerarquización de
la relevancia de dichos temas y la capacidad de discriminación temática que
manifiestan los individuos.”

En el acto de mirar televisión -como en cualquier otro acto perceptivo realizado


por un miembro de nuestra especie- el lenguaje orienta la percepción, comanda y
discrimina, clasifica y describe, ordena, depura y hace inteligible el percepto. Y
digamos más: en los momentos en que el televisor calla, nada de lo anterior se
anula; la TV puede callar porque ya ha hablado...

Casi está demás escribir aquí que, si así no fuera, permaneceríamos incapaces
de dilucidar si lo que estamos mirando es una película de “ciencia ficción”, por
ejemplo, o imágenes efectivamente tomadas por las cámaras en Bagdad...
algunas secuencias del filme “Enemigo Público” tienen con las vistas satelitales de
la penúltima guerra estadounidense similaridades que no creo necesario remarcar.

¿A quién va usted a creer, a


mí, o a sus propios ojos?
Marx (Groucho)

Si algo de la argumentación de Sartori todavía quedara en pie, recordémosle el


siguiente “hecho empírico, constatable”: ni siquiera un infante de nueve meses
de edad -sapiens, supongo- confundirá jamás una imagen publicitaria en la TV,
con su tazón de papilla...
“El sentido de lo verosímil -nos explica Julia Kristeva- no tiene objeto fuera del
discurso; la conexión objeto-lenguaje no le concierne, la problemática de lo
verdadero y de lo falso no le atañe. El sentido verosímil simula preocuparse por la
verdad objetiva; lo que le preocupa efectivamente es su relación con un discurso
en el que el 'simular-ser-una-verdad-objetiva' es reconocido, admitido,
institucionalizado. Lo verosímil no conoce; sólo conoce el sentido que, para lo
verosímil, no necesita ser verdadero para ser auténtico”.

Puesto que “no necesita ser verdadero para ser auténtico”, disculparemos al
bienintencionado Sartori siempre que sea capaz de probarnos que -como todo
televidente- sin dejar por ello de ser un homo sapiens, o justamente por serlo, ha
caído en la doble trampa de creer en lo que ve en pantalla, y de creer que la
interpretación de lo que percibe es directa, masiva, no mediada por el lenguaje.
Pongámoslo en jerga: la pregnancia de la imagen encubre la primacía del
significante en la producción de efectos de significación. (Bellos, G.A.; 2004,
comunicación personal)

Estar mediada por el lenguaje es una característica general y específica de la


percepción en los seres humanos, y la TV es un campo privilegiado -aunque no
único- para estudiar el fenómeno; pero -al igual que Giovanni- ella no tiene la
culpa...

Argumentando lo cual he presentado en su nombre un recurso de amparo ante


el muy honorable Juzgado de don José Ortega y Gasset. Y sin embargo...

Es en virtud y por efecto de esa doble trampa, que “[...] la televisión puede,
paradojalmente, esconder mostrando. Exhibiendo otra cosa que lo que debería
mostrar si hiciera lo que se supone que debe hacer, es decir informar. O incluso
mostrando lo que hay que mostrar, pero de tal manera que no se lo da a conocer
o se lo vuelve insignificante o se lo construye de tal manera que toma un sentido
que no se corresponde de ninguna manera con la realidad”, tal como muchas veces
se ha dicho (*).

Y puede hacerlo reclamando para sí una credibilidad basada en la “verdad” de


las imágenes, amparando y garantizando su objetividad en que “la cámara no
miente”; y cuando la TV miente que la cámara no miente, es de suponer que lo
hace -como todo mentiroso- con alguna intención y por algún motivo...

De ahí que, cuando se afirma que de la televisión podría hacerse un


maravilloso instrumento para la educación, involuntariamente se ignora la
extrema nocividad de su actualmente efectivo uso pedagógico. La TV sí enseña,
tal como puede leerse en el Pequeño Larousse Ilustrado, ed. 1964:

ENSEÑAR v. t. (del lat. insignere, señalar, distinguir). Instruir: enseñar


a los niños. (Sinón. V. Educar e Informar.) || Dar advertencia, ejemplo
o escarmiento. || Indicar: enseñar el camino de la estación. (Sinón. V.
Mostrar). || V. r. Acostumbrarse, avezarse, hacerse a una cosa.

