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La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La gente insensata—los que no tienen fe—
pensaban que morirían—que todo se terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia,
su partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra manera de vivir—como una destrucción. Pero
ellos están en paz". Parece como si esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al
otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente nuestra personalidad, "probada como
oro en crisol", libre de los obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio, "resplandecerá como chispa
que prende" y atravesará el muro.
HEMOS PASADO AL OTRO LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos oído en la lectura:
"Los que confíen en el Señor conocerán la verdad, y los fieles permanecerán con él en el amor".
Ahora encontramos también respuesta a otro de los interrogantes de la muerte: ¿DONDE ESTAN
NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: "La vida de los
justos está en manos de Dios" No tengamos miedo, ya que NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS
MANOS, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez
fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro egoísmo y de nuestras
injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre que acogen, que comprenden, que aman y
por ello siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y de madre llenas de amor. Las manos de
Dios nos han dado la vida, se han juntado con las nuestras y nos han conducido por los caminos de la
existencia, nos han educado para la libertad, para la responsabilidad, para el amor. Por ello nos han
salvado, nos han liberado, y han hecho que llegásemos a ser lo que somos: nosotros. Las manos de Dios se
alargan también hacia nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí donde
"ningún tormento nos tocará", a la felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la
inmortalidad. Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios.
ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro
hermano mayor, que ha muerto y ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a nuestra casa,
a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la casa donde todos nos hemos de reunir para siempre.
2. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a este hermano nuestro.
Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de una manera consciente. Cada día, cada hora,
cada minuto, ofrecen a Dios todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una hoja y, al llegar la
noche la revisa, corrige aquello que no le gusta y la deja preparada para su publicación Así hacemos
nosotros, acumulando cada día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y al llegar la hora
de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a las otras: son las obras completas.
Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de abogados defensores en un juicio. Que nuestra
plegaria sea un DECIRLE A DIOS QUE VALORE TODO LO BUENO y positivo que ha hecho nuestro hermano
mientras vivía y que, misericordioso, no le tenga en cuenta todo lo que quizás por debilidad humana no
pudo controlar. Seguramente él mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que no estaba de
acuerdo. Confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre.
Y LA GRAN VERDAD QUE ANUNCIÓ CON FUERZA JESUS, EL HIJO DE DIOS, ES ÉSTA: son dichosos, son felices,
de ellos es el Reino de Dios, los que han vivido como pobres, en la sencillez, quizá en el dolor. Los hijos de
Dios —ahora y para siempre—, los que verán a Dios y poseerán su herencia de paz y felicidad, son los que
vivieron con hambre y sed de justicia, los que supieron amar en su vida de cada día, los limpios de corazón,
los que comunicaron paz.
2. (Una celebración de comunión)
Y quizá en su vida aquí en la tierra todo esto no fue comprendido, no fue valorado como se merecía. Quizá
ni ellos mismos lo comprendieron. Pero si lo vivieron —y eso es lo que, hermanos, importa al fin y al cabo—
DIOS LES ACOGE COMO HIJOS SUYOS. Por eso dice Jesús —lo acabamos de leer—: "estad alegres y
contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo". Una alegría y una recompensa que
tienen ya plenamente los que viven en total comunión con Dios en aquel
país que llamamos "cielo", pero de lo que —de algún modo—
participamos ya ahora aquellos que compartimos su amor, su bondad, su
camino duro de cada dia. Su alegría y su dolor.
Por eso esta celebración nuestra, hoy, es de COMUNION. Comunión
con un camino que no ha terminado, que se ha transformado en dicha.
Comunión con Dios y con los hermanos que ya no viven entre nosotros.
Pero su recuerdo seguirá vivo, ejemplar —más allá de todo lo que hay de
pecado o de deficiencia en cada hombre o mujer—; su recuerdo podrá
ayudarnos.
3. (Amor y vida)
Hemos leído antes en primer lugar, unas palabras del apóstol Juan que
resumen nuestra fe cristiana. Esta fe que, de algún modo, hoy
deberíamos reafirmar y renovar. Nos decía san Juan que "el que no ama
permanece en la muerte". O dicho al revés: el que ama, vive para
siempre. Esta es nuestra fe. Nos decía también: "nosotros hemos pasado
de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos". Esta
debe ser—y pidámosio hoy— la consecuencia de nuestra fe, para que
sea fe de verdad, fe de vida. Y terminaba diciendo: "EN ESTO HEMOS
CONOCIDO EL AMOR: en que él —Jesús— dio su vida por nosotros". Es
lo que renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía: nuestra fe en el
amor de Dios que nos enseña que "también nosotros debemos dar
nuestra vida por los hermanos". Que así sea.
