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Chattersingh Vaidya tenía deudas por un valor de 50.000 rupias indias (unos 900 euros), por un crédito
que le había pedido a su vecino, uno de los prestamistas que hacen el agosto con los campesinos del
algodón, a quienes cobran intereses abusivos. Vaidya no podía hacer frente al crédito y además tenía
que pagar la dote de su hija, una muchacha de 18 años que, según la madre, ya está entrada en edad
para casarse. Así que Chattersingh se bebió los pesticidas.
¿Casos típicos? Pues sí. De acuerdo con Kishor Tiwari, líder del grupo activista regional Vidarbha Jan
Andolan Samiti (VJAS, Foro de Protesta del Pueblo de Vidarbha), «los suicidios ocurren normalmente en
familias endeudadas, con una hija que debe casarse o una grave enfermedad».
Los suicidios del campo saltaron a las noticias por primera vez en 2001, pero el verdadero drama de
Vidarbha comenzó en julio de 2005. Cuando el Gobierno de Maharashtra, el Estado indio donde se
encuentra la zona, aprobó la introducción de nuevas semillas de cultivo con modificaciones genéticas: la
variedad BT, según las autoridades, más eficaz y resistente. Y los campesinos, empujados por la
publicidad, se acogieron a las nuevas semillas. Mal hecho. «Los costes para mantener los cultivos de
algodón en semilla BT son un 100% mayores que las tradicionales. Y, mientras tanto, el precio de venta
del algodón ha bajado un 50%. Es decir, que el campesino paga el doble y recibe la mitad que hace una
década», dice a Tiwari. A la injusticia del comercio internacional se sumaba la negligencia doméstica.
Esa es la ecuación que lleva al suicidio.
Además, paralelamente, el Gobierno decidió retirar los subsidios agrícolas para los campesinos. Sin los
fondos de países como EEUU, Nueva Delhi dijo no poder mantenerlos. Antes de esa medida, la
autoridad regional que monopoliza la compra de algodón solía adquirir la materia prima a los
agricultores por 45,2 euros por quintal (46 Kg). Y ahora, dice Tiwari, por 30,7 euros. El campesino está
perdiendo.
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- EL MUNDO | Suplemento cronica 628 - Suicidio masivo de... http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2007/628/1194...
Desde la Revolución Verde -una intensa campaña de modernización agrícola puesta en marcha en el
país en los años 60 y 70-, la India no había vivido una crisis agraria de raíces tan profundas como la
que sufren los campesinos de Vidarbha, que tienen que acudir a prestamistas privados porque los
bancos se niegan a concederles créditos.
El país presume estos años de su economía dinámica. Decenas de millones de habitantes de las
ciudades están dejando la pobreza y formando una nueva clase media que llena los centros comerciales
de ciudades como Mumbay o Chennai. Los multimillonarios han irrumpido en las listas de los más ricos
que elabora la revista Forbes y los periódicos están llenos de historias de éxitos. Pero la agricultura, de
la que vive la mayoría de la población, hace de la India el país con más pobres del mundo. Vidarbha es
un ejemplo: los pozos son manuales; las mujeres cargan pesados fardos en un terreno pedregoso y
antipático.
«Contemplamos una inversión de 250.000 millones de rupias (en euros, unos 4.520 millones)». Son
palabras de Manmohan Singh, el primer ministro, en su discurso pronunciado el 15 de agosto con
motivo del 60 aniversario de la independencia.
Según el periodista indio Jaideep Hardikar, que ha estudiado a fondo los problemas que sufre Vidarbha,
en la zona hay unos ocho millones de personas que dependen del campo. Y, entre ellas, 300.000
familias están en una situación de lo que el Gobierno denomina «angustia aguda». Es decir, en riesgo
de suicidio.
Los campesinos ya sólo encuentran caras semillas transgénicas, y cambiar de cultivo resulta demasiado
caro. Por otra parte, el Gobierno indio ha concedido la licencia a la multinacional Monsanto para
explotar las semillas de la variedad BT.
«¿Dónde está el sentido?», se pregunta Tiwari. «La semilla BT necesita irrigaciones para funcionar bien.
Pero en Vidarbha, el agua no alcanzan siquiera el 5% del terreno cultivable. Aquí el uso de la semilla
viene de las presiones que EEUU y Monsanto han ejercido sobre la India. Y mientras, los campesinos
entran en bancarrota».
Fueron los occidentales -en concreto los británicos- quienes introdujeron las granjas de algodón en la
India en el siglo XIX. El trabajo en condiciones de esclavitud servía para enviar a Europa y EEUU la ropa
que vestía a las clases altas en una época donde nadie se paraba a pensar de dónde venían o quién
estaba detrás del material utilizado. El hecho de que la vida de aquellos primeros campesinos del
algodón no haya apenas cambiado es para muchos la prueba de hasta qué punto el comercio mundial
sigue diseñado para beneficio de los ricos.
Babytaila, sin embargo, no entiende de política. Bastante tiene con salvar sus apenas dos hectáreas y
sacar adelante a sus tres hijos (16, 18 y 22 años) desde que Chattersingh se bebió el veneno. Está
desesperada. «Se necesitan 15.000 rupias al año (unos 270 euros) para mantener el cultivo, y
recibimos menos de lo que gastamos». Por el momento, la campesina está a la espera de las promesas
de ayuda del Gobierno, mientras intenta sobrevivir trabajando junto a su hija, ya casada, como
jornalera de otro campesino más rico. ¿El salario? «Con lo que ganamos las dos, 30 rupias al día, en
total poco más de un euro diario, mi hijo puede quedarse cuidando nuestro campo. El nuevo algodón
crecerá para dar sentido a la ecuación de Vidarbha -precio de producción, sube; precio de venta, cae-
con la misma cadencia que ha abocado al suicidio a miles de campesinos y ha sembrado de miseria y
muerte los campos.
En Vidarbha, los suicidas se van pero la desesperación se queda, y con ella las cartas de despedida.
«Pratibha, cásate de nuevo, por favor. Te voy a dejar sola».
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