No existen para los seres humanos usos no-pedagógicos de ninguna cosa,


puesto que aprendizaje es inscripción de lenguaje. El problema no es que la TV no
eduque, precisamente. Está, muy por el contrario, plagada de “... mensajes cuya
función aparentemente es descriptiva o referencial, y cuya función real no
manifiesta es normativa”. (¿Puede Verón haber querido, ya que escribió
“descriptiva o referencial”, escribir “normativa o conativa”?...).

(*) Entre otras, Pierre Bourdieu, el 18 de marzo de 1996, en el marco de una serie del Colegio de
Francia, difundida por Paris Première en mayo del mismo año ("Acerca de la televisión”, Colegio de
Francia, CNRS audiovisual; traducción de R. Marafioti)
•Fuente: http://ar.geocities.com/proyectoinacayal/
La TV construye una visión del mundo, una cosmovisión que -con el tiempo y
la redundancia suficientes- se estatuye en la única realidad posible.

“... los hechos que componen esta realidad social no existen en tanto tales (en
tanto hechos sociales) antes de que los medios los construyan. Después que los
medios los han producido, en cambio, estos hechos tienen todo tipo de efectos.”
(Verón)

La televisión actual, universal, satelitalizada y cableada, se ha constituido


-precisamente debido a su inmensa potencia pedagógica- en el principal
instrumento aplicado en la estrategia global de producción y reproducción de
hegemonía.

Entiendo y uso aquí “hegemonía“ en el sentido gramsciano de “poder


simbólico, sutil” que se ejerce en el nivel superestructural, ideológico. Es la
capacidad por la que una determinada clase social ejerce la función de dirección
intelectual y moral, de subordinación, educación y conducción sobre la
totalidad de una formación social, por vía del consenso. De modo que -muy
alegremente- el bien de todos quede (y permanezca) subordinado al beneficio de
quienes utilizan a los Media como principales herramientas de reproducción
social, consensuada, de las específicas condiciones de posibilidad y existencia del
imperio.

Este poder simbólico, sutil, constructor de consenso, ha sido explorado por


varios estudiosos: por mencionar algunos, nombremos a Etìenne de la Boétie,
John Stuart Mill, Friedrich Nietzsche, Michail Bakunin, Max Weber, Claude Levi-
Strauss, Enrique Pichón-Rivière, Eduardo Pavlovsky, Michel Foucault, Anthony
Giddens, Pierre Clastres, Michael Mann, Noam Chomsky, Pierre Bourdieu...
Es éste el poder que queda ingenuamente encubierto cuando se denuesta a la
TV por las "demasiadas series excesivamente agresivas" o porque "el horario de
protección al menor no se respeta", y aún y muy especialmente -debido a su
“docta” fuente- por la supuesta “regresión evolutiva”, tan meneada por Giovanni
Sartori.

Por decirlo extrapolando una expresión de Sigmund Freud, ¡Y es este combate


de los Titanes el que nuestras nodrizas pretenden aplacar en su “arrorró del
Cielo”! (*)

(*) Freud, Sigmund; El malestar en la Cultura (línea final del capítulo VI);
Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva; Madrid, 1981.

Lic. Gabriel Amos Bellos


Noviembre de 2004.-

Bibliografía Citada:

- Kristeva, Julia; La Productividad llamada Texto; en “Communications; lo


verosímil” Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1970
- Sartori, Giovanni; Homo videns. La sociedad teledirigida; Madrid, Taurus,
1998.
- Saperas, E.; Los efectos cognoscitivos de la comunicación de masas, Ariel
editorial, 1987.
- Verón, Eliseo et Al.; Lenguaje y Comunicación Social; Ed. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1971.
Anexo no-necio, como ejemplo

Desde el Ojo de la Tormenta (fragmentos)