JOAQUIM GOMIS
3. ("Benditos de mi Padre")
Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el ejemplo de tantos
hombres y mujeres que han seguido fielmente el camino de Jesucristo
dando, día tras día, su propia vida en favor de los demás... ¡Qué alegría y
qué paz interior deben sentir aquellos que han obrado de esta manera!
¡Con qué mirada tan distinta mirarán el paso de la vida a la etemidad!
Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana edad): era
obrero y había dedicado toda su vida a dar testimonio de Jesús entre sus
compañeros obreros. Herido de muerte por una grave enfermedad fue
capaz de escribir así: "La muerte ya no me inquieta. Si llega será voluntad
de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más allá del tiempo
y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y mujeres que
van al Más Allá ya se trate... del deconocido que muere en la carretera o
bien del que hace el tránsito en su propio lecho. Vivo en las manos
omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto llena de paz mi corazón
y mi espíritu...".
Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido, han
experimentado otro tanto; han experimentado "gran paz en el corazón y
en el espíritu" porque sabían que "sus obras los acompañaban".
Y gracias a estas obras —expresión de una fe muy firme en Cristo—
han merecido oir esta invitación: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".
RAMON CARALT
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
3. (Compenetración vida/muerte)
A menudo este más allá, lo hemos mirado como desconectado de la
vida presente, como una etapa aislada. En cambio, en Jesús encontramos
las dos etapas perfectamente compenetradas. LA MUERTE NOS AYUDA
A DESCUBRIR LA SERIEDAD DE LA VIDA PRESENTE. Y el secreto no
consiste tanto en saber qué pasará en aquel último instante, sino en
servir con fidelidad la historia de cada día, sin excluir la posibilidad de una
opción final. Dicho sencillamente: MORIREMOS TAL COMO HABREMOS
VIVIDO.
De ahí que tenga una gran importancia nuestra vida actual según el
evangelio: ahora es el momento de perdonar a los que nos han ofendido,
de ser solidarios en el trabajo y en el barrio, de atender a los hijos y
educarlos, de escuchar la voz de Dios, de reavivar el amor en el
matrimonio, etc. La hora de nuestra conversión es la vida de cada día.
Las preocupaciones finales quizás no sirvan de nada.
4. (Recuerdo y plegaria)
Hermanos, con las palabras que hemos escuchado habremos recibido
consuelo y habremos descubierto mejor lo que hemos de hacer.
Pero con esta celebración cristiana también hemos querido despedir a
nuestro familiar difunto y hemos orado por él. Con mucha más simplicidad
que unos decenios atrás (muchos debéis de recordar aún aquellos largos
y complicados rituales funerarios), pero con la fe sincera en nuestro
corazón y una expresión colectiva. Así hemos querido ENCOMENDAR
NUESTRO FAMILIAR DIFUNTO A LA VOLUNTAD DE DIOS.
Por último dejad que os advierta de un aspecto importante de esta
celebración: a pesar del dolor que se respira, creo que este encuentro es
una señal de NUESTRA ESPERANZA CRISTIANA. Reunidos aquí,
seguimos la recomendación de san Pedro a los primeros cristianos, y a
los de todos lo tiempos: "que sepamos dar una respuesta a aquellos que
nos piden la razón de nuestra esperanza". Precisamente lo que ahora
estamos haciendo.
JOSEP TORRELLA
Cornelia de Llobregat (Barcelona)
Así pasa con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la tierra todo
aquello que de la tierra hemos cogido. En esto no somos diferentes de los
demás seres vivos que hay en la tierra. Nuestros componentes materiales
vuelven a empezar el ciclo ininterrumpido de la naturaleza.
Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS PLANTAS.
Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios". Y en Dios
no hay materia. ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace a imagen y
semejanza de Dios? Desde luego que no es la materia. Nuestros
componentes materiales nos hacen más a imagen y semejanza de los
otros seres materiales de la creación.
Hay en nosotros alguna cosa que es distinta. Nuestra misma
experiencia nos lo indica. Hay en nosotros una INTELIGENCIA que nos
hace entender las cosas, establecer las leyes y sobre todo, a partir de las
cosas creadas, nos permite llegar al conocimiento del Creador y
establecer con él una relación. También observamos en nosotros una
CAPACIDAD DE AMAR que supera el egoísmo instintivo, que nos hace
capaces de dar gratuitamente sin esperar nada a cambio, tal como hace
Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente mutua de amor entre
Dios y nosotros.
Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS HACE A
IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a una vida
eterna. La que Dios nos tiene reservada, precisamente cuando nuestro
cuerpo, como un grano de trigo, cae en tierra y muere. Es entonces
cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando, revestidos
de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa del Padre, en
la casa paterna, para contemplarlo cara a cara, tal como él es y saciarnos
de su amor para siempre.
3. (Como Jesucristo)
Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO CON SU
MUERTE Y SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras del
fragmento del evangelio que hemos leído cuando estaba a punto de
despedirse de sus amigos. Ya presentía su muerte, pero anunciaba
también su resurrección. Esta comparación del grano de trigo, ilumina la
muerte y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la nuestra. Si
Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, ha hecho este camino,
también nosotros participamos de su Pascua, también nosotros estamos
destinados a pasar de este mundo al Padre.
(La eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la muerte y la
resurrección de Cristo que es garantía de la nuestra).
ALBERT TAULÉ
Sabadell (Barcelona)
3 (Creemos en la Vida)
Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla de vida y
del camino que lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte en vez
de dejar que la muerte nos abrume y nos supere, NOS PLANTEAMOS EL
SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte, sino en la vida y
queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre que nos ha
dicho que tiene lugar para todos. Miremos pues, si hemos encontrado el
camino que nos llena de vida y de esperanza; ante la muerte tomemos la
vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino que nos llene de
sentido y de esperanza ahora y siempre.
Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS INVITO A
RECORDAR TODO LO QUE CADA UNO SEPA DEL AMOR, la amistad, la
ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque si recordamos que
en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se pierde nunca,
ni se puede enterrar, y que todo el amor que vivimos, por pequeño que
sea, Dios que es el Amor más grande lo recoge y los recibe para siempre.
Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que ama encuentra a
Dios, porque Dios es amor".
JAUME DASQUENS
Terrassa (Barcelona)
No nos reune aquí la muerte sino la vida: La vida del amigo N., que hoy
llega a su fin terreno (que hoy cumple una etapa). La vida de Jesucristo,
que continúa vivo y presente.
La vida eterna que todos esperamos.
Por ello, la actitud cristiana ante la muerte, hay que decirlo de entrada, no puede ser de desesperación, de
pánico o de miedo. No somos unos ilusos cuando, reunidos en esta circunstancia, ciertamente triste a nivel
humano, nos invaden sentimientos de esperanza, de certeza y casi de alegría.
Es por ello que esta liturgia es una celebración. La celebración de una despedida, sin duda, donde se
mezclan al mismo tiempo los sentimientos de tristeza y alegría. Como en toda despedida.
1. (El hecho)
(En el primer punto hay que hacer referencia a la situación concreta: ni
todas las muertes son iguales, ni todas las vidas tienen la misma
resonancia llegada esta hora. Algunas afectan más que otras a la
asamblea reunida. Por ello no todas las homilías pueden decir lo mismo...)
—Si es una persona solitaria o sin familia: esta muerte permitirá una
reflexión más serena sobre el sentido cristiano de la muerte, ya que
conmueve menos a los oyentes; quizás se podría recordar que la vida
sencilla y sin ambiciones, en un mundo tan complicado, se acerca mucho
al evangelio...
—En una muerte repentina o de accidente: hay que poner mucha
atención, pero conviene hablar de la comprensión y bondad de Dios
Padre hacia todos, y crear un clima de confianza, basado en que "El
Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia".
—Etc....
4. (Eucaristía)
Vamos a celebrar la cena con la que Jesús se despidió de sus amigos:
la Eucaristía. Nosotros creemos en la eficacia del sacrificio de Jesucristo.
Celebrar el memorial del Señor, no es simplemente recordar al Maestro y
tomar ejemplo, sino que es recibir también la energía y la fuerza que nos
viene de su victoria sobre la muerte. Por la Eucaristía participamos de su
vida y recibimos ya aquí una señal (una garantía) de nuestra
resurrección. Por ello sabemos que nuestro hermano vivirá y nosotros
también viviremos.
La plegaria de esta celebración acompaña a nuestro amigo hacia la
vida eterna. Con la esperanza puesta en Jesucristo resucitado, al
despedirnos, no decimos "un adiós para siempre", sino sólo un "hasta
luego".
JOAN BUSQUETS
Gerona
1. (Primera lectura)
El texto que hemos leído como primera lectura en la celebración
cristiana de oración por el eterno descanso de vuestro (padre, madre,
hijo, hermano...) N.N., nos ha mostrado cómo ya al antiguo Israel
esperaba en el Más Allá. Esperaba en la inmortalidad y en la felicidad
después de esta vida. Y también hacía referencia al premio que las
pruebas que comporta nuestro peregrinaje por la tierra bien merecen: "La
vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento",
"consideraban su tránsito como una desgracia... pero ellos están en paz".
