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FANTASMAS DE BARRACAS y LA BOCA

Barracas y La Boca, dos barrios que casi son uno, se precian de tener entre
sus vecinos más renombrados a varios fantasmas amigables que rondan por
las calles susurrando sus historias a los desprevenidos…

Sobre la avenida Montes de Oca al 100 hay un caserón señorial que está junto
a la Casa Cuna, (como llamamos al Hospital Pediátrico Pedro de Elizalde). Es
el Palacio Díaz Vélez, que perteneció al estanciero Eustaquio Díaz Vélez y su
familia. En la actualidad funciona allí la Fundación Vitra, donde viven y estudian
personas con dificultades de movilidad. En la entrada puede verse la escultura
de un león en pleno ataque.

Las voces de Barracas dicen que el dueño de la mansión poseía varios pumas
(que en otra versión se convirtieron en leones traídos de Africa, más exóticos
que los animales criollos).Los animales, naturalmente, estaban enjaulados,
pero eran liberados al llegar la oscuridad para que no se metiera ningún
indeseable en el hermoso parque. Lamentablemente, por un error, la noche en
que se celebraba el compromiso de la niña de la casa, los pumas no habían
sido encerrados y atacaron e hirieron al novio que cruzaba confiadamente entre
los árboles. El muchacho murió poco después, y la novia, desesperada, se
suicidó. La triste pareja rondaba por las habitaciones y por el parque, hasta
que la familia decidió- con muy poco corazón pero con gran sentido práctico –
ubicar en la entrada la estatua del león para que los fantasmas descansaran y
poder descansar ellos…Otros rumores dicen que los pumas, hasta que ocurrió
la tragedia, ya habían despachado a otras personas, pero como no eran
personajes relevantes, no se había tomado ninguna medida…

En la vereda de enfrente, el el número 123 de la avenida, hay otra antigua y


elegante edificación, con escalera exterior, que perteneció al escritor Eugenio
Cambaceres. Hoy es la Escuela Secundaria República del Líbano y allí no hay
fantasmas, pero ya que estamos en un ambiente de misterios me gustaría
hablar de un hecho que concluyó en otro barrio, en Recoleta. La joven Rufina
Cambaceres, hija del novelista, según cuentan también las leyendas urbanas,
fue encontrada “muerta” en su habitación. Probablemente fue depositada en el
mausoleo familiar en un estado de catalepsia, y al ingresar a limpiar a los
pocos días los empleados del cementerio vieron que el cuerpo de la chica
estaba fuera del ataúd. Pero nadie ha dicho que la pobre Rufina fuera un
fantasma, tal vez porque no la vieron visitar la que fue su casa paterna…se
habrá confundido con la niebla o con la sombra de los edificios…

En otra avenida de Barracas, Martín García, que se cruza con Montes de Oca,
vivió el Almirante Guillermo Brown, que participó en las guerras de la
independencia y comandó la flota argentina en el combate de La Vuelta de
Obligado. Su hija Eliza estaba prometida para casarse con el marino Francis
Drummond, joven escocés que falleció durante la guerra con el Brasil. Al
llegarle la noticia, la hija del Almirante, desesperada, decidió ponerse su traje
de novia que ya tenía preparado y arrojarse a las aguas del río.
Cuentas las comadres que su figura fantasmal deambula por las calles de La
Boca luciendo su vestido húmedo y ajado…la llaman la Novia de Arena.

La más conocida de nuestras figuras del ayer seguramente es Felicitas


Guerrero, que vivió con su esposo, Martín de Alzaga, en Barracas. Era en la
manzana comprendida por Avda. Montes de Oca, Isabel La Católica, Brandsen
y Pinzón, La actual Plaza Colombia; en época colonial formaba parte de una
quinta, donde se hallaba la residencia.

Felicitas conoció a don Martín, “el hombre más rico del virreinato”, con solo 16
años; era hija de Don Carlos Guerrero, agente marítimo porteño de prestigio.
El pretendiente pasaba los 60 años y le ofreció matrimonio. A pesar de su
resistencia inicial, accedió a casarse con él. Tuvieron un hijo, Félix, que falleció
antes de los 6 años.

El dolor por la pérdida quebrantó la salud del marido, quien falleció el 17 de


marzo de 1870 designando heredera universal a su esposa. Así quedó Felicitas
"joven, viuda y estanciera"; con 22 años, dueña de una fortuna calculada en
60.000.000, con propiedades, tierras y ganado.