Latinoamérica es un continente cuya identidad se definió por la violencia. Argentina no es ajena a


dicho proceso de formación identitaria, y la Patagonia tampoco. Desde la colonización hasta estos
días, estamos rodeados por la violencia en todas sus manifestaciones: verbal, física, simbólica, etc.
Cada uno de nosotros vive agobiado por una realidad creada, que intenta ocultar un trasfondo
adverso. Esto tiene como consecuencia:
- la naturalización de los hechos violentos
- la exacerbación del individualismo, reconocido por todos en el lamentable slogan: "no te metás",
y que llega a nosotros intacto y vigente desde la década del ’70, el golpe más trágico que conocimos.
Los medios masivos difunden un modelo a seguir, que culmina con la destrucción del vínculo
social inmediato, ocasionando la fragmentación social. Esto ocurre al punto tal que vestirse de negro
carga de un significado negativo.
El surgimiento de nuevos actores sociales, que son marginados y discriminados, acarrea como
emergente la violencia. En esta sociedad, formada por sujetos que intentan diferenciarse y
reconocerse al mismo tiempo, la idea de afirmar la heterogeneidad, recibe como premio el desdén, la
censura, etc.
¿Cómo se llega a marcar a un joven que escucha Heavy Metal, usa ropa negra, no se relaciona
con el resto, y "es raro"? ¿A partir de qué elemento del conjunto de alternativas, consumos culturales,
se adopta una mirada agresiva contra este sujeto? ¿Ser joven, ser pobre, ser diferente, son
categorías criminales?
La visión de los medios de comunicación, de nuestro país y del resto del mundo, ha tomado esta
tragedia, nuestra tragedia, traduciéndola según los esquemas de otros países, en los que ya se ha
establecido que la juventud suele ser peligrosa. Junto a ello, recibimos las posibles soluciones,
criminalizando así también a la institución escolar; nos presentan la solución final al problema de la
violencia juvenil. Pero esa violencia ¿no es el emergente de un conjunto mayor, que traspasa los
límites de una escuela pública, que transcurre en un tiempo superior a las cuatros horas de clases?
Creemos que hay una invasión de la violencia, tanto verbal como física y simbólica; desde nuestra
gente, nuestra policía, nuestro Estado. Existe una tradición violenta que nos marca: dictaduras,
censura, guerra, desapariciones, atentados, desempleo, hambre, y sobre todo: impunidad.
Conocemos de sobra quiénes son los que merecen la categoría de criminales; deambulan por los
Ministerios, aparecen en televisión, contestan reportajes desde Chile. Pensar que esta tragedia debe
castigarse con todo el rigor de la ley, o sea, modificar una ley (porque, en este caso, el menor no es
imputable) es lo mismo que ocultar el sol con un dedo; importar detectores de armas para nuestras
escuelas públicas es trazar, o acentuar aún más, la línea que nos divide como sociedad, es verter
ese líquido corrosivo que, poco a poco, nos anestesia.
Considerar peligrosa a la juventud, decir que los chicos son propensos a la violencia, es
olvidar/ocultar el carácter hereditario de ésta en nuestro país, propagada desde hace algunos años.
Porque ¿no nos suena toda esta mirada, la mirada alarmista de los medios de comunicación, como
un pedido de mano dura? ¿No se vuelven a los mismos temas hipócritas, como el control de armas,
imputación a menores, más cárceles, y sobre todo: seguridad? Palabra que, sin duda, posibilita más
de un sentido. No olvidemos que seguridad fue también un fin perseguido por nuestros militares,
nuestra policía corrupta, arrasando las villas miserias. Y, justamente hoy, los comentarios de algunos
habitantes de esta comarca, sentencias resumibles en "y, sí, de esa escuela era de esperarse"; la
cómoda posición de relegar en el otro las carencias generales.
Pensar que las escuelas públicas, en barrios pobres, sólo albergan futuros criminales, es olvidar
que nuestros más ilustres asesinos fueron sujetos muy educados, con excelente entrenamiento,
alimentación, y oportunidades. Hoy, cuando la escasez de oportunidades es lo que más abunda; los
espacios para la expresión y convivencia con los otros son mínimos o nulos.
En una tragedia no hay culpables sino víctimas, responsables. Víctimas los muertos, los vivos, el
que disparó el arma; víctimas nosotros/sociedad; responsables, todos.
La criminalización de sólo unos pocos es evadirse, es no aceptar ni hacerse cargo de que nuestra
pasividad, nuestra comodidad, nuestro silencio, es también violencia, violencia que sutilmente se