Y ha sucedido así, porque dice la lectura bíblica: "ellos esperaban
seguros la inmortalidad", "los que en él confían conocerán la verdad". Y
añade con seguridad absoluta la Sagrada Escritura: "Recibirán grandes
favores, porque Dios los puso a prueba, y los halló dignos de sí.".
Que estas palabras consoladoras fortalezcan vuestros corazones y os
confirmen en vuestra esperanza cristiana. Y que también sean motivo de
consuelo humano para todos. Esperanza y consuelo que se han de
acrecentar gracias a las otras lecturas que acabamos de proclamar en
esta celebración exequial de despedida de vuestro familiar N.N.
Contemplemos su partida desde una perspectiva cristiana, sobre todo los
que nos consideremos creyentes, y esto nos reconfortará.
2. (Segunda lectura)
Profundicemos también en el segundo texto. El apóstol san Pablo nos
ha recordado que Jesucristo era de nuestra naturaleza: del "linaje de
David". En efecto, Cristo asumió nuestra naturaleza, con sus limitaciones
y defectos, incluyendo el dolor, las humillaciones y la misma muerte. Y
una muerte impresionante: la muerte en cruz. Esto es de todos conocido y
lo recordamos a menudo los cristianos cuando hacemos sobre nuestro
cuerpo "la señal de la cruz". Cristo murió, pero creemos que después
resucitó. Y esta es la "Buena Noticia", mensaje lleno de gozo y de
esperanza sobre el que se apoya aquello que es más importante de
nuestra fe. Y es bueno que lo recordemos en estos momentos. En la
circunstancia presente hemos de reafirmar nuestra fe en Cristo resucitado
y esto nos reconfortará en las pruebas y sufrimientos, en concreto os
será motivo de consuelo a los
que hoy lloráis a un ser querido: "Lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la
salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna". Esta convicción que nos transmite san Pablo yo
quisiera inculcarla en todos vosotros. Abrámonos a ella cuanto podamos en estos momentos y tengamos
por cierto que: "si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos,
también él nos negará, si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo".
Si morimos con Cristo, esperamos vivir siempre con El. Por toda la
eternidad.
3. (Tercera lectura)
Nos falta añadir algunas palabras sobre el evangelio.
Todas las palabras de Jesús son consoladoras; pero lo son de una
manera especial aquellas que pronunció durante su Ultima Cena, aquel
banquete pascual de despedida que celebró con sus discípulos. En
aquellos momentos entrañables y emotivos, Jesús ofrece consuelo y
esperanza: "No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mi".
La fe y la esperanza que tenemos puesta en Dios, ha de concretarse
también en una gran fe y esperanza en Jesucristo, y de una manera
especial en cuanto El nos enseñó referente al Más Allá. Meta hacia la que
nos encaminamos, ya que de Dios venimos, de Dios somos y hacia Dios
andamos.
Este es el camino ya recorrido por nuestro familiar y amigo N. El ha
alcanzado la meta. Ha traspasado la frontera que separa el tiempo de la
eternidad. Está ya frente a Dios. Recordemos cómo nos habla Jesús del
Más Allá hacia el cual todos nos encaminamos: "En la casa de mi Padre
hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo,
estéis también vosotros". Y Jesús añade todavía: "Adonde yo voy, ya
sabéis el camino".
Entonces Tomás, uno de los discípulos que destacó por ser
desconfiado, pidió aclaraciones: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo
podemos saber el camino?".
Jesús le contestó: "Tomás, yo soy el camino, y la verdad y la vida". Es
decir, Jesús se declara el verdadero y auténtico camino que conduce a
Dios. Y lleva hasta Dios, porque el camino de Jesús también lleva a la
verdad y a la vida. Guía hasta la verdad plena y la vida verdadera que es
la vida perdurable, la vida que no se acaba porque es etema. Cristo nos
garantiza la misma vida que él consiguió en su Pascua, en su
resurrección. La palabra de Jesús es taxativa: "Nadie va al Padre, sino
por mi".
Que estas consoladoras palabras de Jesús nos acompañen en este
momento. Y que constituyan el mayor motivo de paz y de verdadera
esperanza cristiana ante la muerte de nuestro hermano N., y ante la hora
que —antes o despues— nos ha de llegar a cada uno de nosotros, pues
no hemos de olvidar que somos peregrinos, de paso por el mundo.
Que la esperanza de la resurrección nos acompañe siempre y sobre
todo ahora que elevamos plegarias por el eterno descanso de vuestro
familiar y amigo.
JORDI PIJOAN
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
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