Luego de guardar el luto prudencial, y al tiempo que administraba


personalmente sus bienes, comenzó a retomar su vida social, rodeándose de
buenos amigos y pretendientes. Entre ellos estaba Enrique Ocampo, de buena
familia y tío de la escritora Victoria Ocampo.Este joven se enamoró
perdidamente de Felicitas, pero ella lo rechazó y prefirió al hacendado
Samuel Saenz Valiente. Ocampo pidió ser recibido para felicitarla por su
futuro casamiento pero apenas se presentó la viudita, la mató de dos balazos
y se suicidó, en un episodio muy confuso.

La hermosa Felicitas falleció en la madrugada del 30 de enero de 1872. Tenía


solo 24 años.

En honor a su memoria, sus padres decidieron levantar un templo, la iglesia de


Santa Felicitas que se encuentra en la calle Isabel La Católica 502. Tiene
algunos detalles característicos:
Es la única iglesia en el país con esculturas que representan mortales. A la
entrada se hallan la de Felicitas y su hijo Félix, y la de Martín de Álzaga. ( Tanto
Felicitas de Álzaga, como su marido y su hijo, descansan en el panteón
familiar, en el Cementerio de la Recoleta.)
Los dos ángeles que custodian la entrada, presentan el ala derecha rota,
quizás como triste alusión al sitio de la herida mortal.

¿Qué historias corren por el barrio sobre esta mujer con tanta fortuna y tan
infortunada?

* Cuentan que todos los 30 de enero, un fantasma que llora constantemente


deambula por el sitio, al tiempo que las campanas tañen solas.
* Quienes visitan la iglesia en esa fecha suelen atar cintas o pañuelos a la verja
que la rodea y/o se aferran a ella fuertemente, dicen que ayuda a "conseguir el
amor de su vida y/o conservarlo si ya se lo tiene"
Yo no vi al fantasma, pero sí las rejas adornadas con pañuelos y también
ramitos de flores. Es lindo sentarse en la plaza – hay unos plátanos magníficos
en esa cuadra que sombrean la cuadra – y ver llegar mujeres de todas las
edades, y parejitas jóvenes a la reja los días 30 de enero. Hombres solo jamás
se ven…

Y para terminar, una historia de fantasmas sin amores trágicos, pero sí con
duendes, los clásicos duendecitos de toda historia de misterio…

En Almirante Brown, entre Wenceslao Villafañe y Benito Perez Galdós, se


destaca un edificio rematado por una extraña torre circular. Algunos boquenses
que pasan frente a ella, los más viejos, aún se persignan como protegiéndose
de las historias que la rodean. En ese lugar vivió Clementina, una pintora
bohemia que compartía sus días con una familia de gatos y, según los vecinos,
no salía mucho. Todo hacía pensar que tenía una vida tranquila, casi aburrida,
pero un día ocurrió algo que pronto se convirtió en una pequeña leyenda
urbana.

A pesar de que prefería la soledad de su atelier, y quizás con el único fin de dar
un poco de vuelo a su carrera pictórica, Clementina aceptó realizar un
reportaje. La entrevista se realizaría en su propia casa, y Clementina accedió a
que se tomaran fotografías de algunas de las obras que aún no había
expuesto.

La charla se desarrolló con normalidad, casi con monotonía, pero cuando el


periodista hizo revelar las fotografías supo que esta podía convertirse en una
de las mejores historias que habían llegado a sus manos. Sin perder tiempo, se
dirigió a la casa de Clementina para mostrarle lo que había descubierto.

La pintora se sorprendió al verlo nuevamente, pero más lo hizo al ver las


imágenes. Allí, entre sus pinceladas, aparecían tres hombrecitos muy
pequeños que ella no había pintado. Los duendecillos o fantasmas parecían
jugar sobre las telas, mezclándose entre los colores y los dibujos. Clementina
no quiso hablar sobre el tema. Evidentemente perturbada por lo que acababa
de ver, invitó al periodista a retirarse de su casa y sólo deslizó un enigmático
comentario: "usted no tenía que verlos".

Al poco tiempo Clementina aparecía en el diario, pero en la sección de noticias


policiales. Algunos vecinos escucharon un disparo en la casa de la pintora y
temiendo por su vida, llamaron a la policía. Nadie había salido del
departamento cuando los oficiales llegaron al lugar, pero al forzar la puerta no
encontraron nada extraño. Todo parecía normal, salvo por un pequeño detalle:
ni Clementina ni sus pinturas estaban allí. Nunca se supo qué fue de ella.

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