instala en nuestra percepción, y nos adormece. Frente a esto, entonces, procuremos el insomnio.
Individualizar culpas y castigos sería una buena manera de tapar las raíces que, en realidad,
fueron los detonantes de este suceso en particular. La violencia está presente, explícita o
implícitamente en nuestra sociedad, sin distinción de clases, edades, y sexos. Resumir este problema
a un determinado sector, no nos asegura que esto no vuelva a pasar.
Como comunidad debemos reflexionar y sentirnos responsables de una situación social que está
signada por la violencia. Somos partícipes activos cuando realizamos prácticas culturales que
naturalizan hechos violentos. Reproducimos una cultura impregnada de valores destructivos, que nos
lleva a descreer de palabras como libertad, solidaridad, igualdad. Esta cultura, mediante sus
prácticas, naturaliza el individualismo, el "no te metás", la no garantización de los derechos, que nos
lleva a competir para sobrevivir, y no a unirnos para cambiarla.
Reflexionar sobre este hecho nos hace partícipes de un cambio futuro que nos han hecho creer
lejano e imposible.
Al parecer, este hecho tiene matices particulares que lo convierten en trascendente, y a simple
vista se tiende a pensar que estamos frente a una serie de circunstancias que difieren mucho de los
demás hechos violentos que acontecen día tras día. Pero ¿existen efectivamente diferencias entre
ambos? No nos resulta un misterio comprender que un adolescente que reacciona de una manera tan
violenta contra sus compañeros de escuela, no es un caso cotidiano; pero cuántas personas como él
tienen los mismos impulsos de violencia. Nos sorprende que una persona arremeta disparos contra
otras dentro de una escuela, pero si esto sucede en otro ámbito nos resulta de la más abrumadora
cotidianeidad. Hasta aquí no se hace más que poner en papel algo que resulta obvio, y justamente,
por resultar obvio desencadena un proceso de naturalización.
La naturalización de la violencia, además de generar un estado de disgregación social, genera un
discurso que se cristaliza en las conciencias individuales y en la conciencia social, que tiende a
buscar soluciones nefastas, destinadas a los sectores desplazados.
En este momento, buscar culpables y criminales es reduccionista, y cuando no tendencioso. Que
no nos sorprenda que en los próximos días aparezcan en los medios algunos personajes que
enarbolen este hecho como bandera propia, buscando avanzar sobre las garantías y los derechos, en
pos de una cura definitiva.
Buscar culpables es siempre el camino más fácil en esta sociedad propensa a simplificar las
cosas. De seguro, se escucharán hasta el hartazgo discusiones sobre si los culpables son los padres,
el joven, la escuela, etc. En realidad, lo que debemos asumir es que ese ejercicio maquiavélico de
encasillar e individualizar las culpas, no nos lleva a la raíz del conflicto. Lo ideal sería tomar
conciencia de que los responsables de esta situación somos todos. No podemos encerrarnos en el
problema de las alteraciones psicológicas del chico, la música que escuchaba, su ropa, su clase
social, y otros tan o más descabellados juicios. Es hora de revisar exhaustivamente qué es lo que en
definitiva causó este lamentable episodio; comprender qué porción de responsabilidad nos cabe, y
llevar adelante una reestructuración de los lazos sociales. Convencernos de que la tolerancia es el
único camino, que si no procesamos la "otredad", estamos condenados a ejercer y padecer
discriminación, exclusión, u otras calamidades sociales y culturales, similares o peores.
El tema requiere un nivel de profundidad que exige nuestro total compromiso. No es fácil
replantear una introspección hacia lo más íntimo de nuestro ser. Sin embargo es nuestra obligación
determinar qué parte nos toca en esta inmensa empresa, qué es lo que pretendemos cambiar, qué es
lo que nos asegurará que esto no sucederá de nuevo.

Epílogo
Fragmentos compartidos tras una jornada de reflexión sobre el terrible hecho ocurrido el día 28 de
septiembre del año 2004, en Carmen de Patagones. Sin ánimos de marcar otra efeméride, sino
apelar a la memoria, a ese estado activo de nuestra condición humana, que como un músculo debe
ejercitarse día tras día. Acompañamos a las familias de todos los implicados, en el dolor
indescriptible:

Alumnos de la cátedra de Literatura Argentina, Universidad Nacional del Comahue


Alumnos de Educación Media
Profesores de la Universidad
y personas cercanas

Você também pode gostar